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XIII.

Los Reyes Católicos y el decreto de


expulsión

El Edicto de Granada, por el cual los Reyes Católicos decretaron ¶¶ Limpieza de sangre: resistencia
el fin de la tolerancia religiosa y la expulsión —definitiva y sin a la estrategia monárquica de
conversión y homogeneización
excepciones— de los judíos de sus reinos inició un proceso que
¶¶ La negociación fallida en contra
acabaría afectando a todos los reinos y territorios peninsulares del decreto de expulsión
en la última década del siglo XV. La expulsión de los judíos ¶¶ Decreto de expulsión, conversiones
conllevó un gran número de experiencias violentas para los masivas y criptojudaísmo
centenares de miles de familias judías y conversas en estos ¶¶ Referencia bibliográfica
¶¶ Material complementario
territorios. La expulsión supuso un trauma social, económico y
cultural cuyas ramificaciones se extienden hacia el presente.

1. LIMPIEZA DE SANGRE: RESISTENCIA A LA


ESTRATEGIA MONÁRQUICA DE CONVERSIÓN Y
HOMOGENEIZACIÓN

La convivencia entre comunidades religiosas en la Península Ibérica, ca-


racterizada por la tolerancia religiosa y la competición secular por la pre-
ponderancia entre entidades políticas cristianas y musulmanas, se había
debilitado considerablemente como consecuencia de la hegemonía de los
reinos cristianos a partir de finales del siglo XIV e. c.
A lo largo del siglo XIV e. c., el reino de Castilla y el reino de la Corona
de Aragón habían emergido como las dos mayores potencias demográficas,
económicas y militares de la península. La expansión territorial y política
de ambos reinos se produjo a costa de los estados musulmanes de la penín-
sula, lo que supuso la absorción de importantes nuevos grupos de población
acostumbrados a la organización, la legislación, y las costumbres andalusíes.
Esta expansión se produjo al mismo tiempo que la nobleza rural en toda la
Europa cristiana había visto mermado su poder militar —a consecuencia de
las pestes y el auge de las ciudades— y buscaba reafirmar su estatus político
a través de una defensa más estricta de sus fueros y privilegios legales. Las
disputas internas en el seno de la Iglesia Católica —el Cisma de Occidente—
y la emergencia de comunidades heréticas cristianas con apoyos políticos
y sociales notables dieron mayor importancia a la ortodoxia religiosa como
campo de disputa política.
Las poblaciones judías en la península experimentaron durante este
periodo fuertes tensiones internas y externas. Internamente, las comuni-
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Pedro Berruguete, Auto de fe presidido


por santo Domingo de Guzmán (entre
1493 – 1499 e. c.) | Museo del Prado

dades padecieron enfrentamientos de tipo cultural —entre judíos de tradi-


ción andalusí, judíos de tradición norteña y judíos exiliados de otros reinos
cristianos—; de tipo social —entre judíos notables y judíos de extracción
humilde— y de tipo religioso —entre partidarios de tendencias místicas y
partidarios de tendencias naturalistas. Sumado a esto, las conversiones de
miles de judíos al cristianismo durante el silgo XIV e. c. —normalmente en
circunstancias violentas— provocaron tanto el rechazo de las comunidades
frente a los conversos y los que adoptaban prácticas sincréticas —mezclando
creencias cristianas con prácticas tradicionales judías—, como la aparición
de fanáticos conversos obcecados en la persecución y humillación de sus
antiguos correligionarios. Externamente, las comunidades se vieron afec-
tadas por las disputas entre reinos y las disputas feudales, y tuvieron que
enfrentar las agresiones tanto de las autoridades que disputaban el control
a la monarquía - en mayor medida concejos locales, pero también segmentos
de la nobleza y del clero - como ataques por parte del pueblo llano instigado
por predicadores radicales. Aunque la Inquisición tenía jurisdicción única-
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mente sobre los cristianos, sus persecuciones acabaron afectando también


a las comunidades judías, a las que se las acusaba de pervertir a los nuevos
conversos al proveerles de educación básica sobre prácticas comunitarias
—como informarles del calendario, o indicarles las restricciones alimentarias
durante las distintas festividades.
En el siglo XV e. c., los reinos de Castilla y la Corona de Aragón acaba-
rían dominados por la misma familia real, la Casa de Trastámara, que había
conseguido superponerse a su casa madre —la casa de Borgoña— durante la
primera guerra civil castellana. Los reyes de esta casa, al no poder explotar
completamente la legitimación política basada en la tradición dinástica,
se caracterizaron por querer reforzar el autoritarismo real a costa de otras
instituciones tradicionales-como los fueros-y por querer asentar su domi-
nancia sobre las demás casas reales peninsulares a través de matrimonios
políticos —con los que de paso aumentaban su legitimidad dinástica. Estas
ambiciones familiares provocaron múltiples resistencias tanto entre las
instituciones tradicionales, como entre las familias reales de la península
e incluso en el seno de la propia dinastía, contribuyendo a un siglo marcado
por convulsiones sociales —y por necesidades de financiación por parte de
la monarquía.
Aunque las casas reales en Castilla y en la Corona de Aragón se habían
apoyado en las capacidades de familias notables judías para recaudar im-
puestos y mantener el control sobre las aljamas, la lógica de minimización
de contrapoderes tradicionales llevó a los reyes a ver con buenos ojos la
conversión de las familias notables judías al cristianismo. De este modo,
los reyes podían ennoblecer a estos conversos o facilitar que estos tuvieran
acceso a posiciones dentro de los concejos locales y en la Iglesia, para así
obtener poderosos aliados en estas instituciones a costa de las familias
tradicionales ya en decadencia.
La resistencia contra las políticas de los reyes Trastámara se reflejó
también en el rechazo hacia estas familias conversas en proceso de ascen-
so social —que ahora competían en las instituciones sin las restricciones
aplicables a los judíos— como atestigua la revuelta anticonversa de Toledo
en 1449 e. c. que destruyó el barrio de la Magdalena, habitado por judíos
y conversos. Para justificar la revuelta, los amotinados redactaron la sen-
tencia-estatuto de Toledo, que por primera vez instituía la «limpieza de
sangre» como requisito para acceder a cargos públicos —incluido el cargo
de recaudador— en la ciudad. Aunque el estatuto de limpieza de sangre fue
condenado por el papado, numerosas instituciones en los reinos peninsula-
res —ordenes militares, concejos locales, universidades, etc.— comenzaron
a adoptar estatutos de limpieza de sangre para impedir a los conversos de
cargos y dignidades. Esto provocó que alunas familias conversas quisieran
ocultar sus orígenes para escapar de la discriminación, lo que en sí mismo se
convirtió en una actividad sospechosa y delictiva. Para la Inquisición, cuyo
mandato seguía siendo perseguir a los «malos conversos» y a los herejes,
que los cristianos nuevos no tuvieran acceso a cargos y responsabilidades
políticas favorecía su capacidad para perseguirles y sentenciarles sin tener
que lidiar con la jurisdicción de otras instituciones tradicionales.
Desde el punto de vista de la monarquía, los estatutos de limpieza
de sangre eran una barrera para su estrategia para integrar a las familias
notables de judíos conversos a su causa. Sin embargo, los reyes adoptaron
una posición ambigua con respecto a los estatutos, sabiendo que existía una
notable resistencia en muchas instituciones a la hora de adoptarlos —en
parte por su inconsistencia teológica, y en parte porque estas instituciones
ya contaban con familias conversas en sus órganos de decisión— y también
por la presión real que solía sobreponerse a estos estatutos. Así, cualquier
cristiano nuevo con suficiente estatus como para interesar a la monarquía
tendría que vincular sus intereses con los de la casa real para evitar sufrir
las limitaciones impuestas por los estatutos de limpieza de sangre.
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Por su parte, las comunidades judías siguieron experimentando gran


presión en este periodo, pero generalmente decidieron no desvincularse de
aquellas familias judías convertidas por la fuerza. Esta circunstancia será
citada explícitamente en el Edicto de Granada —también conocido como el
Decreto de la Alhambra, o Decreto de Expulsión de los Judíos— de 1492 e. c.
En el texto, los reyes aluden a que las medidas impuestas anteriormente,
como el edicto para la segregación física de los judíos en todas las ciudades
en 1480 e. c., no han impedido a los cristianos judaizantes seguir buscando
información y apoyo en las comunidades judías —que, según ellos, se jactaban
de subvertir la fe católica. La Inquisición jugó un papel importante en esta
decisión, ya que fue precisamente el gran número de confesiones obtenidas
por esta institución la que otorgó a los reyes la justificación necesaria para
lanzar el edicto.

2. LA NEGOCIACIÓN FALLIDA EN CONTRA DEL DECRETO


DE EXPULSIÓN

Lejos de lo que pudiera parecer, la historiografía continúa dividida sobre los


motivos exactos que llevaron a los reyes Católicos a decretar la expulsión de
los judíos en 1492 e. c. Independientemente de si la expulsión estuvo motivada
por la voluntad de erosionar aún más las estructuras de poder tradicionales,
o si se debió a un cálculo —fallido— para aumentar las arcas reales a costa de
los bienes y las deudas acumuladas por las aljamas, el anuncio de la expulsión
apenas dos meses después de la Toma de Granada sí buscó ser leído como
un momento de generación de un imaginario común por parte de los Reyes
Católicos. Las discusiones sobre los detalles y la infraestructura necesaria
para llevar a cabo la expulsión se mantuvieron en secreto dentro incluso del
núcleo de consejeros del monarca, llegando a pillar por sorpresa a dos de los
más estrechos colaboradores de los reyes: Abraham Senior (1412-1493 e. c.)
e Isaac Abravanel (1437-1508 e. c.). Ambos intentaron interceder a favor de
la comunidad judía e impedir su expulsión, pero únicamente Abravanel iría
al exilio mientras que Senior y buena parte de su familia se convertirían al
cristianismo para fundar el linaje de los Coronel.
Abraham Senior era el patriarca de una familia política y financiera bien
asentada en la ciudad de Segovia. En su larga carrera política y comercial,
Abraham había ganado un puesto de honor en la corte de la reina Isabel I
(1451-1504 e. c.) llegando a interceder en las negociaciones matrimoniales
entre esta y el entonces heredero de la Corona de Aragón, el príncipe Fernando
(1452-1516 e. c.) y en la reconciliación entre Isabel y su hermano Enrique IV
(1425-1474 e. c.) lo que dio legitimidad al bando de la pretendiente Isabel
durante la guerra de sucesión castellana (1475-1479 e. c.). Abraham Senior fue
nombrado juez supremo de la aljama de Segovia, y Rabino Mayor de Castilla,
y obtuvo importantes cargos relacionados con las finanzas y la administra-
ción real, actuando como tesorero de la Santa Hermandad y como director
de la hacienda del reino de Castilla. Desde su posición, Senior pudo tomar
como protegido a Isaac Abravanel —veinte años más joven que él— cuando
este se vio forzado a escapar de Portugal, y junto con él exploró múltiples
vías para financiar la expedición de Cristóbal Colón para encontrar una ruta
hacia las Indias. Pese a su alto grado de influencia y su conexión con la casa
real, el Edicto de Granada sorprendió tanto a Abraham Senior como al resto
de la comunidad a la que él representaba en Castilla.
Isaac Abravanel, protegido de Abraham Senior, fue un importante estu-
dioso y financiero portugués, nacido en una de las familias cortesanas más
ricas e influyentes en el reino. La familia Abravanel era originaria de Sevilla,
donde permaneció hasta que sus abuelos fueron obligados a convertirse por
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la fuerza en 1391 e. c. Sin embargo, una vez la familia pudo escapar a Por-
tugal, los Abravanel renunciaron a la conversión y volvieron a vivir y actuar
como una familia judía. Isaac Abravanel, que llegó a ser reclutado por el rey
Alfonso V (1432-1481 e. c.) para actuar como tesorero real, cayó en desgracia
en 1481 e. c. con la ascensión al trono del rey Juan II (1455-1495 e. c.) quien
acusó a varios notables de la corte de conspiración para consolidar su poder
tras la muerte de su padre. Desposeído de todos sus bienes, Abravanel llegó
a Castilla donde recibió la protección y la promoción de Abraham Senior, y
se convirtió en responsable de la recaudación para los contratos obtenidos
por la familia Senior. Por una década, Abravanel consiguió recaudar gran-
des cantidades de dinero para la hacienda real y contribuyó a financiar la
campaña militar contra el reino nazarí de Granada a través de la gestión de
múltiples préstamos ofrecidos por la familia Senior. Pese a la buena repu-
tación obtenida frente a los reyes, Abravanel también fue sorprendido por
el anuncio del Edicto de Granada.
Tanto Abraham Senior como Isaac Abravanel entendieron en un primer
momento que las autoridades reales buscaban forzar una gran donación por
parte de las comunidades judías peninsulares. Al fin y al cabo, esta había
sido la manera de operar de muchas instituciones cristianas en el pasado:
primero, proponer una legislación tremendamente restrictiva en contra de
las comunidades judías, y después, exigir el pago de una gran donación a
cambio de suspender temporalmente la aplicación de la medida. Sin embargo,
esta vez los reyes insistieron fuertemente en la conversión o en el exilio,
y dejaron escaso margen de negociación para que las comunidades judías
pudieran discutir y reaccionar a la noticia. La participación de representantes
de la Inquisición en estas negociaciones contribuyó a dificultar que ni Senior
ni Abravanel pudiesen asegurar moratorias o exenciones por parte de los
reyes. Finalmente, ambos tomaron la resolución de marchar al exilio con
sus familias si los reyes no corregían su postura. En las últimas semanas,
sin embargo, Abraham Senior —que tenía más de ochenta años— cambió de
parecer y decidió bautizarse y permanecer en la corte de los Reyes Católicos.
Los historiadores debaten qué pudo haber motivado este cambio de postu-
ra, pero existe consenso en el reconocimiento de que tanto los reyes como
los propios herederos del imperio comercial de la familia Senior debieron
presionarle con bastante insistencia para que se quedase.
La conversión de Abraham Senior, y casi toda su familia, fue presen-
tada como un gran éxito moral por parte del aparato propagandístico de
los reyes. El día del bautismo estuvo rodeado de celebraciones públicas y
actos solemnes, contando con ambos reyes como padrinos en el bautismo.
Abraham Senior, ahora ennoblecido con una hidalguía, adoptó el nombre
cristiano de Fernando Coronel en honor a su patrón —el rey Fernando II— y
para restaurar un apellido nobiliario extinto tanto en Castilla como en los
reinos de la Corona de Aragón. La familia Coronel fue puesta a cargo de la
hacienda real, incluyendo la recaudación de las deudas hacia las familias
judías en nombre de la corona —aunque con mucha menos efectividad que
antes de la conversión— y continuó siendo una de las familias más prósperas
e influyentes en el siglo XVI e. c.
Por su parte, Isaac Abravanel marchó al exilio con el resto de su fami-
lia, primero a Nápoles y más tarde a Venecia. En estos nuevos destinos él
utilizó sus recursos y conexiones para facilitar el acceso de comerciantes
italianos a las cortes y las ciudades peninsulares, y también mantuvo una
correspondencia fluida con el rey Fernando II para intentar que aceptase
grandes sumas de dinero a cambio de revertir la orden de expulsión para la
Corona de Aragón.
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Expulsión de los judíos de España


(año de 1492), Emilio Sala, 1889
| Museo del Prado

3. DECRETO DE EXPULSIÓN, CONVERSIONES MASIVAS Y


CRIPTOJUDAÍSMO

En el Edicto de Granada (31 de mayo de 1492 e. c.) los Reyes Católicos


planteaban a los judíos de sus reinos la alternativa entre convertirse al
cristianismo —y quedarse— o mantener su religión —y marchar al exilio—,
y daba un plazo de cinco meses a las familias para realizar su elección. Las
autoridades públicas y eclesiásticas de ambos reinos se involucraron muy
activamente para incentivar las conversiones a través de predicaciones
intensivas, celebración pública de las conversiones, e incluso mediante el
ofrecimiento de incentivos económicos —como la condonación de deudas
o impuestos— para aquellos que se convirtiesen. La historiografía discute
hasta qué punto estas medidas fueron efectivas, ya que, pese a ellas, decenas
de miles judíos aún marcharon al exilio el 2 de agosto de 1942 e. c.
El edicto indicaba que aquellos que eligieran el exilio no podrían seguir
manteniendo propiedades o negocios en ninguno de los reinos, obligando
a las familias que iban a exiliarse a liquidar rápidamente sus tierras y patri-
monio inmueble. A la hora de llevarse sus pertenencias, las familias debían
observar las limitaciones aduaneras de los reinos que prohibían sacar del país
armas, caballos, oro, plata o moneda acuñada-estas restricciones probarían
ser difíciles de cumplir, y dejarían en posición muy vulnerable a los exiliados
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C LAV E
Hamburgo
Migraciones entre
Londres
P O LO N I A el s. XV y XVII e. c.
Roterdam
H O LA N D A Migraciones entre
Cracovia
ALEMANIA el s. XVII y XVIII e. c.
Rouen
París Viena
FRANCIA AUSTRIA Budapest
La Rochelle HUNGRÍA
Burdeos Venecia RUMANÍA
Belgrado
Florencia
Bayona SERBIA
ITALIA
Roma
Tesalónica Estambul
ESPAÑA
Nápoles
GRECIA TURQUÍA
Lisboa Palermo Izmir
Granada Atenas

Túnez
TÚNEZ
A las Américas
Beirut
Fez

MARRUECOS Jerusalén

durante el viaje-Aunque el edicto reconocía la posibilidad de empoderar a Rutas de la diáspora de los judíos
intermediarios para que liquidasen las propiedades de los exiliados con tiempo procedentes de la península ibérica.
tras su partida, la mayor parte de las familias se vio obligada a malvender o
abandonar la mayor parte de sus propiedades a cambio de asegurar algo de
dinero con el que poder emprender el viaje en el plazo dictado. Dado que no
podían traer consigo oro ni tampoco moneda acuñada, las familias judías se
vieron abocadas a recurrir a banqueros cristianos para recibir letras de cambio.
La vulnerabilidad de su posición hizo que tanto los banqueros locales como
los banqueros en el extranjero —mayoritariamente los genoveses— cobra-
sen cuotas extraordinariamente altas por prestar estos servicios. Los reyes
prohibieron explícitamente proveer ayuda a los que decidieron el exilio, al
mismo tiempo que ponía a los habitantes de las aljamas y sus bienes bajo
protección de las tropas reales —nominalmente para evitar el maltrato de
los exiliados y el saqueo de sus propiedades, aunque al hacerlo, también se
aseguraron poder tomar control seguro e inmediato de cualquier propiedad
abandonada. Las familias judías que se dedicaban al préstamo vieron como
sus acreedores cristianos y musulmanes renegaban de sus deudas, pensando
que al no estar ellos podrían dejarlas sin pagar. Sin embargo, la monarquía
se hizo cargo de reclamar todos los impagos individuales para sumar su
recaudación a las arcas reales.
Existen múltiples testimonios de la marcha de familias judías hacia las
ciudades portuarias, y hacia los reinos de Navarra y Portugal. Casi todos
estos testimonios destacan la tristeza y el abatimiento de las poblaciones
desplazadas —que el debate historiográfico fija entre 80.000 y 160.000, con
estimaciones de que la población judía en Castilla y la Corona de Aragón
podría situarse alrededor de las 200.000 personas. Existieron múltiples
actitudes hacia los desplazados, quedando registrados algunos casos de
solidaridad y caridad hacia ellos por parte de las poblaciones locales, y un
buen número de casos de abusos y extorsiones por parte de autoridades —
como por ejemplo, la Orden de San Juan— y de otros viajeros. Tanto en las
ciudades portuarias peninsulares como en las ciudades africanas e italianas
a las que llegaron la mayor parte de los que eligieron esta ruta, los despla-
zados solamente encontraron desprotección y tuvieron que sufrir estafas y
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abusos de todo tipo. Uno de estos casos fue el de la flota de veinticinco naves
sobrecargadas de pasajeros que dejaron la ciudad de Cádiz en dirección a
Orán. Esta flota decidió arrojar al mar a buena parte de los pasajeros frente
a las costas de Málaga y Cartagena, empujando a los supervivientes que
alcanzaron la costa a convertirse y abandonar el viaje. Del mismo modo, las
familias que llegaron al puerto de Acilah (Marruecos) vieron como algunas
eran capturadas para servir como esclavos, o abusados de distintas maneras,
hasta motivar que un grupo decidiese hacer la travesía inversa y regresar a
Castilla para convertirse.
Teniendo en cuenta todas las muertes y desapariciones ocurridas du-
rante la expulsión, los reyes autorizaron el regreso a partir de noviembre
de 1492 e. c. de aquellos que pudiesen probar que habían sido convertidos
en el extranjero. Los reyes no restituyeron sus tierras ni sus propiedades. La
monarquía si investigó de forma exhaustiva lo ocurrido a los bienes prove-
nientes de los judíos entre 1492 e. c. y 1499 e. c. Con esta investigación, los
reyes consiguieron reclamar para la corona un 20% de todos los depósitos
realizados en los bancos —al no poder localizar a sus dueños, probablemente
fallecidos—, y reclamaron también los bienes comunes de las aljamas y los
bienes decomisados por las autoridades aduaneras a las familias durante las
primeras semanas del exilio.
Notas: las familias exiliadas corrieron el mismo destino. Muchos grupos,
especialmente aquellos expulsados de la Corona de Aragón, si consiguieron
llegar a sus destinos en Roma, Génova, Nápoles, los Balcanes, los reinos del
Norte de África y en el Imperio Otomano. El sultán Bayezid II (1447-1512 e. c.)
y su rabino mayor, Moisés Capsali, reconocieron en la expulsión de los judíos
una gran oportunidad para atraer capital humano y presentarse como un rey
benevolente e ilustrado frente a sus súbditos —en contraste con los reyes
cristianos. La corona otomana fletó numerosos barcos desde los puertos de
la Corona de Aragón hacia Constantinopla, y se encargó de relocalizar a la
población exiliada en diferentes regiones del Imperio. La primera imprenta
en Constantinopla fue establecida por judíos sefardíes en 1493.
Una parte importante de los exiliados se dirigió hasta Portugal, pensando
que la tolerancia de la corona y el poder de las aljamas locales convertían
este reino en un lugar seguro. Sin embargo, las autoridades portuguesas
designaron únicamente cuatro puntos de entrada para los judíos, en los que
eran obligados a pagar una cantidad considerable por un permiso temporal
de ocho meses, y pasado este plazo debían embarcarse en una nave portu-
guesa hacia África sin posibilidad de elegir su destino —y sin poder negociar
el precio del pasaje. Las autoridades portuguesas sí permitieron que los
obreros manuales y las familias con bebés recién nacidos se estableciesen
en el país —pagando una cuota reducida.
La situación en Portugal degeneró rápidamente para las comunidades
judías —tanto las recién llegadas como para las comunidades tradicionales.
Un número considerable de hombres y mujeres fueron esclavizados al no
poder pagar para renovar sus permisos de estancia, mientras que sus hijos
eran secuestrados por las autoridades para ser bautizados y adoptados por
familias cristianas. El rey Juan II (1455-1495 e. c.) intentó incentivar las
conversiones en su propio reino por influencia de los Reyes Católicos, em-
peorando el clima de convivencia entre las aljamas y el resto de la población.
Su heredero, Manuel I (1469-1521 e. c.) se casó con la infanta Isabel, hija
de los Reyes Católicos, con la condición de expulsar a los judíos e instaurar
la inquisición.
El rey Manuel I decretó en 1496 e. c. la expulsión de todos los judíos y
musulmanes de Portugal, a excepción de sus hijos menores de 8 años, que
debían ser bautizados y pasar a ser tutelados por las autoridades. La resis-
tencia de los judíos provocó un cambio de estrategia por parte de el rey, que
en 1497 e. c. decidió decretar la conversión forzosa de los judíos portugueses
—impidiendo que estos abandonasen el país. Un grupo significativo de judíos
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decidió hacer una huelga de impuestos como medida de presión frente a la


corona, que por su parte decidió capturar a estas familias y abandonarlas a
su suerte en las islas recientemente descubiertas de Santo Tomé y Príncipe.
Tras las conversiones forzadas en Portugal, los nuevos cristianos fueron
forzados a permanecer en el reino, enrareciendo la convivencia. En 1506 e. c.
la reticencia de un cristiano nuevo a ver el rostro iluminado de Jesús sobre
el altar durante el domingo de Pascua —argumentando que era solamente el
reflejo de una vela— hizo estallar la tensión acumulada hacia los conversos.
Católicos locales y marineros extranjeros se unieron para protagonizar la
Masacre de Lisboa, en la que al menos 1500 personas fueron asesinadas y
cientos más fueron heridas y humilladas de distintas formas.
Unos miles de exiliados se dirigieron hacia el reino de Navarra en 1492 e. c.,
ya que este territorio aún era independiente gracias a la disputa entre la
corona francesa y los Reyes Católicos. El reino de Navarra en el siglo XV e. c.
no era un lugar completamente acogedor para las comunidades judías, ya que
había seguido una trayectoria similar a la de otros reinos peninsulares en lo
tocante a la introducción de legislación antijudía —y para la persecución de
los conversos. Muchas de las familias llegadas a Navarra decidieron continuar
su avance a través de los pirineos hacia Francia y el Norte de Europa, donde
existían comunidades judías bien asentadas.
Las familias que permanecieron en Navarra se concentraron mayorita-
riamente en la ciudad de Tudela, donde fueron acogidas por la aljama. Sin
embargo, estas familias tuvieron poco tiempo para asentarse ya que, en un
intento de apaciguar la política expansionista del rey Fernando II, el rey
Juan III (1469-1516 e. c.) proclamó en 1498 e. c. el edicto de expulsión de
los judíos de Navarra. En Tudela, 180 familias judías fueron bautizadas y sus
nombres fueron inscritos en un gran rollo de tela popularmente conocido
como «La Manta», que estuvo expuesta en la nave de la catedral hasta finales
del silgo XVIII e. c.
La expulsión de los judíos de los distintos reinos peninsulares a fina-
les del siglo XV e. c. supuso un trauma social, económico y cultural cuyas
ramificaciones se extienden hacia el presente. En primer lugar, supuso la
expulsión física de decenas de miles de familias que conformaban parte de la
demografía original de todos los reinos, y cuyas comunidades habían jugado
un papel fundamental en la conformación y la evolución de sus sociedades.
En segundo lugar, los decretos de expulsión significaron una expulsión
simbólica de estas comunidades del tejido social de los reinos, provocando
el empobrecimiento de la tolerancia entre vecinos y también de la riqueza
creativa, cultural y lingüística en todos ellos. En tercer lugar, la violencia y
la fijación represiva en contra del recuerdo de esta comunidad —incluso en
contra de los cristianos conversos— impregnaría el imaginario colectivo y
la forma de interactuar entre la población y las autoridades, hasta el punto
de que esta aún permanece reflejada en expresiones orales y culturales en
la actualidad. El recuerdo, naturalmente idealizado, de la vida perdida en
la península permanece también entre los descendientes de las familias
que fueron expulsadas y que reconfiguraron su identidad en el exterior
—incluyendo la popularización de una de las lenguas que acompañaron a
las comunidades en el exilio, el ladino.
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4. REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

• Adriano Prosperi, «Desde el antijudaísmo cristiano al antisemitismo:


la expulsión de los judíos de España en 1492» en Prohistoria: Historia
Poítica de la Historia nº 31
• Ana Isabel López-Salazar, Francisco J. Moreno Díaz del Campo (coords.)
La monarquía hispánica y las minorías: élites, poder e instituciones, Sílex,
Madrid, 2019
• Jesús María López Andrés y Félix García Gámez, «La expulsión de los
judíos a través del puerto de Almería: medidas estratégicas para evitar
la descapitalización del estado» en Los marginados en el mundo medieval
y moderno, Almería, 2000
• Joseph Perez, Historia de una tragedia: la expulsión de los judíos de España,
Ed. Crítica, Barcelona, 2004

5. MATERIAL COMPLEMENTARIO

• Tudela, Beit Hatfutsot, Museum of the Jewish People


• Museo del Prado (Conferencia) Cuadro Expulsión de los Judíos, Emilio Sala
• The Iberian Diaspora
• Who was Isaac Abravanel?
• Who was Abraham Senior?

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