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Introducción
1
G. ALBERIGO, “El anuncio del Concilio. De la seguridad del baluarte a la fascinación de la búsqueda”, en G.
ALBERIGO (dir.), Historia del Concilio Vaticano II, I, El catolicismo hacia una nueva era. El anuncio y la
preparación (enero 1959 – septiembre 1962), Leuven/Sígueme, Peeters/Salamanca, 1999, 17. En múltiples
ocasiones el papa se había referido a la decisión tomada: una nota del Diario del alma del 20 de enero de 1959
afirma: “sin pensar antes en ello”; el 21 de abril siguiente el papa dijo al clero del Véneto que se había tratado de
“una inspiración”; el 7 de mayo de 1960 hablando a los Superiores de las Obras Misioneras dice que fue una
“primera idea (…) que surgió como una humilde flor escondida en los prados; ni siquiera se la ve, pero se
advierte su presencia por un perfume”; y el 8 de mayo de 1962 aludió en un discurso a unos peregrinos de
Venecia a “una iluminación repentina”, cf. ibid., 21.
2
Cf. B. MONDIN, “Giovanni XXIII (1958-1963)”, Nuovo Dizionario Enciclopedico dei Papi, Roma, Città
Nuova, 2006, 541-542.
3
Cf. JUAN XXIII, Constitución Apostólica Humanae Salutis, 7.
2
Tras el fin de la era colonial, algunos teólogos han sostenido que la nueva situación
significaba el fin de la misión, o al menos la necesidad de una moratoria. Otros se remitieron a
la posibilidad de salvación de los no cristianos y al deber del diálogo con las demás religiones,
con argumentos en contra de la misión.9 Lo cual les llevó a la falsa suposición de que es
suficiente con que un budista se vuelva mejor budista, un hinduista mejor hinduista o un
musulmán mejor musulmán. Otros han criticado el carácter eclesiocéntrico de las teorías de la
misión que ha habido hasta el momento, exigiendo traer al primer plano su dimensión política
y social.
El Concilio Vaticano II ha reconocido la nueva situación, pero ha sacado de ella conclusiones
distintas. Ha escogido otro punto de partida teológico, introduciendo con él un giro en la
teología de la misión (LG 2-4; AG 2-4). El Concilio no parte ya de la salvación de las almas
(Escuela de Münster) o de la implantación de la Iglesia (Escuela de Lovaina), sino que integra
y reconcilia estos dos enfoques tradicionales en un contexto teológico mayor (AG 2). Entiende
la Iglesia como signo e instrumento, y la misión en un contexto trinitario, cristológico y
pneumatológico.
El Concilio parte del envío del Hijo por parte del Padre, que envió a los apóstoles en el
Espíritu Santo (Jn 20, 21), y por tanto de Jesucristo, al que le ha sido dada toda autoridad (Mt
28, 18), y que envía a sus discípulos con el poder de las alturas (Hch 1, 8). El punto de partida
es por consiguiente el amor de Dios, fuente de la que todo mana, que envió a su Hijo como el
nuevo Adán y que hace eficaz en el Espíritu Santo, desde dentro, su obra de salvación (AG 2-
4). Él quiso la Iglesia como sacramento de salvación (AG 5), es decir, como signo e
instrumento de la unión más íntima con Dios y a favor de la unidad de la humanidad toda (LG
1). La actividad misionera no es otra cosa, ni nada menos que la manifestación o epifanía y el
cumplimiento del plan de Dios en el mundo y en su historia, en la que Dios lleva a cabo
visiblemente la historia de salvación por medio de la misión (AG 9). La Iglesia peregrina es,
pues, misionera por naturaleza (AG 2). Juan Pablo II ha acentuado con razón que la misión no
ha llegado hoy a su fin, sino que se encuentra en un nuevo comienzo y ha entrado en una
nueva fase.10
por el evangelio. No encontró, hasta su violenta muerte, ni compañeros ni seguidores. Hoy, en muchas partes del
mundo, viven y actúan según su espíritu las Hermanitas y Hermanitos de Jesús entre los más pobres de los
pobres y les muestran testimonialmente el amor de Cristo.
9
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, “Notificación a propósito del libro de Jacques Dupuis
Verso una teologia cristiana del pluralismo religioso”, Documentos 1966-2007, Madrid, BAC, 2008, 667-672.
10
JUAN PABLO II, encíclica Redemptoris Missio sobre la permanente validez del mandato misionero (1990), 1,
48.
4
que la Iglesia no ‘tiene’ una misión, sino más bien al revés, que la misión de Cristo en la
Iglesia se crea ella misma su Iglesia. La misión no proviene de la Iglesia: la Iglesia ha de ser
entendida desde la misión”.11 El objetivo de la misión es indirectamente la Iglesia y su
expansión. Se trata en primer lugar de anunciar el reino de Dios que ha venido con Jesucristo
y que ahora se abre camino mediante la Iglesia en el Espíritu Santo. Es el ruego del
padrenuestro “santificado sea Tu nombre, venga a nosotros Tu reino”. La misión quiere
llamar a la conversión desde los ídolos antiguos y nuevos al único Dios verdadero (1 Tes 1,
9), quiere que todos tengan vida y la tengan en plenitud. El reino de Dios es el reino de la
verdad, de la justicia, de la libertad, de la reconciliación y de la paz. De aquí que al dar
testimonio del único Dios verdadero es importante mostrar a Dios como el Dios de todos los
hombres y de cada uno en particular. De esta forma, la misión, sin convertirse en un social
gospel o, menos, en un prosperity gospel, sirve también a la paz, a la reconciliación y a la
justicia en el mundo. La misión puede sacar fuerzas, en primer lugar, de la fuerza del Espíritu
Santo, pero también del testimonio de los muchos misioneros y misioneras santos que dieron
su vida como mártires por Cristo, por el evangelio y por sus hermanos. El pasado siglo XX
fue en las iglesias misioneras rico en mártires, esto es algo prometedor para el esfuerzo
misionero en el siglo XXI; pues “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. 12
Podemos confiar en que la semilla de tantos miles de ellos en el último siglo de algún modo
producirá frutos abundantes.
efectos en la historia: doctrina errónea, opinión discrepante (2 Pe 2, 1; cf. Tit 3, 10). 19 Pero
sólo se puede hablar de herejía cuando se trata de una contradicción adrede y terca contra la
doctrina vinculante de la Iglesia. Así, desde el Vaticano II, no se puede emplear el concepto
de herejía para quienes han nacido en otra iglesia, han sido bautizados en ella y en ella tienen
su hogar, sino sólo para quienes estuvieron en plena comunión con la iglesia católica y la han
abandonado con una decisión libre y manifiesta. Por cierto que hoy el concepto de herejía,
teniendo en cuenta la conciencia de la historicidad de las formulaciones doctrinales, apenas si
se aplica, y no es tajante ni siquiera en el contexto mencionado. 20 Con todo, la Iglesia, en tanto
que columna y fundamento de la verdad (1 Tm 3, 15), no puede renunciar a señalar como
tales, graves divergencias respecto de la verdad del evangelio, ni a excluir de su comunión a
quienes las mantengan tercamente.
La escisión original o protocisma,21 fue el que se dio entre judíos y cristianos cuando se
separaron la Iglesia y la Sinagoga, que según el teólogo reformado Karl Barth (1886-1968)
debería ser considerado como el gran problema ecuménico. 22 Siguió luego una cantidad de
divisiones intracristianas. En todas ellas, junto a cuestiones de fe, jugaron un papel importante
factores extrateológicos (culturales, políticos, etc.) y también con frecuencia, una lamentable
falta de comprensión mutua y de amor mutuo. Muchas de estas divisiones de la cristiandad, a
pesar de que en parte duraron un tiempo relativamente largo y afectaron a grandes sectores de
la Iglesia, no se han mantenido, como por ejemplo las divisiones de arrianos y donatistas. Las
que sí han continuado hasta hoy son, sobre todo, las tres grandes divisiones en la Iglesia que a
continuación exponemos.
La primera, la de la iglesia asiria del Este, tras el Concilio de Éfeso (431),23 y las iglesias
ortodoxas orientales (copta, siria, armenia, etiópica y malankar) después del concilio de
Calcedonia (451).24 La segunda, la de las iglesias ortodoxas que se suele situar, más simbólica
que históricamente, en la excomunión de 1054, aunque en realidad fue un proceso de
alejamiento mutuo que se visibilizó en la toma y el saqueo de Constantinopla en 1204,
durante la cuarta Cruzada.25 Finalmente la tercera, es la división de la cristiandad occidental,
como secuela de la Reforma del siglo XVI, que ha llevado a nuevas divisiones. Hoy pues, el
19
Sobre la historia de este concepto, cf. Y.-M. J. CONGAR, “Las propiedades esenciales de la Iglesia”, en MySal
IV/1, 439-471.
20
Un buen ejemplo es el tratamiento que se hace actualmente de la figura de Lutero a nivel de diálogo
ecuménico: COMMISSIONE CONGIUNTA CATTOLICA ROMANA – EVANGELICA LUTERANA, Dichiarazione ‘Martin
Lutero, testimone di Gesù Cristo’, publicada en ocasión del 500° aniversario del nacimiento (1483-1983), EOE
1, 743-751; COMISIÓN LUTERANO-CATÓLICO ROMANA, Del Conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta
Luterano-Católico Romana de la Reforma en el 2017, Santander, Sal Terrae, 2013; también: R. Mauti, “Martín
Lutero ¿hereje o profeta?, en Anatéllei, CEFyT 39 (2018) 55-67.
21
Cf. B. SALVARANI, Non possiamo non dirci ecumenici. Dalla frattura con Israele al futuro comune delle
chiese cristiane, Verona, 2014, 37-56.
22
Invitado a Roma por el Secretariado para la unidad en 1966, el teólogo de Basilea había estudiado de manera
exhaustiva los documentos conciliares; entre las preguntas críticas que hace al Decreto sobre el ecumenismo
señala: “¿por qué no ha sido tratado en este contexto el cisma más escandaloso, fundamental de la Iglesia y la
Sinagoga? (Rm 9-11; Ef 2)”; K. BARTH, Ad limina apostolorum e altri scritti, Torino, Claudiana, 2012, 90.
23
Esta Iglesia precalcedonense, es decir, separada de la comunión de las otras iglesias antes del Concilio de
Calcedonia, ha sido tradicionalmente llamada nestoriana. El nombre oficial que ella se atribuye es el de ‘Iglesia
apostólica católica asiria de Oriente’, o de manera abreviada ‘Iglesia asiria’, J. CAÑELLAS, Las Iglesias
apostólicas de Oriente. Historia y características, Madrid, Ciudad Nueva, 2000, 39.
24
Ibid., 52 ss.
25
Cf. Y.-M. J. CONGAR, Cristianos ortodoxos, Barcelona, Estela, 1963, 7, 39.
7
26
Cf. C. M. MARTINI, “La passione ecumenica di Oscar Cullmann”, Notiziario 25 (1993) 24-26.
27
O. CULLMANN, L’unità attraverso la diversità, Brescia, Queriniana, 1987, 21-22.
28
Cf. A. VANHOYE, Lo Spirito dell’unità. Meditazioni ecumeniche, Casale Monferrato, Piemme, 1995, 9.
8
lleva de las escisiones a la multiplicidad no es fácil, sino difícil y doloroso. La unidad a la que
tiene que conducirnos no puede ser la de la Iglesia-unidad, sino, según el modelo de la unidad
trinitaria, únicamente una unidad en la pluralidad y una pluralidad en la unidad.
tuvo lugar en Amsterdam la fundación del Consejo Mundial de las Iglesias (WCC). Su primer
secretario general Visser’t Hooft,42 uno de los pioneros del ecumenismo, sintetizó así la
naturaleza del WCC: “Somos un consejo de iglesias, no el concilio de la Iglesia una e
indivisa. Nuestro nombre indica nuestra debilidad y nuestra vergüenza delante de Dios,
porque en el fondo puede haber y solo hay una Iglesia de Cristo en la tierra. Nuestra
pluralidad es una profunda anomalía. Pero nuestro nombre indica también que somos
conscientes de tal situación, que no la aceptamos pasivamente, que intentamos avanzar hacia
la manifestación de la Iglesia Una y Santa. Nuestro consejo representa por lo tanto una
solución de emergencia, una etapa en el camino, un organismo que vive entre el tiempo del
completo aislamiento recíproco de las iglesias y el tiempo, en la tierra o en el cielo, cuando
será visiblemente verdad, que hay un solo Pastor y un solo rebaño”.43 En efecto el WCC, no se
entiende como una superiglesia, sino como comunidad (felloship) de iglesias que, según la
formulación de bases, creen en Jesucristo como Señor y Salvador, para gloria del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. La formulación de bases del WCC, está definida, pues, de forma
cristológica y trinitaria. Mientras que ya desde muy pronto partieron importantes impulsos del
Patriarcado Ecuménico44 y de la iglesia anglicana 45, y el timón del movimiento ecuménico
temprano lo llevaron teólogos protestantes suecos, alemanes y holandeses; en un primer
momento la Iglesia católica miraba el movimiento ecuménico con considerable crítica y
reserva. La encíclica de Pio XI Mortalium animos (1928) expresaba reparos fundamentales.
Dado que la iglesia católica se entendía y se entiende a sí misma como la única Iglesia de
Jesucristo, veía en el movimiento un peligro de indiferentismo y relativismo religioso. Hacían
falta valientes teólogos pioneros para alcanzar una clarificación teológica. El Movimiento
Una-sancta y diversos monasterios y conventos ecuménicamente abiertos, aportaron a este
respecto experiencias positivas, tanto intelectuales como prácticas. Teológicamente se pudo
recurrir a Johann Adam Möhler y a John Henry Newman, así como a la posterior
investigación histórica que condujo a un conocimiento más profundo de las tradiciones
eclesiásticas orientales y a una nueva valoración objetiva de Martín Lutero.
movimiento ecuménico un impulso del Espíritu Santo. El papa Juan XXIII había vivido y
actuado como nuncio diecinueve años sobre todo en países ortodoxos; para él la unidad ante
todo con las iglesias de oriente, se había convertido en un deseo personal y cordial. Siguiendo
el consejo del arzobispo (más tarde cardenal) Lorenz Jaeger (Paderborn), fundó ya en 1960, es
decir, antes de que comenzara el Concilio Vaticano II, el Secretariado (hoy Consejo) para la
Promoción de la Unidad de los cristianos.
La encíclica ecuménica de Juan Pablo II Ut unum sint (1995) fue un respaldo oficial a este
trabajo. Al mismo tiempo, supuso una continuación y profundización esenciales. Para su
concreta puesta el papa creó el Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre
el ecumenismo (1993). Para Juan Pablo II, la cuestión del ecumenismo se funda en última
instancia en la voluntad misma del Señor, que en las vísperas de su muerte rezó para que
todos sean uno (Jn 17, 21); asimismo la consideraba una obligación irreversible (UUS 3), no
un añadido ni un apéndice de la actividad tradicional de la Iglesia, sino algo perteneciente
orgánicamente a su vida y obra, su componente integrador (ibid., 20; 25). El papa Benedicto
46
Cf. JÖRG ERNESTI, “Ecumenismo nel Terzo Reich”, en Breve Storia dell’ecumenismo, Bologna, EDB, 2010,
53-59.
47
Hacer la lista de la gran cantidad de documentos a este respecto sería excesivo en este marco. Cabe mencionar
la síntesis de los consensos, convergencias y divergencias ecuménicos de cuatro comisiones de diálogo
(luterano-católico, reformado-católico, anglicano-católico, metodista-católico), en W. KASPER, Cosechar los
frutos. Aspectos básicos de la fe cristiana en el diálogo ecuménico, Santander, Sal Terrae, 2010.
12
XVI ratificó esta obligación el primer día de su pontificado 48 y ha añadido que el ecumenismo
no es ninguna actividad suplementaria de la Iglesia, sino algo constitutivo para la Iglesia y
para cada cristiano.49 La tarea del ecumenismo no es en absoluto, pues, innovación de ningún
tipo; se apoya en una sólida base teológica, espiritual y magisterial, que se va actualizando
conforme a las necesidades y posibilidades históricas del momento.
48
BENEDICTO XVI: “Quisiera ahora destacar todavía una cosa: tanto en la imagen del pastor como en la del
pescador, emerge de manera muy explícita la llamada a la unidad. “Tengo, además, otras ovejas que no son de
este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor” (Jn 10,
16), dice Jesús al final del discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina con la gozosa
constatación: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red” (Jn 21, 11). ¡Ay de mí, Señor amado! ahora la red se
ha roto, quisiéramos decir doloridos. Pero no, ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no
defrauda y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que tú has prometido. Hagamos
memoria de ella en la oración al Señor, como mendigos; sí, Señor, acuérdate de lo que prometiste. ¡Haz que
seamos un solo pastor y una sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la
unidad!” (Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24/4/2005): http://w2.vatican.va/content/benedict-
xvi/es/homilies/2005/documents/hf_ben-xvi_hom_20050424_inizio-pontificato.html.
49
BENEDICTO XVI: “El compromiso por la unidad de los cristianos no es sólo tarea de algunos, ni una actividad
accesoria para la vida de la Iglesia. Cada uno está llamado a ofrecer su aportación para dar los pasos que lleven a
la comunión plena entre todos los discípulos de Cristo, sin olvidar nunca que es, ante todo, un don de Dios que
debemos invocar constantemente. En efecto, la fuerza que promueve la unidad y la misión brota del encuentro
fecundo y apasionante con Cristo resucitado, como le sucedió a san Pablo en el camino de Damasco y a los Once
y a los demás discípulos reunidos en Jerusalén” (Homilía en la Semana de Oración por la Unidad de los
cristianos, Basílica de San Pablo extramuros, 25 de enero, 2010):
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2010/documents/hf_ben-xvi_hom_20100125_week-
prayer.html.
13
signo levantado en medio de los pueblos. Su modelo y prototipo supremo es la unidad del
Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la Trinidad de personas. Con esta
fundamentación escatológica, cristológica, eucarística, pneumatológica, eclesiológica y
trinitaria, el Concilio ha dejado muy atrás un punto de vista parcial institucional y jerárquico,
estableciendo una amplia base teológica para la realización de la tarea ecuménica. Esta
amplitud teológica dio lugar a un tono de voz nuevo (al menos, sentido como nuevo entonces)
al hablar de los cristianos no católicos y de sus iglesias y comunidades eclesiales. A esta
Iglesia pertenecen todos aquellos que creen en Cristo y aquellos que han recibido el bautismo
correctamente. Éstos están en cierta (si bien no perfecta) comunión con la iglesia católica. La
culpa de que la comunión no sea perfecta la comparten ambos lados, y no puede cargarse en
absoluto sobre los hombros de quienes han nacido en el seno de otras comunidades y han
alcanzado en ellas la fe en Cristo. Están justificados mediante la fe e incorporados a Cristo;
merecen el nombre de cristianos y son reconocidos por la iglesia católica como hermanos y
hermanas en el Señor (UR 3; cf. LG 14s). Así que muchos elementos o bienes significativos
con los que la Iglesia en su conjunto está edificada pueden existir también más allá de las
fronteras visibles de la iglesia católica. El espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellos
como medios de salvación (UR 3; cf. LG 15; UUS 11s). Pero (y así se aferra el Concilio a las
enseñanzas de la tradición) la plenitud de estos medios salvíficos sólo se encuentran en la
iglesia católica. Ella es el medio auxiliar universal de salvación. En ella subsiste la Iglesia de
Jesucristo, es decir: en ella tiene su forma existencial histórica concreta y en ella existe
permanentemente (LG 8; cf. UR 3; 11); en ella se mantiene la unidad de forma inalienable.
Esta aseveración, sin embargo, no es para el Concilio puramente estática, sino al mismo
tiempo dinámica; pues, el Concilio añade que la unidad está en continuo crecimiento hasta el
final de los tiempos.
Desde este punto de vista escatológico (no estático, sino histórico dinámico) acerca de la
Iglesia sólo se puede decir, y en esto consiste el nuevo enfoque, que la afirmación de que la
Iglesia es el medio auxiliar universal de salvación no debe entenderse en el sentido exclusivo,
de que más allá de sus fronteras institucionales existe un vacío escatológico. En verdad, más
bien, en la medida en que tras las fronteras institucionales de la iglesia católica se encuentran
los citados elementos, la Iglesia de Jesucristo está efectivamente presente y activa (UUS 13).
Se puede hablar, por tanto, en el sentido del Concilio, de ser miembro de la Iglesia única de
Jesucristo y de una realización de ésta ‘gradual’. En esta graduación el Concilio ve una
realización esencial entre las iglesias ortodoxas y ortodoxo-orientales (copta, eritrea, etíope,
ortodoxa siria, malankar y armenia), que han conservado la estructura básica sacramental y
apostólica, y las comunidades eclesiales que surgieron a partir de la Reforma, que por el
bautismo uno y único pertenecen al cuerpo de Cristo, pero que no han conservado la sucesión
apostólica en el ministerio episcopal ni la sustancia plena y original de la eucaristía (UR 22).
El cometido del movimiento ecuménico es superar los obstáculos que se oponen a la
comunión plena y llevar de la imperfección a la plenitud la comunión de la Iglesia, que se
expresa en la comunión eucarística en la mesa una y única del Señor (UR 3; UUS 2; 14). El
Concilio da en este sentido una especie de definición, o mejor dicho, una especie de
descripción del trabajo del movimiento ecuménico: “Por movimiento ecuménico se entiende
el conjunto de actividades y de empresas que conforme a las distintas necesidades de la
14
Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan para favorecer la unidad de los
cristianos y se ordenan a esta meta” (UR 4).
inteligentes surge del error de pensar que de algún modo se puede “producir” la verdad a base
de negociaciones e intentos diplomáticos de alcanzar un consenso. Una pretensión de este tipo
olvida que la verdad le está dada ya previamente a la Iglesia y, por tanto, no está sujeta a
negociación.54 Los nuevos desarrollos ecuménicos ponen en tela de juicio la aseveración
tantas veces escuchada de que las diferencias confesionales son malentendidos hoy ya
superados, o fáciles de superar, mediante un mejor conocimiento mutuo. Por el contrario, se
ha tomado más clara conciencia de algunas diferencias fundamentales aún no resueltas. Sobre
todo salta a la vista en la comprensión de la Iglesia, que acechan más problemas y dificultades
de los que muchos quieren aceptar. ¿Cuáles son estos problemas?
iglesias ortodoxas están tan convencidas como la católica, de que son la verdadera Iglesia.
Para ellas es decisivo el consenso en cuanto a la doctrina y a la figura sacramental-episcopal
que la Iglesia adoptó durante el primer milenio. 59 La diferencia con respecto a la iglesia
católica reside en la distinta valoración de la evolución de la iglesia católica en el segundo
milenio. La evolución de la doctrina sobre el primado, en especial, representa para las iglesias
ortodoxas una evolución occidental especial a la que ellos no pueden adherir. La iglesia
católica, en cambio, entiende la tradición del segundo milenio en el sentido de una tradición
que evoluciona viva y, por ello, en continuidad con la del primer milenio; considera los
dogmas del segundo milenio sobre la base común del primero y los ve como su desarrollo y,
por tanto obligados. La cuestión ecuménica es si podemos llegar a una noción común del
primado y alcanzar un acuerdo bilateral acerca de un nuevo ejercicio del mismo, en línea con
lo que Juan Pablo II señala en su encíclica sobre el ecumenismo: “estoy convencido de tener
al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de
la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de
encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial
de su misión, se abra a una situación nueva. Durante un milenio los cristianos estuvieron
unidos por la comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el
consentimiento común la que moderaba cuando surgían disensiones entre ellas en materia de
fe o de disciplina” (UUS 95). Francisco no sólo ha ratificado esta línea, sino que ha hablado
de una “conversión del papado”, constatando al mismo tiempo que en este tema “hemos
avanzado poco” (EG 32).
Para la iglesia católica, la meta del movimiento ecuménico consiste en la comunión completa
y visible en la misma fe única, en los mismos sacramentos y en la unión con el sucesor de
Pedro. No hay que confundir este objetivo con un simple “ecumenismo de retorno”. Lo que
quiere no es un paso atrás; tampoco pretende que todas las demás iglesias se adhieran a la
católica tal como hoy existe en concreto. La anhelada unidad no significa fusión ni
absorción.60 Dado que la iglesia católica conoce la posibilidad de evolucionar doctrinalmente,
mediante el diálogo ecuménico pueden desarrollarse algunos aspectos concretos del ser
Iglesia que, si bien están presentes en la católica, se encuentran poco desarrollados y venidos
a menos, mientras que en otras iglesias quizá se hayan desarrollados de una forma más rica y
completa. El diálogo ecuménico no es, pues, una calle de sentido único, sino un intercambio
de ideas y dones que debe conducir a una realización plena de lo católico (UUS 28; 57). No se
trata de tener que encontrar la identidad propia, sino de crecer y enriquecerse en ella.
Así pues, la anhelada unidad no debe ser unicidad en el sentido de uniformidad, sino unidad
en la multiplicidad, en la que las iglesias separadas conservan sus legítimas tradiciones
propias y pueden aportarlas a la unidad mayor. La unidad en la multiplicidad quiere decir a la
vez multiplicidad en la unidad. Va más allá de una coexistencia pacífica o reñida, más allá de
una convivencia y un ecumenismo en oposición. Tampoco está constituida por la agrupación
de iglesias. Antes bien, es en el camino de la reconciliación donde debe sanarse la unidad
previamente dada pero herida y, por tanto, imperfecta, para reinstaurarse la plena communio.
59
Cf. J. RATZINGER, “Primado y episcopado”, en El nuevo Pueblo de Dios, Barcelona, Herder, 1972, 137-164,
161.
60
JUAN PABLO II, encíclica Slavorum Apostoli (1985) 27.
17
Johann Adam Möhler, pionero del ecumenismo moderno, mostró en su obra de juventud La
unidad de la Iglesia (1825) como puede pensarse esto de forma concreta. Retomó y continuó
el modo de pensamiento dialéctico del idealismo alemán y mostró que los opuestos que se
encierran en sí mismos de forma egoísta y se aíslan empobreciéndose, pueden abandonar su
egoísmo y obstinación por el camino de la reconciliación y convertirse en una fructífera
unidad en el amor. No fuera de, ni junto a, sino dentro de esta unidad es donde los opuestos
pueden “moverse libremente y con gozo de vivir”.61
de los demás a la simpatía y a la empatía, condiciones básicas para todo diálogo. Así nos
capacita el Espíritu para vencer prejuicios, para admitir errores del pasado como propios y
para arrepentirnos;66 nos otorga la gracia de la conversión y de la penitencia, 67 que deben
redundar en reforma y renovación; nos lleva a superar mentalidades competitivas, y a
reconocer los dones otorgados a los demás y aceptarlos como dones también para nosotros;
nos ayuda a llevar la carga de los demás (Gál 6, 2), a compartir en solidaridad el gozo y el
sufrimiento, las esperanzas y las penas de los demás.
70
Para este tema seguimos linealmente: J. A. SCAMPINI, “Pentecostali e cattolici: verso uno scambio di doni. Per
un annuncio rinnovato del Vangelo”, en A. SPADARO – C. M. GALLI (edd.), La Riforma e le Riforme nella
20
Debemos reconocer que comprender el diálogo ecuménico como “un intercambio de dones”
(UUS 28), e intentar sacar consecuencias para una renovación y reforma de la iglesia católica
(UR 4 y 6) se presenta como un gran desafío cuando se intenta hacerlo a partir de las
relaciones entre la iglesia católica y las corrientes más evangélicas del protestantismo, sobre
todo del movimiento pentecostal. Este movimiento presenta aún serias dificultades para la
iglesia católica en muchos contextos. Sin embargo, hay signos que indican que se han
producido en las últimas décadas cambios en los dos actores y que, como consecuencia de
ello, puede verse la posibilidad de entablar nuevas relaciones. A comienzos de nuestro siglo,
buena parte del movimiento pentecostal ha entrado en un estado de relativa estabilidad,
ofreciendo los primeros intentos de elaboración teológica de su propia identidad, algo que
ciertamente ha redundado en beneficio, entre otras cosas, del diálogo teológico católico-
pentecostal;71 a su vez, ese diálogo ha provocado y favorecido una reflexión en los
interlocutores pentecostales que les ha llevado a una fundamentación teológica más sólida de
sus posiciones. En este contexto, donde no faltan signos positivos, llegar a hablar de
“intercambio de dones”, involucrando activamente a la iglesia católica, exige aún recorrer un
largo camino que a primera vista no se presenta fácil. Hay razones suficientes para ello:
a) La asimetría entre ambas tradiciones, tanto en el ámbito de la eclesiología vivida como en
el de la formulación teológica, que “desubica” a la iglesia católica exigiéndole entablar el
diálogo desde una posición diferente de aquella que le es habitual en otros diálogos. Por eso
se ha hablado de “conversaciones improbables” o de “un ejercicio en las fronteras del
ecumenismo”.
b) El proselitismo anticatólico, aún virulento en muchos lugares que produce un drenaje
constante de miembros en la iglesia católica, la cual sin respuestas pastorales adecuadas,
experimenta una cierta situación de vulnerabilidad y no pasa de definir a los “agresores”
valiéndose únicamente de parámetros sociológicos, calificándolos como grupos “sectarios”.
c) La dificultad, en el momento de entablar un diálogo bilateral, para hacerlo con figuras
representativas de un movimiento tan vasto como complejo, que algunos prefieren denominar
“los pentecostalismos”, y que hace pensar que estamos ante una tarea, si no imposible, sí al
menos poco viable y eficaz.
Pero sin relativizar esas razones, hay cuatro motivos que inducen a no desechar el intento:
a) El movimiento pentecostal, como un verdadero “signo de los tiempos”, es la corriente más
dinámica y vital del cristianismo contemporáneo, movilizada por el anuncio explícito de
Jesucristo representa junto al catolicismo,72 una de las dos únicas presencias cristianas de
alcance global.
Chiesa, Brescia, Queriniana, 2016, 438-455.
71
Puede verse el sitio del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, para consultar los
textos finales de cada una de las seis fases de este diálogo llevadas a cabo entre 1972 y 2015:
http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/chrstuni/sub-index/index_pentecostals_it.htm.
72
Según el informe de 2011 del Pew Forum, cerca de la mitad de los cristianos en el mundo son católicos, 12%
ortodoxos, y 37% protestantes en sentido amplio. El mismo estudio señala que alrededor de 279 millones de
cristianos pentecostales y 305 millones de cristianos carismáticos y que pentecostales y carismáticos juntos
suponen el 27% de todos los cristianos del mundo y más del 8% de la población mundial. Hay cerca de 285
millones de evangélicos, lo que significa que, juntos, evangélicos y pentecostales son cerca de 400 millones.
Mientras que el número de “protestantes históricos” (luteranos, reformados, metodistas, etc.) y anglicanos no
deja de disminuir. Los pentecostales, por su parte, representan 2/3 del cristianismo de los países en desarrollo; cf.
http://www.pewforum.org/2018/08/29/the-religious-typology/.
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Orientaciones:
Planteo algunos interrogantes como desafíos que pueden ayudar a un sondeo de campo, para
mejor evaluar el nivel de conciencia ecuménica de la Iglesia en estado de misión: el diálogo
ecuménico ¿está incorporado en el estilo y la espiritualidad del discípulo-misionero?, la
misión como kerigma del Evangelio, ¿se alimenta de la fe bautismal común a todos los
cristianos, o del recelo y egoísmo confesional?, la tarea misionera, ¿comparte el intercambio
de dones con las iglesias, no sólo tradicionales sino también pentecostales? ¿hay residuos de
proselitismo católico en el espíritu misionero? ¿qué obstáculos encuentra el pueblo de Dios,
para abrirse a la colaboración ecuménica entre diferentes confesiones?
Información académica
https://uca-ar.academia.edu/RicardoMauti