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1.„ edici•n: 2002

€ Silver Kane

Impreso en Espa‚a - Printed in Spain

ISBN: 84-406-6565-2

Dep•sito legal: B. 16.460-2002


CAPITULO PRIMERO

Iba bien vestido. Deb…a tener unos cuarenta a‚os, pero aparentaba m†s. Ten…a un aspecto
grave, reflexivo, solemne.

Todo el mundo le saludaba al pasar.

—Buenos d…as, se‚or Brick.

—A sus •rdenes, se‚or Brick.

—Es para m… un honor saludarle...

La gente le respetaba, le rend…a pleites…a. Brick parec…a el hombre m†s importante de Carson
City.

En cierto aspecto lo era. Porque si Brick no destacaba por su cultura ni por su honradez,
destacaba, en cambio, por su dinero. Hab…a encontrado una mina dos a‚os atr†s, y desde entonces
sus intereses hab…an subido como la espuma. Ten…a numerosos negocios en Carson City, en Elko
y en otros lugares de Nevada. La gente le tem…a, le respetaba y se dejaba mandar por ƒl.

Brick caminaba orgullosamente, sacando tripa, con los pulgares hundidos en los bolsillos de
su chaleco negro.
La ciudad era suya.

La ciudad... y algo m†s.

Porque ƒse era un d…a muy especial para Brick, un d…a que llevaba esperando desde hac…a
varias semanas.

Pas• por delante del saloon llamado The Frontier's, donde era fama que pod…an encontrarse las
mujeres m†s bonitas de la ciudad.

Ni lo mir• siquiera, pese a que hasta poco antes hab…a sido asiduo cliente. Las chicas que
hab…a all… le conoc…an bien. A todas inspiraba repugnancia, pero al mismo tiempo le tem…an y le
respetaban porque no hab…a otro remedio.

El saloon no estaba abierto al pˆblico a aquella hora, ya que eran las doce del mediod…a.

Pero una mujer sali• de ƒl. Era una mujer que no deb…a llegar a los veintitrƒs a‚os, rubia y
opulenta, que ten…a todo el atractivo profesional de las verdaderas damas de saloon.

Mir• con sorpresa a Brick.

—Hola —dijo—. Hola, se‚or Brick.

‰l le dirigi• una mirada desde‚osa.

—Hace por lo menos tres d…as que no le vemos por aqu…, se‚or Brick —dijo la bailarina con
su mejor sonrisa—. ŠQuƒ le ocurre? ŠNo se siente bien?

—Me siento perfectamente.

—Entonces, Šquƒ le sucede? ŠEs que ya no le gustamos?

—Eso ocurre exactamente. Ya no me gust†is.

—Resulta extra‚o, se‚or Brick. Antes siempre quer…a estar con nosotras. A todas horas...

—Pero tengo algo mejor.

Y a‚adi• desde‚osamente:

—Fuera de mi vista, zorra.

Introdujo de nuevo los pulgares en los bolsillos de su lujoso chaleco y sigui• caminando.

La bailarina le mir• con odio reconcentrado cuando ƒl hubo vuelto la espalda.

—Maldito y sucio bastardo... —musit•—. ‹Si yo pudiera!...


Pero Brick no la oy•.

Sigui• su camino tranquilamente, hasta dejar atr†s la ˆltima casa de la ciudad.

All… le esperaba un carruaje.

El hombre que lo guardaba se quit• respetuosamente el sombrero al verle llegar.

—Buenos d…as, se‚or Brick.

—L†rgate.

—S…, se‚or Brick. A sus •rdenes, se‚or Brick.

Subi• al pescante y golpe• salvajemente a los caballos. Estos relincharon antes de partir a
galope.

Brick rio.

Le gustaba aquella sensaci•n de poder…o, de dominio, sobre todo lo que estaba debajo de ƒl y
pod…a ser destruido.

Condujo los caballos con mano h†bil, sin dejar de castigarlos, hasta llegar a una casa aislada a
un par de millas de Carson City.

Era una casa muy hermosa, completamente nueva y muy bien adornada. Un tipejo de unos
cincuenta a‚os, encorvado, de aspecto siniestro, esperaba ante la puerta.

—Hola, se‚or Brick.

‰l no contest• al saludo. Se limit• a preguntar †speramente:

—ŠTodo listo?

—S…, se‚or Brick. He hecho lo que usted me orden•.

—Entonces cuida de los caballos. Quiero el carruaje lejos de aqu…, Šentiendes? Que nadie sepa
que he venido.

—Desde luego, se‚or Brick.

—‹ Largo!

El otro se alej• presurosamente, como un perro que arrastra el rabo. Subi• al carruaje y se
alej•.

Brick mir• en torno suyo.


La casa silenciosa y elegante... La sensaci•n de soledad... Todo le parec…a maravilloso.

Se pas• la lengua por los labios, con gesto satisfecho, pensando en lo que le aguardaba.

Para ƒl s•lo exist…a lo que le proporcionaba placer. La vida y la muerte de los otros, su dolor,
su ruina, no importaban.

Fue a entrar en la casa.

S•lo ƒl ten…a la llave y s•lo ƒl pod…a hacerlo.

Pero en aquel momento, cuando ya hab…a subido al porche, una voz grit• secamente:

—i Eh, Brick!

Era la primera vez en mucho tiempo que alguien no le llamaba Œse‚or• Brick. El millonario
se volvi•, sorprendido.

El hombre que estaba ante ƒl deb…a tener apenas veinticinco a‚os.

Iba cubierto de polvo, el cual formaba una costra sobre su rostro. Por eso apenas le reconoci•.

Pero no hac…a falta mirar mucho rato a aquel hombre para darse cuenta de que era un pistolero
o algo peor. La derecha descansaba sobre su rev•lver, que era lo ˆnico limpio que hab…a en ƒl.
Sus dientes brillaban malƒvolamente.

—‹Brick! —llam• de nuevo—. ‹Defiƒndete, maldito!...

Brick tembl•.

Llevaba una funda con un rev•lver, pero ten…a tanto miedo que ni siquiera se acord• de eso.

—Est†s loco —balbuci•—-. No..., ‹no puedes ser tˆ!

El otro lanz• una carcajada lenta, chirriante, burlona.

Fue lo ˆnico que se oy• en la soledad de la llanura. Aquella soledad buscada por Brick y que
ahora, de repente, le asustaba tanto.

—No te atrever†s... —farfull•—. Noooo...

—‹He dicho que te defiendas!

Brick crey• que el otro estaba distra…do. Llev• la derecha a la culata del rev•lver.

Pero el hombre cubierto de polvo sonri• m†s intensamente que antes, haciendo m†s salvaje la
mueca de su rostro.
Tir• a travƒs de la funda una sola vez.

Brick se estremeci•, alcanzado en una rodilla.

El rev•lver temblaba en sus dedos, que no ten…an ya fuerza para disparar.

La risa salvaje del otro se oy• en la llanura.

—‹As… quer…a verte, Brick! ‹De rodillas! ‹De rodillas como un perro cojo!

Se acerc• lentamente, haciendo sonar sus espuelas.

Los ojos de Brick, espantosamente dilatados, temblaban de horror.

—No lo hagas... —gimi•—. Te darƒ dinero... ‹Te convertirƒ en un hombre rico! ‹No lo
hagaaas!...

El otro dispar• de nuevo.

Ahora al centro del cuerpo.

Ten…a los ojos entrecerrados en una mueca de repulsi•n.

—Quiero que te des cuenta, Brick... —mascull•.

Tard• en apuntar a la cabeza. Lo hizo lentamente, para que el otro se diera cuenta de que iba a
morir.

Luego vaci• el resto de la carga.

Cuando dej• de disparar, nadie hubiera reconocido a Brick. El hombre cubierto de polvo
guard• el rev•lver.

Y fue entonces cuando aquella bala le alcanz• en la espalda. Aquella bala que le hizo girar
poco a poco, con un gesto de dolor, mientras se doblaba hacia el suelo suavemente...

CAPITULO II

El sheriff fue extrayendo poco a poco los objetos que hab…a en la bolsa de papel.

—Tus espuelas... Tu cinto canana, tal como lo llevabas aquel d…a... Tu rev•lver...

Iba depositando cada cosa sobre la mesa, mientras las nombraba.

El hombre que estaba quieto ante ƒl lo miraba todo con ojos entornados.
—S…, todo est† como aquel d…a —dijo—. Ni siquiera le han quitado el polvo.

—ŠDe quƒ te quejas? Ibas muy sucio aquella ma‚ana... —S…, muy sucio.

El sheriff termin• de depositar las pertenencias guardadas en la bolsa.

—Diez d•lares, una bolsa de tabaco y el recibo de un hotel. Eso es todo.

—De acuerdo.

—Firma ah….

El hombre obedeci•. Luego tendi• la hoja de papel al sheriff, que le miraba fijamente.

—Est†s completamente recuperado —dijo el representante de la ley—. Parece mentira.

—Es que han pasado dos a‚os.

—Cuando te di en la espalda debiste pensar que ibas a morir, Šeh?

—No le miento si le digo que tuve una verdadera sensaci•n de muerte. Pensƒ que era el fin. El
sheriff rio.

—Yo tirƒ a dar. Estaba seguro de que eras un asesino.Y aun ahora, examinando las cosas a
dos a‚os vista, me parece mentira que hayas salido tan bien librado.

—No me condenaron a muerte porque usted mismo vio que Brick ten…a el rev•lver en la
mano. Hab…a sido un desaf…o legal. Ni siquiera ten…an derecho a detenerme.

—Le remataste cuando no se pod…a defender.

—ŠEs que vamos a discutir eso ahora, sheriff? Ya se discuti• en el juicio, Šno?

—Tienes raz•n, pero debieron haberte sentenciado a muerte. Fue un milagro que salieses
condenado s•lo a diez a‚os. Y m†s milagro aˆn que al cabo de dos ya estƒs en la calle. ŠQuiƒn es
tu amigo? ŠQuiƒn es el que ha hecho tanto por ti?

—No lo conozco.

—Pues gracias a ƒl ir†s a la calle mucho antes de lo que te corresponder…a. Vamos, firma aqu….

El firm•.

Era su Œenterado• de la libertad, como dos a‚os antes hubo de firmar el Œenterado• de su
condena.

—ŠD•nde vas a vivir, Kuban?


—Es posible que me quede por aqu….

—ŠCon quƒ dinero?

—No lo sƒ.

—Tˆ siempre necesitaste mucho dinero para Œir tirando•, Kuban. Te gustaba vivir a lo
grande.

—ŠY quƒ?

—S•lo quiero advertirte: cuidado con lo que haces. No te quitarƒ el ojo de encima. Y si
infringes la ley, con los antecedentes que tienes, ir†s de cabeza a la horca.

—Demasiado lo sƒ.

—Pues largo de aqu….

Kuban hizo un gesto que parec…a un saludo y sali• de la oficina. Mientras andaba, iba
ajust†ndose el cinto canana, que no hab…a llevado durante dos a‚os.

Una vez en la calle, mir• el sol.

Se lo hab…an dicho muchas veces en la c†rcel: ŒMuchacho, el d…a en que uno sale libre, brilla
el sol, aunque estƒ nevado hasta la altura del vientre de un caballo•.

Y ƒsa era la sensaci•n que ten…a. De que todo era m†s hermoso. De que la ciudad, en dos a‚os,
se hab…a transformado en algo magn…fico.

En realidad, Carson City segu…a siendo tan sucia, polvorienta y peligrosa como el d…a en que ƒl
mat• a Brick, dos a‚os atr†s. Pero las casas le parec…an palacios, y las mujeres diosas.

‹Infiernos, quƒ ganas ten…a de beber una copa!

Entr• en un saloon y pidi• un doble de whisky.

En seguida se dio cuenta de que los precios hab…an subido mucho. Carson City era una ciudad
rica, donde el dinero corr…a veloz. Los tipos que pululaban por ella no hab…an cambiado gran cosa
en dos a‚os. La mayor parte de ellos segu…an teniendo el mismo aspecto patibulario. Que los
asesinos abundaban en Carson City era algo que a Kuban no ten…an que explicarle, pero ahora lo
not• de una manera real, s•lo al mirar las caras que le rodeaban.

Sali• del local.

Ten…a ganas de hablar con alguna muchacha. Llevaba dos a‚os sin ver ninguna, ni siquiera
vieja. Nadie le hab…a visitado en la c†rcel. Aquella soledad lleg• a hacerse insoportable para ƒl.
Pens• que quiz† encontrar…a algˆn otro saloon m†s alegre, donde hubiera chicas.

Efectivamente, distingui• los anuncios de uno, algo m†s abajo. Se ve…an unas suculentas
piernas dibujadas. Y debajo, en letras rojas: ŒLas mejores chicas de Carson City. Procure usted
verlas, antes o despuƒs de que le maten•.

Fue a dirigirse hacia all…, y de repente, un hombre se acerc• a ƒl.

Era un hombre bien vestido, de unos cincuenta a‚os Ten…a aspecto de mayordomo de
millonarios.

—ŠEl se‚or Kuban?

—S…, soy yo mismo.

—ŠNo puede seguirme?

—ŠPara quƒ?

—Es algo que le interesa.

Kuban le mir• de pies a cabeza.

—Oiga, yo no conozco a ninguna persona rica en todo Nevada. De modo que si es una
broma...

—No lo es, se lo aseguro. Y la persona que quiere verle es la que tantos esfuerzos ha hecho
para sacarle de la c†rcel.

Kuban asinti• levemente.

—En ese caso, irƒ —murmur•.

—S…game.

Los dos hombres fueron uno tras otro. Dos a‚os antes, durante el proceso, Kuban hab…a sido la
m†xima atracci•n de la ciudad, pues todo el mundo quer…a ver al hombre que mat• a Brick. Pero
dos a‚os eran mucho tiempo para una tierra tan turbulenta como aquƒlla, donde continuamente
mor…an unos ciudadanos y llegaban otros nuevos. En aquellos veinticuatro meses hab…an ocurrido
otros sucesos estremecedores que hicieron olvidar a la gente lo ocurrido con Brick.

El caso era que nadie miraba a Kuban. Para todos era sencillamente un forastero m†s.

El hombre que le preced…a dijo:

—Por favor... Es en esa casa.


Kuban lanz• un silbido.

Era la mejor casa de la ciudad, sin duda. En determinados aspectos resultaba un verdadero
palacio.

—ŠAqu…?

—S…. ŠNo quiere entrar?

—Claro que s…. Pero es que no cre… que a m… quisiera verme ninguna persona rica.

—Pase y saldr† de dudas.

Kuban atraves• el umbral, una vez su acompa‚ante hubo abierto la puerta con la llave de que
iba provisto. Se encontr• en una sala magn…ficamente decorada a base de colores blancos y rojos
muy intensos. Los muebles eran de gran categor…a. Todo daba all… una inolvidable sensaci•n de
riqueza.

—Diablo... Esto es magn…fico...

—Celebro que le guste.

—ŠY quiƒn vive aqu…?

—Ahora lo ver†.

El hombre hizo sonar una campanilla. Muy poco despuƒs se abri• una de las puertas del sal•n
y en el umbral apareci• una mujer.

Kuban crey• que no ve…a bien, que estaba so‚ando.

Quiz† era influencia de los dos a‚os pasados en la c†rcel, pero tuvo la sensaci•n de que nunca
hab…a visto una mujer tan hermosa como aquƒlla.

No s•lo era muy joven, sino adem†s sorprendentemente distinguida. No s•lo vest…a con
elegancia, sino tambiƒn con picard…a y gracia. Iba peinada a la ˆltima moda y calzaba zapatos de
alto tac•n.

Se dirigi• en l…nea recta hacia donde estaba el hombre.

—Hola, se‚or Kuban.

‰l estaba boquiabierto.

—ŠUsted... me ha salvado de la c†rcel? —balbuci•.


—He hecho lo posible para que recobrase su libertad, se‚or Kuban. Con dinero se consiguen
muchas cosas. Y veo que mis gestiones han tenido ƒxito.

—ŠPuedo saber su nombre?

—Desde luego. Me llamo Anna.

Se volvi• hacia el hombre que hab…a tra…do a Kuban hasta all… y murmur•;

—ŠQuieres dejarnos solos, Peter?

—Desde luego, se‚orita.

El hombre se alej• respetuosamente. Una vez se hubo o…do la puerta al cerrarse a su espalda,
la muchacha tom• asiento en una butaca que estaba justamente tras ella.

—ŠNo se sienta, se‚or Kuban?

—Con... mucho gusto.

—Quiz† estƒ usted sorprendido.

—Lo estoy, y adem†s, por much…simos motivos. ŠEsta casa es suya?

—S….

—Debe ser muy rica.

—No puedo quejarme.

—Quiz† tiene una mina.

—No, no se trata de eso. Yo ya era rica antes de que las minas se empezasen a descubrir en
Nevada.

Kuban lanz• un nuevo silbido.

Trataba de calcular la fortuna que representaba tener todo aquello. Y fue entonces cuando se
dijo por primera vez que aquella deliciosa mujercita, que adem†s de ser hermosa era
multimillonaria, le conven…a a cualquiera, y en especial a ƒl.

—ŠEs usted casada, Anna? —musit•.

—No.

—Lo celebro. Ser…a una l†stima que una preciosidad como usted ya tuviera due‚o.
Entre las maravillas que los ojos de Kuban ve…an por todas partes —y la mujer no era la
menor de ellas—. Kuban vio algo que le llam• especialmente la atenci•n. Quiz† en otro
momento aquello le hubiera resultado casi indiferente, pero ahora constituy• una irresistible
tentaci•n para ƒl. Se trataba de la caja con cigarros que hab…a sobre la mesa, entre los dos.

Eran cigarros de la mejor calidad, eso saltaba a la vista. Y Kuban hab…a pasado dos a‚os
enteros sin fumar, salvo el cigarro reglamentario de Navidad y del D…a de Acci•n de Gracias,
aparte las contad…simas ocasiones en que le invit• el sheriff.

Sin pensar que aquello pod…a ser una descortes…a, pues nadie le hab…a invitado, tom• uno de
los cigarros y se lo puso entre los labios en silencio.

—Anna —murmur• al cabo de unos instantes—, Špuedo saber por quƒ me ayud• usted?

—Mi ayuda no ha sido demasiado eficaz. Durante dos a‚os he tratado de hacerle salir de la
c†rcel, sin conseguirlo hasta ahora.

—Pero me ha sacado al fin. ŠPor quƒ?

Ella hizo un gesto con las manos, mientras trataba de sonre…r.

—Tengo muchas cosas que explicarle, se‚or Kuban —murmur•—, y ƒsa es solamente una de
ellas. Pero, Špor quƒ no fuma? ŠQuiere un cigarro?

Kuban se sorprendi•, porque el cigarro ya lo ten…a entre los labios.

Vio las manos de la muchacha recorriendo la mesa que hab…a entre ellos. ‰l hab…a apartado la
caja de cigarros inadvertidamente, al tomar uno. Esa era la raz•n de que Anna no pudiese hallarla
en el sitio que para sus dedos era habitual.

Para sus dedos, no para sus ojos.

Porque la muchacha no pod…a ver aquella caja... Porque Kuban... ‹estaba ante una ciega!

CAPITULO III

—‹ Ahora!

La voz reson• como un trallazo en la colina pedregosa, que estaba casi encima de la casa de
tablas, con un letrero sobre el porche.

Aquel letrero aˆn estaba en espa‚ol, porque eran muchos los californianos que viajaban por
aquella l…nea. Las letras amarillas, ya muy deslucidas, dec…an:
CASA DE POSTAS

Los cuatro hombres que acababan de recibir la orden montaron en sus caballos y descendieron
por la colina.

Lo hicieron pausadamente, sin demasiada prisa, como viajeros que se disponen a tomar un
descanso.

En las casas de postas hab…a cantina, de modo que su llegada no resultaba extra‚a de ninguna
manera. Eran muchos los jinetes que se deten…an all… para echar un trago.

Abajo, ante la casa, estaba detenida la diligencia.

Hab…a atravesado la frontera de Mƒxico aquella ma‚ana, y aparec…a cubierta por el blanco
polvo del camino. Algunos viajeros paseaban por las cercan…as para estirar las piernas.

Los cinco jinetes lo ve…an todo cada vez con m†s detalle. Ten…an las facciones cada vez m†s
contra…das, como si estuvieran sometidas a una ruda tensi•n.

Distinguieron a las dos mujeres que paseaban juntas por las cercan…as de la casa.

Eran j•venes, y, al parecer, muy bonitas y esbeltas.

Incluso a distancia se notaba la elegancia de sus vestidos y la gracia de sus movimientos.

Uno de los jinetes se volvi• lentamente.

—ŠCu†l de ellas? —pregunt•.

—La rubia.

—Parece que las dos son rubias.

El que antes hab…a dado la orden levant• un poco la cabeza, mirando mejor.

—Cierto. Las dos.

—ŠY no hab…a otro modo de distinguirla?

—Se llama Rossie.

—Me acuerdo, pero quiz† no podamos pregunt†rselo.


—Pues entonces no hay que preocuparse demasiado. Lo mismo importa gastar seis balas que
doce.

Los otros rieron silenciosamente.

—Entonces, Šlas dos? —pregunt• el que cerraba el grupo.

—ŠPor quƒ no? As… estamos seguros de no equivocarnos.

***

Mientras los cinco jinetes avanzaban por un lado, otro jinete, ƒste solitario, avanzaba por el
lado opuesto.

Era un hombre de unos veinticuatro a‚os. Vest…a como un vaquero del norte, como un gringo.
Ten…a los cabellos rubios y montaba un magn…fico alaz†n con una silla nueva. Pero los dos —
caballo y hombre— iban cubiertos de polvo, lo cual indicaba que estaban realizando un largo
viaje.

Se detuvo ante la diligencia y alz• la mano, saludando al mayoral.

—Hola, Torres.

Hablaba un perfecto espa‚ol, con acento mexicano, como si fuera un nativo de las tierras del
Sur.

El mayoral se tir• de los bigotes y le contempl• unos instantes incrƒdulo, como si estuviese
ante una aparici•n.

—‹Yupiiii! ‹Pero si es Houston!

Otros dos hombres salieron de la casa de postas al o…r aquel nombre. Eran bigotudos como el
mayoral y ten…an aspecto de mexicanos.

—‹Houston!

—‹Bien venido, muchacho!

El reciƒn llegado se ape• del caballo y estrech• las manos que se le tend…an.

—Pero, Šde d•nde sales?

—‹Hac…a siglos que no se te ve…a por esta parte Šde Arizona!

—Estaba trabajando en Texas.

—ŠEn quƒ?
—Conducci•n de ganado. Una vida dura, muchachos. Pero estupenda.

Torres le dio un pu‚etazo en el est•mago.

—Tendr†s muchas cosas que contar, granuja... ŠC•mo son las tejanas?

—Hum... Dif…ciles.

—ŠIncluso para ti?

—No cre†is que all… conquista el que quiere.

—‹Vamos! Entra y bebe una copa.

—Con mucho gusto. Si he venido para eso...

—Pero a algˆn sitio te dirigir†s luego... No vas a quedarte en esta ratonera.

Torres se‚alaba el horizonte interminable de colinas pedregosas, donde el ˆnico signo de


civilizaci•n —si a eso pod…a llam†rsele as…— era la casa de postas junto a la cual estaban.

—No, no me quedarƒ aqu… —dijo Houston—. ‹Dios me libre!

—Pues, Šad•nde vas?

—A Sacramento.

—Bonito viaje... ŠY para quƒ?

—Me han ofrecido un magn…fico rancho, si quiero comprarlo. Pero tengo que estar all… antes
de quince d…as. Si llego m†s tarde perderƒ mi oportunidad.

Todos los empleados de la diligencia rieron.

—‹Estar…a bueno! Tˆ, un aventurero que nunca parabas en ninguna parte, convertido en
ranchero...

—Chicos, Šquƒ se le va a hacer? Uno se vuelve viejo...

Todos volvieron a re…r estruendosamente.

Entraron en la cantina y pidieron whisky. El cantinero les pregunt• si antes de beberlo ya se


hab…an hecho un seguro de vida.

Las carcajadas arreciaron.

Mientras tanto, las dos mujeres que antes paseaban miraron curiosamente desde la puerta.
—Bueno, parece que el viaje va a retrasarse... —murmur• una de ellas—. Son capaces de
estar bebiendo aqu… hasta la madrugada.

—No lo creas. Hasta ahora han respetado los horarios.

—Pero parece que la llegada de ese tal Houston les ha alegrado mucho. Y aˆn se acercan m†s.

Miraron con curiosidad a los cinco jinetes que ven…an hacia ellas y que estaban apenas a unas
cincuenta yardas.

El que iba al frente de ellos musit•:

—Ahora est†n solas... Es un buen momento.

—ŠC•mo hay que actuar?

—Nos lanzamos a galope y pasamos junto a ellas. En el momento de cruzarlas disparamos


hasta acribillarlas. Luego seguimos a galope por diversos caminos, hasta detr†s de aquella colina
donde hay †rboles. Ese ser† el punto de reuni•n.

—ŠY si nos persiguen?

—Ese es un riesgo que hay que correr, pero no creo que nadie lo haga. No nos perseguir†n.

Los cinco jinetes se aprestaron a clavar espuelas para lanzar a sus caballos a galope.

En aquel momento se levant• una r†faga de viento, ese viento sˆbito y casi brutal que de vez
en cuando se levanta en las tierras c†lidas de Arizona y que sopla como un cicl•n durante
algunos segundos, para extinguirse luego con la misma brusquedad con que ha llegado a nacer.

Las dos mujeres hicieron un gesto de desagrado.

—‹Uf! i Quƒ polvareda!

—Vamos adentro.

—Tienes raz•n. Y no salimos hasta que el mayoral estƒ en la diligencia.

Entraron en la casa de postas. Los cinco jinetes hicieron un mismo signo de contrariedad.

—‹Mil diablos! Esto cambia las cosas.

—Ya no podemos liquidarlas al pasar.

—No importa. Entraremos tambiƒn.

-ŠY quƒ?
—Las acribillaremos en cualquier momento en que la gente estƒ distra…da. No ser† tan dif…cil.

—No, no lo ser†.

—Adelante.

Los cinco volv…an a ser unos tranquilos viajantes que llegaban a la casa de postas. Se
detuvieron sin prisa, como hombres que s•lo desean echar un trago.

Y con las manos sobre las culatas de los rev•lveres, entraron en la sala uno tras otro, mientras
sus espuelas sonaban en el silencio cantarinamente.

CAPITULO IV

—‹A ti nunca te entenderemos, Houston! ‹No te imagino convertido en ranchero 1

—Hay momentos en que tampoco me lo imagino yo. No sƒ c•mo resultar†.

—ŠVas a establecerte muy cerca de Sacramento? All… la tierra no es mala.

—Me parece que el rancho que tal vez compre est† a noventa millas. Y desde luego, os
aseguro que es una autƒntica oportunidad.

—Pues no vayas a retrasarte.

—Eso depende de vosotros. ŠCu†ndo salimos?

—Dentro de cinco minutos.

—Pues ya podƒis prepararos a cargar conmigo... Llevarƒ el caballo sujeto detr†s.

La conversaci•n, que ten…a lugar en perfecto castellano, se iba animando por momentos.

Las dos muchachas la escuchaban distra…das, sin prestar excesiva atenci•n. De lo ˆnico que se
daban cuenta era de que aquel hombre ten…a verdadera ansiedad por llegar a comprar el rancho.

Mientras tanto, los reciƒn llegados se hab…an acodado en la barra, a la izquierda de las
mujeres.

Nadie se fijaba en ellos.

El que mandaba el grupo dio un leve codazo al que estaba situado m†s al extremo.
—Las tienes apenas a dos yardas. Hazlo tˆ, Sim.

—De acuerdo.

—Los dem†s dispararemos tambiƒn mientras corremos hacia la puerta.

El llamado Sim alz• su vaso y bebi• un trago. Daba la sensaci•n de que s•lo aquello le
interesaba en el mundo.

De repente brinc• como una serpiente a la que pinchan con una aguja.

Su rev•lver sali• a la luz. Fue a disparar a mansalva contra las dos mujeres.

Lanz• un terrible grito cuando vio el fogonazo reflejado en el cristal que ten…a enfrente.
Porque el fogonazo no proven…a de su propio rev•lver, sino de otro situado en distinto extremo
de la sala.

Una espantosa mancha roja se marc• en su pecho. Cay• de bruces sobre la barra, tumbando la
botella de licor.

Sus cuatro compa‚eros corr…an ya hacia la puerta, sacando sus rev•lveres.

Pero no pudieron emplearlos en disparar contra las dos mujeres por la sencilla raz•n de que
ten…an algo mucho m†s urgente que hacer: salvar sus vidas. En efecto, el hombre que acababa de
matar a Sim se hab…a convertido en un verdadero hurac†n de plomo.

Otro de los pistoleros fue alcanzado. Dio un traspiƒ y qued• cruzado delante de sus
compa‚eros, de tal modo que impidi• a ƒstos tirar bien, pero al mismo tiempo los cubri• de los
disparos de su solitario enemigo.

Los otros tres pudieron salir a toda prisa de la casa de postas.

—‹Pronto! ‹A los caballos!

Se lanzaron como rayos hacia los corceles, que piafaban inquietos. Montaron †gilmente y
clavaron espuelas.

Houston, con el rev•lver aˆn humeante, se precipit• hacia los ca…dos. Les dirigi• una leve
mirada, para convencerse de que estaban muertos, y a continuaci•n salt• hacia la puerta.

El mayoral le detuvo.

—ŠQuƒ vas a hacer? ŠEst†s loco?

—ŠEs que voy a dejar que escapen?

—‹Ellos son tres!


—‹Y nosotros, si queremos, somos cuatro!

—Ninguno de nosotros puede abandonar la diligencia —gru‚• el mayoral—. Eso podr…a ser
una trampa para atracarla. Y no vas a ser tan loco como para perseguir tˆ solo a tres hombres.

Houston guard• el rev•lver en la funda, haciendo un gesto de resignaci•n.

—De acuerdo, nunca me las he dado de hƒroe ni de suicida —murmur•—. Est† bien lo que
vosotros decid†is.

—Entonces, entra.

Un corro de hombres se hab…a formado en torno a los dos cad†veres. Houston los volvi• a
mirar.

—Decidme si es cierto lo que estoy pensando.

—S…. Uno de ellos es Sim, un asesino a sueldo.

—He visto c•mo apuntaba hacia aquellas dos mujeres. No sƒ aˆn de quƒ modo he logrado
disparar antes.

En aquel momento, las dos muchachas se hab…an acercado tambiƒn. Estaban mortalmente
p†lidas.

—ŠDice que apuntaba hacia nosotras?

El mayoral confirm•.

—Yo tambiƒn lo he visto, pero lo que ocurre es que no soy tan r†pido. Ni siquiera he tenido
tiempo de gritar.

Ambas se miraron sin comprender.

—ŠMatarnos a nosotras? Pero, Špor quƒ?

Houston se encogi• de hombros, mientras sonre…a.

—Quiz† porque a esos tipos les fastidiaba que en el mundo hubiera mujeres bonitas.

***

Kuban miraba fijamente a la deliciosa muchacha que ten…a frente a ƒl. Miraba sus ojos claros
y limpios (demasiado claros y limpios, y ahora comprend…a por quƒ), su boca pulposa y roja y la
parte superior de su cuerpo, donde el vestido, magn…ficamente confeccionado, apenas pod…a, sin
embargo, contener la exuberancia juvenil de sus senos.
‹De modo que una ciega!

‹Infiernos, aquƒlla s… que era una de las sorpresas m†s grandes que hab…a tenido en su vida!

Con voz ronca, tratando de dominar su turbaci•n, murmur•:

—No lo comprendo, Anna.

—ŠQuƒ es lo que no comprende?

—Jam†s imaginƒ que...

—ŠQue yo pudiera ser una ciega?

—S…, efectivamente. Parece como si usted hubiera de tenerlo todo. Es terrible que, rodeada de
tanta belleza, no pueda contemplarla.

Ella hizo un triste moh…n.

—Sin embargo, mi situaci•n no es tan penosa como usted cree, se‚or Kuban. En dos a‚os,
m†s o menos, que llevo de ceguera, me he ido acostumbrando ya.

—Dos a‚os... ‹Quƒ casualidad!

—ŠCasualidad por quƒ?

—Coincide con una fecha que para m… es muy importante.

—Lo que usted dice no es casual, se‚or Kuban.

‰l tuvo un leve sobresalto.

—ŠQuiere decir que entre su ceguera y mi estancia en la c†rcel hay alguna relaci•n?

—S….

—A ver, expl…quese.

Ella entrelaz• los dedos y murmur•:

—Usted mat• a Brick.

—S…, ƒsa es una haza‚a que no he tratado de negar nunca.

—Al matar a Brick —susurr• Anna—, me hizo usted el favor m†s grande que me han hecho
en mi vida.

—ŠPor quƒ? ŠQuƒ relaci•n hab…a entre usted y ƒl?


—Da vergŽenza explicarla.

Kuban arque• una ceja y no trat• de disimular su expresi•n de asombro, ya que ella no pod…a
verle.

—Brick ten…a muchas amiguitas —murmur•.

—S….

—ŠAcaso usted...? —Pero su voz se cort•—. No, de ningˆn modo puedo creer eso.

—ŠPor quƒ? ŠCree usted que yo tengo m†s virtud que las otras?

—Por lo menos tiene m†s millones, y es seguro que no habr…a cedido a las exigencias de un
cerdo semejante.

Ella volvi• a entrelazar los dedos nerviosamente, mientras hund…a la cabeza sobre el pecho.

—Conmigo emple• una t†ctica distinta.

—ŠCu†l?

—No sab…a que yo era millonada. Pens• que era una pobre muchacha por la sencilla raz•n de
que, durante un viaje que yo hac…a sola, dos pistoleros me robaron y me golpearon hasta dejarme
sin sentido. Brick fue quien me encontr•.

-ŠY...?

—Ya le digo que pens• que yo era una pobre muchacha, y pens• tambiƒn que, por
consiguiente, resultar…a una presa f†cil. No me dej• comunicarme con nadie. Cuando recobrƒ el
sentido, me encontrƒ en manos de Sanders.

—ŠQuiƒn es Sanders?

—Otro cerdo de la categor…a de Brick. ‰l le proporcionaba mujeres; si era necesario, las


raptaba.

Kuban apret• los labios fuertemente.

—Siga.

—Sanders trat• de convencerme de que accediera por las buenas a los caprichos de Brick. Me
dijo que Brick era rico y que sabr…a recompens†rmelo. Cuando me neguƒ y le ped…, adem†s, por
favor, que me pusiera en contacto con mis padres, los cuales eran muy ricos y viv…an en
California, se sorprendi• de verdad.

—ŠLa crey•?
—S•lo en parte, pero por si acaso decidi• hacer averiguaciones. Y ƒstas le demostraron que
yo dec…a la verdad. Qued• asombrado, supongo, y decidi• comunicar a Brick lo que sab…a.

—ŠY quƒ hizo aquel canalla?

—De repente se dio cuenta de que ten…a en sus manos a una mujer mucho m†s rica que ƒl, y
que por gran cantidad de razones nunca acceder…a a sus caprichos. Lo normal era que me hubiese
soltado, pero la maldad de Brick no conoc…a l…mites. Aquellas noticias hicieron que sus malditos
deseos se multiplicaran por cien.

Kuban alz• la cabeza.

No trataba de disimular su asombro. Sus ojos brillaban ahora peligrosamente.

—ŠY cu†l fue su t†ctica? —musit•.

—Resulta tan horrible que casi no puedo explicarla.

Kuban apret• los pu‚os.

—Hable.

—Es terriblemente penoso, porque me parece que si otra vez viviera aquello —dijo ella, con
un soplo de voz—, pero si le he llamado aqu… ha sido precisamente para hablar.

—Pues h†galo. Se lo ruego.

—Quiso hacerme suya, pero sin que yo viese quiƒn era para as… no poder denunciarle nunca.

Kuban empezaba a comprender. Sus dientes produjeron un chirrido de odio.

—No hace falta que continˆe —murmur•—. S•lo quiero que me diga c•mo lo hicieron.

—Sanders me pinch• los ojos.

Otra vez chirriaron los dientes de Kuban, que apenas pudo murmurar:

—ŠC•mo consigui• hacerlo?

—Me atraves• los p†rpados mientras dorm…a... Mire.

Y cerr• los ojos.

Los dos puntos en los p†rpados eran perfectamente visibles. Kuban sinti• que algo se helaba
en su sangre.

Durante algunos instantes se hizo un espantoso silencio.


Al fin, Kuban mascull•:

—Estoy pensando en algo consolador, se‚orita Anna.

—ŠEn quƒ?

—En el trabajo que hice con Brick. Su muerte fue muy poco divertida, se lo aseguro.

—Ya me hablaron de c•mo estaba su cad†ver.

Crujieron los nudillos de Kuban.

—Ahora siento no haber hecho durar m†s la fiesta.

—Fue bastante, se lo aseguro. Me hablaron de que estaba irreconocible.

—Era lo menos que merec…a.

—ŠPor quƒ lo mat•, se‚or Kuban?

—Ten…amos un viejo asuntillo personal. Dos a‚os antes, ƒl me hab…a estafado veinte d•lares.

Anna abri• la boca, asombrada, sin entenderlo bien.

—ŠY lo mat•... por veinte d•lares?

—Es mi tarifa, se‚orita Anna. El que me la pega por menos de veinte pavos, se salva. El que
me la pega por veinte o m†s, va a la tumba. Y Brick no iba a ser una excepci•n.

—Es usted... un tipo sorprendente, se‚or Kuban.

—Tal vez quiere decir que soy un salvaje.

—No se trata de eso. Me extra‚a que se pueda matar por tan poca cosa. Pero si todos los
muertos son como Brick, no tengo nada que objetar, se lo aseguro.

Kuban hizo un gesto de hast…o.

—Ha habido de todo... Unos como Brick y otros algo mejorcitos... Pero supongo que no me
ha llamado para que hablemos solamente de eso. Creo adivinar algo, por su actitud.

—ŠQuƒ, se‚or Kuban?

—Es usted quien ha hecho incansables gestiones para sacarme de la c†rcel.

—S….

—ŠY por quƒ?


Anna sonri• levemente.

—ŠY lo pregunta, se‚or Kuban? ŠNo se da cuenta de que de algˆn modo ten…a que
demostrarle mi gratitud?

—Pues me ha pagado bien. Estoy muy recompensado —dijo Kuban.

—Aˆn quisiera recompensarle mejor. —ŠDe quƒ modo?

—D…game cu†les son sus necesidades actuales, se‚or Kuban.

‰l sonri• levemente. No tuvo ningˆn reparo en decirle lo que pensaba.

—Lo que m†s necesito en este momento es una mujer, Anna. Una mujer complaciente.

—Lo siento, pero creo que para eso no podrƒ servirle. —Y a‚adi•, con suavidad—: No tengo
costumbre, Šsabe?

—Lo comprendo. Hubiera sido demasiada suerte. —Podrƒ serle ˆtil en cualquier otro aspecto,
supongo. Quiz† necesite usted dinero. ŠCu†nto tiene? —Una miseria. Un par de monedas.

—En ese caso, quiz† le interesar† lo que pienso ofrecerle, se‚or Kuban. Le contrato para que
entre a mi servicio. Tendr† ingresos elevados y consideraciones de toda clase; le aseguro que no
podr† quejarse.

Kuban se acord• entonces de encender el cigarro, que aˆn descansaba inˆtilmente entre sus
labios. Y murmur•, con indiferencia:

—ŠEn quƒ consistir…an mis servicios, Anna? Ella sonri•.

—ŠY aˆn lo pregunta? Pues en una cosa que para usted es muy sencilla, se‚or Kuban. Y
a‚adi• lentamente:

—En matar...

***

El l†tigo restallaba sobre las cabezas de los caballos. El mayoral no los tocaba con el cuero,
sino que ˆnicamente les hac…a o…r el chasquido. Los animales sacaban fuerzas de flaqueza, ante el
temor a ser castigados, y sub…an afanosamente por la pedregosa cuesta, entre ramas secas y
guijarros que se deslizaban.

Los gritos arreciaban, como si el mayoral pensara que pod…an entenderle.

—‹ Arriba, muchachos! ‹Ya falta poco para llegar a la cima! All… tendrƒis agua limpia y
descanso... ‹Animo! Su ayudante mascull•:
—ŠEs que crees que saben lo que dices?

—ŠAˆn lo dudas? Esos caballos son m†s inteligentes que tˆ. Ya oir†s c•mo relinchan cuando
falten cien yardas...

En efecto, en aquel momento eran cien yardas, aproximadamente, las que faltaban para llegar
a la cima de la colina. Y se oy• un coro de relinchos.

En el interior de la diligencia, Houston se puso un largo cigarro entre los labios.

—ŠLes molesta?

Las dos mujeres le miraron.

—No, de ningˆn modo.

—Resulta dif…cil subir esta cuesta, Šeh? Yo creo que es una de las peores del recorrido.

—Desde luego. Las ruedas resbalan sobre las piedras. Menos mal que hay pocas as….

—No lo crean. Tenemos un feo panorama de colinas por delante de nosotros. Todas colinas
pedregosas y †ridas. Arizona es una mala tierra para viajar, aunque ƒsta no resulte, ni mucho
menos, la peor ƒpoca del a‚o. Lo malo son los veranos, que resultan asfixiantes y parece que no
vayan a terminarse nunca.

Las dos mujeres no contestaron al principio. Segu…an mir†ndole fijamente, hasta que una de
ellas susurr•:

—Se‚or Houston...

—D…game.

—ŠEst† seguro de que aquellos hombres quer…an disparar sobre nosotras?

—Todos lo han visto.

—Pero, Špor quƒ? ŠQuƒ raz•n pod…a haber para que quisieran matarnos de ese modo?

—La verdad es que yo lo ignoro. Quiz† ustedes lo sepan mejor que yo.

—No, no hay ninguna raz•n.

Houston se encogi• de hombros.

—En ese caso, tal vez cometieron un error, aunque no lo creo. ŠC•mo se llaman ustedes?

La que antes hab…a hablado dijo:


—Yo, Ingrid.

Era la m†s joven y quiz† la m†s bonita de las dos. Houston la mir• con redoblada atenci•n. S…,
decididamente era la m†s bonita. Pod…a tener unos veinte a‚os, mientras que a la otra, igualmente
rubia, le calcul• unos veinticinco.

Fue ƒsta la que dijo a continuaci•n:

—-Yo me llamo Rossie.

—ŠY hasta d•nde van?

—Hasta Carson City, en Nevada.

—Eso est† muy lejos. ŠQuƒ buscan all…?

—Yo quiero encontrar trabajo —confes• Ingrid—. Me han dicho que all… se pagan los
mejores sueldos del Oeste.

—ŠNo tiene a nadie que cuide de usted?

—A nadie.

Houston hizo una mueca, dejando de mirarla.

—L†stima —dijo entre dientes.

—Yo voy a Carson City para un asunto familiar —murmur• Rossie—. Un asunto familiar
muy importante.

Y dej• de hablar porque en aquel momento llegaban a lo alto de la colina.

La diligencia se detuvo. Los caballos resollaron, cansados por el esfuerzo.

De sus bocas escapaba un espeso halo de vapor.

—‹Pueden estirar las piernas! —grit• el mayoral—. ‹Descansaremos aqu… diez minutos!

Los viajeros fueron saliendo. Houston ayud• a bajar a las dos mujeres.

Cuando estuvieron en el exterior, mir• pensativamente a la mayor de ellas.

—De modo que Rossie... —musit• mientras se pasaba una mano por la barbilla—. Su nombre
y su aspecto me recuerdan algo. Lo peor es que no sƒ lo que es...

***

El hombre estaba en lo alto de la columna, sentado en ella. Miraba con fijeza al frente.
Era una columna de piedra, semejante a las que se encuentran en las ruinas de los templos
romanos o griegos. Claro que en Nevada ni los romanos ni los griegos pusieron el pie jam†s y,
por tanto, no edificaron sus templos. Aquella columna obedec…a quiz† al capricho de alguien que
quiso edificarse una casa suntuosa y luego tuvo que desistir de su prop•sito. El caso era que
estaba all…, y para los objetivos del hombre serv…a perfectamente.

Tendr…a quiz† unos treinta a‚os.

Era alto y delgado, con los ojos peque‚os de tipo que est† acostumbrado a mirar a lo lejos.
Entre sus manos descansaba un rifle de largo alcance.

Miraba hacia la ventana de una casa que estaba situada a unas quinientas yardas.

Era, sin duda, la mejor casa de Carson City. Parec…a un autƒntico palacio. Pero s•lo una
determinada ventana interesaba a aquel hombre.

La apuntaba con su rifle.

Quinientas yardas es mucha distancia para un arma que no tiene rayada el †nima del ca‚•n,
pero un tirador h†bil puede conseguir buenos blancos, sobre todo si dispone de un punto de
referencia exacta.

Aquel hombre lo ten…a.

Hab…a observado que una fisura en lo alto de la columna correspond…a exactamente a una l…nea
recta que desde all… fuese al centro de la ventana. S•lo ten…a que hacer coincidir el ca‚•n con
aquella fisura, y confiar el resto a su buen pulso, que hasta entonces no hab…a fallado nunca.

As… lo hizo ahora.

Coloc• el rifle y esper•.

No iba a tener que aguardar demasiado, porque aquella ciega era puntual. Siempre com…a a la
misma hora, y diez minutos antes de la comida, se cambiaba de ropa.

Vio su figura recortarse n…tidamente en la ventana, como otros d…as. Igual que siempre, Anna
permaneci• inm•vil, como si quisiera facilitar el blanco. ŒEstaba bien ajena a lo que le esperaba
—pens• el hombre—, y estaba bien ajena, sobre todo, al pensamiento de que aquƒl era el ˆltimo
d…a que pod…a cambiarse de ropa•.

Unos minutos m†s tarde tendr…an que ponerle el vestido definitivo, el que llevar…a dentro del
ataˆd.

El hombre contuvo la respiraci•n.

El blanco era casi perfecto.


Pens•: ŒAhora•.

Pero fue en ese momento cuando una piedrecilla cay• sobre su sombrero, haciƒndole
estremecerse.

Se volvi• como un reptil. El rifle temblaba en sus manos y dispar• rabiosamente al ver la
figura que ten…a a unas cinco yardas.

Pero el otro hab…a disparado tambiƒn. El ca‚•n del rifle se parti• en dos mitades.

Kuban sopl• tranquilamente y volte• su ŒColt• en la derecha, con un elegante gesto.

—ŠMolesto? —pregunto.

El otro ten…a las facciones crispadas. Solt• el rifle, que ya no le serv…a para nada.

—Tˆ eres Kuban... —farfull•.

—Y tˆ eres Liman, un asesino. Quer…as matar a Anna, Šverdad? Ibas a terminar el trabajo
apenas empezado. Una buena bala, un disparo de maestro y basta.

Los ojos de Liman temblaban dentro de sus •rbitas.

La derecha acariciaba la culata del rev•lver, sin atreverse a Œsacar•.

Kuban murmur•:

—Me han dicho que con el ŒColt• tampoco eres malo del todo.

—Si te atreves a desafiarme, te lo demostrarƒ.

Kuban sonri• ir•nicamente.

Dej• caer el rev•lver al fondo de su funda.

—ŠQuiƒn te paga, Liman? ŠEs ese cerdo de Sanders? ŠO quiz† los herederos de Brick?

—Eso no te importa.

—Cuƒntamelo, hombre... Dicen que cuando uno habla se muere m†s tranquilo.

Liman se estremeci•.

—Cara a cara, nunca podr†s vencerme.

—ŠDe veras que no? Bueno, est†s poniendo la cosa tan interesante que ya ardo en deseos de
saber c•mo termina esto...

—Siento que no puedas contar a nadie el final, Kuban. ‹Porque te matarƒ!


Todo el cuerpo de Liman se tens• y destens• en un instante.

Pareci• como si le moviera un resorte. Le bastaron unas fracciones de segundo para tener el
ŒColt• en l…nea de tiro.

Pero Kuban hab…a sido m†s r†pido. Incre…blemente m†s r†pido. Y lo curioso fue que dio la
sensaci•n de no moverse; sus labios no tuvieron ni un fruncimiento.

Son• un solo disparo.

Alcanzado en el est•mago, Liman se retorci• lentamente, con un gesto de dolor.

Kuban sab…a que el balazo era mortal, pero que tardar…a en producir efectos definitivos. Por
eso abrevi•.

Hizo un nuevo disparo, ahora apuntando entre las cejas de Liman. Este tuvo un espasmo y
qued• quieto en el suelo, sobre una mancha de sangre.

Kuban volvi• a soplar en el ca‚•n del rev•lver.

Dio la sensaci•n de que aquello era muy aburrido para ƒl. De que en ningˆn momento hab…a
dudado de que iba a matar a Liman, y eso quitaba emoci•n a la cosa.

—Necesito alguien m†s r†pido que tˆ —dijo—. Tˆ no pasabas de ser un simple aprendiz...

Y se dirigi• hacia la casa. Pero en aquel momento vio que alguien sal…a a caballo de ella.

Aunque Anna era ciega, pod…a orientar perfectamente a un animal en aquel terreno conocido.
De modo que unos instantes despuƒs estaba junto a Kuban, que la aguardaba a poca distancia del
muerto.

—ŠQuƒ ha sucedido? —musit• Anna—. He o…do disparos cuando iba a cambiarme de ropa...

—Pues ha o…do bien, Anna. Y si adelanta unos pasos m†s, tropezar† con un muerto.

—ŠQuiƒn es?

—Se llamaba Liman.

—No recuerdo ese nombre.

—Y no me extra‚a que no lo recuerde, porque para eso hace falta haber vivido casi siempre
en los bajos fondos, como yo. Liman era un asesino profesional, y no de los peores, porque
resultaba infalible con el rifle. Supongo que alguien le hab…a pagado para matarla.

—Sanders...
—O quiz† uno de los herederos de Brick, si es que los tiene. Ni la perdonar†n a usted ni a m….

—Ya le dije que corr…a peligro. Por eso le ped… que me protegiera. Mis padres murieron hace
un a‚o y tengo que valerme por m… misma. Si alguien no velara por m…, no sƒ lo que ocurrir…a.

—Me temo que en estos momentos ya ser…a simplemente un cad†ver, Anna.

Temblaron los hermosos labios de la mujer.

—No sƒ c•mo decirle lo mucho que se lo agradezco, Kuban. Nunca podrƒ pagarle lo que ha
hecho por m….

‰l dijo enigm†ticamente:

—Algˆn d…a me lo pagar†.

—ŠEs que quiere algo especial de m…, Kuban? Si es as…, cuente con ello.

—No, eso no me lo dar…a, pero no hay que perder las esperanzas.

Los labios de Anna musitaron ansiosamente:

—ŠQuƒ es lo que desea, Kuban?

Y ƒl murmur• con tranquilidad, mientras otra vez se encog…a de hombros:

—Quiz† le interese saber que sigo necesitando una chica...

CAPITULO V

La ciudad de Tucson no pod…a considerarse entonces el cƒnit de la elegancia, ni mucho menos.


Era parada obligada para las diligencias que iban hacia California o hacia Mƒxico, v eso era todo.
Muchas casas de madera, mucho polvo, muchos saloons y bastantes reclamados que eleg…an
aquel lugar porque estaba a poca distancia de la frontera.

La diligencia se detuvo, traqueteando.

La ˆltima etapa hab…a sido larga y pesada. Los pasajeros ya estaban deseando salir de aquel
caj•n traqueteante que parec…a ir a romperse de un momento a otro, pero que lo resist…a todo
como un viejo soldado.

El mayoral salt• a tierra y abri• la portezuela que daba frente al hotel.


—Pueden pasar la noche aqu…, se‚ores. Descansaremos durante unas doce horas. Hay ba‚os
calientes para los que quieran utilizarlos.

Rossie dijo con voz cansada:

—Creo que me conviene uno.

—Es una excelente idea —murmur• Ingrid.

Despuƒs de las dos mujeres, descendieron los dos hombres que tambiƒn viajaban en el
interior. Uno de ellos era un viajante de comercio de aspecto insignificante; el otro era Houston.

El joven se quit• el sombrero y le sacudi• el polvo. —Yo tambiƒn tomarƒ un ba‚o. Pero
primero he de ocuparme de mi caballo.

Desat• su corcel, que hab…a viajado sujeto a la diligencia, y lo entr• en las cuadras para que
cuidaran de ƒl. Luego penetr•, a su vez, en el hotel y pidi• una habitaci•n y un ba‚o.

—En seguida, se‚or. Habitaci•n nˆmero nueve.

—Gracias.

Houston se sinti• como nuevo despuƒs de tomar un largo ba‚o en el departamento que el hotel
ten…a reservado para los hombres. El mayoral y sus ayudantes lo tomaron tambiƒn, en sendas
ba‚eras. Rieron mucho, mientras mezclaban el agua jabonosa con el contenido de varias botellas
de whisky.

Al terminar, Houston, envuelto en una gran toalla que le llegaba hasta los pies, murmur•:

—Ahora no recuerdo quƒ habitaci•n me han dado.

—Pues s… que tienes memoria...

—Terminaba en nueve, o algo as….

—Entonces ser…a la diecinueve. Casi siempre la guardan para los que viajan solos.

—Voy all†.

Houston lleg• hasta la habitaci•n nˆmero diecinueve, que estaba al fondo del pasillo, y
empuj• la puerta.

Sus ojos dieron un salto dentro de las •rbitas.

‹Diablo, val…a la pena haberse equivocado!


Dentro de la habitaci•n estaba Rossie, la cual se ajustaba sus medias. Se hab…a cambiado,
despuƒs de ba‚arse, y estaba m†s fresca y m†s bonita que nunca. Sus piernas eran de lo m†s
sensacional que Houston hab…a visto en muchos a‚os, y aquellas medias, desde luego,
contribu…an a hacerlas mucho m†s tentadoras aˆn.

Ella le mir• con sorpresa unos instantes, como si no acabara de comprender. Luego, susurr•:

—Por favor, v†yase. ŠQuƒ hace aqu…?

—Esta es mi habitaci•n.

—Se equivoca. Es la m…a.

Houston hizo un gesto de resignaci•n.

—Me sabe mal tener que irme, se lo aseguro... Es usted mucho m†s bonita de lo que hab…a
imaginado. Pero, en fin, si no queda otro remedio...

Ella se cubri• parcialmente las piernas con la ropa de la cama.

—Se lo ruego, v†yase.

—Est† bien. Perdone.

Houston fue a la habitaci•n nˆmero nueve, recordando al fin. Y en efecto, all… encontr• sus
cosas, que un mozo hab…a trasladado ya.

Se cambi•, sin lograr apartar de su imaginaci•n el espect†culo fascinante de las piernas de


Rossie.

‹Quƒ mujercita!

‹Era como para cometer una locura con ella!

Pero Houston nunca comet…a locuras de aquella clase, o al menos hasta ahora hab…a sabido
evitarlas. De modo que hizo lo posible por olvidar a Rossie, su cara, sus piernas y todo lo dem†s,
que no era grano de an…s, precisamente.

Se cambi• y, con las ropas limpias, se sinti• mucho mejor. Dio a lavar las que hab…a llevado
puestas hasta entonces. Como no marchaba hasta el mediod…a siguiente, tendr…an tiempo,
seguramente, de lavarlas y plancharlas. En Arizona siempre hac…a sol. Al menos era un buen pa…s
para secar la ropa...

Comprendi• que deber…a ofrecer disculpas a Rossie. Quiz† su actitud no hab…a sido correcta.
En todo caso, nada costaba decirle que no hizo aquello con intenci•n.

Fue a su habitaci•n, a la nˆmero diecinueve.


Y al doblar el pasillo vio aquella sombra.

***

Kuban encendi• un largo cigarro de los que segu…a habiendo sobre la mesa del gran sal•n y
aspir• el humo con visible placer, mientras contemplaba con los ojos entornados a Anna, aquella
maravillosa mujercita que nunca podr…a verle.

Era una l†stima, porque el amor con una mujer ciega debe resultar una cosa muy extra‚a. Pero
tambiƒn, y segˆn como se miraran las cosas, pod…a ser una suerte.

Ella susurr•:

—ŠEn quƒ piensas, Kuban?

Ya se trataban con entera confianza, como viejos amigos. Y s•lo hab…an transcurrido unas
horas desde que ƒl mat• a Liman.

—Pensaba en ti.

—ŠDe quƒ modo?

—‹Uy! De un modo muy atrevido.

Y rio.

Su risa sana y fuerte se extendi• por el sal•n silencioso, que estaba a media luz, alumbrado
casi exclusivamente por las llamas que chisporroteaban en el hogar.

—ŠNo conoces a ninguna otra chica, Kuban?

—He perdido el contacto con ellas. Dos a‚os en la c†rcel son mucho tiempo, aunque a los de
fuera no se lo parezca.

—Yo me hago cargo. Pero, Špor quƒ no invitas a alguna? En Carson City hay muchos saloons
y todos est†n llenos de mujeres. A ti ahora no te falta dinero.

—No. Desde luego he de reconocer que has sido muy generosa. Podr…a invitar a cualquier
chica de cualquier saloon con el sueldo que me has fijado, pero hay un inconveniente.

—ŠCu†l?

—No me gustar…an. Ninguna me gustar…a, te lo juro.

Ella se sonroj• levemente.

Pareci• adivinar su respuesta cuando pregunt•, con voz tenue:


—ŠPor quƒ?

—Porque despuƒs de verte a ti, Šquƒ quieres que haga?

Se puso en pie y murmur•, mientras se dirig…a a la puerta:

—Pero ya sƒ que eres un imposible. Perdona, Anna.

Y sali•.

No se dio cuenta de que alguien acechaba junto a la puerta de la casa. Alguien que ya llevaba
all… largo rato, acariciando el mango de su cuchillo.

***

Houston vio la sombra.

Era un hombre de reacciones r†pidas, y sus mˆsculos resultaron tan veloces como su mirada.
Apenas un segundo despuƒs, ya estaba pegado a la pared, sin hacer el menor ruido.

Vio la sombra moverse.

Iba hacia la habitaci•n de Rossie. Se deslizaba como si flotase en el aire, en medio de un


silencio absoluto.

Houston contuvo tambiƒn incluso la respiraci•n.

Cuando no tuvo duda de cu†l era el destino del misterioso personaje, ƒl tambiƒn empez• a
deslizarse poco a poco. Ni un gato lo hubiera hecho con mayor suavidad.

Oy• un leve crujido en la puerta.

El desconocido estaba abriendo.

Houston se peg• casi a su espalda, dispuesto a cazarle vivo y hacerle hablar.

Pudo ver el interior de la habitaci•n de Rossie, alumbrado por un solo quinquƒ. Ella estaba
vuelta de espaldas y se pintaba ante el tocador. Ni por un momento pudo imaginar que la puerta
acababa de abrirse.

El hombre que estaba tras ella se movi• con inusitada rapidez.

El cuchillo brill• entre sus dedos antes de que Houston pudiera darse exacta cuenta de lo que
suced…a. Unas dƒcimas de segundo despuƒs se dispon…a a lanzarlo contra la espalda de Rossie, en
un lanzamiento que sin duda hubiera sido mortal.
Pero Houston le gan• la acci•n por una fracci•n infinitesimal de tiempo. Tendi• las manos y
sujet• por detr†s la cabeza de su enemigo, tirando de ella. El asesino tuvo tiempo de lanzar el
cuchillo, pero ya sin ninguna punter…a. El arma se clav• tremolante en una de las vigas del techo.

Houston se dio cuenta de que su enemigo intentaba sacar el rev•lver. Iba a conseguirlo ya.

Entonces emple• una presa que no le gustaba, pero que en aquella ocasi•n le pareci•
indispensable. Al tirar hacia atr†s de la cabeza de su enemigo, la retorci• al mismo tiempo.

Se produjo un terrible chasquido. El hombre no tuvo tiempo ni de gritar.

Cuando Houston lo solt•, cay• a sus pies como un bulto fl†ccido, sin vida.

Rossie se hab…a vuelto, poniƒndose en pie.

Con ojos dilatados por el horror vio el pu‚al todav…a tremolando en el techo. Y vio tambiƒn al
hombre que acababa de morir apenas a dos yardas de distancia.

Houston murmur•:

—Lo siento, no he podido evitar que entrara.

—Me ha salvado la vida.

—Una simple cuesti•n de suerte.

—Dios santo...

Y ella se llev• una mano a los ojos, necesitando apoyarse en el tocador para no caer. Houston
la miro con cierta suspicacia.

—Tengo la sensaci•n de que conoc…as a ese hombre, Rossie.

—Es posible.

—Dos intentos de asesinato ya no son casualidad. La otra vez, en la casa de postas, tambiƒn
fueron a por ti, Šverdad?

Ella abri• con pesadumbre los ojos.

—S….

—ŠPor quƒ?

—Es algo que no puedo explicarte a‚ora.


—ŠNi siquiera de una manera aproximada?

—No. Ni siquiera de una manera aproximada... Perd•name, Houston, pero es posible que
algˆn d…a te lo explique. Ahora, no.

Tambale†ndose aˆn, fue a salir de la habitaci•n. Afortunadamente, el cad†ver estaba tendido a


un lado y no le obstru…a el paso, porque de otro modo es posible que no hubiera podido resistirlo.

—Necesito tomar el aire —susurr•—. De verdad, lo necesito. No puedo m†s, Houston.

—Puedes salir un momento al porche. Ahora ya est† todo tranquilo. Yo te acompa‚arƒ.

—Gracias.

Cerraron la puerta para que nadie viese el cad†ver. Houston dijo que avisar…an al sheriff m†s
tarde, cuando ella se hubiera repuesto un poco. Descendieron por unas escaleras secundarias y
llegaron al porche, que estaba silencioso y sumido en penumbra.

All… Rossie se apoy• en una de las paredes del edificio, respirando pesadamente.

—Houston —murmur•—, no sƒ quƒ hubiera hecho sin ti. Me has salvado dos veces la vida.

—Ya te he dicho que es cuesti•n de suerte.

—Estoy en deuda. No sƒ quƒ podr…a hacer para demostrarte lo muy agradecida que me siento.

Houston trag• saliva.

Bueno, dicen que a la ocasi•n la pintan calva.

—Yo no soy ningˆn †ngel, Rossie —murmur•

—ŠQuƒ quieres decir?

—Pues que puestos a cobrar los favores, prefiero hacerlo en algo que no cueste dinero. Algo
que a ti te resulte barato, en fin. Ya sabes. A m… me gustan las mujeres... y todo eso.

Y acercando un momento las manos a su cara, a‚adi• en un susurro:

—Si tˆ no tienes inconveniente...

La tom• por las mejillas, acercando poco a poco la cabeza de la mujer. Los labios de Rossie
temblaban.

—No, Houston, no puede ser.

—S•lo pretendo besarte...


—No puede ser ni eso.

—Pero, Špor quƒ?

Ella inclin• la cabeza con pesadumbre. Y confes•, con un soplo de voz:

—A veces lo lamento, pero la verdad es que soy una mujer casada.

CAPITULO VI

A mucha distancia de all…, en la lejana Carson City, iba a tener lugar una situaci•n en cierto
modo semejante. Un hombre armado con un cuchillo esperaba a su v…ctima.

Era un individuo alto, con cuello robusto, brazos largos y fuertes y ojillos astutos. Acariciaba
el pu‚al con la fruici•n del que acaricia una cosa querida.

No sab…a si Kuban iba a salir a aquella hora, pero estaba dispuesto a tener paciencia. Estaba
dispuesto a aguardar toda la noche, si hac…a falta.

La suerte le favorec…a.

Oy• el chasquido de la puerta al abrirse y se puso en guardia. Apenas un segundo despuƒs,


saltaba.

La hoja de acero dibuj• un breve y tr†gico semic…rculo en el aire.

Kuban la intuy• m†s que la vio. En realidad no lleg• a verla exactamente. S•lo se hizo a un
lado, por instinto, y la hoja pas• junto a ƒl, limit†ndose a ara‚arle.

Distingui• los ojos crueles de su enemigo. Recibi• su aliento en la cara.

Kuban no le dio ninguna oportunidad. Cuando el otro aˆn no se hab…a recobrado de la


sorpresa que le produjo el haber fallado su golpe, el joven ya estaba contraatacando. Sujet• la
mu‚eca derecha de su enemigo y la retorci•, mientras, al mismo tiempo, le daba un duro
rodillazo al bajo vientre.

El desconocido se estremeci• de dolor. Pero no grit•, porque de ningˆn modo le conven…a


revelar su presencia all…. Trat• de zafarse de la presa.

Kuban rio silenciosamente.


Parec…a divertirse con aquello.

Produjo en su enemigo lo que parec…a un leve zarandeo y le rompi• la mu‚eca. El otro no


grit• tampoco, pero esta vez fue porque no pudo. El dolor fue tan terrible, que por unos
momentos le priv• del sentido. Sus rodillas se doblaron y cay• a tierra pesadamente, mientras
una especie de gru‚ido escapaba de sus labios.

Kuban recogi• tranquilamente el pu‚al que el otro hab…a tenido que soltar.

Lo sopes• en la mano derecha. Comprob• el perfecto ajuste de la hoja y el equilibrado peso


del mango, que lo hac…a apto para lanzarlo incluso a largas distancias.

—Magn…fico —susurr• para s… mismo—. Es una buena pieza. Ahora hay que buscarle
estuche.

Y la hundi• secamente en el coraz•n de su enemigo. Este cay• hacia atr†s, dobl†ndose


tr†gicamente. De entre sus labios sali• apenas un estertor.

—Buen chico —murmur• Kuban—. Ni has gritado siquiera.

Y a puntapiƒs arroj• el cad†ver del porche, dej†ndolo tendido en el arroyo, que a aquella hora
estaba completamente a oscuras. Eso no es normal, pero se daba la circunstancia de que el propio
muerto hab…a extinguido antes la llamita del farol que colgaba ante la puerta, pensando que eso le
favorecer…a. Y le favoreci•, desde luego.

Kuban, tranquilamente, como si no hubiera pasado nada, se dirigi• a un determinado saloon


de la ciudad. Aquel cuyo cartel anunciaba que all… hab…a chicas para todos.

Entr• y pase• por el local la mirada helada de sus ojos grises.

Hab…a all… bullicio, animaci•n y, sobre todo, chicas, muchas chicas. El anuncio no ment…a.

Kuban se apoy• en la barra, mir• la copa de whisky que su vecino se dispon…a a beber y se la
quit• de un tir•n, vaci†ndola ƒl.

El otro, s•lo al ver sus ojos ya no se atrevi• a chistar. Se alej• lentamente.

En el escenario, unas chicas bailaban alegremente, entre los gritos de aprobaci•n del pˆblico.
Ten…an bonitas piernas y sab…an ense‚arlas bien. Era un conjunto de los que encandilan los ojos
de cualquier hombre.

Kuban pens• que iba a pasar mucho rato all…. Quiz† toda la noche. Al fin y al cabo, ten…a que
divertirse por ƒl y por los hombres a los que mataba. ŠO quiz† no?

Sonriendo para sus adentros, empez• a buscar mentalmente una chica a la que le conviniera
invitar. Una que le gustara m†s que las otras.
Eso no resultaba sencillo porque todas le parec…an bonitas. De pronto, oy• una voz junto a ƒl:

—‹Pero si no es posible..., Kuban!

Se volvi•.

Sus ojos tambiƒn reflejaron sorpresa al ver aquella muchacha de cabellos pelirrojos, de tez
fina y limpia, cuyas curvas esculturales marcaba con claridad el ce‚ido vestido rojo.

Liz, que era una autƒntica vedette, sonri•.

—Hac…a dos a‚os que no te ve…a, Kuban...

—Dos a‚os...

—ŠD•nde has estado?

—Por ah…. ŠY tˆ?

—Yo soy la vedette de este saloon. Pero, Šen quƒ mundo vives? ŠAˆn no hab…as le…do los
carteles anunciando mi nombre?

—Pues la verdad, no.

Ella se colg• de su brazo, mientras le contemplaba mimosamente, con mal disimulada pasi•n.

—Dos a‚os sin verte. Tenemos que recuperar mucho tiempo perdido, Kuban. ŠVienes
conmigo?

—ŠAd•nde?

—Tonto... ŠY lo preguntas aˆn?

Subieron las escaleras que llevaban a los reservados. Una vez en uno de ellos, Liz cay• en sus
brazos. Parec…a desear frenƒticamente sus besos, sus caricias. Con voz entrecortada, no hac…a m†s
que murmurar:

—Tanto tiempo perdido... Tanto tiempo perdido...

—Podemos recuperarlo. Precisamente lo que me sobra es tiempo ahora.

—ŠDe verdad? ŠTe quedar†s conmigo?

—S…, tonta. Claro que s….

Ella le mir• p…caramente, a muy poca distancia de sus labios.


—No sabes la felicidad que me das diciendo simplemente eso, Kuban. ŠVives aqu…, en Carson
City?

—S…. Y podremos vernos todos los d…as.

Ella sonri•, mostrando la doble hilera de sus sanos y bien cuidados dientes.

—Lo celebro, Kuban, lo celebro con toda mi alma. Pero, Šno se opondr† tu mujer? ŠD•nde
est† ahora ella?

CAPITULO VII

Houston solt• lentamente la cara de la mujer, mientras sus labios se separaban en lo que
quer…a ser una sonrisa de resignaci•n y de disculpa.

—Lo siento —murmur•—, nunca sospechƒ que fueras casada. Tengo la sensaci•n de haberme
equivocado de lleno.

Rossie murmur•:

—Tˆ no tienes la culpa. En realidad no te lo he dicho hasta ahora y, adem†s, ni siquiera llevo
el anillo.

—Es cierto. Desorientas a cualquiera.

Dio unos pasos por la penumbra, sin mirarla, y susurr•:

—Pero hay algunas mujeres casadas que est†n separadas de sus maridos. ŠEres tˆ una de
ellas?

—No, aunque reconozco que he estado separada algˆn tiempo. Sin embargo, le quiero con
toda mi alma y ahora voy en su busca.

—ŠPor quƒ habƒis estado separados?

Ella se mordi• el labio inferior.

—No me gusta hablar de eso, Houston.

—Bien, en ese caso no te preguntarƒ. Pero debes reconocer que eres una de esas chicas que
dan pocas facilidades. Ni te dejas besar ni sueltas una palabra.

—Lo siento, perd•name.


—No hagas caso. Cada uno tiene sus peque‚os secretos —dijo Houston, riendo—. ŠY puedo
saber ad•nde vas a encontrarte con tu marido?

—Muy lejos de aqu….

—Sigues sin soltar prenda. Pero hay algo que supongo que s… que me querr†s decir, porque es
en tu propio beneficio. ŠPor quƒ demonios quieren matarte?

Ella hundi• ligeramente la cabeza sobre el pecho.

—Al principio no lo comprend…a, pero ahora sƒ por quƒ.

—ŠY puedes decirme al menos eso?

—Fui testigo en un juicio contra el pistolero Guderian.

—Pero si a Guderian le condenaron a muerte...

—Precisamente le condenaron a causa de mi declaraci•n. Yo dije, como era verdad, que le


hab…a visto matar al vigilante de un Banco. Fue condenado a la horca, pero escap•.

—Y quiere vengarse.

—Ha jurado que me matar†. Va enviando a sus asesinos contra m…, y si hasta ahora ha
fracasado, ha sido porque tˆ estabas a mi lado. Yo confiaba en que habr…a perdido mi pista, pero
ahora tengo que perder esa ˆltima esperanza. Est† sobre mis huellas y acabar† conmigo.

Houston mir• a la mujer.

Durante algunos instantes se hizo un silencio entre los dos, mientras sus ojos se encontraban a
travƒs de la penumbra.

Luego fue ella la que pregunt•:

—ŠY tˆ para quƒ vas a Sacramento? ŠEs verdad que s•lo vas all… para comprar un rancho?

—S… —dijo Houston, encogiƒndose levemente de hombros—, pero antes de comprarlo tendrƒ
que matar a alguien. Y, hala, no perdamos m†s el tiempo hablando. Vamos a avisar al sheriff.

La mujer se volvi• de espaldas, mientras dec…a mimosamente, en lo que era apenas un


susurro:

—ŠMe abrochas el vestido, cari‚o?

—Claro que s….


Kuban abroch• poco a poco el ce‚ido vestido rojo de la mujer, mientras ella aˆn temblaba de
emoci•n, como si el solo contacto de los dedos del hombre le produjera ya la emoci•n m†s
profunda.

—Me has puesto perdida, Kuban —susurr•—. Completamente perdida.

—Pero has sido feliz...

—Muy feliz, Kuban. ŠY tˆ?

—Imag…nate. Llevaba dos a‚os sin ver a una mujer...

—Dos a‚os... Eso es mucho tiempo. ŠEs que has estado en algˆn sitio del que no pod…as salir?

Kuban rio alegremente, con optimismo, haciendo volverse a Liz.

—Veo que tˆ lo adivinas todo, preciosa. Claro que estaba en un sitio del que no pod…a salir.
Nada menos que en la c†rcel, y si me salvƒ de la horca fue por milagro. Hab…a matado a un tipo
muy conocido aqu…, un fulano llamado Brick.

—O… hablar de eso, pero nunca imaginƒ que fueras tˆ el autor. La gente ya apenas recordaba
los nombres.

—Dos a‚os aqu… son una eternidad —reconoci• Kuban—, porque la gente se renueva
continuamente. Pero no sƒ si los herederos o los compinches de Brick me habr†n olvidado. Es
posible que quieran arreglar aquello envi†ndome al otro barrio.

Volvi• a re…r con optimismo, y a‚adi•:

—Pero ser†n bien recibidos. La verdad es que, despuƒs de dos a‚os de quietud, tengo ganas
de bronca.

Acerc• a la mujer hacia s…, la bes• fuertemente en la boca y luego la solt•. Liz estaba
desmadejada.

Le produc…a una honda emoci•n haber encontrado de nuevo a aquel hombre que, tiempo atr†s,
para ella lo fue todo en la vida.

—C•mo me gustas, Kuban...

—tambiƒn me gustas a m…, Liz.

—Tengo la sensaci•n de que todas las mujeres te adoran. Tienes mucho ƒxito con ellas,
Šverdad?

—No puedo quejarme. La verdad es que s…, que con las mujeres se me da bastante bien.
—Eso me llena de celos, Kuban.

—No tengas miedo. Tˆ eres distinta.

Y se notaba que Kuban era sincero. Que aquella mujer le interesaba y que encontraba en ella
algo que no ten…an las otras.

—ŠVolver†s a verme? —pregunt• mimosamente Liz.

—Ma‚ana mismo. Y voy a prometerte una cosa.

—ŠQuƒ, Kuban?

—Te sacarƒ de aqu…. No me gusta que estƒs en este saloon. No me gusta que cualquiera pueda
mirarte y manosearte incluso.

—A m… nadie me manosea, Kuban.

—Pero tratan de hacerlo. Y me molesta que tˆ tengas que soportarlo.

Ella sonri• con resignaci•n.

—Ya se sabe lo que es una chica en un saloon. Pero voy a ser sincera contigo, Kuban, porque
a ti nunca te he enga‚ado. El sacarme de aqu… podr…a costarte mucho dinero. Ya sabes que yo
estoy acostumbrada a vivir bien.

La expresi•n optimista no hab…a desaparecido del rostro del joven. Volviendo a estrecharla en
sus brazos, murmur•:

—La verdad es que yo no tengo ahora demasiado dinero, pero todo puede arreglarse con el
tiempo... ‹Quiƒn sabe!

Cuando sali• de all…, silbaba alegremente una canci•n-cilla que entonces estaba en boga.

Nunca le hab…an preocupado demasiado los problemas de la vida, ni los problemas de la


muerte... Quiz† porque se hallaba acostumbrado a resolver la mayor parte de ellos con una bala...

Pero apenas acababa de salir del saloon cuando tuvo una buena sorpresa.

Alguien le estaba esperando al pescante de un elegante carruaje del que tiraban dos caballos.
Era un coche de categor…a, de esos que s•lo muy contadas personas pueden poseer.

Kuban qued• boquiabierto al ver que en el pescante estaba nada menos que Anua.

Ella murmur•:

—Kuban...
—ŠC•mo... me has reconocido?

—Por el ruido de tus pasos.

‰l se qued• m†s boquiabierto aˆn.

—ŠDe quƒ manera has podido llegar hasta aqu…? —balbuci•.

—Mis caballos conocen perfectamente el camino. Tambiƒn sabr†n volver.

—Es admirable.

—ŠNo subes?

El reaccion• poco a poco de su sorpresa inicial. Esboz• una sonrisa optimista.

—Claro que subo. Y la verdad es que ƒsta es una bonita sorpresa. ŠQuieres que gu…e yo?

—No hace falta.

La voz de Anna era distante, seca.

Su hermoso y distinguido rostro parec…a cubierto por un triste velo gris.

Mientras se alejaban de las luces de la ciudad, Kuban pregunt•, en voz baja:

—ŠPor quƒ has venido?

—Por nada. Simple curiosidad.

—Pero daba la sensaci•n de que me esperases... Dime la verdad: ŠMe esperabas, Anna?

Ella no contest•.

Durante unos minutos avanzaron en silencio, envueltos cada vez m†s por las sombras de la
noche.

Kuban insisti•, con un soplo de voz:

—ŠMe esperabas, Anna?

—Has estado con otra mujer —dijo ella, secamente, al cabo de unos instantes de tenso
silencio.

—ŠC•mo puedes suponer eso?

—ŠCrees que no noto el perfume? Hueles a mujer barata.


Anna dijo aquello, no con odio, sino con tristeza. Las manos que sosten…an las riendas
parec…an no tener fuerza. Durante unos instantes s•lo el Œtoe, toe• de los cascos de los caballos
se oy• sobre la tierra prieta de la llanura.

Kuban, al principio, no contest•. Aquello parec…a un reproche por parte de la mujer, pero, Šun
reproche a causa de quƒ? ŠNo era ƒl libre para hacer lo que le viniese en gana? ŠNo le hab…a
sugerido ella misma que Carson City estaba lleno de mujeres hermosas?

Pronto comprendi• que detr†s de todo aquello hab…a algo m†s. Que detr†s de las palabras de
Anna estaba el coraz•n de una mujer que sufre sin querer reconocerlo, que ama en silencio y
como si estuviera un poco avergonzada de sus sentimientos.

La expresi•n de Kuban cambio. Se dio cuenta de algo nuevo, de algo que hasta entonces no
hab…a llegado a intuir

Sus ojos se entrecerraron.

—Anna... —balbuci•.

Hizo que ella aflojara suavemente las riendas. Los caballos se detuvieron poco a poco.

Sus rostros estaban uno frente al otro, en el silencio de la noche. Sus manos se hab…an
encontrado en la penumbra, sin buscarse, como si un instinto las guiara.

Kuban volvi• a susurrar:

—Anna...

Y sus labios se buscaron ansiosamente.

***

Los jinetes contemplaban a distancia el paso de la diligencia. Era imposible que los vieran
desde ƒsta, porque estaban medio ocultos por un bosque. Ellos mismos apenas distingu…an el
carruaje entre los †rboles, mientras se dirig…an hacia el Oeste, surcando un camino que ya se iba
haciendo menos pedregoso.

Uno de ellos se pas• una mano por la boca.

—Bonito encargo —murmur•—. En buen l…o nos ha metido Guderian...

Los dos hombres que le acompa‚aban asintieron lentamente.

—No, no es un trabajo agradable —murmur• otro—. Nunca me ha importado matar a una


mujer, pero lo que s… me importa es que me maten a m….

—Demasiados han ca…do ya.


—Esa tigresa tiene un hombre que la protege. Y es peligroso.

Los tres espolearon a sus caballos.

Fueron siguiendo la l…nea del bosque hasta ver de nuevo la diligencia en terreno libre. Pero el
carruaje les hab…a sobrepasado ya, de modo que ahora lo ten…an de espaldas.

—Hay que acabar con ella —dijo el que mandaba el grupo—, porque de lo contrario Guderian
no nos pagar† ni un centavo. Pero seguimos con el mismo problema-De las dos mujeres que
viajan ah…, nadie sabe exactamente quiƒn es Rossie.

—En la duda, las mataremos a las dos. No se perder† demasiado por eso.

Y los tres hombres lanzaron al mismo tiempo una ruda carcajada, mientras espoleaban a sus
caballos para ponerlos a galope.

Los de la diligencia no sospecharon que eran seguidos. Cre…an, por el contrario, que lo peor
hab…a pasado ya.

***

El insignificante corredor de comercio se hab…a quedado en Tucson, pero segu…an siendo el


mismo nˆmero de viajeros, porque en lugar de ƒl hab…a subido un gigante de casi dos metros de
estatura, que llevaba un sombrero color paja y que fumaba incansablemente largos cigarros,
mientras sus dedos jugueteaban con una barra de hierro que torc…a y retorc…a continuamente,
hasta amenazar con romperla.

Ni Houston ni las dos mujeres recordaban haber visto nunca un tipo tan fuerte como aquƒl.
Enfrentarse a ƒl con los pu‚os deb…a resultar mortal. Pero no hab…a peligro de que eso se
produjera, porque el individuo no parec…a buscar pelea. Se limitaba a re…r y fumar continuamente,
mientras hac…a autƒnticos juegos malabares con su barra de hierro.

Atravesaron un riachuelo, se‚al evidente de que iban dejando la Arizona seca, llena de
farallones pedregosos y de buitres en las alturas, para acercarse a la sonriente California, donde
se dec…a que pod…a ganarse la vida todo el mundo.

El mayoral fren• los caballos.

—‹Amigos, descansaremos un rato aqu…! ‹Es un buen sitio para refrescarse!

Los viajeros fueron descendiendo.

Primero lo hizo el gigante, que se llamaba Bass. Luego Houston, v por fin, las dos mujeres, es
decir, Rossie e Ingrid.
Bass lanz• una risotada.

—‹Menudas dos damiselas! Estamos de suerte, Šen, amigo? ‹Una para cada uno!

Houston le quit• su optimismo.

—Me temo que no sean de nadie. Una es casada, y en cuanto a la otra me parece tambiƒn una
chica dif…cil.

—No hay chicas dif…ciles. Eso es un cuento. En cuanto yo estrecho una en mis brazos, le juro
que...

—La mata, Šno?

Bass le mir• de una forma extra‚a, como si no supiera quƒ hacer: felicitarle o matarle.

Las dos mujeres se hab…an ido alejando poco a poco.

A unas cien yardas empezaba un bosque que alegraba el paisaje. Y lo que menos pod…an
sospechar Rossie e Ingrid era que alguien estuviera acechando all….

Pero tres hombres hab…an descendido de sus caballos y estaban entonces justamente a esas
cien yardas. Los tres manejaban rifles, de modo que pr†cticamente sus disparos no pod…an fallar.

—Parece como si nos las hubieran puesto a prop•sito.

—Esto es m†s f†cil que tirar al blanco. Andando. Vamos a acribillarlas a las dos.

Levantaron sus rifles.

—Fuego...

En aquel momento, una de las dos mujeres dio un traspiƒ. Tropez• con una rama baja, y la
bala que iba destinada a ella solamente la roz•.

Las otras dos balas, en cambio, dieron en su objetivo. Mientras se o…a un agudo grito de dolor,
alcanzaron a la mujer plenamente.

CAPITULO VIII

Houston oy• el aullido de las balas antes de que ƒstas alcanzaran su blanco. Pero cuando ƒl
capt• ese tr†gico sonido, ya era demasiado tarde para evitar nada.

Recibi• como un golpe en el cr†neo.


Acababa de ver caer a las dos mujeres, pero no supo en el primer momento que s•lo una de
ellas hab…a sido alcanzada, y que la ca…da de la otra era accidental. Lanz• un grito de rabia
creyendo que las dos estaban muertas.

Con las facciones desencajadas corri• hacia el bosque, sacando el rev•lver.

Bass farfull• apenas:

—Pero, Šquƒ diablos...?

Y corri• tras ƒl.

Los que estaban en el bosque comprendieron que esta vez no hab…an fallado. S•lo por pura
precauci•n quisieron asegurar el golpe.

—‹Otra vez! ‹Hay que acribillarlas!

Los tres rifles crepitaron.

La mujer que estaba viva se hab…a pegado ya al terreno de tal forma, que era imposible
alcanzarla. Dos balas se empotraron en el suelo, ante su cara, pero sin causarle da‚o. La tercera
bala penetr• en el cuerpo de la que ya estaba herida, produciƒndole un ˆltimo estremecimiento.

—‹Estupendo! ‹Ahora s… que hemos acabado con ellas! ‹Vamos!

Los tres hombres corrieron sin prisa hacia sus caballos. Daban por descontado que nadie iba a
poder perseguirles.

Pero al disparar por segunda vez hab…an perdido unos segundos preciosos. No se dieron
cuenta de que dos hombres corr…an hacia ellos, bordeando el bosque.

Houston y Bass hubieran tardado unos quince segundos en llegar hasta ellos en l…nea recta.
Dando un rodeo para no ser vistos, emplearon medio minuto.

Los asesinos iban a montar ya a caballo cuando de pronto oyeron un disparo.

El m†s r†pido de ellos, el que estaba ya sobre la silla, sinti• como si le hubiera recorrido un
calambre. La sangre brot• velozmente de su brazo derecho.

Vio a los dos hombres que corr…an hacia ellos, que ya estaban pr†cticamente encima.
Comprendi• que ya no ten…a tiempo ni siquiera para disparar.

Instintivamente pic• espuelas y sali• a galope, mientras se apretaba la herida, sosteniƒndose


dif…cilmente sobre la silla.

Houston mascull•:
—‹Maldito!

Su rev•lver crepit• otras dos veces, pero ahora el jinete fugitivo corr…a entre los †rboles. Las
balas ara‚aron dos troncos y terminaron perdiƒndose en el vac…o.

Mientras tanto, los otros dos asesinos hab…an comprendido que era inˆtil intentar huir.
Intentaron sacar sus rev•lveres.

Houston desvi• el suyo a tiempo. El ca‚•n crepit• dos veces. El hombre que estaba ante ƒl se
llev• ambas manos a la cara, mientras gritaba angustiosamente. Por entre los dedos resbal• la
sangre.

El otro intent• enca‚onar a Bass.

Crey• que el gigante iba a ser una v…ctima f†cil, pero la sangre se le hel• al o…r que el otro re…a
estruendosamente.

Bass no le dej• disparar.

Le sujet• la mano con la que sosten…a el rev•lver y se la alz• como si el otro fuera apenas un
mu‚eco. Luego le hizo dar una vuelta entera de campana.

El pistolero aullaba de dolor. Se daba cuenta de que era como un rat•n en manos de un gato
rabioso.

Bass segu…a riendo estruendosamente.

Hab…a roto el brazo de su enemigo, pero al parecer la fiesta empezaba para ƒl justamente
ahora. Le solt• para decir con un indefinible tono de burla:

—Vamos, ponte en pie, gorila...

El otro, desesperadamente, trat• de huir.

Bass tendi• el brazo, le sujet• por el cuello y empez• a golpearle la cabeza contra el tronco de
uno de los †rboles.

Houston grit•:

—‹Cuidado, no lo mate! ‹Necesito que hable! As… lo va a destrozar...

—ŠY quƒ cree que quiero hacer?

Bass segu…a golpeando, mientras su v…ctima aullaba. Pero demasiado comprendi• Houston que
aquellos aullidos eran ya el preludio de la muerte.

Nada pod…a hacer por el pistolero, al que Bass solt• de pronto, con una mueca de asco.
—Estos tipos de ahora... —mascull• despectivamente—. No le duran a uno ni medio
minuto...

El pistolero ten…a la cabeza destrozada. Houston suspir• con desaliento, mirando los dos
cad†veres.

—Esto no nos conduce a nada —murmur•—. Yo quiz† hubiera matado a ese igualmente, pero
despuƒs de hacerle hablar.

Bass se frot• las manos.

—Si hab…a que matarles igualmente, Špara quƒ perder tiempo? Y ahora vamos a ver lo que ha
ocurrido all† abajo.

Houston cerr• un momento los ojos.

Quiz† las dos mujeres estaban muertas...

—Dios santo —murmur•.

Y corri•, junto con Bass, hasta el lindero del bosque.

***

Un hombre herido puede recorrer a veces distancias incre…bles si le domina algo que da m†s
fuerza que el entusiasmo y que el alcohol: el miedo.

Y el miedo era lo que impulsaba al asesino fugitivo. S•lo al pensar que pod…a caer en las
manos de aquellos dos hombres, en especial las manos del gigante, sent…a que la columna
vertebral se le helaba. Por eso galopaba incesantemente, sin desfallecer, a pesar de que se sent…a
cada vez m†s dƒbil y a pesar de que hab…a momentos en que se le nublaba la vista.

Ten…a que llegar a Sacramento cuanto antes. Ten…a que llegar...

Durante el camino se detuvo en un rancho para que le limpiasen la herida y la vendaran,


aunque fuese ligeramente. Como no estaba reclamado en aquella zona, no ten…a nada que temer.
Luego comi• algo, bebi• media botella de whisky y se sinti• con las fuerzas suficientes para
reemprender el viaje.

Pero cuando lleg• a la capital de California estaba literalmente destrozado. No pod…a m†s.

Se detuvo ante la puerta de una casa que conoc…a bien. En aquella casa, con nombre supuesto,
viv…a uno de los hombres que m†s negra fama hab…an tenido en Arizona y Nuevo Mƒxico. Pero
California era, de momento, una tierra segura para ƒl.

Fue el propio Guderian quien le abri• la puerta.


Guderian ten…a entonces unos cuarenta a‚os. Para pasar m†s desapercibido, se hab…a dejado
crecer la barba y fing…a cojear ligeramente. Pero sus ojos le delataban; eran unos ojos fr…os e
inhumanos que parec…an presagiar la muerte.

Contempl• a su subordinado.

—Te han dado, Šeh, Clark?

Clark tuvo que apoyarse en la jamba de la puerta para no caer redondo al suelo.

—Vengo huyendo, jefe. Cre… que me persegu…an.

—ŠY los otros dos?

—Han muerto.

Guderian hizo un gesto de contrariedad, pero se limit• a decir, roncamente:

—Entra.

Una vez en el interior, le sujet• por la camisa, manteniƒndolo a la fuerza en pie.

—ŠY quƒ? —mascull•—. ŠHabƒis acabado con ella?

—S…... La hemos matado. Esa condenada de Rossie ha muerto ya.

—ŠEst†s seguro?

—Seguro...

—Iban dos mujeres, Šno?

—S…, dos.

—ŠA quƒ distancia estabas?

—Unas cien yardas.

—Entonces, Šc•mo puedes estar tan seguro de que era verdaderamente Rossie? ŠNo has
podido confundirte?

El pistolero vacil•:

—No, claro que no. Adem†s, les hemos dado a las dos, si bien una puedo asegurar que ha
muerto.

—Podr…as tal vez haber matado a la otra —dijo †speramente Guderian—. En ese caso ser…a
una equivocaci•n muy lamentable, pero, sobre todo, para ti, Clark. Lo pagar…as caro.
—Yo... yo estoy seguro de que...

Guderian lo zarande• y luego lo dej• caer despectivamente sobre una silla.

—Llamarƒ al mƒdico para que te cure —dijo—, y luego te marchar†s de aqu…, porque no
quiero que te atrapen y me comprometas. Hay un sitio donde podr†s ocultarte bien: Carson City.

El pistolero murmur•:

—Carson City...

Y se apret• con las manos la herida, de donde volv…a a brotar la sangre.

Liz se volvi• de espaldas mientras sonre…a hechiceramente.

—ŠMe cierras el vestido, Kuban?

—Claro, peque‚a.

Ella se estremeci• como una gata al sentir los dedos del hombre en la piel de su espalda.

—Vas adquiriendo pr†ctica, Kuban...

—Es la cuarta o quinta vez que te lo abrocho.

—La quinta vez.

Kuban rio silenciosamente.

—Llevas muy bien la cuenta, peque‚a...

—Porque me gustas.

Ella se volvi• a estremecer.

—Entonces deber…as venir m†s veces a verme.

—No creas que es f†cil.

Ella se volvi•, arqueando una ceja.

—ŠPor quƒ no? Cre… que eras un hombre libre. Tu mujer est† bien lejos, Šno?

El la enlaz• suavemente por los hombros y la hizo sentarse en el div†n, sin que Liz dejara de
mirarle.

—Muchacha, tengo que hablarte de algo.

—ŠDe quƒ? Tienes una cara extra‚a...


—Lo que voy a decirte es importante.

—Pues habla de una vez. Me tienes ya como si me quemaran.

‰l se sent• tambiƒn y, evitando mirarla, dijo suavemente :

—Sabes que estoy cobrando por proteger a una muchacha llamada Anna. Ella es ciega.

—S…. Claro que lo sƒ.

—Pues bien, se ha enamorado de m….

Liz se estremeci•. Sus u‚as largas y afiladas se clavaron un momento en las palmas de sus
manos.

—ŠQuƒ significa eso, Kuban? ŠAcaso insinˆas que vas a separarte de m… para siempre?

—No, nada de eso. Todo lo contrario. Mantengo la promesa que te hice de sacarte de este
ambiente.

—Entonces v†monos cuanto antes de la ciudad. Esa gatita muerta te acabar† conquistando.

—De eso se trata.

Ella palideci•.

—No te entiendo.

—Pues es sencillo. Anna tiene dinero, mucho dinero. Sus padres le dejaron una fortuna, y el
hombre que se case con ella la tendr† tambiƒn.

—Pero, Šquƒ dices? ŠPretendes casarte con ella?

—Exactamente.

Las facciones de Liz se convirtieron en una m†scara de palidez.

—Kuban, eso que dices es una locura. ‹Yo te quiero! Te quiero hace muchos a‚os. Y si te
casas con ella te perderƒ para siempre.

—Todo lo contrario.

—ŠQuƒ quieres decir?

Kuban sonri• levemente, mientras tend…a la derecha para acariciar la cara de la mujer.

—No temas, Liz —murmur•—. La ˆnica que me gustas eres tˆ. Y lo ˆnico que quiero de
Anna es su dinero. Una vez lo tenga, la harƒ desaparecer.
CAPITULO IX

Anna oy• abrirse la puerta.

—Kuban, Šeres tˆ?

—S…, querida.

—‹Te he estado esperando tanto tiempo! ŠD•nde has estado durante toda la tarde?

—Estuve vigilando por ah…. No quiero que haya nuevas sorpresas.

—Te sacrificas mucho por m…, Kuban...

—No es ningˆn sacrificio. Para eso me pagas.

Y rio con su optimismo habitual, mientras avanzaba para estrecharla en sus brazos.

Ella, que hab…a estado aguardando en el centro de la habitaci•n, recibi• en silencio aquella
caricia y dej• que los labios del hombre se fundieran con los suyos.

—Nunca me hab…an besado as… —murmur• cuando pudo hacerlo—. Nunca...

—Ya es hora de que empieces a vivir de verdad, peque‚a.

—Te quiero...

La expresi•n de Anna era iluminada, casi religiosa.

Se notaba que no hab…a querido nunca, que no sab…a lo que es el amor. Y que todo aquello —
los besos, las caricias, las palabras de Kuban— eran para ella como un maravilloso
descubrimiento.

Ni siquiera not• que ƒl ol…a a perfume, como la vez anterior.

Pero Kuban s… que empezaba a notarlo. Y como temi• que ella acabara advirtiƒndolo, decidi•
alejarse un poco.

Anna suspir•:

—A veces pienso que tanta felicidad no es posible.

—Pero, Špor quƒ? Ni siquiera me has visto.

—No lo necesito. Tengo ya en los dedos la misma sensibilidad que los que nacieron ciegos. Y
me basta tocar, rozar tu rostro, para saber exactamente c•mo eres. Adem†s, te debo la vida...
—Esa no es raz•n suficiente.

—Yo no lo discuto —musit• ella—. La raz•n fundamental es que te quiero. Y espero que nos
casemos cuanto antes, puesto que nada lo impide.

El casc• dos dedos. La cosa marchaba. En su expresi•n apareci• una luz alegre, una luz que
hubiera hecho comprender a Anna muchas cosas, pero que ella no pudo ver.

Dio unos pasos por la habitaci•n, sin que de su rostro se borrara aquella expresi•n alegre.
Pero su voz son• opaca, casi triste, cuando dijo unos segundos despuƒs:

—Hay un inconveniente, Anna. Un grave inconveniente del que no hemos hablado hasta
ahora.

—ŠCu†l?

—Yo soy pobre.

—ŠCrees que no lo sƒ? ŠY eso quƒ importa, Kuban?

—Importa mucho. No puedo hacerte regalos. No puedo pagar ninguno de los gastos de la
boda.

Alz• la cabeza, y espiando atentamente la reacci•n en el rostro de la ciega, dijo dejando caer
las palabras una a una:

—En esas condiciones, de esa forma humillante, no creo que debo casarme contigo.

Ella se sobresalt• en el primer momento, pero en seguida una suave y dulce sonrisa ilumin•
su rostro.

—ŠPor eso te preocupas? Yo no quiero regalos, y en cuanto a los gastos de la boda los pagarƒ
yo. Tampoco ser†n muy elevados, porque en mi situaci•n no podemos celebrar una gran fiesta.
Por otra parte, apenas nos casemos tendr†s una elevada cantidad a tu nombre. He pensado en eso.

Kuban arque• una ceja.

—ŠUna... elevada cantidad? —susurr•.

—Cien mil d•lares.

Kuban estuvo a punto de lanzar un grito de alegr…a, pero se contuvo porque eso hubiera puesto
al desnudo sus pensamientos. Solamente, cuando hubo recuperado la respiraci•n, pues la cifra le
hab…a dejado sin ella, dijo con voz que parec…a indiferente:

—Eso me humilla.
—Quiz† te parece poca cosa.

—No, claro que no.

—Aumentarƒ la cifra hasta ciento veinte mil.

Kuban estaba asombrado.

Una mujer bonita, por la que cualquiera hubiese hecho una locura a pesar de su ceguera, una
mujer que hab…a hecho perder la cabeza incluso al vicioso de Brick, le estaba comprando a ƒl, a
Kuban, un aventurero cien por cien, cuando le hubiera bastado hacer un gesto para tener a sus
pies a cualquier hombre de los que habitaban en Carson City. Y la verdad era que, segˆn
reconoc…a el propio Kuban, algunos de ellos eran m†s j•venes y atractivos que ƒl.

Pero con las mujeres no siempre rige la l•gica. Uno les gusta o no les gusta; o les cae en
gracia, o no les cae. Y Kuban siempre hab…a sido de los que Œcaen en gracia•, aunque ni ƒl
mismo supiera por quƒ.

Ciento veinte mil d•lares...

Una verdadera fortuna y, adem†s, tener en sus brazos a la mujer m†s bonita de Carson City,
aunque no fuera la m†s tentadora, porque en picard…a y gracia le ganaba Liz. Un panorama que
hubiese encandilado a cualquiera.

Pero Kuban, pese a perspectivas tan rosadas, quer…a otra cosa. ‰l era un aventurero para el que
una mujer val…a algo mientras le gustaba; luego ya no val…a nada. No iba a estar sujeto a Anna
toda la vida; tampoco pensaba sujetarse a Liz. Con ciento veinte mil d•lares, uno pod…a vivir a lo
grande en San Francisco durante muchos a‚os. Y lo ˆnico que ten…a que hacer era casarse con
Anna y desprenderse luego de ella.

Ni por un momento se le ocurri• recordar a su esposa.

Ni por un momento pens• en Rossie, quien ven…a a su encuentro al saber que ƒl hab…a salido
de la c†rcel al fin.

ŠCasarse de nuevo, aunque ya estuviera casado con anterioridad? ŠY quƒ? ŠQuƒ importaba un
delito peque‚o ante el delito grande que pensaba cometer?

A Anna le extra‚• su prolongado silencio.

—ŠNo dices nada, Kuban?

—Digo solamente que eres maravillosa.

Y volvi• a avanzar hacia ella, para estrecharla en sus brazos. La bes• ardientemente, para lo
cual no necesit• fingir, puesto que Anna era, sobre todo, una mujer deseable.
Claro que no besaba como Liz, sino de otra forma completamente distinta. Liz era una
experta, y en cierto modo una viciosa, mientras que Anna era sincera, era limpiamente
apasionada y parec…a beber cada caricia.

Mientras la estrechaba con m†s fuerza entre sus brazos, impidiƒndole la respiraci•n, Kuban
pens•:

ŒA este paso me va a salir a diez mil d•lares el beso...•

***

Fue el propio mayoral, quien, a falta de alguien mejor, tuvo que rezar la oraci•n fˆnebre:

Œ...Y te rogamos que la acojas en tu seno, Se‚or, y perdones sus pecados. Que su cuerpo sea
tierra, de la que resurja un d…a para una mejor vida. Eso esperamos, Se‚or. Amƒn.•

Los otros hombres miraban la fosa, donde descansaba, sin ataˆd siquiera, el cuerpo de la
hermosa mujer.

Bass estaba distra…do. Miraba de vez en cuando hacia otro sitio, porque la muerte era para ƒl
un acontecimiento banal, con el que no val…a la pena perder el tiempo.

Los ojos de Houston, en cambio, estaban cubiertos por un vaho de tristeza. Se sent…a
responsable en cierto modo de aquello. Lamentaba con toda su alma no haber llegado a tiempo
para salvar a aquella mujer, aunque al menos pudo vengarla.

El mayoral murmur•:

—Podemos cubrirla.

Todos empezaron a arrojar lentamente la tierra. Cubr…an el cuerpo de la mujer


exclusivamente, sin cubrir su rostro, y no se daban cuenta de por quƒ lo hac…an. No se daban
cuenta de que les causaba una indefinible angustia borrar para siempre aquel rostro, que incluso
en el rigor de la muerte conservaba su belleza.

Al fin fue Bass quien lo hizo, con cierta brutalidad.

—‹ Bueno! —grit•—. ‹Basta de mirarla!

Y cubri• la cabeza con una gran porci•n de tierra.

Houston tuvo que cerrar un momento los ojos, pero luego sigui• pensando y se dijo a s…
mismo que Bass hab…a obrado bien. Uno u otro ten…a que hacerlo, Šno?

Pero la tristeza le domin• hasta que acabaron de cubrir la fosa.

Fue entonces cuando el mayoral susurr•:


—No hemos hecho ni una cruz. ŠC•mo se llamaba?

Houston se‚al• el lindero del bosque donde una mujer estaba sentada en el suelo, trabajando
en algo que a distancia no se pod…a ver bien.

—Ella se encarga —dijo.

Camin• lentamente hacia all… y se detuvo a unos cinco pasos. Vio los cabellos rubios, vio los
ojos limpios y azules.

—ŠTienes la cruz? —pregunt•.

—S…. Ya he terminado.

—ŠEl nombre tambiƒn?

—Tambiƒn. Pero s•lo he hecho eso. El apellido lo ignoraba.

—No te preocupes. Es bastante.

Alz• la cruz hasta la altura de sus ojos y ley• el nombre finamente grabado en ella, a punta de
navaja.

Aquel nombre dec…a sencillamente:

ROSSIE

***

El hombre estaba casi desfallecido cuando lleg• a Carson City. A pesar de que llevaba algˆn
dinero y pod…a pagarse un hotel, sinti• que no podr…a alcanzar el centro de la ciudad.

Hab…a sido una locura salir as… para un viaje tan largo, sin esperar a que la herida empezara a
cicatrizarse. Durante los dos primeros d…as todo hab…a ido bien, pero luego... El pistolero,
mientras sent…a que la cabeza le daba vueltas, empezaba a lamentar haber obedecido tan
prontamente la orden de Guderian.

‹Si pudiera llegar hasta un hotel!

Pero, no. Estaba desvaneciƒndose por momentos. Iba a caer de la silla al suelo.

Fue entonces cuando distingui• aquella casa elegante y se‚orial que estaba a muy poca
distancia, en las afueras de la ciudad.

All… podr…an prestarle auxilio de momento. Ten…a que llegar fuese como fuese...
Alcanz• el porche y trat• de apearse normalmente, pero resbal•. Cay• de bruces sobre el
polvo mientras susurraba:

—Socorro...

* * *

Fue uno de los sirvientes el que le oy• y el que abri• presurosamente la puerta.

Se dio cuenta en seguida de que el hombre no estaba muerto, pero s… desfallecido a causa de
una herida anterior, que volv…a a sangrar. Presurosamente entr• de nuevo en la casa.

Kuban estaba en el vest…bulo. Le mir•. . .

—ŠQuƒ ocurre?

—Hay un herido ah… fuera, se‚or. Voy a pedir ayuda para entrarlo.

—Yo mismo te ayudarƒ.

Kuban y el criado salieron de nuevo y levantaron al asesino herido. Claro que ninguno de
ellos sab…a en aquel momento que era un asesino; y aunque Kuban lo hubiera sabido, quiz† le
hubiese importado poco. ‹Al fin y al cabo hab…a conocido tantos en su vida! Y la verdad era que
no todos fueron malas personas con ƒl.

—Tiene una herida ya bastante antigua —dijo Kuban—. Vamos a tenderle sobre aquella
mesa.

Lo hicieron, y en ese momento Clark abri• los ojos levemente con una sensaci•n de alivio.

Vio a Kuban.

Volvi• a cerrar los ojos en seguida, mientras confusos recuerdos parec…an volver a ƒl. ŠQuiƒn
era aquel hombre? ŠD•nde hab…a visto antes aquella cara?

* * *

Estaban avanzando a poca velocidad por un terreno casi liso cuando en el camino de la
diligencia se cruzaron aquellos dos hombres. Incluso a distancia se ve…a que iban armados, de
manera que el mayoral dio en seguida un codazo a su ayudante, que dormitaba:

—Tˆ, el rifle.

—ŠPor quƒ? ŠQuƒ ocurre?


—Podr…a ser un atraco. Quiz† ƒsos nos distraigan mientras los dem†s nos cercan por la
espalda.

—ŠQuieres decir? Todo el terreno es liso y aqu… no puede ocultarse nadie.

—Por si acaso, vigila.

Los dos jinetes se iban acercando a la diligencia. Uno llevaba espesa barba negra, y el otro
ten…a un rostro dif…cil de definir, como si fuera una mezcla de blanco y piel roja.

El mayoral fren•.

—ŠQuƒ hay, amigos?

Fue el de la barba quien habl•.

—ŠPodemos viajar con ustedes?

—No hay sitio dentro. Quiz† para uno, pero no para dos.

—Bueno, viajaremos en la baca. ŠHay inconveniente?

—Ninguno. ŠHasta d•nde van?

—Hasta Carson City.

—La primera parada es Sacramento.

—De acuerdo, pero es probable que nosotros no nos detengamos all…. Hemos de hacer unas
cuantas cosas en las afueras y luego volveremos a encontrarnos con ustedes para proseguir el
viaje.

El mayoral se encogi• de hombros.

—Por m…, de acuerdo. Es posible que a partir de Sacramento puedan viajar en el interior.
Suban.

Los dos hombres subieron, instal†ndose en la baca con sus sillas, despuƒs de haber sujetado
sus caballos a la parte posterior de la diligencia, donde estaba ya el caballo de Houston.

Bass, con los ojos entornados, les vio subir.

—Hum... —musit•.

Houston le mir•.

—ŠQuƒ ocurre, Bass?


—No sƒ... Es una sensaci•n extra‚a.

—ŠQuƒ clase de sensaci•n?

—Trato de imaginarme sin la barba a ese tipo que ha subido ah…. Y me recuerda a alguien.

—ŠA quiƒn?

El otro movi• su manaza derecha con un gesto despectivo.

—Bah, no me haga caso. Y dejemos esa tonter…a ahora. Voy a echar una siestecita...

CAPITULO X

Mientras la diligencia rodaba, ahora a buena velocidad, por un camino f†cil y en el que
empezaban a insinuarse los campos de naranjos, Bass empez• a roncar sonoramente.

Su enorme corpach•n parec…a inflarse y desinflarse, mientras Houston e Ingrid parec…an mirar
al vac…o.

Hab…a una plaza vac…a en la peque‚a diligencia, justamente al lado de Ingrid, pero los dos
reciƒn llegados hab…an preferido viajar juntos en la baca. La muchacha ten…a la cabeza apoyada
en el respaldo y sus ojos tristes parec…an muertos, vac…os, sin expresi•n alguna.

Houston susurr•:

—Yo tambiƒn lo he sentido mucho.

—No puedo olvidarla —musit• Ingrid—. Y lo peor es que tengo la sensaci•n de que nunca la
olvidarƒ.

—Usted tambiƒn estuvo a punto de morir...

—No sƒ ni c•mo pude librarme. ‹Todo ha sido tan horrible! Pero aˆn tengo la imagen de
Rossie grabada en mi memoria, aquella imagen patƒtica en el momento de morir. Esa pobre
muchacha... Ni siquiera sƒ para quƒ iba a Nevada.

—Quer…a reunirse con su marido.

Ingrid se sorprendi•. Arque• levemente las cejas.

—ŠEra casada?
—S…. Y por alguna raz•n que ignoro, no vio durante dos a‚os a su marido. Ahora las cosas tal
vez se hab…an normalizado e iba a reunirse con ƒl. Da no sƒ quƒ el pensar que ya no volver†n a
verse nunca...

***

Los besos ca…an sobre las mejillas, sobre el cuello, sobre los p†rpados cerrados de Anna.

—Te quiero... Te quiero... Nos casaremos cuanto antes, Anna. Nos casaremos sin perder un
minuto.

—Yo tambiƒn lo deseo, Kuban. Nunca me hab…a besado nadie, Šsabes? Nunca hab…a sabido lo
que es el amor. Ahora es como si acabara de hacer un descubrimiento maravilloso, algo que
llenara mi vida entera.

Kuban susurr•:

—Podemos ya prepararlo todo.

—Ma‚ana sin falta hablaremos con el juez. Llevaremos a un hotel a ese herido que has
recogido, y que pasa aqu… la noche, y de paso nos ocuparemos de arreglar en una sola ma‚ana
todos los documentos.

Los labios del hombre sellaron su boca.

—No digas m†s;

—S…. Quisiera decir m†s... Quisiera que todos me oyesen decir lo mucho que te quiero.

Kuban la estrech• con m†s fuerza entre sus brazos, mientras susurraba: —Anna...

***

—No, no volver†n a verse m†s —susurr• Houston—, y lo malo es que ese hombre, sea quien
sea, llegar† a ignorar siempre que su esposa ha muerto... i Si tuviera alguna posibilidad de
avisarle! Pero es inˆtil.

Ingrid apret• un momento sus hermosos y tentadores labios.

Era m†s joven que lo hab…a sido Rossie y tambiƒn m†s bonita. Pero Houston no quer…a fijarse
en eso ahora. Sus pensamientos estaban ocupados por la muerta, a la que para siempre acababan
de dejar atr†s.

—Quiz† podamos encontrarlo —dijo Ingrid.


—ŠDe quƒ modo?

—Rossie deb…a ser una gran artista. Dibujaba muy bien. Mire.

Y extrajo de su bolso un pedazo de papel en el que se ve…a, perfectamente dibujado, el rostro


de un hombre de unos veinticinco a‚os, moreno, muy atractivo, de expresi•n a la vez audaz,
insolente y hasta cierto punto simp†tica.

—No recordaba que lo ten…a aqu… —susurr• Ingrid—. Ella dibujaba la misma cara
continuamente, apenas nos par†bamos en algˆn sitio. Luego tiraba los papeles, pero ƒste lo
recog… porque el dibujo me pareci• admirablemente bien hecho.

Houston lo contempl• con atenci•n.

—Ha de ser su marido.

—Y ella iba a Carson City. No recuerdo cu†ndo, pero estoy segura de que me lo dijo.

—A m… tambiƒn —murmur• Houston.

—Entonces, la situaci•n est† clara. En Carson City debe encontrarse ese hombre. El del
dibujo...

—Lo buscarƒ cuando lleguemos all… —susurr• Houston—. No sƒ si ser† f†cil dar con ƒl,
porque la capital de Nevada es uno "de los lugares del Oeste adonde m†s forasteros llegan
continuamente. Pero con esta pista del dibujo creo que tendrƒ ƒxito.

Ingrid a‚adi•, con voz tenue:

—Lo buscaremos.

Poco pod…a imaginar que a Kuban alguien lo hab…a encontrado ya.

CAPITULO XI

El carruaje estaba preparado y un sirviente terminaba de limpiar bien las riendas, para que no
faltase detalle. Kuban aˆn no hab…a salido de la casa, pero Arma s…. Le estaba esperando junto a
los caballos para dirigirse a efectuar las dos gestiones que ten…an programadas para aquella
ma‚ana.

Una de ellas era llevar a un hotel al herido, que ya parec…a encontrarse mucho mejor; la otra,
hablar con el juez a fin de preparar cuanto antes los documentos para su boda.
La muchacha empezaba a sentirse impaciente, aunque a causa de su exquisita educaci•n no
dec…a nada.

Kuban se retrasaba y ella no comprend…a por quƒ.

Estaba bien lejos de imaginar lo que suced…a en aquellos momentos. Lo que menos pod…a
suponer era que Kuban se encontrara en estos instantes en la habitaci•n de otra mujer, a la que
hab…a ido a ver a toda prisa.

Kuban y Liz se besaban en la boca.

Les costaba separarse uno de otro, como si sus cuerpos se hubieran fundido a causa del
abrazo.

Al fin, Kuban murmur•:

—Tengo que irme, Liz. Seguro que Anna me est† esperando ya.

—Irte para preparar tu matrimonio con ella... |Bonita broma!

—Te he explicado ya lo que ese matrimonio significa, tonta. ‹Ciento veinte mil d•lares!

—Pero no resisto la idea de que seas su marido. De que pueda tenerte, aunque sea por unas
horas.

—‹Y tan pocas horas! Te prometo que en el mismo momento de casarme pedirƒ que me dƒ
esa cantidad. Ya encontrarƒ una disculpa para demostrarle que la necesito. Y apenas la tenga en
el bolsillo... ‹bruuuuum! ‹San Francisco no est† demasiado lejos, muchacha!

Los ojos de Liz se iluminaron, pero una lucecita de recelo brillaba en ellos.

—ŠPuedo creerte, Kuban?

—ŠY por quƒ no?

—Si enga‚as a esa mujer, Špor quƒ no vas a enga‚arme a m…?

—Pues por la sencilla raz•n de que ella es ciega y no ve nada. En cambio, tˆ tienes unos ojos
que se dan cuenta de todo. Y que son as… de preciosos... Y as… de grandes...

La besaba en los p†rpados cada vez que dec…a una nueva frase. Ella se estremeci•, mitad a
causa del placer y mitad a causa de lo helada que se sent…a.

—Y ahora tengo que darme prisa —murmur• ƒl—. No vayamos a estropear el negocio por
una tonter…a.

Fue a alejarse, perole retuvo aˆn.


—Una ˆltima pregunta, Kuban.

—Vaya... Las mujeres siempre est†is haciendo preguntas con la excusa de que cada una de
ellas es la ˆltima. ŠQuƒ quieres saber ahora?

—S•lo una cosa. Cuando tengas el dinero, Šquƒ vas a hacer con ella?

Kuban sonri• para s…. Durante unos momentos pareci• reflexionar, hasta que al fin hizo con la
mano izquierda un gesto lleno de desenvoltura.

—Simplemente, abandonarla... El Oeste es grande, Šno? Pues ella en un lado y yo en otro.

—ŠY si se da cuenta? ŠY si llega a oponerse a que te vayas?

—ŠQuieres decir que podr…a ponerse tonta?

—Cualquier mujer tendr…a derecho a hacerlo en su lugar, Šno?

Las facciones de Kuban se ensombrecieron un momento, s•lo un momento.

E hizo un nuevo gesto, pero ahora su expresi•n hab…a cambiado. Era una expresi•n seca,
distinta.

—Preferir…a que no se pusiera tonta —musit•—. Lo preferir…a de verdad... por ella.

Y sali•, mientras Liz le contemplaba intensamente, con los ojos llenos de miedo y a la vez
llenos de esperanza.

El caso era que Kuban se estaba retrasando. Y Anna ten…a que disimular su impaciencia dando
golpecitos con el pie, mientras lamentaba no poder mirar en torno suyo para saber, al menos, quƒ
ocurr…a.

Oy• entonces unos leves pasos junto a ella.

—ŠKuban?... —susurr•.

—No, no soy Kuban. Perdone si la molesto —dijo una voz desconocida.

Anna se mordi• el labio inferior levemente, contrariada por su equivocaci•n.

—Es la primera vez que mi instinto me enga‚a —dijo—. ŠQuiƒn es usted?

—Me llamo Clark, se‚ora. Soy el herido a quien ustedes recogieron anoche.

—Ah, s…... Perdone, pero ya casi lo hab…a olvidado. ŠSigue encontr†ndose mejor?

—Mucho mejor.
—Ahora iremos a un hotel donde pueda alojarse —explic• calmosamente Anna—, y luego mi
prometido y yo iremos al Juzgado, d•nde hemos de resolver unos asuntos.

Clark parpade•.

—ŠSu prometido?...

—S…, claro... Nos vamos a casar en seguida.

—Me gustar…a hacerle una pregunta. Y perdone.

Anna sonri• cortƒsmente, aunque estaba algo sorprendida.

—Claro que s…... —dijo—. Pregunte lo que sea.

—ŠQuƒ sabe de ese hombre?

Ella volvi• la cabeza, casi perpleja ante la pregunta. Y no fue porque ƒsta le pareciera extra‚a;
fue, sencillamente, porque le sorprendi• no habƒrsela hecho antes ella misma. Era verdad.
Realmente, Šquƒ sab…a de Kuban? Aunque, bien mirada la cuesti•n, sab…a acerca de ƒl dos
cosas fundamentales, que para su coraz•n bastaban.

—Sƒ de ƒl dos cosas —dijo lentamente—. Una, que me salv• la vida, o quiz† algo m†s que la
vida. Otra, que le quiero.

Clark se encogi• de hombros.

—Bueno, en ese caso no es asunto m…o. Perdone que la haya molestado con esa tonter…a.

—Pero... —y Anna apret• los labios—. Usted ya ha empezado a hablar, se‚or Clark. Si sabe
algo deber…a dec…rmelo.

—No es que sepa nada, realmente.

—Pero algo piensa.

—Mire... Yo soy un maldito canalla. Pero en cierto modo me sabe mal que enga‚en a una
ciega.

—ŠPor quƒ hab…an de enga‚arme?

—Le dirƒ... ŠUsted sabe si ese hombre no est† casado ya?

—Pues... —y Anna sinti• como un brusco golpe en el pecho—. La verdad es que doy por
descontado que no lo est†. Y una cosa as… no se la he preguntado nunca.

—Ha hecho mal.


—ŠPor quƒ?

—Ver†... Cierta vez, no hace mucho, conoc… a dos mujeres —Clark estaba dispuesto a decir
de la verdad s•lo aquella parte que no le compromet…a—. De esas dos mujeres, una hac…a
continuamente dibujos de la cara de un hombre. Estaba viajando en una diligencia, y apenas
llegaban a una casa de postas o a un hotel, se pon…a a dibujar, siempre la misma cara. Era como si
estuviera obsesionada con aquel rostro. Luego sol…a olvidarse de aquellos papeles, y cierta vez
yo, que la segu…a, recog… uno de ellos. Lo hice en parte por curiosidad y en parte porque el dibujo
era realmente admirable.

Anna hab…a contenido la respiraci•n.

—ŠY...? —susurr•.

—Resultaba muy f†cil de reconocer. Era Kuban.

—Muy bien. Pero, Šeso quƒ tiene que ver?

—La mujer se llamaba, o se llama, Rossie. Y estaba casada. Era una mujer honrada,
entiƒndame.

Anna sent…a que los latidos de su coraz•n hab…an aumentado. Con voz entrecortada susurr•:

—ŠPor quƒ me dice que... era una mujer honrada?

—Porque una mujer casada y de cuya honradez nadie duda, no se pone a dibujar la cara de un
hombre si ese hombre no es su marido.

Anna, que iba a decir algo, sinti• que la voz se le cortaba de pronto.

Las rodillas le temblaron y tuvo que hacer un esfuerzo terrible para seguir en pie.

—Es... l•gico —murmur• con un esfuerzo—. Pero, Šest† seguro de que dibujaba a Kuban?

—Tengo aqu… uno de los papeles que ella olvid•. L†stima que usted no pueda verlo, pero
cualquier persona de su confianza puede hacer la comprobaci•n y le dir† si es la misma cara.

—No hace falta... Le creo.

—Siento haberle dado ese disgusto, pero he cre…do que deb…a advert…rselo, se‚ora.

—Es..., est† bien. Y se lo agradezco... Pero hay algo m†s.

—ŠAlgo m†s? —musit• Clark.

—S…. ŠPor quƒ raz•n ha hablado usted de esa mujer en tiempo pasado? En cierto aspecto se
refer…a usted a ella como si ya fuera una muerta.
—Podr…a serlo.

—Por favor, entend†monos. ŠEst† viva o no?

—Ver†... Nadie ser…a capaz de asegurarlo. Esa mujer viajaba en compa‚…a de otra. Resultaba
f†cil confundirlas porque se llevaban pocos a‚os, ambas eran rubias y ambas bonitas. Unos
hombres, a los que conoc… por casualidad, ten…an orden de matar a una de ellas, pero para no
equivocarse decidieron matar a las dos.

Guard• unos instantes de silencio, mientras ella le miraba expectante; sintiendo que se
ahogaba.

—El caso es que s•lo una muri• —dijo Clark, continuando su relato—. ŠEra la esposa de
Kuban? ŠEra la otra? Eso nadie ser…a capaz de jurarlo. Lo cierto es que el hombre con quien
usted va a contraer matrimonio podr…a ser en estos momentos un hombre casado.

A Anna segu…an tembl†ndole las rodillas. Sent…a que iba a caer, y el hecho de no poder ver los
objetos que ten…a en torno suyo le produc…a una espantosa sensaci•n de vƒrtigo.

Pero Anna era una chica educada y habituada a los sufrimientos morales. Logr• que su voz
pareciera casi natural en el momento de decir:

—Gracias, Clark. Me ha dado usted una informaci•n muy valiosa. ŠC•mo podr…a
agradecƒrselo?

El pistolero respondi• c…nicamente.

—Hay una manera muy f†cil.

—ŠNecesita dinero?

—S….

—Le darƒ quinientos d•lares. Yo misma se los llevarƒ antes del mediod…a al hotel en que se
hospede. Y todos sus gastos estar†n pagados mientras usted se encuentre en la ciudad.

Clark rio c…nicamente, mostrando la doble hilera de sus dientes amarillos.

—Gracias —murmur•—. Da gusto tratar con una verdadera se‚ora...

En aquel momento llegaba Kuban. Ven…a agitada-mente, pero con la mejor sonrisa en sus
labios.

—Perdona, Anna —murmur•—. Ya sƒ que te he hecho esperar. ‹Pero lo que son las cosas!
‹Aqu…, donde apenas conozco a nadie, he tenido que asistir al entierro de un amigo m…o!...

***
La diligencia traqueteaba otra vez. El camino volv…a a ser malo y las ballestas chirriaban.

Bass, que hasta entonces hab…a dormido tranquilamente, abri• uno de sus ojos.

—Pero, Šquƒ cuerno pasa? ŠOtra vez ha empezado el baile?

—Estamos en mal camino.

—Ah, vaya...

Y de pronto mir• significativamente al techo, como si recordara algo.

—ŠTodav…a est†n esos dos tipos ah… arriba?

—ŠQuƒ tipos?

—Los que han subido antes.

—S…, claro que tienen que estar arriba. ŠPor quƒ?

—No, por nada...

Se pas• una mano por los ojos y barbot•:

—ŠA quƒ va usted a Sacramento, Houston?

—Creo que lo he dicho ya una vez. Tengo una magn…fica ocasi•n para comprar una hacienda.

—Hum...

—ŠEs que no me cree?

Bass hizo un gesto con la derecha, como si espantara una mosca.

—Oiga, amigo, yo no nac… ayer.

—No sƒ quƒ quiere decir con eso.

—Para comprar una hacienda, usted necesitar…a llevar dinero. Y que me aspen si un tipo que
viaja en diligencia, y en las condiciones en que usted lo hace, lleva encima m†s de cien d•lares.

—Podr…a llevar una carta de crƒdito —sugiri• Houston.

—Hum...

—Veo que no me cree capaz de comprar nada.


—No, no es eso... Usted podr…a comprar cualquier cosa. Vaya que s…... Pero no tiene la pinta
cl†sica del fulano que se pasar† el resto de su vida contando vacas y destripando terrenos en un
rancho. Usted tiene pinta de otra cosa.

—ŠDe quƒ?

—De asesino.

Y Bass lanz• una carcajada †spera y ronca, que ensordeci• la diligencia.

Houston no se inmut•. Otro hombre se hubiera ofendido al o…rse llamar aquello, pero la
odiosa palabra, Œasesino•, resbal• por la epidermis del joven sin penetrar en ella.

Y de pronto Houston rio tambiƒn.

Rio inesperadamente, haciendo que el otro le mirara con sorpresa.

—ŠTanta gracia le hace lo que digo? —murmur• Bass, un poco amoscado.

—No, no... Es que pienso si usted tendr† dotes de adivino.

—ŠA quƒ viene esa idiotez?

—No es ninguna idiotez. Es que usted acaba de decir exactamente lo que me ocurre. Los
d•lares que llevo encima cabr…an bajo la tapa de un reloj.

—Y entonces, Špor quƒ dice que va a comprar una hacienda?

—Porque no es exactamente eso lo que voy a hacer.

—ŠNo? ŠY quƒ es lo que va a hacer, si puede saberse?

—Matar a un hombre.

Bass emiti• una especie de gru‚ido, como si la situaci•n le pareciera demasiado aburrida. Y
luego, recost†ndose mejor en el asiento, dijo entre dientes:

—Matar a un hombre... Eso est† bien.

—Yo nac… en Sacramento —dijo Houston lentamente, sin que nadie le preguntara—. Y si
hago este viaje es porque los viejos recuerdos vuelven a m…. Mi padre era due‚o de una hacienda
que le fue arrebatada. Alguien, despuƒs de hacerle firmar la venta con enga‚os, le asesin•.

—S…... —dijo Bass aburridamente—. Ese es un viejo sistema de compra, que cada vez se est†
poniendo m†s de moda.

—De eso hace cuatro a‚os.


—Pues a esa edad usted ya deb…a saber manejar un rev•lver, Houston. ŠNo pudo impedir que
hicieran eso?

—Estaba fuera. Trabajaba en Texas cuando eso ocurri•, aprendiendo los modernos sistemas
para criar ganado. Cuando volv…, ya estaba todo hecho. Mi padre, enterrado. La finca ocupada
por unas pobres gentes que no ten…an culpa alguna, puesto que la hab…an comprado al asesino.

—ŠY no pudo averiguar quiƒn era ƒse?

—No.

—Pero habr…a documentos...

—S•lo una escritura privada con el nombre de Baxter, pero sospecho que ƒse deb…a ser el
segundo apellido del asesino, porque no pude encontrarle por parte alguna.

Bass se pas• una mano por la boca.

—ŠY ahora quƒ?

—Ahora la finca va a venderse de nuevo. Pero el nuevo comprador exige que los documentos
estƒn en regla y los ocupantes actuales han podido ponerse en contacto al fin con el hombre que
se la vendi•, el que s•lo yo sƒ que es el asesino de mi padre. Le dar†n cuatro mil d•lares si firma
tambiƒn la escritura, renunciando a todo posible derecho, pues como le digo, s•lo exist…a un
documento privado. De esa forma todo estar† en regla. •

Bass arque• una ceja.

—Y usted lo ha sabido y, por tanto, est† seguro de que el asesino se presentar†.

—Exacto.

—ŠPiensa matarlo?

—ŠA usted quƒ le parece?

Bass volvi• a colocarse en buena postura para seguir durmiendo.

—Bueno, si mata al que sea procure no hacer mucho ruido, para no despertarme... Ah, y
av…seme si se van esos tipos de ah… arriba. Puede que antes quiera decirles algo...

Y cerr• los ojos tan tranquilo, para seguir dormitando.

Ingrid le mir• con una leve sonrisa en sus pulposos labios.

—Es un tipo algo extra‚o, Šverdad?


—S…. No sƒ c•mo calificarlo.

—ŠQuƒ habr† querido decir, al referirse a los dos tipos que viajan ah… arriba?

—Con franqueza, tampoco lo sƒ.

Ingrid volvi• a sonre…r, pero la verdad era que desde que dieron sepultura a Rossie no se hab…a
borrado de su rostro una especie de nube de tristeza.

Por eso le resultaba agradable a Houston. Porque Ingrid era una muchacha sensitiva y dulce,
capaz de sentir la muerte de la que para ella hab…a sido casi una desconocida.

—De modo que usted se quedar† en Sacramento... —murmur• la muchacha.

—Es lo m†s probable.

—Mientras no se quede en el cementerio...

—Procurarƒ que eso no suceda.

El camino se hab…a hecho m†s suave. La diligencia iba dejando de traquetear y todos los
s…ntomas eran de que se iban aproximando a una ciudad importante.

—Me gustar…a acompa‚arla hasta Carson City —musit• ƒl—. Temo que usted corra serios
peligros en aquella ciudad.

—ŠEs tan mala como dicen?

—Peor...

—Yo tambiƒn lo siento —dijo Ingrid lentamente—, pero le prometo que no s•lo por esa
raz•n.

Los dos se miraron fijamente. Fue s•lo un momento, pero hay miradas que pueden marcar una
vida.

Bass se desperez•, mientras mascullaba:

—A ver si se casan de una vez, pero h†ganlo en silencio... Al menos dƒjenme dormir,
demonios...

***

Tras dejar a Clark en uno de los numerosos hoteles de la ciudad, Kuban y Anna se dirigieron
al Juzgado. Pero, una vez en la puerta, fue ella la que musit•:

—Quiero pedirte una cosa, Kuban. Una cosa sin importancia.


—Dime.

—Me gustar…a hablar con el juez a solas.

Kuban rio, sin perder su expresi•n optimista de siempre.

—De modo que est†s llena de secretos, Šeh? Bueno, no quiero "que pienses que estoy cargado
de intransigencias antes de que nos casemos. Puedes hablar con el juez a solas todo el tiempo que
quieras, mientras no te enamores de ƒl.

—Es muy viejo.

—S…, pero a veces hay viejos que las matan callando. ŠD•nde quieres que te espere?

—Aqu…, en la misma puerta.

—Usted manda, se‚ora. ŠNo dicen que la misi•n de un marido es obedecer y aguantarse?
Pues estoy a sus •rdenes...

Y volvi• a lanzar otra carcajada.

Anna no parec…a compartir aquella alegr…a. Con una expresi•n ausente, concentrada, pero sin
perder su elegancia, penetr• en el despacho del juez y estuvo hablando con ƒl cosa de media
hora.

Kuban fumaba en el porche, paseando de un lado para otro. No pod…a negar que las cosas
marchaban bien, y ahora ten…a una autƒntica fortuna pr†cticamente en las manos. Ciento veinte
mil d•lares... Buena tempo-radita en San Francisco, diablos... Con Liz al principio. Luego...,
Špara quƒ ser fiel a una misma mujer, que siempre termina haciƒndose aburrida? Habr…a
otras...

Anna sali• al fin.

Ten…a la misma expresi•n elegante, distinguida, de siempre.

—ŠTodo resuelto? —pregunt• Kuban.

—Todo.

—Vaya, ƒsa es una buena noticia... ŠY cu†ndo nos casamos?

—Precisamente quer…a hablarte de eso, Kuban. ŠTe parece bien que demos una peque‚a
vuelta?

—Claro... Claro que s…, querida.


Los dos subieron al carruaje y se alejaron poco a poco de la ciudad. Hac…a un d…a magn…fico,
extraordinario. El sol calentaba lo justo para que uno se sintiera bien. Los campos cercanos a la
ciudad estaban casi desiertos, a excepci•n de algunos jinetes que se cruzaban con ellos de vez en
cuando.

Todos les saludaban, despuƒs de mirarles con curiosidad. Pero fue uno, precisamente el
ayudante del juez, el que se detuvo a poca distancia.

—Hola, se‚orita Anna...

—Hola, Bill.

—Vaya, veo que no me ha conocido por la voz. Usted no se enga‚a nunca... Pero, en cambio,
est† cometiendo una imprudencia muy grave, si me permite que se lo diga. Y de eso no se ha
dado cuenta.

—ŠUna imprudencia? ŠDe quƒ clase?

—‰se carruaje va mal. Est† a punto de sal…rsele una rueda.

Kuban mir•.

Efectivamente, hab…a el peligro de que una rueda se saliese, pero no mientras avanzaran a tan
poca velocidad como hasta entonces.

—Cierto —gru‚•—. Habr† que arreglarla en seguida.

—Yo, en su lugar, volver…a al instante a casa. Es arriesgado seguir en esas condiciones.


Tienen un barranco apenas a cien yardas. Y si los caballos se desbocaran...

—No hay peligro —dijo Kuban—, mientras yo lleve las riendas. Pero, de todos modos,
gracias.

—De nada, se‚or.

Ambos hombres se saludaron y el ayudante del juez sigui• su camino. Kuban aguard• unos
instantes m†s, en silencio, hasta que de pronto, sintiendo que por primera vez le ganaba el
nerviosismo, susurr•:

—ŠPor quƒ no hablamos, Anna? ŠEs que de pronto ha sucedido algo importante entre los dos?

Ella apret• los labios. Hubo en ellos una mueca de dolor y, sin embargo, su rostro no dej• de
ser sereno y dulce.

—No, Kuban... Nada ha ocurrido. Precisamente ya nada importante suceder† nunca entre
nosotros.
—ŠQuƒ... quieres decir?

—Que no voy a casarme contigo, Kuban.

—ŠC•mo?

Kuban hab…a palidecido intensamente. Su habitual sangre fr…a parec…a borrada por esta vez.
Las manos le temblaron sobre las riendas.

—ŠQuƒ dices, Anna?

—Lo que has o…do. No nos casaremos.

—Pero, Špor quƒ?... ŠQuƒ te ha hecho cambiar de opini•n de repente, tan s•lo en unos
minutos?

—Tˆ eres un hombre casado.

—ŠQue yo..., yo soy...?

—S…, Kuban. ŠDe quƒ nos sirve fingir ahora?

Kuban sonri• amistosamente, aun sin darse cuenta de que ella no le ve…a. Emple• la t†ctica de
la cordialidad, de la alegr…a, que tan buenos resultados le hab…a dado en otras ocasiones.

—Pero, Anna... ŠQuƒ tonter…a es ƒsa? ‹Hay que ver las cosas que dice de uno la gente! ŠQuiƒn
te ha dado esa informaci•n absurda?

—No importa ahora. El caso es que lo sƒ.

—Anna, yo te juro...

—Por Dios, no jures. Eso convertir…a en miserable algo que pudo ser hermoso. Yo no te
guardo rencor, Šsabes? Pero deja que al menos te recuerde con agrado. Despuƒs de tantas
palabras falsas no pronuncies ningˆn juramento m†s. Ser…a..., ser…a como ensuciarlo todo.

Kuban hab…a palidecido intensamente, hasta parecer un cad†ver.

Sus manos temblaban de un modo ostensible, sobre las riendas, como una innegable
acusaci•n. Y esta vez se alegr• de que Anna no pudiera verlas.

—De modo que los ciento veinte mil d•lares se han ido al agua... —murmur•, siguiendo el
hilo de sus pensamientos.

—ŠEs eso lo ˆnico que te importa, Kuban?

—Con franqueza, confiaba en ellos.


—Pues lo siento. Esos ciento veinte mil d•lares se han ido realmente al agua, como tˆ dices.

Kuban domin• por fin el temblor de sus manos.

Su rostro hab…a cambiado.

Una fr…a, una implacable decisi•n, parec…a haberse apoderado de ƒl.

Volv…a a ser el hombre que mataba con una sonrisa, sin que en sus ojos se produjera un simple
parpadeo.

Extrajo el rev•lver poco a poco.

—M†s lo siento yo, Anna.

La soledad parec…a envolverles. El silencio era en torno suyo como un sudario.

Alz• el rev•lver poco a poco, coloc†ndolo muy cerca del cuerpo de la muchacha.

Esta lo not•. Oy• incluso el Œclic• del martillo al alzarse, y supo lo que le esperaba; sin
embargo, no tuvo ni un fruncimiento de labios.

—Por lo menos no me hagas sufrir, Kuban —dijo simplemente.

El susurr•:

—S…, ternura.

Y apret• el gatillo fr…amente.

***

El hombre que estaba parapetado tras aquella gran roca circular, al borde del camino, con el
rifle preparado entre sus manos, lanz• un agudo grito. La bala le hab…a penetrado justamente
entre las dos cejas cuando cre…a tenerlo ya todo seguro, cuando cre…a que iba a poder disparar a
mansalva.

Solt• su arma y cay• rodando hasta el suelo, mientras su cara destrozada se convert…a en una
m†scara de sangre.

Kuban se ape• de un salto del carruaje y dijo con voz tranquila a Anna, que estaba l…vida:

—Siento haberte dado ese susto, muchacha. Pero necesitaba cubrir el rev•lver con tu cuerpo
para disparar sin que ƒl se diera cuenta. Aunque la p•lvora te ha manchado el vestido, no temas;
no has sufrido ningˆn da‚o.
Se acerc• al muerto y lo mir• unos instantes, con expresi•n de indiferencia. Luego volvi•
junto a Anna.

—Era el ˆnico hermano de Brick —dijo—. Despuƒs de fracasar todos los tipos a quienes
contrat•, quer…a matarnos ƒl mismo. Me parece que ahora nadie va a molestarte m†s.

Ella apenas pod…a respirar. Con voz que era apenas un susurro pregunt•:

—Pero, Kuban... Pudiste haberte vengado de m…... ŠPor quƒ, al contrario, me has salvado la
vida?

‰l se encogi• de hombros, mientras sonre…a de nuevo con su expresi•n optimista.

—Porque una cosa nada tiene que ver con la otra. Tˆ me pagas para protegerte, y el sueldo me
lo has entregado puntualmente. Y yo, chica, en los negocios soy muy serio...

* * *

Llegaban a Sacramento.

La floreciente ciudad ten…a un aspecto especialmente risue‚o y agradable aquel d…a, con sus
casas pintadas de blanco, su vegetaci•n en los alrededores y sus hermosas mujeres, que no en
vano hab…an dado una buena fama a aquella parte de California.

Bass, bostezando, abri• los ojos.

—Bueno, ya llegamos...

—S…, amigo.

—Bonita ciudad... ‹Hum! ŠSiguen esos dos ah… arriba?

—S…, claro.

Y de pronto Houston murmur•, extra‚ado:

—Claro que siguen ah…... Pero, Špor quƒ lo pregunta tanto?

—Ver†... He reconocido a uno de ellos. El barbudo.

—ŠY lo dice ahora?

—Bueno... No hay prisa, Šverdad?

—Eso depende de quiƒn sea.

—Es Guderian.
Houston sinti• como un calambre en las piernas. Todo su cuerpo se tens•.

—Guderian...

—Debe querer huir de esta tierra —murmur• Bass— y hace lo que justamente un bandido no
har…a: viajar en la diligencia. As… nadie le buscar†. Pero mientras nosotros paremos en
Sacramento, ƒl estar† seguramente en las afueras de la ciudad, con su amigo, porque aqu… la
gente le conoce, aunque sea con otro nombre.

—Eso dijo... Lo o…. Dijo que ten…a trabajo en las afueras... ‹Infiernos! ‹Pero ƒse es el
condenado a muerte que escap•! ‹El que quer…a vengarse de Rossie!

Bass rio lentamente.

—Entonces, Špor quƒ no lo mata? —pregunt•, mientras bostezaba nuevamente—. Aqu… el


duelo es legal. Puede ser un bonito espect†culo. ‹Y uno ha tenido tan pocas ocasiones de
divertirse esta temporada!...

***

La diligencia hizo una parada en las afueras de la ciudad, por si alguien quer…a descender all…,
en lugar de llegar hasta el centro. El mayoral hizo chascar el l†tigo.

—‹Eh, ustedes, el de la barba y el otro! Me dijeron que se quedar…an en las afueras, Šno?

—S…, eso mismo. Vamos a bajar.

—‹Pues arreando!... Para continuar el viaje volver†n a encontrarme aqu…. ‹Y espero que estƒn
satisfechos del servicio y de la finura del trato!

Guderian lanz• apenas un gru‚ido.

Su compa‚ero tom• las dos sillas y las arroj• al suelo. Luego descendieron ambos.

Descendieron para encontrarse cara a cara con un hombre solo, un hombre joven que ya les
esperaba con las piernas entreabiertas y los brazos ca…dos a lo largo del cuerpo.

Guderian mascull•:

—ŠQuƒ quiere? ŠPor quƒ est† as…?

Houston apenas susurr•:

—Me han dado una buena noticia.

—ŠQuƒ noticia?
—La de que el desaf…o es legal en esta ciudad.

Los dos hombres sintieron que temblaban un momento sus mand…bulas. Se distanciaron
mec†nicamente un paso.

—ŠY quƒ quiere decir con eso?

—Tal vez s•lo una cosa. Tal vez quiera que le afeiten. 0 que le paguen una l†pida con su
verdadero nombre... Guderian.

El pistolero sufri• un espasmo. Todos sus mˆsculos parecieron moverse al mismo tiempo,
mientras lanzaba un grito.

El rev•lver pareci• brotar de entre sus dedos. Se encorv• para disparar mejor.

Eso, el encorvarse, hizo que la bala le penetrara en uno de los hombros, lleg†ndole hasta el
coraz•n en l…nea recta. A aquella distancia, una bala de ŒColt• 45 atravesaba cualquier cosa.
Guderian lanz• un nuevo grito, ƒste de agon…a y de dolor, mientras su compa‚ero, que se hab…a
entretenido unos segundos, trataba de hacer una maniobra desesperada: dar un puntapiƒ a una de
las sillas para arrojarla sobre su enemigo, haciƒndole perder el equilibrio.

Alz• una pierna, disponiƒndose a dispararla con todas sus fuerzas.

Y as…, con una pierna levantada, qued• tieso para siempre. La bala de Houston le atraves• la
aorta y le destroz• las vƒrtebras cervicales, produciƒndole la muerte instant†nea.

Un vozarr•n dijo entonces, desde la puerta de la diligencia:

—‹Bravo! ‹No cre… que los matara con tanta facilidad! ‹Lo ˆnico que siento es que la fiesta ha
durado poco, amigo!

Bass descend…a pesadamente, como un gorila que sale de su jaula.

—‹De todos modos ch•quela, amigo!

Tendi• la derecha a Houston.

Este tendi• a su vez la suya, con toda confianza, dispuesto a estrech†rsela, y fue entonces
cuando Bass dispar• el pu‚o izquierdo. Lo hizo salvajemente, mientras a su rostro asomaba una
expresi•n de rabia. Se oy• un chasquido, como si la cara de Houston hubiera quedado destrozada
al primer impacto.

Y el joven vol• materialmente por los aires, hasta chocar con el porche que ten…a a su
espalda.
CAPITULO XII

Liz dijo bruscamente:

—‹Eso es absurdo! ‹Se ha burlado de ti! ‹La muy mosquita muerta, la muy rastrera!... De
modo que ahora no quiere casarse, Šen? ŠY quƒ clase de hombre eres tˆ, que no le das una
lecci•n?

Kuban la acarici• lentamente, mientras dec…a en un susurro:

—Aˆn no he perdido las esperanzas.

—Pues yo, en tu lugar, las hubiera perdido. ‹Dos d…as as…, sin darte ninguna explicaci•n! ‹Dos
d…as riƒndose en tus narices!

—No se r…e. Por el contrario, est† m†s triste que nunca.

—Pues yo la pondr…a triste del todo. ‹Yo le dar…a una buena lecci•n!

Kuban dijo con voz lenta:

—Quiz† piense en eso...

Y trat• de volver a besarla, pero ella no se lo permiti•.

***

Clark se sent…a ya much…simo mejor, al menos f…sicamente.

Aunque Guderian le hab…a dicho que le esperara all…, en Carson City, empezaba a sentirse
intranquilo. Guderian deb…a haber llegado ya y, sin embargo, no aparec…a. Clark pensaba que el
riesgo de que le hubieran detenido resultaba demasiado grave para ƒl.

‹Si a Guderian se le ocurriese hablar!

Todo lo que hab…a ganado en el aspecto f…sico, Clark lo hab…a perdido en intranquilidad moral.

Hasta que al fin tom• una decisi•n. No iba a permanecer m†s tiempo all…, esperando los
acontecimientos. Se ir…a a una ciudad vecina, a cualquier ciudad, y regresar…a una vez
transcurrida una semana.

Con la silla de su caballo sobre el hombro, se dispuso a cargarla en la diligencia.

Una sonrisa flotaba en sus labios.


Por fin hab…a tomado una decisi•n acertada... E iba a disfrutar a lo grande los quinientos
d•lares entregados por Anna.

De pronto la sonrisa qued• helada en su rostro.

El hombre que estaba junto a ƒl murmur•:

—ŠNo sube, amigo?

Clark se tambale•.

Sus ojos se volvieron blancos.

Cay• bruscamente a tierra, mientras de pronto, bajo la silla, aparec…a como un manantial de
sangre.

Kuban, que hab…a disparado desde la ventana m†s alta de un granero, cuyos numerosos sacos
hab…an ahogado el estampido de aquel disparo a gran distancia, acarici• el rifle y murmur•:

—As… no hablar†s tanto otra vez, amigo... Buen viaje.

***

Houston se hab…a levantado bruscamente, sin entender nada, con una expresi•n de absoluta
sorpresa grabada en su rostro.

Vio a Bass ante ƒl. Vio aquellos pu‚os, que eran los de un autƒntico gigante.

—Pero, Špor quƒ? —murmur•—. ŠQuƒ le pasa, Bass? ŠSe ha vuelto loco?

Bass rio sordamente.

—Con franqueza, cre… que te matar…an esos dos y por eso prefer…a que te enfrentaras con ellos.
Pero eres m†s bueno de lo que cre…a.

—No le entiendo, Bass. ‹Lo que dice es absurdo!

—No tan absurdo. ŠPara quƒ crees que he venido yo a Sacramento para estas fechas? ‹He
sabido que ven…amos al mismo sitio apenas has empezado a contar tu historia! ŠSabes lo que he
de hacer? ‹Pues firmar una escritura y cobrar un pu‚ado de d•lares! ‹Ten…as raz•n al suponer que
Baxter era un segundo apellido! ‹Yo me llamo as…! ‹Bass y Baxter!

Fue como si un rayo hubiera brillado en los ojos de Houston.

De pronto lo comprendi• todo. De pronto supo que ten…a ante ƒl al asesino de su padre.
Se lanz• hacia adelante, con los pu‚os preparados. Los pas• por entre la guardia demasiado
abierta de Bass.

Este recibi• los impactos de lleno. Pero no se inmut• apenas.

Sujet• a Houston por la camisa, mientras le zarandeaba brutalmente.

—‹No s•lo lo matƒ yo! —dijo—. Tuve un socio, un socio que precisamente me escribi• hace
muy pocos d…as. Lo matamos entre los dos y luego vendimos el rancho para patearnos el dinero.
De veras siento darte esa mala noticia..., y adem†s darte otra aˆn peor: ‹la de que vas a morir!

Lo arroj• de nuevo al suelo, mientras los conductores de la diligencia contemplaban


obsesionados la escena e Ingrid gem…a aterrorizada.

Bass volvi• a re…r.

—Bueno, amigo... ‹Morir por aplastamiento no es tan malo, despuƒs de todo!

Y fue a dejarse caer a plomo sobre ƒl. Pero Houston se pudo apartar a tiempo.

Pareci• como si la tierra temblara al recibir el impacto del corpach•n de Bass. El gigante hizo
un gesto de dolor. Houston dispar• su pierna derecha y le clav• la bota en la cara.

Las facciones de Bass quedaron destrozadas. Aull• como un condenado, mientras se pon…a en
pie.

Houston no le dej• terminar. Estaba a la distancia ideal para disparar sus dos pu‚os, y lo hizo
a conciencia. El doble impacto reson• en toda la calle. Bass cay• pesadamente de espaldas, con
los ojos en blanco.

Pero no estaba vencido. ‰l era una verdadera torre humana y lo sab…a. Esta vez, cuando
Houston trat• de alcanzarlo de nuevo con sus botas, logr• sujetarle por una pierna y tir• de ƒl,
haciƒndolo volar.

El joven se estrell• contra la baranda de un porche, derrumb†ndola.

Bass avanz• hacia ƒl. Su agilidad era incre…ble, dado su enorme peso. Logr• sujetarle y le
retorci• la cabeza con ambas manos, tratando de romperle el cuello.

Hab…a matado a varios hombres as…. Y se notaba que sab…a hacerlo.

Houston se dio cuenta de que sus huesos empezaban a crujir. Ni ƒl mismo comprend…a c•mo
estaba resistiendo aquella presi•n monstruosa, implacable. Se daba cuenta vagamente de que
Ingrid estaba llorando. Los de la diligencia gritaban:

—‹Lo va a matar!
—‹Seguro que le rompe el cuello!

—‹No resiste ni diez segundos m†s!

El que no resisti• ni diez segundos m†s fue Bass. De repente se estremeci•, alcanzado por un
rodillazo en el bajo vientre. Dio dos pasos hacia atr†s y apenas vio los dos pu‚os que volv…an a
volar hacia ƒl.

Le pareci• que le golpeaban con un martillo pil•n. Cay• hacia atr†s como una bola.

Su cerebro zumbaba, pero se puso en pie. ‰l no pod…a tolerar aquello. Rugiendo, trat• de
atacar.

Un salvaje puntapiƒ al h…gado le hizo brincar en el aire. Se arrug•, como un globo desinflado,
y el derechazo al ment•n le hizo tambalearse otra vez. No se dio cuenta de que ten…a la boca
destrozada. Gir• sobre s… mismo, mientras golpeaba al aire.

Otro derechazo de Houston.

‹Otro!

El gigante bailaba de izquierda a derecha como un gui‚apo. Se desplom• de costado.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que pod…a ocurrir algo que nunca imagin•. Fue entonces
cuando pens• que pod…a perder.

Con un gesto de rabia, empu‚• el rev•lver. Fue a tirar.

La bala de Houston, m†s r†pido y en mejor posici•n, le alcanz• en mitad del pecho.

Bass lanz• una especie de suspiro. Sus facciones se dulcificaron de repente. Mientras se
llevaba las manos a la herida, por la que brotaba un torrente de sangre, dijo mirando a Houston
con sus ojos vidriosos:

—Lo siento... Lo peor es que en el fondo... me resultabas simp†tico.

Y ech• la cabeza hacia atr†s, para no volver a levantarla nunca.

CAPITULO XIII

La rueda gru‚…a y gru‚…a cada vez m†s, mientras el carruaje iba ganando velocidad y daba
verdaderos brincos en aquel terreno irregular y dif…cil. Anna, rodeada por la negrura de sus ojos,
gimi•:
—Pero, Šquƒ haces, Kuban? ŠPor quƒ vas tan aprisa?

—Me gusta correr.

—‹Esa rueda est† a punto de salirse! ‹Cre… que la hab…as hecho reparar! ‹Vamos a matarnos!

Kuban sonri• enigm†ticamente.

Bajo el sol tibio de la ma‚ana castigaba a los caballos salvajemente, los hac…a galopar como
locos, provocando el que se desbocasen.

Anna se llev• las manos a la boca, conteniendo un grito.

—‹Dios m…o! ‹Cuando me has pedido esta ma‚ana que diƒramos un paseo cre… que quer…as
hablar conmigo, Kuban! ‹Pero lo que quieres es..., es...!

‰l no contest•.

Su silencio era m†s expresivo que todos los gritos, que todas las palabras.

En aquel rostro habitualmente alegre, c…nico, algo hab…a cambiado. Ahora era como la
encarnaci•n del mal. El odio brillaba en sus ojos. Parec…a preso de una locura homicida mientras
golpeaba a los caballos una y otra vez, lanz†ndolos a un galope que ahora ya era desesperado.

La rueda chirriaba m†s y m†s.

Iba a saltar de un momento a otro, y entonces se producir…a el desastre.

—‹Gu†rdate tu dinero, maldita! —mascull•—. ‹Vete con ƒl al otro mundo!

Cuando estaban a unas cuarenta yardas del barranco de que habl• con el ayudante del juez
unos tres d…as antes, salt• con agilidad felina.

Dio una vuelta en el suelo, y todos los huesos le dolieron, pero nada grave le ocurri•. Kuban,
en otro tiempo h†bil jinete de rodeos, sab…a caer bien a tierra.

Diferente era la situaci•n de Anna.

Envuelta en su negrura eterna, sin ver nada, sin saber ad•nde se dirig…a, Anna ya ni siquiera
ten…a fuerzas para gritar. Simplemente, intu…a que iba a morir.

O…a el gemir de la rueda como una mˆsica fantasmal. Como la mˆsica de su propia muerte.

Y de pronto un espantoso chasquido.

Todo el veh…culo se tambale•. Todo pareci• volar por los aires.


Los caballos relincharon al precipitarse barranco abajo. De la garganta de Anna escap• apenas
un gemido. Su cuerpo sali• tr†gicamente proyectado hacia el aire.

Kuban se puso en pie y se sacudi• lentamente el polvo que impregnaba sus ropas.

Bien... Todo estaba listo ya.

Un silencio mortal, espantoso, le rodeaba ahora.

Asunto concluido. No ten…a que pensar m†s en aquello. Nadie se burlaba de Kuban.

El ruido de los cascos de aquel caballo le arranc• de su ensimismamiento. Volvi• la cabeza.

El ayudante del juez, que pasaba siempre a aquella hora por all… —detalle que Kuban hab…a
tenido muy en cuenta— le miraba desde la silla con ojos desorbitados.

—Pero... ‹Dios m…o! —balbuci•, como si no supiera quƒ decir—. ‹Quƒ espantoso accidente!
‹Anna ha tenido que morir!

—Me temo... que s…. Yo he podido... saltar a tiempo.

—ŠEs que no repararon la rueda, como les dije?

—Yo cre… que estaba arreglada...

La expresi•n de Kuban era triste, era la de un hombre hundido. El ayudante del juez le mir•, y
en sus ojos ley• el asesino que todo marchaba bien. Que nunca le pedir…an cuentas por aquel
crimen.

Porque el ayudante del juez le miraba con ojos de pena, con ojos de hombre que quisiera
consolarle de su dolor.

—Lo siento —murmur•—. Creo que ella significaba mucho para usted.

—Lo significaba... todo.

—Su cuerpo habr† quedado deshecho, pero lo recogeremos... Luego tendr† que pasar por la
oficina del juez, de mi jefe.

—Para declarar, claro. Lo harƒ... Pero usted mismo ha visto a distancia lo que suced…a...

—S…, claro. Por eso no se preocupe. Es s•lo un tr†mite. Pero al mismo tiempo tiene que
cobrar.

Kuban sinti• como si le hubieran dado un golpe entre los ojos.

Alz• la cabeza.
—ŠCobrar?... —balbuci•.

—S…. Ya comprendo que no lo sabe, porque ella pidi• al juez que lo mantuviera en secreto.
Fue aquella ma‚ana en que estuvieron reunidos m†s de media hora, mientras usted esperaba
fuera. Anna le hizo entrega de la mitad de su fortuna. Cuatrocientos mil d•lares... Ten…an que
pag†rselos precisamente ma‚ana. El juez trat• de disuadirla, pero ella dijo que estaba decidida. Y
que lo ˆnico que quer…a era que usted, al irse, tuviese un buen recuerdo de ella. Y que con ese
dinero pudiera encontrar a una mujer que le hiciese feliz.

Kuban o…a aquellas palabras como si fueran piedras cayendo una a una sobre su cr†neo, sobre
su propia sangre. Sus facciones se hab…an transfigurado. Dir…ase que en sus ojos no quedaba ya ni
un rayo de luz.

Con voz trƒmula, mientras sent…a que iba a caer, balbuce•:

—Anna...

El ayudante del juez fue a sostenerle. —Pero, Šquƒ le pasa, se‚or Kuban? ‰l no contest•. No
ten…a fuerzas ni para eso. Y fue entonces cuando una voz met†lica dijo a unos veinte pasos:

—Dƒjele. Quiero que estƒ en pie, bien tieso, cuando muera.

El ayudante mir• asombrado al tipo que hab…a aparecido ante ellos.

Un hombre joven, de penetrantes ojos grises, con las piernas entreabiertas y los brazos ca…dos
a lo largo del cuerpo.

Kuban apenas le ve…a. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para decir:

—ŠQuƒ..., quiere usted?

—Lo sabr† cuando le diga mi nombre. Cuando le diga que me llamo Houston. Quiz† ese
nombre le recuerde una hacienda en Sacramento... Y un hombre que muri•...

Kuban entrecerr• los ojos.

—ŠC•mo sab…a que estaba aqu…?

—Porque encontrƒ una carta sobre el cad†ver de su compinche. Una carta firmada por usted y
fechada en esta ciudad.

Kuban hizo un leve gesto con la mano izquierda.

—Ap†rtese, ayudante.

—Pero..., Šquƒ ocurre?


—Este es un asunto entre Houston y yo.

Y mirando al joven, dijo suavemente:

—ŠPuedo revisar la carga del rev•lver? ŠPuedo ver si tengo todas las balas?

—No llegar†s a disparar ninguna, pero hazlo. —Gracias...

Y Kuban sac• el rev•lver poco a poco, tom†ndolo con las dos manos y manipulando unos
segundos con ƒl. A veinte pasos y con el sol de cara, Houston no pod…a verle bien. Al fin not•
que guardaba el rev•lver de nuevo.

—Todo correcto. Cuando quieras...

—‹Ahora!

Los dos hombres se movieron.

Pero se retras• en el disparo. O quiz† su rev•lver fall•. O quiz† Houston fue una dƒcima de
segundo m†s r†pido en el ˆltimo momento.

El caso fue que Kuban se contorsion• al recibir el primer impacto. Y el segundo. Y cay• a
tierra, sin lanzar ni un gemido.

Avanz• lentamente y mir• el cuerpo, que se desangraba bajo el sol.

El silencio era espantoso, asfixiante.

Luego alz• la cabeza, mirando al ayudante del juez.

—Gracias por no impedir el desaf…o —dijo—. Cre… que iba a hacerlo.

—ŠImpedirlo? —el otro estaba asombrado—. ‹Le juro que no lo entiendo! ‹De veras que no!
‹Cre… que era una broma de mal gusto, pero broma al fin! ‹Si lo primero que ha hecho ƒl cuando
ha dicho que iba a revisar la carga ha sido sacar todas las balas de su rev•lver!...

No lo entendi• bien, y quiz† no lo entender…a nunca. Pero le pareci• que en la boca del muerto
flotaba una sonrisa lejana.

Dio media vuelta y se alej• lentamente. Hacia Carson City. Hacia el lugar donde le aguardaba
una muchacha llamada Ingrid. Hacia la vida que continuaba.

FIN

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