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El Edicto de Granada, por el cual los Reyes Católicos decretaron ¶¶ Limpieza de sangre: resistencia
el fin de la tolerancia religiosa y la expulsión —definitiva y sin a la estrategia monárquica de
conversión y homogeneización
excepciones— de los judíos de sus reinos inició un proceso que
¶¶ La negociación fallida en contra
acabaría afectando a todos los reinos y territorios peninsulares del decreto de expulsión
en la última década del siglo XV. La expulsión de los judíos ¶¶ Decreto de expulsión, conversiones
conllevó un gran número de experiencias violentas para los masivas y criptojudaísmo
centenares de miles de familias judías y conversas en estos ¶¶ Referencia bibliográfica
¶¶ Material complementario
territorios. La expulsión supuso un trauma social, económico y
cultural cuyas ramificaciones se extienden hacia el presente.
la fuerza en 1391 e. c. Sin embargo, una vez la familia pudo escapar a Por-
tugal, los Abravanel renunciaron a la conversión y volvieron a vivir y actuar
como una familia judía. Isaac Abravanel, que llegó a ser reclutado por el rey
Alfonso V (1432-1481 e. c.) para actuar como tesorero real, cayó en desgracia
en 1481 e. c. con la ascensión al trono del rey Juan II (1455-1495 e. c.) quien
acusó a varios notables de la corte de conspiración para consolidar su poder
tras la muerte de su padre. Desposeído de todos sus bienes, Abravanel llegó
a Castilla donde recibió la protección y la promoción de Abraham Senior, y
se convirtió en responsable de la recaudación para los contratos obtenidos
por la familia Senior. Por una década, Abravanel consiguió recaudar gran-
des cantidades de dinero para la hacienda real y contribuyó a financiar la
campaña militar contra el reino nazarí de Granada a través de la gestión de
múltiples préstamos ofrecidos por la familia Senior. Pese a la buena repu-
tación obtenida frente a los reyes, Abravanel también fue sorprendido por
el anuncio del Edicto de Granada.
Tanto Abraham Senior como Isaac Abravanel entendieron en un primer
momento que las autoridades reales buscaban forzar una gran donación por
parte de las comunidades judías peninsulares. Al fin y al cabo, esta había
sido la manera de operar de muchas instituciones cristianas en el pasado:
primero, proponer una legislación tremendamente restrictiva en contra de
las comunidades judías, y después, exigir el pago de una gran donación a
cambio de suspender temporalmente la aplicación de la medida. Sin embargo,
esta vez los reyes insistieron fuertemente en la conversión o en el exilio,
y dejaron escaso margen de negociación para que las comunidades judías
pudieran discutir y reaccionar a la noticia. La participación de representantes
de la Inquisición en estas negociaciones contribuyó a dificultar que ni Senior
ni Abravanel pudiesen asegurar moratorias o exenciones por parte de los
reyes. Finalmente, ambos tomaron la resolución de marchar al exilio con
sus familias si los reyes no corregían su postura. En las últimas semanas,
sin embargo, Abraham Senior —que tenía más de ochenta años— cambió de
parecer y decidió bautizarse y permanecer en la corte de los Reyes Católicos.
Los historiadores debaten qué pudo haber motivado este cambio de postu-
ra, pero existe consenso en el reconocimiento de que tanto los reyes como
los propios herederos del imperio comercial de la familia Senior debieron
presionarle con bastante insistencia para que se quedase.
La conversión de Abraham Senior, y casi toda su familia, fue presen-
tada como un gran éxito moral por parte del aparato propagandístico de
los reyes. El día del bautismo estuvo rodeado de celebraciones públicas y
actos solemnes, contando con ambos reyes como padrinos en el bautismo.
Abraham Senior, ahora ennoblecido con una hidalguía, adoptó el nombre
cristiano de Fernando Coronel en honor a su patrón —el rey Fernando II— y
para restaurar un apellido nobiliario extinto tanto en Castilla como en los
reinos de la Corona de Aragón. La familia Coronel fue puesta a cargo de la
hacienda real, incluyendo la recaudación de las deudas hacia las familias
judías en nombre de la corona —aunque con mucha menos efectividad que
antes de la conversión— y continuó siendo una de las familias más prósperas
e influyentes en el siglo XVI e. c.
Por su parte, Isaac Abravanel marchó al exilio con el resto de su fami-
lia, primero a Nápoles y más tarde a Venecia. En estos nuevos destinos él
utilizó sus recursos y conexiones para facilitar el acceso de comerciantes
italianos a las cortes y las ciudades peninsulares, y también mantuvo una
correspondencia fluida con el rey Fernando II para intentar que aceptase
grandes sumas de dinero a cambio de revertir la orden de expulsión para la
Corona de Aragón.
La historia judía de España
13. Los Reyes Católicos y el decreto de expulsión 92
C LAV E
Hamburgo
Migraciones entre
Londres
P O LO N I A el s. XV y XVII e. c.
Roterdam
H O LA N D A Migraciones entre
Cracovia
ALEMANIA el s. XVII y XVIII e. c.
Rouen
París Viena
FRANCIA AUSTRIA Budapest
La Rochelle HUNGRÍA
Burdeos Venecia RUMANÍA
Belgrado
Florencia
Bayona SERBIA
ITALIA
Roma
Tesalónica Estambul
ESPAÑA
Nápoles
GRECIA TURQUÍA
Lisboa Palermo Izmir
Granada Atenas
Túnez
TÚNEZ
A las Américas
Beirut
Fez
MARRUECOS Jerusalén
durante el viaje-Aunque el edicto reconocía la posibilidad de empoderar a Rutas de la diáspora de los judíos
intermediarios para que liquidasen las propiedades de los exiliados con tiempo procedentes de la península ibérica.
tras su partida, la mayor parte de las familias se vio obligada a malvender o
abandonar la mayor parte de sus propiedades a cambio de asegurar algo de
dinero con el que poder emprender el viaje en el plazo dictado. Dado que no
podían traer consigo oro ni tampoco moneda acuñada, las familias judías se
vieron abocadas a recurrir a banqueros cristianos para recibir letras de cambio.
La vulnerabilidad de su posición hizo que tanto los banqueros locales como
los banqueros en el extranjero —mayoritariamente los genoveses— cobra-
sen cuotas extraordinariamente altas por prestar estos servicios. Los reyes
prohibieron explícitamente proveer ayuda a los que decidieron el exilio, al
mismo tiempo que ponía a los habitantes de las aljamas y sus bienes bajo
protección de las tropas reales —nominalmente para evitar el maltrato de
los exiliados y el saqueo de sus propiedades, aunque al hacerlo, también se
aseguraron poder tomar control seguro e inmediato de cualquier propiedad
abandonada. Las familias judías que se dedicaban al préstamo vieron como
sus acreedores cristianos y musulmanes renegaban de sus deudas, pensando
que al no estar ellos podrían dejarlas sin pagar. Sin embargo, la monarquía
se hizo cargo de reclamar todos los impagos individuales para sumar su
recaudación a las arcas reales.
Existen múltiples testimonios de la marcha de familias judías hacia las
ciudades portuarias, y hacia los reinos de Navarra y Portugal. Casi todos
estos testimonios destacan la tristeza y el abatimiento de las poblaciones
desplazadas —que el debate historiográfico fija entre 80.000 y 160.000, con
estimaciones de que la población judía en Castilla y la Corona de Aragón
podría situarse alrededor de las 200.000 personas. Existieron múltiples
actitudes hacia los desplazados, quedando registrados algunos casos de
solidaridad y caridad hacia ellos por parte de las poblaciones locales, y un
buen número de casos de abusos y extorsiones por parte de autoridades —
como por ejemplo, la Orden de San Juan— y de otros viajeros. Tanto en las
ciudades portuarias peninsulares como en las ciudades africanas e italianas
a las que llegaron la mayor parte de los que eligieron esta ruta, los despla-
zados solamente encontraron desprotección y tuvieron que sufrir estafas y
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abusos de todo tipo. Uno de estos casos fue el de la flota de veinticinco naves
sobrecargadas de pasajeros que dejaron la ciudad de Cádiz en dirección a
Orán. Esta flota decidió arrojar al mar a buena parte de los pasajeros frente
a las costas de Málaga y Cartagena, empujando a los supervivientes que
alcanzaron la costa a convertirse y abandonar el viaje. Del mismo modo, las
familias que llegaron al puerto de Acilah (Marruecos) vieron como algunas
eran capturadas para servir como esclavos, o abusados de distintas maneras,
hasta motivar que un grupo decidiese hacer la travesía inversa y regresar a
Castilla para convertirse.
Teniendo en cuenta todas las muertes y desapariciones ocurridas du-
rante la expulsión, los reyes autorizaron el regreso a partir de noviembre
de 1492 e. c. de aquellos que pudiesen probar que habían sido convertidos
en el extranjero. Los reyes no restituyeron sus tierras ni sus propiedades. La
monarquía si investigó de forma exhaustiva lo ocurrido a los bienes prove-
nientes de los judíos entre 1492 e. c. y 1499 e. c. Con esta investigación, los
reyes consiguieron reclamar para la corona un 20% de todos los depósitos
realizados en los bancos —al no poder localizar a sus dueños, probablemente
fallecidos—, y reclamaron también los bienes comunes de las aljamas y los
bienes decomisados por las autoridades aduaneras a las familias durante las
primeras semanas del exilio.
Notas: las familias exiliadas corrieron el mismo destino. Muchos grupos,
especialmente aquellos expulsados de la Corona de Aragón, si consiguieron
llegar a sus destinos en Roma, Génova, Nápoles, los Balcanes, los reinos del
Norte de África y en el Imperio Otomano. El sultán Bayezid II (1447-1512 e. c.)
y su rabino mayor, Moisés Capsali, reconocieron en la expulsión de los judíos
una gran oportunidad para atraer capital humano y presentarse como un rey
benevolente e ilustrado frente a sus súbditos —en contraste con los reyes
cristianos. La corona otomana fletó numerosos barcos desde los puertos de
la Corona de Aragón hacia Constantinopla, y se encargó de relocalizar a la
población exiliada en diferentes regiones del Imperio. La primera imprenta
en Constantinopla fue establecida por judíos sefardíes en 1493.
Una parte importante de los exiliados se dirigió hasta Portugal, pensando
que la tolerancia de la corona y el poder de las aljamas locales convertían
este reino en un lugar seguro. Sin embargo, las autoridades portuguesas
designaron únicamente cuatro puntos de entrada para los judíos, en los que
eran obligados a pagar una cantidad considerable por un permiso temporal
de ocho meses, y pasado este plazo debían embarcarse en una nave portu-
guesa hacia África sin posibilidad de elegir su destino —y sin poder negociar
el precio del pasaje. Las autoridades portuguesas sí permitieron que los
obreros manuales y las familias con bebés recién nacidos se estableciesen
en el país —pagando una cuota reducida.
La situación en Portugal degeneró rápidamente para las comunidades
judías —tanto las recién llegadas como para las comunidades tradicionales.
Un número considerable de hombres y mujeres fueron esclavizados al no
poder pagar para renovar sus permisos de estancia, mientras que sus hijos
eran secuestrados por las autoridades para ser bautizados y adoptados por
familias cristianas. El rey Juan II (1455-1495 e. c.) intentó incentivar las
conversiones en su propio reino por influencia de los Reyes Católicos, em-
peorando el clima de convivencia entre las aljamas y el resto de la población.
Su heredero, Manuel I (1469-1521 e. c.) se casó con la infanta Isabel, hija
de los Reyes Católicos, con la condición de expulsar a los judíos e instaurar
la inquisición.
El rey Manuel I decretó en 1496 e. c. la expulsión de todos los judíos y
musulmanes de Portugal, a excepción de sus hijos menores de 8 años, que
debían ser bautizados y pasar a ser tutelados por las autoridades. La resis-
tencia de los judíos provocó un cambio de estrategia por parte de el rey, que
en 1497 e. c. decidió decretar la conversión forzosa de los judíos portugueses
—impidiendo que estos abandonasen el país. Un grupo significativo de judíos
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4. REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
5. MATERIAL COMPLEMENTARIO