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NIVELACION DE CLASES INASISTENTES

Presentado por: LINDA GISSELA BECERRA RODRIGUEZ

TEMA 01: DIOS ME CREÓ PARA SER FELIZ

Dios en este tema quiere mostrarnos la perfección de su ser al habernos creado con amor, al
amarnos y sobre todo a mostrarnos que nos creó con el único fin de hacernos felices, aun sabiendo
que su muerte era el precio que debía pagar por nuestra felicidad. Es por ello que nuestro Señor
Jesucristo quiere enseñarnos mediante el Evangelio que significa “Buena Nueva”, la buena noticia
de la Salvación, de la venida del Señor, de la cercanía del Reino de Dios y de la realización de ese
Reino como el retrato de la felicidad.

Debido a esto, se entiende que la alegría es una capacidad humana, una característica del hombre,
un aspecto que pertenece a su misma estructura, a su misma naturaleza, a la forma en que Dios lo
creó, puesto que, para él, el hombre fue creado para ser feliz. Por ende, en los relatos del libro del
Génesis primero escrito por Moisés y primero de la Biblia, se nos dice que después de ser creado
por Dios, el hombre fue puesto en un jardín, el del Edén, el del Paraíso, el del Paraíso en la tierra.

Nuestra fe dice que Dios creó al hombre bajo la promesa eterna del amor para que fuera feliz y éste
puede serlo porque tiene todas las condiciones para serlo, y cuando deba enfrentar la oposición de
este mundo (las aflicciones, el sufrimiento), si tienes fe en Dios, si cuentas con él y si le demuestra
inmenso amor, tiene muchas posibilidades de vencer los obstáculos que se presenten, pues la
alegría y el amor se unen muy bien entre sí, en el sentido que el amor nos hace felices y comprende
en sí mismo a la alegría.

Si analizamos bien, es durante la juventud cuando más amor experimenta y ofrece el hombre. Los
jóvenes parecen ser más capaces de amar que las personas en la edad adulta y en la vejez, aunque
el amor sea un mandamiento de Dios y debería ser igual de activo en todas las edades. Entonces,
en su juventud el hombre es más capaz de amar y se halla más dispuesto a ser feliz, por ende, una
juventud iluminada por la fe que se llena de pensamientos de Dios, del sentir su presencia, lleva una
juventud serena, una juventud con altas posibilidades de felicidad como no podríamos encontrar en
otras edades del individuo.

Por ello, la fe resulta ser la felicidad porque nos acerca a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo,
quien es su hijo, que se hizo hombre para traer a las almas de los hombres las condiciones de la
alegría por amor. En el Evangelio se nos dice que él vino para salvar a su pueblo del pecado: “le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” y más adelante dice que
el hijo de Dios se hizo hombre, que el hijo de Dios habría de nacer de la Santísima Virgen y que
vendría a nosotros, los hombres, cumpliéndose así, la profecía de Isaías, quien dice que “la virgen
dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel”, que significa “Dios está con nosotros”, luego, la alegría
debe brotar especialmente de la fe y de la convicción que Dios está con nosotros, amándonos, cerca,
a nuestro favor.
De este modo, Jesús afirma que la felicidad no está en nada de lo que este mundo ofrece, al
contrario, está en creer lo que Dios afirma sobre la derrota espiritual que el hombre tiene que le
conduce a arrepentirse y le lleva a vivir una vida que va de acuerdo con lo que agrada a Dios como
consecuencia de haber recibido su perdón, pues solo Jesús es el que puede salvar al hombre del
infierno y del castigo eterno.

Por lo tanto, debemos interiormente realizarnos la pregunta acerca de ¿Cuál felicidad es la que
estamos buscando?, la que el mundo ofrece o la que Jesús nos presenta? Para ello, la decisión no
debería ser difícil de tomar ya que sería difícil de creer que una persona desee para sí misma la
condenación eterna que se experimenta en el infierno por la eternidad, pero el corazón del hombre
es por naturaleza rebelde y prefiere consumirse en lo material despreciando lo que Dios con amor
ofrece. Pues se atreven a cambiar las recompensas eternas de Dios por el placer momentáneo que
al final causa daño y dolor en esta vida y que generará un pago terrible por la eternidad. Pero si, por
el contrario, decide seguir el camino que Jesús presenta, la recompensa no la encontrará en este
mundo sino en la vida eterna, por ello, debemos estar dispuestos a responder al llamado de Dios y
a su invitación de ser feliz eternamente, que en conclusión significa que seguir a Dios tiene un alto
costo, pero la recompensa eterna será excepcional.

Debido a lo anterior, la invitación es a estar de acuerdo con lo que Dios dice bajo el amor con que él
nos creó, a declararnos en bancarrota espiritual, humillarnos ante Dios, pedirle perdón por nuestros
pecados y dejarle el control de nuestra vida a él para lograr una transformación radical en el actuar
de nuestra vida y finalmente ser libre de vivir una vida marcada por el amor a Dios y al su prójimo,
para vivir en felicidad, ya que nunca sabemos cuánto tiempo nos queda antes de que la muerte nos
sorprenda.

TEMA 02: LA TRINIDAD Y LA PALABRA

Dios es infinitamente más grande que nosotros; por lo tanto, no deberíamos esperar estar en
capacidad de entenderlo por completo. En este caso, la biblia nos enseña que el Padre es Dios, que
Jesús es Dios, y que el Espíritu Santo es Dios, pero que también hay un solo Dios.

Así pues, mediante la palabra se edifica la creencia de que Dios es uno y trino, es decir, es una unidad
conformada por tres personas divinas relacionadas entre sí que son el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.

Por ello, el contemplar el misterio de la Santísima Trinidad es acercarnos a conocer la esencia de


Dios: “Uno es Amor, y tres son los amados; una es la Luz, y tres los resplandores; una la llama viva
en tres ardores.” Se trata de un solo Dios que lo trasciende todo en cuanto Padre, principio y fuente,
lo penetra todo por su Palabra y lo invade todo en el Espíritu Santo.

El Padre es quien da, por mediación del Hijo quien es su palabra, lo que el Espíritu distribuye a cada
uno porque todo lo que es del padre es también del hijo; por esto, todo lo que da el hijo en el espíritu
es realmente don del padre. De manera semejante cuando el espíritu está en nosotros, lo está
también la palabra de quien recibimos el espíritu y en la palabra está también el padre, por esto
dice el hijo: “El Padre y yo vendremos a fijar en él nuestra morada. Porque donde está la luz, también
está el resplandor” (De las cartas de San Atanasio Obispo, Carta 1 a Serapión, 28-30).
Por ello, cuando Jesús dice: “Quien me ama guarda mi Palabra y vendremos a él y haremos morada
en él”, entendemos cómo el hecho de obedecer se acompaña de una grande bendición, pues el
mismo Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, no tres dioses sino UN SOLO DIOS, viene a habitar
en cada uno de nosotros, dentro de nosotros, por esta “Inhabitación” (Presencia activa de la
Santísima Trinidad en nuestro ser, cuando estamos en gracia de Dios) se da la capacidad de amar,
no a la manera del mundo, sino al modo de Dios.

Dado esto, debemos procurar mantenernos en gracia de Dios, es decir en obediencia a Su Palabra,
para que Dios more en cada uno de nosotros y vivamos a plenitud su respuesta a nuestro llamado
cuando le pidamos “Ven Espíritu Divino” y aprendamos y practiquemos el modo del amor de Dios,
perdonando y amando al enemigo, a quien nos destruye con sus palabras; nos traiciona, quien nos
engaña creyendo que así nos domina, ya que es nuestro enemigo y podría estar más cerca de cuanto
nos damos cuenta, pero la presencia de la Trinidad en nuestra alma nos genera y nos mantiene la
gracia y el conocimiento del amor liberándonos de resentimientos, odios o retaliaciones y
disponiéndonos a comprender, dialogar y sobre todo a perdonar.

TEMA 03: ALIANZAS Y PROMESAS

El término alianza hace referencia a un convenio o pacto que se establece entre dos o más partes
para lograr un determinado propósito o fin. El Antiguo Testamento hacía referencia, por tanto, al
pacto que se establecía entre Dios y su pueblo o bien entre Dios y algún personaje concreto. En el
Nuevo Testamento el término «alianza» adquiere un contenido clave: la muerte y resurrección de
Jesucristo, con la que se sella la «nueva alianza» de Dios con los hombres.

En la Biblia podemos encontrar las alianzas que hizo Dios con el hombre a través del tiempo, pues
en el antiguo testamento encontramos la antigua alianza hecha por Dios padre y en el nuevo
testamento encontramos la nueva alianza que fue hecha por Dios hijo, o sea Jesucristo la antigua
alianza era un pacto entre Dios y Abraham y entre Dios y Moisés.

La alianza realizada por Dios con Abraham se trataba de construir un pueblo para que este recibiera
su revelación ya que quería establecer una alianza con el hombre manifestándole su amor y
teniendo compromisos con él, siendo esto un acto de pura generosidad, alentando de esta forma al
hombre a practicar sus virtudes con amor.

Dios realiza un contrato con Abraham prometiéndole la tierra de Canaán a condición de que camine
con rectitud ante el eterno y utilizando como signo de esta alianza la circuncisión, por ende, la
alianza realizada por Dios con Moisés es una renovación de la realizada con Abraham y la realizada
en Sinaí.

El pueblo entero se comprometió a cumplir las órdenes divinas y Dios reiteró las promesas hechas
a Abraham. El arca de la alianza era un cofre realizado en madera qué constituía el signo material
de la alianza hecha por Dios con Moisés, y allí se guardaban las tablas de los diez mandamientos.

También Dios realizó una alianza con Noé cuyo signo fue el arcoíris y finalmente la nueva alianza,
que no está escrita en tabla de piedra pero sí en los corazones de los hombres, fue realizada por
Jesucristo cuando en la víspera de su muerte vivo en la última cena manifestó que su sangre era "la
nueva alianza derramada para muchos", realizó también alianzas con Adán y Eva, quienes a pesar
de ser creados con miles de beneficios y desde el amor fallaron a su padre pecando, otras alianzas
fueron a su vez con Noé, quien era noble y piadoso, quien fue escogido para salvaguardar el futuro
de la raza humana y David quien era humilde, obediente, honrado y bueno de corazón, por ende
fue escogido por Dios para ser el rey. Por ello, el pacto establecido en el Sinaí era la imagen de lo
que realizó Jesús, en quién las promesas hechas a Abraham y la profecía de Jeremías sobre la nueva
alianza fueron cumplidas.

Dado esto y entendiendo que el amor de Dios es familiar, nos hace miembros de su familia
manifestándonos que si oramos con fe lograremos comunicarnos con nuestro padre, nos entregó a
su único hijo para garantizarnos la salvación, nos pide que lo alabemos mediante himnos en
asamblea y que nos llamemos hermanos para anunciar su nombre, regalándonos también a su
madre María para garantizarnos una familia completamente celestial. Todo esto con el fin de activar
su presencia salvífica en el seno de la Iglesia, y en el corazón de nosotros los creyentes, haciéndonos
vivir, amar, orar y servir a Cristo.

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