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EDITH STEIN

Santa Teresa Benedicta de la Cruz

Edith Stein, nació el 12 de octubre de 1891 en Breslau. En la familia era la


menor de cinco hermanas y dos hermanos. Su padre, Siegfrid Stein, era comerciante
mayorista en maderas y murió siendo ella todavía una niñ a.

Su madre, Augusta Courant de Stein, logró con gran energía y esmero hacer del
negocio familiar, que el padre había dejado endeudado, una compañ ía de prestigio.
Ella misma una judía de arraigadas convicciones, llevaba una vida de profunda piedad
y gran fidelidad a la ley. Edith Stein, en cambio, se había alejado ya en sus añ os de
estudiante de la fe judía. "En aquellos añ os", dice ella, "abandoné conscientemente y
por propia decisió n el há bito de rezar".

Edith era una niñ a muy alegre y despierta y fue siempre una alumna excelente.
También como estudiante universitaria destacó sobre los demá s estudiantes debido a
su extraordinario talento. En Breslau y Gotinga estudió letras germá nicas, historia y
sociología; su preocupació n principal fue, sin embargo, la filosofía, cuyos estudios
concluyeron con exá menes brillantes.
De esos añ os de estudio se pueden destacar dos características principales de
la joven Edith. La primera es la bú squeda apasionada de la verdad. Edith se sentía
inundada por un profundo idealismo ético, que no le permitía, aun alejada de la fe,
callar la voz interior que la impulsaba a la bú squeda de Dios. Desde muy temprano
comenzó a preguntarse por el sentido má s profundo de la existencia humana. Esa
pregunta por el hombre fue la raíz y el fundamento de sus estudios filosó ficos a los
cuales se dedicaba cada vez con mayor intensidad. Se puede muy bien decir que el
método fenomenoló gico del filó sofo Edmund Husserl fue el que le dio la posibilidad de
percibir y elaborar sus prejuicios racionalistas para acercarse lentamente a la fe
cristiana. Las clases del filó sofo Max Scheler fueron un apoyo muy importante en ese
largo camino de conversió n, pero la influencia decisiva la ejercieron los muchos
testimonios de fe de amigos cristianos y los escritos de Santa Teresa de Á vila. En el

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verano de 1921 tomó la firme decisió n de convertirse al catolicismo y el 1 de enero de
1922 fue acogida por el bautismo en el seno de la Iglesia Cató lica en el templo
parroquial de Bergzabern en el Palatinado.

Como segunda característica de la joven Edith se puede mencionar el


apasionado interés por los acontecimientos políticos de su tiempo y su pronunciada
conciencia de responsabilidad social. Con insospechado énfasis se comprometió en la
lucha por la igualdad de los derechos de la mujer y nunca pudo aceptar una actitud
indiferente frente a los acontecimientos sociales y políticos de su época. Ya durante su
primer semestre en la universidad se dedicó a dar cursos complementarios para
trabajadoras y empleadas en la organizació n que se podría considerar precursora de
la actual universidad popular alemana. Siempre le estuvo agradecida al estado alemá n,
pues éste le posibilitaba, a través de la universidad, descubrir los tesoros de la
sabiduría humana y en gesto generoso se decidió a hacer de su profesió n un acto de
servicio al pueblo. En sus escritos se puede entrever cuá n profundamente la
conmovieron los sucesos bélicos que acosaban a su patria. Tanto, que se comprometió
activamente en la primera guerra mundial y en la segunda hizo entrega valiente de su
propia vida. En 1915 interrumpió sus estudios, inició su aprendizaje como ayudante
de enfermería en la Cruz Roja y trabajó en un hospital de prevenció n de epidemias; en
1916 trabajó como suplente en una escuela secundaria de Breslau.

Desde 1916 hasta 1918 fue asistente de Edmund Husserl en Friburgo de


Brisgovia. Paralelamente dio clases de introducció n a la fenomenología para
estudiantes universitarios y publicó sus primeros trabajos sobre los fundamentos
filosó ficos de la psicología y sobre la comunidad y el estado. En ese tiempo intentó
también acceder a una cá tedra en la universidad, pero como por aquel entonces no se
concedían cá tedras a las mujeres, reunió en torno a ella un grupo privado de estudios
en Breslau y dictó clases en la universidad popular. Después de su conversió n llegó a
ser profesora de alemá n y de historia en el Liceo y en la escuela de maestras de las
dominicas de Espira. En ese período publicó también tres tomos de traducciones (las
cartas del Cardenal Henri Newman y las cuestiones disputadas "Sobre la Verdad" de

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Santo Tomá s) y numerosos artículos sobre pedagogía y educació n. En 1922 fue
nominada para la cá tedra de antropología en el Instituto Alemá n de Pedagogía
Científica de Mü nster; pero apenas un añ o má s tarde fue retirada del puesto, a causa
de su procedencia judía. Durante sus añ os en Espira dictó también numerosas
conferencias en diferentes ciudades de Alemania y del extranjero, dirigió programas
de radio y puso siempre su acento en la formació n de la mujer. Segú n sus propias
palabras, su ú nico objetivo era enseñ ar a los hombres có mo se puede empezar a vivir
de la mano del Señ or.

De los añ os de docencia se pueden recalcar también otros dos caracteres


propios de la personalidad de Edith Stein. En primer lugar, hay que mencionar la
irrevocable y contagiante fuerza de su fe. Cristo y el Evangelio eran el cause sobre el
cual ella, sin ningú n tipo de reservas, orientaba toda su vida. Se da, ademá s, por
supuesto que sus conocimientos sobre la doctrina de la Iglesia y de los grandes santos
y su comprensió n de la liturgia y de la Sagrada Escritura eran realmente eximios. Su
adoració n por el Santísimo Sacramento y su devoció n por María y por el Sagrado
Corazó n de Jesú s eran tan simples y naturales, y a la vez tan profundas y vivas, que
frente a ese hecho só lo cabe una gran admiració n.

Esa mujer erudita, que con refinado espíritu investigaba las má s difíciles
cuestiones teoló gicas y filosó ficas, y que atraía en sus conferencias a cientos de
oyentes, era la misma que muy a menudo pasaba horas arrodillada frente al
Taberná culo, tan profundamente recogida, como si no hubiera para ella ninguna otra
cosa en el mundo. Su total entrega a la voluntad de Dios y la infinita confianza en su
providencia y misericordia, aun en las horas de sufrimiento y persecució n, eran
sencillamente inamovibles. Otra característica propia de su personalidad era su
nobleza y confianza para con los hombres que la vida le ponía delante.

Edith Stein entró el 14 de octubre de 1933 en el convento de las Carmelitas


Descalzas de Colonia y recibió en la toma de há bito el nombre de "Teresa Benedicta de
la Cruz". El 21 de abril de 1938 hizo sus votos perpetuos y en el mismo añ o tuvo que

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emigrar al Carmelo de Echt, en Holanda, a causa de las intrigas antijudías del régimen
nacionalsocialista de Hitler. Después de la ocupació n alemana de los Países Bajos
comenzó también en Holanda la persecució n de los judíos y el primer domingo de
agosto la GESTAPO1 tomó prisioneras a Edith Stein y su hermana Rosa, que trabajaba
en la portería del convento y que se había convertido al catolicismo al igual que su
hermana. Ambas fueron deportadas a Auschwitz donde murieron asesinadas en las
cá maras de gas el 9 de agosto de 1942. En su testamento redactado en 1939 había
escrito: “Desde ahora acepto con alegría y con perfecta sumisión a su santa voluntad, la
muerte que Dios me ha reservado. Pido al Señor que se digne aceptar mi vida y mi
muerte para su honor y su gloria.”2

En 1962 se inició su proceso de beatificació n y el mismo Santo Padre expreso


su gran interés de que ella estuviera junto a Maximiliano Kolbe en el catá logo de los
santos. De este modo sería ella, que por la Providencia de Dios llegó a ser famosa en
todo el mundo, una digna representante de los innumerables má rtires que
permanecen anó nimos y que corrieron su misma suerte de cruel aniquilació n. Fue
beatificada el 1 de mayo de 1987 en Colonia, Alemania y canonizada el 11 de octubre
de 1998 en la Plaza de San Pedro por el papa Juan Pablo II, quien también el 1 de
octubre de 1999 la declaró Patrona de Europa.

SER FINITO Y SER ETERNO


Ensayo de una ascensión al sentido del ser

Esta obra es una gran síntesis filosó fica que trata de la bú squeda de la Verdad a
través de la descripció n y aná lisis del Ser Eterno (Trascendente, Inmanente, Uno,
Providente) y el ser finito (limitado, sostenido, expuesto), en donde se analiza,
desmenuza y concilian las obras de grandes filó sofos y teó logos de la edad antigua
como Aristó teles y Dionisio Areopagita, edad media como Santo Tomá s de Aquino
quién es una de las líneas de su obra y edad moderna como su maestro y promotor
1
Policía secreta oficial de la Alemania nazi.
2
STEIN Edith, Escritos Espirituales, Biblioteca de Autores Cristianos, Tercera Edición, Madrid, 2001.

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Edmund Husserl, para llegar a una reflexió n conciliadora hermenéutica entre la fe y
razó n. Tuvo influencia también de Max Sheler, Adolph Reinach, Hedwig Conrad-
Martius, San Agustín, Duns Escoto, Santa Teresa de Jesú s y San Juan de la Cruz.
La obra es la suma de todo su pensamiento filosó fico, teoló gico y antropoló gico.
Pretende directamente crear una filosofía cristiana uniendo el pensamiento de
grandes doctores de la Iglesia, la escolá stica y de la mística, con la filosofía moderna.
Al mismo tiempo es una síntesis de su camino espiritual, de su encuentro con Cristo a
través de lo humano.

La obra está marcada del método fenomenoló gico y es ontoló gica. Lo que Edith
Stein analiza se inicia con una descripció n detalladísima del yo viviente, en su aná lisis
del tema del ser, se acerca en parte al platonismo, cuando nos conduce a las esencias
de las formas plató nicas. Cuando remite sucesivamente al ser, la esencia, la materia, la
forma, Dios en su Unidad y en su Trinidad; su tema es el de la esencia en cuanto
misterio, porque cercana a san Agustín, puede escribir que estas esencias dependen
del arquetipo en el Logos divino, puesto que en Dios está n los arquetipos de todas las
cosas. Dios, el ser en sí, es incomunicable. Dios, presente eternamente viviente, sin
comienzo ni fin, sin lagunas ni oscuridad, es el ser en persona. Dios es la plenitud
absoluta. La humanidad puede acercarse a la divinidad, pero só lo en parte y ante todo,
mediante la experiencia mística. Edith se apoya a menudo de los Salmos y del
Evangelio de San Juan en su pró logo, la humanidad es la puerta por la cual el Verbo
(Logos) de Dios entró en la creació n.
Edith Stein adoptó vías propias: la imaginativa y la descriptiva, no podría decirse que
la autora intentó crear un sistema filosó fico, má s bien, su intenció n era esbozar una
doctrina del ser, una combinació n metafísica y mística de la concepció n del Ser en
cuanto al ser de las criaturas y en especial de la creatura humana en su progreso de
unió n a través de la bú squeda de la verdad, pues así como ella lo dice: “la verdad es
una, pero se descompone para nosotros en muchas verdades que debemos conquistar
una tras otra. Profundizar en una de ellas nos hará ver más lejos, y cuando descubramos

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un horizonte más vasto, percibiremos también desde nuestro punto de partida una
nueva profundidad3.”

La obra se divide en ocho apartados:

I. Introducción: la cuestión del ser


En este primer capitulo la autora describe diferentes temas metafísicos desde
la postura tomista. La potencia (como posibilidad, facultad) se opone al acto
(eficacia, realidad, acció n) en una cuestió n fundamental relativa al ser. ¿Dios
posee la potencia? Existen dos potencias la activa y la pasiva, Dios posee la
potencia activa, pero así como Dios está en acto siempre y la creatura no, no
podemos hablar del mismo modo de la creatura del mismo modo que hablamos
de Dios. El acto en la creatura quiere decir acció n o actividad que comienza,
termina y supone como fundamento una potencia pasiva. La acció n de Dios no
tiene ni principio ni fin; subsiste desde la eternidad hasta la eternidad. No
existe nada en É l que no sea acto es: actus purus. Por eso el acto en Dios no
supone ninguna potencia previa. La potencia de Dios es una, su acto es uno, y
en el acto la potencia está enteramente actualizada.
Los temas en que se desarrolla en el capítulo son: la cuestió n del ser a través
del tiempo, dificultades de la expresió n lingü ística, sentido y posibilidad de una
filosofía cristiana

II. Acto y potencia en cuanto modos de ser


Toda la extensió n del ente debe estar circunscrita a este doble concepto de acto
y potencia. En su De ente et essentia Santo Tomá s considera en la totalidad del
ente una secuencia de grados, distingue tres principalmente: 1. Las cosas
materiales o compuestas, 2. Los espíritus puros o seres simples, 3. El primer
ente. Todo ser que recibe alguna cosa de otro, está bajo esta relación en potencia
y lo que es realizado en él es su acto. Podemos distinguir los grados del ser y

3
STEIN Edith, Ser finito y Ser eterno; Ensayo de una ascensión al sentido del ser, Fondo de Cultura
Económica, México D.F. Segunda Edición, 2002, pág. 19

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comprender el acto y la potencia como modos de ser. El paso de la potencia al
acto o del ser posible al ser real, pues es un paso de un modo de ser a otro, y
precisamente de un modo inferior a un modo superior.
Los temas en que se desarrolla en el capítulos son: la realidad del ser particular
como punto de partida para la investigació n, el ser particular como actual y
como potencial. Temporalidad, unidades de experiencia vital y modo de ser.
Devenir y Ser, estructura y condiciones de ser de la unidad de experiencia vital,
el yo puro y sus modos de ser, El ser del yo y el ser eterno: quiero tomar este
tema porque se me hace línea fundamental de la obra y ademá s elemento que
me pareció importantísimo para mi vida de fe, Edith Stein habla que todo lo
finito es una cosa puesta en el ser y conservada en el ser, por esta razó n, es
incapaz de dar y de conservar el ser por sí mismo. En mi ser yo me encuentro
entonces con otro ser que no es el mío, sino que es el sostén y el fundamento de
mi ser que no posee en sí mismo ni sostén ni fundamento. Puedo llegar por dos
vías a ese fundamento, por el camino de la fe que no es el de un conocimiento
filosó fico, y la segunda si el Salvador dice: “Aquel que cree en el Hijo tiene la
vida eterna”.

III. Ser esencial y ser real


La esencia es la cualidad particular que constituye el objeto, el conjunto de sus
atributos esenciales. Por eso un objeto sin esencia es impensable. No sería de
ninguna manera un objeto sino solamente una forma vacía. Forma parte de la
esencia del hombre tener un cuerpo y un alma, estar dotado de razó n y de
libertad. No forma parte de su esencia tener la piel blanca y los ojos azules,
haber nacido en una gran ciudad, participar en una guerra o morir de una
enfermedad contagiosa. La esencia no comprende todo lo que puede ser
enunciado de un objeto. Hay cualidades esenciales y no esenciales. La esencia
indica un conjunto de rasgos característicos que destacan de ella y que capta
conceptualmente. La esencia es aquello que se puede comprender y por lo cual
el objeto se hace comprensible y determinable. La esencia comprende en ella

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un ser particular, su ser esencial, que no debe comprenderse ú nicamente como
camino que lleva a la realidad.

IV. Esencia-essentia,  – sustancia, forma y materia.


Este capitulo es el má s extenso de la obra, describe la clasificació n en cada una
de sus partes de la esencia segú n la concepció n aristotélica tomista, es por ello
que solo menciono su contenido y no me detengo en él.

V. El ente en cuanto tal (los trascendentales)


Los seres se dividen en seres eternos y finitos. El ente se presentó segú n su
contenido, segú n lo que es, como mú ltiple, y comporta entonces diversos
géneros, éstos a su vez comprenden diferentes maneras de ser. Tratamos de
llegar a la comprensió n del ente: seguimos la vía agustiniana, que toma su
punto de partida en lo que nos es má s cercano porque no podemos separarnos
de ello, el yo viviente. Y tomamos también la vía aristotélica, que parte de lo
que se nos impone, el mundo sensible. Determinar el ente en cuanto tal e
independientemente de su divisió n segú n las diferentes formas y maneras de
ser, representa la tarea de aquello que la escolá stica llama los trascendentales.
Expresan ellos lo que pertenece a cada ente. Tomá s considera como
determinaciones rigurosamente generales del ente, en cuanto tal: ens, res,
unum, aliquid, bonum, verum. Y agrega todavía lo pulchrum.

VI. El sentido del ser


El ser finito es el despliegue de un sentido; el ser esencial es un despliegue
intemporal má s allá de la oposició n de la potencia y el acto; el ser real es un
despliegue a partir de una forma esencial, de la potencia al acto, en el tiempo y
en el espacio. El ser inteligible es un despliegue en muchos sentidos: la génesis
de los productos inteligibles auténticos es temporal como el movimiento de
pensamiento por el cual está n formados. El ser primero es llamado puro
porque no hay en él ningú n no ser; al contrario, el ser finito está sometido a
una limitació n temporal segú n la cual existió y no existirá má s y a una

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limitació n temporal concreta, que es una cosa pero no todo. Dios: É l abraza a
todo ente y todo lo que es finito tiene en É l su primer origen, Dios se sitú a por
encima de las categorías y de los trascendentales.

VII. Imagen de la Trinidad en la creación


La doctrina de la fe señ ala la unidad de la sustancia en las tres personas: así
ellas son absolutamente iguales y son uno. Se diferencian por sus relaciones: el
Padre engendra al Hijo, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Es muy
difícil para nosotros captar las diferencias de las personas; podemos incluso
decir que son incomprensibles para nosotros. El Padre lleva el nombre de
Padre porque todo viene de É l y É l no proviene de nadie. El Hijo se llama Hijo
porque viene del Padre y se dice Verbo del Padre porque proviene del Padre en
cuanto resultado de la acció n del entendimiento, en cuanto efecto producido
por el Espíritu, igual que en nosotros es producido interiormente por el
Espíritu se llama “palabra”. La tercer persona se llama Espíritu Santo porque
procede del Padre y del Hijo por medio de un soplo ú nico segú n el modo del
amor; es el p rimero y supremo amor, que mueve los corazones y los conduce a
la santidad que consiste en el ú ltimo término en el amor hacia Dios.

VIII. Sentido y fundamento del ser individual


La vocació n de la unió n con Dios es una vocació n de la vida eterna. Ya
naturalmente el alma humana, en cuanto producto espiritual puro, no es
mortal. Cuando la vida terrestre llegue a su fin y todo lo que era perecedero se
separe, entonces cada alma humana se conocerá tal como es conocida, es decir,
tal como es delante de Dios: como lo que Dios la ha hecho al crearla, el fin para
el cual él la ha creado de manera enteramente personal, y lo que ella ha llegado
a ser en el orden de la naturaleza y de la gracia y a esto hay que agregar
principalmente en virtud de sus libres decisiones. Todo el que no llega hasta sí
mismo tampoco encuentra a Dios y no alcanza la vida eterna. Aquel que no
encuentra a Dios no llega tampoco hasta sí mismo ni a la fuente de la vida
eterna que lo espera en su interioridad má s profunda.

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Segú n la doctrina sobre los orígenes, la gracia santificante fue concedida como
un don libre de Dios a los primeros hombres por encima de su naturaleza y
estaba igualmente reservada a sus descendientes. Adá n no estaba al abrigo de
toda herida, sin embargo, no llevaba en sí mismo el germen de la corrupció n:
no hubiera muerto de una muerte natural y sin la caída no se encontraría en su
descendencia ninguna enfermedad hereditaria, ninguna degeneració n.
Cristo y María son los verdaderos primeros padres, los verdaderos arquetipos
de la humanidad unida a Dios. Es Cristo y no Adá n quien es el primer nacido de
Dios y la cabeza de la humanidad. Si toda la creació n estaba prefigurada en el
Logos, la humanidad estaba figurada entonces allí en un sentido particular. Ahí
está , en efecto, el sentido del ser humano: en él el cielo y la tierra, Dios y la
creació n deben unirse. Por esta unió n, es el mediador entre Dios y los hombres,
el camino fuera del cual nadie puede ir al Padre. Por eso no hubieran sido
justificados sino hubieran sido justificados en Cristo, puesto que esta
regeneració n les es concedida por el mérito de su pasió n en virtud de la gracia
que los hace justos. Si esto es así la justificació n no consiste solamente en la
remisió n de los pecados, sino que es también la santificació n y la renovació n
del hombre interior por la libre aceptació n de la gracia y de los dones que
transforman al hombre de injusto en justo y al enemigo en amigo, aunque se
hace en esperanza heredero de la vida eterna. El camino de la raza humana
parte de Cristo para llegar a Cristo. La humanidad rescatada y unida en Cristo y
por Cristo es el templo en el cual mora la Divinidad Trinitaria. La humanidad es
la puerta por la que el Verbo de Dios entró en la creació n, la naturaleza humana
lo recibió y ú nicamente con los hombres y no con la naturaleza inferior ni con
los á ngeles fue como se unió a la unidad del conjunto original. Y en cuanto
cabeza de la humanidad que une en sí lo superior y lo inferior, Cristo es la
cabeza de la creació n entera.

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BIBLIOGRAFÍA

 STEIN Edith, Ser finito y Ser eterno; Ensayo de una ascensión al sentido del ser,
Fondo de Cultura Económica, México D.F. Segunda Edición, 2002.

 STEIN Edith, Escritos Espirituales, Biblioteca de Autores Cristianos, Tercera


Edición, Madrid, 2001.

 SULLIVAN, John OCD, Edith Stein escritos esenciales, Sal Terrae, Primera
Edició n, Españ a, 2003.

 http://www.monografias.com/trabajos16/edith-stein/edith-stein.shtml

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