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Cuando le conoció, supo que su corazón estaba perdido; sus ojos eran salvajes e
irreales. Su piel, como la fina y brillante arena bajo la espuma de verano. Un
cabello comparable a la costa de la mar turquesa de la que no pudo despegar sus
iris sin sentirse asfixiado.Sí, una sirena. De corazón frío y hermosas escamas
como diamantes engarzados bajo la orilla de su piel tostada. Una auténtica joya de
cola azul arrancada del Mar del Este, sola, furiosa y encerrada en una fría cárcel
de cristal.
—Doy gracias a que este bicho no mide más de metro y medio —masculló Yoongi
entre dientes—. ¡Cómo me ha costado pillarte, foca insufrible!
—Chst, calla —el más joven agitó un spray de sutura por encima de la herida del
animal, sellando finalmente sus arañazos—. Estaba lastimada, ¿cómo quieres que
reaccionara cuando nos vio acercarnos?
—Casi se hace más daño ella solita, que tú y yo tratando de sacarla de esa valla
metálica —mencionó el pelinegro, dejando seguidamente unas palmaditas sobre
el lomo de la criatura, como aliento—. ¿Estás mejor ya, tragapescao? Menudo
festín te vas a pegar hoy, ¡caraerizo!
—Disculpa, ¿acabas de meterte con su nuevo nombre? —se mofó Yoongi en tono
grave—. Ay qué ver, qué maleducados son hoy en día estos jóvenes. Está bien,
se llamará Axel. Es un nombre sexy; Axel.
El día era soleado, sofocante, y el sol pegaba verticalmente sobre sus cabezas. La
temperatura de julio se había recalentado hasta el punto de que el mono de
neopreno pareciese un condenado traje de terciopelo. Salir del contacto directo del
refrescante agua les produjo un bochorno considerable. Yoongi agarró su toalla y
se secó la cabeza, sacudiendo su cabello bajo la sombrilla. Jungkook tardó un
instante en seguirle, portando el kit de primeros auxilios clínicos para mamíferos
que dejó junto al poste.
—Está controlado. Creo que podréis soltarla en veinticuatro horas —le informó
Jungkook.
—¡Maravilloso, chicos!
—S-sí que hace, sí —valoró Leslie con un leve carraspeo—. B-bueno, ¿puedo
invitaros a tomar algo? Habéis hecho un gran esfuerzo, os felicito.
—Está bien, ya nos íbamos, Les —respondió Jungkook, echándose una toalla al
hombro.
—No sabéis todo el trabajo que nos habéis ahorrado este verano, y ni siquiera os
hemos hecho ni un pago —añadió la joven, arrastrando sus ojos castaños entre
ambos—. El equipo me ha preguntado varias veces por ti, Jungkook-ssi.
—Oh, e-eh, mejor cuando acabemos... la mudanza, sí, claro —solucionó el mayor
a tiempo.
—¿Qué rayos te pasa? —gruñó Yoongi caminando a un lado de su amigo, con las
manos guardadas en los bolsillos del pantalón corto—. Últimamente, percibo que
estás autosaboteando tu vida social.
—¿No quieres calamares? Bien, ¿una cerveza? —insistió Yoongi—. ¿Qué hay de,
no sé, un contrato de trabajo que pague el alquiler de nuestra casa?
—No necesito dinero —declaró cabizbajo.
—Huh, ya veo. Tanta agua te ha dejado el cerebro como una sopa —bufó el
pelinegro.
—¡Oh, ya sé! Estás en esa fase, ya sabes —se aventuró a decir Yoongi—; quieres
ser vegano.
—¿Quieres salir con ella? Si te gusta, díselo —valoró el azabache con frialdad—.
Es amable. Aceptará.
—Eh, eh, ¡no me gusta! —declaró bastamente—. Pero nunca se rechazan unos
calamares en la costa de Geoje, chaval. Y, por cierto, tú eres el que le gusta a ella
—añadió con voz aguda—. Por si no te habías dado cuenta, cerebro de mosquito.
—Huh, perdone usted, señor del calamar —ironizó Jungkook con malas pulgas—.
¿Le ha ofendido que rechace la oferta, Min Calamardo?
—Payaso —pronunció.
«Eran demasiado asociales como para interesarse por alguien más que no fueran
sus traseros», pensó el mayor. «Jóvenes, guapos, solitarios. Quizá lo de guapo
sólo era para su amigo. Pero a Jungkook no parecía que hubiese nada que le
interesase más que un arrecife de coral».
Yoongi extendió una mano y la posó en el hombro del más joven. Le detuvo en
mitad de la calle de nuevo, con un rostro circunspecto y un tono muy distinto al
que aquel día había estado utilizando.
—Oye, creo que deberías aceptar el trabajo, Kook —le aconsejó—. Te llaman casi
a diario, y eres bueno en lo que haces. Te he visto, y te veo, desde que eras
pequeño. Hazme caso, se te dan bien estas cosas. Es como si hubieras nacido
para...
—Lo sé, hyung, es sólo que... aún tengo algunas ofertas más que contemplar —
intervino Jungkook pausadamente—. Quiero elegir bien. Necesito sentirme tan
cómodo como en Busan.
—Ya fuiste veterinario el año pasado —evocó Yoongi, con una leve sonrisa—. Eso
es lo tuyo, ¿no? Piénsalo.
Jungkook asintió decididamente. Yoongi ladeó la cabeza, suspiró y desvió sus iris
castaños oscuros antes de reanudar el paso.
—Eres la persona más testaruda que conozco —dijo en voz baja—. Cabeza
rellena de cemento, ese eres tú.
—Será que he aprendido del cabeza más dura de todo Corea —respondió el joven
con diversión.
Yoongi reprimió su sonrisa. Sabía que tenía razón, por lo que prefirió cerrar la
boca y no volver a insistir con el tema.
Los dos se conocían lo suficiente como para meter las narices en los asuntos del
otro, pero sin inmiscuirse de forma directa. Era una relación beneficiosa. Compartir
piso con él nunca había sido tan malo como sus antiguos compañeros de la
facultad hablaban de otros. Yoongi era solitario y silencioso, como Jungkook. No
se metía en la vida de los demás, no le gustaban demasiado las redes sociales, y
tampoco contaba demasiado lo suyo a no ser que le preguntasen (e incluso
entonces).
Los dos se sentían cómodos con eso. Eran tal para cual. Y si realmente
compartían algo, era su pasión y afición por el mar. A esas alturas, Jungkook con
veintitrés años, y Yoongi con veinticinco, también colaboraban en su trabajo. Sus
talentos eran algo diversos, Jungkook siempre se decantó por su carisma natural y
mano clínica en lo relacionado a los seres vivos, mientras que Yoongi era más de
terrenos subacuáticos, extracciones de materiales y equipos de buzo. ¿Quién les
hubiera dicho con dieciséis años, que llegarían a formar tan buen equipo?
Tras un breve paseo que se extendió en un cómodo silencio, se detuvieron en la
habitual parada de autobús con las mochilas cargadas a sus espaldas, y una bolsa
con sus monos de neopreno húmedos. Tomaron el trasporte público en unos
minutos, y un rato después bajaron en una bonita calle de casitas frente a la playa,
ligeramente apartadas de la ciudad más céntrica de la isla. Caminando por el
pavimento, Jungkook deslizó sus iris hacia la costa llena de arena, montículos
desproporcionados y hierbajos verdes frente el horizonte marítimo apagándose
lentamente. Eso era lo bueno del lugar al que se habían mudado el último mes; la
casa era preciosa, y se localizaba justo frente a la playa.
Su ubicación le permitía salir a correr libremente por las mañanas, respirar aire
puro y realizar estiramientos sobre la arena. De vez en cuando se daba un
chapuzón, recogía algún molusco o simplemente se sentaba en uno de los
montículos, disfrutando de lo pacífico que era encontrarse lejos de una ciudad
atestada de turistas.
Después de todo eso, Yoongi y él se mudaron desde Busan a la isla con más
movimiento del país, en busca de nuevas oportunidades.
«Les faltaba el perro», se dijo Jungkook. «Aunque seguro que Yoongi prefería un
cangrejo».
Él soltó el equipo con el que cargaba bajo la escalera, sacó los neoprenos de la
bolsa y los metió en la lavadora junto a un puñado de su ropa. Yoongi se metió en
la ducha sin decir nada. El más joven se preparó algo de ramen instantáneo que
devoró con un pasivo apetito sobre la encimera de la isla de la cocina, y después,
sacó los monos de la lavadora, los estiró y los tendió en el tendedero del porche.
Cuando regresó a la casa, sacudió los pies llenos de arena en la alfombrilla frente
a la puerta deslizante de cristal. Pasó al salón y encontró al repantingado de su
amigo con una cerveza en la mano, cabello húmedo y despeinado, y una cara
absolutamente demacrada. Yoongi agradeció mentalmente que fuera sábado, y no
tuviese que trabajar hasta el próximo día laborable. Puso el aire acondicionado
con el control remoto y le dio un profundo trago a su deliciosa cerveza helada con
la otra mano.
Aún tenían algunas cajas de pertenencias de por medio, cosas sin desenvolver, y
un cierto desorden sobre las estanterías que parecían desear cargarse antes de
pereza en lugar de con objetos.
Él se levantó perezosamente del sofá, buscando alejarse del ruido del televisor.
Se llevó el teléfono a la oreja frunciendo el ceño por el zapping a todo volumen de
su compañero. La yema de su dedo se deslizó distraídamente por encima de la
vitrocerámica de la cocina.
Mientras tanto, Yoongi cambió de canal muriéndose en el más absoluto asco por
la programación. De repente se detuvo en el canal de telenoticias con un rótulo
que atrapó su atención. Lo reconoció rápidamente, pues había leído esa misma
mañana la noticia en el periódico digital que habituaba a ojear desde su
Smartphone.
«El gran acuario de Geoje».
—El acuario de Geoje fue inaugurado el pasado lunes —dijo la voz femenina
proveniente de la televisión. Las imágenes del complejo acuático comenzaron a
superponerse sobre la pantalla—. Conocido como el acuario más grande del
mundo, se sitúa en la zona este de la isla. Cuenta con más de treinta mil metros
cúbicos de agua, veinte mil toneladas de agua dulce y una zona subacuática de
túneles instalados bajo un cercado del Mar del Japón. El complejo alberga miles
de especies diferentes de animales marinos, desde ballenas blancas, hasta
mantarrayas, belugas, anémonas, tiburones, y especies imposibles de encontrar
en las costas asiáticas, trasladadas desde los paraísos del caribe.
—Los tiburones toro, se alzan como las estrellas del acuario —informó un
periodista—. Pero sin duda, los supuestos hallazgos por parte del equipo privado
de expedición del presidente de la corporación, han dejado las expectativas de
todo el mundo por las nubes.
—Por si aún no lo sabe toda la prensa, e incluso puede que el todo país, la página
web de la Corporación de Kim Namjoon, anunció recientemente que, dentro de
poco, exhibirán una especie desconocida; los reyes del océano.
Yoongi frunció los labios, se pasó unos dedos por la sien, reflexionando. Lo
próximo que vio fue al presidente Kim Namjoon elegantemente trajeado, cabello
dorado peinado hacia atrás, pómulos marcados y hoyuelos pretenciosos, abriendo
la inauguración de «El Gran Acuario de Geoje». Como extra, mencionaron que el
acuario había sido rápidamente premiado por el record Guinness del acuario más
grande del mundo, superando a los chinos.
—¿Nueva especie? —murmuró Yoongi con voz grave—. Ese tío sí que es una
especie aparte... menudo pez gordo...
Jungkook volvió de la cocina, bajó el teléfono móvil de su oreja con los ojos muy
abiertos, dejando que sus pupilas se perdiesen en el resplandor de la pantalla. Se
sentó con media pierna en el reposabrazos justo al lado de Yoongi, el cuál levantó
la cabeza, advirtiendo la expresión de su rostro.
—Si te digo... ¿tengo una entrevista en el acuario más grande del mundo?
«Sí, era el acuario más enorme del mundo, y merecía, a pesar de que detestase
sitios como ese, una pequeña visita», se dijo a sí mismo. «Había algo que le
llamaba la atención de ese sitio. Puede que fuese la exquisitez con la que estaba
construido, o la capacidad de contener tantas especies de criaturas diferentes, que
jamás hubiera visto de no moverse de su localización surasiática».
De un momento a otro, creyó que no era eso. No sabía por qué, pero por un
segundo, sintió como si un tintineo sonase a lo lejos. Él alzó la cabeza y parpadeó
en la oscuridad.
«El murmullo de las olas, tras la ventana, a treinta o cuarenta metros de casa»,
pensó, reposando de nuevo la nuca sobre el almohadón. «No había ninguna
campana».
Jungkook pensó en la voz del amable hombre que le había dejado el mensaje de
voz. Su acento era de Seúl, no de la isla. Había insistido en que se acercase al
complejo para enseñarle las instalaciones y hablar cara a cara, informándole de
que estaba al tanto de su currículum y de lo joven que era.
Al bajar del tranvía, Jungkook ubicó fácilmente el recinto. No era grande por nada.
Las instalaciones se veían enormes, e incluso a pesar de ser un domingo, se
encontraban abiertas y llenas de gente que hacía picnic en el césped exterior,
tomaban refrescos y perritos calientes en alguno de los puestos móviles, y se
agrupaban para fotografiarse junto a la entrada. El edificio principal era redondo,
abovedado, de un tono blanco-grisáceo, más el celeste provocado por las decenas
de cristales que atrapaban el sol y hacían resentirse a sus pupilas. Jungkook se
dirigió a la cúpula de cristal observando los paneles solares. La entrada era lujosa.
Los grupos de turistas se encontraban formando hileras para pasar por las
taquillas o el mostrador de información, adquiriendo un reproductor de guía o
esperando al orientador asignado a su grupo.
Jungkook volvió a mirar a toda esa gente, sintiéndose excesivamente solo. Con
las manos en los bolsillos, permaneció junto a la entrada. Las apariencias de aquel
lugar resultaban desconcertantes, pero su corazón era difícil de conquistar. Lo que
realmente le interesaba era el interior, el detrás de la escena, los bastidores y que
los almacenes de comida mantuviesen la temperatura idónea, así como el trato a
los animales.
El joven giró la cabeza con un leve sobresalto, por un segundo, esperó que aquel
hombre no hubiera detectado su estúpido respingo. Sus pupilas se fijaron sobre el
individuo; alto, joven, de cabello castaño, y una americana grisácea, sin corbata.
Jungkook reconoció su voz, por la cantidad ingesta de veces que había repetido el
mensaje del contestador automático en su oreja. Su acento de Seúl. La amabilidad
implícita en cada una de sus sílabas.
Sus iris se arrastraron hasta la tarjeta de identificación plastificada que colgaba del
cuello a la altura de su pecho. «Kim Seokjin».
—Huh, claro.
Jungkook siguió sus pasos, con una extraña sensación recorriendo su piel y
erizando el vello de su nuca. Recordó las palabras de la publicidad del recinto; «la
nueva especie». Él le acompañó gentilmente, comprendiendo en cuestión de
minutos, que aquello se había convertido en una pequeña guía de introducción y
explicación de las diferentes zonas de las grandes instalaciones.
Lejos del hall, por los pasillos del complejo del gran acuario, había túneles,
enormes peceras, espacios totalmente abiertos que se sumergían bajo el ala
natural del mar turquesa. Jungkook se reacomodó su bolsa deportiva sobre el
hombro, sin poder evitar sentirse ligeramente pequeño frente a cada uno de los
espacios. Seokjin parecía saber sobre su trabajo, su voz era amable y explicativa,
vestía con blazer grisácea y pantalón de pinza oscuro. ¿Pensaba preguntarle por
algo de su currículum, o aquello iba a ser una extensa visita sin dirigirse al «tema»
que de verdad le importaba?
Seokjin le habló sobre la cantidad de metros cúbicos y toneladas de agua que
encerraban. Le dio una vuelta por allí, paseando el suelo de mármol brillante y el
insistente «olor a nuevo». Atravesaron numerosas zonas asignadas por el nombre
y tipo de criatura, más allá de las resistentes y enormes paredes de cristal, existía
una bonita cafetería de tonos azulados y terrosos, situada bajo la cristalina
cobertura que dejaba ver decenas de llamativos peces, corales de colores y
construcciones de aspecto natural. Un grupo de jóvenes se encontraba
fotografiándose con bebidas especiales, de aspecto caribeño y llamativas
sombrillitas, con varios tiburones meneándose justo detrás. Había numerosos
carteles explicativos y pantallas LED que ilustraban acerca de la procedencia de
cada espécimen, y el olor a café y cruasán inundaba sus sentidos.
Sin duda era, un lugar maravillosamente ideado para crear un gran negocio.
Niños, adultos, gente joven, todos parecían estar pasando el mejor día de sus
vidas.
«El ser humano expone a los animales como trofeos y se regodea de sus hazañas
como si aún estuviesen en la edad media», pensó Jungkook con sarcasmo. «No
es que le molestase ese tipo de lugares turísticos, era el complejo más
impresionante que jamás había visitado. Sin embargo, seguía sin ser
especialmente partícipe de mantener tras unos vidrios a unos seres que,
esencialmente, debían ser libres. Los peces pequeños eran pasables, pero no
todas las grandes criaturas eran capaces de sobrevivir en espacios limitados».
—Mira todo esto —murmuró Jungkook para sí mismo—, unos milímetros de vidrio,
y cientos de toneladas de agua al otro lado, esperando a aplastarnos bajo su
masa. Tan resistente, y tan frágil.
—El señor Kim ha sido muy exigente con estas instalaciones —expresó—. No se
trata de cualquier tipo de vidrio, claro. Este es indestructible. La construcción está
preparada para soportar cualquier tipo de presión y peso, sin poner en riesgo a los
visitantes.
—Cada una de las especies que existen en el mundo, reunidas bajo el mismo
complejo —comentó el azabache—. ¿No es una idea muy ambiciosa y
rocambolesca? No cualquier empresario del mundo se permitiría tal prestigio.
—¿Estamos hablando del típico millonario con una sala roja? —bufó con
diversión—. Hmnh, ¿le va el BDSM, o qué?
Seokjin se rio alegremente, sus iris castaños titubearon sin demasiada convicción,
como si estuviese replanteándose la forma de enunciar sus próximas palabras.
El azabache alzó las cejas, descruzó los brazos con un inesperado pálpito en su
pecho.
Jungkook se sintió tan halagado, que sus mejillas se sonrosaron un poco y se vio
forzado a desviar la mirada.
—Huh, ¡no, no, no! —negó Seokjin rápidamente—. Vayamos al grano de una vez;
le contaré de qué se trata, pero antes necesito la certeza de que se implicará en
su encomienda.
El más joven percibió que había algo más allá de sus palabras. Mucho más allá de
lo que Seokjin podía atreverse a mencionarle. Pero Jungkook era una persona
sencilla y directa. No quería hablar de dinero, u oportunidades únicas. Él
necesitaba ir al corazón de todo eso de una vez por todas, y descubrir por qué
demonios se había dejado arrastrar hasta un sitio como ese.
—Por supuesto.
—Genial, Jungkook. Verás, a veces, los mayores tesoros nos esperan en las
mayores profundidades —comentó el hombre, observando detenidamente el
acuario con los iris perdidos en los corales—. No es oro, ni tampoco es algo
domesticable. Pero su valor es incalculable, y su presencia... un regalo que habita
en secreto entre las paredes de este complejo. Si usted acepta, deberá
sumergirse en su labor por completo.
Jungkook ladeó la cabeza, observó los reflexivos ojos del mayor, sin comprender
muy bien su comentario.
Jungkook tuvo una corazonada de que se trataba de algo grande. «Algo muy
grande». Más de lo que había pensado. ¿Por qué si no, sentía como si estuviese a
punto de meterse en la mátrix?
Sus pasos se dirigieron a un ala muy separada del resto, a la que llegaron en un
par de minutos. El lugar se ampliaba bajos los muros del complejo, pero de forma
privada. Sólo se podía acceder con una credencial, pues la entrada estaba
restringida. Sin demora, Jungkook y Seokjin se aproximaron a un gran acuario
cilíndrico de cristal, de decenas de metros de altura, y conectado a un piso
superior que quedaba fuera de su vista.
El más joven no dijo ni una palabra, pero estar allí le hizo abrir la boca levemente;
era el sitio más enorme y curioso que había visto en toda su vida. El fondo marino
estaba hermosamente adornado, predispuesto para darle un toque marino, con
cuevas de roca, algas, hondonadas y arrecifes. Colores azulados y turquesas,
lilas, pasteles, salpicados de algún rojo coral que parecía cincelado por la mano de
la naturaleza.
Al otro lado del túnel de cristal, Jungkook vio una pequeña sala, que conectada un
ascensor a la planta superior que asomaba a la superficie.
—Esta es la parte privada del señor Kim —explicó Seokjin—. Tiene un alojamiento
en el mismo recinto, podríamos decir que... este es su santuario.
«¿En serio?», pensó Jungkook. «Hasta dónde podía llegar la vanidad de alguien,
como para permitirse tener un acuario de exclusivo disfrute personal».
—Quiere decir, que, esta zona no se exhibe al público —concordó Jungkook,
caminando lentamente bajo el pasillo de cristal—. ¿Cuál es la razón?
—Lo he intentado, Jungkook. Pero créeme, quiere morir —dijo con pesar—. Está
muriéndose porque odia esto.
Apenas distinguía nada por la densidad del agua, pero de repente, advirtió cómo
algo se movió a gran distancia. Sus movimientos eran lentos, cansados, otros
rápidos y nerviosos. Erráticos. Sin un rumbo fijo. Los ojos del joven se abrieron de
par en par. Una gran cola azulada y escamosa, con leves destellos de la luz solar
que se derramaba por las enormes cristaleras del acuario, contiguo al mar. Más
esbelto que un delfín, deslizándose en el agua como si se mimetizase con el
elemento. La mayor elegancia que jamás pudo observar, cabello turquesa con
destellos cobaltos. Porte de un ser de la realeza, heredando las aguas como si de
Poseidón se tratase.
Y como si el ser lo hubiese escuchado mentalmente, se giró en las aguas y sus iris
conectaron con los del humano. Decenas de metros cúbicos de agua les
separaban, pero la primera vez que sus iris se cruzaron, Jungkook perdió el
aliento, sintiendo como si estuviese siendo arrastrado al fondo del océano más
profundo.
—Él es... bueno, no creo que esté demasiado contento de que haya traído a
alguien más aquí —pronunció Seokjin, cortándose de forma interrumpida—. No le
gustan los humanos, es comprensible. Se ha dedicado a evitarme desde hace
algún tiempo.
La criatura se acercó lo suficiente a ellos, pasando por encima del túnel cilíndrico
en el que se encontraban. Jungkook lo supo entonces; estaba perdido. Sus ojos
eran salvajes, rasgados y dispares, con la capacidad de arrancar el aliento a
cualquier mortal. De cerca, apreció que sus iris poseían una particular
heterocromía que nunca antes había visto. Las tonalidades eran líquidas y
celestes, con tonos pasteles y lilas como los corales. Comprendió que su cola
escamada era demasiado extraordinaria para ser «sólo azul». No, era más que
eso. Encerraba todos los matices del Mar del Japón. Turquesas, índigos,
aguamarinas, verdosos, celestes, ultramarinos...
Él miró a Jungkook con altanería, y el joven pensó en que su belleza era capaz de
arañarle sin piedad.
Pudo sentir su desprecio a través de los milímetros de cristal que les separaban.
Su desdén, su rabia, su ira. Su odio hacia cualquier impresentable humano.
Después, la sirena aleteó y se alejó, deslizándose sinuosamente hasta perderse
en alguno de los recovecos de aquel enorme lugar, lejos de sus ojos mortales.
«Seokjin tenía razón, no estaba feliz porque hubiese traído a alguien nuevo a su
condenada prisión de cristal», se dijo.
Sus rodillas habían comenzado a flaquear, con tan sólo una de sus miradas. Ése
era el inestimable poder de una criatura como esa.
—Algo tan salvaje y admirable, encerrado entre estas paredes de cristal —alcanzó
a decir Jungkook, con una voz reconocible—. Pero, ¿qué es lo que habéis
hecho...?
Esa fue la única respuesta que Seokjin recibió la mañana que le ofreció una
contratación profesional a Jungkook. El hombre dudó brevemente, reflexionando
sobre si era seguro permitir que entrase un desconocido. Si aceptó, sólo fue por la
asombrosa determinación de sus ojos.
Jungkook pudo ver que la sala no era muy grande, pero constaba de un pequeño
almacén con lo necesario para cuidar de criaturas acuáticas; equipo médico útil,
botiquines, ropa doblada de recambio, comida humana en un refrigerador de
cristal, como refrescos y snacks, y un estante con accesorios para el buceo.
Además, habían colocado una pequeña mesa de café y un sillón de cuero de dos
plazas.
—No tenemos trajes de baño. Tendrás que arruinar tu ropa —el agarre de sus
dedos se pronunció cuando el joven agarró la toalla—. Jungkook, una cosa;
recuerda que no vas a visitar a un pingüino. Y ni se te ocurra meterte en el agua a
la primera, o lo lamentarás. Está irascible desde hace unos días, y no creo que le
guste ver a alguien nuevo en su territor-
—Gracias por el consejo —interrumpió Jungkook, llevándose la toalla de un
imprevisto tirón—. Pero vosotros sois los que le habéis enojado. Dime una cosa,
¿cuánto tiempo lleva aquí exactamente?
—¿Un mes? ¿algo más? Creo que fueron... cinco semanas —vaciló lentamente—.
Treinta y ocho días, si no me equivoco.
—El señor Kim viene a verle de vez en cuando —comentó el castaño—. No hay
más que decir, no está feliz con sus visitas. Hace tiempo que dejó de
comunicarse, si es que alguna vez lo ha hecho, porque, no creo que...
—Que hable.
—¿Por qué dices que está muriéndose? —preguntó Jungkook con perspicacia—.
No tenía mal aspecto.
—Está bien. Sólo voy a verle de cerca —concretó con seguridad—. Si quiero
trabajar aquí, tendrá que acostumbrarse a mi presencia.
Seokjin intuía que Jungkook era el tipo indicado. Asimismo, confiaba en que el
joven mantuviese el secreto en caso de no aceptar el trabajo. Pues, por encima de
todo, tenía muy claro que era mejor no informar al señor Kim de su plan
estratégico, si no quería meterse en más problemas.
En el interior del acuario, Jungkook caminó por encima de la sedosa arena blanca
que habían implementado en la orilla artificial. Pensó que debían extraerla de
alguna parte de la isla. Dejó que la toalla se escurriese de sus dedos, junto al
saliente. Asomó la cabeza por ese lado, comprobando el enorme escalón que se
hundía dando paso a metros y metros de profundidad. Se acuclilló y tocó el agua
cristalina con unos dedos. Estaba fresca, como el microclima. El olor salado
inundó sus fosas nasales. La superficie estaba totalmente vacía, pacífica, con
alguna que otra leve onda, y sin mucho más que pudieran apreciar sus pupilas.
No había llegado hasta allí para echarse atrás en el último momento, sin embargo,
sintió una leve presión en su estómago cuando pensó en la criatura. Se incorporó
brevemente, preguntándose si lo que estaba a punto de hacer tenía sentido. ¿Era
real? ¿Podría verle de cerca? ¿Podrían comunicarse de alguna forma?
Él tomó aire, infló sus pulmones de oxígeno y se sumergió con confianza. Era el
tipo de personas que se movían bien en el elemento, siempre buceó desde
pequeño, tenía buena capacidad pulmonar, sus ojos nunca se irritaban, y si se lo
proponía, era capaz de aguantar la respiración un par de minutos completos.
Recordó el par de expediciones que una vez realizó con Yoongi en la costa de
Busan. Él no era expedicionario, pero Yoongi sí, y estaba acostumbrado a utilizar
cascos de buzo y bombonas de oxígeno. En una ocasión, acompañó a su amigo
con un grupo de aficionados con los que Yoongi se reunía. En las profundidades,
tuvieron la suerte de ver a una pareja de medusas peine. Eran bioluminiscentes;
su organismo producía luz en las profundidades más oscuras, y su belleza
atrapaba y distraía a sus presas con una asombrosa persuasión. Eran tan
peligrosas, que, si uno de sus tentáculos tocaba tu mano desnuda, estarías bien
jodido durante un par de semanas.
Jungkook se deslizó en el agua durante un minuto entero sin lograr ver nada, más
allá de las algas del fondo. Frunció el ceño y ascendió a la superficie para liberar
sus pulmones. Allí dio un par de bocanadas de aire, bajó la cabeza y observó el
fondo difuminado.
El lugar era enorme, tanto como el acuario del tiburón martillo frente al que había
paseado. No obstante, él sospechó que, si aún no le había visto, era por decisión
suya, y no por casualidad. ¿Acaso esa sirena sabía que había alguien más en sus
aguas? ¿Pretendía evitar su encuentro, escondiéndose de él?
A pesar del breve entusiasmo que le invadió antes, decidió no forzar las cosas,
valorando que tendría otra oportunidad en algún momento. Y antes de largarse,
volvió a sumergirse para orientar su itinerario hacia otro lado y así familiarizarse
con la zona. No vio nada especial. Ni pececillos, ni moluscos, sólo plantas y
estructuras subacuáticas. Sus yemas se deslizaron por encima de un poroso coral,
su arrecife estaba hermosamente plantado, salpicado de colores impresionantes.
«El señor Kim no debía haber escatimado gastos con tal de convertir aquel
espacio en un lugar bonito para su mascota», pensó con cierta inquina. «Sólo que,
parecía haber obviado que le rechazaría, como era previsible».
Jungkook regresó a la superficie por segunda vez, tomó aire y se pasó la mano
por el cabello, apartándose los mechones negros que se pegaban a su rostro. Se
movió lentamente en dirección a la superficie, pero, de repente, advirtió un
burbujeo bajo sus piernas. Cuando bajo la cabeza, vislumbró una sombra
moviéndose a gran velocidad.
«Él nunca había sentido miedo en el agua, pero, ¿iba a hacerlo ahora? ¿era el
momento para recordar que las sirenas también devoraban humanos en los
cuentos de piratas? ¿Que en Disney los asfixiaban hasta la muerte después de un
beso? ¿Se los llevaban hacia el fondo para... violarlos, o algo así?», argumentó su
cerebro. «A lo mejor eran caníbales. Y si esa sirena lo era, llevaba cinco semanas
sin alimentarse».
No quería, no podía permitirse tener miedo de algo así. Pero su corazón comenzó
a martillear en su pecho bombeando su sangre con fuerza, cuando descubrió una
sombra bajo el agua, a unos metros de profundidad, deslizándose sinuosamente
como una serpiente marina acechando para atacar.
En ese momento sólo tuvo dos opciones; huir (con catastrófico desenlace) o
esperar. Él tuvo la iniciativa de concebir una tercera, tomó aire decididamente y se
sumergió una vez más.
Jungkook sintió como si una mano helada se extendiese hasta su pecho, para
agarrar su frágil corazón.
«No era humano. Los humanos no eran parecidos a él», pensó. «No tenían esa
mirada de ojos rasgados, donde se encerraban el propio océano en sus iris
líquidos, con pinceladas cristalinas que le recordaban a la bella costa turquesa de
su ciudad natal. Y por supuesto, no existía mortal con esa sedosa piel tostada, de
un canela salpicado por polvo de diamante, proveniente de las profundidades».
El pelinegro pensó que era irreal; como una joya celeste proveniente del mar. Y su
tan delicado tacto, arrancó las últimas burbujas de aire de su tórax, como una
manzana desprendiéndose de la rama de un árbol. Su último aliento se escapó
entre sus labios, y su pecho vacío se comprimió bajo la camiseta cuando el
oxígeno le abandonó por completo. Estaba paralizado. La criatura no le obligó a
permanecer quieto, pero sus ojos líquidos eran como un hechizo, cuya serena
expresión le hizo creerse un náufrago a la deriva.
Los dedos de la sirena delinearon la sutil forma de los ojos rasgados de Jungkook
cuidadosamente, el joven sintió el bombeo de la sangre en sus oídos, junto a la
delicada caricia de esas yemas. Por un segundo, se preguntó a sí mismo si sus
mejillas podían ruborizarse ahí abajo, porque su delicado tacto le hizo pensar que
temía romperle en mil pedazos. Después, el ser tomó su mentón con los dedos,
sujetando su rostro con la otra mano, y sintetizó la distancia entre ambos, uniendo
sus labios con los del pelinegro, en un beso.
Jungkook no supo por qué o qué era lo que estaba pasando, pero sus párpados
se cerraron por el suave contacto, sintiendo unos maravillosos e irreales labios
contra los propios. Suspendido bajo el agua, entreabrió los suyos ligeramente, sin
aire en los pulmones, permitiéndole que tomase su beso aun a riesgo de
asfixiarse.
La satisfacción de su beso le hizo sentir una gran devoción. Más. Quería más. No
le importaba ahogarse. La falta de aire golpeó en su pecho como un pesado
martillo. La cabeza comenzó a darle vueltas.
«¿Eso era lo que hacían las sirenas?», preguntó en sus labios, temiendo a
separarse. «¿Besaban a los humanos para así matarles? No le importaba.
Prefería no volver a respirar aire con tal de no perder sus labios».
Sus sienes golpearon con fuerza su cabeza, sus pupilas se dilataron, sus ojos se
volvieron borrosos. Su cerebro embotado comenzó a hacerle sentirse aturdido, y
una inesperada bocanada en busca de aire, llenó su boca de agua.
La sirena se asustó y le liberó con una sutil caricia, advirtiendo el contratiempo que
Jungkook parecía estar ignorando. El chico tragó agua, y al borde de su
consciencia, comprendió que llevaba un rato ahogándose como un estúpido. Trató
de moverse con una absurda e incomprensible debilidad, sus miembros no
respondieron a sus sacudidas, y en lugar de eso, comenzó a hundirse como un
trozo de cemento.
Estuvo a punto de asfixiarse, si no fuera porque su acompañante agarró uno de
sus brazos y tiró de él en la dirección opuesta. En sólo unos segundos, le sacó a
la superficie. Jungkook sacó la cabeza bruscamente del agua. Comenzó a toser y
tuvo varias desagradables arcadas donde expulsó el agua tragada. Estaba
temblando, sus pulmones se vaciaron estrangulando su garganta. Tomó varias
grandes bocanadas de aire tratando de suplirse con el oxígeno que tanto
necesitaba. Le dolía el pecho, como si alguien hubiese saltado sobre él.
Salió del agua y se arrastró a gatas sobre la orilla artificial clavando las rodillas
sobre la arena. Aún estaba jadeando, sus ojos borrosos recuperaron la nitidez con
el paso de los segundos.
«Aquello había sido, sin lugar a dudas, su primer beso (y robado), en el que casi
se asfixió por quedarse tan paralizado como un idiota».
Él se llevó unos dedos llenos de tierra húmeda a los labios, y bajo el aliento
agitado, creyó que aún tenía el extraño hormigueo sobre la fina piel de su belfo
rosado.
Un aleteo de cola celeste golpeó el agua tras él, giró la cabeza muy rápido, pero
no llegó a verle. Liberando un profundo suspiro, apretó la mandíbula y se preguntó
qué diablos estaba haciendo.
¿Realmente iba a meterse en eso? ¿De verdad quería implicarse en algo así?
¿Cómo demonios pensaba retomar su vida después de tomar la decisión que
estaba a punto de determinar?
Jungkook extendió una mano y agarró la toalla, se levantó de la arena con la ropa
empapada, y la boca salada. Pero no sabía si era por su beso, o por su absurda
forma de tragar agua. Regresó a la sala de personal sacudiéndose la cabeza con
la toalla. Seokjin se topó con él en la puerta, a punto de salir justo cuando él
entraba.
—Aceptaré, pero no por un precio. Y por supuesto, no por esta empresa —declaró
el azabache secamente, dejando caer la toalla sobre una silla—. Me largaré de
aquí en cuanto no me necesitéis, ¿entendido? —especificó moviéndose
empapado por la sala. Sin consentimiento, tomó uno de los refrescos de la nevera
y con un par de dedos abrió la lata—. No quiero tener nada que ver con esto; no
me gustan los acuarios, y tampoco trabajo para corporaciones que piensan que el
mar de este mundo puede encerrarse en una pecera. Por lo que, no necesito un
contrato físico, me vale con un acuerdo verbal —sorbió un trago entrecortándose,
y acto seguido, le señaló con un dedo—. Pero tendrás que darme una de esas
tarjetas.
—Con tres está bien —caviló Seokjin, cerrando la puerta automática tras su propia
espalda—. Y... no entres por el edificio principal, hazlo por el muelle de carga. Te
daré una llave, además de la credencial.
—Bien.
—Oh, eso significa que... le vas a gustar, no sé por qué... —bromeó, con una leve
sonrisa.
Tras un segundo trago, Jungkook dejó la lata vacía sobre la mesa, tomó su camisa
de cuadros y se puso las Mustang. No tardó demasiado en agarrar su bolso
deportivo, intercambiar su número telefónico con Seokjin, y largarse del complejo,
a pesar de parecer un perro de aguas totalmente empapado.
Seokjin se sintió encantado por su contundente decisión. «Ya está. Tenía la ayuda
que necesitaba», pronunció con satisfacción en su cabeza. Y cuando se despidió
del joven, alzó una mano y le observó marcharse.
Jungkook evitó volver a pensar en la maldita sirena. Necesitaba recordar que
seguía viviendo una vida corriente, sin tanto desencaje irrealista. Estaba
empapado, sí, pero el calor de aquel mes de julio secó su ropa mientras caminaba
por el paseo marítimo. Sus iris se posaron sobre el brillante escaparate de una
tienda infantil donde había pegatinas con purpurina, mochilas de colegio, peines y
juguetes con forma de sirena.
«No», se dijo. «No puedo hablar de esto con nadie; si alguien se enterase de su
existencia, la gente, la prensa, los investigadores pagarían millones de wons por
verle de cerca. Billones por tenerla en sus manos, quizá por comerciar con ella,
y... por experimentar, como si fuera una rata de laboratorio».
«Sí, no era sencillo empatizar con un tiburón en una jaula de circo», pensó. «Pero
al final del día, sólo era una forma de vida distinta, proveniente de su mismo
mundo».
—Creo que estará mejor así. Su lesión no es tan grave, los cartílagos se sellarán y
podrá volar en unas semanas.
—Gracias, señor Jeon —expresó Noah, uno de los trabajadores—. Temíamos que
no volviera a hacerlo. Ya sabe, los pelícanos siempre tienen una forma especial de
cazar.
El pelinegro se quedó unos minutos ahí, hasta que Haeri terminase. Conocía su
numerito, no era la primera vez que lo había visto. Ella era una buena cuidadora y
adiestradora, y en su mano estaba el liderazgo de entrenar aves acuáticas, y
aquel par de delfines que le seguían como paladines.
—Estaban hechizados.
Jungkook se acuclilló, extendió una mano y tocó a uno de los simpáticos cetáceos
que se aproximó para reconocerle. Su piel era de un gris claro, escurridiza bajos
sus yemas.
—Ten cuidado, a esta le gustan demasiado los chicos jóvenes —bromeó la joven.
El pelinegro se incorporó y liberó una alegre risita. Guardó las manos en los
bolsillos de sus jeans mientras Haeri salía de la piscina con un neopreno azul
marino ceñido hasta el cuello. Ambos se conocieron el primer día en el que
Jungkook llegó a la isla. Se quedó embobado cuando la vio con una cría de
albatros. Generalmente, los albatros errantes crecían hasta ser muy grandes,
especialmente si se trataban de machos. Tenían una cara muy graciosa, ya que
su rostro poseía un par de expresivas cejas negras que le daban un toque
circunspecto.
Después de su encuentro, se topó con ella ese mismo día durante la noche, en
una pequeña fiesta de playa a la que Yoongi le obligó a asistir, con la excusa de
que necesitaba tomar una cerveza antes de enfrentarse a todas sus cajas de
mudanza. Haeri era mayor que él, su cabello de un castaño oscuro, su
personalidad le hablaba de una profesional dedicada a su trabajo. Cuando
hablaron un poco, enlazaron una sencilla amistad. Existía una buena energía
fluyendo en el ambiente cuando se cruzaban. Ni él mismo lo había esperado, pero
era el tipo de persona con la que se sentía cómodo. Algunos lo conocían como
«química natural», sin embargo, Jungkook estaba tan interesado en las relaciones
interpersonales, como Haeri en salir de su trabajo; nada.
Una semana antes, la mujer liberó al albatros con cierto pesar. Él vio en sus ojos
un brillo vidrioso y no pudo evitar sentirse conmovido.
—Tengo la piel como una pasa —declaró su compañera agarrando una toalla—. A
veces olvido que no soy una sirena.
—N-no, más agua no, gracias —contestó Jungkook algo sofocado—. Yo también
me siento hoy como una pasa...
—Huh, tengo que darme una ducha —declaró Haeri recogiendo sus cosas, por
unas décimas de segundo le miró de soslayo, como si estuviese preguntándose
algo—. Oye, te gustaría... huh, ¿qué cenemos algo? ¿juntos?
—Pero —sí, ese era él mismo, recogiendo cable antes de tiempo—, llevo todo el
día fuera y, necesito descansar. Creo que tengo sal hasta en los pantalones.
—¿Tailandesa?
Salió con una bolsa cargada con su cena. Tomó el tranvía en una de las paradas
que atravesaban la céntrica y animada ciudad de la isla, y regresó a casa en sólo
diez minutos. De alguna forma, sentía que, en el fondo, muy en el fondo, estaba
de mal humor. Lo que había visto en el acuario de Geoje le había asustado tanto
como fascinado, y por un momento, deseó olvidar aquel sueño para volver a casa
y seguir siendo un simple voluntario en las protectoras de animales. La parada de
tren le dejó al lado de su manzana. Bajó con el olor a comida tailandesa
persiguiéndole desde su bolsa, y caminó por el barrio de casas hasta llegar a la
suya.
Empujó la puerta, y lo primero que hizo fue dejar caer su mochila al suelo. Soltó la
bolsa en la isla de la cocina y se dejó caer en el sofá de espaldas.
«Dios», pronunció en su mente con ansiedad. «¿En qué se había metido? ¿Y por
qué no podía dejar de pensar en esa criatura?»
—Sí.
—Te han designado el área de pingüinos, ¿no? —ironizó con voz grave,
detectando su cena sobre la encimera—. Menuda cara tienes, ni que esos
bichejos fuesen caníbales.
—¡Oh, me muero de hambre! no puedo creerme que hayas traído esto —celebró
Yoongi, resquebrajando las tapaderas y seguidamente pasándole un par de
palillos metálicos.
Jungkook se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina, clavó los codos
y probó el Pad Thai confirmando su nueva admiración por la cocina tailandesa.
—¿Kook?
—¿Hmnh? Ah, sí. Hyung, es... buf.
—Qué, ¿vas a tener que lanzarle aros para que los atrape un león marino? Venga
ya, no es tan mal trabajo, tío —intentó reconfortarle dándole una palmadita en la
espalda—. Al menos por fin has decidido comprometerte con algo.
—Si es que, eres idiota... —dijo con un hilo de voz, negando reiteradamente con la
cabeza.
El azabache agarró una gamba y se la lanzó con los palillos, sin poder evitar reírse
por su forma de esquivarle. Yoongi desapareció de la cocina gritándole por su
mala puntería, regresó a su propio dormitorio para acabar con el Pad Thai y
terminar de ver una serie de Netflix en su portátil sobre la cama.
«No era tonto, sabía que algo no iba bien con Jungkook». Demasiado tiempo
viendo su cara de pan como para no advertir la introspección que habitaba en sus
iris oscuros. Pero se había propuesto animarle, a pesar de que Min Yoongi fuese
la roca más insensible del universo. Cuando se proponía algo, lo sacaba con
buena nota. Al fin y al cabo, le separaban dos años de diferencia: Jungkook era
como su hermano pequeño.
Capítulo 03
Capítulo 3. Enredo marino
—Aquí estás —emitió con una agradable sonrisa, vestido con blazer beige y una
distinguida elegancia—. Gozas de buena orientación, eso es muy positivo.
—Escucha, lo único que quiero es que le saques una sonrisa, ¿vale? —argumentó
de forma muy estúpida—. El señor Kim está muy frustrado, sólo necesito que
cuando regrese a Corea y venga a verla, no intente partir la aleación de cristal
frente a su cara, con la cola.
—Claro, le pediré una selfie de paso —arrojó hirientemente—. ¿Qué tal si también
le obligo a que escriba «con dedicatoria especial, para mi amo?» Seguro que
estará encantada de saludar al tipo que le ha metido ahí dentro.
Seokjin apretó los dientes y bajó la cabeza. Los dos se separaron no mucho
después, pues el azabache se dirigió a la zona privada donde pudo entrar con su
tarjeta y Seokjin se marchó para atender a unas cuantas de sus labores como
encargado del complejo.
Una vez más, allí estaba Jungkook; un precioso acuario celeste de enormes
dimensiones, completamente vacío. Y sin ningún plan concreto, el joven planeó
iniciar la fase de contacto como había hecho con todas y cada una de las criaturas
con las que había tratado. Cuando estaban asustadas, heridas, o simplemente
demasiado aisladas, lo más eficiente era intentar relacionarse sin forzar
demasiado. Ese día se sintió mucho más cómodo con su mono de neopreno, se
vistió junto a la taquilla, salió al exterior de la sala que daba al acuario y se
zambulló en el agua.
Como contrapartida, la sirena no apareció por ningún lado. Es más, por mucho
que Jungkook diese varias vueltas por la zona, no pudo verla ni de soslayo. Él
salió con irascibilidad del agua. Estuvo más de una hora dentro, y otra más
sentado afuera como un pelele. Era evidente que no le estaba haciendo caso, su
ausencia sentenciaba su primer rechazo.
—¿Cómo le alimentáis?
Seokjin dio un respingo del que casi se le cayó el bloc de notas que llevaba en la
mano.
—¿Qué haces aquí? —masculló en mitad del recinto principal del gran acuario.
Su cabello estaba húmedo, se había vuelto a vestir, y había una clara humedad en
su bolsa deportiva que representaba a la bola de su neopreno mojado.
Seokjin tomó el café de plástico con una mano, se lo intercambió por su bloc, y
agarró el codo de Jungkook para arrastrarle hacia una zona menos pública y
concurrida. Se detuvieron en uno de los relucientes pasillos donde se indicaban
los distintos sectores del acuario.
—¿Le has hecho algo? Te dije que no fueses brusco, es más sensible de lo que
parec-
—Eh, ¡él fue el que se abalanzó sobre mí para besarme! —bramó Jungkook.
«Claro, y, ¿quién era él para decirle a esas alturas que una sirena era algo
imposible? Imposiblemente fría, imposiblemente hermosa, imposiblemente
desconocida».
—Eh, voy a salir a correr —emitió Yoongi apoyándose en el marco de su
dormitorio—, ¿vienes conmigo?
Jungkook sujetó una perla entre las yemas, jadeó levemente y esbozó una
sonrisa. Sus pasos se redujeron hasta caminar.
—¿Me la das?
—Huh —el más joven cerró la mano alrededor de la perla, miró a Yoongi de medio
lado, pensando que él era como ese tipo de ostras duras, cerradas, y difíciles de
encontrar. Estaba seguro de que él en el fondo estaba blandito, era un poco más
baboso de lo normal, y sin duda, escondía una de las mejores y más brillantes
perlas.
Jungkook pensó que nunca había acertado tanto en un consejo, sin ni siquiera
saber qué era lo que en realidad estaba sucediendo.
—¿También le dices eso a las cajas con tus cosas, que siguen acumulando polvo
en tu estantería?
Esa noche, después de una cena sencilla y una buena ducha, Jungkook volvió a
soñar con las profundidades. Eran oscuras, las más oscuras y espeluznantes que
jamás hubiera podido imaginarse, donde el frío y la presión de la profundidad
apretaba su cabeza y le hundía el pecho como si de un muñeco de plástico de
tratase. En el fondo, había una perla. La misma perla que Yoongi le había dado y
la cual ahora yacía en su mesita de noche.
—Tienes pesadillas, como hace años —dijo su voz desde la puerta—. Pensé que
las habías superado.
Jungkook se sentó sobre la cama, apartó su sábana de una patada, sus ojos se
encontraron en la oscuridad con los del otro.
El tercer día que Jungkook regresó al acuario, lo hizo por pura testarudez. No iba
a permitirse darse por vencido «contra esa cosa». No con él. Jeon Jungkook no
perdía contra una sirena.
Lo que le hizo más gracia, fue que logró verla cuando aún estaba atravesando el
pasillo cilíndrico que traspasaba la zona más baja de la pecera. En cuanto él se
dispuso a entrar, desapareció como un fantasma.
«Vas a tenerme aquí todos y cada uno de los días», le lanzó mentalmente,
levantándose la camiseta que cubría el ceñido neopreno y acto seguido,
desnudándose.
Él estaba delgado, pero su cuerpo era fibroso, con piel blanca y fina. Tenía bíceps,
piernas de suaves músculos alargados, su espalda estaba arqueada, gozaba de
una buena complexión natural que siempre se había pulido con algo de ejercicio
físico y una buena alimentación. El agua era su elemento, el lugar donde se sentía
más cómodo, a pesar de sus recientes e inexplicables pesadillas. Se sumergió
para bucear un poco, y forzándose para llegar al fondo artificial marino, arrancó un
trozo del arrecife plantado, llevándose un chillón coral poroso. Regresó a la
superficie con cierto picor en el pecho, liberando las burbujas de oxígeno. Dejó el
trozo de coral junto a la orilla de la superficie, pensando en que ese tipo de azul
tan intenso sólo se encontraba en los arrecifes más profundos
Sin embargo, las burbujas provenían de lo más profundo y una leve corriente
cosquilleó por sus pies como si le alertase de algo. Su corazón emitió un vuelco,
no dejó pasar la oportunidad y se sumergió unos palmos bajo el agua para
encontrar a su no-amigo mitológico.
Ahí estaba, a tres o cuatro metros bajo él, mirándole, con una delicada pero
musculosa cola de preciosas escamas compuestas por los tonos zafiro, añil y
cobalto. Ojos rasgados y recelosa mirada que le enviaban un mensaje directo
«basta de jugar en mi territorio, humano».
Esa misma noche, no pudo dejar de pensar en que la sirena parecía algo más
frágil que el día que la vio. Su aspecto parecía cansado, con un tono algo más
pálido y ojos hundidos.
«¿Tenía razón Jin, y estaba muriendo lentamente?», dudó mirando el techo del
salón, con un cojín abrazado sobre su pecho. «¿Realmente moriría, sin que él
pudiera hacer nada? Chst, pero, ¿qué demonios esperaba Seokjin de él? ¿Ser...
especial? ¿Qué le salvase la vida a un ser que ni siquiera él mismo podía
comprender?».
Jungkook lanzó el cojín hacia el otro lado del salón. Yoongi entró por la puerta del
bastidor, recibiendo un casual cojinazo en toda la cara.
Jungkook se largó a su dormitorio, sostuvo el trozo de coral que sacó del acuario
en alto y se permitió tallarlo con una navaja y una lima de uñas. No tenía mucha
imaginación, por lo que le dio una simple forma de corazón poroso, que terminó
abandonando sobre su mesita de noche, junto a la perla que ahora guardaba en
su bolsillo, esperando obtener algo de buena suerte. El joven durmió
profundamente esa noche. Por suerte, le despertó una llamada de teléfono, pues
Yoongi se había marchado en la madrugada y él había olvidado poner su alarma.
Tomó la llamada de Leslie, quien le avisó de que tenían a una cría de tortuga que
encontraron en la playa, y que probablemente había salido del huevo, perdiendo
de vista a sus hermanas. Jungkook no tardó demasiado en desperezarse, salió
cuanto antes y se plantó en la protectora para conocer a su nueva amiga. Con una
bata de clínica, un guante protector y unos minutos, comprobó el estado de la cría.
—Pesa un kilo y medio, pero pesará más de cien en un año —dijo Jungkook con
cierta fascinación—. Menos mal que ahora podemos sujetarla en una mano.
—Eres un encanto —dijo Leslie—. Es maravilloso que se te den así de bien todas
las criaturas.
Parecía una nimiedad, y podía haberlo hecho en la playa exterior, pero empezó a
parecerle divertido comprobar si había algo más que pudiera llevarse de ese
fascinante sitio. En las profundidades, tomó una concha vacía salpicada de
colores. La sostuvo entre los dedos un instante, comprobando la rugosidad de la
cáscara formada por proteínas y carbonato de calcio entre sus yemas.
Jungkook comprendió su indirecta, «no toques mis cosas, largo». Soltó la concha
para no irritarle (ni siquiera tenía un auténtico valor) y regresó a la superficie para
recuperar su aliento. En su primera bocanada de aire se sintió levemente
indignado.
Fue realmente irónico que no tuviese ni idea de que una sirena le daría de su
propia medicina. Jungkook se tomó muy en serio lo de pasearse por la zona
donde le había visto. Se hizo unos cuantos largos, como si estuviese en una
piscina pública, campó a sus anchas y buceó apartando las algas que acariciaban
su rostro bajo un ala rocosa. No volvió a verle. Pero en la superficie, él se
posicionó junto al cristal contiguo al mar celeste. Se marcó una meta, como
cuando sólo era un adolescente; contar en cuántos segundos necesitaba para
atravesar el acuario de una punta a otra.
Tomó aire y se sumergió en el agua, buceó lo más rápido posible, con todo el
dinamismo que le permitía su ágil movimiento de piernas y brazos. Llegó al otro
extremo, tocando un lado de la orilla con una mano. Cuando salió, exhaló una
sonrisa. Recordó los viejos campamentos de verano a los que asistió y las clases
de natación en las que siempre superaba a sus compañeros. Siempre ganaba las
competiciones, siempre fue el más rápido.
Un poco después, Jungkook repitió la fórmula en el sentido contrario, intentando
superar su récord. No supo cómo, perdió la cuenta de cuántos largos había hecho;
casi había olvidado dónde se encontraba por estar divirtiéndose.
Tras varios intentos, una sombra subacuática pasó bajo sus piernas. Fue tan
veloz, que su rápido corazón y respiración agitada se contrajeron cuando recordó
a la sirena. Jungkook parpadeó en la superficie, nadó lentamente hacia el cristal y
posó una mano sobre este.
«¿Estaba desafiándole?», dudó. «Porque si era así, dudaba que pudiera ganarle
en una carrera de nado a una sirena. Estaba seguro de que sus piernas no tenían
demasiado que hacer contra esa poderosa cola».
Jungkook se sumergió en el agua brevemente, se topó con sus iris a unos cuantos
metros, mucho por debajo de él. El pelinegro le hizo una señal con el dedo para
apuntarle la dirección de su nado. No sabía si le habría entendido, pero si iban a
enfrentarse en un duelo, esperaba que al menos nadasen en la misma dirección.
Ella le regaló una mirada cargada de altanería, algo que Jungkook entendió como
«voy a hundirte como un barquito de papel, listillo».
Jungkook tomó una última bocanada de aire, volvió a meter la cabeza y le señaló
para arrancar su carrera. Se empujó con los pies tomando impulso, deslizándose
por el agua como un pez. Mientras se desplazaba, miró hacia un lado
percatándose de que iba solo.
«¿En serio era más rápido que él? Qué fácil», pensó ingenuamente. «Nunca creyó
que algo sería tan pan comido cómo enfrentarse a aquel pescadito».
«Calma», se dijo. «Aquello era lo más interactivo que había conseguido hacer con
la criatura en esa semana».
Pensó que debía sentirse aburrido allí dentro. Estaba solo, sin nada más que
esperar a morir. Puede que Jungkook hubiese logrado resultar un incordio,
perturbando sus aguas y metiendo las manos entre corales que consideraba como
«de su propiedad», pero al joven se le hizo divertido comprender que aquel ser
también era competitivo. Quizá quería demostrarle lo patético que resultaba su
nado.
«Se está burlando de mí», confirmó Jungkook en su mente. «Está bien, tú eres el
rápido de los dos. Tú ganas».
Él sacó la cabeza del agua, tomando una gran bocanada de aire. Soltó una
carcajada apartándose el cabello empapado de los ojos. Y con una gran
curiosidad, volvió a sumergirse, encontrando unos ojos curiosos más abajo, con
un interesante destello de diversión.
«Así que le gustan las carreras...», pensó Jungkook, entrecerrando los ojos bajo el
agua. «Humhn».
«¿Qué demonios tiene ahí?», se preguntó con hastío. «¿Quién le ha hecho eso?».
Su compañera no era necia. Se apartó unos centímetros con desconfianza,
advirtiendo que su mirada acababa de posarse indiscretamente sobre algo más. El
azabache se sintió tan inquieto, que le hizo una señal con el dedo para que
subiese a la superficie en su compañía. La sirena negó con la cabeza, se desplazó
por el agua y se distanció de él varios metros, sumergiéndose en las
profundidades del acuario.
Él sacó la cabeza del agua una vez más para respirar oxígeno, jadeó brevemente
y se apresuró para regresar al interior de nuevo e insistirle. Y, para colmo del
sastre, no encontró rastro alguno de ella. Ese día, Jungkook dio un par de vueltas
más por la zona, sin lograr encontrarle. Terminó saliendo al exterior con los
músculos exhaustos y unas probables agujetas que le punzarían al día siguiente
por haber nadado demasiado. El neopreno estaba pegado a su piel, bajó la
cremallera hasta la cintura y se dejó caer en la orilla con los dedos arrugados.
Se preguntó qué demonios eran aquellos arañazos que había visto en su cola.
Tenían mal aspecto.
«Estaba seguro de que Seokjin no estaba al tanto», reflexionó «Si nadie más
había ido a verle, ¿de dónde había salido eso?».
Él había estado admirando su cola, pero en ningún momento llegó a notar ni por
asomo aquellos cortes profundos, rojizos, y oscurecidos que rodeaban parte de
sus escamas.
Entre toda su marea de pensamientos, Jungkook tomó un cordón negro entre los
dedos, y se le ocurrió insertarlo por uno de los poros del trozo de coral. Ideó un
colgante que contempló oscilar lentamente, después frunció el ceño y lo guardó en
el primer cajón de su cómoda.
A la mañana siguiente, se levantó con una idea muy clara. Recogió parte de su
equipo médico y lo guardó en su mochila deportiva; vendas, spray de sutura,
pinzas metálicas, unas diminutas y afiladas tijeras inoxidables y parches
adherentes resistentes al agua.
—Mmnh, no. Yo voy a... —Jungkook señaló con la cabeza a la parte trasera por la
que generalmente entraba.
Jungkook tarareó sin saber muy bien si guardarse su honestidad para sí mismo.
Poco después, Seokjin se largó con sus empresarios, y él, se dirigió a la parte por
donde habitualmente entraba. Ahora que sabía que estaría solo ese día, dejó su
mochila sobre la mesa de la sala del personal, se deshizo de su ropa y se quedó
con un cómodo bañador, descartando el neopreno.
Pensó que le rehuiría durante un buen rato (como siempre) pero en esa ocasión le
encontró muy rápido. Destellos turquesas en su cabello celeste flotando sobre su
cabeza. Párpados rasgados, ojos líquidos, piel canela salpicada de brillantes
escamas como joyas y polvo de diamante.
Su mirada le decía, «¿por qué no me sorprende verte por aquí otra vez?».
Jungkook no pudo más, se impulsó con las piernas hacia la superficie y salió
velozmente sacando la cabeza. Su boca se abrió de par en par, jadeó y tomó el
aire fresco que necesitaba. Se apartó el cabello del rostro, pestañeó
deshaciéndose del agua que empañaba sus ojos. Y para su enorme satisfacción,
comprobó que una tímida sombra le acompañaba.
El pelinegro pestañeó. Su corazón latía rápido. Respiró, tragando saliva con una
mezcla de saliva y agua salada.
—E-estoy aquí para cuidarte —continuó tras su silencio—. He visto lo que tienes
en la cola. Necesito que vengas a la orilla para que... pueda encargarme...
La sirena desvió los iris de los del humano. Jungkook conocía bien esa táctica. La
había practicado frente al espejo; y era la estrategia de alguien que intentaba
protegerse, a toda costa. Posiblemente aún desconfiaba de él, pero por su forma
de mantenerse en silencio, supo que se encontraba dudando y eso le hizo saber
que sólo debía presionar un poco más.
—Confía en mí —suplicó Jungkook, ofreciéndole una mano bajo una fina capa de
agua—. ¿Por favor...?
La criatura salió del agua poco a poco, los iris de Jungkook se deslizaron
brevemente por las bonitas escamas en uno de sus hombros y brazos, y
mostrándole su consideración, apartó las pupilas para no intimidarle.
«¡Sí!», gritó interiormente. Jungkook apretó sus dedos con firmeza. En ese
momento, cualquier nervio transitorio le abandonó para recordarle lo que había
venido a hacer, y por lo que realmente se encontraba en ese sitio. Tiró de su mano
gentilmente asegurándose de que no se echase atrás mientras avanzaban, y en lo
que se aproximaron a la orilla, sus dedos se escurrieron entre los propios.
Sus pies pisaron la tenue curva de la orilla, salió del agua sin dilación, agarró la
toalla para secar sus manos. Se hizo con el botiquín y lo arrastró sobre la arena
húmeda, lo abrió y sacó unos cuantos elementos útiles como el algodón, agua
oxigenada, gasas y un parche adherente. La sirena se encontraba en el borde de
la orilla, con el agua aproximadamente por la cintura y unos ojos reservados que le
hablaron de lo incómodo que se sentía.
—Necesito que salgas un poco más, si permaneces dentro del agua no puedo
hacer nada.
Él se inclinó a su lado, mirando bien la zona. Prefirió no decir nada, pero tuvo claro
que debería darle unos puntos con hilo y aguja si no quería que eso empeorara.
Levantó sus iris castaños hasta el rostro de la criatura, y casualmente, se topó con
que él estaba observándole como si estuviese tratando de descifrar el significado
de su mirada.
Jungkook extendió una mano y tomó un par de algodones que humedeció con
agua oxigenada, después arrastró su trasero sobre la arena flexionando las
piernas para colocarse más cerca. Los hombros de su compañero se tensaron de
momento por la corta distancia existente entre ellos. El humano levantó el algodón
empapado en antiséptico y se lo mostró, permitiéndole que lo reconociera.
La sirena miró hacia otro lado, asintió medio segundo con la cabeza y Jungkook
llevó el algodón hasta sus cortes. El líquido antiséptico burbujeó dolorosamente
sobre las escamas levantadas, él apretó los párpados y cuando no resistió más el
dolor, su mano agarró la muñeca de Jungkook con fiereza. Jungkook le miró
fijamente, su compañero le mostró unos afilados colmillos seguido de un jadeo
que casi le pareció un bufido.
—Lo siento —musitó el pelinegro quedándose muy quieto—. Eso debe picar, ¿te
he hecho daño? Lo retiraré, ¿de acuerdo? —emitió con la mayor dulzura del
mundo.
—¿No puedes dejarme en paz? ¿Y ya? —le devolvió con un deje molesto.
La sirena frunció los labios y reprimió su respuesta. A pesar de que Jungkook sólo
pudiese ver su perfil, se compadeció de ella e intentó animarle como si fuera un
chiquillo.
—Qué, ¿tienes miedo? —preguntó bajando la aguja—. Sólo voy a coser tu herida.
Lo he hecho cientos de veces antes, te prometo que no te darás ni cuenta.
—Vale, vale. Pues, son cuatro puntos... de arriba... a abajo —le informó con cierta
picardía—. ¿Podrás con ello?
La sirena sólo movió la cabeza, pero en esa ocasión, Jungkook lo entendió como
un «adelante» que le permitió continuar. Inclinándose a su lado, se aproximó a la
herida e introdujo la afilada punta en su carne. Sus yemas rozaron la cola sin
planearlo, y se sorprendió por un tipo de dureza de escamas que nunca antes
había palpado. Nunca había cosido a un animal tan duro, aunque su compañero
no era exactamente uno.
—Lo has hecho muy bien —dijo sin mirarle—, ya casi hemos terminado.
Él apartó la aguja y pasó un algodón seco por encima de las magulladuras para
terminar de limpiarlas, retirando los restos de sangre de la zona cosida. Se
deshizo de los usados y no pudo evitar pronunciar la molesta idea que surgió en
su mente.
Miró a sus ojos, y se sintió golpeado por su salvaje belleza. Algo frágil, lúgubre, de
iris recelosos.
—De acuerdo. Empecemos de nuevo, entonces. —dijo con voz grave, apartando
el material médico para sentarse a su lado—. Soy Jeon Jungkook. Biólogo.
«Boom. ¿Quién diría con una sirena le iba a dar de su propia medicina?».
Jungkook abrazó una de sus propias rodillas, sin apartar sus iris castaños de la
bonita criatura.
El individuo bajó la cabeza, sus irreales iris se deslizaron sobre la arena donde
enterró esos preciosos dedos esmaltados. El pelinegro pensó que no iba a
responderle, de nuevo. Consideró que había usado toda la suerte de su año, en
un solo día.
Jungkook se sintió asombrado, abrió la boca e intentó decir cualquier cosa con tal
de continuar en la conversación.
—¿Ya te vas?
—Eh, sí... —respondió parpadeando—. Tengo algunas cosas más que hacer en
otro lado, pero...
Taehyung retiró sus cristalinos iris de los del pelinegro, Jungkook sintió como si le
robasen una bolsa de oxígeno. La sirena se deslizó suavemente sobre la arena,
introduciéndose en el agua como algo etéreo, se sumergió y desapareció en sus
narices.
La joven morena esbozó una leve sonrisa al cruzarse con ambos, se despidió de
Noah con una mano y fijó sus agradables iris castaños sobre Jungkook.
—Estoy, eh... creo que Aless está pasando un mal trago —le contó Haeri, respeto
a uno de los delfines—. Hoy estuve preocupada.
—¿Su aleta?
—Sí.
—Bueno, eh...
Ella intentó pasar por la puerta, Jungkook se retiró hacia un lado interponiéndose
torpemente en su camino. Los dos repitieron el mismo movimiento hacia el
extremo opuesto, volviendo a cortarse el paso. Haeri contuvo una risita apretando
los labios, los dos se miraron y soportaron la vergonzosa escena que estaban
protagonizando.
Ella pasó por la izquierda y se detuvo en el marco, mirándole de medio lado con
una sonrisita.
Entre una cosa y otra, Jungkook terminó esperando a la chica fuera del edificio. Ya
había atardecido cuando salieron a pasear juntos por la zona marítima. Estaba
llena de tiendecitas iluminadas, con ropa veraniega, objetos para los turistas y un
montón de restaurantes de todo tipo.
—Me gustaría visitarlo —reconoció Haeri con una sonrisa—. Aún no he podido ir,
me dijeron que las entradas estaban agotadas desde la primera semana.
¿Escuchaste lo que dijeron en la televisión sobre «los reyes del mar»? Ah, resulta
frustrante vivir en la misma isla y no haber visitado nunca ese complejo turístico.
La chica pensó que no podía ser más oportuno, la tomó con humildad y se la puso
por encima. Mirándole de soslayo, se sintió un poco nerviosa por la compañía de
Jungkook. No solía hacerlo, siempre se sentían cómodos el uno con el otro. Pero
hacía unos días que, su corazón reaccionaba de una forma un poco extraña
cuando le encontraba fuera de la piscina, observándola hacer alguno de sus
números con sus dos delfines adiestrados. Con Jungkook era como si «todo
encajase», y aunque ella tuviese unos años más que él, ese joven proveniente de
la fresca Busan tenía un irremediable encanto.
Ella le miró con un respingo, reparando en que acababa de posar uno de sus
brazos sobre sus hombros. Le miró con timidez, esperando lo que fuera que
quisiera decirle.
—Aless estará bien —continuó él con calidez—. Tiene ocho años, es un delfín
joven. Y tú le darás los mejores cuidados, para que esté junto a Mera muchos
años más.
La muchacha bajó la cabeza con las mejillas sonrosadas y asintió con más
seguridad. Jungkook mantuvo el brazo sobre sus hombros, sólo porque ella
aseguró encontrarse fría. El azabache le acompañó hasta una parada de taxi, y se
despidieron amablemente antes de que ella subiese al automóvil amarillo.
Haeri se aproximó a Jungkook con una impertinente indecisión asomando por sus
iris. Dudó si dejar un beso sobre su mejilla o en sus labios. Fuera como fuese,
Jungkook giró la cabeza distraídamente, encontrando a la última persona del todo
el universo que pensaba ver justo en ese instante: Yoongi, con dos amigos,
saliendo de un karaoke más que borrachos.
—¡Kookie, Kookie, Koo! ¡Noche de birras y karaoke! Qué casualidad que nos
crucemos —pronunció con un tono exageradamente embriagado—. Mira, te
presento a Bert y Ernie, digo, Bert y Sunoo. Mis amigos.
Esa misma noche, Jungkook arrastró a su amigo de una oreja de vuelta a casa.
Tuvo que aguantarle muriéndose de sueño y desplomándose en el tren, y una vez
que llegaron a casa, le hizo una infusión con miel y le obligó a tomársela. Mientras
tanto, Yoongi no dudó en farfullar todo lo que pasaba por su cabeza.
—Marditoh marsupiales, ¿algune veh hah pensado en cómo seríu un canguro con
guantes de buxeo?
—No estoy tan borracho, sólo me tomé seis cervezas —argumentó con un nuevo
tono empresarial—. ¿O fueron siete?
—Así que te gusta alguien, ¡impresionante! —declaró con una voz grave, áspera y
ebria, sosteniendo la taza caliente en su mano—. Ya era hora, caray. Pensé que
eras el tipo de tío que sólo espera a enamorarse. Te lo voy a dejar claro antes de
que la vida te decepcione; el amor no existe.
—No estoy saliendo con ella, ¡lárgate a la cama! —exclamó Jungkook irritándose.
Le había dado un beso en la mejilla, y puede que, si hubiese estado más atento,
llegase hasta sus labios.
Él se preguntó si era lo que quería, se sentía cómodo con ella... «¿le gustaba? Sí,
claro». Pero cuando Jungkook rozó sus propios labios con los dedos, recordó que
ya habían sido besados antes por alguien. Taehyung se coló en su cabeza como
si apartase el resto de su mundo con el barrido de una fuerte ola. Su belleza, su
gracia, lo salvajes que parecían sus ojos coléricos y llenos de desprecio, la
fragilidad de su mirada cuando se volvía serena. Su voz profunda y rica. Su gracia
desafiándole. La duda en sus iris cuando tomó su mano el momento en el que le
suplicó que confiara.
«¿Era real?», se preguntó confundido. Ese día no había podido ir a verle, y casi
sentía como si los días previos formasen parte de un sueño muy raro.
Se pasó una mano por los mechones oscuros y despeinados, y se preguntó cómo
sería estar a solas todo el día, encerrado en un acuario, nadando entre paredes de
cristal. Su corazón comenzó a palpitar recordando el sutil tacto de sus yemas en
sus propias mejillas. La fuerte sensación de sus labios sobre los suyos.
Jungkook resopló angustiado, le apetecía verle. Quería verle en ese momento, por
algún motivo.
Se prometió que volvería a primera hora de la mañana, sólo para comprobar cómo
marchaban sus autolesiones. Intentó tranquilizarse levantándose de la cama, se
dirigió a la cómoda y abrió el cajón para rebuscar en la oscuridad con una mano,
el trozo de coral con forma de corazón. Cuando lo obtuvo, volvió a tumbarse sobre
la cama con un brazo flexionado tras su propia nuca.
«No sólo quería cuidarle. Quería ayudarle. Sacarle de allí», se dijo. Desde el
primer momento en el que entró en el maldito acuario y pudo verle con sus ojos,
supo que se metería en serios problemas. Taehyung era la mascota de un
multimillonario, y no se trataba de cualquier criatura marina. No le importaba si le
miraba con desprecio o desconfianza; lo entendía. El ser humano podía llegar a
ser despreciable. Él no era mejor que nadie, pero en ese caso, pensaba meter sus
narices más allá de lo que Seokjin hubiera deseado.
Con dificultad, el joven logró dejarse llevar por el sueño. Soñó que sus heridas
estaban llenas de sal marina, y escocían tanto que se encontraba en agonía. Se
despertó aturdido, con Yoongi llamando a su puerta.
—Las seis.
—Hasta luego.
«Yoongi estaba loco si era capaz de enfrentarse a una improvisada jornada laboral
con resaca», se dijo.
En no más de media hora, se armó con las fuerzas suficientes para levantarse. Se
dio una ducha, desayunó una tostada con mantequilla y mermelada, y preparó un
batido proteínico que llevó en uno de sus termos. Salió temprano de casa para
dirigirse al acuario. Repitió su trayecto habitual, y cuando llegó al complejo, tuvo la
suerte de no cruzarse a nadie por la zona turística.
Un poco después se presentó en la zona privada del acuario. Pasó por el túnel de
cristal apreciando el plácido fondo marino, con el corazón saltando de forma
inusual en su pecho. En la salita del personal, se desvistió, quedándose en un fino
neopreno (por si Seokjin regresaba, prefería respetar las normas). No tardó
demasiado en salir al acuario. Se metió en el agua tranquilamente, permitiendo
que los músculos de su espalda se relajasen con unas brazadas. Metió la cabeza
y buceó unos segundos para concederle lo mismo al resto de su cuerpo.
Sus pupilas se deslizaron hasta sus puntos de sutura, la herida parecía menos
oscura e hinchada, las magulladuras y arañazos estaban desapareciendo,
volviéndose más rosados sobre las escamas.
«Así que era una sirenita juguetona», sonrió bajo el agua. «Y por supuesto, él no
era quién para rechazar el desafío».
Se impulsó con las piernas para seguirle buceando, desviándose lentamente hacia
la superficie para tomar aliento. Llenó sus pulmones de oxígeno y volvió a
sumergirse preparándose para su duelo.
Por supuesto, Taehyung le superó sin mucho esfuerzo, en una ocasión le dejó
ganar como si intentase no lastimar el orgullo de Jungkook (buen plan, mal
ejecutado) y después se comportó como un cachorro de sirena que parecía nunca
tener suficiente. Jungkook intentó jugar con él todo lo posible, no supo cuánto rato
estuvo metido bajo el agua, pero si se dio cuenta de que necesitaba un descanso
era porque, número uno; sus pulmones comenzaban a dolerle, y número dos; el
cansancio físico se incrementaba por momentos.
Sólo salió a la superficie cuando no pudo más. Se arrastró sobre la orilla para
sentarse, y vio a su compañera asomarse fuera del agua a unos cuantos metros.
Él tragó saliva, su corazón repiqueteaba en su pecho.
Estuvo a punto de pedirle que se acercara, sus ojos le preguntaban desde el agua
«¿ya no vamos a jugar más?», pero antes de que se lo dijera, se marchó con un
inesperado aletazo. Jungkook escuchó la puerta del acuario tras su espalda.
«Mierda», pensó.
—Sabía que tenías una conexión con él —dijo Seokjin, caminando sobre la
arena—. Lo noté al principio.
Jungkook alzó la cabeza y cerró la boca. Se levantó de allí echándole una miradita
muy seria, Seokjin vestía con una camisa blanca y abotonada, arremangada bajo
los codos, un Rolex en su muñeca y un pantalón de pinza de un tono tierra.
Jungkook pasó de largo y salió del acuario. En el interior de la sala, se echó una
toalla sobre los hombros. Con el cabello húmedo sobre la frente, y el neopreno
actuando como una segunda piel, caminó descalzo y tomó el termo de su batido
proteínico para darle un par de sorbos.
—Vivo cerca de aquí —intervino Seokjin antes de que lo hiciese—. Sólo quiero...
mostrarte algo... creo que te parecerá interesante; ¿alguna vez has leído un tomo
auténtico sobre criaturas marinas de la antigua mitología?
Un rato después, caminaron fuera del complejo turístico. Jungkook cargaba su
bolso deportivo en un hombro y el termo en una mano.
—¡Descuida, es una broma! —se rio Seokjin levemente—. Me alegra saber que al
menos los besos de sirena no tienen control mental. Eso es lo que dicen todos los
cuentos sobre ellas, ¿no?
—No, gracias.
Él divisó al Seokjin de hace unos cuantos años, junto a dos de sus amigos. Afinó
la mirada y creyó que uno de ellos se parecía a... ¿Kim Namjoon?
Seokjin dejó un par de tazas y una tetera sobre la mesa, alarmando al más joven.
Él le miró rápidamente, como si pudiera arrepentirse de algo.
—Eh, ¿hice algo para que comenzases a dudar de mí? —preguntó Seokjin,
sirviéndose un té verde con aroma a flores de cerezo—. Jungkook, quiero que
conozcas más sobre lo que sé, no te he traído para meterte en una cámara de
gas.
—Seguro que no eres una oveja —bromeó Jungkook—. ¿Vives solo aquí?
—Así es —contestó Seokjin—. No paso demasiado tiempo por casa, así que...,
diría que este lugar sólo sirve para acumular polvo.
—Este tomo es la segunda parte de una vieja reliquia rescatada del antiguo mar
negro —expresó Seokjin—. Hablan de las desconocidas razas subacuáticas que
entraron en contacto con el ser humano en el siglo IV a.C. Fue destinado a estar
en el museo de Estambul, pero... alguien lo robó. Después acabó en mis manos.
—No lo aparenta, ¿verdad? —agregó Seokjin con media sonrisa—. Mira esto.
El mayor abrió el libro, tomó la taza de té por el asa y derramó su contenido sobre
sus páginas. Jungkook se quedó atónito, se deslizó hacia el borde del sofá para
no perderse detalle sobre lo que intentaba mostrarle. Jin levantó el tomo y lo
sacudió levemente, las gotas de té verde llegaron al paño de terciopelo, y las
páginas se mantuvieron intactas.
—Esa criatura, Taehyung, pertenece a una raza de sirenas que surgen del Mar del
Japón desde el siglo VI —manifestó arrastrando las sílabas, con sus pupilas sobre
el libro—. El corazón del Mar del Este tiene una grieta profunda e inexplorable, sus
temperaturas son cálidas, casi como si fuera una matriz marina, un caldo de
cultivo, un...
—¿Un útero?
—¿Estás diciendo que el Mar del Japón es un... vientre? —repitió el azabache.
—No lo sé, Jungkook —Seokjin intentó ser honesto—. No creo que haya muchas,
pero si las hay, nunca se acercarán a la costa de Japón o Corea. Hace años que
las voces corren, y los eruditos del mar saben cómo atraerlas. Cómo darles caza.
Jungkook le miró con unos ojos oscuros tan duros, que, por un segundo, Seokjin
sintió como si pensase que Taehyung era «algo suyo».
—Le hirieron cuando le cazaron. El agua se tintó de carmín —expresó con
serenidad, provocando que Jungkook se sintiese violento—. No era el único que
sacaron de entre esas redes, utilizaron una malla especial...
—¿Cómo han averiguado todo eso? —inquirió Jungkook con tirantez—. ¿Ese libro
también te cuenta cómo cazar sirenas?
Seokjin negó con la cabeza, pero no le dijo nada más. Mencionó que había un
grupo de expedicionarios en la costa de la península, que se habían especializado
desde hacía unos años en la caza de criaturas ultramarinas. Conocían la
existencia de las sirenas desde hacía demasiado tiempo, y eran unos auténticos
lunáticos de ellas.
—El señor Kim Namjoon pagó una fortuna por ella. «Sólo la quería para él» —fue
lo último que dijo el castaño—. Sus heridas cicatrizaron rápido.
Seokjin abrió los ojos de par en par y cerró el tomo frente a él.
—¿Qué?
Le dolió vocalizarlo, incluso decir algo como eso le hizo sentir una desagradable
sensación atravesando su espina dorsal.
—Oye... —la voz del mayor se volvió más sosegada, así como su mirada—. Mira,
me contaron que fue imposible atraparlo. Cuando yo llegué, Taehyung estaba
furioso. Atacó al equipo de extracción, y mordió a uno de ellos. Casi le arranca un
brazo. Te sorprendería saber la fuerza que tiene esa cola —se detuvo
brevemente—. El señor Kim contrató a varios profesionales para cuidarle. Todos
se asustaron de esa cosa.
—Ya, bueno. En las semanas que ha estado solo, busqué un suplente, hasta que
te encontré. Pensé que serías útil, y la prueba es que eres digno de confiar —
reconoció—. Si a la sirena le gustas, a mí me gustas, Jungkook.
—Lo que quiero decir es... confía en mí. Por favor —le suplicó con una mirada
muy distinta—. Conozco a Namjoon más de lo que puedo contarte; he impedido
una segunda caza de sirenas con la ayuda de un contacto. Taehyung es el único
que han atrapado, y te aseguro, que no habrá nadie más. Este tomo está en mis
manos y sólo yo conozco de su existencia. Ahora tú también lo haces,
¿comprendes? —formuló intensamente—. No permitiré que la información de
Taehyung llegue a nadie más. Con tu ayuda, le protegeremos de lo que hay
afuera.
—¿Ese tal Kim Namjoon se pasa por el acuario? —preguntó Jungkook con
desgana—. Ni siquiera me lo he cruzado.
Jin miró de soslayo la foto que había junto al televisor. No respondió, pero
Jungkook pudo imaginarse que ese trío fotográfico tenía mucho más que ocultar
que una simple caza de sirenas y un tomo ancestral extraído del mar negro.
—No tenemos medios, Jungkook. ¿Sabes qué poder tiene Kim Namjoon? —cortó
sus alas con cierto pavor—. Y no tienes ni idea de en la cantidad de problemas
que podríamos meternos. Él ni siquiera sabe que estoy dejando entrar a ese
acuario a alguien más...
Llegó a la tarde siguiente al acuario, justo después de la hora del almuerzo. Dejó
su mochila con sus pertenencias en la sala y se embutió en su traje de neopreno
sin demoras. Subió la cremallera plateada hasta el cuello, cuyo borde llegaba justo
por debajo de su nuez. El exterior de la sala siempre era húmedo, algo más fresco
por el sistema de ventilación y el riego constante de agua salada que purificaba
sus aguas. Se introdujo en el líquido lentamente, nadando de espaldas hasta
acostumbrarse a la fría temperatura. Flotó unos instantes, cerrando los ojos.
Cuando abrió los párpados, contempló el hermoso mar abierto frente al acuario.
«Tendría que buscar otra alternativa si quería sacarle de allí», pensó el azabache.
«Romper una capa de aleación de granito y no-sé-qué más no estaba en sus
opciones».
Una sacudida de burbujas acarició su costado, él giró la cabeza y vio pasar una
sombra conocida. En su rostro se dibujó una sonrisa, infló sus pulmones y se
sumergió para seguir el destello celeste de la cola de Taehyung. Pasó entre las
ramas de corales naturales del arrecife, siguiendo su estela. Taehyung se giró
felizmente tras la paleta salpicada de corales de colores, con unos apasionantes
iris que chispearon al volver a verle.
Taehyung no sólo tenía mejor aspecto, sino que lucía con más ánimo y se
deslizaba hacia el fondo con agilidad y desgarbo, entre las algas, levantando la
brillante arena y las pequeñas piedras pulidas del fondo. Con una poderosa
sacudida de cola que le impulsaba con asombrosa facilidad, le hizo sentir que
jamás podría alcanzarle.
«¿No era la criatura más hermosa y creativa que jamás había conocido?».
Jungkook estaba simplemente pasmado con su sublime preciosidad. Diría que esa
tarde, advirtió que tenía una nueva debilidad. Sólo que su debilidad era
«tremendamente especial».
Taehyung sonrió jovialmente, se llevó una mano a la boca cerrando los párpados
a causa de su enorme regocijo.
El joven se vio forzado a regresar a la superficie para tomar aire. Jungkook sacó la
cabeza del agua, sus labios exhalaron un aliento sofocado, se permitió respirar
durante unos minutos para que el extraño bombeo de su corazón se tranquilizase.
La sombra difuminada de Taehyung aguardó bajo sus pies.
En una ocasión, Jungkook salió del agua algo irritado, deseando decirle que
debían establecer una «serie de normas» para que él pudiese mantener su
dignidad y autoestima intactas mientras jugaban. Taehyung le daba tiempo para
que saliese a respirar tras cada asalto, esperando pacientemente bajo el agua.
Cuando Jungkook regresó, pasó de largo como si se hubiese cansado de sus
estratagemas.
El pelinegro frenó su nado ingrávido, extendió unos cálidos dedos y tomó la piedra
creyendo que era un gesto adorable. Comprobó la bonita forma, con el final de su
oxígeno raspándole en la garganta. Cerró el puño alrededor de ella, y antes de
impulsarse para regresar a la superficie, le señaló para que le acompañara.
Jungkook nadó hacia arriba, en unos segundos más sacó la cabeza y liberó sus
pulmones con varios jadeos fuera del agua.
Cuando salió del agua agarró una toalla para no chorrear, con la que terminó
cubriéndose los hombros, se alejó de la arena y entró en la sala con diligencia.
Sacó el pequeño botiquín de mano de su propiedad y regresó al acuario
rápidamente.
Sacó unas pequeñas tijeras plateadas y posó un par de dedos sobre sus escamas
para cortar los extremos del hilo de nylon.
—Voy a sacarlos ahora, seguro que esto está frenando tu capacidad de... —
comentó distraídamente.
—¿Te duele?
Taehyung no dijo nada más, el joven sacó suavemente el hilo con los dedos, y
después, pasó una gasa por encima para secar la zona y llevarse los posibles
restos de sangre. Por suerte, no hubo nada de eso. La sirena observó su calidez
mortal en silencio, esa aura que Jungkook irradiaba como todos los demás
humanos.
—¿A qué no te ha dolido nada? —le preguntó atentamente. Uno de sus dedos
pasó cerca de la cicatriz de escamas celestes que poco a poco se curaban—.
Cicatrizarás, tienes un organismo envidiable.
Jungkook le miró con una sorpresa disfrazada, pero la sirena pudo advertir su
desconcierto porque le hablara. El joven pasó de estar arrodillado a sentarse
calmadamente a su lado. La cremallera del cuello de su traje de neopreno se
balanceó con un destello plateado que atrapó las pupilas del peliazul, él siempre
se preguntaba qué utilidad tenía la de llevar ropa en el agua.
«¿No era más fácil nadar sin nada?», dudó antes de centrarse en sus palabras.
—Sí, ¿por qué no? —le habló Jungkook—. Me gusta extraer cosas de los lugares
a los que voy. ¿Sabes que tengo una colección de conchas marinas?
Taehyung pestañeó como una cosa bonita y adorable, Jungkook sintió cómo su
corazón se contraía levemente en su pecho.
Hubiera deseado poder decirle que pretendía sacarle de allí, pero era muy pronto
para hacer promesas.
Taehyung cerró su mano sobre la arena, sintiendo la del otro sobre su dorso. Pudo
percibir el corazón humano bombear el pulso de sus venas, certificando su
honestidad. Empujó las lágrimas que le amenazaban hasta el final de su garganta,
y después, retiró la mano con cierta timidez, dirigiendo sus iris hacia el rostro de
Jungkook.
—¿Dónde lo hacen?
—En Busan. Vine a Geoje hace poco —Jungkook le miró de medio lado.
—Qué, no. Quién —le corrigió con dulzura, flexionando las rodillas y apoyando un
brazo sobre una de ellas—. Es mi compañero de piso, un viejo amigo... un poco
idiota...
Jungkook se sintió como un idiota por sacarle el tema de nuevo, pero no pudo
reprimirse.
—Escucha, no soy quién para decirte lo que debes hacer —comenzó el pelinegro
bajando la voz—, pero necesito que resistas. No te harán daño, yo te cuidaré
mientras me permitan entrar, te lo aseguro. Haré lo posible; no puedo prometerte
nada, pero... te traeré comida, si quieres.
Taehyung le miró como cuando a un niño le quitas una golosina, frunció los labios
y sus ojos parecieron los de un corderito. Jungkook se sintió culpable por dejarle
en el acuario, pero necesitaba volver a la vida real antes de que sus córneas le
suplicasen seguir mirándole, y terminase arrugándose más que una pasa.
En casa, se dio una ducha creyendo que lo suyo con el agua nunca se acabaría.
Terminó rendido en su habitación, con las palabras de Seokjin resonando en su
cabeza como un eco dictándole que no podía ni debía hacer nada por la sirena.
«La voz de Taehyung era profunda y suave», pensó sin poder controlarlo. «Sus
heridas habían cicatrizado, por suerte. Pero apostaba que no tanto como las
emocionales. Esos días se había divertido jugando con él como cuando era un
niño».
La siguiente mañana, el sol incidió con tanta fuerza sobre Geoje, que la
comunidad turista y los locales utilizaron sus ropas más veraniegas. La ciudad se
encontraba a rebosar, la costa marina, restaurantes y hoteles repletos. Jungkook
se levantó de la cama perezosamente, bajó la planta y salió al porche para
recoger la colada.
Yoongi se había quedado dormido en el sofá del salón con el aire acondicionado
prendido. Él era un genio. Estaba espatarrado, con el cabello negro despeinado y
la boca abierta emitiendo un gracioso sonido gutural. Era el día libre de su
compañero, y también debía haber sido el de Jungkook, si no fuese porque el
joven supo que no podía descartar el regresar al acuario.
Yoongi estaba muy dormido, pero sin lugar a dudas, pensó que Jungkook estaba
tomándose muy en serio su trabajo en el acuario si se decidía por renunciar a la
barbacoa coreana de los domingos.
—Uh, aquí estás —le saludó el hombre, apartando su agenda electrónica tras
revisarla—. Buenos días, ¿todo bien?
—¿Eh?
—El señor Kim llegará esta tarde a Geoje. Se hospedará en su residencia, dentro
del complejo. Supongo que pasará a ver a Taehyung después de su cena.
—No puedes... ¿pedirle que sea amable? —insistió Seokjin—. Ya sabes, una
sonrisita, una pirueta de sirenita, pasar un rato en su compañía...
—¿Crees que es un pavo real? —formuló Jungkook, pensando que era estúpido—
. En serio, ¿piensas que va a mover la cola como un gatito cuando llegue
cancerbero?
—Creo que es mejor que contente al jefe —farfulló Seokjin para hacerle
entender—; si el señor Kim pasa a verle y después se va satisfecho..., todos
ganamos en eso, ¿entiendes?
—No, ¡tú eres el que no lo entiende! Hablamos de esto hace varios días,
¿recuerdas? —expresó el castaño—. No te equivoques, Jungkook. Podría ser
mucho peor si no se comporta y nos expulsan a los dos del acuario. ¿Quieres que
te alejen de él? Namjoon ni siquiera sabe que estás aquí, imagínate que... —se
detuvo sintiéndose frustrado—. Ugh...
—Está dolido y furioso por estar ahí encerrado —replicó Jungkook en voz alta—.
No puedes pedirme que manipule sus emociones para que esconda lo que siente.
Es un ser inteligente, Jin, ¡no un pez de los que se cazan en la feria de verano!
Los dos se quedaron en un tenso silencio durante unos segundos. Jungkook miró
a su alrededor.
«Ni siquiera podrían escucharle allí abajo», pensó. «La entrada estaba restringida
en esa zona».
—Jungkook, por favor... te lo... suplico —repitió el mayor lentamente—. Sólo
estará un día aquí. Después, volverá a marcharse. Si le contenta, todo seguirá en
su lugar. Tú seguirás viéndole, cuidándole, y todo lo demás. Y yo... yo continuaré
protegiendo a las que están ahí afuera...
—Está bien —aceptó con voz grave—. Pero, ¿de verdad tengo que pedirle a
Taehyung que se acerque a ese tipo? Porque no me parece justo emplear la
confianza que ha depositado en mí para convencerle de algo así.
Seokjin dio unos pasos por la sala, como si pensase en algo más.
—Jin, si hago esto, me debes una —emitió el más joven con seriedad.
Jungkook suspiró entre dientes, asintió con la cabeza, y sin volver a mirarle, pulsó
el botón del ascensor. La puerta corrió hacia un lado rápidamente, él entró en el
cubículo y se marchó sin decir ni una palabra más. No podía creerse que tuviera
que pedirle algo tan desagradable a Taehyung, como que sonriese a su principal
raptor; ese tipo que puso la pasta para mantenerle en una pecera gigante y
exclusiva mientras la soledad le arreciaba. El joven aún se sentía asqueado por su
previa conversación en lo que subía la cremallera de su neopreno hasta el cuello.
En la sala del personal también hacía calor, la fina y apretada tela sofocaba su piel
esa mañana, provocándole una ligera capa de sudor. Antes de abandonar el lugar,
rebuscó en el bolsillo de su mochila el coral tallado.
«Si no me odia después de lo insensible que sonará cuando se lo pida, tal vez
incluso acepte mi presente», pensó con abatimiento.
Jungkook le miró de medio lado, se mantuvo sobre la superficie frente a él, con la
respiración escapando de entre sus labios.
—Puedes respirar allí, hay una burbuja de aire en la caverna —expresó Taehyung
de manera adorable.
Jungkook entrecerró los ojos con cierto encanto. Creyó que podía confiar en sus
palabras, pero, ¿qué tantas ganas tenía de arrastrarle a uno de sus posibles
refugios?
«Así que Taehyung tampoco sabía aceptar un no por respuesta», pensó Jungkook
con una chispa de diversión.
«¿Se había marchado?», dudó girándose en redondo, con los ojos muy abiertos.
Jungkook captó su expresión, tal y como la primera vez que él le ofreció su mano
para llevarle consigo hacia la orilla. Un pálpito en su pecho le hizo saber que, por
mucho que retrasase su respuesta, él ya había perdido contra la criatura. Por
supuesto que confiaba en ella, a pesar de que las sirenas portasen la fama en la
mitología de arrastrar hacia el fondo a los hombres más miserables para cualquier
asunto obsceno.
Jungkook se aproximó un poco y tomó su mano bajo el agua, sus piernas rozaron
la cola de la criatura.
Jungkook sacó la cabeza del agua, liberó una bocanada de aire y comprendió a
qué se había referido la sirena. Ni por asomo era un lugar oscuro. La caverna se
encontraba recubierta de un tipo de plantas marinas bioluminiscentes, que
reptaban desde el borde del estanque hasta las rocas que formaban la superficie
cóncava del techo. La tenue iluminación era blanquecina y azulada, similar a la de
una luz de neón. Era como si allí dentro tuviesen su propio cielo.
—Lo hicieron para mí —dijo Taehyung con voz neutral, moviéndose por el
estanque.
Jungkook reconoció su tono, y sintió que todo perdió la magia al recordar lo que
había acordado con Seokjin. Dejó que sus pupilas se perdiesen en la agradable
penumbra un instante, antes de girar la cabeza hacia su compañero. Su corazón
se contrajo con tan sólo mirarle, bajo la tenue luz azulada, Taehyung reflejaba la
bioluminiscencia como un cristal puro. Su piel centelleaba con el polvo de
diamante, sus escamas y su cola azul refulgía suavemente. El pelinegro sintió el
corazón en un puño cuando se miraron.
—Seguro que no está al nivel de la realidad que hay ahí afuera —le alentó
Jungkook.
—Te sorprenderías.
Se imaginó que Taehyung debía conocer mil lugares del mar, desde sus raíces
más profundas, hasta los lugares más recónditos y mágicos. Puede que él fuera
biólogo marino, pero en comparación a sus estudios, sus conocimientos eran una
hormiga comparada con la experiencia de una sirena.
—Ten.
—Es una promesa —dijo Jungkook—. Te sacaré de aquí, sólo necesito que me
des tiempo.
La sirena le miró con los ojos muy abiertos, toqueteó el colgante entre sus dedos y
se sintió levemente lastimado por sus palabras. ¿Estaba jugando con sus
sentimientos? ¿Podía realmente creerle?
—P-pero...
—Esto se pone así —dijo en voz baja, pasando el cordel trenzado por encima de
su cabeza. Lo dejó caer sobre su cuello, era pequeño, azulado, poroso, con una
humilde forma de corazoncito.
Taehyung vaciló, observó el coral y después le miró afligido. Jungkook sintió una
leve punzada en el corazón.
Jungkook asintió y exhaló una bonita sonrisa. En realidad, él sólo quería un motivo
para contárselo y regalarle algo.
—¿Sabes cómo hacemos las sirenas una promesa? —expresó Taehyung en voz
baja.
Los iris de Taehyung cambiaron de tono, sus ojos se volvieron más estrechos y
alargados. Y una de sus manos, empujó su hombro. La espalda de Jungkook
presionó contra la roca, quedándose atrapado a unos centímetros de la sirena.
Sus iris se encontraron a una escasa distancia. Taehyung sacó una mano del
agua, y sus suaves dedos húmedos se deslizaron por una de las mejillas del
azabache. El corazón de Jungkook sufrió una extraña sacudida. No pudo evitar
entrecerrar los párpados debido a su tibio contacto.
Entreabrió los labios, y probó una dulce saliva y lengua que le hizo sentirse
mareado. Taehyung transformó la emoción de sus suspiros en un beso lento y
profundo. Jungkook sintió los pómulos calientes, la cabeza le daba vueltas, se
encontraba perdido en el fondo de un océano del que sólo su compañera podría
sacarle.
Jadeó en sus labios y deseó sujetarle contra sí mismo, su boca se volvió adictiva,
quería sollozar por no poder gemir su nombre. Hubiese deseado asfixiarse antes
de que dejara de besarle, y justo cuando él trató de volver su encuentro más
desesperado y lascivo, Taehyung se separó de sus labios cautelosamente.
—N-no, no, no. O sea, sí. Quiero —farfulló Jungkook como un tonto—. Quiero,
pero... es...
—Sí, es...
—No me has asustado —susurró con voz de terciopelo—, yo... tampoco quiero
que tengas miedo de mí...
Taehyung sonrió con una leve curva de labios, una de sus manos descendió por la
línea de su mandíbula hasta la cremallera del neopreno en su cuello.
—¿Oh? —emitió el otro, ladeando la cabeza—. ¿Por qué os gusta llevar ropa en
el agua? ¿sabéis que obstaculiza vuestra movilidad?
—El señor Kim te hará una visita esta noche —le contó en una voz baja cuya
delicadeza resonó en la cueva—. Necesito que te comportes con él, tal vez...
pretender que está todo bien...
—¿Por qué debo hacerlo? —se quejó, escurriendo sus dedos entre los del
pelinegro.
—Porque es lo mejor para que se marche y deje el acuario durante una temporada
—insistió Jungkook—. ¿Crees que podrías... acercarte a él?
—Seokjin está intentando hacer algo más por ti, y por las siren-
—¿Seokjin? Él me mantiene cautivo, su grupo de bestias terrestres atacaron a mi
nido y nos dieron caza como tiburones hambrientos. El agua se tintó de nuestra
sangre y sus redes quemaban mi piel —replicó Taehyung, enojándose—. Odio a
los humanos. Vierten sus desechos en nuestras aguas, creen que son dueños de
todas las criaturas, como si carecieran de valor.
Taehyung no dijo nada más, se sintió irascible con Jungkook, a pesar de que su
corazón concluyese en silencio que él era el único mundano que no le
desagradaba del todo. De hecho, «le gustaba» de esa forma que tanto temían las
sirenas que había escuchado hablar. Supuso que él había encontrado a su
debilidad entre esas criaturas que ganaron su desprecio, y eso le asustó,
llevándole a preguntarse si realmente podía permitir que un humano entrase en su
helado corazón.
Jungkook tragó saliva pesada. Cuando salió de esa cueva con la ayuda de la
sirena, regresó a solas a la orilla con desamparo. No pudo evitar sentirse afligido
por lastimar el orgullo de Taehyung, pero él también se marchó con desconsuelo
por su esporádica molestia y desdén.
Apoyó la espalda desnuda contra la pared, doblando el neopreno húmedo con las
manos. Aún tenía el cabello mojado, pero metió el traje en su mochila y se puso
una camiseta negra sobre los jeans oscuros. Salió de allí con un extraño amargor
en la boca y el hormigueo de sus labios por los besos de una sirena.
Capítulo 06
Capítulo 6. Pájaro cantor
El pelinegro caminó por la calle esa tarde, mientras el cielo de Geoje se volvía una
tenue paleta salpicada por nubes de tonos anaranjados y rosados. Con las manos
guardadas en los bolsillos, se detuvo junto a una bonita cafetería con decoración
marina. Por el último Whatsapp de Yoongi, su compañero se había pasado por allí
con un antiguo amigo universitario. Él le esperó afuera con el estómago rugiendo
por el hambre. Había apartado su almuerzo sólo por estar más tiempo con
Taehyung, y ni siquiera había ido del todo bien.
—Sí, estoy esperando a Yoon, me dijo que... —la voz de Jungkook se deshizo
lentamente, con indecisión.
—Mhmh, ah, sí. Le vi con alguien —expresó Haeri seguida de un suspiro—. Oye,
Jungkook. Sobre lo del otro día...
—Yo... quiero sepas... —continuó la chica, alzando la mirada con cierta timidez—.
Que, eres un chico especial. Desde que te conocí, creo que, mhn, ya sabes...
—Haeri —Jungkook se mordisqueó levemente el labio y reunió todo su coraje para
hablarlo de forma directa—. A mí también me gustas.
La chica se quedó paralizada, con un tenue rubor surcando su rostro. Pero por la
circunspección de los iris oscuros del otro, supo que la oportunidad que ambos
compartían para comenzar algo, acabaría antes de que si quiera pudiesen
hacerlo.
—¿Qué se supone que debo saber? —dudó Jungkook con la vista perdida sobre
sus propios tenis.
—Supongo que el corazón es el que decide, ¿no? Esas cosas se saben, cuanto
realmente deseas estar con alguien.
La joven extendió una mano y tocó su cabeza como si Jungkook tuviera cinco
años.
—O-oye, que sólo eres tres años mayor —soltó el pelinegro enfurruñado,
rápidamente apartando su mano de un manotazo.
Ella se rio un poco, y por suerte, la tensión entre ambos disminuyó. Yoongi salió
en compañía de un par de amigos, y la prima de Haeri apareció tras los jóvenes.
El azabache esperó que Yoongi no abriese la boca para decir nada raro, y por
suerte, comprendió su miradita de soslayo como amenaza directa. Su amigo se
contuvo como pudo, se despidió de los otros dos y saludó brevemente a las chicas
antes de que Jungkook le agarrase del codo para macharse.
—Hasta luego —se despidió.
Jungkook asintió con otro rugido de tripas. Por suerte, Yoongi había llevado su
propio coche hasta la ciudad. Ambos subieron al auto y en menos de quince
minutos atravesaron la ciudad en dirección a casa. El azabache no pudo evitar
mostrarse pensativo mientras miraba las cordilleras interiores de la isla que
acariciaban la carretera durante su trayecto.
Yoongi le miró de soslayo, aparcó frente a la casa, y salió del coche cerrando la
puerta de un movimiento seco.
Fuera del auto, Jungkook sacudió la cabeza. Una tenue sonrisa surgió en su rostro
decidido a apartar el tema. No obstante, Yoongi se anotó su increíble mención.
Jungkook no era el tipo de personas que dejaba caer sus pensamientos en voz
alta así porque sí.
Taehyung supo que había alguien más en el acuario mucho antes de que se
acercase a la superficie, guardó el corazón de coral entre unas rocas de la
pequeña cueva donde estuvo con Jungkook y salió de su escondite con pesar. Los
zapatos del humano resonaron por el túnel de cristal, cuyo suelo negro y
esmaltado reflejó un elegante traje beige y corbata de un azul cobalto. Eran las
diez en punto cuando fue a verle. A través del grueso vidrio, sus ojos se
encontraron. Taehyung se deslizó por el agua clavando sus pupilas sobre el
hombre. Prometió comportarse, pero aquella persona no era Jungkook. Su rostro
era completamente distinto; de iris castaños claros, como las almendras, de porte
soberbio, vanidoso, cabello dorado peinado hacia atrás y un aura similar a un tigre
con hambre observando a un pececito entre cuatro paredes de cristal.
—Has aprendido a mover la colita —dijo con una voz más resonante y profunda
de lo que sus tímpanos esperaban—. Siempre es un agrado verte, preciosa.
—Te he traído algo que te gustará —emitió dejando la copa sobre una de las
rocas—. ¿Podré disfrutar de tu atención esta noche?
—Sé cuánto os gusta a las sirenas las cosas valiosas y brillantes —exhaló su
aliento cerca de su hombro—. Esta misma, tiene un valor de medio millón de
wons. La mandé a hacer sólo para ti.
No soltó su mano después de eso, pues tiró de ella gentilmente para que le
mirase.
Los iris de Taehyung se alzaron para contemplar con inquietud su rostro. Sus
propios labios estaban resecos, y cuando habló, ni siquiera pudo reconocer la voz
que emanó de su propia garganta.
—Oh, no, no, no —Namjoon chistó levemente y volvió a tomar su rostro con unos
dedos—. No lo comprendes: ahora estás en un lugar seguro, criatura. Hay mil
peligros ahí afuera. Lejos de cualquier peligro exterior, ahora me perteneces, y
yo... cuidaré de ti...
—Hmnh, mírate. Tan vulnerable, tan... frágil... y hermosa —la caricia de Namjoon
se extendió por su mejilla—. Yo te concederé todo lo que desees, ¿carne?
¿peces? ¿obsequios? Sólo necesito que... —su voz osciló un segundo—, hagas
algo por mí...
Taehyung se quedó en silencio, temiendo su petición. Los iris castaño claros del
humano se derramaron sobre los suyos.
—No voy a usar mi voz para ti —negó el peliazul, elevando su voz—. No te traeré
más prisioneras, así llenes esa agua de ácido.
«Si quería que llorase», pensó, «su corazón se encontraba demasiado helado
como para derramar ni una de sus valiosas lágrimas».
Jungkook arqueó una ceja, clavó un codo sobre la encimera, junto a su propia
cena, e intentó enfrentarse a sus acusaciones con la mayor serenidad del planeta.
—Oh, ¿es por el acuario? —añadió Yoongi con una mueca—. Desde que estás
allí, vienes y vas como un fantasma. ¿Le echan algún tipo de escopolamina al
agua? Porque te están dejando tonto, Kook. Tú odias la cerveza y acabas de
relamerte después de ese trago —le señaló con un dedo acusador.
—Oye —emitió con un tono más grave y serio, antes de dar un bocado—, sabes
que puedes contar conmigo, ¿no? Pase lo que pase.
Sus palabras fueron escasas, pero reconfortantes para Jungkook. Él sabía que,
fuera como fuese, su amigo al que parecía no importarle nada y le dejaba siempre
su espacio, era consciente de que algo más le pasaba. Jungkook terminó su
deliciosa cena, se limpió con una servilleta y se levantó del taburete, poniendo una
mano sobre el hombro de Yoongi.
Seokjin (22.51pm): «Kim estuvo por aquí. Le vi más irascible que de costumbre,
pero creo que ha ido bien».
Siempre sintió ese impulso, esa llamada por la biología marina y dedicación a
todos sus seres subacuáticos. Era cuestión del corazón, le dijo Haeri esa misma
tarde. Y el suyo había descubierto a una preciosidad naciente de este. Su corazón
desbocado le eligió desde la primera vez que pudo verle tras ese grueso cristal del
acuario.
Jungkook soñó esa noche con su preciosa cola turquesa, celeste, con destellos de
aguamarina, con los colores índigos del frío fondo del océano. Y entonces,
Taehyung fue encerrado en un acuario pequeño, muy pequeño, donde apenas
podía moverse. Una pecera, redonda y caliente, donde el agua comenzó a
burbujear como en una sopa. Jungkook golpeó el cristal con fuerza, con todas las
fueras del mundo. Gritó, se lastimó tratando de romperlo para sacarle de allí. Pero
no podía. No podía. La silueta de Taehyung se disolvió como la espuma, frente a
sus narices, dejando un rastro de polvo de diamantes en el fondo.
Yoongi le miró mal, como si estuviera a punto de golpearle con un ladrillo por decir
tantas veces «lo siento».
—Estoy bien, tranquilo —se excusó el más joven.
—Ah, ya, ya, bueno —chirrió su amigo, levantándose del borde de la cama y
estirando los brazos para desperezarse—. ¡Hmnh! Voy a darme una ducha y a
preparar mis cosas. Nos vemos a la tarde, tonto. ¡Suerte con los pingüinos
místicos de Seokjin!
—¿Cuál? ¿El de Taehyung? —Jungkook le miró con los ojos muy abiertos y el
ceño levemente fruncido—. ¿Por qué le has dicho eso? Te dije que n-
—Muy bien, ¿y ahora qué? —inquirió el más joven, sintiéndose irritado—. Dices
que no se irá de la ciudad, ¿qué se supone que haremos?
—Esperar.
—Esperar a qué.
—Como sea, Jungkook —le indicó con la cabeza para se marchase—. Ve a ver a
Taehyung y averigua por qué Namjoon se largó tan enfadado.
Jungkook se humedeció los labios, arrancó sus pasos, y cuando pasó por el lado
de Seokjin, se detuvo muy cerca de su pómulo.
Buceando tranquilamente, vio pasar a Taehyung de largo, junto al fondo, entre los
toscos arrecifes donde una vez jugaron a cazarse uno al otro. Jungkook no
necesitó más de unos segundos para comprender el mal humor del peliazul, él le
ignoró, ni siquiera le dirigió su mirada. Una molesta punzada atravesó a Jungkook,
aceleró su mano, liberando unas burbujas de aire y agarró el codo de la sirena
para detenerle. Taehyung se giró con soberbia, sacudió el brazo para deshacerse
de su agarre y después, se aproximó a su rostro de forma amenazante.
Pero Jungkook no era el tipo más testarudo (después de Min Yoongi) de todo
Geoje por nada. Salió para tomar aire y golpeó la superficie con la palma de su
mano, gracias a su dosis de frustración. Si iba a castigarle de esa forma, estaba
dispuesto a tomarlo, pero no sin antes decirle algo. Con la mayor estupidez del
mundo, Jungkook se introdujo en el agua con la decisión de no volver a salir si no
lo hacía caso. Le daba igual asfixiarse, ahogarse, o morirse allí mismo, Taehyung
iba a escucharle así le pesara sobre su tumba.
La sirena puso los ojos en blanco cuando le interrumpió mientras trenzaba una de
sus bonitas diademas. Contó los segundos en los que vio plantado a Jungkook en
mitad del agua indicándole para que le acompañase. Y según sus predicciones, no
le quedaba más de una burbuja de oxígeno. Puede que media. Taehyung
entreabrió los labios cuando le vio soplar el resto del contenido de sus pulmones.
Jungkook apretó la mandíbula y la garganta, y a unos cuantos metros de él, le
miró como si ella fuese un cruel verdugo. Taehyung ni siquiera podía creerse que
fuese tan idiota, apartó la mirada y decidió no entrar en su juego, pero escuchó a
Jungkook sufrir por su asfixia, y no tardó más de unos segundos en moverse hacia
el chico con ganas de golpearle con una estrella de mar en la cara.
Sus iris heterocromáticos estaban cargados de dolor. No era su culpa, pero sí que
deseaba culpar a Jungkook por acariciar su frío corazón de sirena con unos tibios
dedos que en realidad temía.
—No puedo creer que estés haciéndome esto, ¿quieres hacerme daño,
ahogándote? —le acusó sosteniéndole por un brazo—. Todos los humanos sois
unos necios, ¡cretinos!
Jungkook jadeó débilmente a su lado, agradeció su firme agarre y el arrastre hasta
la orilla que ejerció su compañera sirena, sintiendo su aflicción como propia.
Sus rodillas llegaron a rozar la arena de la orilla, Taehyung le ayudó a llegar hasta
allí, mirándole con muchísimo recelo.
—¡Aléjate de mí! —le pidió con voz aguda—. No vengas más, no me hagas
promesas que nunca cumplirás, márchate... No quiero tu amistad.
Taehyung le miró como un cachorro lleno de lágrimas e hipos. Era una falta de
respeto pensar que el lamento de una sirena también resultaba hermoso, pero así
era. Y Jungkook tomó su rostro con ambos pulgares, acercó su frente a la suya y
entrecerró sus ojos.
—Te equivocas si crees que quiero algo de ti —murmuró en el suave vaivén de las
olas—. No necesito nada a cambio, sólo quiero que nades en libertad.
—Yo no tengo —le contó la sirena—. No puedo amar a nada más que a la mar.
Taehyung agarró esa mano, sintiéndose invadido por su calidez. Nunca se había
dejado llevar por ese tipo de emoción o interés por otra criatura, ya fuesen sus
congéneres o alguien de una raza terrestre. En ese momento, toda su ansiedad
por alejarse de él desapareció. Permanecieron sentados en la orilla, hablando
sobre lo sucedido.
—Quería mi voz...
—Me dijo que, si no le daba lo que quería —agregó con una gran aflicción—,
tomaría mis lágrimas.
Jungkook no comprendió eso último, pero con un par de dedos tomó su mentón
para que le mirase.
Taehyung parpadeó, sus ojos acariciaron el cremoso rostro del chico, apreciando
los atractivos mechones negros, húmedos y ondulados sobre su rostro.
El pelinegro se sintió asombrado con aquello, comprendió por qué las lágrimas de
Taehyung poseían un aspecto tan especial como el que había visto un poco antes.
—Me amenazó —expresó Taehyung con la mirada perdida en la orilla—. Hay algo
extraño en él, que no estaba la primera vez que le vi... está como... desquiciado.
Jungkook pasó con él varias horas, y cuando se sintió exhausto regresó a la orilla
con la sirenita haciéndole carantoñas. Tenía los dedos arrugados y el neopreno
pegado a la piel, se pasó la toalla por la cabeza y la dejó sobre sus hombros
mientras Taehyung le miraba desde un saliente con curiosidad.
—¿Qué es lo que haces cuando no estás aquí? —le preguntó con ingenuidad.
—¡Mhn! —asintió la criatura, apoyando el mentón sobre los brazos que posó sobre
el bordillo rocoso.
—Estoy con Yoongi, o con alguno de sus amigos, y... hago deberes de casa...
Jungkook exhaló una sonrisita, ni siquiera podía creerse que aquello le pareciera
fascinante.
—Es como tu cueva, pero no tan bonita —le contó el pelinegro con dulzura.
—Quiero ver tu casa.
—No —contestó con la boca pequeña, y acto seguido levantó la palma de la mano
solemnemente—, pero si quieres dormir aquí, no voy a molestarte. ¡Me quedaré
callado!
«No podía ser tan adorable», se dijo. «Ojalá ni siquiera necesitase salir del agua».
Sus dedos encontraron algo enterrado bajo la arena, Jungkook bajó la cabeza y
vislumbró un destello azul. Apartó el muslo y escarbó brevemente, desenterrando
una fina pulsera de tonos celestes.
El pelinegro guardó la pulsera bajo la arena, indicando que sería lo mejor dejarla
allí. Además, si por algún motivo el señor Kim regresaba, estaba seguro de que le
encantaría ver a Taehyung con su condenada pulserita.
Después se forzó a comprobar la hora y supo que debía irse cuanto antes. Se
levantó de la arena y Taehyung se mostró ampliamente disconforme. Refunfuñó
para que no se marchara y le miró con unos ojos de sirena desamparada.
—N-no hagas eso —gruñó Jungkook echándose la toalla sobre el hombro—. No.
Detente. No me mires así.
—Pero... Kookie...
Y con todas las de ganar, Taehyung hizo un puchero con los labios y se alejó de la
parte rocosa como un pececillo solitario. Jungkook se sintió como si le arrancasen
algo. Él tampoco quería dejarle solo, pero Taehyung comenzaba a saber el gran
poder que tenía sobre él cuando le miraba de esa forma.
Cuando salió del acuario, su corazón iba rápido con una mezcla inconclusa de
emociones. Por un lado, la confesión de la sirena le hizo sentirse sobre las nubes.
Tanto que, había estado a punto de ahogarse por conseguir su atención, ¿acaso
estaba mal de la cabeza? Y por otro, el recelo por Kim Namjoon le perforó
mientras se quitaba el neopreno.
Fuera como fuese, se sintió determinado por tejer un plan que debía llevar a cabo
con o sin la ayuda de Seokjin.
Capítulo 07
Capítulo 7. Hechizado
—Hoy hace... calor... ¡mucho calor! Pero eso no evitará el monzón que se acerca.
—¿Se puede saber por qué utilizas un ventilador, cuando tenemos aire
acondicionado? —preguntó de soslayo, deteniéndose en el marco de la puerta.
Jungkook se acuclilló un instante, agarró el control tirado que vio bajo la mesa y se
lo pasó con la boca llena de patatas. Yoongi lo tomó con un gruñido.
Taehyung le sonrió desde el otro lado, con unos ojos rasgados e iris irreales
brillando con el reflejo de una docena de tonos marinos. Se aproximó al cristal y
apoyó una mano sobre la suya, justo al otro lado del cristal del acuario.
Jungkook sonrió con una inhabitual dicha palpitando en su pecho. Se sintió feliz
por su buen aspecto, porque le dedicase una sonrisa y por esos desconocidos
sentimientos invadiéndole de nuevo. Aprovechando el bonito encuentro, le dedicó
una carantoña a Taehyung desde el otro lado, poniendo varias caras feas para
provocarle una risita. Lo logró con éxito, y la sirena le miró como si dijera «menudo
tonto estás hecho». Después le hizo unas señales para indicar que tomaría el
ascensor para poder verle de cerca.
La cara de Jungkook fue digna de un poema, cuando sus ojos muy abiertos se
posaron sobre el rostro de su compañero.
—¿Bricolaje?
—¿Bricolaje? —repitió Jungkook como un loro.
—Me he apuntado a unas clases de artesanía. Así que... haré una caseta para
nuestro perro...
Jungkook arqueó ambas cejas, como si fuera el tío más raro del planeta. Spoiler:
lo era. Pero el más joven tuvo una idea súbitamente, se mordisqueó el labio y
musitó algo como que tenía que hacer una cosa, justo cuando salió disparado
hacia su propio dormitorio. Yoongi no le dio importancia. Jungkook subió la
escalera y fue hasta su habitación, tomó un cuaderno de notas en blanco y un
lápiz, y en menos de unos minutos, dibujó una excelente idea que hasta entonces
no se le había ocurrido. Cerró el bloc cuando decidió que aún debía perfilar bien
su idea; necesitaba contar con un mínimo de un aliado. Puede que dos. Después
de darle varias vueltas a la cabeza, comprobó la hora que era.
Marcó el contacto de Seokjin y le llamó por teléfono. No tardó más de dos tonos
en descolgar la llamada.
—Jin, eh, hola —Jungkook se pasó una mano por el cabello—. ¿Podríamos
vernos más tarde?
—Ya sé qué es lo que Kim quiere de Taehyung —interrumpió el más joven, yendo
directo al grano—. Su voz, y... sus lágrimas...
—Mhn, por qué no me extraña que no dijeras nada —refunfuñó Jungkook en voz
baja.
—Vale.
—Yun te acercará a tu apartamento —le invitó con los iris perdidos en otra parte—
. ¿Sigues en la zona vip de la ciudad?
—¿Para qué quieres lágrimas de sirena, Nam? —formuló Seokjin con unos iris
oscuros y desafiantes. Él mismo sabía el peligro que conllevaba sacar aquello a
relucir, pero estaba cansado de su forma de darle la espalda—. Te conozco bien
desde que teníamos trece años. Piensa bien en cuál será tu respuesta, porque, te
aseguro que...
—Voy a venderla —determinó Namjoon con soberbia—, a la sirena. La expondré
en mi pecera y esperaré al mayor postor. Se la llevará el más cretino jeque árabe
que aparezca. ¿Sabes cuánto podrían ofrecerme por ella?
Seokjin exhaló su aliento, bajó la cabeza y sorbió entre dientes sin creerse ni una
de sus palabras.
—¿Qué no? —Namjoon alzó ambas cejas y esbozó una presuntuosa sonrisa—.
Bien. Espera, y verás, Jinnie. Tendrás tu parte por cuidar de esa criatura insolente.
—Las lágrimas —insistió con voz muy grave, ante la sorpresa de su compañero—.
Para qué las quieres, ¿estás enfermo? ¿alguien más lo está? ¿en qué vas a
usarlas, Nam?
Sus pupilas se enfrentaron a las del castaño claro de Namjoon, su mirada fue tan
dura como la de un muro imposible de penetrar, la tensión muscular de su cuerpo
reveló una gran rigidez, y de una forma casi inapreciable, los iris del presidente
parecieron emitir un leve destello rosado que se desvaneció en un simple
parpadeo. Seokjin se sintió extraño, dudó un instante. Namjoon insistió en el
pestañeo y se frotó los lagrimales con un par de dedos, sacudió el codo y se
deshizo de su agarre, recomponiéndose lentamente.
—¡P-pero qué haces! —Haeri tiró de su brazo para que se comportase—. Les, por
el amor de dios. ¡Que no es un playboy!
—¡C-cierra la boca!
Su amiga soltó una risita socarrona, mientras tanto, Jungkook trasladó al ave a la
zona de descanso junto a un ayudante de clínica, después se despidió de su
compañero, se quitó los guantes y colgó la bata en el perchero de la sala. Terminó
saliendo por la puerta comprobando la hora en su teléfono, y seguidamente
guardándoselo en el bolsillo del pantalón. Leslie y Haeri se encontraban muy
cerca, farfullando como un par de cotorras. Él las escuchó, se aproximó,
detectando una divertida discusión en voz baja en donde le apeteció meter las
narices. Por suerte o por desgracia, Jungkook se aproximó sigilosamente y se
topó de bruces con la morena, ella hizo el amago de intentar salir corriendo. Como
consecuencia, Haeri acabó con la cabeza metida en el cuello de Jungkook, y él,
sujetando sus muñecas.
Haeri le miró con un sonrojo, apartó las muñecas y se apartó tragando saliva
pesada.
—¡H-hola! —el rostro de Leslie esbozó una enorme sonrisa, levantando una mano
como saludo—. ¿Qué hay? ¡No sabíamos que estabas ahí!
Leslie también se puso tan roja como un tomate, pero Jungkook no pareció darle
demasiada importancia.
—Eh, bueno, tenemos que hacer un par de cosas —Haeri exhaló una risita
neurótica, y tiró del codo de su amiga para llevársela—. ¡Adiós!
—Oh, wow, chica, ¿eso significa que aún no os habéis besado? —murmuró
Leslie, volviéndose algo teatral—. Qué tensión, parece un casquete polar. ¡Tú eres
el Titanic, y él, tu iceberg!
Haeri sacudió la cabeza y suspiró con frustración. «Más bien era al revés, desde
que ella era la que parecía cruzarse en su camino», se dijo.
—Espera, ¿te dio calabazas? —farfulló Leslie llevándose una mano a la boca—.
Oh...
—¡Chsstt!
Era un poco más tarde que de costumbre, pero ajeno a los comentarios de dos de
sus compañeras de trabajo, Jungkook se paseó tranquilamente hasta el acuario
de Geoje. Se vería con Seokjin algo más tarde, por lo que pensó que podría
dedicarle varias horas a Taehyung con toda la atención de su mundo.
No había pensado otra cosa en todo el día, lo tenía clavado como una perla en
una ostra. Su corazón alzaba su pulso siempre que regresaba al complejo
turístico, y esa tarde, cuando volvió a pasar por el túnel de cristal previo al
elevador, se detuvo para intentar volver a ver a la sirena desde allí bajo. Jungkook
volvió a apoyar una mano sobre el grueso vidrio, recibiendo el frío tacto del agua
al otro lado, sobre sus yemas. Y la reminiscencia de una de sus últimas pesadillas,
le atravesó fugazmente como una flecha. Por un segundo, vio a sus puños como
en aquel sueño; golpeando desde el otro lado, deseando sacarle, gritando su
nombre sin que le escuchase. Apartó su mano con un horrible estremecimiento.
—Tenía cosas que hacer —expresó con honestidad, ladeando la cabeza para
apreciarle mejor con sus iris—. ¿Has estado muy solo hoy?
Taehyung volvió a mirarle con un par de colmillitos asomando bajo sus labios.
Jungkook se quedó muy quieto, pero sus ojos se entrecerraron sobre su hombro, y
las yemas de sus dedos, no tardaron en posarse en la parte más baja de su
espalda, reptando suavemente por la sedosa piel salpicada de partículas celestes,
hasta sus omoplatos. Que Taehyung le reclamase era desolador para su corazón,
estaba arañando su tórax, y eso era lo que más le preocupaba del suceso.
La nariz de Taehyung rozó la piel de su cuello, justo por encima del borde de la
tela de neopreno. Taehyung se preguntó a sí mismo cómo era posible que
Jungkook fuera agradable estando totalmente seco, él necesitaba nutrirse y estar
hidratado para no padecer ninguna contrariedad, pero, aun así, abrazarle y
degustar un aroma en él distinto a la sal, le pareció estimulante. Hasta que detectó
algo.
—Hmnh, h-hueles a humana.
—¿Estabas con una mujer? —le arrojó enfurruñado—. Por eso no venías
conmigo, ¡ja!
El pelinegro se quedó boquiabierto. Sin palabras. Tic número uno: las sirenas eran
realmente recelosas con lo que consideraban suyo. Él no se lo tomó demasiado
enserio, sostuvo su rostro con ambas manos (agradeciendo que a pesar de su
fastidio no le estuviese rehuyendo) y dejó un tierno beso sobre su nariz, que
enfurruñó aún más a la sirena.
Le siguió felizmente hasta la orilla, después de todo, Jungkook era su único amigo
allí dentro y prefería que descansara si quería volver a jugar más. Se sentó a su
lado, con media cola sumergida en la orilla, observándole secar su bonito cabello
oscuro con una toalla.
La sirena clavó los codos en la arena y le miró con una apasionante atención.
Nunca antes le había mirado de esa forma, con iris fijos y parpadeantes que
observaban desde las facciones de su rostro humano, hasta los dedos de sus
pies. Jungkook comenzó a sentirse extrañamente sonrosado por su esporádico
interés en él. Y no era como si se sintiese mal por su propio físico, pero cuando
alguien te gustaba, simplemente no podías evitar sentirte «inquieto» por no
parecerle lo suficientemente atractivo.
Sin tocarle, Jungkook se permitía acariciarle con sus ojos. La luz natural
proveniente del otro lado del acuario mostraba su piel bronceada como una
escultura en un material tostado, las escamas de colores azulados salteaban su
aspecto entre lo exótico y etéreo, sobre un costado, en un hombro, a un lado de su
cuello. Aquí y allá, pintado como un bonito lienzo de acuarelas aguadas.
—¿Hmnh? ¿Qué es algodón de azúcar? —Taehyung alzó sus iris sin entender
nada.
Jungkook exhaló media sonrisa, pensó que ojalá pudiera mostrárselo un día,
aunque Taehyung no estuviera nada interesado por la comida.
—¿De qué color tienen las otras sirenas el pelo? —continuó el pelinegro,
indagando en su compañera.
—De todos, de cualquiera, de ninguno en concreto —Taehyung le ofreció la
respuesta más ambigua posible—. Pero negro, no.
—Oh, los colores mundanos sólo son para los de la superficie, ¿verdad?
—¿Por qué tenéis dos piernas en vez de una? ¿No es... poco estético? —formuló
con tono infantil.
—No sé, no querrás que fuéramos brincando por ahí —dijo con una amplia
sonrisa, más las comisuras de sus ojos levemente arrugadas.
«Quizá también tenía que ver con el asunto de poseer órganos sexuales», pensó
Jungkook, ahorrándose el comentario.
—¿E-el qué?
Sí, cuando lo dijo sonó tanto o más estúpido que en su cerebro. Jungkook se
maldijo instantáneamente por decir esa mierda. «A ver quién le explicaba ahora a
una sirena en qué consistía la procreación humana».
—Okay, te será útil saber que también necesitamos dos piernas para eso, aparte
de para caminar —bromeó Jungkook con un ligero toque pícaro.
—¿Oh? Bueno, en mi nido no se habla de humanos —continuó Taehyung
ingenuamente, bajando la cabeza—. Hay, cierto... pudor... y está prohibido
mencionarlos.
—¿Tienen miedo... a que les den caza? —formuló Jungkook, dejando el otro tema
a un lado.
—Es como un tabú —explicó abstraído—, los humanos provocan cosas que... las
sirenas no pueden permitirse sentir...
—No lo sé. Las sirenas dejamos ir a las demás, cuando toman una decisión. No
podemos interponernos.
—Que te metas en el agua hasta quedarte sin respiración se llama «ser idiota», no
tomar una decisión —contrarrestó astutamente, estrechando sus párpados.
La sirena no dijo nada más, se quedó tan helada como un témpano de hielo.
—Pero yo sí que siento afecto por ti, Tae —agregó el humano con un tono tan
bajo y suave como el terciopelo—. Te adoro.
Esa fue su primera declaración directa, el dónde el silencio se volvió como una
masa espesa e invisible entre ellos. Jungkook se levantó de la arena,
sacudiéndose las manos. En un acto de impulsividad, se acuclilló brevemente tras
su espalda, rodeándole ambos hombros con sus brazos.
Por supuesto, cuando Jungkook llegó a la sala personal con la toalla sobre un
hombro y el neopreno mojado y pegado sobre la piel, supo que sobre él recaía la
exclusiva responsabilidad de enamorarse de una sirena. No podía exigirle
reciprocidad, Taehyung no le debía nada. Pero él tampoco podía frenar la forma
en la que estaba comprometiendo su corazón humano con una excepcional
criatura que, cuando la liberase, la perdería para siempre.
No mucho después, salió del edificio y atravesó el complejo turístico con una
puesta de sol extinguiéndose en el horizonte. El cielo se mostró calmado, pacífico,
con tonos de un naranja dulce desgajado. Se dirigió hacia la zona costera por la
que Seokjin le mandó su ubicación. Paseó hasta encontrar al castaño en una
excelsa cafetería frente al mar, de amplios ventanales y terrazas, sofás blancos y
mosquiteras vaporosas que ondulaban bajo la tenue brisa. Había un puñado de
mesitas donde las parejas y amistades se sentaban para tomar un cóctel de coco
y lima, con una suave y agradable música de ambiente, bajo unas sombrillas que
protegían de las horas más cálidas.
—Sí, creo que es, ciertamente, activable —el mayor apoyó su idea—. Aunque no
tengo ni idea de qué quiere decir eso. Imagino que es lo negativo de sólo tener el
tomo número dos —reveló con una leve sonrisa—. Imagínate de secretos que
sabríamos con el uno.
—No, yo... siento mi carácter del otro día —resumió Jungkook, frotándose la
sien—, estaba un poco nervioso por todo eso de...
—Lo sé, descuida —su compañero le restó importancia con una voz grave—. Creo
que tienes de qué preocuparte. Kim Namjoon oculta algo.
—¿Jung Hoseok? Espero que ese tipo sea Sherlock Holmes, Jin, porque estamos
bien jodidos.
Entre los dedos sacó un trozo de papel dibujado, el cual extendió sobre la mesa,
justo después de que el mesero dejase sus bebidas.
—¿Un sarcófago? Fantástico —bromeó Seokjin, inclinándose desde su asiento
para verlo mejor—. Indica lo súper genial que saldrá todo esto.
«No era mal plan», pensó Jin. «De hecho, parecía bastante práctico».
—Eso sí, necesitaría la mano de alguien más. No podré tirar ni de broma de una
caja llena de agua, con una sirena dentro —consideró Jungkook arqueando una
ceja—. Tú me vendrías bien, por ejemplo.
—En ese caso, necesitamos a alguien más —valoró Jungkook—. Un... aliado...
—Y la furgoneta —agregó Seokjin—. Se lo diré a Hoseok, él puede conseguir un
vehículo sin ventanas. Será más discreto.
—Bien, creo que yo... —Jungkook titubeó un instante—. Tengo a alguien que me
ayudará.
Jungkook exhaló una débil sonrisa. Sólo tenía que pensar en su cabello negro y
despeinado para creer que así era. Su humor de perros. Sus frases estúpidas
sacadas de alguna comedia muy mala. Y, sin lugar a dudas, su afición por las
hamburguesas y cerveza. Min Yoongi alias Genius.
El plácido mar se extendía ante sus pupilas, frío, calmado, azul. Suaves olas
acariciaron los dedos de sus pies, arrastrando la arena bajo sus talones con un
hormigueo. Una suave voz tarareó una canción sin letra. Una campana de viento
tintineó en sus oídos. Cuando su cola se sumergió en el horizonte, fue como si su
corazón se lo tragase la misma mar. Después, dejó de sentir cualquier emoción.
La arena se volvió cobalto, el agua se secó. Frente a él; un desierto azul, donde ya
nada más tenía sentido.
Jungkook se despertó. Instantes más tarde, apoyó los codos sobre el poyete de su
ventana.
«Eso era lo que obtendría liberándole», pensó. «Dejaría de verle para siempre.
¿Por siempre?». Su corazón debatió con su egoísta instinto humano. Pero el
sonido de un serrucho llegó hasta sus oídos, sacándole del trance. Él bajó la
escalera de casa, atravesó la pequeña entrada y pasó al salón. Desde la puerta
corrediza, pudo ver el porche de azulejo. Yoongi estaba más activo de lo habitual,
comenzando a trabajar su proyecto artesanal.
—Desde que pasé la barrera de los veinticinco —soltó Yoongi con voz pedante—.
Y tú no estás tan lejos, Peter Pan.
Jungkook se rio con una voz aguda, se acuclilló a su lado viendo su labor con el
serrucho.
—¿Puedo ayudarte?
—Mira, Kook —se pasó una manga por la frente para apartarse el sudor—. A
partir de mañana, de este trozo, para allá —señaló, indicando bien las
proporciones—, es mi zona zen, ¿de acuerdo? Nada de tocar mi propio espacio.
—Huh, ¿recuerdas la última vez que tuvimos un bonsái? —le arrojó Jungkook,
desorientándole—. Murió disecado.
—Eso sólo pasó una vez —se excusó apretando un puño en alto—. Y el único que
sufrió en ese incidente fue mi trasero. Además, lo bueno de tener plantas
acuáticas, es que no es necesario regarlas.
Jungkook se pasó una mano por la mandíbula. Sabía que había llegado el
momento de decírselo, pero el riesgo que corrían con una información como esa le
obligó a reconsiderar las cosas. No quería perturbar a Yoongi, no obstante, lo
sabría tarde o temprano.
El azabache tomó aire, se levantó y decidió decírselo de una vez por todas.
—Huh, un contenedor —Yoongi se incorporó a su lado, clavando sus iris sobre los
suyos—, ¿de qué tipo?
—Sí. O sea, no —se contradijo Yoongi, ladeando la cabeza—. Espera, ¿te has
cargado alguien? Porque si es así, y yo también voy a morir: sí, te montaré un
arcón para que me perdones la vida.
El más joven se quedó boquiabierto, Yoongi pasó de largo con un deje impaciente
y excesivamente confiado. «¿Ya está? ¿No iba a preguntarle nada más? ¿Se
conformaría con eso?».
—Oh, ¿respira? Eso me gusta más —exhaló Yoongi, sin ni siquiera levantar la
cabeza para mirarle—. Bueno, ¿cuándo necesitas que esté listo?
Yoongi volvió al salón para sacar una cerveza de la nevera y apoyar una mano
sobre la isla de la cocina. Jungkook le siguió ensimismado.
—La cuestión es, ¿vas a hablar? —formuló Yoongi—. Porque no lo creo. Sólo
dime algo, Kook; no es porque no confíes en mí, ¿verdad?
El pelinegro liberó su aliento lentamente, con una débil sonrisa. Los dos sabían
que no necesitaban una respuesta.
—Así que eres tú —la voz de Kim Namjoon resonó sugestivamente grave y
profunda—. Sabía que había alguien más, no era tan difícil de intuir, el minibar
siempre estuvo intacto, y ahora, por faltar, faltan hasta toallas.
Namjoon guardó las manos en los bolsillos de su pantalón, sus iris almendrados
escudriñaron al joven desconocido erizando su vello. Jungkook se sintió entre la
espada y la pared, como si un felino le hubiese arrinconado. Y con todo lo que le
detestaba, más lo que tenía en juego, se forzó interpretar el mejor papel de su
vida.
—¿A qué viene esa mirada? —sonrió el señor Kim, dando unos pasos lentos
hacia uno de sus costados—. ¿Cuál es tu nombre, chico?
—Si yo fuera usted, me preocuparía por los filtros y purificadores de agua salada
—ideó el azabache, con índole laboral—. Es necesario que contemplen una
mejora, puede que una mala purificación de agua le haga enfermar en el futuro.
—Por supuesto. Mandaré a un técnico para que lo revise —aceptó el señor Kim—.
No queremos que nuestra joya del mar se enferme, ¿verdad?
Namjoon dio de lado brevemente y agarró una fina chaqueta, que se echó por
encima de los hombros. El más joven le siguió con la mirada, permaneciendo tan
estático como una estatua.
«Vale, está bien», pensó Jungkook. «Su comentario no había sido personal. No
tenía por qué sospechar».
—¿Qu-qué?
Jungkook camino hasta él, clavó una rodilla en la arena y se inclinó con las manos
sobre la arena, para verle bien.
—¿Estás bien?
Los mechones de su cabello cobalto se esparcían sobre su rostro con una bonita
diadema trenzada. El humano extendió las yemas casi de forma automática,
apartando unas brillantes gotas de agua de uno de sus pómulos húmedos.
—No. Le sentí.
—¿Le sentiste?
—¡Oh! ¡tengo algo que darte! —exhaló la sirena con inesperado chorro de
energía—. ¡Lo hice para ti!
—Escucha, tenemos que hablar de algo —sugirió Jungkook con un tono de voz
muy distinto, mirando hacia ambos lados con un ligero recelo porque alguien
pudiera escucharles—, pero tiene que ser en un lugar más privado.
Jungkook se sonrosó levemente. ¿Qué pensaba que era, un bebé que no sabía
nadar? La sonrisita de su compañera le hizo comprender que a ella no le preocupó
en absoluto la aparición de Namjoon. Es más, Taehyung parecía estar ignorando
el peligro con una extraña emoción infantil por tenerle a él tenerle allí. Y eso
nublaba aún más la objetividad de las cosas.
Taehyung le llevó hasta la caverna más profunda, tras los arrecifes, cuya puerta
plagada de algas marinas y plantas cubrían el estrecho túnel que daba a una
pequeña superficie con oxígeno. Jungkook pudo sacar la cabeza allí dentro, se
apartó los mechones de pelo que se pegaba molestamente a su rostro, y sus
pupilas se adaptaron a la tenue luz de las plantas bioluminiscentes que se
enredaban por las rocas y techo.
Una de sus manos alcanzó la pequeña orilla rocosa y le permitió darse un
descanso. Taehyung se distanció un instante y agarró algo.
Los iris de Jungkook se posaron sobre su rostro, arqueando una ceja. La sirena se
acercó lentamente en el agua, manteniendo algo tras su espalda con un gesto
juguetón.
Jungkook entrecerró los ojos, viéndole acercarse. Su corazón palpitó rápido, cerró
los párpados cuando estaba muy cerca. Y cuando creyó sentir sus labios de sirena
sobre los propios, un liviano peso cayó sobre su frente y coronilla, posándose en
su cabello.
—No, ¡qué adorable! —soltó con un brillo especial en sus ojos—. ¡Sabía que el
rojo es tu color!
—¿Qué? —Jungkook abrió los párpados, con las mejillas aplastadas por su
compañero.
Sobre su propia cabeza, no había otra cosa que una corona de un tono carmín,
con filamentos y hebras rojizas bien trabajadas. Jungkook se sonrojó como un
crío, apartó sus manos enfurruñado, y toqueteó la corona sobre su cabeza.
Taehyung asintió con la cabeza felizmente, le contó que había utilizado gorgonia
roja y no sé qué otra alga magenta. Sus ojos se volvieron redondos cuando creyó
que a Jungkook no le gustó su regalo. Después le mostró que tenía una pulsera a
juego, dos anillos hechos con un material duro que había limado con sus colmillos,
y un collar hawaiano que le llegaba hasta la mitad del pecho.
Él pensó que era insoportable. ¿Por qué no podía comérselo a besos y mimos?
Su mirada se estrechó con una gran proporción de afecto, se mantuvo callado
unos segundos, pensando en que Taehyung no tenía nada más que ofrecerle. Eso
era todo lo que podía sacar de una pecera.
Jungkook apoyó la espalda en la roca, extendió las manos bajo el agua para
invitarle a acercarse. El peliazul le miró con un titubeo, en sus iris
heterocromáticos se vio reflejada la pequeña galaxia del leve resplandor de esa
caverna. El peliazul aceptó la invitación, aproximándose lentamente. Con un leve
tirón de sus dedos, sus cuerpos entraron en contacto. Su pecho se encontró a
unos centímetros del suyo. Bajo el agua, la cola azul de la sirena se entrelazó con
una de las piernas de Jungkook, y sus brazos se apoyaron sobre los hombros del
humano, invadiendo su espacio más íntimo.
El joven no pudo evitar pensar que Taehyung, después de todo, era su sirena.
Pues teniéndole prácticamente en sus brazos, por muy distintas y enfrentadas que
fueran sus razas, no pudieron evitar sentir devoción por el otro.
—Dentro de dos días, saldrás de aquí —exhaló Jungkook, sólo para él—. El plan
ya está en marcha, sólo necesito que confíes en mí.
La pregunta de Taehyung le dejó por los suelos. ¿En qué mundo andaba
explicándole a una sirena que recuperaría su libertad, mientras ella parecía andar
preocupándose exclusivamente por él?
—¿Tú no? —dudó Taehyung con lástima, bajando la cabeza—. Nunca he visitado
la superficie demasiado. Mi nido lo prohíbe, p-pero a veces miraba desde lejos y
me dejaba arrastrar por los bancos de peces cerca de los pesqueros. Sin
embargo... nunca había... tenido una amistad con uno...
—Quizá no sea seguro que te acerques a la isla —le dijo con calidez, sosteniendo
su mejilla—. Desearía que no te arriesgases por volver a una orilla.
—¿Puedo besarte? —preguntó con una voz que le costó reconocer como propia.
Jungkook presionó sus labios contra los propios, fue un beso suave que buscó la
profundidad como si fuera el último. Calidez y una lejana tibieza húmeda. Un
suspiro escapó de él, acariciándole con los labios antes de que el lento frenesí
invadiese sus venas, provocándole olvidar quién o qué era. Atrapó su belfo inferior
entre los suyos, como si temiera no poder retenerle. Los besos de Taehyung eran
serenos e imperturbables, pero el lazo de su cuello le hacía pensar que él también
debía sentir algo. Jungkook besó, y besó, Taehyung estrechó suavemente los
brazos alrededor de su cuello, mostrándole interés por más.
—¿Estás bien?
—Quiero contarte algo, pero —se detuvo unos segundos—, ¿te molestarás
conmigo?
Jungkook giró la cabeza, se encontró tan fuera de onda, que casi le costó trabajo
tomarse en serio lo que fuera que fuese estar a punto de decirle. «A no ser que
estuviera a punto de decirle que se sentía incómodo besándole».
—¿Qué es sushi?
Jungkook le miró con cara de póker. «En algún momento tendrían que tener esa
conversación, pero ese no era el día».
—Es que, verás. Cuando te conocí... yo... l-la primera vez que entraste en el
acuario...
Cómo olvidar que su primera experiencia en el agua de ese acuario había sido un
encuentro fatal donde su primer beso acabó asfixiándole como un estúpido. Pero
eso había sido asunto suyo, Taehyung no trataba de ahogarle. ¿O sí?
—¿Puedes...?
—No. O sea, sí... —murmuró haciéndose la bolita más pequeña del mundo—, con
un... beso...
El azabache alzó las cejas, se pasó una mano por el cabello húmedo, tratando de
asimilar lo que decía.
—¿Leíste mi mente con un beso?
—Sí...
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Tae con inocencia—. Sshh, nunca decimos el
nombre que empieza por L, dicen que atiende a las llamadas.
—Tae —Jungkook agarró una de sus manos bajo el agua—. No estás diseñado
para engañar ni arrastrar a nadie, créeme. Eres un ser bonito, no cruel ni
vengativo.
—¿Sí?
—Un poco, ¡pero no quiero hacerlo! —reconoció Taehyung, acto seguido intentó
defenderse—. El frenesí de los labios de una sirena ayuda a que me abras tu
mente. No puedo evitar que a veces...
Creía en él, confiaba en que su corazón, y su pasión por el mar desde pequeño
había sido alguna especie de mensaje para que se conocieran. Jungkook estaba
seguro de que el destino había atado su encuentro como la fuerza de la gravedad
ataba hasta las olas del mar. Y esa tarde, dejó un beso en su frente en la cavidad
de aquella recóndita cueva que olvidarían como un secreto abandonando el día
que pudiese llevarse a Taehyung del acuario.
Jungkook necesitaba descansar fuera del agua, por lo que su compañera marina
le ayudó para salir de la cueva con mayor facilidad, y le escoltó como un leal
guardián marino hasta la superficie. El joven salió del agua lentamente, con el
cuerpo pesado y la piel de los dedos arrugados.
Con el agua por las rodillas, Jungkook se acuclilló para acariciar su cabeza con
unos dedos. Él llevaba la diadema que le había trenzado, y el resto de
complementos a juego que le hacían parecer recién salido de una fiesta en la
playa.
—Volveré mañana —le explicó con dulzura—. Tengo que hablar con Seokjin sobre
lo del señor Kim. Mañana te contaré algunos detalles sobre el plan, ¿de acuerdo?
—¿Qué ocurre?
Jungkook casi se escurrió de culo. No sabía por qué diablos parecían dos críos de
cinco años cuando tenían que hablar de sus sentimientos.
—Así que, cuando sea libre, te espiaré desde la orilla, aunque no quieras verme
—soltó Taehyung inesperadamente enfurruñado y emocionado—. ¿Es eso afecto?
Porque es muy molesto y-y no me gusta.
No llegó a terminar la frase, pues prefirió guardarse sus propios sentimientos para
sí mismo. No era el momento de expresarse, ni tampoco creía que fuese lo más
inteligente para alguien tan ingenuo como Taehyung. ¿Amor? Ni siquiera estaba
seguro de si era real o estaba dejándose llevar por lo ficticio que se sentía todo
desde que le conoció. Él nunca había estado enamorado. Y Taehyung no podía
entender lo que era el amor.
—Tengo que irme —finalizó, con decepción—. Hasta mañana, bolita de sushi.
Cuando Jungkook salió del acuario, se quitó la corona, se dirigió al cuarto de las
taquillas y duchas, y se miró en el espejo con un rostro mucho más serio. El
perfume de Kim aún seguía allí. No quería marcharse, pero debía bajar de aquella
nube y recordar todo lo que tenía pendiente. No tardó demasiado en liberarse del
molesto neopreno mojado, lo hizo una bola y lo metió en su mochila, vistiéndose
sin demasiado interés. Miró su teléfono en lo que se obligaba a abandonar aquel
lugar. Habían pasado unas cuantas horas desde su llegada, y tenía varios
mensajes de Seokjin en la bandeja de entrada.
Jungkook pulsó su contacto justo cuando abandonó el recinto, mirando hacia los
lados para cerciorarse de que se encontraba a solas.
—Lo sé.
—¿Cómo quieres que sepa dónde está en cada momento? —se defendió
Seokjin—. Es la primera vez que va al acuario a esa hora. Él mismo me dijo hace
un rato que encontró a un nuevo trabajador, que ni siquiera se lo había
mencionado, que si yo estaba ocultándole algo...
—Estás diciéndolo como si... —la voz de Seokjin titubeó a través del teléfono—.
Jungkook, ¿no estarás...?
El azabache se pasó una mano por el cabello y exhaló su aliento con nerviosismo.
—Qué.
—No le digas «esa sirena» —murmuró Jungkook, apretando los párpados—. Yo...
no...
—No siento nada de eso —las palabras del más joven sonaron con ferocidad—.
¿Crees que posicionaría mis intereses personales por encima de su libertad? Te
equivocas. No soy como Namjoon, Jin. Y sin lugar a dudas, tampoco soy como tú.
La llamada se cortó unos segundos después de eso. Jungkook cerró los dedos
temblorosos sobre su teléfono. Con el corazón agitado en su pecho, se culpó a sí
mismo por sus sentimientos. Por supuesto que se había enamorado. No creía que
fuese evitable; él siempre amó a la mar y a todo lo que pertenecía a esa tierra
azul. Su ingenuo corazón había encontrado lo que siempre que estuvo buscando,
como un imán atraído por la gran y feroz boca celestial de un profundo mar capaz
de tragarle. No le importaba que Taehyung le arrancase el corazón con una mano
cuando se marchase. De hecho, esperaba que así lo hiciera, pues todo sería más
fácil.
Mientras el sol se ponía frente a la isla de Geoje, Jungkook deambuló por el paseo
marítimo, pasando de largo de la parada donde siempre tomaba el tranvía que
salía de la ciudad. Sintió la nuca fría, mientras la brisa salada secaba los
mechones de su cabello.
Taehyung sintió la misma soledad que el chico. A solas entre cuatro paredes de
cristal, el agua se volvió fría por primera vez para sus huesos. Sin la reconfortante
calidez de «su humano», sintió una ligera presión en el pecho.
«Quería estar con él. Quería estar con él», se repitió encogiéndose en el vacío del
agua que le rodeaba.
Esa noche, la presión se volvió más fuerte en su pecho. Una segunda oleada le
provocó una náusea, un hormigueo, seguido de un extraño picor que se extendió
por su garganta, ahogándole. Taehyung no comprendió que estaba sucediéndole,
pero las escamas de su cola se resintieron y una extraña sensación acompañó a
una corriente eléctrica esparcirse por toda su espina dorsal, calentando sus
vértebras. Sintió como si le quemasen, sintió como si algo patease su tórax.
Una hora de footing por la playa, una ducha templada y varios aperitivos hicieron
que Jungkook terminase tumbándose sobre su cama con los auriculares de su
teléfono insertados en las orejas.
Una vieja melodía de Looking Glass resonaba desde su playlist. De cada uno de
sus lóbulos, colgaba un par de aritos plateados de los que siempre se deshacía
antes de dirigirse a cualquiera de sus jornadas laborales. Toqueteó uno
distraídamente con el pulgar. En esa ocasión se los puso por costumbre, y con la
capucha de la sudadera sobre su cabeza, se sintió como si el monzón que se
aproximaba a la isla trajese un breve otoño en mitad de aquel cálido verano de
Geoje.
El cielo se encontraba gris, hacía algo de viento, tanto que, desde su ventana
podía apoyarse junto al cristal y observar cómo las suaves olas se encrespaban
como la cresta de un gallo.
Jungkook se quedó en silencio, con sus iris perdidos en el techo, exhaló una débil
sonrisa. Yoongi alzó la cabeza un poco y le miró con el ceño fruncido.
—Mejor que el tuyo, parece —consideró Yoongi con voz ronca—. ¿Qué tal si
pedimos una pizza? Tenemos que acabar con el sarcófago de Blancanieves. No
queda mucho, hay que atornillar las bisagras.
Jungkook soltó una risita despreocupada. Después de todo, pidieron una de pollo
a la barbacoa y otra de cuatro quesos. Estuvieron trabajando en la caja de madera
y cristal hasta tarde. Jungkook terminó comiéndose el setenta por ciento de los
trozos mientras Yoongi montaba las piezas y él hacía de sujeción.
—Nah, le eché una masilla en las juntas —expresó Yoongi con seguridad,
después se mordisqueó la lengua, salió al porche a por un cubo que rellenó de
agua con una manguera, y lo comprobó derramando todo su contenido en el
interior para cerciorarse—. Veamos.
Jungkook se sentó sobre la isla de la cocina, con los pies colgando y un frío trozo
de pizza mordido. Consideró que la caja estaba bien hecha, el agua se mantuvo
sin ninguna fuga, y Yoongi comprobó la rendija de ventilación de la cubierta de
cristal.
—¿Crees que podremos los dos con eso? —dudó Jungkook—. Si lo llenamos de
agua, digo.
—Eh, tú eres el único con bíceps aquí. Además, soy mayor que tú, ¿no querrás
que me parta la espalda? —gesticuló su compañero, poniendo los brazos en
forma de jarra sobre su propia cadera—. Necesitaremos unas ruedas si quieres
mover esto lleno de agua. Dime, ¿vas a llenarlo de pingüinos? ¿Vamos a robar un
banco de ellos? Porque suena como un buen argumento. Podríamos llamarlo, «el
atraco de los pingüinos».
Jungkook sonrió un poco, pero pareció reflexionar sobre algo que extinguió su
sonrisa lentamente.
—Yoon, este es un pingüino muy grande —dijo, atrapando la mirada de su
amigo—. Tanto que, tenemos que liberarle. Se lo prometí, ¿entiendes?
—En realidad, es él —se corrigió el más joven—. Es una... ¿alguna vez te has
interesado en mitología marina?
—Ya. Será mejor que le veas con tus propios ojos —fue lo último que dijo
Jungkook, y no volvieron a tocar el tema el resto del día—. He cuidado de él todo
este tiempo, y puedo asegurarte, que... valió la pena conocerle...
La sirena parecía distraída con sus preguntas de, «¿podré ver a tu familiar?»,
refiriéndose a Yoongi. Por algún motivo, era lo único que le llamaba la atención,
como si Yoongi fuese declarado como de confianza sólo por ser amigo de su
humano favorito. Instantes previos a su charla, se negó a hablar con Jungkook en
la superficie mientras Seokjin estuviese delante. Taehyung rehuía del contacto
humano, desconfiaba de todos como un gato asustado, excepto de él mismo.
—¿Jugamos a ver quién llega más rápido al fondo? —le preguntó de forma pueril,
cuando terminaron de hablar sobre la estrategia de su salida.
Taehyung sintió una extraña angustia en el agua la última noche que pasó en el
acuario, se sintió desorientado mientras flotaba en el elemento que le envolvió
desde su nacimiento.
«Pero, ¿amar a otro ser? Eso nunca lo había sentido», pensó. «Ni siquiera estaba
permitido. ¿Podía amar a otro ser tan diferente al mar que le había cultivado?
Jungkook era... Jungkook. Como ese efecto de gravedad que la luna llena ejercía
sobre las olas nocturnas. Su calidez, su delicadeza, su empatía, sus dedos
cálidos... sus ojos castaños, los latidos de su corazón... y, sus labios».
Algo apretó su pecho y le estrujó con fuerza. Taehyung gritó bajo el agua,
liberando un puñado de burbujas que ascendieron hasta la superficie. Su grito no
llegó a ninguna parte. Nadó débilmente hacia arriba, buscando escapar del miedo
que le carcomía. En la superficie, agarró su garganta con ambas manos como si
se ahogase. Sintió náuseas. Quería gritar de nuevo. Comenzaba a jadear sin
saber bien cómo hacerlo. El agua quemó las escamas de su cola, como si
estuviese sumida en un extraño ácido. Taehyung llegó a la orilla, se deslizó por la
arena débilmente, enterrando los dedos en la tierra húmeda. Le acuchillaban por
dentro, tiraban de su piel como si unas agujas frías se clavasen en cada una de
sus escamas. Sintió un repentino frío, helador. Jamás había sentido aquel frío,
pero la primera vez que su cuerpo tembló, comprendió que había algo en él que
no marchaba del todo bien.
Seokjin dejó un par de billetes sobre la redonda mesa de la cafetería, junto al café
de Jungkook.
—¿Qué es eso?
Jungkook agarró los tickets y los comprobó. Los datos de las entradas marcaban
las 21.30h, el lugar exacto y el tipo de exhibición. Reconoció por encima que era
donde Haeri daba sus espectáculos, aunque con el descenso de temperaturas y
aquella extraña lluvia golpeando los cristales de la cafetería, estaba seguro de que
la joven pescaría un resfriado.
—En cuanto a mi posición, estaré con él esta noche, en una cena de negocios —
continuó Jin—. Todo está bien atado, Jungkook. Podréis sacarle de allí.
—Lo hará, le di tu dirección, así que pasará por tu casa por la tarde.
—¿Le diste mi dirección? —se quejó el más joven—. Seokjin, tenemos que
empezar a hablar de la toma deliberada de decisiones que siempre tom-
—Es mejor así, Hoseok ni siquiera debía estar en la isla; si Namjoon lo averigua,
le aniquilará.
Jungkook arqueó una ceja. No dijo nada más, pero creyó que Hoseok debía
haberle cabreado mucho como para convivir con aquella amenaza sobre no pisar
Geoje. Después de su mañana en el centro de protección y cuidados, regresó a
casa. Yoongi aún no había vuelto de su trabajo, pero Jungkook encontró el porche
totalmente recogido, con un bonito estanque terminado y relleno de agua. Su
compañero había plantado unas cuantas semillas en la tierra fértil, y otras tantas
diminutas plantas subacuáticas cuyas hojas flotaban en el cristalino elemento.
«Bonita zona zen», pensó con cierto humor, mientras el cielo comenzaba a liberar
un tenue chispeo de suaves gotas que salpicaron el plácido estanque, y sobre su
cabeza. Regresó al interior de la casa y corrió la puerta, comprobando la hora.
Apenas eran las cuatro de la tarde, el arcón que habían elaborado se encontraba
en el rellano de la casa, tras la escalera que daba a la entrada.
—Por cierto, sabes que esa caja no cabe en mi coche, ¿no? —agregó el mayor
mirándole de medio lado.
—Alguien más, ¡huh! —Yoongi pasó de largo para soltar sus pertenencias—. Si
somos tres, deberíamos buscar un nombre para el grupo. Qué tal, ¿los chicos
antibalas?
Yoongi bajó una muda de ropa distinta un poco después. Camiseta negra de
cuadros y pantalón vaquero y ancho, con una gorra negra sobre su oscuro pelo
despeinado. Jungkook estaba tan inquieto, que tuvo que darle una palmadita en la
espalda.
El chico se aproximó a la puerta y abrió una rendija para asomar la cabeza. Vio a
un tipo de cabello castaño y puntas rubias, gafas de sol y camisa floreada con
tonos rojizos y llamativos.
—Soy del equipo de sustracción —saludó con una voz vacilona—. Un placer.
Jungkook, ¿verdad?
—Oh, tú tienes más cara de llamarte Jeon —Hoseok le ofreció su mano a través
de la ventanilla—. ¿Qué tal?
—Asumo que no eres Seokjin —emitió Yoongi—. Esperaba a alguien más serio, y
sin que pareciera que acaba de llegar de las Fiyi.
Puede que no conociese a Hoseok, pero apenas tenían tiempo para discutir lo que
fuese que hubiera hablado con Seokjin previamente. Hoseok sujetó la puerta, y
entre Jungkook y Yoongi, cargaron con el arcón vacío hacia el vehículo.
Los dos empujaron la caja hacia el interior, arrastrándola sobre el suelo metálico, y
después, cerraron la puerta de la casa y subieron a la parte trasera de la furgoneta
para sentarse en una de las bancas fijas. El castaño cerró la puerta tras los chicos,
regresó al asiento de piloto y encendió el motor.
Hoseok asintió con la cabeza, agarró un chaleco azulado con el logotipo del
acuario, y se puso una gorra del personal, con el mismo símbolo.
—Seokjin me dijo que entrase por el muelle —expresó felizmente mientras tanto—
. Descuida, voy preparado.
—¿Por qué estás aquí? —la pregunta de Jungkook fue tan directa, que Yoongi le
miró como si se extrañase por sus malos modos—. Y no me digas que sólo es por
Seokjin.
Hoseok se concentró en la carretera, pero sus labios se curvaron con una sonrisa.
—Rectifico —la voz del castaño sonó unos tonos por debajo de lo que había
hablado hasta entonces—. No desconfíes de mí, no me acercaré a la sirena.
Jungkook tragó saliva pesada y miró a Yoongi de soslayo. Él estaba tan quieto e
inexpresivo como una estatua, sin embargo, sabía que era la primera vez que
escuchaba la palabra «sirena» en aquel asunto.
—Mejor, cuanto menos sepas de esta mierda, antes podrás escapar de todo esto
—soltó el castaño para el estupor de ambos.
—Jungkook —le detuvo, Yoongi giró la cabeza y clavó sus iris rotundamente sobre
el chico—. Te conozco desde hace años, ¿crees que soy tonto? Te pones
nervioso cada vez que te pregunto sobre el acuario, vas y vienes como un
fantasma, apenas hablas, ni siquiera me has contado qué es lo que estás
haciendo realmente allí —expresó con un tono que puso su vello de punta—. Pero
sé que te preocupa. La última vez que te vi así, tenías diecisiete.
—Pues yo, con nitidez —dijo el mayor—. Tú le dabas de comer todos los días.
Todos los malditos días. Te levantabas a las cinco y media de la mañana,
entrabas en la piscina con un frío insufrible y te quedabas allí hasta que se
acostumbró a tenerte en el agua.
—Yeun se despertó una madrugada y nos llamó a todos los que compartíamos
cabaña, te vimos sentado en el bordillo de la piscina, con el bañador puesto por
debajo del abrigo —contó Yoongi pausadamente, bajando la voz—. Ni siquiera
sabíamos cómo lo conseguiste, pero ese bichejo se abrió contigo.
—Supongo...
—Lo que quiero decir —Yoongi fue directo al punto más importante, le miró con
seriedad y un aura familiar—, es que... Jungkook... debes recuperarte de esto si le
liberamos. Puede que no vuelvas a verla, pero ya no puedes desaparecer, ni dejar
de lado al mundo. Eres adulto.
—Como sea —bufó Yoongi, inclinándose para agarrar la caja de cristal—. Pero no
me pidas que esté ahí, si no estás dispuesto a superarlo. Soy tonto, Jeon, pero no
un imbécil.
Hoseok abrió las puertas traseras del vehículo, y Jungkook saltó sobre el asfalto
para agarrar el borde de la caja que Yoongi comenzó a empujar. El castaño les
ayudó un poco, terminaron sacando el arcón con su ayuda y Jungkook y Yoongi lo
sujetaron por las asas.
—Cómo pesa esa cosa —exhaló Hoseok—. ¿Podréis sacarlo de ahí si lo llenáis
de agua?
—Sí.
Los chicos cargaron el cofre de cristal por el interior de la nave, Hoseok caminó a
unos pocos pasos por delante de ellos, con la linterna de su teléfono iluminando el
camino, y comprobando que el almacén de aprovisionamiento se encontraba
completamente vacío. En la intersección de puertas, Jungkook desbloqueó la
entrada al edificio. Pasaron al interior, sus pisadas resonaron en el suelo. Hoseok
estaba a punto de regresar sobre sus pasos para volver al párking, pero, a unos
metros, frente a la puerta bloqueada que daba paso a la zona privada,
vislumbraron a un tipo de seguridad con un uniforme negro y un walkie talkie en la
mano.
—Mierda —masculló el castaño.
Les indicó con un dedo que se posicionaran tras unas gruesas columnas y,
Jungkook y Yoongi soltaron el arcón en el suelo con un jadeo.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —murmuró Yoongi, con una fina capa de sudor bajo el
flequillo.
—Ese tipo sólo está dando vueltas afuera, no sabe lo que hay allí adentro —
expresó Hoseok, apoyándose en la columna con los brazos cruzados.
—Tendrás que distraerle, llevas un chaleco y una gorra del personal —Jungkook
le señaló con un dedo—. Yoongi y yo cargaremos con la caja, y entraremos en el
acuario.
Los tres dirigieron la cabeza a una puerta azul donde ponía «Limpieza». Yoongi la
empujó con una mano y encontró el resto de su disfraz de Halloween; nunca se
sintió tan inspirado como esa noche.
Instantes más tarde, Jungkook se pasó una mano por el cabello con nerviosismo.
Hoseok esperó a su lado tras una columna, asomando la cabeza para no perderse
su jugada.
—Eh, chaval —emitió el guardia—. ¿Se puede saber qué haces tú aquí?
Yoongi se detuvo en seco, levantó su gorra con un par de dedos y miró al guarda
de seguridad con una increíble perplejidad sacada de algún manual de actuación.
—Pero ke dise.
—Nene, eske se ma derramao el tanke de loh erizoh —expresó Yoongi con una
extraña voz—. No vea la ke sa liao.
—¿Disculpe?
—De verdad, ke necesito ke me ese una manilla. Mi arma, ke ehtá to' lleno agua
—ingenió Yoongi con mucho arte—. ¡Y pensá que aún soy becario y no me han
serrao el contrato, dio mío de mi vida!
—Mire, no se lo quería desí, pero, ¡se man escapao todoh loh erizoh! ¡Ayúdeme!
—¡Por aquí! —Yoongi salió disparado, con el tipo de seguridad pisando sus
talones—. ¡Tenga cuidao' que pinshan musho!
No sabía a dónde diablos llevarle, pero con sacarle de allí para que los otros dos
pasasen de largo, tenía suficiente. Jungkook y Hoseok se mantuvieron tras una de
las esquinas, observando sigilosamente y aguantándose la risa.
—Cómo rima, joder, parece el dios del rap —carcajeó Hoseok en voz baja.
Se agacharon para levantar el arcón, y Hoseok casi estuvo a punto de chillar por
el peso. Ambos cruzaron el pasillo, desbloquearon la puerta con la acreditación
secreta de Jungkook y pasaron al acuario.
—M-me voy a quedar sin brazos —se quejó Hoseok ahogadamente—. Esto pesa
u-una barbaridad..
Apenas eran las once y media de la noche en ese momento. Esa sería la última
vez en la que Jungkook pensaba pisar aquel maldito lugar. Hoseok tragó saliva y
contempló el lugar, girando sobre sí mismo. Dio unos pasos hacia el grueso cristal
que dejaba ver el enorme acuario. El fondo se encontraba repleto de plantaciones,
hermosas decoraciones de roca, coral y otros materiales, no obstante vacíos,
yermos de vida.
El ding del ascensor resonó en los oídos de los chicos. Jungkook y Hoseok
empujaron la caja hasta el cubículo, agradeciendo mentalmente que el espacio
fuese el suficiente como para que entrase horizontalmente.
—Sí, llénalo de agua —requirió Jungkook con calma—, hay una manguera en las
duchas, podrás rellenarlo desde fuera. Yo entraré a por Taehyung.
Jungkook asintió con más confianza, miró a Hoseok de soslayo, sintiendo algo de
lástima. Estaba seguro de que era un buen tipo, a pesar de que no le conociera
demasiado. El ascensor se abrió de manera natural en la planta, Hoseok entró a la
sala y agarró el borde del arcón mientras Jungkook empujaba. La dejaron frente a
la puerta de las duchas, Hoseok entró para enganchar la manguera, y Jungkook
desbloqueó la puerta que daba paso a la superficie del acuario.
La ráfaga de aroma salado golpeó sus mejillas cuando entró al acuario, caminó
sobre la arena con las deportivas, pantalón vaquero azul oscuro y sudadera
ancha, con capucha. A través del cristal que le concedía vistas directas al mar,
sólo pudo ver olas encrespadas, lluvia salpicando el grueso vidrio y el gruñido de
las nubes tronando en la letanía. La luz artificial iluminaba la estancia allí dentro,
como si fuera un paraíso totalmente ajeno. Jungkook se aproximó a la orilla,
pisando con las deportivas la arena húmeda. Se acuclilló frente al agua y mojó las
yemas en la frío agua.
En unos segundos más, el azabache siguió con los ojos la ondulación de una cola,
la llegada de una sombra silenciosa bajo el agua, aproximándose a la orilla.
Taehyung emergió del agua, con mechones azulados y trenzados bajo la diadema
desde la que colgaba su corazón de coral, más unos hermosos ojos que se
posaron sobre él. Parecía inquieto, tal vez un poco más nervioso de lo que el
pelinegro esperaba. Sus cejas estaban ligeramente inclinadas, a pesar de que sus
iris se iluminasen por volver a verle. Su rostro y hombros cubiertos de finas gotas
saladas que resbalaban sobre su piel.
—¿J-Jungkook? —titubeó.
La sirena extendió una mano y agarró la cálida y seca del humano. Piel contra
piel, a distinta temperatura. Jungkook estrechó levemente la suya.
Jungkook tenía suerte de estar en buena forma, ya que Taehyung pesaba fuera
del agua mucho más de lo que aparentaba. Dentro de ella podía moverse como la
criatura más ágil y desgarbada del océano, pero en el exterior, su cola celeste era
enorme y musculosa, y puede que se atribuyese más de la mitad de su peso.
Cuando el pelinegro se incorporó con la sirena en brazos, el agua goteó de sus
cuerpos y sus rostros se encontraron a unos centímetros del otro. Compartieron
una mirada significativa, un lazo íntimo e invisible, en silencio. Jungkook no pudo
evitar recordar cuáles fueron las últimas palabras que compartieron, su
«confesión», y la ingenuidad y sorpresa de los iris de Taehyung.
Para la sirena, era la primera vez que se encontraba fuera del agua de esa forma.
La última vez fue en una red que quemó su piel y escamas. Pero ahora se hallaba
sobre tierra, a voluntad, y en los brazos de alguien, que le miró y cargó con una
delicadeza como si fuera algo frágil. Taehyung se sintió tan extraño, tan cálido y
halagado, que volvió a presentir aquel pulso que durante varias noches seguidas
le hizo tanto daño. Sintió tanto pavor, que deseó que no se extendiese y escondió
la cabeza en el cuello de Jungkook como si fuera un refugio capaz de protegerle
de sus ojos marrones y vibrantes.
Los pasos del chico le dirigieron hacia la sala. La sirena apretó los párpados e
inhaló el singular aroma del humano. Para Taehyung, Jungkook siempre olía a sal,
siempre vestía un traje de neopreno y su temperatura era semejante (tal vez unos
centímetros por encima) a la del agua. Pero en esa ocasión había algo más; un
tenue perfume a salvia y madera, un olor herbal. Ropa seca contra su piel mojada,
brazos cálidos sujetándole firmemente. Un corazón caliente palpitando contra su
pecho, bajo la sudadera. Pensó que su latido era agradable, similar a ese pulso
que había escuchado en las ballenas blancas del Mar del Este, con las que cada
equinoccio jugaba.
Jungkook entró en la sala, le cargó hasta el arcón de cristal. Sus ojos estaban
entrecerrados, el aturdimiento que le provocaba Jungkook había amansado sus
sentidos, no obstante, su vello se erizó súbitamente y sus escamas se volvieron
puntiagudas por la presencia de una tercera persona. Un humano. Un
desconocido al que su instinto identificó. El recuerdo de la red clavándose y
marcando su piel regresó a él de una bofetada. Sus ojos se abrieron con un
extraordinario pavor, Taehyung irguió la cabeza, sus iris heterocromáticos se
posaron sobre el chico. Él. Él y el equipo de expedición que le atraparon.
Aquel día cobró vida ante sus ojos, sangre, salitre, y hojas punzantes arañándole
fuera del agua, para que permaneciese quieto. Para que agachase la cabeza
como una cría marina demasiado asustada para defenderse.
Una sensación fría y electrizante recorrió sus venas, elevando su adrenalina como
la espuma. Le odiaba. Odiaba a los humanos. Les odiaba más que a nada. Les
habían hecho daño, a él y a su nido. Taehyung se contrajo y saltó de los brazos de
Jungkook con un bufido. Al joven casi se le escurrió de los brazos, su fuerza le
hizo caer hacia atrás. Los dientes de Taehyung se volvieron púas, sus globos
oculares tan negros como la noche, sus finas uñas se curvaron como una feroz
bestia.
—P-por favor... —jadeó Jungkook lentamente—. Taehyung... Tae, soy yo, ¿de
acuerdo? Sigo siendo yo...
Taehyung se volvió silencioso, sus colmillos asomaban por debajo de sus labios
como los de un felino confundido. Le miraba fijamente, como si estuviese
escuchando un insólito mantra.
Se aproximó un poco más a la sirena, ella percibió la cálida aura humana y mortal
del chico. Los ojos de Taehyung abandonaron paulatinamente el negro oscuro que
preponderaba en sus globos oculares, sus iris dilatados yacieron sobre Jungkook,
su cuerpo retrocedió reptando sobre el suelo, golpeando con la cola levemente
con una señal de nerviosismo.
Taehyung le miró en tensión, alzando un muro invisible entre ellos que renegaba
su contacto. Sus pupilas dilatadas fueron de soslayo hasta Hoseok, quien había
logrado incorporarse hasta quedar sentado, e intentaba anudar el profundo
mordisco en su brazo con una pequeña toalla.
—Eh, no pasa nada —dijo en voz baja—. Estoy aquí, no me voy a ningún lado.
Estaba a punto de lanzarles por qué diablos se tardaban tanto, pero cuando vio la
escenita, ni siquiera pudo juntar las suficientes palabras.
—P-pero, ¿qué...?
Hoseok exhaló una sonrisa débil, por la pérdida de sangre y el efecto del
mordisco.
Yoongi señaló con un dedo pulgar hacia atrás y sostuvo el walkie talkie del tipo en
su mano derecha.
Jungkook apretó los párpados cuando Yoongi pulsó el botoncito, una pegadiza
melodía comenzó a sonar en la silenciosa sala.
—C-creo que tenemos poco tiempo para salir de aquí —expresó Hoseok con voz
ronca—. A-a no ser que... queráis que los cuatro acabemos en una pecera de un
metro cuadrado...
—Joder, dime que esto no es como en The Walking Dead —masculló Yoongi—.
¿Te vas a convertir en una sirena?
—Lo dudo, p-pero sí voy a comenzar a alucinar cosas dentro de unos minutos —
jadeó el joven con una sonrisa, como si no tuviera mayor importancia—, a-así que
será mejor que salgamos de aquí antes de que comience a gritar que tu cara es
como la de un pulpo.
—Por el amor de dios —se quejó Yoongi—, nadie me dijo que l-las sirenas
estaban hechas de cemento. Aunque claro, tampoco me dijeron que existían fuera
de los cuentos.
Jungkook se apartó el sudor de la frente con una manga, una tenue llovizna
golpeó contra el cristal de la caja. Él se acuclillo jadeante y posó una mano sobre
la cubierta.
La sirena asintió con la cabeza, sus ojos se encontraban muy abiertos, con una
mezcla ambivalente de curiosidad y cierto temor por encontrase lejos de su zona
de confort. El cielo estaba grisáceo, las nubes compactas se fraccionaban por la
lluvia y un fuerte trueno resonó sobre sus cabezas, volviendo más densas las
gotas que se derramaban desde el cielo.
Jungkook percibió que algo no iba del todo bien cuando Hoseok tardó tanto en
desbloquear las puertas del vehículo. Él giró la cabeza y le vio desplomarse contra
el cristal, jadeando con esfuerzo y un extraño rostro repentinamente enfermizo.
—¿Hoseok?
El pelinegro fue hasta él, con Yoongi pisando sus talones bajo la lluvia. Jungkook
agarró la llave del coche, que casi se escurría entre los dedos de un Hoseok
indispuesto.
—Siéntate de copiloto, tío —le aconsejó Yoongi a Hoseok, dejándole una tenue
palmadita en la espalda—. Tu cara está horrible, en serio.
Hoseok rodeó el coche con debilidad, abrió la puerta de copiloto y se dejó caer en
el asiento. Ni siquiera tuvo fuerza para ponerse el cinturón de seguridad tras cerrar
su puerta, mientras los otros dos abrían el compartimento trasero y metían el
arcón con la sirena adentro.
Jungkook se quedó en la parte de atrás cuando Yoongi salió, cerró las puertas y
se sentó junto al arcón. Yoongi dio la vuelta a la furgoneta rápidamente y entró en
el auto, sentándose de piloto. Introdujo las llaves y prendió el motor que resonó en
mitad del silencioso párking bajo una lluvia que comenzaba a volverse densa.
Yoongi siguió sus indicaciones, salió del recinto turístico y el acuario de Geoje
quedó a sus espaldas en menos de un minuto.
—¿Tienes frío?
Taehyung asintió y abrazó sus propios brazos húmedos. Otra vez, «aquella
sensación». Como un tirón en su pecho, dolor de escamas y miedo. Mucho miedo.
—Jungkook, no puedo manejar hasta la costa ahora —la voz de Yoongi le alcanzó
desde la parte delantera—; hay tormenta y Hoseok está empezando a decir cosas
muy raras.
Otro trueno resonó sobre ellos, iluminando la oscura carretera de asfalto bajo la
lluvia.
Taehyung no dijo ni media palabra, pero gimió cuando Jungkook le tocó con una
mano cálida de dedos fríos.
—¿Es por el agua dulce? —dudó Jungkook, sin saber muy bien que pensar.
Taehyung negó con la cabeza, se agarró al borde retorciéndose. El agua del arcón
se derramó por su movimiento sumado al giro de volante de Yoongi.
La sirena apretó los párpados, sintió una fuerte náusea que estranguló su
garganta. Pensó que estaba ahogándose por el aire, pero tal vez era el agua.
Quizá no era nada. ¿Sus pulmones estaba tratando de funcionar?
—¡Tae! —Jungkook levantó su voz, posó las manos en el borde del arcón,
mirándole muy asustado.
Los iris del humano comprobaron el agua, introdujo una mano; estaba fría, una
temperatura normal.
—Hoseok —requirió la atención del castaño—. ¿El agua dulce le hace daño a las
sirenas?
Hoseok estaba demasiado enfermo a esas alturas como para poder responderle,
se escurrió levemente sobre el asiento, con los ojos entreabiertos, dejándose
llevar por los suaves movimientos de la conducción temeraria de Yoongi.
Yoongi negó con la cabeza, pegó otro volantazo que casi movió la caja de cristal.
La cabeza de Hoseok rozó su brazo derecho mientas conducía.
—E-el agua dulce no les hace daño... s-sigue siendo agua... —musitó Hoseok
desde su asiento, sudoroso y débil.
El piloto salió disparado del auto sin cerrar la puerta, y no tardó más de unos
segundos en abrir el compartimento trasero, para ayudar a Jungkook a cargar a la
sirena. No se molestaron en sacar el arcón de cristal, bajo la furiosa tormenta
sacando su cuerpo inanimado y se dirigieron hacia la puerta de la casa.
—Está ardiendo —jadeó Yoongi, dejó su cola sobre el suelo para desbloquear la
puerta, y seguidamente pasaron.
De repente, abrió los ojos rojizos, empañados como el cristal, de dolorosos globos
oculares. Jungkook sintió un miedo que le recorrió su espina dorsal. Taehyung
comenzó a respirar con un sonido dificultoso y enfermizo.
Jungkook pensó que su temperatura era demasiado elevada como para sentirlo,
sin embargo, la siguiente pregunta de Taehyung le partió el corazón.
La fría agua caló hasta sus huesos, pero la intensa temperatura de la sirena actuó
sobre su ropa en un extraño contraste.
«No sabía por qué estaba sucediendo eso, pero no iba a dejarle ir», se dijo
Jungkook. «No pensaba dejar que tuviese miedo».
Yoongi dejó que Hoseok se derrumbara sobre el sofá, sin demorarse regresó al
cuarto de baño y se detuvo en el marco de la puerta, encontrándole.
«Sabía que haría algo así», pensó Yoongi con pesar. «Igual que con aquel maldito
delfín».
—No tengas miedo —murmuró Jungkook, estrechando a la sirena—. Todo va a
salir bien. Estoy aquí, contigo.
—Jungkook, por favor, sal del agua —repitió Yoongi—. Esto no puede ser bueno,
¡está...!
Jungkook apretó con más fuerza a Taehyung, sin soltarle. No pensaba moverse.
No le importaba morir con él, allí mismo.
—Dios, ¡no! —jadeó Yoongi, alejándose unos pasos—. No puedo ver esto, n-no
puedo...
Nunca había visto a alguien aferrarse así a algo; acababa de conocer a Jungkook,
pero le dolía verle de esa forma, contemplando como su corazón era destrozado
de una manera tan macabra. Sin embargo, Taehyung dejó de sufrir. No volvió a
sentir nada más. Ningún dolor.
Respiró plácidamente, con los pulmones doloridos y entre los brazos de alguien
más. El oxígeno manteniéndole con vida, el agua fría envolviendo su cuerpo
desnudo, y unas lejanas voces que no pudo reconocer en la distancia.
Miró sus propias manos: estaban secas, los dedos carecían de membranas. Eran
distintas. ¿Ese también era su cabello seco? Por la forma de deslizarse entre sus
yemas, pensó que parecía sedoso. Pero comenzó a asustarse por no vislumbrar
ninguna fuente de agua cerca; sin su elemento, moriría. Las sirenas siempre
sufrían una rápida deshidratación.
Cuando se giró hacia el otro lado con nerviosismo, se topó con Jungkook. Él se
encontraba sentado en una silla, con los brazos apoyados sobre el colchón y la
cabeza recostada sobre estos. Una de sus mejillas estaba aplastada, sus
rasgados ojos cerrados y cubiertos por pestañas negras.
—¿Tae?
Jungkook clavó los codos en la colcha y atrapó sus manos, atrayendo su atención.
—Eh, Tae, tranquilo —le dijo con suavidad—. Estás en mi dormitorio, no pasa
nada.
Taehyung siguió sus indicaciones lentamente, con los ojos empañados. Jungkook
notó el temblor de sus dedos bajo su agarre, debía estar muy asustado. Pero fue
aún peor cuando Taehyung vio que la sábana se había apartado por su previo
movimiento, dejando a la vista un par de extremidades que nunca antes había
visto. Cuando no pudo ver su cola azul, sintió tanto pánico que se inclinó hacia
Jungkook para refugiarse en él.
Jungkook le meció un instante, pasando una cálida mano por su espalda. El chico
se agarró con unos fuertes dedos a su grisácea y cálida sudadera, enterrando su
nariz junto a la nuez de su cuello.
Taehyung derramó unas cuantas lágrimas casi ahogándose, Jungkook las apartó,
su brillo seguía pareciendo mágico. Sujetó su mentón y le obligó a que volviese a
mirarle a los ojos.
—Inspira por la nariz, así —él inhaló profundamente, mostrándole cómo debía
hacerlo—. Después, exhala —continuó soplando entre sus labios.
Tras unos segundos, Taehyung volvió a tomar el control de su respiración, con las
pestañas húmedas.
La sirena llevó las yemas a ese lugar y detectó las ranuras de su piel. Por suerte,
sus branquias no parecían haberse marchado, era la única zona donde algunas de
sus escamas celestes persistían, recubriéndolo. Jungkook pensó en que tal vez
podía ocultarlo si utilizaba cuellos altos, el cuello de una sudadera o pañuelos.
—¿Y si dejo de respirar? —dudó Taehyung puerilmente.
Taehyung volvió a mirar sus piernas flexionadas, apretó los párpados y sacudió la
cabeza, desviando su mirada. Era demasiado extraño ver aquello allí, en lugar de
su poderosa cola.
—¿Por qué me pasa esto? —se quejó como un crío a punto de romper a llorar de
nuevo—. N-no quiero tener piernas, q-quiero volver al agua.
Hoseok aún tenía fiebre, pero un par de paños húmedos en su frente y cuello le
ayudó a pasar la noche sin complicaciones. Yoongi preparó una sopa caliente
para los tres, pero Jungkook descartó calentar su estómago y regresó a su
dormitorio para cerciorarse de que Taehyung seguía inconsciente.
—¿Mhn?
Su músculo gemelo era suave, tenía una forma voluminosa y delgada. Jungkook
detuvo las yemas en las rodillas, deslizó una mano por la corva cuidadosamente y
sujetó su pierna, toqueteando el menisco con los dedos de la mano contraria.
Estaba en perfectas condiciones.
—¿Oh?
—S-sigo sin entender por qué tienen que ser dos, creo que con manejar una
pierna ya tengo suficiente —argumentó Taehyung bien molesto, cruzándose de
brazos con el ceño remarcado—. El ser humano y sus excesos.
Jungkook levantó su mirada, con media sonrisa dibujada sobre sus labios. Sus
piernas parecían completamente funcionales, humanas. Tersas y sin marcas, sin
vello, de un tono como la canela suave o la arena tostada de la playa que tanto le
gustaba. Su muslo era absurdamente suave, él ralentizó la caricia de sus yemas
calientes, encontrando cierto agrado en su ascensión, por un instante. De repente,
Jungkook se sintió perturbado y apartó su mano del muslo. Se humedeció los
labios advirtiendo que había estado conteniendo su aliento unos segundos, ¿es
que estaba mal de la cabeza? ¿a qué venía lo de sentirse tan nublado?
Sus pupilas regresaron a las de Taehyung, él le miraba atento, pero sin identificar
las mejillas sonrosadas del azabache. Sus globos oculares se encontraban un
poco enrojecidos por haber llorado, pero mantenía los iris heterocromáticos, con
una mezcla entre el azul y rosa coral. El resto de su piel, tanto su rostro como sus
brazos, habían perdido ese destello salpicado por purpurina del mar y
resplandecientes escamas de tonos zafiros. Su cabello también había dejado de
ser azul, tornándose en un rubio dorado.
—¿E-es cuestión de vida o muerte? —le devolvió como si fuera un bebé asustado.
Jungkook exhaló una sonrisa más relajada, se inclinó levemente y le animó para
que lo intentara como si fuera un niño pequeño.
—¡No soy un bebé, Jeon Jungkook! —inquirió la sirena con un esporádico orgullo.
El azabache arqueó una ceja. «Ya, eso estaba por verse», ironizó en su mente.
Taehyung le miró enfurruñado, «¿cómo se supone que iba a saber cómo hacer
eso?».
No obstante, Jungkook le ayudó a incorporarse lentamente, las piernas del rubio
se tambalearon, pero logró mantenerse estático, inmóvil por unos segundos.
—¿Qu-qué pasa?
—¡No soy diminuto! —chirrió Taehyung mostrándole unos colmillitos bajo esos
centímetros de diferencia—. Es más, soy mayor que tú.
—Ah, ¿sí? —Jungkook le miró con escepticismo—. ¿Cuántos años se supone que
debes tener?
Él retrocedió unos pasos y tiró de sus manos gentilmente para que caminase.
Con apenas dos pasos las rodillas de Taehyung se flexionaron, estuvo a punto de
caerse de bruces. Jungkook reaccionó rápidamente, sujetándole con un brazo que
rodeó su cintura y el otro por sus hombros.
Jungkook se rio levemente, trató de sujetarle con los brazos para que no se
escurriera hasta el suelo.
—Oye, ¿no está muy alto esto? —escuchó la vocecilla del chico.
—S-supongo.
—Oh, vaya, ¡ahora va mucho más rápido! —emitió la sirena en voz alta—. ¡Qué
guay!
En unos difíciles pasos más, Taehyung llegó al borde de la cama y se sentó como
un buen chico.
—Q-qué.
—¿Huh? —Tae le miró ingenuamente, percibiendo una aguda sensación física
que jamás le asaltó antes.
Jungkook arqueó una ceja, frotó su propia nariz con el dorso de su mano,
adivinando ágilmente de qué se trataba.
—¿Por qué no me has dicho que tienes hambre, sirena patosa? —formuló
Jungkook afectivamente.
—Se ha roto, mira la pantalla —expuso con voz rasposa, el resplandor del teléfono
fluctuó unos segundos, hasta apagarse por completo—. Y murió.
—Está bien, no importa —suspiró exhausto—. Supongo que Jin habrá llamado a
Jungkook; ¿aún no ha bajado del dormitorio?
—Hmnh.
Jungkook sostuvo sus muñecas para apartar sus manos, le miró con el ceño
fruncido.
—Dijiste que era eso dentro del agua —replicó el azabache en voz baja.
—Ah, dios, casi lo había olvidado —se maldijo, rebuscando velozmente en sus
bolsillos—. Dame un minuto.
—Por el amor de dios, Jungkook —farfulló al otro lado de la línea con una voz muy
tensa—. ¡Anoche casi me dio un infarto!
El pelinegro enmudeció. No sabía muy bien por qué, pero su lengua se enrolló
sobre sí misma, presintiendo una clara oposición a contarle la verdad.
«Está con nosotros», era una respuesta demasiado directa. Les dejaría
desarmados y en evidencia. Además, después de creer que la noche de antes
perdería a Taehyung de dos formas muy distintas (primero por liberarle, y
después, creyendo que moriría), no pudo evitar sentirse un poco protector.
—Si no hubiera sido por ti, nunca hubiese comprendido que esto estaba llegando
demasiado lejos —confesó Seokjin en voz baja, seguidamente aclaró su
garganta—. Escúchame, sé que desprecias a la gente con demasiado poder como
Kim Namjoon. Pero gracias por ayudarme, Jungkook.
—Hablaré con Hoseok más tarde —prosiguió Seokjin—. Dile que se ponga en
contacto conmigo, por favor.
—Por supuesto.
Seokjin le dijo que se pondría con él en contacto más tarde, cuando Kim Namjoon
necesitase pruebas de su coartada (sólo debía pasarle unas fotografías de los
billetes de la exhibición a la que supuestamente asistió la noche de antes), la
llamada se cortó poco después de su despedida. El pelinegro apretó el teléfono
entre los dedos, sintiéndose ruin.
—Mierda —murmuró.
—¿Q-qué...? ¡Oh!
«Cincuenta puntos menos para Jeon Jungkook en la escala del romance», se dijo
Yoongi, apartando rápidamente el tema.
—Oye, no creo que a las sirenas les llame demasiado la carne —dijo Hoseok
apareciendo tras el chico. Yoongi le miró como si fuera a golpearle con la sartén—
. Q-quiero decir, a mí me apetece. Pero sólo si hay patatas.
Taehyung le esperó sentado, mientras los otros dos se largaban al sofá para
devorar su almuerzo. Jungkook tomó un puñado de pasta que hirvió frente a él,
cortó un tomate, utilizó varias cucharadas de maíz, aceitunas negras y aceite. En
último lugar, agregó varias tiras de pollo que cortó con unas tijeras en dados. Le
sirvió un buen plato de pasta fría a Taehyung, acercándoselo sobre la isla de la
cocina, observando su rostro.
—¿Pasta?
Jungkook apoyó los codos y le miró de frente, en lo que el rubio procedía a probar
su plato tras una corrección sobre cómo debía tomar el cubierto con la mano.
—Se hace con una masa creada por harina, agua y sal —comentó Jungkook
distraídamente.
—Sí, tiene tentáculos —se burló Yoongi cruelmente—. ¿Nunca los has visto? Son
geniales.
«Sí, esa era la sirena que conocía; a veces adorable, y otras veces daba miedo».
—No, sólo cuando tu boca se llena de dientes como un tiburón —soltó Yoongi,
dándole una fuerte palmada en la espalda a Hoseok—. Este de aquí, puede
confirmarlo.
El pelinegro le miró con un titubeo, asintió en voz baja y se mostró algo reflexivo
antes de expresarse.
«Si era el sitio donde guardaba sus pequeñas colecciones, necesitaba verlas», se
dijo. Sus iris se posaron sobre una estantería llena de libros científicos, la mayoría
universitarios. Aunque claro, Tae no sabía qué diantres era la universidad. Le
llamó mucho la atención el resplandor de las bombillitas que colgaban de las
paredes, con fotografías, decoraciones marinas y un cuadro de tapiz. Sobre la
mesita de noche, atisbó un par de objetos brillantes.
Dejó la prenda sin doblar sobre la silla, y cuando se movió hasta la estantería, se
tambaleó un poco, pero ganó una mayor confianza en sí mismo. Era divertido
estar allí, husmear las pertenencias de Jungkook y estar en la casa de unos
humanos.
Sin embargo, el sonido de una tenue y esporádica lluvia atrajo su mirada hacia la
ventana. No se había interesado hasta entonces, pero las vistas de su ventana
daban a una extensa playa vacía, llena de hierbajos verdosos, zonas de arenas
blanca y pura, así como otras de tierra. Y al fondo, el mar. Pequeñas olas
encrespadas y de un tono oscuro, marino, bajo la suave lluvia que se derramaba.
«El mar», suspiró su ser sediento de agua salada. «¿Había perdido realmente su
cola? Y, ¿qué había sido de su poder?».
En el piso de abajo, justo en el salón, Jungkook regresó de la calle tras mover la
furgoneta a su garaje y sacar el arcón de cristal del compartimento trasero con la
ayuda de Yoongi. Cuando tuvieron todo organizado, se sentó frente a Hoseok para
hablar con él, mientras su compañero de piso sacaba un botellín de cerveza
helada de la nevera.
—No puedes estar diciéndome que planeas que le oculte a Jin el paradero de la
sirena —Hoseok apoyó la espalda en el respaldo del sofá, cruzándose de brazos.
—Es lo más seguro para todos —razonó Jungkook—, si esa información se filtra
hasta Kim...
—Cuidaré de él.
—Pero, jamás pensé que las sirenas pudiesen desarrollar piernas, y, aun así...
—Dime una cosa, Jeon —dijo Hoseok de repente—. Te importa de verdad, ¿no es
así? ¿sabes que su raza está en peligro de extinción? Cada vez son menos, y las
cazas furtivas son más duras que nunca. Sus hermanas estarán furiosas por
perderle, y los borrachos que trabajan en los puertos cuentan que las noches de
tormenta, criaturas de las profundidades emergen para hacerse pasar por
humanos.
—Mira, si alguien tuviera que ser la Úrsula de este cuento, el tipo ese, Kim, tiene
todas las papeletas —refunfuñó Yoongi—. A mí no me engañas.
—No lo hago —el castaño se desplazó entre ambos jóvenes—. Tengo que
marcharme. Debo encargarme de mis propios asuntos, como, por ejemplo, salir de
esta isla antes de que el Kraken nos trague, o que Namjoon averigüe que yo tengo
algo que ver con lo de anoche —expresó con serenidad, seguidamente se dirigió a
Jungkook—. Estaremos en contacto.
—Yoon, eres consciente de que nadie nos contrató, ¿verdad? —dijo Jungkook en
voz baja—. Ni siquiera yo tenía un contrato cuando cuidaba de Taehyung en el
acuario.
Yoongi alzó el puño para que su amigo lo chocara, el más joven lo hizo con cierta
desorientación.
—Y, ¡boom! El rey de la improvisación —manifestó Yoongi deslenguadamente—.
Reconócelo, no hubieras sobrevivido a estas últimas veinticuatro horas de no ser
por mí. Soy tu as en la manga.
—No exageres.