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II.

Diáspora y exilio: ashkenazim y sefardim

La diáspora de las comunidades judías acentuada por las ¶¶ Galut: conceptos básicos sobre la
guerras judeo-romanas de los siglos I y II e. c. provocó que las diáspora
¶¶ Migraciones y conversiones:
kehilot —o comunidades— evolucionaran de forma distinta
sefardíes y askenazíes
dependiendo de las áreas geográficas en las que se encontrasen. ¶¶ Las congregaciones judías en la
La dispersión dio lugar a múltiples ramas culturales dentro Europa medieval
del pueblo judío, de entre las cuales destacaron los sefardíes ¶¶ Referencia bibliográfica
—en Hispania— y los askenazíes—en centroeuropa— tanto por
población como por su relevancia para la configuración de la
historia europea. En este capítulo repasamos algunos conceptos
básicos sobre la estructura de las kehilot judías en la diáspora
y también sobre cuáles eran las principales diferencias entre la
rama sefardí y la askenazí.

1. GALUT: CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE LA DIÁSPORA

Contrariamente a la imagen y al sentimiento popular, las legiones romanas


no expulsaron a la mayor parte de la población hebrea tras la destrucción
del Segundo Templo en el año 70 e. c. Esta percepción se debe al gran im-
pacto emocional y social que tuvo la destrucción del templo entre todas
las comunidades judías, independientemente de si estas se encontraban
en la zona del antiguo reino unificado de Israel, en el área de la antigua
Mesopotamia —firmemente establecidas durante el exilio tras la destruc-
ción del Primer Templo— o en enclaves comerciales en el Mar Negro y en el
Mar Mediterráneo que habían sido establecidos ya desde tiempos fenicios
(alrededor del siglo X a. e. c). El saqueo de Jerusalén tras la primera guerra
judeo-romana implicó también el desplazamiento forzado de la población
urbana en varias ciudades de Canaán, ya que esta fue esclavizada y vendida
por los romanos tanto en las ciudades del Imperio como en núcleos comer-
ciales de territorios fronterizos.
La tendencia a abandonar el territorio del antiguo reino unificado de Israel
fue acentuándose a medida que otros pueblos de la zona —como los filisteos
o los samaritanos— veían fortalecida su posición bajo el sometimiento a la
administración romana, mientras que colonias comerciales griegas y romanas
eran establecidas específicamente con el fin de diluir el control territorial
de los habitantes tradicionales de la zona. A principios del siglo II e. c. las
comunidades judías fuera del área de Judea eran tan grandes que fueron
capaces de protagonizar la segunda guerra judeo-romana (115-117 e. c.), que
se desarrolló en su totalidad en el Norte de África, Chipre y el área de Meso-
potamia ocupada por Roma. La tercera guerra judeo-romana (132-136 e. c.),
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conocida también como la rebelión de Bar Kojba, tuvo consecuencias devas- Monedas acuñadas durante la rebelión
tadoras para la población rural de la provincia romana de Judea. Dado que de Bar Kojba | Münzkabinett. Staatliche
la rebelión de Bar Kojba tuvo una clara orientación religiosa y cultural, la Museen zu Berlin
represión romana se centró en debilitar la conexión cultural de la población
judía con el territorio de Judea en la medida de lo posible: prohibiendo las
manifestaciones públicas de la religión judía, fundando la colonia romana
de Aelia Capitolina sobre las ruinas de Jerusalén y prohibiendo la entrada a
los judíos, fusionando las provincias de Siria y Judea en la nueva provincia
de Siria Palestina —llamada así por la población nativa de origen filisteo—,
etc. Muchas de estas medidas represivas en el ámbito simbólico se verían
suavizadas o revertidas en las décadas posteriores, pero hicieron irreversible
el desplazamiento del centro de la vida judía hacia la zona de la baja Meso-
potamia, y el desplazamiento de las poblaciones judías de carácter urbano
hacia otros enclaves más prometedores.
Hoy en día conservamos muy pocas fuentes primarias para estudiar la
evolución de las comunidades judías fuera de Mesopotamia en el periodo entre
el siglo II e. c. y el siglo VIII e. c. Gran parte de lo que conocemos proviene de
las escasas fuentes arqueológicas, y de los testimonios o comentarios sobre
la periferia del mundo judío que pudieron quedar recogidos en las escuelas
rabínicas de Mesopotamia. Indirectamente, podemos inferir conocimiento
sobre las comunidades judías en el Imperio romano a través de los escasos
documentos legales que sus legisladores dedicaron a los judíos, y sobre
todo a través de las fuentes del cristianismo primitivo y de las primeras
fuentes eclesiásticas. Aunque más abundantes, las fuentes eclesiásticas
han de ser tomadas con cierta precaución por dos motivos: el primero, es
que estas fuentes están centradas en los debates y las circunstancias de
las emergentes iglesias cristianas, y la información que ofrecen sobre las
comunidades judías es variada y está siempre filtrada por estos intereses; el
segundo, es que la relación entre el judaísmo y la evolución de las primeras
comunidades cristianas fue evolucionando desde la comprensión mutua
hacia la contraposición beligerante a medida que el cristianismo iba siendo
adoptado por comunidades gentiles sin experiencia previa o conocimiento
de las prácticas religiosas y sociales de las comunidades judías. Cuando el
cristianismo pasó a ser una religión con carácter oficial, entre finales del
siglo III e. c. y principios del siglo IV e. c., la exaltación cristológica conllevó
tanto la condena de las herejías cristianas como distintas oleadas de condena
hacia el judaísmo —frecuentemente adoptando nuevas prácticas religiosas
y sociales para definirse en contraposición a este.
Estas precauciones específicas a la hora de interpretar las fuentes sobre
las comunidades judías fuera de Mesopotamia hasta bien entrada la Edad
Media son aún más necesarias si cabe en aquellos temas tocantes al papel
histórico de las mujeres en las comunidades judías y en temas relacionados
con los conflictos de carácter social dentro de las propias comunidades. Esto
es así porque la visión de los autores de las fuentes escritas que han llegado
hasta la actualidad ignora específicamente estas realidades.
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Independientemente de su localización, las comunidades judías a partir


del siglo II e. c. fueron generalmente un grupo o pueblo minoritario, y tendían
a seguir un esquema de gobernanza propio dentro de la comunidad que se
desarrollaba en paralelo a las estructuras de gobierno estatales del reino o
de la ciudad en la que se encontrasen. Este esquema interno de gobernanza
era conocido como kehila —o comunidad— y hacía referencia a un tipo de
comunidad territorial desarrollado durante el periodo de exilio en Babilo-
nia. La terminología que las partes que conformaban la congregación podía
cambiar dependiendo del área donde estuviera asentada la comunidad, dado
que las comunidades judías tendían a adoptar el idioma de la zona como su
lengua vernácula, reservando el uso del arameo y del hebreo para la inter-
pretación del Talmud.
La congregación era gobernada por un pequeño consejo de notables de
la comunidad —generalmente hombres ricos e influyentes, de los que se
esperaban donaciones importantes para el mantenimiento de la comunidad—
quienes periódicamente elegían un representante principal, encargado de
dirigir y supervisar los trabajos de los comités temáticos dedicados a dife-
rentes áreas caritativas —estos sí, compuestos y dirigidos mayoritariamente
por mujeres de la comunidad. Entre los comités y la asamblea de notables se
desarrollaban una suerte de presupuestos anuales para la comunidad, con
el objetivo de garantizar ciertas coberturas sociales por parte de la comuni-
dad como podían ser la educación religiosa, dotes para mujeres huérfanas
o cuidados para personas pobres o mayores en la comunidad. Con este
presupuesto, la asamblea de notables establecía anualmente la cantidad
que cada uno de los miembros de la congregación debía aportar, y que era
recaudada —en ocasiones de forma coercitiva— por miembros electos de
la comunidad encargados de hacer cumplir las decisiones del rabino en las
cuestiones relacionadas con la legislación judía. Este impuesto interno era
establecido y recaudado de forma independiente a los impuestos del reino
en el que la comunidad se encontrase, y la única forma de evitar pagarlo era
convertirse a otra religión y abandonar la comunidad.
La asamblea de notables de la congregación estaba encargada también de
contratar y mantener a al menos un rabino, encargado de enseñar y arbitrar
la ley judía, lo que en ocasiones incluía contactar con las grandes escuelas
rabínicas de Mesopotamia para solucionar dudas, obtener precedentes y
evitar malas interpretaciones de la ley. Como árbitro, el rabino debía ser
una figura independiente de la asamblea de notables y solía contar con el
beneplácito de la comunidad en general, actuando como contrapeso de los
intereses materiales de los miembros más poderosos de la congregación.
El reconocimiento legal de kehila permaneció vigente hasta la Revolución
francesa, quedando desactivado poco después en la mayor parte de Europa
y las Américas.

2. MIGRACIONES Y CONVERSIONES: SEFARDÍES Y


ASKENAZÍES

La dispersión geográfica de las comunidades judías a lo largo de siglos y


su interacción en posición subordinada a diferentes realidades sociales,
legales y lingüísticas explican la gran diversidad interna y de matices entre
las diferentes ramas que conforman el pueblo judío. De entre ellas, la rama
sefardí y la rama askenazí destacan como las principales, tanto por el tamaño
de su población como por el impacto que tuvieron sobre la evolución de la
cultura judía a lo largo de la Edad Media y de la Edad Moderna. La principal
distinción entre ambas ramas es que la cultura askenazí se desarrolló en el
centro y el este de Europa, mientras que la sefardí se desarrolló principal-
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mente en la península ibérica, el sur de Francia y el norte de África. Ambas


ramas conocieron periodos de aceptación, así como periodos en los que
el ambiente legal y social de sus comunidades de acogida tendió hacia su
persecución. En ocasiones, las persecuciones provocaron la destrucción de
congregaciones enteras, ya fuera de forma física o de forma social a través
de conversiones forzosas y dispersión.
Comunidades judías en el ámbito sefardí y en el ámbito askenazí tam-
bién conocieron crecimiento derivado de la conversión de comunidades
cristianas y musulmanas al judaísmo, así como la incorporación de nuevos
individuos a sus congregaciones a través de matrimonios con personas de
otras religiones. Es cierto, sin embargo, que las conversiones mantuvieron
generalmente cierto estigma social y los conversos —en cualquier direc-
ción— tendían a recibir cierta desconfianza por parte de las comunidades
de acogida. En algunas ocasiones, los individuos conversos durante la Edad
Media sentían la necesidad de actuar de forma militante y con mayor celo
religioso que otros miembros no conversos de su comunidad, hecho que
explica episodios como la controversia epistolar entre Álvaro de Córdoba
y Bodo-Eleazar (siglo IX e. c.) un mozárabe judío converso al cristianismo,
y un diácono cristiano de origen franco que se convirtió al judaísmo tras
visitar Al-Ándalus.
Aunque existen motivos lógicos para suponer la presencia de indivi-
duos y pequeñas comunidades judías en la península ibérica desde tiempos
antiguos, las fuentes arqueológicas y eclesiásticas confirman la presencia
de comunidades permanentes a partir del siglo I a. e. c. —con cierta ante-
rioridad a la destrucción del Segundo Templo. Sefarad es el nombre con el
que las comunidades judías llegarían a conocer Hispania, y por tanto se
considera sefardíes a las personas que trazan el origen de sus comunidades
a la península tanto antes como inmediatamente después de la expulsión
definitiva de los judíos por los reyes católicos (1492) y por el rey Manuel I
de Portugal (1497). Los sefardíes de la península desarrollaron sus propias
lenguas romances basadas en el árabe y en el latín peninsular, una versión
de la cual pervive actualmente y resulta inteligible para hablantes de lenguas
latinas. Entre el siglo I e. c. y su expulsión, los sefardíes desarrollaron una
liturgia propia y contribuyeron a enriquecer los precedentes legales en la
ley judía con ejemplos basados en la tradición latina y en las circunstancias
específicas de las congregaciones en la península.
Antes de su expulsión definitiva, individuos y congregaciones de origen
peninsular migraron hacia Europa y África escapando de distintas oleadas
de persecución, lo que los llevó tanto a engrandecer las congregaciones
centroeuropeas que recibirían las migraciones Askenazíes como a reforzar
las propias congregaciones askenazíes a partir del silgo XIII e. c.
Se considera que los judíos askenazíes son descendientes de una mi-
gración judía considerable desde los enclaves mediterráneos, francos y de
Europa central hacia el área del Rin entre el siglo IX e. c. y el siglo XII e. c.
Esta migración estuvo motivada por las nuevas oportunidades ofrecidas por
la incorporación de estos territorios al área de influencia carolingia, y la in-
vitación directa de congregaciones judías a estos territorios por gobernantes
como el Conde Balduino V de Flandes. Al igual que en el caso de los sefardíes,
la rama askenazí toma su nombre de Ashkenaz, el nombre por el cual los
judíos medievales llegaron a conocer el área del Rin y el este de la actual
Alemania. Al contrario que en el caso de los sefardíes, la familia askenazí se
extiende mucho más allá de esta área geográfica, llegando a incluir congrega-
ciones en áreas tan alejadas como el Norte de Francia y la Rusia central. Las
congregaciones askenazíes quedaron severamente influidas por las matanzas
de judíos promovidas por turbas de milenaristas cristianos y cruzados en
el área del Rin en 1096 e. c. Tras las masacres, las comunidades askenazíes
adoptaron un repliegue hacia el interior de sus propias comunidades para
limitar su vulnerabilidad económica y social frente a sus vecinos cristianos.
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Previamente a la gran migración del siglo IX e. c. ya existían múltiples Puerta sur de la ciudad romana de
comunidades judías instaladas alrededor del Mar Negro y el este de Europa, Dioclecianópolis, en la actual Bulgaria
algunas de ellas tan antiguas como las congregaciones de Georgia y Arme- | Kdecheva. Wikimedia Commons
nia, establecidas durante el exilio babilonio en la primera diáspora. Existen
también evidencias arqueológicas del establecimiento de mercenarios judíos
en los destacamentos romanos entre la actual Grecia y el río Danubio —en
la antigua provincia romana de Panonia. Esta población se vio aumentada
con la llegada de los esclavos procedentes de las guerras judeo-romanas, y
también con la conversión al judaísmo de distintos pueblos en el área del
Cáucaso alrededor del siglo VII e. c. Existen pruebas documentales y arqueo-
lógicas de la conversión al judaísmo de algunos nobles en el Khanato jázaro
a finales del siglo VIII e. c. como una estrategia para evitar su incorporación
en el área de influencia de sus vecinos musulmanes y cristianos, sin embar-
go, pruebas genéticas y lingüísticas demuestran que su influencia sobre la
población askenazí ha sido prácticamente anecdótica.
Así pues, la rama askenazí puede verse como una uniformización de
costumbres y legislación a través del contacto entre todos estos grupos ex-
pandidos entre el centro y el Este de Europa. Aunque los askenazíes adopta-
ron las lenguas de los territorios en los que vivían como vernáculas, a partir
del siglo X e. c. se popularizó entre sus comunidades una lengua derivada
del alto alemán con influencias eslavas, arameas y romances que acabaría
siendo conocida como yidis. A partir del siglo XIII el yidis empezaría a ser
escrito con caracteres hebreos contribuyendo a popularizar y preservar este
alfabeto fuera del contexto estrictamente religioso.
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3. LAS CONGREGACIONES JUDÍAS EN LA EUROPA


MEDIEVAL

Las congregaciones judías en la Europa Medieval constituían una población


minoritaria de tamaño considerable y distribuida de forma consistente entre
los territorios, con algunas congregaciones siendo bastante numerosas en
ya de por sí grandes áreas urbanas. A finales de la Edad Media, la población
judía en Europa empezó a superar en tamaño a las poblaciones judías en
Oriente Medio y en el norte de África. La relación habitual de las congre-
gaciones judías con sus vecinos de otras confesiones religiosas fue de po-
rosidad y convivencia, con múltiples casos de conversiones —aunque estas
estuvieron generalmente mal vistas por todas las comunidades religiosas— y
también de trabajo conjunto en cuestiones económicas y en la defensa de
sus sociedades en general. Sin embargo, es cierto que desde el siglo XII e. c.
en adelante encontramos casos más frecuentes de hostilidad para con las
congregaciones judías, e incluso de segregación física de las congregaciones
en zonas específicas de la ciudad, mayoritariamente en territorios cristianos,
pero también en áreas bajo dominio musulmán.
Tanto en el área de influencia sefardí como en el área de influencia
askenazí los hombres y las mujeres de las congregaciones judías siguieron
oficios similares a los de sus vecinos gentiles, trabajando fundamentalmente
como pequeños campesinos, pequeños comerciantes y artesanos. Como en
el caso de sus vecinos cristianos y musulmanes, es difícil conocer las vidas
de las personas comunes a través de documentos que hayan pervivido hasta
la actualidad, por lo que generalmente conocemos mucho más sobre indi-
viduos con oficios menos comunes —aunque bien representados dentro de
la comunidad— como pudieran ser grandes comerciantes, médicos, poetas
y militares. Una diferencia notable de la población judía con sus vecinos
cristianos, más que con sus vecinos musulmanes, era que mientras que las
iglesias cristianas daban gran importancia a las creencias —ortodoxia significa
«la opinión o creencia correcta»— a la hora de considerar evaluar quien era
o quien no era un buen cristiano, las congregaciones judías valoraban más
la ritualización de la práctica cotidiana a la hora de evaluar quien formaba
parte y quien no formaba parte de la comunidad —esta postura recibe el
nombre de ortopraxia, que significa «la conducta correcta». Esta distinción
tiene dos implicaciones importantes para la evolución de las relaciones entre
ambas comunidades. Por un lado, dado que la medicina en época medieval
estaba generalmente desligada de la cirugía y daba mayor énfasis a rutinas
de salud y prácticas dietéticas, podemos ver una mayor afinidad entre los
miembros de comunidad judía y la práctica de la medicina —cuyos médicos
atendían también a comunidades cristianas. Por otro lado, esta distinción
explica porque en momentos de tensión y persecución a la comunidad judía,
los cristianos insistían en convertir actos mundanos como comer jamón,
viajar durante el Pesaj o trabajar los sábados en marcadores identitarios para
los cristianos y obligaban a los conversos a tomar parte en ellos.
Dada su situación de minoría y los brotes ocasionales de rechazo y
violencia por parte de sus vecinos, las congregaciones judías se sentían
más seguras en contextos estables donde la aplicación de la ley estuviera
garantizada. Incluso cuando la ley del territorio resultaba discriminatoria
hacia ellos, la estabilidad legal les protegía contra la arbitrariedad, y les
permitía seguir desarrollando su propia legislación basada en la Torá —que
era fundamental para su autopercepción identitaria y comunitaria. Es por
esto por lo que podemos identificar personalidades judías en las cortes eu-
ropeas adoptando papeles de apoyo a los gobernantes en ámbitos culturales,
de gestión o militares —este más frecuente en las cortes de gobernantes
musulmanes en Sicilia y la península ibérica. Con el tiempo esta relación
de apoyo acabaría evolucionando en situaciones de dependencia del poder
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real, poniendo a las poblaciones judías en situación de explotación por parte


de los gobernantes y en el punto de mira de las poblaciones descontentas
con la gestión del poder real.
Cabe recordar que las congregaciones judías reproducían las mismas
tensiones sociales y culturales que sus vecinos, y que en ningún caso pueden
considerarse como grupos interna o externamente homogéneos. El género,
la afiliación familiar, los oficios, las discrepancias en la práctica de la reli-
gión y muchos otros factores influenciaron la experiencia individual de los
miembros de las congregaciones judías. Circunstancias históricas específicas
como guerras, plagas y migraciones también tuvieron un gran impacto sobre
el desarrollo de las biografías de los miembros de la congregación, siendo la
estructura de gobierno de la kehila y su relación con las prácticas culturales
judías los principales hilos conductores que les permitían identificarse como
comunidad.

4. REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

• Pérez, Joseph (2009) Los judíos en España. Madrid: Marcial Pons.


• Botticini, Maristella, and Zvi Eckstein (2014) Los pocos elegidos: la in-
fluencia decisiva de la educación en la historia del pueblo judío, 70-1492.
Antoni Bosch editor, 2014.

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