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San Agustín de Hipona (354- 416 d.

c)

Es considerado el último filósofo antiguo y el 1er filósofo medieval. Su madre Mónica


era católica y su padre Patricio pagano. Su padre gastó mucho dinero en la formación
intelectual de su hijo, quien estudió en Cartago con los mejores maestros de la época.
Fue formado por su madre en el cristianismo, que abandonó al llegar a su adolescencia,
comenzando en Cartago una vida muy disoluta llevada por la fama, la lujuria, el egoísmo
y los placeres mundanos. Tuvo un hijo natural llamado Adeodato. Este modo de vida le
dejaba siempre insatisfecho, y provocó gran dolor a su madre que rezaba y lloraba
pidiendo a Dios la conversión de su hijo.

Paso por varias escuelas filosóficas: Maniqueísmo, Escepticismo y


Neoplatonismo. Gracias al Platonismo conoce el significado de un
Dios espiritual. Lee en el Nuevo Testamento las cartas de san
Pablo, descubriendo que fe y razón no son opuestas y que se
pueden complementar excelentemente. Un día, estando en el
jardín de su casa reza a Dios, llora y escucha una canción infantil
que dice: “Toma y lee” y lo interpreta como una señal de Dios,
abre la Biblia y lee un pasaje de san Pablo que le llevará
definitivamente a la conversión, el pasaje decía: “Basta de
comilonas y borracheras, de lujuria y desenfreno, nada de
rivalidades ni envidias, revístanse del Señor Jesucristo”.

Finalmente se hizo bautizar por Ambrosio y regresó a su tierra, allí su pueblo casi le
obligó a ser sacerdote y luego fue aclamado y nombrado obispo de Hipona. Llevó una
vida comunitaria junto a otros, dedicándose a la oración, la escritura de algunas de sus
obras, la predicación y todas las tareas propias de un obispo y de un intelectual.

En sus obras asimiló y recogió 2 culturas: la greco-romana y la judeo-cristiana, o sea


que sin Agustín no podríamos entender correctamente la Civilización Occidental o Judeo
Cristiana a la que pertenecemos (europeos y americanos), y que nos diferencia de las
otras Civilizaciones (oriental, negro africana y musulmana).

Pensamiento

Agustín siempre se sintió atraído hacia el tema-problema que podríamos formular


así: ¿por qué existe el mal en el mundo? En un primer momento, durante su juventud,
creyó encontrar la respuesta en el Maniqueísmo, secta seudo cristiana fundada por Mani.
Después de algunos años abandonó esta escuela filosófica al percatarse de las
contradicciones y soluciones demasiado simplistas que esta doctrina daba al problema.
Considerando que nunca podría responder a las preguntas existenciales profundas que
se hacía se hizo escéptico. Posteriormente conoció la filosofía de Platón a través de las
obras de los neoplatónicos en especial Plotino, manteniendo hasta el fin de su vida una
filosofía platónica. Convertido al catolicismo, encontró en las Sgdas. Escrituras la
solución al problema del mal, elaborando su propia respuesta filosófica.
Un problema generalmente es la difícil conciliación de dos verdades discutibles que
aparentemente se excluyen. En el problema que abordamos estas dos verdades son: la
libertad del hombre y el señorío de Dios y su gracia.

La solución agustiniana al problema se basa en una concepción peculiar de la libertad.


La definición que da san Agustín de la libertad comporta dos elementos:
autodeterminación de la voluntad y orientación al bien. La voluntad es un riesgo pues
se puede hacer buen o mal uso de ella, pero funda la grandeza del hombre.

Una piedra cuando cae busca su “lugar”, pero sin saberlo ni quererlo. El hombre por el
contrario ha de ir a Dios que es “su lugar”, su fin, de modo consciente y voluntario. A
esta voluntad Agustín la denomina: libre albedrío.

LIBRE ALBEDRÍO PARA EL BIEN

El libre albedrío no es un valor absoluto, está encaminado a un fin: el bien. El hombre


posee esta libertad radical e inicial llamada libre albedrío para alcanzar su fin: Dios, sólo
así será verdaderamente libre (con Libertad). El hombre está orientado a Dios pues de
Él salió y a Él debe volver, si no encamina el libre albedrío hacia ese fin queda frustrado,
incompleto, infeliz: “Nos has hecho Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta
que descanse en Ti”, afirma en una célebre frase de las “Confesiones”.

DOS TESIS AGUSTINIANAS

1. El libre albedrío o voluntad del hombre es incuestionable, y negarlo equivaldría a


decir que el hombre no es hombre

2. La gracia confiere al hombre la libertad. Por la gracia el libre albedrío alcanza la


libertad

El libre albedrío no es valor absoluto sino relativo (referido a) al logro del fin. Se trata
de estar liberados de los obstáculos que nos impiden alcanzar nuestro bien. El esclavo
es aquél cuya acción está dirigida por otro a un fin ajeno, la determinación y finalidad
de la acción, su por y su para le son ajenos, por eso es un hombre alienado (alio=otro),
enajenado. En cambio, el hombre libre, en su acción busca su propio fin y lo busca de
modo consciente y voluntario.

Si el fin de mi acción no es mi bien, mi acción es servidumbre, si es mi bien, mi acción


es libertad.

Para que el hombre sea libre con libertas (Libertad), se requiere que, además de estar
autodeterminado (tener el dominio de sus propios actos), el acto vaya orientado al fin
propio, o sea, no es libre el que quiere cualquier cosa (éste sería siervo) sino quien
quiere lo que es su bien. A estas alturas debemos dejar sentado que en Agustín el Bien
es Dios (aquí aparece su base filosófica platónica, recordemos que para Platón la Idea
más importante es el Bien).

El solo libre albedrío no es todavía libertad, libertad implica ordenación (=dirigirse) al


fin, voluntad del Bien. Quien orienta su voluntad a un fin ajeno es esclavo, porque sirve
a cosas inferiores.
Paradójicamente Agustín dirá: “sólo es libre quien sirve a Dios”, la razón: porque Dios
es mi fin, mi bien. En cambio, quien no sirve a Dios no es libre, porque sirve a un señor
que no es el suyo.

No pensemos que quien rehúsa servir a Dios no sirve a nadie y no tiene señor: es siervo
de la imagen equivocada que se hace de sí mismo. Por tanto la alternativa es: servicio
o servidumbre. Sólo es libre quien sirve a su señor, quien quiere su bien, quien se somete
a la verdad de su ser, y el hombre es un ser-para-Dios: “nos hiciste Señor para Ti”.

Para Agustín el pecado fundamental, raíz de los demás, consiste en la soberbia, la


voluntad de evadirse del servicio de Dios, y el pecado no libera sino que enajena y
esclaviza.

El hombre, después del pecado original, no puede sin el auxilio gratuito de Dios (=gracia)
querer su bien ni servir a su señor. Antes del pecado original el hombre era libre con
Libertas (=Libertad mayor) pues amaba a Dios y podía no pecar, pero eso se perdió, por
lo que ahora al hombre sólo le queda el libre albedrío (=libertad menor).

El hombre con el libre albedrío ha podido caer, pero no puede levantarse y volver solo a
Dios, necesita el auxilio divino, o sea, la GRACIA. “El hombre puede sacarse los ojos,
pero no puede devolverse la vista a sí mismo”.

El libre albedrío alcanza para pecar pero no alcanza para abandonar el pecado, para
abandonar el pecado necesita la ayuda de Dios, su gracia.

El libre albedrío es condición necesaria y suficiente para el pecado, pero sólo es condición
necesaria (y no suficiente) para obrar bien y salvarse.

El hombre dejado solo, únicamente puede obrar el mal, para hacer el bien necesita de
la gracia. Antes del pecado original el hombre podía no pecar, luego de él no puede no
pecar.

¿CÓMO NOS LIBERA LA GRACIA?

El hombre en el estado actual, perdida la perfección original, se halla sometido a dos


fuerzas antagónicas: la atracción de Dios y la de sí mismo. Para amar a Dios que es el
Bien y la Verdad, necesita que le sea deleitable, que le agrade más que los bienes finitos
de este mundo, ésta es la acción de la gracia: hacer que el fin, mi fin, me agrade de
modo que lo quiera eficazmente.

El justo es aquél al que le agrada más no pecar que pecar, y hace el bien no a la fuerza
sino voluntariamente con libre albedrío; la gracia no arrastra, no obliga, solo atrae. No
es que Dios quiera en lugar del hombre, es el hombre quien quiere bajo el influjo de la
gracia, por tanto el acto bueno es a la vez todo del hombre y todo de Dios. No pensemos
dice san Agustín que el hombre solo, llega hasta un cierto grado de bondad y que luego
Dios le ayuda para que llegue más arriba, no: todo lo hace Dios y todo lo hace el hombre
(dado que lo hace voluntariamente).
Una consecuencia importante es la necesidad de la acción del hombre, el cual ha de
cooperar activamente con la gracia para salvarse, de ahí la famosa frase de S. Agustín:
“quien te creó sin ti, no te salvará sin ti”

LIBERTAD Y AMOR

La gracia nos hace libres, por ella amamos a Dios que es nuestro bien y nuestro fin. El
amor nos hace libres: “la ley de la libertad es la ley de la caridad”. Sólo la gracia nos
capacita para amar desinteresadamente o sea, amar verdaderamente como ama Dios,
liberándonos del amor egoísta que quisiera hacer de Dios y de los demás un medio para
alcanzar la propia felicidad. (Sobre esto ha escrito el Papa Benedicto en la Encíclica:
“Deus Caritas est” -enero 2006- distinguiendo el amor erótico del amor de agapé, en el
1ero, el centro aun soy yo, en el 2do el centro es el otro)

Preguntas y actividades

- Según la información anterior explique:


1. (13) ¿Qué que era aquello que san Agustín busco durante gran parte de su vida y al fin
pudo encontrar en dios?

2. (14) ¿Cuál fue uno de los problemas que más le intereso en su vida y cuál fue su
solución?

3. (15) Explique la teoría agustiniana del libre albedrío y su relación con la idea del pecado
original

4. (16)¿Por qué según San Agustín el hombre necesita de la gracia y del amor para ser
libre?

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