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CAPITULO I
Y volviéndose hacia sus hombres, el capitán les ordeno que sacudieran sus ropas.
– No le extrañe que le haya dejado solos, capitán –dijo la muchacha, propietaria del local.
– Lo comprendo. No es necesario que digas nada.
– Ya sabe que el polvo me pone nerviosa, ¿Whisky para todos?
– Si. Con un par de botellas tendremos suficiente. Nos serviremos nosotros mismos.
– A usted le serviré yo, capitán. No consentiré que lo haga otra persona mientras estés en mi
casa. ¿Porque no nos sentamos? Estaremos mucho más tranquilos. Estoy segura de que sus
soldados me lo agradecerán si lo hacemos. Estando usted con ellos no tienen la suficiente
libertad para divertirse. ¿es que no se ha dado cuenta?
Miro significativamente a sus hombres, un poco molesto por lo que acababa de decir la
muchacha.
En silencio se dirigió a unas de las mesas que estaban vacías, acompañado de la propietaria del
local.
– Mis hombres están bebiendo demasiado. No quisiera tener que verme obligado a arrestarle.
El alcohol suele ser un mal consejero. Por desgracia, conozco a la perfección sus efectos.
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– Vamos capitán. Deje que se diviertan un poco. En estos momentos no están en actos de
servicio.
– Lo estarán dentro de poco y quiero que estén en condiciones.
Era cierto que su padre había sido un buen militar sin lugar a duda, pero no le gustaba que
hablaran de el en su presencia. Estuvo a punto de enloquecer cuando le contaron su muerte.
– Ya puede estar tranquilo, capitán –dijo, al mismo tiempo que tomaba asiento-. No le
servirán a sus soldados ni una gota más de alcohol.
– Gracias, Magnolia. Ahora te diré el motivo que me ha traído a esta ciudad. Venimos
siguiendo a un grupo de asesinos, a los que hemos venido pisando los talones, pero ahora
no estoy muy seguro de que sean ellos las huellas que hemos seguidos.
– ¿Ha hablado con el sheriff?
– Aún no. Mis hombres y yo necesitamos un pequeño descanso.
– El sheriff se presentara aquí de un momento a otro y no está en condiciones de hablar a
nadie.
– Soy militar, Magnolia. Estoy acostumbrado a pasar muchas noches sin dormir. Deberías
saberlo.
Como el capitán iba a volver a lo mismo, a hablar del padre de la muchacha, dijo con ánimo de
cambiar el curso de la conversación.
– Veo muy poca gente en el bar. ¿Dónde se han metido tus clientes?
– Es temprano. No creo que tarden mucho en llegar.
– Eso no me gusta –interrumpió el capitán- Veo que no eres sincera conmigo.
– ¡No lo comprendo, capitán!
– Sé que no marcha bien tu negocio. ¿Por qué?
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Magnolia no se atrevió a mirar al capitán.
– Tiene razón –dijo segundos después- Es inútil continuar luchando en tal inferioridad de
condiciones. Me siento cansada.
– ¡Eso no es cierto! Tu padre no consentiría que… Bueno. Todavía no te han derrotado. Sé que
cuentas con buenos amigos. Pídeles que te ayuden.
– Es inútil, capitán. Y no crea que me extraña que la gente acuda al California cuando tiene
ganas de divertirse. En fin, que como no cambie pronto esto, no tendré más remedio que
cerrar el bar.
– ¡No lo hagas, Magnolia! Cuando llegue al fuerte hablare con el Coronel. Nosotros te
ayudaremos.
– Capitán Alstyne. Métase de una vez en la cabeza que no podrá ayudarme aunque quiera.
– ¿Por qué?
– Pregúnteselo a mister Lumberton.
– ¿Qué tiene que ver ese hombre en todo esto?
– Es quien ha obligado a muchos de mis clientes a ir al California.
– ¡Iré a verle dentro de poco!
– No se complique la vida, capitán. Un buen militar no haría lo que usted acaba de decir.
Estoy segura de que mi padre le diría lo mismo.
– Me tare sin cuidado todo el dinero que llevéis encima. No soy la clase de mujer que vosotros
os imagináis.
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– Estáis hablando con él.
– ¿Tu?
– ¿Te sorprende?
– La verdad que no esperaba que…
– ¿Cómo sirvo el whisky? ¿Doble o sencillo?
– Doble para todos. Pero será mejor que dejes la botella sobre el mostrador.
– ¿Cuándo iras a hacernos una visita al fuerte? Mi esposa echa de menos tus visitas. ¡Ah! La
próxima semana daré una pequeña fiesta. Ya me han comunicado el ascenso.
– ¡Enhorabuena! ¿Se quedara en Fuerte Worth?
– De momento, si… No sé lo que harán después conmigo ¿Asistirá a la fiesta?
– Comprenda mi situación, capitán… No puedo dejar esto solo.
– ¿No es confianza el hombre que está en el mostrador?
– Sí, pero…
– Entonces diré a mi esposa que iras.
– No te prometo nada.
– No me moveré de aquí hasta que lo hagas.
– No sea testarudo, capitán. Tiene que comprender que…
– Es inútil, Magnolia. No admito disculpas.
– ¡Está bien! Hare todo lo posible por ir.
– ¿Quiere decir eso que iras?
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Magnolia acompaño al capitán hasta la puerta.
Magnolia llamo a uno de ellos y les comunico las ordenes que el capitán había dado.
– Díselo a tus compañeros –termino diciendo-. No digas después que no te he dicho nada.
– Pensábamos ir al California a divertirnos un poco… Presiento que se nos ha estropeado la
fiesta.
– Lo siento de vera.
– ¿Podemos echar un trago?
– Si me prometéis que no le diréis nada al capitán.
– Prometido.
Magnolia ordeno al barman que sirviera otra botella por su cuenta a los soldados.
Pero los forasteros que estaban arrimado al mostrador no hacías más que mirar a Magnolia.
– Teníamos entendidos que no alternabas con los clientes –dijo en tono burlón uno-. ¿Qué
tiene esa gente que no tengamos nosotros?
– Sencillamente que ellos son amigos míos y vosotros no. ¿Conforme?
– No es razón suficiente para que nos desprecies de esta manera.
– Nadie os ha despreciado, amigos.
– Saldremos de duda si bebes con nosotros.
– Ya os he dicho que no alterno con nadie. Y mucho menos con quien no conozco.
– ¡Acércate!
– ¡Suéltame!
– Eres una fierecilla…
Magnolia dio una sonora bofetada al que la había agarrado por un brazo.
Magnolia, al ver tan cerca de ella aquel rostro repugnante que intentaba besarla clavo sus uñas
con rabia en él, obligándole a soltarla, al mismo tiempo que gritaba de dolor.
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– ¡Os pesara lo que acabáis de hacer, amigo! ¡Mirad como me ha puesto el rostro esa
desgraciada…!
Recibió un golpe en la cabeza con la culata de un “Colt», cayendo al suelo sin conocimiento
como un pesado fardo.
Salió con disimulo uno de los clientes sin que nadie se diera cuenta, presentándose poco
después en la oficina del sheriff.
Y al saber el capitán lo que había ocurrido, marcho con el sheriff al bar de Magnolia.
Una vez en él se enteró con todo detalle por uno de los soldados de lo ocurrido.
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CAPITULO II
Por no enfrentarse con los militares, el sheriff viose obligado a detener al grupo de
forasteros.
Al extenderse la noticia, fueron muchos los curiosos que acudieron a la oficina del de la
placa.
Apareció el sheriff en la puerta ordenando a todos los curiosos que despejaran la entrada.
Mientras tanto, Oliver Lumberton, persona influyente en Dallas y uno de los ganaderos más
importantes de toda la ciudad, se entrevistaba con Calvert Morgan, propietario del California en el
despacho de éste.
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– ¡No te comprendo!
– Te lo explicare en otro momento… Ahora deja de preocuparte por Tiffin. Pronto estará en
libertad. ¿Qué tal marcha el asunto Norman?
– No hay forma de convencerle.
– Le obligaremos a vender. Tiffin se encargara de hacerlo.
– ¡Tiffin se quedara en San Antonio! Hace falta allí. Esta es la carta que he recibido. Será mejor
que la leas.
– Estas desconocido, Oliver –dijo- Es la primera vez que te oigo hablar de esa forma… No
quisiera creer que…
– No. No tengo miedo. Como te imaginas… Cuando lleguen unos amigos que estoy esperando
de Austin podre decirte algo que ahora no quiero decir.
– ¿Por qué? ¿No confías en mí?
– Por favor Calvert… Sabes que entre tú y yo no hay secretos.
– Eso es lo que yo creía. Pero ya veo que no es así.
– Me conoces muy bien y sabes que hasta que no estoy muy seguro de una cosa no me gusta
hablar de ella.
– ¡Ah! Creo que ya te comprendo. Hasta la fecha no hay más que simples sospechas, ¿no es
así?
– ¡Menos mal! Ya era hora que te dieras cuenta.
– ¿Por qué no hablas ahora con claridad?
– Está bien, Calvert… Por lo que mi capataz me ha dicho tengo el presentimiento que en los
terrenos de Norman Livingstone hay petróleo.
– ¿Eh.…?
– Escucha. Dickens ha estado haciendo un pequeño reconocimiento en esos terrenos hace
unos cuantos días y me estuvo explicando todo lo que había visto… Llamaron su atención
unas manchas irisadas que vio en las aguas estancadas de esos terrenos… No quise decirle
nada a él entonces, pero escribí inmediatamente a Austin… Dos técnicos llegaran de un
momento a otro. Pronto sabremos lo que hay de cierto en todo esto.
– ¡Estoy deseando que se vayan los militares!
– Ahora es cuando hay que tener cuidado, Calvert. Nadie debe saber una sola palabra de todo
esto.
– Descuida. ¿Echamos otro trago?
– Ese whisky no está mal. ¿Dónde lo has conseguido?
– Secreto profesional… Ya me quedan pocas botellas. Suelen enviarme algunas de vez en
cuando de Austin.
– Si lo pusieras a la ventas se pegarían por el tus clientes.
– Pero no ganaría tanto como con el que estoy vendiendo.
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– Súbelo de precio.
– No entiendes a la gente, Oliver… Serían capaces de decir que era el mismo whisky,
solamente que más caro.
Los caballos que había parados ante la puerta de la mismo llamaron su atención.
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– No ha debido dejar en libertad a ese hombre, sheriff.
– No existían motivos para tenerle detenido… Y menos después de lo que ha dicho mister
James.
– Voy a darle un consejo, sheriff. Como le ocurra algo a Magnolia, vendré personalmente a
buscarle.
– ¿Es una amenaza?
– Tómelo como quiera.
– Cuidado, capitán… Sabe que puedo quejarme al coronel.
– Está en su derecho de hacerlo. Yo pienso hablar con el cuándo llegue al fuerte.
– ¿Va a estar mucho tiempo en la ciudad capitán?
– No lo sé.
– ¿Por qué se ha de enfadar conmigo siempre que viene?
– Voy a dar una vuelta por la ciudad…
Al quedarse solo, el de la placa empuño con fuerza uno de sus “Colt», y le dieron ganas de
disparar sobre el capitán.
Tiffin marcho al saloon de Calvert Morgan, donde se reunió con sus hombres.
– Estábamos seguro que pronto te pondrían en libertad –dijo uno de los compañeros de Tiffin.
– Al capitán Alstyne no le ha hecho mucha gracia… Gracias a la intervención de Kurt.
– Hablamos nosotros con él. ¿Crees que íbamos a consentir que te tuvieran encerrados?
– Ajustare las cuentas a esa muchacha cuando se vayan los militares. Si cree que se va a reír
de Tiffin, está muy equivocada.
– Olvídalo Tiffin.
– ¿Qué dices?
– No te enfades, Tiffin –dijo otro-. Te ayudaremos todos a vengarte de esa muchacha cuando
se marchen los militares.
– ¡No necesito que me ayuden! Iré yo solo a verla.
– Esa muchacha tiene muchos amigos.
– No me importa. Matare al que intente defenderla.
– Te diré algo por si no lo sabes. Acabamos de enterarnos que el hijo de Norman está
enamorado de esa muchacha.
– ¿Y qué?
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– ¿Tu patrón?
– No hagas preguntas. Procura disimular. Hay muchas gentes pendientes de nosotros… Saldré
yo primero… Te estaré esperando en la parte trasera.
Continuaron andando por la parte trasera de los edificios hasta que llegaron al despacho del
juez.
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– Lo haremos cuando llegue el momento… hay otras muchas cosas que hacer antes… Di a tus
hombres que estén preparados. Esta misma noche tendréis que acompañar a Lewis hasta
el rancho de Norman.
– Va a ser difícil entrar en el sin que nos vean. He oído decir que están muy vigilados esos
terrenos.
– No te preocupes… Tenemos un buen amigo en ese rancho. Y lo tiene todo preparado para
esta noche.
– Sería preferible hacerlo con la luz del día.
– Si el equipo de Norman viene a la ciudad como de costumbre, podéis echar un vistazo antes
que se haga de noche.
– ¿Tardara mucho en llegar la diligencia? ¿Qué pasa ahí afuera?
– Creo que la diligencia acaba de llegar.
El sheriff esperaba con sus dos ayudantes ante la oficina de la compañía de diligencias para ser
los primeros en dar la bienvenida a los viajeros.
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CAPITULO III
– ¿Está usted seguro de que es aquí donde nos estaba esperando ese vaquero?
– No puede haber duda. Fíjate en esos árboles… Esperaremos un poco por si no ha podido
llegar a tiempo.
Y una vez que llegaron al lugar en que se encontraba las aguas estancadas, lo dos técnicos
comenzaron su trabajo.
No fue preciso estar mucho tiempo para que ambos se convencieran que en aquella zona había
petróleo.
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– De todas formas –dijo Lewis-, es necesario hacer unos cuantos sondeos para poder
confirmar nuestras sospechas.
– Puedes hablar con confianza, Lewis. Frank ha estado en San Antonio y en Laredo trabajando
para nosotros.
– Sé que es de confianza, Tiffin. De lo contrario no hubiera hablado como lo hice. La impresión
que tenemos Paul y yo es de que existe petróleo en esas tierras. Más adelante podremos
saberlo con seguridad.
– Oliver y Marlon se pondrán muy contento cuando lo sepan.
– Mucho cuidado Tiffin… -aconsejo Lewis-. Nadie debe saber una sola palabra de todo esto.
Recuérdalo.
– Hablas como si no me conocieras.
– Precisamente por eso he querido darte un buen consejo… Cuando se abusa de la bebida
suele cometer uno muchos errores.
– No temas. Mientras este en l ciudad procurare apartarme del alcohol.
– Todo marchara bien entonces. Ahora salgamos de aquí. Antes que algunos de los
compañeros de Frank nos vea.
– No te fíes de ninguno de tus compañeros, Frank –aconsejo Lewis-. Cuando estas tierras sean
registradas a nuestro nombre, serás un hombre rico.
– ¿Dónde demonio has estado metido? –le pregunto uno de ellos-. Kurt te ha estado
buscando.
– Estuve dando un paseo por las afueras del pueblo y me aleje sin darme cuenta… ¿Dónde
está Kurt?
– En las mesas de juego lo encontraras.
– ¿Qué tal se vendió el ganado?
– Bastante bien, creo… Nos ha dado cincuenta dólares a cada uno.
– No está mal. ¿Os dejo algo para mí?
– No. No se fio de nosotros.
– Me parece muy bien.
– Pues a nosotros no nos ha hecho ninguna gracia… Sabes demasiado que no tocaríamos un
solo centavo de ese dinero.
– Todo depende de la cantidad de alcohol.
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Mientras tanto, el juez y Oliver reuníanse con los dos técnico en el hotel donde se hallaban
hospedados.
– No esperábamos que regresarais tan pronto –dijo el juez-. Hasta mañana no esperábamos
veros.
– ¿Por qué no hicisteis algún sondeo? –observo Oliver-. Así no podemos estar seguros de si
hay o no petróleo en esos terrenos.
– Claro que podemos estarlo –aseguro Lewis-. Y lo encontraremos a muy poca profundidad…
la semana que viene haremos unos sondeos aprovechando que los Livingstone irán a fuerte
Worth. El capitán Alstyne les ha invitado a la fiesta que dará en el fuerte.
– También nosotros estamos invitados a esa fiesta. Aprovecharemos el viaje entonces. ¿no te
parece, Marlon?
– Sé a qué te refieres… Pero dudo que consigas algo. Conozco demasiado a Norman.
– Le ofreceré un buen precio por sus tierras.
– No conviene tampoco mostrar demasiado interés. Puede dar lugar a que sospechen la
verdad. El hijo de Norman no es tonto.
– Emplearemos el método de siempre… Hasta ahora no nos fallado. Cuando se vea sin
ganado, la situación de Norman será difícil…
– Un momento, Oliver –pidió Lewis-. Tengo entendido que a ese hombre le gusta el juego.
¿no es cierto?
– Si.
– ¿Va por el California?
– Muy poco, pero suele ir. ¿Por qué?
– Con un poco de suerte, Archer puede jugar un buen papel en esto.
– ¡Ah! Ya entiendo. Pero Norman no es de los que pierden la cabeza tan fácilmente.
– Con un poco de habilidad se puede conseguir. Lo que hace falta es que aparezca por el
saloon… Archer se encargara de lo demás.
– Lewis tiene razón –dijo el juez-. Si Archer consigue jugar con Norman, este perderá el
rancho.
– Tenéis que contar con sus hijos.
– ¿A nombre de quien está el rancho?
– Creo que de Norman.
– ¿Qué importan sus hijos entonces?
– Si. Todos está muy bien. Habláis como si pudierais mover a Norman a vuestro capricho.
– Admite por lo menos que no es muy difícil obligarlo a jugar.
– No es difícil. De acuerdo… Le gusta demasiado el juego y no habrá que forzarle mucho. A
Archer le será fácil «limpiarle». De lo que podéis estar seguro es de que no beberá un solo
whisky de más.
Pero como cabía la posibilidad que Archer lo consiguiera, confiaron todos en el ventajista.
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Transcurrió el tiempo sin que ninguno se diera cuenta.
Oliver sonrió.
Oliver, aprovechando que no había nadie cerca de él, dijo al propietario del local.
– Lo que falta es que Norman venga por aquí. Lleva un par de días sin aparecer. Pero estoy
seguro de que la próxima semana será un cliente nuestro. He oído decir a uno de sus
vaqueros que no ira a fuerte Worth. Irán solamente sus hijos a la fiesta que da el capitán
Alstyne. Estoy seguro de que Norman aprovechara el tiempo mientras sus hijos estén
ausente.
– ¡Estupendo! Habla con Archer en cuanto puedas.
– Esta misma noche lo hare. Allí lo tienes. Hace un poco estaba ganando cerca de quinientos
dólares.
– Como haya petróleo en cantidad en ese rancho, tendremos que dejar pendiente el asunto
de San Antonio.
– ¿Por qué? ¿No puede acaso Tiffin encargarse de eso con sus hombres?
– También es cierto… Pero es posible que consigamos mejor precio cuando digamos que no
podemos servir más armas. ¿No lo crees así?
– No está mal pensado. Lo mejor será que enviemos a alguien a Austin. Escribir es peligroso.
Y más ahora que los agentes andan un poco intranquilos por la frontera.
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Mientras tanto en el bar de Magnolia, Steve y su hermana Leslie decidían pasar la noche con
la propietaria del bar.
– Tenemos que avisar a papa, Steve. Le obligaremos a venir a la ciudad cuando vez que
ninguno de los dos aparecemos por el rancho.
– Diré a uno de los vaqueros que se lo diga.
– Tendrás que ir hasta el California. Ya vez que aquí no hay ninguno.
– Esperadme un momento. No tardare en regresar.
– Ten cuidado, Steve.
Fue saludado por varios conocidos, pero le sorprendió no encontrar a ninguno de los vaqueros
del rancho allí.
– Hola, Steve
Este se volvió con rapidez, sonriendo al ver a una de las empleadas frente a él.
– Hola.
– ¿Qué haces aquí?
– Me acerque a ver si alguno de los hombres de mi padre estaba todavía aquí.
– Tres por lo menos están en aquella mesa jugando.
– Gracias.
– ¿No me invitas?
– Puedes tomar lo que quieras. Yo lo pagaré.
– El baile está muy animado.
Hablaba Steve con unos de los vaqueros del rancho cuando fue abordado por la muchacha.
– ¡Si no fueras una mujer lamentarías haber hablado así! Te pido por favor que me dejes en
paz. No quiero alternar contigo porque no me da la gana. ¿Está Claro?
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– Eh, amigo.
– ¿Me llamabas?
– Si. No está bien que trates a de esta manera a esta mujer.
– Contigo no va nada. Y puede dar gracias que no la haya castigado como merece.
– Muy valiente. ¿verdad?
– Si no te importa… tengo prisa.
– Antes tenemos que arreglar unas cuentas tú y yo. Ya veremos si eres tan valiente conmigo.
– Será mejor que me dejes en paz. Todos los que aquí están me conocen y saben que nunca
he promovido un solo escándalo en la ciudad.
– ¿Tienes miedo?
– No te equivoques, amigo. ¿Dónde está mister Morgan?
– No pidas ayuda a nadie. Si no quieres pelear conmigo solamente lo evitaras pidiendo perdón
a esa muchacha.
– Que me disculpe si la he molestado en algo.
Los tres vaqueros que estaba jugando del rancho de Norman se pusieron en pie.
– Quietecitos estaréis mucho mejor, amigos –dijo uno, que al parecer era amigo del que
discutía con Steve.
– ¿Por qué no te pones de rodillas? Estas perdiendo mucho tiempo. Y si tienes tanta prisa…
– Será mejor que me dejes en paz.
– ¡Eres un cobarde! ¿Qué hace falta decirte para que pelees?
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Púsose en pie nuevamente, pero esta vez fue Steve quien atacó.
Y cuando Steve se disponía a salir del local, se encontró con el sheriff en la puerta.
– Hágase cargo de ese cobarde sheriff –pidió Steve-. Si desea saber lo que ha ocurrido, no
tiene más que interrogar a los testigos.
Magnolia les acompaño hasta la puerta, cerrando por dentro una vez que hubieran salido.
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CAPITULO IV
Dos de los hombres del rancho habían muerto cuando el abandono el California.
Todo el equipo se hallaba formado ante la puerta de la casa para ir a la ciudad a recoger los
cadáveres.
Los ayudantes del sheriff tenían apoyadas sus manos en las culatas de sus manos.
Nadie respondio.
– ¡Sabes demasiado que eso no es cierto! Y espero que mister Livingstone no haga caso de
un borracho…
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– ¡Estoy diciendo la verdad! A esos hombres les mataron a traición…
– ¡Claro! No me extraña que hables así… Eran los únicos que te invitaban cada vez que te
veían… Por eso hablas así.
– Es cierto que solían invitarme. ¡Pero también lo es que los asesinaron!
– ¡Ya estas borracho!
– A mí no me engañas Wilson…
– ¡Detened a este hombre! –ordeno el de la placa a sus ayudantes.
– ¡Un momento! –dijo el padre de Steve-. No hay motivos para detener a este hombre.
– No se meta en esto mister Livingstone. Una temporada a la sombra le vendrá muy bien…
Es posible que me lo agradezca cuando salga… Sus hombres van a ser enterrados dentro de
poco.
– Deje en libertad a Bob…
– Lo siento mister Livingstone. Será inútil que insista.
– ¡Tenga cuidado con lo que hace, sheriff! Como le ocurra algo a Bob...
– ¿Es una amenaza?
– ¡Tómelo como quiera…! Escribiré hoy mismo a las autoridades de Austin… Trataran de
averiguar lo que ocurrió anoche en ese maldito local…
– ¡Norman! –exclamo Calvert-. Yo no tengo la culpa de lo que ha ocurrido.
– ¿Presenciaste tú la pelea?
– Oí los disparos nada más… Pero a juzgar por los comentarios que oí, no hay duda que fueron
tus hombres los culpables… No hagas caso de lo que ha dicho Bob… Ya le conoces.
– Precisamente porque le conozco le hago caso… Ese hombre tendrá todos los defectos que
vosotros queráis menos el de mentir.
– Bebe demasiado y en esas condiciones muchas veces no sabe lo que dice.
– Bob si lo sabe, Calvert. Y mucho más ahora. Todos hemos visto que no estaba borracho.
Presentáronse en la casa del enterrador. Este lo tenía todo listo para dar cristiana sepultura a
las víctimas.
Norman intento pagar los gastos de todo aquello, pero el enterrador se consideró
suficientemente pagado con el dinero que había encontrado en los bolsillos de los dos cadáveres.
Magnolia, sin importar los comentarios que de ella pudieran hacer, se unió al duelo.
Una vez enterrados los cadáveres, se alejó con Steve a dar un paseo.
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– ¿A qué hora piensas abrir el bar?
– Hoy no abriré en todo el día… Quiero ver cómo están dejando el rancho. Dos hombres de
confianza están poniendo la casa en condiciones de poder habitarla.
– Eso es lo que has debido hacer hace tiempo. Vivirás mucho más tranquila criando ganado.
¿Qué harás con el bar?
– He recibido varias ofertas… Pero no voy a vender.
– ¿Seguirás con él?
– No. He pensado dejárselo a Bob. Con lo que gane podrá ayudar a un sobrino. Toda la ilusión
es poder enviarle al Este para que estudie una carrera… En realidad, a mí, el bar no me ha
costado un solo centavo.
– Le ayudaremos a triunfar… Bob tiene muchos amigos en la ciudad.
– Ahora que no le dé por emborracharse todos los días.
– No lo creo… Ese hombre debe tener algún motivo para beber… No lo hace porque le guste.
– Eso mismo he pensado yo… Lo que hace falta es que el sheriff lo deje pronto en libertad.
– Nosotros lo conseguiremos… A Leslie le hubiera gustado saber que vas a pasar el día en el
rancho.
– Es muy posible que cuando lleguemos nos encontremos con ella.
Este hizo un gran esfuerzo por alcanzarla castigando con dureza a su caballo.
Una vez más demostró el caballo que montaba la muchacha ser muy superior.
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En el interior de la misma los dos hombres que Magnolia había enviado, continuaban
trabajando.
– Cuando entres en la casa recibirás una gran sorpresa –dijo a Magnolia-. Está quedando todo
como no te puedes imaginar. ¿Qué dirán tus clientes cuando se encuentren con el bar
cerrado?
– Que digan lo que quieran… Ya he pensado lo que voy hacer. Con el dinero que tengo en el
Banco comprare ganado y me dedicare exclusivamente a este rancho… Es donde mejor me
encuentro.
– Has debido hacerlo desde el principio… El bar no te dará más que disgustos. ¿Sabe mi
hermano lo que piensas hacer con el bar?
– Si. Se lo he contado todo.
– Quien se pondrá muy contento será Bob… Y su buen amigo el herrero no digamos. Por cierto
que hace tiempo que no le hago una visita.
– Tú aun tienes algo de disculpa… Pero yo…
– ¿Tampoco has ido a verle?
– Os dejare solas para que habléis con libertad de vuestras cosas –dijo Steve-. Yo daré una
vuelta por los terrenos del rancho.
– ¿No quieres ver primero como ha quedado la casa?
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Las dos muchachas le siguieron.
Steve fue saludado por los dos vaqueros que había en el interior.
– Era una pena que este rancho estuviera tan abandonado –dijo Steve.
– Desde luego. parece ser que a partir de ahora no volverá a estarlo.
– ¿Es cierto que Magnolia piensa criar ganado?
– Creo que sí.
– ¿Qué hará con el bar?
– Lo venderá.
– Vivirá mucho más tranquila en este rancho.
– Así es. Y será mucho más respetada.
– Fue una pena que muriera su padre…
– Olvídalo… Está quedando todo muy bien.
– Todavía hay trabajo para unos cuantos días…
– No corre mucha prisa. La semana que bien, Magnolia ira con mi hermana y conmigo a Fuerte
Worth. El capitán Alstyne nos ha invitado a la fiesta que piensa dar en el fuerte con motivo
de su ascenso.
– El padre de Magnolia era muy amigo del capitán. Estuvo a sus órdenes durante bastante
tiempo. Creo que estuvieron en la academia juntos.
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– En realidad en Frank quien hace las funciones de capataz en el equipo. Por lo menos, en
ausencia vuestra, puede quedar como tal.
– No es lo mismo, Leslie… Esta vez estoy de acuerdo con papa… Me parece muy bien que se
quede.
– Está bien. Está bien… Ya sé que estoy equivocada.
– No empecéis a discutir –dijo Magnolia-. Mejor será que nosotras tratemos de preparar la
comida.
Pidió a uno de los vaqueros que estaba poniendo en orden y en condiciones de poder habitar la
casa, que le acompañara saliendo ambos a hacer un pequeño reconocimiento por los alrededores.
Steve no podía imaginar que pudieran existir pastos como los que estaba viendo.
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CAPITULO V
Cuatro días más tarde, Leslie y Magnolia se dirigían a Fuerte Worth para asistir a la fiesta
que el capitán Alstyne iba a dar.
– He sido una pena que tu padre tuviera que quedarse en el rancho –decía el viejo herrero-.
Él y yo nos divertiríamos a nuestra manera.
– Ten mucho cuidado, Alvin… Como se entere mi hermana que mi padre vuelve a beber, ya
te puedes preparar. Siempre que papa abusa un poco de la bebida da la casualidad que ha
estado contigo… Y no intentes convencer a mi hermana… Ya la conoces.
– Vuestro padre lleva una buena temporada sin beber. ¿Quién crees que le ha convencido?
– Yo estoy enterado de todo, Alvin… Sé que incluso has tenido que dejar de beber por
conseguir que mi padre no lo hiciera. Mi hermana es muy testaruda y esto no le entra en la
cabeza.
– ¡Pues tendrá que entrarle!
– No hables tan alto… Como nos oiga tendré que soportarla yo también.
– ¿Cuándo diablos vamos a llegar a ese fuerte? Por las horas que llevamos de camino ya
deberíamos estar en él.
– Hablas como si fuera la primera vez que vas… Y estoy seguro de que sabrías ir con los ojos
vendados hasta el fuerte.
– Es que este viaje se me está haciendo más largo que ningún otro.
– Pronto divisaremos el fuerte. En cuanto lleguemos a esa loma.
Los caballos estaban un poco cansados acordando ambos que llegaran las muchachas para
tomarse un pequeño descanso.
– ¡Menos mal que habéis permitido tomar un pequeño descanso! –exclamo Leslie-. ¡No hay
quien soporte este calor…!
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Leslie y Magnolia hablaban de sus cosas sin hacerles caso a ellos.
– ¿Por qué tenéis tanta prisa? –dijo Leslie-. Aquí se está muy bien.
– Todavía quedan unas cuantas millas de camino… -observo su hermano-. La llanura engaña
mucho… No creas que esta tan cerca como parece.
– ¡Bah! Si lo tenemos ahí enfrente. Ya descansareis cuando lleguemos.
En silencio, una hora después, Leslie pensaba en lo que su hermano le había dicho.
Magnolia, como si hubiera podido adivinar los pensamientos de su amiga, la miro y sonrió.
– ¡hola Steve! –saludo la esposa del mayo-. Ya creímos que no vendrían ninguno… Ya os
esperábamos ayer por la tarde o esta mañana.
– No se puede caminar muy de prisa viniendo con mujeres.
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– ¿Qué te parece Magnolia? ¡Creen que solamente ellos pueden estar horas y horas sobre un
caballo!
– A todos los que conocemos a tu esposo nos va a costar trabajo llamarle mayor… Me imagino
lo orgulloso que estarás.
– Te lo puedes figurar, Leslie… Lo que me tiene intranquila es el nuevo destino de mi esposo.
– No le hagáis caso –inquirió el mayor-. Sabes que todavía no hay nada cierto, Linda. Y el
coronel prometió ayudarme.
– Sé que tú mismo no confías en lo que te ha prometido el coronel. Nunca os habéis llevado
muy bien. Puede estar seguro de que como tenga oportunidad de enviarte a otro sitio lo
hará… ¿Qué vamos hacer? Mis huesos empiezan a cansare de tanto viajar… Como tengamos
que irnos echare de menos este fuerte.
– Vamos, querida. Nuestros invitados nos esperan.
– Todavía no ha salido el coronel. Ni tú te has puesto el nuevo uniforme.
– ¡tienes razón…! ¿Dónde lo has puesto?
– En nuestra habitación.
– Disculparme un momento.
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– ¿Qué decís?
– Es inútil que trastes de fingir. Sabes que a mi te será difícil engañarme. Hace muchos años
que nos conocemos.
– Está bien. Si no os importa, hablaremos de esto en otro momento. ¿Me acompañáis hasta
la cocina?
– A la orden mayor Alstyne
– Cuidado con las bromas, soldado. En un día como hoy no quisiera tener que enviar a nadie
al calabozo.
– ¡Vaya! ¿Qué te parece Steve?
Este, sin poder contener la risa, le golpeo cariñoso en la espalda, siguiendo ambos al mayor.
Alguien llamo a la puerta, saliendo la esposa del mayor a ver quién era.
Como estos no podían entrar en el despacho del coronel, decidieron dar una vuelta por la
cantina.
Había en ella tanta gente que hacía difícil dar un paso en el interior de la misma.
– ¡No empecemos, Alvin! Serias capaz de beber veneno y estás haciendo asco a mi whisky.
– Sabes que se distinguir el bueno del malo. Supongo que lo mismo les ocurrirá a muchos.
¿Sabes por qué el whisky que vende Polasky es el mejor del fuerte? Porque es el único que
lo vende.
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Polasky, que así se llamaba el cantinero, miro con sabia al herrero.
Varios soldados, desde la puerta de la cantina, anunciaron que el baile iba a dar comienzo,
precipitándose la mayoría hacia la salida.
– Estoy por asegúrate que ese vaquero es más alto que tu –dijo el herrero.
– Lo mismo estaba pensando yo. Por eso estoy deseando verle separado del mostrador. Está
un poco inclinado.
– Habla.
– Es que mi amigo y yo hemos hecho una pequeña apuesta referente a tu estatura. Él ha dicho
que eres bastante más alto que yo y…
– ¿Qué te ocurre?
– ¡Ya lo creo que eres más alto que yo!
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– Hasta que no salgáis vosotros no poder cerrar.
– Esa fiesta no es para hombres de tu edad. No encontraras una sola mujer para bailar con
ella.
– No me extraña que no encuentre con quien bailar. Estoy seguro de que la mayoría de las
mujeres que viven en este fuerte tienen que odiar al cantinero.
– ¡Un momento amigo…! ¿Por qué?
– A juzgar por el whisky que estas vendiendo tienen que odiarte a muerte.
Las jóvenes parejas danzaban al compás de los viejos bailables que interpretaba la orquesta.
– Hay que reconocer que la hija de Norma es una mujer que llama la atención –dijo Oliver.
– Como que en los muchos años que tengo no creo haber visto nada parecido –añadió el
coronel.
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– Mi capataz hace tiempo que va detrás de ella.
– Ya me he dado cuenta –agregó el coronel-. No hace más que seguir los pasos de esa
muchacha. Pero me da la impresión de que no le hace mucho caso.
34
CAPITULO VI
En ese momento preciso terminaba el bailable, marchando Leslie a reunirse con Magnolia y la
esposa del mayor.
Díose cuenta Magnolia de que algo le ocurría a su amiga y se alejó con disimulo con ella.
– ¿Qué te ha ocurrido?
– ¡Dickens está dispuesto a hacerme la vida imposible! ¡El muy cobarde se ha atrevido a
pedirme que me case con el…!
– No le hagas caso.
– ¡De haber llevado la fusta…!
– Piensa en el mayor, Leslie. No le des ese disgusto. Yo hablare con tu hermano.
– ¡No! No quiero que se entere. Siento vergüenza de mi misma por no haberle cruzado el
rostro a ese cobarde. ¡La próxima vez que vuelva a molestarme lo hare!
Media hora después más tranquila, Leslie regreso con Magnolia al baile.
¡Vaya! –Exclamo Steve-. Precisamente os estábamos buscando. Quiero presentaros a este buen
amigo ¿De dónde venís?
– Salimos a dar un paseo –mintió Magnolia-. Hace demasiado calor aquí adentro.
– Supongo que ya podremos bailar con vosotras ¿verdad?
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– De vosotros depende.
Jeff estrecho la mano de las dos muchachas, riéndose por los comentarios que estas hacían de
su estatura.
Jeff resulto ser un muchacho simpático, quien con sus bromas consiguió hacer olvidar a Leslie
su preocupación.
El mostrador que había sido improvisado con motivo de la fiesta estaba lleno de gente.
Y como también le apetecía beber algo, decidieron ir las tres para poder hacerlo con
tranquilidad a la vivienda del mayor.
Jeff, con disimulo, se acercó al militar recién ascendido, diciéndole en voz baja:
– ¡Ten cuidado, zanguilargo! ¡Ah! ¡Hola Leslie! Te estaba buscando. Recuerda que me
prometiste este baile.
– ¡Eres un cobarde! ¡Yo no te he prometido nada!
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Dickens palideció visiblemente.
– Ya lo has oído, amigo –inquirió Jeff-. ¿Por qué no nos deja en paz?
– ¡Tú tienes la culpa de lo que está ocurriendo…!
– Cuidado, amigo…
– Mister Lumberton, diga a su capataz que salga en seguida de aquí antes de que me vea
obligado a detenerle por incorrección.
– No se lo tome en cuenta, mayor…
– Déjeles que peleen, mayor –ordeno el coronel-. Servirá de distracción a los demás. También
a mí me agradan las peleas sin armas.
– ¡No huyas, cobarde! ¡Ya verás lo que hago contigo cuando consiga abrazarme a ti!
– Estas perdiendo facultades, amigo. Hay que saber reservarse como yo. Estas perdiendo
energías inútilmente. Mira cómo se ríen de ti.
Un ágil salto basto para esquivarlo, pasando Dickens como una exhalación a su lado.
Al no poder controlarse por la pérdida del equilibrio fue a estrellarse contra un grupo de
soldados, derribando a varios de al suelo.
Oliver, cansado de ver como su capataz hacia el ridículo, abandono su asiento y se acercó al
lugar de la pelea.
– ¡Acaba de una vez con él, Dickens! –dijo en voz alta, Oliver.
Aprovechando Jeff el ataque de Dickens, salto hacia un lado empujando violentamente a Oliver,
saliendo este despedido contra unas mesas, contra las que se golpeó violentamente.
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Varios curiosos se acercaron para atenderle.
Díose cuenta el mayor que todo había sido intencionado, sintiendo una gran satisfacción.
– Será mucho mejor que demos por solucionado esto. Tu patrón ha sufrido las consecuencias
sin necesidad.
– ¡Te voy a matar!
– ¿Qué motivo te he dado para que quieras matarme?
– ¡No huyas! ¡Pelea! ¡Eres un cobarde!
Pero había una gran diferencia entre ambos, saliendo Dickens despedido, como impulsado por
algún resorte.
Sus puños entraron en acción cayendo con exactitud matemática y a una velocidad de vértigo
sobre el rostro de Dickens.
Los soldados sin importarles la presencia del coronel y la del mayor, aplaudían entusiasmados.
Al fijarse en él, el coronel ordeno a unos soldados que le llevaran a la enfermería, para ser
atendido por el médico militar, a quien este pequeño incidente se le estropeo la fiesta.
Jeff fue elevado en hombros por varios soldados, siendo conducido a la cantina.
38
– Acaba de darme una gran sorpresa ese muchacho. Temía que el capataz de mister
Lumberton hiciera con lo que había prometido.
El mayor acompaño a su esposa y a las dos muchachas que iban con ella hasta la vivienda.
Estuvo haciéndoles compañía un buen rato, decidiendo después salir a dar una vuelta por el
patio.
– Di a ese muchacho que tenga cuidado Jasper. Intentaran vengarse de él los amigos de ese
cobarde al que ha golpeado tan merecidamente.
– Ya es hora de que marchéis a la cama. Tenéis que estar muy cansadas con lo que habéis
bailado.
Steve, mezclado entre los militares seguía en la cantina sin poder acercarse a Jeff.
– No sabe cuánto agradezco que haya venido, mayor –dijo Jeff-. Esta gente estaba dispuesta
a emborracharme. Lamento lo ocurrido. No he podido evitar el tener que pelear con ese
hombre.
– No tiene que disculparte. El coronel autorizo la pelea. Ya es hora de retirarse, soldados. ¿No
piensas cerrar hoy Polaski?
– Me han comunicado que llegaran unos caravaneros de madrugada, mayor. Ya no creo que
tarden mucho.
– Has dado una buena paliza al capataz de mister Lumberton, muchacho –dijo el mayor-. Me
alegro de veras. En adelante, ya puede, tener cuidado con él.
– Gracias mayor.
– Creo que los dos os deberías retirar a descansar.
– Antes le presentare a este muchacho –dijo Steve.
Para el mayor fue un momento emocionante cuando tuvo que estrechar la mano que Jeff le
tendía.
39
– ¿Por qué no viene su esposa con nosotros a pasar una temporada en el rancho?
– Estoy pendiente de mi nuevo destino. Aunque no le he dicho nada a Linda, y a pesar de lo
que el coronel ha prometido, es casi seguro que tenga que abandonar este fuerte. Lo siento
porque ya me había encariñado con él.
– ¿No hace falta un mayor aquí?
– Si. Pero hay muchas cosas que algún día te podre explicar…
– Mi padre tiene razón. Él está convencido de que el coronel te odia.
– No hagas mucho caso a tu padre. Desde poco después de venir a este fuerte, tu padre viene
diciendo lo mismo.
– Y es muy posible que no se equivoque…
40
– No está mal pensado. Trabajando en el rancho de esa muchacha, podre moverme con
libertad. Supongo que tendrás hombres de confianza en el fuerte, ¿no es así?
– Desde luego.
– Cada vez que salga una patrulla, debes procurar que alguno de esos hombres forme parte
de ella.
– Hare todo lo que pueda.
– No te preocupes por el coronel. ¡Ah! Para que tu esposa este tranquila puedes enseñarle
esta carta que me dio mi padre. Aconséjala que no hable con nadie de esto.
El mayor abrió la carta, pero no puedo leerla por no haber claridad suficiente para ello.
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CAPITULO VII
– Lamentamos haberle despertado –dijo como saludo el jefe de los caravaneros al ver a
Polaski-. Nuestras gargantas necesitan un poco de alcohol. Entre el polvo que hemos
tragado y el miedo que nos han hecho pasar los indios, estamos materialmente destrozados.
– Hace tiempo que los indios están tranquilos.
– Hay varias tribus un poco excitadas. Cerca de la frontera con Oklahoma hemos encontrado
una diligencia asaltada por esos salvajes. ¡Si fuera yo el presidente de la Unión no dejaría
uno solo con vida!
– Al coronel le interesara lo ocurrido. Conviene estar preparado. ¡Yo también odio con toda
mi alma a esos salvajes! ¿Van muy lejos?
– A San Antonio.
– ¡Ya lo creo! Sera mejor que pasen unos días en el fuerte.
– En cuanto nos lo autorice el coronel, así lo haremos.
– No hará falta que pidan «autorización».
Por lo que acababa de decir el cantinero, sabían que todo estaba preparado.
Dando media vuelta salió de la cantina acompañado por el soldado que había entrado a
buscarlo.
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– Por lo que dicen a mi esposo en la carta que ese muchacho le ha entregado creo que te seria
difícil encontrar otro como él.
Entre todos convencieron a Linda para que pasara una temporada en el rancho de los
Livingstone.
– Basta que sea recomendado de usted para que sea mi hombre de confianza. Una persona
así es lo que deseaba encontrar.
– Bueno si os vais a ir esta tarde, será mejor que vayas preparando tus cosas Linda. Voy a dar
otra vuelta por la enfermería. El capataz de mister Lumberton no está muy bien al parecer.
Cuando llegue a Dallas ya puedes tener cuidado con los vaqueros de ese rancho, muchacho.
Todos ellos querrán vengar a su capataz.
– Hablare con el sheriff de esa ciudad cuando llegue.
– Mejor será que no lo hagas –dijo Leslie-. De nada te servirá. El sheriff que tenemos en Dallas
es un servidor más de mister Lumberton.
– Conozco un método que les hará entrar en razón.
Y con el fin de que todo estuviera listo para la tarde, los hombres dejaron solas a las mujeres.
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Mister Lumberton y el juez se reunieron con el coronel en el despacho de este.
– No tendré más remedio que dejar aquí a mi capataz, coronel. En las condiciones que se
encuentra no quiere el medico que se mueva.
– Puede marchar tranquilo sobre ese particular, mister Lumberton. Estará aquí todo el tiempo
que necesite.
– Gracias. ¿Hacia dónde van esos caravaneros?
– Han tenido algunos problemas con los indios. Estuve hablando con el jefe de esos hombres
hace unos momentos. Se dirigen a San Antonio…
– Creía que eran…
– Y lo son mister Lumberton. Hacía ya unos cuantos días que les estaba esperando. Pero no
se llevaran la mercancía que han venido a buscar.
– ¿Por qué?
– Los bandidos andan un poco excitados. Conviene esperar unos cuantos días.
– ¿Quién se llevara esas armas?
– Esa gente que ha visto ahí afuera.
– ¿Se quedaran aquí?
– Un par de días más.
– ¿Se sabe algo del asunto del mayor?
– Algo raro ha debido suceder. El mayor Jasper Alstyne se quedara aquí.
– ¿Eeeeeh…? ¿Qué dices?
– Háblame con más respeto, Oliver. El soldado que está en la puerta puede oírnos.
– ¡Es una locura que se quede aquí!
– Bajo mis órdenes no ocurrirá nada. El día que necesitemos hacer cualquier «envió» buscare
un pretexto para alejarlo.
– A pesar de todo, sigo pensando que es una equivocación.
– El asunto que ahora interesa es lo de Dallas. Lewis ya debe saber algo a esta hora.
– Ya conoces el sistema. Si es necesario se le quita de en medio. A sus hijos será más fácil
convencer.
– ¿Por qué no registramos esas tierras a nuestro nombre? –observo el juez-. En el peor de los
casos obtendríamos grandes beneficio con la explotación de esos terrenos.
– Te conformas con poco, Marlon. Has cambiado notablemente. ¿No te parece mejor que
seamos nosotros quienes los explotemos?
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Tan pronto llegaron a la ciudad, Steve y su hermana marcharon directamente al rancho.
Mientras tanto, Steve al enterarse de lo que había hecho su padre, se presentó en el California.
– Hola, Steve –saludo sonriente-. Me imagino a lo que vienes y espero que no me culpes de
nada de lo que ocurrió. Esta vez fue tu padre quien provoco a Archer.
– ¿Dónde está Archer?
– Allí sentado lo tienes.
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– ¿Dónde tienes el documento que te dio mi padre?
– Guardado en sitio seguro. ¿Por qué?
– Quiero que me lo entregue
– ¿Piensas entregarme el dinero?
– ¡Ese documento no tiene validez! ¡Mi padre estaba borracho cuando jugo!
– ¿Quién te ha contado esa historia? Había muchos testigos presenciando la partida. Puede
preguntar a cualquiera de ellos si lo deseas. Yo no tengo la culpa que tu padre haya querido
jugar tan fuerte.
Interrogados varios de los testigos que habían presenciado la partida, Steve se convenció que
su padre había tenido que perder la cabeza.
Steve fue aconsejado por varios amigos para que no se enfrentara con el ventajista.
La partida que iba a celebrarse era de las llamadas interesantes, acudiendo en grupo los curiosos
al California, lugar donde iba a celebrarse la partida.
Situárnosle cerca de las mesas donde iban a enfrentarse los dos contendientes para poder
presenciar los movimientos de ambos.
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Y entre las dos vigilaban al padre de la muchacha.
– Antes de comenzar a jugar, y para que no ocurra lo mismo que con tu padre, será mejor que
avisemos al sheriff. Que presencie él la partida para que no haya lugar a dudas
– Si pierdo no diré nada.
– Después de lo que me ha ocurrido no confió. Eres tú el que me ha retado.
– Y lo sostengo.
A pesar de todo, uno de los empleados del salón marcho con instrucciones de su jefe a ver al
sheriff.
– Hola Steve. Veo mucho dinero encima de la mesa. ¿Intentas recuperar lo que perdió tu
padre? No pierdas los estribos.
– Gracias por el consejo. ¿No le importa mantenerse alejado de la mesa? Me pone nervioso.
– Yo prefiero que el sheriff presencie la partida.
– No te preocupes, amigo. Hay demasiados testigos a nuestro alrededor.
– No vengas a quejarte a mí si pierdes.
– Descuides sheriff. Confió en tener más suerte que mi padre.
Las primeras jugadas fueron de tanteo sin que ninguno de los dos ganara gran cantidad.
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CAPITULO VIII
Sin comprender lo que estaba ocurriendo movía sus manos torpemente al repartir los
naipes.
Jeff descubrió a una de las empleadas que estaban detrás de Steve haciendo señas al ventajista.
– ¿Por qué no descansas un poco? Yo ocupare tu puesto mientras tanto. De esta forma puede
cambiar tu suerte.
Jeff, que se había dado cuenta de los trucos que empleaba el ventajista le tendió su primera
trampa.
– Soy hombre de corazonadas. Sin ver lo que hemos ligado cada uno, sería capaz de jugarme
todo el resto.
– Me agrada jugar con jugadores así. Si empujas tu resto hacia el centro de la mesa, yo
aceptare el envite.
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– Contare primero el dinero.
– No es necesario que sigas contando -añadió Archer-. Tienes que tener tres mil quinientos.
Gano exactamente mil quinientos que hacen cinco mil con que hemos empezados
– Es una pena no tenga más dinero. Tengo el presentimiento de que voy a ganar.
– Si estás tan seguro puedes aumentar tu resto.
– No es mala idea. Pondré de mi bolsillo tres mil para que haga la cantidad justa que tú tienes
en la mesa.
Archer, creyendo estar ante un novato, estaba seguro de ganar ya que había sido el quien había
repartido los naipes, poniendo en práctica uno de sus trucos favoritos.
Archer, después de aceptar el envite, pidió a Jeff que pusiera al descubierto su jugada.
Su rostro quedo sin color al ver que solamente había ligado una doble pareja.
Estaba tan emocionado Steve que tuvo que retirarse para que no le vieran llorar.
– Las pocas veces que he jugado al poquer –decía Jeff-, siempre que este me ha dicho algo,
no me ha engañado nunca.
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– De acuerdo, pero será con una condición. Sobre la mesa hay trece mil dólares. Buscare los
siete mil que faltan para completar los veinte mil y te los jugare contra el recibo que por la
misma cantidad te ha firmado el padre de mi amiga. ¿Aceptas?
– ¡Naturalmente que acepto! ¡Te creía más inteligente!
– ¿A qué viene eso?
– Dentro de poco lo sabrás. Mientras tú vas en busca de ese dinero que te falta, yo pediré al
propietario de este local que me entregue el recibo que Norman me firmo. Le pedí que me
lo guardara en lugar seguro.
– Yo te daré el dinero que necesitas Jeff. No tendrás necesidad de ir a buscarlo a ningún lado.
Archer entro en la parte privada del local reuniéndose con Calvert en el despacho de este.
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– Depende del momento en que lo hagas. Si creo que voy a perder, seria del género tonto
aceptar el envite. Para ello tenemos que sentir ambos la corazonada, ¿no crees?
– Ahí tienes los siete mil dólares que te hacían falta –dijo.
Cuando los dos jugadores se disponían a comenzar el juego, volvió a hacerse un gran silencio en
todo el local.
Para confiar al ventajista, Jeff le permitió ganar unos cuantos dólares al principio.
La muchacha que estaba detrás de Jeff hacia verdaderos esfuerzos por ver las jugadas que este
ligaba.
Con disimulo, Jeff levantaba los naipes con cuidado para que ella no pudiera verlos.
Como en la vez anterior, repartió Archer los naipes, poniendo ahora en práctica un truco que
nunca le había fallado.
– Ahora soy yo quien tiene el presentimiento de que voy a ganar. No me importaría jugar todo
mi resto contra el tuyo sin ver lo que hemos ligado.
– El corazón me dice que debo aceptar. Y como ya estoy cansado de jugar, acepto el envite.
Los gritos y aplausos del herrero le hicieron volverse con rapidez y dirigirse a la mesa.
– Esto se acabó amigo –dijo Jeff con naturalidad-. Ya tenía ganas. En realidad, lo único que he
hecho es conseguir el dinero que el padre de mi amigo perdió frente a ti.
El sheriff aprovechando que todos estaban distraído, marcho al despacho de Calvert para
comunicarle lo sucedido.
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Despidiese de él el sheriff y abandono el edificio por la parte trasera.
– Toma, Steve. Guárdate ese documento. Cuando llegues a tu casa se lo entregas a tu padre.
Y no hará falta que le digas nada. Puedes estar seguro de que no volverá a tocar un naipe.
– ¡No te dejare salir de aquí! –grito Archer-. ¡Es demasiada la suerte que has tenido!
– Cuando tú ganaste ese dinero al padre de mi amigo, ¿Cómo lo hiciste?
– ¡Tuve más suerte que el!
– Lo mismo ha ocurrido ahora.
– ¡No es cierto! ¡Has hecho trampa!
– Cuidado amigo. El único que ha hecho trampa has sido tú. Pero empleabas trucos muy
viejos. No comprendo cómo no se han dado cuenta los que juegan contigo. Deja las manos
donde las tienes. Me veré obligado a matarte como continúes moviéndote.
– Este hombre tiene razón –dijo uno de ellos-. Nosotros te vimos hacer trampas.
– ¿Sois empleados de la casa?
– ¡Eso a ti no te importa!
– Es para que se den cuenta los demás que están de acuerdo los tres. Os advierto que la vida
para mi tiene mucho más valor que todo el dinero que hay sobre la mesa.
Archer movió con rapidez sus manos, siendo imitado por sus compañeros.
Jeff, dejándose caer hacia un lado con el fin de apartarse de la trayectoria de los posibles
disparos, disparó desde las fundas arrancando de las gargantas de los testigos una exclamación de
admiración.
Ambos tenían un pequeño orificio en la frente por el que se les había escapado la vida.
Jeff sin escuchar las suplicas del ventajista, lo colgó de la primera viga que encontró.
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Norman, temiendo que su hijo hubiera perdido el dinero que les quedaba, les observaba en
silencio desde la ventana de su habitación.
Pero al ver a su hija abrazarse a su hermano y a Jeff supuso que algo raro había sucedido.
– ¡Abre papa! –gritaba, contenta, Leslie-. Steve quiere darte una sorpresa.
– ¿Quién te lo ha dado?
– Debes agradecérselo a Jeff. Él fue quien recupero todo lo que tú perdiste. Cuando
intentábamos salir del California, Jeff se vio obligado a matar a dos empleados de ese local
y a Archer.
Steve hablo con los vaqueros del equipo poniéndose todos muy contentos al conocer lo que
había sucedido.
Registro primeramente los cadáveres guardándose el dinero que encontró en sus bolsillos.
Contento porque los clientes habían sido buenos, se retiró con ellos.
Oliver y los dos técnicos llegados de Austin continuaban en la oficina del juez.
El sheriff se reunió con ellos para darles a conocer los resultados de sus interrogatorios.
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– ¡A Archer le está bien empleado! –dijo nada más entrar-. Todos consideran que ha sido justo
lo que ha hecho ese muchacho.
– ¡Mejor ha sido que lo haya obligado! –exclamo Oliver-. ¡En buen lio nos ha metido ese inútil!
También Calvert ha tenido en parte culpa de todo esto. Sabía demasiado lo que significaba
para nosotros ese documento. Ahora ya veremos lo que hacemos. ¡Hemos tenido en
nuestras manos y le hemos dejado escapara por idiotas!
– Tranquilízate Oliver. Ya no tiene remedio.
– ¡Lo menos que pudo hacer Calvert fue decírmelo!
– Estoy de acuerdo contigo. ¿Qué conseguirías con gritar ahora? No debemos perder la
cabeza. Pronto encontraremos una solución a este difícil problema.
– ¡No sé cómo!
– Espera… Acaba de ocurrírseme una idea.
– Estoy seguro de que escucharemos alguna tontería. Todas tus ideas son siempre igual.
Púsose de pie Oliver dando una patada a la silla antes de abandonar el despacho.
– Déjale, Marlon –aconsejo Lewis-. Pronto se le pasara el enfado. Pero hay que reconocer que
tiene motivo para estar así.
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CAPITULO IX
Hacia dos semanas que ninguno de los dos aparecían por la ciudad.
Por indicación de Jeff, Magnolia había comprado unos cuantos terneros, aumentando
considerablemente de pesos todos ellos en el poco tiempo que llevaban en el rancho.
De momento lo componían Jeff y los dos vaqueros que habían ayudado a Magnolia a poner
la casa en condiciones de ser habitada.
En las horas libres, Jeff enseñanza a sus dos compañeros a manejar el Colt.
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Las dos muchachas y Steve salieron a recibirles.
– ¡Hola! –saludo Jeff-. No sé cómo os habéis atrevido venir con este calor.
– ¿Es que te has olvidado de la apuesta que hiciste conmigo ayer? –dijo Leslie.
– ¡Ah! Hubiera sido lo mismo otro día. Es una locura hacer correr a los caballos con este calor.
– No tardara en ponerse el sol.
– Te advierto que mi caballo vencerá con facilidad.
Volvió a relinchar con fuerza el caballo de Jeff y se acercó a Leslie con intenciones de golpearla.
– Si intentas algo contra ese caballo, sería capaz de colgarte delante de tu propio hermano.
– ¡Leslie!
– ¡Te he dicho antes que me dejes en paz, Steve! ¿Qué se habrá creído ese fanfarrón?
– Si tan segura estas que tu caballo es muy superior al mío ¿Por qué no hacemos una pequeña
apuesta?
– ¡Todo lo que quieras!
– No me refiero a dinero. Algo que te dolerá mucho más. Si soy yo el que vence te daré tres
fuertes azotes.
– ¡De acuerdo! ¡Y si soy yo la que vence tendrás que abandonar este rancho!
– No hagas caso de mi hermana Jeff. Te acostumbrara pronto a su temperamento.
– ¡La idea de la apuesta ha partido de él!
– Será mejor que vayamos al rancho. Papa puede necesitarnos.
– ¡Antes de irme de aquí demostrare a ese fanfarrón que su caballo no vale para nada!
56
– Tienes una hermana más testaruda que una mula, Steve. Es una lástima.
– ¡No me llames testaruda o…!
– ¡Leslie! ¿Qué vas hacer?
– ¡Basta, Steve! ¡Déjame en paz de una vez!
– Aclaremos de una vez todo esto... cerca de donde está el ganado existe una gran llanura.
Creo que será un buen terreno para probar nuestros caballos.
Llego a la meta Jeff, pero al mirar hacia atrás se dio cuenta que Leslie no podía controlar a su
caballo.
El animal enloquecido por el duro castigo a que había sido sometido, no obedecía.
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Poco después, el caballo se estrellaba contra unas rocas, encontrando la muerte instantánea.
– No has debido castigarle tanto. Dentro de poco tendremos sobre nosotros a esas aves
carniceras. Se darán un buen festín con tu caballo.
– Pobrecillo. ¡Yo soy la culpable de lo que…!
– Ya no tiene remedio. Regresemos a la casa en mi caballo.
– Todavía no. Estoy muy nerviosa. Has ganado. Puedes cobrarte el importe de la apuesta.
– Te he demostrado que mi caballo era muy superior al tuyo y con ello es suficiente.
– Te quiero, Jeff.
– Por favor, Leslie.
– No podía estar más tiempo callada. Creo que me enamore de ti la primera vez que te vi en
el fuerte.
– Si he de ser sincero, te diré que a mí me ocurrió lo mismo.
– ¿Por qué no me dijiste nada?
– No me atreví. Estoy seguro de que te hubieras reído de mí.
– Y yo que tenía celos de Magnolia.
– Menuda sorpresa les vamos a dar cuando lleguemos.
– ¡No le digas nada! Es mejor que no lo sepan.
– ¿Por qué?
– Así podremos reírnos de ellos.
– Voy a tener que darte los azotes que te he ganado.
Steve y Magnolia creyendo que les había pasado algo salieron corriendo a su encuentro.
58
Leslie simulo estar asustada.
– Ven conmigo. Quiero que me acompañes a ver unas cosas… He descubierto algo esta
mañana que no hago más que pensar en ello.
– ¿De qué se trata?
– No estoy muy seguro aun… Por eso quiero que me acompañes.
Cerca de donde estaba el poco ganado que Magnolia había comprado pasaba un arroyo.
Minutos después, Jeff se acercaba a las aguas y metía las manos en ellas.
– No es extraño. Te diré lo que yo veo. Fíjate ahora. ¿No ves esas manchas irisadas sobre el
agua?
– Si. ¿Qué quiere decir eso?
– Te lo diré. Pero tendrás que prometerme que no dirás una sola palabra a nadie.
– Cuenta con ello.
– Es muy probable que haya petróleo en cantidad en estos terrenos.
– Pero ¿Qué dices?
– Estoy convencido de ello… De todas formas lo averiguaremos entre los dos. Recuerda lo que
te dije, ni una palabra a nadie.
– ¿A Magnolia tampoco?
59
– Tampoco… Mientras no estemos seguro, nadie debe saberlo. Primeramente tendremos que
hacer unos sondeos.
– Nunca he oído hablar de esas cosas, Jeff. Todo esto es muy extraño para mí.
Entre unas cosas y otras el tiempo transcurrió sin que ninguno se diera cuenta.
– ¡Ya lo creo! –exclamo-. Ese que acabo de ver pertenece al mayor Alstyne.
Jeff estuvo a punto de echarse a reír al fijarse en el gesto que hizo Leslie.
– Lamento no poder echar un vistazo al ganado… Mañana a primera hora regreso al fuerte…
Mi esposa quiere regresar conmigo.
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– No conviene que se la lleve. He oído decir que los indios andan un poco intranquilos por
aquella zona.
– No quise decirlo yo porque estaba seguro de que Linda no me hubiera creído. Lo que acaba
de decir es cierto, por eso estaré mucho más tranquilo si ella se queda aquí.
61
CAPITULO X
– No puedo perder mucho tiempo, Jeff. Dije a Linda que salía a dar un pequeño paseo… Vine
a Dallas porque tenía necesidad de verte.
– ¿Qué ocurre?
– He observado una maniobra muy extraña en el fuerte. He venido sin permiso del coronel.
– No has debido hacerlo.
– ¿Qué otra cosa podía hacer?
– ¿Qué es lo que has visto?
– ¿Recuerdas aquellos caravaneros que estuvieron en el fuerte?
– Si.
– Han vuelto a aparecer por allí… El jefe de esos hombres ha estado hablando con el coronel
durante mucho tiempo. Por la noche les vi cargar en los carretones unas cuantas cajas que
sacaron de la cantina y me da la impresión que en aquellas cajas iban armas.
– ¿Qué rumbón llevaban?
– Caminaban hacia el Sur.
– ¿Has podido averiguar lo que llevaban?
– No me atreví… Unos cuantos soldados les daban escolta.
– Has hecho bien.
– Antes de nada lee esta carta… La recibí hace unos días. Es de tu padre.
– ¿Le ocurre algo?
– No. Dice lo que tenemos que hacer en caso de necesidad. En Washington continúan
preocupado el contrabando de armas que se está haciendo en este territorio.
– Con tan poca claridad no puedo leer.
– Bajo aquella ventana podrás hacerlo.
Sin hacer mucho ruido se aproximaron a la ventana indicado por el mayor, pudiendo Jeff por la
luz que reflejaba hacia afuera, leer la carta.
– Hare por ver a ese inspector esta misma noche –dijo Jeff.
– No. Tú no puedes verle.
– ¿Por qué?
– Han hecho demasiada propaganda de ti en la ciudad… Alguien he hecho correr la voz que
eres un temible pistolero por cuya cabeza ofrecen dos mil quinientos dólares.
– ¿Dónde te has enterado de eso?
– Bob me encargo que te lo dijera. Hay varios hombres esperándote para matarte.
– El sheriff tiene que saber algo d todo esto… Le obligare a hablar.
– No es conveniente dar un mal paso ahora. Yo procurare entrevistarme con el inspector
Tallman… Tan pronto me vea en el California, estoy seguro de que me seguirá.
– ¿Y si hiciéramos creer a todos que ese inspector y yo somos viejos amigos? No se atrevería
nadie a seguir sosteniendo que soy un peligroso pistolero, ¿no te parece?
62
– No está mal la idea… Pero antes he de hablar con ese inspector para ponerle al corriente
de todo.
– Te acompañare hasta cerca de la ciudad… Si tienes la suerte de ver a ese inspector tráele
conmigo.
Como puestos de acuerdo recogieron sus monturas y caminaron las primeras yardas con ellas
de la brida.
Cuando se hubieron alejado lo suficiente de la casa, montaron sobre los caballos obligándoles
a galopar.
No era muy tarde, por eso se encontró con algunos conocidos a los que, como de costumbre,
tuvo que saludar.
– ¿Qué hace usted a estas horas por aquí, mayor? Como se entere su esposa no lo pasara
bien.
– Ella sabe que he venido aquí porque se lo he dicho… No podía dormir y me aburría en el
rancho.
– ¿Qué tal le va a Magnolia?
– Está muy contenta… Se alegra de haber dejado el bar.
– Más se alegrara el borracho que se ha hecho cargo de ese negocio.
– Conozco a ese hombre hace tiempo y merece todo mi respeto.
Mezclóse el mayor entre los clientes de la casa, cediéndole muchos el paso al verle,
consiguiendo así llegar hasta el mostrador sin gran dificultad.
Bebió tranquilamente el whisky que le habían servido y se dejó ver por todo el local.
Tan pronto se enteró l propietario del mismo que estaba allí, salió a saludarle.
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– Eso no… Seria cuando mi esposase enfadaría y tendría sobrada razón para hacerlo.
– No tiene por qué enterarse.
– Agradezco su buena intención, mister Morgan… Pagare lo que he bebido y me iré.
– Esta usted invitado mayor… Es un honor para mí verle en mi casa.
– Nada tiene que ver una cosa con la otra.
– No insista mayor… Nadie le cobrar un solo centavo.
– Está bien… hasta otro día entonces.
– ¿Volverá mañana por aquí?
– Saldré muy temprano hacia el fuerte. Vine sin que supiera nada el coronel. Mi esposa se
encontraba un poco mal y me vine sin pedirle permiso.
– Que tenga suerte al llegar.
– Crea que la necesito.
Estaba casi convencido que el inspector que iba buscando le había visto.
Por eso, cuando se encontró en la calle de vez en cuando miraba hacia atrás.
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ellos sean pagadas también… Sera mejor que vaya yo con ustedes. No pueden estar muy
lejos. Ya sabe lo que tiene que hacer cuando llegue al rancho mayor. Diga a mi patrona que
aunque no vuelva en todo el día no se preocupe. Puede decirle que me encontré con un
viejo amigo y que he tenido que ir con el hasta Alvarado… Busque a sus agentes, inspector.
Saldremos ahora mismo.
– Mucho cuidado –aconsejo el mayor-. Nada de andar con reparos… Disparen a matar si es
preciso.
– No se preocupe por nosotros mayor. Sabemos lo que tenemos que hacer. ¿No es así,
inspector? Y piense un poco en su coronel.
– No me hables de esa manera, Jeff… El inspector es de confianza y sabe quién eres… Tu padre
le escribió una carta.
– No debió hacerlo, pero en fin… Ya no tiene remedio. Llámame Jeff entonces inspector.
– Mi nombre es Franklin. Espero te guste.
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– Después de tener toda la propaganda hecha contra él no pudimos hacer nada. Resulto ser
un buen amigo de un inspector que anduvo por aquí… Wilson recibió la visita de ese
inspector, quien respondio por ese zanguilargo.
– ¿Port que no les quita de en medio de una vez? En Austin están esperando lo de esos
terrenos.
– Pronto serán nuestros… Según los informes de Lewis hay una fortuna en ese rancho.
– ¿A que esperáis?
– Anda. Ve a la ciudad. El negocio de las armas no crea que es ninguna tontería. A ti y a Errol
no os ha ido muy mal.
– ¡Bah! El que debe estar ganando dinero es el jefe. Todavía no he logrado saber quién es a
pesar del tiempo que llevo trabajando con vosotros.
– Y si de veras estimas tu vida, no intentes averiguarlo… Aparecería tu cadáver en cualquier
sitio…
– ¿Es que no soy de confianza?
– ¡Cállate!
El galope de los caballos fue oído por Oliver y Dickens, y salieron los dos de la casa.
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– ¡Algo me dice que no han sido ellos!
– ¿Tienes miedo?
– ¡No es eso, Oliver!
– ¡Claro que sí! ¡Estas temblando! ¿A que has venido aquí con hombres?
– Vamos a dar una batida… Todos ellos creen que han sido los indios.
– Y es muy posible que sean ellos los que tienen razón… ¡Lárgate pronto de aquí!
Una vez que se hubieron marchado todos, Oliver envió a su capataz a fuerte Worth.
– Di al coronel lo que h ocurrido… si puedes procura que el mayor no te vea por allí.
– Si me pregunta algo diré que voy a visitar a un amigo.
– Si te hiciera alguna pregunta díselo al coronel. Procura estar pronto de vuelta… Habrá
trabajo dentro de poco. Hemos acordado matar todo el ganado de Norman… Tendrá que
vender cuando se encuentre sin una sola cabeza.
– Empezaba a aburrirme todo esto… Una pequeña fiesta nos vendrá muy bien a todos. Hare
por estar de vuelta lo antes posible.
– Cerciórate de que no te siga nadie.
– Descuida.
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CAPITULO XI
– ¡No he querido que me acompañara mi hijo, Wilson! ¡Ni una res me han dejado con vida
esos miserables!
– Sabes que haré todo lo que pueda Norman… Estoy cansado de recorrer los alrededores…
No es solo en tu rancho donde han matado el ganado. Otros han venido como tú a quejarse.
Si la comarca está invadida de cuatreros, ¿Qué puedo hacer yo?
– ¡Vergüenza debería darte llevar esa placa sobre tu pecho!
– ¿Qué culpa tengo yo de todo esto? ¡Os prometo que en cuanto eche mano de esos cobardes
los colgare en el centro de la ciudad para que sirvan de ejemplo a los demás!
– ¡Si hubiera sido el ganado de mister Lumberton ya estarías moviéndote por ahí!
– ¡Me estoy cansando de escucharte! ¡No dices más que tonterías! ¡No voy a tener más
remedio que detenerte como continúes hablando así!
– ¿Por qué no me detienes? Anda… ¿A qué esperas? Te da miedo, ¿verdad?
– ¡Cállate!
– ¡No quiero! Pronto vendrán otros a pedirte cuentas.
Dándose cuenta del grave error que iba a cometer lanzo el rifle contra el suelo.
Mientras tanto, Jeff y Steve efectuaban una pequeña inspección entre el ganado muerto.
– ¡Mira Jeff! –exclamo Steve-. Acabo de encontrar algo que puede sernos muy útil.
Se guardó Steve la espuela en el bolsillo y marcharon hacia el lugar donde habían dejado los
caballos.
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Media hora después, Jeff y Steve se presentaron en el taller del herrero.
– ¡Hola muchacho! –SALUDO Alvin. Tu padre hace un momento que se acaba de marchar,
Steve. Creo que estuvo discutiendo con el sheriff… Me pidió que fuera hasta el rancho para
que viera lo que habían hecho, pero no he querido hacerlo…
– Quiero que eches un vistazo a esto…
– Una espuela…
– La encontramos entre el ganado muerto. Como es de plata creímos que tú podrías decirnos
algo….
– No me fijo en esos detalles. Posiblemente muchos de mis clientes usen espuelas de plata…
Sé que no es lo corriente, pero hay algunos.
– Gracias de todas formas, Alvin –dijo Jeff-. Esta noche intentaremos encontrar al hombre que
perdió esta espuela.
– Yo os acompañare… me encontrareis en el bar de Bob.
– Te dejaremos una cerveza paga. Nosotros vamos allí ahora.
– Me parece bien… Y no perdáis esas buenas costumbres.
– Muy bueno tiene que ser el whisky que vendes –dijo Jeff-. Es la única explicación de que se
encuentre tanta gente aquí.
– ¡Vaya! Ya era hora que se os viera el pelo por aquí… ¿Cómo no ha venido tu padre con
vosotros, Steve?
– Te lo puedes imaginar… Después de lo que ocurrió en el rancho.
– No es extraño… A mí me hubiera ocurrido lo mismo… ¿Es cierto que no han dejado una sola
res con vida?
– Ni una. Que te lo diga Jeff.
– ¡Daria mis dos brazos con tal de ver a esos asesinos colgando de uno de los árboles de la
plaza!
– Puedes estar seguro que nosotros daremos con ellos –afirmo Jeff.
– ¿Qué ha dicho el sheriff?
– Según él está cansado de recorrer toda la comarca.
– ¿Qué vais a beber?
– Cerveza… El Whisky da demasiado calor ahora.
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– Alvin aparecerá de un momento a otro por aquí –dijo Steve.
– ¿Ya os marcháis?
– Regresamos al rancho… Tenemos que ayudar a enterrar el ganado.
– Yo puedo buscar gente que os ayude.
– No es necesario… Con los que somos hay suficiente.
– Di a tus compañeros que estén preparados esta noche. Es fácil que encontremos a uno de
los que dispararon sobre el ganado de los Livingstone. Estad todos preparados… No veremos
en el California.
Y cuando pasaban junto a ellos dijeron algo en voz alta para que pudieran oírlo.
Los hombres de mister Lumberton se miraron sorprendidos al comprobar que no les habían
hecho caso.
– ¡Son uno cobardes! –exclamo uno-. Les hemos insultado descaradamente y ni se han
inmutado siquiera.
– No nos habrán oído –dijo otro.
– ¡Claro que nos han oído! Si hubiera venido Dickens con nosotros habría sabido aprovechar
esta pequeña oportunidad.
Horas más tarde, Jeff y Steve continuaban escondidos en las afueras de la ciudad en espera de
que se hiciera de noche.
Los agentes ya estaban todos en el California, esperando que Jeff y Steve aparecieran por allí.
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– Por mucho que me paguéis no trabajare más hoy.
– Deja eso que estás haciendo –ordeno-. Te he dicho antes que tenemos prisa.
– Venid mañana a primera hora… Entonces podre atenderos.
– ¡Me estoy cansando!
– Puedes sentarte si quieres… Ahí hay donde hacerlo.
– Te crees muy gracioso, ¿verdad? ¡Te he dicho que dejes eso!
– Está bien –dijo-. Tendréis que pagarme lo que me habéis prometido por adelantado si
queréis que os atienda.
– Venid dentro de un par de horas. No creo tardar más en arreglar vuestros caballos.
– Más vale que así sea… Daremos una vuelta por la ciudad. Como no estén listo esos caballos
en el tiempo que has dicho, tendrás que devolverme el dinero que acabo de entregarte.
Alvin preparo las herraduras que iba a necesitar y se puso a herrar el primer caballo.
Tan pronto le dejaron solo se quitó el mandilón y cruzo la calle con rapidez.
Alvin bebió de un solo trago la cerveza que le habían servido y regreso al taller.
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– ¿Están nuestros caballos listos?
– Solamente me falta colocar una herradura a éste… No diréis que he tardado mucho.
Intencionadamente, Alvin dejó caer al suelo la espuela que Steve le había entregado.
Tiffin coloco el trozo de espuela sobre el resto que le quedaba ajustado en la bota, coincidiendo
ambas partes.
Después de desarmarle, Steve llevo los caballos hasta la parte trasera del edificio.
Apuntando con el Colt que tenía en la mano hacia uno de aquellos hombres, dijo Jeff:
– Tienes unos segundo para decirme los nombres de los que han intervenido en esa matanza.
– ¡Yo no sé nada!
– ¡Uno! ¡Dos!
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Jeff apretó el gatillo matando al vaquero que estaba interrogando.
Jeff se volvió hacia él y le golpeo en pleno rostro con el Colt que tenía en la mano.
Seguros de que no tendrían piedad de ellos fueron a sus armas pero Jeff fue más rápido y disparo
sobre los tres repetidas veces, hasta descargar sus dos Colt.
Y al llegar a la oficina del sheriff vieron luz en el interior de la misma, acercándose con cuidado
Jeff a una de las ventanas.
Steve, con la culata de un Colt le golpeo con fuerza en la nuca matándole sin proponérselo.
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– Hay que regresar en seguida al rancho –dijo Jeff-. Nos detendremos solamente lo necesario
para que tu padre sepa que vamos a Austin. Registraremos antes de que sea demasiado
tarde vuestras tierras y las e Magnolia. No hay duda que mister Lumberton sabe que hay
petróleo en vuestro rancho.
– ¿Y Dickens?
– Nos encargaremos de él cuando volvamos.
Antes de abandonar la oficina del sheriff, pusieron el cadáver de este de tal forma que daba la
impresión de estar dormido sobre la mesa.
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CAPITULO XII
Tan pronto llegaron a Austin lo primero que hicieron fue inscribir las tierras en el Libro de
Registro.
Jeff sabía dónde encontrarle en caso de necesidad y visitaron los locales que el inspector
solía frecuentar.
Como era muy conocido preguntaron en todos los sitios por él.
– Habéis hecho bien… Es la única ley que entienden esos cobardes. Al que me ha sorprendido
ver aquí es al coronel de fuerte Worth.
– ¿Qué hará aquí?
– Es lo que tenemos que averiguar… Esta tarde va a ser recibido por el gobernador.
– Si pudiéramos escuchar la conversación…
– Es un poco arriesgado, pero creo que podemos conseguirlo. Conozco a varios de los agentes
que vigilan la casa. Son buenos amigos y estoy seguro de que nos ayudaran.
– No perdamos tiempo entonces.
– Vamos. Veré lo que puedo hacer.
La casa del gobernador quedaba un poco retirada y tuvieron necesidad de llevar sus monturas.
Poco antes de llegar el inspector les pidió que se quedaran un poco rezagados.
Presentase el solo en la lujosa mansión donde habitaba la máxima autoridad del territorio,
siendo saludado por uno de los agentes amigos.
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– Es que estoy seguro de que vamos a descubrir algo muy importante. Y si piensa en los
compañeros que hemos perdido, comprenderás que es justo lo que te pido.
– No sé qué hacer…
– ¿Sabes quién me ha pedido que viniera hasta aquí?
– ¿Quién?
– El hijo del senador Allison.
– ¿Es cierto eso?
– Le conocerás dentro de poco… Su padre le envió a Texas con el fin de poner en claro ciertas
cosas que están ocurriendo en este territorio.
Hablaron luego con otros compañeros y se pusieron de acuerdo para entrar en la casa.
Una hora más tarde, Jeff, Steve, el inspector y dos de los agentes encargados de vigilar la casa
entraban en ella.
Entraron todos en una pequeña habitación desde la que podían oír todo lo que el gobernador
hablaba.
Tan pronto les informaron que el coronel había sido recibido, se hizo un gran silencio,
escuchando todos con atención.
– Hola Milton –dijo el gobernador-. ¿Qué te ocurre para que vengas a verme?
El inspector, Jeff, Steve y los agentes se miraron sorprendidos por la gran confianza con que el
gobernador y el coronel se trataban.
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– El hijo de Norman está en la ciudad.
– ¡Registra esos terrenos a nombre del coronel Milton Houston!
– ¡Es que he tenido que entregarles un recibo!
– ¡No importa!
Sin poder contenerse más, Jeff apareció ante ellos con las armas empuñadas.
El gobernador salto del asiento, dando la impresión que había sido mordido por una serpiente.
– En una ocasión dije a mi padre que usted acabaría mal… ¡Lo que no podía imaginarme es
que fuera tan cobarde! ¡Por su culpa ha muerto demasiada gente! No podrá pagar con su
vida todos los crímenes que ha cometido… Aunque nos queda la tranquilidad de que ya no
podrá cometer ninguno más…
– ¡No saldréis de aquí ninguno con vida!
– ¡Como intente elevar la voz no podrá digerir la dosis de plomo que le meteré en el vientre!
– ¡No me importa morir! ¡Sé que moriréis vosotros conmigo!
– Al que se sienta con el suficiente valor para confesar por escrito toda la verdad le dejare en
libertad.
Pero el encargado del Registro, viendo una pequeña oportunidad de salvar la vida, hizo una
amplia confección.
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No había forma de poder reconocer a ninguno de los tres.
Por último, Jeff fue elevando uno a uno sobre sus hombros, estrellándoles contra el suelo.
Sin darles ninguna clase de explicaciones les condujeron hasta el lugar donde estaban los
cadáveres del gobernador, del coronel y del encargado del Registro.
– ¿No conocéis a esos tres personajes? –les preguntó Jeff-. Yo os diré quienes son: este es
vuestro querido amigo el gobernador, aquel el coronel Milton Houston y éste el encargado
del Registro.
Escondidos en los terrenos del mismo, esperaron a que se hiciera de noche para que nadie les
viera llegar.
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– Vamos Steve… Todavía nos queda algo por hacer en la ciudad. Estoy seguro de que
encontraremos a mister Lumberton y al juez en el California.
En una de las mesas charlaban animadamente, Oliver Lumberton, Calvert, Morgan, Kurt James,
el juez y Dickens.
Jeff tropezó con uno de los agentes y le ordeno que vigilaras a los empleados de la casa.
– ¡Esta vez no podréis escapar! ¡Todo el mundo sabe que sois los que habéis matado al sheriff!
– Y pensamos hacer lo mismo con vosotros… Es muy posible que mañana mismo se pueda
leer en los periódicos algo interesante… Y si estáis esperando a esos dos técnicos y a Frank,
será mejor que os hagáis a la idea de que no podrán venir.
Tres de los empleados de la casa habían sido sorprendidos por los agentes.
•••
Sin importarle la presencia de los testigos, Leslie beso al hombre que en breve seria su esposo.
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– Conserva esto como regalo, Magnolia –dijo el mayor-. El nombre de tu padre figurara para
siempre en el Libro de Honor Militar… En Washington se sienten orgulloso de él… En una
palabra: Fue un gran Militar…
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