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DSI

LA PERSONA HUMANA

"Cuando no es reconocido y amado en su dignidad de imagen viviente de Dios, el ser humano queda
expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de ´instrumentalización´ que lo convierten
miserablemente en esclavo del más fuerte… nos encontramos frente a una multitud de personas,
hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como
consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a
la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación
responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de
conciencia y de profesión de fe religiosa. (..) Tremendos recintos de pobreza y de miseria, física y moral a
la vez, se han vuelto ya anodinos y como normales en la periferia de las grandes ciudades, mientras
afligen mortalmente a enteros grupos humanos.” (Juan Pablo II, "Christifideles laici; No 5).

DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA


Frente a las continuas violaciones a los derechos humanos que ocurren en el mundo, es necesario
recordar que la defensa y la promoción integral de la dignidad de la persona humana son el centro y la
finalidad misma de la Doctrina Social de la Iglesia. Entre los seres de la tierra sólo el hombre tiene la
jerarquía de "persona", es decir sujeto dotado de inteligencia, conciencia y voluntad libre y por eso centro
y vértice de todo lo que existe.
Pero si desde este ángulo "natural", la dignidad de la persona es importantísima, en la Biblia Dios nos
revela, no sólo que el hombre fue creado semejante a Él, sino que, cuando pecó, fue redimido con la
sangre de su hijo, Jesucristo.
El Creador mismo es el que nos señala cuál es la dignidad del hombre. Por eso todo atropello, explotación
o maltrato a un ser humano, por más pequeño e insignificante le parezca, es un atropello y una ofensa a
Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que: "Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene
la dignidad de persona; no es solamente algo, sino, alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de
darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con
su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar" (N° 357)
"La dignidad trascendente de la persona es un valor esencial de la sabiduría judeo-cristiana, pero, gracias
a Ia razón, puede ser reconocida por todos. Esta dignidad, entendida corno capacidad de trascender la
propia materialidad y buscar la verdad, ha de ser reconocida como un bien universal, indispensable para
la construcción de una sociedad orientada a la realización y plenitud del hombre" (Benedicto XVI, Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz 2011).

FUNDAMENTOS DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA


El ser humano ha sido creado como:
- Un ser a imagen de Dios: creado "a imagen y semejanza" de Dios, es decir provisto de inteligencia,
conciencia y libertad. De estas características se deriva:
• Que todo ser humano vale por lo que es, y no por lo que tiene o sabe.
• Que toda la creación visible está bajo su dominio.
• Que jamás puede ser tratado corno una cosa o utilizado como un objeto.
- Un ser único e irrepetible: cada ser humano es una creación única de Dios. Una persona no es un
número en un conjunto, ni un eslabón en una cadena, sino un ser a quien Dios crea, llama y conoce por su
nombre.
- Un ser social llamado a un destino trascendente: continuamente Dios nos llama a construir la unidad
entre los seres humanos y la unidad de todos los seres humanos con Él. Nos confía la tarea de ser co-
creadores del reino del amor, el Reino de Dios, que comienza en la Tierra y tiene su realización plena en la
vida eterna.
- Un ser con cuerpo y alma: por ser una especial unidad de cuerpo y alma el ser humano es una síntesis
única en la creación. Por eso no es una partícula más de la naturaleza sino que es superior a toda ella. Es
el único ser que, poseyendo interioridad y conciencia de sí mismo, puede descubrir el sentido de su vida.
- Un ser con inteligencia y sabiduría: para descubrir ese sentido debe poner en juego su inteligencian Por
ella consigue dominar y colocar a su servicio a la naturaleza, y por medio de la sabiduría puede humanizar
los nuevos descubrimientos, evitando que se vuelvan en su contra (por ejemplo, el uso de la energía
atómica, la ingeniería genética, etc.).
- Un ser con conciencia moral: el humano es el único ser al que Dios ha escrito su ley de amor en el
corazón. Existe en lo profundo de cada uno/a una voz que le señala el bien y el mal. Es la conciencia
moral, "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios".
- Un ser libre: ésta es la característica más saliente de la predilección de Dios por el ser humano y el punto
más alto de su dignidad. Por nuestra inteligencia, podemos conocer el camino del bien. Pero no sería
completa su dignidad si no tuviera también la libertad. Por eso, Dios le ha dado este don, para que,
actuando según su libre elección, y no por instinto o coacción, busque la unidad de los hombres entre sí y
con su Creador, y alcance así la felicidad eterna.
"El hombre/mujer (..) es un ser que conoce. Desde luego, también los animales conocen, pero sólo las
cosas que les interesan para su vida biológica. El conocimiento del hombre va más allá; quiere conocerlo
todo, toda la realidad, la realidad en su totalidad; quiere saber qué es su ser y qué es el mundo. Tiene sed
de conocimiento del infinito; quiere llegar a la fuente de la vida; quiere beber de esta fuente, encontrar la
vida misma. Así hemos tocado una segunda dimensión: el hombre/mujer no es sólo un ser que conoce;
también vive en relación de amistad, de amor. Además de la dimensión del conocimiento de la verdad y
del ser, existe, inseparable de esta, la dimensión de la relación, del amor. Y aquí el ser humano se acerca
más a la fuente de la vida, de la que quiere beber para tener la vida en abundancia, para tener la vida
misma" (Benedicto XVI, homilía en el Centro Internacional Juvenil San Lorenzo, 9/3/08).
"El hombre es centro y cumbre de todo lo que existe en la tierra: ningún otro ser visible posee su misma
dignidad. En cuanto sujeto 'consciente y libre', no puede nunca ser reducido a simple instrumento. La
dignidad inviolable de la persona debe afirmarse con fuerza y coherencia hoy más que nunca. No se
puede hablar de seres humanos que no son ya personas o que aún deben llegar a serlo: la dignidad
personal pertenece radicalmente a cada ser humano y ninguna diferencia es aceptable ni justificable"
(Juan Pablo II a la XXIII Asamblea Nacional Italiana de Médicos Católicos, 9/11/04).

LA LIBERTAD
De su condición de ser libre nace la dignidad del hombre, elevado aún más porque Jesucristo, al
redimirnos, nos liberó del peor de los males el pecado— y de la muerte.
¿Qué es ser libre? La respuesta espontánea a esta pregunta es que es libre el que puede hacer lo que
quiere sin ser impedido por ninguna fuerza exterior, y por lo tanto, posee plena independencia.
El Catecismo de la Iglesia Católica define a la libertad como "el poder, radicado en la razón y en la
voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones
deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de
crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está
ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza" (Nro 1731).
Lo contrario de la libertad sería la dependencia de nuestra voluntad ante una voluntad ajena (el caso
extremo seria la esclavitud).
Pero esa libertad no puede ser absoluta:
- tenemos limitaciones físicas e intelectuales (queremos más de lo que podemos, o queremos -por error-
un bien falso);
- convivimos con otras personas y las necesitamos; por eso, nuestra voluntad tiene que armonizarse con
la de los demás, sobre la base de la verdad y la justicia.
La libertad no la tenemos para hacer cualquier cosa, sino para buscar el bien, en el cual reside la felicidad.
El hombre se hace libre cuando conoce la verdad, y ésta guía su voluntad.
La libertad es:
- dominio de los propios actos;
- capacidad para elegir y tomar decisiones;
- liberación del mal para elegir el bien.
El hecho de ser libres nos permite actuar sobre tres inseparables:
- la relación con el mundo, como señor: sometiendo al mundo material mediante el trabajo, la ciencia y la
técnica;
- la relación con las personas, como hermanos: vinculándonos con los demás hombres en el amor
fraterno, que incluye el servicio mutuo, la aceptación y la promoción de los otros, especialmente de los
más necesitados;
- la relación con Dios, como hijo; donde se realiza plenamente nuestra dignidad, frente al misterio de
Dios, que nos llama como Padre, pero nos da la libertad incluso para rechazarlo; somos verdaderamente
hombres cuando aceptamos, libremente, nuestra condición de hijos/as de Dios.
"Esta libertad muestra que la existencia del hombre tiene un sentido. En el ejercicio de su libertad
auténtica, la persona cumple su vocación, se realiza y da forma a su identidad profunda. En el ejercicio de
su libertad lambien ejerce su responsabilidad sobre sus actos. En este sentido, la dignidad particular del
ser humano es a la vez un don de Dios y la promesa de un futuro" (Benedicto XVI, discurso a un Coloquio
internacional sobre la identidad del individuo, 28/1/08).

LA IGUALDAD
La dignidad personal constituye el fundamento de Ia igualdad de todos los hombres entre sí.
Todos los hombres son iguales, porque todos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios,
tienen:
- la misma naturaleza;
- el mismo origen;
- la misma vocación;
- idéntico destino,
Esto ha sido reconocido por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de las Naciones Unidas,
que dice en su artículo 1°: 'Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos".
La igualdad no es uniformidad
Es evidente, sin embargo, que en la práctica no todos los hombres son iguales. Existen diferencias:
• Físicas: sexo, salud, fuerza, color de la piel o el cabello;
• Intelectuales: inteligencia, memoria, capacidad de comprensión;
• Morales: veracidad, honestidad, laboriosidad, decencia;
• Sociales: oficios, cargos, profesiones, prestigio, situación familiar, cultura, desarrollo social;
• Económicas: posesión de bienes, ingresos, trabajo, vivienda, posibilidades de esparcimiento, etc.
Algunas de estas diferencias son naturales e inevitables, pero otras son producto de la injusticia y de la
negación de la dignidad del hombre, Más aún, algunas de estas diferencias exigen un trato diferente: por
ejemplo, la protección a la maternidad, o la legislación sobre trabajo de los menores, o sobre los
minusválidos.
Desigualdades intolerables
Lo que no puede admitirse es ninguna discriminación en los derechos de la persona por motivos de sexo,
raza, color, condición racial, lengua, religión, etc. Estas discriminaciones deben ser vencidas y eliminadas,
por ser contrarias al plan de Dios.
Deben combatirse también, corno violaciones intolerables de la igualdad:
- la miseria, con sus secuelas de muerte, enfermedad e ignorancia;
- las desigualdades entre ricos y pobres (entre países y entre sectores de un mismo país; algunos viven en
el despilfarro, mientras otros sufren un estado de indigencia marcado por la privación de los bienes más
necesarios);
- las desigualdades producidas por la explotación de unos hombres por otros, o por el abuso del poder
(político, militar, económico).
"En el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentran seguramente muchas
desigualdades injustas que, trágicamente, hay todavía en el mundo. Entre ellas son particularmente
insidiosas, por un lado, las desigualdades en el acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la casa
o la salud; por otro, las persistentes desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos
humanos fundamentales. Un elemento de importancia primordial para la construcción de la paz es el
reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas, que nace de su misma dignidad
trascendente" (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1-1-07).

CÓMO VE NUESTRA ÉPOCA LA DIGNIDAD DEL HOMBRE


Nunca como ahora hemos oído y leído tanto sobre el hombre, sus derechos y su condición de centro del
mundo visible. El tema es tratado a diario en libros, discursos, artículos periodísticos, películas y notas de
televisión.
Y sin embargo, estos mismos medios nos muestran la forma en que muchísimos hombres son
sistemáticamente robados, explotados, usados y tratados como objetos.
¿Cómo entender esta terrible contradicción, cuando vemos que muchas de estas violaciones son
cometidas en nombre de doctrinas que dicen buscar la felicidad y la armonía de la humanidad?
Es que son doctrinas o enfoques del hombre que reducen su dignidad a algunos de sus aspectos parciales
y asi, en lugar de engrandecerlo, limitan su libertad, oscurecen su conciencia moral, desalientan la
participación y la solidaridad o ignoran su relación con Dios.
Veamos algunas.
Visiones deterministas: Estas visiones niegan la libertad humana. Para el hombre no es dueño de su
conducta sino víctima de fuerzas superiores que no pueden dominarse. Se difunden así horóscopos,
ciencias adivinatorias y sectas o seudo-religiones que practican ritos mágicos, exóticos o primitivos, con
los que se intenta volcar a favor de los creyentes la voluntad de fuerzas ocultas. Este determinismo se
extiende también a las relaciones sociales, al considerar que los hombres no son iguales, es decir, que hay
seres humanos superiores a otros y que esto es inevitable. Así se justifican la existencia de ricos y pobres,
las condiciones de inferioridad en que viven estos últimos y otras discriminaciones —como el racismo—
incompatibles con la dignidad del hombre.
Visión psicologista: Difundida entre grupos intelectualizados, esta visión presenta al hombre como un ser
víctima de su instinto, con poca o ninguna libertad, pues su conducta sería solamente una respuesta
mecánica de la psiquis a los estímulos que recibe. Esta concepción llega, en algunos casos a negar la
responsabilidad del hombre por sus actos.
Visión consumista: Para esta visión la persona es un engranaje de una máquina que produce y consume,
Los valores espirituales son reemplazados por la posesión de objetos que se supone proporcionan placer y
prestigio. Así, la felicidad de un hombre se mide por la marca de los "jeans" que usa, el automóvil que
tiene, el colegio al que manda a sus hijos o el lugar en que pasa sus vacaciones.
Visión liberal: Aquí la felicidad se basa en los logros económicos alcanzados aun a costa del sufrimiento
de otros hombres. La libertad individual se privilegia de tal modo que se postergan las exigencias de la
justicia social, y la práctica religiosa, cuando la hay, enfatiza fuertemente la salvación individual.
Visión marxista: Es la contracara de la anterior. Esta enfatiza el interés colectivo y reduce al máximo la
libertad individual. Como el interés del grupo está siempre por sobre el de sus miembros, se terminan
negando muchos derechos personales. Es el caso de las limitaciones impuestas por el marxismo a la
libertad religiosa, la propiedad privada y la libertad de expresión. Además, por ser intrínsecamente ateo,
el marxismo niega la dimensión trascendente del hombre, que está en la raíz misma de la dignidad
humana.
Visión estatista: En esta visión, ante el peligro —imaginario o real—de un ataque contra el Estado, se
limitan libertades y derechos individuales, como el derecho de reunión, la libertad de expresión, la
inviolabilidad del domicilio o la libertad de circulación.
"La historia contemporánea ha puesto de relieve de manera trágica el peligro que comporta el olvido de
la verdad sobre la persona humana. Están a la vista los frutos de ideologías como el marxismo, el nazismo
y el fascismo, así como también los mitos de la superioridad racial, del nacionalismo y del particularismo
étnico" (Juan Pablo II, Mensaje del 1/1/99, N°2).

LA VERDAD SOBRE EL SER HUMANO


Frente a estas parcializaciones y a sus dramáticas consecuencias, la Iglesia anuncia la visión cristiana de la
persona humana; por estar hecho/a a imagen de Dios y redimido/a por Él, posee una nobleza inviolable
que no debe ser limitada, menospreciada o manipulada de forma alguna.
"La dignidad de la persona humana es un valor trascendente, reconocido siempre como tal por cuantos
buscan sinceramente la verdad. En realidad, la historia entera de la humanidad se debe interpretar a la
luz de esta convicción. Toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios (cf, Gn 1, 26-28), y por tanto
radicalmente orientada a su Creador, está en relación constante con los que tienen su misma dignidad.
Por eso, allí donde los derechos y deberes se corresponden y refuerzan mutuamente, la promoción del
bien del individuo se armoniza con el servicio al bien común. (...) Igualmente perniciosos, aunque no
siempre tan evidentes, son los efectos del consumismo materialista, en el cual la exaltación del individuo
y la satisfacción egocéntrica de las aspiraciones personales se convierten en el objetivo último de la vida.
En esta perspectiva, las repercusiones negativas sobre los demás son consideradas del todo irrelevantes.
Es preciso reafirmar, sin embargo, que ninguna ofensa a la dignidad humana puede ser ignorada,
cualquiera que sea su origen, su modalidad o el lugar en que sucede" (Juan Pablo II, Mensaje del 1/1/99,
No2).
"Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente
algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión
con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle
una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. En esta perspectiva admirable, se
comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer
progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz" (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz, 1-1-07)

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