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Recepción y transformación del liberalismo en México
ENRIQUE KRAUZE
Isaiah Berlin ha mostrado el inmenso poder de las ideas como fuerzas mo-
toras en la historia. En el sentido más amplio, dice Berlin, el cristianismo, el
marxismo y el freudianismo han sido ideas cuya influencia trasciende las
circunstancias en que fueron creadas y determina de mil formas la vida prác-
tica de los hombres. Se trata de una acepción de la palabra idea que abarca
el mundo de las creencias, las ideologías y hasta los mitos.
En México se ha escrito mucho sobre el poder y muy poco sobre las ideas
en el poder. Un caso excepcional es la obra en dos tomos de Charles Hale
sobre el liberalismo, desde los albores de la República -la época del doctor
Mora- hasta el final del porfiriato -la época de Justo Sierra. En la circuns-
tancia política actual, su lectura es reveladora porque algunas de las ideas
rectoras de nuestro pasado parecen haber cumplido su ciclo por obra del
agotamiento histórico o la competencia con otras ideas menos sublimes
pero más reales o eficaces.
En el origen ideológico de México hay -como explicó don Edmundo
O'Gorman-la cara de unJano criollo. Mora, formado en la más sistemática
de las concepciones, la escolástica, adopta el ideario de la libertad, busca la
reforma en el sentido estricto de la palabra, tan estricto que termina sus días
adoptando el protestantismo. Atamán, el empresario formado en Inglate-
rra, recorre el camino inverso, de la libertad al sistema, no sólo en términos
políticos y religiosos, sino económicos, confiando en la idea de un Estado
orgánico y central que los porfiristas del siglo x1x y los revolucionarios del
xx harán suya.
En Las transformaciones del liberalismo en México a fines del siglo xx (edi-
tado por Vuelta en 1991 ), Hale retoma la historia a partir del triunfo de las
ideas liberales y la derrota aparenti'" de las conservadoras. Han quedado
atrás las guerras de Reforma e InterVención. La reducida élite intelectual y
política debía aplicarse ahora a la construcción de México. Todos eran libe-
rales, pero algunos eran más liberales que otros. O lo eran de manera dis-
tinta. El liberalismo no ofrecía un conjunto unitario de preceptos. Se presta-
ba, como todas las grandes ideas de la historia, a diversas interpretaciones.
Fue entonces cuando comenzó a crearse una división -generacional, en
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gran medida-entre los viejos defensores del liberalismo clásico y los jóvenes
creyentes en el positivismo.
El paladín de los primeros fue José María Vigil. Creía religiosamente en
la Constitución de 1857 y en aquello que en nuestro tiempo Isaiah Berlin ha
llamado la "libertad negativa", es decir, no la "libertad para" sino la "libertad
de": no un código formal sobre los actos que debe realizar la persona o la so-
ciedad para ser libre, sino la remoción de obstáculos para la libre y respon-
sable expansión o expresión de la persona humana en sociedad. Tal vez el
principal adversario de Vigil-no el único- fue eljovenjusto Sierra, que a
los 30 años creía haber superado el liberalismo "metafísico" y el "espiri-
tualismo" de sus "venerables maestros" de la Reforma-entre ellos sumen-
tor Altamirano- para abrazar una idea "positiva" de la política y la sociedad.
La polémica, como explica Hale, partió del ámbito de la política cons-
titucional y derivó hacia otras esferas: la filosofía de la educación superior
-sus escuelas y sus libros de texto-, la política económica y de colonización,
el destino de los indios, la noción de atraso y de progreso y, en general, el
concepto mismo de la vida en sociedad. "Positivismo y liberalismo -decía Vi-
gil- son términos que se contraponen". Para Vigil, el positivismo conducía
como en cascada al abismo moral de un perverso conjunto de "ismos": escep-
ticismo, materialismo, ateísmo, egoísmo y despotismo. Inspirado en la filo-
sofía espiritualista de Victor Cousin y en las ideas políticas de Mili, Vigil era
un liberal sin adjetivos. En lo religioso, se abría con respeto y humildad a lo
sobrenatural; en lo económico, defendía la libertad sin cortapisas; en lo po-
lítico, creía en la tolerancia, la pluralidad y la diversidad.
Los jóvenes editores del diario La Libertad -Sierra, Telésforo García,
Francisco Cosmes,Jorge Hammeken y, más tarde, el brillante médico y fi-
losófo Porfirio Parra- se consideraban a sí mismos tan liberales como Vigil,
pero liberales en un sentido más acorde con los avances científicos de su
tiempo. Abrevando a veces de la geometría filosófica de Comte, y otras del
evolucionismo de Spencer, concebían la vida social como una escala desde
las tinieblas de la religión hasta el paraíso terrenal de la ciencia positiva. El
agente activo de promoción histórica era el Estado, que educaba a las nuevas
generaciones, estructuraba a la sociedad, y evitaba o prevenía la natural pro-
pensión hacia el desorden y la anarquía. Sierra y sus compañeros no ig-
noraban que esta concepción del libP.,ralismo inspirada en la tradición es-
tatista francesa o española tenía un fuerte acento conservador. De hecho,
consideraban que esta integración al menos parcial del viejo ideario de Ala-
mán era otro rasgo positivo. Según Sierra, "un partido conservador-progre-
sista podría volverse el gran partido liberal del porvenir". Para entonces,
el significado mismo de las palabras se había perdido: si uno podía ser "libe-
ral-conservador", México había logrado abolir el principio universal de la
contradicción.
Como religión laica, esta concepción del liberalismo cerró heridas, re-
concilió adversarios, sirvió a la cultura y a la integración nacional. El libe-
ralismo operaba como un gran paraguas ideológico bajo el cual podían cobi-
jarse, en perfecta armonía, ideas dispares como el nacionalismo, la identidad
mestiza y el misticismo educativo. Pero en el ámbito propio del liberalismo,
la fórmula no tardó en mostrar su verdadero rostro: sirvió para legitimar el
régimen de Díaz, no para consolidar la libertad individual o política. Cuando
en el primer Congreso de la Unión Liberal (1892) Sierra y su grupo pensaron
que era tiempo de retomar el constitucionalismo liberal y limitar "científi-
camente" al Poder Ejecutivo mediante el fortalecimiento del Congreso y el
Poder Judicial y la introducción de la figura de la vicepresidencia, Porfirio
Díaz pensó que no; que no era tiempo, que el país requería aún de una buena
dosis de política "positiva": la suya propia. Díaz controló al grupo que se
conoció como los "científicos", pero éstos -como descubre Hale- no ceja-
ron en su intento genuinamente liberal de limitar el poder personal y abso-
luto del presidente.
A partir de esa experiencia política, Sierra -el verdadero protagonista
del libro de Hale- emprende un viaje intelectual en sentido inverso: poco
a poco vuelve al espiritualismo de su juventud y a su entusiasmo original por
la revolución francesa. Critica en privado la perpetuación de Díaz en el po-
der y escribe que ningún progreso podrá alcanzarse "sin ese fin total: la liber-
tad". Apoya a losjóvenes ateneístas en su cruzada contra la rigidez positivista
y, hacia el ocaso de su vida, llora y tiembla en el Santuario de Lourdes recor-
dando la religión primera, la inculcada por su madre.
Vigil y los liberales clásicos murieron creyendo que con el fin de su órga-
no doctrinario, El Monitor Republicano, moría también la idea liberal. Curio-
samente, el fracaso político de Sierra y su grupo precipitó, a principios del
siglo xx, el renacimiento de esa idea en dos vertientes: una, dentro del pro-
pio grupo "científico", que en el segundo Congreso de la Unión Liberal de
1903 y en la voz del combativo Francisco Bulnes, dibujó proféticamente el
oscuro horizonte de un país que había depositado su destino en las manos
de un hombre, no de la ley, de un régimen de partidos y sólidas institucio-
nes civiles. La otra vertiente conduciría al Partido Liberal y a esa versión
radical del liberalismo que fue el anarquismo magonista. Gracias a Hale, la
genealogía ideológica del maderismo queda más clara: su tentativa es reivin-
dicar a los liberales de la Reforma, pero no es menos importante su vínculo
con los "científicos" que encaman una sorprendente continuidad de la tra-
dición liberal.
En los últimos años, Charles Hale ha bosquejado el que sería el tomo fi-
nal de su gran historia de las ideas en México. Su tesis atribuye a la ideolo-
gía de la revolución mexicana el mismo carácter inclusivo e integrador del
liberalismo. A partir de la época alemanista, el neoporfirismo en el poder