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III.

Introducción a la historia de los


judíos en España

Existen evidencias que confirman el asentamiento estable de ¶¶ Llegada de las comunidades judías
comunidades judías en la península ibérica desde al menos a la península ibérica
¶¶ Las comunidades judías en
el siglo I e. c. Las comunidades judías formaron parte de la
Hispania visigoda y en el Califato
vida cotidiana de las diferentes sociedades y reinos en las que de Córdoba
estuvieron integradas durante más de catorce siglos, hasta que ¶¶ Las comunidades judías en
fueron definitivamente expulsadas por los reyes españoles y Al-Ándalus y en los territorios
portugueses entre 1492 y 1497. Durante los siglos IX a XI e. c. cristianos
¶¶ La expulsión de las comunidades
los judíos españoles protagonizaron una edad de oro en la
judías y el exilio Sefardí
que individuos notables como Ibrahim ibn Yaqub y Hasdai ¶¶ Referencia bibliográfica
ibn Shaprut influyeron significativamente la cultura europea
y mediterránea en campos tan diversos como la filosofía, la
poesía, la política o la medicina.

1. LLEGADA DE LAS COMUNIDADES JUDÍAS A LA


PENÍNSULA IBÉRICA

La tradición popular, incluyendo la propia tradición de las comunidades judías,


sitúa la llegada de las primeras comunidades judías a la península ibérica
tiempo antes del reinado del rey Salomón en el siglo XI a. e. c. Según esta
versión, comerciantes y artesanos judíos habrían acompañado las delegaciones
comerciales Fenicias que acabarían estableciendo factorías y asentamientos
de importancia en lugares como Cádiz y Almuñécar. Esta presencia judía sería
suficientemente notable como para justificar el envío de recaudadores de
impuestos por el rey Salomón, como supuestamente atestiguaba una lápida
encontrada Morvedre —cerca de Sagunto— que se ha perdido. La presencia
de la comunidad judía se habría asentado y expandido con la llegada de los
Cartagineses, y habría permanecido tras la posterior conquista de la repú-
blica romana y su establecimiento permanente en Hispania tras la segunda
guerra púnica (entre 218 y 201 a. e. c.). Esta tradición se basa en gran parte
en conjeturas derivadas de algunos topónimos presentes en el Talmud, que
podrían corresponderse también con enclaves situados en Oriente Medio,
y también en hipótesis plausibles que no han podido ser corroboradas por
la arqueología. La voluntad de situar la presencia de la comunidad judía en
la península durante tiempos tan remotos habría servido como mecanismo
social de protección frente a las acusaciones de sus vecinos cristianos, dado
que no solamente justificaría un arraigo anterior a la llegada del pueblo ro-
mano, sino que también serviría para excusar cualquier conexión entre los
judíos peninsulares y el juicio —y posterior ejecución— de Jesús de Nazaret.
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3. Introducción: historia de los judíos en España 25

La presencia de individuos y familias judías en la península ibérica


entre el siglo XI y el silgo I a. e. c. no puede ser probada ni refutada con las
fuentes de las que disponemos actualmente. Sin embargo, si puede afirmarse
con bastante seguridad que en el siglo I e. c. las comunidades judías en la
península eran lo suficientemente grandes como para atraer la atención de
predicadores cristianos, y aparecer mencionadas en decisiones tomadas por
las iglesias primitivas en Hispania.

2. LAS COMUNIDADES JUDÍAS EN HISPANIA VISIGODA Y


EN EL CALIFATO DE CÓRDOBA

De nuevo, existen muy pocas fuentes para conocer la experiencia de las


comunidades judías en Hispania entre el siglo I y el siglo VIII e. c. —y no se
conserva ninguna fuente escrita por miembros de esta comunidad. Por lo
que se conoce hoy en día, las comunidades judías en Hispania estaban tan
integradas en la sociedad romana como pudieran estarlo las comunidades
judías en otras zonas de la diáspora como por ejemplo en Italia o en Grecia.
Fuentes eclesiásticas del siglo IV —concretamente el Concilio de Elvira— se-
ñalan la existencia de matrimonios mixtos entre judíos y cristianos, así como
la práctica por parte de campesinos cristianos de buscar la bendición de rabi-
nos para sus cosechas, y situaciones de estrecha convivencia y amistad entre
personas judías y miembros del clero —contrarias al gusto de los miembros
del concilio. Estas menciones evidencian la integración de las comunidades
judías en la sociedad romana, pero también indican las primeras tensiones
por parte de algunos dirigentes de las primeras comunidades cristianas.
La caída del Imperio romano y la formación del reino Visigodo de Toledo
(549-725 e. c.) afectaron a las comunidades judías del mismo modo que a sus
vecinos cristianos o de otras confesiones religiosas. Los visigodos adoptaron
una política basada en limitar la influencia de las antiguas familias notables
romanas, que en la práctica consistía en rehuir los matrimonios entre godos
y los grupos mayoritarios de población en la península. En el plano legal,
sin embargo, los reyes visigodos buscaron el continuismo con la legislación
romana y mantuvieron el mismo grado de discriminación legal hacia la
población judía existente en siglos anteriores. Esta actitud hacia los judíos
cambió tras la conversión al catolicismo de la realeza y las élites visigodas
tras el III Concilio de Toledo celebrado en 589 e. c.
El rey Recaredo y sus descendientes persiguieron una política más
agresiva contra las comunidades judías que fue intensificándose con el paso
del tiempo. En contra del consenso eclesiástico de la época, el rey Recaredo
introdujo legislación permitiendo la conversión forzosa de los judíos, así
como la prohibición de los matrimonios mixtos entre cristianos y judíos,
el bautizo forzoso de los hijos de matrimonios mixtos celebrados antes de
la prohibición, la prohibición de realizar proselitismo, la prohibición a los
judíos de poseer esclavos cristianos y la descalificación de los súbditos ju-
díos para acceder a ningún cargo público. Cabe recordar que la prohibición
de poseer esclavos cristianos no buscaba su liberación, sino que pretendía
debilitar económicamente a latifundistas judíos al obligarles a vender a sus
esclavos a sus competidores católicos por un precio reducido. El sucesor
de Recaredo, el rey Sisebuto, fue particularmente cruel en la aplicación
de la legislación antijudía, cuyas penas iban más allá del pago de multas
y confiscaciones, e incluían todo tipo de castigos físicos. El rey Sisebuto
llegó a ordenar la conversión forzosa o la expulsión de las congregaciones
judías pero su efecto fue limitado. Los siguientes reyes introdujeron nuevas
restricciones penalizando incluso a los conversos, como, por ejemplo, las
órdenes del rey Recesvinto de cancelar la celebración pública o privada de
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Corona del rey visigodo Recesvinto


(siglo VII e. c.), responsable de uno de
los primeros intentos de expulsión de
las comunidades judías peninsulares.
| Museo Arqueológico Nacional

todas las festividades judías, de prohibir que los judíos pudiesen entablar
pleitos con cristianos y de introducir un segundo juramento ante los jueces
en caso de litigantes conversos —dado que el rey consideraba que estos eran
menos sinceros y fiables que otros cristianos.
La persecución a las comunidades judías en Hispania entre 589 e. c. y
711 e. c. no tuvo reflejo en ningún otro reino cristiano. En este periodo se
documenta una huida hacia el norte de la península, y más allá de los piri-
neos, de un número significativo de familias judías. Pese a no protagonizar
ninguna revuelta en contra de la monarquía, no es de extrañar que hombres
judíos apoyasen la rebelión fallida de Ilderico, conde de Nimes, contra el
rey Wamba (673 e. c.). Los casi dos siglos de persecución por parte de la mo-
narquía visigoda explicarían también la actitud de las comunidades judías
frente al avance de los ejércitos árabes en 711 e. c.
Disponemos de fuentes limitadas para comprender qué ocurrió tras la
muerte del rey Witiza en 710 e. c. y la llegada del rey Rodrigo al trono, aunque
parece ser que su ascensión se produjo de forma violenta y provocó revueltas
y divisiones entre la nobleza visigoda. En 711 e. c. el rey Rodrigo se vio obli-
gado a hacer frente de forma simultánea a la proclamación de Argila II como
rey en el noreste peninsular, y a una incursión —o serie de incursiones— del
Califato Omeya desde el Magreb. El rey Rodrigo eligió confrontar en primer
lugar la invasión desde el sur, y se sorprendió al descubrir que estas tropas
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estaban reforzadas por los familiares del difunto rey Witiza. El ejército real
quedó destruido tras la batalla, y parece ser que los familiares del rey Witiza
murieron poco tiempo después —aunque las fuentes no especifican en qué
circunstancias. Al ejército Omeya se le platearon condiciones favorables
para avanzar rápidamente y conquistar la península, pero se encontró con el
problema de cómo asegurar que las ciudades conquistadas en la retaguardia
permanecían fieles tras el avance del ejército. Según las crónicas árabes y
mozárabes, las comunidades judías que habían sobrevivido a la persecución
visigoda jugaron un papel fundamental en la solución de este problema.
El militar judío, Kaula al Yahudi, apoyó con sus tropas al general Táriq ibn
Ziyad durante la conquista, y facilitó que personajes notables de las comu-
nidades judías en cada una de las ciudades conquistadas obtuvieran cargos
de responsabilidad para asegurar la fidelidad de éstas.
Durante el periodo califal y hasta la llegada de los almorávides en
1090 e. c., las comunidades judías en Al-Ándalus obtuvieron la condición de
religión protegida —al igual que las comunidades cristianas— y personalida-
des importantes de estas comunidades tuvieron acceso a puestos destacados
en las cortes de gobernantes musulmanes. Es durante esta época cuando en
la zona musulmana se desarrollan los tópicos literarios del «sirviente fiel»
y del «sirviente sabio» en relación con ministros, médicos y cortesanos de
origen judío.

3. LAS COMUNIDADES JUDÍAS EN AL-ÁNDALUS Y EN LOS


TERRITORIOS CRISTIANOS

Entre 711 e. c. y 1030 e. c., el periodo que cubre la conquista, el emirato


independiente y el Califato de Córdoba, la población judía en Al-Ándalus
experimentó una estabilidad y un crecimiento —demográfico, económico
y social— que no es equiparable al de ninguna otra comunidad judía en
Europa. Este periodo, también conocido como la «Edad de oro», las comuni-
dades judías aprendieron a convivir con las limitaciones legales impuestas
por el dominio musulmán —que limitaban, por ejemplo, la conversión del
islam al judaísmo e imponían impuestos específicos para los no musulma-
nes— mientras que gozaban de estabilidad para poder practicar su religión,
libertad para estudiar y desarrollar sus actividades económicas según su
posición, e incluso participar en los más altos niveles de la administración
pública. Estas condiciones favorables atrajeron la emigración de otras co-
munidades judías de Europa, el norte de África y Oriente Medio, lo que a su
vez contribuyó al crecimiento demográfico y a la atracción de nuevas ideas
y fuentes de riqueza para las comunidades. La protección legal al judaísmo
y al cristianismo por parte de la legislación musulmana atrajo también a
grupos cristianos cuyas creencias eran consideradas heréticas por parte de
la iglesia católica, favoreciendo el intercambio de ideas y en algunos casos
atrayendo nuevos conversos.
El clima de estabilidad y tolerancia hacia las congregaciones judías en
Al-Ándalus empezó a decaer con la disolución del Califato de Córdoba en
1031 e. c. En las primeras taifas, los gobernantes musulmanes siguieron
permitiendo el acceso de individuos de origen judío a las más altas res-
ponsabilidades políticas pero la desunión y la inestabilidad en Al-Ándalus
perjudicaron al modo de vida de las comunidades judías. La masacre de Gra-
nada en 1066 ejemplifica este cambio de tendencia. Cuando los habitantes
de Granada descubrieron que el visir, Yusuf ibn Nagrela, había conspirado
con el reino de Almería para rendir la ciudad, una turba de ciudadanos ata-
có el palacio y crucificó al visir, para luego redirigir su violencia hacia las
comunidades judías de la ciudad. Alrededor de 1500 familias judías fueron
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asesinadas en una sola noche. Tanto la invasión almorávide (1090-1155 e. c.) Interior de Santa María la Blanca, una
como la almohade (1146-1248) supusieron un giro hacia la intransigencia, antigua sinagoga de Toledo (siglo
animando la huida de algunas comunidades judías hacia Oriente Medio y XII e. c.) actualmente reconvertida en
hacia los reinos cristianos del norte. La presencia de expertos y traductores un centro cultural propiedad de la
judíos en Toledo se debe en gran parte a la intolerancia almorávide. Iglesia Católica | Caminos de Sefarad.
La población judía continuó existiendo en los territorios fronterizos Red de Juderías de España
con Al-Ándalus bajo dominación cristiana después de 711 e. c., así como
existía más allá de los pirineos y en otras regiones europeas. Las fuentes
documentales de las que disponemos para explicar la historia de las comu-
nidades judías entre el siglo VIII y el siglo XI e. c. en los territorios cristianos
del norte son escasas, pero comparaciones con otros reinos cristianos en
Europa sugieren que las comunidades judías tendieron a estar localizadas
en zonas delimitadas de la ciudad, zonas que paulatinamente comenzaron a
estar segregadas por unas murallas interiores. Estas murallas podían servir
tanto para la segregación y el control de la población judía, como para su
eventual protección de sus vecinos cristianos durante episodios puntuales de
violencia. La doctrina oficial de la iglesia católica en la Edad Media reservaba
a los judíos la función de ser testigos del retorno del Mesías, argumentando
que como primer pueblo elegido, los judíos deberían poder sentir y validar
su llegada —dando la razón a los cristianos. Sin embargo, la presencia de
las comunidades judías —especialmente si estas eran exitosas— suponía un
reto teológico constante para los pensadores cristianos, llevando a algunos
a sugerir la necesidad de humillaciones simbólicas periódicas como herra-
mienta para desincentivar el interés de la sociedad cristiana general hacia
el judaísmo como alternativa religiosa.
Las comunidades judías en el área cristiana de la península ibérica
mantuvieron contacto con las comunidades de Al-Ándalus, y se beneficiaron
de una mayor integración y reconocimiento por parte de las autoridades en
comparación con las comunidades askenazíes. Al igual que en otras partes
de Europa, las comunidades judías quedaron situadas fuera del esquema
feudal tradicional, como bolsas de población directamente dependientes
del rey para su protección, pero también para el pago de impuestos. En nu-
merosas ocasiones, los reyes cristianos concedían monopolios sobre ciertas
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actividades económicas a las comunidades judías —que tenían su propio


sistema legal y de gobierno—, sabiendo que esto aseguraba a la corona
una recolección más efectiva de los impuestos sobre ciertas actividades y
productos. Tanto las coronas, como la nobleza y los propietarios agrícolas
se beneficiaron del vacío legal en la legislación judía con respecto a prestar
dinero con intereses a extranjeros —en el sentido de personas que no son
miembros de la tribu, interpretado generalmente como a no judíos. Aunque
los cristianos heredaron este precepto del antiguo testamento, la iglesia
primitiva consideró que el hecho de prestar dinero con intereses era pecado
en sí mismo y extendió la prohibición con carácter universal; sin embargo,
la iglesia no se pronunció fuertemente en contra de aceptar préstamos con
intereses, y la necesidad de crédito para todo tipo de actividades comerciales
y políticas hizo que las autoridades cristianas buscasen préstamos en las
comunidades judías. Este sistema acarrearía consecuencias desastrosas para
los prestamistas en numerosas ocasiones, ya que la devolución del préstamo
tendía a crear un resentimiento que alimentaba el anti judaísmo, y en varias
ocasiones poderosos nobles y reyes pensaron que era más sencillo expulsar
a las poblaciones judías de sus tierras que devolver las grandes cantidades
de dinero que habían solicitado —véase, por ejemplo, la expulsión de los
judíos de Inglaterra por parte del rey Eduardo I en 1290.

4. LA EXPULSIÓN DE LAS COMUNIDADES JUDÍAS Y EL


EXILIO SEFARDÍ

En el siglo XIV e. c. la prevalencia de la peste y la consolidación del poder


monárquico en todos los reinos hispánicos a costa de los derechos tradicio-
nales de la nobleza y de las municipalidades llevaron a la población cristiana
a buscar un chivo expiatorio en las comunidades judías —acrecentada por
el goteo constante de familias procedentes de Al-Ándalus, marcado aún
por la invasión y la posterior desintegración de los almohades. La situación
generó un estado de opinión en el cual se sospechaba que los judíos habían
atraído la peste a través de rituales, pese a que ellos también se veían afec-
tados, y se identificó a los consejeros reales y recaudadores de impuestos de
origen judío como la causa de la injusticia por parte de la corona. Es más,
la retórica antijudía utilizada por el bando de Enrique II de Trastámara
durante la guerra contra su hermano para debilitar su causa incendió los
ánimos contra la comunidad judía más allá de Castilla afectando a todos los
territorios cristianos. Podemos asegurar que la Gran Revuelta Antijudía de
1391 que destruyó las juderías en Castilla, la Corona de Aragón y Navarra
fue consecuencia directa de este estado mental en el siglo XIV. La revuelta
tuvo consecuencias devastadoras e irreversibles para la población judía en
la península. En primer lugar, la revuelta causó la desaparición, a través de
la expulsión forzosa y el asesinato, de importantes comunidades judías a lo
largo de la península como la de Sevilla o la de Valencia. En segundo lugar,
la ola de desplazados supuso una gran carga económica y social sobre las
comunidades que no se vieron afectadas por la revuelta, lo que incentivó
que muchas familias judías decidiesen emigrar definitivamente fuera de la
península. Por último, durante la revuelta se obligó a la conversión forzosa
de miles de individuos, contra los que luego se generó un perjuicio constante,
acompañado de la sospecha de que los «cristianos nuevos» nunca habían
renunciado completamente a su antigua fe y sus prácticas. Este último punto
causó un endurecimiento de la violencia ritual y simbólica hacia los judíos en
la península, y también justificó la intromisión por parte de las autoridades
en las vidas privadas y familiares de los «cristianos nuevos» con el fin de
determinar si estos cometían herejía o apostasía —ambos culpas que podían
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acarrear castigos físicos severos, incluyendo la ejecución. Esta situación tan


adversa acentuó el fenómeno de individuos conversos que para evitar atraer
peligro y atención hacia sí mismos y sus familias, optaron por participar
muy activamente en la vida de las comunidades cristianas —por ejemplo,
en la actividad gremial— e incluso llegaron a convertirse en perseguidores
de herejes y «falsos conversos».
Las migraciones forzadas en 1391, principalmente hacia Portugal, el
Norte de África y la actual Turquía, marcaron las rutas por las que transita-
rían las familias judías en las siguientes expulsiones. La persecución hacia
las comunidades judías y los «cristianos nuevos» continuó acentuándose a
lo largo del siglo XV e. c., ahora combinada con la animosidad de la nobleza
y los cargos municipales hacia «cristianos nuevos» que eran capaces de ac-
ceder a posiciones en la administración que antes les habían sido negadas
por su condición de judíos. Los desplazamientos forzados hacia Portugal
desde principios de siglo fueron vistos de forma positiva por la realeza, pero
acarrearon el endurecimiento del discurso xenófobo y antisemita entre la
población cristiana. Tras la toma de Granada en 1492, los reyes de Aragón
y Castilla tomaron la decisión de expulsar definitivamente a la población
judía de sus reinos, ofreciéndoles la alternativa de la conversión —que aca-
rreaba la sospecha constante por parte de las autoridades monárquicas y
eclesiásticas—. Poco tiempo después, en 1496, el reino de Navarra cedería a
las presiones externas y acabaría expulsando también a la población judía de
sus tierras. La ascensión al trono del rey Manuel I de Portugal en 1495, y su
matrimonio con Isabel de Portugal —hija de los Reyes Católicos— provocó
el decreto de conversión de herejes —judíos y musulmanes— de Portugal
en 1497. El rey calculó de forma errónea que la mayor parte de los judíos se
convertiría, y al no hacerlo, decidió designar Lisboa como el único puerto
válido para emigrar fuera de Portugal para así confiscar las propiedades de
quienes escapaban y también secuestrar a los niños menores de 14 años para
ser bautizados a la fuerza y criados por familias cristianas.

5. REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

• Contreras, Jaime (1997) «Historiar a los judíos de España: un asunto de


pueblo, nación y etnia» en Mestre, Antonio y Enrique Giménez (eds.)
Disidencias y Exilios en la España Moderna, Universidad de Alicante
• Fletcher, Richard A. (2005) La cruz y la media luna: las dramáticas relacio-
nes entre el cristianismo y el islam desde Mahoma hasta Isabel la Católica.
Vol. 173. Ediciones Península

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