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El Concilio Vaticano II: Aportes, marchas y contramarchas

Por: Leslie Verónica Pereyra Vergara


25/01/2024

Sesenta y dos años han transcurrido desde aquel 11 de octubre de 1962,


fecha en que daba inicio el Concilio convocado por el entonces Papa Juan XXIII, y
aún queda la sensación de que sus aportes, aunque contribuyeron a grandes
cambios en la Iglesia, no han sido totalmente puestos en práctica en toda la
dimensión para la que fueron planteados. Los motivos van, en algunos casos, del
desconocimiento a la falta de profundización o errores de apreciación. Más
adelante, serán analizados, pero para llegar a ello, hemos, en primer término, de
detallar sus principales aportes a la vida Iglesia, los avances en su aplicación y, en
algunos casos, los retrocesos.

Aportes del Vaticano II

El Papa Juan XXIII deseaba un Concilio pastoral y de una renovación y


actualización de la Iglesia al mundo moderno. Pero hay que tener en cuenta que,
cuando el Papa hablaba de pastoral, se refería no sólo a un aspecto práctico, sino
a una pastoral unida a la doctrina, como su primer fundamento. Esta doctrina
inmutable y fielmente respetada, debe ser profundizada y presentada de modo que
responda a las exigencias del tiempo actual. El Papa distingue precisamente entre
la sustancia inmutable de la doctrina y la forma en que ésta es presentada.
Precisamente, la Pastoral del Vaticano II consiste en estudiar y profundizar la
doctrina, expresándola en modo que todos los que formamos la Iglesia, podamos
conocerla, aceptarla y amarla (Carbone, 2000).

De esta manera, el Vaticano II se define como el concilio de la Iglesia, de


Cristo y del hombre, conceptos que no pueden entenderse como excluyentes, sino
integrados: eclesiología, cristología y antropología, están estrechamente
relacionados. Así fue sentando las bases del nuevo camino de la Iglesia en la
sociedad contemporánea. A pesar de ser la misma de ayer, la Iglesia vive y realiza
su "hoy" en Cristo, que comenzó sobre todo con el Vaticano II, preparando a la
Iglesia para la transición del segundo al tercer milenio.

Haciendo una síntesis de los varios y grandes han sido los aportes
conciliares, puedo definirlos como sigue:

Definición del Pueblo de Dios.

En la Constitución Dogmática Lumen Gentium, se renueva la visión de la


iglesia como Pueblo de Dios, en el que todos los creyentes gozan de igualdad
radical, porque tener el mismo bautismo: “(todos) los bautizados, en efecto, son
consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual
y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan
sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a
su admirable luz”. Es decir que, en virtud del bautismo y la participación con Cristo,
los fieles son llamados por el Señor, cada uno en su camino, a imitar la misma

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santidad del Padre. Desde los obispos hasta los fieles, todos deben difundir su
testimonio de fe y amor. Según el Concilio, existe una auténtica igualdad en cuanto
a la dignidad y a la acción común.

El valor de los laicos.

Otro punto novedoso es la valoración de la vida secular. Durante la Edad


Media, se dividió a los creyentes en dos grupos diferenciados: estaban los
consagrados del clero, por un lado, y los seculares con un supuesto menor
compromiso de santidad. Los cristianos comunes estaban, de alguna forma, menos
comprometidos con su fe y su salvación, pues dependían de la mediación de la
jerarquía clerical. El Concilio Vaticano II significó un cambio para los laicos, pues allí
se estableció que éstos también participan de la función sacerdotal, profética y real
de Cristo y por lo tanto son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó
a la iglesia en el mundo, cada uno según su condición. Así los laicos fueron
animados a abandonar su pasividad y participar de la misión de la iglesia a través
de sus actividades cotidianas. Los monjes y sacerdotes no eran los únicos llamados
por Dios, sino que cada católico debía participar de la obra de Dios en el lugar donde
se hallaba (Peletay, 2021).

Renovación de la Liturgia.

Plasmada en la Constitución Sacrosantum Concilium, como un instrumento


útil para la promoción de la vida litúrgica en la Iglesia y que define una serie de
principios básicos:
• La acción liturgia es, ante todo, obra e iniciativa de Dios y respuesta del ser
humano. Jesucristo está presente de formas diversas en las acciones litúrgicas
(SC 7).
• La liturgia es acontecimiento de alianza; por lo tanto, hay que favorecer la
comunicación entre Dios y el ser humano, el ser humano y Dios; de ahí la
inculturación como proceso de descentralización y creatividad.
• “Las acciones litúrgicas pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él
y lo manifiestan” (SC 26). Ello pide devolver a la asamblea su protagonismo en
las celebraciones de la Iglesia, donde todos los fieles deben sentirse actores.
• La Palabra de Dios es central en la Liturgia. El pueblo de Dios se alimenta en la
mesa de la Palabra; hay que ofrecer al pueblo cristiano una mesa más
abundante de la palabra de Dios (SC 51 y 92).
• El concilio insiste también en la necesidad de una formación litúrgica de los fieles
y los pastores (SC 14-19) y una reforma llena de sabiduría y arraigada en la sana
traditio (García Paredes, 2013).

La misión de la Iglesia.

El decreto Ad Gentes en primer lugar afirma que la Iglesia entera es misionera


por su propia naturaleza (AG 2). Con esta rotunda afirmación queda claro que la
misión no es un asunto sólo de ciertas congregaciones religiosas e institutos
misioneros, de los “misioneros profesionales”, sino de todos los bautizados, como
un elemento esencial de su identidad cristiana. Precisamente esta idea de que toda
la Iglesia es misionera por naturaleza (AG 1) y que, por consiguiente, toda la

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actividad misionera de la Iglesia es central en ella. El Decreto también fundamenta
la misión de la Iglesia no en una línea vertical de autoridad, sino más bien en la
iniciativa amorosa del Padre quien envía a su Hijo y Espíritu al mundo para que la
humanidad participe en la vida divina.

El diálogo interreligioso.

Uno de los aspectos más significativos del Concilio Vaticano II fue su


énfasis en el diálogo interreligioso y el entendimiento mutuo, manifestado ene l
documento Nostra Aetate (Declaración sobre la relación de la Iglesia con las
religiones no cristianas), la cual reconoció la herencia espiritual compartida de
cristianos, judíos, musulmanes y otras religiones. Enfatizó la importancia del
respeto mutuo, la comprensión y la cooperación entre las religiones para lograr
la paz y la justicia social.

En síntesis, los aportes del Concilio Vaticano II a la Iglesia, los podemos


resumir en: el reconocimiento del papel de los laicos en la Iglesia, la renovación de
las celebraciones litúrgicas, la nueva definición de la Iglesia como pueblo de Dios y
el reconocer en las iglesias no católicas el espíritu cristiano. Y sus aportes a la
sociedad en general: la libertad religiosa, reconocer la autonomía de las ciencias, el
compromiso de los cristianos ya sean hombres o mujeres para luchar por la paz y
la justicia de la humanidad y los derechos humanos, compromiso con los pobres, la
separación de la Iglesia y el Estado y la denuncia a cualquier tipo de totalitarismo.

Avances alcanzados por el Vaticano II

La realidad de la Iglesia en cada continente, tiene particularidades propias de


la idiosincrasia de sus pueblos. Sería extenso explicar estos avances en cada una
de ellas. Lo que aquí presento es cómo acogió y tradujo la Iglesia latinoamericana
las propuestas de ‘aggiornameno’ que el concilio realizado en un contexto europeo
presentó.

Un primer punto esencial de transformación, que la Iglesia en América, paso


de ser un espejo de la Iglesia de Roma, a sentirse una “iglesia fuente”, iniciando un
proceso de inculturación, creando un lenguaje propio. Esto se refleja en la alegría,
el entusiasmo, el coraje de crear, participando junto al mundo, de sus alegrías,
tristezas, búsquedas y avances (Boff, 2012).

En segundo lugar, en la Iglesia en América, ocurre una redefinición del lugar


que ocupa la iglesia dentro de la sociedad. “Medellín” fue un documento que, a la
luz de Vaticano II, observó a su alrededor, percatándose de la miseria que oprimía
a los pueblos y plantea un desplazamiento hacia esas periferias: “La Iglesia es de
todos, pero quiere ser, sobre todo, la Iglesia de los pobres” (Papa Juan XXIII).

En tercer lugar, se plasmó en los lineamientos a seguir y en los documentos,


el concepto de Iglesia como Pueblo de Dios, anteponiéndolo a la iglesia jerárquica.
El pueblo que gime esclavizado por la miseria y la falta de igualdad de
oportunidades, gime como el pueblo del éxodo, y clama a Dios por un libertador.
Ese libertador, ha de ser la Iglesia, caminando a su lado. Esta visión de la Iglesia-

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pueblo-de-Dios proporcionó algo original de América latina: las comunidades
eclesiales de base, a saber, la Iglesia de la base y la Iglesia de la liberación (Boff,
2012).

Y, en cuarto lugar, la reforma en la liturgia, que trajo consigo el uso de la


lengua vernácula de cada lugar. Pero lo que se buscaba no era sólo una mera
traducción de la liturgia, sino que se permita a los fieles una mayor cercanía a la
obra de redención que ocurre en la liturgia, en especial en la Eucaristía, y, derivada
de ella, un mayor compromiso personal y comunitario. Esto conllevó también los
altares mirando hacia el pueblo y el uso del ambón como lugar de la proclamación
de la Palabra, la oración de los fieles, la homilía dominical obligatoria y la
simplificación de los ritos para mejor comprender las partes de la eucaristía, así
como la posibilidad de comulgar bajo las dos especies en ciertas ocasiones (Berríos,
2014).

Estos avances, buscan que el seguimiento a Jesucristo sea desde un mayor


conocimiento de su persona, pues no se puede seguir a quien no se conoce. Esto
supone dedicar tiempo a permanecer cercanos a Él, a través de la oración y de la
celebración comunitaria. Esta cercanía, trae como consecuencia el ser capaces de
percibir su Espíritu y dejarlo actuar en nosotros, dejarnos guiar por sus mociones y
acoger y asumir las consecuencias de esta cercanía (Martinez, 2013).

El encuentro con el Señor Jesús, en la Lectio Divina, es de valor incalculable,


pues nos pone en relación directa con la persona de Jesús y nos hace capaces de
dejarlo todo para hacer de él y del Reino, el motivo de nuestra vida. Es lo que,
finalmente, va logrando la Iglesia en América a partir de las reformas del Concilio
Vaticano II.

Algunas contramarchas

El carácter ‘revolucionario’ hasta cierto punto, de las reformas lanzadas por


el Concilio, llevó a diversas formas de interpretar su significado, tanto en el discurso
oficial como en las diversas publicaciones posteriores del clero, de los teólogos o
de diversas personas que expresaban sus interpretaciones. Se plantearon algunos
problemas para aplicar las reformas, también estrategias y caminos a recorrer por
parte de las comunidades parroquiales para cumplir su tarea de hacer presente al
Dios revelado en Jesucristo y su Espíritu para las generaciones de nuestro tiempo
(Schickendantz, 2012).

Un caso extremo, lo representa lo ocurrido en la arquidiócesis brasileña de


Sao Paulo, quien inició una investigación al padre Fábio Fernandes, por una
supuesta actividad cismática. El padre Fernandes estaba en abierta oposición a las
reformas del Concilio Vaticano II y al Magisterio del Papa Francisco, en el 2021. Él
celebraba la Eucaristía restringiéndola a una Misa Tradicional, como se hacía antes
del Concilio, e incluso llegó a llamar herejes a “quienes están bajo el espíritu de
aggiornamento del Concilio Vaticano II”.

En la actualidad, el Papa Francisco habla del Vaticano II como un asunto que


no debe ser reinterpretado o restringido, sino implementado y ampliado en algunos

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temas más que en otros. El Papa habla del Vaticano II a través de la tradición
católica de la que el Vaticano II ha pasado a formar parte: mediante citas de San
Pablo VI, dejando que los documentos de las conferencias episcopales hablen en
sus encíclicas y exhortaciones, y recuperando las intuiciones fundamentales del
Vaticano II como parte integral de la misión de la iglesia.

La tensión persiste entre aquellos que ven el Vaticano II como demasiado


moderno para ser católico y los que lo ven demasiado católico para ser moderno;
entre la narrativa del statu quo y una narrativa post-eclesial; entre el espíritu y la
letra; entre el ressourcement y el aggiornamento (Faglioli, 2022).

En cuando al diálogo interreligioso, algunos consideran que, a pesar de sus


buenas intenciones, la tendencia creciente de la comunicación interreligiosa
amenaza las pretensiones distintivas del cristianismo a la verdad y la salvación.

De lo expuesto, vemos que el punto esencial de la oposición al Concilio, no


es un asunto tanto del ámbito teológico, sino del eclesial: la celebración de la
eucaristía (uso del latín, limitación de los instrumentos musicales, la melodía de los
cantos, la participación de los fieles en la liturgia).

A manera de conclusión

El Concilio Vaticano II, convocado por el entonces Papa Juan XXIII, supo
abordar las necesidades del mundo moderno de los años sesenta, con la finalidad
de renovar y reformar la Iglesia, haciéndola ser más madre para todos sus hijos, los
fieles bautizados. Sin duda, señaló el rumbo de los cambios que se sucedieron en
el papel de los laicos, la modernización de la liturgia y los rituales y el uso de la
lengua nativa de cada país en las mismas.

Todos estos cambios llegaron fueron pertinentes y esenciales para el


crecimiento y desarrollo moderno de la Iglesia Católica hasta hoy, aportando no
poco, valores y modos cristianos de proceden en una sociedad global cada vez más
diversa e interconectada. Haber enfatizado en el papel de los laicos logró que éstos
asuman posiciones de liderazgo en la Iglesia, contribuyendo así a su vitalidad y
energía. La consecuencia de la modernización de las prácticas rituales y litúrgicas,
las han vuelto más accesibles y atractivas para los creyentes, fortaleciendo su
conexión espiritual y su compromiso de fe.

De otro lado, los detractores conciliares, que no son tan pocos como
quisiéramos creer, señalan situaciones problemáticas e incluso perjudiciales en su
aplicación, como su oposición al diálogo interreligioso, el énfasis en el papel de los
laicos que para algunos genera confusión en la estructura jerárquica de la Iglesia,
la pérdida de la reverencia debida a la modernización de las prácticas rituales y el
uso de la lengua vernácula en la liturgia.

Sin embargo, considero que es mucho más lo que ha ganado la Iglesia en su


papel de Madre y Maestra, y, en cuanto a la aplicación de los principios de
aggiornamento conciliar, falta aún mucho camino por hacer, el cual, es tarea de
todos sus hijos, los bautizados, quienes amamos a nuestra Iglesia.

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Referencias

Berríos, F. (2014). La Liturgia en el Concilio Vaticano II: bases, repercusiones y


desafíos de una reforma. Teología y Vida, 55(3).
https://doi.org/10.4067/S0049-34492014000300006
Boff, L. (01 de noviembre de 2012). Siwissinfo.ch.
https://www.swissinfo.ch/spa/sociedad/tribuna-abierta--leonardo-boff_-
am%C3%A9rica-latina-se-tom%C3%B3-muy-en-serio-el-vaticano-ii-
/33768656
Carbone, V. (2000). Vatican.
https://www.vatican.va/jubilee_2000/magazine/documents/ju_mag_0105199
7_p-21_it.html
Faglioli, M. (04 de abril de 2022). Buena Voz Noticias.
https://www.ncronline.org/news/opinion/opposition-pope-francis-rooted-
rejection-vatican-ii
García Paredes, J. C. (17 de enero de 2013). Ecología del Espíritu.
https://www.xtorey.es/constitucion-sacrosanctum-concilium-memoria-y-
perspectivas/
Martinez, V. S. (2013). Nuestra Iglesia Latinoamericana a los 50 años del Concilio
Vaticano II. Theologica Xaveriana, 63(176).
Peletay, M. (30 de junio de 2021). Biteproject. https://biteproject.com/concilio-
vaticano-ii/
Schickendantz, C. (2012). Único ejemplo de una recepción continental del
Vaticano II. Medellín. Revista Teología(108), 7-90.

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