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Recordamos con cariño a Monseñor John Oesterreicher, que naciera hace ya más de un
siglo el 2 de febrero de 1904 en el pueblo de Libau en Moravia (hoy en la República
Checa). Habiendo nacido judío se convirtió al catolicismo, fue ordenado sacerdote en
1927 y llegó a ser el capellán de varias parroquias de la Arquidiócesis de Viena
(Austria). En 1938 después de la anexión de Austria por el Tercer Reich, emigró a París
y luego a los Estados Unidos donde llegó en 1940. Pronto se convirtió en una autoridad
escolástica en lo referente a estudios judeo-cristianos. En 1952 funda en New York el
Instituto de Estudios Judeo-Cristianos en la Universidad de Seton Hall. Fue uno de los
propulsores de la declaración “Nostra Aetate” en el Concilio Vaticano II, el cual dió a
las relaciones judeo-cristianas una dirección completamente nueva. Durante toda su
vida fue un ardiente defensor de la restauración de Israel.
Recuerdo muy bien al Padre Oesterreicher de aquellos días. Puedo decir con justicia que
no era el clérigo más popular en esos tiempos, mayormente por dos razones. La primera
razón era personal, el Padre Osterricher no tenía una personalidad que pudiéramos
llamar benigna. Poseía una mente brillante, tenía opiniones bien definidas. Si alguien
afirmaba descuidadamente algo en su presencia, no vacilaba en apuntar las debilidades
de la afirmación. Su entrenamiento europeo demandaba precisión en asuntos
intelectuales y yo, personalmente, aprendí bien pronto a ser muy cuidadoso con él. En
los debates llevaba la razón hasta sus últimas consecuencias. Era un hombre que se
ganaba el respeto de todos pero no la clase de hombre que pudiera ganarse el afecto de
los sacerdotes americanos.
Todo esto ocurría antes del Concilio Vaticano II. El Monseñor Osterreicher resultó ser
una figura clave e influyó para que el Conclio produjera un documento sobre los judíos
que claramente declarara la posición de la Iglesia Católica para con el pueblo judío. En
ese documento, la Iglesia “lamenta el odio, las persecuciones y las demostraciones de
antisemitismo que se perpetran contra los judíos, por cualquier agencia y en cualquier
tiempo de la historia.”
Desde aquellos tiempos, el diálogo con los judíos ha sido una actividad constante. El
Instituto en Seton Hall ha inspirado la creación de más de treinta institutos similares.
Los programas para obtener la maestría en estudios judeo-cristianos han sido imitados
en todo el mundo.
Pero debo admitir que no ha sido fácil. Muchos judíos se parecen al buen Monseñor
Osterreicher y dialogan sin dar mucha consideración al tacto. Los judíos han estado
guardando quejas por mas de 1.500 años y están más que preparados para ventilarlas.
Por ejemplo, en nuestro diálogo arquidiocesano con los judíos, algunos de los tópicos
que hemos discutido son: la Inquisición, la expulsión de los judíos de España en 1492,
representaciones de la Pasión, el Holocausto, el antisemitismo en las Escrituras
Cristianas y en la liturgia, Kurt Waldheim, Pio IX, Pio XII, Edith Stein y las
conversiones de judíos. En estos momentos, los matrimonios mixtos son tema de
controversia en nuestras conversaciones.
John Osterreicher nunca abandonó sus raíces judías. El era un “sabra”—duro por fuera,
pero tierno por dentro—Muchas veces hallo que mis amigos judíos son exactamente
como era él. Sin embargo, así como amé a John Osterreicher, puedo entrar en
discusiones con mis amigos judíos y amarlos de la misma manera que amé al buen
Monseñor. Hemos aprendido a estar de acuerdo en nuestros desacuerdos. Y eso es lo
que un buen diálogo debe ser.