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CAPITULO I

– Hola Capitán. ¿Otra vez por aquí?


– Hacia bastante tiempo que no venía a Dallas, Magnolia
– Tiene razón. Sus hombres parecen cansados. Ordéneles que sacudan sus ropas antes de
entrar en mi establecimiento. Cuesta trabajo adivinar el color de esas ropas.
– La vida militar no es tan cómodo como muchas gentes cree…

Y volviéndose hacia sus hombres, el capitán les ordeno que sacudieran sus ropas.

Magnolia entro en el local

La gran cantidad de polvo la obligo a retirarse.

Poco después entraba el capitán, seguido de sus hombres.

Sonriente se acercó al mostrador.

– No le extrañe que le haya dejado solos, capitán –dijo la muchacha, propietaria del local.
– Lo comprendo. No es necesario que digas nada.
– Ya sabe que el polvo me pone nerviosa, ¿Whisky para todos?
– Si. Con un par de botellas tendremos suficiente. Nos serviremos nosotros mismos.
– A usted le serviré yo, capitán. No consentiré que lo haga otra persona mientras estés en mi
casa. ¿Porque no nos sentamos? Estaremos mucho más tranquilos. Estoy segura de que sus
soldados me lo agradecerán si lo hacemos. Estando usted con ellos no tienen la suficiente
libertad para divertirse. ¿es que no se ha dado cuenta?

Volvió a reírse el capitán.

Miro significativamente a sus hombres, un poco molesto por lo que acababa de decir la
muchacha.

Sin embargo, no dijo nada.

En silencio se dirigió a unas de las mesas que estaban vacías, acompañado de la propietaria del
local.

Los soldados procuraron alejarse de aquella mesa.

Para ellos la presencia de su superior era un freno.

Las dos botellas que les habían servido no duraron nada.

Pidieron otra y, de pues otra más.

El capitán no les perdía de vista.

Y temiendo que bebieran más de la cuenta, se lo hizo saber a Magnolia.

– Mis hombres están bebiendo demasiado. No quisiera tener que verme obligado a arrestarle.
El alcohol suele ser un mal consejero. Por desgracia, conozco a la perfección sus efectos.

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– Vamos capitán. Deje que se diviertan un poco. En estos momentos no están en actos de
servicio.
– Lo estarán dentro de poco y quiero que estén en condiciones.

Una mirada silenciosa se cruzó entre ambos.

– ¿Doy instrucciones al barman?


– Será lo mejor –respondio el capitán- ya han bebido bastante.
– Está bien cumpliré sus órdenes ahora mismo. No sé qué me ocurre cuando le veo que
también yo me considero militar.
– Tal vez hayas heredado algo de tu padre. En Fuerte Worth se habla todavía de él.

Unas rebeldes lágrimas aparecieron en los ojos de la muchacha.

Era cierto que su padre había sido un buen militar sin lugar a duda, pero no le gustaba que
hablaran de el en su presencia. Estuvo a punto de enloquecer cuando le contaron su muerte.

– ¿No le importaría cambiar de conversación, capitán? Todavía no me ha dicho a que ha


venido a Dallas. Ni me ha hablado de los indios.
– Te lo diré cuando hayas dicho al barman que no sirva más bebida a mis hombres.

Magnolia púsose en pie y se dirigió al mostrador.

El capitán observaba desde su asiento.

Ninguno de los soldados sospecho lo que Magnolia estaba diciendo al barman.

Esta después de hablar con él, se reunió nuevamente con el capitán.

– Ya puede estar tranquilo, capitán –dijo, al mismo tiempo que tomaba asiento-. No le
servirán a sus soldados ni una gota más de alcohol.
– Gracias, Magnolia. Ahora te diré el motivo que me ha traído a esta ciudad. Venimos
siguiendo a un grupo de asesinos, a los que hemos venido pisando los talones, pero ahora
no estoy muy seguro de que sean ellos las huellas que hemos seguidos.
– ¿Ha hablado con el sheriff?
– Aún no. Mis hombres y yo necesitamos un pequeño descanso.
– El sheriff se presentara aquí de un momento a otro y no está en condiciones de hablar a
nadie.
– Soy militar, Magnolia. Estoy acostumbrado a pasar muchas noches sin dormir. Deberías
saberlo.

Como el capitán iba a volver a lo mismo, a hablar del padre de la muchacha, dijo con ánimo de
cambiar el curso de la conversación.

– Veo muy poca gente en el bar. ¿Dónde se han metido tus clientes?
– Es temprano. No creo que tarden mucho en llegar.
– Eso no me gusta –interrumpió el capitán- Veo que no eres sincera conmigo.
– ¡No lo comprendo, capitán!
– Sé que no marcha bien tu negocio. ¿Por qué?

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Magnolia no se atrevió a mirar al capitán.

– Tiene razón –dijo segundos después- Es inútil continuar luchando en tal inferioridad de
condiciones. Me siento cansada.
– ¡Eso no es cierto! Tu padre no consentiría que… Bueno. Todavía no te han derrotado. Sé que
cuentas con buenos amigos. Pídeles que te ayuden.
– Es inútil, capitán. Y no crea que me extraña que la gente acuda al California cuando tiene
ganas de divertirse. En fin, que como no cambie pronto esto, no tendré más remedio que
cerrar el bar.
– ¡No lo hagas, Magnolia! Cuando llegue al fuerte hablare con el Coronel. Nosotros te
ayudaremos.
– Capitán Alstyne. Métase de una vez en la cabeza que no podrá ayudarme aunque quiera.
– ¿Por qué?
– Pregúnteselo a mister Lumberton.
– ¿Qué tiene que ver ese hombre en todo esto?
– Es quien ha obligado a muchos de mis clientes a ir al California.
– ¡Iré a verle dentro de poco!
– No se complique la vida, capitán. Un buen militar no haría lo que usted acaba de decir.
Estoy segura de que mi padre le diría lo mismo.

Una amplia sonrisa cubría el rostro del capitán.

Un grupo de clientes entraba en ese momento en el local.

Magnolia les miro con curiosidad.

Era la primera vez que los veía.

Pidió al capitán que la disculpara un momento y se acercó al mostrador.

Los forasteros quedaron pendiente de ella.

– Hola, preciosa –saludo uno cuando pasaba frente al grupo.

Sin hacer caso, Magnolia paso tras el mostrador.

– ¿Qué vais a beber? –les pregunto- ¿Whisky?


– Por supuesto. Pero queremos que alternes con nosotros.
– Me da la impresión que os habéis equivocado, amigos. Si quieres alternar con alguna mujer
será mejor que vayáis al California. Esta enfrente.
– ¿Por qué no quieres alternar con nosotros? Tenemos dinero. Mira.

Y el que hablaba mostro a Magnolia un puñado de billetes.

– Me tare sin cuidado todo el dinero que llevéis encima. No soy la clase de mujer que vosotros
os imagináis.

Las risas de aquellos hombres pusieron nerviosa a Magnolia.

– Todas decís lo mismo. ¿Dónde está el dueño de este local?

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– Estáis hablando con él.
– ¿Tu?
– ¿Te sorprende?
– La verdad que no esperaba que…
– ¿Cómo sirvo el whisky? ¿Doble o sencillo?
– Doble para todos. Pero será mejor que dejes la botella sobre el mostrador.

Así lo hizo Magnolia.

Segundo después daba instrucciones al barman de lo que tenía que hacer.

Abandono el mostrador la muchacha y regreso junto al capitán.

– ¿Qué te decían esos? Desde aquí no pude oírlos.


– Querían que alternara con ellos. Son forasteros, por eso le he disculpado.
– Será mejor que regreses entonces al mostrador creerán que estas alternando conmigo y…
– Me importa poco lo que piensen… ya les he dicho que si quieren divertirse tendrán que ir al
California. Allí encontraran de todos.

El capitán la miro sonriente.

– ¿Cuándo iras a hacernos una visita al fuerte? Mi esposa echa de menos tus visitas. ¡Ah! La
próxima semana daré una pequeña fiesta. Ya me han comunicado el ascenso.
– ¡Enhorabuena! ¿Se quedara en Fuerte Worth?
– De momento, si… No sé lo que harán después conmigo ¿Asistirá a la fiesta?
– Comprenda mi situación, capitán… No puedo dejar esto solo.
– ¿No es confianza el hombre que está en el mostrador?
– Sí, pero…
– Entonces diré a mi esposa que iras.
– No te prometo nada.
– No me moveré de aquí hasta que lo hagas.
– No sea testarudo, capitán. Tiene que comprender que…
– Es inútil, Magnolia. No admito disculpas.
– ¡Está bien! Hare todo lo posible por ir.
– ¿Quiere decir eso que iras?

Magnolia contesto en silencio con un movimiento afirmativo de cabeza.

Media hora después despediase de ella el militar.

– No se fie demasiado del sheriff –aconsejo Magnolia-. Le conozco muy bien.


– Lo tendré en cuenta. Ahora voy a pedirte un favor.
– Me tiene a su entera disposición.
– Cuando tengas ocasión día a cualquiera de mis soldados que dentro de una hora
aproximadamente se presenten en la oficina del sheriff. Allí les estaré esperando. No quiero
molestarles ahora.
– Marche tranquilo. Yo me encargare de eso.

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Magnolia acompaño al capitán hasta la puerta.

Los soldados sintieronse más tranquilo al verle marchar.

Poco después decidían todos abandonar el local.

Magnolia llamo a uno de ellos y les comunico las ordenes que el capitán había dado.

– Díselo a tus compañeros –termino diciendo-. No digas después que no te he dicho nada.
– Pensábamos ir al California a divertirnos un poco… Presiento que se nos ha estropeado la
fiesta.
– Lo siento de vera.
– ¿Podemos echar un trago?
– Si me prometéis que no le diréis nada al capitán.
– Prometido.

Magnolia ordeno al barman que sirviera otra botella por su cuenta a los soldados.

Estos se pusieron muy contentos.

Pero los forasteros que estaban arrimado al mostrador no hacías más que mirar a Magnolia.

Y cuando pasaba juntos a ellos la llamaron.

– Teníamos entendidos que no alternabas con los clientes –dijo en tono burlón uno-. ¿Qué
tiene esa gente que no tengamos nosotros?
– Sencillamente que ellos son amigos míos y vosotros no. ¿Conforme?
– No es razón suficiente para que nos desprecies de esta manera.
– Nadie os ha despreciado, amigos.
– Saldremos de duda si bebes con nosotros.
– Ya os he dicho que no alterno con nadie. Y mucho menos con quien no conozco.
– ¡Acércate!
– ¡Suéltame!
– Eres una fierecilla…

Magnolia dio una sonora bofetada al que la había agarrado por un brazo.

Los compañeros de este echaronse a reír.

– ¡Así aprenderás a ser más respetuoso!


– ¡Ahora veras lo que voy a hacer contigo!

Magnolia, al ver tan cerca de ella aquel rostro repugnante que intentaba besarla clavo sus uñas
con rabia en él, obligándole a soltarla, al mismo tiempo que gritaba de dolor.

Pusiéronse en pie rápidamente los soldados rodeando a los forasteros.

Y, obligándole a poner los brazos en alto, fueron desarmados.

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– ¡Os pesara lo que acabáis de hacer, amigo! ¡Mirad como me ha puesto el rostro esa
desgraciada…!

Uno de los soldados golpeo al que había hablado.

Recibió un golpe en la cabeza con la culata de un “Colt», cayendo al suelo sin conocimiento
como un pesado fardo.

Salió con disimulo uno de los clientes sin que nadie se diera cuenta, presentándose poco
después en la oficina del sheriff.

Y al saber el capitán lo que había ocurrido, marcho con el sheriff al bar de Magnolia.

Una vez en él se enteró con todo detalle por uno de los soldados de lo ocurrido.

– ¡Detenga a estos cobardes, sheriff! –dijo el capitán.


– No se excite, capitán. Yo lo solucionare… Es posible que hayan bebido más de la cuenta.
– Será mejor que les diga que no vuelvan a aparecer por aquí –indico Magnolia-. ¡Les
matare si lo hacen!

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CAPITULO II

Por no enfrentarse con los militares, el sheriff viose obligado a detener al grupo de
forasteros.

Al extenderse la noticia, fueron muchos los curiosos que acudieron a la oficina del de la
placa.

Pero los ayudantes de este no permitieron la entrada a ninguno.

Apareció el sheriff en la puerta ordenando a todos los curiosos que despejaran la entrada.

Con pereza y, poco a poco, fueron obedeciendo.

Mientras tanto, Oliver Lumberton, persona influyente en Dallas y uno de los ganaderos más
importantes de toda la ciudad, se entrevistaba con Calvert Morgan, propietario del California en el
despacho de éste.

– ¿Te has enterado de lo ocurrido, Calvert?


– Si. Y no será porque no aconseje a Tiffin que tuviera cuidado… Le advertí que nada
podríamos hacer por él y sus hombres estando aquí los militares. El creía que ellos no
intervendrían.
– ¡Hablare con Tiffin cuando se vayan los militares!
– Cuidado con lo que dices, Oliver… Ya conoces a Tiffin.
– ¡Empiezo a cansarme de él! Está cometiendo demasiados errores. ¿A quién se le ocurre
provocar a esa muchacha estando los militares presentes?
– Solamente quiso obligarla a beber con ella… Como lo había estado haciendo con el capitán,
tenía una buena disculpa.
– ¡No le defiendas Calvert…!
– Tranquilízate hombre. No ha ocurrido nada. Cuando se vayan los militares, Wilson les
pondrá en libertad. El ganado está preparado.
– Como continúe Tiffin haciendo tonterías, me veré obligado a prescindir de él.
– Supongo que no hablaras en serio. Tiffin y sus hombres nos proporcionan elevados
beneficios.
– Pero si en realidad no ha ocurrido nada, hombre. Serénate. Ya verás todo se soluciona
cuando se vayan los militares.
– ¿A que ha venido el capitán Alstyne?
– No tardaremos en saberlo. Pero te lo puedes imaginar.
– No debieron matar a esos caravaneros. Sé que pudieron evitarlo.
– Mejor es que haya sido así. Imagínate si cualquiera de esos caravaneros reconociera a
algunos de los hombres de Tiffin. ¿Qué ocurriría? Estás algo nervioso.
– Siempre que ese capitán viene a la ciudad me ocurre lo mismo.
– Pues la próxima semana asciende a mayor. Acabo de saberlo hace un momento.
– Supongo que entonces será trasladado
– Aunque te parezca mentira no nos interesa que lo hagan.

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– ¡No te comprendo!
– Te lo explicare en otro momento… Ahora deja de preocuparte por Tiffin. Pronto estará en
libertad. ¿Qué tal marcha el asunto Norman?
– No hay forma de convencerle.
– Le obligaremos a vender. Tiffin se encargara de hacerlo.
– ¡Tiffin se quedara en San Antonio! Hace falta allí. Esta es la carta que he recibido. Será mejor
que la leas.

Nervioso Calvert leyó con rapidez.

– Parece un buen asunto –dijo.


– Pero difícil de realizar… Es demasiado expuesto

Calvert reía de buena gana.

– Estas desconocido, Oliver –dijo- Es la primera vez que te oigo hablar de esa forma… No
quisiera creer que…
– No. No tengo miedo. Como te imaginas… Cuando lleguen unos amigos que estoy esperando
de Austin podre decirte algo que ahora no quiero decir.
– ¿Por qué? ¿No confías en mí?
– Por favor Calvert… Sabes que entre tú y yo no hay secretos.
– Eso es lo que yo creía. Pero ya veo que no es así.
– Me conoces muy bien y sabes que hasta que no estoy muy seguro de una cosa no me gusta
hablar de ella.
– ¡Ah! Creo que ya te comprendo. Hasta la fecha no hay más que simples sospechas, ¿no es
así?
– ¡Menos mal! Ya era hora que te dieras cuenta.
– ¿Por qué no hablas ahora con claridad?
– Está bien, Calvert… Por lo que mi capataz me ha dicho tengo el presentimiento que en los
terrenos de Norman Livingstone hay petróleo.
– ¿Eh.…?
– Escucha. Dickens ha estado haciendo un pequeño reconocimiento en esos terrenos hace
unos cuantos días y me estuvo explicando todo lo que había visto… Llamaron su atención
unas manchas irisadas que vio en las aguas estancadas de esos terrenos… No quise decirle
nada a él entonces, pero escribí inmediatamente a Austin… Dos técnicos llegaran de un
momento a otro. Pronto sabremos lo que hay de cierto en todo esto.
– ¡Estoy deseando que se vayan los militares!
– Ahora es cuando hay que tener cuidado, Calvert. Nadie debe saber una sola palabra de todo
esto.
– Descuida. ¿Echamos otro trago?
– Ese whisky no está mal. ¿Dónde lo has conseguido?
– Secreto profesional… Ya me quedan pocas botellas. Suelen enviarme algunas de vez en
cuando de Austin.
– Si lo pusieras a la ventas se pegarían por el tus clientes.
– Pero no ganaría tanto como con el que estoy vendiendo.

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– Súbelo de precio.
– No entiendes a la gente, Oliver… Serían capaces de decir que era el mismo whisky,
solamente que más caro.

Los dos rieron.

Oliver Lumberton, abandonaba el despacho de su buen amigo una hora después.

Y decidió dar un paseo para despejarse un poco.

Había bebido demasiado y no se encontraba muy bien.

Al pasar frente a la oficina del sheriff decidió hacerle una visita.

Los caballos que había parados ante la puerta de la mismo llamaron su atención.

Acercóse con disimulo a ellos, comprobando que pertenecían a los militares.

Como el capitán no le era simpático decidió alejarse.

Mientras tanto en la oficina del sheriff, el capitán interrogaba al detenido.

– Ya le he dicho mi nombre, capitán.


– No creo una sola palabra de lo que estás diciendo…
– Capitán –dijo el sheriff-, ese hombre está diciendo la verdad. Además, será fácil averiguar si
es cierto que trabaja para el hombre que ha dicho. La manada que han traído será subastada
mañana por la mañana.

Un hombre elegantemente vestido, entraba en ese momento en la oficina.

– ¡Hola mister James! –saludo el de la placa-. No sabe cuánto me alegro de verle…


Precisamente estábamos hablando de usted el capitán y yo.
– Hola capitán. Hace mucho tiempo que no le veo por el pueblo… Acabo de enterarme hace
un momento que uno de mis hombres ha sido detenido.
– Ahí le tiene, mister James. Dice llamarse Tiffin ¿es cierto?
– Si. Ese es su nombre… Estoy muy contento con él porque es un buen cow-boy. Hombres
como el son los que necesito en mi equipo. Cuando bebe se pone algo pesado, pero puedo
garantizarle que no es mala persona.
– ¿Qué dice ahora capitán? –añadió el sheriff-. Supongo que no le importara que deje en
libertad a este hombre.
– Haga lo que crea conveniente. De haber estado yo en su lugar, le habría tenido una semana
por lo menos a la sombra.
– No me sorprende que lo hubiera hecho. Se lo mucho que aprecia a Magnolia.

Poco a poco, entre el recién llegado y el sheriff fueron convenciendo al capitán.

Media hora más tarde el detenido era puesto en libertad.

Tiffin se despidió del sheriff, mirando de forma especial al capitán.

Kurt James, su patrón, salía poco después de la oficina.

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– No ha debido dejar en libertad a ese hombre, sheriff.
– No existían motivos para tenerle detenido… Y menos después de lo que ha dicho mister
James.
– Voy a darle un consejo, sheriff. Como le ocurra algo a Magnolia, vendré personalmente a
buscarle.
– ¿Es una amenaza?
– Tómelo como quiera.
– Cuidado, capitán… Sabe que puedo quejarme al coronel.
– Está en su derecho de hacerlo. Yo pienso hablar con el cuándo llegue al fuerte.
– ¿Va a estar mucho tiempo en la ciudad capitán?
– No lo sé.
– ¿Por qué se ha de enfadar conmigo siempre que viene?
– Voy a dar una vuelta por la ciudad…

Forzó una sonrisa el sheriff y le acompaño hasta la puerta.

Al quedarse solo, el de la placa empuño con fuerza uno de sus “Colt», y le dieron ganas de
disparar sobre el capitán.

Tiffin marcho al saloon de Calvert Morgan, donde se reunió con sus hombres.

Estos se pusieron contento al verle.

– Estábamos seguro que pronto te pondrían en libertad –dijo uno de los compañeros de Tiffin.
– Al capitán Alstyne no le ha hecho mucha gracia… Gracias a la intervención de Kurt.
– Hablamos nosotros con él. ¿Crees que íbamos a consentir que te tuvieran encerrados?
– Ajustare las cuentas a esa muchacha cuando se vayan los militares. Si cree que se va a reír
de Tiffin, está muy equivocada.
– Olvídalo Tiffin.
– ¿Qué dices?

El que había hablado guardo silencio.

– No te enfades, Tiffin –dijo otro-. Te ayudaremos todos a vengarte de esa muchacha cuando
se marchen los militares.
– ¡No necesito que me ayuden! Iré yo solo a verla.
– Esa muchacha tiene muchos amigos.
– No me importa. Matare al que intente defenderla.
– Te diré algo por si no lo sabes. Acabamos de enterarnos que el hijo de Norman está
enamorado de esa muchacha.
– ¿Y qué?

El capataz de Oliver Lumberton llegaba en ese momento.

– No discutas más, Tiffin. Tus hombres tienen razón.


– Hola Dickens… Sera mejor que no te metas en esto.
– Alguien quiere verte y te está esperando.

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– ¿Tu patrón?
– No hagas preguntas. Procura disimular. Hay muchas gentes pendientes de nosotros… Saldré
yo primero… Te estaré esperando en la parte trasera.

Sonriente, se alejó el capataz de Oliver.

Poco después reuníanse ambos en la parte trasera del edificio.

– ¿Ocurre algo Dickens? –pregunto Tiffin.


– Oliver nos está esperando en la oficina del juez. Los dos quieren hablar contigo. Es muy
posible que quieran encargarte algún «trabajo»

Tiffin sabía que esto no era cierto.

– Me sorprende que no te hayan dicho nada.


– No seas impaciente… No tardaremos en saberlo.

Continuaron andando por la parte trasera de los edificios hasta que llegaron al despacho del
juez.

Este y Oliver le estaban esperando.

– ¿Para qué queréis verme?


– Siéntate, Tiffin –indico Oliver-. Esta noche tendrás trabajo. Marlon te explicara lo que tienes
que hacer.
– Escúchame bien Tiffin –dijo el juez-. Estas cometiendo demasiados errores y esto no puede
continuar así.
– ¿Por qué no habláis de una vez con claridad sin tanto rodeo? Soy yo el que se está cansando
de tantas tonterías… Hasta ahora mis hombres y yo hemos cumplidos todos vuestros
«trabajo» bastante bien. Si no os interesan nuestros servicios, podéis buscar a otros que lo
hagan.
– Espera Tiffin. Déjame hablar. Solamente estamos tratando de aconsejarte… Con un poco de
suerte ganaremos mucho dinero dentro de poco, pero para ello tendrás que obedecernos
–continúo diciendo el juez-. La diligencia llegara de un momento a otro… Estoy seguro de
que te sorprenderá ver llegar en ella a un viejo amigo nuestro. Vendrá acompañado de un
hombre de su entera confianza. Y hasta es posible que adivines algo cuando lo veas.
– Decidme su nombre
– Está bien. Te lo diré. ¿Recuerdas a Lewis?
– ¡Ya lo creo! ¿Continua en Austin?
– Si.
– ¿A qué viene? ¿Hay acaso petróleo por aquí?

Oliver y el juez se vieron en silencio.

– ¿Qué pasa? Acabo de haceros una pregunta.


– ¿Por qué crees que tenemos tanto interés en quedarnos con el rancho de Norman? –dijo
Oliver.
– ¡Que tonto he sido! Pero no podría sospechar que hubiera petróleo en esos terrenos.

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– Lo haremos cuando llegue el momento… hay otras muchas cosas que hacer antes… Di a tus
hombres que estén preparados. Esta misma noche tendréis que acompañar a Lewis hasta
el rancho de Norman.
– Va a ser difícil entrar en el sin que nos vean. He oído decir que están muy vigilados esos
terrenos.
– No te preocupes… Tenemos un buen amigo en ese rancho. Y lo tiene todo preparado para
esta noche.
– Sería preferible hacerlo con la luz del día.
– Si el equipo de Norman viene a la ciudad como de costumbre, podéis echar un vistazo antes
que se haga de noche.
– ¿Tardara mucho en llegar la diligencia? ¿Qué pasa ahí afuera?
– Creo que la diligencia acaba de llegar.

El juez asomóse a una de las ventanas, comprobando que así era.

Dickens y Tiffin, salieron por la puerta trasera.

Oliver y el juez lo hicieron por la puerta principal.

El sheriff esperaba con sus dos ayudantes ante la oficina de la compañía de diligencias para ser
los primeros en dar la bienvenida a los viajeros.

El vehículo envuelto en una gran nube de polvo, se detenía en ese momento.

Dos hombres, elegantemente vestidos, fueron los primeros en descender.

Lewis, que era uno de aquellos elegantes, acercóse al sheriff y le pregunto.

– ¿Podría indicarnos donde hay un hotel, sheriff?


– Ahí enfrente tiene el mejor de la ciudad.
– Gracias.

Lewis dio la espalda al sheriff.

Uno de los empleados de la compañía se hizo cargo de sus equipajes.

El propietario del local salió al encuentro de los recién llegados.

– Bienvenidos a Dallas, caballeros. ¿Desean hospedarse?


– El sheriff nos ha indicado que este es el mejor hotel de la ciudad.
– Supongo que también les habrá dicho que es el más caro.
– No se preocupe. No discutiremos por el precio… Venimos en plan de vacaciones.
– Vendrán cansados, ¿Verdad?
– Más de lo que usted se imagina. Lo primero que haremos será darnos un baño.
– Dentro de poco lo tendrán todo listo. Uno de mis empleados les acompañara hasta sus
habitaciones.

Lewis y su acompañante se detuvieron en el hall para echar un trago.

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CAPITULO III

– ¿Está usted seguro de que es aquí donde nos estaba esperando ese vaquero?
– No puede haber duda. Fíjate en esos árboles… Esperaremos un poco por si no ha podido
llegar a tiempo.

El amigo de Lewis escuchaba en silencio.

Poco fue lo que tuvieron que esperar.

Un vaquero perteneciente al equipo de Norman, se presentaba ante ellos minutos después.

– ¿Cómo has venido tan tarde? –pregunto Tiffin.


– No he podido venir antes. Mis compañeros se empeñaron que fuera con ellos hasta la
ciudad. No tuve más remedio que hacerlo. ¿Son estos los técnicos que Oliver estaba
esperando?
– Si.

Ambos fueron presentados por Tiffin.

Y como si se hubieran conocido de toda la vida, charlaron animadamente.

– ¿Ha quedado alguien en el rancho? –pregunto Tiffin al vaquero amigo.


– Unos cuantos compañeros cuidando el ganado. Pero no están por esta zona.
– ¿Y los hijos de tu patrón?
– En la ciudad.
– Por supuesto que habrán ido al bar de esa muchacha.
– Desde luego… Steve no sale de ese bar. Magnolia y el suelen salir a pasear con frecuencia…
Es muy posible que estén enamorados el uno del otro.
– ¿Están muy lejos esos terrenos? –pregunto Lewis.
– Ya estamos llegando –respondio el vaquero-. Lo que siento es que será muy poco lo que
podamos hacer. Oscurecerá en seguida.
– Lewis no quiere más que echar un vistazo… De momento bastara con eso. Los sondeos se
harán más adelante. Conociendo el terreno será fácil venir durante la noche.
– La próxima semana se presentara una buena oportunidad. El patrón y sus hijos irán al fuerte
Worth. El capitán Alstyne va a dar una vista con motivo de su ascenso a mayor y les ha
invitado.
– ¿Qué te parece, Paul? –dijo Lewis a su compañero.
– Creo que tendremos una buena oportunidad para hacer unos cuantos sondeos.

Y una vez que llegaron al lugar en que se encontraba las aguas estancadas, lo dos técnicos
comenzaron su trabajo.

No fue preciso estar mucho tiempo para que ambos se convencieran que en aquella zona había
petróleo.

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– De todas formas –dijo Lewis-, es necesario hacer unos cuantos sondeos para poder
confirmar nuestras sospechas.
– Puedes hablar con confianza, Lewis. Frank ha estado en San Antonio y en Laredo trabajando
para nosotros.
– Sé que es de confianza, Tiffin. De lo contrario no hubiera hablado como lo hice. La impresión
que tenemos Paul y yo es de que existe petróleo en esas tierras. Más adelante podremos
saberlo con seguridad.
– Oliver y Marlon se pondrán muy contento cuando lo sepan.
– Mucho cuidado Tiffin… -aconsejo Lewis-. Nadie debe saber una sola palabra de todo esto.
Recuérdalo.
– Hablas como si no me conocieras.
– Precisamente por eso he querido darte un buen consejo… Cuando se abusa de la bebida
suele cometer uno muchos errores.
– No temas. Mientras este en l ciudad procurare apartarme del alcohol.
– Todo marchara bien entonces. Ahora salgamos de aquí. Antes que algunos de los
compañeros de Frank nos vea.

Este les acompaño hasta las inmediaciones del rancho.

– No te fíes de ninguno de tus compañeros, Frank –aconsejo Lewis-. Cuando estas tierras sean
registradas a nuestro nombre, serás un hombre rico.

Los ojos de Frank adquirieron un brillo especial.

Estrecho la mano de los dos técnicos y de Tiffin y regreso al rancho.

Media hora después Tiffin, Lewis y Paul llegaban a la ciudad.

Y para que nadie pudiera desconfiar de ellos, Tiffin se separó.

Entro en el California, donde encontró a sus hombres.

– ¿Dónde demonio has estado metido? –le pregunto uno de ellos-. Kurt te ha estado
buscando.
– Estuve dando un paseo por las afueras del pueblo y me aleje sin darme cuenta… ¿Dónde
está Kurt?
– En las mesas de juego lo encontraras.
– ¿Qué tal se vendió el ganado?
– Bastante bien, creo… Nos ha dado cincuenta dólares a cada uno.
– No está mal. ¿Os dejo algo para mí?
– No. No se fio de nosotros.
– Me parece muy bien.
– Pues a nosotros no nos ha hecho ninguna gracia… Sabes demasiado que no tocaríamos un
solo centavo de ese dinero.
– Todo depende de la cantidad de alcohol.

Los hombres de Tiffin acabaron riendo.

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Mientras tanto, el juez y Oliver reuníanse con los dos técnico en el hotel donde se hallaban
hospedados.

– No esperábamos que regresarais tan pronto –dijo el juez-. Hasta mañana no esperábamos
veros.
– ¿Por qué no hicisteis algún sondeo? –observo Oliver-. Así no podemos estar seguros de si
hay o no petróleo en esos terrenos.
– Claro que podemos estarlo –aseguro Lewis-. Y lo encontraremos a muy poca profundidad…
la semana que viene haremos unos sondeos aprovechando que los Livingstone irán a fuerte
Worth. El capitán Alstyne les ha invitado a la fiesta que dará en el fuerte.
– También nosotros estamos invitados a esa fiesta. Aprovecharemos el viaje entonces. ¿no te
parece, Marlon?
– Sé a qué te refieres… Pero dudo que consigas algo. Conozco demasiado a Norman.
– Le ofreceré un buen precio por sus tierras.
– No conviene tampoco mostrar demasiado interés. Puede dar lugar a que sospechen la
verdad. El hijo de Norman no es tonto.
– Emplearemos el método de siempre… Hasta ahora no nos fallado. Cuando se vea sin
ganado, la situación de Norman será difícil…
– Un momento, Oliver –pidió Lewis-. Tengo entendido que a ese hombre le gusta el juego.
¿no es cierto?
– Si.
– ¿Va por el California?
– Muy poco, pero suele ir. ¿Por qué?
– Con un poco de suerte, Archer puede jugar un buen papel en esto.
– ¡Ah! Ya entiendo. Pero Norman no es de los que pierden la cabeza tan fácilmente.
– Con un poco de habilidad se puede conseguir. Lo que hace falta es que aparezca por el
saloon… Archer se encargara de lo demás.

Oliver y el juez se miraron en silencio.

– Lewis tiene razón –dijo el juez-. Si Archer consigue jugar con Norman, este perderá el
rancho.
– Tenéis que contar con sus hijos.
– ¿A nombre de quien está el rancho?
– Creo que de Norman.
– ¿Qué importan sus hijos entonces?
– Si. Todos está muy bien. Habláis como si pudierais mover a Norman a vuestro capricho.
– Admite por lo menos que no es muy difícil obligarlo a jugar.
– No es difícil. De acuerdo… Le gusta demasiado el juego y no habrá que forzarle mucho. A
Archer le será fácil «limpiarle». De lo que podéis estar seguro es de que no beberá un solo
whisky de más.

Comprendió el juez que Oliver tenía razón en esto.

Pero como cabía la posibilidad que Archer lo consiguiera, confiaron todos en el ventajista.

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Transcurrió el tiempo sin que ninguno se diera cuenta.

Una hora después, los dos técnicos quedaron solos en la habitación.

Oliver se presentó en el California.

Acercóse al mostrador, donde fue atendido en seguida por el barman.

Calvert, al saber que Oliver estaba en el local, apareció en el mostrador.

– Me sorprende verle tan tarde por aquí, mister Lumberton –dijo.


– No podía dormir y salí a dar un paseo –mintió Oliver-. Como estaba cerca de la ciudad, decidí
acercarme a echar un trago.
– Le sentara muy bien. Ya lo vera.
– Eso espero. Mis hombres parecen incansables. La jornada de mañana será dura y ya les ve…
– Son jóvenes… Lo mismo hemos hecho todos.

Oliver sonrió.

– ¿Por qué no se anima y baila un poco?


– No quiero que se rían de mí.
– Conoces a todas mis empleadas…

Oliver, aprovechando que no había nadie cerca de él, dijo al propietario del local.

– Tengo que hablar contigo, Calvert.


– Puedes hacerlo nadie nos oirá.

Sin dejar de sonreír, Oliver explico a Calvert el plan que tenían.

De vez en cuando echábanse a reír para disimular.

– Lo que falta es que Norman venga por aquí. Lleva un par de días sin aparecer. Pero estoy
seguro de que la próxima semana será un cliente nuestro. He oído decir a uno de sus
vaqueros que no ira a fuerte Worth. Irán solamente sus hijos a la fiesta que da el capitán
Alstyne. Estoy seguro de que Norman aprovechara el tiempo mientras sus hijos estén
ausente.
– ¡Estupendo! Habla con Archer en cuanto puedas.
– Esta misma noche lo hare. Allí lo tienes. Hace un poco estaba ganando cerca de quinientos
dólares.
– Como haya petróleo en cantidad en ese rancho, tendremos que dejar pendiente el asunto
de San Antonio.
– ¿Por qué? ¿No puede acaso Tiffin encargarse de eso con sus hombres?
– También es cierto… Pero es posible que consigamos mejor precio cuando digamos que no
podemos servir más armas. ¿No lo crees así?
– No está mal pensado. Lo mejor será que enviemos a alguien a Austin. Escribir es peligroso.
Y más ahora que los agentes andan un poco intranquilos por la frontera.

•••

18
Mientras tanto en el bar de Magnolia, Steve y su hermana Leslie decidían pasar la noche con
la propietaria del bar.

– Tenemos que avisar a papa, Steve. Le obligaremos a venir a la ciudad cuando vez que
ninguno de los dos aparecemos por el rancho.
– Diré a uno de los vaqueros que se lo diga.
– Tendrás que ir hasta el California. Ya vez que aquí no hay ninguno.
– Esperadme un momento. No tardare en regresar.
– Ten cuidado, Steve.

Leslie y Magnolia miráronse preocupada al verle salir.

Poco después se presentaba Steve en el California.

Fue saludado por varios conocidos, pero le sorprendió no encontrar a ninguno de los vaqueros
del rancho allí.

– Hola, Steve

Este se volvió con rapidez, sonriendo al ver a una de las empleadas frente a él.

– Hola.
– ¿Qué haces aquí?
– Me acerque a ver si alguno de los hombres de mi padre estaba todavía aquí.
– Tres por lo menos están en aquella mesa jugando.
– Gracias.
– ¿No me invitas?
– Puedes tomar lo que quieras. Yo lo pagaré.
– El baile está muy animado.

Furiosa porque no le hacía caso, le siguió.

Hablaba Steve con unos de los vaqueros del rancho cuando fue abordado por la muchacha.

– ¡Ninguno de los clientes de esta casa me ha dejado con la palabra en la boca!


– Perdona… Ya te dije que bebieras lo que quisiera.
– ¡Eso lo dices ahora!
– No tengo tiempo para discutir. Me están esperando. ¿Quién?
– Eso a ti no creo que te importe.
– No es necesario que digas nada. Y después presume esa muchacha de ser decente… ¿Dónde
vas a pasar la noche?

Los ojos de Steve se clavaron con fijeza en la muchacha.

Muchos curiosos estaban pendientes de la discusión.

– ¡Si no fueras una mujer lamentarías haber hablado así! Te pido por favor que me dejes en
paz. No quiero alternar contigo porque no me da la gana. ¿Está Claro?

Dio la espalda Steve a la muchacha y se dirigió a la puerta.

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– Eh, amigo.

Steve se volvió con naturalidad.

– ¿Me llamabas?
– Si. No está bien que trates a de esta manera a esta mujer.
– Contigo no va nada. Y puede dar gracias que no la haya castigado como merece.
– Muy valiente. ¿verdad?
– Si no te importa… tengo prisa.
– Antes tenemos que arreglar unas cuentas tú y yo. Ya veremos si eres tan valiente conmigo.

La muchacha que había provocado a Steve sonreía satisfecha.

Completamente aislado, Steve miraba a su alrededor.

– Será mejor que me dejes en paz. Todos los que aquí están me conocen y saben que nunca
he promovido un solo escándalo en la ciudad.
– ¿Tienes miedo?
– No te equivoques, amigo. ¿Dónde está mister Morgan?
– No pidas ayuda a nadie. Si no quieres pelear conmigo solamente lo evitaras pidiendo perdón
a esa muchacha.
– Que me disculpe si la he molestado en algo.

Mordiéndose los labios dio media vuelta.

– Espera. No tengas tanta prisa en salir.


– Me están esperando.
– Todavía no has pedido perdón a esta mujer.
– ¿Cómo quieres que lo haga?
– Como lo hacen los cobardes. De rodillas.

Un gran silencio siguió a estas palabras.

Los tres vaqueros que estaba jugando del rancho de Norman se pusieron en pie.

Pero fueron encañonados por varias armas.

– Quietecitos estaréis mucho mejor, amigos –dijo uno, que al parecer era amigo del que
discutía con Steve.

Este continuo pendiente del hombre que tenía enfrente.

Se puso en guardia al verle acercarse.

– ¿Por qué no te pones de rodillas? Estas perdiendo mucho tiempo. Y si tienes tanta prisa…
– Será mejor que me dejes en paz.
– ¡Eres un cobarde! ¿Qué hace falta decirte para que pelees?

En ese momento se lanzó contra Steve.

Pero al ser esquivado el golpe perdió el equilibrio y cayó al suelo.

20
Púsose en pie nuevamente, pero esta vez fue Steve quien atacó.

A velocidad de vértigo Steve le golpeaba.

Segundos después quedaba fuera de combate.

Y cuando Steve se disponía a salir del local, se encontró con el sheriff en la puerta.

– Hágase cargo de ese cobarde sheriff –pidió Steve-. Si desea saber lo que ha ocurrido, no
tiene más que interrogar a los testigos.

Sin que nadie se diera cuenta, Steve desapareció.

Cuando cruzaba la calle oyó unos disparos.

Se presentó en el bar de Magnolia, explicando lo ocurrido a esta y a su hermana.

– No debiste ir a ese saloon, Steve. Papa se enfadara contigo.


– Tenemos que ir al rancho. Quiero ser yo el primero en decirle lo que ha ocurrido.

Magnolia les acompaño hasta la puerta, cerrando por dentro una vez que hubieran salido.

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CAPITULO IV

A la mañana siguiente se enteró Steve de lo ocurrido.

Dos de los hombres del rancho habían muerto cuando el abandono el California.

Todo el equipo se hallaba formado ante la puerta de la casa para ir a la ciudad a recoger los
cadáveres.

Tan pronto como el padre de Steve se unió a ellos, se pusieron en marcha.

Steve caminaba a su lado en silencio.

Como el rancho estaba cerca de la ciudad tardaron poco en llegar.

Norman al frente del equipo, fue el primero en desmontar ante el California.

– Buenos días mister Livingstone –saludo el sheriff, que le estaba esperando.


– ¿Dónde están mis hombres?
– Se los ha llevado el enterrador… No podían estar aquí tanto tiempo
– ¿Cómo ha ocurrido?
– Lo mismo de siempre… Discutieron e intentaron sacar sus armas. Por lo menos eso fue lo
que dijeron los testigos.
– Me gustaría conocer a los testigos…. No creo una sola palabra de lo que me está diciendo.
– ¡No quisiera tener que enfadarme con usted!
– ¡Quiero saber lo ocurrido, sheriff!
– Ya le he dicho que…
– ¡No le creo!

Los ayudantes del sheriff tenían apoyadas sus manos en las culatas de sus manos.

Norman dando la espalda al de la placa, acercóse a un grupo de curiosos.

– ¿Presenciasteis alguno de vosotros la discusión de anoche? –interrogo.

Nadie respondio.

– ¿Os han cortado la lengua?

Un hombre de edad avanzada salió de entre los curiosos y dijo:

– ¡Sus hombres fueron asesinados, mister Livingstone! Yo lo presencie todo.

El color desapareció del rostro del sheriff.

Acercóse al que había hablado y le dijo:

– ¡Sabes demasiado que eso no es cierto! Y espero que mister Livingstone no haga caso de
un borracho…

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– ¡Estoy diciendo la verdad! A esos hombres les mataron a traición…
– ¡Claro! No me extraña que hables así… Eran los únicos que te invitaban cada vez que te
veían… Por eso hablas así.
– Es cierto que solían invitarme. ¡Pero también lo es que los asesinaron!
– ¡Ya estas borracho!
– A mí no me engañas Wilson…
– ¡Detened a este hombre! –ordeno el de la placa a sus ayudantes.
– ¡Un momento! –dijo el padre de Steve-. No hay motivos para detener a este hombre.
– No se meta en esto mister Livingstone. Una temporada a la sombra le vendrá muy bien…
Es posible que me lo agradezca cuando salga… Sus hombres van a ser enterrados dentro de
poco.
– Deje en libertad a Bob…
– Lo siento mister Livingstone. Será inútil que insista.
– ¡Tenga cuidado con lo que hace, sheriff! Como le ocurra algo a Bob...
– ¿Es una amenaza?
– ¡Tómelo como quiera…! Escribiré hoy mismo a las autoridades de Austin… Trataran de
averiguar lo que ocurrió anoche en ese maldito local…
– ¡Norman! –exclamo Calvert-. Yo no tengo la culpa de lo que ha ocurrido.
– ¿Presenciaste tú la pelea?
– Oí los disparos nada más… Pero a juzgar por los comentarios que oí, no hay duda que fueron
tus hombres los culpables… No hagas caso de lo que ha dicho Bob… Ya le conoces.
– Precisamente porque le conozco le hago caso… Ese hombre tendrá todos los defectos que
vosotros queráis menos el de mentir.
– Bebe demasiado y en esas condiciones muchas veces no sabe lo que dice.
– Bob si lo sabe, Calvert. Y mucho más ahora. Todos hemos visto que no estaba borracho.

Steve se acercó a su padre y le hablo en voz baja.

– Antes de marcharnos tendremos que aclara esto.


– Ya lo aclararemos papa… No pierdas más tiempo discutiendo.

Steve consiguió convencer a su padre.

Retiráronse todos, respirando Calvert con tranquilidad.

Presentáronse en la casa del enterrador. Este lo tenía todo listo para dar cristiana sepultura a
las víctimas.

Norman intento pagar los gastos de todo aquello, pero el enterrador se consideró
suficientemente pagado con el dinero que había encontrado en los bolsillos de los dos cadáveres.

Ultimados los preparativos púsose en movimiento el lento cortejo.

La entrada de los distintos locales de diversión iba poblándose de gente.

Magnolia, sin importar los comentarios que de ella pudieran hacer, se unió al duelo.

Una vez enterrados los cadáveres, se alejó con Steve a dar un paseo.

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– ¿A qué hora piensas abrir el bar?
– Hoy no abriré en todo el día… Quiero ver cómo están dejando el rancho. Dos hombres de
confianza están poniendo la casa en condiciones de poder habitarla.
– Eso es lo que has debido hacer hace tiempo. Vivirás mucho más tranquila criando ganado.
¿Qué harás con el bar?
– He recibido varias ofertas… Pero no voy a vender.
– ¿Seguirás con él?
– No. He pensado dejárselo a Bob. Con lo que gane podrá ayudar a un sobrino. Toda la ilusión
es poder enviarle al Este para que estudie una carrera… En realidad, a mí, el bar no me ha
costado un solo centavo.
– Le ayudaremos a triunfar… Bob tiene muchos amigos en la ciudad.
– Ahora que no le dé por emborracharse todos los días.
– No lo creo… Ese hombre debe tener algún motivo para beber… No lo hace porque le guste.
– Eso mismo he pensado yo… Lo que hace falta es que el sheriff lo deje pronto en libertad.
– Nosotros lo conseguiremos… A Leslie le hubiera gustado saber que vas a pasar el día en el
rancho.
– Es muy posible que cuando lleguemos nos encontremos con ella.

Magnolia se echó a reír.

Espolearon sus monturas, demostrando la muchacha ser un buen jinete.

El caballo que montaba era muy superior al de Steve.

Este hizo un gran esfuerzo por alcanzarla castigando con dureza a su caballo.

De vez en cuando, Magnolia echaba un vistazo hacia atrás.

Y al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo decidió esperar a Steve.

Poco después éste llegaba a su lado.

– ¿Qué te ha parecido mi caballo?


– De no haberte parado me hubiera sido imposible darte alcance. ¿Dónde has conseguido ese
caballo?
– Si te hubieras dado cuenta en los cuartos traseros, te habrías dado cuenta.

Steve sonrió al ver las marcas que tenía el animal.

– Creía que los militares no tendrían tan buenos caballos –dijo.


– A ver si ahora consigues darme alcance.

Ambos emprendieron un veloz galope.

Una vez más demostró el caballo que montaba la muchacha ser muy superior.

Sin darse cuenta llegaron al rancho.

Leslie les estaba esperando ante la puerta de la casa.

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En el interior de la misma los dos hombres que Magnolia había enviado, continuaban
trabajando.

Leslie les recibió con su característica sonrisa.

– Cuando entres en la casa recibirás una gran sorpresa –dijo a Magnolia-. Está quedando todo
como no te puedes imaginar. ¿Qué dirán tus clientes cuando se encuentren con el bar
cerrado?
– Que digan lo que quieran… Ya he pensado lo que voy hacer. Con el dinero que tengo en el
Banco comprare ganado y me dedicare exclusivamente a este rancho… Es donde mejor me
encuentro.
– Has debido hacerlo desde el principio… El bar no te dará más que disgustos. ¿Sabe mi
hermano lo que piensas hacer con el bar?
– Si. Se lo he contado todo.
– Quien se pondrá muy contento será Bob… Y su buen amigo el herrero no digamos. Por cierto
que hace tiempo que no le hago una visita.
– Tú aun tienes algo de disculpa… Pero yo…
– ¿Tampoco has ido a verle?

Magnolia hizo un movimiento negativo con la cabeza.

– ¿Qué te parece si le hacemos una visita esta tarde?


– Prepárate a escuchar un buen sermón…
– ¿Qué ocurrió por fin con nuestros hombres, Steve?
– Será mejor hablar de otra cosa… Bob está detenido por haberles defendido.
– ¿Qué dices…? ¡Y lo habéis consentido!
– Tranquilízate, Leslie… A Bob no le ocurrirá nada. Le pondrán pronto en libertad… Y puedes
estar segura de que nada hemos podido hacer. Las amenazas de nuestro padre surtirán su
efecto no tardando mucho. Ya lo veras.
– ¡Pobre Bob! Todo el mundo está en contra suya…
– Menuda sorpresa le espera a todos… Cuando lo vean como propietario del bar de Magnolia
empezaran las averiguaciones.
– ¡Sobre todo ese cobarde de Calvert!
– Se me está ocurriendo una idea-dijo Magnolia-. ¿Qué os parece si dijera que Bob me ha
pagado quince mil dólares por mi negocio?
– Lo único que conseguirías con ello es complicarle la vida –añadió Steve-. Creerán que había
robado ese dinero.
– Esa es precisamente mi intención.

Leslie reía de buena gana.

– Os dejare solas para que habléis con libertad de vuestras cosas –dijo Steve-. Yo daré una
vuelta por los terrenos del rancho.
– ¿No quieres ver primero como ha quedado la casa?

Steve miro a su hermana y entro en ella.

25
Las dos muchachas le siguieron.

Steve fue saludado por los dos vaqueros que había en el interior.

Acompañado por uno de ellos recorrió todas las habitaciones de la casa.

– Era una pena que este rancho estuviera tan abandonado –dijo Steve.
– Desde luego. parece ser que a partir de ahora no volverá a estarlo.
– ¿Es cierto que Magnolia piensa criar ganado?
– Creo que sí.
– ¿Qué hará con el bar?
– Lo venderá.
– Vivirá mucho más tranquila en este rancho.
– Así es. Y será mucho más respetada.
– Fue una pena que muriera su padre…
– Olvídalo… Está quedando todo muy bien.
– Todavía hay trabajo para unos cuantos días…
– No corre mucha prisa. La semana que bien, Magnolia ira con mi hermana y conmigo a Fuerte
Worth. El capitán Alstyne nos ha invitado a la fiesta que piensa dar en el fuerte con motivo
de su ascenso.
– El padre de Magnolia era muy amigo del capitán. Estuvo a sus órdenes durante bastante
tiempo. Creo que estuvieron en la academia juntos.

Steve miro sorprendido a su interlocutor.

– ¿Quién te ha dicho eso?


– Se lo oí decir hace tiempo al capitán en el California.

Como Leslie y Magnolia entraban en ese momento, cambiaron de conversación.

– ¿Qué te parece, Steve? –dijo Magnolia.


– Está quedando muy bien… Dentro de poco será este uno de los mejores ranchos de la
comarca.
– Daré una gran sorpresa al capitán Alstyne.
– Mayor querrás decir…
– Bueno, en realidad todavía no ha ascendido.
– Naturalmente que sí. Desde el momento que le han comunicado el ascenso, se ha
convertido en el mayor Alstyne.
– Está bien Steve… ¿Ira Norman Livingstone a fuerte Worth?
– Sospecho que no… Y esta vez está justificado el que se quede… Tendría que quedarme yo si
fuera él.
– ¿Por qué? –inquirió un poco molesta Leslie.
– Hay mucho trabajo.
– ¿Para qué quiere papa al capataz?
– ¿Qué dices? Sabes que el que hace las funciones de capataz soy yo. ¿Pretendes insinuar que
debo ser yo el que se quede?

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– En realidad en Frank quien hace las funciones de capataz en el equipo. Por lo menos, en
ausencia vuestra, puede quedar como tal.
– No es lo mismo, Leslie… Esta vez estoy de acuerdo con papa… Me parece muy bien que se
quede.
– Está bien. Está bien… Ya sé que estoy equivocada.
– No empecéis a discutir –dijo Magnolia-. Mejor será que nosotras tratemos de preparar la
comida.

Steve miro a las dos sorprendido.

– Compadezco al hombre que se enamore de ti…


– Lo mismo suelo decirle yo a Magnolia. Sin embargo ella no me hace caso.

La sangre acudió de golpe al rostro de la joven.

Avergonzada se metió en la cocina.

Leslie guiño un ojo a su hermano y siguió el mismo camino que su amiga.

Steve movió la cabeza un poco enfadado.

Pidió a uno de los vaqueros que estaba poniendo en orden y en condiciones de poder habitar la
casa, que le acompañara saliendo ambos a hacer un pequeño reconocimiento por los alrededores.

Steve no podía imaginar que pudieran existir pastos como los que estaba viendo.

– Ya lo creo que se criara buen ganado aquí –murmuro.


– ¿Decías algo? –le pregunto su acompañante.
– ¡Oh, no…! Me refería a esos pastos.
– Ya quisieran muchos ranchos de esta comarca tener unos pastos como esos… Es posible que
por eso tuviera interés mister Lumberton en comprar este rancho.
– Ha hecho muy bien Magnolia en no vender.
– Me gustaría pedirte un favor, Steve.
– ¿Qué te ocurre?
– Me gustaría trabajar para Magnolia en este rancho. Supongo que tendrá que buscar gente
y he pensado…
– ¿Por qué no se lo has dicho a ella? Le dará una gran alegría… No va a ser fácil buscar buena
gente. A ti te conoce y no creo que haya problemas.
– Si he de ser sincero, la verdad, es que no sé porque no me he atrevido a decírselo…
– No te preocupes. Cuando regresemos hablare con ella. Este rancho tiene que empezar a
funcionar dentro de poco.
– Gracias, Steve.
– Será mejor que vuelvas a la casa. Yo tengo que ir a ver a mi padre.
– ¿Quiere que te acompañe?
– Tardare un poco en volver.
– Tienes razón. No había pensado en ello. Hasta la vuelta, Steve.

Este sonrió y se alejó al galope.

27
CAPITULO V

Cuatro días más tarde, Leslie y Magnolia se dirigían a Fuerte Worth para asistir a la fiesta
que el capitán Alstyne iba a dar.

Steve y el herrero caminaban delante hablando de sus cosas.

– He sido una pena que tu padre tuviera que quedarse en el rancho –decía el viejo herrero-.
Él y yo nos divertiríamos a nuestra manera.
– Ten mucho cuidado, Alvin… Como se entere mi hermana que mi padre vuelve a beber, ya
te puedes preparar. Siempre que papa abusa un poco de la bebida da la casualidad que ha
estado contigo… Y no intentes convencer a mi hermana… Ya la conoces.
– Vuestro padre lleva una buena temporada sin beber. ¿Quién crees que le ha convencido?
– Yo estoy enterado de todo, Alvin… Sé que incluso has tenido que dejar de beber por
conseguir que mi padre no lo hiciera. Mi hermana es muy testaruda y esto no le entra en la
cabeza.
– ¡Pues tendrá que entrarle!
– No hables tan alto… Como nos oiga tendré que soportarla yo también.

Al ver el gesto que hizo el herrero, Steve reía de buena gana.

– ¿Cuándo diablos vamos a llegar a ese fuerte? Por las horas que llevamos de camino ya
deberíamos estar en él.
– Hablas como si fuera la primera vez que vas… Y estoy seguro de que sabrías ir con los ojos
vendados hasta el fuerte.
– Es que este viaje se me está haciendo más largo que ningún otro.
– Pronto divisaremos el fuerte. En cuanto lleguemos a esa loma.

El herrero espoleo su montura.

Los caballos estaban un poco cansados acordando ambos que llegaran las muchachas para
tomarse un pequeño descanso.

Animales y jinetes lo necesitaban.

Leslie y Magnolia uníanse a ellos poco después.

– ¡Menos mal que habéis permitido tomar un pequeño descanso! –exclamo Leslie-. ¡No hay
quien soporte este calor…!

Bajo unos árboles dejáronse caer sobre la fresca hierba.

El herrero tomo a los animales de la brida y los acerco a un pequeño arroyo.

Y les dejo beber hasta que no quisieron más.

Como ya estaban cerca del fuerte no tenían prisa.

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Leslie y Magnolia hablaban de sus cosas sin hacerles caso a ellos.

Una hora después decidieron reanudar la marcha.

– ¿Por qué tenéis tanta prisa? –dijo Leslie-. Aquí se está muy bien.
– Todavía quedan unas cuantas millas de camino… -observo su hermano-. La llanura engaña
mucho… No creas que esta tan cerca como parece.
– ¡Bah! Si lo tenemos ahí enfrente. Ya descansareis cuando lleguemos.

Sin que nadie protestara, emprendieron la marcha.

En silencio, una hora después, Leslie pensaba en lo que su hermano le había dicho.

Comprobó ser el quien tenía la razón, pero no quiso decirle nada.

Magnolia, como si hubiera podido adivinar los pensamientos de su amiga, la miro y sonrió.

Poco después llegaban al fuerte.

El soldado que estaba de guardia abrió la puerta al reconocerles.

– Hola muchacho –saludo el herrero-. ¿Qué whisky hay en la cantina?


– Hola, Alvin. A juzgar por lo que dice el cantinero bastante mejor que el que venden en Dallas.
– ¿Quién ha dicho esa barbaridad?
– ¿Ya estás pensando en beber Alvin? –dijo Leslie-. Debí aconsejar al capitán que no te
invitara.

El soldado se echó a reír.

Leslie le miro con rabia y entro en el fuerte.

Veíase mucha gente en el patio.

Aunque la mayoría eran militares, veíase algún vaquero que otro.

Un soldado conocido de ellos se acercó para hacerse cargo de los caballos.

– El mayor les está esperando –dijo.


– ¡Vaya! Al principio me costara acostumbrarme –añadió Steve-. ¿Dónde podemos
encontrarle?
– El y su esposa entraron hace un momento en la vivienda… Pregunto muchas veces por
ustedes. Tanto el cómo su esposa creen que no venían.
– No he visto nunca tanta gente en el fuerte como hoy.

Despidiéndose del saldado, Steve y el herrero se dirigieron a la vivienda del mayor.

Leslie y Magnolia charlaban animadamente con la esposa de este cuando entraron.

– ¡hola Steve! –saludo la esposa del mayo-. Ya creímos que no vendrían ninguno… Ya os
esperábamos ayer por la tarde o esta mañana.
– No se puede caminar muy de prisa viniendo con mujeres.

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– ¿Qué te parece Magnolia? ¡Creen que solamente ellos pueden estar horas y horas sobre un
caballo!

Todos acabaron riendo.

Después de los saludos de rigor, dieron la enhorabuena al del ascenso.

– A todos los que conocemos a tu esposo nos va a costar trabajo llamarle mayor… Me imagino
lo orgulloso que estarás.
– Te lo puedes figurar, Leslie… Lo que me tiene intranquila es el nuevo destino de mi esposo.
– No le hagáis caso –inquirió el mayor-. Sabes que todavía no hay nada cierto, Linda. Y el
coronel prometió ayudarme.
– Sé que tú mismo no confías en lo que te ha prometido el coronel. Nunca os habéis llevado
muy bien. Puede estar seguro de que como tenga oportunidad de enviarte a otro sitio lo
hará… ¿Qué vamos hacer? Mis huesos empiezan a cansare de tanto viajar… Como tengamos
que irnos echare de menos este fuerte.
– Vamos, querida. Nuestros invitados nos esperan.
– Todavía no ha salido el coronel. Ni tú te has puesto el nuevo uniforme.
– ¡tienes razón…! ¿Dónde lo has puesto?
– En nuestra habitación.
– Disculparme un momento.

La esposa del mayo se llevó a Leslie y Magnolia hasta la cocina.

Steve y el herrero quedaron solo esperando que el mayor volviera a aparecer.

– ¿No te has dado cuenta de una cosa, Steve?


– La verdad es que no sé a qué te refieres.
– Algo tiene preocupado al mayor.
– Creo que tienes razón. También yo me he dado cuenta.
– Cuando salgo le pediré que nos hable con claridad. Tal vez podamos ayudarle en algo.
– Los problemas que tenga el mayor serán de índole militar. Dudo que nosotros podamos
ayudarle.

Abrióse la puerta de la habitación en la que el mayor se había metido apareciendo este


sonriente con su nuevo uniforme.

– ¿Qué tal me sienta?


– ¡Estupendamente! –exclamo el herrero.
– ¿Adónde se ha ido mi esposa?
– Esta con mi hermana y Magnolia en la cocina –respondio Steve.
– Venid conmigo. Quiero que sean ellas las primeras en verme con este uniforme.
– Espera un momento, Jasper –dijo el herrero-. Antes Steve y yo tenemos que decirte algo.

El militar les miro sorprendido.

– ¿Os ocurre algo?


– A nosotros nada. Sin embargo, creemos que eres tú el que tiene algún problema.

30
– ¿Qué decís?
– Es inútil que trastes de fingir. Sabes que a mi te será difícil engañarme. Hace muchos años
que nos conocemos.
– Está bien. Si no os importa, hablaremos de esto en otro momento. ¿Me acompañáis hasta
la cocina?
– A la orden mayor Alstyne
– Cuidado con las bromas, soldado. En un día como hoy no quisiera tener que enviar a nadie
al calabozo.
– ¡Vaya! ¿Qué te parece Steve?

Este, sin poder contener la risa, le golpeo cariñoso en la espalda, siguiendo ambos al mayor.

Al entrar en la cocina oyóse una exclamación general.

Linda beso a su esposo, sin importarle la presencia de los demás.

Alguien llamo a la puerta, saliendo la esposa del mayor a ver quién era.

– Hola soldado, ¿Qué desea?


– El coronel está esperando a su esposo.
– Gracias. Yo se lo diré.

Saludando militarmente se alejó el soldado.

Minutos después salía el mayor acompañado por Steve y el herrero.

Como estos no podían entrar en el despacho del coronel, decidieron dar una vuelta por la
cantina.

Había en ella tanta gente que hacía difícil dar un paso en el interior de la misma.

Pero a pesar de esta gran dificultad, consiguieron alcanzar el mostrador.

El cantinero al fijarse en el herrero, se acercó a saludarle.

– ¿Qué haces por aquí, Alvin?


– Fui invitado por el capitán Alstyne a esta fiesta
– Mayor Alstyne querrás decir.
– Cuando fui invitado era capitán todavía. He oído decir que tienes buen whisky.
– ¿Cuándo lo he tenido malo?
– Recuerda que la última vez que estuve aquí no pude beberme el whisky que me serviste.

Los soldados que estaban cerca del herrero se echaron a reír.

– ¡No empecemos, Alvin! Serias capaz de beber veneno y estás haciendo asco a mi whisky.
– Sabes que se distinguir el bueno del malo. Supongo que lo mismo les ocurrirá a muchos.
¿Sabes por qué el whisky que vende Polasky es el mejor del fuerte? Porque es el único que
lo vende.

31
Polasky, que así se llamaba el cantinero, miro con sabia al herrero.

Las risas le pusieron nervioso.

Varios soldados, desde la puerta de la cantina, anunciaron que el baile iba a dar comienzo,
precipitándose la mayoría hacia la salida.

Steve y el herrero disfrutaban contemplando el espectáculo.

La protesta y amenazas se sucedían con frecuencia.

Minutos después solamente un vaquero quedo en el extremo del mostrador.

Era contemplado con curiosidad por Steve y Alvin.

– Estoy por asegúrate que ese vaquero es más alto que tu –dijo el herrero.
– Lo mismo estaba pensando yo. Por eso estoy deseando verle separado del mostrador. Está
un poco inclinado.

Alvin llamo al cantinero.

– No quiero nada contigo, Alvin. Tus bromas empiezan a molestarme.


– Sabes que no hago nada con mala intención. Ahora dime una cosa. ¿Quién es el que está en
el lado del mostrador?
– No le conozco. Creo que va de paso.
– ¿Te has fijado bien en su estatura?
– Ya lo creo. Los soldados se rieron de mí cuando le dije que bajara de la silla. Creí que en
verdad estaba en una de ellas.

Mientras tanto, Steve se acercó al forastero.

– Perdona –dijo-. Espero que no te moleste lo que voy a decirte.

Sonriendo, aquel forastero se volvió hacia Steve.

Fue cuando se dio cuenta de lo joven que era.

– Habla.
– Es que mi amigo y yo hemos hecho una pequeña apuesta referente a tu estatura. Él ha dicho
que eres bastante más alto que yo y…

Steve miro con sorpresa al forastero cuando se separó del mostrador.

– ¿Qué te ocurre?
– ¡Ya lo creo que eres más alto que yo!

Alvin se acercó sonriendo.

– ¿Te convences ahora, Steve? –dijo.


– Sírvanos bebida, Polaski. No volveré a apostar con este viejo zorro.
– ¿Es que no pensáis asistir a la fiesta?
– Queda mucho tiempo para divertirse.

32
– Hasta que no salgáis vosotros no poder cerrar.
– Esa fiesta no es para hombres de tu edad. No encontraras una sola mujer para bailar con
ella.

El forastero reía de buena gana.

– No me extraña que no encuentre con quien bailar. Estoy seguro de que la mayoría de las
mujeres que viven en este fuerte tienen que odiar al cantinero.
– ¡Un momento amigo…! ¿Por qué?
– A juzgar por el whisky que estas vendiendo tienen que odiarte a muerte.

El vientre del herrero se movía aparatosamente al reír en la forma que lo hacía.

– ¡Fuera de aquí! ¡Estoy cansado de vuestras bromas!


– Todavía no hemos terminado la bebida que nos has servido –dijo el herrero.
– ¡Si es tan malo podéis dejarlo! No os cobrare un solo centavo por ella. Terminad pronto.
Quiero cerrar.
– Podrás divertirte en la fiesta.
– Es que a mí nadie me ha invitado. Y no me agradaría que me tomaran por un intruso.
– No debes preocuparte por eso. Nosotros te invitamos. Me llamo Steve Livingstone.
– Mi nombre es Jeff Allison. Voy a Dallas.
– ¿Tienes algún familiar en esa ciudad?
– No. Busco trabajo. Y como me han dicho que allí sería fácil encontrarlo, me puse en camino
en seguida.
– Tal vez nosotros podemos proporcionártelo.
– Me han hablado de un tal mister Lumberton. Creo que es el que mejor paga. Soy un buen
vaquero y no creo que tenga ningún inconveniente en admitirme en su equipo.
– Habéis empezado diciendo que eres amigo del él.
– No soy amigo ni conozco a nadie. Trabajare para el hombre que mejor me pague. Aceptare
la invitación que me habéis hecho hace un momento. Esta fiesta debe estar animada.

Polaski, al quedar solo, cerró la cantina.

Steve, Alvin y el forastero entraron donde se estaba celebrando el baile.

La orquesta se componía de tres hombres.

Los instrumentos eran un viejo piano y dos guitarras.

Las jóvenes parejas danzaban al compás de los viejos bailables que interpretaba la orquesta.

Leslie y Magnolia bailaban sin descanso.

Oliver Lumberton y el juez de Dallas ocupaban un asiento en la mesa del coronel.

Los tres hablaban animadamente.

– Hay que reconocer que la hija de Norma es una mujer que llama la atención –dijo Oliver.
– Como que en los muchos años que tengo no creo haber visto nada parecido –añadió el
coronel.

33
– Mi capataz hace tiempo que va detrás de ella.
– Ya me he dado cuenta –agregó el coronel-. No hace más que seguir los pasos de esa
muchacha. Pero me da la impresión de que no le hace mucho caso.

El herrero, aprovechando la oportunidad que se le presento, se acercó a Leslie y la invito a bailar.

– ¿Dónde está mi hermano? Magnolia y yo os hemos estado buscando.


– Anda por ahí con un vaquero al que hemos conocido en la cantina. Parece un buen
muchacho. Es muy posible que se quede con Magnolia a trabajar. Recibiréis una gran
sorpresa cuando le conozcáis.

Pero Alvin no quiso decir a que se debería la sorpresa.

34
CAPITULO VI

– Estas preciosa esta noche, Leslie.


– No vuelvas a pedirme que baile contigo, Dickens. Tengo muchos compromisos.
– ¿Por qué me odias tanto? Yo no tengo la culpa de que tu padre y mi patrón se lleven mal.
Hace tiempo que tengo ganas de decirte una cosa y nunca he tenido oportunidad de
hacerlo. ¿Por qué no te casa conmigo, Leslie?
– ¿Qué dices? ¿Te has vuelto loco?
– Puedo ofrecerte toda clase de comodidades. Tengo bastante dinero ahorrado.
– ¿Tanto te paga tu patrón? ¿O es que le has robado a él también?
– ¡Leslie!
– ¡Si he bailado contigo no ha sido porque deseaba hacerlo! Por respeto al mayor no he
querido dar un espectáculo. ¡Te odio con toda mi alma! Hasta sería capaz de matarte si
tuviera un arma a mi alcance.
– Todo el mundo está pendiente de nosotros.
– ¡No me importa! Lo único que quiero es que me dejes en paz.

En ese momento preciso terminaba el bailable, marchando Leslie a reunirse con Magnolia y la
esposa del mayor.

Díose cuenta Magnolia de que algo le ocurría a su amiga y se alejó con disimulo con ella.

Una vez en el patio se dirigieron a la vivienda del mayor.

La puerta estaba abierta y entraron en ella.

Leslie rompió a llorar.

– ¿Qué te ha ocurrido?
– ¡Dickens está dispuesto a hacerme la vida imposible! ¡El muy cobarde se ha atrevido a
pedirme que me case con el…!
– No le hagas caso.
– ¡De haber llevado la fusta…!
– Piensa en el mayor, Leslie. No le des ese disgusto. Yo hablare con tu hermano.
– ¡No! No quiero que se entere. Siento vergüenza de mi misma por no haberle cruzado el
rostro a ese cobarde. ¡La próxima vez que vuelva a molestarme lo hare!

Media hora después más tranquila, Leslie regreso con Magnolia al baile.

Al entrar se encontraron con Steve y Jeff.

¡Vaya! –Exclamo Steve-. Precisamente os estábamos buscando. Quiero presentaros a este buen
amigo ¿De dónde venís?

– Salimos a dar un paseo –mintió Magnolia-. Hace demasiado calor aquí adentro.
– Supongo que ya podremos bailar con vosotras ¿verdad?

35
– De vosotros depende.

Jeff estrecho la mano de las dos muchachas, riéndose por los comentarios que estas hacían de
su estatura.

– ¡Me da la impresión de estar frente a un gigante! –exclamo Magnolia.


– Sin embargo, a tu amiga no le ocurre lo mismo –añadió Jeff-. Ella es bastante más alta que
tú.

Bailaron repetidas veces sin que nadie se metiera con ellos.

Steve no estaba dispuesto a separase de Magnolia.

Jeff resulto ser un muchacho simpático, quien con sus bromas consiguió hacer olvidar a Leslie
su preocupación.

Avanzada la noche, se anunció un pequeño descanso.

El mostrador que había sido improvisado con motivo de la fiesta estaba lleno de gente.

Leslie y Magnolia se reunieron con la esposa del mayor.

Y como también le apetecía beber algo, decidieron ir las tres para poder hacerlo con
tranquilidad a la vivienda del mayor.

Jeff, con disimulo, se acercó al militar recién ascendido, diciéndole en voz baja:

– Tengo necesidad de hablar con usted urgentemente mayor.


– Ahora no puedo… ¡Jeff!
– Procura disimular. Hay muchas gentes pendientes de nosotros.
– ¿Qué haces aquí?
– Ahora no podemos hablar. Estoy con unos buenos amigos suyos.
– Te vi con ellos, pero no te conocí. ¡Hay que ver lo que has crecido!

Sonrió Jeff y se alejó.

La fiesta volvió poco después a su animación anterior.

Oliver y el juez se separaban del coronel.

El mayor les observaba en silencio.

Jeff bailaba tranquilamente con Leslie cuando recibió un brusco tropezón.

– ¡Ten cuidado, zanguilargo! ¡Ah! ¡Hola Leslie! Te estaba buscando. Recuerda que me
prometiste este baile.
– ¡Eres un cobarde! ¡Yo no te he prometido nada!

Las parejas, pendiente de la discusión, iban dejando de bailar.

– ¡Este baile me lo has prometido y te he estado buscando!


– ¡No bailare contigo ni aunque me lo pida el propio coronel!

36
Dickens palideció visiblemente.

– Ya lo has oído, amigo –inquirió Jeff-. ¿Por qué no nos deja en paz?
– ¡Tú tienes la culpa de lo que está ocurriendo…!
– Cuidado, amigo…

El mayor llegaba en ese momento.

– ¿Qué ocurre? –inquirió.


– ¡No se meta en esto, mayor!
– Hablare con su patrón para que le ordene que se retire.

Varios soldados rodearon a Dickens.

Oliver se puso nervioso al ver al mayor dirigirse hacia la mesa.

– Mister Lumberton, diga a su capataz que salga en seguida de aquí antes de que me vea
obligado a detenerle por incorrección.
– No se lo tome en cuenta, mayor…

Varios gritos hicieron volverse al militar.

Las mujeres corrían asustada de un lado a otro.

Dickens intentaba abrazarse a Jeff sin conseguirlo.

Los soldados aplaudían entusiasmados.

– Déjeles que peleen, mayor –ordeno el coronel-. Servirá de distracción a los demás. También
a mí me agradan las peleas sin armas.

Jeff no hacía más que esquivar los golpes de Dickens.

– ¡No huyas, cobarde! ¡Ya verás lo que hago contigo cuando consiga abrazarme a ti!
– Estas perdiendo facultades, amigo. Hay que saber reservarse como yo. Estas perdiendo
energías inútilmente. Mira cómo se ríen de ti.

Con la cabeza por delante, Dickens intento golpear a Jeff.

Un ágil salto basto para esquivarlo, pasando Dickens como una exhalación a su lado.

Al no poder controlarse por la pérdida del equilibrio fue a estrellarse contra un grupo de
soldados, derribando a varios de al suelo.

Oliver, cansado de ver como su capataz hacia el ridículo, abandono su asiento y se acercó al
lugar de la pelea.

Dickens tenía el rostro cubierto de sudor.

– ¡Acaba de una vez con él, Dickens! –dijo en voz alta, Oliver.

Aprovechando Jeff el ataque de Dickens, salto hacia un lado empujando violentamente a Oliver,
saliendo este despedido contra unas mesas, contra las que se golpeó violentamente.

37
Varios curiosos se acercaron para atenderle.

Díose cuenta el mayor que todo había sido intencionado, sintiendo una gran satisfacción.

Cansado. Jeff dijo:

– Será mucho mejor que demos por solucionado esto. Tu patrón ha sufrido las consecuencias
sin necesidad.
– ¡Te voy a matar!
– ¿Qué motivo te he dado para que quieras matarme?
– ¡No huyas! ¡Pelea! ¡Eres un cobarde!

Jeff se echó a reír.

Dickens caminaba con lentitud hacia él.

Leslie grito asustada al ver que Dickens conseguía abrazarse a Jeff.

Pero había una gran diferencia entre ambos, saliendo Dickens despedido, como impulsado por
algún resorte.

Rodo por el suelo aparatosamente.

Y cuando se ponía de nuevo en pie, Jeff ya estaba a su lado.

Sus puños entraron en acción cayendo con exactitud matemática y a una velocidad de vértigo
sobre el rostro de Dickens.

Los soldados sin importarles la presencia del coronel y la del mayor, aplaudían entusiasmados.

Dickens sosteníase con dificultad en pie.

Alcanzado de lleno en el estómago, se encogió sobre si, recibiendo un fuerte rodillazo en el


rostro que le obligo a estirarse nuevamente.

Como un pesado fardo se desplomo sin conocimiento.

Tenía el rostro completamente deformado.

Al fijarse en él, el coronel ordeno a unos soldados que le llevaran a la enfermería, para ser
atendido por el médico militar, a quien este pequeño incidente se le estropeo la fiesta.

Mister Lumberton también tuvo que ser atendido por el médico.

Se había roto una ceja al golpearse contra las mesas.

Este no hacía más que pedir al coronel que detuviera a Jeff.

Pero, demostrando una gran inteligencia, el coronel no le hizo caso.

Jeff fue elevado en hombros por varios soldados, siendo conducido a la cantina.

Con esto la fiesta se dio por terminada.

La esposa del mayor estaba aún nerviosa.

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– Acaba de darme una gran sorpresa ese muchacho. Temía que el capataz de mister
Lumberton hiciera con lo que había prometido.

Poco a poco fueron retirándose todos los invitados.

El mayor acompaño a su esposa y a las dos muchachas que iban con ella hasta la vivienda.

Estuvo haciéndoles compañía un buen rato, decidiendo después salir a dar una vuelta por el
patio.

– Di a ese muchacho que tenga cuidado Jasper. Intentaran vengarse de él los amigos de ese
cobarde al que ha golpeado tan merecidamente.
– Ya es hora de que marchéis a la cama. Tenéis que estar muy cansadas con lo que habéis
bailado.

Minutos después se retiraban a descansar las tres mujeres.

El herrero se quedó también en la vivienda.

Steve, mezclado entre los militares seguía en la cantina sin poder acercarse a Jeff.

Al aparecer el mayor en la cantina, los soldados fueron apartándose un poco.

– No sabe cuánto agradezco que haya venido, mayor –dijo Jeff-. Esta gente estaba dispuesta
a emborracharme. Lamento lo ocurrido. No he podido evitar el tener que pelear con ese
hombre.
– No tiene que disculparte. El coronel autorizo la pelea. Ya es hora de retirarse, soldados. ¿No
piensas cerrar hoy Polaski?
– Me han comunicado que llegaran unos caravaneros de madrugada, mayor. Ya no creo que
tarden mucho.

Al mayor le sorprendió la noticia, pero supo disimular.

Minutos después todos los soldados se habían retirado.

– Has dado una buena paliza al capataz de mister Lumberton, muchacho –dijo el mayor-. Me
alegro de veras. En adelante, ya puede, tener cuidado con él.
– Gracias mayor.
– Creo que los dos os deberías retirar a descansar.
– Antes le presentare a este muchacho –dijo Steve.

Para el mayor fue un momento emocionante cuando tuvo que estrechar la mano que Jeff le
tendía.

Este, con disimulo, le dijo al mayor donde pasaría la noche.

El militar no tuvo más remedio que acompañar a Steve a la vivienda.

– ¿Por qué no ha venido tu padre, Steve? Linda está un poco disgustada.


– Había mucho trabajo en el rancho. No podíamos venir todos.
– Lo comprendo.

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– ¿Por qué no viene su esposa con nosotros a pasar una temporada en el rancho?
– Estoy pendiente de mi nuevo destino. Aunque no le he dicho nada a Linda, y a pesar de lo
que el coronel ha prometido, es casi seguro que tenga que abandonar este fuerte. Lo siento
porque ya me había encariñado con él.
– ¿No hace falta un mayor aquí?
– Si. Pero hay muchas cosas que algún día te podre explicar…
– Mi padre tiene razón. Él está convencido de que el coronel te odia.
– No hagas mucho caso a tu padre. Desde poco después de venir a este fuerte, tu padre viene
diciendo lo mismo.
– Y es muy posible que no se equivoque…

Hizo un seña el mayor a Steve para que guardara silencio.

Se encontraban ante la puerta de la vivienda y no quería que su esposa pudiera oírles.

Una vez dentro, Steve se despidió del mayor.

Este espero a que transcurriera un poco de tiempo.

Cuando se convenció de que Steve se había quedado dormido, volvió a salir.

Movióse con rapidez oculto entre sombras de la noche.

Jeff le estaba esperando.

Abrazáronse los dos emocionados.

– No conocía a tu esposa –dijo Jeff.


– Por suerte ella tampoco te conoce a ti. Aunque temía que pudiera hacerlo, por lo tanto que
le hable de ti y de tus padres. ¿Qué tal se encuentran?
– Muy bien los dos. Ahora te explicare el motivo que me ha traído aquí. Están ocurriendo
cosas muy raras en el territorio de Texas. Tu carta confirmo las sospechas de mi padre. Ya
puedes tener cuidado. Sé que no es mucho lo que te aprecia el coronel de este fuerte. Pero
no temas, a pesar de las cartas que han llegado a manos de mi padre pidiendo tu traslado,
no te moverás de aquí.
– ¡Si pudiera decírselo a Linda, se pondría muy contenta!
– Será mejor que no le digas nada. El menor error que cometamos podría costarnos la vida a
los dos. Existe una buena organización por esta zona. El senador Allison confía en nosotros.
Mi padre no sabe que estoy aquí.
– ¡Es una locura que hayas venido!
– Ya no tiene remedio, Jasper. Buscare trabajo en Dallas. De la forma que sea estaré
continuamente en contacto contigo. Steve me hablo de esa muchacha que se hospeda en
tu casa.
– Su padre era un buen militar. Creo que había descubierto algo cuando le mataron.
– Estoy enterado de todo. Leí tu carta.
– Entonces no hace falta que te explique nada. Mañana mismo hablare con Magnolia. Le diré
que vienes recomendado por un buen amigo.

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– No está mal pensado. Trabajando en el rancho de esa muchacha, podre moverme con
libertad. Supongo que tendrás hombres de confianza en el fuerte, ¿no es así?
– Desde luego.
– Cada vez que salga una patrulla, debes procurar que alguno de esos hombres forme parte
de ella.
– Hare todo lo que pueda.
– No te preocupes por el coronel. ¡Ah! Para que tu esposa este tranquila puedes enseñarle
esta carta que me dio mi padre. Aconséjala que no hable con nadie de esto.

El mayor abrió la carta, pero no puedo leerla por no haber claridad suficiente para ello.

Se la guardo en uno de los bolsillos y se despidió de Jeff.

Este se metió en las cuadras y pasó el resto de la noche junto a su caballo.

Al amanecer, un grupo de caravaneros entro en el fuerte.

Jeff, sin que nadie pudiera verle, les observaba en silencio.

Los carretones venían cargados de material agrícola.

El jefe de los caravaneros entro en la cantina acompañado de tres de sus hombres.

Polaski estaba dormido en la trastienda.

Al oí ruido en la cantina despertó sobresaltado.

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CAPITULO VII

– Lamentamos haberle despertado –dijo como saludo el jefe de los caravaneros al ver a
Polaski-. Nuestras gargantas necesitan un poco de alcohol. Entre el polvo que hemos
tragado y el miedo que nos han hecho pasar los indios, estamos materialmente destrozados.
– Hace tiempo que los indios están tranquilos.
– Hay varias tribus un poco excitadas. Cerca de la frontera con Oklahoma hemos encontrado
una diligencia asaltada por esos salvajes. ¡Si fuera yo el presidente de la Unión no dejaría
uno solo con vida!
– Al coronel le interesara lo ocurrido. Conviene estar preparado. ¡Yo también odio con toda
mi alma a esos salvajes! ¿Van muy lejos?
– A San Antonio.
– ¡Ya lo creo! Sera mejor que pasen unos días en el fuerte.
– En cuanto nos lo autorice el coronel, así lo haremos.
– No hará falta que pidan «autorización».

El jefe de los caravaneros miro a sus acompañantes.

Por lo que acababa de decir el cantinero, sabían que todo estaba preparado.

Un soldado de guardia se presentó en la cantina.

– ¿Quién de ustedes es el jefe de la caravana?


– Yo. ¿Por qué?
– El coronel quiere verle.
– Ahora mismo. Llevad a las mujeres todo lo que necesiten. No creo tarde mucho en volver.
Seguramente que el coronel quiere preguntarme algo acerca de los indios.

Dando media vuelta salió de la cantina acompañado por el soldado que había entrado a
buscarlo.

Leslie y Magnolia se levantaron muy tarde.

La esposa del mayor se vio obligada a despertarlas a la hora de comer.

– ¿Qué tal habéis dormidos?


– Ya lo has visto –respondio Leslie-. Si no nos despierta hubiéramos continuado durmiendo
hasta mañana ¿Por dónde andan mi hermano y Alvin?
– Salieron a dar una vuelta. Mi esposo está en la enfermería. Creo que el capataz de mister
Lumberton ha pasado muy mala noche. El médico no se ha separado de él un solo momento.
– Él se lo ha buscado. Ese muchacho no quería pelear.
– Si resulta que ese muchacho viene recomendado a mi esposo. Un buen amigo de Jasper le
ha enviado aquí. Busca trabajo y piensa hablar contigo, Magnolia. Mi esposo ha pensado
que podía trabajar en tu rancho.
– Encantada de tenerle en él. Parece un buen vaquero.

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– Por lo que dicen a mi esposo en la carta que ese muchacho le ha entregado creo que te seria
difícil encontrar otro como él.

Steve y el herrero entraron en la vivienda.

– ¿Hace mucho que os habéis levantado? –pregunto el hermano de Leslie.


– Ha tenido que despertarnos Linda. Estábamos rendidas.
– Pues ya podéis ir preparando vuestras cosas. Esta tarde saldremos para Dallas. Prometimos
a papa que regresaríamos lo antes posible.
– Esperad por lo menos hará mañana –dijo la esposa del mayor.
– También tú vendrás con nosotros, Linda. Tu esposo quiere que pases una temporada con
nosotros en el rancho.
– No debo dejarlo solo.
– Te sentara muy bien unos días en el rancho.
– Steve tiene razón, Linda –entro diciendo el mayor.
– ¡Jasper!
– Traigo buenas noticias. Acaban de comunicarme mi nuevo destino.
– ¿Hacia dónde tendremos que ir ahora?
– Nos quedamos aquí.
– ¿Es cierto eso?
– Lee esto y te convencerá. Acaba de entregármelo el coronel.

La esposa del mayor lloraba emocionada.

Jeff entro detrás del mayor.

Entre todos convencieron a Linda para que pasara una temporada en el rancho de los
Livingstone.

Después hablo el mayor con Magnolia referente al asunto de Jeff.

– Basta que sea recomendado de usted para que sea mi hombre de confianza. Una persona
así es lo que deseaba encontrar.

Jeff dio las gracias al mayor y a Magnolia.

– Bueno si os vais a ir esta tarde, será mejor que vayas preparando tus cosas Linda. Voy a dar
otra vuelta por la enfermería. El capataz de mister Lumberton no está muy bien al parecer.
Cuando llegue a Dallas ya puedes tener cuidado con los vaqueros de ese rancho, muchacho.
Todos ellos querrán vengar a su capataz.
– Hablare con el sheriff de esa ciudad cuando llegue.
– Mejor será que no lo hagas –dijo Leslie-. De nada te servirá. El sheriff que tenemos en Dallas
es un servidor más de mister Lumberton.
– Conozco un método que les hará entrar en razón.

Al decir esto, golpeo las armas que llevaba a sus costados.

Y con el fin de que todo estuviera listo para la tarde, los hombres dejaron solas a las mujeres.

43
Mister Lumberton y el juez se reunieron con el coronel en el despacho de este.

– No tendré más remedio que dejar aquí a mi capataz, coronel. En las condiciones que se
encuentra no quiere el medico que se mueva.
– Puede marchar tranquilo sobre ese particular, mister Lumberton. Estará aquí todo el tiempo
que necesite.
– Gracias. ¿Hacia dónde van esos caravaneros?
– Han tenido algunos problemas con los indios. Estuve hablando con el jefe de esos hombres
hace unos momentos. Se dirigen a San Antonio…
– Creía que eran…
– Y lo son mister Lumberton. Hacía ya unos cuantos días que les estaba esperando. Pero no
se llevaran la mercancía que han venido a buscar.
– ¿Por qué?
– Los bandidos andan un poco excitados. Conviene esperar unos cuantos días.
– ¿Quién se llevara esas armas?
– Esa gente que ha visto ahí afuera.
– ¿Se quedaran aquí?
– Un par de días más.
– ¿Se sabe algo del asunto del mayor?
– Algo raro ha debido suceder. El mayor Jasper Alstyne se quedara aquí.
– ¿Eeeeeh…? ¿Qué dices?
– Háblame con más respeto, Oliver. El soldado que está en la puerta puede oírnos.
– ¡Es una locura que se quede aquí!
– Bajo mis órdenes no ocurrirá nada. El día que necesitemos hacer cualquier «envió» buscare
un pretexto para alejarlo.
– A pesar de todo, sigo pensando que es una equivocación.
– El asunto que ahora interesa es lo de Dallas. Lewis ya debe saber algo a esta hora.
– Ya conoces el sistema. Si es necesario se le quita de en medio. A sus hijos será más fácil
convencer.
– ¿Por qué no registramos esas tierras a nuestro nombre? –observo el juez-. En el peor de los
casos obtendríamos grandes beneficio con la explotación de esos terrenos.
– Te conformas con poco, Marlon. Has cambiado notablemente. ¿No te parece mejor que
seamos nosotros quienes los explotemos?

El juez miro nervioso al coronel.

– Si… Ya lo creo que será mejor.


– Entonces a trabajar todos para conseguirlo. Mi apoyo os servirá de mucho.
– Como este largo tiempo aquí el mayor, ya veremos de que nos sirve tu ayuda. Eso es asunto
mío. Lo nuestro está en Dallas.
– Está bien. Más vale que no tengas que arrepentirte. Marlon y yo salimos ahora mismo.
– Suerte.

44
Tan pronto llegaron a la ciudad, Steve y su hermana marcharon directamente al rancho.

Magnolia y Jeff se detuvieron en la ciudad un momento.

– Ese es el bar del que te he hablado.


– Se pondrá muy contento ese amigo que tiene. Me gustaría conocerle.
– Con seguridad que lo encontraremos en el taller del herrero.
– Alvin se ha ido sin despedirse de nosotros.
– No lo oíste porque estabas hablando con Steve. Ahí enfrente tenemos el taller.

Los dos cruzaron la calle.

Bob, el hombre a quien Magnolia pensaba dejarle el negocio estaba allí.

El herrero y el tenían la conversación muy animada.

Pero pronto se dio cuenta Magnolia de que algo les ocurría.

– Eh. ¿Es que no hacéis caso a nadie?


– Entra, Magnolia. Bob me está contando lo que ha ocurrido durante nuestra ausencia.
– Hablad con claridad de una vez si queréis que me entere.
– El padre de Steve ha perdido una fortuna en el juego.
– ¿Qué dice? ¡Prometió a su hija delante de mí no volver a jugar!
– ¿Cuánto ha perdido?
– Firmo un documento por valor de veinte mil dólares.
– ¡No puedo creerlo!
– Es cierto, Magnolia. Yo vi a Norman jugar. A última hora creo que jugo estando borracho.
– ¿Quién le gano ese dinero?
– Archer.
– ¡Ese hombre es un ventajista!
– Fue Norman quien le retó. Primeramente jugaron con dinero sobre la mesa. En esa partida
Norman perdió los cinco mil dólares que tenía en el Banco. Después, creyendo que podría
recuperarlos, jugo frente al rancho.

Jeff les escuchaba en silencio.

Mientras tanto, Steve al enterarse de lo que había hecho su padre, se presentó en el California.

Calvert le salió al encuentro.

– Hola, Steve –saludo sonriente-. Me imagino a lo que vienes y espero que no me culpes de
nada de lo que ocurrió. Esta vez fue tu padre quien provoco a Archer.
– ¿Dónde está Archer?
– Allí sentado lo tienes.

Steve descubrió al ventajista y se dirigió a él.

– Archer… quiero hablar contigo.


– Hola Steve. Puedes hablar. Te escucho. No puedo dejar a estos amigos.

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– ¿Dónde tienes el documento que te dio mi padre?
– Guardado en sitio seguro. ¿Por qué?
– Quiero que me lo entregue
– ¿Piensas entregarme el dinero?
– ¡Ese documento no tiene validez! ¡Mi padre estaba borracho cuando jugo!
– ¿Quién te ha contado esa historia? Había muchos testigos presenciando la partida. Puede
preguntar a cualquiera de ellos si lo deseas. Yo no tengo la culpa que tu padre haya querido
jugar tan fuerte.

Interrogados varios de los testigos que habían presenciado la partida, Steve se convenció que
su padre había tenido que perder la cabeza.

Regreso junto al ventajista y le dijo:

– ¿Puedes darme a mí una oportunidad de recuperar ese dinero?


– Si lo que quieres es jugar puedes sentarte.
– Deseo hacerlo frente a ti solamente.
– Depende de la cantidad
– Tengo cinco mil dólares ahorrados. ¿Es suficiente?

Los ojos del ventajista adquirieron un brillo especial.

– No está mal. ¿Dónde tienes ese dinero?


– Tendré que ir al rancho por él.

La noticia se extendió con rapidez por toda la ciudad.

Steve fue aconsejado por varios amigos para que no se enfrentara con el ventajista.

– Te ocurrirá lo mismo que a tu padre –le decían-. No juegues.


– Tengo que hacerlo. Mi padre asegura que estaba borracho cuando jugo. En estas
condiciones no puede tener validez el documento que firmo.
– Como no entregues tu padre ese dinero, tendréis que abandonar el rancho.
– ¡Eso no lo sueñes! El rancho está a nombre de mi hermana y mío. Por consiguiente, somos
nosotros los únicos dueños de él. De todas formas, intentare recuperar el dinero que perdió
mi padre.
– No lo hagas, Steve. Con esos cinco mil dólares podréis arreglar de momento.

Monto a caballo Steve y galopo hacia el rancho.

La partida que iba a celebrarse era de las llamadas interesantes, acudiendo en grupo los curiosos
al California, lugar donde iba a celebrarse la partida.

Jeff y el herrero fueron los primeros en llegar.

Situárnosle cerca de las mesas donde iban a enfrentarse los dos contendientes para poder
presenciar los movimientos de ambos.

Magnolia acompañaba a Leslie.

46
Y entre las dos vigilaban al padre de la muchacha.

Norman estaba tan desesperado que temían cometiera cualquier locura.

Poco después se presentaba Steve en el saloon.

Archer le recibió con una sonrisa.

– ¿Has traído el dinero?

Sin responder, Steve lo puso sobre la mesa.

Archer hizo lo mismo.

– Antes de comenzar a jugar, y para que no ocurra lo mismo que con tu padre, será mejor que
avisemos al sheriff. Que presencie él la partida para que no haya lugar a dudas
– Si pierdo no diré nada.
– Después de lo que me ha ocurrido no confió. Eres tú el que me ha retado.
– Y lo sostengo.

A pesar de todo, uno de los empleados del salón marcho con instrucciones de su jefe a ver al
sheriff.

No tardo el de la placa en presentarse en el local.

Steve y el ventajista estaban a punto de comenzar la partida.

– Hola Steve. Veo mucho dinero encima de la mesa. ¿Intentas recuperar lo que perdió tu
padre? No pierdas los estribos.
– Gracias por el consejo. ¿No le importa mantenerse alejado de la mesa? Me pone nervioso.
– Yo prefiero que el sheriff presencie la partida.
– No te preocupes, amigo. Hay demasiados testigos a nuestro alrededor.
– No vengas a quejarte a mí si pierdes.
– Descuides sheriff. Confió en tener más suerte que mi padre.

Archer demostró una gran habilidad al barajar los naipes.

Las primeras jugadas fueron de tanteo sin que ninguno de los dos ganara gran cantidad.

Jeff y el herrero les observaban en silencio.

Hasta el momento no había puesto ningún truco en práctica el ventajista.

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CAPITULO VIII

Dos horas más tardes, Steve perdía mil quinientos dólares.

Sin comprender lo que estaba ocurriendo movía sus manos torpemente al repartir los
naipes.

Un sudor frio cubría su frente.

– Si quieres podemos dejarlo Steve –dijo el ventajista-. Me da la impresión de que no te


encuentras bien.
– Todavía confió en que cambie la suerte.

Jeff descubrió a una de las empleadas que estaban detrás de Steve haciendo señas al ventajista.

Sin decir nada al herrero se acercó a la mesa y dijo a Steve.

– ¿Por qué no descansas un poco? Yo ocupare tu puesto mientras tanto. De esta forma puede
cambiar tu suerte.

Comprendió Steve que Jeff tenía interés en jugar y se puso en pie.

– ¿No te importa que este amigo continúe la partida?


– Claro que no. Espero que tampoco te moleste si tu amigo pierde el dinero que te queda.
– No le hubiera dejado jugar si me molestara.

Steve se puso en pie y se acercó al mostrador.

El herrero le siguió en silencio.

– Estas muy nervioso, Steve. En estas condiciones no se puede jugar.


– ¡Estamos perdiendo, Alvin! ¿Por qué habrá hecho esto mi padre?
– Ya no tiene remedio. Sin embargo, tengo el presentimiento de que Jeff va a tener suerte.
Tengo confianza en ese muchacho.

Jeff, que se había dado cuenta de los trucos que empleaba el ventajista le tendió su primera
trampa.

Al repartir este los naipes correspondió cortar a Jeff.

Y sin ver la partida que había ligado, dijo:

– Soy hombre de corazonadas. Sin ver lo que hemos ligado cada uno, sería capaz de jugarme
todo el resto.

Los ojos de Archer brillaron de alegría.

– Me agrada jugar con jugadores así. Si empujas tu resto hacia el centro de la mesa, yo
aceptare el envite.

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– Contare primero el dinero.

Mientras lo hacía, muchos de los espectadores contenían hasta la respiración.

– No es necesario que sigas contando -añadió Archer-. Tienes que tener tres mil quinientos.
Gano exactamente mil quinientos que hacen cinco mil con que hemos empezados
– Es una pena no tenga más dinero. Tengo el presentimiento de que voy a ganar.
– Si estás tan seguro puedes aumentar tu resto.
– No es mala idea. Pondré de mi bolsillo tres mil para que haga la cantidad justa que tú tienes
en la mesa.

Archer, creyendo estar ante un novato, estaba seguro de ganar ya que había sido el quien había
repartido los naipes, poniendo en práctica uno de sus trucos favoritos.

Steve y el herrero se acercaron para presenciar la jugada.

Pero Steve no tuvo el suficiente valor y regreso al mostrador.

Un sudor frio cubría su frente.

Archer, después de aceptar el envite, pidió a Jeff que pusiera al descubierto su jugada.

Su sonrisa murió a flor de labios cuando este lo hizo.

– No está mal –dijo Jeff-. Con un trio de ases se puede ganar.

Un poco nervioso Archer puso al descubierto su jugada.

Su rostro quedo sin color al ver que solamente había ligado una doble pareja.

– Acércate Steve –llamo el herrero.

Suponiendo lo que había ocurrido, Steve corrió hacia el herrero.

– ¡Mira! ¡Jeff acaba de ganar los cinco mil dólares a Archer!

Estaba tan emocionado Steve que tuvo que retirarse para que no le vieran llorar.

– Las pocas veces que he jugado al poquer –decía Jeff-, siempre que este me ha dicho algo,
no me ha engañado nunca.

Jeff se refería al corazón

– ¡Has tenido demasiada suerte! –arrastro Archer.


– Lo mismo que tú la tuviste antes.
– ¡Tendrás que seguir jugando!
– Eso depende
– ¡He perdido mucho dinero! ¡Tendrás que darme una oportunidad para poder desquitarme!
– Te advierto que hoy es mi día de suerte. Perderás más dinero si continúa jugando.
– ¡Eso ya lo veremos!
– ¡Estoy cansado de estar tanto rato aquí!
– ¡No está bien que te retires porque has ganado!

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– De acuerdo, pero será con una condición. Sobre la mesa hay trece mil dólares. Buscare los
siete mil que faltan para completar los veinte mil y te los jugare contra el recibo que por la
misma cantidad te ha firmado el padre de mi amiga. ¿Aceptas?
– ¡Naturalmente que acepto! ¡Te creía más inteligente!
– ¿A qué viene eso?
– Dentro de poco lo sabrás. Mientras tú vas en busca de ese dinero que te falta, yo pediré al
propietario de este local que me entregue el recibo que Norman me firmo. Le pedí que me
lo guardara en lugar seguro.
– Yo te daré el dinero que necesitas Jeff. No tendrás necesidad de ir a buscarlo a ningún lado.

Todas las miradas se con centraron en el herrero.

Archer entro en la parte privada del local reuniéndose con Calvert en el despacho de este.

– ¿Qué te ha ocurrido Archer? ¡No te confíes de ese muchacho!


– Vamos Calvert. Fui yo quien preparo los naipes. Se nos presenta una buena oportunidad.
– ¿Y si ocurriera lo mismo?
– ¿No confías en mí? ¡No ocurrirá lo mismo si es lo que te preocupa! ¡Veremos si quiere jugar
de igual forma que lo hice antes! ¡Son veinte mil dólares los que va a poner en juego!
– Lo que interesa es el rancho y no ese dinero.
– Mejor será conseguir las dos cosas, ¿No crees?

Calvert entrego el documento al ventajista, golpeándole este cariñosamente en la espalda al


salir.

Sonriente, apareció Archer en el local.

– Empezaba a cansarme de esperar –dijo Jeff.


– ¿Has traído el dinero?
– No tardara en llegar el herrero con él. Creo que ha ido al banco.
– Mientras no llegue no podemos empezar a jugar.
– ¿Traes el documento?
– Si. Aquí esta.
– ¿Puedo verlo?
– ¿Para qué?
– Quiero convencerme de que es el que firmo el padre de mi amigo.
– Ahí está. Si conoces su firma te convencerás.

Jeff pidió a Steve que se acercara.

– ¿Es esta la firma de tu padre?


– Si. No hay duda.
– ¿Tranquilo ya?
– Cuando quieras podemos empezar a jugar.
– Hasta que llegue tu amigo el herrero no lo haremos. ¡Ah! Supongo que no tendrás
inconveniente en aceptar el envite como yo antes si tengo una corazonada como la tuya.

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– Depende del momento en que lo hagas. Si creo que voy a perder, seria del género tonto
aceptar el envite. Para ello tenemos que sentir ambos la corazonada, ¿no crees?

El herrero entraba en ese momento.

Se acercó a la mesa y entrego a Jeff varios fajos de billetes.

– Ahí tienes los siete mil dólares que te hacían falta –dijo.

Cuando los dos jugadores se disponían a comenzar el juego, volvió a hacerse un gran silencio en
todo el local.

Para confiar al ventajista, Jeff le permitió ganar unos cuantos dólares al principio.

Media hora después volvía a recuperarlos.

La muchacha que estaba detrás de Jeff hacia verdaderos esfuerzos por ver las jugadas que este
ligaba.

Con disimulo, Jeff levantaba los naipes con cuidado para que ella no pudiera verlos.

El ventajista que estaba frente a él empezó a sentirse nervioso.

Como en la vez anterior, repartió Archer los naipes, poniendo ahora en práctica un truco que
nunca le había fallado.

Díose cuenta Jeff, cambiando por completo la jugada al cortar.

– Ahora soy yo quien tiene el presentimiento de que voy a ganar. No me importaría jugar todo
mi resto contra el tuyo sin ver lo que hemos ligado.
– El corazón me dice que debo aceptar. Y como ya estoy cansado de jugar, acepto el envite.

Las piernas de Steve comenzaron a temblar.

Otra vez tuvo que retirarse.

Por su imaginación pasaban infinidades de cosas.

Los gritos y aplausos del herrero le hicieron volverse con rapidez y dirigirse a la mesa.

Jeff acababa de ganar nuevamente.

– Esto se acabó amigo –dijo Jeff con naturalidad-. Ya tenía ganas. En realidad, lo único que he
hecho es conseguir el dinero que el padre de mi amigo perdió frente a ti.

El sheriff aprovechando que todos estaban distraído, marcho al despacho de Calvert para
comunicarle lo sucedido.

– ¡Le dije que tuviera cuidado! ¡Lo ha echado todo a rodar!


– ¡Ese muchacho no debe salir con ese documento de aquí! ¡Oliver se volverá loco cuando se
entere!

Calvert se llevó las manos a la cabeza.

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Despidiese de él el sheriff y abandono el edificio por la parte trasera.

Jeff seguía discutiendo con Archer.

– Toma, Steve. Guárdate ese documento. Cuando llegues a tu casa se lo entregas a tu padre.
Y no hará falta que le digas nada. Puedes estar seguro de que no volverá a tocar un naipe.
– ¡No te dejare salir de aquí! –grito Archer-. ¡Es demasiada la suerte que has tenido!
– Cuando tú ganaste ese dinero al padre de mi amigo, ¿Cómo lo hiciste?
– ¡Tuve más suerte que el!
– Lo mismo ha ocurrido ahora.
– ¡No es cierto! ¡Has hecho trampa!
– Cuidado amigo. El único que ha hecho trampa has sido tú. Pero empleabas trucos muy
viejos. No comprendo cómo no se han dado cuenta los que juegan contigo. Deja las manos
donde las tienes. Me veré obligado a matarte como continúes moviéndote.

Los curiosos les dejaron totalmente aislado.

Dos de los empleados de la casa se acercaron a Archer.

– Este hombre tiene razón –dijo uno de ellos-. Nosotros te vimos hacer trampas.
– ¿Sois empleados de la casa?
– ¡Eso a ti no te importa!
– Es para que se den cuenta los demás que están de acuerdo los tres. Os advierto que la vida
para mi tiene mucho más valor que todo el dinero que hay sobre la mesa.

Archer movió con rapidez sus manos, siendo imitado por sus compañeros.

Jeff, dejándose caer hacia un lado con el fin de apartarse de la trayectoria de los posibles
disparos, disparó desde las fundas arrancando de las gargantas de los testigos una exclamación de
admiración.

Archer tenía los brazos partidos.

Sus dos compañeros yacían sin vida en el suelo.

Ambos tenían un pequeño orificio en la frente por el que se les había escapado la vida.

– ¡Me estoy desangrando…! –decía con dificultad Archer-. ¡Avisad a un médico…!


– Voy a colgarte por cobarde –dijo Jeff-. ¡Trae una cuerda Steve!
– ¡No! ¡No me cuelgues!

Steve se presentó con la cuerda.

Jeff sin escuchar las suplicas del ventajista, lo colgó de la primera viga que encontró.

El, Steve y el herrero abandonaron la ciudad.

Galoparon sin descanso hasta llegar al rancho de los Livingstone.

Leslie y Magnolia, al descubrirle desde el interior de la casa, salieron corriendo.

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Norman, temiendo que su hijo hubiera perdido el dinero que les quedaba, les observaba en
silencio desde la ventana de su habitación.

Pero al ver a su hija abrazarse a su hermano y a Jeff supuso que algo raro había sucedido.

Sin atreverse a salir se dejó caer sobre la cama.

Minutos después sus hijos llamaban a la puerta.

– ¡Abre papa! –gritaba, contenta, Leslie-. Steve quiere darte una sorpresa.

Avergonzado, Norman abrió la puerta.

Leslie se abrazó a él.

– ¿Qué significa esto?


– Esto es para ti, papa –dijo Steve.

Norman recogió el papel que su hijo le entregaba y lo examino con rapidez.

– ¿Quién te lo ha dado?
– Debes agradecérselo a Jeff. Él fue quien recupero todo lo que tú perdiste. Cuando
intentábamos salir del California, Jeff se vio obligado a matar a dos empleados de ese local
y a Archer.

Unas rebeldes lágrimas cubrían los ojos de Norman.

Tan emocionados estaba que no pudo hablar.

Una hora después marchaba Jeff con Magnolia al rancho de esta.

Steve hablo con los vaqueros del equipo poniéndose todos muy contentos al conocer lo que
había sucedido.

Frank era el único que estaba preocupado.

Mientras tanto, Calvert se presentaba con el sheriff en el saloon de su propiedad.

El enterrador, sin que nadie le avisara, se presentó en el local.

Registro primeramente los cadáveres guardándose el dinero que encontró en sus bolsillos.

Contento porque los clientes habían sido buenos, se retiró con ellos.

El sheriff interrogo a los testigos.

Miro en silencio a Calvert y se retiró.

Todos hablaron a favor de Jeff.

Oliver y los dos técnicos llegados de Austin continuaban en la oficina del juez.

El sheriff se reunió con ellos para darles a conocer los resultados de sus interrogatorios.

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– ¡A Archer le está bien empleado! –dijo nada más entrar-. Todos consideran que ha sido justo
lo que ha hecho ese muchacho.
– ¡Mejor ha sido que lo haya obligado! –exclamo Oliver-. ¡En buen lio nos ha metido ese inútil!
También Calvert ha tenido en parte culpa de todo esto. Sabía demasiado lo que significaba
para nosotros ese documento. Ahora ya veremos lo que hacemos. ¡Hemos tenido en
nuestras manos y le hemos dejado escapara por idiotas!
– Tranquilízate Oliver. Ya no tiene remedio.
– ¡Lo menos que pudo hacer Calvert fue decírmelo!
– Estoy de acuerdo contigo. ¿Qué conseguirías con gritar ahora? No debemos perder la
cabeza. Pronto encontraremos una solución a este difícil problema.
– ¡No sé cómo!
– Espera… Acaba de ocurrírseme una idea.
– Estoy seguro de que escucharemos alguna tontería. Todas tus ideas son siempre igual.

El juez guardo silencio.

– ¡Habla de una vez! –grito Oliver.


– Creo que tenías razón. Es una tontería lo que iba a decir.

Púsose de pie Oliver dando una patada a la silla antes de abandonar el despacho.

– Déjale, Marlon –aconsejo Lewis-. Pronto se le pasara el enfado. Pero hay que reconocer que
tiene motivo para estar así.

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CAPITULO IX

Steve y su hermana Leslie visitaban con frecuencia el rancho de Magnolia.

Hacia dos semanas que ninguno de los dos aparecían por la ciudad.

Por indicación de Jeff, Magnolia había comprado unos cuantos terneros, aumentando
considerablemente de pesos todos ellos en el poco tiempo que llevaban en el rancho.

El equipo en realidad aún no se había formado.

De momento lo componían Jeff y los dos vaqueros que habían ayudado a Magnolia a poner
la casa en condiciones de ser habitada.

En las horas libres, Jeff enseñanza a sus dos compañeros a manejar el Colt.

De vez en cuando también hacían ejercicios con el rifle.

Los dos hermanos Livingstone se presentaron en el rancho encontrando a Magnolia sola en


la casa.

– ¿Por dónde anda tu capataz? –pregunto Steve.


– Estará con los otros dos cuidando el ganado. Suelen regresar tarde.
– ¿Cuándo vas a decidirte a comprar más ganado?
– En cuanto me lo ordene mi capataz. Según el, parece ser que no es el momento adecuado.
¿Cómo no ha venido la esposa del mayor?
– Ha ido a la ciudad. Su esposo le comunico en una carta que llegaría hoy.
– ¡Vaya! Que callado lo tenía.
– Creí que mi hermano te habría dicho algo.
– Discúlpame Magnolia. Se me olvido decírtelo. No me mire así Leslie. Ya sé que te he
engañado. No tenía ganas de oírte gruñir, por eso te dije que se lo había dicho a Magnolia.
– No os quedéis ahí. Se está mucho mejor dentro ¿Sabéis algo de Alvin? Hace mucho tiempo
que no viene por aquí.
– Los mismos hemos estado comentando nosotros. Es extraño que no venga a vernos.
– ¿Estará enfermo?
– Nos hubiera avisado de ser así.

Cuando entraban en la casa se oyó el galope de varios caballos.

Steve salió a comprobar quienes eran los visitantes.

Sonriendo volvió a entrar.

– Tu equipo regresa a casa -dijo.


– ¿Qué les pasará para venir tan temprano?

Jeff y los dos compañeros desmontaron ante la puerta de la casa.

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Las dos muchachas y Steve salieron a recibirles.

– ¡Hola! –saludo Jeff-. No sé cómo os habéis atrevido venir con este calor.
– ¿Es que te has olvidado de la apuesta que hiciste conmigo ayer? –dijo Leslie.
– ¡Ah! Hubiera sido lo mismo otro día. Es una locura hacer correr a los caballos con este calor.
– No tardara en ponerse el sol.
– Te advierto que mi caballo vencerá con facilidad.

Leslie se echó a reír.

– Me hace gracia oír hablar así de ese penco.

El caballo de Jeff relincho con fuerza en ese momento.

– No le gusta que le llamen penco –dijo Jeff-. Por eso ha protestado.

El gesto de Leslie causo gracia a los demás.

– ¡Escucha no crea que te va a ser fácil tomarme el pelo!


– ¡Leslie!
– No intervenga en esto, Steve. Tenía ganas de decirle a este presumido que es un fanfarrón.
– ¡Cállate, Leslie! Es mucho lo que tenemos que agradecerle a Jeff.
– Nada tiene que ver una cosa con la otra. Sabes que no soporto a los fanfarrones y él está
demostrando ser uno de los mayores que he conocido.
– ¿En qué te fundas para asegurar de esta forma que Jeff es un fanfarrón?
– ¿No oíste lo que dijo?
– ¿No puede ser tú la equivocada?
– ¡Vaya! ¿También tu estas dispuesto a apostar en favor de ese penco?

Volvió a relinchar con fuerza el caballo de Jeff y se acercó a Leslie con intenciones de golpearla.

– ¡Sujeta a ese caballo si no quieres que le mate! –grito Leslie.

Los ojos de Jeff se clavaron en ella hiriéndola como puntas de alfileres.

– Si intentas algo contra ese caballo, sería capaz de colgarte delante de tu propio hermano.
– ¡Leslie!
– ¡Te he dicho antes que me dejes en paz, Steve! ¿Qué se habrá creído ese fanfarrón?
– Si tan segura estas que tu caballo es muy superior al mío ¿Por qué no hacemos una pequeña
apuesta?
– ¡Todo lo que quieras!
– No me refiero a dinero. Algo que te dolerá mucho más. Si soy yo el que vence te daré tres
fuertes azotes.
– ¡De acuerdo! ¡Y si soy yo la que vence tendrás que abandonar este rancho!
– No hagas caso de mi hermana Jeff. Te acostumbrara pronto a su temperamento.
– ¡La idea de la apuesta ha partido de él!
– Será mejor que vayamos al rancho. Papa puede necesitarnos.
– ¡Antes de irme de aquí demostrare a ese fanfarrón que su caballo no vale para nada!

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– Tienes una hermana más testaruda que una mula, Steve. Es una lástima.
– ¡No me llames testaruda o…!
– ¡Leslie! ¿Qué vas hacer?
– ¡Basta, Steve! ¡Déjame en paz de una vez!

Intervino Magnolia con ánimos de llevarse a Leslie.

Pero todo esfuerzo fue inútil.

Sonriendo, Jeff le dijo a Leslie.

– Aclaremos de una vez todo esto... cerca de donde está el ganado existe una gran llanura.
Creo que será un buen terreno para probar nuestros caballos.

Sin responder, Leslie se dirigió a su caballo.

Jeff hablo con Steve, pidiéndole que les dejaran ir solos.

– Volveremos enseguida –termino diciendo.

Los dos jóvenes se alejaron.

Al llegar al lugar indicado por Jeff se detuvieron.

– ¿Qué te parece el terreno?


– No está mal. ¿Que recorrido vamos hacer?
– Considero que será suficiente con ir hasta donde empiezan los árboles y dar la vuelta.
– Cuando quiera. Yo estoy preparada.
– Bien. Listo…. ¡Ahora!

Leslie castigo duramente a su montura.

Relincho con fuerza el animal para iniciar una veloz carrera.

Pronto le dio alcance Jeff y galopo a su lado.

Sin darse cuenta de lo que hacía, Leslie continúo castigando a su caballo.

En el camino de regreso, Jeff se adelantó sin hacer el menor esfuerzo.

Leslie, con ánimo de darle alcance, castigo duramente a su montura.

Llego a la meta Jeff, pero al mirar hacia atrás se dio cuenta que Leslie no podía controlar a su
caballo.

El animal enloquecido por el duro castigo a que había sido sometido, no obedecía.

– ¡Vamos, «Rock»! –grito a su caballo, que así se llamaba.

Asustada, Leslie gritaba pidiendo ayuda.

En varias ocasiones estuvo a punto de salir despedida por el cuello el animal.

Consiguió acercarse Jeff y la arranco de la silla con facilidad.

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Poco después, el caballo se estrellaba contra unas rocas, encontrando la muerte instantánea.

Leslie se abrazó a Jeff con miedo.

Comprendía que de no ser por él, habría muerto ella también.

Dementaron del caballo, acercándose Jeff a echar un vistazo al de Leslie.

Tenía la cabeza completamente destrozada.

Regreso junto a la muchacha y procuro tranquilizarla.

– Ha muerto, ¿verdad? –dijo ella.

Jeff asintió con la cabeza.

– No has debido castigarle tanto. Dentro de poco tendremos sobre nosotros a esas aves
carniceras. Se darán un buen festín con tu caballo.
– Pobrecillo. ¡Yo soy la culpable de lo que…!
– Ya no tiene remedio. Regresemos a la casa en mi caballo.
– Todavía no. Estoy muy nerviosa. Has ganado. Puedes cobrarte el importe de la apuesta.
– Te he demostrado que mi caballo era muy superior al tuyo y con ello es suficiente.

Leslie no se atrevía a mirar a Jeff.

Y cuando menos lo esperaba lo beso.

Jeff estaba tan sorprendido que no sabía qué hacer.

Pero después correspondió con igual forma.

– Te quiero, Jeff.
– Por favor, Leslie.
– No podía estar más tiempo callada. Creo que me enamore de ti la primera vez que te vi en
el fuerte.
– Si he de ser sincero, te diré que a mí me ocurrió lo mismo.
– ¿Por qué no me dijiste nada?
– No me atreví. Estoy seguro de que te hubieras reído de mí.
– Y yo que tenía celos de Magnolia.
– Menuda sorpresa les vamos a dar cuando lleguemos.
– ¡No le digas nada! Es mejor que no lo sepan.
– ¿Por qué?
– Así podremos reírnos de ellos.
– Voy a tener que darte los azotes que te he ganado.

Leslie se colgó de su cuello y lo beso.

Una hora después regresaron a casa.

Steve y Magnolia creyendo que les había pasado algo salieron corriendo a su encuentro.

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Leslie simulo estar asustada.

– ¿Qué ha ocurrido, Leslie? –pregunto intranquilo su hermano-. ¿Dónde está tu caballo?


– Para pasto de los buitres ha quedado… Gracias a Jeff conseguí salvar la vida. De no ser por
él me hubiera arrastrado hacia la muerte a mí también… Se estrelló contra unas rocas.
– Te advertí que tuvieras cuidado con el… Le castigabas demasiado.
– ¿Te encuentras bien, Leslie?
– Ya estoy mejor Magnolia… Hace muy poco tenía los nervios completamente destrozados.
– Podemos acercarnos a la ciudad para que te vea un médico… Te dará algo para clamarte los
nervios.
– No es necesario. Ya me encuentro bien.

Las dos mujeres se metieron en la casa.

Jeff, aprovechando que Steve estaba solo le dijo:

– Ven conmigo. Quiero que me acompañes a ver unas cosas… He descubierto algo esta
mañana que no hago más que pensar en ello.
– ¿De qué se trata?
– No estoy muy seguro aun… Por eso quiero que me acompañes.

Steve le miro intrigado.

Montaron los dos a caballo y se alejaron nuevamente del rancho.

Jeff iba en cabeza y Steve le seguía en silencio.

Cerca de donde estaba el poco ganado que Magnolia había comprado pasaba un arroyo.

Al llegar a él desmontaron, llevando a los animales de la brida.

Minutos después, Jeff se acercaba a las aguas y metía las manos en ellas.

– ¿No ves nada? –pregunto a Steve.


– ¿Qué quieres que vez?
– Fíjate bien en el agua.

Así lo hizo Steve, pero no encontró nada anormal.

– No es extraño. Te diré lo que yo veo. Fíjate ahora. ¿No ves esas manchas irisadas sobre el
agua?
– Si. ¿Qué quiere decir eso?
– Te lo diré. Pero tendrás que prometerme que no dirás una sola palabra a nadie.
– Cuenta con ello.
– Es muy probable que haya petróleo en cantidad en estos terrenos.
– Pero ¿Qué dices?
– Estoy convencido de ello… De todas formas lo averiguaremos entre los dos. Recuerda lo que
te dije, ni una palabra a nadie.
– ¿A Magnolia tampoco?

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– Tampoco… Mientras no estemos seguro, nadie debe saberlo. Primeramente tendremos que
hacer unos sondeos.
– Nunca he oído hablar de esas cosas, Jeff. Todo esto es muy extraño para mí.

Jeff extrajo un documento de uno de sus bolsillos y se lo entregó a Steve.

Este al terminar de leerlo, miro sorprendido a Jeff.

– ¡No podía imaginar que tú eras un técnico en asuntos petrolíferos!


– Ni nadie más debe saberlo… Eres la única persona en quien confió, Steve.

Steve quedo pensativo.

– ¡Claro! –exclamo. ¿Por qué no?


– ¿Qué te ocurre Steve?
– Pensaba en algo que es muy posible sea como yo creo… Tal vez sea esta la razón por la que
mister Lumberton se interesa tanto por nuestro rancho.
– ¡Tienes razón! Mañana haremos un pequeño reconocimiento en vuestras tierras.

Entre unas cosas y otras el tiempo transcurrió sin que ninguno se diera cuenta.

– Esta anocheciendo –dijo Jeff-. Será mejor que regresemos.


– Es cierto… Se nos ha ido el tiempo sin darnos cuenta.

Montaron a caballo y regresaron sin prisa.

Al llegar a la casa les extraño ver varis caballos en la barra.

– Tenemos visita –dijo Jeff-. ¿Conoces esos caballos?

Steve tuvo necesidad de acercarse a ellos.

– ¡Ya lo creo! –exclamo-. Ese que acabo de ver pertenece al mayor Alstyne.

Jeff tenía el presentimiento que el mayor venía a darles alguna noticia.

Después de amarrar sus caballos entraron en la casa.

El mayor les recibió con una amplia sonrisa.

– Creía que tenía que marcharme sin veros.


– Sentimos de veras haberle hecho esperar, mayor –dijo Jeff-. Salimos Steve y yo a dar un
paseo y nos hemos entretenidos. ¿Qué tal por el fuerte?
– Como de costumbre… Magnolia me ha dicho que está muy contenta contigo.
– No le hagas mucho caso mayor. Ya conoce a las mujeres. Suelen exagerar en sus cosas.

Jeff estuvo a punto de echarse a reír al fijarse en el gesto que hizo Leslie.

– Lamento no poder echar un vistazo al ganado… Mañana a primera hora regreso al fuerte…
Mi esposa quiere regresar conmigo.

Comprendió en seguida Jeff lo que el mayor quería decir.

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– No conviene que se la lleve. He oído decir que los indios andan un poco intranquilos por
aquella zona.
– No quise decirlo yo porque estaba seguro de que Linda no me hubiera creído. Lo que acaba
de decir es cierto, por eso estaré mucho más tranquilo si ella se queda aquí.

Entre Leslie y Magnolia consiguieron convencer a la esposa del mayor.

Media hora después las tres mujeres preparaban la cena.

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CAPITULO X

– No puedo perder mucho tiempo, Jeff. Dije a Linda que salía a dar un pequeño paseo… Vine
a Dallas porque tenía necesidad de verte.
– ¿Qué ocurre?
– He observado una maniobra muy extraña en el fuerte. He venido sin permiso del coronel.
– No has debido hacerlo.
– ¿Qué otra cosa podía hacer?
– ¿Qué es lo que has visto?
– ¿Recuerdas aquellos caravaneros que estuvieron en el fuerte?
– Si.
– Han vuelto a aparecer por allí… El jefe de esos hombres ha estado hablando con el coronel
durante mucho tiempo. Por la noche les vi cargar en los carretones unas cuantas cajas que
sacaron de la cantina y me da la impresión que en aquellas cajas iban armas.
– ¿Qué rumbón llevaban?
– Caminaban hacia el Sur.
– ¿Has podido averiguar lo que llevaban?
– No me atreví… Unos cuantos soldados les daban escolta.
– Has hecho bien.
– Antes de nada lee esta carta… La recibí hace unos días. Es de tu padre.
– ¿Le ocurre algo?
– No. Dice lo que tenemos que hacer en caso de necesidad. En Washington continúan
preocupado el contrabando de armas que se está haciendo en este territorio.
– Con tan poca claridad no puedo leer.
– Bajo aquella ventana podrás hacerlo.

Sin hacer mucho ruido se aproximaron a la ventana indicado por el mayor, pudiendo Jeff por la
luz que reflejaba hacia afuera, leer la carta.

– Hare por ver a ese inspector esta misma noche –dijo Jeff.
– No. Tú no puedes verle.
– ¿Por qué?
– Han hecho demasiada propaganda de ti en la ciudad… Alguien he hecho correr la voz que
eres un temible pistolero por cuya cabeza ofrecen dos mil quinientos dólares.
– ¿Dónde te has enterado de eso?
– Bob me encargo que te lo dijera. Hay varios hombres esperándote para matarte.
– El sheriff tiene que saber algo d todo esto… Le obligare a hablar.
– No es conveniente dar un mal paso ahora. Yo procurare entrevistarme con el inspector
Tallman… Tan pronto me vea en el California, estoy seguro de que me seguirá.
– ¿Y si hiciéramos creer a todos que ese inspector y yo somos viejos amigos? No se atrevería
nadie a seguir sosteniendo que soy un peligroso pistolero, ¿no te parece?

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– No está mal la idea… Pero antes he de hablar con ese inspector para ponerle al corriente
de todo.
– Te acompañare hasta cerca de la ciudad… Si tienes la suerte de ver a ese inspector tráele
conmigo.

Como puestos de acuerdo recogieron sus monturas y caminaron las primeras yardas con ellas
de la brida.

Cuando se hubieron alejado lo suficiente de la casa, montaron sobre los caballos obligándoles
a galopar.

Poco antes de llegar a la ciudad se detuvieron.

Y Jeff se puso de acuerdo con el mayor donde habría de estar esperándoles.

Entro el mayor en la calle principal y camino por el centro de la misma.

No era muy tarde, por eso se encontró con algunos conocidos a los que, como de costumbre,
tuvo que saludar.

La muchacha que servía de reclamo a la entrada del California le miro sorprendida.

– ¿Qué hace usted a estas horas por aquí, mayor? Como se entere su esposa no lo pasara
bien.
– Ella sabe que he venido aquí porque se lo he dicho… No podía dormir y me aburría en el
rancho.
– ¿Qué tal le va a Magnolia?
– Está muy contenta… Se alegra de haber dejado el bar.
– Más se alegrara el borracho que se ha hecho cargo de ese negocio.
– Conozco a ese hombre hace tiempo y merece todo mi respeto.

La muchacha trago saliva con dificultad.

Mezclóse el mayor entre los clientes de la casa, cediéndole muchos el paso al verle,
consiguiendo así llegar hasta el mostrador sin gran dificultad.

– ¿Qué desea beber mayor? –le pregunto el barman.


– Whisky.
– ¿Doble o sencillo?
– Sencillo

Bebió tranquilamente el whisky que le habían servido y se dejó ver por todo el local.

Tan pronto se enteró l propietario del mismo que estaba allí, salió a saludarle.

– Me encontraba un poco pesado y decidí dar una vuelta por la ciudad.


– A su esposa no le habrá hecho mucha gracia.
– Salgo con frecuencia a dar estos paseos después de cenar. Ya está acostumbrada. De todas
formas no estaré mucho tiempo aquí… Esta demasiada cargada la atmosfera.
– ¿Por qué no hace por divertirse un poco?

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– Eso no… Seria cuando mi esposase enfadaría y tendría sobrada razón para hacerlo.
– No tiene por qué enterarse.
– Agradezco su buena intención, mister Morgan… Pagare lo que he bebido y me iré.
– Esta usted invitado mayor… Es un honor para mí verle en mi casa.
– Nada tiene que ver una cosa con la otra.
– No insista mayor… Nadie le cobrar un solo centavo.
– Está bien… hasta otro día entonces.
– ¿Volverá mañana por aquí?
– Saldré muy temprano hacia el fuerte. Vine sin que supiera nada el coronel. Mi esposa se
encontraba un poco mal y me vine sin pedirle permiso.
– Que tenga suerte al llegar.
– Crea que la necesito.

Estrecho la mano que Calvert le tendía y abandono el local.

Estaba casi convencido que el inspector que iba buscando le había visto.

Por eso, cuando se encontró en la calle de vez en cuando miraba hacia atrás.

Sonrió a ver que un hombre salía después.

Como si no le hubiera visto camino con naturalidad a lo largo de la calle principal.

Cuando estaba llegando a los últimos edificios, un hombre se le acerco.

– Buenas noche, mayor.


– Buenas noches… Creo que nos hemos visto antes de ahora.
– Así es… Le vi en el California y Salí detrás de usted.
– ¿Inspector Tallman?
– Si… pero ¿Quién le ha dicho mi nombre?
– No importa eso ahora… Precisamente entre en ese saloon para que usted me viera.
– ¿Recibió la carta del senador Allison?
– Si. Y su hijo nos está esperando en las afueras. ¿Hablo con el sheriff como le pidió el
senador?
– Le deje hará una hora aproximadamente… Se empeña en que detenga al hijo del senador.
– Olvide ese nombre inspector. Conque diga Jeff será suficiente.

Minutos después llegaban al lugar en que Jeff estaba esperándoles.

Una vez hechas las presentaciones, Jeff pregunto al Inspector:

– ¿Cuántos hombres vienen con usted?


– Diez.
– Es muy posible que tengamos que necesitar más. De momento son más que suficientes.
– Así lo entendí yo…
– Ahora escuche con atención. Una caravana ha salido de fuerte Worth hace varias horas… El
mayor y yo creemos que van armas en los carretones que llevan… irán que son colonos que
van hacia el Sur…. No les hagan caso… Es muy posible que hasta las mujeres que van con

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ellos sean pagadas también… Sera mejor que vaya yo con ustedes. No pueden estar muy
lejos. Ya sabe lo que tiene que hacer cuando llegue al rancho mayor. Diga a mi patrona que
aunque no vuelva en todo el día no se preocupe. Puede decirle que me encontré con un
viejo amigo y que he tenido que ir con el hasta Alvarado… Busque a sus agentes, inspector.
Saldremos ahora mismo.
– Mucho cuidado –aconsejo el mayor-. Nada de andar con reparos… Disparen a matar si es
preciso.
– No se preocupe por nosotros mayor. Sabemos lo que tenemos que hacer. ¿No es así,
inspector? Y piense un poco en su coronel.
– No me hables de esa manera, Jeff… El inspector es de confianza y sabe quién eres… Tu padre
le escribió una carta.
– No debió hacerlo, pero en fin… Ya no tiene remedio. Llámame Jeff entonces inspector.
– Mi nombre es Franklin. Espero te guste.

Sonrió Jeff y estrecho la mano que tendía el inspector.

El mayor se despidió de ambos.

El inspector regreso a la ciudad para reunir a todos sus hombres.

Se encontró con uno de ellos en el bar de Bob y le hablo en voz baja.

– ¿Qué haces tú aquí?


– Los caravaneros no han llegado todavía a Austin, Oliver… Y según tu carta hace más de tres
semanas que han salido.
– ¿Qué dices…?
– Errol está preocupado… Dice que ha tenido que ocurrirle algo.
– Enviare a Dickens a fuerte Worth… Puede que allí sepan algo.
– ¿Qué tal se encuentra?
– Muy bien… ¿Vas a quedarte aquí hasta que el vuelva?
– Errol me pidió que así lo hiciera.
– Bien. Hospédate en cualquier sitio de la ciudad. ¿Tienes dinero?
– No mucho
– ¿Cuánto necesitas?
– Unos cien dólares aproximadamente.
– Te daré doscientos por si acaso. ¿Hace mucho que has llegado?
– No me he detenido en ningún sitio
– En el California encontraras a Tiffin… Pero mucho cuidado con los escándalos. Cada vez que
estáis juntos no sé qué demonios os pasa que no se reciben más quejas de vosotros. Si
Calvert tiene alguna habitación libre, será mejor que te quedes allí.
– ¿Qué ocurrió con ese vaquero que tanta lata os estaba dando? Me refiero al que golpeo a
Dickens.

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– Después de tener toda la propaganda hecha contra él no pudimos hacer nada. Resulto ser
un buen amigo de un inspector que anduvo por aquí… Wilson recibió la visita de ese
inspector, quien respondio por ese zanguilargo.
– ¿Port que no les quita de en medio de una vez? En Austin están esperando lo de esos
terrenos.
– Pronto serán nuestros… Según los informes de Lewis hay una fortuna en ese rancho.
– ¿A que esperáis?
– Anda. Ve a la ciudad. El negocio de las armas no crea que es ninguna tontería. A ti y a Errol
no os ha ido muy mal.
– ¡Bah! El que debe estar ganando dinero es el jefe. Todavía no he logrado saber quién es a
pesar del tiempo que llevo trabajando con vosotros.
– Y si de veras estimas tu vida, no intentes averiguarlo… Aparecería tu cadáver en cualquier
sitio…
– ¿Es que no soy de confianza?
– ¡Cállate!

Oliver dejo al vaquero y marcho en busca de su capataz.

Le encontró con varios de sus compañeros en la vivienda y le llamo.

Segundo después entraban los dos en la casa principal.

– ¿Sucede algo? –pregunto Dickens al fijarse en el rostro de su patrón.


– Creo que si… Los caravaneros todavía no han llegado a Austin.
– ¡No es posible!
– Creí que aun estaría aquí el socio de Errol… Los dos están muy preocupados porque no han
llegado los caravaneros.
– ¿Qué habrá podidos ocurrirles?
– Quiero que te encargues tú de averiguarlo… Llévate a los hombres que necesites.

El sheriff, al frente de un grupo de hombres, llegaba en ese momento al rancho.

El galope de los caballos fue oído por Oliver y Dickens, y salieron los dos de la casa.

Sin detener la marcha de su caballo desmonto el sheriff.

Los vaqueros salieron de la vivienda.

Pero el sheriff entro en la casa principal.

– ¿Qué te ocurre, Wilson?


– ¡Las armas que iban en los carretones, han desaparecido!
– ¿Eeeh? ¿Y los hombres que iban con ellas?
– Aparecieron todos muertos… ¡Esto se está poniendo feo, Oliver! Yo estoy seguro de que no
han sido los indios quienes atacaron como dicen.
– Si estaban todos muertos no hay por qué preocuparse.
– ¿Cómo sabremos que no hablo ninguno de ellos antes de morir?
– Si han sido los indios, como dicen, esa gente no hace ninguna clase de pregunta.

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– ¡Algo me dice que no han sido ellos!
– ¿Tienes miedo?
– ¡No es eso, Oliver!
– ¡Claro que sí! ¡Estas temblando! ¿A que has venido aquí con hombres?
– Vamos a dar una batida… Todos ellos creen que han sido los indios.
– Y es muy posible que sean ellos los que tienen razón… ¡Lárgate pronto de aquí!

Asustado, obedeció en seguida el de la placa.

Una vez que se hubieron marchado todos, Oliver envió a su capataz a fuerte Worth.

– Di al coronel lo que h ocurrido… si puedes procura que el mayor no te vea por allí.
– Si me pregunta algo diré que voy a visitar a un amigo.
– Si te hiciera alguna pregunta díselo al coronel. Procura estar pronto de vuelta… Habrá
trabajo dentro de poco. Hemos acordado matar todo el ganado de Norman… Tendrá que
vender cuando se encuentre sin una sola cabeza.
– Empezaba a aburrirme todo esto… Una pequeña fiesta nos vendrá muy bien a todos. Hare
por estar de vuelta lo antes posible.
– Cerciórate de que no te siga nadie.
– Descuida.

Al quedarse solo, Oliver paseo nervioso.

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CAPITULO XI

– ¡No he querido que me acompañara mi hijo, Wilson! ¡Ni una res me han dejado con vida
esos miserables!
– Sabes que haré todo lo que pueda Norman… Estoy cansado de recorrer los alrededores…
No es solo en tu rancho donde han matado el ganado. Otros han venido como tú a quejarse.
Si la comarca está invadida de cuatreros, ¿Qué puedo hacer yo?
– ¡Vergüenza debería darte llevar esa placa sobre tu pecho!
– ¿Qué culpa tengo yo de todo esto? ¡Os prometo que en cuanto eche mano de esos cobardes
los colgare en el centro de la ciudad para que sirvan de ejemplo a los demás!
– ¡Si hubiera sido el ganado de mister Lumberton ya estarías moviéndote por ahí!
– ¡Me estoy cansando de escucharte! ¡No dices más que tonterías! ¡No voy a tener más
remedio que detenerte como continúes hablando así!
– ¿Por qué no me detienes? Anda… ¿A qué esperas? Te da miedo, ¿verdad?
– ¡Cállate!
– ¡No quiero! Pronto vendrán otros a pedirte cuentas.

Dicho esto, Norman abandono la oficina.

El sheriff empuño un rifle y estuvo a punto de dispararle por la espalda.

Dándose cuenta del grave error que iba a cometer lanzo el rifle contra el suelo.

Mientras tanto, Jeff y Steve efectuaban una pequeña inspección entre el ganado muerto.

Buscaban cualquier cosa que pudiera darles una pista.

– ¡Mira Jeff! –exclamo Steve-. Acabo de encontrar algo que puede sernos muy útil.

Jeff fue hasta donde estaba Steve.

– Esa espuela parece de plata.


– Claro que lo es… Debió rompérsele a uno de esos cuatreros.
– Guárdala y no digas nada. Esta noche daremos una vuelta por la ciudad. Tenemos que
encontrar al hombre que le falte esa espuela. Recorreremos todos los locales si es preciso.
– Antes haremos una visita a Alvin… Puede que él sepa quien usa esta clase de espuelas…
– ¡Tienes razón! No se me ocurrió pensar en Alvin.

Se guardó Steve la espuela en el bolsillo y marcharon hacia el lugar donde habían dejado los
caballos.

Daba pena ver aquellos hermosos terneros sin vida en el suelo.

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Media hora después, Jeff y Steve se presentaron en el taller del herrero.

– ¡Hola muchacho! –SALUDO Alvin. Tu padre hace un momento que se acaba de marchar,
Steve. Creo que estuvo discutiendo con el sheriff… Me pidió que fuera hasta el rancho para
que viera lo que habían hecho, pero no he querido hacerlo…
– Quiero que eches un vistazo a esto…
– Una espuela…
– La encontramos entre el ganado muerto. Como es de plata creímos que tú podrías decirnos
algo….
– No me fijo en esos detalles. Posiblemente muchos de mis clientes usen espuelas de plata…
Sé que no es lo corriente, pero hay algunos.
– Gracias de todas formas, Alvin –dijo Jeff-. Esta noche intentaremos encontrar al hombre que
perdió esta espuela.
– Yo os acompañare… me encontrareis en el bar de Bob.
– Te dejaremos una cerveza paga. Nosotros vamos allí ahora.
– Me parece bien… Y no perdáis esas buenas costumbres.

Riéndose salieron los dos del taller.

Jeff iba pensando en los agentes.

Menos el inspector se habían quedado todos en la ciudad, dispuestos a ayudar a Jeff.

Para el sheriff fue una gran tranquilidad la marcha del inspector.

Jeff y Steve se miraron sorprendidos al ver tanta gente en el bar.

Bob se movía con agilidad tras el mostrador.

– Muy bueno tiene que ser el whisky que vendes –dijo Jeff-. Es la única explicación de que se
encuentre tanta gente aquí.
– ¡Vaya! Ya era hora que se os viera el pelo por aquí… ¿Cómo no ha venido tu padre con
vosotros, Steve?
– Te lo puedes imaginar… Después de lo que ocurrió en el rancho.
– No es extraño… A mí me hubiera ocurrido lo mismo… ¿Es cierto que no han dejado una sola
res con vida?
– Ni una. Que te lo diga Jeff.
– ¡Daria mis dos brazos con tal de ver a esos asesinos colgando de uno de los árboles de la
plaza!
– Puedes estar seguro que nosotros daremos con ellos –afirmo Jeff.
– ¿Qué ha dicho el sheriff?
– Según él está cansado de recorrer toda la comarca.
– ¿Qué vais a beber?
– Cerveza… El Whisky da demasiado calor ahora.

Bob les sirvió dos dobles de cerveza.

Repitieron la dosis dejando un doble pagado para el herrero.

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– Alvin aparecerá de un momento a otro por aquí –dijo Steve.
– ¿Ya os marcháis?
– Regresamos al rancho… Tenemos que ayudar a enterrar el ganado.
– Yo puedo buscar gente que os ayude.
– No es necesario… Con los que somos hay suficiente.

Vio Jeff a uno de los agentes y se acercó con disimulo a él.

Sin mirarle, le dijo:

– Di a tus compañeros que estén preparados esta noche. Es fácil que encontremos a uno de
los que dispararon sobre el ganado de los Livingstone. Estad todos preparados… No veremos
en el California.

El agente asintió con la cabeza.

Volviese Jeff y llamo a Steve.

– Espera Jeff… Bob quiere invitarnos.

Aceptaron la invitación y bebieron otra cerveza.

Al salir se encontraron con varios vaqueros del equipo de mister Lumberton.

Y cuando pasaban junto a ellos dijeron algo en voz alta para que pudieran oírlo.

Jeff hizo seña a Steve para que continuara caminando.

Los hombres de mister Lumberton se miraron sorprendidos al comprobar que no les habían
hecho caso.

– ¡Son uno cobardes! –exclamo uno-. Les hemos insultado descaradamente y ni se han
inmutado siquiera.
– No nos habrán oído –dijo otro.
– ¡Claro que nos han oído! Si hubiera venido Dickens con nosotros habría sabido aprovechar
esta pequeña oportunidad.

Horas más tarde, Jeff y Steve continuaban escondidos en las afueras de la ciudad en espera de
que se hiciera de noche.

Los agentes ya estaban todos en el California, esperando que Jeff y Steve aparecieran por allí.

Se colocaron de tal manera que tenían todo el local vigilado.

Tiffin se presentó en el taller del herrero con sus hombres.

– Eh, amigo… Nuestros caballos necesitan zapatos nuevos.


– No tengan tanta prisa… Hay varios antes que vosotros.
– Pagaremos mejor que ellos. Pero tendrán que estar listo esta misma noche.
– Cerrare dentro de un momento… Si tenéis tanta prisa será mejor que busquéis a otro que
os haga ese trabajo.
– Estamos dispuesto a pagar el doble que los demás…

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– Por mucho que me paguéis no trabajare más hoy.

Tiffin se puso frente al herrero.

– Deja eso que estás haciendo –ordeno-. Te he dicho antes que tenemos prisa.
– Venid mañana a primera hora… Entonces podre atenderos.
– ¡Me estoy cansando!
– Puedes sentarte si quieres… Ahí hay donde hacerlo.
– Te crees muy gracioso, ¿verdad? ¡Te he dicho que dejes eso!

Alvin soltó la herramienta con la que estaba trabajando.

De pronto, su corazón latió precipitadamente al fijarse en las botas de Tiffin.

Usaba espuelas de plata y le faltaba una de ellas.

– Está bien –dijo-. Tendréis que pagarme lo que me habéis prometido por adelantado si
queréis que os atienda.

Tiffin saco de su bolsillo unos cuantos billetes y se los entregó al herrero.

– Venid dentro de un par de horas. No creo tardar más en arreglar vuestros caballos.
– Más vale que así sea… Daremos una vuelta por la ciudad. Como no estén listo esos caballos
en el tiempo que has dicho, tendrás que devolverme el dinero que acabo de entregarte.

Alvin preparo las herraduras que iba a necesitar y se puso a herrar el primer caballo.

Tan pronto le dejaron solo se quitó el mandilón y cruzo la calle con rapidez.

Se presentó en el bar de Bob, sonriendo al descubrir a Jeff arrimado al mostrador.

– Vengo a beber la cerveza que me habéis prometió ¿Dónde está Steve?


– Hola Alvin… Steve se ha quedado esperándome en las afueras de la ciudad.
– Ya sé quién es el hombre al que le falta la espuela de plata que vosotros tenéis.
– ¿Dónde está?
– Dentro de un par de horas, pasara por el taller a recoger su caballo.
– ¿Le conoces?
– Si. Se llama Tiffin. Trabaja en el rancho de un tal Kurt James.
– No he oído nunca ese nombre en el tiempo que llevo aquí.
– Kurt tiene el rancho en Garland… Ese Tiffin se dedica a traer ganado a Dallas de ese rancho.
Le acompañan cuatro de sus compañeros de equipo.
– Voy a buscar a Steve… Dentro de poco nos reuniremos contigo en el taller.

Alvin bebió de un solo trago la cerveza que le habían servido y regreso al taller.

Media hora después, Jeff y Steve se presentaban allí.

Alvin les indico donde podían esconderse y así lo hicieron.

A las dos horas exactamente, Tiffin y sus compañeros aparecieron en el taller.

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– ¿Están nuestros caballos listos?
– Solamente me falta colocar una herradura a éste… No diréis que he tardado mucho.

Intencionadamente, Alvin dejó caer al suelo la espuela que Steve le había entregado.

– Me empeño en meterla en este bolsillo y acabare perdiéndola.


– ¿Qué es eso?
– Una espuela de plata que me encontré en la calle.
– Esto si es una casualidad. No tenía idea donde la había perdido. Para que no creas que te
engaño puedes comprobar si es mía o no.
– No creo que sea tu solo el que usa espuelas de plata.
– Tare. Te convencerá que es mía.

Tiffin coloco el trozo de espuela sobre el resto que le quedaba ajustado en la bota, coincidiendo
ambas partes.

– ¿Qué me dices ahora?


– Si… No hay duda que es tuya.

Jeff y Steve aparecieron con las armas empuñadas.

– ¿Qué significa esto? –exclamo Tiffin.


– Cierra el pico, amigo. Tú y yo tenemos que hablar de algo muy importante.
– ¡No tengo que hablar nada contigo!
– Abre la puerta de atrás Alvin… No quiero que nos vean salir.

Después de desarmarle, Steve llevo los caballos hasta la parte trasera del edificio.

Minutos después, Jeff y Steve se alejaban con ellos.

Cerca del rio se detuvieron.

– ¡Estoy seguro de que todo se debe a una equivocación! –dijo Tiffin.


– ¿Por qué habéis matado el ganado? –espeto Jeff.
– ¡No sé de qué me estás hablando!
– Es inútil que finjas… Ese trozo de espuela te ha delatado.

Tiffin palideció visiblemente.

– Perdí en la calle esa espuela y se la encontró el herrero.


– ¡Basta de comedia! –exclamo Steve-. Ese trozo de espuela la encontré yo entre nuestro
ganado.
– Deja que sea yo quien interrogue… Tú ve preparando un par de cuerda.

Apuntando con el Colt que tenía en la mano hacia uno de aquellos hombres, dijo Jeff:

– Tienes unos segundo para decirme los nombres de los que han intervenido en esa matanza.
– ¡Yo no sé nada!
– ¡Uno! ¡Dos!

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Jeff apretó el gatillo matando al vaquero que estaba interrogando.

– Ahora te toca a ti.

El aludido temblaba visiblemente.

– ¡Yo no hice nada! ¡No sé nada!


– ¡Uno! ¡Dos!
– ¡No! ¡No dispares!
– Habla.
– ¡A mí me obligaron a ir…!
– ¡No digas nada, cobarde! –grito.

Jeff se volvió hacia él y le golpeo en pleno rostro con el Colt que tenía en la mano.

El rostro de Tiffin quedo completamente desfigurado.

Como un pesado fardo se desplomó al suelo sin conocimiento.

El miedo hizo confesar a los otros tres la verdad.

Seguros de que no tendrían piedad de ellos fueron a sus armas pero Jeff fue más rápido y disparo
sobre los tres repetidas veces, hasta descargar sus dos Colt.

Steve lo hizo sobre <<Tiffin.

– ¡Asesinos! ¡Cobardes! –decía al mismo tiempo que disparaba.


– En el California nos están esperando –agrego Jeff-. Menuda sorpresa van a recibir todos
estos que figuran en la lista. Si pudiéramos sorprender al sheriff le colgaríamos en su misma
oficina. Le obligaríamos a hacer una confesión más amplia.

Montaron a caballo sin preocuparse de los cadáveres que habían dejado.

Al llegar a la ciudad caminaron por la parte trasera de los edificios.

Y al llegar a la oficina del sheriff vieron luz en el interior de la misma, acercándose con cuidado
Jeff a una de las ventanas.

Wilson repasaba unos papeles que tenía sobre la mesa.

Sin perder tiempo empujó la puerta y entro con rapidez.

– ¡Quieto! –ordeno al sheriff.


– ¡Ah! Eres tú…
– Si. Y he venido a matarte. Sabemos que has sido uno de los que han participado en la muerte
del ganado de los Livingstone. Entra, Steve. Muestra al sheriff la confesión que hizo Tiffin.

Cuando el sheriff vio la confesión, el color desapareció de su rostro.

Steve, con la culata de un Colt le golpeo con fuerza en la nuca matándole sin proponérselo.

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– Hay que regresar en seguida al rancho –dijo Jeff-. Nos detendremos solamente lo necesario
para que tu padre sepa que vamos a Austin. Registraremos antes de que sea demasiado
tarde vuestras tierras y las e Magnolia. No hay duda que mister Lumberton sabe que hay
petróleo en vuestro rancho.
– ¿Y Dickens?
– Nos encargaremos de él cuando volvamos.

Antes de abandonar la oficina del sheriff, pusieron el cadáver de este de tal forma que daba la
impresión de estar dormido sobre la mesa.

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CAPITULO XII

Tan pronto llegaron a Austin lo primero que hicieron fue inscribir las tierras en el Libro de
Registro.

Después marcharon a visitar al inspector Tallman.

Jeff sabía dónde encontrarle en caso de necesidad y visitaron los locales que el inspector
solía frecuentar.

Como era muy conocido preguntaron en todos los sitios por él.

Los locales de diversión estaban completamente abarrotados de gente.

Hasta que, por fin consiguieron dar con el inspector.

– Buen trabajo nos ha costado encontrarte –dijo Jeff.


– Me alegro de veras. ¿Conseguiste averiguar algo en Dallas?

En pocas palabras explicó Jeff al inspector lo ocurrido.

– Habéis hecho bien… Es la única ley que entienden esos cobardes. Al que me ha sorprendido
ver aquí es al coronel de fuerte Worth.
– ¿Qué hará aquí?
– Es lo que tenemos que averiguar… Esta tarde va a ser recibido por el gobernador.
– Si pudiéramos escuchar la conversación…
– Es un poco arriesgado, pero creo que podemos conseguirlo. Conozco a varios de los agentes
que vigilan la casa. Son buenos amigos y estoy seguro de que nos ayudaran.
– No perdamos tiempo entonces.
– Vamos. Veré lo que puedo hacer.

La casa del gobernador quedaba un poco retirada y tuvieron necesidad de llevar sus monturas.

Poco antes de llegar el inspector les pidió que se quedaran un poco rezagados.

Presentase el solo en la lujosa mansión donde habitaba la máxima autoridad del territorio,
siendo saludado por uno de los agentes amigos.

– ¿Qué haces por aquí, Franklin?


– Vengo a pediros un favor.
– ¿De qué se trata?

El inspector explico al agente el plan que tenía.

– Tienes que comprender que es demasiado lo que pides.

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– Es que estoy seguro de que vamos a descubrir algo muy importante. Y si piensa en los
compañeros que hemos perdido, comprenderás que es justo lo que te pido.
– No sé qué hacer…
– ¿Sabes quién me ha pedido que viniera hasta aquí?
– ¿Quién?
– El hijo del senador Allison.
– ¿Es cierto eso?
– Le conocerás dentro de poco… Su padre le envió a Texas con el fin de poner en claro ciertas
cosas que están ocurriendo en este territorio.

Poco después, el inspector convencía al agente.

Hablaron luego con otros compañeros y se pusieron de acuerdo para entrar en la casa.

Una hora más tarde, Jeff, Steve, el inspector y dos de los agentes encargados de vigilar la casa
entraban en ella.

Entraron todos en una pequeña habitación desde la que podían oír todo lo que el gobernador
hablaba.

Tan pronto les informaron que el coronel había sido recibido, se hizo un gran silencio,
escuchando todos con atención.

– Hola Milton –dijo el gobernador-. ¿Qué te ocurre para que vengas a verme?

El coronel miro hacia la puerta, desconfiando.

– No tengas miedo… Aquí nadie podrá oírnos.


– ¡Estoy un poco asustado, Al! No marchan las cosas muy bien últimamente.

El inspector, Jeff, Steve y los agentes se miraron sorprendidos por la gran confianza con que el
gobernador y el coronel se trataban.

Un criado anuncio una nueva visita al gobernador.

– No quiero que me moleste ahora.


– ¡Perdone, Excelencia! Se trata del encargado del Registro. Y dice que es muy urgente lo que
tiene que decirle.

El gobernador consulto con la mirada al coronel.

Este le indico que dejara entrar al encargado del Registro.

Segundos después este se reunía con ellos.

– ¡Caramba! No esperaba verte aquí, Milton.


– Ya tendréis tiempo de saludaros –dijo el gobernador-. ¿A qué se debe el querer verme con
tanta urgencia?
– Los terrenos de Norman Livingstone acaban de ser registrados a su nombre hace poco más
de un par de horas.
– ¿Qué dices?

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– El hijo de Norman está en la ciudad.
– ¡Registra esos terrenos a nombre del coronel Milton Houston!
– ¡Es que he tenido que entregarles un recibo!
– ¡No importa!

Sin poder contenerse más, Jeff apareció ante ellos con las armas empuñadas.

El gobernador salto del asiento, dando la impresión que había sido mordido por una serpiente.

– ¿Qué significa esto? ¿Qué hace usted aquí inspector? Tallman?


– Venimos a detenerle, Excelencia… Hemos estado escuchando todo lo que han hablado.
– ¡Fuera de aquí! ¡Ordenare que les detengan!
– Cuidado, Excelencia… -dijo Jeff-. Fíjese bien en mí… Estoy seguro de que me reconocerá.
– ¡Jeff! ¡Jeff Allison!

El coronel palideció al oír este nombre.

– En una ocasión dije a mi padre que usted acabaría mal… ¡Lo que no podía imaginarme es
que fuera tan cobarde! ¡Por su culpa ha muerto demasiada gente! No podrá pagar con su
vida todos los crímenes que ha cometido… Aunque nos queda la tranquilidad de que ya no
podrá cometer ninguno más…
– ¡No saldréis de aquí ninguno con vida!
– ¡Como intente elevar la voz no podrá digerir la dosis de plomo que le meteré en el vientre!
– ¡No me importa morir! ¡Sé que moriréis vosotros conmigo!

Jeff le golpeo con fuerza en la cabeza.

Sin conocimiento, el gobernador fue arrastrado hasta la habitación contigua.

El coronel y el encargado del Registro siguieron su mismo camino.

Dos horas más tarde se encontraban todos a varias millas de la ciudad.

Jeff fue el encargado de interrogarles.

– Al que se sienta con el suficiente valor para confesar por escrito toda la verdad le dejare en
libertad.

EL gobernador y el coronel se negaron rotundamente.

Pero el encargado del Registro, viendo una pequeña oportunidad de salvar la vida, hizo una
amplia confección.

Producía escalofríos leer aquello.

Enfurecido, Jeff se lio a golpes con el gobernador.

Contagiados los agentes le ayudaron.

Steve y el inspector dedicaron sus atenciones al coronel y al encargado del Registro.

Durante más de media hora estuvieron golpeándoles.

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No había forma de poder reconocer a ninguno de los tres.

Por último, Jeff fue elevando uno a uno sobre sus hombros, estrellándoles contra el suelo.

El inspector Tallman, con varios agentes, se presentó en el almacén de Errol, sorprendiendo a


éste y a su socio Fulton.

Sin darles ninguna clase de explicaciones les condujeron hasta el lugar donde estaban los
cadáveres del gobernador, del coronel y del encargado del Registro.

– ¿No conocéis a esos tres personajes? –les preguntó Jeff-. Yo os diré quienes son: este es
vuestro querido amigo el gobernador, aquel el coronel Milton Houston y éste el encargado
del Registro.

La máquina de ira y castigo se puso de nuevo en movimiento.

Errol y Fulton acabaron colgando del mismo árbol.

Cuatro días después, Jeff y Steve se presentaban en el rancho.

Escondidos en los terrenos del mismo, esperaron a que se hiciera de noche para que nadie les
viera llegar.

– ¡Mira, Steve! ¿No es Frank ese que sale de la vivienda?


– Claro que es. ¿A dónde ira?
– No tardaremos en saberlo.

Le siguieron a distancia para que no pudiera verles.

Poco después, Frank se reunía con tres hombres.

Jeff y Steve arrastrándose como los indios, consiguieron acercarse al grupo.

– ¿Estás seguro de que hay petróleo? –inquirió Frank.


– Completamente seguro –respondio Lewis-. Después de los sondeos que hemos hecho ha
podido comprobarse que hay petróleo en cantidad en estos terrenos.
– Entonces, creo que ha llegado el momento de actuar… El patrón y las dos mujeres duermen
tranquilamente… Sera fácil acabar con todos ellos en un momento.

Steve se puso en pie y disparo sobre los tres.

Agoto la munición de sus armas y volvió a cargarlas.

Sobre los tres cadáveres volvió a descargarlas nuevamente.

Los dos técnicos y Frank tenían el rostro completamente desfigurados.

Steve lloraba de rabia.

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– Vamos Steve… Todavía nos queda algo por hacer en la ciudad. Estoy seguro de que
encontraremos a mister Lumberton y al juez en el California.

Sin detenerse en la casa galoparon sin descanso hasta legar a la ciudad.

Al entrar en el California, Jeff comprobó que no se había equivocado.

En una de las mesas charlaban animadamente, Oliver Lumberton, Calvert, Morgan, Kurt James,
el juez y Dickens.

Jeff tropezó con uno de los agentes y le ordeno que vigilaras a los empleados de la casa.

El y Steve se acercaron a la mesa ocupada por los arribas mencionados.

– ¿Contra quién estáis conspirando ahora? –les pregunto Jeff.

Los cincos se giraron sorprendidos.

Dickens se puso en pie.

– ¡Esta vez no podréis escapar! ¡Todo el mundo sabe que sois los que habéis matado al sheriff!
– Y pensamos hacer lo mismo con vosotros… Es muy posible que mañana mismo se pueda
leer en los periódicos algo interesante… Y si estáis esperando a esos dos técnicos y a Frank,
será mejor que os hagáis a la idea de que no podrán venir.

Jeff y Steve dispararon sobre los cinco.

Segundos después se oyeron nuevos disparos.

Tres de los empleados de la casa habían sido sorprendidos por los agentes.

•••

– Pero ¿os habéis fijado en lo que icen de vosotros los periódicos?


– Si no los comprarais no os enteraríais como nosotros.
– Claro. Y yo nunca me hubiera enterado que eras hijo de uno de los senadores más estimados
en Washington. La próxima semana llegara una comisión especial, que, al parecer os tare la
felicitación personal del presidente de la Unión… Todas las damas de la alta sociedad hablan
de vosotros en el este.
– A mí me trae sin cuidado lo que piensen esas damas, Leslie… Ya puedes ir poniéndote tu
mejor vestido. El párroco nos está esperando para darnos su bendición… El mayor y su
esposa serán nuestros padrinos. Tu hermano y Magnolia se casaran también.
– ¡Jeff!

Sin importarle la presencia de los testigos, Leslie beso al hombre que en breve seria su esposo.

Magnolia y ella tardaron poco en prepararse.

Toda la ciudad acudió a la iglesia para presenciar las respectivas bodas.

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– Conserva esto como regalo, Magnolia –dijo el mayor-. El nombre de tu padre figurara para
siempre en el Libro de Honor Militar… En Washington se sienten orgulloso de él… En una
palabra: Fue un gran Militar…

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