Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CAPITULO III
CAPITULO IV
—Parece un buen caballo...—exclamó
el mayor.
—Uno de los mejores que haya podido
tener ante usted — replicó Ed.
—Por algo querían quedarse con él. Y
está encariñado contigo...
—Hace meses que estamos juntos la
mayor parte de las horas... Hablo con él
como si pudiera entenderme.
—En cambio, las armas, no veo nada
especial en ellas...
—Su valor está en lo sentimental. Son
recuerdo de aquel buen amigo... Y en el
deseo de que sea con estas armas con las
que castigue a sus asesinos.
—Lo único extraño en ellas es el
calibre. Encontrarás dificultades para la
munición.
—No lo crea. Abundan armas de este
calibre... Aunque sean más las otras, las
«45». ¿Se ha dado cuenta que Gabe
también usa «38»?
—¡No! No me había fijado..., ¿es
verdad?
—Cuando venga, líjese.
—Lo haré — dijo el mayor, sonriendo
—. Bueno. He de ir al pueblo...
Esperamos a la hija del coronel, que llega
en el primer tren procedente del Este. El
padre está un poco delicado y no puede ir
a por ella. Puedes venir si lo deseas.
—¿Cuándo me van a facilitar la entrada
en la reserva? Antes de seguir mi
camino, me agradaría poder hablar con
los recluidos en ella.
—Frente a lo que piensa Gabe, no creo
que si les están vendiendo a ellos, hablen
una palabra.
—He estado pensando en cómo pueden
pagar los indios que están en una
reserva... Y hay que suponer que el
precio que hayan puesto a las armas y a
la bebida, sea elevado. Es más lógico que
sean los que andan huidos por las
montañas y que, conocedores del terreno,
tengan oro en cantidad para esos pagos.
Oro o pieles... Son las monedas factibles
para ellos.
—No se sabe que haya yacimientos ni
placeres por aquí...
—Ellos conocen mejor las montañas.
El mayor quedó pensativo unos breves
segundos.
—¿No habrá oro en la reserva? —
exclamó al fin —. Es muy extenso el
terreno que comprende.
—También es posible. Pero lo dudo, ya
que el agente y sus ayudantes vigilarían
constantemente hasta localizarlo... Y
entonces, no sería aprovechado por los
indios. Todos ustedes coinciden en que
ese agente es una mala persona. Si es así,
no le importaría mucho robarles.
—Les está robando en lo que ellos
producen... y posiblemente en la
ganadería que crían desde hace meses.
Sin embargo, es una de las reservas
donde no pasan hambre. Cosecha fríjoles
y maíz en cantidad suficiente para
atender sus necesidades. A cambio de
estos productos de la tierra, les facilitan
ropas. Tienen una vega hermosa en la
que el algodón es pródigo. Algunas
indias hilan y tejen a su estilo, pero
prefieren vender el algodón.
—¿Algodón en este clima ?
—Por muy extraño que parezca, así es.
Creo que ahí está la verdadera fuente de
ingresos importante del agente. Es el
encargado de vender ese algodón.
—Si esto me lo dice otra persona, le
diría que es un loco. ¡Algodón en
Montana...!
—Pues, si. La misma sorpresa recibí yo
al llegar destinado a este fuerte y conocer
ese hecho. Es una vega cálida el tiempo
suficiente para que el algodón termine su
ciclo. Tienen un sistema de riego
admirable... y obtienen muchos
«bushels» de maíz. Han tenido algunos
conflictos a causa de esa vega.. El
anterior agente les defendió con acierto.
El actual, parece que ha permitido a
ganaderos limítrofes el aprovechamiento
para pastos de una buena parte de ese
terreno...
—Eso es un robo que les hacen...
—Hace tiempo pedimos a Washington,
en la sección de cartografía, un plano de
los limites de las tierras entregadas como
reserva.
—¿Lo enviaron?
—No han respondido. Lo hicieron de
una manera ambigua..., afirmando que
buscaban en los archivos... Pero la
verdad es que no hemos recibido lo que
sería un justificante indiscutible. Y los
indios han visto mermada esa vega... Uno
de los jefes allí recluido, que habla
nuestro idioma, se escapó un día y vino
al fuerte. Pero el coronel que estaba
entonces, no estimaba a esos seres...
Cuando lo de Custer, perdió un hermano
y un sobrino. Le amenazó con colgarle si
se presentaba de nuevo con una queja.
—Eso es una cobardía...
—Que le costó ser destituido, porque
escribí a los amigos de Washington
dando cuenta de ese atropello y falta de
ayuda. Sin embargo, no se les
restituyeron los terrenos robados. Que
son la base de su tranquilidad. El agente
que había entonces se enfrentó a ese
ganadero, sin que le atendiera en su
reclamación. Y sus quejas obtuvieron el
mayor de los silencios y su traslado es
posible que fuera motivado por ellas.
—Lo que indica que ese ganadero está
bien apoyado en la capital federal.
—Desde luego. Y hoy sé quién es el
que le ayuda. El senador Cunningham.
—¡No es posible que un senador se
preste a la complicidad de un robo
alevoso como ese!
—No puede ser otro. Cuando supe la
amistad que les une a los dos, pensé que
ahí estaba la razón del silencio de
Washington.
—¿No comprenden que así les empujan
a una rebeldía y posible sublevación?
—Por conducto de los guías indios que
tenemos, les he aconsejado paciencia.
Creí que se aclararía escribiendo a mis
amigos... Y la verdad es que he fallado.
Hay una ceguera absoluta en el
departamento respecto a los problemas
de las agencias. Y así van de error en
error... Los que están al frente del mismo
no conocen el problema racial ni la
idiosincracia de esa raza. Y con tal
desconocimiento los resultados son
lógicos. Hace una temporada que estoy
asustado... Los indios se impacientan...
—¿Sigue en la reserva ese jefe que vino
al fuerte...?
—Sí. Pero los guías afirman que ha
cambiado radicalmente... No protesta ni
dice nada...
—Ha de haber una razón poderosa para
ese cambio. No es frecuente en esa raza...
—Es lo que he pensado muchas veces.
—Tiene que llevarme uno de los guías
para que yo hable con él.
—Se ha negado a hablar con ellos desde
una temporada... a esta parte.
Una hora más tarde, Ed hablaba con el
guía que habla entrado varias veces en la
reserva. Y lo hacían en el idioma del
guía: cheyenne.
Confesó el guía su contento por conocer
personalmente al Indio pálido del que
tanto se había hablado entre los indios.
Y quedaron de acuerdo en entrar esa
misma noche en la reserva, directamente
a los «tipis» que les interesaban. Era un
buen conocedor del terreno.
Hasta entonces, marchó a Billings para
encontrarse con Gabe, al que le diría lo
que iba a hacer.
Por lo que habían hablado entre ellos,
Ed sospechó que Gabe conocía a los
indios que andaban huidos por las
montañas cercanas y hasta supuso que
esa cantidad de pieles que decía cazar él
solo, se debía a la ayuda de esos indios y
era la razón por la que defendía se le
pagaran precios más justos.
Pensaba que el deseo de Gabe de llevar
el importe de las pieles en efectivo y no
dejarlo en el Banco, era para entregar a
esos indios cantidades con las que ellos,
lejos de allí, adquirirían lo que
necesitaban con más urgencia y que no
podían obtener por ellos mismos. Ropa,
en particular, como mantas, y para vestir
sin llamar mucho la atención.
Cuando salió del fuerte, extrañaba la
tardanza de los que fueron en busca de la
hija del coronel.
Y al llegar a Billings supo la causa. El
tren se había retrasado bastante por haber
sido asaltado nuevamente.
El mayor y Gabe estaban en la estación
hablando con los empleados y viajeros,
quienes aseguraban habían sido un grupo
de indios los autores del asalto.
La indignación de los oyentes era
intensa y muchos pedían que los de la
reserva fueran fusilados en masa.
Un vaquero, de los que escuchaban,
exclamó:
—Me gustaría saber dónde estaba, a la
hora del asalto, Eddie-Brok, el llamado
Indio pálido. Aún sigue por aquí y eso
que dijo que iba de paso hacia Helena.
Se volvió el mayor como movido por un
resorte y replicó:
—¡Está en el fuerte y no se ha movido
de allí...!
—Gracias, mayor, pero será preferible
que hable conmigo... — dijo Ed
avanzando entre los curiosos.
El vaquero retrocedió asustado por la
expresión de los ojos de Ed.
—¿Dónde estabas tú a esa hora? —
preguntó a su vez—. Acabas de saber
dónde me hallaba yo. Pero nos interesa
saber dónde estabas tú...
—Han sido los indios... Esos salvajes
que han debido ser colgados todos...
—No has respondido. ¿Dónde estabas
tú?
—Estaba en el rancho... He venido
desde allí...
—¿Por qué te has acordado de mí...?
—Todos dicen que eres amigo de los
indios...
—No dicen que soy un cobarde como
tú, ¿verdad? Porque no hay duda que lo
eres... Y no sabes cómo odio a los que
son así... ¡Y ahora, vas a defender tu
vida, porque estoy dispuesto a matarte...!
—Yo creo... — medió el sheriff.
—¡Calle, sheriff, si no quiere que le
incluya en el punto de mira de mis
armas! He dicho que le voy a matar y le
advierto que se defienda. No soy un
traidor cuando así hablo, ¿verdad?
—Tiene que ayudarme, sheriff... No soy
un pistolero como él... — decía el
vaquero.
—¡Quieto, sheriff! Le han dicho que no
intervenga... — dijo Dick mirando al de
la placa —. Este cobarde ha hablado por
saber que Ed le escuchaba, así que lo ha
provocado deliberadamente. Que se
defienda frente a él... No trate de
distraerle ni de disparar sobre Ed, porque
le llenaré los ojos de plomo.
El sheriff, completamente aterrado,
retrocedía instintivamente.
—Gracias, Gabe, pero estaba pendiente
de él. Creo que le has salvado la vida.
Una pulgada más baja su mano y le
habría matado.
El rostro del sheriff se cubrió de sudor.
El vaquero, que aparentemente estaba
temblando de miedo, buscó su «Colt»
con una rapidez extraordinaria.
Pero el enemigo era demasiado superior
a él.
Con el «Colt» empuñado, pero sin
llegar a salir de la funda, cayó al suelo
sin ojos.
El sheriff, al ver que le miraba Ed,
levantó las manos, diciendo:
—¡No te iba a traicionar! ¡Trataba de
evitar la pelea...!
—¡Es usted un cobarde, sheriff! Y estoy
seguro que antes de marchar de Billings
le mataré... ¡Ahora marche de aquí
porque no respondo...!
Echó a correr el de la placa en una
franca huida, lleno de pánico.
—¿Con quién trabajaba ese muchacho?
— preguntó el mayor.
—Con Alian Plint... — respondieron.
Los ojos del mayor brillaron de modo
especial.
Las mujeres que rodeaban a la hija del
coronel, que llegó completamente
asustada y nerviosa, estaban
tranquilizando a la muchacha.
Con ella, había otras viajeras que
estaban tan asustadas como Lisa. Que así
se llamaba la hija del coronel.
Gabe se acercó al mayor y le preguntó:
—¿Quién es ese ganadero?
—El que ha robado parte de la vega de
que hablamos...
—No deja de ser interesante... ¿Quién
les habrá hablado de Ed?
—Es lo que estaba pensando yo.
—Como ha fallado lo del cuatrero,
ahora tratan de acusarle de ser
atracador...
—Sí. Creo que tienes razón. Es muy
interesante.. Voy a ocuparme de Lisa.
La muchacha seguía rodeada de otras
mujeres que no cesaban de tranquilizarle.
Habían llevado los militares un coche
para ella.
El mayor conocía a Lisa y tenía una
gran confianza con ella.
—Vamos, Lisa — dijo —. Han de estar
impacientes en el fuerte.
—Mayor... No hago más que pensar
detenidamente en los atracadores... Y
tengo la más firme convicción de que no
eran indios todos los atracadores. El que
me arrebató la cadena y la medalla, eran
tan blanco como nosotros. Me fijé con
toda atención en sus manos... Y le
aseguro que pertenecían a un hombre de
nuestra raza.
—Otros viajeros, en cambio, afirman
que eran indios.
—Es posible que fueran mezclados —
dijo el mayor—. Pero la presencia de
blancos, indica que es obra de éstos y no
de los indios.
—Y esos indios que algunos viajeros
aseguran iban con los otros, han de ser de
los que andan por las montañas— dijo
Ed.
Lisa, al poder prescindir de las
atenciones de las mujeres que la
atendían, fue presentada a Ed y a Gabe.
Pero éstos estaban más pendientes de
los vecinos de Billings que de la recién
presentada.
El hecho de haber tenido que matar a
ese vaquero y amenazar al sheriff les
obligaba a una atención estricta y
constante.
Consciente el mayor de un peligro para
los dos, decidió marchar al fuerte,
llevando con él a ambos jóvenes.
Lisa, en el coche, comentaba el atraco
de que habían sido víctimas.
El mayor iba en el coche con ella y, a
los lados, Ed y Gabe jinetes sobre sus
monturas.
Para estos dos era muy difícil poder
escuchar lo que hablaba la muchacha, ya
que el ruido de los ejes, con su chirriar
agudo, lo impedía.
Cuando llevaban caminando poco más
de dos millas, vieron el tren que seguía
su camino hacia la capital, Helena.
Una vez en el fuerte, era la mayoría los
que estaban en el patio y se vio una gran
tranquilidad en los rostros ansiosos al
darse cuenta de que la joven estaba en el
coche al lado del mayor.
El coronel abrazó a la hija, preguntando
la razón de esa tardanza.
Tenía que atender Lisa a los saludos de
los demás y hablaba con su padre entre
éstos.
—¡Y aún hay quien se atreve a defender
a esos salvajes...!— decía el teniente
Bruce.
Al hablar así, miraba desafiante al
mayor.
—No creo que sea obra de ellos — dijo
la muchacha—. Iban blancos entre los
atracadores.
—No puedes defenderles también tú...
—No hago más que rendir culto a la
verdad. El que robó mi cadena y medalla
era blanco. No tenía nada de indio.
—Te lo habrá parecido a ti.
—Estoy segura. ¿Es que me vas a decir
que no es cierto lo que he visto?
—Estás influenciada por las teorías del
mayor...
Ed y Gabe, que desmontaban, miraron
al teniente, pero sin hacer comentario
alguno.
—¡Teniente!—dijo el mayor—. Le
ruego se domine... y medite sus palabras.
El aludido dio media vuelta y se alejó.
Ed y Gabe entraron en la cantina.
Había dicho Ed a Gabe que iba a
intentar hablar con los indios de la
reserva para tratar de averiguar si les
vendían armas y bebida.
—No creo que sea con ellos con
quienes comercian, si es que lo hacen —
había respondido Gabe.
—¿Crees que será con los que andan
por las montañas...?
—Es lo más lógico. Los que están en la
agencia se consideran tranquilos y no
querrán complicarse la vida. De no estar
conformes, escaparían como han hecho
otros.
—¿Crees que será en ese almacén
donde se centralicen las mercancías que
les venden...?
—De hacerlo por aquí, ha de ser Hugh.
Le considero muy capaz de ello. Es un
perfecto granuja.
—Lo que preocupa al mayor es la
actitud de un jefe indio que parece haber
cambiado radicalmente... Supone que
para lograr ese cambio han tenido que
amenazarle muy seriamente.
—¿Y crees que te va a decir a ti la
razón de ello? ¡No lo hará!
—Les conozco bien, Gabe. Ya sé que
no será sencillo, pero por lo que hable, es
posible que pueda imaginar lo ocurrido.
—¿Y qué adelantarías con ello?
—Mucho. Si descubro que es obra del
agente o de sus amigos, les castigaré a mi
modo. Y seguiré mi camino hacia
Helena.
Esta había sido la conversación respecto
a los indios.
Al entrar en la cantina, dijo Ed:
—No me gusta ese teniente. Odia
demasiado a los indios.
—Yo creo que odia más al mayor. Lo
que ha dicho es para molestar a éste.
Dejaron de hablar por la entrada en la
cantina de la persona en cuestión.
El teniente miró a los dos con claro
desprecio y pidió de beber al cantinero.
—La verdad es que no comprendo que
se defienda a los indios después de los
atracos que han hecho al tren — dijo —.
Y Lisa, que está influenciada por el
mayor, se atreve a poner en duda que sea
obra de ellos... El tener que respetarle ha
hecho que no responda como merece...
Ed se volvió hacia Bruce para decir:
—¿No cree, teniente, que es una
cobardía hablar así?
CAPITULO V
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO X
***
FIN