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M. L.

ESTEFANIA
LA FORASTERA

Colección
BISONTE SERIE ROIA n.° 1.654 Publicación semanal

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICO
ULTIMAS OBRAS DEL MISMO AUTOR PUBLICADAS POR ESTA EDITORIAL

En Colección BUFALO SERIE ROJA:


1.349 — Novatos engreídos.
En Colección CALIFORNIA:
1.196 — Atracadores en Nevada.
En Colección SALVAJE TEXAS:
1.218 — Oro en el Norte.
En Colección KANSAS:
1.109 — Certificado de ventajismo.
En Colección CENTAURO:
535 — Incubadora de pistoleros.
En Colección COLORADO:
1.144 — Persecución nocturna.
En Colección CALIBRE 44:
471 — ¡Vaya un juez!
En Colección HOMBRES DEL OESTE:
358 — La historia de Katty.
En Coleccion OESTE LEGENDARIO:
616 — La trampa a Barner.
En Colección BISONTE SERIE AZUL:
454 — El guía Lester.
En Colección BISONTE SERIE ROJA:
1.651 — Pastos prohibidos.
En Colección BUFALO SERIE AZUL:
387 — Odio en acción.
En Colección HEROES DEL OESTE:
1.090 — La victoria del profesor.

ISBN 84-02-02508-0
Depósito legal: B. 24.718 • 1979
Impreso en España - Printed in Spain
3.“ edición: septiembre, 1979
(£) Francisco Bruguera • 1965

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. Parets del Vallés (N-152, Km
21,650) Barcelona – 1979
CAPITULO PRIMERO

—Aquí tienes, Tom. Los quinientos sesenta dólares que has pedido por ese local. Todo lo
que hay en él está incluido en esta cantidad. Creo que hemos engañado a la forastera.
No habrías hallado quien te diera la mitad.
—No es que diga que sea barato, pero ella tenía interés en adquirirlo.
—De acuerdo. Pero sabemos que pudo hacerlo por menos de la mitad. Y ya no hay
remedio. Aquí está el dinero. Has de firmar estos papeles.
—Firmaré lo que quieras. Es un local muy amplio. Y la vivienda, de dos plantas, está bien.
—No debes tratar de convencerme. Te han pagado lo que pediste. Todo lo que digas
ahora está de más.
El llamado Tom firmó los papeles que el abogado puso ante él.
Contó el dinero y expresó su satisfacción con una sonrisa.
—¡Tenía ganas de marchar de aquí! —exclamó—. Ahora podré hacerlo.
—Si te hubieran ofrecido doscientos solamente, lo habrías dado también.
—Sin embargo, no está mal —dijo Tom.
—Para ti —observó el abogado riendo.
—Ella ganará dinero. Es muy hermosa. Vendrán los clientes que no aparecían por aquí.
¡Ya lo verás!
—Es posible —dijo el abogado, recogiendo los documentos firmados.
Salió del saloon casi desierto y marchó al hotel.
El dueño del mismo, Sunny Jim, inquirió:
—¿Lo ha vendido?
—Desde luego. Y en un buen precio.
—Toda la ciudad comenta que es un robo. Han engañado ustedes a esa muchacha.
—He pedido lo que Tom dijo que quería.
—Vemos, abogado, que nos conocemos —dijo Sunny riendo.
No se dio el abogado por aludido y marchó al comedor del hotel donde había visto que
se hallaba la compradora del saloon.
Ella le miró con naturalidad y, sin dejar de comer, exclamó:
—¿Vendió?
—En efecto. Ya es suyo.
—Gracias. Sé que me han estafado, pero era un precio qui me pareció normal. No es
culpa de ustedes, por tanto. El abogado estaba violento.
—No crea que es una estafa. El local vale...
—Ya le he dicho que no debe considerarse responsable. Me ha parecido bien y he
pagado. ¿Tiene los documentos firmados?
—Aquí los traigo.
Colocó el abogado los papeles sobre la mesa.
La joven los cogió después de revisarlos uno por uno.
—¡De acuerdo! —exclamó—. Lo ha hecho usted bien.
Gracias.
—Tendrá que darme - cien dólares —dilo el abobado. —Supongo que el vendedor le
habrá dado su comisión. Debe considerarse satisfecho. Le entregué a usted veinte
dólares, creo que es suficiente.
—¡Tendrá que darme cien dólares! —gritó el abogado. —Por favor, no grite. Y no insista.
No pienso darle un centavo más.
—Será reclamada esa cantidad por medio del juzgado. —Me ha sacado usted
setecientos dólares. ¿Cuánto le ha pagado a él?
—He tenido que realizar gastos y...
—No insista. Y déjeme en paz. Ya me han robado bastante.
—Usted estaba de acuerdo con la cantidad...
—Paro no con este nuevo atraco —dijo ella, sonriendo. —Le advierto que no es
conveniente para vivir aquí, enfrentarse conmigo...
La joven hizo señas al camarero y, cuando se acercó éste, dijo:
—¿Quiere hacer el favor de rogar a este caballero que no me moleste?
El abogado salió hecho una fiera. Pero antes de marchar le gritó:
—¡Ha hecho una mala compra...! ¡Este local no estará muy concurrido!
Ella sonreía sin pronunciar una palabra.
Los comensales la miraban intrigados.
Estaba terminando el postre cuando entró el sheriff, que dijo al acercarse:
—Debe perdonar... Pero se me ha denunciado que se negó a pagar al abogado Fred
Teal, sus honorarios por un trabajo que ha realizado para usted.
—¿Quiere mostrar el documento firmado por mí en que me haya comprometido a
dejar se me robe en esa cuantía?
El sheriff, desconcertado, veía las sonrisas de los oyentes.
—Se ha presentado en mi oficina una denuncia y...
—Ha debido presentar esa denuncia ante el juez, y éste, si entendía que es justa la
reclamación, pediría a usted que viniera a verme. Es extraño que haya cometido él esta
torpeza y más sorprendente aún que usted le haga el juego. Debe presentar pruebas de
lo que dice. En cambio, aquí tengo unos documentos en que se habla de quinientos
sesenta dólares, y yo conservo el recibo firmado por ese abogado, en que me reclamó
setecientos para la compra. ¿Qué pasó con la diferencia de ciento cuarenta? ¿Quiere ver
el documento de compra? Aquí le tengo. Como ve, dice muy claro que se ha vendido en
la cifra indicada por mí. ¿Qué pasó con la diferencia hasta los setecientos?
No era malo el sheriff y comprendía que el abogado le había metido en un mal
asunto.
Quedó silencioso unos segundos.
—Creo que tiene razón —dijo al fin—. No he debido atender al abogado. Debe
perdonarme...
—¿Permite estrechar mi mano, sheriff? Confieso que había formado un criterio
equivocado de usted —declaró la joven, tendiendo su mano.
—¡Encamado! —exclamó el sheriff.
Cuando iba a su oficina, estaba disgustado por haber hecho el ridículo en los primeros
momentos.
El abogado estaba esperando en la oficina del sheriff.
—¿Qué ha dicho? —preguntó al verle entrar.
—¿Por qué cobró usted ciento cuarenta dólares más de lo que Tom pidió?
—Yo ofrecí el saloon a la joven. Di un precio que aceptó. Y Tom aceptó lo que a mi vez
ofrecí. No es delito alguno.
—Pero no se le puede querer cobrar cien dólares más...
—Es distinto. Esos son mis honorarios.
—Pues no creo que esté dispuesta a pagar. Me ha dicho y, con razón, que muestre el
compromiso por parte de ella para pagar esa cifra.
—Yo le obligaré a pagar. Y de no hacerlo, se va a arrepentir.
—No cuente con mi ayuda para ello.
—Cuando tenga jaleos en su local, lo pensará mejor.
Miró el sheriff al abogado y exclamó:
—Cuando esos jaleos se produzcan, tendré a un abogado de huésped en esas celdas —y
señaló—. Y palabra que será un espectáculo verle así.
—Lo que reclamo me pertenece...
—No perdamos más tiempo, abogado. Reclame como quiera, pero no molesten a esa
muchacha...
—Ya comprendo. Es muy bonita y...
—¡Fuera de aquí si no quiere que le encierre!
El abogado no se hizo repetir la orden y salió en el acto.
Pero a los pocos minutos entraba en el saloon de un amigo.
Este, considerando que iba a suponer una dura competencia la belleza de esa joven, le
dijo que los muchachos se encargarían de hacer comprender a la forastera que
Tombstone no era ciudad para ella.
El abogado sonreía complacido.
La joven de que estaban hablando salió del hotel y fue a visitar al juez, al que dio cuenta
de lo que sucedía con el abogado.
El juez mandó llamar a Tom y, con el recibo que el abogado firmó a la joven por
setecientos dólares, especificando en el mismo que era el precio del local a adquirir en
nombre de ella, el juez ordenó que buscaran al abogado.
Ajeno a los motivos de esta llamada, acudió éste a la oficina del juez.
—Usted ha representado a una forastera en la compra de un local, ¿no es así?
—En efecto —respondió, preocupado.
—Ella le dijo el local que le interesaba, ¿no es asi?
—Sí.
—Y usted le dijo el precio que pedían. ¿Exacto?
—Desde luego.
—Sin embargo, siendo representante, como abogado, de esa dama, le cobró ciento
cuarenta dólares de más.
—Verá...
—Deje que termine de hablar. ¿Es cierto que cobró esa cantidad?
—Sí, pero, yo servía de intermediario. Di un precio y lo conseguí en otro.
—No. Usted representaba a esa forastera. Y lo afirma, el hecho de reclamar más tarde
sus honorarios como abogado.
—Es que...
—Si era su abogado, y se sirvió de la confianza depositada en usted para engañar a su
cliente, le voy a desautorizar para el ejercicio de la profesión en esta ciudad y propondré
a Phoenix la inhabilitación para todo el Territorio. Usted era su abogado, ya que le cobró
como tal veinte dólares para atender a los gastos... Así que lo siento, Teal. Queda
inhabilitado para actuar como abogado en Tombstone.
—No lo ha enfocado bien, honorable juez...
—Lo siento, Teal. Tengo trabajo. Daré cuenta a la ciudad que no puede ejercer de
abogado.
—Devolveré esa diferencia, pero no me haga esto.
Pero el juez le hizo salir sin atender su ruego.
Mandó llamar el juez al sheriff y al alcalde, a quienes dio cuenta de la inhabilitación de
Teal como abogado en la ciudad.
Teal estaba en el local del amigo.
No dijo nada de lo ocurrido, porque consideraba que el juez había hablado así para
asustarle.
Pero, una hora más tarde, entraron clientes en el saloon, que hablaron de lo que el
sheriff y el alcalde estaban diciendo.
El dueño miró al abogado.
—Le he advertido muchas veces que no jugara con el juez.
—No puede hacerme esto. Reclamaré en Phoenix.
—Mientras él siga de juez, no le dejará actuar de abogado. Por lo sucedido se advierte
que lo que reclamaba a esa muchacha no era justo.
—¡Se va a acordar de mí esa aventurera!
—De momento es usted el que se va a acordar de ella —dijo el dueño—. Parece que ha
sabido moverse.
—¡Esta injusticia no puede prosperar! —exclamó el abogado—. Haré la reclamación en
debida forma.
Sin embargo, se comentó mucho en la ciudad lo sucedido.
El juez hizo comparecer al sheriff para que suscribiera una declaración en la que
hiciera constar lo que el abogado le dijo coa relación a la muchacha.
También mandó declarar a los que habían oído las amenazas del abogado a la forastera
al negarse' a dar los cien dólares que pedía por concepto de honorarios.
Trataba el juez de demostrar con todo esto que Teal se consideraba el abogado de la
joven en el asunto de la compra del local.
Los documentos fueron entregados por Florence, como se llamaba la forastera, al juez.
Tom preparaba sus cosas para salir de la ciudad cuando fue llamado por el juez, que le
hizo declarar haber ofrecido solamente la cantidad pagada y ninguna prima al abogado,
ya que supuso no sería aceptada por éste por representar legalmente a la compradora.
Teal salió de la población para ir al rancho de un amigo.
Una vez allí no le ocultó lo que pasaba.
—¿Por qué reclamaste esos cien dólares más?
—Tendrá que pagarlos. Mis honorarios los fijo yo.
—Cuidado con Perkins. No conviene te impidan trabajar de abogado. Lo que debes
hacer es ir a pedirle perdón.
—Nada de eso. Voy a marchar a Phoenix. Ya verás cómo se arregla allí. Es un absurdo
lo que ha hecho. Perkins tendrá que arrepentirse.
Hablaba el abogado con tanta seguridad que el ganadero terminó por encogerse de
hombros.
—Tú sabrás lo que haces, pero nos haces falta para lo de la Asociación. Ten en cuenta
que, siendo ciudad abierta, es interesante tener en nuestras manos una asociación que
controle precios y el ganado que entre en Tombstone.
—Primero he de enseñar a Perkins que conozco la ley. ¡Es interesante hacerlo así!
—Repito que tú sabrás lo que haces.
El abogado habló durante unos minutos, y el ganadero profano en asuntos de leyes,
quedó convencido.
—Por lo que me han dicho, sería conveniente que consiguieras, ya que vas a Phoenix,
que sacaran a Perkins de aquí. Nos haría falta una persona adicta.
—No temas. Lo de la asociación se hará de un modo tan legal que es preferible tener
de juez a una persona como
Perkins. Están seguros de que un hombre así no se puede poner de acuerdo con algo que
vaya contra la ley.
—Es que hay algunos ganaderos y jefes de equipo que no admitirán de una manera
voluntaria lo de la asociación.
—Es lo que le dará más carácter. Si todos acceden, puede sor sospechoso, pero si se
deja que haya discrepantes, eso le dará una sensación de veracidad y eficacia mucho
mayor que no habiendo disconformes.
—Ahora lo que tienes que arreglar es tu asunto. Habíanles pensado proponerte para
juez. Si estás inhabilitado no se podrá dar tu nombre como candidato.
—No te preocupes. Lo mío se arreglará pronto. Y cuando esa forastera abra el local,
debe ser tratada bien por los muchachos. ¿Comprendes? —añadió el abogado riendo.
—Debes estar tranquilo. Todo se hará así.
Teal regresó a la ciudad.
Estuvo en su despacho algún tiempo, atendiendo asuntos que tenía pendientes, hasta
que fue la hora de visitar a otros amigos.
Marcharía al día siguiente a Phoenix.
Esos amigos a quienes tenía que visitar se dedicaban a asuntos mineros. En esto, Teal
era una verdadera autoridad.
Eran pocos, muy pocos, en la ciudad, los que sabían que Teal era, en realidad, quien
dirigía un grupo de mineros, que aparentemente eran enemigos y competidores.
Su atención a los ganaderos no era más que una cortina de humo para ocultar lo que
en verdad le interesaba y daba dinero.
Aunque era dinero del que no se podía considerar satisfecho.
Las compras de minas no era más que una expoliación, precedida casi siempre del
crimen. Pero los muertos o desaparecidos, habían vendido sus propiedades antes de
marchar o morir.
CAPITULO II

Las obras que se realizaban en el local adquirido por Florence, sorprendían a los
curiosos que pudieron verla o informarse.
Teal regresó de Phoenix sin haber conseguido lo que pretendía con ese viaje.
Su regreso fue, por tanto, motivo de comentarios entre los amigos.
Los ganaderos íntimos del abogado se sorprendieron de este fracaso, ya que
consideraban a Teal como muy bien relacionado en la capital.
No les engañó el que Teal afirmara que no le preocupaba ejercer de abogado, ya que el
trabajo que iba a tener en la asociación necesitaría de su tiempo. Y añadió que seguiría
aconsejando a los mineros que acudieran a él.
Sunny Jim, dueño del hotel en que estaba hospedado, así como Florence, expresó su
sorpresa abiertamente ante él.
—Esperábamos que Perkins fuera derrotado —dijo.
—No he tenido verdadero interés —añadió Teal.
Y dio la explicación conocida de que iba a necesitar estar pendiente de la asociación.
—Pero ¿se forma al fin esa asociación? —preguntó Sunny.
—Muy pronto estará formada —respondió.
—Sin embargo, sería preferible un abogado en ejercicio que un letrado al que se
inhabilita. Decían que iba a conseguir que quedara sin efecto.
—¡Bah! ¡Es lo mismo!
Pero no convencía a nadie.
No obstante, a los pocos días de regresar de la capital, se presentó un nuevo editor y
periodista. Compró al que había su imprenta y la propiedad del título del diario.
También se instaló en el hotel este nuevo propietario del periódico.
Y a los cuatro días se había hecho amigo de Teal.
Seguían los trabajos en el local adquirido por Florence.
No se habían vuelto a saludar Teal y ella.
Simón, el periodista, afirmaba que lo que en verdad le interesaba era vender
periódicos y a ser posible conseguir anuncios, que era lo más importante en su negocio.
Florence, por su belleza, era admirada por gran parte de la población masculina. Y uno
de sus admiradores era Simón.
Supo entablar conversación con ella y trató de averiguar qué finalidad iba a dar a ese
local.
Florence se mantuvo en una posición ambigua. No aclaraba nada.
Lo que si afirmó a Simón era que no sería un saloon típico como había muchos en la
ciudad.
—He visto —dijo al fin a Simón— que no hay en la ciudad un verdadero restaurante,
donde se sirvan comidas bien condimentadas y por las tardes puedan reunirse a tomar el
té familias o amigos. Es lo que quiero montar en ese local.
Dio cuenta más tarde a Teal de estos propósitos de la muchacha.
Información que disgustó al abogado. Habría preferido se tratara de un saloon más.
Así su venganza sería mayor. Y se encargarían los vaqueros de los ranchos amigos de
hacerlo.
Pero no era lo mismo un restaurante y una sala de té.
Y una de las cosas que más ansiaba era vengarse de ella.
Florence, por su parte, buscaba colaboradores. Pero desconocía la ciudad.
Desde su visita a Perkins, había hecho alguna amistad con él. Y consultó con el juez.
Fue quien envió a una viuda, de unos treinta y tantos años, para que le ayudara, que
dijo poder hacerse cargo de la cocina, aunque necesitara ayudantes para las tareas más
pesadas.
La misma viuda recomendó a algunas muchachas conocidas para que les ayudaran en
el servicio a los clientes.
En la distribución de las mesas, Florence pudo comprobar que podría instalar hasta
treinta.
Las mesas, ya encargadas, iban llegando al local a medida que se terminaban.
Cuatro eran las muchachas que la viuda consiguió aceptaran el trabajo con ellas.
Florence se encargaría de la caja.
El local iba siendo acondicionado con sencillez y buen gusto.
Pequeños detalles poco costosos lo hacían acogedor.
Las cortinas y los manteles eran alegres, no chillones.
Y el día, que al fin llegó, de la inauguración, no había una sola silla desocupada.
La viuda comprendió que necesitaría más ayuda en la cocina.
Decidieron que el menú cambiara cada día de la semana.
Uno de los comensales fue Teal, que iba decidido a desacreditar el local desde el primer
momento, pero no se atrevió ante los comentarios elogiosos que escuchara.
Florence vestía con más sencillez aún que hasta entonces.
La campaña que Teal había estado haciendo, por suponer que era un saloon lo que
montaría, cayó ante la realidad.
Pero seguía diciendo que era una aventurera, qué nadie sabía de dónde procedía.
Simón sentóse ante una mesa muy próxima a Florence.
No dejó de mirar a la muchacha durante todo el tiempo que estuvo comiendo. Ella, en
cambio, no le miró ni una sola vez.
En la inauguración se dieron cita las personas más importantes de la ciudad.
Florence, desde la atalaya de su mesa, observaba a todos con aparente indiferencia.
Toda petición de comida pasaba por ella y se comprobaba por la dueña, antes de ser
servida al cliente.
De este modo se fiscalizaba sin error el importe que debía ingresar en caja.
Los pedidos eran comprobados con una señal que hacía Florence y que suponían una
orden para la cocina.
La recaudación del primer día no podía ser más halagüeña, pero la muchacha comentó
que con la cuarta parte, como media al mes, era más que suficiente para amortizar los
gastos y hacer ahorros.
Los ganaderos, vaqueros y jefes de equipos que llegaban a la ciudad con manadas, eran
los más decididos y audaces para piropear a Florence.
Ella, sonreía a todos con amabilidad y agradecía sus frases.
También el juez Perkins estuvo en la inauguración. Ya estaba en los cincuenta o muy
cerca de ellos y bromeó con la dueña.
—Creo que vas a ganar en poco tiempo lo que pagaste... —dijo al despedirse.
—No crea que será siempre así. Hoy han venido por curiosidad.
—Pero no debes olvidar que en esta población entran a diario decenas da forasteros —
observó el juez—. Esos serán tus futuros clientes.
Simón salió al fin con el periódico.
Perkins lo estuvo leyendo mientras comía en el local de Flo. Lo hacía con gran atención.
También Flo —como dijo que le llamaban los amigos— leyó el periódico y al comentarlo
con Perkins, le dijo:
—¡Buen granuja! Va a estar al lado de todo el que se halle al margen de la ley. Confiesa
con cinismo que hacer dinero es lo único que le interesa y en el periodismo nada es
obstáculo para ello.
—Veo que te has dado perfecta cuenta da la realidad.
—Y se ha hecho muy amigo de Teal.
—¿Crees que se han hecho amigos aquí? Yo diría que ya ¡o eran antes.
Flo miró sorprendida al juez.
—¿Cree que ha venido da acuerdo con él?
—Sí. El viaje de Teal a la capital ha sido la causa de la llegada de este nuevo editor. Y ha
pagado bien al anterior. Querrán resarcirse de ello.
—Es muy posible que sea verdad lo que teme.
—Me agrada observar... —añadió Perkins.
Pero al día siguiente de esta conversación, el juez mandó llamar a Simón.
Este acudió solícito.
—He leído el primer número de su diario —dijo Perkins—. Veo que confiesa lo que será
su única preocupación.
Y si le he llamado, ha sido para advertirle que debe tener cuidado en ciertas
circunstancias y en determinados asuntos. Estamos en zona, minera y ganadera. No me
agradaría que hablara de minas y menos de acciones, que no se podrán imprimir sin
ciertos requisitos que ha de conocer.
—Honorable juez Perkins —dijo Simón, sonriendo—, no soy un filántropo. Es decir, no
he comprado un periódico para perder dinero en él. Todo lo que para mí suponga
beneficio será publicado. Y debe tener en cuenta que la libertad de la Prensa es
inviolable. Publicaré a tanto la línea, lo que me paguen.
—En ese caso, confío en que cada noticia irá firmada.
—Veo que conoce poco de Prensa, honorable juez.
—En cambio es posible se sorprenda de cómo conozco la ley —dijo Perkins
sonriendo—. Y en lo que haga referencia a minas o acciones, procure que las noticias que
publique se puedan comprobar. La gente de esta tierra es dura. Les llaman de frontera...
y no se refieren a un sentido geográfico precisamente, sino al carácter de aquellos hom-
bres duros que fueron avanzando hasta colonizar, frente a enormes dificultades, todo el
Oeste. Yo soy de aquí... y conozco a mis paisanos. Si una noticia sobra minas fuera ten-
denciosa y parcial y lo comprueban, lo sentiré por usted...
Y si hablara de acciones, procure que la sociedad o mina que las respalde, esté en
condiciones de soportar una investigación adecuada.
—Repito que publicaré aquello que me paguen en la cuantía que yo fije.
—Bien. He tenido gusto en saludarle... y advertirle. Aunque mi criterio personal es que
no estará mucho tiempo entre nosotros. Le veo un firme candidato a la cuerda.
Al marchar el periodista iba muy enfadado, pero también muy preocupado.
No le agradaban los hombres que no se excitaban ni daban gritos al hablar. Y Perkins
era hasta suave en sus modales y su voz no variaba de tono dijera lo que dijese.
Le había impresionado ese hombre. Y le creía capaz de enfrentarse con él y con toda la
Prensa.
Trató de escribir su primer editorial, precisamente pensando en él, y había respondido
mandándole llamar para advertirle del peligro inmenso de seguir por los derroteros
proyectados.
Estaba seguro de que el juez había sabido captar su idea.
Y hasta era posible que sospechara ya lo que iba a hacer.
Esa noche, en el hotel, mientras cenaba, conversó “casualmente” con Teal.
Y le dio cuenta de la llamada a la oficina del juez.
—Has hecho bien. Le has contestado lo que era aconsejable. No vas a perder
gratuitamente lo que pagaste por el periódico.
—Pero es un tipo que me preocupa. Lo confieso.
—Debes estar tranquilo. Cuando se hable de acciones, estarán garantizadas con una
riqueza real en plata. Y contaremos con el aval económico del Banco. No temas. Se hará
todo debidamente. Dentro de pocos días, visitaremos el juzgado, para formar un grupo
minero que necesitará medios para una explotación específica y adecuada. Todas las
minas representadas en ese grupo, son garantía más que suficiente para emitir acciones
que justifiquen la sociedad. Son minas que tienen una buena producción de plata. Muy
conocidas en el ambiente minero de esta cuenca. Nadie podrá dudar al aparecer las
acciones. Se hablará de un número de ellas, y se venderán todas las que podamos. Debes
estar tranquilo. Todo lo que se obtenga pasará al Banco a nombre de esa sociedad. Vamos
a controlar el ochenta por ciento de la producción total de plata.
—Se habla de una intervención federal en este asunto. Si Washington controla la
compra, fijará un precio ridículo, porque están asustados en este aspecto...
—Repito que debes estar tranquilo. Tu misión es una solamente. Debes ceñirte a ella.
El resto es asunto de los demás.
—Es que el juez no me gusta.
—Cuando compruebe que lo que digas se puede confirmar, no te dirá nada. Además,
podrás mostrarle siempre las notas que se te entreguen para su publicación con firmas
solventes y responsables.
—Por lo menos, al principio, así ha de hacerse.
—Se hará. Y siempre que hables con él, debes mantenerte firme en lo que ya le has
dicho. Que la Prensa es libre y tiene sus privilegios. Que están por encima de su cargo. Me
gustaría que cometiera algunos errores, llevado de su natural desconfianza. Podrías pedir
entonces su relevo por incapaz y enemigo de la Prensa. Los demás periódicos se harían
eco y presionarían a las autoridades de Phoenix.
—Tu inhabilitación es una gran contrariedad.
—Le pediré perdón, que es lo que espera.
—Y si suspende la inhabilitación, habrás de obrar con gran tacto. Tienes que reconocer
que en el asunto de esa forastera, no lo fuiste. Cien dólares más no es precio para lo que
pagaste.
Teal insistió en que pediría perdón al juez y a Flo.
El abogado así lo hizo. Al día siguiente se presentó ante Flo y supo hablar, aunque no
convenció a la muchacha. Pero afirmó que a ella no le podía interesar perjudicarle.
Teal entregó a Flo los ciento cuarenta dólares de diferencia y añadió que consideró
erróneamente la posibilidad de ese beneficio.
Visitó también a Perkins.
Y el juez, ante una rectificación así, dijo que podía seguir ejerciendo de abogado, pero
teniendo cuidado de que no se repitiera un hecho asi.
Tampoco engañaba al juez; pero éste hizo lo que en la pesca: dar hilo al pez, para
cobrar a su debido tiempo la pieza.
Estaba seguro de que Teal iba a cometer el error de creer que le engañaba.
Para el grupo de amigos de Teal era una buena noticia.
Lo celebraron en el saloon de Hoppy Sanders.
Por estar frente a los embarcaderos, era punto de reunión de los equipos que llegaban
con ganado.
Allí hablaron de la formación de esa Asociación de Ganaderos.
Y Teal, demostrando conocer el asunto, redactó al otro día un escrito en el que
solicitaban en el juagado la creación de ese grupo. Primero la solicitud para reunirse con
esas miras.
Y a los tres días presentaron un acta firmada por les reunidos, con detalles de lo
acordado en la reunión.
Se daba cuenta de la designación de un presidente, vicepresidente y secretario, con
especificación de las atribuciones de cada uno en determinados casos debidamente esta-
blecidos.
Perkins veía en estos escritos la mano de Teal.
Todo era perfectamente legal. No podía oponerse a nada de ío que solicitaban.
Y la Asociación Ganadera de Arizona nació legalmente, instalando oficinas en la ciudad
de Tombstone.
Hacían constar en sus escritos que para no resultar carga alguna a los asociados no
habría caballistas por cuenta de todos, sino que los movimientos de reses se efectuarían
siempre con los vaqueros de cada asociado.
Para que esta Asociación fuera eficaz en el propósito al constituirse, debían tender a
unificar a la mayoría de los ganaderos y jefes de equipos, con lo que podrían exigir un
precio más razonable a los que compraban las reses para su envío a los mataderos.
Era normal todo lo que se relacionaba con este asunto.
Perkins se preguntaba qué se proponían. Hasta que, meditándolo serenamente,
descubrió lo que podía ser una finalidad.
Encubrir con la multiplicidad de asociados las reses que cuatreros especializados
mezclaran entre aquéllas, de acuerdo con el pequeño grupo director.
Estudió más detenidamente las cláusulas de la sociedad y descubrió otra sutileza que se
le había pasado por alto.
Los ingresos de las ventas globales del ganado de los asociados, serían ingresadas en el
Banco y solamente movilizadas por los tres que gobernaban la Asociación.
Podrían anticipar, de estos fondos, dinero a los que lo necesitaran entre los asociados.
Y para ello tendrían que retrasar, en parte, el pago a los que entregaran reses para su
venta.
Las necesidades de entrega también serían controladas por ese trío de dirección. Con
esto, se decía en el escrito, la Asociación trataba de velar porque la ganadería se selec-
cionara y no se agotase por la ambición de los ganaderos.
CAPITULO III

El periódico estuvo varios días hablando de esta Asociación, y aconsejando a los


ganaderos que no pertenecían a ella que ingresaran en la misma por su propio beneficio.
Construyeron encerraderos muy amplios, junto a la estación.
Se publicaron todas las cláusulas de dicha Asociación, que fueron discutidas por los que
no formaban parte de la misma.
Pero la verdad era que a los dos meses de estar organizada, habían acudido muchos
ganaderos más. La unión entre ellos era algo que habían deseado siempre.
Y el hecho de que solamente el secretario cobrara un sueldo por su gestión, les decidía
más. Veían una buena fe en los que la formaron.
Aseguraban los entendidos que antes de un año pertenecerían a la Asociación todos los
ganaderos en cien millas a la redonda.
El periódico publicaba semanalmente la relación de los asociados.
Relaciones que, de un modo indirecto, coaccionaba a los más refractarios, pues veían
cómo iban claudicando muchos de los que pensaban como ellos.
Los compradores de ganado se veían desplazados porque una de las cláusulas decía qué
la Asociación enviaría emisarios para contratar directamente con los mataderos, y que
éstos se comprometerían al envío de material ferroviario para el transporte de reses.
Este aumento de asociados se comentaba en los locales de Tombstone,
Charters y Leicester se mostraban muy satisfechos. Aseguraban que antes de un año
estarían todos los ganaderos unidos.
Teal convocó una reunión a los seis meses.
Y dio cuenta de lo conseguido hasta entonces.
Propuso, ante el asombro general, la creación de una especie de Banco Ganadero, con
objeto de que ellos mismos administraran su dinero, no retirando más que aquellas
cantidades imprescindibles y que en el caso de que algún asociado se viera en la
necesidad de ayuda, pudiera hallarla sin recargó de intereses algunos.
La idea fue aplaudida, tomada en consideración y votada en la misma reunión.
Se comisionó al trío director para que diera forma legal al proyecto y se felicitaron por
contar con hombres tan capaces y dinámicos como ellos.
Hábilmente, Teal solicitó un voto de confianza, que les fue otorgado por unanimidad. Y
en esa misma reunión tomaron el acuerdo de que la gestión de ese grupo director durara
dos años por lo menos, con objeto de permitirles ejecutar todo un plan de perfecto
desarrollo.
La idea del Banco ganadero asustó al Banco que había en la ciudad, pues, a pesar de la
importancia de las minas, en realidad, era más ganadera la región.
El director que había en el Banco comentó con Perkins:
—No me gusta esto... Es Teal el cerebro de todo eso. Y yo sospecho que es el que
maneja a los mineros también. Es posible que les proponga la creación de un Banco para
ellos.
—Hay que admitir que la idea es buena —dijo Perkins—Es un autoservicio que se
prestan y facilitan la mutua ayuda. Para los ganaderos es admirable. No me sorprende
hayan accedido en el acto. Ustedes, a veces ponen dificultades cuando solicitan ayuda por
epidemia u otra causa.
—Hay veces que no podemos acceder. Y no es cosa nuestra. Dependemos de la Central.
—En cambio con un Banco de ellos, no encontrarán dificultad alguna.
—No creo que haya buena fe en Teal... Ha tenido mucho interés en que les den dos
años para actuar como jefes...
—Es natural que quieran tiempo para desarrollar sus ideas y proyectos. Hasta ahora,
hay que reconocer que lo están haciendo bien.
—¿Quién controla el ganado que llega a los encerraderos’ ¿Se anotan los hierros de las
reses que se embarcan?
—Han de ser varios. A la fuerza —añadió el juez—. Son muchos los asociados ya.
—Pues no me gusta la idea del Banco.
—Me lo explico —exclamó el juez—. Es la pérdida de muchos clientes para usted. Si se
lleva a efecto, creo que tendrán que cerrar ustedes la sucursal de aquí. Los colonos se
unirían a los ganaderos. Y estarán a salvo en los años de malas cosechas. Al siguiente
podrán sembrar sin agobios ni préstamos leoninos.
Sin embargo, aun hablando así, Perkins, al quedar solo, le preocupó lo mismo que al
director del Banco la idea propuesta y aprobada.
Perkins era de Tombstone. Había vivido siempre allí.
Y los dos ganaderos que se encaramaban a la dirección de esa Asociación, llevaban poco
tiempo en la comarca. Realmente al pensar en ello, eran los que menos tiempo llevaban
por allí.
Después, pensó en Teal. Era un abogado que apareció en Tombstone con el incremento
minero.
Preocupado en estos pensamientos, fue a comer al local de Flo, a la que no habían
molestado, y eso que los dos lo temieron.
Cada día era más asediada la muchacha.
Los dueños de saloons y los que se pasaban las horas jugando, eran de los clientes
más asiduos al restaurante. Y, la causa, más que la cocina, lo era ella.
La muchacha se mantenía firme, pero correcta.
Otro admirador insistente era Charters.
Con el pretexto de la Asociación, estaba más en la ciudad que en el rancho.
Todos los admiradores invitaban a Flo para acompañarla, pero ella se mantenía
indiferente con todos.
Cuando salía de su local, lo hacía siempre sola.
uno de los dos herreros que había en la ciudad le había vendido un caballo, en el que
montaba para pasear y alejarse un poco de aquel encierro.
El herrero que vendió el caballo iba poco por el local, diciendo que podía comer por
mucho menos de lo que le costaba allí.
Era Flo la que, al salir, solía pasar por su taller para hablar con él.
Como había pasado de los cuarenta, aunque se mantenía tozudamente soltero, no
llamaban la atención estas visitas, que, además, no pasaban nunca de unos minutos.
Atendía el herrero a la muchacha sin abandonar su trabajo.
Flo hablaba de muchas cosas y siempre preguntaba por la marcha de su trabajo.
Un día dijo el herrero:
—Tú no eres de Arizona tampoco, ¿verdad, Flo?
—¿Por qué lo dices?
—Porque me parece que eres tejana como yo.
Flo se echó a reír.
—Si yo creí que eras de aquí... —exclamó.
—Llevo unos años solamente. Pero soy tejano. ¡Y de los buenos! —añadió riendo.
—¿Cómo llegaste hasta aquí?
—No estoy tan lejos de Texas... Vine, como muchos, buscando la fortuna fácil con la
plata... Y menos mal que habiendo sido herrero en mi juventud, encontré trabajo en
abundancia. Y así sigo... Y te confesaré que he hecho más ahorros de lo que podía
esperar. ¿Qué te parece ese caballo? ¡Es bueno! ¡No hay duda! Y entiendo de esos
animales... Estuve trabajando en un rancho que criaba ejemplares admirables. Ese es
uno de los buenos.
—Pues no me lo cobraste caro.
Mike., el herrero se echó a reír.
—¿Sabes cuánto me costó a mí?
—No lo sé.
—Pues el pienso que se ha comido en diez meses. Es el tiempo que lo dejó su dueño.
Me pidió le cuidara. Era de noche. No volvió más.
—Debiste decirlo. ¿Y si se presentara?
—¿Después de tanto tiempo?
—¿Por qué no? ¿Era de aquí?
—No. Llegó de viaje... Entonces estuve preocupado varios días. Cuando a los tres no
había regresado, fui al hotel de Sunny y pregunté por él. Nadie le había visto y yo le
recomendé ese hotel para que descansara, como me dijo que deseaba hacerlo. El
caballo tenía huellas de habar cabalgado mucho. También estaba rendido el animal.
—Es extraño...
—Desde luego. Visitó al sheriff que había entonces...
Y me dijo que ya volvería. Que no me preocupara.
—¿No le vio nadie?
—No.
—¡Qué extraño! —exclamó Flo.
—¡Y tan extraño! ¿Te has dado cuenta que ese caballo no tiene hierro alguno? Fue lo
que más me llamó la atención al otro día cuando traté de limpiarle...
—¿No sería un caballo robado y por eso no volvió a por él?
—Es lo que pensé, pero se acariciaron los dos... Estoy seguro de que se hallaban
encariñados. Y eso no se suele conseguir con un animal robado.
—Pues no deja de ser extraño... Y me has preocupado ya. Pueden acusarme de
cuatrera.
—No digas eso. ¡Te lo he vendido yo! El culpable lo sería yo. Pero si se presentara a
reclamar, tendría que pagar lo que valen tres caballos por lo que ha comido en este
tiempo. ¡Es hermoso!
—No le he hecho correr. No hago más que pasear.
—¡Es fuerte! Le hice galopar un día. ¡Qué manera de volar! Pero observé algo curioso.
Corría más cuando le daba en el cuello que con la espuela. Protestó con un terrible
relincho cuando se la apliqué la primera vez. Y hasta me dio miedo. No volví a emplear la
espuela. Por eso te advertí a ti no la emplearas tampoco.
—Es muy dócil —dijo Flo.
Cuando marchó del taller iba preocupada por lo que le había dicho Mike.
Intrigada, salió a campo abierto e hizo correr, palmoteando en el cuello, al animal.
No le había engañado Mike. Eso no era correr, era volar. ¡Y con qué facilidad lo hacía!
Apenas si se movía ella en la silla.
Para esa prueba había montado a horcajadas, a pesar de su falda.
Después de la larga carrera se dio cuenta que no había en el animal la menor huella de
sudor ni de cansancio, indicando con ello una fortaleza poco común.
Volvió a montar a la jinete y le acarició hasta regresar a la cuadra, que tenía al lado del
local y perteneciente al mismo edificio.
La historia oída al herrero, iba a hacer que se encariñara más con su montura,
adquirida en sólo veinte dólares.
Al salir de la cuadra se encontró con Charters, que dijo:
—Cualquier día te va a tirar el caballo. Si quieres puedes ir por mi rancho y te enseñaré
a montar.
—No me tira. Hace días que salgo con él.
—No me sorprende. Parece un animal de carga. Pero en mi rancho hay caballos con
mucha sangre. Puedo regalarte uno.
—Gracias. Ya tengo éste. No necesito hacer carreras.
Me basta con poder pasear y alejarme algún tiempo de este local.
—Eres tonta. Podrías tener lo que quisieras.
—Perdone. He de entrar. Van a empezar a llegar los clientes.
Y Flo desapareció en el interior de la casa.
Charters quedó enfadado.
Minutos más tarde entraba en el restaurante para volver a ver a la muchacha.
Pero ella atendía a su negocio, aunque observando a todos los que entraban
especialmente si era la primera vez que lo hacían.
Por eso se fijó en una muchacha, vestida de ciudad y con elegancia, a quien
acompañaba un caballero vestido también a la usanza ciudadana.
Ocuparon una mesa a poca distancia de Flo.
El caballero saludó a Charters con la mano. De eso se dio cuenta ella.
Y preguntó a una de sus empleadas al pasar por allí:
—¿Quién es esa muchacha tan guapa? No la había visto antes.
—No la conozco tampoco, pero está con míster Outrell. Es posible que sea la dueña del
Dos Aros. Si es ella, hace mucho que falta de aquí. Vivía con unos familiares, muy lejos.
—¡Es guapa de veras! ¡Y qué figura tiene!
—¡Vamos, Flo! ¿Es que no te miras al espejo? —dijo la empleada al marchar.
Flo quedó sonriendo.
Teal, que entraba en ese momento, fue llamado por el acompañante de la joven tan
guapa, y el abogado se acercó a la mesa.
Observó Flo que debían estar haciendo las presentaciones. Lo que indicaba que el
abogado y la joven no se conocían.
Teal sentóse con la pareja. Y a los pocos minutos se les unía Charters, llamado por el
abogado.
Sin embargo, en su observación pudo comprobar que la joven no hablaba nada.
Solamente lo hizo para saludar.
Pero lo que sí hacía era mirar en todas direcciones.
Flo, en la necesidad de atender a lo suyo, se olvidó de la joven.
Hasta que ésta llegó junto a ella para decir:
—Me han dicho que es usted la dueña de este local. Y deseo felicitarle por todo. Por el
gusto y sencillez en la decoración, el buen servicio y la magnífica cocina. ¡Ha sido una
sorpresa para mí encontrar esto en Tombstone! Hace años que falto de aquí. No podía
esperar nada parecido. Le aseguro que vendré con frecuencia, ya que me voy a quedar
una temporada por aquí.
—Muchas gracias- por sus elogios —exclamó Flo.
—Es justo cuanto he dicho. Me han informado también que es usted sola. Y que
sorprendió a todos instalando esto. Esperaban que lo hiciera en otro sentido. Antes era
un saloon. Le recuerdo de cuando era niña;..
—¿Es usted de aquí?
—Unas millas más al sur. Tengo un rancho por la frontera. Cerca de Douglas.
—No conozco mucho esto aún. Llevo poco tiempo.
—Si alguna vez le apetece pasar unos días alejada de esto, puede venir a mi rancho. Será
un placer tenerla allí.
—Muchas gracias, y no insista, por favor. No sabría negarme...
—Entonces insistiré hasta que se decida.
—¿ Estaría de acuerdo su esposo?
La joven se echó a reír.
—No es mi esposo —aclaró—. Es el administrador —y bajando la voz añadió—: Ha
debido estar robándome lo que ha querido. Le sorprendió mi llegada, que no debía
desear desde luego.
Las dos jóvenes reían de buena gana.
El elegante míster Outrell se acercó para decir:
—¿Vamos, Joan? He mandado reservar una habitación en el hotel de Jim.
—¿Por qué no se queda aquí? Hay sitio arriba —dijo Flo.
—¡Aceptado! —exclamó Joan.
—Pero, Joan... —protestó Outrell.
—Encarga que traigan mi equipaje a esta casa —añadió ella—. Aquí sé que comeré
admirablemente, con limpieza y agrado.
—Pero si no conoces a esta mujer...
—¡Qué lástima de ropa vistes! —exclamó Joan—. Sin duda esta muchacha creyó al verte
que eras un caballero. No debieras presentarte tan pronto.
—¡Joan! —gritó Outrell.
—Por favor... No me hagas escenas. Creí que habrías cambiado. Veo que no. Sigues
como antes. Envía recado a Perkins... Que venga a verme. Quiero saludarle. Y ya sabes:
Tendrás que darle cuenta a él de todo.
Outrell palideció intensamente.
—No esperaba tu llegada. Tendré que prepararlo.
—Está bien. Te pondrás de acuerdo con Perkins.
—¿Quiere que le mande llamar yo? Suele venir por aquí —dijo Flo.
—Si me hace ese favor. Aunque será mejor que vaya a verle a su oficina. Sé que le voy a
dar una alegría. ¿No puede abandonar esto?
—Ahora mismo —exclamó Flo.
Llamó a una de las empleadas para que se hiciera cargo de la caja.
Teal y Charters habían quedado un poco rezagados.
Las dos jóvenes saludaron ante el asombro de muchos comensales.
Outrell se puso al lado de Joan.
—Gracias, Sam —dijo Joan—. No hace falta que vengas. Puedes atender a tus amigos.
El aludido dio media vuelta.
Los otros dos se le unieron.
—¡Vaya lengua que tiene esa muchacha! —exclamó Teal.
—No ha cambiado nada. ¡Vuelve tan salvaje como marchó! Engaña su ropa y su aspecto.
—¿Tendrás dificultades?
—Eso no. Lo tengo todo preparado. Y no creo que entienda nada. Marchó muy
jovencita. En el rancho me son todos leales.
—Más vale así. Pero debiste enviar ganado.
—Me ha sorprendido. No creí viniera por aquí. Lo traeremos cuando queramos.
CAPITULO IV

No se había engañado Joan al suponer que sería una gran alegría para el juez su visita.
Muy cariñoso abrazó a la muchacha y ella le besó.
—Hacía mucho tiempo que no venías por aquí —dijo el juez.
—¡Ya lo creo! —exclamó ella—. Mis tíos no querían dejarme venir. Han insistido muchas
veces en que vendiera el rancho...
—Habría sido una gran torpeza. Cada día aumenta de valor. El ferrocarril ha revalorizado
toda esta zona.
—No pienso hacerlo. Ellos hablaban así por lo que escribía Sam. Querían que encargara a
éste de la venta.
—Pero tus tíos conocen a Sam, ¿no es eso?
—Porque le conocen es por lo que estaban de acuerdo con él para robarme de una vez.
Hasta ahora lo han estado haciendo en pequeñas cantidades.
—Creí que no te habías dado cuenta —exclamó el juez.
—Me han tenido engañada mucho tiempo. Pero al fin me di cuenta de la realidad. Y he
venido dispuesta a darles guerra. He dicho a Sam que tendrá que tenerle a usted al
corriente de todo.
—Has hecho bien. Aunque ha de contar con toda clase de complicidades. Y ahora con
esa Asociación de ganaderos...
—Ya le he dicho que no quiero saber nada de asociaciones.
—Pues ha venido relacionado tu rancho como uno de los que forman la Asociación.
—Se encarga usted de hacer saber que no tengo interés alguno en estar asociada con
nadie.
—¿Por qué Sam se ha unido a ellos? ¿Te pidió consejo o autorización?
—No me ha dicho nada hasta no estar aquí.
—¿Te envió algún papel para que lo firmaras?
—No. Sabe que no lo habría firmado.
—Está bien. Hoy mismo daremos cuenta que no formas parte de esa Asociación. Están
incluyendo los nombres de ranchos más extensos y famosos para decidir a los demás.
—¡Qué granujas! —exclamó Flo—. He comentado con una de mis empleadas que esta
Asociación me recuerda lo que contaba un tío mío de otro grupo por el estilo. Y lo mismo
que aquí montaron un Banco. Hasta que un buen día escaparon los directores,
llevándose todo lo que habían ingresado y lo que manejaban en la Asociación. A ese tío
mío se le llevaron un buen puñado de dólares y además por haber estado con ellos en el
grupo director, le costó un encierro de tres años. Y se salvo del linchamiento por mi-
lagro. Lo de aquí lleva el mismo camino.
Perkins miró a Flo.
—¿Dónde sucedió eso?
—En Abilene, Texas.
—¿Hace mucho?
—Yo era una jovencita. Hará unos nueve años o así.
—¿No encontraron a esos estafadores?
—No lo sé. Pero no oí lo hubieran hecho.
—No quiero seguir en ese grupo —añadió Joan.
—Me encargo de ello. ¿Y Sam?
—Le he dejado con unos amigos.
—Con Charters y Teal —dijo Flo.
—Son los que dirigen a esa Asociación.
—Sí —agregó Joan—, me los ha presentado como tales.
—¿Y no les has dicho que no te interesa estar en ese grupo?
—No me he dado por enterada de nada. A Sam, cuando me habló de ello, respondí que
el Dos Aros no estaba en grupo alguno. Creo que no me concedió importancia porque se
echó a reír. Cuando me presentó a esos dos, no les concedí a mi vez importancia.
—Creo que has hecho bien. Yo les haré saber la verdad.
—Que no agradará a esos caballeros —observó Flo—. Han especulado mucho con la
inclusión de ese rancho. Debe tratarse de uno de los más importantes de por aquí,
¿verdad?
—El más importante. Con el Frontera de Korner y el Campana, de Enderby, son los tres
de mayor importancia de Arizona. Por lo menos en toda esta comarca. Suman más
ganadería entre ellos que todos los demás ranchos juntos.
—Entonces, por eso han hecho figurar a este rancho.
He oído hablar de esos otros dos. Parece que no han entrado aún en la Asociación.
—Korner y Enderby son duros también. No serán fáciles de convencer, aunque al saber
que el Dos Aros se ha incluido, empezarán a dudar.
—Hay que hacerles saber que no es cierto estemos nosotros en esa Asociación.
—No tardarán en informarse que has venido. Vendrán a verte. Eran muy amigos de tu
padre.
—Ya lo sé. Les recuerdo perfectamente. ¿No tenía Korner una hija de mi edad?
—Sí, Mildred. Marchó a California. La envió su padre a estudiar. Debe ser algo más
joven que tú.
—Es posible —aclaró Joan—. ¿Y Ray?
—Está bien. En su última carta dice que piensa venir para las fiestas. Me alegrará verle.
—También se alegrará al verte.
—¿Por qué no está aquí?
—Tiene más porvenir en Santa Fe. Y mi hermana no le deja alejarse de ella.
—Pero usted está solo.
—Insisten en que me reúna con ellos.
—Tendrá que hacerlo. Así no está bien,
—Me gusta esto. Aquí sirvo a mi tierra.
—Lo que tiene que hacer es descansar. Vivir tranquilo y apartarse de los líos que ha de
haber ahora con tanto minero y haber declarado ciudad abierta a Tombstone.
—Supone más trabajo, es cierto, pero me agrada.
Joan dijo que se quedaba en casa de Flo hasta que ésta le acompañara al rancho de
ella.
—Antes de que vayas —dijo Perkins—, si no lo has hecho antes, vas a hacer un
testamento en el que Sam será testigo.
Joan miró muy seria a Perkins.
—¿Qué teme?
—Lo mismo que estás pensando. Y nada de dejar tus bienes a los tíos.
—Cree que ellos encargarían me mataran para heredar, ¿no es eso?
—Les creo capaces.
—Y yo también. Están de acuerdo con Sam. Por eso me he decidido a venir. Se van a
llevar grandes sorpresas. ¿A quién cree que debo dejar todo lo que poseo?
—Es asunto tuyo, pero desde luego que no sea a tu familia. Y Sam es un pariente,
aunque lejano...
—¿Qué fue de los hermanos Trafford?
—Luchando con su pequeña hacienda. Vienen poco por aquí. ¿Es que has pensado en
ellos?
—Me agradaría ayudarles. Donald estaba siempre con Kay y conmigo. ¿Se acuerda?
—Ya lo creo.
—Sí. Eso es. Se lo dejaré a Donald, Greta y a Ray. Ellos se encargarían de hacer salir a
Sam de mi rancho. Ellos y usted, ¡estoy segura!
—Si te acuerdas de mi hijo, puedo parecer interesado.
—Soy yo la que desea me herede en caso de muerte. El y los hermanos Trafford. Eramos
los cuatro inseparables de entonces.
Perkins se echó a reír.
Joan le pidió que lo preparara todo para firmar los documentos al día siguiente por la
mañana.
Y las dos jóvenes marcharon.
—¡Buena sorpresa espera a Sam! —exclamó Joan.
—No me gusta ese pariente tuyo.
—Me agrada hables así. Era una estupidez tratarnos con ese respeto... No es más que un
pariente muy lejano. Hijo de una prima de mi madre. Pero prima en segundo grado. Lo
que sucede es que al morir mi padre, mis tíos de quienes es pariente lejano también, le
designaron administrador. Yo no me preocupé de nada. El dolor de la pérdida me dejó
atolondrada. Pero no hay duda que están de acuerdo con este granuja. Creo que trabaja
de abogado con los mineros.
—No le había visto por la ciudad. No le conocía.
—Suele estar en Tucson. Allí tenía un pequeño rancho. Y posiblemente donde pase más
tiempo será en mi propiedad.
—¿Está cerca del fuerte?
—Sí.
—El mayor Holm se ha hecho muy amigo mío. Si hace falta, acudes a él.
—Le invitaremos para que vaya a vernos al rancho. Tal vez conozca a los que estén allí.
Los militares deben visitar Bisbee y Douglas. Son las poblaciones que de pequeña visité
más veces. Están cerca de mis terrenos.
Pasearon a pie las dos.
Flo llevó a Joan hasta el taller de Mike.
A Joan le hizo gracia la forma de hablar del herrero y pasaron un buen rato de
conversación con él.
—Buenos caballos hay en ese rancho. He herrado a más de uno. Son dos aros el hierro,
¿verdad?
—Sí —respondió Joan.
—También han embarcado reses con esa marca. Suelo pasar por los encerraderos.
Tiene fama ese rancho de ser uno de los mejores de Arizona.
—Es fama de hace tiempo —añadió Joan—. Y merecida. Mi padre se preocupaba
mucho del ganado. Hace años que trajeron sementales y vacas Hereford y se adaptaron
perfectamente a este terreno. Recuerdo que estuvo sin vender lo menos seis años.
—Es la mejor ganadería de toda la comarca, no hay duda. Pero ahora se venderán las
reses cómo unas más. La Asociación no hará distinciones, aunque posiblemente las
vendan más caras, porque son reclamadas para ganado de vida.
—Yo no formo parte de la Asociación —dijo Joan.
—He leído en el periódico ese nombre en la relación de los asociados.
—Pero no autoricé a ello y lo haré saber.
—¡Buena alegría para Korner y Enderby! —exclamó—. Estaban disgustados. Decían que
era la primera vez que el Dos Aros desertaba del grupo de ellos.
—Les hará saber que no deben dar crédito a lo que digan.
—Repito que se alegrarán mucho.
—Si viene alguno de sus vaqueros debe decirles lo que me ha oído.
—Así lo haré —añadió Mike.
La muchachas regresaron al local de Flo.
Era la hora del té y estaban las mesas ocupadas por las mujeres de la ciudad de mayor
solvencia, acompañadas por parientes y amigos.
Algunas de estas mujeres se levantaron para saludar a Joan.
Estas las recordaba ligeramente, pero correspondió amable a los saludos.
Y supo aprovechar el momento para hacer saber que su rancho no estaba asociado con
los de la Asociación.
Estaba segura de que lo que se hablara allí en ésos instantes sería propalado una hora
más tarde por toda la ciudad.
Uno de los que estaban con una joven, bastante bonita por cierto, se levantó y fue
hasta Joan para decir:
—Se está comentando en este salón que el Dos Aros no figuraba en la Asociación. Sin
duda está equivocada. Sam Outrell, su dueño, le ha incluido.
—El que está equivocado es usted. Ese rancho es mío. No ha pertenecido nunca a Sam
Outrell, que no es más que un empleado mío... entre ios que hay en el rancho.
El joven estaba violento. Ignoraba esa circunstancia y se daba cuenta del ridículo que
acababa de hacer.
—Yo sé —añadió— que figura en la Asociación ese rancho. Y le aseguro que es una
buena medida. Aquellos ranchos que no estén asociados, no van a poder vender su
ganado y se encontrarán con otras dificultades...
—Pues el Dos Aros no entrará nunca en ese grupo.
—Es posible que los amigos, si los tiene, le hagan meditar.
Y el joven marchó para reunirse con la muchacha que le acompañaba.
—¿Quién es ése? —preguntó Joan a Flo.
—El hijo del vicepresidente de esa Asociación.
—¡Ah! —exclamó Joan, sonriendo—. Por eso está tan disgustado.
La muchacha que estaba con Hank Leicester, hijo, en efecto, del vicepresidente, dijo:
—No has debido decir nada. Si es la dueña de ese rancho, es natural que sea la que
sabe la verdad. ¡Y es guapa! Es uno de los más famosos ranchos de toda esta parte. Y
hasta creo que de todo Arizona. Os hará daño si se separa de la Asociación.
—Si le incluyó el que estaba encargado del mismo os como si lo hubiera hecho ella.
¡Tendrá que someterse! Y si no lo hace, le va a pesar. Me ha humillado y no se lo
perdono.
—Es tuya la culpa. Hay que reconocerlo. No estabas informado del dueño de esa
propiedad. Es natural te haya dicho que es suya.
—Pero lo ha hecho, riéndose de mí. ¡Te aseguro que se va a acordar de esta torpeza
suya! No hay duda que es guapa. Así lo van a entender también los muchachos. Y se lo
harán saber de modo inequívoco. ¡Vamos! Nos están mirando todos.
Hank se levantó violento y, cogiendo a la muchacha la hizo salir casi corriendo.
—¡Míster Leicester! —dijo Flo en voz alta—. ¿No acostumbra a pagar?
—¡Puede anotarlo en mi cuenta! ¡No tema, pagaré! —gritó el aludido.
—¡Está furioso! —exclamó Joan.
—Es un mal educado —comentó Flo.
Hank dejó a su acompañante en la calle y marchó a la oficina de la Asociación.
Allí estaban su padre, Charters y Teal.
—¡Vengo furioso! —exclamó—. Una muchacha que estaba con Flo me ha dicho en voz
alta que el Dos Aros es de su propiedad y que no figura asociado con nosotros. Se han
reído de mí porque he dicho que su dueño, Sam Outrell, le había incluido.
—No has debido decir eso. Esa muchacha es su verdadera propietaria. Sam no es más
que el administrador.
—No lo sabía. Creí que era suyo. Pero si es el administrador, tiene validez su inclusión.
—Debemos convencer a la muchacha que es conveniente estar a nuestro lado.
—Se lo he hecho saber y la he amenazado que no podrán vender ganado los que no
estén asociados.
—No has debido hablar así —dijo Teal—. Has cometido una estupidez. Y hemos perdido
ese rancho. El más importante. El que nos interesaba sobre los demás. El de la raza
Hereford.
—La soberbia de este imbécil nos va a hacer mucho daño —comentó Charters—. ¿Por
qué no le envías lejos? Cada vez que habla no dice más que tonterías.
Hank miraba a su padre y a los otros dos.
—¡Repita algo por el estilo y le lleno el cuerpo de plomo! —exclamó, mirando agresivo
a Charters—. ¡Han creído que son los amos únicos de la Asociación! ¿Es que no te das
cuenta, padre? Te tienen de figura decorativa nada más.
—Creo que se están equivocando en verdad —dijo Leicester—. Les ha dolido que se
haya presentado esa muchacha..., que es enemiga de estar asociada. Y no hay otro medio
de convencerla más que por la violencia. De otro modo se reirá de todos.
—Eso lo arreglará Sam, pero si se excita a la muchacha se perderá todo.
—Si se asustara, dejará que las cosas sigan el curso que llevan.
—Además, lo que interesa es su ganadería, y ésa irá saliendo en la medida que nosotros
indiquemos —aclaró Teal—. Esa muchacha no se enterará de lo que suceda en su rancho.
Las reses pasarán a nuestros encerraderos. Y saldrán las primeras en los vagones hacia los
mataderos. Si no forman parte de la Asociación, su importe no tendrá que figurar como
ingresos de la misma.
Leicester se sometió y pidió a su hijo que tuviera calma.
—¡Que no vuelvan a insultarme o les mato a los dos! —exclamó amenazador aún—. Y
no os fiéis de Teal. Lo que le interesa es el asunto de las minas. ¿Os ha dicho que es el
que mueve todo lo que en ese aspecto pasa en Tombstone? El y el editor son los que
preparan un buen golpe.
Teal palideció. Veía a los otros dos fijos en él.
—El asunto de las minas entra en el plan general —dijo.
—Pero es cierto que no habías dicho palabra hasta ahora—observó Charters.
—Lo iba a hacer cuando estuviera perfectamente planeado y en marcha.
—Os está engañando desde el primer día —agregó Hank—. Lo de la Asociación no es
más que un refugio para que no sospechen la verdad. Hace tiempo que te vigilo. No soy
tan imbécil como me supone.
Y Hank se echó a reír en el momento de salir de la oficina.
CAPITULO V

Sam acudió a la llamada del juez muy preocupado.


Cuando le dieron el aviso estaba con Teal y con Charters.
Comentaban lo sucedido en el salón de Flo entre Hank y Joan.
—No debió provocar a Joan —dijo Sam.
—Es que creía que el rancho era tuyo.
—Debió informarse antes. Ahora no habrá medio de convencer a Joan. Sospecha que he
estado robando todo este tiempo.
—Pero si eres el administrador, tienes autoridad para lo que has hecho.
—Es que soy el administrador impuesto por sus tíos, no por ella. No tengo escrito
firmado por Joan en ese sentido. Eres abogado también, Teal, no vale engañarnos. Si ella
no quiere, ese rancho no figura en la Asociación.
—Sabes lo mucho que interesa que así sea.
—Pero la llegada de Joan lo echará todo a rodar. Con ella aquí tampoco los otros dos
entrarán.
—Y sin ellos, ¿qué es la Asociación? —exclamó Charters.
—Una reunión de míseros ganaderos —dijo Teal—. Cualquiera de esos tres ranchos
suman más reses que los restantes.
—Sin ellos, el fracaso es completo, seguro e inmediato. Cada vez que un asociado
entregue veinte o cien reses, como máximo, querrán que se les abone cuanto antes. Y el
beneficio que nos quede no puede ser importante. Los compradores están haciendo
saber los precios que los mataderos pagan por libra.
—No debimos actuar al margen de ellos. De haber contado con su colaboración
podríamos ganar mucho.
—Fue idea tuya la de prescindir de ellos —dijo Charters a Teal.
—No vais a resolver nada discutiendo entre vosotros —dijo Sam—. Voy a ver qué
quiere Perkins. Y no perdáis la esperanza de conseguir que el Dos Aros figure en la
Asociación.
Marchó a la oficina del juez.
Se sorprendió ver allí a Korner y Enderby, con otros personajes muy estimados en la
ciudad. También estaba allí el mayor Holm.
No podía comprender la razón de una reunión tan heterogénea.
Saludó a todos puesto que le eran conocidos.
—Le he mandado llamar, Outrell —dijo el juez—, para que firme con estos señores en
un testamento que ha redactado Joan Kisy. Dice que como va a montar a caballo, podría
sucederle un accidente y siempre es conveniente tener las cosas preparadas.
—¡No es mala idea! —exclamó Sam—. Aunque es tan joven que resulta extraño piense
en estas cosas.
—Un accidente lo sufre lo mismo un joven que un viejo —añadió el mayor—. No hay
duda que es una muchacha previsora.
—Sus tíos se van a enfadar con ella cuando sepan que se preocupa así de ellos —dijo
Sam. sonriendo.
—Estos caballeros acaban de firmar. ¿Quiere hacerlo usted? Es deseo expreso de Joan,
que usted forme parte entre los testigos de este documento.
—¿Puedo leerlo?
—Usted sabe que no. está obligado a ello. Y que un testamento es algo secreto. Vea la
firma de estos caballeros. Ninguno ha podido leerlo, pero Joan no tiene inconveniente en
que se sepa en qué forma, en caso de muerte, deba repartirse lo que es suyo.
—Pueden sentarse —añadió el juez.
Cuando todos lo hicieron, agregó:
—Les voy a leer este documento en el que ustedes han firmado ya. Escuchen:
”«La abajo firmante, con los testigos que se detallarán más adelante, en uso de mis
facultades mentales y en el pleno ejercicio de mis derechos civiles, lego los bienes que a
continuación se detallan en caso de muerte natural, accidente, o atentado, de los que soy
legítima y única propietaria, a Donald y Greta Trafford y a Raymond Perkins, quienes
entre ellos se pondrán de acuerdo, llegado el momento de heredar en la forma de
repartirse tales bienes entre sí.»
Seguía la relación de bienes a que se hacía referencia.
Y al final, la firma de la interesada, así como la del juez que daba fe y valor legal al
documento.
Debajo de las firmas aludidas, las de los testigos reunidos allí.
El rostro de Sam estaba muy pálido.
—No puedo estar de acuerdo con ese testamento. Joan tiene parientes a los que
corresponde heredar en caso de muerte de ella y...
—Ella puede disponer libremente de estos bienes, que nada tienen que ver con esos
parientes a que usted alude, Outrell.
—Sin embargo, no creo sea justo lo que hace.
—Repito que es dueña de disponer de lo que le pertenece en la forma que considere
pertinente, Y es lo que hace. Pero si no quiere firmar, es lo mismo. La falta de su firma no
quitaría valor legal al documento, ¿verdad? Y ahora, ante estos testigos, debo
comunicarle que ha dejado de intervenir en los asuntos del rancho, rogándole que a la
mayor brevedad y ante estos mismos caballeros, rinda cuenta de su gestión en el tiempo
que ha dirigido ese rancho. Aquí están los documentos y requisitos. Y como juez, le
emplazo a que mañana a las doce se presente con la documentación que ha debido llevar
en la administración del Dos Aros.
Sam no sabía reaccionar. Era todo tan sorprendente para él, que su cerebro parecía
querer estallar.
—Están los libros en el rancho —dijo.
—Estarán mañana aquí. Ha salido un emisario en busca de ellos —añadió el juez.
—Pero debo repasarlos y hacer anotaciones de gastos que no figuran en ellos —-
añadió.
—Traerán todo lo que haya en el rancho. El propio capataz vendrá con ello. Es la orden
que he dado. El empleado de este juagado, acompañado por un sargento y unos sol-
dados, ha ido en busca de todo eso. Así que esta misma noche lo tendrá a su disposición.
Y podrá hacer las anotaciones que dice faltan. Hasta entonces es usted nuestro huésped.
—No comprendo —exclamó aterrorizado.
—El sheriff se hará cargo de usted. Cuando mañana se haya aclarado todo, podrá salir
libremente. No es que le considere detenido. Sólo le retengo para seguridad de que no
busca justificantes falsos ni habla con empleados del rancho, que estarán sometidos en
este momento a un minucioso interrogatorio. De este modo veremos si hay coincidencia.
—No ha debido hacerme esto, Perkins... —exclamó—. Es cierto que he abusado por
considerar que a Joan no le interesaba mucho lo de este rancho. Y que me he apropiado
de algunas cantidades, pero eso lo hacen todos los administradores. Ella me dejó en
libertad,
—No para ser robada. Sino para cuidar lo suyo, confiando en usted. Lo siento, Outrell,
será juzgado. Y si se demuestra que ha robado, con el abuso de confianza que supone su
cargo, será sancionado al máximo que la Ley autorice. Y usted sabe que serán diez años
de prisión.
Sam quiso salir a la fuerza, empujando a varios.
Pero fue reducido a los pocos segundos y llevado por el sheriff a una celda en la
prisión.
Al verse encerrado, comprendió su enorme torpeza de no tomar en consideración a
Joan.
Y pidió al sheriff que buscara a la muchacha para que fuera a verle.
El de la placa le dijo que no podía hacerlo sin una orden del juez.
Los reunidos en la oficina de la Asociación que esperaban el regreso de Sam. estaban
impacientes al pasar más tiempo del que consideraban conveniente en un asunto sin
importancia,
Fue Hank quien entró, diciendo:
—¿No saben la noticia? Míster Outrell ha sido detenido y acusado de robar a Joan Kisy.
En estos momentos entraba el capataz del rancho en la prisión también.
—Parece que esa muchacha ha venido dispuesta a dar guerra.
—Iré a ver a esos detenidos por si les hace falta mis servicios —dijo Teal.
—No creo que debas intervenir —dijo Charters—. No debes mezclar a la Asociación
con esos robos de ganado. Podrían acusarnos.
—Nos fueron entregadas las reses por el administrador y el capataz. No se nos puede
acusar de nada —aclaró Teal—, Si me abstuviera podrían pensar que tenemos miedo. De
este modo, ven que no es así.
Una vez convencidos los oyentes, Teal marchó a la oficina del sheriff. Pero éste,
cumpliendo con su deber, no le dejó entrar a hablar con los detenidos, remitiéndole a
Perkins.
Cuando visitó al juez, éste no tuvo inconveniente en que les visitara en las celdas, pero
pidiendo al sheriff que no se separara de ellos para escuchar lo que hablaran.
Orden que disgustó a Teal, pero que no pudo hacer revocar.
Visitó a los detenidos, quienes al verle se alegraron.
La presencia del sheriff les impedía hablar en la forma que hubieran deseado hacerlo.
Pidió explicaciones, Teal de lo sucedido y Sam explicó con detalle lo del testamento y
sus protestas por el mismo. Añadió que por no haberse preocupado debidamente de la
administración faltaban muchos justificantes de gastos, apareciendo como ladrón de
cantidad importante.
—Mal asunto, Sam. No debiste confiarte tanto. Decías tenerlo todo preparado y
estabas seguro de que no se te podría demostrar que hubieras robado.
—El cerdo de Perkins se ha movido antes que yo. No me ha dado tiempo a preparar
las cosas.
—Y los malditos vaqueros me han acusado a mí de robar por mi cuenta —dijo el
capataz.
—Repito que es mal asunto. Os va a enjuiciar Perkins por cuatreros. Y ya. sabéis lo que
los jurados hacen en estos casos. Se demostrará que lo habéis sido. Tienes que hacerte
responsable de lo que haya vendido el capataz. Y que sea una mala administración por tu
parte. Si dejas que le acusen de cuatrero y los vaqueros aseguran que estabas informado
y le dejabas como pago a su complicidad contigo, seréis dos cuatreros.
Sam aseguró que estaba dispuesto a hacerlo así, pero el sheriff se echó a reír.
—;.No se olvidan de algo? —exclamó.
—Debe ayudarnos, sheriff —pidió Sam—. Habrá una gran cantidad para usted. ¿Qué
ganará con nuestra muerte? Tiene hijos y una esposa. Puede tener una fortuna.
—Pinero antes de hacer nada —dijo cínicamente el sheriff.
—Tendría que salir para ir a buscarlo —dijo Sam.
El sheriff se echó a reír a carcajadas.
—¡Vamos, abogado! Ha terminado la entrevista.
Y empujó a Teal para que saliera.
—¡Eres un imbécil, Sam! —exclamó Teal—. Tu avaricia te lleva a la cuerda.
—¡Sheriff! Le daré mucho dinero —decía Sam—, ¡Mucho!
—Dime dónde lo tienes y yo iré a buscarlo —añadió Teal.
Sam dudó, hasta que al fin dijo a Teal dónde lo tenía en su casa.
El sheriff quedó en ir con él para que le diera la cantidad indicada.
Considerando que la ayuda del sheriff iba a ser muy valiosa, dijo a Teal que le diera
diez mil dólares,
Era la mayor parte de lo que tenía. Ya se arreglaría una vez en la calle.
Creía firmemente que con esa cantidad, el sheriff le dejaría escapar.
Teal también lo creía así.
Mientras caminaban por las calles, le iba diciendo que lo que debía hacer era olvidarse
de cerrar la celda.
Él sheriff caminaba en silencio.
Una vez en la casa de Sam, no fue difícil a Teal encontrar el dinero.
Entregó la cantidad estipulada al sheriff, y éste pidió a Teal que fuera con él para que
Sam supiera que no se había quedado con más.
Una vez los dos en la oficina de nuevo, empuñó el sheriff el “Colt” y dijo:
—Pase, míster Teal
—Pero... —exclamó sorprendido el apuntado.
—No me ponga nervioso. Se me puede disparar.
Una vez encerrado en la celda que había vacía, salió el sheriff entre insultos de los tres.
Y marchó a dar cuenta a Perkins de lo que había ocurrido.
Fue felicitado por Perkins.
Y en la oficina de la Asociación, el hecho de detener a Teal les asustó hasta que se
comentó en la ciudad la razón de ello.
Creían que tenía relación con el asunto de los asociados y venta de ganado.
La acusación contra Teal fue intento de soborno.
Pero se defendió, asegurando que no pidió al sheriff que soltara a los detenidos.
La declaración del de la placa, sin testigos, no podía tener valor.
Lo que dijeron los tres era que envió a buscar Sam el dinero que tenía en su casa para
que ¡e fuera entregado a Joan, por ser de ventas cuyo ingreso no se había efectuado.
Perkins, aun estando seguro de que la versión del sheriff era la cierta, no podía
sostener la detención de Teal por la declaración unánime de los otros dos.
El sheriff estaba furioso al quedar por embustero.
Teal reía en la oficina de la Asociación al dar cuenta de lo sucedido.
—El sheriff no te va a perdonar esto —dijo Charters.
—Tampoco yo a él —repuso Teal—. Ha estado muy cerca de hundirme. ¡Le pesará!
Lo que desesperaba al sheriff era que su declaración careciera de valor por la negativa
de esos des granujas.
—Sé que es cierto lo que dice —afirmaba el juez—, pero ante un jurado, su testimonio
carecería de valor. No hay un solo testigo y lo que usted diga en defensa de sí mismo no
puede tener valor aunque sea cierto.
—Pero es verdad...
—Repito que lo sé, pero un jurado no admitiría que los detenidos hablaran así ante
usted. No lo creerían nunca. ¡Y hay que reconocer que resulta increíble! Ese Teal es con-
denadamente astuto. Se prestó a la ayuda en la seguridad que si usted admitía el
soborno, saldrían en libertad bajo la responsabilidad de usted, y en caso de fallar, no se
podría demostrar todo eso, porque habría de resultar inadmisible y absurda la historia.
Por eso he ordenado que Teal fuera liberado. No quiero se ría de mí. De nosotros.
El sheriff tenía que someterse, aunque estaba más enfadado a cada minuto que
pasaba.
—Tampoco me agrada que se rían de mí. Y es lo que han de estar haciendo.
El abogado volvió a la oficina de la Asociación.
—Nos has dado un buen susto —dijo Charters.
—También lo he pasado yo. Ese granuja de sheriff me ha engañado bien. Menos mal
que lo que hablamos fue a solas. Sin testigos. De haberlos habido me vería en una
situación muy difícil.
-—Dije que no fueras a la oficina.
—Ahora tendré que hacerme cargo de la defensa de los dos.
—Cuidado con Perkins. Tiene fama de astuto y, sobre todo, de ser un gran conocedor
de la Ley.
—No es delito de tal gravedad —comentó Teal.
—Han estado robando a esa muchacha.
—Tiene una ganadería muy numerosa, el que se hayan llevado unas cuantas reses no es
para encerrar a esos dos por diez años. Les va a tratar de cuatreros.
—No te comprometas. Hemos de atender nuestros asuntos que es lo que en verdad
nos interesa. Deja que cada uno cuide de sus cosas. Ninguno de esos dos nos podrán ser
útiles ya. De salir en libertad no volverían a ese rancho.
—Es lo que me preocupa —dijo el abogado—, Vamos a perder el rancho que nos estaba
sirviendo de reclamo para que los más enemigos fueran ingresando en la Asociación Esa
muchacha tiene además una lengua que hará daño.
—Ha sido inoportuna la llegada de esta ganadera.
—Y que es bonita —observó Hank—. Bonita y con uno de los mejores ranchos de
Arizona. ¡Vaya suerte de quien consiga ambas cosas!
—Pues tú no tuviste buen ojo. Te enfrentaste con ella.
—Por defender la Asociación. No quería que siguiera hablando en la forma que lo hacía.
Y había creído de veras que Sam era el dueño de ese rancho.
—¿Cuándo llegan esos otros? —preguntó Teal a Charters.
—No le sé. Pero supongo que no tardarán.
—Nos hacía falta un rancho muy respetado para meter el ganado que traigan.
—Hay que destinar unos terrenos como de la Asociación.
—Y hay que empezar a tener caballistas nuestros —anadió Teal—. Ha pasado la primera
época. Ahora no extrañará que se hable de ello.
—¿Querrán sufragar los gastos de esos caballistas? —preguntó Hank, riendo.
—Tendrán que hacerlo. Nos han dado dos años para actuar a nuestro juicio.
—Ya veremos —añadió dudoso.
CAPITULO VI

Mike miraba sorprendido al jinete que desmontaba ante el taller.


—¡Hola! —exclamó éste—. ¿No me recuerda?
—Claro que te recuerdo. Y no esperaba verte más por aquí. Supongo que merezco me
cortes las orejas por lo menos. Porque vendí tu caballo.
—¡No! Si le ha vendido, lo que haré es colgarle. ¡Es ser un cuatrero!
—Debes tener en cuenta que hace diez meses que marchaste. No apareciste más y
confieso que temí te hubiera sucedido una desgracia. Lo he cuidado muchos meses, pero
un día lo vendí. De verdad que no esperaba regresaras más.
—Pero estoy aquí, ¿verdad?
—En efecto. Bueno, la persona a quien vendí al caballo es posible te lo devuelva si le
decimos la verdad, aunque se ha encariñado con ese animal.
Y Mike explicó a quién se lo había vendido.
—Bueno, en realidad, en esos meses, hubiera tenido que pagar mucho por su
manutención, ¿verdad?
—¡Y vaya si ha comido pienso! —exclamó Mike riendo—. Como no podía sacarle a
pastar, todo tenía que ser a base de piensos. Pero de tenerlo aquí, no te habría costado
más de veinte dólares. Es en lo que lo vendí. ¡Claro que vale doscientos por lo menos! No
es que me interesen tus cosas, pero, ¿por qué has tardado tanto en volver? Estuviste
unos minutos, marchaste a descansar y ha pasado casi un año. Pregunté por ti en todas
partes. Nadie te vio aquella noche.
—¿Es posible?
—Es lo que me dijeron entonces.
—Si estuve en el hotel...
—No. Bueno, quiero decir que el dueño aseguró no haberte visto.
—Pues estuve en el hotel y pagué un dólar que me pidieron. Fui a la habitación número
seis que me indicaron. Venía buscando a cierta persona y oí, cuando estaba en la
habitación, que esa persona hablaba bajo la ventana. Salté por ella para seguirle. Y
hasta ahora.
—¿Le seguiste sin caballo?
—Lo hice en el tren. Y después se complicaron las cosas... No he podido regresar hasta
ahora.
—¿Es tuyo ese animal?
—Es hermano del otro —aseguró el jinete.
—No me di cuenta aquella noche. Lo hice al día siguiente. Estaba sin hierro.
—Soy enemigo de hacer sufrir a los animales. Tampoco le tiene éste...
—¿No es una torpeza? ¿Cómo puedes demostrar que es tuyo?
—¿Cómo pueden demostrar los demás que les pertenece?
Mike se echó a reír.
—No me guardas, rencor, ¿verdad? —dijo.
—Creo que debiera cortarle una oreja por lo menos; pero reconozco que es demasiado
tiempo para que creyera en mi regreso.
—Y de verdad que me alegra. Había temido lo peor. Bu3no. Iremos a ver a Flo. Es
posible que acceda a que, dando los veinte dólares que le cobré, te devuelva el caballo.
Sabe que no era mío. Se lo confesé un día.
—Cuide de éste y no lo venda también.
—¡Es bonito! Parece de más alzada que el otro.
—No. Son iguales. Si les ve juntos se convencerá. He de buscar habitación.
—No comprendo por qué no me dijeron que habías estado en el hotel.
—Al ver que desaparecí, temieron complicaciones.
—Es posible —añadió Mike.
Dejó el caballo atendido y marchó con el jinete.
Al caminar, exclamó:
—No me había dado cuenta que fueras tan alto. Bueno, aquella noche apenas si me fijé
en ti. Es la verdad.
—¿Vive aquí la persona a quien vendió el caballo?
—Pues claro que vive. Es una muchacha preciosa.
—Vamos, herrero.
—Debes comprender. No creas que lo decía en un sentido...
—Comprendo.
Cuando entraron en el local de Flo estaba ésta conversando con Joan.
Flo miró sorprendida al herrero, ya que no era hora de ir a comer.
Se levantó al darse cuenta que iba a verla.
El jinete miraba a las dos. Estaba entusiasmado y no comprendía que dos bellezas se
hubieran puesto de acuerdo para estar juntas.
—¡Flo! —dijo el herrero—. Debes creer que lamento esto...
—¡Un momento! —exclamó el jinete—. Lo que debe hacer es presentarme primero.
Mike estaba sorprendido.
—Bueno, este jinete es..., no sé su nombre, es la verdad, pero es aquel de quien te
hablé, ¿recuerdas? El que me dejó el caballo aquella noche y desapareció.
—Comprendo. Ha venido a reclamar su caballo —dijo Flo—. Creo que es natural lo haga.
No habrá inconveniente por mi parte. Y no se preocupe de los veinte dólares. No podía
ser cierto que un caballo así sólo valiera ese dinero. ¡Es un animal precioso! No te
preocupes, Mike. Devolveré ese animal. No tengas cuidado.
—¿Permite nos sentemos un poco? —preguntó el jinete.
—Pues claro. Debe perdonarme.
—¿Hermana suya? —preguntó el jinete.
—No. Es una amiga. La dueña de un rancho —aclaró Mike—. ¡Hola, Joan!
—¡Hola, Mike! ¡Parece que se ha presentado!
—No podía esperarle después de tanto tiempo. Lo lamento, Flo...
—He dicho que no debes preocuparte.
—Yo regalaré un caballo a Flo —dijo Joan.
—¿No se están precipitando ustedes? —exclamó el jinete—. No he dicho que quiera
reclamar ese caballo. Sólo deseo verle, si es posible. Estábamos encariñados los dos. Sé
que le ha sucedido lo mismo con él. Y yo tengo otro caballo. Para mí sería una
preocupación enorme tener dos monturas.
Y no sería capaz de venderle. ¿Ha visto algún vaquero que vaya a solicitar trabajo con
dos monturas? Nadie me admitiría.
Jean y Flo sonreían mirando al jinete.
—¿De veras que no quiere reclamar ese caballo? —exclamó Flo.
—No he dicho una sola vez que lo piense hacer.
Mike le miraba sorprendido. Y se rascaba la cabeza preocupado.
—No me gustó que le hubiera vendido —añadió el jinete—, paro hay que reconocer
que después de tanto tiempo no era de esperar volviera por aquí. Y puesto que le vendió
sin aprovecharse, ya que cobró poco por él y veo que está en buenas manos y que le
cuidarán como es debido, será mejor que siga con él, pero regalado por mí. Así que ya
está devolviendo esos veinte dólares que estafó a esta mujer.
—¡Oh! ¡Muchas gracias! —exclamó Flo, muy contenta—. Es cierto que me ha
encariñado con ese animal. ¡Es magnífico! Y eso que no le he hecho correr aún todo lo
que estoy segura sería capaz.
—Puede asegurar que no habrá otro más rápido que el por aquí. El único que podría
vencerle, y eso con dificultad. lo tengo yo.
Joan reía de buena gana. Le hacía gracia el jinete.
—¿Es que cree que no hay buenos caballos por aquí? —preguntó.
—No lo dudo. No lo haría nunca, pero tan veloces como ésos, debe perdonar si tengo
mis dudas...
—Pues por aquí hubo muy buenos corceles. Los chiricahuas han tenido animales tan
veloces como el viento. Y eran cazados en las montañas que hay por aquí...
—Crea que no he querido ofender a nadie. Y veo que se ha disgustado. Si usted afirma
que sus caballos son más rápidos, así será.
—¿Ha dicho que buscaba trabajo? ¿Es vaquero?
—¡Hum! Eso no me gusta. ¡No se debe dudar de mi palabra! No sólo soy vaquero sino
que uno de los mejores que haya podido tener ante usted.
Joan se echó a reír a carcajadas.
—Veo que no es la modestia su defecto —exclamó—. Pero va a tener oportunidad de
demostrarlo. Está contratado desde este momento.
—¿Es cierto? —y el jinete miraba a las dos muchachas.
—Tampoco se debe dudar de mi palabra —exclamó Joan.
—Bien. Pido perdón —dijo el jinete, levantando la mano derecha—. Demostraré que
soy uno de los mejores vaqueros que ha visto hasta ahora. ¿Cuándo debo empezar a
trabajar?
—Mañana podemos ir los tres al rancho. ¿Me acompañarás, Flo?
—Será un gran placer. Me agradará pasar unos días al aire libre, lejos de este
ambiente...
—¡Pues es bonita la jaula! —exclamó el jinete.
Y miraba en todas direcciones.
—¿Cómo ha dicho que se llama? —preguntó Joan.
—No creo haberlo dicho aún. Me llamo Rogers.
—Pues ya sabe. Es vaquero del Dos Aros.
Se quedó un poco pensativa, para añadir:
—Bueno, puesto que es uno de los mejores vaqueros, será preferible que se quede de
capataz... Después de todo, no conozco a los que están allí y al que tenía está encerrado
por ladrón y granuja.
—Supongo que no está hablando en serio, ¿verdad? ¿Está muy lejos ese rancho? Lo
digo porque espero que llegue un amigo. Claro que no se presentará de momento.
—Puede venir a esta ciudad cuando quiera y tenga tiempo, ¿Es aquí donde ha de
encontrarse con ese amigo?
—Si. ¿Qué distancia hay?
—Unas veinte millas —dijo Mike.
—Pero, ¿qué pasará con los otros vaqueros cuando se presente con un desconocido de
capataz?
—Con usted estoy segura de que no estaba de acuerdo con el otro. No me fío de los
que hay allí. Me han estado robando descaradamente entre todos ellos.
—¿Qué le parece si me explica lo sucedido?
—Podéis hablar mientras preparan una buena comida. Invita la casa —dijo Flo,
poniéndose en pie.
—He de regresar al taller'—añadió Mike—. Lo he dejado abandonado...
Joan, al quedar solos los dos jóvenes, explicó a Rogers todo lo sucedido con Sam y el
capataz.
Cuando llegaron las empleadas con la comida seguía hablando ella.
—No debió estar tanto tiempo sin venir. Ya ve lo que me pasó a mi con el caballo...
Joan reía abiertamente a carcajadas.
—Se convencerá cuando vayamos al rancho, que hay tan buenos caballos como ése.
—No se enfade conmigo si lo pongo en duda. Y en lo que se refiere a esa asociación,
nada de entrar en ella.
—Soy la que menos lo desea. El hecho de que los que están al frente de la misma sean
amigos de Sam indica cómo han de ser.
—;.Qué van a hacer con esos detenidos?
—Es asunto del juez Perkins —agregó Joan—. Lo triste es que dejaran escapar a ese
granuja de Teal.
—Pero, por lo que me ha dicho, el juez tiene razón. No hay un jurado que admita
posible la versión del sheriff. Sin que esto quiera poner en duda las palabras de éste. ¿Se
ha demostrado que robaron reses?
—Las que han querido robar. Claro que la culpa es mía por haber dejado a este cobarde
de administrador. ¡Cosas de mis tíos!
—Para los cuatreros no hay más que un castigo. ¡La cuerda!
—Pero como dice Perkins. Soy la responsable, Actuaba en mi nombre y las reses que ha
vendido, es como si las vendiera yo misma. Lo que ha hecho es quedarse con el importe.
O con la mayor parte del mismo. Y eso, según Perkins, cambia las cosas.
—Aunque disguste, hay que admitir es cierto. Lo que tienen que averiguar es si tiene
dinero depositado en el Banco. Y entonces, el juez que ordene la congelación de esa
cuenta. Y usted se cobra con lo que haya en ella, de parte de lo robado.
—Ya me ha entregado el juez los diez mil que daban al sheriff para sobornarle.
—No está mal. Es una buena cifra —dijo Rogers, sonriendo—. Ahora lo que me
preocupa es lo que van a decir de mí. ¿Sabe si falta ganado por aquí?
—No sé nada.
—Es que si faltara, siendo desconocido como soy, podrían hacer campaña en contra
mía. Siempre se sospecha en tales circunstancias de los desconocidos que se presentan
pidiendo trabajo. Y si me molestan, soy bastante violento. Me contengo a duras penas. Y
no quisiera le culparan a usted de mis violencias.
—No me importará si lo hacen.
—De todos modos, puesto que es amiga del juez, ¿no le parece que debiéramos hablar
con él? Me agradaría diera su conformidad a este nombramiento.
—No me atrevía a pedirlo yo. Me encanta que lo haya propuesto. Después de comer,
iremos a verle. Es para mi la única persona de confianza. Su hijo era mi compañero de
juego con esos dos hermanos a quienes he nombrado mis herederos. He faltado tiempo
de aquí, pero esos personajes no pueden haber cambiado.
—Sería un inmenso placer para mí si algún día llegara a confiar lo mismo que confía en
ellos.
—A ellos les conozco desde que éramos niños todos.
Y el juez me vio nacer.
Se unió Flo a ellos y estuvo de acuerdo en que fueran a ver a Perkins.
Mientras comían los tres, entraron algunos clientes que se le quedaron mirando
sorprendidos.
—Se sorprenden de vernos con este muchacho —dijo Flo a Joan.
—Ya me he dado cuenta. Hablan entre ellos en voz baja —añadió Joan.
Era la hora de la concurrencia.
Los clientes entraban seguidos.
Dos de éstos vestían con suma elegancia y miraron con descaro a Flo y a Joan.
A los pocos minutos se les unió Simón, el director.
Pero éste miró sorprendido a Rogers.
—¿No es la dueña de este local esa muchacha que está con esos dos jóvenes?
—Pues claro que es Flo —aclaró el periodista.—. Y la otra es la dueña del rancho más
importante.
—¿La del Dos Aros? —preguntó uno de los elegantes.
—Sí.
—Esto sí que es tener suerte.
—Pero debéis esperar a que marche yo. No quiero complicaciones. Cuando pase algún
tiempo, como si estuvierais un poco alegres a causa de la bebida, es el momento de
acercarse a ellas.
—No hay duda que son bonitas las dos. Y el hecho de estar un vaquero con ambas les
quitará autoridad para la protesta.
—Eso es cierto. Yo diré que las he visto con él —dijo Simón.
A los pocos minutos, el periodista, consultando su reloj, se puso en pie y marchó.
Los elegantes encargaron comida.
La empleada que les atendió les miró atentamente:
—¿Son forasteros? —preguntó, mientras colocaba la mesa.
—Sí. Nos dedicamos a minas. Compradores de plata —aclaró uno de ellos.
—¿Quiénes son aquéllas? ¿Por qué no son ellas las que nos atienden?
—Una es la propietaria. Y la otra una amiga. Rica hacendada. La dueña de unos de los
mejores ranchos del Territorio.
—¡Son bonitas las dos! —exclamó, el otro.
Hacían tiempo para meterse con ellas, que era a lo que habían ido, mandados por Teal,
seguro que no podrían sospechar de él como si lo hicieran unos vaqueros de cualquiera
de los ranchos que estaban en la asociación.
Pero como los tres jóvenes terminaron cuando ellos empezaban a comer, se levantaron
para ir a visitar a Perkins.
Al darse cuenta los elegantes que iban a marcharse se pusieron en pie y, saliendo al
paso de las muchachas, dijeron:
—No está bien que marchéis ahora...
El que hablaba se hacía el bebido.
—Desde luego —añadió el otro, imitando la embriaguez también—. Sois las más bonitas
de la casa y vamos a bailar después que hayamos comido. Podéis sentaros a nuestra
mesa mientras tanto.
Rogers se fijó detenidamente en ellos.
—¿Por qué hacéis como que estáis bebidos si no es cierto? —exclamó—. ¿A qué viene
esta comedia? Estabais mejor sentaditos y comiendo, si es que habéis venido a hacerlo.
—¡Nadie habla contigo, gañán! —exclamó uno de los elegantes.
—Ellas prefieren estar con caballeros, ¿verdad, monadas?
Pero no podían sospechar la carga de dinamita que suponía Rogers.
Cuando se quisieron dar cuenta del peligro estaban en el suelo, cubiertos los rostros y
las blancas camisas de sangre, que salía de sus labios y narices destrozadas.
Rogers les sacó, arrastrándoles por los pies, hasta la calle.
Y allí les echó al centro de la calzada, cubierta de polvo y suciedad.
—Vamos —dijo con naturalidad a las dos muchachas—. Era una comedia.
—Eso es obra del cobarde del editor. Ha estado con ellos —dijo Joan.
CAPITULO VII

—Ha de ser cierto. Le vi entrar y sentarse con ellos cuando salía de la cocina —añadió
Flo.
—¿Qué puede tener el editor contra tu casa? —preguntó a Flo.
—Sabe que no estimo a sus amigos.
—Esos dos elegantes, ¿quiénes eran?
Hablaban en la misma puerta.
—No lo sé. Preguntaré a la que les atendía. Es posible que ella les conozca.
Le empleada dijo lo que los elegantes habían explicado.
—Así que son compradores de plata —dijo Rogers—, ¿Es que han hablado de emitir
acciones sobre alguna mina y has comentado en contra de ello?
—No he oído nada en ese sentido. Así que nada he podido decir.
—Pues no hay duda que no te estiman. Y un consejo: debes quedarte en el rancho de mi
patrona una temporada. A este intento seguirán otros. Indica que tienes enemigos. Y lo
que interesaría es averiguar quién es.
—Yo os lo diré —exclamó Flo—. Se llama Teal.
—No te perdona lo que pasó con Perkins, ¿verdad?
—Desde luego que no me lo ha perdonado. No me ha engañado por mucho que ha
tratado de hacerme comprender que aquello pasó.
Salieron al fin del local y marcharon a la casa del juez.
Los dos elegantes habían sido recogidos y llevados a que el doctor les atendiera, porque
se encontraron con que tenían los rostros destrozados.
Teal estaba en un saloon conversando con un copropietario de una de las minas.
—¿Cuándo iniciamos lo de las acciones?
—Se hará debidamente y a su tiempo. Hay que tener paciencia —dijo Teal.
—Estás pendiente de la puerta. ¿Esperas a alguien?
—Sí. Espero a dos amigos.
El que hablaba con él se separó para ponerse a jugar con unos amigos.
Teal bebía en silencio, sin dejar de mirar a la puerta.
Había citado en ese local a los dos elegantes.
Una hora después empezaba a estar intranquilo. Era mucho tardar.
Otro de los hombres mezclados en asuntos mineros se acercó a saludarle.
Después del saludo preguntó el minero:
—¿Conoce a Luke y a Stron?
—Creo que he hablado alguna vez con ellos. Se dedican a vender acciones sobre minas,
¿no?
—Sí. Les han dado una paliza terrible en el local de Flo.
—¿Paliza? ¿Qué ha pasado? —preguntó nervioso.
—Se metieron con Flo y con la de! Dos Aros. Pero iba un vaquero con ellas y ¡vaya paliza
que les ha dado! Ha de tener trabajo el doctor para varias horas.
Teal, contrariado, sabía la causa de la tardanza de los que esperaba.
Y a los pocos minutos marchó muy disgustado.
Se alegraba no haber ido a ese local. Fue en busca de Simón.
Este, que ya estaba informado, se sentía inquieto.
—Según afirman los testigos, lo hicieron muy mal. Todos se dieron cuenta que no
estaban bebidos como trataron de hacer creer. Ahora, Flo comprenderá que era orden
mía.
—No pueden demostrar nada.
-—Pero me han visto sentado con ellos. ¡No debí entrar!
—No tiene nada de particular que hablaras con unos amigos.
—Pues no me agrada que lo hayan hecho tan mal, Y sobre todo, para no molestar a
ninguna de las dos. Son ellos los que están destrozados.
—¿Quién es el vaquero que iba con ellas?
—No lo sé. Le vi allí, pero no le conozco. En realidad son pocos los vaqueros que me son
conocidos.
—Habrá que desistir de molestar a Flo. Podrían sospechar la verdad.
—Ya veremos qué piensan esos dos cuando estén en condiciones de actuar de nuevo.
¿Qué hay de esas acciones? No veo dinero por ninguna parte.
—Hay que esperar a que tengamos el Banco de los ganaderos.
—¿Es que vas a mezclar un Banco en asuntos de minas? Me refiero a un Banco
destinado al servicio de los ganaderos. ¡Sería una enorme torpeza! ¿Es que quieres dar a
conocer que eres tú el que se halla al frente de estos asuntos?
Teal quedó pensativo.
—Tienes razón. Es que Hank habló de que yo estoy dirigiendo lo de las minas y su padre
y el otro me han pedido parte en ello. Quieren que sea nuestro Banco el que avale las
acciones y se vendan allí. Nosotros convenceríamos a los ganaderos que interesa obtener
el tanto por ciento que se paga por una gestión así.
—Hay que preparar el ambiente del nuevo hallazgo de un yacimiento de gran
importancia. Los propietarios de la modesta mina en que ha aparecido, forman sociedad
con un grupo de hombres de negocios para la explotación. Tú formalizas lo de la sociedad
y, en la reunión preliminar, se acuerda ampliar el capital a base de acciones, por ser una
Compañía Anónima lo que se crea.
—Debemos tener paciencia. Ahora lo que dé veras interesa es el asunto del ganado.
Sería la mejor operación realizada en el Oeste en muchos años. ¿Sabes las reses que
tienen esos tres ranchos que tanto nos interesan?
—No.
—Más de ciento cincuenta mil. ¿Sabes lo que valen? Unos cinco millones.
—No querrás llevarte las ciento cincuenta mil roses.
—Nos iremos llevando en partidas de varios miles. Y el dinero quedaría en el Banco.
—Has dudado del éxito con esos ranchos. Y ahora menos. El Dos Aros se aparta.
—Antes de un mes estarán los tres en la asociación. Se acabaron los métodos
persuasivos. Vamos a conseguir que vengan compradores directos do los mataderos. Nos
pagarán el ganado que entremos en los encerraderos. Y ellos se encargarán de llevar el
ganado a San Luis. Queremos que nos abonen por lo menos por valor de un millón cíe
dólares. Van a llegar unos caballistas al servicio de la asociación. Ellos se encargarán de
hacer entrar en la asociación a esos tres ranchos.
—¡Cuidado!
—De seguir así no se conseguirá nada. Que entreguen esas reses en cantidad. Se van
vendiendo. Y cuando se haga la segunda entrega, desaparecemos de aquí. Es más seguro
que lo de las acciones. También venderemos la plata almacenada. Y por el mismo sistema
se conseguirá que nos entreguen lo que tienen las minas guardado. En una sola noche se
pueden recoger varias toneladas de plata buena. Se hará coincidir esta operación con la
segunda venta de ganado. Citaremos a los compradores oficiales de la plata. Andaban
hace unos días por Nevada. No tardarán en venir por aquí. Hay que conseguir seamos
nosotros, la Compañía Minora de Arizona, la que efectúe esa venta global. Diremos a los
mineros que así vamos a conseguir mejor precio que si cada uno anda vendiendo por su
cuenta.
—Mi misión, ¿cuál será?
—Convencer a los mineros aislados y las pequeñas compañías que es interesante
unificar la plata en unas manos para obtener un precio más alto.
—Está bien. ¿Cuándo empiezo?
—Cuanto antes mejor. Debes hacerlo al comentar la noticia de que los compradores
oficiales del Gobierno federal están por Nevada y se les espera aquí. Entonces aconsejas
como idea tuya, lo de la unificación de reservas argentíferas en manos de una sociedad
solvente y poderosa. Del resto nos encargamos nosotros.
Se separaron los dos.
Teal seguía disgustado por el fracaso de los elegantes.
Nadie podía sospechar que fuera una orden suya. Su inclusión en asuntos mineros no
tenía otro color que el de ser abogado de muchos mineros.
Mientras el editor y Teal hablaron, los tres jóvenes llegaron a casa de Perkins.
Fue Rogers quien habló en su forma especial de hacerlo, de su nombramiento como
capataz del rancho.
Bromeó, haciendo reír al juez, que tenía fama de hombre muy serio.
Y para hablar de asuntos del rancho, las dos mujeres dejaron al juez y a Rogers solos.
Ellas salieron a pasear, porque Joan dijo que necesitaba comprar algunas cosas.
Habían hablado de lo sucedido con los dos elegantes.
También Perkins señaló a Teal como autor principal.
Y en parte se culpaba de ello por haber sido el que asustó al abogado cuando lo de la
compra de ese local.
Cuando las dos jóvenes regresaron, Rogers y el juez estaban completamente dé
acuerdo.
—Creo que has tenido un gran acierto al designar a este muchacho capataz —dijo a
Joan—. Le considero competente y, sobre todo, con carácter para detener la evasión de
reses que ha debido estar sucediendo con frecuencia.
—Pero he pensado en ello —añadió Joan— y tengo miedo a que hagan daño a este
muchacho. Se va a meter en un avispero. No conoce a los vaqueros y es de suponer que
han de seguir los que ayudaban al capataz y a Sam.
—Sabrá descubrirles. No te preocupes. Y su idea de cambiar a todos me parece
admirable. Lo que sobran son vaqueros en la región.
—¿Se refiere a despedir a todos? ¿Es que no habrá algunos de confianza?
—Pienso como él. Después de lo sucedido no se puede fiar en nadie. Es de suponer que
los que hubiera para poder fiarse, habrán sido despedidos por e: otro capataz, ya que no
iba a dejar ese peligro junto a él.
—Está bien. Hagan lo que quieran.
—Y vosotras debéis pasar unos días en mi rancho. Ni en el tuyo, ni aquí, debéis quedar.
—Yo debo ir al rancho —dijo Joan—. Tengo verdaderos deseos de volver a él. Y si se va
a despedir el personal, no creo exista el menor peligro para mí.
Rogers accedió al fin a que las dos muchachas fueran con él.
Por lo menos hasta una semana antes de comenzar las fiestas.
Y cuando regresaron al local de Flo estaba allí el ayudante del capataz que había
preguntado por Flo.
Rogers le miraba con atención y no comprendía se hubiera atrevido a presentarse allí,
sabiendo que el capataz estaba detenido por cuatrero.
Saludó a Flo, sin que ésta dijera nada de Rogers hasta no dejarle hablar, como indicó él
al saber que estaba esperando hacia tiempo ese ayudante.
—Deseaba conocer a usted —dijo a Flo—. Y me ha sorprendido, al llegar a la ciudad,
saber que han detenido al capataz. ¡No me lo puedo explicar!
—¿No sabía usted que estaban robando reses Sam y él? —preguntó Flo—. Parece que
he oído decir que es usted el ayudante del capataz.
—Míster Outrell mandaba vender reses. Era el administrador, y el capataz no tenía más
remedio que obedecer.
—¿A quién vendían esas reses? —preguntó Rogers.
El interrogado miró sorprendido a Rogers.
—¿Quién es? —preguntó a Flo.
—Debe responder —añadió ella—. ¿A quién vendían las reses?
—Es un ganado muy goloso. Son muchos los ganaderos que quieren llevar a sus
ranchos esa raza. Y también se traían para embarcar con destino a los mataderos.
Siempre siguiendo instrucciones de míster Outrell.
—Pero no ha dicho a qué ganaderos se llevaban reses —añadió Rogers.
—A muchos. Enumerar a todos sería muy largo.
—¿A alguno con cierta frecuencia?
—Se han traído para la asociación. Formamos parte de ella. Se lo ha debido informar
míster Outrell.
—Mi rancho no está asociado —dijo Joan con naturalidad.
—Creo que está equivocada. Míster Outrell acudía a las reuniones como miembro.
—Si él entró, es de suponer que seguiría su nombre figurando allí. Pero el Dos Aros, no.
Tenía que haberlo autorizado yo, y no lo hice. En realidad, ni se me consultó. Claro que de
hacerlo no habría aceptado.
—Si permite un consejo...
—¿Quién le ha ordenado venir para inculpar solamente a Sam?
La pregunta de Rogers dejó desconcertado al visitante.
—No comprendo —exclamó.
—Ha comprendido perfectamente. Pero lo repetiré. ¿Quién le ha ordenado venir a ver
a la patrona?
—Nos sorprendió la tardanza del capataz. Dijo que venía a ver a la dueña que había
llegado. Y al llegar me informé de la detención de los dos. Y decidí buscar a la dueña. La
detención del capataz me coloca en su cargo hasta que decida usted —dijo a Joan.
—¿Cuánto le daba el capataz de cada res que sacaban del rancho? Porque míster
Outrell mandaba llevar un número determinado de reses, pero ustedes, por su propia
cuenta, añadían muchas más reses. ¿No le han confesado la verdad los dos?
—No es posible que hayan confesado --dijo asustado el visitante.
—Si hubiera visitado al juez, lo sabría. Así que sabemos que es usted otro cuatrero. Y en
verdad que no comprendo su audacia en venir a ver a la mujer a la que ha estado robando
durante meses...
—No tolero que me hables así. No sé quién eres, pero hablarme así no es nada sano.
No he robado una sola res.
Rogers se echó a reír al decir:
—Además de ladrón eres tonto. ¿Buscabas que te hicieran capataz para seguir
robando? Por eso has tratado de que toda la culpa recayera sobre el administrador, pero
ignorando que ellos han declarado toda la verdad. Así que sabemos perfectamente que
eres otro cuatrero.
—¡He dicho que no me hables así! Usted no estará de acuerdo, ¿verdad?
—Estoy de acuerdo con él. Y creo que te has pasado de listo. Has tratado de
engañarme a mí... Habrá que avisar al sheriff que se ha presentado voluntariamente. Tal
vez eso le sirva de algo el día que vayan a la corte.
—El mejor castigo es la cuerda. Pregunte a los testigos qué se hace en esta tierra con
los cuatreros.
—Te he advertido que no insistieras y...
Pero antes de llegar su mano a la funda en busca del revólver como deseaba, se vio
encañonado por dos largos “Colt”.
—¿Quién te ha hecho creer que eras rápido? —dijo Rogers, riendo—. Levanta las
manos. ¡Buscad vosotras una cuerda!
El vaquero insistió en su deseo de emplear el “Colt”.
Se lanzó con la cabeza hacia adelante mientras la mano insistía en su objetivo.
Rogers le dejó pasar ante él y le golpeó en la cabeza con uno de los “Colt”.
—¡Una cuerda! —pidió a los testigos,
No tardaron en llevar hasta tres.
Con la mayor naturalidad, Rogers sacó al inconsciente a la calle.
Los curiosos salieron con él y dos le ayudaron.
Cuando regresó junto a las muchachas, comentó Rogers:
—¡Un cuatrero menos! Es lo que haré con los que encuentre en el rancho. Lo que han
debido hacer ya con esos dos detenidos.
El colgado llegó a la ciudad con dos vaqueros que esperaban el resultado de la
entrevista con la dueña en un saloon. Uno de los infinitos que había.
No iban mucho por Tombstone. Tenían más cerca Bisbee y Douglas. Y eran las
poblaciones que más visitaban.
Por eso no saludaron a nadie. Pidieron de beber ante el mostrador.
En ese local eran mayoría los mineros.
—¿Crees que conseguirá le nombre capataz? —dijo uno.
—Lo que Teal se propone es conseguir que toda la culpa recaiga sobre Sam. Dice que
así no podrían ser juzgados como cuatreros. Es lo esencial y lo que tratará de hacer ver.
—Pero de paso busca ser nombrado capataz. Aunque si el que había es detenido por
cuatreros, yo, como ayudante de él, no me presentaría aquí. Pensarán que tenía que
estar de acuerdo con él.
—Lo que viene a decir es que han llevado muchas reses del rancho, pero siempre por
orden del administrador.
Hablaron bastante y los minutos pasaron.
Cuando consideraron que había transcurrido demasiado tiempo, pagaron y salieron de
ese saloon
Sabían dónde estaba el local de Flo, que ellos conocieron antes como saloon.
Les llamó la atención que muchos curiosos iban corriendo ante ellos y en la misma
dirección.
Había un enorme grupo frente a ese local, pero al fijarse en la cara de tantos curiosos
temblaron.
Reconocieron en el que estaba colgado al compañero que esperaban.
Dieron media vuelta y corrieron hasta donde dejaron los caballos.
Montaron en ellos y les espolearen con crueldad.
No necesitaban informarse de nada.
CAPITULO VIII

Ante la vivienda principal del rancho, los tres jinetes vieron a cuatro vaqueros que les
contemplaban con curiosidad.
—¿La patrona? —exclamó uno, mirando a Joan.
—Sí —dijo al desmontar con facilidad.
—Hemos quedado nosotros solos. Han escapado los demás. Se asustaron porque
parece que colgaron al ayudante del capataz, Los dos que marcharon con él regresaron
diciendo que estaban colgando a los que intervinieron en el robo de ganado. Añadieron
que el capataz y el administrador habían confesado.
—Lo que indica que vosotros no habíais intervenido en ese robo —dijo Rogers,
sonriendo.
—Así es, Y lo curioso es que no nos dimos cuenta que estuvieran robando. Lo tenían
callado entre ellos. Muchos de los que han escapado no tenían nada que ver en esos
robos, pero han tenido miedo a no ser creídos. Lo han debido estar haciendo el capataz y
el grupo de sus amigos más íntimos. A los demás nos teman siempre muy alejados.
Rogers dijo que iban a necesitar vaqueros. Ya que ellos solos no podrían atender el
ganado que hubiera.
Observó a los cuatro con detenimiento y rapidez.
Tres eran las mujeres que atendían las viviendas y la cocina.
Sólo una de ellas estaba desde antes de marchar Joan y se acercó a saludar a la
muchacha con afecto.
Se mostró muy contenta de volver a ver a la joven
También Joan se alegró de hallar una persona conocida.
Dio instrucciones Joan para que preparan habitaciones para Flo y para Rogers.
Agatha, la que llevaba tanto tiempo, miró sorprendida a Joan y replicó:
—¿Amigo tuyo?
—Es el nuevo capataz.
—Si es así no debieras meterle en esta vivienda. Nunca lo han hecho...
—Ahora es distinto.
—A tu edad va a servir de murmuraciones —observó Agatha.
—No se preocupe por ello. Cejen que hablen lo que quieran. Aunque al primero que
descubramos lo hace, saldrá del rancho en el acto.
—Lo mismo si es hombre que si es mujer —añadió Rogers, mirando a Agatha—. Debe
tener usted cuidado.
—Lo que he dicho era por el bien de Joan —añadió.
Agatha desapareció, en la vivienda, y Joan miró a Rogers.
—¿Por qué no echaron a esa mujer? —preguntó él—. Por lo que observo, solamente
ella permanece de tu época. Cuando no la echaron, es porque les era leal. Te advierto
eme no me gusta. Ni las oirás tampoco. Como sucede con esos cuatro. Se han quedado
porque han creído que podían robar por su cuenta. Creyeron que ibas a llegar tú sola.
Ahora mi presencia les preocupa.
—No te fías de ellos, ¿verdad?
—Se han quedado para seguir robando —afirmó— Y procura, dentro de la casa, no
hablar más que lo que no tenga importancia. Esa mujer será la que dé cuenta de todo lo
que se hable.
Joan sonreía.
—Cuando vayamos a Tombstone buscaré otras.
—Buena medida —dijo Rogers.
—No creas me gusta se rían de mí —añadió ella.
—No des confianza a ninguna de las tres.
Entraron en la casa que tantos recuerdos tenía para Jean, que fue explicando los más
pequeños detalles sobre los objetos que encontraban.
Recorrió la casa con rapidez, impaciente por verlo todo.
Todo estaba como ella lo dejó.
Rogers salió al exterior por la puerta de la cocina y, al ver a los vaqueros que seguían
por allí, se acercó para hacerles hablar. Y lo hicieron de una manera amplia.
Al reunirse con las dos muchachas, dijo:
—El capataz vivía en esta casa. Y la más joven de las tres mujeres era su amante.
—La despediré —exclamó Joan.
—Me parece muy bien.
—Debes hacerlo con las tres. Nosotras podemos de momento atender a los que quedan.
Cuando vengan más vaqueros tendrás que buscar un cocinero, como se hace en todos
los ranchos de importancia. Y con una sola mujer para atender esta casa, tendrás
suficiente —dijo Flo.
Palabras que fueron aprobadas en su totalidad por Rogers.
Añadió él que era preciso visitar a Perkins para que se encargara de buscar vaqueros de
confianza.
Pidió que fueran ellas a Tombstone, mientras él recorría el rancho y se informaba del
ganado que había.
Pero Joan deseaba también recorrer el rancho.
Agatha apareció ante Joan para decir que estaban sin víveres y que sólo podía poner de
comida huevos.
—No te preocupes —dijo Joan—. Lo que haya. Iremos a por víveres nosotras dos.
Traeremos todo lo que haga falta. Supongo que seguirá existiendo el coche de dos ca-
ballos. Así recogeremos de paso nuestro equipaje.
—¿Es que te vas a quedar aquí?
—Si. Pasaré una larga temporada.
—Te echarán de menos tus tíos.
—También les echo de menos yo —exclamó un poco burlona—. ¿Están preparadas las
habitaciones?
—Sí —respondió.
—Iré a ver.
Sorprendió a Agatha esta decisión, pero no podía oponerse.
Joan, que recordaba perfectamente las habitaciones, al verlas preparadas para ellos tres
se echó a reír.
—¡Flo! —llamó.
Cuando acudió ésta, dijo:
—Ayuda a recoger las cosas a esta tonta. Va a marchar ahora mismo de aquí. Yo me
encargo de las otras dos.
—Tienes que perdonar, Joan, yo...
Pero fue interrumpida por una serie de golpes que le dio Joan, que hicieron caer al suelo
a Agatha, donde fue pateada furiosamente.
La caída pedía auxilio a gritos, llamando por sus nombres a los cuatro vaqueros que
estaban lejos de la casa.
Joan entró en la habitación d Agatha, que era de las mejores de la casa, y de cualquier
manera amontonó todo lo que pertenecía a Agatha.
Esta se había levantado y corrió al exterior en demanda de ayuda.
Joan salió también de la casa, llevando la ropa que había en la habitación y que dejó en
el suelo, diciendo a una de las otras dos:
—Que recoja esto y se largue de aquí. La colgaré si no lo ha hecho en el plazo de una
hora. Y ustedes dos con ella.
—No ha debido hacer eso con Agatha...
Joan entró en la casa para salir a los pocos minutos con un látigo.
—¡Largo de aquí o no pueden marchar por su pie!
—gritó.
—Nos iremos cuando recojamos nuestras cosas —dijo la amenazada.
—¡Una hora tienen para ello!
Agatha salió de la vivienda de los vaqueros.
Informado Rogers, se echó a reír y dijo:
—Yo prepararé el coche y llevará a estas tres a Tombstone.
—Queremos ir a Bisbee —dijo Agatha.
—De acuerdo —exclamó Joan—. Iremos contigo.
Flo estuvo de acuerdo.
—Nos deben dos meses —dijo la que fue amante del capataz.
—Lo siento, pero cuando salga tu amante de la prisión, sí es que sale, se lo pides —
repuso Joan.
El rostro de sorpresa de la aludida indicó a Joan que no imaginaba estuviera informada.
No volvió a decir nada. Las otras dos hicieron el viaje calladas.
Pero en Agatha se advertía que estaba furiosa. Sin duda no podía imaginar que fuera
despedida del Dos Aros.
Detuvo Rogers el coche en el centro de la primera plaza que halló.
Los curiosos que había en ella les miraban atentos y saludaron a las mujeres.
Agatha era muy conocida allí. Solía ir personalmente a efectuar las compras en el
almacén.
Algunos conocían a Flo y los demás imaginaron que una de esas dos jóvenes era la hija
de Kisy.
Agatha, al desmontar, se encamino decidida a la oficina del comisario del sheriff, ya que
el titular lo era de Douglas también.
Estuvo hablando a su modo con él y el comisario salió para hablar con los tres
forasteros.
Joan, Rogers y Flo habían entrado en el almacén.
Las dos muchachas iban relacionando lo que necesitaban y deseaban les sirvieran.
Rogers se asomó a la ventana, para contemplar a los curiosos ciue se habían
congregado frente a la puerta.
Frunció el ceño al ver que el comisario apartaba a los curiosos y entraba decidido en el
almacén.
—¿Quién es Joan Kisy? —preguntó.
—Yo soy —dijo la aludida.
—¿Por qué ha despedido a las empleadas del rancho sin abonarles lo que se les debe?
Además, ha castigado a Agatha en un abuso de diferencia de edad y...
—¡Un momento, comisario! —dijo Rogers—. Debiera estar contenta esa mujer que ha
estado ayudando al robo de ganado en ese rancho. Debiera ser colgada por ese delito y
aún se atreve a reclamar... Que reclame al administrador y al capataz que están en la
prisión de Tombstone, esperando a ser colgados por cuatreros. Han confesado que esas
mujeres les ayudaban en el robo de ganado. Por eso no podían seguir en el rancho.
—Es cierto que han estado robando ganado en el Dos Aros. Lo han hecho sin el menor
disimulo —comentó uno—. En los ranchos de por aquí hay ganado Hereford seleccionado
por Kisy. Y lo han adquirido barato.
—¡Vaya! —exclamó Rogers—. Y sin duda el comisario sabía que ese ganado era
producto del robo, ¿verdad?
—Los que vendían estaban autorizados a ello —replicó el comisario.
—Pero usted sabía que era un robo. Son reses que se pagan más caras que las otras y si
aquí se vendían a bajo precio, indicaba que no eran los dueños quienes vendían, ¿verdad?
¿Le daban parte de ese fruto del robo?
El comisario levantó la mano para castigar a Rogers, pero éste la cogió en el aire
oprimiéndole con fuerza y arrancando un grito de dolor.
Metió Rogers una rodilla en el vientre del comisario, al tiempo que le daba con la otra
mano en la nuca.
Se inclinó hacia él y le arrancó la placa de comisario, diciendo:
—No quiero colgarle con este adorno. ¡No hay duda que es un cobarde! Les ha dolido
que haya terminado el robo en el Dos Aros. Debían vivir con holgura a costa de ese
ganado.
—Era muy amigo del capataz —comentó uno—. Eso es verdad.
—Y en el rancho de su hermano hay muchas reses del
Dos Aros —añadió otro—. Es cierto que han debido robar mucho ganado.
—Todas esas reses van a regresar al rancho —dijo Rogers.
El inconsciente empezó a moverse.
Sacudía la cabeza repetidas veces para despejarse.
Apoyó una mano en el suelo para levantarse, pero el pie de Rogers entró de lleno en la
boca, haciéndole caer de espaldas, boca arriba.
—¡Déjale ya, Rogers! —dijo Joan—. Tiene bastante.
—Ayudaba a tu capataz en el robo de ganado. Es un cuatrero. ¿Quién me da una
cuerda?
Pero los curiosos se apartaron asustados sin atender el ruego de Rogers.
Rogers les miró con desprecio.
El dueño del almacén medió para decir:
—No ha debido hacer eso con el comisario. Cuando sus hermanos se enteren... Lo siento
pero, después de esto, no puedo darles víveres ni nada.
Rogers se acercó sonriendo a él.
—Ha dicho que no puede darnos víveres, ¿verdad?
—Sí. No quiero que...
La cabeza del almacenista iba de un lado a otro a los pocos segundos que permaneció en
pie.
La mujer del golpeado y caído empezó a gritar pidiendo auxilio y demandando que
disparasen sobre Rogers.
Sorprendió a los curiosos ver a Joan, que castigó a la mujer lo mismo que Rogers había
hecho con el esposo. Y con la misma eficacia.
Entró Rogers en el almacén y cogió dos cuerdas.
Sin dejar de vigilar a los curiosos, colgó al matrimonio de los pies.
Y con un látigo que también sacó del almacén, les dio una tremenda paliza.
La piel salía pegada a los trozos de ropa.
Subieron los tres al coche y se alejaron sin más complicaciones.
Los curiosos, al desaparecer el coche de la plaza, descolgaron a los almacenistas y
atendieron al comisario.
El doctor había ido a un rancho para atender a un alumbramiento.
Ante esta ausencia les atendieron algunos, haciendo lo que consideraban oportuno.
El matrimonio no cesaba de quejarse. Las heridas que tenían en todo el cuerpo eran
profundar, y al enfriarse dolían mucho más.
Insultaban a los que les atendían por no haber matado a ese muchacho que les castigó
así.
El comisario tardó más en volver en sí. Y también estaba muy dolorido. Especialmente
la boca, donde si le quedó algún hueso, estaría fracturado.
Una hora después entraban en el almacén los hermanos del comisario que, apartando
a todos; preguntaron qué había ocurrido.
—Debiéramos mataros a todos por cobardes. Habéis dejado que un solo hombre
hiciera esto —decía uno de ellos—. Pero iremos a buscarle y no quedará sin castigo. ¡Que
venga en busca de las reses que tengo de ese rancho! No creo se atreva. ¡Pero me
alegraría lo intentara! ¡Y entraré a por más ganado!
Reía a carcajadas.
El miedo que tenían a esos hermanos impidió que atendieran a Rogers en su demanda
de una cuerda.
La situación del comisario aconsejó a los hermanos a ir en busca del doctor, al que
hicieron regresar al pueblo sin tener en cuenta el estado de la mujer a la que estaba
atendiendo.
Reconoció al comisario y exclamó:
—No puedo hacer nada. Hay muchos huesos fracturados.
Y no creo que pueda salvarse. Le han destrozado el rostro. Si se salvara, que lo dudo, ha
de sufrir muchísimo.
—¡Me hago cargo de la plaza y cargo de comisario! —dijo uno de los hermanos—.
Necesito un grupo de jinetes para ir a por ese asesino.
Como, al hablar, recorría con la mirada a los reunidos, éstos dijeron que estaban
dispuestos.
Pero el nuevo comisario entendió que eran pocos y pidió que fueran a por más.
El doctor dijo que no movieran al herido de allí. Y le atendió lo mejor que sabía.
Mientras, el grupo de jinetes iba aumentando.
Por fin, cuando había veinte, aparte de ellos dos, dijo el que se puso la placa que ya
eran bastantes.
Todos ellos eran conocedores del terreno. Y galopando de firme, avistaron pronto las
viviendas.
Pero no estaban en ellas ninguno de los tres jóvenes. Habían ido a Tombstone en
busca de vaqueros y de víveres.
Los cuatro vaqueros que quedaban al ver a esos jinetes se asustaron. Pues todos ellos
desmontaron con las, armas empuñadas.
Preguntaron por Rogers y, al saber que no estaban en el rancho él ni las muchachas, los
dos hermanos entraron en la vivienda principal y destrozaron todo lo que hallaban a su
paso.
El que llevaba la placa quiso incendiar la casa, pero su hermano lo impidió, diciendo:
—¿Quieres que los militares se encarguen de nosotros? Y el juez Perkins.
Pero estaba tan excitado que el hermano se asustó de él.
Y con el petróleo de las lámparas, prendió fuego a la casa.
Los que les acompañaban se asustaron al ver el incendio y escaparon de allí.
Los cuatro vaqueros lucharon para sofocar el fuego, cosa que consiguieron a duras
penas, pero sin evitar que gran parte se convirtiera en ceniza.
Y marchó uno a Tombstone para dar cuenta de lo sucedido.
CAPITULO IX

Jack Morton se quedó como comisario en el puesto de su hermano.


El herido iba mejorando, aunque con lentitud.
Hacía tres días que incendió la casa del Dos Aros, alarde que comentaba Orgulloso y
riendo ante sus paisanos.
El matrimonio del almacén estaba bastante mal a causa de las heridas inferidas por
Rogers con el látigo.
Había un bar, cerca del almacén, y allí solía estar Jack hablando de sus aventuras en los
años que faltó del pueblo.
Los oyentes sabían que gran parte de esa ausencia había estado encerrado en una
prisión de Texas.
Solía presumir de ser el mejor cambiador de marcas de la frontera. Sin embargo, no
había conseguido hacer desaparecer los dos aros de las reses del Dos Aros.
Cuando alardeaba de su habilidad y le recordaban lo de los dos aros, se enfadaba e
insultaba al muerto Kisy por haber puesto esa marca a su ganado.
Las reses que tenía en el rancho y en las que intentó demostrar su habilidad,
demostraban bien a las claras el intento del cambio. Y de estas reses iban aprovechando
la carne, ya que las iba sacrificando para que no se burlaran de él los amigos.
Su rancho era de los tres hermanos. Y se habían ido apoderando de pastos y terrenos
inmediatos, así como el ganado que les convenía, sin que se atrevieran a enfrentarse con
ellos de una manera abierta.
Les tenían mucho miedo, porque sabían que habían andado por ahí, en equipos de
cuatreros y manejando las armas sin el menor escrúpulo.
El terror y el plomo eran las monedas que usaban en sus adquisiciones que nadie se
atrevía a discutir.
Los rancheros vecinos y perjudicados por ellos, no se atrevían a reclamar ni a presentar
denuncia ante el sheriff de Douglas... Sabían que las consecuencias no se harían esperar,
Y por amor a sus familias, preferían callar y dejar se apropiaran de parte de sus terrenos.
Los cinco vaqueros que tenían a su servicio eran como ellos y llegaron de lejos en su
compañía.
El hermano herido no hacía más que pedir que arrastraran a quien le puso así y le
llevaran ante él para verle morir.
Jack le prometió que así lo haría, pero que era preciso confiar a ese muchacho.
—Es mejor —le dijo— que estés en condiciones de devolver la paliza. Nosotros te lo
traeremos amarrado a la cola de mi caballo.
El herido sonreía pensando en el placer que suponía poder hacer eso.
Estaba en el bar, comentando asuntos de ganado, cuando desmontaron tres jinetes
ante la puerta.
Con la mano en la culata del revólver se asomó Jack.
Y se echó a reír al tender su mano en un saludo cordial.
—¿Qué haces por aquí? —preguntó Jack.
—Vengo a veros. ¿Y tus hermanos? ¡No me digas que eres el comisario!
Y reía el visitante a carcajadas.
Hablaban los dos en voz baja.
Jack explicó lo sucedido con su hermano Charles.
—Pues venía a proponerte un buen trabajo —dijo el visitante.
—Puedes hablar. Si interesa... Pero pasad, podemos hablar mientras bebemos.
Una vez sentados, el visitante presentó a sus amigos.
—Sabes que hay una Asociación de Ganaderos, ¿verdad?
—Pues claro. Como que formamos parte de ella —dijo Jack, riendo
—Van a formar un grupo de caballistas al servicio de la misma. Me han nombrado jefe
de ellos, y me acordé de vosotros...
—Tenemos un rancho y la ganadería va aumentando. No nos interesa trabajar.
—Creo que podréis atender las dos cosas. Podéis estar en esta zona. Y el ganado que se
extravíe de otros ranchos, podéis retenerlo en nombre de la asociación, y ésta os dará
por cada res, tres dólares.
Jack se echó a reír.
—Las reses que se extravían, pasan a nuestros pastos
y por ellas recibo lo que paguen los compradores. ¡Integro su precio! ¿Comprendes?
—Las ventas de ganado a los que no lo hagan por medio de la asociación se les va a
poner muy difícil, Morton.
Y si encontraran las autoridades reses en tu rancho con otros hierros, siempre podrías
justificarte, diciendo que son de la asociación que tiene a todos los rancheros de esta
parte incluidos en la misma.
—He dicho que formamos parte de esa asociación. Pero en el ganado que pasa a
nuestros pastos, no nos agrada dar parte a nadie. Debes comprenderme, Zack... Y esa
asociación sin los ranchos que le faltan, no pasará de la nada.
—Van a formar parte los tres de la asociación.
—¿Es posible? —dijo Jack sonriendo—. No parecen muy dispuestos los dueños.
—Cambiarán, Morton. Cambiarán.
Y el llamado Zack se echó a reír.
—Creo que comprendo... —dijo Jack.
—Mi sistema es bastante convincente. Por eso me han llamado. Se cansaron de esperar.
Hay frutos que también maduran a palos. Este es uno de ellos. Debieras unirte a
nosotros.
—Ganaríamos menos que así, No me interesa.
—¿Conoces buenos jinetes que estén dispuestos?
—Sólo me fío de mi —dijo Jack—. ¿Has traído tu equipo?
—Algunos. Los otros se encariñaron los rurales con ellos. Hay más oxígeno aquí que en
Texas. Bueno, eso lo sabes bien.
—¡Malditos! —exclamó Jack.
Estaban terminando de beber cuando entraron unos militares.
Sorprendió a Jack ver que iba el mayor Holm al frente de éstos.
El mayor miró a los reunidos, en silencio. Y se encaminó al mostrador,
Pero, al mirar la placa de comisario en el pecho de Jack, se acercó a decir:
—Había creído que el comisario lo era su hermano.
—Es que hubo un incidente y me hice cargo de ella —tocaba la placa— hasta que
Charles mejore.
—¿Vaqueros suyos? No recuerdo haberlos visto por aquí.
—No. Son jinetes de la Asociación de Ganaderos de Tombstone.
—No sabía que esa asociación tuviera caballistas suyos.
Tenía entendido que cada ganadero se servía de los propios.
—Son nuevas disposiciones —dijo Zack—. Es mucho más útil tener caballistas al
servicio de la asociación.
—Si lo pagan los que la dirigen no está mal. Pero si han de ser pagados por los
asociados, temo que no sean admitidos. Supondría vender sus reses mucho más baratas
que si lo hacen ellos directamente. Creo que es un mal paso dado por míster Teal y sus
socios Charters y Leicester. La creación de estos caballistas, es la defunción definitiva de
esa asociación. ¿Cuál será la misión de ustedes?
—Trasladar el ganado hasta los encerraderos.
—Eso lo hacen los propios vaqueros de cada rancho. Es un gasto inútil.
—Debe entender mucho de asuntos militares, mayor, pero de ganado temo que no sea
mucho lo que que entienda.
—Hasta ahora, no creo haber dicho una tontería, ¿verdad? Usted es tejano. ¿Es que se
ha puesto difícil la ruta? Espero verles en las fiestas próximas de Tombstone. Acudirán
varios jefes de los rurales y agentes... ¿Tienen amigos entre ellos? Míster Morton anduvo
por allí. ¿Se conocieron entonces?
—¿Es un delito haber estado en Texas? —dijo Jack.
—Lo es robar ganado y cambiar marcas. ¿Cuánto tiempo estuvo detenido? ¿Creía que
lo ignorábamos? En estos momentos, el sheriff y algunos rancheros, con jinetes de éstos,
están en su rancho, míster Morton. Es de suponer que no encontrarán reses remarcadas,
ni con hierros distintos del suyo.
Jack palideció intensamente.
—Si hay alguna res que no sea mía se habrá metido en mis pastos. Iré a ver que...
—Debe esperar aquí. No han de tardar en llegar el sheriff y sus acompañantes.
—No quiero que puedan interpretar mal el hecho de encontrar alguna res extraña...
—No se preocupe. Si se han metido en sus pastos, se las llevarán los propietarios, ya
que han de ser de sus vecinos. Y eso sucede con frecuencia. Sería distinto si las reses no
suyas procedieran de más lejos.
Dábase cuenta Jack de su verdadera situación.
Las reses que iban a encontrar en su rancho no serian de los rancheros vecinos, sino de
muy lejos, llevadas por ellos.
Ello suponía un peligro inminente de cuerda.
Tenía que salir de allí para poder huir en el caso de
que descubrieran la verdad.
—Debo ir, mayor —añadió tratando de salir.
Pero dos soldados, a una señal del mayor, se pusieron ante él.
—Debe tener paciencia y esperar aquí —aconsejó, el mayor—. Me ha rogado el sheriff
que así se lo indicara,
Y hay otra cosa, míster Morton. He recibido orden del gobernador de aclarar lo del
incendio de la casa del Dos Aros. Los interrogados por el sheriff, a instancias mías, le
acusan a usted de ese hecho.
—Bueno... Estaba excitado por lo que hizo con mi hermano el nuevo capataz. Creo que
me excedí. Lo reconozco. ..
—Ni el rancho ni la casa podían ser culpables de lo que el capataz hiciera, y lo que usted
hizo es un grave delito. Debo entregarle a disposición del juez Perkins, que es el que le
reclama. ¡Háganse cargo de él!
Jack miraba en todas direcciones como fiera enjaulada al sentir que le quitaban el
revólver de la funda.
—Digo que estaba furioso por lo que hizo con mi hermano.
—Todo eso, al juez Perkins. Yo nada puedo hacer.
Zack y sus dos acompañantes se pusieron en pie.
—No tengan prisa, caballeros. Creo que el sheriff deseará hablar con ustedes también.
—Nada tenemos que ver en esto... —dijó Zack, asustado.
—¿No habrán venido buscando reses remarcadas?
—¡No! —gritó—. Pregunten a míster Charters y míster Teal. Somos caballistas de la
asociación.
—No sabíamos que existieran esos caballistas... —añadió el mayor.
—Es cierto. Pregunten a ellos.
—No se preocupe. Lo hará el sheriff. Pero deben esperar a que llegue.
—¡Mire, mayor! —añadió Zack—. Le estoy diciendo que nada teníamos que ver con lo
que hayan hecho Jack y sus hermanos.
El mayor hizo otra señal y los tres fueron desarmados, como Jack.
—¡Maldita sea la hora en que vine a verte, Jack! —exclamó Zack—. Si estáis robando
ganado, nada tenemos que ver nosotros. He venido a ofrecerle que trabaje para Ja
asociación como caballista. Que lo diga él.
—¿Cuánto tiempo hace que se conocen? —preguntó el mayor.
—Nos conocimos en Texas. Es verdad. Estuvimos en la ruta.
—¿En el mismo equipo?
—Sí. No es un delito.
—No ha dicho que lo sea. Sólo pregunto.
—Pero nos han desarmado como si fuéramos unos delincuentes...
—Lo hago por el bien de ustedes. Podían tener malos pensamientos.
—Deben preguntar a esos caballeros de quienes hablé.
—Lo harán —añadió el mayor.
—Y si nada tenemos que ver con lo de Jack, ¿por qué no podemos marchar?
—Deben esperar la llegada del sheriff. Ha de agradarle saber qué hacen en su
jurisdicción.
—Ya lo he dicho que venía a ver a Jack por si querían trabajar de caballistas con
nosotros.
—¡Ahí llegan! —dijo un soldado.
Miró Jack por la ventana y vio que su hermano menor llegaba con las manes amarradas.
Dando un salto enorme alcanzó la ventana y, una vez en la calle, echó a correr.
Unos disparos dieron con él en el suelo.
Tenía las piernas inutilizadas.
Rogers, con sus armas empuñadas, se acercaba a él acompañado por el sheriff de
Douglas.
—Intentabas escapar, ¿verdad? —decía el sheriff.
—He visto a mi hermano con las manos amarradas y me he asustado.
—Sabes que habéis estado robando ganado. Lo habéis hecho desde niños —decia el
sheriff—. No creáis que me teníais engañado.
—Y se ha puesto la placa de comisario —observó Rogers riendo—. ¿Es éste el
especialista en cambios de hierros? La mayor parte de las reses que hay en su rancho
son robadas. Y mi consejo, sheriff, es que no pierda el tiempo con juicios. No hay más
que un castigo para los cuatreros: ¡la cuerda! Además, este cobarde es un incendiario.
Los que acompañaban al sheriff, excitados por las palabras de Rogers, lincharon a los
dos hermanos.
Era cierto que habían encontrado en el rancho ganado con distintos hierros y el que
llevaban detenido había confesado que robaron esas reses.
Los vaqueros que tenían con ellos, escaparon dos y los otros fueron muertos cuando
huían.
Zack y sus acompañantes presenciaron desde el bar el linchamiento de los hermanos.
Estaban aterrados.
El sheriff y Rogers entraron en el bar.
Rogers miró curioso a los tres que estaban allí sin armas.
Explicó el mayor quiénes decían ellos que eran y que les encontró conversando
alegremente con Jack Morton.
—Así que la asociación ha decidido traer caballistas a su servicio —dijo Rogers—. Y
éstos han venido de la ruta...
—Hemos estado en ella hace tiempo. No venimos de allí.
—Veamos —dijo el sheriff—, ¿De dónde habéis venido? ¿Con quién estabais
trabajando?
—Hemos estado en varios ranchos.
—Nombres y emplazamiento de los mismos —pidió el de la placa.
—Ahora estábamos en El Paso... Y nos hablaron de la asociación y de que hacían falta
caballistas... —dijo Zack.
—¿Quién os habló tan lejos de esa asociación?
—Parece que míster Teal y Charters les conocen.
—Sí —añadió Zack—. Ellos pueden responder por nosotros.
—¿Y quién responde por ellos? —exclamó Rogers riendo—. Les conocisteis en ía ruta,
¿no es así?
Se miraron los tres sin atreverse a responder.
—Debes decirles que le conoces hace tiempo —dijo uno de los acompañantes a Zack—.
Le han hecho a éste jefe de los caballistas de la asociación. Le han llamado ¿ara eso. Lo
que indica que son muy amigos.
No agradaba a Zack que hablara así su acompañante,
—Bueno, si míster Teal responde por él... —añadió Rogers—, Debemos dejarles
marchar. No parece que estuvieran mezclados con los Morton en el robo de ganado que
estaban realizando por aquí.
—Claro que no hemos intervenido —dijo Zack, más tranquilo.
—De todos modos, bueno será que el propio Teal nos diga que es verdad que responde
por estos tres —dijo el mayor.
—Creo que tiene razón. Que les lleven los soldados y nosotros hablaremos con el
abogado. Pueden esperar en el fuerte nuestras noticias.
—No tienen derecho a llevamos al fuerte.
—Solamente estarán allí hasta que hablemos con Teal.
—Tenemos trabajo.
—No creo que haya ganado para conducir. Y de haberlo —medió el sheriff— lo llevarán
los vaqueros de los ranchos, como lo han hecho hasta ahora. Lo que no me explico es la
razón de tener caballistas a sueldo cuando no son necesarios.
—No conocemos los planes de la asociación —dijo Rogers sonriendo.
—Pero no es muy difícil imaginarlo, ¿verdad? —apuntó el mayor.
—Desde luego. Pero nos lo explicarán cuando hablemos con Teal. Fue éste quien os
llamo, ¿no es cierto?
—Fue Charters —dijo Zack—. El presidente de la asociación.
—¡Ah! —exclamó Rogers, sonriendo más acentuadamente—. ¿No conocían a Teal?
—Sí, pero el que nos llamó fue Charters —dijo Zack.
—¿Y ellos sabían que estabais en El Paso?
—Sí.
Rogers sonreía.
Hizo señas al mayor y al sheriff y los soldados se llevaron a los tres caballistas al fuerte.
De nada les sirvieron las protestas.
CAPITULO X

Se sorprendieron los que estaban en la oficina de la asociación al ver entrar al mayor,


acompañado de Rogers.
Teal fue el primero en levantarse y saludar al militar con una sonrisa.
Charters y Leicester miraban a los dos con todo interés.
—Sólo vengo a hacerles unas cuantas preguntas —dijo el mayor—. ¿Conocen a un tal
Zack? Asegura que ustedes pueden responder por él porque le conocen perfectamente
desde que anduvieron juntos por la ruta. Afirma que ahora es el jefe de no sé qué
caballistas de la asociación. Supongo que miente porque no sabe nadie que esta
organización tenga caballistas a su servicio.
—Verá, mayor. Hemos entendido que unos caballistas a nuestro servicio, pueden
sernos útiles en cualquier momento. Y decidimos avisar a ése, que es un gran jinete. Está
acostumbrado a mandar porque ha tenido equipo suyo. Era un ganadero muy conocido
en una región de Texas.
—¿Quiere decir en qué región? —preguntó el mayor.
—Entonces, es verdad que es un hombre al servicio de la asociación.
—Desde luego. Lo es —afirmó Teal—. Y nosotros respondemos por él.
—No me ha dicho en qué región era un ganadero conocido.
—No lo sé con exactitud...
—Debe hacer memoria —dijo el mayor—. Es muy interesante que lo haga.
Teal palideció. Se daba cuenta que no eran preguntas de rutina, sino que comprobarían
lo que dijera.
—No, lo recuerdo, mayor. Lo siento.
—Es que no coincide con lo que él ha dicho. No ha hablado de haber tenido equipo
propio nunca. Se lo pregunté y lo ha negado. Ha trabajado para otros.
—Me habrá parecido entonces a mi...
—Vamos, míster Teal —dijo Rogers por primera vez—. Debe recordar. Usted le conoce
muy bien. Y míster Charters también. Se lo que nos ha asegurado. Cosa que ha sor-
prendido al mayor, porque tenía entendido que ustedes se han conocido aquí...
—Habrá ¡labiado así para darse importancia.
—¿importancia por decir que le conocen ustedes? He lo comprendo.
—Debe ser conocido y estos caballeros lo han asegurado. Ya ha oído a míster Teal que
responden por ellos. ¿Han dado cuenta a los asociados de lo de los caballistas?
—No es necesario. Tañemos su voto de confianza durante dos años.
—Pero una cosa así es necesario hacerla saber. Claro que si les pagan ustedes de su
bolsillo particular, no hay duda que no están obligados a decir nada.
—¿Les van a pagar así? —preguntó a Teal.
—¿No crees que esta pregunta no tienes autoridad para hacerla? Tu patrona no quiere
formar parte de la asociación.
—He venido a informarme de su reglamento para si nos interesa entrar en ella. Esos
caballistas han dicho que nadie podrá vender su ganado si no es por conducto de ustedes.
Y eso interesa a todo ganadero... ¿Es cierto que no podrán vender los que no esten en la
asociación?
—No es que no puedan vender; lo que sucede es que nosotros tendremos preferencia
para hacerlo. Y el material ferroviario vendrá a nuestro nombre.
—¡Vaya! Es un privilegio que se tendrá en cuenta.
—¿Ha pasado algo con esos caballistas? —preguntó Charters.
—Han sido sorprendidos con dos cuatreros, que fueron colgados. Eran muy amigos
suyos. Nos referimos a los Morton. Ustedes les conocían también. Ellos lo afirmaron antes
de morir.
—No creo que Zack estuviera complicado en ese asunto. Es que necesitan más
caballistas y seguramente fue a convencerles para que trabajaran con él.
—Es lo que afirma, desde luego.
—Pues ha de ser verdad. Crea, mayor, esos muchachos son buenos jinetes, pero se
puede confiar en ellos.
—¿Cuántos caballistas están reclutando? —preguntó el mayor.
—Entendemos que con doce hay suficientes. Así no tendrán los ganaderos que distraer
a sus vaqueros.
—Bien. Si ustedes responden por esos tres, no tendré más remedio que dejarles
marchar. Están en el fuerte a mi disposición.
--Pero no estoy satisfecho. Me da la impresión que no es cierto conozcan a estos
caballeros en la forma que ellos han dado a entender.
—No quiero meterme en asuntos que no son de nuestra competencia —añadió el
mayor—. Les dejaré marchar así que regrese al fuerte.
Y salieron de la oficina de la asociación.
—¡Esos memos! —exclamó Teal—. No han debido decir que son amigos nuestros y que
nos han conocido en la ruta.
—Ya no_ tiene remedio. Cuando vengan por aquí, que marchen. No quiero que les
hagan hablar lo que no interesa se sepa —dijo Charters.
—Ha sido una fatalidad que les hayan encontrado con esos hermanos. Iban a
convencerles porque eran ideales a nuestros propósitos.
Siguieron discutiendo; todos estaban muy contrariados.
Seguían discutiendo cuantío se presentaron seis ganaderos que figuraban en la
asociación.
Uno de ellos, después de saludar, preguntó:
—¿Es cierto que la asociación está contratando caballistas?
—Entendemos que son necesarios. Ya saben que no haremos nada que vaya contra los
intereses de ustedes.
—Ya decía yo... Es que éstos temían que fueran pagados con los fondos comunes de la
asociación. Pero si son por cuenta de ustedes...
—Nadie ha dicho que sean por cuenta nuestra. Tendrá que ser la asociación la que les
pague.
—¡No! ¡Eso sí que no! ¡Por lo menos, no estamos nosotros de acuerdo! Así que desde
este momento, nos damos de baja en la misma. Y puesto que ya no formamos parte,
nada nos interesa lo que hagan. ¡Vamos! Ya saben. Los seis, bajas de la asociación.
Y salieron sin esperar a que reaccionaran los que estaban en la oficina.
—¡Esto es obra del mayor! ¡Van a visitar a todos los demás! Y no os hagáis ilusiones...
Dentro de tres días, la asociación no tendrá más que a nosotros y a los caballistas
—dijo Leicester—. Ha sido una tontería hacer venir a Zach.
—Estábamos de acuerdo en que era el hombre indicado.
—Pues ya veis las consecuencias. Esto se acabó. Podemos cerrar.
—Ha sido una desgracia lo de los hermanos Morton.
—La desgracia ha sido que Zack estuviera con ellos. Ahora imaginan que vamos a robar
ganado...
Catorce ganaderos, de los más importantes, se acercaron a la oficina a notificar que
causaban baja en la asociación.
Los restantes, en un esfuerzo, podrían reunir mil reses entre todos.
Los que tenían en el encerradero fueron a dar cuenta que se habían llevado el ganado
que había de los catorce ganaderos que se dieron de baja.
—No han debido dejar que se llevaran las reses.
—Han asegurado que no forman parte de la asociación y que ese ganado es suyo. No
podía negarme. Iba el sheriff con ellos.
—Éstá bien —exclamó Teal.
Pero al salir los empleados, exclamó:
—No hay duda. Se acabó la Asociación. Hemos fracasado.
—¿Y los caballistas?
—Se les dice la verdad.
—Querrán cobrar. Cosa justa.
—Ante una causa de fuerza mayor... No deben insistir ni reclamar.
—Será muy conveniente pagar —dijo Charters—. Vamos a ganar mucho. Y que se alejen
de aquí.
No había medio de ponerse de acuerdo.
Pero los tres estaban asustados y contrariados.
Los ganaderos culpaban a Teal como promotor de los caballistas.
Y éste decía que estuvieron de acuerdo antes de llamar a Zack.
No aparecieron por un local de la ciudad.
Pero al otro día por la mañana, a la hora de abrir la oficina, estaban esperando los que
faltaban para darse de baja.
Y a media mañana, la Asociación se componía solamente de dos ganaderos: Charters y
Leicester.
Todo Tombstone comentaba el derrumbamiento de esa Asociación.
Los ganaderos que se dieron de baja andaban por los locales, comentando su decisión y
mostrándose muy contentos por haberla adoptado con valentía.
El periodista entró furioso en la oficina.
—¿Qué ha pasado? —preguntó—. Todo se ha venido abajo, ¿verdad?
—El asunto de los caballistas.
—Aseguré que resultaría sospechoso. Habéis cometido el mismo error que en Texas...
—Teníamos que conseguir los ranchos que interesaban.
—Y ahora, ¿qué?
—En la forma que la Asociación se mantenía, no podía durar mucho. Es mejor que se
haya derrumbado de una vez.
—¿Y qué hay de todo ese dinero que íbamos a conseguir? —dijo el periodista.
—Habrá que buscarlo de otro modo. Nuestros ranchos no valen más de cien dólares. Y
el ganado es poco. Robar es peligroso después de lo sucedido a los hermanos Morton.
Y el que estuviera Zack con ellos.
Teal estaba furioso. Sabía que se iban a reír de él en la ciudad.
El periodista marchó muy contrariado también.
No le agradaba el fracaso de la Asociación.
Y el asunto de las minas no lo veía muy claro tampoco.
No le agradaba tener que marchar de allí sin un centavo cuando se habla hecho a la idea
de que iba a conseguir una fortuna.
Y mientras se dirigía al periódico iba pensando en algo que les diera lo que fueron a
buscar.
Se detuvo un momento, distraído con la idea que apareció como una luz en el laberinto
de su cerebro y sonrió para sí.
Tenía que hablar con Zack. Era imprescindible.
Entró en el taller, donde componía personalmente el periódico y sentóse a madurar la
idea surgida.
Charters, por su parte al llegar a su rancho, comentó con el capataz el fracaso de la
Asociación y los dos culparon a Teal de ello.
—Otra vez, teniendo en la mano la solución se escapa como por arte de magia —
exclamó el capataz—. También lo de Texas falló a última hora.
—No hemos sabido convencer a los que interesaban —confesó Charters—, Pero no se
van a reír de nosotros.
—No creo que interese seguir en este rancho que apenas si tiene pastos... Volver al
ganado, aquí, es peligroso. Es un mercado muy reducido y hacer llegar las reses robadas
más lejos, es algo casi imposible. No hay una Ruta como en Texas, con un amplio camino
de nadie. Una manada por aquí llama en seguida la atención y el camino dejado a este fin,
es demasiado estrecho. Habría conflictos con los propietarios de los terrenos colindantes.
—Desde luego, aquí lo del ganado es para pequeñas cantidades. No interesa. Kay que
pensar en algo más positivo aunque tengamos que salir a uña de caballo. Nos vamos
haciendo viejos y, después de tanto rodar, no hemos sacado nada práctico.
—Tea! se ha dedicado ai asunto de las minas. Están expoliando en silencio y debe tener
ya su buena cantidad ahorrada.
—Creo que nos ha estado engañando y que no le importa mucho lo de la Asociación.
Hasta creo que mandó venir a los caballistas, en la seguridad de que provocaría el
desastre. Lo que quería es desligarse de este asunto.
Charters, después de hablar con su capataz y socio, marchó a visitar a Leicester en su
rancho.
Lo que habló con él era parecido a lo que comentó con el capataz.
Y al final se pusieron de acuerdo para hacer algo que les produjera un buen beneficio y
para no tener que andar como hasta entonces.
Pero cuando Hank supo lo que hablaban, exclamó:
—Este rancho, si se atiende bien, puede dar dinero. No para todos, pero sí para
nosotros. Podemos vivir tranquilos y sin tener que estar huyendo a todas horas. La
ganadería valdrá más cada día que pase. Y podremos criar hasta tres mil reses sin falta de
pastos. ¿No crees que es suficiente? Si se venden quinientas cada año, supone una cifra
muy respetable.
Charters insistió hasta que marchó, sin convencer al hijo de Leicester.
Al quedar solos padre e hijo, añadió éste:
—Mira, papá. Es posible que haya sido de los más adictos a la vida anterior. Pero hace
tiempo que estamos aquí y hasta lo de la Asociación éramos respetados y estimados.
Cosa que nunca nos sucedió. Recuerda que no hemos hecho más que estar huyendo
siempre y hasta cambiando de nombre y de aspecto. Me agrada hoy mucho más ser
respetado que no temido, y ya sabes que antes era el más violento, si quieres, de todo el
grupo. No había sabido apreciar lo que en realidad vale la tranquilidad y el respeto ajeno.
Hemos estado a merced de Teal y de Charters. Ellos se erigieron en cerebros del grupo.
¿Se ha conseguido algo práctico? Ahora, como te decía antes, tenemos una base. Un
medio de vivir con cierta holgura y hasta de llegar a hacer una fortuna con ahorros.
¿Sabes lo que van a proponer? Lo imagino. Un atraco al Banco. A la diligencia, a lo que
sea. Y de nuevo a estar huyendo con el peligro siempre sobre nuestras cabezas y vivir en
constante inquietud. Eso, si no fracasa lo que proyecten y nos matan. Hazme caso. Di que
estás cansado de rodar. Que quieres seguir aquí, en este rancho. Vamos a suponer que se
comete un atraco al Banco y que se consigue una alta cifra. ¿A cuánto tocaríamos? A
mucho menos de lo que se puede obtener de la venta da quinientas reses en un año aquí.
Creo que ha llegado el momento de soltar amarras y de vivir nuestra vida. ¡Apártate de
ellos!
El padre escuchaba en silencio.
—No es posible olvidar un largo período de delitos. No me permitirán apartarme...
Supondrán una deserción o una traición y me matarían.
—Creo que en estos momentos no saben qué hacer, De lo pasado hicisteis un reparto
justo. Tú compraste este rancho. Charters el suyo. Los demás hicieron con su dinero lo
más conveniente para ellos
—Has cambiado mucho, Hank...
—Cambio que se ha producido en pocas horas. Lo confieso. Pero estoy decidido a
cambiar. O no seguir a tu lado si te obstinas en continuar con ellos. Buscaré trabajo de
cow-boy. Lo que sea, Pero no quiero seguir así.
—No hables con ellos. No quiero que te maten. Y lo harán,
—También tengo armas y es lo único que aprendí bien.
—Lo harían por la espalda porque saben que les superas de frente. Es lo que me
asusta,
—No quiero seguir así. Si no quieres que estemos aquí, vende el rancho y el ganado y
nos vamos lejos. Donde no vuelvas a ver a todos esos.
—Dame tiempo a pensarlo —dijo Leicester—. No me empujes con tu inquietud. Aun
haciendo lo que pides, tendría que ser con astucia y habilidad.
—Gracias, papá —exclamó Hank.
Viendo salir a su hijo, Leicester quedó pensativo.
Lo que habló el muchacho había hecho mella en él.
Era verdad lo que había oído. Nunca había sido de los audaces. Le llamaban miedoso
los compañeros y en verdad que todo lo que hizo fue empujado por ellos.
Pero estaba ligado a una serie de delitos enormes.
Nunca supo nadie que ni una sola vez disparó sobre las personas.
Cuando atracaban, disparaba al aire, pero disparaba para que le vieran hacerlo. Y
después, hasta presumía de haber acertado en sus disparos.
No podía hacer creer a nadie que no mató. Iba en el grupo que causaba víctimas y
robaba en todas las formas.
Terminó por confesarse a sí mismo que lo que le pasó siempre era que careció de
voluntad propia.
En esos momentos estaba convencido que su hijo tenía razón, pero si Teal, Simón o
Charters le hablaran en sentido contrario, también le parecería razonable lo que dijeran.
Se asomó a la puerta de la vivienda y contempló las reses que desde allí se divisaban.
Pensaba en lo dicho por Hank.
Salió, abstraído en sus pensamientos, a pasear por el rancho.
Le agradaba seguir allí, pero tenía mucho miedo a los otros.
¡Eso era lo que le pasaba! Tenía miedo. Mucho miedo. Les conocía perfectamente.
Cualquiera de ellos, si hubiera oído hablar a Hank, habría disparado a sangre fría y sin
sentir remordimiento.
Cuando regresó a la vivienda, dos horas más tarde, tenía visita.
Se trataba de Peter Quincy, un ganadero muy honrado para la comarca.
El verdadero jefe del grupo para él. Nunca cometía un error. Pero era frío y cruel.
Fue quien proporcionó a Charters y a él la oportunidad de adquirir un rancho. Pero
con una finalidad siempre.
FINAL

La ciudad empezaba a recibir a decenas de forasteros, que acudían a las fiestas.


El local de Flo estaba lleno a todas horas. Era preciso establecer varios turnos para
servir comidas y en la cocina aumentar el número de ayudantes de la cocinera.
Joan y Rogers acudieron también. Ya tenían vaqueros en quienes poder confiar.
El capataz y Sam. Outrell cometieron la torpeza de intentar escapar, para lo que
golpearon al ayudante del sheriff por creer que éste llevaba las llaves de las celdas.
Fue el capataz quien, al abrir para darle la comida, se lanzó sobre el ayudante.
Pero la puerta que comunicaba con las celdas estaba cerrada por fuera y el sheriff,
sospechando, por la tardanza abrió con precaución.
Disparó sobre los dos cuando éstos trataban de atacarle a él.
Fueron enterrados sin que nadie sintiera su muerte.
Los dos jóvenes llegaron hasta Flo, diciendo ésta:
—Voy a buscar quien se haga cargo de esto en estos días. Estoy cansada. Y cuando
pasen las fiestas, venderé el local.
Rogers miró detenidamente a Flo y dijo:
—Te has cansado... No has visco a la persona que viniste buscando, ¿verdad? Y supones
que si durante las fiestas no aparece es que no debe estar por aquí.
Joan miró asustada a Rogers y le iba a reñir cuando exclamó Flo:
—No le riñas. Se ha dado cuenta de la verdad. Lo mismo que me ha pasado a mí con él.
También vino buscando a alguien. Y sin duda no le halló aún. Porque de haberle hallado
estaría muerto y Rogers habría regresado a Texas.
—No os comprendo —-exclamó Joan-—. ¿También es cierto eso?
—Sí —confesó Rogers—Vine buscando a un asesino, pero las referencias que tengo son
insuficientes y, aunque le hable a diario, no le conocería. El que podía conocerle murió.
No sobrevino a sus heridas. Lo poco que pudo decirme de él era que debía estar en
Tombstone. Hace meses estuve aquí y marché tras uno que parecía la persona buscada.
Estuve a punto de cometer una injusticia. Y me costó varios meses averiguarlo. Por eso
volví. Pero no he tenido éxito.
—No sé si debo enfadarme con los dos... —dijo Joan.
—No lo hagas. Teníamos nuestras razones —declaró Flo—. La persona a quien busco, la
conoceré así que la vea, y eso que es muy posible haya cambiado de aspecto. Aunque no
creo pueda sospechar que yo le busco.
Ni Joan ni Rogers preguntaron la razón de buscar a esa persona.
Los dos querían respetar el secreto de ella.
Joan miró a Rogers y dijo:
—Supongo que pensarás marchar también tú.
—No es que lo piense, es que he de hacerlo. Debo regresar a mi trabajo, pero te aseguro
que volveré.
—¿A tu trabajo?
—Sí. No quiero que te disgustes más conmigo. Soy teniente de los rurales. Nos dijeron
que habían visto por aquí a la persona buscada. Me enviaron a mí. Y he regresado de
nuevo por haber insistido en que está por aquí.
—Pero si has confesado que no conoces a esa persona...
—Tengo ciertas referencias que espero me ayuden a ello.
Flo, mientras ellos hablaban, atendía su negocio.
—Lo que me ha sorprendido es lo que ha dicho Flo. Y, sin embargo, te disté cuerna...
—Es qüe observo a Fie. Cada vez que entra un nuevo cliente, le mira con toda atención.
Y eso sólo se hace cuando se teme a alguien o se busca.
—No me di cuenta de nada.
—Tal vez lo he hecho yo, por mirar con ese interés a teda persona que veo por primera
vez.
—Por eso ella ha comprendido que te sucedía lo mismo.
—Sí. Es la razón.
Los clientes ocupaban las mesas, sin dejar una silla vacía.
Los dos jóvenes estaban en una mesa a poca distancia de Flo.
Se sorprendieron al ver entrar a Perkins.
El juez se quedó detenido cerca de la puerta y mirando en todas direcciones.
Joan levantó una mano para llamar su atención. Lo que sirvió para que Perkins les
descubriera y se acercara a ellos.
—Venía buscándole —dijo a Rogers—. Sería conveniente me concediera unos minutos.
—¿Quiere sentarse? —dijo Joan.
—Preferiría hablar a solas con él, si no te enfadas.
—Puede hacerlo. Acompañaré a Flo mientras.
Y Joan se levantó, dejando solos a los dos hombres.
—Ha sucedido algo extraordinario —dijo el juez.
—¿Algo grave?
—Yo diría que desconcertante e inesperado. Tengo una gran experiencia en este
sentido y nunca me ocurrió nada semejante.
—Me está intrigando —dijo Rogers sonriendo.
—Te vas a sorprender cuando lo sepas. Creo que debo tratarte así.
—Ha debido hacerlo siempre —respondió Rogers.
—Verás... —empezó Perkins—. Estaba en mi oficina y se ha presentado el hijo de
Leicester. No podía suponer lo que iba a decir. Ni suponer, ni sospechar. Le he recibido
con la frialdad que merece esa familia. Y después me he arrepentido.
El juez hizo una pausa.
—Bueno, no podré repetir todo lo que ha dicho, palabra por palabra. Pero confieso que
me ha emocionado. Claro que ya soy un viejo sentimental... Me ha confesado una
verdadera cadena de delitos... No ha ocultado nada. Pero ha añadido que desde que se
vio estimado y respetado por considerarle a él y a su padre como no eran, ha com-
prendido que vivió equivocado. Y me ha pedido que les ayude. Tiene miedo a que le
maten a él y a su padre si los otros se dan cuenta que está decidido a cambiar y a
separarse de ellos. Personalmente y si van de frente, no teme a ninguno, porque lo único
que aprendió en esta vida ha sido robar y a manejar las armas. Pero teme por su padre
más que por él mismo. Traía de conseguir que su padre se quede en el rancho y llegar a
ser respetados como lo eran al principio de vivir aquí. Me ha dicho quién es cada uno del
grupo. Todos ellos han estado en Texas robando ganado y cometiendo atracos. Ya
conoces al grupo. No te equivocaste con ellos. Me ha asegurado que los más peligrosos
son Simón el periodista y alguien en quien no podía ni sospechar la menor unión con
personas como esas. Me refiero a un ganadero que viene muy poco por aquí. Se llama
Peter Quincy, aunque ese muchacho afirma que no es ése su nombre. El le ha conocido
por lo menos cuatro distintos. Le supone una especie de jefe supremo. Aunque el que
más se mueve en este sentido es Teal. Añadió que teme intenten un atraco o algo por el
estilo, ya que están desesperados por el fracaso de lo de la Asociación y afirma también
que el fracaso lo ha provocado Teal deliberadamente al tratar de imponer los caballistas.
—No lo comprendo.
—Es lo mismo que dije yo, pero lo ha razonado. Dice que a Teal lo que le interesa es el
asunto de minas que estaba haciendo al margen del grupo. Habló algo de acciones y de
expoliación. Estaba tan asombrado oyéndole que muchas cosas se me han pasado por
alto.
—Es interesante... Y mi criterio es que debe ayudarles.
—Quería consultar contigo. Hay que tener en cuenta que confiesa haber cometido
muchos delitos.
—Pero es posible que se regenere. Colgar es sencillo. Ganar un ciudadano digno es
mucho más difícil. Y es muy posible que si ve cariño y afecto, cambie de verdad.
—No le he prometido nada. Le he dicho que lo pensaría...
—Me agradaría hablar con él.
—No sé si se atrevería.
—Dígale quién soy en realidad. Es posible que así acceda.
Y añada que estoy dispuesto a ayudarle también yo. Me interesa saber si conoce a cierta
persona.
—Bueno, cuando vuelva, trataré de convencerle para que hable contigo.
—Insisto en que debemos ayudar a ese muchacho.
—Procuraré hacerlo. Aunque para ello olvide que soy el juez del que tanto hablan.
—Creo que es mejor ganarle para la sociedad que colgarle por lo que hizo cuando
confiesa que estaba equivocado.
Se levantó el juez y marchó.
Joan, que estaba pendiente de ellos, se unió a Rogers y habló de lo que se comentaba
respecto a las fiestas.
No trató de averiguar nada de lo que habían hablado.
—Hay varios equipos que están dispuestos a poner en juego sus ahorros en los
ejercicios —dijo ella—. Me habría gustado que las cosas hubieran ido de otro modo y
poder presentar mi equipo.
—Para esos días espero a un grupo de compañeros. Si quieres, pueden tomar parte
como vaqueros del Dos Aros.
—No es lo mismo.
—Pueden estar trabajando allí en efecto —añadió Rogers—. También tomaría parte yo.
—No me atrevo. Se darán cuenta todos que es una cosa tuya.
—Pero el nombre del rancho sería el tuyo. Y si ganamos eres la que se lleva el prestigio
de haberlo conseguido.
—No debes insistir. No sé si te habrás dado cuenta que soy muy vanidosa.
—Lo sois las mujeres en general. Y no creas que nosotros lo somos menos.
Para no retener más una mesa que hacía falta, salieron los dos, después de despedirse
de Flo.
—Creo que mañana abandono —dijo Flo—. No resisto más. Es agotador esto.
—Y también beneficioso.
—No lo monté por ello. Y deseo descansar. Veré los ejercicios sin esta preocupación.
Una vez en el exterior, Joan dijo que debían ir al rancho.
No comenzaban aún las fiestas. Faltaban dos días.
Rogers replicó que esperaba a unos compañeros y que prefería quedar en la ciudad,
aconsejando a ella hiciera lo mismo, puesto que tenía donde quedarse.
Convencida Joan, fueron más tarde a casa de Flo.
Los dos podían quedarse allí. Para la joven propietaria del edificio supuso una gran
alegría.
Rogers salió solo con la idea de poder hablar con Hank Leicester.
Para ello marchó a la casa de Perkins.
Hablaren mucho más que en casa de Flo, pero Hank, no apareció por allí de nuevo.
—Sigo sin comprender, ni llegar a creer que Quincy esté mezclado con ese grupo. Tiene
un buen rancho y entiende el negocio. Nunca se ha visto a sus vaqueros armando
escándalo ni jaleo alguno. El no es forastero. Claro que ha faltado algunos años de aquí...
Es lo que me hace dudar.
Y ese muchacho no tiene la menor duda respecto a su personalidad,
—Si ha faltado de aquí es posible que haya hecho lo que ese joven le ha dicho. Usted
sabe que se da con mucha frecuencia el caso de que el menos sospechoso resulte
complicado en los más monstruosos delitos.
—Me cuesta trabajo admitirlo, pero no es que lo rechace de plano. Hay otra cosa que
alimenta mi duda. Ha prosperado mucho. Y su rancho, aunque no es malo, tampoco
puede patrocinar esa prosperidad. Desde que te dejé en casa de Flo no he dejado de
pensar en ello. Y es cierto que cuando regresó de una larga ausencia, su hermano, que
sostenía el rancho, andaba dando tumbos. Creo que llegó a pedir ayuda al Banco. Y
desde su llegada cambió todo, aunque no haya hecho alardes de riqueza.
—¿Tiene un hermano?
—Era hermano de padre nada más. Nunca se llevaron bien. Murió a poco de regresar
Peter. También, a poco de llegar él, se presentaron Charters y Leicester... Primero llegó
éste con su hijo. Y algo más tarde, Charters... Sí... Es posible todo lo que he oído de él...
—terminó diciendo el juez.
—¿Es amigo suyo?
—Le he considerado como tal
—¿No le habló nunca de lo que hizo en esa ausencia?
—Siempre ha venido poco por Tombstone. Nos veíamos muy de tarde en tarde.
—¿Está lejos su rancho?
—Sí. Es uno de los más alejados. Es vecino de Joan. Limita con el suyo. Y es curioso. Fue
uno de los últimos que entraron a formar parte de la Asociación.
—¿Llega la patrulla militar hasta allí?
—Sí.
—Habrá que pedir al mayor que visiten ese rancho y se fijen detenidamente en el
ganado que tenga.
—Sospechas que haya muchas de las reses que faltan del Dos Aros, ¿verdad?
—Algo así.
—Es posible —exclamó el juez.

***

Rogers pudo hablar al fin con Hank.


Se encontraron lejos de la ciudad, para que Hank no pudiera ser visto en su compañía.
Hank dijo casi lo mismo que había dicho al juez.
—Y no crea que no saben quién es —añadió Hank—, Uno de los que llegaron con Zack le
ha reconocido. Elio ha causado un gran revuelo en el grupo. Sospechan que no está solo
y. desde luego, se han asustado. El que le ha reconocido marchó de aquí. Mi padre es
uno de los más asustados. No me he atrevido a decirle que iba a hablar con usted.
—¿No han planeado nada en contra mía?
—No he oído decir natía en ese sentido. Pero hay una cosa que no me agrada. Simón se
ha entrevistado con Zack en su imprenta. He visto entrar a Zack dos veces allí. Y era muy
tarde cuando lo hizo. Creo que están planeando algo al margen de los demás. Zack, por lo
que he oído, debió ser una especie de verdugo del grupo.
—Estamos dispuestos a ayudarte el juez y yo —dijo Rogers—. Vas a hacer que tu padre
marche contigo los días de fiesta. Buscad el pretexto que sea, pero no estéis aquí. Creo
que debes decir la verdad a tu padre.
Después estuvo haciendo muchas preguntas sobre todos ellos, especialmente sobre
Quincy,
Hank insistió en que, a su juicio, era el verdadero jefe, aunque se sirviera de Simón y
Teal como intermediarios ante los demás.
Habló de acciones que había oído pensaba lanzar Teal al mercado sobre nuevos
hallazgos de filones, muy ricos en plata.
Se despidieron como amigos.
Al día siguiente daban comienzo las fiestas.
Los forasteros habían aumentado en Tombstone considerablemente.
Rogers y Joan se levantaron temprano.
Y se sorprendieron al hallar a Flo vestida de modo distinto.
Lo hacía de cow-boy. Con pantalones incluso, embutidos en unas altas botas de
montar.
A Joan, lo que más le sorprendió fue que llevara dos armas colgadas a los costados. Y
cuando lo comentó con ella, Flo se echó a reír por toda respuesta.
—Me he vestido así —aclaró— para estar en armonía con las fiestas. Dicen que los
ejercicios son muy interesantes aquí. Y hasta estoy dispuesta a tomar parte en la carrera
de caballos con el animal que Rogers me regaló. Creo que se puede hacer un buen papel
con él.
—Podrás ganar —afirmó Rogers.
—Me parece que los dos olvidáis en la tierra en que estáis.
—He hecho correr estos días a ese caballo. Es difícil que le puedan superar.
—Solamente el mío podría hacerlo —agregó Rogers.
—Os vais a convencer de vuestro error —dijo Joan, un poco molesta.
—No creas que no ganar va a suponer un terrible disgusto para mí... Me gustará ver qué
hace ese animal frente a los orcos. Espero que, al menos, hagamos un buen papel.
Salieran los tres, dispuestos a acudir al lugar en que se celebraban los ejercicios
vaqueros.
No era preciso ir a caballo, porque estaba bastante cerca.
Cuando llegaron, preguntó Flo a Rogers:
—¿Cuántos rurales os habéis dado cita hoy aquí?
Rogers se echó a reír.
—¿De qué habláis? —inquirió Joan.
—Bromeaba sobre mi caballo —repuso Flo.
Rogers frunció el ceño al descubrir a Hank entre los curiosos.
Esperaba que hubiera marchado, como le había pedido él.
Sorpresa que aumentó al darse cuenta que Hank trataba de acercarse a él sin llamar la
atención.
Suponiendo que quería decirle algo, facilitó el encuentro entre ellos.
Hank habló sin mirar a Rogers:
—El día de la carrera van a atracar el Banco.
Y Hank siguió su camino, seguro de haber sido oído.
Rogers aprovechó la oportunidad para pedir a Flo:
—¡Lleva a Joan contigo junto a Perkins! He de poder moverme con libertad.
Y Flo supo hacerlo.
Rogers se unió a ellas bastante más tarde, cuando estaba terminando el primer
ejercicio.
Perkins invitó a las muchachas a ir con él a su casa.
Rogers confesó a Joan que tenía trabajo por haber llegado los compañeros que
esperaba.
Así, Rogers pudo quedar en libertad.
Recorrió varios locales como un vaquero más.
Le sorprendió oír hablar del equipo de míster Quincy conversando y bebiendo con
ganaderos de las proximidades.
Al hablarle de su equipo, Rogers se dio cuenta que una de las flaquezas de ese hombre
era la vanidad.
Aseguraba que, sin duda alguna su equipo serían los ganadores absolutos.
Cerca de Rogers, pero sin hablar con él, iban dos agentes rurales.
Uno de éstos, al ver y oír a Quincy, miró a Rogers de manera especial.
Por eso, al salir del local, se puso cerca del agente.
—¡Cuidado con ese Quincy! —advirtió el agente—. ¡Es Chuck Potter!
Hizo lo mismo que Hank: y no añadió nada.
Chuck Potter había sido uno de los atracadores más crueles de Texas: Y consiguió
burlar a las autoridades y a los rurales.
Rogers había oído descripciones de él y siempre le presentaban con una sucia barba y
enmarañado cabello.
Quincy vestía con cierta elegancia e iba muy pulcro y, desde luego, sin nada de barba.
Para Rogers fue una alegría ver al mayor, que se detenía ante él para saludarle.
Le habló rápidamente. No quería perder tiempo.
Una hora más tarde salía la patrulla militar de la ciudad.
Y a la caída de la tarde se presentaban en el rancho de míster Quincy deteniendo a los
vaqueros que encontraron allí.
El mayor, siguiendo los consejos e instrucciones de Rogers, mandó colgar a todos ellos.
Fueron halladas centenares de reses con los hierros hábilmente cambiados y más de
doscientas con dos aros, la marca del Dos Aros.
Era muy de noche cuando el mayor daba cuenta a Rogers de lo sucedido en el rancho.
Añadió que habían enterrado a los muertos y eliminado toda huella de la visita de los
militares.
Pero Rogers temió que el propio Quincy fuera hasta el rancho,
Y dejando al mayor que fuera a descansar, se movió él, dando instrucciones.
A la mañana siguiente, Rogers se levantó un poco tarde. En realidad habría dormido
solamente unas tres horas. Era muy de día cuando se acostó.
Las dos jóvenes bromearon con él por esta tardanza en levantarse.
Estaban en las habitaciones particulares de Flo.
En el local se oía el bullicio de la concurrencia, muy numerosa.
Los tres se dispusieron a salir para ir a la pradera de los ejercicios.
Al llegar a la calle, vieron que hablaban animadamente algunos de los que pasaban.
Otros corrían, con la curiosidad reflejada en sus rostros.
Rogers llamó a uno de los soldados que pasaba cerca.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó.
—Una pelea con armas. Algunos muertos y un herido grave.
—Siempre hay algo de esto...
—Uno de los muertos es un abogado de aquí. Míster Teal. Y otro, el periodista.
Rogers echó a correr en la dirección en que iban los curiosos.
Encontró al sheriff, que hablaba con el juez Perkins, cerca de donde estaba la imprenta.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó a Perkins.
—El hijo de Leicester que ha peleado con los que salían de la imprenta. Ha resultado
peligroso ese muchacho. Ha matado a varios y ha sido herido de gravedad. Pero el
doctor estima que podrá salvarse.
—¿Quiénes son los muertos?
—Sus amigos de ayer. Me refiero a los amigos de ese muchacho. El periodista, el que
trajeron para ser jefe de caballistas, míster Teal y ese ganadero, que presidía la Aso-
ciación.
—No es posible...
—¡Ya lo creo! —exclamó el juez—. Nos ha demostrado que era verdad su
arrepentimiento. Los que les oyeron discutir afirman que habló algo de atraco y que no
estaba dispuesto a tolerar que lo hicieran...
Rogers dijo al juez lo que Hank le había dicho el día antes en la pradera.
Fueron a visitar al herido, pero el doctor dijo que no debían molestarle.
Los muertos fueron llevados a la funeraria o casa del enterrador.
Cuando se reunió Rogers con las muchachas, dijo Flo:
—Parece que ese grupo se deshace... Parecían muy unidos. Pero no creo que la ciudad
guarde luto por esas pérdidas.
Y marcharon con muchos curiosos más hasta donde se preparaban para el ejercicio del
día.
Rogers descubrió a Quincy rodeado de sus hombres. Le vio sereno. Como si las muertes
habidas no le afectaran para nada.
Sorprendió a Quincy mirando hacia él con todo interés.
Pero la mayor sorpresa fue ver a Flo, que caminó hacia Quincy para decir ante el
asombro de los oyentes:
—¡Hola, Chuck! Hace tiempo que estoy en esta ciudad con la esperanza de verte. Estás
muy cambiado. No pareces el mismo. Pero te recuerdo perfectamente. Y, sobre todo, tu
voz. Acabo de oírte hablar.
—Debes estar confundida, muchacha. Me llamo Quincy...
—¡Tiene gracia! Así que eres ese famoso ranchero al que tanto estiman... No saben que
eres un vulgar atracador y asesino. ¡Te he tenido tan cerca y sin saberlo...! Voy a
matarte! ¡Vine a eso, Chuck!
—¡Quieta, Flo! —gritó Rogers.
—¡No, Rogers! Me pertenece a mí. ¡Mató a mi esposo!
Flo habría sido muerta de no estar vigilados los hombres
de Quincy por los agentes al servicio de Rogers y por la rapidez de éste al disparar.
Pero Flo demostró que no llevaba las armas por adorno, ya que fue la que destrozó el
rostro de Quincy.
No habrían evitado la muerte de Quincy, pero ella habría muerto a manos de los que
formaban el equipo de él.
Más tranquila, Flo dijo que su esposo fue muerto en un atraco a manos de Chuck
Potter, nombre que supo tenía el asesino, después de huir con su grupo.
Añadió que su esposo era presidente y casi único propietario de un Banco en Laredo
(Texas). Y que Quincy se presentó queriendo abrir úna cuenta porque iba a adquirir un
rancho que estaba en venta.
Le visitó varias veces en tres días. Y al tercero se presentó con su grupo.
—Le mató cuando mi esposo salía a saludarle —añadió Flo.

***

Perkins entró en el local.


Le saludaron las empleadas y dueñas, ya que Flo lo dejó para ellas.
—¿Sabéis algo de Flo? —preguntó.
—Viene para asistir a la boda de Joan con Rogers.
—¿Qué tal el negocio?
—Cada día mejor.
—Fue un buen regalo.
—¡Ya lo creo! ¡No podíamos sospecharlo!
—Se portó bien la forastera, ¿eh?
—Se veía en ella que era una dama de verdad.
—¡Tienes razón! ¡Es una dama! —exclamó Perkins—. Sin embargo, yo me equivoqué.
La consideré, como otros, una aventurera. ¡No se lo digáis! Me moriría de vergüenza si
lo supiera.

FIN

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