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EL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
1. EL PROCESO: La idea jurídica de proceso puede ser concebida en sentido amplio, como una secuencia o
serie de actos que se desenvuelven progresivamente, con el objeto de llegar a un acto estatal determinado,
destacando entonces en el concepto la unidad de los actos que constituyen el proceso, y su carácter
teleológico; es decir, que éstos se caracterizan por estar encaminados en su conjunto a un determinado fin.
En este sentido amplio habría proceso en cualquier función estatal y podríamos hablar entonces de:
Estudia, por lo tanto, la participación y defensa del interesado (que puede ser un particular, un funcionario o
una autoridad pública) en todas las etapas de la preparación de la voluntad administrativa, y, desde luego,
cómo debe ser la tramitación administrativa en todo lo que se refiere a la participación e intervención de
dichos interesados. Estudia en particular la defensa de los interesados, y como lógica consecuencia de ello
la impugnación de los actos y procedimientos administrativos por parte de éstos; se ocupa, pues, de los
recursos, reclamaciones y denuncias administrativas: Sus condiciones formales de procedencia, el trámite
que debe dárseles, los problemas que su tramitación puede originar y cómo y por quién deben ser resueltos;
pero no estudia cómo deben ser resueltos los problemas de fondo que dichos recursos, etc., puedan plantear,
salvo que estén íntimamente ligados a un problema procedimental.
Por ello nos parece desaconsejable la creación legislativa de una caducidad o perención de instancia,
pues es muy difícil que la paralización de un procedimiento pueda ser debida a actos del particular ya
que, usualmente, su continuación no depende de la voluntad de éste. Y, por supuesto, es errado
pretender aplicar por analogía, en ausencia de normas expresas, la institución procesal de la perención
de instancia; si la ley expresamente no lo determina, ella es inaplicable, pues, como decimos, el
principio imperante en el procedimiento administrativo no es la impulsión de las partes, sino la
impulsión de oficio, criterio éste a nuestro juicio incompatible con el de la perención o caducidad de
instancia.