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Blue Tail ⋆ Kookv [Chispasrojas]

Cuando le conoció, supo que su corazón estaba perdido; sus ojos eran salvajes e
irreales. Su piel, como la fina y brillante arena bajo la espuma de verano. Un
cabello comparable a la costa de la mar turquesa de la que no pudo despegar sus
iris sin sentirse asfixiado.Sí, una sirena. De corazón frío y hermosas escamas
como diamantes engarzados bajo la orilla de su piel tostada. Una auténtica joya de
cola azul arrancada del Mar del Este, sola, furiosa y encerrada en una fría cárcel
de cristal.

⋆ Escrito por Chispasrojas / Beatriz Ruiz Sánchez

⋆ Kookv (principal) / Yoonmin (secundario)

⋆ Sirenas, romance, magia

⋆ No se permiten copias, adaptaciones o derivadas.

⋆ No se conceden permisos de ningún tipo


Capítulo 01
Capítulo 1. Cola azul

Centro de Protección de Animales Marinos, Isla de Geoje.

—Ssshh, ya casi está, pequeña —murmuró Jungkook.

Sus dedos se deslizaron cuidadosamente sobre la fina y escurridiza piel de la


foca, que sujetaba con ayuda de su compañero. Su equipo médico para animales
acuáticos reposaba justo en el borde calizo de la piscina en la que se encontraban
sumergidos. Jungkook se hizo cargo de limpiar la piel del mamífero, comprobar
que no hubiese ningún resto metálico clavado en la zona, y tratarla como un buen
veterinario marino.

—Doy gracias a que este bicho no mide más de metro y medio —masculló Yoongi
entre dientes—. ¡Cómo me ha costado pillarte, foca insufrible!

—Chst, calla —el más joven agitó un spray de sutura por encima de la herida del
animal, sellando finalmente sus arañazos—. Estaba lastimada, ¿cómo quieres que
reaccionara cuando nos vio acercarnos?

La foca se movió alegremente entre sus brazos.

—Cicatrizarás bien, ya verás —le habló Jungkook al mamífero.

—Casi se hace más daño ella solita, que tú y yo tratando de sacarla de esa valla
metálica —mencionó el pelinegro, dejando seguidamente unas palmaditas sobre
el lomo de la criatura, como aliento—. ¿Estás mejor ya, tragapescao? Menudo
festín te vas a pegar hoy, ¡caraerizo!

—Hyung, es un pinnípedo —prosiguió el más joven, omitiendo la estupidez de su


compañero.—. Está en su naturaleza huir de los... ¡oh!

Yoongi parpadeó, mientras la sonrisa de su compañero se ensanchaba


ampliamente como si acabase de discernir algo.

—¿Un qué? —repitió Yoongi desorientado.

—Pero si es una hembra —exhaló el segundo—. ¿Cómo no me había dado


cuenta antes? ¡Coochie, coochie, coo!

Jungkook se esforzó en hacerle unas cuantas monerías a la foca, la cual se


mantuvo con una excelente cara de póker.
—Ojalá te esforzases tanto con todas las hembras, porque... vaya —ironizó su
amigo.

Los dos soltaron cuidadosamente a la criatura, la cual se deslizó con una


sorprendente agilidad en el agua limpia y cristalina de la piscina, hasta
desaparecer de su vista.

—¡Adiós, Claudette! —se despidió Yoongi.

Jungkook le miró de soslayo, bufó una carcajada y negó con la cabeza.

—Eres un idiota —reconoció abiertamente—. ¿Quieres dejar de hablarle como si


entendiera algo? Y, ¿qué nombre es ese?

—Disculpa, ¿acabas de meterte con su nuevo nombre? —se mofó Yoongi en tono
grave—. Ay qué ver, qué maleducados son hoy en día estos jóvenes. Está bien,
se llamará Axel. Es un nombre sexy; Axel.

—Suena a desodorante —pensó Jungkook en voz alta.

Él y su compañero de trabajo, antiguo camarada de la universidad, y con certeza,


único amigo sin interés platónico, salieron de la piscina por la escalerilla metálica
dando por finalizada su jornada laboral como voluntarios de la Protectora de
Animales Acuáticos de la isla.

El día era soleado, sofocante, y el sol pegaba verticalmente sobre sus cabezas. La
temperatura de julio se había recalentado hasta el punto de que el mono de
neopreno pareciese un condenado traje de terciopelo. Salir del contacto directo del
refrescante agua les produjo un bochorno considerable. Yoongi agarró su toalla y
se secó la cabeza, sacudiendo su cabello bajo la sombrilla. Jungkook tardó un
instante en seguirle, portando el kit de primeros auxilios clínicos para mamíferos
que dejó junto al poste.

Leslie, la joven encargada de la Protectora de Animales Acuáticos, se aproximó al


dúo para felicitarles por su buen trabajo.

—¿Cómo está Claudette? —formuló la chica.

Jungkook frunció el ceño fugazmente.


—Genial —contestó Yoongi en su lugar—. No sabes cómo se mueve debajo del
agua. ¡Qué tiburón!

—Está controlado. Creo que podréis soltarla en veinticuatro horas —le informó
Jungkook.

Ella levantó el pulgar positivamente y esbozó una sonrisita.

—¡Maravilloso, chicos!

Yoongi se inclinó con disimulo junto al oído del azabache.

—En realidad, me refería a ti, tiburón blanco —murmuró a su compañero en tono


de guasa.

El pelinegro puso los ojos en blanco.

—Debo agradeceros vuestra intervención —prosiguió Leslie amablemente—. No


pensábamos que pudiéramos rescatarla. Pero, habéis sido tan eficientes... como
siempre, no me cabe duda.

Jungkook tiró de la cremallera de su neopreno situada en el cuello y descendió


lentamente, abriéndolo hasta el ombligo. Reveló parte de sus abdominales,
sacando sus brazos con bíceps marcados de las estrechas mangas.

—Menudo calor hace, ¿no? —resopló sacudiendo su cabello azabache.

A Leslie casi se le desencajó la mandíbula. Jeon Jungkook era el tipo de joven


biólogo, veterinario, soltero y de sonrisa increíblemente fresca, al que todo el
mundo le echaba el ojo en la isla. Sin embargo, no parecía tener muy en cuenta
muchos de sus «dones naturales».

Yoongi le miró de soslayo, con un claro «no te aguanto, mocoso».

—S-sí que hace, sí —valoró Leslie con un leve carraspeo—. B-bueno, ¿puedo
invitaros a tomar algo? Habéis hecho un gran esfuerzo, os felicito.

—Está bien, ya nos íbamos, Les —respondió Jungkook, echándose una toalla al
hombro.

—No sabéis todo el trabajo que nos habéis ahorrado este verano, y ni siquiera os
hemos hecho ni un pago —añadió la joven, arrastrando sus ojos castaños entre
ambos—. El equipo me ha preguntado varias veces por ti, Jungkook-ssi.

—¿Hmnh? —dudó el chico.

Yoongi abrió la boca en forma de canuto.

—¿Estás seguro de que no quieres volver a pensar lo de tu contratación? —


insistió Leslie—. Creo que encajarías muy bien con nuestr-

—Oh, no. No —renegó rápidamente el azabache, buscándose su peor excusa—.


Ohmn, estoy, eh, trabajando en otro lugar, y... uh, Yoon también está muy
ocupado, ¿no es así? ¿Yoon?

Yoongi y él se miraron fijamente.


—¿Eh? —emitió su amigo, frunciendo levemente el ceño—. Pero si llevas
semanas rechazando tu oportunidad con los del Arrecife Turques-

Jungkook le pegó un discreto codazo en las costillas que le obligó a reconsiderar


sus palabras.

—¡Oh, sí! —teatralizó Min Yoongi—. ¡Ocupados, ocupados noche y día!

—Estamos de mudanza —resolvió Jungkook con agilidad—. Además, apenas


llevamos un mes en la isla. Todavía estamos recolocando nuestras pertenencias.

—Hmnh, entiendo —sonrió Leslie—. Ya veo. Si necesitáis a alguien para conocer


mejor Geoje, no dudéis en levantar el teléfono, ¿de acuerdo? Conozco un
restaurante excelente para tomar unos calamares en salsa.

—¿Calamares? —pronunció Jungkook con la voz ronca y una reservada muesca


de asco—. Huh.

—Encantados. Iremos de cabeza. Mañana te mando un Whatsapp —rescató


Yoongi con maestría.

Jungkook le perforó con una mirada asesina.

—Oh, e-eh, mejor cuando acabemos... la mudanza, sí, claro —solucionó el mayor
a tiempo.

No mucho después, los dos se marcharon del recinto de la Protectora de Animales


cargando con un par de mochilas deportivas, sandalias húmedas, y la puesta de
sol en el horizonte.

—¿Qué rayos te pasa? —gruñó Yoongi caminando a un lado de su amigo, con las
manos guardadas en los bolsillos del pantalón corto—. Últimamente, percibo que
estás autosaboteando tu vida social.

Jungkook se encogió de brazos e ignoró su pregunta.

—¿No quieres calamares? Bien, ¿una cerveza? —insistió Yoongi—. ¿Qué hay de,
no sé, un contrato de trabajo que pague el alquiler de nuestra casa?
—No necesito dinero —declaró cabizbajo.

—Huh, ya veo. Tanta agua te ha dejado el cerebro como una sopa —bufó el
pelinegro.

Jungkook arqueó una ceja.

—¡Oh, ya sé! Estás en esa fase, ya sabes —se aventuró a decir Yoongi—; quieres
ser vegano.

—¿Vegano? Qué va —repitió Jungkook, desviando la mirada.

—¿Vas de Bob Esponja? —continuó el otro—. Confiésalo. No sabía que te


gustaban las estrellas de mar en la cama.

—¿Quieres salir con ella? Si te gusta, díselo —valoró el azabache con frialdad—.
Es amable. Aceptará.

Yoongi se interpuso en su camino, señalándole con un dedo acusatorio.

—Eh, eh, ¡no me gusta! —declaró bastamente—. Pero nunca se rechazan unos
calamares en la costa de Geoje, chaval. Y, por cierto, tú eres el que le gusta a ella
—añadió con voz aguda—. Por si no te habías dado cuenta, cerebro de mosquito.

—Huh, perdone usted, señor del calamar —ironizó Jungkook con malas pulgas—.
¿Le ha ofendido que rechace la oferta, Min Calamardo?

Yoongi soltó una carcajada silenciosa.

—Payaso —pronunció.

Retomaron el paso en dirección a la parada de autobuses, y Jungkook se mostró


algo más serio durante los siguientes segundos.

—Son cosas de trabajo, nada más, hyung-nim —suspiró con sinceridad.

Yoongi se quedó en silencio. Sus hombros se chocaron amistosamente mientras


caminaban y no tuvo más remedio que compadecerse de ellos mismos.

«Eran demasiado asociales como para interesarse por alguien más que no fueran
sus traseros», pensó el mayor. «Jóvenes, guapos, solitarios. Quizá lo de guapo
sólo era para su amigo. Pero a Jungkook no parecía que hubiese nada que le
interesase más que un arrecife de coral».

Yoongi extendió una mano y la posó en el hombro del más joven. Le detuvo en
mitad de la calle de nuevo, con un rostro circunspecto y un tono muy distinto al
que aquel día había estado utilizando.
—Oye, creo que deberías aceptar el trabajo, Kook —le aconsejó—. Te llaman casi
a diario, y eres bueno en lo que haces. Te he visto, y te veo, desde que eras
pequeño. Hazme caso, se te dan bien estas cosas. Es como si hubieras nacido
para...

—Lo sé, hyung, es sólo que... aún tengo algunas ofertas más que contemplar —
intervino Jungkook pausadamente—. Quiero elegir bien. Necesito sentirme tan
cómodo como en Busan.

—Ya fuiste veterinario el año pasado —evocó Yoongi, con una leve sonrisa—. Eso
es lo tuyo, ¿no? Piénsalo.

Jungkook asintió decididamente. Yoongi ladeó la cabeza, suspiró y desvió sus iris
castaños oscuros antes de reanudar el paso.

—Eres la persona más testaruda que conozco —dijo en voz baja—. Cabeza
rellena de cemento, ese eres tú.

Jungkook le siguió con una sonrisita.

—Será que he aprendido del cabeza más dura de todo Corea —respondió el joven
con diversión.

Yoongi reprimió su sonrisa. Sabía que tenía razón, por lo que prefirió cerrar la
boca y no volver a insistir con el tema.

«Eso era lo bueno de Min Yoongi», pensó Jungkook. «No le presionaba


demasiado».

Los dos se conocían lo suficiente como para meter las narices en los asuntos del
otro, pero sin inmiscuirse de forma directa. Era una relación beneficiosa. Compartir
piso con él nunca había sido tan malo como sus antiguos compañeros de la
facultad hablaban de otros. Yoongi era solitario y silencioso, como Jungkook. No
se metía en la vida de los demás, no le gustaban demasiado las redes sociales, y
tampoco contaba demasiado lo suyo a no ser que le preguntasen (e incluso
entonces).

Los dos se sentían cómodos con eso. Eran tal para cual. Y si realmente
compartían algo, era su pasión y afición por el mar. A esas alturas, Jungkook con
veintitrés años, y Yoongi con veinticinco, también colaboraban en su trabajo. Sus
talentos eran algo diversos, Jungkook siempre se decantó por su carisma natural y
mano clínica en lo relacionado a los seres vivos, mientras que Yoongi era más de
terrenos subacuáticos, extracciones de materiales y equipos de buzo. ¿Quién les
hubiera dicho con dieciséis años, que llegarían a formar tan buen equipo?
Tras un breve paseo que se extendió en un cómodo silencio, se detuvieron en la
habitual parada de autobús con las mochilas cargadas a sus espaldas, y una bolsa
con sus monos de neopreno húmedos. Tomaron el trasporte público en unos
minutos, y un rato después bajaron en una bonita calle de casitas frente a la playa,
ligeramente apartadas de la ciudad más céntrica de la isla. Caminando por el
pavimento, Jungkook deslizó sus iris hacia la costa llena de arena, montículos
desproporcionados y hierbajos verdes frente el horizonte marítimo apagándose
lentamente. Eso era lo bueno del lugar al que se habían mudado el último mes; la
casa era preciosa, y se localizaba justo frente a la playa.

Su ubicación le permitía salir a correr libremente por las mañanas, respirar aire
puro y realizar estiramientos sobre la arena. De vez en cuando se daba un
chapuzón, recogía algún molusco o simplemente se sentaba en uno de los
montículos, disfrutando de lo pacífico que era encontrarse lejos de una ciudad
atestada de turistas.

Jungkook había trabajado de prácticas como veterinario marino en Busan durante


su último año universitario. Su colchón económico se lo había proporcionado su
familia; no es que estuviese bien posicionado, pero por suerte, obtuvo unas
buenas becas y matrículas gratuitas durante su periodo lectivo que le había
permitido ahorrar. Ahora podía permitirse pensar bien cuál sería su trabajo. Tenía
excelentes notas, un máster en biología marina y demasiado talento en su bolsillo.

Después de todo eso, Yoongi y él se mudaron desde Busan a la isla con más
movimiento del país, en busca de nuevas oportunidades.

Cuando los jóvenes llegaron a casa, el azabache abrió la puerta y entró


sintiéndose pesado. Su cabello olía a sal, tenía la ropa interior mojada y había
estado todo el día moviéndose de un lugar a otro bajo el sol abrasador. La casa
estaba compuesta de dos plantas; en la primera, un salón abierto con vistas al
mar, una preciosa cocina americana digna de una casa familiar, y un pequeño
cuarto de baño que tenían atestado de útiles de pesca, expedición y buceo. En
cuanto a la segunda, había tres dormitorios, dos individuales con cuarto de baño
personal, y el tercero, lleno de cachivaches que no utilizaban, ropa, zapatos, y
bañadores que probablemente ni siquiera les ajustaban tras tres años.

Cualquiera diría que no era la casita familiar de una encantadora pareja


homosexual en Corea.

«Les faltaba el perro», se dijo Jungkook. «Aunque seguro que Yoongi prefería un
cangrejo».

Él soltó el equipo con el que cargaba bajo la escalera, sacó los neoprenos de la
bolsa y los metió en la lavadora junto a un puñado de su ropa. Yoongi se metió en
la ducha sin decir nada. El más joven se preparó algo de ramen instantáneo que
devoró con un pasivo apetito sobre la encimera de la isla de la cocina, y después,
sacó los monos de la lavadora, los estiró y los tendió en el tendedero del porche.

Cuando regresó a la casa, sacudió los pies llenos de arena en la alfombrilla frente
a la puerta deslizante de cristal. Pasó al salón y encontró al repantingado de su
amigo con una cerveza en la mano, cabello húmedo y despeinado, y una cara
absolutamente demacrada. Yoongi agradeció mentalmente que fuera sábado, y no
tuviese que trabajar hasta el próximo día laborable. Puso el aire acondicionado
con el control remoto y le dio un profundo trago a su deliciosa cerveza helada con
la otra mano.

Aún tenían algunas cajas de pertenencias de por medio, cosas sin desenvolver, y
un cierto desorden sobre las estanterías que parecían desear cargarse antes de
pereza en lugar de con objetos.

Jungkook subió la escalera arrastrando la mano por la barandilla y se metió en el


cuarto de baño. Se dio una buena ducha para librarse de la piel pegajosa y el olor
a sal. Salió con una camiseta de manga corta, su brazo derecho salpicado de
tatuajes, descalzo, cómodo. Volvió al salón sólo para dejarse caer sobre el sofá,
tras agarrar una bolsa de snacks y comprobar su cuenta de Twitter desde su
teléfono.

Yoongi estaba viendo un absurdo programa de entrevistas a celebridades


morbosas, el azabache revisó su propio correo electrónico pasando por encima de
varias ofertas de trabajo que aún tenía pendientes. Ser joven y tener su currículum
le ofrecía muchas oportunidades de entrar al mercado laboral.
Desinteresadamente, descubrió varias llamadas perdidas de las que ni siquiera se
percató hasta entonces. Había recibido un SMS de un mensaje de voz entrante en
su contestador automático.

Jungkook se mordisqueó la punta de la lengua. «¿Un mensaje de voz? ¿quién


hacía eso en el siglo veintiuno?».

Él se levantó perezosamente del sofá, buscando alejarse del ruido del televisor.
Se llevó el teléfono a la oreja frunciendo el ceño por el zapping a todo volumen de
su compañero. La yema de su dedo se deslizó distraídamente por encima de la
vitrocerámica de la cocina.

Mientras tanto, Yoongi cambió de canal muriéndose en el más absoluto asco por
la programación. De repente se detuvo en el canal de telenoticias con un rótulo
que atrapó su atención. Lo reconoció rápidamente, pues había leído esa misma
mañana la noticia en el periódico digital que habituaba a ojear desde su
Smartphone.
«El gran acuario de Geoje».

—El acuario de Geoje fue inaugurado el pasado lunes —dijo la voz femenina
proveniente de la televisión. Las imágenes del complejo acuático comenzaron a
superponerse sobre la pantalla—. Conocido como el acuario más grande del
mundo, se sitúa en la zona este de la isla. Cuenta con más de treinta mil metros
cúbicos de agua, veinte mil toneladas de agua dulce y una zona subacuática de
túneles instalados bajo un cercado del Mar del Japón. El complejo alberga miles
de especies diferentes de animales marinos, desde ballenas blancas, hasta
mantarrayas, belugas, anémonas, tiburones, y especies imposibles de encontrar
en las costas asiáticas, trasladadas desde los paraísos del caribe.

Yoongi le dio un trago a su fría cerveza y clavó un codo sobre el reposabrazos,


apoyando el mentón sobre sus nudillos con curiosidad.

—Los tiburones toro, se alzan como las estrellas del acuario —informó un
periodista—. Pero sin duda, los supuestos hallazgos por parte del equipo privado
de expedición del presidente de la corporación, han dejado las expectativas de
todo el mundo por las nubes.

—¿A qué se debe, señor Lee? —preguntó la presentadora.

—Por si aún no lo sabe toda la prensa, e incluso puede que el todo país, la página
web de la Corporación de Kim Namjoon, anunció recientemente que, dentro de
poco, exhibirán una especie desconocida; los reyes del océano.

—¡Wow! —exhaló la mujer con fascinación—. ¿Qué nueva especie esperan


mostrar al mundo?

El periodista rio levemente a su lado.

—¡Tritones, seguro! —bromeó seguido de un tonto carcajeo.

Yoongi frunció los labios, se pasó unos dedos por la sien, reflexionando. Lo
próximo que vio fue al presidente Kim Namjoon elegantemente trajeado, cabello
dorado peinado hacia atrás, pómulos marcados y hoyuelos pretenciosos, abriendo
la inauguración de «El Gran Acuario de Geoje». Como extra, mencionaron que el
acuario había sido rápidamente premiado por el record Guinness del acuario más
grande del mundo, superando a los chinos.

—¿Nueva especie? —murmuró Yoongi con voz grave—. Ese tío sí que es una
especie aparte... menudo pez gordo...

—Las pre-compras de las entradas para el acuario de Geoje se agotaron el primer


día de lanzamiento —escuchó la voz de la presentadora, cuyo rostro reapareció
en la pantalla—. La próxima tanda de entradas podrá reservarse a través de la
página web GeojeAqua.ko/tickets o a través de la venta de entradas de Lotte.

Jungkook volvió de la cocina, bajó el teléfono móvil de su oreja con los ojos muy
abiertos, dejando que sus pupilas se perdiesen en el resplandor de la pantalla. Se
sentó con media pierna en el reposabrazos justo al lado de Yoongi, el cuál levantó
la cabeza, advirtiendo la expresión de su rostro.

—Qué, ¿has visto un fantasma nenúfar? —musitó su compañero, seguido de un


trago de cerveza.

Jungkook bloqueó su teléfono móvil antes de volver a mirarle.

—Si te digo... ¿tengo una entrevista en el acuario más grande del mundo?

Yoongi se atragantó con su propio trago, manchando el cuello de su camiseta.

—Que, ¿tienes qué? —chilló.

—El encargado de Recursos Humanos parecía muy interesado en que me


acercase esta tarde —comentó Jungkook neutralmente—. No me di cuenta de sus
llamadas.

Yoongi se pasó una mano por el cabello negro, despeinándoselo agresivamente.

—Como no vayas a esa entrevista, patearé tu culo y te meteré en una jaula de


tiburones, ¡en bolas!

Jungkook se cruzó de brazos con una sonrisa.

—Hmnh, debo pensarlo —dijo con la intención de sacarle de quicio.

Después de su declaración, procedió a darle las buenas noches y subió a su


dormitorio. Yoongi se prometió a sí mismo que lo haría; si Jeon Jungkook no iba,
pensaba atarle a una tortuga marina el resto del verano.

El azabache se metió en la cama esa noche, y miró el techo. Le sorprendió


gratamente que el encargado de Recursos Humanos de la Corporación Kim
pareciese saber tanta información de él, sobre su grado universitario, sus
excelentes prácticas, y su currículum completo. Jungkook ni siquiera había
presentado su currículum en esa empresa. No le gustaban los acuarios. Prefería
los espacios abiertos y los parques naturales, a las cárceles de cristal o los «zoos»
de los que la gente tanto disfrutaba.

Era capaz de reconocer la importancia de lugares así; inversión de dinero a


cambio de un incremento de turismo. Era probable que, ahora, Geoje se
convirtiese en uno de los lugares más bellos y llamativos del mundo. Pero
Jungkook ya conocía sobre la construcción del acuario de Geoje con anterioridad,
y su olfato le había hecho seguir el proyecto arquitectónico a través de internet.

«Sí, era el acuario más enorme del mundo, y merecía, a pesar de que detestase
sitios como ese, una pequeña visita», se dijo a sí mismo. «Había algo que le
llamaba la atención de ese sitio. Puede que fuese la exquisitez con la que estaba
construido, o la capacidad de contener tantas especies de criaturas diferentes, que
jamás hubiera visto de no moverse de su localización surasiática».

De un momento a otro, creyó que no era eso. No sabía por qué, pero por un
segundo, sintió como si un tintineo sonase a lo lejos. Él alzó la cabeza y parpadeó
en la oscuridad.

«El murmullo de las olas, tras la ventana, a treinta o cuarenta metros de casa»,
pensó, reposando de nuevo la nuca sobre el almohadón. «No había ninguna
campana».

Sólo era su corazón, desbordándose de una extraordinaria atracción por aquel


complejo. Él era especialmente escéptico con eso de las casualidades, pero se
había estado cruzando el condenado acuario de Geoje por todas las revistas, por
todas las páginas de internet que visitaba, en Twitter, en Instagram, e incluso en
los postes publicitarios de los que se colgaban carteles que nadie miraba. Y ahora,
el mismo acuario llamaba a la puerta de su casa. ¿Suerte o fatalidad?

Entre un pensamiento y otro, Jungkook se quedó dormido. El cansancio físico le


arrastró entre las olas de su consciencia con facilidad. Durmió bien, la suave brisa
que entraba por la ventana le refrescó toda la noche sin que las sábanas se le
pegaran. Por la mañana se despertó muy atontado, tomó un bol de cereales y
repasó el mensaje de voz en su contestador como si necesitase comprobarlo.
Después del desayuno, se enfrentó a su reflejo en el cuarto baño. Decidió que el
salvajismo de su pelo era un enfrentamiento al que no le apetecía encararse, por
lo que lo recogió parcialmente tras su nuca y se vistió de la forma más casual
posible. Pantalón vaquero y ajustado, camiseta negra de manga corta, con una
desgastada y abierta camisa azul a cuadros.

El acuario de Geoje se encontraba justo en el otro extremo de la isla. Yoongi aún


estaba enredado en sus propias sábanas cuando Jungkook salió de casa por su
cuenta. Tomó el tranvía que atravesaba el corazón turístico de la ciudad, y
observó la bonita ciudad costera, turquesa, llena de palmeras, de gente alegre,
restaurantes y clubes animados, tiendas de suvenires, apartamentos de verano y
hoteles.

Jungkook pensó en la voz del amable hombre que le había dejado el mensaje de
voz. Su acento era de Seúl, no de la isla. Había insistido en que se acercase al
complejo para enseñarle las instalaciones y hablar cara a cara, informándole de
que estaba al tanto de su currículum y de lo joven que era.

Momentáneamente, se preguntó qué diablos estaba haciendo. «A él no le


gustaban los acuarios. ¿Qué trabajo pensaba que le ofrecería? ¿cuidar pingüinos?
¿alimentar a las orcas? No iba a ponerse a limpiar cristales ni de broma».

Al bajar del tranvía, Jungkook ubicó fácilmente el recinto. No era grande por nada.
Las instalaciones se veían enormes, e incluso a pesar de ser un domingo, se
encontraban abiertas y llenas de gente que hacía picnic en el césped exterior,
tomaban refrescos y perritos calientes en alguno de los puestos móviles, y se
agrupaban para fotografiarse junto a la entrada. El edificio principal era redondo,
abovedado, de un tono blanco-grisáceo, más el celeste provocado por las decenas
de cristales que atrapaban el sol y hacían resentirse a sus pupilas. Jungkook se
dirigió a la cúpula de cristal observando los paneles solares. La entrada era lujosa.
Los grupos de turistas se encontraban formando hileras para pasar por las
taquillas o el mostrador de información, adquiriendo un reproductor de guía o
esperando al orientador asignado a su grupo.

Él se detuvo en el centro del gran hall solitariamente. Alzó la cabeza y observó el


cartel: «El gran acuario de Geoje».

Casi resonaba en su mente, como si alguien acabase de leerlo con un micrófono


amplificado, antes de saltar a un cuadrilátero.

Jungkook volvió a mirar a toda esa gente, sintiéndose excesivamente solo. Con
las manos en los bolsillos, permaneció junto a la entrada. Las apariencias de aquel
lugar resultaban desconcertantes, pero su corazón era difícil de conquistar. Lo que
realmente le interesaba era el interior, el detrás de la escena, los bastidores y que
los almacenes de comida mantuviesen la temperatura idónea, así como el trato a
los animales.

«¿Qué demonios estaba haciendo en un sitio como ese?», se repitió


maldiciéndose. «La culpa la tenía Yoongi y su estúpida jaula de tiburones».

—Jeon Jungkook, ¿me equivoco?

El joven giró la cabeza con un leve sobresalto, por un segundo, esperó que aquel
hombre no hubiera detectado su estúpido respingo. Sus pupilas se fijaron sobre el
individuo; alto, joven, de cabello castaño, y una americana grisácea, sin corbata.

—Eh, hola —respondió Jungkook con neutralidad—. Qué pasa.


«¿Se notaba mucho que le daba igual si conseguía aquel trabajo?». La estrategia
a la que Jungkook se ajustó fue la de mostrarse indiferente, nada sorprendido por
las instalaciones, y con la mayor parsimonia del mundo.

—Vaya, acerté —celebró con una distinguida sonrisa—. Bienvenido al acuario de


Geoje, señor Jeon.

Jungkook reconoció su voz, por la cantidad ingesta de veces que había repetido el
mensaje del contestador automático en su oreja. Su acento de Seúl. La amabilidad
implícita en cada una de sus sílabas.

—Gracias, ¿usted es...?

Sus iris se arrastraron hasta la tarjeta de identificación plastificada que colgaba del
cuello a la altura de su pecho. «Kim Seokjin».

Seokjin inclinó la cabeza cortésmente, ofreciéndole su mano. Jungkook respondió


con otra inclinación distraída, olvidando estrecharla.

—Mi nombre es-

—Kim Seokjin —interrumpió Jungkook, señalando tímidamente con un dedo—.


Disculpe, lo pone en su tarjeta.

Seokjin se sintió levemente divertido.

—Bien, señor Jeon —esbozó media sonrisa—. ¿Le importaría acompañarme?


Desearía mostrarle alguna de las zonas del recinto mientras le explico el motivo de
mi llamada.

—Huh, claro.

Jungkook siguió sus pasos, con una extraña sensación recorriendo su piel y
erizando el vello de su nuca. Recordó las palabras de la publicidad del recinto; «la
nueva especie». Él le acompañó gentilmente, comprendiendo en cuestión de
minutos, que aquello se había convertido en una pequeña guía de introducción y
explicación de las diferentes zonas de las grandes instalaciones.

Lejos del hall, por los pasillos del complejo del gran acuario, había túneles,
enormes peceras, espacios totalmente abiertos que se sumergían bajo el ala
natural del mar turquesa. Jungkook se reacomodó su bolsa deportiva sobre el
hombro, sin poder evitar sentirse ligeramente pequeño frente a cada uno de los
espacios. Seokjin parecía saber sobre su trabajo, su voz era amable y explicativa,
vestía con blazer grisácea y pantalón de pinza oscuro. ¿Pensaba preguntarle por
algo de su currículum, o aquello iba a ser una extensa visita sin dirigirse al «tema»
que de verdad le importaba?
Seokjin le habló sobre la cantidad de metros cúbicos y toneladas de agua que
encerraban. Le dio una vuelta por allí, paseando el suelo de mármol brillante y el
insistente «olor a nuevo». Atravesaron numerosas zonas asignadas por el nombre
y tipo de criatura, más allá de las resistentes y enormes paredes de cristal, existía
una bonita cafetería de tonos azulados y terrosos, situada bajo la cristalina
cobertura que dejaba ver decenas de llamativos peces, corales de colores y
construcciones de aspecto natural. Un grupo de jóvenes se encontraba
fotografiándose con bebidas especiales, de aspecto caribeño y llamativas
sombrillitas, con varios tiburones meneándose justo detrás. Había numerosos
carteles explicativos y pantallas LED que ilustraban acerca de la procedencia de
cada espécimen, y el olor a café y cruasán inundaba sus sentidos.

Sin duda era, un lugar maravillosamente ideado para crear un gran negocio.
Niños, adultos, gente joven, todos parecían estar pasando el mejor día de sus
vidas.

—Wow —exhaló el pelinegro en voz baja.

Seokjin le miró con satisfacción.

—Sí, esa es la sensación general de... todo el mundo...

«El ser humano expone a los animales como trofeos y se regodea de sus hazañas
como si aún estuviesen en la edad media», pensó Jungkook con sarcasmo. «No
es que le molestase ese tipo de lugares turísticos, era el complejo más
impresionante que jamás había visitado. Sin embargo, seguía sin ser
especialmente partícipe de mantener tras unos vidrios a unos seres que,
esencialmente, debían ser libres. Los peces pequeños eran pasables, pero no
todas las grandes criaturas eran capaces de sobrevivir en espacios limitados».

Posó una mano tocando la fría pared de cristal y se sintió sobrecogido.

—Mira todo esto —murmuró Jungkook para sí mismo—, unos milímetros de vidrio,
y cientos de toneladas de agua al otro lado, esperando a aplastarnos bajo su
masa. Tan resistente, y tan frágil.

Seokjin se sorprendió por su comentario.

—El señor Kim ha sido muy exigente con estas instalaciones —expresó—. No se
trata de cualquier tipo de vidrio, claro. Este es indestructible. La construcción está
preparada para soportar cualquier tipo de presión y peso, sin poner en riesgo a los
visitantes.

—He leído respecto a eso.


—¿Qué ha leído al respecto, señor Jeon? —sonrió Seokjin astutamente—. No
sabe nada de este lugar, más allá de lo que dice la prensa.

Jungkook se humedeció los labios, dispuesto a expresar su juicio.

—Cada una de las especies que existen en el mundo, reunidas bajo el mismo
complejo —comentó el azabache—. ¿No es una idea muy ambiciosa y
rocambolesca? No cualquier empresario del mundo se permitiría tal prestigio.

—Oh, se sorprendería —manifestó Seokjin, ladeando la cabeza—. El presidente


de la corporación tiene unas ocurrencias muy... especiales.

—Especiales —repitió Jungkook cruzándose de brazos, y dirigiendo su mirada


hacia él por primera vez en toda su visita guiada.

—Sí... ideas... vanguardistas —continuó el hombre, pausadamente—. Con


resultados, sorprendentes.

La sonrisa de Jungkook se asomó en su rostro poco a poco.

—¿Estamos hablando del típico millonario con una sala roja? —bufó con
diversión—. Hmnh, ¿le va el BDSM, o qué?

Seokjin se rio alegremente, sus iris castaños titubearon sin demasiada convicción,
como si estuviese replanteándose la forma de enunciar sus próximas palabras.

—Prefiero no ahondar en esos términos. Conozco al presidente Kim desde que


tengo memoria, pero sus asuntos privados siguen siendo exclusivamente
personales —esclareció el hombre con media sonrisa—. Verá, Jungkook-ssi,
contacté con usted tras examinar detalladamente su currículum.

El azabache alzó las cejas, descruzó los brazos con un inesperado pálpito en su
pecho.

—Ah, ¿sí? Vaya, algo me pareció notar por su mensaje en mi contestador —


ironizó el pelinegro—. Deben recibir miles de currículums de todas partes del país,
a diario. Fue sorprendente que alguien se mostrase interesado por mí tan rápido.
¿Dónde me conoció?

—No fue tan difícil; conozco al decano de la universidad de Busan —explicó


Seokjin, restándole magia al asunto—. Yo también estudié allí hace unos cuantos
años. Me prestó los mejores expedientes y me concedió el lujo de seleccionar un
posible candidato. Conozco su talento de primera mano, Jungkook, ha tratado
suficientes especies de mamíferos acuáticos, e incluso asistió a unas prácticas
universitarias con un contrato parcial durante su último año —le aduló levemente,
como si llegase a apreciarle—. Es un diamante en bruto, y a nosotros, en la
corporación Kim, nos complace formar y contratar a jóvenes con su potencial.

Jungkook se sintió tan halagado, que sus mejillas se sonrosaron un poco y se vio
forzado a desviar la mirada.

—Oh, ¿es una especie de fan? —suspiró, interponiendo un muro personal—. Me


pregunto para qué quieren el talento del que hablan, si se trata de alimentar
pingüinos. Adoro a esos pequeños sphenisciformes, pero no soy un cuidador de
mascotas.

—Huh, ¡no, no, no! —negó Seokjin rápidamente—. Vayamos al grano de una vez;
le contaré de qué se trata, pero antes necesito la certeza de que se implicará en
su encomienda.

El pelinegro arqueó una ceja.

—¿Cómo? —formuló Jungkook con escepticismo—. ¿Está pidiéndome que me


comprometa incluso antes de comentarme para qué me ha llamado?

Seokjin se pasó un par de dedos por la sien, masajeándosela.

—Es algo confidencial, créame —trató de expresar—. Se trata de una especie


única. Uno de los mayores tesoros de... Kim Namjoon.

El más joven percibió que había algo más allá de sus palabras. Mucho más allá de
lo que Seokjin podía atreverse a mencionarle. Pero Jungkook era una persona
sencilla y directa. No quería hablar de dinero, u oportunidades únicas. Él
necesitaba ir al corazón de todo eso de una vez por todas, y descubrir por qué
demonios se había dejado arrastrar hasta un sitio como ese.

—No puedo aceptar una oferta que desconozco, compréndame —insistió


Jungkook con sensatez—. Si tan sólo pudiera dejar que me hiciera una idea, le
ofreceré mi discreción.

Seokjin suspiró y pareció decidirse.

—Hmn, ¿me permite tutearle? —preguntó al joven.

—Por supuesto.

—Genial, Jungkook. Verás, a veces, los mayores tesoros nos esperan en las
mayores profundidades —comentó el hombre, observando detenidamente el
acuario con los iris perdidos en los corales—. No es oro, ni tampoco es algo
domesticable. Pero su valor es incalculable, y su presencia... un regalo que habita
en secreto entre las paredes de este complejo. Si usted acepta, deberá
sumergirse en su labor por completo.

Jungkook ladeó la cabeza, observó los reflexivos ojos del mayor, sin comprender
muy bien su comentario.

—Y, ¿qué... en qué puedo ayudarte, exactamente, Seokjin? —preguntó el


azabache, apoyando el hombro sobre el grueso cristal sin abandonar su
persistencia por ahondar más en la situación, de una vez por todas—. ¿En qué
asunto pantanoso debo sumergir mi cabeza, sin perderla?

Seokjin le señaló con la cabeza.

—Sígueme, te mostraré algo —anunció, reanudando su paso—. ¿Serías tan


amable?

Jungkook tuvo una corazonada de que se trataba de algo grande. «Algo muy
grande». Más de lo que había pensado. ¿Por qué si no, sentía como si estuviese a
punto de meterse en la mátrix?

Sus pasos se dirigieron a un ala muy separada del resto, a la que llegaron en un
par de minutos. El lugar se ampliaba bajos los muros del complejo, pero de forma
privada. Sólo se podía acceder con una credencial, pues la entrada estaba
restringida. Sin demora, Jungkook y Seokjin se aproximaron a un gran acuario
cilíndrico de cristal, de decenas de metros de altura, y conectado a un piso
superior que quedaba fuera de su vista.

El más joven no dijo ni una palabra, pero estar allí le hizo abrir la boca levemente;
era el sitio más enorme y curioso que había visto en toda su vida. El fondo marino
estaba hermosamente adornado, predispuesto para darle un toque marino, con
cuevas de roca, algas, hondonadas y arrecifes. Colores azulados y turquesas,
lilas, pasteles, salpicados de algún rojo coral que parecía cincelado por la mano de
la naturaleza.

Y a pesar de ser reticente a ello, supo que sería afortunado si terminase


trabajando en un lugar como ese.

Al otro lado del túnel de cristal, Jungkook vio una pequeña sala, que conectada un
ascensor a la planta superior que asomaba a la superficie.

—Esta es la parte privada del señor Kim —explicó Seokjin—. Tiene un alojamiento
en el mismo recinto, podríamos decir que... este es su santuario.

«¿En serio?», pensó Jungkook. «Hasta dónde podía llegar la vanidad de alguien,
como para permitirse tener un acuario de exclusivo disfrute personal».
—Quiere decir, que, esta zona no se exhibe al público —concordó Jungkook,
caminando lentamente bajo el pasillo de cristal—. ¿Cuál es la razón?

—No a cualquier público, al menos —mencionó el otro—. Namjoon es


especialmente receloso con sus tesoros.

Jungkook movió la cabeza en todas las direcciones. La instalación era enorme,


arena sedosa en la superficie, piedras de todas las tonalidades, corales y plantas
marinas que florecían en lo más profundo. La densidad del agua oscurecía las
profundidades, volviéndola mucho más intrincada y secreta que cualquier otro de
los acuarios. Era un lugar hermoso, sin embargo, no pudo vislumbrar ni a una
estrella de mar pegada al arrecife. El acuario carecía de especímenes o fauna
visible.

—¿Está vacío? —dudó ante la falta de criaturas.

—No, claro. Pero... no está en condiciones de exhibirse —musitó Seokjin,


apuntando con la cabeza al interior de la gigantesca pecera—. Creo que está por
allí.

Jungkook se volteó en su dirección siguiendo la orientación de su mirada. Fue


increíble la forma en la que pensó que no vería nada más grandioso de lo que ya
había visto en las otras salas, pero en cuestión de segundos, intuyó que algo
estaba a punto de superar sus expectativas, y con creces.

—¿El qué? ¿qué cosa?

Seokjin se aproximó al cristal, posando brevemente una mano sobre este.

—Lo he intentado, Jungkook. Pero créeme, quiere morir —dijo con pesar—. Está
muriéndose porque odia esto.

Jungkook no comprendía nada, pero su corazón comenzó a martillearle en el


pecho, mandándole una descarga adrenalínica a todo su sistema nervioso. Se
acercó al cristal junto a Seokjin, estrechando sus ojos para afinar su visión, e
intentando comprender qué era lo que quería que viese exactamente. Colocó las
yemas de sus dedos sobre el frío vidrio, recibiendo el tacto helado del agua que
presionaba desde el otro lado.

Apenas distinguía nada por la densidad del agua, pero de repente, advirtió cómo
algo se movió a gran distancia. Sus movimientos eran lentos, cansados, otros
rápidos y nerviosos. Erráticos. Sin un rumbo fijo. Los ojos del joven se abrieron de
par en par. Una gran cola azulada y escamosa, con leves destellos de la luz solar
que se derramaba por las enormes cristaleras del acuario, contiguo al mar. Más
esbelto que un delfín, deslizándose en el agua como si se mimetizase con el
elemento. La mayor elegancia que jamás pudo observar, cabello turquesa con
destellos cobaltos. Porte de un ser de la realeza, heredando las aguas como si de
Poseidón se tratase.

No, Jungkook no podía creer lo que tenía ante sus ojos.

«¿Era eso...? ¿Es posible que eso fuera una auténtica...?».

Y como si el ser lo hubiese escuchado mentalmente, se giró en las aguas y sus iris
conectaron con los del humano. Decenas de metros cúbicos de agua les
separaban, pero la primera vez que sus iris se cruzaron, Jungkook perdió el
aliento, sintiendo como si estuviese siendo arrastrado al fondo del océano más
profundo.

—Él es... bueno, no creo que esté demasiado contento de que haya traído a
alguien más aquí —pronunció Seokjin, cortándose de forma interrumpida—. No le
gustan los humanos, es comprensible. Se ha dedicado a evitarme desde hace
algún tiempo.

Jungkook soltó su aliento bruscamente, su corazón se encontraba al borde de


atragantarle. La sirena se aproximó a su posición con una espontánea decisión, y
él, de forma instintiva, retrocedió varios pasos, tropezándose torpemente con sus
propios pies.

—Es imposible —masculló Jungkook para sí mismo—. E-es imposible...

—Lo es —dijo Seokjin casi en un susurro.

La criatura se acercó lo suficiente a ellos, pasando por encima del túnel cilíndrico
en el que se encontraban. Jungkook lo supo entonces; estaba perdido. Sus ojos
eran salvajes, rasgados y dispares, con la capacidad de arrancar el aliento a
cualquier mortal. De cerca, apreció que sus iris poseían una particular
heterocromía que nunca antes había visto. Las tonalidades eran líquidas y
celestes, con tonos pasteles y lilas como los corales. Comprendió que su cola
escamada era demasiado extraordinaria para ser «sólo azul». No, era más que
eso. Encerraba todos los matices del Mar del Japón. Turquesas, índigos,
aguamarinas, verdosos, celestes, ultramarinos...

Su piel se encontraba bendecida por el asombroso tono de la fina arena tostada


de la costa. Y sus rasgos, eran exóticos, digno de un ser legendario.

Él miró a Jungkook con altanería, y el joven pensó en que su belleza era capaz de
arañarle sin piedad.

Pudo sentir su desprecio a través de los milímetros de cristal que les separaban.
Su desdén, su rabia, su ira. Su odio hacia cualquier impresentable humano.
Después, la sirena aleteó y se alejó, deslizándose sinuosamente hasta perderse
en alguno de los recovecos de aquel enorme lugar, lejos de sus ojos mortales.

Jungkook se quedó segundos entero sin aliento, se sintió inesperadamente


indefenso. Era como si un león marino hubiese mirado a un conejo, avisándole de
que aquel lugar era su territorio. Y él, por supuesto, acababa de entender lo que
significaba experimentar una auténtica intimidación dedicada a su persona.

«Seokjin tenía razón, no estaba feliz porque hubiese traído a alguien nuevo a su
condenada prisión de cristal», se dijo.

El joven se forzó a volver a respirar, descubriendo que casi estaba ahogándose.

—Increíble —estimó Seokjin—. No te ha recibido tan mal, e incluso parecía que


tenía curiosidad por verte de cerca. No le tengas en cuenta su mala cara... ha
pasado unas semanas duras desde su traslado...

«¿Tener en cuenta?», repitió Jungkook en su mente, mirando a Seokjin con una


pavorosa expresión.

El joven percibió cómo algo inesperado comenzaba a rasparle la garganta,


mientras un nudo se le formaba en el estómago. «¿De dónde habían sacado a esa
criatura? Él era biólogo y veterinario marino, y jamás había visto algo como eso,
lejos de los cuentos de hadas».

Sus rodillas habían comenzado a flaquear, con tan sólo una de sus miradas. Ése
era el inestimable poder de una criatura como esa.

«¿Tenía miedo de la sirena? Quizá. El ser humano siempre temía lo que


desconocía», reflexionó con sensatez. Pero en su pecho, comenzó a raspar una
fuerte sensación compasiva por algo que aún no conocía. «Una criatura como esa,
encerrada en una cárcel de cristal. Como un prisionero. Como un animal. Como
una estatuilla de oro sin padecimientos, y con la única finalidad de que su belleza
fuese admirada como un vano pez de colores..., en cautiverio».

—Algo tan salvaje y admirable, encerrado entre estas paredes de cristal —alcanzó
a decir Jungkook, con una voz reconocible—. Pero, ¿qué es lo que habéis
hecho...?

Seokjin le miró con cautela, tensando la mandíbula.

—Podrías, entonces..., ¿ayudarnos, Jeon Jungkook?


Capítulo 02
Capítulo 2. Una gran pecera

—Déjame entrar. Necesito ver algo.

Esa fue la única respuesta que Seokjin recibió la mañana que le ofreció una
contratación profesional a Jungkook. El hombre dudó brevemente, reflexionando
sobre si era seguro permitir que entrase un desconocido. Si aceptó, sólo fue por la
asombrosa determinación de sus ojos.

—¿Vas a dejarme un neopreno, o tendré que entrar en jeans? —preguntó el más


joven mientras se dirigían al ascensor.

—¿De verdad estás dispuesto a hacerlo? —Seokjin sonrió con incredulidad—.


Estás completamente chiflado.

El pelinegro se humedeció los labios.

—Quiero tomar la decisión correcta —contestó.

Seokjin accedió por intuición, atravesaron el pasillo cilíndrico y llegaron al diminuto


rellano del ascensor. Lo tomaron en silencio, y subieron hasta la sala situada
sobre la superficie del acuario. Era la primera vez que llevaba a alguien más hasta
allí.

Jungkook pudo ver que la sala no era muy grande, pero constaba de un pequeño
almacén con lo necesario para cuidar de criaturas acuáticas; equipo médico útil,
botiquines, ropa doblada de recambio, comida humana en un refrigerador de
cristal, como refrescos y snacks, y un estante con accesorios para el buceo.
Además, habían colocado una pequeña mesa de café y un sillón de cuero de dos
plazas.

El pelinegro dejó su bolso deportivo y esperó de brazos cruzados, atisbando lo


que debía ser la puerta bloqueada de entrada al acuario. Seokjin entró en el cuarto
de baño, la curiosidad de Jungkook le hizo asomarse, comprobando el baño
contiguo con un par de duchas, y una taquilla de donde su acompañante sacó una
toalla de algodón. Se la ofreció sin dilación, constatando la expresión de su rostro.

—No tenemos trajes de baño. Tendrás que arruinar tu ropa —el agarre de sus
dedos se pronunció cuando el joven agarró la toalla—. Jungkook, una cosa;
recuerda que no vas a visitar a un pingüino. Y ni se te ocurra meterte en el agua a
la primera, o lo lamentarás. Está irascible desde hace unos días, y no creo que le
guste ver a alguien nuevo en su territor-
—Gracias por el consejo —interrumpió Jungkook, llevándose la toalla de un
imprevisto tirón—. Pero vosotros sois los que le habéis enojado. Dime una cosa,
¿cuánto tiempo lleva aquí exactamente?

Seokjin siguió sus pasos, haciendo cuentas mentales.

—¿Un mes? ¿algo más? Creo que fueron... cinco semanas —vaciló lentamente—.
Treinta y ocho días, si no me equivoco.

El joven se desprendió de su camisa de cuadros, quedándose en manga corta.


Seguidamente se descalzó, dejando a un lado sus Mustang de color mostaza.

—¿Quién más le ha visto? —preguntó.

—El señor Kim viene a verle de vez en cuando —comentó el castaño—. No hay
más que decir, no está feliz con sus visitas. Hace tiempo que dejó de
comunicarse, si es que alguna vez lo ha hecho, porque, no creo que...

—¿No crees que, qué?

—Que hable.

—Hmnh —Jungkook se movió hacia la puerta enérgicamente y tiró de la manija.


Estaba bloqueada, por lo que giró la cabeza en su dirección, con cierta
impaciencia.

—Disculpa, sólo se abre con mi credencial —pronunció Seokjin, aproximándose a


la puerta—. Si ayudas, te daré una tarjeta mágica de estas.

Jungkook chasqueó con la lengua, comprendiendo su truco. El mayor pasó la


tarjeta por el lector electrónico y la desbloqueó. La ranura abierta le trajo el olor a
una cálida humedad hasta su olfato. Olía a sal, a instalaciones artificiales, y al
probable sistema de ventilación exterior, frente al auténtico mar celeste que yacía
tras el cristal.

—¿Por qué dices que está muriéndose? —preguntó Jungkook con perspicacia—.
No tenía mal aspecto.

—Las sirenas... son así... —expresó su compañero vagamente, pasándose una


mano por la nuca—. Son testarudas. Si no les gusta algo, pueden morirse si así lo
desean.

Jungkook tragó saliva pesada.

—Mira, me ha costado mucho tiempo ganar su confianza. Ahora no quiere verme,


pero, no es un delfín, Jungkook —expresó Seokjin en última instancia—. No va a
aceptar una chuchería. Las sirenas tienen uñas y dientes, y mucha más fuerza
que un caimán. Su cola podría fracturar la construcción de un acuario común. Las
paredes de contención de este, fueron reforzadas por un vidrio mezclado con
dióxido de silicio y alúmina, es decir, su resistencia es como el acero,
¿comprendes?

El azabache suspiró, se echó la toalla por encima de un hombro y asintió con la


cabeza.

—Está bien. Sólo voy a verle de cerca —concretó con seguridad—. Si quiero
trabajar aquí, tendrá que acostumbrarse a mi presencia.

Jungkook empujó la puerta con el hombro y salió de la sala. Seokjin permaneció


junto a la puerta unos segundos, después, la cerró sin bloquearla, buscando no
perturbar la atmósfera interior del acuario. Se sentó en el sofá de cuero,
cruzándose de piernas y tamborileando con los dedos sobre su propia rodilla.

«¿Era un error pedirle ayuda a un desconocido?», se preguntaba, temiendo haber


actuado de manera desesperada. «Se sentía inquieto por su estado. Necesitaba la
ayuda de alguien, él no era bueno en esas cosas».

Seokjin intuía que Jungkook era el tipo indicado. Asimismo, confiaba en que el
joven mantuviese el secreto en caso de no aceptar el trabajo. Pues, por encima de
todo, tenía muy claro que era mejor no informar al señor Kim de su plan
estratégico, si no quería meterse en más problemas.

En el interior del acuario, Jungkook caminó por encima de la sedosa arena blanca
que habían implementado en la orilla artificial. Pensó que debían extraerla de
alguna parte de la isla. Dejó que la toalla se escurriese de sus dedos, junto al
saliente. Asomó la cabeza por ese lado, comprobando el enorme escalón que se
hundía dando paso a metros y metros de profundidad. Se acuclilló y tocó el agua
cristalina con unos dedos. Estaba fresca, como el microclima. El olor salado
inundó sus fosas nasales. La superficie estaba totalmente vacía, pacífica, con
alguna que otra leve onda, y sin mucho más que pudieran apreciar sus pupilas.

No había llegado hasta allí para echarse atrás en el último momento, sin embargo,
sintió una leve presión en su estómago cuando pensó en la criatura. Se incorporó
brevemente, preguntándose si lo que estaba a punto de hacer tenía sentido. ¿Era
real? ¿Podría verle de cerca? ¿Podrían comunicarse de alguna forma?

Sus pies desnudos se hundieron en la arena húmeda, y a pesar de vestir pantalón


vaquero y camiseta, Jungkook optó por sumergirse antes de que cualquier
inquietud sembrase la duda en su persona. Necesitaba confrontar el surrealismo
del mito y las leyendas que se le atribuían a ese tipo de criaturas. Él era
demasiado racional para creer en historias de niños, o de piratas borrachos y sus
avenencias sexuales por pasar demasiado tiempo bajo la resaca del mar sin una
potencial pareja.

«No entres al agua a la primera», le aconsejó Seokjin poco antes.

Y él, caracterizándose por su habitual descerebrada irreverencia (por cosas como


esa, Yoongi siempre le maldecía), retrocedió unos pasos, para no hacer otra cosa,
sino tomar impulso, y zambullirse en el agua de cabeza. ¡Bingo! Puede que en su
otra vida hubiese escuchado los consejos de los que le rodeaban, pero en esa, no.

Sacó la cabeza en unos segundos, acomodándose a la temperatura del agua.


Vestir ropa no era tan cómodo como el fino traje de neopreno que usualmente se
ajustaba como una segunda piel, pero con lo fría que estaba, ir vestido no le vino
nada mal.

Él tomó aire, infló sus pulmones de oxígeno y se sumergió con confianza. Era el
tipo de personas que se movían bien en el elemento, siempre buceó desde
pequeño, tenía buena capacidad pulmonar, sus ojos nunca se irritaban, y si se lo
proponía, era capaz de aguantar la respiración un par de minutos completos.

La presión de la profundidad apretó su ropa alrededor del cuerpo mientras


descendía. Jungkook apreció la belleza del fondo del acuario, piedra, más arena,
corales y plantaciones naturales que habían trasladado para mejorar la
decoración. A un lado, varias pequeñas cavernas y un puñado de arrecifes. Ya lo
había visto desde la otra perspectiva, tras la cristalera, pero nadando como pez en
el agua, con la ayuda de los ágiles músculos de sus brazos y piernas, Jungkook
se aproximó hasta el pasillo cilíndrico por el que antes había caminado.

Recordó el par de expediciones que una vez realizó con Yoongi en la costa de
Busan. Él no era expedicionario, pero Yoongi sí, y estaba acostumbrado a utilizar
cascos de buzo y bombonas de oxígeno. En una ocasión, acompañó a su amigo
con un grupo de aficionados con los que Yoongi se reunía. En las profundidades,
tuvieron la suerte de ver a una pareja de medusas peine. Eran bioluminiscentes;
su organismo producía luz en las profundidades más oscuras, y su belleza
atrapaba y distraía a sus presas con una asombrosa persuasión. Eran tan
peligrosas, que, si uno de sus tentáculos tocaba tu mano desnuda, estarías bien
jodido durante un par de semanas.

«Y seguramente, acababa de sumergirse en el terreno de algo mil veces más


hermoso y peligroso que una de esas», ironizó en su mente. «Pero si iba a
implicarse, pensaba hacerlo desde la raíz del asunto».

Jungkook se deslizó en el agua durante un minuto entero sin lograr ver nada, más
allá de las algas del fondo. Frunció el ceño y ascendió a la superficie para liberar
sus pulmones. Allí dio un par de bocanadas de aire, bajó la cabeza y observó el
fondo difuminado.

«No va a salir», se dijo respecto a la criatura. «¿Dónde se habrá metido? ¿Estará


en una zona diferente?».

El lugar era enorme, tanto como el acuario del tiburón martillo frente al que había
paseado. No obstante, él sospechó que, si aún no le había visto, era por decisión
suya, y no por casualidad. ¿Acaso esa sirena sabía que había alguien más en sus
aguas? ¿Pretendía evitar su encuentro, escondiéndose de él?

Jungkook se sintió extrañamente lastimado. No era como si esperase su


consideración, pero generalmente, los delfines y las mantarrayas con los que
había tratado siempre se le acercaban.

A pesar del breve entusiasmo que le invadió antes, decidió no forzar las cosas,
valorando que tendría otra oportunidad en algún momento. Y antes de largarse,
volvió a sumergirse para orientar su itinerario hacia otro lado y así familiarizarse
con la zona. No vio nada especial. Ni pececillos, ni moluscos, sólo plantas y
estructuras subacuáticas. Sus yemas se deslizaron por encima de un poroso coral,
su arrecife estaba hermosamente plantado, salpicado de colores impresionantes.

«El señor Kim no debía haber escatimado gastos con tal de convertir aquel
espacio en un lugar bonito para su mascota», pensó con cierta inquina. «Sólo que,
parecía haber obviado que le rechazaría, como era previsible».

Jungkook regresó a la superficie por segunda vez, tomó aire y se pasó la mano
por el cabello, apartándose los mechones negros que se pegaban a su rostro. Se
movió lentamente en dirección a la superficie, pero, de repente, advirtió un
burbujeo bajo sus piernas. Cuando bajo la cabeza, vislumbró una sombra
moviéndose a gran velocidad.

Él dio un respingo e interrumpió abruptamente su nado. Movió los pies para


mantenerse emergido, mientras su corazón se lanzaba contra su propio pecho
ferozmente.

«¿Era él? ¿Acababa de pasar?», se preguntó con una mezcla de curiosidad y


adrenalina. «Si no había sido su imaginación, debía ser sigiloso e increíblemente
veloz».

Tras unos instantes, Jungkook se desplazó por la superficie lentamente, mirando


hacia abajo. Hundió la cabeza en una ocasión, sin llegar a ver algo. Pero en el
exterior, tuvo en cuenta el pálpito nervioso acrecentándose en su pecho, como si
su instinto de supervivencia estuviese recordándole que se encontraba en la sopa
de una criatura malhumorada.
«Quizá no había reflexionado lo suficiente sobre la fatalidad que encerraba un ser
nacido en el agua», se dijo, más bien tarde que pronto. «Encerrado y lleno de
frustración. ¿Y si era él, el que debía tener en consideración a su persona? Era un
simple humano, un trozo de carnada, un puñado de comida para peces, que había
desayunado Corn Flakes esa mañana, para después lanzarse a una gran pecera,
junto a un tiburón hambriento».

Jungkook se maldijo interiormente, intentándose liberar del inesperado miedo que


comenzó a envolverle.

«Él nunca había sentido miedo en el agua, pero, ¿iba a hacerlo ahora? ¿era el
momento para recordar que las sirenas también devoraban humanos en los
cuentos de piratas? ¿Que en Disney los asfixiaban hasta la muerte después de un
beso? ¿Se los llevaban hacia el fondo para... violarlos, o algo así?», argumentó su
cerebro. «A lo mejor eran caníbales. Y si esa sirena lo era, llevaba cinco semanas
sin alimentarse».

El pelinegro sacudió la cabeza.

—Okay, basta de pensamientos sin sentido —murmuró para sí mismo.

No quería, no podía permitirse tener miedo de algo así. Pero su corazón comenzó
a martillear en su pecho bombeando su sangre con fuerza, cuando descubrió una
sombra bajo el agua, a unos metros de profundidad, deslizándose sinuosamente
como una serpiente marina acechando para atacar.

En ese momento sólo tuvo dos opciones; huir (con catastrófico desenlace) o
esperar. Él tuvo la iniciativa de concebir una tercera, tomó aire decididamente y se
sumergió una vez más.

Si alguien le hubiese preguntado por qué lo hacía, hubiese respondido que lo


necesitaba. Quería verle de cerca, y no a través de una pantalla de agua o de
cristal. Era una imperiosa necesidad.

Y como era de esperar, le encontró a unos metros de él, bajo la superficie. Su


asombro rozó la conmoción, llegando a sentirse trastornado. Era esbelto,
elegante, resplandeciente como un ser que no pertenecía a su mundo terrestre.
De belleza deslumbrante, como ninguna otra criatura que sus pupilas hubiesen
apreciado antes. Flotaba bajo el agua como si fuera etéreo, la frialdad de sus ojos
heterocromáticos golpeó como un martillo en su pecho. Rociado de preciosas
escamas con decenas de tonos añiles, que se mostraban como dignas piezas de
joyería sobre su exquisita piel canela. Nacían de forma diversa y en lugares
aleatorios, en un brazo, bajo el cuello, en un hombro. Su cola era magnífica,
celeste y alargada, de músculo delgado y dinámico, con aletas ligeras y casi
transparentes, acabadas en punta.

Jungkook sintió como si una mano helada se extendiese hasta su pecho, para
agarrar su frágil corazón.

«No era humano. Los humanos no eran parecidos a él», pensó. «No tenían esa
mirada de ojos rasgados, donde se encerraban el propio océano en sus iris
líquidos, con pinceladas cristalinas que le recordaban a la bella costa turquesa de
su ciudad natal. Y por supuesto, no existía mortal con esa sedosa piel tostada, de
un canela salpicado por polvo de diamante, proveniente de las profundidades».

Su conmoción fue tan profunda, que se quedó paralizado. Jungkook se sintió


vulnerable cuando le vio acercarse, inesperadamente. Él retrocedió unos
centímetros de forma muy torpe y poco efectiva, creyendo que el agua se había
vuelto más densa a su alrededor.

«¿Acaso pensaba examinarle de cerca?», dudó profundamente. «Puede que


estuviese preguntándose qué tan idiota podía ser un ser humano para entrar allí, y
perturbar su pretendida y fingida serenidad».

La mirada de la sirena fue muy distinta al desprecio que le dedicó cuando se


encontraba en el exterior del acuario. Sin embargo, era fría, impasible, algo
deshumanizada.

Jungkook recordó que se encontraban en su elemento. Su territorio. Su espacio.


La criatura se aproximó lentamente, con precaución, con recelo.

«¿Estaba intentando... no asustarle?».

Su expresión le mostró curiosidad, con el cabello azulado flotando sin gravedad


sobre su cabeza. Se posicionó a la altura de sus ojos, permitiéndole a Jungkook
un vistazo más de cerca. Él permaneció inmóvil, bajo la leve presión del agua,
liberando burbujas de entre sus labios, y girando la cabeza para atender al lento
rodeo que la sirena dio alrededor de su cuerpo, como si intentase comprobar qué
tipo de animal deforme tenía el placer de escudriñar.

Jungkook no podía culpar su mirada fisgona, pues comparado con él, su


mortalidad era, cuanto menos, penosa. Mas reapareció a la altura de su rostro,
contemplándole con angostos ojos y suspicaces iris como si buscase algo más
enterrado en su persona. Acortando la distancia de manera inesperada, se
aproximó tanto a su cara, que Jungkook se sintió desorientado. Los escasos
centímetros le dejaron detenido en el tiempo. La sirena extendió sus manos, de
delicados dedos con escamas celestes y finas membranas, salpicadas por una
indescriptible purpurina que se extendía tímidamente hasta sus mejillas. Se
posaron sobre su rostro, con la baja temperatura del agua frente a la calidez de su
piel humana.

El pelinegro pensó que era irreal; como una joya celeste proveniente del mar. Y su
tan delicado tacto, arrancó las últimas burbujas de aire de su tórax, como una
manzana desprendiéndose de la rama de un árbol. Su último aliento se escapó
entre sus labios, y su pecho vacío se comprimió bajo la camiseta cuando el
oxígeno le abandonó por completo. Estaba paralizado. La criatura no le obligó a
permanecer quieto, pero sus ojos líquidos eran como un hechizo, cuya serena
expresión le hizo creerse un náufrago a la deriva.

Los dedos de la sirena delinearon la sutil forma de los ojos rasgados de Jungkook
cuidadosamente, el joven sintió el bombeo de la sangre en sus oídos, junto a la
delicada caricia de esas yemas. Por un segundo, se preguntó a sí mismo si sus
mejillas podían ruborizarse ahí abajo, porque su delicado tacto le hizo pensar que
temía romperle en mil pedazos. Después, el ser tomó su mentón con los dedos,
sujetando su rostro con la otra mano, y sintetizó la distancia entre ambos, uniendo
sus labios con los del pelinegro, en un beso.

Jungkook no supo por qué o qué era lo que estaba pasando, pero sus párpados
se cerraron por el suave contacto, sintiendo unos maravillosos e irreales labios
contra los propios. Suspendido bajo el agua, entreabrió los suyos ligeramente, sin
aire en los pulmones, permitiéndole que tomase su beso aun a riesgo de
asfixiarse.

La satisfacción de su beso le hizo sentir una gran devoción. Más. Quería más. No
le importaba ahogarse. La falta de aire golpeó en su pecho como un pesado
martillo. La cabeza comenzó a darle vueltas.

«¿Eso era lo que hacían las sirenas?», preguntó en sus labios, temiendo a
separarse. «¿Besaban a los humanos para así matarles? No le importaba.
Prefería no volver a respirar aire con tal de no perder sus labios».

Sus sienes golpearon con fuerza su cabeza, sus pupilas se dilataron, sus ojos se
volvieron borrosos. Su cerebro embotado comenzó a hacerle sentirse aturdido, y
una inesperada bocanada en busca de aire, llenó su boca de agua.

La sirena se asustó y le liberó con una sutil caricia, advirtiendo el contratiempo que
Jungkook parecía estar ignorando. El chico tragó agua, y al borde de su
consciencia, comprendió que llevaba un rato ahogándose como un estúpido. Trató
de moverse con una absurda e incomprensible debilidad, sus miembros no
respondieron a sus sacudidas, y en lugar de eso, comenzó a hundirse como un
trozo de cemento.
Estuvo a punto de asfixiarse, si no fuera porque su acompañante agarró uno de
sus brazos y tiró de él en la dirección opuesta. En sólo unos segundos, le sacó a
la superficie. Jungkook sacó la cabeza bruscamente del agua. Comenzó a toser y
tuvo varias desagradables arcadas donde expulsó el agua tragada. Estaba
temblando, sus pulmones se vaciaron estrangulando su garganta. Tomó varias
grandes bocanadas de aire tratando de suplirse con el oxígeno que tanto
necesitaba. Le dolía el pecho, como si alguien hubiese saltado sobre él.

Sus fuertes jadeos resonaron en sus propios oídos, y el mareo y la debilidad de su


cuerpo le hizo reparar en el firme agarre de su brazo que le mantenía a flote.
Jungkook le miró de soslayo, como si pensase que fuera del agua encontraría otra
cara. La sirena estaba cubierta de brillantes gotas de agua, y su piel salpicada por
el tono canela y polvo brillante, parecía la misma maravilla.

Jungkook luchó por recuperar su respiración, y con el corazón en la garganta,


tragó saliva con dificultad. Su cerebro volvió a alimentarse del suficiente oxígeno
como para volver a la realidad y nadar por su cuenta. Su compañero marino le
soltó entonces, deslizándose hacia dentro del agua sin la oportunidad de
intercambiar cualquier intento de comunicación. El azabache nadó hacia la orilla
con los músculos entumecidos.

Salió del agua y se arrastró a gatas sobre la orilla artificial clavando las rodillas
sobre la arena. Aún estaba jadeando, sus ojos borrosos recuperaron la nitidez con
el paso de los segundos.

«Aquello había sido, sin lugar a dudas, su primer beso (y robado), en el que casi
se asfixió por quedarse tan paralizado como un idiota».

Él se llevó unos dedos llenos de tierra húmeda a los labios, y bajo el aliento
agitado, creyó que aún tenía el extraño hormigueo sobre la fina piel de su belfo
rosado.

Un aleteo de cola celeste golpeó el agua tras él, giró la cabeza muy rápido, pero
no llegó a verle. Liberando un profundo suspiro, apretó la mandíbula y se preguntó
qué diablos estaba haciendo.

¿Realmente iba a meterse en eso? ¿De verdad quería implicarse en algo así?
¿Cómo demonios pensaba retomar su vida después de tomar la decisión que
estaba a punto de determinar?

Jungkook extendió una mano y agarró la toalla, se levantó de la arena con la ropa
empapada, y la boca salada. Pero no sabía si era por su beso, o por su absurda
forma de tragar agua. Regresó a la sala de personal sacudiéndose la cabeza con
la toalla. Seokjin se topó con él en la puerta, a punto de salir justo cuando él
entraba.

—¡Eh! ¿todo bien? —exhaló el encantador hombre—. Pensé que estabas


tardando demasiado, estaba preguntándome si...

Jungkook pasó de largo, desatendiéndole.

—Aceptaré, pero no por un precio. Y por supuesto, no por esta empresa —declaró
el azabache secamente, dejando caer la toalla sobre una silla—. Me largaré de
aquí en cuanto no me necesitéis, ¿entendido? —especificó moviéndose
empapado por la sala. Sin consentimiento, tomó uno de los refrescos de la nevera
y con un par de dedos abrió la lata—. No quiero tener nada que ver con esto; no
me gustan los acuarios, y tampoco trabajo para corporaciones que piensan que el
mar de este mundo puede encerrarse en una pecera. Por lo que, no necesito un
contrato físico, me vale con un acuerdo verbal —sorbió un trago entrecortándose,
y acto seguido, le señaló con un dedo—. Pero tendrás que darme una de esas
tarjetas.

—Huh, d-de acuerdo —balbuceó Seokjin, sorprendido por su tajante manera de


tomar las cosas—. ¿Algo más? ¿deberíamos hablar de...?

—¿Cuántas veces a la semana debería venir? —sugirió Jungkook.

—Con tres está bien —caviló Seokjin, cerrando la puerta automática tras su propia
espalda—. Y... no entres por el edificio principal, hazlo por el muelle de carga. Te
daré una llave, además de la credencial.

—Bien.

—¿Bien? —Seokjin ladeó la cabeza, detectando algo extraño en el chico—. ¿Ha


pasado algo extraño ahí dentro, o soy yo el que...?

—No ha sido nada —mintió Jungkook evitando su mirada.

—Oh, eso significa que... le vas a gustar, no sé por qué... —bromeó, con una leve
sonrisa.

Tras un segundo trago, Jungkook dejó la lata vacía sobre la mesa, tomó su camisa
de cuadros y se puso las Mustang. No tardó demasiado en agarrar su bolso
deportivo, intercambiar su número telefónico con Seokjin, y largarse del complejo,
a pesar de parecer un perro de aguas totalmente empapado.

Seokjin se sintió encantado por su contundente decisión. «Ya está. Tenía la ayuda
que necesitaba», pronunció con satisfacción en su cabeza. Y cuando se despidió
del joven, alzó una mano y le observó marcharse.
Jungkook evitó volver a pensar en la maldita sirena. Necesitaba recordar que
seguía viviendo una vida corriente, sin tanto desencaje irrealista. Estaba
empapado, sí, pero el calor de aquel mes de julio secó su ropa mientras caminaba
por el paseo marítimo. Sus iris se posaron sobre el brillante escaparate de una
tienda infantil donde había pegatinas con purpurina, mochilas de colegio, peines y
juguetes con forma de sirena.

Él sacudió la cabeza y apartó la mirada.

«No», se dijo. «No puedo hablar de esto con nadie; si alguien se enterase de su
existencia, la gente, la prensa, los investigadores pagarían millones de wons por
verle de cerca. Billones por tenerla en sus manos, quizá por comerciar con ella,
y... por experimentar, como si fuera una rata de laboratorio».

El joven pensaba que aquel tipo de criaturas no podían ser domésticas, no


estaban preparadas para ser exhibidas, y mucho menos tratadas como una
mascota personal. Pero si el mundo conociese la existencia de aquella sirena,
estaba seguro de que se organizarían excavaciones en las grietas más profundas
del Índico para encontrar más. Porque, ¿había más? ¿cómo lograron atraparla?
¿qué información les llevó a conocerla? Sus dudas le hicieron desear interrogar a
Seokjin, pero aún no guardaban la suficiente confianza en el otro, como para
indagar sobre lo que sabía. De momento, Jungkook creyó tener suficiente con
saber que el hombre había sido el único encargado de sus presuntos cuidados. Y
si buscó una ayuda externa en él, podía barajar entre dos opciones; Seokjin se
implicaba en su trabajo demasiado, o realmente estaba compadeciéndose de la
criatura.

«Sí, no era sencillo empatizar con un tiburón en una jaula de circo», pensó. «Pero
al final del día, sólo era una forma de vida distinta, proveniente de su mismo
mundo».

Durante el resto de la mañana, estuvo en una fundación como colaborador. Vio un


corto meeting público donde el director de la fundación ofreció el compromiso de
su marca por proteger la biodiversidad marina, a través de acciones locales. Su
primer aplaudido paso sería el de conseguir un cierre nacional de las
petroquímicas: un sueño que consideró difícil de cumplir.

El resto de la tarde aconteció para él en el Centro de Recuperación de Animales


Marinos. Era su lugar favorito, por encima de la Protectora de Geoje. El centro de
recuperación constaba de una clínica, un edificio de educación, y varias piscinas y
tanques destinados al tratamiento de los ejemplares llegados al centro, que la
Protectora no podía liberar por algún contratiempo.
En la zona clínica, Jungkook revisó a un ave marina que sufría una problemática
en una de sus alas. Detectó dónde se encontraba su fractura y entablilló su ala
cuidadosamente tras inyectarle un sedante paliativo.

—Creo que estará mejor así. Su lesión no es tan grave, los cartílagos se sellarán y
podrá volar en unas semanas.

—Gracias, señor Jeon —expresó Noah, uno de los trabajadores—. Temíamos que
no volviera a hacerlo. Ya sabe, los pelícanos siempre tienen una forma especial de
cazar.

Jungkook sonrió levemente, intercambió unas cuantas palabras con Noah y se


marchó al finalizar su trabajo. El cielo parecía una naranja dulce partida durante la
tarde. Atravesó el recinto por la zona de las piscinas y encontró a un grupo de más
de una docena de niños asistiendo a una divertida excursión por el centro. Frente
a una de las piletas, los críos atendieron la demostración de Haeri con un par de
delfines bien adiestrados.

El pelinegro se quedó unos minutos ahí, hasta que Haeri terminase. Conocía su
numerito, no era la primera vez que lo había visto. Ella era una buena cuidadora y
adiestradora, y en su mano estaba el liderazgo de entrenar aves acuáticas, y
aquel par de delfines que le seguían como paladines.

—Gracias, chicos. ¡Despedíos de los pequeños! ¡Adiós!

Con un par de balanceos de delfines y poco más, los niños se retiraron


encantados junto a su tutor. Jungkook se aproximó al borde de la piscina
mordisqueándose la lengua.

—No ha estado mal.

—¿Divertido? —sonrió Haeri.

—Estaban hechizados.

—¿Conmigo o con ellos?

Jungkook se acuclilló, extendió una mano y tocó a uno de los simpáticos cetáceos
que se aproximó para reconocerle. Su piel era de un gris claro, escurridiza bajos
sus yemas.

—Diría que siguen eclipsándote.

Ella se rio levemente, percibió el recochineo de los mamíferos frente a su persona.

—Ten cuidado, a esta le gustan demasiado los chicos jóvenes —bromeó la joven.
El pelinegro se incorporó y liberó una alegre risita. Guardó las manos en los
bolsillos de sus jeans mientras Haeri salía de la piscina con un neopreno azul
marino ceñido hasta el cuello. Ambos se conocieron el primer día en el que
Jungkook llegó a la isla. Se quedó embobado cuando la vio con una cría de
albatros. Generalmente, los albatros errantes crecían hasta ser muy grandes,
especialmente si se trataban de machos. Tenían una cara muy graciosa, ya que
su rostro poseía un par de expresivas cejas negras que le daban un toque
circunspecto.

Después de su encuentro, se topó con ella ese mismo día durante la noche, en
una pequeña fiesta de playa a la que Yoongi le obligó a asistir, con la excusa de
que necesitaba tomar una cerveza antes de enfrentarse a todas sus cajas de
mudanza. Haeri era mayor que él, su cabello de un castaño oscuro, su
personalidad le hablaba de una profesional dedicada a su trabajo. Cuando
hablaron un poco, enlazaron una sencilla amistad. Existía una buena energía
fluyendo en el ambiente cuando se cruzaban. Ni él mismo lo había esperado, pero
era el tipo de persona con la que se sentía cómodo. Algunos lo conocían como
«química natural», sin embargo, Jungkook estaba tan interesado en las relaciones
interpersonales, como Haeri en salir de su trabajo; nada.

Una semana antes, la mujer liberó al albatros con cierto pesar. Él vio en sus ojos
un brillo vidrioso y no pudo evitar sentirse conmovido.

—¿Tú crees? —exhaló Jungkook.

—Tengo la piel como una pasa —declaró su compañera agarrando una toalla—. A
veces olvido que no soy una sirena.

El azabache se atragantó con su propia saliva y comenzó a toser


exageradamente. Llevaba todo el día luchando contra ese sustantivo que parecía
perseguirle. Ella le dio unas palmaditas en la espalda en confianza.

—¿Estás bien? —preguntó atentamente, con media sonrisa—. ¿Quieres un poco


de agua? ¿Qué te ha pasado?

—N-no, más agua no, gracias —contestó Jungkook algo sofocado—. Yo también
me siento hoy como una pasa...

—Huh, tengo que darme una ducha —declaró Haeri recogiendo sus cosas, por
unas décimas de segundo le miró de soslayo, como si estuviese preguntándose
algo—. Oye, te gustaría... huh, ¿qué cenemos algo? ¿juntos?

—Hmnh —Jungkook se frotó la nariz con cierta dulzura—. Suena bien.


«Wow, si aquello lo hubiera visto Yoongi, estaba seguro de que dejaría de
recriminarle que le daban miedo las chicas», pensó fugazmente.

—Pero —sí, ese era él mismo, recogiendo cable antes de tiempo—, llevo todo el
día fuera y, necesito descansar. Creo que tengo sal hasta en los pantalones.

—Ah, ya —Haeri no mostró ningún tipo de contrariedad, sonrió sin inconvenientes


y se despidió de Jungkook antes de marcharse—. Pues otro día, hay un nuevo
local de comida tailandesa muy cerca.

—¿Tailandesa?

—Está deliciosa, debes probarla —ella le guiñó un ojo, retirándose—. ¡Buenas


noches!

Jungkook se quedó allí plantado un instante, el sol acababa de extinguir su cálida


luz en el horizonte marítimo.

«Comida tailandesa», repitió en su cabeza.

Salió del recinto poco después, comprobando la hora en su teléfono móvil, y de


paso, la ubicación del pequeño restaurante. El pelinegro se sentía realmente
cansado, necesitaba tomar una ducha, y llenar su estómago de algo que no fuese
arroz hervido o ramen. Como el local no quedaba muy lejos del tranvía que
tomaría para volver a casa, se pasó por allí y compró su cena para llevar, con
intención de saciar su apetito y el de Yoongi. Pidió dos raciones de Pad Thai, un
plato de arroz salteado con pollo y gambas, condimentado con salsa de soja,
huevo, lima, chile y azúcar. Y por si las moscas, dos cuencos de una ardiente
sopa picante que se servía con gambas, setas y tomate. El tailandés le dijo que el
sabor era bastante intenso.

Salió con una bolsa cargada con su cena. Tomó el tranvía en una de las paradas
que atravesaban la céntrica y animada ciudad de la isla, y regresó a casa en sólo
diez minutos. De alguna forma, sentía que, en el fondo, muy en el fondo, estaba
de mal humor. Lo que había visto en el acuario de Geoje le había asustado tanto
como fascinado, y por un momento, deseó olvidar aquel sueño para volver a casa
y seguir siendo un simple voluntario en las protectoras de animales. La parada de
tren le dejó al lado de su manzana. Bajó con el olor a comida tailandesa
persiguiéndole desde su bolsa, y caminó por el barrio de casas hasta llegar a la
suya.

Empujó la puerta, y lo primero que hizo fue dejar caer su mochila al suelo. Soltó la
bolsa en la isla de la cocina y se dejó caer en el sofá de espaldas.
«Dios», pronunció en su mente con ansiedad. «¿En qué se había metido? ¿Y por
qué no podía dejar de pensar en esa criatura?»

No había ninguna luz en la primera planta, pero el interruptor se encendió en tan


sólo unos segundos por las yemas de alguien más. Jungkook alzó la cabeza un
instante para mirarle, después volvió a tenderse, con los brazos flexionados sobre
su propia frente.

—¿Todo bien? —preguntó su compañero.

—Sí.

Yoongi le conocía demasiado, por lo que levantó una ceja.

—Te han designado el área de pingüinos, ¿no? —ironizó con voz grave,
detectando su cena sobre la encimera—. Menuda cara tienes, ni que esos
bichejos fuesen caníbales.

«Ojalá pudiese decirle que mi pingüino es mucho más grande, y probablemente, sí


que le gusta la carne», satirizó en su densa nube de pensamientos.

—Nah, no es eso —Jungkook chasqueó con la lengua, se incorporó con un bufido


y evitó su mirada regresando a la cocina.

Yoongi sacó la comida de la bolsa; un par de cajas de cartón hasta arriba de


delicioso Pad Thai, y dos cuencos de sopa picante bien sellados.

—¡Oh, me muero de hambre! no puedo creerme que hayas traído esto —celebró
Yoongi, resquebrajando las tapaderas y seguidamente pasándole un par de
palillos metálicos.

Jungkook se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina, clavó los codos
y probó el Pad Thai confirmando su nueva admiración por la cocina tailandesa.

—Bueno, ¿qué? ¿te han ofrecido un contrato?

El azabache apretó los labios.

—Algo así —respondió con una honestidad a medias.

—¡Fantástico! —Yoongi sacudió su hombro, tratando de animarle—. ¿No deberías


estar contento? Vas a trabajar en la principal atracción turística de la isla —dijo
señalándole con unos palillos—. Huh, oh, olvidaba que odias los acuarios.

Jungkook permaneció en silencio, masticando lentamente.

—¿Kook?
—¿Hmnh? Ah, sí. Hyung, es... buf.

—Qué, ¿vas a tener que lanzarle aros para que los atrape un león marino? Venga
ya, no es tan mal trabajo, tío —intentó reconfortarle dándole una palmadita en la
espalda—. Al menos por fin has decidido comprometerte con algo.

El pelinegro esbozó una leve sonrisa.

—Si es que, eres idiota... —dijo con un hilo de voz, negando reiteradamente con la
cabeza.

—Seré idiota, pero tú me debes unos calamares.

—¿Qué hay de la comida tailandesa? —replicó el más joven—. Acabo de traer a


casa tu cena.

—Chst, no te quejes tanto, Bob Esponja —inquirió Yoongi de forma socarrona,


levantándose de la mesa con el contenedor de cartón en la mano—. A partir de
ahora te presentaré a todo el mundo como, mi amigo, el cuidador de erizos.

—¡¿Quieres dejar de decir gilipolleces?! —gruñó Jungkook.

—Lo que tú digas, caraespárrago.

El azabache agarró una gamba y se la lanzó con los palillos, sin poder evitar reírse
por su forma de esquivarle. Yoongi desapareció de la cocina gritándole por su
mala puntería, regresó a su propio dormitorio para acabar con el Pad Thai y
terminar de ver una serie de Netflix en su portátil sobre la cama.

«No era tonto, sabía que algo no iba bien con Jungkook». Demasiado tiempo
viendo su cara de pan como para no advertir la introspección que habitaba en sus
iris oscuros. Pero se había propuesto animarle, a pesar de que Min Yoongi fuese
la roca más insensible del universo. Cuando se proponía algo, lo sacaba con
buena nota. Al fin y al cabo, le separaban dos años de diferencia: Jungkook era
como su hermano pequeño.
Capítulo 03
Capítulo 3. Enredo marino

Esa noche Jungkook soñó con diversas formas de ahogarse. La gama de


pesadillas tocó todos los palos a su alcance, desde la desembocadura de una de
las piscinas tragándole como si fuera un desagüe, hasta él asfixiándose con un
café demasiado aguado. En su última pesadilla, unos labios desconocidos le
insuflaron oxígeno cuando estaba a punto de asfixiarse, una extraña quemazón se
esparció por su pecho, se vio arrastrado hacia una mullida orilla de arena clara,
donde su oído disfrutó de una dulce, rica y profunda voz entonando una melodía.

Se despertó de madrugada, con la nuca empapada y el cabello como un nido de


pájaros. «Quién diría que lo que había vivido le afectaría tanto».

El joven se levantó de la cama y se metió en la ducha. Instantes después salió


renovado, se enfundó en una camisa blanca y ancha, pantalón vaquero ajustado y
unos sencillos tenis. Recogió su dormitorio y comprobó el teléfono antes de partir
en dirección a su nuevo trabajo, aún era temprano, pero Seokjin le había escrito
diciéndole que ya tenía su credencial y le esperaría en la zona trasera del
complejo. Él agarró su mono de neopreno doblado, lo metió en la bolsa y se la
echó al hombro sin dilación. Salió de casa para tomar el tren y bajó en el complejo
turístico que envolvía al acuario. Como no había desayunado, se pidió un batido
de helado de plátano en uno de los puestos móviles, lo sorbió en dirección a la
zona del muelle trasero por la que Seokjin le orientó.

Había una zona de carga y descarga de comida fresca, productos de limpieza, y


otros enseres. Jungkook se colocó por una de las puertas de las naves, no tan
bonitas y vistosas como la zona preparada para los grupos de turistas. Entró por
uno de los compartimentos de carga, avanzó dentro del edificio y encontró a
Seokjin esperándole.

—Aquí estás —emitió con una agradable sonrisa, vestido con blazer beige y una
distinguida elegancia—. Gozas de buena orientación, eso es muy positivo.

—Hm, buenos días —saludó Jungkook.

—¿Qué hay? ¿Has pensado bien lo que...?

—Quería preguntarte algo —intervino Jungkook, mientras el otro sacaba la


credencial del bolsillo interior de su chaqueta, y se la ofrecía—. ¿Qué se supone
que debería... hacer con...?
—¿Él? Vale, ehmn —suspiró Seokjin, con un leve fruncimiento de cejas—. Creo
que estoy tan perdido como tú.

—Oh, genial —pronunció el azabache con sarcasmo—. Está bien, me las


arreglaré de alguna forma. Nos vemos más tarde.

—Escucha, lo único que quiero es que le saques una sonrisa, ¿vale? —argumentó
de forma muy estúpida—. El señor Kim está muy frustrado, sólo necesito que
cuando regrese a Corea y venga a verla, no intente partir la aleación de cristal
frente a su cara, con la cola.

Jungkook le miró con una tremenda dosis de sarcasmo.

—Claro, le pediré una selfie de paso —arrojó hirientemente—. ¿Qué tal si también
le obligo a que escriba «con dedicatoria especial, para mi amo?» Seguro que
estará encantada de saludar al tipo que le ha metido ahí dentro.

Seokjin apretó los dientes y bajó la cabeza. Los dos se separaron no mucho
después, pues el azabache se dirigió a la zona privada donde pudo entrar con su
tarjeta y Seokjin se marchó para atender a unas cuantas de sus labores como
encargado del complejo.

Una vez más, allí estaba Jungkook; un precioso acuario celeste de enormes
dimensiones, completamente vacío. Y sin ningún plan concreto, el joven planeó
iniciar la fase de contacto como había hecho con todas y cada una de las criaturas
con las que había tratado. Cuando estaban asustadas, heridas, o simplemente
demasiado aisladas, lo más eficiente era intentar relacionarse sin forzar
demasiado. Ese día se sintió mucho más cómodo con su mono de neopreno, se
vistió junto a la taquilla, salió al exterior de la sala que daba al acuario y se
zambulló en el agua.

Como contrapartida, la sirena no apareció por ningún lado. Es más, por mucho
que Jungkook diese varias vueltas por la zona, no pudo verla ni de soslayo. Él
salió con irascibilidad del agua. Estuvo más de una hora dentro, y otra más
sentado afuera como un pelele. Era evidente que no le estaba haciendo caso, su
ausencia sentenciaba su primer rechazo.

«Puede que la primera sólo se hubiese acercado a él para identificarme», se dijo,


sonrosándose fugazmente al recordar el beso robado. «¿Así era como las sirenas
identificaban a otros? Caray, sólo era un roce de labios, ni siquiera entendía por
qué estaba sintiéndose tan perturbado».

Jungkook se asomó desde la orilla y pensó en colarse en alguna de las cuevas


artificiales más profundas. Pero no era tan estúpido como para meter la cabeza en
la boca del lobo. Si estaba en alguna de esas, que era lo más probable, intuía que
estaba haciéndolo sólo para torturar la conciencia de Jin por tenerle encerrado. Y
él no era quién para negárselo.

—¿Cómo le alimentáis?

Seokjin dio un respingo del que casi se le cayó el bloc de notas que llevaba en la
mano.

—¿Qué haces aquí? —masculló en mitad del recinto principal del gran acuario.

Su cabello estaba húmedo, se había vuelto a vestir, y había una clara humedad en
su bolsa deportiva que representaba a la bola de su neopreno mojado.

—Su alimentación —repitió Jungkook, ignorando que estaba en un lugar público.

La secretaria del castaño se aproximó con un café listo.

—Aquí tiene, señor Kim —le ofreció amablemente.

Seokjin tomó el café de plástico con una mano, se lo intercambió por su bloc, y
agarró el codo de Jungkook para arrastrarle hacia una zona menos pública y
concurrida. Se detuvieron en uno de los relucientes pasillos donde se indicaban
los distintos sectores del acuario.

—¿Alimentar? No, no, no —negó Seokjin con voz aguda—. No come.

—¿Que no come? —Jungkook le miró con escepticismo—. Venga ya.

El hombre negó repetidamente con la cabeza.

—Nada de nada —le aseguró.

—Ni siquiera... ¿plancton, o algo así? —insistió el más joven—. ¿Peces


pequeños? ¿caracolas? ¿moluscos?

—Jungkook, no creo que necesite atender a ninguna función biológica atribuida a


los humanos —expresó Seokjin en voz baja—. ¿Comprendes?

Jungkook maldijo en voz baja.

—Joder, pues no sé cómo voy a sacarle de ahí —soltó enfurruñado—. Cuando me


meto en el agua, no hay forma de que aparezca.

—¿No? —Seokjin se mostró genuinamente sorprendido, tomó un sorbo de café


con la duda en sus iris—. ¿Cómo? Pensé que el primer día, habíais... conectado.

El pelinegro sopló lentamente el contenido de sus pulmones.

—Bien. Pues creo que se ha arrepentido, después de lo de, ehm-


Su compañero le indició con un gesto para que continuase.

—¿Después de lo de qué? —emitió Seokjin frunciendo los labios—. ¿Después de


qué, Jungkook?

El más joven carraspeó como si no le hubiera escuchado, se maldijo interiormente


y desvió la mirada. «Maldita bocaza que tenía».

Seokjin le siguió con unos iris castaños inquisitivos.

—¿Le has hecho algo? Te dije que no fueses brusco, es más sensible de lo que
parec-

—Eh, ¡él fue el que se abalanzó sobre mí para besarme! —bramó Jungkook.

Seokjin derramó el café sobre su propia chaqueta, soltó un chillido similar al de


una urraca y le miró como si fuera una bestia.

—¡¿B-be-besarte?! Pero, ¡¿qué dices?!

—¡Chst, baja la voz! Fue él, he dicho —farfulló el pelinegro, poniéndose a la


defensiva—. ¿Qué pasa? ¿Es como una pena de muerte, o algo así? ¿Voy a
morir?

Seokjin sacó un pañuelo de su bolsillo e intentó limpiarse el café cómo podía.

—¿Q-qué? No, no... que sepamos.

Jungkook suspiró sin llegar a sentirse realmente aliviado.

—Veamos, busquémosle un sentido a esto —comenzó el mayor, apelando a sus


neuronas—. Yo nunca me he podido acercar a él a más de unos cuantos metros.
Así que... imagino que tú... eres el que entra en sus gustos personales. Te felicito.

Las mejillas del azabache palpitaron como si alguien le abofeteara. Le dio la


espalda a Seokjin y se largó por el mismo lugar que vino.

«Menudo incompetente», pensó.

Regresó a casa a mediodía, sumergido en su propia sopa mental. Seokjin le había


dicho que tenía los mismos estudios de biología marina que los suyos, sin
embargo, mientras que Jungkook se había vuelto escéptico y terrenal, el mayor
adoraba y creía fervientemente en las leyendas y mitos que envolvía el mar.

«Claro, y, ¿quién era él para decirle a esas alturas que una sirena era algo
imposible? Imposiblemente fría, imposiblemente hermosa, imposiblemente
desconocida».
—Eh, voy a salir a correr —emitió Yoongi apoyándose en el marco de su
dormitorio—, ¿vienes conmigo?

Yoongi y Jungkook hicieron footing por la tarde. Su compañero mayor le habló


sobre su labor en las rutas marítimas de Geoje.

—Extraemos minerales y cosas así —comentó Yoongi mientras volvían a casa


reduciendo el ritmo. Seguidamente se llevó una mano al bolsillo y sacó algo
brillante—. Mira, para ti.

Jungkook sujetó una perla entre las yemas, jadeó levemente y esbozó una
sonrisa. Sus pasos se redujeron hasta caminar.

—¿Me la das?

—Había un montón de ostras tiradas —Yoongi se encogió de hombros—. Esa fue


la única perla que parecía valer algo.

—Huh —el más joven cerró la mano alrededor de la perla, miró a Yoongi de medio
lado, pensando que él era como ese tipo de ostras duras, cerradas, y difíciles de
encontrar. Estaba seguro de que él en el fondo estaba blandito, era un poco más
baboso de lo normal, y sin duda, escondía una de las mejores y más brillantes
perlas.

—¿Qué tal tu primer día de trabajo? —formuló Yoongi, cortándole su hilo


argumental de pensamientos.

—Huh, eh, bueno...

—Tienes que acostumbrarte, lo sé —valoró su compañero por su propia cuenta—.


Dale tiempo, todo lo nuevo necesita un poco de intervalo, ¿no?

Jungkook pensó que nunca había acertado tanto en un consejo, sin ni siquiera
saber qué era lo que en realidad estaba sucediendo.

—¿También le dices eso a las cajas con tus cosas, que siguen acumulando polvo
en tu estantería?

Yoongi soltó una risilla.

—Qué puto desgraciado —bufó.

Esa noche, después de una cena sencilla y una buena ducha, Jungkook volvió a
soñar con las profundidades. Eran oscuras, las más oscuras y espeluznantes que
jamás hubiera podido imaginarse, donde el frío y la presión de la profundidad
apretaba su cabeza y le hundía el pecho como si de un muñeco de plástico de
tratase. En el fondo, había una perla. La misma perla que Yoongi le había dado y
la cual ahora yacía en su mesita de noche.

Jungkook se despertó bruscamente, sofocado, empapado en sudor. Aún no había


amanecido, pero su compañero se despertaba a las cinco de la mañana y le había
escuchado.

—Tienes pesadillas, como hace años —dijo su voz desde la puerta—. Pensé que
las habías superado.

Jungkook se sentó sobre la cama, apartó su sábana de una patada, sus ojos se
encontraron en la oscuridad con los del otro.

—¿Ayer... me escuchaste ayer?

—Oh, sí. Te recuerdo que duermo justo en frente de tu dormitorio.

El más joven chistó con la lengua, lamentándolo.

—Me voy en veinte minutos, te subiré un vaso de leche —decidió su amigo


deliberadamente.

Jungkook volvió a recostarse sobre su cama, en la más densa penumbra de sus


pupilas. En unos minutos más, Yoongi le trajo una taza de un líquido caliente y con
olor a miel. Se largó poco después, mencionándose que no volvería antes de las
cuatro de la tarde.

El tercer día que Jungkook regresó al acuario, lo hizo por pura testarudez. No iba
a permitirse darse por vencido «contra esa cosa». No con él. Jeon Jungkook no
perdía contra una sirena.

Lo que le hizo más gracia, fue que logró verla cuando aún estaba atravesando el
pasillo cilíndrico que traspasaba la zona más baja de la pecera. En cuanto él se
dispuso a entrar, desapareció como un fantasma.

Jungkook apretó la mandíbula, tomó el ascensor y subió a la sala.

«Vas a tenerme aquí todos y cada uno de los días», le lanzó mentalmente,
levantándose la camiseta que cubría el ceñido neopreno y acto seguido,
desnudándose.

En el exterior del acuario, se zambulló en el agua con una nueva estrategia.


Mantuvo la calma dando unos buenos largos por la superficie. Si iba a estar allí, al
menos, pensaba aprovechar el espacio como zona de natación. Él era bueno
nadando, nadaba rápido, le gustaba entrenarse. Bajó la cremallera apretada del
neopreno de su cuello, e incluso sacó los brazos para anudarlo a su cintura. Se
quedó con el torso desnudo, se dio una buena dosis de natación para relajar sus
músculos, como llevaba años sin hacerlo.

Él estaba delgado, pero su cuerpo era fibroso, con piel blanca y fina. Tenía bíceps,
piernas de suaves músculos alargados, su espalda estaba arqueada, gozaba de
una buena complexión natural que siempre se había pulido con algo de ejercicio
físico y una buena alimentación. El agua era su elemento, el lugar donde se sentía
más cómodo, a pesar de sus recientes e inexplicables pesadillas. Se sumergió
para bucear un poco, y forzándose para llegar al fondo artificial marino, arrancó un
trozo del arrecife plantado, llevándose un chillón coral poroso. Regresó a la
superficie con cierto picor en el pecho, liberando las burbujas de oxígeno. Dejó el
trozo de coral junto a la orilla de la superficie, pensando en que ese tipo de azul
tan intenso sólo se encontraba en los arrecifes más profundos

Practicó algo de buceo un rato más, esencialmente, comprobando algunas zonas


ocultas de las profundidades. Cuando comenzó a sentirse exhausto, regresó a la
superficie y se movió hacia la orilla pacíficamente, presintiendo unas inesperadas
burbujas bajo sus pies desnudos. Jungkook creyó que fue casualidad al principio;
algún conducto de ventilación, el dinamismo con el que se movía o algo por el
estilo.

Sin embargo, las burbujas provenían de lo más profundo y una leve corriente
cosquilleó por sus pies como si le alertase de algo. Su corazón emitió un vuelco,
no dejó pasar la oportunidad y se sumergió unos palmos bajo el agua para
encontrar a su no-amigo mitológico.

Ahí estaba, a tres o cuatro metros bajo él, mirándole, con una delicada pero
musculosa cola de preciosas escamas compuestas por los tonos zafiro, añil y
cobalto. Ojos rasgados y recelosa mirada que le enviaban un mensaje directo
«basta de jugar en mi territorio, humano».

Jungkook contrajo su propia garganta, para que sus burbujas de aire no se


escapasen demasiado rápido. Era hermosa, como una pieza bonita y brillante que
cualquier pez gordo colocaría en su estantería. El joven le señaló con la cabeza a
la superficie, pero ella se largó con una sacudida de cola y una palpable
desconfianza en su persona. Jungkook captó su mensaje y se retiró con
elegancia. Salió a la superficie y tomó aire. Cuando volvió a mirar bajo la
superficial capa de agua, se había marchado.

Esa misma noche, no pudo dejar de pensar en que la sirena parecía algo más
frágil que el día que la vio. Su aspecto parecía cansado, con un tono algo más
pálido y ojos hundidos.
«¿Tenía razón Jin, y estaba muriendo lentamente?», dudó mirando el techo del
salón, con un cojín abrazado sobre su pecho. «¿Realmente moriría, sin que él
pudiera hacer nada? Chst, pero, ¿qué demonios esperaba Seokjin de él? ¿Ser...
especial? ¿Qué le salvase la vida a un ser que ni siquiera él mismo podía
comprender?».

Jungkook lanzó el cojín hacia el otro lado del salón. Yoongi entró por la puerta del
bastidor, recibiendo un casual cojinazo en toda la cara.

—Gracias, lo necesitaba —declaró su amigo con una sonrisa forzada.

El más joven se rio levemente.

—Me voy a dormir, buenas noches.

—Buenas noches —se despidió Yoongi mientras saqueaba la nevera.

Jungkook se largó a su dormitorio, sostuvo el trozo de coral que sacó del acuario
en alto y se permitió tallarlo con una navaja y una lima de uñas. No tenía mucha
imaginación, por lo que le dio una simple forma de corazón poroso, que terminó
abandonando sobre su mesita de noche, junto a la perla que ahora guardaba en
su bolsillo, esperando obtener algo de buena suerte. El joven durmió
profundamente esa noche. Por suerte, le despertó una llamada de teléfono, pues
Yoongi se había marchado en la madrugada y él había olvidado poner su alarma.
Tomó la llamada de Leslie, quien le avisó de que tenían a una cría de tortuga que
encontraron en la playa, y que probablemente había salido del huevo, perdiendo
de vista a sus hermanas. Jungkook no tardó demasiado en desperezarse, salió
cuanto antes y se plantó en la protectora para conocer a su nueva amiga. Con una
bata de clínica, un guante protector y unos minutos, comprobó el estado de la cría.

—Pesa un kilo y medio, pero pesará más de cien en un año —dijo Jungkook con
cierta fascinación—. Menos mal que ahora podemos sujetarla en una mano.

—Eres un encanto —dijo Leslie—. Es maravilloso que se te den así de bien todas
las criaturas.

«Parece que no todas», pensó Jungkook. Bajó la cabeza y se tomó su cumplido


con cierta humildad. Estuvo un poco más por la Protectora, pero no tardó en
quitarse la bata y recordar lo que quería hacer más tarde. En esa ocasión, llegó al
acuario varias horas después de lo que había estado acostumbrando esos días.
Se propuso repetir su rutina con una cara muy larga; meterse en el agua y
molestarte un poco. Si volvía a salir para mirarle como si fuera un imbécil, incluso
se sentiría recompensado por dar otro pequeño paso. Pero en esa ocasión,
pensaba forzar el contacto.
«Prefería no decirle a Seokjin sobre el mal aspecto de la sirena», se dijo. Y para
su fortuna, Seokjin no se encontraba esa mañana en el complejo del acuario. Él
salió al exterior de la gran pecera subiendo la cremallera del neopreno hasta su
pecho, y se zambulló en la refrescante agua salada. Buceando y estirando sus
músculos bajo el agua, rebuscó en la profundidad con sus manos algún elemento
que pudiese tallar como el trocito de coral que se había llevado.

Parecía una nimiedad, y podía haberlo hecho en la playa exterior, pero empezó a
parecerle divertido comprobar si había algo más que pudiera llevarse de ese
fascinante sitio. En las profundidades, tomó una concha vacía salpicada de
colores. La sostuvo entre los dedos un instante, comprobando la rugosidad de la
cáscara formada por proteínas y carbonato de calcio entre sus yemas.

Estaba a punto de llevársela, pero súbitamente, una ráfaga de burbujas le azotó


haciéndole tambalearse y caer ingrávidamente hacia atrás. Él parpadeo bajo el
agua y dio un respingo cuando vio pasar a la sirena. Pasó por su lado,
vapuleándole con la cola con molestia.

Jungkook comprendió su indirecta, «no toques mis cosas, largo». Soltó la concha
para no irritarle (ni siquiera tenía un auténtico valor) y regresó a la superficie para
recuperar su aliento. En su primera bocanada de aire se sintió levemente
indignado.

—Así que eres territorial y dominante, interesante —jadeó para sí mismo,


tomándoselo como un desafío.

Fue realmente irónico que no tuviese ni idea de que una sirena le daría de su
propia medicina. Jungkook se tomó muy en serio lo de pasearse por la zona
donde le había visto. Se hizo unos cuantos largos, como si estuviese en una
piscina pública, campó a sus anchas y buceó apartando las algas que acariciaban
su rostro bajo un ala rocosa. No volvió a verle. Pero en la superficie, él se
posicionó junto al cristal contiguo al mar celeste. Se marcó una meta, como
cuando sólo era un adolescente; contar en cuántos segundos necesitaba para
atravesar el acuario de una punta a otra.

Tomó aire y se sumergió en el agua, buceó lo más rápido posible, con todo el
dinamismo que le permitía su ágil movimiento de piernas y brazos. Llegó al otro
extremo, tocando un lado de la orilla con una mano. Cuando salió, exhaló una
sonrisa. Recordó los viejos campamentos de verano a los que asistió y las clases
de natación en las que siempre superaba a sus compañeros. Siempre ganaba las
competiciones, siempre fue el más rápido.
Un poco después, Jungkook repitió la fórmula en el sentido contrario, intentando
superar su récord. No supo cómo, perdió la cuenta de cuántos largos había hecho;
casi había olvidado dónde se encontraba por estar divirtiéndose.

Tras varios intentos, una sombra subacuática pasó bajo sus piernas. Fue tan
veloz, que su rápido corazón y respiración agitada se contrajeron cuando recordó
a la sirena. Jungkook parpadeó en la superficie, nadó lentamente hacia el cristal y
posó una mano sobre este.

Arqueó una ceja, cuando detectó a la borrosa figura de la criatura seguirle.

«¿Estaba desafiándole?», dudó. «Porque si era así, dudaba que pudiera ganarle
en una carrera de nado a una sirena. Estaba seguro de que sus piernas no tenían
demasiado que hacer contra esa poderosa cola».

Jungkook se sumergió en el agua brevemente, se topó con sus iris a unos cuantos
metros, mucho por debajo de él. El pelinegro le hizo una señal con el dedo para
apuntarle la dirección de su nado. No sabía si le habría entendido, pero si iban a
enfrentarse en un duelo, esperaba que al menos nadasen en la misma dirección.

Ella le regaló una mirada cargada de altanería, algo que Jungkook entendió como
«voy a hundirte como un barquito de papel, listillo».

Jungkook tomó una última bocanada de aire, volvió a meter la cabeza y le señaló
para arrancar su carrera. Se empujó con los pies tomando impulso, deslizándose
por el agua como un pez. Mientras se desplazaba, miró hacia un lado
percatándose de que iba solo.

«¿En serio era más rápido que él? Qué fácil», pensó ingenuamente. «Nunca creyó
que algo sería tan pan comido cómo enfrentarse a aquel pescadito».

No obstante, no tardó en entender que la orgullosa sirena tan sólo le regaló un


margen de ventaja para que tomase algo de distancia, y de una simple aleteada,
pasó por su lado, sin rozarle, dejándole una molesta nube de burbujas que le
zarandeó y le obligó a salir a la superficie antes de tiempo.

—¿Estás de coña? —exhaló frotándose los ojos. Escupió agua salada,


encontrándose a la sirena al otro lado del acuario, tocando uno de los escalones
de la orilla con una mano—. Esa velocidad no es mínimamente legal —refunfuñó,
con un notable mal perder—. Pero si no ha necesitado ni tres segundos para...

Jungkook cerró la boca rápidamente. Cayó en la cuenta de algo; estaba jugando


con él. El joven se desplazó hasta la orilla con la respiración agitada y una
espontánea sensación de furor. Metió la cara en el agua y comprobó que le estaba
esperando para una «segunda ronda» en la que derrotarle.
Sus ojos se encontraron, su compañera sirena estaba mucho más cerca de él y
parecía excitada por el juego. Su estómago revoloteó, con la incómoda sensación
de seiscientos caballitos de mar golpeándose como idiotas en su interior.

«Calma», se dijo. «Aquello era lo más interactivo que había conseguido hacer con
la criatura en esa semana».

Pensó que debía sentirse aburrido allí dentro. Estaba solo, sin nada más que
esperar a morir. Puede que Jungkook hubiese logrado resultar un incordio,
perturbando sus aguas y metiendo las manos entre corales que consideraba como
«de su propiedad», pero al joven se le hizo divertido comprender que aquel ser
también era competitivo. Quizá quería demostrarle lo patético que resultaba su
nado.

Jungkook se giró ciento ochenta grados, tomó aire en la superficie y volvió a


sumergirse. Le hizo una señal de salida y los dos arrancaron. En esta ocasión, ni
siquiera le vio pasar. Las burbujas le zarandearon y se metieron en sus ojos, el
azabache las apartó con las manos, continuó buceando y llegó a la meta
arqueando una ceja.

La mirada de su compañero marino era pretenciosa, de una cristalina


heterocromía. Con la cola enrollada sobre sí misma, comprobó sus perfectas uñas
bajo el agua, y le miró con suficiencia.

«Se está burlando de mí», confirmó Jungkook en su mente. «Está bien, tú eres el
rápido de los dos. Tú ganas».

Él sacó la cabeza del agua, tomando una gran bocanada de aire. Soltó una
carcajada apartándose el cabello empapado de los ojos. Y con una gran
curiosidad, volvió a sumergirse, encontrando unos ojos curiosos más abajo, con
un interesante destello de diversión.

«Así que le gustan las carreras...», pensó Jungkook, entrecerrando los ojos bajo el
agua. «Humhn».

La sirena volvió a posicionarse como si esperase su señal de salida, movió la cola


como un gato orgulloso, buscando la complacencia de derrotarle una vez más.
Jungkook deslizó su mirada sobre su belleza inhumana, y fortuitamente, localizó
unos severos arañazos que levantaban la piel y escamas en el costado de su cola.
El azul se oscurecía dando paso a un rojizo oscuro, púrpura renegrida.

Jungkook dejó escapar unas burbujas de aire.

«¿Qué demonios tiene ahí?», se preguntó con hastío. «¿Quién le ha hecho eso?».
Su compañera no era necia. Se apartó unos centímetros con desconfianza,
advirtiendo que su mirada acababa de posarse indiscretamente sobre algo más. El
azabache se sintió tan inquieto, que le hizo una señal con el dedo para que
subiese a la superficie en su compañía. La sirena negó con la cabeza, se desplazó
por el agua y se distanció de él varios metros, sumergiéndose en las
profundidades del acuario.

«¿De verdad? ¿¡En serio vas a alejarte!? ¡¡Agh!!», maldijo en su mente,


suprimiendo las ganas de gritarle.

Él sacó la cabeza del agua una vez más para respirar oxígeno, jadeó brevemente
y se apresuró para regresar al interior de nuevo e insistirle. Y, para colmo del
sastre, no encontró rastro alguno de ella. Ese día, Jungkook dio un par de vueltas
más por la zona, sin lograr encontrarle. Terminó saliendo al exterior con los
músculos exhaustos y unas probables agujetas que le punzarían al día siguiente
por haber nadado demasiado. El neopreno estaba pegado a su piel, bajó la
cremallera hasta la cintura y se dejó caer en la orilla con los dedos arrugados.

Se preguntó qué demonios eran aquellos arañazos que había visto en su cola.
Tenían mal aspecto.

«Estaba seguro de que Seokjin no estaba al tanto», reflexionó «Si nadie más
había ido a verle, ¿de dónde había salido eso?».

Él había estado admirando su cola, pero en ningún momento llegó a notar ni por
asomo aquellos cortes profundos, rojizos, y oscurecidos que rodeaban parte de
sus escamas.

Aquella noche, Jungkook no durmió tranquilo. Después de una ducha, la cena, y


organizar sus tareas pendientes y e-mails de la Protectora, se tiró sobre la cama
con un extenso cansancio físico. Sostuvo en alto el trozo de coral en forma de
corazón que había tallado la noche de antes. Suspiró lenta y profundamente,
cerrando los dedos alrededor de este y dejando el puño sobre su pecho. Tenía
una extraña sensación hormigueando en su pecho.

No podía sacarse aquellas heridas de la cabeza. No podía dejarlo pasar.

Yoongi se encontraba en la planta de abajo, con su habitual cerveza helada en


una mano y el teléfono en la otra, más la televisión resonando de fondo. Él estaba
ocupado con no sé qué asunto de su trabajo, pero antes de que Jungkook se
marchase a la cama, le preguntó si todo marchaba bien.

—¿Necesitas que vaya a ayudarte con algo? —agregó desinteresadamente sin


despegar los iris de la pantalla del teléfono.
Jungkook no quería hablar de eso. No era porque desconfiase de Min Yoongi; si
no confiaba en algo, era en la corporación Kim y el peso de ese secreto. No sabía
hasta qué punto podría guardárselo, pero si eso iba a involucrarle en algo
demasiado «serio», prefería mantenerle, de momento, al margen. Conocía a
Yoongi y estaba seguro de que se reiría de él (en su maldita cara, señalándole con
un dedo), recriminándole por contarle una trola. No podía culparle si lo hacía, él
también se hubiera reído si alguien le dijese que estaba preocupándose por una
sirena que no podía sacarse de la cabeza.

Entre toda su marea de pensamientos, Jungkook tomó un cordón negro entre los
dedos, y se le ocurrió insertarlo por uno de los poros del trozo de coral. Ideó un
colgante que contempló oscilar lentamente, después frunció el ceño y lo guardó en
el primer cajón de su cómoda.

A la mañana siguiente, se levantó con una idea muy clara. Recogió parte de su
equipo médico y lo guardó en su mochila deportiva; vendas, spray de sutura,
pinzas metálicas, unas diminutas y afiladas tijeras inoxidables y parches
adherentes resistentes al agua.

Tomó el tranvía y bajó donde siempre, en el interior de las instalaciones turísticas.


Era sábado y se encontraba a rebosar de gente haciendo colas, sentándose en las
zonas de merienda y concentrándose frente a las tiendas de suvenires y
aperitivos. En esa ocasión, tuvo un encontronazo con Seokjin. Él estaba
elegantemente vestido, como siempre. Con un teléfono en la mano, dio de lado a
un par de empresarios con los que se reunía en el exterior del edificio principal
para fumarse un cigarro.

—Jungkook —le saludó cortésmente—, estaré ocupado atendiendo a un grupo de


empresarios japoneses. Mañana me encontraré fuera de la ciudad de nuevo,
¿necesitarás algo?

—Mmnh, no. Yo voy a... —Jungkook señaló con la cabeza a la parte trasera por la
que generalmente entraba.

—¿Has podido tener algún nuevo avance con... quién-tú-sabes?

Jungkook tarareó sin saber muy bien si guardarse su honestidad para sí mismo.

«¿Debía contarle la adorable competición de natación, o prefería callárselo?»,


dudó. «Porque no pensaba mencionarle lo de la cola hasta que tuviese la situación
bajo control como mínimo».

—Le vi nadando un rato, como si yo no existiera —optó responder de forma


piadosa.
—Oh, bien, bien —manifestó el hombre—. Eso es bueno. Supongo.

Poco después, Seokjin se largó con sus empresarios, y él, se dirigió a la parte por
donde habitualmente entraba. Ahora que sabía que estaría solo ese día, dejó su
mochila sobre la mesa de la sala del personal, se deshizo de su ropa y se quedó
con un cómodo bañador, descartando el neopreno.

Se llevó con él el pequeño botiquín de primeros auxilios que él mismo había


armado. Lo dejó junto a la orilla, después hacer unos estiramientos se zambulló en
el agua. No era como si fuese a sacar a la sirena de allí con un tirón de orejas,
pero había decidido utilizar toda su obstinación para insistirle.

Pensó que le rehuiría durante un buen rato (como siempre) pero en esa ocasión le
encontró muy rápido. Destellos turquesas en su cabello celeste flotando sobre su
cabeza. Párpados rasgados, ojos líquidos, piel canela salpicada de brillantes
escamas como joyas y polvo de diamante.

Jungkook se aproximó a él haciéndole señas para subir a la superficie, la sirena


ladeó la cabeza y estrechó la mirada. Con un movimiento de cola, le rodeó
sinuosamente como un cuervo rodeando a un trozo de carne inútil.

Su mirada le decía, «¿por qué no me sorprende verte por aquí otra vez?».

Él insistió obstinadamente, señaló hacia la orilla y sus labios liberaron varias


burbujas de agua. La sirena negó con la cabeza, e hizo un inesperado mohín con
los labios que distrajo al pelinegro hasta el punto de hacerle necesitar un tanque
de oxígeno.

«Era más testaruda que el condenado de Yoongi». Pero como él no pensaba ni


valoraba la opción de dejarlo pasar ni un sólo minuto más, se arrojó sobre su
compañera agarrándole firmemente la muñeca bajo el agua. El contacto de su
mano cálida sobre la muñeca de la criatura le transmitió la baja temperatura que
percibió la última vez que se tocaron. Ella tiró súbitamente de su agarre, se alejó
de Jungkook con los ojos muy abiertos, y un cierto temor por su inesperado
agarre.

Jungkook le imploró con la mirada.

«Por favor, confía en mí», verbalizó en su propia mente.

La expresividad de la criatura fue mayor de lo que esperaba, y con iris


apesadumbrados, observó a Jungkook quedarse sin burbujas de oxígeno. El
azabache comprimió la garganta, su pecho comenzó a picarle, necesitaba volver a
respirar antes de que su corazón le provocase una taquicardia.
Ella lo contempló como si necesitase comprobar qué tanto lo necesitaba.
«¿Estaba valorando si era capaz de ahogarse si no le seguía hasta afuera?».

Jungkook no pudo más, se impulsó con las piernas hacia la superficie y salió
velozmente sacando la cabeza. Su boca se abrió de par en par, jadeó y tomó el
aire fresco que necesitaba. Se apartó el cabello del rostro, pestañeó
deshaciéndose del agua que empañaba sus ojos. Y para su enorme satisfacción,
comprobó que una tímida sombra le acompañaba.

Él flotó en la superficie, respirando agitadamente sin poder creerse su pequeña


victoria. Lentamente, su acompañante salió a la superficie con unos cristalinos iris
clavados sobre él. Asomó hasta la nariz, con timidez. Él no jadeaba, ni siquiera
necesitaba respirar mientras permaneciese en el agua.

El pelinegro pestañeó. Su corazón latía rápido. Respiró, tragando saliva con una
mezcla de saliva y agua salada.

«Por fin le había seguido», pensó sintiéndose brevemente inmovilizado. «¿Cómo


podía seguir con aquello para no asustarle?».

—Permíteme curar tus heridas —pronunció Jungkook con voz ronca,


arrepintiéndose mientras lo decía—. ¿Te importa sí...?

La sirena le miró con cierta aflicción, desvió la cabeza como si lo descartase.

—E-estoy aquí para cuidarte —continuó tras su silencio—. He visto lo que tienes
en la cola. Necesito que vengas a la orilla para que... pueda encargarme...

Ella ni siquiera le miró. Las gotas de agua recorrían su cabello de un extraordinario


azul y las hermosas facciones de su rostro húmedo. Su piel era lisa y cremosa, no
parecía resentida a la sal, si no perfectamente hidratada. Intacta. Jungkook nadó
lentamente hacia el lado donde orientaba su rostro, ladeó la cabeza tratando de
atrapar la escurridiza mirada de su compañera.

—Puedes... ¿entender algo de lo que digo? —repitió Jungkook, dudando de sí


mismo.

La sirena le miró de medio lado, entre el retraimiento y la desesperanza. Y por un


segundo, Jungkook pensó que jamás iba a responder a ninguna de sus
cuestiones.

—Sí —le contestó casi en un susurro.

Jungkook se quedó sin aliento. Retrocedió un instante, preguntándose si aquello


había sido una respuesta, o si su voz era así de rica y suave. Tragó saliva y se
sintió increíblemente nervioso por su avance.
—Ven conmigo —dijo Jungkook con suavidad, apelando a su corazón—. No
puedo trabajar en el agua. Déjame ayudarte.

La sirena desvió los iris de los del humano. Jungkook conocía bien esa táctica. La
había practicado frente al espejo; y era la estrategia de alguien que intentaba
protegerse, a toda costa. Posiblemente aún desconfiaba de él, pero por su forma
de mantenerse en silencio, supo que se encontraba dudando y eso le hizo saber
que sólo debía presionar un poco más.

—Confía en mí —suplicó Jungkook, ofreciéndole una mano bajo una fina capa de
agua—. ¿Por favor...?

La criatura salió del agua poco a poco, los iris de Jungkook se deslizaron
brevemente por las bonitas escamas en uno de sus hombros y brazos, y
mostrándole su consideración, apartó las pupilas para no intimidarle.

Ella emitió un suspiro casi imperceptible, se guardó un mechón azulado tras la


oreja lentamente y rindiéndose ante sus palabras, su mano regresó al agua,
posándose con timidez sobre la palma extendida del joven. Sus ojos fueron
cautelosos, atentos, de un toque cuidadoso sobre el otro.

«¡Sí!», gritó interiormente. Jungkook apretó sus dedos con firmeza. En ese
momento, cualquier nervio transitorio le abandonó para recordarle lo que había
venido a hacer, y por lo que realmente se encontraba en ese sitio. Tiró de su mano
gentilmente asegurándose de que no se echase atrás mientras avanzaban, y en lo
que se aproximaron a la orilla, sus dedos se escurrieron entre los propios.

Sus pies pisaron la tenue curva de la orilla, salió del agua sin dilación, agarró la
toalla para secar sus manos. Se hizo con el botiquín y lo arrastró sobre la arena
húmeda, lo abrió y sacó unos cuantos elementos útiles como el algodón, agua
oxigenada, gasas y un parche adherente. La sirena se encontraba en el borde de
la orilla, con el agua aproximadamente por la cintura y unos ojos reservados que le
hablaron de lo incómodo que se sentía.

Jungkook se aproximó a él precavidamente, se arrodilló fuera del agua y le habló


con suavidad.

—Necesito que salgas un poco más, si permaneces dentro del agua no puedo
hacer nada.

La criatura marina pareció pensárselo, Jungkook se quedó en silencio unos


segundos. Creyó que lo negaría en el último momento, pero entonces, se deslizó
sobre la arena mojada ágilmente y logró sacar más de media cola del agua.
Jungkook pudo verle bien en detalle; su cola de pez era larga, esbelta, preciosa.
Las escamas estaban dotadas de un suave relieve, de un azul nácar que
resplandecía como si fuesen joyas insertadas. Eran elegantes, ordenadas
milimétricamente, mostrándole diferentes tonalidades que parecían variar
dependiendo de cómo la luz incidía sobre ellas. Sin embargo, el costado de su
cola estaba marcado por unos oscuros arañazos que levantaban la dura capa de
escamas. Fuera del agua supuraban sangre, y el joven percibió que los cortes se
extendían hasta un lado de la cadera.

Él se inclinó a su lado, mirando bien la zona. Prefirió no decir nada, pero tuvo claro
que debería darle unos puntos con hilo y aguja si no quería que eso empeorara.
Levantó sus iris castaños hasta el rostro de la criatura, y casualmente, se topó con
que él estaba observándole como si estuviese tratando de descifrar el significado
de su mirada.

«Y, ¿qué le parece, doctor?», leyó en sus ojos.

Jungkook extendió una mano y tomó un par de algodones que humedeció con
agua oxigenada, después arrastró su trasero sobre la arena flexionando las
piernas para colocarse más cerca. Los hombros de su compañero se tensaron de
momento por la corta distancia existente entre ellos. El humano levantó el algodón
empapado en antiséptico y se lo mostró, permitiéndole que lo reconociera.

—Es una medicina, me ayudará a desinfectar tu herida —le explicó cortésmente—


. ¿Puedo?

La sirena miró hacia otro lado, asintió medio segundo con la cabeza y Jungkook
llevó el algodón hasta sus cortes. El líquido antiséptico burbujeó dolorosamente
sobre las escamas levantadas, él apretó los párpados y cuando no resistió más el
dolor, su mano agarró la muñeca de Jungkook con fiereza. Jungkook le miró
fijamente, su compañero le mostró unos afilados colmillos seguido de un jadeo
que casi le pareció un bufido.

«Estaba enfadado y amenazándole».

—Lo siento —musitó el pelinegro quedándose muy quieto—. Eso debe picar, ¿te
he hecho daño? Lo retiraré, ¿de acuerdo? —emitió con la mayor dulzura del
mundo.

El segundo permaneció impasible bajo sus espesas pestañas. Jungkook se sintió


un poco nervioso, detectando en el líquido heterocromático de sus ojos su
irascibilidad, pesar y frustración. Hasta ese momento, no se percató en las finas
uñas y casi imperceptibles membranas de sus dedos de baja temperatura, retiró el
agarre de su muñeca sin lastimarle, aunque Jungkook sabía que había gastado el
único comodín antes de que decidiera abandonarle.

Él comprobó el algodón, había retirado sangre oscura, parte de piel y escamas


muertas. Lo hizo a un lado, sobre el botiquín. Tomó una pequeña aguja metálica y
comenzó a hilarla con un hilo de nylon que cortó entre sus dientes.

—¿Quién te ha hecho eso? —preguntó en voz baja, mirándole de soslayo.

Sabía que no iba a responderle, pero insistió de todos modos.

—Tengo que suturar tu herida. El desgarro puede ser peligroso —continuó,


señalando a uno de sus cortes—. Lo demás se pondrá bien, pero ese de ahí
estaba infectado.

La sirena no respondió, pero Jungkook percibió una importante chispa de


desagrado en sus ojos, los cuales se desviaron una vez más.

—¿Está bien? ¿Crees que puedo hacerlo? —formuló Jungkook de nuevo,


sosteniendo la aguja entre los dedos.

—¿No puedes dejarme en paz? ¿Y ya? —le devolvió con un deje molesto.

Jungkook parpadeó ante la suavidad de su voz. «Era bonita. Hablaba bien su


idioma. Estaba seguro de que le entendía», pensó con cierto orgullo por conseguir
una de sus réplicas.

—Está muy abierta —contestó el pelinegro con sencillez, humedeciéndose los


labios—. Debe ser doloroso. Duele mucho, ¿verdad?

La sirena frunció los labios y reprimió su respuesta. A pesar de que Jungkook sólo
pudiese ver su perfil, se compadeció de ella e intentó animarle como si fuera un
chiquillo.

—Qué, ¿tienes miedo? —preguntó bajando la aguja—. Sólo voy a coser tu herida.
Lo he hecho cientos de veces antes, te prometo que no te darás ni cuenta.

Su compañero giró la cabeza en su dirección, entrecerrando los ojos.

—No me da miedo —respondió con orgullo.

Jungkook sonrió levemente por su soberbia.

—Vale, vale. Pues, son cuatro puntos... de arriba... a abajo —le informó con cierta
picardía—. ¿Podrás con ello?

La sirena sólo movió la cabeza, pero en esa ocasión, Jungkook lo entendió como
un «adelante» que le permitió continuar. Inclinándose a su lado, se aproximó a la
herida e introdujo la afilada punta en su carne. Sus yemas rozaron la cola sin
planearlo, y se sorprendió por un tipo de dureza de escamas que nunca antes
había palpado. Nunca había cosido a un animal tan duro, aunque su compañero
no era exactamente uno.

En unos minutos, atravesó el bache con profesionalidad y cosió su herida


eficientemente. La sirena liberó un jadeo que Jungkook reconoció abiertamente
como un quejido.

«Seguramente debía estar conteniendo el dolor», pensó.

—Lo has hecho muy bien —dijo sin mirarle—, ya casi hemos terminado.

Él apartó la aguja y pasó un algodón seco por encima de las magulladuras para
terminar de limpiarlas, retirando los restos de sangre de la zona cosida. Se
deshizo de los usados y no pudo evitar pronunciar la molesta idea que surgió en
su mente.

—¿Te has lastimado tú mismo? —preguntó Jungkook.

Miró a sus ojos, y se sintió golpeado por su salvaje belleza. Algo frágil, lúgubre, de
iris recelosos.

«Quiere morir», la voz de Seokjin resonó en su cabeza. Jungkook suspiró


profundamente, temiéndose que su pregunta tuviese una consecuente respuesta
positiva. No necesitó muchos más segundos para saber que así era, y chasqueó
con la lengua, maldiciéndose interiormente.

—De acuerdo. Empecemos de nuevo, entonces. —dijo con voz grave, apartando
el material médico para sentarse a su lado—. Soy Jeon Jungkook. Biólogo.

Él le ofreció una mano extendida, esperando a que la estrechase. Se sintió ridículo


en el siguiente par de segundos, recibiendo la mirada de la sirena como si
pensase que era un «idiota integral». Jungkook retiró la mano rápidamente,
sonrosándose. Se rascó una sien, meditando sobre que a él tampoco le gustaba
demasiado estrechar su mano con desconocidos.

«Boom. ¿Quién diría con una sirena le iba a dar de su propia medicina?».

Jungkook abrazó una de sus propias rodillas, sin apartar sus iris castaños de la
bonita criatura.

—¿Puedo saber tu nombre, al menos? —preguntó con suavidad.

El individuo bajó la cabeza, sus irreales iris se deslizaron sobre la arena donde
enterró esos preciosos dedos esmaltados. El pelinegro pensó que no iba a
responderle, de nuevo. Consideró que había usado toda la suerte de su año, en
un solo día.

—Taehyung —contestó en voz baja.

Jungkook se sintió asombrado, abrió la boca e intentó decir cualquier cosa con tal
de continuar en la conversación.

—Taehyung es bonito —soltó con impulsividad.

No era como si tratase de agradarle o algo por el estilo. Casi se le escapó de la


punta de la lengua, sin poder evitarlo. Se sintió satisfecho por conocer su nombre
de una vez por todas. Él le miró con atención, mientras Taehyung pestañeaba
levemente dirigiendo su mirada hacia el agua.

—Debería recoger mis cosas —suspiró Jungkook, mordisqueándose el labio


inferior—. ¿Tendrás cuidado con los puntos? Nada con más calma hoy.

Se levantó de la arena sacudiéndose las manos y Taehyung alzó la cabeza


rápidamente.

—¿Ya te vas?

Jungkook sintió un martillazo en el pecho que casi le hizo sentarse de nuevo. Se


quedó de pie, mirándole desde arriba sin poder creerse que había entablado
conversación con una sirena.

—Eh, sí... —respondió parpadeando—. Tengo algunas cosas más que hacer en
otro lado, pero...

Taehyung retiró sus cristalinos iris de los del pelinegro, Jungkook sintió como si le
robasen una bolsa de oxígeno. La sirena se deslizó suavemente sobre la arena,
introduciéndose en el agua como algo etéreo, se sumergió y desapareció en sus
narices.

«¿Había dicho algo malo?», dudó con el corazón en un puño.


Capítulo 04
Capítulo 4. Complicidades

El atardecer cayó lentamente en el horizonte, Jungkook pasó toda la tarde en el


centro de recuperación de animales y se hizo cargo de la tortuga que custodiaban.
Había crecido un poco, y Noah le dijo que había encontrado el lugar perfecto para
soltarla. Salió con el joven y se llevaron a la cría con ellos. En una de las costas
marítimas, cerca de un pequeño rompeolas, la soltaron en la playa. La observaron
marcharse introduciéndose lentamente en el agua.

Noah y él regresaron pacíficamente al centro, guardando las manos en los


bolsillos y comentando el último cierre de la depuradora ubicada en la isla.
Jungkook pasó por la parte del personal y se lavó las manos, agarró sus cosas y
el bolso donde tenía el teléfono móvil. Se despidió de Noah mientras salían por la
puerta (el joven también se marchaba a casa), y de improvisto, tropezó con Haeri.

La joven morena esbozó una leve sonrisa al cruzarse con ambos, se despidió de
Noah con una mano y fijó sus agradables iris castaños sobre Jungkook.

—Eh, ¿ya te vas?

«¿Ya te vas?», la voz de la sirena resonó suavemente en su cabeza, sus ojos se


desvanecieron tan pronto como llegaron.

—Uh, oh... —titubeó levemente, tragando saliva y forzándose a recuperar algún


tipo de conexión en sus neuronas—. Supongo.

—Estoy, eh... creo que Aless está pasando un mal trago —le contó Haeri, respeto
a uno de los delfines—. Hoy estuve preocupada.

—¿Su aleta?

—Sí.

—¿Quieres que se la mire?

—Huh, no, no —negó con suavidad, sacudiendo una mano—. Ya se la han


revisado, tiene algún problema contractual, el mismo que hace...

—Dos años, sí. Me lo contaste —suspiró Jungkook, manteniendo las manos


guardadas en los bolsillos de su pantalón—. Hmnh...

—Bueno, eh...
Ella intentó pasar por la puerta, Jungkook se retiró hacia un lado interponiéndose
torpemente en su camino. Los dos repitieron el mismo movimiento hacia el
extremo opuesto, volviendo a cortarse el paso. Haeri contuvo una risita apretando
los labios, los dos se miraron y soportaron la vergonzosa escena que estaban
protagonizando.

—Vale, yo elijo primero —declaró Jungkook con diversión, moviéndose hacia su


derecha—. ¿Mejor? ¿Crees que podrás dejar de embestirme?

Ella pasó por la izquierda y se detuvo en el marco, mirándole de medio lado con
una sonrisita.

—¿Te gustó la comida tailandesa?

Jungkook esbozó una lenta sonrisa.

—No la he probado —mintió para su agrado, mordisqueándose la punta de la


lengua.

—Espera aquí —le pidió ella.

Entre una cosa y otra, Jungkook terminó esperando a la chica fuera del edificio. Ya
había atardecido cuando salieron a pasear juntos por la zona marítima. Estaba
llena de tiendecitas iluminadas, con ropa veraniega, objetos para los turistas y un
montón de restaurantes de todo tipo.

Probaron la comida tailandesa y se sentaron en una de las terrazas. Haeri le habló


a Jungkook de que estaba pensando en cambiar de apartamento, el alquiler de la
isla era demasiado caro. También le preguntó al joven si había conseguido algún
otro trabajo, Jungkook le dijo que ahora recibía una remuneración en la Protectora,
que en realidad ni siquiera había aceptado. Cerró la boca y evitó mencionar sus
idas y venidas del acuario de Geoje, pero ese tema era como un imán en todas las
conversaciones.

—Me gustaría visitarlo —reconoció Haeri con una sonrisa—. Aún no he podido ir,
me dijeron que las entradas estaban agotadas desde la primera semana.
¿Escuchaste lo que dijeron en la televisión sobre «los reyes del mar»? Ah, resulta
frustrante vivir en la misma isla y no haber visitado nunca ese complejo turístico.

Jungkook infló las mejillas de aire y las desinfló lentamente.

«Qué difícil resultaba a veces mantener un secreto», pensó.

Después de la comida tailandesa se levantaron de la terraza y caminaron casi


durante una hora, atravesando todo el paseo marítimo de la ciudad. Tomaron un
par de cucuruchos de helado, Haeri eligió el de coco, y Jungkook el de menta con
chocolate. Disfrutó de estar en su compañía con una despreocupada sonrisa, más
conversaciones que iban y venían genuinamente, como las olas. Haeri y él
compartían una buena amistad, estar juntos era fácil, desde el punto de vista de
Jungkook, ella era más interesante que otras chicas. Y la morena parecía estar
disfrutando de salir con alguien más joven de lo que acostumbraba.

—Sabes, últimamente he estado pensando en...

—¿Estás preocupada por tu delfín?

—Ah, sí. También eso —afirmó Haeri con la cabeza baja.

Se deshizo del barquillo de su cucurucho mordisqueado y con restos de helado


derretido, sintiendo un poco de fresco en los brazos. Ella encogió los hombros,
frotó sus propios brazos mientras caminaban y Jungkook se quitó la camisa de
cuadros que llevaba. Se la pasó desinteresadamente, mencionando que él se
encontraba perfectamente en manga corta.

La chica pensó que no podía ser más oportuno, la tomó con humildad y se la puso
por encima. Mirándole de soslayo, se sintió un poco nerviosa por la compañía de
Jungkook. No solía hacerlo, siempre se sentían cómodos el uno con el otro. Pero
hacía unos días que, su corazón reaccionaba de una forma un poco extraña
cuando le encontraba fuera de la piscina, observándola hacer alguno de sus
números con sus dos delfines adiestrados. Con Jungkook era como si «todo
encajase», y aunque ella tuviese unos años más que él, ese joven proveniente de
la fresca Busan tenía un irremediable encanto.

—Haeri —pronunció Jungkook.

Ella le miró con un respingo, reparando en que acababa de posar uno de sus
brazos sobre sus hombros. Le miró con timidez, esperando lo que fuera que
quisiera decirle.

—Aless estará bien —continuó él con calidez—. Tiene ocho años, es un delfín
joven. Y tú le darás los mejores cuidados, para que esté junto a Mera muchos
años más.

La muchacha bajó la cabeza con las mejillas sonrosadas y asintió con más
seguridad. Jungkook mantuvo el brazo sobre sus hombros, sólo porque ella
aseguró encontrarse fría. El azabache le acompañó hasta una parada de taxi, y se
despidieron amablemente antes de que ella subiese al automóvil amarillo.

—Ten, o terminaré quedándomela —la joven se quitó la camisa de Jungkook y se


la devolvió amablemente—. Buenas noches.
—Hasta mañana —contestó el pelinegro alegremente, guiñándole un ojo—.
Escríbeme si necesitas algo, ¿de acuerdo?

—Hmnh —le aseguró con media sonrisa.

Haeri se aproximó a Jungkook con una impertinente indecisión asomando por sus
iris. Dudó si dejar un beso sobre su mejilla o en sus labios. Fuera como fuese,
Jungkook giró la cabeza distraídamente, encontrando a la última persona del todo
el universo que pensaba ver justo en ese instante: Yoongi, con dos amigos,
saliendo de un karaoke más que borrachos.

Ella besó la comisura de sus labios inesperadamente, y Jungkook, de un respingo,


volvió a mirarla con los ojos muy abiertos.

—Joder —escupió él, advirtiendo su estúpido despiste.

Haeri arqueó una ceja con su forma de maldecir.

—¡¡¡Eh!!! ¡¡¡Jungkuko!!! —el estúpido de Yoongi gritó de fondo—. ¡Jungcoconut!


¡Wohoo!

—Discúlpame un segundo —masculló el más joven, echándose la camisa sobre


un hombro y girándose en redondo.

Se dirigió a Yoongi apretando un puño y agarró el cuello de su estúpida camiseta


de Bert y Ernie.

—¡Tú! ¿De fiesta? —chirrió el más joven—. ¿¡Justo hoy!?

—¡Kookie, Kookie, Koo! ¡Noche de birras y karaoke! Qué casualidad que nos
crucemos —pronunció con un tono exageradamente embriagado—. Mira, te
presento a Bert y Ernie, digo, Bert y Sunoo. Mis amigos.

—No me llamo Sunoo —dijo uno.

—Y yo soy Ernie, no Bert —dijo el otro.

Jungkook puso los ojos en blanco.

—Espera, ¿esa es tu novia? —dudó Yoongi, señalándola con un dedo—. Sabía


que andabas escondiéndome algo.

Jungkook se sonrosó levemente, soltó la camiseta de Yoongi y valoró qué tanto le


apetecía golpearle.

—S-somos amigos —se defendió el azabache.


—¡Hasta mañana! —Haeri se despidió de los chicos con una mano y se metió en
el asiento trasero del taxi.

Jungkook sólo esperó que no hubiese escuchando al estúpido de su amigo.

—¡Adiós, monada! —bramó Yoongi felizmente—. Ya me quedo yo con él, ¡no te


preocupes!

Esa misma noche, Jungkook arrastró a su amigo de una oreja de vuelta a casa.
Tuvo que aguantarle muriéndose de sueño y desplomándose en el tren, y una vez
que llegaron a casa, le hizo una infusión con miel y le obligó a tomársela. Mientras
tanto, Yoongi no dudó en farfullar todo lo que pasaba por su cabeza.

—Marditoh marsupiales, ¿algune veh hah pensado en cómo seríu un canguro con
guantes de buxeo?

—Yoon, por el amor de dios, ni siquiera se te entiende —gruñó Jungkook


empujándole por el pasillo en dirección a su dormitorio—. Tómate eso y métete en
la cama.

—No estoy tan borracho, sólo me tomé seis cervezas —argumentó con un nuevo
tono empresarial—. ¿O fueron siete?

Su compañero de casa se posó en el marco de la puerta y se dio la vuelta para


mirarle, mientras Jungkook se dirigía a su propio dormitorio.

—Así que te gusta alguien, ¡impresionante! —declaró con una voz grave, áspera y
ebria, sosteniendo la taza caliente en su mano—. Ya era hora, caray. Pensé que
eras el tipo de tío que sólo espera a enamorarse. Te lo voy a dejar claro antes de
que la vida te decepcione; el amor no existe.

—Hyung —murmuró Jungkook, arqueando una ceja—, no me montes un numerito


ahora. No estás en tus cabales, y ya sé lo que te ocurrió con tu novia del instituto,
me lo has contado catorce veces.

—En realidad, estaba preguntándome si eras gay —parpadeó Yoongi,


ignorándole—. Espera, ¿lo eres? Aunque esa chica era muy guapa, ¿por qué no
me has dicho antes que estás saliendo con alguien?

—No estoy saliendo con ella, ¡lárgate a la cama! —exclamó Jungkook irritándose.

Yoongi desapareció en un instante. Él se metió en su propia habitación


masajeándose la frente con un par de dedos, cerró la puerta empujándola con un
hombro. Después de pasar por el cuarto de baño, se puso un pantalón de chándal
cómodo y una camiseta con unas iniciales fucsias. Se dejó caer sobre la cama
sintiéndose cansado. La luz de la pantalla de su teléfono móvil contrajo sus
pupilas unos segundos, mientras revisaba sus mensajes.

Mensaje de Haeri: «Espero no haberte incomodado, buenas noches, Jungkook».

El joven puso el dispositivo en silencio y lo dejó sobre la mesita de noche con un


suspiro. Se hundió sobre la almohada con la vista perdida en el techo.

«¿Incomodarle?», pensó en la penumbra. «Ni siquiera había creído en que Haeri


pudiera llegar a verle de esa manera».

Le había dado un beso en la mejilla, y puede que, si hubiese estado más atento,
llegase hasta sus labios.

Él se preguntó si era lo que quería, se sentía cómodo con ella... «¿le gustaba? Sí,
claro». Pero cuando Jungkook rozó sus propios labios con los dedos, recordó que
ya habían sido besados antes por alguien. Taehyung se coló en su cabeza como
si apartase el resto de su mundo con el barrido de una fuerte ola. Su belleza, su
gracia, lo salvajes que parecían sus ojos coléricos y llenos de desprecio, la
fragilidad de su mirada cuando se volvía serena. Su voz profunda y rica. Su gracia
desafiándole. La duda en sus iris cuando tomó su mano el momento en el que le
suplicó que confiara.

«¿Era real?», se preguntó confundido. Ese día no había podido ir a verle, y casi
sentía como si los días previos formasen parte de un sueño muy raro.

Se pasó una mano por los mechones oscuros y despeinados, y se preguntó cómo
sería estar a solas todo el día, encerrado en un acuario, nadando entre paredes de
cristal. Su corazón comenzó a palpitar recordando el sutil tacto de sus yemas en
sus propias mejillas. La fuerte sensación de sus labios sobre los suyos.

Sacudió la cabeza rápidamente, sonrojándose en la oscuridad.

«¿Acaso pensaba ponerse a fantasear con un estúpido beso?», se recriminó.

Ni siquiera lo había recordado cuando buceó a su lado, o el día de antes, cuando


le permitió coser sus arañazos. Además, no tenía indicios de por qué diablos le
había besado si parecía tener miedo de acercarse.

Jungkook resopló angustiado, le apetecía verle. Quería verle en ese momento, por
algún motivo.

Se prometió que volvería a primera hora de la mañana, sólo para comprobar cómo
marchaban sus autolesiones. Intentó tranquilizarse levantándose de la cama, se
dirigió a la cómoda y abrió el cajón para rebuscar en la oscuridad con una mano,
el trozo de coral con forma de corazón. Cuando lo obtuvo, volvió a tumbarse sobre
la cama con un brazo flexionado tras su propia nuca.

Lo toqueteó entre varios dedos, con el cordel negro sobre su pecho.

«No sólo quería cuidarle. Quería ayudarle. Sacarle de allí», se dijo. Desde el
primer momento en el que entró en el maldito acuario y pudo verle con sus ojos,
supo que se metería en serios problemas. Taehyung era la mascota de un
multimillonario, y no se trataba de cualquier criatura marina. No le importaba si le
miraba con desprecio o desconfianza; lo entendía. El ser humano podía llegar a
ser despreciable. Él no era mejor que nadie, pero en ese caso, pensaba meter sus
narices más allá de lo que Seokjin hubiera deseado.

Con dificultad, el joven logró dejarse llevar por el sueño. Soñó que sus heridas
estaban llenas de sal marina, y escocían tanto que se encontraba en agonía. Se
despertó aturdido, con Yoongi llamando a su puerta.

—Heh, ¿q-qué? ¿qué pasa? —jadeó gravemente desorientado.

—Llegaré tarde, me han llamado los de Arrecife para trabajar en el rompeolas de


Nambumyeon —repitió Yoongi desde el marco de su puerta.

—¿Qué hora es?

—Las seis.

—Mhnm —mugió Jungkook, derrumbándose de nuevo sobre la almohada—. Vale.

—Hasta luego.

—Adiós —contestó con un hilo de voz.

Escuchó a su compañero bajar por la escalera con el pesado equipo de buceo, y


después, el sonido de la puerta le indicó su marcha.

«Yoongi estaba loco si era capaz de enfrentarse a una improvisada jornada laboral
con resaca», se dijo.

En no más de media hora, se armó con las fuerzas suficientes para levantarse. Se
dio una ducha, desayunó una tostada con mantequilla y mermelada, y preparó un
batido proteínico que llevó en uno de sus termos. Salió temprano de casa para
dirigirse al acuario. Repitió su trayecto habitual, y cuando llegó al complejo, tuvo la
suerte de no cruzarse a nadie por la zona turística.

Un poco después se presentó en la zona privada del acuario. Pasó por el túnel de
cristal apreciando el plácido fondo marino, con el corazón saltando de forma
inusual en su pecho. En la salita del personal, se desvistió, quedándose en un fino
neopreno (por si Seokjin regresaba, prefería respetar las normas). No tardó
demasiado en salir al acuario. Se metió en el agua tranquilamente, permitiendo
que los músculos de su espalda se relajasen con unas brazadas. Metió la cabeza
y buceó unos segundos para concederle lo mismo al resto de su cuerpo.

Y en sólo un par de minutos, apareció para verle. Unas burbujas de agua


escaparon de los labios del pelinegro, cuando vislumbró la sombra de la sirena
llegar desde el fondo. Jungkook parpadeó, posando sus iris sobre la criatura.

«¿Estaba saludándole?», se preguntó con el corazón encogido. «Eso era


irremediablemente lindo».

Sus pupilas se deslizaron hasta sus puntos de sutura, la herida parecía menos
oscura e hinchada, las magulladuras y arañazos estaban desapareciendo,
volviéndose más rosados sobre las escamas.

«Tiene buen aspecto», pensó con alivio.

Taehyung se aproximó a él con una mirada altanera, se contoneó


presumidamente y de un colazo, le lanzó una corriente de molestas burbujas que
obligó a Jungkook a entrecerrar los ojos y apartarlas con una mano. La sirena
salió disparada velozmente hacia un extremo del acuario. Jungkook le siguió con
la mirada, con los ojos muy abiertos.

«Así que era una sirenita juguetona», sonrió bajo el agua. «Y por supuesto, él no
era quién para rechazar el desafío».

Se impulsó con las piernas para seguirle buceando, desviándose lentamente hacia
la superficie para tomar aliento. Llenó sus pulmones de oxígeno y volvió a
sumergirse preparándose para su duelo.

Jungkook se acercó a Taehyung bajo el agua, se posicionó a su lado indicándole


que debían partir al mismo tiempo. La sirena asintió con la cabeza y le miró con
excitación.

«Tres, dos, uno...», señaló Jungkook con los dedos. «¡Ahora!».

Él se impulsó con los pies en el cristal para tomar más velocidad.

«Estaba seguro de que iba a ganarle», se dijo. «¿Sirenas, a él? Meh».

Por supuesto, Taehyung le superó sin mucho esfuerzo, en una ocasión le dejó
ganar como si intentase no lastimar el orgullo de Jungkook (buen plan, mal
ejecutado) y después se comportó como un cachorro de sirena que parecía nunca
tener suficiente. Jungkook intentó jugar con él todo lo posible, no supo cuánto rato
estuvo metido bajo el agua, pero si se dio cuenta de que necesitaba un descanso
era porque, número uno; sus pulmones comenzaban a dolerle, y número dos; el
cansancio físico se incrementaba por momentos.

Sólo salió a la superficie cuando no pudo más. Se arrastró sobre la orilla para
sentarse, y vio a su compañera asomarse fuera del agua a unos cuantos metros.
Él tragó saliva, su corazón repiqueteaba en su pecho.

Estuvo a punto de pedirle que se acercara, sus ojos le preguntaban desde el agua
«¿ya no vamos a jugar más?», pero antes de que se lo dijera, se marchó con un
inesperado aletazo. Jungkook escuchó la puerta del acuario tras su espalda.

«Mierda», pensó.

—Sabía que tenías una conexión con él —dijo Seokjin, caminando sobre la
arena—. Lo noté al principio.

Jungkook alzó la cabeza y cerró la boca. Se levantó de allí echándole una miradita
muy seria, Seokjin vestía con una camisa blanca y abotonada, arremangada bajo
los codos, un Rolex en su muñeca y un pantalón de pinza de un tono tierra.

—¿Qué haces aquí? —dudó el joven.

—Es casi la una —emitió mirando su reloj de muñeca—. Me pregunté si podía


invitarte a comer algo. Me gustaría devolverte de alguna forma tu trabajo.

Jungkook pasó de largo y salió del acuario. En el interior de la sala, se echó una
toalla sobre los hombros. Con el cabello húmedo sobre la frente, y el neopreno
actuando como una segunda piel, caminó descalzo y tomó el termo de su batido
proteínico para darle un par de sorbos.

—No almuerzo, gracias —contestó secamente.

Seokjin le miró con suspicacia. Notó cierto recelo en el muchacho, Jungkook le


devolvió una mirada de medio lado, como si esperase que le hiciese un
interrogatorio.

—Tengo una idea —exhaló el mayor, poniéndose la blazer de nuevo—.


Acompáñame a mi apartamento.

El azabache resistió el impulso de rechazarle, titubeó brevemente, sin saber muy


bien cómo responder a su ofrecimiento.

—Vivo cerca de aquí —intervino Seokjin antes de que lo hiciese—. Sólo quiero...
mostrarte algo... creo que te parecerá interesante; ¿alguna vez has leído un tomo
auténtico sobre criaturas marinas de la antigua mitología?
Un rato después, caminaron fuera del complejo turístico. Jungkook cargaba su
bolso deportivo en un hombro y el termo en una mano.

—Entonces, ¿su nombre es Taehyung? —formuló Seokjin con sorpresa.

—Sí, eso dijo.

—Mhm, ¿cómo conseguiste que te lo dijese? —sonrió el adulto—. No me lo digas,


¿terapia de besos?

Jungkook se atragantó con el batido, tosió varias veces y se golpeó repetidamente


el pecho con el puño.

—N-no estoy haciéndole nada de-

—¡Descuida, es una broma! —se rio Seokjin levemente—. Me alegra saber que al
menos los besos de sirena no tienen control mental. Eso es lo que dicen todos los
cuentos sobre ellas, ¿no?

—¿Control mental? —repitió Jungkook incrédulo.

Seokjin prefirió continuar la conversación en su apartamento, se detuvo frente a


una enorme casa de construcción moderna, paredes de cristal, garaje y una gran
verja cubierta por un sistema de seguridad activo. Desbloqueó la puerta e invitó a
Jungkook a que pasase al interior. La entrada era enorme, el salón muy amplio y
con vistas directas a la costa.

—Siéntate, por favor, ponte cómodo —sugirió amablemente—. ¿Quieres un té?

—No, gracias.

Seokjin torció el gesto y aceptó su falta de interés en cualquier elemento a su


alcance. Jungkook dejó su bolsa a un lado y dejó caer la espalda en el enorme
sofá de tono esmeralda. Sus iris se desplazaron hacia una fotografía en un
pequeño marco de fotos. Era la única que tenía; tres jóvenes de aspecto
universitario, con los brazos encima del hombro del otro y una enorme sonrisa
dibujada en sus rostros.

Él divisó al Seokjin de hace unos cuantos años, junto a dos de sus amigos. Afinó
la mirada y creyó que uno de ellos se parecía a... ¿Kim Namjoon?

Seokjin dejó un par de tazas y una tetera sobre la mesa, alarmando al más joven.
Él le miró rápidamente, como si pudiera arrepentirse de algo.

—Eh, ¿hice algo para que comenzases a dudar de mí? —preguntó Seokjin,
sirviéndose un té verde con aroma a flores de cerezo—. Jungkook, quiero que
conozcas más sobre lo que sé, no te he traído para meterte en una cámara de
gas.

—Disculpa, es que... —exhaló mirando a su alrededor— uh, bonita casa. Es


impresionante.

—Mi familia siempre ha sido adinerada, invirtieron en petróleo, también lo hizo mi


hermano mayor, pero yo... me vi más interesado en la biología y la botánica —
comentó, cruzándose de piernas y llevándose el borde de la taza a los labios—.
Curioso, ¿verdad? La oveja negra de la familia.

—Seguro que no eres una oveja —bromeó Jungkook—. ¿Vives solo aquí?

—Así es —contestó Seokjin—. No paso demasiado tiempo por casa, así que...,
diría que este lugar sólo sirve para acumular polvo.

El pelinegro sonrió levemente, se cruzó de brazos y entrecerró los ojos con


intención de hacerle ir al grano.

—Y, ¿qué es lo que querías mostrarme?

—Oh, sí, claro. Permíteme un segundo —Seokjin soltó la taza en la mesita, se


levantó y desapareció unos instantes.

Cuando regresó, extendió un paño de terciopelo sobre la mesa y colocó un tomo


de una pasta oscura, raída y rugosa sobre este.

—Este tomo es la segunda parte de una vieja reliquia rescatada del antiguo mar
negro —expresó Seokjin—. Hablan de las desconocidas razas subacuáticas que
entraron en contacto con el ser humano en el siglo IV a.C. Fue destinado a estar
en el museo de Estambul, pero... alguien lo robó. Después acabó en mis manos.

Jungkook prefirió no ahondar en el cómo.

—¿Un tomo con decenas de siglos?

—No lo aparenta, ¿verdad? —agregó Seokjin con media sonrisa—. Mira esto.

El mayor abrió el libro, tomó la taza de té por el asa y derramó su contenido sobre
sus páginas. Jungkook se quedó atónito, se deslizó hacia el borde del sofá para
no perderse detalle sobre lo que intentaba mostrarle. Jin levantó el tomo y lo
sacudió levemente, las gotas de té verde llegaron al paño de terciopelo, y las
páginas se mantuvieron intactas.

Seokjin apartó el paño con una mano y lo hizo a un lado.


—Cómo puedes ver, es resistente al agua —evidenció el castaño—. No sé de qué
material está hecho. Traté de investigar con él, pero ni sus hojas ni su cubierta
dejan rastro.

—¿Qué diablos...? —murmuró Jungkook.

Su compañero volvió a abrirlo sobre la mesa y pasó un par de páginas, revelando


un tipo de caracteres chinos muy antiguos.

—Esa criatura, Taehyung, pertenece a una raza de sirenas que surgen del Mar del
Japón desde el siglo VI —manifestó arrastrando las sílabas, con sus pupilas sobre
el libro—. El corazón del Mar del Este tiene una grieta profunda e inexplorable, sus
temperaturas son cálidas, casi como si fuera una matriz marina, un caldo de
cultivo, un...

—¿Un útero?

Seokjin levantó la mirada y asintió a su acierto.

—¿Estás diciendo que el Mar del Japón es un... vientre? —repitió el azabache.

—No lo sé, Jungkook —Seokjin intentó ser honesto—. No creo que haya muchas,
pero si las hay, nunca se acercarán a la costa de Japón o Corea. Hace años que
las voces corren, y los eruditos del mar saben cómo atraerlas. Cómo darles caza.

—¿Es inmortal? —preguntó de forma directa.

—¿Taehyung? Oh, sí. Todas lo son.

Jungkook pensó en su piel, parecía de otro universo, como si le hablase de una


raza mucho más rica y especial que la suya. Sus ojos eran como dos preciosas
joyas, y aunque en ocasiones le hubiese mirado con desprecio, creía que había
una genuina inocencia en su mirada, ¿de verdad era mucho mayor que él?

—Gozan de capacidades regenerativas —mencionó Seokjin, pasando un dedo por


encima de las líneas de caracteres verticales del libro—. No necesitan
alimentarse, por eso te dije lo de sus necesidades biológica. Ah, y, supuestamente
pueden activar su esencia híbrida para caminar fuera del agua. Creemos que
perdieron esa última cualidad hace más siglos de los que podemos contar.

—Espera, ¿capacidades regenerativas? —Jungkook se mostró reflexivo—. Nah,


no. No puede hacer eso.

—Claro que sí. Durante su caza, me dijeron que...

Jungkook le miró con unos ojos oscuros tan duros, que, por un segundo, Seokjin
sintió como si pensase que Taehyung era «algo suyo».
—Le hirieron cuando le cazaron. El agua se tintó de carmín —expresó con
serenidad, provocando que Jungkook se sintiese violento—. No era el único que
sacaron de entre esas redes, utilizaron una malla especial...

—¿Cómo han averiguado todo eso? —inquirió Jungkook con tirantez—. ¿Ese libro
también te cuenta cómo cazar sirenas?

Seokjin negó con la cabeza, pero no le dijo nada más. Mencionó que había un
grupo de expedicionarios en la costa de la península, que se habían especializado
desde hacía unos años en la caza de criaturas ultramarinas. Conocían la
existencia de las sirenas desde hacía demasiado tiempo, y eran unos auténticos
lunáticos de ellas.

—El señor Kim Namjoon pagó una fortuna por ella. «Sólo la quería para él» —fue
lo último que dijo el castaño—. Sus heridas cicatrizaron rápido.

—Jin, Taehyung no tiene capacidades regenerativas. Si fuese así, no hubiera


tenido que darle cuatro puntos de sutura en la cola —insistió Jungkook
toscamente.

Seokjin abrió los ojos de par en par y cerró el tomo frente a él.

—¿Qué?

—Él se hizo daño. Creo que intentaba acelerar el proceso de su muerte —


pronunció el azabache duramente—. ¿Cómo te sientes con esa información?
¿Una criatura inmortal tratando de suicidarse? Supongo que estarás conciliando el
sueño todas las noches sin que llegue a perturbarte.

Le dolió vocalizarlo, incluso decir algo como eso le hizo sentir una desagradable
sensación atravesando su espina dorsal.

—¿Por qué no me lo habías dicho antes? —preguntó Seokjin.

Los ojos de Jungkook se volvieron mucho más punzantes y oscuros.

—¿Qué es lo que te preocupa, Jin? ¿La sirena? ¿O tu trabajo? —se atrevió a


arrojarle—. Supongo que el alquiler de esta casa es más importante.

—Jungkook —la grave voz del mayor le detuvo, se reclinó en su asiento,


mirándole fijamente—. Ya basta. Por supuesto que me preocupa, ¿por qué crees
que busqué la ayuda de un desconocido, sin consultárselo?

—¿Consultárselo a quién? —presionó Jungkook—. ¿A la sirena a la que


encierras?
—¡Al señor Kim! —exclamó Seokjin irritado—. ¡Él no sabe nada de ti, se supone
que está a mi cargo!

El más joven se hundió en el respaldo cruzándose de brazos. Su corazón latía


rítmicamente, pero su inquietud se refugió bajo una presuntuosa inquina. Puede
que Seokjin no tuviese culpa del arrastre y captura de Taehyung, pero no podía
evitar sentir que era un cómplice más de todo eso.

—Oye... —la voz del mayor se volvió más sosegada, así como su mirada—. Mira,
me contaron que fue imposible atraparlo. Cuando yo llegué, Taehyung estaba
furioso. Atacó al equipo de extracción, y mordió a uno de ellos. Casi le arranca un
brazo. Te sorprendería saber la fuerza que tiene esa cola —se detuvo
brevemente—. El señor Kim contrató a varios profesionales para cuidarle. Todos
se asustaron de esa cosa.

Jungkook bajó la cabeza, sin mirarle.

—A «esa cosa» le gusta jugar, tiene emociones y sabe comunicarse —pronunció


para hacerle sentir mal.

—Ya, bueno. En las semanas que ha estado solo, busqué un suplente, hasta que
te encontré. Pensé que serías útil, y la prueba es que eres digno de confiar —
reconoció—. Si a la sirena le gustas, a mí me gustas, Jungkook.

—Oh, gracias por tu criterio propio —ironizó el azabache.

—Lo que quiero decir es... confía en mí. Por favor —le suplicó con una mirada
muy distinta—. Conozco a Namjoon más de lo que puedo contarte; he impedido
una segunda caza de sirenas con la ayuda de un contacto. Taehyung es el único
que han atrapado, y te aseguro, que no habrá nadie más. Este tomo está en mis
manos y sólo yo conozco de su existencia. Ahora tú también lo haces,
¿comprendes? —formuló intensamente—. No permitiré que la información de
Taehyung llegue a nadie más. Con tu ayuda, le protegeremos de lo que hay
afuera.

Jungkook encontró honestidad en sus ojos. No sabía cómo, era desconfiado y


Seokjin no se parecía nada a él. Pero de alguna forma, confió en sus palabras.

—¿Ese tal Kim Namjoon se pasa por el acuario? —preguntó Jungkook con
desgana—. Ni siquiera me lo he cruzado.

—No está en la isla —respondió Jin—. De momento.

El pelinegro se levantó del sofá para estirar las piernas.

—Ese hijo de puta —pronunció con una asombrosa naturalidad.


Jin se quedó boquiabierto.

—Abstente de maldecirle. Recapacitará, mi contacto-

—Me vale madre tu contacto, Jin.

—No lo entiendes —Seokjin sacudió la cabeza—. Hoseok y yo hemos saboteado


los planes de expedición de Busan las últimas semanas.

—¿Quién es ese tal Hoseok?

Jin miró de soslayo la foto que había junto al televisor. No respondió, pero
Jungkook pudo imaginarse que ese trío fotográfico tenía mucho más que ocultar
que una simple caza de sirenas y un tomo ancestral extraído del mar negro.

—Dime una cosa, ¿es fácil encontrar sirenas?

—No. Llevan siglos separadas de la humanidad por un motivo —respondió el


mayor lentamente—: Supervivencia.

Jungkook pensó en las demás sirenas. ¿Tendría Taehyung familia? ¿Echaría de


menos a las suyas? Tragó saliva pesada, apenas llevaba algo más de una
semana conociéndole, pero no pudo evitar implicarse de esa manera. Jamás
creyó que la fantasía pudiera mezclarse con su realidad tan inexplicablemente.

—Quiero que sea libre —dijo Jungkook impulsivamente—. Quiero liberar a


Taehyung.

—No podemos hacer eso —negó Jin.

—Tú y yo, sí que podemos —respondió convencido.

—No tenemos medios, Jungkook. ¿Sabes qué poder tiene Kim Namjoon? —cortó
sus alas con cierto pavor—. Y no tienes ni idea de en la cantidad de problemas
que podríamos meternos. Él ni siquiera sabe que estoy dejando entrar a ese
acuario a alguien más...

—Está bien, pero no me quedaré de brazos cruzados —sentenció Jungkook,


echándose el bolso deportivo al hombro antes de marcharse—. No me dan miedo
los peces gordos, Seokjin. No esos.
Capítulo 05
Capítulo 5. Promesas de sirena

Tenía suerte de que Seokjin no le conociese demasiado todavía, porque, si


hubiese sabido que Jeon Jungkook era demasiado obstinado para no aceptar un
no por respuesta, jamás le hubiese metido en aquel embrollo. Aún no sabía cómo
iba a hacerlo, pero lo que sí sabía es que ayudaría a Taehyung a sobrevivir. Y
mientras tanto, a pasar el rato en aquella cárcel (no reconocida oficialmente por el
estado de Corea) de cristal.

Llegó a la tarde siguiente al acuario, justo después de la hora del almuerzo. Dejó
su mochila con sus pertenencias en la sala y se embutió en su traje de neopreno
sin demoras. Subió la cremallera plateada hasta el cuello, cuyo borde llegaba justo
por debajo de su nuez. El exterior de la sala siempre era húmedo, algo más fresco
por el sistema de ventilación y el riego constante de agua salada que purificaba
sus aguas. Se introdujo en el líquido lentamente, nadando de espaldas hasta
acostumbrarse a la fría temperatura. Flotó unos instantes, cerrando los ojos.
Cuando abrió los párpados, contempló el hermoso mar abierto frente al acuario.

«Un cristal ultrarresistente, irrompible», la voz de Seokjin resonó en sus oídos.

«Tendría que buscar otra alternativa si quería sacarle de allí», pensó el azabache.
«Romper una capa de aleación de granito y no-sé-qué más no estaba en sus
opciones».

Una sacudida de burbujas acarició su costado, él giró la cabeza y vio pasar una
sombra conocida. En su rostro se dibujó una sonrisa, infló sus pulmones y se
sumergió para seguir el destello celeste de la cola de Taehyung. Pasó entre las
ramas de corales naturales del arrecife, siguiendo su estela. Taehyung se giró
felizmente tras la paleta salpicada de corales de colores, con unos apasionantes
iris que chispearon al volver a verle.

«¿Le gustaba tenerle allí?», se preguntó Jungkook con un pálpito especial.

Taehyung no sólo tenía mejor aspecto, sino que lucía con más ánimo y se
deslizaba hacia el fondo con agilidad y desgarbo, entre las algas, levantando la
brillante arena y las pequeñas piedras pulidas del fondo. Con una poderosa
sacudida de cola que le impulsaba con asombrosa facilidad, le hizo sentir que
jamás podría alcanzarle.

Jungkook no podía describir la maravillosa sensación de contemplarle. Su cola era


ágil, esbelta y musculosa. Si hubiera podido medirla, probablemente poseía una
mayor longitud que la de sus propias piernas. Su cabello cobalto le hacía justicia al
fondo marino, donde la presión del agua era más intensa. Y en esa ocasión,
Taehyung parecía haber tejido algún tipo de diadema trenzada a mano con finas
hebras de plantas marinas, que adornó con piedrecitas, recogiendo sus mechones
de cabello hacia atrás.

«¿No era la criatura más hermosa y creativa que jamás había conocido?».

El azabache ascendió lentamente, pasó por encima de Taehyung proyectando una


sombra sobre él. La sirena volteó sobre sí misma, dirigiéndole unos finos ojos
rasgados colmados de curiosidad y encanto.

«¿Qué tanto miras?», pareció preguntarle.

Jungkook estaba simplemente pasmado con su sublime preciosidad. Diría que esa
tarde, advirtió que tenía una nueva debilidad. Sólo que su debilidad era
«tremendamente especial».

La sirena nadó un par de metros bajo él, alzando la mirada. A Jungkook se le


hubiera caído la baba de no ser porque ya estaban introducidos en agua. Sin
embargo, su estupidez alcanzó una nueva frontera cuando su cabeza chocó con
un trozo de arrecife. Se pegó tal golpe, que se le escaparon las últimas burbujas
de oxígeno que sus pulmones contenían.

Taehyung sonrió jovialmente, se llevó una mano a la boca cerrando los párpados
a causa de su enorme regocijo.

«¿Todos sois así de bobos?», pareció decirle.

El joven se vio forzado a regresar a la superficie para tomar aire. Jungkook sacó la
cabeza del agua, sus labios exhalaron un aliento sofocado, se permitió respirar
durante unos minutos para que el extraño bombeo de su corazón se tranquilizase.
La sombra difuminada de Taehyung aguardó bajo sus pies.

«Era tímido en lo de asomarse en la superficie», pensó Jungkook con ternura.

Se introdujo en el agua, impulsándose con los brazos para quedar a su altura y


volver a mirarle con dulzura.

Taehyung enroscó la cola felizmente y le hizo una indicación para jugar. El


pelinegro curvó sus comisuras, deseó agarrarle las mejillas para estrujárselas.

«Parecía un niño», se dijo. «¿Cómo iba a decirle que no?».

Empleó su tiempo en bucear con él, integrándose en una carrera de obstáculos.


Su fascinante cola no era comparable a las piernas de un humano (a pesar de que
las de Jungkook fuesen musculosas). Era divertido, pero su encantadora sirena
parecía a veces olvidar que él no tenía aletas, y sus pulmones limitaban sus actos.

En una ocasión, Jungkook salió del agua algo irritado, deseando decirle que
debían establecer una «serie de normas» para que él pudiese mantener su
dignidad y autoestima intactas mientras jugaban. Taehyung le daba tiempo para
que saliese a respirar tras cada asalto, esperando pacientemente bajo el agua.
Cuando Jungkook regresó, pasó de largo como si se hubiese cansado de sus
estratagemas.

Él se dirigió directamente al fondo marino, rebuscando con los dedos alguna


piedrecilla, concha, o caracola que pudiese gustarle. Taehyung le siguió de cerca,
preguntándose por qué diablos buscaba con tanto ahínco en el aburrido fondo de
su pecera. Jungkook se sintió satisfecho con su nueva cortesía, pues en lugar de
actuar territorialmente como las veces previas, la sirena pareció simplemente
seguirle con curiosidad.

Jungkook no tomó nada en especial, pero apreció que ella se uniese en su


búsqueda. Inesperadamente, Taehyung extrajo una piedra turquesa y gastada,
con forma de escama puntiaguda, que sostuvo entre sus dedos esmaltados y de
fina membrana, valorándola. Se la ofreció a Jungkook para que la considerara
como un probable regalo de... ¿amistad? ¿podían ser amigos ya?

El pelinegro frenó su nado ingrávido, extendió unos cálidos dedos y tomó la piedra
creyendo que era un gesto adorable. Comprobó la bonita forma, con el final de su
oxígeno raspándole en la garganta. Cerró el puño alrededor de ella, y antes de
impulsarse para regresar a la superficie, le señaló para que le acompañara.

Jungkook nadó hacia arriba, en unos segundos más sacó la cabeza y liberó sus
pulmones con varios jadeos fuera del agua.

Se imaginó que Taehyung no subiría (nunca lo hacía); él se limitaba a esperarle


bajo el agua con timidez. Sin embargo, para su gran sorpresa, la sirena asomó la
cabeza tímidamente saliendo del agua, con gotas de rocío recorriendo su rostro.
Al principio mantuvo media nariz oculta, pero después, sacó el rostro por completo
con un ligero parpadeo. La bonita diadema trenzada sobre su cabello húmedo y
frente, le otorgó un toque coqueto.

Jungkook sintió que el momento era delicado; no deseaba ahuyentarle. Su mirada


era serena, contempló los jadeos del chico como si se preguntase por qué
requería tanto esfuerzo respirar.

—Los puntos —atendió a decirle Jungkook, recuperando poco a poco su


respiración—, debería sacártelos.
La sirena ladeó la cabeza lentamente.

—¿Me acompañas? —preguntó el azabache—. Tengo que sacar el botiquín, no


tardaré nada.

Se movió y percibió que, a pesar de su falta de respuesta, Taehyung le siguió en


silencio. Jungkook se movió perezosamente hacia la orilla, sintiendo los músculos
de las piernas entumecidos.

«A ese paso, no iba a necesitar apuntarse a un gimnasio si ejercitaba durante


tantas horas con la enérgica sirenita que jamás se cansaba», pensó cómicamente,
mirando de soslayo para comprobar si le seguía.

Cuando salió del agua agarró una toalla para no chorrear, con la que terminó
cubriéndose los hombros, se alejó de la arena y entró en la sala con diligencia.
Sacó el pequeño botiquín de mano de su propiedad y regresó al acuario
rápidamente.

Taehyung se encontraba sentado como un buen chico sobre la orilla, después de


haber reptado ligeramente sobre la arena húmeda. Jungkook se aproximó a él,
clavó una rodilla en la arena a su lado, y le miró con un silencioso encanto antes
de centrarse en lo importante. Abrió el botiquín y examinó sus heridas casi
recuperadas.

—Parece mucho mejor —opinó bajo su atenta mirada.

Sacó unas pequeñas tijeras plateadas y posó un par de dedos sobre sus escamas
para cortar los extremos del hilo de nylon.

—Voy a sacarlos ahora, seguro que esto está frenando tu capacidad de... —
comentó distraídamente.

Acto seguido, tiró de un extremo despacio y con firmeza, comenzando a sacarlo


lentamente de la piel. Su otra mano la apoyó sobre las recias escamas de su cola.
Taehyung se encogió instintivamente por su contacto, pero sintió la seguridad del
joven, la extraña y persistente calidez de sus dedos, y sus iris castaños oscuros
concentrados.

A él sólo le produjo cosquillas, de hecho, golpeó el agua con la aleta y quiso


contraerse para que la sensación se parase de una vez. Jungkook le miró como si
hubiera podido hacerle daño.

—¿Te duele?

—Hace cosquillas —contestó tímidamente, dejándole muy atontado.


—Oh, así que es eso —exhaló una bonita sonrisa, regresando al hilo—. Ya casi
está fuera.

Taehyung no dijo nada más, el joven sacó suavemente el hilo con los dedos, y
después, pasó una gasa por encima para secar la zona y llevarse los posibles
restos de sangre. Por suerte, no hubo nada de eso. La sirena observó su calidez
mortal en silencio, esa aura que Jungkook irradiaba como todos los demás
humanos.

Jungkook levantó su mirada y ella dio un respingo, como si le impresionase el


contacto de sus iris. El pelinegro percibió su encogimiento de hombros, grandes
ojos rasgados con incertidumbre, mirándole en detalle.

«Siente curiosidad por mí», pensó, humedeciéndose los labios.

—¿A qué no te ha dolido nada? —le preguntó atentamente. Uno de sus dedos
pasó cerca de la cicatriz de escamas celestes que poco a poco se curaban—.
Cicatrizarás, tienes un organismo envidiable.

Taehyung se hubiese sonrojado de no ser porque trató de reprimir su repentino


agrado por el azabache. No pudo evitar sentirse un poco inquieto porque un
humano anduviese acariciando su cola como si no tuviera importancia. El joven
guardó sus cosas en el botiquín, agregando la piedra con forma de escama que él
mismo le ofreció, y pretendió una relativa normalidad con el propósito de que
Taehyung le clasificase definitivamente como algo inofensivo. Su reserva le
parecía fascinante, no obstante.

La sirena presupuso que Jungkook se encontraba exhausto por sus movimientos.


Conocía sus horarios, él siempre pasaba por allí unas horas y después se largaba.
Y con lo muchísimo que se aburría dentro de su prisión de cristal, comenzaba a
aborrecer profundamente las largas horas que pasaba en soledad, dando vueltas
de un lado para otro. Disfrutaba de la compañía del chico, y se preguntaba qué era
lo que hacía un humano el resto de su tiempo. Aunque tampoco era como si a él le
importase demasiado, más bien, la curiosidad por ese bobo comenzaba a picarle
como un bichillo molesto.

—¿Guardarás esa piedra? —preguntó Taehyung inesperadamente, con el deseo


de retenerle un poco más.

Jungkook le miró con una sorpresa disfrazada, pero la sirena pudo advertir su
desconcierto porque le hablara. El joven pasó de estar arrodillado a sentarse
calmadamente a su lado. La cremallera del cuello de su traje de neopreno se
balanceó con un destello plateado que atrapó las pupilas del peliazul, él siempre
se preguntaba qué utilidad tenía la de llevar ropa en el agua.
«¿No era más fácil nadar sin nada?», dudó antes de centrarse en sus palabras.

—Sí, ¿por qué no? —le habló Jungkook—. Me gusta extraer cosas de los lugares
a los que voy. ¿Sabes que tengo una colección de conchas marinas?

Taehyung pestañeó como una cosa bonita y adorable, Jungkook sintió cómo su
corazón se contraía levemente en su pecho.

—A mí también me gusta —concordó Taehyung con expresividad, seguidamente


bajó la cabeza—. Pero, ya... no puedo...

El pelinegro entrecerró los párpados y su sonrisa se desvaneció, Taehyung desvió


su rostro con cierto pesar.

—¿Extrañas a tu familia? —se atrevió a preguntarle.

La sirena le miró de soslayo. Jungkook creyó que se había equivocado al


formularle aquella pregunta. Puede que pensase, que después de todo, él también
formaba parte de su encierro.

—Sí —respondió para su sorpresa, de nuevo.

En el perfil de la criatura observó sus ojos vidriosos, reflejando el ir y venir de la


suave marea de la orilla. El pelinegro tragó saliva, como si algo estuviese
aplastando su corazón con cemento. En un acto de osadía, deslizó sus dedos
sobre la arena y posó la palma sobre el dorso de la mano de la sirena.

—Lo siento —murmuró Jungkook.

Hubiera deseado poder decirle que pretendía sacarle de allí, pero era muy pronto
para hacer promesas.

Taehyung cerró su mano sobre la arena, sintiendo la del otro sobre su dorso. Pudo
percibir el corazón humano bombear el pulso de sus venas, certificando su
honestidad. Empujó las lágrimas que le amenazaban hasta el final de su garganta,
y después, retiró la mano con cierta timidez, dirigiendo sus iris hacia el rostro de
Jungkook.

—¿Tú tienes familia? —formuló Taehyung.

—Hmnh, sí —contestó con un leve chasquido—. Pero no viven en la isla.

—¿Dónde lo hacen?

—En Busan. Vine a Geoje hace poco —Jungkook le miró de medio lado.

—¿Estás sólo? —preguntó la sirena pulcramente.


Jungkook intuyó que parecían un par de niños conversando.

—No, no lo estoy... vivo con Yoongi.

—¿Yoongi? —repitió su compañera—. ¿Qué es Yoongi?

A Jungkook se le escapó una sonrisita.

—Qué, no. Quién —le corrigió con dulzura, flexionando las rodillas y apoyando un
brazo sobre una de ellas—. Es mi compañero de piso, un viejo amigo... un poco
idiota...

—¿Yoongi también es tu familia?

Jungkook abrió la boca levemente. «Nunca lo había pensado así».

—Huh, bueno... algo así, sí —respondió cediéndole la razón, acto seguido


reorientó la conversación hacia él—. ¿Tú tienes hermanos?

—Todas son mis hermanas —generalizó Taehyung serenamente.

—¿Todas las sirenas? ¿todas...? —Jungkook arqueó una ceja.

—No son tantas —el peliazul sonrió levemente.

Jungkook se sintió como un idiota por sacarle el tema de nuevo, pero no pudo
reprimirse.

—Escucha, no soy quién para decirte lo que debes hacer —comenzó el pelinegro
bajando la voz—, pero necesito que resistas. No te harán daño, yo te cuidaré
mientras me permitan entrar, te lo aseguro. Haré lo posible; no puedo prometerte
nada, pero... te traeré comida, si quieres.

—¿Comida? —Taehyung le miró con los ojos muy redondos—. ¿Comer?

—H-huh, ya, no comías nada, ¿verdad? —recordó fugazmente, mordisqueándose


el labio—. Me dijeron que-

—No desarrollo funciones fisiológicas, como los humanos —contestó Taehyung


con encanto.

Él sacudió su cola felizmente, y a Jungkook le pareció adorable.

—¿Ninguna? —dudó con picardía.

—Ninguna —confirmó la sirena.

—¿Y respirar? —Jungkook se inclinó a su lado, escudriñándole con la mirada—.


¿Dónde están tus branquias?
Taehyung apuntó a un lado de su cuello, donde las escamas zafiros y celestes
cubrían a la perfección su sistema respiratorio. Se sintió algo tímido bajo los iris de
Jungkook, él le observaba con tanto interés que extendió un par de dedos
desinteresados y estuvo a punto de rozar las escamas de sus branquias, sino
fuera porque en el último segundo pensó que no sería buena idea.

No mucho después, el joven comenzó a enfriarse por la fresca atmósfera más el


neopreno pegado a su cuerpo. La toalla de sus hombros estaba fría y húmeda.

—Se me está haciendo algo tarde —dijo, incorporándose lentamente—. Debo


volver a casa.

Taehyung le miró como cuando a un niño le quitas una golosina, frunció los labios
y sus ojos parecieron los de un corderito. Jungkook se sintió culpable por dejarle
en el acuario, pero necesitaba volver a la vida real antes de que sus córneas le
suplicasen seguir mirándole, y terminase arrugándose más que una pasa.

La sirena se metió en el agua con agilidad justo cuando él se dirigió a la puerta


con el botiquín en una mano. Jungkook se forzó a marcharse tras un profundo
suspiro.

En casa, se dio una ducha creyendo que lo suyo con el agua nunca se acabaría.
Terminó rendido en su habitación, con las palabras de Seokjin resonando en su
cabeza como un eco dictándole que no podía ni debía hacer nada por la sirena.

«¿Estaba volviéndose loco? Puede», se dijo. «Pero Taehyung tenía unos


preciosos iris cristalinos de distinto color, uno era más rosado e intenso, como una
puesta de sol derramándose sobre la costa. Y otro se veía más azulino, de un tono
helado como el agua. Su personalidad era dulce; dios, era una preciosa criatura.
¿Cómo podía haber pensado que las sirenas podían comerse a los hombres?».

Se hundió sobre la almohada con una tensión acumulada comenzando a


deshacerse como un lento caramelo.

«La voz de Taehyung era profunda y suave», pensó sin poder controlarlo. «Sus
heridas habían cicatrizado, por suerte. Pero apostaba que no tanto como las
emocionales. Esos días se había divertido jugando con él como cuando era un
niño».

Jungkook se incorporó esporádicamente, encendió la lámpara sobre su mesita de


noche y se inclinó desde el borde de la cama para sacar algo de su mochila. Sus
yemas acariciaron la piedra con forma de escama, la dejó junto a la lámpara y
abrió el cajón para sacar el trozo de coral tallado.
Envolviéndolo con la mano, pensó en darle aliento a Taehyung. Quería prometerle
que sería libre; que no sólo estaba ahí para cuidarle. Que no estaba haciendo ese
trabajo por un contrato. Y que, si tenía el tiempo suficiente, volvería a mar abierto,
sin restricciones, así le costase la piel y su estancia en Geoje.

Esa noche, Jungkook ni siquiera se percató de que su corazón quedó atrapado


entre los mismos muros de cristal que la jaula que envolvía a la criatura.

La siguiente mañana, el sol incidió con tanta fuerza sobre Geoje, que la
comunidad turista y los locales utilizaron sus ropas más veraniegas. La ciudad se
encontraba a rebosar, la costa marina, restaurantes y hoteles repletos. Jungkook
se levantó de la cama perezosamente, bajó la planta y salió al porche para
recoger la colada.

Yoongi se había quedado dormido en el sofá del salón con el aire acondicionado
prendido. Él era un genio. Estaba espatarrado, con el cabello negro despeinado y
la boca abierta emitiendo un gracioso sonido gutural. Era el día libre de su
compañero, y también debía haber sido el de Jungkook, si no fuese porque el
joven supo que no podía descartar el regresar al acuario.

Después de doblar el neopreno, tomar un desayuno rápido, y meter en su mochila


deportiva el coral tallado, sacudió el hombro de Yoongi para avisarle de que no
volvería para el almuerzo. Él le miró extrañado.

—¿Trabajas... hoy? —dudó el mayor.

—Eh, sí —sopló Jungkook, desviando su mirada—. Lo siento, otro día tomamos


esa barbacoa, ¿de acuerdo?

Yoongi estaba muy dormido, pero sin lugar a dudas, pensó que Jungkook estaba
tomándose muy en serio su trabajo en el acuario si se decidía por renunciar a la
barbacoa coreana de los domingos.

El joven se marchó de casa, tomó el tranvía a diez minutos y se plantó en el


complejo turístico sobre las once de la mañana. Entró por el lugar de siempre,
desbloqueando la sala del acuario privado y atravesando el pasillo cilíndrico. Para
su sorpresa, se topó con Seokjin allí abajo.

—Uh, aquí estás —le saludó el hombre, apartando su agenda electrónica tras
revisarla—. Buenos días, ¿todo bien?

—Buenos días —contestó Jungkook—. Hmnh, ¿eso creo?

—Genial, genial. Necesito que le animes, ¿podrás hacerlo? —improvisó Seokjin.

—¿Eh?
—El señor Kim llegará esta tarde a Geoje. Se hospedará en su residencia, dentro
del complejo. Supongo que pasará a ver a Taehyung después de su cena.

Jungkook parpadeó, esperando que estuviese de broma. Su ceño se frunció


inevitablemente con una leve punzada de recelo.

—¿Y? —pronunció secamente.

—No puedes... ¿pedirle que sea amable? —insistió Seokjin—. Ya sabes, una
sonrisita, una pirueta de sirenita, pasar un rato en su compañía...

—¿Crees que es un pavo real? —formuló Jungkook, pensando que era estúpido—
. En serio, ¿piensas que va a mover la cola como un gatito cuando llegue
cancerbero?

Seokjin esbozó una sonrisa tensa.

—Creo que es mejor que contente al jefe —farfulló Seokjin para hacerle
entender—; si el señor Kim pasa a verle y después se va satisfecho..., todos
ganamos en eso, ¿entiendes?

Jungkook se sintió realmente irritado.

—Tienes que estar de broma.

—¿Por qué iba a estarlo?

—Jin, creo que no entiendes que-

—No, ¡tú eres el que no lo entiende! Hablamos de esto hace varios días,
¿recuerdas? —expresó el castaño—. No te equivoques, Jungkook. Podría ser
mucho peor si no se comporta y nos expulsan a los dos del acuario. ¿Quieres que
te alejen de él? Namjoon ni siquiera sabe que estás aquí, imagínate que... —se
detuvo sintiéndose frustrado—. Ugh...

—Está dolido y furioso por estar ahí encerrado —replicó Jungkook en voz alta—.
No puedes pedirme que manipule sus emociones para que esconda lo que siente.
Es un ser inteligente, Jin, ¡no un pez de los que se cazan en la feria de verano!

—Ssshh, baja la voz —siseó Seokjin.

Los dos se quedaron en un tenso silencio durante unos segundos. Jungkook miró
a su alrededor.

«Ni siquiera podrían escucharle allí abajo», pensó. «La entrada estaba restringida
en esa zona».
—Jungkook, por favor... te lo... suplico —repitió el mayor lentamente—. Sólo
estará un día aquí. Después, volverá a marcharse. Si le contenta, todo seguirá en
su lugar. Tú seguirás viéndole, cuidándole, y todo lo demás. Y yo... yo continuaré
protegiendo a las que están ahí afuera...

El pelinegro se cruzó de brazos, con la cinta de su mochila colgando del hombro.


La punta de su lengua presionó el interior de su mejilla e hizo una mueca.

—Está bien —aceptó con voz grave—. Pero, ¿de verdad tengo que pedirle a
Taehyung que se acerque a ese tipo? Porque no me parece justo emplear la
confianza que ha depositado en mí para convencerle de algo así.

Seokjin dio unos pasos por la sala, como si pensase en algo más.

—Seguirá siendo tu sirena, si es de lo que dudas.

Jungkook le miró de soslayo. «¿Su sirena? Bobadas».

—Jin, si hago esto, me debes una —emitió el más joven con seriedad.

—Cuenta con ello —le aseguró sin dudarlo.

Jungkook suspiró entre dientes, asintió con la cabeza, y sin volver a mirarle, pulsó
el botón del ascensor. La puerta corrió hacia un lado rápidamente, él entró en el
cubículo y se marchó sin decir ni una palabra más. No podía creerse que tuviera
que pedirle algo tan desagradable a Taehyung, como que sonriese a su principal
raptor; ese tipo que puso la pasta para mantenerle en una pecera gigante y
exclusiva mientras la soledad le arreciaba. El joven aún se sentía asqueado por su
previa conversación en lo que subía la cremallera de su neopreno hasta el cuello.
En la sala del personal también hacía calor, la fina y apretada tela sofocaba su piel
esa mañana, provocándole una ligera capa de sudor. Antes de abandonar el lugar,
rebuscó en el bolsillo de su mochila el coral tallado.

«Si no me odia después de lo insensible que sonará cuando se lo pida, tal vez
incluso acepte mi presente», pensó con abatimiento.

Se lo colgó del cuello para no dejarlo atrás, e inmediatamente salió al exterior


recibiendo la bofetada de la fresca atmósfera del acuario. La luz del sol
resplandecía sobre el mar salado, al otro lado del grueso vidrio. Jungkook se metió
en la refrescante agua lentamente, permitiendo que su cuerpo olvidase el calor
que le perseguía desde afuera. Se sumergió en unos segundos más, y supo que
la sirena le había detectado como un tiburón blanco, desde que tocó el agua.

Metió la cabeza en el agua y se impulsó hacia abajo, siguiendo la ondulación de la


preciosa cola azul de Taehyung. Él se volteó hechizándole, se mantuvo de forma
ingrávida frente al joven, con una afable mirada curvándose. Su dedo apuntó hacia
un ala rocosa para que le siguiese, Jungkook buceó tras él un instante, pero se
detuvo cuando vio que indicaba una profunda caverna tras un tosco arrecife. La
puerta estaba llena de algas que taponaban el paso. El pelinegro tocó su aleta
para llamar su atención y señaló con un dedo a la superficie. Necesitaba salir a
respirar si no quería lamentarlo próximamente. Se impulsó hacia arriba sin
detenerse, y en unos segundos más, pudo probar una satisfactoria bocanada de
aire. Taehyung se asomó a su lado un poco después, como una obediente
mascotita esperándole.

—¿No puedes seguirme? —formuló con un suave hilo de voz.

Jungkook le miró de medio lado, se mantuvo sobre la superficie frente a él, con la
respiración escapando de entre sus labios.

—¿Ahí abajo? —dudó el azabache, exhalando una sonrisa—. Si me fuerzo más,


no creo que vuelva a salir del agua.

—Puedes respirar allí, hay una burbuja de aire en la caverna —expresó Taehyung
de manera adorable.

Jungkook entrecerró los ojos con cierto encanto. Creyó que podía confiar en sus
palabras, pero, ¿qué tantas ganas tenía de arrastrarle a uno de sus posibles
refugios?

—Si hay un túnel, la presión del agua podría dejarme atascado.

—Hay un túnel —reconoció la sirena con tono pueril.

El pelinegro sonrió un poco.

—Tengo mis limitaciones, Tae —le explicó suavemente, permitiéndose acortar su


nombre—. Igual que tú, fuera del agua.

—Hmhmn —mugió su compañera enfurruñado.

«Así que Taehyung tampoco sabía aceptar un no por respuesta», pensó Jungkook
con una chispa de diversión.

—Ah, ya sé —enunció el peliazul.

—¿Qué? —Jungkook reprimió una sonrisa.

Taehyung se hundió en el agua lentamente, dejándole plantado sin decir nada.


Jungkook se quedó a cuadros.

«¿Se había marchado?», dudó girándose en redondo, con los ojos muy abiertos.

La sirena emergió en un instante y le ofreció una palma extendida bajo el agua.


—¿Confías en mí? —preguntó de forma directa.

Jungkook captó su expresión, tal y como la primera vez que él le ofreció su mano
para llevarle consigo hacia la orilla. Un pálpito en su pecho le hizo saber que, por
mucho que retrasase su respuesta, él ya había perdido contra la criatura. Por
supuesto que confiaba en ella, a pesar de que las sirenas portasen la fama en la
mitología de arrastrar hacia el fondo a los hombres más miserables para cualquier
asunto obsceno.

—Agárrate a mi espalda —expresó Taehyung bajo unas hermosas gotas de agua


recorriendo su rostro y delgados hombros—. Yo te llevaré, llegarás a tiempo para
respirar.

El joven comenzó a reír.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Taehyung con un afilado carácter.

Jungkook se aproximó un poco y tomó su mano bajo el agua, sus piernas rozaron
la cola de la criatura.

—¿Sabes? La oscuridad es lo que más me preocupa después de no morir


asfixiado —confesó el humano, medio en burla.

Taehyung le miró con tirantez.

—No está tan oscuro... —contestó sin profundizar.

La sirena le ofreció la espalda y permitió que Jungkook se encaramase a ella,


rodeando su cintura con ambas piernas. El contacto de su cuerpo era tibio, fue la
primera vez que se acercaron tanto, pero Jungkook creyó ciegamente en su
compañera. Tomó aire y se sumergieron juntos. El impulso de su compañero
marino fue rápido e hidrodinámico, la presión del fondo llegó hasta sus propios
pulmones, reduciendo el espacio de su caja torácica brevemente. En el fondo,
Taehyung apartó con las manos un puñado de algas y atravesó el túnel de la
caverna cuidadosamente, con Jungkook abrazado a su espalda. Detrás del túnel
había un estanque y una pequeña superficie rocosa donde volvieron a emerger.

Jungkook sacó la cabeza del agua, liberó una bocanada de aire y comprendió a
qué se había referido la sirena. Ni por asomo era un lugar oscuro. La caverna se
encontraba recubierta de un tipo de plantas marinas bioluminiscentes, que
reptaban desde el borde del estanque hasta las rocas que formaban la superficie
cóncava del techo. La tenue iluminación era blanquecina y azulada, similar a la de
una luz de neón. Era como si allí dentro tuviesen su propio cielo.

El joven se aproximó al borde, apoyando los codos para reposar su nado.


—E-esto es una pasada —masculló alzando la cabeza y contemplando su
alrededor.

—Lo hicieron para mí —dijo Taehyung con voz neutral, moviéndose por el
estanque.

Jungkook reconoció su tono, y sintió que todo perdió la magia al recordar lo que
había acordado con Seokjin. Dejó que sus pupilas se perdiesen en la agradable
penumbra un instante, antes de girar la cabeza hacia su compañero. Su corazón
se contrajo con tan sólo mirarle, bajo la tenue luz azulada, Taehyung reflejaba la
bioluminiscencia como un cristal puro. Su piel centelleaba con el polvo de
diamante, sus escamas y su cola azul refulgía suavemente. El pelinegro sintió el
corazón en un puño cuando se miraron.

—Y, ¿te gusta? —preguntó Jungkook, tratando de evocar sus neuronas.

Taehyung se aproximó al borde y apoyó sus manos, mirándole de medio lado.

—Sólo me gusta cuando estoy solo —confesó suavemente—. Me recuerda a un


sitio que solía visitar. Y cuando estoy aquí, olvido... todo lo demás...

El humano sintió pesar por sus palabras, compartió su aflicción en silencio.

—Seguro que no está al nivel de la realidad que hay ahí afuera —le alentó
Jungkook.

Taehyung sonrió con melancolía.

—Te sorprenderías.

—No lo dudo —resolvió el azabache.

Se imaginó que Taehyung debía conocer mil lugares del mar, desde sus raíces
más profundas, hasta los lugares más recónditos y mágicos. Puede que él fuera
biólogo marino, pero en comparación a sus estudios, sus conocimientos eran una
hormiga comparada con la experiencia de una sirena.

—Volverás a verlo —añadió Jungkook—. Muy pronto.

Taehyung no sonrió, ni siquiera volvió a mirarle. Su cola se movió suavemente


dentro del agua, mientras su mirada heterocromática se perdía en la roca sobre la
que posaba ambas manos. Jungkook se impulsó hacia atrás, nadó un poco y
metió la cabeza en el agua para volver a refrescarse. Cuando emergió, se apartó
el cabello de los ojos y le miró con decisión.

—Te sacaré de aquí —expresó el pelinegro, atrayendo la mirada de Taehyung.


—¿Qué? —los iris de la sirena chispearon con indecisión.

Jungkook se aproximó a la orilla, posando una mano sobre el borde, y apoyando


una pierna bajo el agua contra la misma pared rocosa. Con su mano libre, se sacó
el colgante de coral por encima de la cabeza y se lo ofreció a Taehyung.

—Ten.

El peliazul lo tomó entre los dedos, sintiéndose desorientado.

—Es una promesa —dijo Jungkook—. Te sacaré de aquí, sólo necesito que me
des tiempo.

La sirena le miró con los ojos muy abiertos, toqueteó el colgante entre sus dedos y
se sintió levemente lastimado por sus palabras. ¿Estaba jugando con sus
sentimientos? ¿Podía realmente creerle?

—P-pero...

Jungkook agarró su mano y el coral que sujetaba, chistando con la lengua.

—Esto se pone así —dijo en voz baja, pasando el cordel trenzado por encima de
su cabeza. Lo dejó caer sobre su cuello, era pequeño, azulado, poroso, con una
humilde forma de corazoncito.

Taehyung vaciló, observó el coral y después le miró afligido. Jungkook sintió una
leve punzada en el corazón.

—¿Por qué me das esto? —preguntó la sirena aturdida.

—Porque es una promesa —contestó el azabache—. Te liberaré, Taehyung.

Los iris de Taehyung se empañaron levemente, confundiendo a su compañero.

—¿Así son las promesas de los humanos? —formuló el peliazul ingenuamente.

Jungkook asintió y exhaló una bonita sonrisa. En realidad, él sólo quería un motivo
para contárselo y regalarle algo.

—¿Sabes cómo hacemos las sirenas una promesa? —expresó Taehyung en voz
baja.

—No... ¿cómo? —dudó Jungkook con ingenuidad.

Los iris de Taehyung cambiaron de tono, sus ojos se volvieron más estrechos y
alargados. Y una de sus manos, empujó su hombro. La espalda de Jungkook
presionó contra la roca, quedándose atrapado a unos centímetros de la sirena.
Sus iris se encontraron a una escasa distancia. Taehyung sacó una mano del
agua, y sus suaves dedos húmedos se deslizaron por una de las mejillas del
azabache. El corazón de Jungkook sufrió una extraña sacudida. No pudo evitar
entrecerrar los párpados debido a su tibio contacto.

Se preguntó qué diablos estaba haciendo sólo por un momento, pues


seguidamente, su instinto aceptó el deseo por dejarse llevar por sus actos.
Taehyung comprobó si tenía capacidad de oponer resistencia, pero las pupilas de
Jungkook ya se encontraban perdidas, con un aliento húmedo escapando entre
sus labios, pereciendo bajo la caricia de sus yemas. Los labios de Taehyung
rozaron los suyos lenta y tímidamente, sus bocas se fundieron en un delicado y
exquisito beso. Una caricia mágica de labios. Jungkook perdió por completo la
razón de su beso, mantuvo las manos bajo el agua y se sintió vulnerable bajo el
agarre del contrario, su cuerpo contra el suyo, la cola celeste oscilando junto a uno
de sus muslos y piernas, atrapándole en un extraordinario deseo que creció como
la espuma marina.

Entreabrió los labios, y probó una dulce saliva y lengua que le hizo sentirse
mareado. Taehyung transformó la emoción de sus suspiros en un beso lento y
profundo. Jungkook sintió los pómulos calientes, la cabeza le daba vueltas, se
encontraba perdido en el fondo de un océano del que sólo su compañera podría
sacarle.

Jadeó en sus labios y deseó sujetarle contra sí mismo, su boca se volvió adictiva,
quería sollozar por no poder gemir su nombre. Hubiese deseado asfixiarse antes
de que dejara de besarle, y justo cuando él trató de volver su encuentro más
desesperado y lascivo, Taehyung se separó de sus labios cautelosamente.

Jungkook se agarró a él como si su vida dependiese de seguir besándole. Se


sintió desolado, naufragado, completamente traicionado.

Un dedo de Taehyung se posó sobre sus labios, deteniéndole.

—Ssshh —siseó y procedió a hablarle con la mayor suavidad del mundo—.


Tranquilo. Es el efecto general... que se produce en los humanos. Lo lamento.

Jungkook pestañeó sin comprenderle. Lenta y tortuosamente, la cordura regresó a


él como la gravedad tirando de una ola. Se sintió excesivamente acalorado (para
estar embutido en un ceñido neopreno), con la sangre bombeando en su rostro.

—¿Q-qué...? —balbuceó sintiéndose confuso.

—No quería hacerlo, nunca había besado a un humano antes —expresó


lentamente, contemplándole con cierta sensualidad mientras unos dedos
acariciaban por encima de su pecho—. Oí que se puede controlar el éxtasis que
una sirena produce, pero...
Jungkook desvió su rostro y se esforzó por controlar su respiración con la mayor
elegancia posible (ninguna).

—N-no entiendo, qué... ¿los besos de sirena provocan... adicción? —alcanzó a


preguntarle.

—Sí. No volveré a hacerlo, si no quieres —se lamentó Taehyung.

—N-no, no, no. O sea, sí. Quiero —farfulló Jungkook como un tonto—. Quiero,
pero... es...

—Sí, es...

—Es fuerte —consideró Jungkook.

—¿Sí? Tal vez debería practicar para no perjudicarte.

Él asintió de medio lado, mordisqueándose el labio. Le costó tragar saliva con su


última propuesta.

—¿P-practicar, conmigo...? —preguntó tontamente, con un claro rubor.

Los iris de Taehyung se volvieron coquetos, sus manos reorientaron su rostro


gentilmente para disfrutar de sus ojos castaños. Jungkook se maldijo
interiormente, logró comprender un poco más tarde de la cuenta que las sirenas
eran expertas seductoras en la mitología por algo.

—No quiero asustarte —le dijo con suavidad.

Su frase rompió a Jungkook como si le pegasen con un martillo en el pecho.

—No me has asustado —susurró con voz de terciopelo—, yo... tampoco quiero
que tengas miedo de mí...

Taehyung sonrió con una leve curva de labios, una de sus manos descendió por la
línea de su mandíbula hasta la cremallera del neopreno en su cuello.

—¿No tienes calor con esto? —formuló directamente.

A Jungkook le explotó alguna especie de límite hormonal con su pregunta, y con


las mejillas completamente encendidas, agradeció que se encontrasen en una
espesa penumbra tenuemente iluminada por plantas marinas.

—¿N-no? —pronunció casi en duda.

«Taehyung estaba tomándole el pelo, o su ingenuidad era abrumadora», pensó.

Pero la sirena tiró indiscretamente de la cremallera de su cuello, hasta la mitad de


su pecho, introduciendo la mano en el agua.
—¿Por qué no te lo quitas? —insistió con inocencia.

Jungkook agarró su mano y le detuvo. Respiró profundamente y se preocupó


porque su calor se extendiese indistintamente hacia otras zonas de su cuerpo. «Si
es que no lo había hecho ya».

—T-Tae, creo que estoy genial así.

—¿Oh? —emitió el otro, ladeando la cabeza—. ¿Por qué os gusta llevar ropa en
el agua? ¿sabéis que obstaculiza vuestra movilidad?

Jungkook comenzó a reírse abiertamente. Aún se sentía acalorado por la escena,


pero fue divertido vislumbrar que Taehyung no tenía ni idea de lo complicada que
era la raza humana en cuanto a la desnudez. Y aun sintiéndose encantado con él,
entrelazó sus dedos bajo el agua para asegurarse de que no volviese a tocar esa
condenada cremallera mientras hablaban. Mantuvo los firmes dedos de la sirena
entre los suyos, y se armó de valor para decirle lo que tanto detestaba.

—El señor Kim te hará una visita esta noche —le contó en una voz baja cuya
delicadeza resonó en la cueva—. Necesito que te comportes con él, tal vez...
pretender que está todo bien...

Taehyung frunció el ceño levemente, se sintió frustrado porque le pidiese algo


como aquello. Sus dedos entrelazados fueron lo único que mantuvo sus labios
sellados, regalándole una extraña ráfaga de calidez proveniente del chico. La
confusión le invadió un instante; Jungkook pertenecía a eso de lo que había
estado huyendo. Humanos y más humanos. ¿Por qué estaba dejándose arrastrar
por los encantos de uno? Todas las sirenas decían que los humanos no eran
leales, se fallaban entre ellos, traicionaban siempre que estaba al alcance de su
mano.

—¿Por qué debo hacerlo? —se quejó, escurriendo sus dedos entre los del
pelinegro.

Taehyung se deslizó entre las aguas, ofreciéndole la espalda.

—Porque es lo mejor para que se marche y deje el acuario durante una temporada
—insistió Jungkook—. ¿Crees que podrías... acercarte a él?

La sirena le miró con recelo.

—¿Qué te asegura que se marchará? —emitió el peliazul—. Ese humano no tiene


corazón. Me encerró aquí, como su esclavo. Me robó mi libertad.

—Seokjin está intentando hacer algo más por ti, y por las siren-
—¿Seokjin? Él me mantiene cautivo, su grupo de bestias terrestres atacaron a mi
nido y nos dieron caza como tiburones hambrientos. El agua se tintó de nuestra
sangre y sus redes quemaban mi piel —replicó Taehyung, enojándose—. Odio a
los humanos. Vierten sus desechos en nuestras aguas, creen que son dueños de
todas las criaturas, como si carecieran de valor.

Jungkook desvió la mirada y se mordisqueó la punta la lengua con eso último.


«Odiar» a su raza era una expresión demasiado importante, y que le incluía de
lleno.

—Lo sé, pero... necesito que lo hagas. Créeme, comprendo lo que....

—Tú nunca podrías comprenderlo.

Taehyung no dijo nada más, se sintió irascible con Jungkook, a pesar de que su
corazón concluyese en silencio que él era el único mundano que no le
desagradaba del todo. De hecho, «le gustaba» de esa forma que tanto temían las
sirenas que había escuchado hablar. Supuso que él había encontrado a su
debilidad entre esas criaturas que ganaron su desprecio, y eso le asustó,
llevándole a preguntarse si realmente podía permitir que un humano entrase en su
helado corazón.

—Me comportaré —pronunció Taehyung súbitamente.

Jungkook tragó saliva pesada. Cuando salió de esa cueva con la ayuda de la
sirena, regresó a solas a la orilla con desamparo. No pudo evitar sentirse afligido
por lastimar el orgullo de Taehyung, pero él también se marchó con desconsuelo
por su esporádica molestia y desdén.

«Estoy perdiendo la cabeza», se dijo a sí mismo más tarde, golpeando la taquilla


con una mano. «Promesas, besos, ¿un repentino enfrentamiento? ¿por qué
demonios se estaba dejando llevar de esa forma?».

Apoyó la espalda desnuda contra la pared, doblando el neopreno húmedo con las
manos. Aún tenía el cabello mojado, pero metió el traje en su mochila y se puso
una camiseta negra sobre los jeans oscuros. Salió de allí con un extraño amargor
en la boca y el hormigueo de sus labios por los besos de una sirena.
Capítulo 06
Capítulo 6. Pájaro cantor

El pelinegro caminó por la calle esa tarde, mientras el cielo de Geoje se volvía una
tenue paleta salpicada por nubes de tonos anaranjados y rosados. Con las manos
guardadas en los bolsillos, se detuvo junto a una bonita cafetería con decoración
marina. Por el último Whatsapp de Yoongi, su compañero se había pasado por allí
con un antiguo amigo universitario. Él le esperó afuera con el estómago rugiendo
por el hambre. Había apartado su almuerzo sólo por estar más tiempo con
Taehyung, y ni siquiera había ido del todo bien.

Se sintió ansioso mientras esperada, e inoportunamente, Haeri salió de la misma


cafetería en compañía de una joven que ya había visto antes y reconoció como su
prima. Jungkook acostumbraba a verla con ropa casual, cabello húmedo y piel
imperfecta por el protector solar. Pero en esa ocasión, Haeri llevaba un vestido por
encima de las rodillas, un suave maquillaje, y el pelinegro consideró estaba muy
linda.

—Huh, Jungkook —emitió con una mezcla de despiste y sorpresa.

—Hola —saludó el pelinegro, con una suave sonrisa.

El aura de ambos colisionó de una forma extraña, enrareciendo el ambiente.

—Voy a, eh... a pagar los cafés —enunció la prima de la chica, desapareciendo—.


En seguida vuelvo.

Sus iris se encontraron un instante, en cuanto se quedaron a solas. Jungkook


desvió su mirada, y Haeri siguió sus pasos sintiéndose incómoda.

—¿Todo bien...? —formuló la joven.

—Sí, estoy esperando a Yoon, me dijo que... —la voz de Jungkook se deshizo
lentamente, con indecisión.

—Mhmh, ah, sí. Le vi con alguien —expresó Haeri seguida de un suspiro—. Oye,
Jungkook. Sobre lo del otro día...

Los dos sabían perfectamente de donde salía aquella tensión; su inevitable


atracción. Pero Jungkook sentía que, no mucho antes de plantearse qué tanto
encajaba una persona sencilla en su vida ordinaria, un elemento extraordinario
impactó contra su mundo como un meteorito apunto de tragarle.

—Yo... quiero sepas... —continuó la chica, alzando la mirada con cierta timidez—.
Que, eres un chico especial. Desde que te conocí, creo que, mhn, ya sabes...
—Haeri —Jungkook se mordisqueó levemente el labio y reunió todo su coraje para
hablarlo de forma directa—. A mí también me gustas.

La chica se quedó paralizada, con un tenue rubor surcando su rostro. Pero por la
circunspección de los iris oscuros del otro, supo que la oportunidad que ambos
compartían para comenzar algo, acabaría antes de que si quiera pudiesen
hacerlo.

—Pero, no sé si estoy preparado para... una relación —se sinceró el azabache,


apretando los parpados un instante y tomando aliento—. Ahora... creo que no es
el momento... tengo demasiadas cosas en la cabeza.

—Oh, es eso —musitó ella, ladeando la cabeza—. Lo comprendo. Después de


todo, eso sólo lo sabes tú...

—¿Qué se supone que debo saber? —dudó Jungkook con la vista perdida sobre
sus propios tenis.

—Supongo que el corazón es el que decide, ¿no? Esas cosas se saben, cuanto
realmente deseas estar con alguien.

—¿Corazón...? —repitió el azabache en voz baja.

Haeri se esforzó por mostrar una sonrisa y apartar el momento incómodo a un


lado.

—Francamente, aprecio tu sinceridad —le dijo con honestidad—. Podemos seguir


siendo amigos después de todo, ¿verdad?

Jungkook sonrió levemente.

—No desearía más que eso —reconoció con timidez.

La joven extendió una mano y tocó su cabeza como si Jungkook tuviera cinco
años.

—Eres un buen chico, Jungkook —manifestó.

—O-oye, que sólo eres tres años mayor —soltó el pelinegro enfurruñado,
rápidamente apartando su mano de un manotazo.

Ella se rio un poco, y por suerte, la tensión entre ambos disminuyó. Yoongi salió
en compañía de un par de amigos, y la prima de Haeri apareció tras los jóvenes.
El azabache esperó que Yoongi no abriese la boca para decir nada raro, y por
suerte, comprendió su miradita de soslayo como amenaza directa. Su amigo se
contuvo como pudo, se despidió de los otros dos y saludó brevemente a las chicas
antes de que Jungkook le agarrase del codo para macharse.
—Hasta luego —se despidió.

—Adiós, chicos —contestó ella junto a su familiar.

—No me digas más, ¿te ha dejado tu novia? —masculló Yoongi mientras


caminaban—. Esa duración ha sido de récord.

Jungkook hizo una mueca con una inevitable sonrisa.

—Tu estupidez no decepciona.

—¡Ja! —exhaló Yoongi, gesticulando—. Reconócelo, te fascino. ¿A dónde vamos?

—A casa, me muero de hambre.

—Huh, tengo que estrenar esa maravillosa plancha —continuó Yoongi,


reorientando su paso por un cambio de calle—. ¿Hamburguesas?

Jungkook asintió con otro rugido de tripas. Por suerte, Yoongi había llevado su
propio coche hasta la ciudad. Ambos subieron al auto y en menos de quince
minutos atravesaron la ciudad en dirección a casa. El azabache no pudo evitar
mostrarse pensativo mientras miraba las cordilleras interiores de la isla que
acariciaban la carretera durante su trayecto.

—Alguna vez te ha gustado alguien —improvisó Jungkook de repente—, y justo


entonces ha parecido otra persona que no esperabas, ¿dejando todo lo demás...
hecho un desastre...?

Yoongi le miró de soslayo, aparcó frente a la casa, y salió del coche cerrando la
puerta de un movimiento seco.

—¿Quieres que te diga la verdad? Pues no.

Fuera del auto, Jungkook sacudió la cabeza. Una tenue sonrisa surgió en su rostro
decidido a apartar el tema. No obstante, Yoongi se anotó su increíble mención.
Jungkook no era el tipo de personas que dejaba caer sus pensamientos en voz
alta así porque sí.

Al llegar a casa, Jungkook se metió en la ducha y Yoongi se encargó de la cena.


El más joven necesitó unos minutos para deshacerse del calor, de la sal del agua
en los mechones de su pelo oscuro, y del recuerdo de unos labios de índice ficticio
sobre los suyos. Respiró el vapor de agua y cerró los párpados.

Taehyung supo que había alguien más en el acuario mucho antes de que se
acercase a la superficie, guardó el corazón de coral entre unas rocas de la
pequeña cueva donde estuvo con Jungkook y salió de su escondite con pesar. Los
zapatos del humano resonaron por el túnel de cristal, cuyo suelo negro y
esmaltado reflejó un elegante traje beige y corbata de un azul cobalto. Eran las
diez en punto cuando fue a verle. A través del grueso vidrio, sus ojos se
encontraron. Taehyung se deslizó por el agua clavando sus pupilas sobre el
hombre. Prometió comportarse, pero aquella persona no era Jungkook. Su rostro
era completamente distinto; de iris castaños claros, como las almendras, de porte
soberbio, vanidoso, cabello dorado peinado hacia atrás y un aura similar a un tigre
con hambre observando a un pececito entre cuatro paredes de cristal.

Su enfrentamiento de miradas concluyó cuando la piel del peliazul se puso de


gallina, de un aletazo volteó en el agua y se apartó de la visión de su raptor. Las
sirenas eran orgullosas, frías, e interesadas. Taehyung pensó que debía gustarle
demasiado Jungkook como para esperar a aquel ser fuera del agua. Su perfume
llegó hasta él cuando salió a la superficie, se sintió extrañamente artificial sobre el
aroma húmedo y salado del acuario. El señor Kim estaba al otro lado de la arena,
con unos zapatos oscuros tan brillantes que se destacaron sobre los granos
húmedos, y una copa de Martini en la mano. Taehyung salió bajo su pertinente
mirada, como un perro con el rabo entre las patas.

Cuando llegó a la arena como un gusano, Namjoon se inclinó para saludarle. El


dorso de un par de sus dedos acarició su pómulo húmedo, curvilíneo y lleno del
rocío.

—Has aprendido a mover la colita —dijo con una voz más resonante y profunda
de lo que sus tímpanos esperaban—. Siempre es un agrado verte, preciosa.

Taehyung se encogió un poco, apartó su rostro apretando la mandíbula,


desviando su mirada mientras se retraía.

—Te he traído algo que te gustará —emitió dejando la copa sobre una de las
rocas—. ¿Podré disfrutar de tu atención esta noche?

De uno de sus bolsillos, sacó una caja rectangular de terciopelo. La abrió a su


lado, mostrándole una fina y cara pulsera con motivos marinos, celestes y rosas
corales. De ella colgaban figuritas que representaban estrellas de mar, caracolas y
otros tantos estúpidos enseres.

—Sé cuánto os gusta a las sirenas las cosas valiosas y brillantes —exhaló su
aliento cerca de su hombro—. Esta misma, tiene un valor de medio millón de
wons. La mandé a hacer sólo para ti.

Los iris de Namjoon se clavaron en el perfil inmóvil de Taehyung. Sus labios


estaban sellados, contuvo su rabia y se dejó manipular para ponerse una pulsera
que odiaba, de alguien que detestaba. Namjoon tomó su mano, cuyos dedos
húmedos se encontraban manchados de tierra, cerró el diminuto enganche
alrededor de su fina muñeca y exhibió la belleza de la joya sobre una joya marina
mucho más valiosa. El sedoso tono de piel de la sirena relucía con exquisitez su
regalo.

No soltó su mano después de eso, pues tiró de ella gentilmente para que le
mirase.

—Este es mi regalo, y tendrás muchos más si eres paciente —pronunció Namjoon


suavemente—. Sólo pídeme lo que quieras y lo traeré para ti.

Los iris de Taehyung se alzaron para contemplar con inquietud su rostro. Sus
propios labios estaban resecos, y cuando habló, ni siquiera pudo reconocer la voz
que emanó de su propia garganta.

—Quiero ser libre.

—Oh, no, no, no —Namjoon chistó levemente y volvió a tomar su rostro con unos
dedos—. No lo comprendes: ahora estás en un lugar seguro, criatura. Hay mil
peligros ahí afuera. Lejos de cualquier peligro exterior, ahora me perteneces, y
yo... cuidaré de ti...

La garganta de Taehyung se comprimió con un terrible asco.

—Pero no quiero estar aquí —replicó soportando la humedad de sus ojos.

—Hmnh, mírate. Tan vulnerable, tan... frágil... y hermosa —la caricia de Namjoon
se extendió por su mejilla—. Yo te concederé todo lo que desees, ¿carne?
¿peces? ¿obsequios? Sólo necesito que... —su voz osciló un segundo—, hagas
algo por mí...

Taehyung se quedó en silencio, temiendo su petición. Los iris castaño claros del
humano se derramaron sobre los suyos.

—Canta para mí.

—¿Cantar? —susurró Taehyung.

—Debes llamar a alguien.

—No voy a usar mi voz para ti —negó el peliazul, elevando su voz—. No te traeré
más prisioneras, así llenes esa agua de ácido.

—Ah, ¿no? —Namjoon ladeó la cabeza, sus iris mortales chispearon.

Hasta ese momento, Taehyung no advirtió la extraña anomalía que se encontraba


en su aura. La primera vez que le vio pensó que se trataba de la pura maldad de
su raza humana, pero desde que había conocido a Jungkook, y ahora podía ver a
Namjoon desde estaba tan cerca, intuyó algo más en su persona.

—Entonces, tendré que hacer algo que no te guste.

Taehyung desvió su rostro cuando Namjoon dejó un beso en la comisura de sus


labios.

«Si quería que llorase», pensó, «su corazón se encontraba demasiado helado
como para derramar ni una de sus valiosas lágrimas».

—Verás, encanto —Namjoon le liberó de sus zarpas y su tono se volvió como el


de un señor de negocios—. Esto funciona así; en nuestra cadena de favores, yo te
traigo un regalo y tú me lo devuelves.

La sirena hundió los dedos en la tierra, llenándose de frustración.

—Si no cantas para mí, tendré tus lágrimas —encolerizó Namjoon—. Y si te


niegas a llorar, te llevaré a otro acuario, donde no haya vistas al mar; donde
literalmente tengas tres metros cuadrados donde sacudir tu bonita cola, sin nada
más.

El silencio se volvió extenso, frío y desolador entre ambos. Namjoon tomó su


Martini y se incorporó con exasperación. Taehyung contuvo sus ganas de llorar
hasta rasparse en su propia garganta, no volvió a mirarle en los siguientes
minutos. El hombre vació su copa, le miró de soslayo antes de marcharse y cerrar
la puerta del acuario con un suave clic que le hizo sentir lo sólo que se
encontraba.

Jungkook salió de la ducha y se puso cómodo. Bajó a la sala de estar y encontró a


Yoongi sirviendo un par de hamburguesas sobre la isla de la cocina. Cenó junto a
él, sentándose a su lado mientras el mayor se servía una cerveza helada en
silencio. Yoongi observó el tic nervioso de la pierna de su compañero, pues a
pesar de que Jungkook estuviese sentado, no paraba de mover el muslo como si
estuviese a punto de hacer un examen universitario.

—¿Te apetece un trago? —le ofreció su propio botellín desconsideradamente.

Jungkook asintió y tomó la cerveza, vaciando más de la mitad de un trago. La


sensación refrescante fue instantánea, dejándole el sabor amargo y burbujeante
del alcohol en la lengua. Y por algún motivo, Yoongi se inclinó muy cerca,
empezando a hablarle con un hilo de voz en el que Jungkook tardó un par de
segundos en comprender que estaba diciéndole algo.

—Trabajas demasiado, vuelves a casa tarde, cansado y con la boca cerrada —


apreció su compañero, contando cada tip con uno de los dedos de su misma
mano—. Por no decir que últimamente suspiras como un adolescente, ¿se puede
saber qué te están dando en tus voluntariados?

Jungkook arqueó una ceja, clavó un codo sobre la encimera, junto a su propia
cena, e intentó enfrentarse a sus acusaciones con la mayor serenidad del planeta.

—¿C-como un adolescente? —balbuceó.

—Oh, ¿es por el acuario? —añadió Yoongi con una mueca—. Desde que estás
allí, vienes y vas como un fantasma. ¿Le echan algún tipo de escopolamina al
agua? Porque te están dejando tonto, Kook. Tú odias la cerveza y acabas de
relamerte después de ese trago —le señaló con un dedo acusador.

El azabache sonrió un poco.

—¿Por qué tienes que ser así de capullo?

Yoongi también sonrió, bajo la cabeza y se enfrentó a la hamburguesa que sujetó


con ambas manos.

—Oye —emitió con un tono más grave y serio, antes de dar un bocado—, sabes
que puedes contar conmigo, ¿no? Pase lo que pase.

Jungkook le miró significativamente, en silencio.

—Sea lo que sea, estaré ahí —le alentó el mayor, masticando


despreocupadamente—. Excepto si quieres ocultar un cadáver, no soy bueno
cavando. Pero soy genial en los juegos de rol, ¿alguna vez me has visto
interpretar un papel?

Sus palabras fueron escasas, pero reconfortantes para Jungkook. Él sabía que,
fuera como fuese, su amigo al que parecía no importarle nada y le dejaba siempre
su espacio, era consciente de que algo más le pasaba. Jungkook terminó su
deliciosa cena, se limpió con una servilleta y se levantó del taburete, poniendo una
mano sobre el hombro de Yoongi.

—Me siento orgulloso de mi corazón de roca favorito —soltó, quitándole hierro al


asunto.

Después de hacer algo de zapping en la televisión, le habló sobre Seokjin, su té


de cerezo y su afición por la mitología. Evitó mencionar la palabra sirena en toda
la conversación, y Yoongi tampoco pareció tomárselo muy en serio, pues le dijo
que pensaba que «a ese tal Seokjin» se le iba demasiado la cabeza con lo del
Máster en Mitología.
—No puedes permitir que la realidad se mezcle con la fantasía —sentenció por su
cuenta.

Jungkook subió más tarde a su dormitorio para dormir. Se tumbó bocarriba en la


cama, comprobando su teléfono y encontrando un mensaje de texto de Seokjin.

Seokjin (22.51pm): «Kim estuvo por aquí. Le vi más irascible que de costumbre,
pero creo que ha ido bien».

Seokjin (23.16pm): «Taehyung está bien. Le he visto nadar. No quise subir al


acuario con Kim, para no importunarle».

El azabache suspiró profundamente, pulsó el teclado de su pantalla para


escribirle.

JK (23.47pm): «¿Se ha largado ya? El tipo, digo».

Seokjin (23.48pm): «Salí con él del complejo. No quería hablarme. Tomó su


limusina, estará hospedándose en el Hotel Marina de la ciudad. Nos vemos
mañana, Jeon».

Jungkook bloqueó la pantalla y guardó el teléfono bajo la almohada. Se pasó unos


dedos por el suave cabello oscuro y despeinado, mirando al techo. No sabía qué
era lo que le causaba tanto pavor de Namjoon, pero puede que Jin tuviese razón,
de alguna forma, estaba implicándose demasiado. Taehyung no era «su sirena»,
no era un trofeo que pudiese pertenecer a ninguno de ellos. Ni siquiera sabía por
qué diablos estaba pensando en sus besos. El encanto de Taehyung le había
atrapado, la tenue luz de esa cueva, sus ojos cristalinos, como una crisálida de
hielo empañado. Su beso-promesa le hizo curvar las comisuras de sus labios en la
oscuridad de su dormitorio. Evocó el frenesí de sus labios, provocándole una
mayor adicción que el chocolate negro con nueces. Puede que su beso exaltase
una recóndita pasión con la que jamás había lidiado, pero si pudiera volver
hacerlo, lo haría de nuevo. Taehyung era la cosa más dulce con la que había
tratado, y aunque apenas se conociesen, él ya amaba la mar desde muy pequeño.

Siempre sintió ese impulso, esa llamada por la biología marina y dedicación a
todos sus seres subacuáticos. Era cuestión del corazón, le dijo Haeri esa misma
tarde. Y el suyo había descubierto a una preciosidad naciente de este. Su corazón
desbocado le eligió desde la primera vez que pudo verle tras ese grueso cristal del
acuario.

Él se ruborizó levemente en la oscuridad, sintiéndose avergonzado por anhelar


más de sus besos en ese momento. Tal vez hacía demasiado calor ese día y el
hechizo de sirena estaba colándose en sus huesos. Deseó tomarle en brazos y
entrelazar sus dedos, así tuviera que dormir en el fondo de un lago, o en una fría
orilla. Su corazón se encogió lentamente, dejándose llevar por los brazos de
Morfeo. ¿Estaría nadando y aburriéndose? ¿Las sirenas necesitaban dormir?

Jungkook soñó esa noche con su preciosa cola turquesa, celeste, con destellos de
aguamarina, con los colores índigos del frío fondo del océano. Y entonces,
Taehyung fue encerrado en un acuario pequeño, muy pequeño, donde apenas
podía moverse. Una pecera, redonda y caliente, donde el agua comenzó a
burbujear como en una sopa. Jungkook golpeó el cristal con fuerza, con todas las
fueras del mundo. Gritó, se lastimó tratando de romperlo para sacarle de allí. Pero
no podía. No podía. La silueta de Taehyung se disolvió como la espuma, frente a
sus narices, dejando un rastro de polvo de diamantes en el fondo.

Se despertó jadeando, empapado en sudor. Yoongi abrió una rendija de su puerta


de madrugada.

—¿Jungkook? —le llamó—. Eh, eh, ¿qué ocurre?

El joven se incorporó sobre la cama, se tomó su tiempo para respirar y frotar su


rostro con ambas manos, buscando volver a la realidad. Yoongi se sentó a los pies
de su cama.

—Ha sido una pesadilla, ya está... —intentó reconfortarle.

El menor tragó saliva pesada.

—Lo siento, ¿te he despertado?

—Nah, no. Hoy no —contestó Yoongi con tono despreocupado.

Pero Jungkook sabía que lo había hecho otras noches.

—Tengo que irme pronto al trabajo —continuó su compañero—, tenemos un


nuevo contrato cerca de la antigua petrolera, hay que limpiar el fondo marino de
no sé qué mierda, awhg.

El azabache resopló sonoramente.

—¿Qué hora es?

Yoongi hizo como si le echase un vistazo al reloj invisible de su muñeca.

—Cinco y media, eres un buen despertador.

—Lo siento —repitió Jungkook afligido.

Yoongi le miró mal, como si estuviera a punto de golpearle con un ladrillo por decir
tantas veces «lo siento».
—Estoy bien, tranquilo —se excusó el más joven.

—Ah, ya, ya, bueno —chirrió su amigo, levantándose del borde de la cama y
estirando los brazos para desperezarse—. ¡Hmnh! Voy a darme una ducha y a
preparar mis cosas. Nos vemos a la tarde, tonto. ¡Suerte con los pingüinos
místicos de Seokjin!

Jungkook esbozó una sonrisa débil. Se sacó la camiseta empapada de sudor y la


lanzó a un rincón de su habitación, dejando caer la espalda sobre el colchón
nuevamente. Como era muy temprano, se permitió el lujo de estar en la cama un
rato más, volviendo a comprobar su teléfono móvil. Tenía otro mensaje de Seokjin,
que llegó mucho más tarde.

Seokjin (01.37am): «Tenemos que hablar. Te espero junto al acuario, a la una».

El joven sintió una punzada en el pecho. Soltó el teléfono y decidió organizar su


mañana antes de pasarse por el acuario. Después de vestirse informalmente,
tomó el tranvía con normalidad y se pasó con alguno de sus voluntariados para
matar el tiempo. Habló un rato con Leslie y le echó una mano a Noah y otro
compañero para trasladar unas plantaciones de plantas subacuáticas a otro de los
tanques de agua.

Cerca de la hora de mediodía, tomó un almuerzo rápido (un sándwich vegetal de


máquina, más una bebida energética), y se dirigió al acuario de Geoje con ánimo.
Entró en el complejo turístico, y se encontró a un montón de periodistas
conociendo más del acuario y preguntando por el fabuloso empresario de éxito
que dirigía la corporación Kim. Jungkook hizo una mueca de desagrado, pasó de
largo mordisqueando una barrita de chocolate y entró por donde siempre,
librándose de miradas ajenas.

No encontró a Seokjin donde le había indicado, pero sí que se lo cruzo junto al


túnel de cristal mientras revisaba muy concentrado su Smartphone.

—Hey —saludó Jungkook con la mochila sobre el hombro y la mitad de su cabello


recogido en su coronilla.

Seokjin le miró de medio lado, con un rostro que a Jungkook no le gustó


demasiado.

—Le dije su nombre.

—¿Cuál? ¿El de Taehyung? —Jungkook le miró con los ojos muy abiertos y el
ceño levemente fruncido—. ¿Por qué le has dicho eso? Te dije que n-

—Jungkook, tuve que decirle que yo me estaba encargando de la sirena. Que


hablé con ella en varias ocasiones, y que aceptó colaborar con nosotros —
expresó Seokjin con voz informativa, gesticulando con una mano—. ¿No querrás
que sepa que tú también estás metido en esto?

—Eres insoportable —gruñó el más joven, cruzándose de brazos.

—No se irá de la ciudad —continuó Seokjin—. No sé qué diablos es lo que quiere


de Taehyung, pero no va a largarse hasta que lo consiga.

—¿No decías que todo había ido bien?

—C-cuando se trata del señor Kim, todo es un poco... complicado... él no actuaba


así hace tiempo.

—Muy bien, ¿y ahora qué? —inquirió el más joven, sintiéndose irritado—. Dices
que no se irá de la ciudad, ¿qué se supone que haremos?

—Esperar.

—Esperar a qué.

—No lo sé, Jungkook. Namjoon es un hombre de negocios, controla una


corporación y tiene asuntos que resolver en Geoje. Dudo que regrese al acuario
por la disponibilidad de su agenda, así como por el carácter con el que salió
anoche... pero...

—¿Namjoon? —repitió Jungkook con sarcasmo—. Vaya, tu instinto de amigo de la


infancia está saliendo a relucir esta mañana. Ya no es el señor Kim.

Seokjin apretó los párpados e ignoró su último comentario.

—Como sea, Jungkook —le indicó con la cabeza para se marchase—. Ve a ver a
Taehyung y averigua por qué Namjoon se largó tan enfadado.

Jungkook se humedeció los labios, arrancó sus pasos, y cuando pasó por el lado
de Seokjin, se detuvo muy cerca de su pómulo.

—Recuerda que no soy tu pájaro cantor, Jin. Y me debes un favor —masculló, y


acto seguido le dio le lado.

Seokjin suspiró profundamente, escuchó los pasos de Jungkook alejarse y tomar


el ascensor. Nada podía complicarse más. El azabache llegó hasta el acuario y no
tardó demasiado en salir al exterior, subiendo la cremallera de neopreno hasta el
cuello. Se sumergió en el agua de un ágil salto, hundiéndose lentamente en la
refrescante sensación que apretó su segunda piel sobre su cuerpo.

Buceando tranquilamente, vio pasar a Taehyung de largo, junto al fondo, entre los
toscos arrecifes donde una vez jugaron a cazarse uno al otro. Jungkook no
necesitó más de unos segundos para comprender el mal humor del peliazul, él le
ignoró, ni siquiera le dirigió su mirada. Una molesta punzada atravesó a Jungkook,
aceleró su mano, liberando unas burbujas de aire y agarró el codo de la sirena
para detenerle. Taehyung se giró con soberbia, sacudió el brazo para deshacerse
de su agarre y después, se aproximó a su rostro de forma amenazante.

Su mirada le perforó un mensaje claro: «márchate».

Pero Jungkook no era el tipo más testarudo (después de Min Yoongi) de todo
Geoje por nada. Salió para tomar aire y golpeó la superficie con la palma de su
mano, gracias a su dosis de frustración. Si iba a castigarle de esa forma, estaba
dispuesto a tomarlo, pero no sin antes decirle algo. Con la mayor estupidez del
mundo, Jungkook se introdujo en el agua con la decisión de no volver a salir si no
lo hacía caso. Le daba igual asfixiarse, ahogarse, o morirse allí mismo, Taehyung
iba a escucharle así le pesara sobre su tumba.

La sirena puso los ojos en blanco cuando le interrumpió mientras trenzaba una de
sus bonitas diademas. Contó los segundos en los que vio plantado a Jungkook en
mitad del agua indicándole para que le acompañase. Y según sus predicciones, no
le quedaba más de una burbuja de oxígeno. Puede que media. Taehyung
entreabrió los labios cuando le vio soplar el resto del contenido de sus pulmones.
Jungkook apretó la mandíbula y la garganta, y a unos cuantos metros de él, le
miró como si ella fuese un cruel verdugo. Taehyung ni siquiera podía creerse que
fuese tan idiota, apartó la mirada y decidió no entrar en su juego, pero escuchó a
Jungkook sufrir por su asfixia, y no tardó más de unos segundos en moverse hacia
el chico con ganas de golpearle con una estrella de mar en la cara.

Sus iris heterocromáticos estaban cargados de dolor. No era su culpa, pero sí que
deseaba culpar a Jungkook por acariciar su frío corazón de sirena con unos tibios
dedos que en realidad temía.

Los iris de Jungkook se enturbiaron, comenzó a sentir los primeros alicientes de


su asfixia, embotamiento de cabeza, pulso intenso en sus oídos, y la presión del
agua tratando de entrar en sus pulmones. Taehyung extendió las manos y tomó su
rostro, sus labios se aproximaron a los del chico y le robaron un beso que le
insufló una cantidad mínima de oxígeno. Fue como rozar un ingrávido paraíso, en
unos segundos más, ascendieron hasta la superficie y Jungkook tomó una
enfermiza bocanada de aire mientras Taehyung le sujetaba.

—No puedo creer que estés haciéndome esto, ¿quieres hacerme daño,
ahogándote? —le acusó sosteniéndole por un brazo—. Todos los humanos sois
unos necios, ¡cretinos!
Jungkook jadeó débilmente a su lado, agradeció su firme agarre y el arrastre hasta
la orilla que ejerció su compañera sirena, sintiendo su aflicción como propia.

—V-vas a escucharme, lo quieras o no —llegó a pronunciar obcecadamente.

Sus rodillas llegaron a rozar la arena de la orilla, Taehyung le ayudó a llegar hasta
allí, mirándole con muchísimo recelo.

—¡Aléjate de mí! —le pidió con voz aguda—. No vengas más, no me hagas
promesas que nunca cumplirás, márchate... No quiero tu amistad.

Jungkook giró la cabeza y descubrió sus ojos llenos de unas resplandecientes


lágrimas. Se desbordaron rápidamente, deslizándose sobre sus mejillas húmedas
como gotas de diamante mucho más luminosas que las de agua. Él se quedó sin
aliento cuando le vio llorar, no pudo soportarlo y tomó su muñeca para que le
mirara.

—Ódiame si quieres, pero te sacaré de aquí.

Taehyung le miró como un cachorro lleno de lágrimas e hipos. Era una falta de
respeto pensar que el lamento de una sirena también resultaba hermoso, pero así
era. Y Jungkook tomó su rostro con ambos pulgares, acercó su frente a la suya y
entrecerró sus ojos.

—Te equivocas si crees que quiero algo de ti —murmuró en el suave vaivén de las
olas—. No necesito nada a cambio, sólo quiero que nades en libertad.

La sirena se dejó arrastrar por sus palabras, consumiéndose en una extraña


debilidad por el chico. Jungkook soltó su rostro suavemente y ella lo hundió sobre
su hombro, cerrando los párpados para disfrutar de una calidez humana que
jamás había tenido. Sus dedos agarraron la tela de neopreno de su pecho, y en lo
que sus brillantes lágrimas se diluían en el agua, escuchó el corazón del humano
palpitar vivamente bajo su tórax.

—Me gustas —confesó Taehyung en voz baja, con extrema flaqueza—. Mi


corazón no late, como el tuyo. Envidio eso...

Jungkook se quedó en silencio; su propio pecho emitió un vuelco al conocer sus


sentimientos.

—¿Por qué no...? —murmuró sobre su oreja, sin tocarle.

—Yo no tengo —le contó la sirena—. No puedo amar a nada más que a la mar.

—Suena trágico —dijo Jungkook apaciblemente—, pero dudo que carezcas de


corazón. Eres demasiado hermoso como para no tenerlo.
Jungkook alzó unos dedos apartando unos mechones de cabello azul de su rostro,
y poco después, se distanciaron unos centímetros hasta conectar sus miradas
sobre el otro. Así, sobre la fresca orilla donde sus piernas y la cola de la sirena se
encontraban, Jungkook comprendió qué tan perdido estaba con una criatura tan
cambiante como la marea.

—¿Soy hermoso para ti? —formuló la sirena con un parpadeo coqueto.

—No hablo de tu apariencia —contestó el pelinegro, seguidamente posó una


mano sobre su pecho—, sino de lo que hay aquí.

Taehyung agarró esa mano, sintiéndose invadido por su calidez. Nunca se había
dejado llevar por ese tipo de emoción o interés por otra criatura, ya fuesen sus
congéneres o alguien de una raza terrestre. En ese momento, toda su ansiedad
por alejarse de él desapareció. Permanecieron sentados en la orilla, hablando
sobre lo sucedido.

—¿Qué fue lo que ocurrió anoche?

El peliazul bajó la cabeza, sus alargados párpados le mostraron abatido antes de


contárselo.

—Quería mi voz...

—¿Tu voz? —repitió Jungkook, creyendo no haber escuchado bien.

—Las sirenas podemos llamarnos entre nosotras —explicó Taehyung


lentamente—. Utilizar la voz para comunicarnos a grandes distancias.

—Espera, ¿quiere que llames a alguien más? —Jungkook se mostró inquieto—.


¿A quién?

Su compañera se encogió de hombros.

—Me dijo que, si no le daba lo que quería —agregó con una gran aflicción—,
tomaría mis lágrimas.

Jungkook no comprendió eso último, pero con un par de dedos tomó su mentón
para que le mirase.

—¿Para qué querría alguien tus lágrimas?

Taehyung parpadeó, sus ojos acariciaron el cremoso rostro del chico, apreciando
los atractivos mechones negros, húmedos y ondulados sobre su rostro.

—Nuestras lágrimas portan propiedades curativas, son... distintas a las de los


mortales...
—Curativas, ¿cómo? ¿Pueden sanar...?

—Tejidos orgánicos vivos —asintió—. Heridas...

El pelinegro se sintió asombrado con aquello, comprendió por qué las lágrimas de
Taehyung poseían un aspecto tan especial como el que había visto un poco antes.

—¿Qué más te dijo? —prosiguió.

—Me amenazó —expresó Taehyung con la mirada perdida en la orilla—. Hay algo
extraño en él, que no estaba la primera vez que le vi... está como... desquiciado.

«¿Por qué motivo buscaba Namjoon a más sirenas?», se preguntó Jungkook,


apretando la mandíbula. «Tal vez quería una colección».

Él exhaló su aliento y trató de apartar el tema de momento. Quería estar con


Taehyung sin preocuparle en exceso, por lo que pensó en Seokjin y en el favor
que le debía. Sabía perfectamente cómo iba a utilizarlo, sólo necesitaba algo más
de tiempo e idear un plan que no tuviera fallas. Mientras tanto, animó a la sirena e
intentó recuperar el tiempo perdido jugando con ella. Nadaron un poco, se
salpicaron agua, jugaron a esconderse tras los arrecifes, y Taehyung se volvió tan
juguetón como un león marino. Casi olvidaron su previo enfrentamiento.

Jungkook pasó con él varias horas, y cuando se sintió exhausto regresó a la orilla
con la sirenita haciéndole carantoñas. Tenía los dedos arrugados y el neopreno
pegado a la piel, se pasó la toalla por la cabeza y la dejó sobre sus hombros
mientras Taehyung le miraba desde un saliente con curiosidad.

—¿Qué es lo que haces cuando no estás aquí? —le preguntó con ingenuidad.

—¿Qué hago... en mi día a día, quieres decir?

—¡Mhn! —asintió la criatura, apoyando el mentón sobre los brazos que posó sobre
el bordillo rocoso.

—Pues... trabajo... —ideó Jungkook, percatándose de que su vida sonaba


aburrida.

—¿Trabajar? —repitió Taehyung con un tono de voz adorable.

—Estoy con Yoongi, o con alguno de sus amigos, y... hago deberes de casa...

—¿Casa? —insistió la sirena ladeando la cabeza.

Jungkook exhaló una sonrisita, ni siquiera podía creerse que aquello le pareciera
fascinante.

—Es como tu cueva, pero no tan bonita —le contó el pelinegro con dulzura.
—Quiero ver tu casa.

—Oh, ¿sí? —Jungkook se sintió encantado, aprovechó la oportunidad para saber


algo más de él—. Oye, ¿puedo preguntarte algo? ¿tú... duermes?

Taehyung sacudió la cabeza.

—¿Para qué sirve realmente dormir?

—Para... ¿descansar? —argumentó Jungkook, con media sonrisa—. ¿Es que tú


no descansas?

—No —contestó con la boca pequeña, y acto seguido levantó la palma de la mano
solemnemente—, pero si quieres dormir aquí, no voy a molestarte. ¡Me quedaré
callado!

El pelinegro ensanchó su sonrisa.

«No podía ser tan adorable», se dijo. «Ojalá ni siquiera necesitase salir del agua».

Sus dedos encontraron algo enterrado bajo la arena, Jungkook bajó la cabeza y
vislumbró un destello azul. Apartó el muslo y escarbó brevemente, desenterrando
una fina pulsera de tonos celestes.

—¿Qué hace esto aquí? —formuló sosteniéndolo en alto.

El rostro de Taehyung cambió radicalmente.

—E-él me lo dio —musitó con un hilo de voz—. Es su... regalo...

—¿Un regalo? —Jungkook alzó ambas cejas y no pudo controlar su mal


vocabulario—. ¿En serio? Menudo imbécil.

—Puedes quedártela, no la quiero.

El pelinegro guardó la pulsera bajo la arena, indicando que sería lo mejor dejarla
allí. Además, si por algún motivo el señor Kim regresaba, estaba seguro de que le
encantaría ver a Taehyung con su condenada pulserita.

Después se forzó a comprobar la hora y supo que debía irse cuanto antes. Se
levantó de la arena y Taehyung se mostró ampliamente disconforme. Refunfuñó
para que no se marchara y le miró con unos ojos de sirena desamparada.

—N-no hagas eso —gruñó Jungkook echándose la toalla sobre el hombro—. No.
Detente. No me mires así.

—Pero... Kookie...

El joven se sonrojó inesperadamente.


—¿K-Kookie? —repitió, exasperándose—. Tae, no puedo quedarme hasta tarde
aquí —se expresó con un mal carácter—, Jin me avisó de que abandonase el
acuario antes de las siete de la tarde. Es la hora a la que cierra el complejo y... es
mejor que nadie me vea paseando por ahí...

Y con todas las de ganar, Taehyung hizo un puchero con los labios y se alejó de la
parte rocosa como un pececillo solitario. Jungkook se sintió como si le arrancasen
algo. Él tampoco quería dejarle solo, pero Taehyung comenzaba a saber el gran
poder que tenía sobre él cuando le miraba de esa forma.

«Condenada sirena manipuladora», se permitió maldecirle mentalmente.

—V-vendré mañana —le dijo a unos metros de distancia, antes de marcharse—.


¿V-vale?

Cuando salió del acuario, su corazón iba rápido con una mezcla inconclusa de
emociones. Por un lado, la confesión de la sirena le hizo sentirse sobre las nubes.
Tanto que, había estado a punto de ahogarse por conseguir su atención, ¿acaso
estaba mal de la cabeza? Y por otro, el recelo por Kim Namjoon le perforó
mientras se quitaba el neopreno.

Fuera como fuese, se sintió determinado por tejer un plan que debía llevar a cabo
con o sin la ayuda de Seokjin.
Capítulo 07
Capítulo 7. Hechizado

—Hoy hace... calor... ¡mucho calor! Pero eso no evitará el monzón que se acerca.

El hombre del parte meteorológico señaló en el mapa la suave bajada de


temperaturas de la próxima semana, acompañada de una extraña llovizna que
enfriaría la cálida isla. Yoongi se encontraba repantingado frente al televisor, con
un ventilador de mano frente a la cara y pocas ganas de seguir viviendo.

Jungkook llegó a la cocina, soltó su mochila en el suelo y saqueó la nevera,


llevándose una lata de refresco y una bolsa de patatas fritas.

—¿Se puede saber por qué utilizas un ventilador, cuando tenemos aire
acondicionado? —preguntó de soslayo, deteniéndose en el marco de la puerta.

—Porque no encuentro el mando a distancia, ¿a ti que te parece? —soltó Yoongi


con malas pulgas.

Jungkook se acuclilló un instante, agarró el control tirado que vio bajo la mesa y se
lo pasó con la boca llena de patatas. Yoongi lo tomó con un gruñido.

«Estúpido Jungkook, que siempre lo encontraba todo a tiempo», le maldijo


mentalmente, con una sonrisa falsa dibujándose en su rostro.

—Hace días que te noto extrañamente feliz —habló el sabueso de Yoongi,


arrugando la nariz.

—Y yo a ti... extremadamente cascarrabias —ideó el más joven—. ¿Se puede


saber qué te ha pasado?

—Se me ha muerto el cactus —pronunció Yoongi en tono neutro—. ¿Me compras


otro? Sufro de carencias afectivas.

Jungkook chasqueó con la lengua, se rio levemente y dejó la bolsa de patatas


sobre el pecho de su amigo. Se encargó de recoger unas cuantas cosas del salón
en lo que Yoongi ponía el aire acondicionado y comentaba de fondo el aura rosa
pastel que últimamente rodeaba a Jungkook. Según él, «era molesto». El
pelinegro se lo tomó en broma, poco después, preparó el almuerzo con Yoongi y
comió con su compañero mientras él le hablaba de sus compañeros de trabajo, lo
mal que se llevaba con un tal Jack, y el absurdo enfrentamiento que había tenido
con alguien de su familia por teléfono.

El azabache no quería desatender a su amigo, pero cuando Yoongi mencionó algo


sobre la fundación Arrecife Turquesa, su estúpido estómago lleno de caballitos de
mar enamorados colisionó contra su pecho, trayéndole el flashback de una cola
turquesa esa mañana. Jungkook pasaba por el habitual túnel de cristal antes de
llegar al ascensor. Apreció el fondo marino, atisbando el destello de la cola de
Taehyung. Él se detuvo frente al cristal, acercándose a la pared y apoyando una
mano en ella para verle mejor. La sirena se deslizó en el agua con elegancia,
cabello ingrávido y un bonito recogido trenzado con una nueva diadema.

«A Tae no le gustaban repetir accesorios», pensó Jungkook divertido.

En esa ocasión, había enlazado el trozo de corazón de coral azulado en su


diadema, y se encontraba flotando entre unos mechones cobalto de su cabello.
¿Cómo podía ser tan maravillosamente creativo?

Taehyung le sonrió desde el otro lado, con unos ojos rasgados e iris irreales
brillando con el reflejo de una docena de tonos marinos. Se aproximó al cristal y
apoyó una mano sobre la suya, justo al otro lado del cristal del acuario.

Jungkook sonrió con una inhabitual dicha palpitando en su pecho. Se sintió feliz
por su buen aspecto, porque le dedicase una sonrisa y por esos desconocidos
sentimientos invadiéndole de nuevo. Aprovechando el bonito encuentro, le dedicó
una carantoña a Taehyung desde el otro lado, poniendo varias caras feas para
provocarle una risita. Lo logró con éxito, y la sirena le miró como si dijera «menudo
tonto estás hecho». Después le hizo unas señales para indicar que tomaría el
ascensor para poder verle de cerca.

—Oye, ¿qué hay de tu cara de bobo? —Yoongi sacudió su hombro toscamente,


sacándole de su ensueño—. ¿Es que te ha hechizado una sirena?

La cara de Jungkook fue digna de un poema, cuando sus ojos muy abiertos se
posaron sobre el rostro de su compañero.

—¿Q-qué? —farfulló con nerviosismo—. ¡N-no, por dios!

Yoongi se rio destartaladamente y procedió a continuar contándole su hazaña


sobre cómo cambió la rueda del coche esa mañana. El pelinegro se levantó de la
isla de la cocina y se paseó por el salón pensando en algo más. Él le siguió con la
mirada, Jungkook se detuvo junto a la puerta de cristal corrediza que daba al
porche, donde había un montón de tablones apilados bajo una lona, más un par
de paneles de cristal.

—¿Qué hace eso ahí? —dudó, levantando la lona oscura.

Yoongi soltó su plato en el lavabo, y le miró de medio lado.

—¿Bricolaje?
—¿Bricolaje? —repitió Jungkook como un loro.

—¿Realización artesanal de trabajos caseros de decoración?

—¿Quieres dejar de utilizar el tono de preguntita para responderme? —profirió


Jungkook con voz aguda, dejando caer la lona—. ¿Qué vas a hacer con todas
esas tablas? —le inquirió directamente, con una bombilla prendiéndose en su
cabeza.

Yoongi se aproximó al marco de la puerta y se apoyó con un hombro.

—Me he apuntado a unas clases de artesanía. Así que... haré una caseta para
nuestro perro...

—Yoon, no tenemos perro.

—Pues... ya sabes... haré mi propia zona zen.

Jungkook arqueó ambas cejas, como si fuera el tío más raro del planeta. Spoiler:
lo era. Pero el más joven tuvo una idea súbitamente, se mordisqueó el labio y
musitó algo como que tenía que hacer una cosa, justo cuando salió disparado
hacia su propio dormitorio. Yoongi no le dio importancia. Jungkook subió la
escalera y fue hasta su habitación, tomó un cuaderno de notas en blanco y un
lápiz, y en menos de unos minutos, dibujó una excelente idea que hasta entonces
no se le había ocurrido. Cerró el bloc cuando decidió que aún debía perfilar bien
su idea; necesitaba contar con un mínimo de un aliado. Puede que dos. Después
de darle varias vueltas a la cabeza, comprobó la hora que era.

Marcó el contacto de Seokjin y le llamó por teléfono. No tardó más de dos tonos
en descolgar la llamada.

—¿Jungkook? —escuchó su voz al otro lado de la línea.

—Jin, eh, hola —Jungkook se pasó una mano por el cabello—. ¿Podríamos
vernos más tarde?

—No, no —exhaló, deteniéndose en el interior de un elegante edificio—. Estoy con


unos socios, tendré una cena de empresa más tarde, y...

—Ya sé qué es lo que Kim quiere de Taehyung —interrumpió el más joven, yendo
directo al grano—. Su voz, y... sus lágrimas...

—¿Sus lágrimas? Pero...

—Tienen propiedades cur-


—Curativas, sí —intervino Seokjin desde el auricular—. Lo leí en el tomo número
dos del mar negro.

—Mhn, por qué no me extraña que no dijeras nada —refunfuñó Jungkook en voz
baja.

—Jungkook, le veré esta noche —informó Seokjin con un pausado andar—.


Hablaré con él sobre... quién-tú-sabes... ¿podríamos vernos tú y yo mañana?

—Vale.

Seokjin colgó la llamada, con Jungkook mordiéndose el interior de la boca. Ahí


estaba de nuevo, sólo ante sus propios pensamientos. Y no eran pocos.

Al otro lado de la isla, el castaño acudió a la reunión empresarial y después se


unió a Kim Namjoon, quien llegó el último para cerrar los pactos. Eran seis
empresarios, sumando a tres clientes y dos inversionistas. Más tarde, la cena
transcurrió pacíficamente en un restaurante de cinco estrellas. Namjoon no le miró
ni una sola vez; Seokjin sabía que algo no iba bien. Estaba acostumbrado a su
mal humor desde hacía algún tiempo, pero nunca había olvidado su amistad
durante tanto.

Tras la cena, dos largas rondas de copas y la indiscreta invitación al presidente de


la corporación para continuar la noche en un reservado club de mujeres ligeras de
ropa, Seokjin siguió los pasos de su viejo amigo, quien decidió retirarse en su
limusina, camino al Hotel Marina. Él lo acompañó hacia fuera del edificio como
acostumbraba, Namjoon le miró de soslayo un segundo, desabotonándose la
americana e indicándole con el mentón para que subiera al coche.

—Yun te acercará a tu apartamento —le invitó con los iris perdidos en otra parte—
. ¿Sigues en la zona vip de la ciudad?

—Por supuesto —contestó Seokjin, y se detuvo a punto de declinar su oferta—.


Pero tomaré un taxi, no te fuerces.

Namjoon le miró de medio lado, guardando las manos en los bolsillos de su


pantalón. Sus ojos afinaron una mirada felina.

—¿Qué escondes? —preguntó Namjoon.

—¿Para qué quieres lágrimas de sirena, Nam? —formuló Seokjin con unos iris
oscuros y desafiantes. Él mismo sabía el peligro que conllevaba sacar aquello a
relucir, pero estaba cansado de su forma de darle la espalda—. Te conozco bien
desde que teníamos trece años. Piensa bien en cuál será tu respuesta, porque, te
aseguro que...
—Voy a venderla —determinó Namjoon con soberbia—, a la sirena. La expondré
en mi pecera y esperaré al mayor postor. Se la llevará el más cretino jeque árabe
que aparezca. ¿Sabes cuánto podrían ofrecerme por ella?

Seokjin exhaló su aliento, bajó la cabeza y sorbió entre dientes sin creerse ni una
de sus palabras.

—Inténtalo de nuevo, pero ahora haz que suene más creíble.

—¿Qué no? —Namjoon alzó ambas cejas y esbozó una presuntuosa sonrisa—.
Bien. Espera, y verás, Jinnie. Tendrás tu parte por cuidar de esa criatura insolente.

El hombre tiró de la puerta de la limusina para abrirla, pero rápidamente Seokjin


agarró su codo y frenó bruscamente su marcha.

—Las lágrimas —insistió con voz muy grave, ante la sorpresa de su compañero—.
Para qué las quieres, ¿estás enfermo? ¿alguien más lo está? ¿en qué vas a
usarlas, Nam?

Sus pupilas se enfrentaron a las del castaño claro de Namjoon, su mirada fue tan
dura como la de un muro imposible de penetrar, la tensión muscular de su cuerpo
reveló una gran rigidez, y de una forma casi inapreciable, los iris del presidente
parecieron emitir un leve destello rosado que se desvaneció en un simple
parpadeo. Seokjin se sintió extraño, dudó un instante. Namjoon insistió en el
pestañeo y se frotó los lagrimales con un par de dedos, sacudió el codo y se
deshizo de su agarre, recomponiéndose lentamente.

—Venderé un frasco de sus lágrimas —expresó el rubio dorado de forma inédita—


. La primera cura contra cualquier enfermedad conocida y por conocer.

Namjoon le dirigió unos iris cargados de altivez. Se introdujo en el auto y Seokjin


se quedó paralizado frente a la ventanilla tintada de su puerta. La limusina arrancó
y se perdió de su vista en la carretera.

—Estás obligándome a protegerte de ti mismo, Nam —murmuró Seokjin con


abatimiento—. No permitiré que te equivoques de esta forma.

—Mírale, ahí está —masculló Leslie agazapándose.

Haeri giró la cabeza en su dirección, la otra chica le guiñó un ojo. A un par de


metros de ellas, Jeon Jungkook se encontraba en una sala clínica con un ave
marina que recientemente él y otro compañero habían rescatado. Ambas podían
verle a través de un cristal, y estaban comportándose como un par de
adolescentes de quince años.
—Está tremendo, chica. Como veterinario, bombero, o socorrista —soltó Leslie
con un profundo suspiro hormonal—. ¿Por qué es tan duro estar soltera?

—¡P-pero qué haces! —Haeri tiró de su brazo para que se comportase—. Les, por
el amor de dios. ¡Que no es un playboy!

—Claro, tú no vas a quejarte porque estáis saliendo —Leslie le acuso con un


dedo—. Te vi la semana pasada, caminando con él por el paseo marítimo. Espera,
¿no es mucho menor que tú?

—¡C-cierra la boca!

Su amiga soltó una risita socarrona, mientras tanto, Jungkook trasladó al ave a la
zona de descanso junto a un ayudante de clínica, después se despidió de su
compañero, se quitó los guantes y colgó la bata en el perchero de la sala. Terminó
saliendo por la puerta comprobando la hora en su teléfono, y seguidamente
guardándoselo en el bolsillo del pantalón. Leslie y Haeri se encontraban muy
cerca, farfullando como un par de cotorras. Él las escuchó, se aproximó,
detectando una divertida discusión en voz baja en donde le apeteció meter las
narices. Por suerte o por desgracia, Jungkook se aproximó sigilosamente y se
topó de bruces con la morena, ella hizo el amago de intentar salir corriendo. Como
consecuencia, Haeri acabó con la cabeza metida en el cuello de Jungkook, y él,
sujetando sus muñecas.

—Vaya, sí que tenías ganas de verme —ironizó Jungkook en voz baja.

Haeri le miró con un sonrojo, apartó las muñecas y se apartó tragando saliva
pesada.

—¡H-hola! —el rostro de Leslie esbozó una enorme sonrisa, levantando una mano
como saludo—. ¿Qué hay? ¡No sabíamos que estabas ahí!

Jungkook les saludó con un movimiento de cabeza, ladeó la misma y dudó un


instante.

—Hay un cristal justo ahí. Juraría que os vi desde dentro.

Leslie también se puso tan roja como un tomate, pero Jungkook no pareció darle
demasiada importancia.

—Eh, bueno, tenemos que hacer un par de cosas —Haeri exhaló una risita
neurótica, y tiró del codo de su amiga para llevársela—. ¡Adiós!

—Hasta luego —Jungkook se despidió de ellas con una posición despreocupada,


de manos guardadas en los bolsillos.
Ellas atravesaron el pasillo con un paso rápido y rítmico.

—Oh, wow, chica, ¿eso significa que aún no os habéis besado? —murmuró
Leslie, volviéndose algo teatral—. Qué tensión, parece un casquete polar. ¡Tú eres
el Titanic, y él, tu iceberg!

Haeri sacudió la cabeza y suspiró con frustración. «Más bien era al revés, desde
que ella era la que parecía cruzarse en su camino», se dijo.

—Les, n-no vamos a salir juntos —decretó la morena con fastidio.

—Espera, ¿te dio calabazas? —farfulló Leslie llevándose una mano a la boca—.
Oh...

—¡Chsstt!

Jungkook pasó por su lado con un compañero, giró la cabeza y ambas le


saludaron con una sonrisita especialmente tensa. Él se fue de la Protectora poco
después, con un bolso deportivo colgado del hombro, camisa ancha y blanca, y
unos envidiables mechones oscuros ondulados.

—Pues nada, pajarito. El amor es así; no siempre se es correspondido.

Era un poco más tarde que de costumbre, pero ajeno a los comentarios de dos de
sus compañeras de trabajo, Jungkook se paseó tranquilamente hasta el acuario
de Geoje. Se vería con Seokjin algo más tarde, por lo que pensó que podría
dedicarle varias horas a Taehyung con toda la atención de su mundo.

No había pensado otra cosa en todo el día, lo tenía clavado como una perla en
una ostra. Su corazón alzaba su pulso siempre que regresaba al complejo
turístico, y esa tarde, cuando volvió a pasar por el túnel de cristal previo al
elevador, se detuvo para intentar volver a ver a la sirena desde allí bajo. Jungkook
volvió a apoyar una mano sobre el grueso vidrio, recibiendo el frío tacto del agua
al otro lado, sobre sus yemas. Y la reminiscencia de una de sus últimas pesadillas,
le atravesó fugazmente como una flecha. Por un segundo, vio a sus puños como
en aquel sueño; golpeando desde el otro lado, deseando sacarle, gritando su
nombre sin que le escuchase. Apartó su mano con un horrible estremecimiento.

Jungkook tragó saliva, soltó lentamente su aliento. No podía soportar la idea de


que algo o alguien quisiera herirle, o encerrarle en un sitio así de horrible. La
revelación de su desagradable sueño le acompañó hasta la sala del personal,
donde se vistió con el neopreno y apartó su ropa dejándola doblada en el interior
de una taquilla. Salió al exterior del acuario, paseando por la superficie de suave
arena extraída de la playa. Lo que no se esperaba, era encontrarse a Taehyung
tumbado sobre la arena, con los codos clavados sobre esta y mirándole con el
ceño fruncido. Su cola se movió tras la sirena, como la de un gato ladino.

—¿Tae? —dejó escapar Jungkook entre los labios al encontrárselo allí.

—Mnh —refunfuñó la sirena.

—¿Qué haces aquí? —el pelinegro se aproximó sonriendo un poco, se acuclilló


frente a él con un rostro divertido.

Taehyung le miró mal. Muy mal.

—¿Dónde estabas? —demandó de forma apremiante—. ¿Por qué has tardado


tanto en venir?

—Tenía cosas que hacer —expresó con honestidad, ladeando la cabeza para
apreciarle mejor con sus iris—. ¿Has estado muy solo hoy?

La sirena desvió la mirada, disgustada. Jungkook se rio levemente, sintiéndose


atacado por su adorabilidad.

—Huh, me echabas de menos —prosiguió como un presumido—. Ya entiendo.

Taehyung volvió a mirarle con un par de colmillitos asomando bajo sus labios.

—¡Deja de suponerlo todo! —chirrió malhumorado.

En realidad, sí que le había echado de menos, e incluso tuvo miedo durante un


rato, pensando que quizá le había pasado algo. ¿Y si desaparecía? ¿Y si nunca
más volvía a verle? Y como Taehyung era difícil de comprender, y aún más
complicado buscarle un sentido a cualquiera de sus actos, se abalanzó sobre él
agarrando su cuello como si acabase de adquirir la propiedad legítima de ese
espacio.

Jungkook se quedó muy quieto, pero sus ojos se entrecerraron sobre su hombro, y
las yemas de sus dedos, no tardaron en posarse en la parte más baja de su
espalda, reptando suavemente por la sedosa piel salpicada de partículas celestes,
hasta sus omoplatos. Que Taehyung le reclamase era desolador para su corazón,
estaba arañando su tórax, y eso era lo que más le preocupaba del suceso.

La nariz de Taehyung rozó la piel de su cuello, justo por encima del borde de la
tela de neopreno. Taehyung se preguntó a sí mismo cómo era posible que
Jungkook fuera agradable estando totalmente seco, él necesitaba nutrirse y estar
hidratado para no padecer ninguna contrariedad, pero, aun así, abrazarle y
degustar un aroma en él distinto a la sal, le pareció estimulante. Hasta que detectó
algo.
—Hmnh, h-hueles a humana.

Jungkook abrió los ojos y se quedó fugazmente perplejo.

—¿A humana? —reiteró desorientado.

La sirena apartó su rostro para volver a mirarle con fastidio.

—¿Estabas con una mujer? —le arrojó enfurruñado—. Por eso no venías
conmigo, ¡ja!

El pelinegro se quedó boquiabierto. Sin palabras. Tic número uno: las sirenas eran
realmente recelosas con lo que consideraban suyo. Él no se lo tomó demasiado
enserio, sostuvo su rostro con ambas manos (agradeciendo que a pesar de su
fastidio no le estuviese rehuyendo) y dejó un tierno beso sobre su nariz, que
enfurruñó aún más a la sirena.

—Tengo varias amigas, sólo es eso —expresó Jungkook con honestidad.

No mucho después, Taehyung se arrastró orgullosamente ruborizado hacia el


agua y se esforzó por nadar como un príncipe digno de heredar las aguas de
Poseidón, recordándole lo que se estaba perdiendo por andar coqueteando con
humanas. Allá donde vio unas burbujitas provenientes sacudiendo la superficie,
Jungkook se zambulló, sabiendo que le atraparía. El agua fría abrazó su cuerpo y
apretó la segunda piel de su traje sobre su auténtica piel. Taehyung nadó en
círculos veloces a su alrededor, jugueteando con las burbujas que acompañaban
su zambullida.

Después, jugaron un rato en una zona menos profunda. Comunicándose


exclusivamente con un par de señales, se las arreglaron para que Taehyung se
escondiese por algún recóndito lugar entre el colorido arrecife lleno de formas,
flores marinas, y plantas de un atractivo verde oscuro. Su larga cola le delató en
un par de ocasiones, Jungkook intentó atraparla divertido. Abrazó la zona más
delgada, por encima de la aleta y se enganchó a él liberando unas burbujas de
oxígeno. Taehyung le arrastró cuidadosamente (con la fuerza que tenía, podía
haberle aventado de una sacudida), más tarde deslizó a su lado, en movimientos
rápidos, evitando su contacto.

Jungkook se encontraba en una clara desventaja, pero, sin lugar a dudas,


proclamó secretamente en su mente que, si él también tuviera una cola de sirena,
hubiera sido el más rápido de los dos. Por desgracia, no la tenía y constaba de
cansancio muscular, así como sus pulmones comenzaban a mostrarse resentidos
cuando regresó a la superficie. Taehyung le acompañó, asomando la cabeza a su
lado para verle tomar aire.
—Necesito parar un poco —jadeó el azabache—. ¿Te importa?

—Te acompaño —se ofreció Taehyung con dulzura.

Le siguió felizmente hasta la orilla, después de todo, Jungkook era su único amigo
allí dentro y prefería que descansara si quería volver a jugar más. Se sentó a su
lado, con media cola sumergida en la orilla, observándole secar su bonito cabello
oscuro con una toalla.

Sus iris regresaron a la cremallera plateada que colgaba de su cuello. Decidió


enterrar los dedos en la arena lugar de atacar a esa molesta cremallera que tanto
distraía a sus pupilas.

—¿Por qué tienes el pelo negro? —preguntó puerilmente en el siguiente minuto.

Jungkook le miró como si estuviese de broma.

—Lo normal es tenerlo —contestó, inmediatamente corrigiéndose a sí mismo—.


Aunque depende de la parte del mundo de la que provengas, tu genética y
ascendencia, por supuesto.

La sirena clavó los codos en la arena y le miró con una apasionante atención.
Nunca antes le había mirado de esa forma, con iris fijos y parpadeantes que
observaban desde las facciones de su rostro humano, hasta los dedos de sus
pies. Jungkook comenzó a sentirse extrañamente sonrosado por su esporádico
interés en él. Y no era como si se sintiese mal por su propio físico, pero cuando
alguien te gustaba, simplemente no podías evitar sentirte «inquieto» por no
parecerle lo suficientemente atractivo.

Sin tocarle, Jungkook se permitía acariciarle con sus ojos. La luz natural
proveniente del otro lado del acuario mostraba su piel bronceada como una
escultura en un material tostado, las escamas de colores azulados salteaban su
aspecto entre lo exótico y etéreo, sobre un costado, en un hombro, a un lado de su
cuello. Aquí y allá, pintado como un bonito lienzo de acuarelas aguadas.

—¿Sabes? lo extraño es tener el cabello azul —comentó, desviando su atención—


. ¿Qué eres, un trozo de algodón de azúcar?

—¿Hmnh? ¿Qué es algodón de azúcar? —Taehyung alzó sus iris sin entender
nada.

Jungkook exhaló media sonrisa, pensó que ojalá pudiera mostrárselo un día,
aunque Taehyung no estuviera nada interesado por la comida.

—¿De qué color tienen las otras sirenas el pelo? —continuó el pelinegro,
indagando en su compañera.
—De todos, de cualquiera, de ninguno en concreto —Taehyung le ofreció la
respuesta más ambigua posible—. Pero negro, no.

—Oh, los colores mundanos sólo son para los de la superficie, ¿verdad?

Taehyung ladeó la cabeza con cierto encanto. A él, el negro no le parecía


mundano. El cielo era negro por la noche, las bestias más peligrosas de las
profundidades también eran oscuras por algo.

—¿Por qué tenéis dos piernas en vez de una? ¿No es... poco estético? —formuló
con tono infantil.

Jungkook comenzó a reírse abiertamente.

—No sé, no querrás que fuéramos brincando por ahí —dijo con una amplia
sonrisa, más las comisuras de sus ojos levemente arrugadas.

«Quizá también tenía que ver con el asunto de poseer órganos sexuales», pensó
Jungkook, ahorrándose el comentario.

Al peliazul no le convenció demasiado la respuesta, frunció los labios, y se


incorporó un poco, sin dejar de mirarle. Se encontraban sentados a unos
centímetros del otro, por lo que Jungkook extendió las cálidas yemas de sus
dedos y tocó su mejilla con el propósito de comentarle algo. Taehyung dio un leve
respingo por el inesperado contacto de su tibia mano sobre su pómulo, más la
visión de volver a tenerle tan cerca.

La sirena le miró con un ingenuo parpadeo, sin apartarlo. Sus mejillas se


sonrosaron mínimamente, y en su pecho, percibió una minúscula sacudida que
nunca antes había apreciado. ¿De dónde salía eso? ¿Era por Jungkook?

—¿Tú también sientes eso? —pronunció el pelinegro, desconcertándole.

—¿E-el qué?

—Nuestra diferencia de grados. Tu temperatura es la del agua —dijo Jungkook


con una voz suave—. ¿Sabes que te adaptas al bioma genuinamente? Tu
organismo es muy funcional.

—Huh, sí —comentó despreocupadamente—. Los humanos siempre estáis


calientes.

Jungkook alejó sus propios dedos y se sonrosó definitivamente más que su


compañera. Se le ocurrió preguntarle algo más, pero Taehyung, con cierta
frustración, atrapó entre la pinza de sus dedos la cremallera plateada que colgaba
de su cuello. Cuando quiso percatarse, sólo le tenía a unos centímetros, con una
expresión muy mona. Él se sintió ligeramente retraído por su cercanía, y como su
cerebro estaba lleno de serrín y agua, preguntó, tragando saliva:

—¿Las sirenas no engendráis?

Sí, cuando lo dijo sonó tanto o más estúpido que en su cerebro. Jungkook se
maldijo instantáneamente por decir esa mierda. «A ver quién le explicaba ahora a
una sirena en qué consistía la procreación humana».

—¿Engendrar? —repitió Taehyung con neutralidad.

—Que si... no procreáis, o a-algo de eso —balbuceó del azabache como un


estúpido.

Taehyung se rio un poquito, soltando su cremallera.

—¿Con humanos, dices?

—¿Hm? —Jungkook dudó tímidamente—. M-me refiero a...

—Nosotras somos engendradas en el caldo primitivo marino —contestó con


pulcritud—. No conocemos la reproducción.

Jungkook conocía esa información, Seokjin se lo mencionó el día que le


acompañó a su apartamento. Sin embargo, él se sintió algo extraño pensando en
que las sirenas no tenían madre, tampoco corazón o intereses románticos. Sólo
eran hermanas; hermosas, inmortales, perfectas... y heladas.

—¿Es cierto lo del vientre marino, en... el Mar del Este?

—Antes había tres —expresó Taehyung depositando su confianza en él—; una en


la Asia meridional, otra en la Europa septentrional, y, la última, en el hemisferio sur
occidental. Pero... se fueron cerrando... poco a poco.

—Vaya... —suspiró el pelinegro.

—Vuestras técnicas de reproducción son las que os han ayudado a poblar


convenientemente la tierra durante milenios —añadió Taehyung, inculpándole
sutilmente—. Supongo que vuestras funciones reproductivas son más...
oportunas...

Jungkook se rio levemente, contuvo su lengua para no hablar demasiado, porque


después de esto, estaba cien por cien seguro de que Taehyung no sabía «cómo
funcionaba» el asunto.

—Okay, te será útil saber que también necesitamos dos piernas para eso, aparte
de para caminar —bromeó Jungkook con un ligero toque pícaro.
—¿Oh? Bueno, en mi nido no se habla de humanos —continuó Taehyung
ingenuamente, bajando la cabeza—. Hay, cierto... pudor... y está prohibido
mencionarlos.

—¿Tienen miedo... a que les den caza? —formuló Jungkook, dejando el otro tema
a un lado.

—No es sólo eso.

Taehyung se quedó en silencio unos segundos, antes de proceder a explicarle.

—Es como un tabú —explicó abstraído—, los humanos provocan cosas que... las
sirenas no pueden permitirse sentir...

—Si lo dices por lo de que no tienes corazón, estoy seguro de que-

—No lo tengo —determinó Taehyung bien testarudo.

Jungkook apretó sus propios labios, se mordisqueó la lengua oponiéndose a su


pensamiento. No sabía por qué, pero estaba muy seguro de que Taehyung se
equivocaba respecto a eso.

—Hemos perdido hermanas durante años —prosiguió la sirena—. Algunas eran


cazadas. Otras se exiliaban buscando morir, puesto que las más antiguas no
deseaban seguir extendiendo una inagotable existencia en este planeta, y... otras,
simplemente, desaparecieron cerca de la orilla.

—¿Cómo que desaparecieron? —inquirió Jungkook.

Taehyung se encogió de hombros, volvió a mirarle con ojos limpios y redondos.

—No lo sé. Las sirenas dejamos ir a las demás, cuando toman una decisión. No
podemos interponernos.

—Espera, en un hipotético caso —formuló el humano, tratando de entenderle—, si


una de tus hermanas favoritas decidiese morir, ¿no... la detendrías?

El peliazul sacudió la cabeza como respuesta negativa.

—¿Por qué iba a hacerlo? Yo no puedo determinar su existencia.

—No sé, ehmnh, ¿afecto? —decretó Jungkook, intentando hacerle reaccionar.

—¿Afecto? —Taehyung lo repitió casi como si no conociese la palabra.

—Tú no quieres que me marche, ¿verdad? —insistió el pelinegro—. ¿Me dejarías


morir si así lo decidiera?
Taehyung se mostró considerablemente incómodo, movió la cola un poco,
desviando sus iris heterocromáticos hacia la suave salpicadura que provocó del
agua en la orilla.

—Que te metas en el agua hasta quedarte sin respiración se llama «ser idiota», no
tomar una decisión —contrarrestó astutamente, estrechando sus párpados.

—Oh, vale —ironizó Jungkook, mostrándose escéptico con su respuesta—. Por


eso me dijiste que te gustaba, porque no sientes nada.

La sirena no dijo nada más, se quedó tan helada como un témpano de hielo.

—Pero yo sí que siento afecto por ti, Tae —agregó el humano con un tono tan
bajo y suave como el terciopelo—. Te adoro.

Esa fue su primera declaración directa, el dónde el silencio se volvió como una
masa espesa e invisible entre ellos. Jungkook se levantó de la arena,
sacudiéndose las manos. En un acto de impulsividad, se acuclilló brevemente tras
su espalda, rodeándole ambos hombros con sus brazos.

—Debo irme —musitó junto a su oreja, erizando extraordinariamente el vello


húmedo y azul de su nuca—. ¿Vas a extrañarme? Te prometo que volveré por la
mañana, no llegaré tan tarde como hoy.

Y de forma efectiva a su provocación, Taehyung se sintió paradójicamente


molesto, triste y quejumbroso con su despedida. Tenía miedo de que se
marchase, pero no porque pensase que Jungkook no iba a volver o jamás
cumpliría su promesa de liberarle. Por primera vez, en toda su existencia, ansió
más estar en los cálidos brazos de alguien que en la insólita y sorprendente agua
fría.

La sensación se expandió por su cuerpo como una onda, cuando Jungkook se


incorporó arrancando de cuajo el suave contacto que existió entre ambos.
Taehyung le miró de lado y se despidió con cierta lástima. Jungkook se marchó
allí, denotando un enigma contenido en su persona. ¿Le daba miedo reconocerlo?
¿O realmente no podía sentir nada?

Por supuesto, cuando Jungkook llegó a la sala personal con la toalla sobre un
hombro y el neopreno mojado y pegado sobre la piel, supo que sobre él recaía la
exclusiva responsabilidad de enamorarse de una sirena. No podía exigirle
reciprocidad, Taehyung no le debía nada. Pero él tampoco podía frenar la forma
en la que estaba comprometiendo su corazón humano con una excepcional
criatura que, cuando la liberase, la perdería para siempre.
No mucho después, salió del edificio y atravesó el complejo turístico con una
puesta de sol extinguiéndose en el horizonte. El cielo se mostró calmado, pacífico,
con tonos de un naranja dulce desgajado. Se dirigió hacia la zona costera por la
que Seokjin le mandó su ubicación. Paseó hasta encontrar al castaño en una
excelsa cafetería frente al mar, de amplios ventanales y terrazas, sofás blancos y
mosquiteras vaporosas que ondulaban bajo la tenue brisa. Había un puñado de
mesitas donde las parejas y amistades se sentaban para tomar un cóctel de coco
y lima, con una suave y agradable música de ambiente, bajo unas sombrillas que
protegían de las horas más cálidas.

Jungkook llegó hasta su mesa, y se sentó en la silla de mimbre acolchada y


contigua a la suya.

—Tú invitas —declaró el más joven de buen humor.

Los iris oscuros de Jin no parecían compartir su estado de ánimo.

—Qué tal, ¿bien? —le saludó Seokjin.

—Quiero preguntarte algo concreto. Muy concreto —emitió Jungkook, bajando el


tono de voz—, ¿qué sabes del corazón de las sirenas?

Seokjin abrió mucho los ojos.

—¿El corazón...? —reflexionó brevemente, recordando algunas páginas del tomo


escrito en un antiguo idioma que releyó cien veces—. ¿Por qué lo preguntas?

—Tae cree que no tiene corazón —contestó el azabache—. Y yo pienso que se


equivoca, ¿y bien?

—Huh... no estoy seguro... —manifestó Seokjin, cruzándose de brazos—. Creo


que se menciona algo sobre la inactividad de su corazón. Supongo que es normal,
no necesitan uno, mientras sean... ¿inmortales?

—¿Inactividad? O sea, dices... no sé... ¿cómo si fuera activable?

—Sí, creo que es, ciertamente, activable —el mayor apoyó su idea—. Aunque no
tengo ni idea de qué quiere decir eso. Imagino que es lo negativo de sólo tener el
tomo número dos —reveló con una leve sonrisa—. Imagínate de secretos que
sabríamos con el uno.

Jungkook se mordisqueó el interior de la boca. Un camarero se aproximó hasta su


mesa, y Seokjin pidió dos bebidas con hielo y un cenicero. Volvieron a encontrarse
a solas en un instante, donde el mayor sacó una cajetilla de tabaco para
prenderse un cigarro.
—Tenemos que hablar de algo más importante.

—Lamento no haber podido encontrarme antes contigo —expresó Seokjin.

—No, yo... siento mi carácter del otro día —resumió Jungkook, frotándose la
sien—, estaba un poco nervioso por todo eso de...

—Lo sé, descuida —su compañero le restó importancia con una voz grave—. Creo
que tienes de qué preocuparte. Kim Namjoon oculta algo.

Jungkook clavó su mirada de ojos castaños sobre el hombre, con el corazón


agitándose.

—No sé qué es lo que tiene en la cabeza, o quién se lo ha metido, pero no le


reconozco y no puedo permitir que esto continúe —prosiguió Seokjin
honradamente—. Quiere exponer a Taehyung, públicamente. No sé cuáles sean
sus verdaderos motivos, no obstante, apartaremos a la sirena de sus garras. Le
haré entrar en razón tarde o temprano, pero para eso necesito tiempo. Cosa de la
que ambos carecemos, por cierto.

—¿Qué? Genial, ¿cuándo pensabas decírmelo? —satirizó Jungkook,


molestándose rápidamente—. ¿Cuándo le cuelguen como una pieza disecada?
¿Cuándo un millonario pague por su cuerpo para meterlo en un laboratorio? Joder,
Jin...

—Ju-Jungkook, escucha —solicitó su compañero—. He estado en contacto con


Jung Hoseok, ¿de acuerdo? Desde que supe esto, ayer-

—¿Jung Hoseok? Espero que ese tipo sea Sherlock Holmes, Jin, porque estamos
bien jodidos.

—Es más como el detective Conan; nos servirá. Él es alguien de confianza —


expresó el mayor—. Le pedí que regresase a la isla.

Jungkook se quedó en silencio unos segundos, hasta lograr arrancarse a sí mismo


lo que había estado pensando.

—Vale, dejando a un lado vuestras aventuras como el trío calavera —Jungkook se


centró en lo importante—. Tuve una idea.

—¿Una idea? Tus ideas me causan tanta confusión como fascinación.

—Para sacar a Taehyung —continuó el pelinegro con decisión, rebuscando en un


bolsillo de su mochila—. Mira esto.

Entre los dedos sacó un trozo de papel dibujado, el cual extendió sobre la mesa,
justo después de que el mesero dejase sus bebidas.
—¿Un sarcófago? Fantástico —bromeó Seokjin, inclinándose desde su asiento
para verlo mejor—. Indica lo súper genial que saldrá todo esto.

—Es una caja rectangular de cristal —Jungkook ignoró su mofa, procediendo a


explicarle su plan—. Taehyung no puede estar demasiado tiempo sin agua; así
que le trasladaremos en ella. La confeccionaré artesanalmente, se puede cargar
en una furgoneta —comenzó a enumerar en voz baja—, descargar en el muelle,
arrastrarla hasta el acuario, subirla en el ascensor, y finalmente, rellenarla allí con
agua. Taehyung estará en buenas condiciones. Lo último sería... llevarle hasta el
vehículo de nuevo, y liberarle, lejos de aquí. Creo que... puede salir bien... ¿no te
parece?

Seokjin se reclinó y volvió a mirarle, apagando su cigarrito.

—Y, ¿todo eso se te ha ocurrido... sólo a ti?

Jungkook asintió con la cabeza, su compañero se quedó sin palabras.

«No era mal plan», pensó Jin. «De hecho, parecía bastante práctico».

—Eso sí, necesitaría la mano de alguien más. No podré tirar ni de broma de una
caja llena de agua, con una sirena dentro —consideró Jungkook arqueando una
ceja—. Tú me vendrías bien, por ejemplo.

—No, yo no puedo estar ahí —Seokjin tomó un trago de su bebida y sostuvo su


vidrio en la mano—. Debes hacerlo por la noche, nadie puede ver a Taehyung.
Los únicos que te cruzarás a las afueras del acuario serán los de mantenimiento, y
quizá, algún guardia de seguridad —se detuvo, replanteándose sus opciones—.
Puedo encargarme de que no haya seguridad esa noche, pero no de los de
mantenimiento. Además, alguien tendrá que ocuparse del señor Kim... por si
aparece... yo haré eso.

—¿Estás diciendo que estás de acuerdo? —dudó Jungkook.

Jin asintió y ambos se quedaron en silencio.

—¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de parecer? —insistió el azabache.

—Kook —pronunció Seokjin en confianza—. Namjoon... no permitiré que lleve


esto más lejos...

Jungkook comprendió su razonamiento, prefirió no ahondar más en aquello, para


abordar el tema que realmente consideraba importante.

—En ese caso, necesitamos a alguien más —valoró Jungkook—. Un... aliado...
—Y la furgoneta —agregó Seokjin—. Se lo diré a Hoseok, él puede conseguir un
vehículo sin ventanas. Será más discreto.

—Bien, creo que yo... —Jungkook titubeó un instante—. Tengo a alguien que me
ayudará.

—Vale, pero —Jin plantó la semilla de la duda—, ¿es de confianza...? Te recuerdo


que nadie más puede saber de la existencia de las sirenas.

Jungkook exhaló una débil sonrisa. Sólo tenía que pensar en su cabello negro y
despeinado para creer que así era. Su humor de perros. Sus frases estúpidas
sacadas de alguna comedia muy mala. Y, sin lugar a dudas, su afición por las
hamburguesas y cerveza. Min Yoongi alias Genius.

—Muy, muy de confianza —aseguró.


Capítulo 08
Capítulo 8. Tierra azul

El plácido mar se extendía ante sus pupilas, frío, calmado, azul. Suaves olas
acariciaron los dedos de sus pies, arrastrando la arena bajo sus talones con un
hormigueo. Una suave voz tarareó una canción sin letra. Una campana de viento
tintineó en sus oídos. Cuando su cola se sumergió en el horizonte, fue como si su
corazón se lo tragase la misma mar. Después, dejó de sentir cualquier emoción.
La arena se volvió cobalto, el agua se secó. Frente a él; un desierto azul, donde ya
nada más tenía sentido.

Jungkook se despertó. Instantes más tarde, apoyó los codos sobre el poyete de su
ventana.

«Eso era lo que obtendría liberándole», pensó. «Dejaría de verle para siempre.
¿Por siempre?». Su corazón debatió con su egoísta instinto humano. Pero el
sonido de un serrucho llegó hasta sus oídos, sacándole del trance. Él bajó la
escalera de casa, atravesó la pequeña entrada y pasó al salón. Desde la puerta
corrediza, pudo ver el porche de azulejo. Yoongi estaba más activo de lo habitual,
comenzando a trabajar su proyecto artesanal.

En la radio resonaba con un hilo musical de fondo, siendo abruptamente


interrumpida por una voz femenina: «¡El próximo sábado, podrás conseguir tu
entrada gratuita para el gran espectáculo del gran acuario de Geoje! Consulta los
requisitos de participación en nuestra página web».

El pelinegro se aproximó a su compañero de piso contemplando sus materiales,


guantes de nylon, cinta métrica, y una bolsa de semillas y fertilizante para plantas
acuáticas.

—¿Plantas marinas? —pronunció Jungkook con sorpresa.

—Beneficiosas para el cutis —anunció Yoongi orgullosamente—. Les haré su


propio estanque.

—¿Desde cuándo te preocupas por tu cutis? —sonrió el más joven.

—Desde que pasé la barrera de los veinticinco —soltó Yoongi con voz pedante—.
Y tú no estás tan lejos, Peter Pan.

Jungkook se rio con una voz aguda, se acuclilló a su lado viendo su labor con el
serrucho.

—¿Puedo ayudarte?
—Mira, Kook —se pasó una manga por la frente para apartarse el sudor—. A
partir de mañana, de este trozo, para allá —señaló, indicando bien las
proporciones—, es mi zona zen, ¿de acuerdo? Nada de tocar mi propio espacio.

—Huh, ¿recuerdas la última vez que tuvimos un bonsái? —le arrojó Jungkook,
desorientándole—. Murió disecado.

—Y mi cactus, ahogado —agregó Yoongi con la boca pequeña.

—Pensé que murió porque te sentaste sobre él.

Yoongi hizo una mueca.

—Eso sólo pasó una vez —se excusó apretando un puño en alto—. Y el único que
sufrió en ese incidente fue mi trasero. Además, lo bueno de tener plantas
acuáticas, es que no es necesario regarlas.

Jungkook se pasó una mano por la mandíbula. Sabía que había llegado el
momento de decírselo, pero el riesgo que corrían con una información como esa le
obligó a reconsiderar las cosas. No quería perturbar a Yoongi, no obstante, lo
sabría tarde o temprano.

—Y, ¿cómo llevas las clases de... bricolaje? —preguntó lentamente.

—Mejor que las de la universidad, ¿por? —Yoongi arqueó una ceja.

El azabache tomó aire, se levantó y decidió decírselo de una vez por todas.

—¿Podrías montar un contenedor?

—Huh, un contenedor —Yoongi se incorporó a su lado, clavando sus iris sobre los
suyos—, ¿de qué tipo?

—Rectangular, como un sarcófago —contestó Jungkook y acto seguido maldijo en


un mascullo por aquella forma de nombrarlo—. Maldito Seokjin. Como un arcón.

—Sí. O sea, no —se contradijo Yoongi, ladeando la cabeza—. Espera, ¿te has
cargado alguien? Porque si es así, y yo también voy a morir: sí, te montaré un
arcón para que me perdones la vida.

Jungkook exhaló media sonrisa con un rostro bastante relajado.

—No he matado a nadie, aún —expresó el azabache, apretando la mandíbula—.


Necesito transportar algo con... agua.

—Pero, ¿de forma rectangular? —dudó Yoongi, cruzándose de brazos—. ¿Cuánto


pesa?
—No lo sé, ¿el peso de una... persona?

—Una persona viva.

—Viva —concordó el más joven.

Yoongi arrugó la nariz.

—A ver, ¿qué es lo que quieres transportar? Ilústrame con tu expresividad —


cuestionó el mayor con una mirada inquisitiva.

—Es, un... —Jungkook comenzó a balbucear como un estúpido—. Una... con...

—Oh, sí. Está bien. Creo que podría hacerlo.

El más joven se quedó boquiabierto, Yoongi pasó de largo con un deje impaciente
y excesivamente confiado. «¿Ya está? ¿No iba a preguntarle nada más? ¿Se
conformaría con eso?».

—Espera, tengo un boceto —le detuvo Jungkook.

Con los nervios zumbándole el estómago, no tardó demasiado en mostrarle cómo


había planeado la elaboración. Tenían una sierra eléctrica que podía ayudarles,
además de material suficiente para que tuviese el tamaño definido. Jungkook
incluso había establecido una rejilla para que Taehyung respirase.

—Oh, ¿respira? Eso me gusta más —exhaló Yoongi, sin ni siquiera levantar la
cabeza para mirarle—. Bueno, ¿cuándo necesitas que esté listo?

Jungkook se mordisqueó el interior de la boca.

—Unos días, como máximo.

—Podemos hacerlo en dos tardes, si me echas una mano.

Yoongi volvió al salón para sacar una cerveza de la nevera y apoyar una mano
sobre la isla de la cocina. Jungkook le siguió ensimismado.

—¿En serio? —dudó nuevamente—. ¿Y ya... está?

—Claro, ¿qué esperabas?

—No vas a... ¿preguntarme nada más?

Su compañero se rascó la cabeza, dio un sorbo a su bebida y volvió a mirarle.

—La cuestión es, ¿vas a hablar? —formuló Yoongi—. Porque no lo creo. Sólo
dime algo, Kook; no es porque no confíes en mí, ¿verdad?
El pelinegro liberó su aliento lentamente, con una débil sonrisa. Los dos sabían
que no necesitaban una respuesta.

Jungkook llegó al acuario después de la hora de la comida. Cargando con sus


cosas, comprobó la pantalla de su teléfono mientras caminaba por el muelle
trasero al edificio. Entró por donde habituaba y no se demoró demasiado en
atravesar el túnel de cristal y dirigirse al ascensor. Le había prometido a Taehyung
estar allí mucho antes, por lo que esperaba encontrarle con una cara enfurruñada.
No obstante, su retraso había sucedido por un buen motivo. Era la mañana libre
de Yoongi y había invertido todo su tiempo en comenzar la preparación y medidas
de los materiales.

La puerta del ascensor se abrió, él comenzó a deslizar la cinta de su mochila


sobre su hombro para soltarla, cuando repentinamente, los pasos de alguien más
le dejaron congelado. Su perfume inundó sus fosas nasales, sus iris se posaron
sobre los de otra persona. El corazón de Jungkook emitió un vuelco.

—Así que eres tú —la voz de Kim Namjoon resonó sugestivamente grave y
profunda—. Sabía que había alguien más, no era tan difícil de intuir, el minibar
siempre estuvo intacto, y ahora, por faltar, faltan hasta toallas.

Namjoon guardó las manos en los bolsillos de su pantalón, sus iris almendrados
escudriñaron al joven desconocido erizando su vello. Jungkook se sintió entre la
espada y la pared, como si un felino le hubiese arrinconado. Y con todo lo que le
detestaba, más lo que tenía en juego, se forzó interpretar el mejor papel de su
vida.

«¿Y si daba un paso en falso? ¿Y si contradecía lo que fuera que Seokjin le


hubiese dicho?», temió Jungkook. «No, Jin no podía saberlo, de haber sido así, le
hubiese avisado».

—¿A qué viene esa mirada? —sonrió el señor Kim, dando unos pasos lentos
hacia uno de sus costados—. ¿Cuál es tu nombre, chico?

Jungkook tragó saliva e inclinó la cabeza con un fingido respeto.

«No tenía más remedio que seguirle la corriente», le dijo su cerebro.

—Jeon Jungkook —declaró a expensas de desear con vehemencia idear otro


nombre—. Biólogo y veterinario. Señor Kim, es un placer conocerle, no esperaba
su visita.

—Oh, el 'doctor' Jeon. Biólogo —satirizó Namjoon, casi como si le pareciese


ridículo—. ¿Qué tipo de contrato le ata la lengua, doctor Jeon?
—Asumo la confidencialidad por mi propia mano —la astucia de Jungkook actuó
en el mejor momento, aislando su nerviosismo—. El señor Seokjin fue tan amable
de dejarme revisar la estancia de la sirena en este acuario... sus conocimientos
me han ayudado a avanzar en mis estudios sobre la diversidad marina. Por
supuesto, poder tratar con la sirena ha sido de gran utilidad.

—Bien. Espero que esté cumpliendo su cometido con esmero —pronunció el


señor Kim con soberbia—. No desearía que mi sirena estuviera en las manos de...
cualquiera.

«Su sirena», repitió Jungkook en su cabeza. «Cerdo».

Namjoon se posicionó frente a él, decidido a increparle.

—Dígame, doctor; ¿qué es lo que piensa de mi sirena? —reprodujo Namjoon


afinando su mirada—. Me aterra no satisfacer sus necesidades como se debe. Ya
sabe, este tipo de criaturas resultan ser tan... exquisitas...

Jungkook apretó la mandíbula. Deseó incrustar sus nudillos en esos atractivos


hoyuelos que se dibujaron en su cara, pero guardó las manos en los bolsillos de
sus jeans y aguantó el temple como un corsario.

—Si yo fuera usted, me preocuparía por los filtros y purificadores de agua salada
—ideó el azabache, con índole laboral—. Es necesario que contemplen una
mejora, puede que una mala purificación de agua le haga enfermar en el futuro.

—Por supuesto. Mandaré a un técnico para que lo revise —aceptó el señor Kim—.
No queremos que nuestra joya del mar se enferme, ¿verdad?

Namjoon dio de lado brevemente y agarró una fina chaqueta, que se echó por
encima de los hombros. El más joven le siguió con la mirada, permaneciendo tan
estático como una estatua.

«Vale, está bien», pensó Jungkook. «Su comentario no había sido personal. No
tenía por qué sospechar».

—¿Doctor Jeon? —Namjoon regresó elegantemente hasta él, comprobando la


apretada agenda de su teléfono de una mirada.

—¿Sí? —pronunció Jungkook casi sin aliento.

—¿Planea robarme lo que más aprecio?

—¿Qu-qué?

Los ojos del pelinegro se abrieron como platos.


—Mi tiempo —declaró Namjoon sosegadamente—, claro está. Si no le importa,
necesito tomar el ascensor.

Jungkook se apartó de la puerta sintiéndose muy estúpido. En unos segundos


más, el señor Kim entró en el elevador, la puerta corrediza se cerró con suavidad y
descendió tranquilamente. Él se mantuvo en la sala unos minutos más, con el
corazón zumbándole bajo la tráquea con velocidad.

«Iba a matar a Seokjin», se dijo mentalmente. Pero en ese momento se


encontraba en el acuario y necesitaba ver a Taehyung antes de enfrentarse a todo
el caótico exterior que estaba asaltándole.

Dejó caer su mochila en el suelo y salió al exterior de la sala con preocupación.


Aún vestía su ropa sobre el neopreno, tenis, sudadera ancha con capucha y
pantalón vaquero. Taehyung estaba escondido tras unas rocas laterales de la
orilla, con todo el cuerpo metido en el agua y los codos apoyados en el exterior.
Había olido el perfume de Namjoon hacia un buen rato. Sus bonitos ojos
parpadearon cuando encontró a Jungkook. Hesitó un instante, extrañando su
aspecto por verle vestido con ropas humanas.

Jungkook camino hasta él, clavó una rodilla en la arena y se inclinó con las manos
sobre la arena, para verle bien.

—¿Estás bien?

—¿Por qué llevas tanta ropa? —formuló la sirena ingenuamente.

Los mechones de su cabello cobalto se esparcían sobre su rostro con una bonita
diadema trenzada. El humano extendió las yemas casi de forma automática,
apartando unas brillantes gotas de agua de uno de sus pómulos húmedos.

—¿No te gusta? —preguntó Jungkook con suavidad, seguidamente se decidió por


ir a lo más importante—. Tae, ¿ha entrado a verte?

—No. Le sentí.

—¿Le sentiste?

—Su olor y su... aura... —contestó Taehyung algo abstraído.

Jungkook suspiró profundamente, le apeteció abrazarle con un extraño instinto


protector, pero Taehyung estaba mojado y prácticamente dentro del agua, y él aún
se encontraba en sudadera.

—¡Oh! ¡tengo algo que darte! —exhaló la sirena con inesperado chorro de
energía—. ¡Lo hice para ti!
—Escucha, tenemos que hablar de algo —sugirió Jungkook con un tono de voz
muy distinto, mirando hacia ambos lados con un ligero recelo porque alguien
pudiera escucharles—, pero tiene que ser en un lugar más privado.

—¿Hm? ¿quieres que te lleve a mi caverna? —emitió Taehyung felizmente,


alejándose de la orilla con un movimiento de cola—. ¡Vale, salta al agua! ¡Yo te
agarro! —añadió abriendo los brazos.

Jungkook se sonrosó levemente. ¿Qué pensaba que era, un bebé que no sabía
nadar? La sonrisita de su compañera le hizo comprender que a ella no le preocupó
en absoluto la aparición de Namjoon. Es más, Taehyung parecía estar ignorando
el peligro con una extraña emoción infantil por tenerle a él tenerle allí. Y eso
nublaba aún más la objetividad de las cosas.

—Espera, tengo que desvestirme —dijo Jungkook arrugando la nariz levemente—.


¿No querrás que vaya así?

El azabache alzó la sudadera por encima de su cabeza y se la sacó. La dejó sobre


una roca y sus pupilas se encontraron con las curiosas de Taehyung, quien estaba
escudriñándole fijamente en lo que sus dedos desabotonaban el pantalón.
Jungkook suspiró frustrado y con un creciente rubor espolvoreado por sus mejillas,
se detuvo, agarró la sudadera con una mano y se largó alegando que volvería de
inmediato.

«Imposible desnudarse con él delante, a pesar de que justo debajo llevase un


neopreno. Y eso que Taehyung ni siquiera parecía darle importancia a la
desnudez».

Un minuto después, regresó con el ceñido traje y se zambulló de cabeza en el


agua. Movió los brazos y piernas, desplazándose de forma dinámica en el
elemento. Taehyung llegó desde algún lado y le alcanzó de inmediato. Le mandó
una descarga de burbujas y presión con un potente movimiento de su ágil cola. El
azabache regresó a la superficie para tomar aire y Taehyung emergió a su lado.
Sin la necesidad de intercambiar palabras, subió sobre su espalda en confianza e
infló sus pulmones de oxígeno antes de sumergirse juntos.

Taehyung le llevó hasta la caverna más profunda, tras los arrecifes, cuya puerta
plagada de algas marinas y plantas cubrían el estrecho túnel que daba a una
pequeña superficie con oxígeno. Jungkook pudo sacar la cabeza allí dentro, se
apartó los mechones de pelo que se pegaba molestamente a su rostro, y sus
pupilas se adaptaron a la tenue luz de las plantas bioluminiscentes que se
enredaban por las rocas y techo.
Una de sus manos alcanzó la pequeña orilla rocosa y le permitió darse un
descanso. Taehyung se distanció un instante y agarró algo.

—Cierra los ojos —solicitó mientras el pelinegro se ubicaba dentro de aquel


espacio.

Los iris de Jungkook se posaron sobre su rostro, arqueando una ceja. La sirena se
acercó lentamente en el agua, manteniendo algo tras su espalda con un gesto
juguetón.

—Vamos, ¡ciérralos! —repitió radiante.

Jungkook esbozó una sonrisita y se permitió flirtear levemente.

—¿Qué? ¿vas a robarme un beso si los cierro?

—¿Quieres que lo haga?

—Mnh —el humano se mordisqueó, meditando sobre cuánto le apetecía—.


Puede.

Taehyung asumió su coqueteo con encanto.

—Bien, ciérralos —insistió de nuevo, aproximándose.

Jungkook entrecerró los ojos, viéndole acercarse. Su corazón palpitó rápido, cerró
los párpados cuando estaba muy cerca. Y cuando creyó sentir sus labios de sirena
sobre los propios, un liviano peso cayó sobre su frente y coronilla, posándose en
su cabello.

Taehyung agarró su rostro con ambas manos y apretó sus mejillas.

—No, ¡qué adorable! —soltó con un brillo especial en sus ojos—. ¡Sabía que el
rojo es tu color!

—¿Qué? —Jungkook abrió los párpados, con las mejillas aplastadas por su
compañero.

Sobre su propia cabeza, no había otra cosa que una corona de un tono carmín,
con filamentos y hebras rojizas bien trabajadas. Jungkook se sonrojó como un
crío, apartó sus manos enfurruñado, y toqueteó la corona sobre su cabeza.

—¿Lo has hecho tú, dices? Vaya... pues...

Taehyung asintió con la cabeza felizmente, le contó que había utilizado gorgonia
roja y no sé qué otra alga magenta. Sus ojos se volvieron redondos cuando creyó
que a Jungkook no le gustó su regalo. Después le mostró que tenía una pulsera a
juego, dos anillos hechos con un material duro que había limado con sus colmillos,
y un collar hawaiano que le llegaba hasta la mitad del pecho.

Jungkook se sintió abrumado por sus presentes, Taehyung estaba especialmente


activo. Quizá no había tenido en cuenta que a las sirenas les encantaba «colmar
de regalos biorgánicos» y manufacturados a los seres con los que establecían una
relación. Y Taehyung parecía especialmente insistente con lo de obsequiar a
Jungkook de la manera más adorable posible.

Él pensó que era insoportable. ¿Por qué no podía comérselo a besos y mimos?
Su mirada se estrechó con una gran proporción de afecto, se mantuvo callado
unos segundos, pensando en que Taehyung no tenía nada más que ofrecerle. Eso
era todo lo que podía sacar de una pecera.

—Todo es precioso, pero, ¿no crees que es demasiado? —sonrió el azabache—.


No me merezco todo esto.

—Huh —Taehyung consideró si era demasiado o no, en silencio, dudando al


respeto—. ¿No?

Jungkook apoyó la espalda en la roca, extendió las manos bajo el agua para
invitarle a acercarse. El peliazul le miró con un titubeo, en sus iris
heterocromáticos se vio reflejada la pequeña galaxia del leve resplandor de esa
caverna. El peliazul aceptó la invitación, aproximándose lentamente. Con un leve
tirón de sus dedos, sus cuerpos entraron en contacto. Su pecho se encontró a
unos centímetros del suyo. Bajo el agua, la cola azul de la sirena se entrelazó con
una de las piernas de Jungkook, y sus brazos se apoyaron sobre los hombros del
humano, invadiendo su espacio más íntimo.

El joven no pudo evitar pensar que Taehyung, después de todo, era su sirena.
Pues teniéndole prácticamente en sus brazos, por muy distintas y enfrentadas que
fueran sus razas, no pudieron evitar sentir devoción por el otro.

—Dentro de dos días, saldrás de aquí —exhaló Jungkook, sólo para él—. El plan
ya está en marcha, sólo necesito que confíes en mí.

Taehyung parpadeó, un extraño y casi imperceptible pálpito sacudió su corazón


helado e inmóvil.

—¿De verdad? —susurró.

Las yemas húmedas de Jungkook recorrieron la forma de uno de sus pómulos,


seguida de la caricia de iris desviándose de sus ojos. Su piel se encontraba
resplandeciente bajo las decenas de gotas de agua que reflejaban la tenue luz
blanquecina y azulada.
—Nos alejaremos de esta zona de la isla. Puede que el traslado sea un poco
incómodo, pero debes confiar en mí —insistió Jungkook con nobleza—. Te llevaré
a una costa segura, y podrás volver a nadar en libertad.

—Pero, ¿seremos amigos cuando ya no esté en esta prisión?

La pregunta de Taehyung le dejó por los suelos. ¿En qué mundo andaba
explicándole a una sirena que recuperaría su libertad, mientras ella parecía andar
preocupándose exclusivamente por él?

—¿Quieres...? —pronunció Jungkook lentamente—. ¿Volver a verme?

—¿Tú no? —dudó Taehyung con lástima, bajando la cabeza—. Nunca he visitado
la superficie demasiado. Mi nido lo prohíbe, p-pero a veces miraba desde lejos y
me dejaba arrastrar por los bancos de peces cerca de los pesqueros. Sin
embargo... nunca había... tenido una amistad con uno...

Jungkook sintió como su garganta le apretaba. Contuvo su emoción como pudo, a


pesar de que sus ojos tornasen vidriosos.

—Quizá no sea seguro que te acerques a la isla —le dijo con calidez, sosteniendo
su mejilla—. Desearía que no te arriesgases por volver a una orilla.

—No quieres que venga a verte —Taehyung se lamentó apoyando la cabeza en


su hombro.

Jungkook comprendió que no le estaba entendiendo.

—No, no es eso —retomó su mirada, con un par de dedos bajo su mentón—.


Mírame. Taehyung, deseo verte cada amanecer con las primeras olas. Pero una
vez que salgas de aquí, habrá gente que excavará hasta en el mar que rodea
Geoje por buscarte, ¿comprendes?

Taehyung asintió, pero una inesperada y brillante lágrima se deslizó desde el


lagrimal de uno de sus ojos. El pulgar del pelinegro apartó el resplandor de tan
brillante sustancia, similar a un diamante. La sirena le miraba con una adoración
que licuó su corazón cruelmente. Y entre la fresca agua y la tibieza de sus dos
cuerpos, Jungkook sintió una fuerte emoción que calentó su pecho. Sus siguientes
palabras abandonaron sus labios casi sin permitirlo.

—¿Puedo besarte? —preguntó con una voz que le costó reconocer como propia.

La sirena ni siquiera se movió, el dorso de los dedos de Jungkook recorrieron el


borde de su labio inferior, carnoso, entreabierto y jugoso. Taehyung creyó que, de
tener un corazón, hubiese palpitado tan rápido como el de Jungkook. Su aliento
cálido y húmedo rozaron los labios de la sirena.
—Podría lastimarte —musitó Taehyung con una fría sensualidad.

A Jungkook no le importó demasiado que sus labios de sirena le empujasen al


probable delirio en el que se encontraban la mayoría de los náufragos.

—No importa —aseguró.

Sujetando con delicadeza su rostro, Jungkook se aproximó a sus labios húmedos,


sintiéndose sediento por besarlos. Dejó un beso superficial sobre los de
Taehyung, un roce tan leve que la sirena le miró con cierta sorpresa y encanto por
su breve juego. Su cola escamada, le acarició como una serpiente azul encantada.

Jungkook presionó sus labios contra los propios, fue un beso suave que buscó la
profundidad como si fuera el último. Calidez y una lejana tibieza húmeda. Un
suspiro escapó de él, acariciándole con los labios antes de que el lento frenesí
invadiese sus venas, provocándole olvidar quién o qué era. Atrapó su belfo inferior
entre los suyos, como si temiera no poder retenerle. Los besos de Taehyung eran
serenos e imperturbables, pero el lazo de su cuello le hacía pensar que él también
debía sentir algo. Jungkook besó, y besó, Taehyung estrechó suavemente los
brazos alrededor de su cuello, mostrándole interés por más.

Entreabrió los labios dejándose tomar por el humano, y la tibieza de su lengua se


mezcló con el whiskey adictivo de su saliva de sirena. Como un hechizo lento y
enfermizo, Jungkook liberó un jadeo sintiéndose exasperado por la belleza de
Taehyung. Mitad pez, mitad humano. Frío. Sereno. Diáfano. Mordió su labio
inferior con desespero. Su cuerpo se sintió pesado, Jungkook deseó no apartarse
de él. Deseó que las aguas le tragasen y así pudiese fundirse con la criatura. Le
adoraba. Le deseaba. Pero no podría satisfacerle; las sirenas sólo eran un callejón
de deseo sin salida.

La frustración sexual le sentó como una bofetada, él nunca se sentía así de


angustiado, de impaciente y enojado. Él no era ese tipo de persona. La cola de
Taehyung estaba fría, era áspera, sus labios le estaban mareando mientras su
calor humano subía de temperatura como una caldera. Jungkook trató de
profundizar aún más en su boca, y gimió con voz aguda cuando Taehyung arrancó
sus labios de los suyos a pesar de su anhelo. Él se distanció unos milímetros, y
Jungkook trató de encaramarse al peliazul como si fuera a ahogarse.

—Está bien, está bien... —susurró la sirena acariciando su cabello lentamente—.


No pasa nada... tranquilo...

Pasó un dedo por sus labios entreabiertos, las pupilas de Jungkook se


encontraban dilatadas, su rostro le mostraba a la persona que conocía ausente,
fruto del delirio de los besos de sirena. Jungkook se sentía herido por el suplicio
de no obtener más, no obstante, tardó unos segundos en comprender lo que
sucedía y de dónde salía aquella sed adictiva que le había calado hasta los
huesos.

Taehyung dirigió su rostro al suyo con una mano mojada.

—¿Estás bien?

—Lo siento —el joven respiró entrecortadamente, avergonzándose mientras volvía


a la realidad—. Me he dejado llevar...

La sirena sonrió débilmente, dejó un cariñoso beso en su mejilla mientras el pulso


de Jungkook se recuperaba con dificultad. Sus mejillas tenían un color sonrosado
y su cuerpo humano irradiaba un calor extraño que logró compaginar con la fría
temperatura del agua.

—Es mi culpa. Quisiera besarte... sin perjudicarte.

Jungkook tragó saliva pesada. Taehyung se encontraba igual de sereno a pesar


de su beso, sin embargo, ladeó la cabeza y continuó mirándole con una
apasionante temple y curiosidad. Jungkook detestaba que le mirase así; se sentía
desnudo, frágil, subyugado ante una sinuosa fiera marina. Sus dedos salpicados
del polvo estelar marino se posaron sobre la cremallera de su neopreno,
deteniendo el vaivén plateado que centelleaba en las pupilas de la criatura.

—¿Kookie? —emitió tras un breve silencio.

—¿Hmn? —reaccionó Jungkook, moviéndose levemente y alegando que


necesitaba nadar un poco para no sentirse frío. Aunque más bien, necesitaba
rebajar el calor que se marcaba molestamente bajo su neopreno.

Taehyung le siguió por la pequeña caverna deslizándose sobre el agua.

—Quiero contarte algo, pero —se detuvo unos segundos—, ¿te molestarás
conmigo?

Jungkook giró la cabeza, se encontró tan fuera de onda, que casi le costó trabajo
tomarse en serio lo que fuera que fuese estar a punto de decirle. «A no ser que
estuviera a punto de decirle que se sentía incómodo besándole».

—¿Q-qué? —titubeó el pelinegro como un tonto.

—Es que, yo...

«Un momento, Taehyung estaba sonrojándose. Imposible», declaró Jungkook en


su mente con un pestañeo.
—Qué. Dispara —ordenó el azabache con diversión, redirigiendo su nado hacia la
sirena—. O te aplastaré con mis brazos hasta convertirte en una bolita sushi.
Créeme, no va a gustarte.

Taehyung y él se miraron directamente, y en sólo un par de segundos, el peliazul


se mostró fugazmente tímido.

—¿Qué es sushi?

Jungkook le miró con cara de póker. «En algún momento tendrían que tener esa
conversación, pero ese no era el día».

—Okay, olvídalo —insistió—. ¿Continúa?

—Es que, verás. Cuando te conocí... yo... l-la primera vez que entraste en el
acuario...

Jungkook ladeó la cabeza, con el ceño levemente fruncido.

—Quieres decir, ¿cuándo me besaste? —recordó el joven ágilmente.

Cómo olvidar que su primera experiencia en el agua de ese acuario había sido un
encuentro fatal donde su primer beso acabó asfixiándole como un estúpido. Pero
eso había sido asunto suyo, Taehyung no trataba de ahogarle. ¿O sí?

—Sí... esa vez... —Taehyung se metió en el agua hasta la altura de la nariz,


saliendo seguidamente con timidez de nuevo.

Jungkook serenó su rostro, creyó comprenderle si había pensado en hacerle daño.


Después de todo, no podía culparle por intentar protegerse.

—¿Qué pasó, Tae? —le preguntó con dulzura—. Dímelo.

—Yo... puedo... —titubeó Taehyung.

—¿Puedes...?

—Tengo algunas habilidades psíquicas.

Los ojos de Jungkook se abrieron bastante.

—¿Cómo? —reprodujo despistado—. Espera, ¿puedes leer mentes?

—No. O sea, sí... —murmuró haciéndose la bolita más pequeña del mundo—, con
un... beso...

El azabache alzó las cejas, se pasó una mano por el cabello húmedo, tratando de
asimilar lo que decía.
—¿Leíste mi mente con un beso?

—Cuando llegaste —Taehyung procedió a explicarle—, yo estaba enfurecido.


Llevaba semanas aquí, solo. Quería morir. Cuando te vi llegar con ese humano,
pensé que iban a hacerme algo. Creí que eras como esos, los que me atraparon,
me hirieron y me trajeron hasta aquí —expresó con sinceridad, con ojos
llenándose de lágrimas de nuevo—. Pensaba acabar contigo, pensé en matarte si
invadías mi espacio. Pero... hubo algo en tus ojos... decidí tomar tu mente para
saber qué era... qu-quién eras... —su voz se volvió más suave y baja, mientras las
gotas de agua se deslizaban desde su rostro hasta contra sus hombros y finas
clavículas—. Jamás pensé que encontraría tanta misericordia en un humano. No
pensé que fuera posible, hasta que te conocí a ti.

Jungkook se quedó en silencio unos segundos.

—¿Eso fue lo que viste en mí? —preguntó con aflicción—. ¿Misericordia?

—Sí...

—Tus labios son... increíbles...

—Son un arma, Jungkook —expresó Taehyung lentamente—. Diseñados para


engañar y arrastrar a los pobres diablos hacia el fondo de un océano, donde
tragarnos sus pensamientos...

El pelinegro se aproximó a él con un nado lento.

—Ya no hacéis eso, ¿verdad? —indagó el joven con un poco de diversión—. No


quedan barcos piratas, ni nadie que persiga el canto de las sirenas o al Leviatán
en las islas perdidas del mar del caribe.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Tae con inocencia—. Sshh, nunca decimos el
nombre que empieza por L, dicen que atiende a las llamadas.

Jungkook rodó los ojos y esbozó una pequeña sonrisita.

—Ficción y películas. Demasiadas películas.

—¿Qué son películas? —volvió a preguntar.

—Tae —Jungkook agarró una de sus manos bajo el agua—. No estás diseñado
para engañar ni arrastrar a nadie, créeme. Eres un ser bonito, no cruel ni
vengativo.

—¿De verdad crees eso? —Taehyung le miró con ojos cristalinos.


—Si quieres manipularme con tus besos, tendremos que comprobar si funciona —
inventó con malicia, provocándole una suave risa—. Pero no puedo culparte por
rastrear mi mente, tú estabas tan asustado como yo...

Taehyung entrecerró los ojos y apretó su mano, deseando poder agradecerle la


comprensión de sus palabras. Pero Jungkook continuó hablando, deseando
conocer algo más que emergió desde el fondo de su pecho.

—¿Puedo preguntarte algo más?

—¿Sí?

—Antes, cuando te he besado, ¿volviste a...? —dudó con incertidumbre.

—Un poco, ¡pero no quiero hacerlo! —reconoció Taehyung, acto seguido intentó
defenderse—. El frenesí de los labios de una sirena ayuda a que me abras tu
mente. No puedo evitar que a veces...

—Está bien, no importa —sonrió Jungkook.

—¡No! Yo confío en ti —insistió Taehyung—. No he vuelto a leerte a propósito, te


lo prometo. Confío en ti.

El más joven bajó la cabeza, sintiéndose muy feliz.

—Y yo en ti —le devolvió con calidez.

Creía en él, confiaba en que su corazón, y su pasión por el mar desde pequeño
había sido alguna especie de mensaje para que se conocieran. Jungkook estaba
seguro de que el destino había atado su encuentro como la fuerza de la gravedad
ataba hasta las olas del mar. Y esa tarde, dejó un beso en su frente en la cavidad
de aquella recóndita cueva que olvidarían como un secreto abandonando el día
que pudiese llevarse a Taehyung del acuario.

Jungkook necesitaba descansar fuera del agua, por lo que su compañera marina
le ayudó para salir de la cueva con mayor facilidad, y le escoltó como un leal
guardián marino hasta la superficie. El joven salió del agua lentamente, con el
cuerpo pesado y la piel de los dedos arrugados.

—¿Te marchas? —se lamentó Taehyung viéndole salir a la orilla.

Con el agua por las rodillas, Jungkook se acuclilló para acariciar su cabeza con
unos dedos. Él llevaba la diadema que le había trenzado, y el resto de
complementos a juego que le hacían parecer recién salido de una fiesta en la
playa.
—Volveré mañana —le explicó con dulzura—. Tengo que hablar con Seokjin sobre
lo del señor Kim. Mañana te contaré algunos detalles sobre el plan, ¿de acuerdo?

Taehyung asintió de forma obediente con la cabeza. Jungkook estuvo a punto de


levantarse, pero él le agarró de una muñeca, reteniéndole un instante. Le costaba
demasiado dejarle marchar, y aquello tenía el poder de partirle el corazón a
Jungkook.

—¡Espera! —exhaló la sirena—. Espera... J-Jungkook...

—¿Qué ocurre?

—Yo... tú, me... ¡me gustas mucho!

Jungkook casi se escurrió de culo. No sabía por qué diablos parecían dos críos de
cinco años cuando tenían que hablar de sus sentimientos.

—¿Mucho? Oh, he subido un escalón —bromeó levemente, con las mejillas


sonrosadas—. ¿Es eso algo positivo?

—Así que, cuando sea libre, te espiaré desde la orilla, aunque no quieras verme
—soltó Taehyung inesperadamente enfurruñado y emocionado—. ¿Es eso afecto?
Porque es muy molesto y-y no me gusta.

Jungkook sonrió con dulzura, y el corazón palpitando con un traqueteo en su


pecho.

—Sí que lo es —murmuró—. Yo...

No llegó a terminar la frase, pues prefirió guardarse sus propios sentimientos para
sí mismo. No era el momento de expresarse, ni tampoco creía que fuese lo más
inteligente para alguien tan ingenuo como Taehyung. ¿Amor? Ni siquiera estaba
seguro de si era real o estaba dejándose llevar por lo ficticio que se sentía todo
desde que le conoció. Él nunca había estado enamorado. Y Taehyung no podía
entender lo que era el amor.

—Tengo que irme —finalizó, con decepción—. Hasta mañana, bolita de sushi.

Jungkook dejó un pequeño toque en el corazón de coral azul que colgaba de un


lado de su diadema, como despedida. Taehyung infló las mejillas cuando
Jungkook se levantó y se largó de la orilla.

—Pero, ¡¿qué es sushi?! —le escuchó quejarse.

Cuando Jungkook salió del acuario, se quitó la corona, se dirigió al cuarto de las
taquillas y duchas, y se miró en el espejo con un rostro mucho más serio. El
perfume de Kim aún seguía allí. No quería marcharse, pero debía bajar de aquella
nube y recordar todo lo que tenía pendiente. No tardó demasiado en liberarse del
molesto neopreno mojado, lo hizo una bola y lo metió en su mochila, vistiéndose
sin demasiado interés. Miró su teléfono en lo que se obligaba a abandonar aquel
lugar. Habían pasado unas cuantas horas desde su llegada, y tenía varios
mensajes de Seokjin en la bandeja de entrada.

Seokjin (19.37): «Llámame».

Jungkook pulsó su contacto justo cuando abandonó el recinto, mirando hacia los
lados para cerciorarse de que se encontraba a solas.

—Kim estuvo en el acuario —emitió Jungkook en cuanto el hombre descolgó la


llamada—. Jin, ¡sabes cuánto me estoy jugando! ¡me prometiste que le
mantendrías alejado!

—Lo sé.

—Ahora sabe quién soy, conoce mi cara y sabe mi nombre completo.

—¿Cómo quieres que sepa dónde está en cada momento? —se defendió
Seokjin—. Es la primera vez que va al acuario a esa hora. Él mismo me dijo hace
un rato que encontró a un nuevo trabajador, que ni siquiera se lo había
mencionado, que si yo estaba ocultándole algo...

—¡¿Qué hubiera pasado si llega a encontrarme con Taehyung?! —le recriminó


Jungkook.

—Estás diciéndolo como si... —la voz de Seokjin titubeó a través del teléfono—.
Jungkook, ¿no estarás...?

El azabache se pasó una mano por el cabello y exhaló su aliento con nerviosismo.

—Qué.

—¿Qué hay entre... esa sirena y tú? —preguntó de forma directa.

—No le digas «esa sirena» —murmuró Jungkook, apretando los párpados—. Yo...
no...

—¿No estarás enamorándote de ella? Te recuerdo que vamos a liberarle,


Jungkook —prosiguió Seokjin con voz baja—. No puedes esperar que
corresponda a tus sentimientos humanos. Él no es humano.

—No siento nada de eso —las palabras del más joven sonaron con ferocidad—.
¿Crees que posicionaría mis intereses personales por encima de su libertad? Te
equivocas. No soy como Namjoon, Jin. Y sin lugar a dudas, tampoco soy como tú.
La llamada se cortó unos segundos después de eso. Jungkook cerró los dedos
temblorosos sobre su teléfono. Con el corazón agitado en su pecho, se culpó a sí
mismo por sus sentimientos. Por supuesto que se había enamorado. No creía que
fuese evitable; él siempre amó a la mar y a todo lo que pertenecía a esa tierra
azul. Su ingenuo corazón había encontrado lo que siempre que estuvo buscando,
como un imán atraído por la gran y feroz boca celestial de un profundo mar capaz
de tragarle. No le importaba que Taehyung le arrancase el corazón con una mano
cuando se marchase. De hecho, esperaba que así lo hiciera, pues todo sería más
fácil.

Seokjin sostuvo el teléfono en su oreja mientras la línea se silenciaba y la


resplandeciente pantalla terminaba apagándose. Después de todo, supo que
Jungkook tenía razón; él también había sido egoísta, pero no precisamente por su
deseo de ser el propietario de una sirena, sino por algo más. Por alguien más, a
quien no podía tener.

Mientras el sol se ponía frente a la isla de Geoje, Jungkook deambuló por el paseo
marítimo, pasando de largo de la parada donde siempre tomaba el tranvía que
salía de la ciudad. Sintió la nuca fría, mientras la brisa salada secaba los
mechones de su cabello.

Taehyung sintió la misma soledad que el chico. A solas entre cuatro paredes de
cristal, el agua se volvió fría por primera vez para sus huesos. Sin la reconfortante
calidez de «su humano», sintió una ligera presión en el pecho.

«Quería estar con él. Quería estar con él», se repitió encogiéndose en el vacío del
agua que le rodeaba.

Esa noche, la presión se volvió más fuerte en su pecho. Una segunda oleada le
provocó una náusea, un hormigueo, seguido de un extraño picor que se extendió
por su garganta, ahogándole. Taehyung no comprendió que estaba sucediéndole,
pero las escamas de su cola se resintieron y una extraña sensación acompañó a
una corriente eléctrica esparcirse por toda su espina dorsal, calentando sus
vértebras. Sintió como si le quemasen, sintió como si algo patease su tórax.

Salió a la superficie insólitamente, buscando estar a salvo. Su boca trató de


atrapar un jadeo de un oxígeno que realmente no necesitaba. Era imposible. Sus
pulmones no requerían extraer aire, pues su sistema de oxigenación seguía las
pautas de sus evolucionadas branquias. Se asustó tanto, que sus manos
temblaron hasta posarse en una orilla. La horrible sensación duró unos instantes,
mientras esa desconocida ola presionaba sobre su persona y se extendía por su
todo su cuerpo, desde la punta de sus dedos hasta la aleta de su preciosa cola
azul.
Quiso llamar a Jungkook, pero no sabía cómo hacerlo. Tenía miedo. Sin embargo,
consiguió tranquilizarse con el paso de los minutos, encontrando el alivio cuando
la sensación se desvaneció. No volvió a repetirse en el resto de su silenciosa, fría,
y solitaria noche ondeando lentamente en el agua.
Capítulo 09
Capítulo 9. Un plan sin cabos sueltos

Un día más tarde.

Una hora de footing por la playa, una ducha templada y varios aperitivos hicieron
que Jungkook terminase tumbándose sobre su cama con los auriculares de su
teléfono insertados en las orejas.

Una vieja melodía de Looking Glass resonaba desde su playlist. De cada uno de
sus lóbulos, colgaba un par de aritos plateados de los que siempre se deshacía
antes de dirigirse a cualquiera de sus jornadas laborales. Toqueteó uno
distraídamente con el pulgar. En esa ocasión se los puso por costumbre, y con la
capucha de la sudadera sobre su cabeza, se sintió como si el monzón que se
aproximaba a la isla trajese un breve otoño en mitad de aquel cálido verano de
Geoje.

El cielo se encontraba gris, hacía algo de viento, tanto que, desde su ventana
podía apoyarse junto al cristal y observar cómo las suaves olas se encrespaban
como la cresta de un gallo.

La música de sus auriculares tranquilizaba su inexplicable desasosiego;


preocupación por el estúpido encontronazo que tuvo con Kim, por Seokjin y que
no supiera manejar las cosas, por liberar a Taehyung y... por la inevitable forma de
extrañarle que surgió en su pecho. Yoongi apareció en el marco de la puerta,
observándole bajo el velo gris que asomaba desde su ventana. Jungkook ni
siquiera le miró, la música que desprendía la letanía del tono de sus auriculares le
sumió en una burbuja distante.

Yoongi entró en su dormitorio, se tumbó a su lado empujándole con uno de sus


hombros para que le dejase algo de espacio y recibió una mirada de soslayo poco
interesante. Desconsideradamente, arrancó el auricular izquierdo de su oreja y se
lo colocó en el oído derecho.

—Creo que me he cargado una lámina de madera en la clase de bricolaje —


comentó con tono neutro—. Pero lo he dejado como si eso ya estuviera así antes
de que yo llegase. Soy un genio, ¿verdad?

Jungkook se quedó en silencio, con sus iris perdidos en el techo, exhaló una débil
sonrisa. Yoongi alzó la cabeza un poco y le miró con el ceño fruncido.

—¿Qué has hecho tú?

—Estuve en el acuario —contestó Jungkook sin más relevancia.


—Oh, claro. El acuario.

—¿Qué tal tu día, hyung? —prosiguió el azabache, como si no le hubiera


escuchado.

—Mejor que el tuyo, parece —consideró Yoongi con voz ronca—. ¿Qué tal si
pedimos una pizza? Tenemos que acabar con el sarcófago de Blancanieves. No
queda mucho, hay que atornillar las bisagras.

—Que sean dos —aceptó Jungkook pacíficamente, giró la cabeza y contempló su


perfil unos instantes—. Si quieres, te la sujeto mientras atornillas.

—Dime que te refieres a mi porción de pizza—Yoongi se sacudió con un repentino


escalofrío—. Porque podríamos comenzar a sacar esa frase de contexto.

Jungkook soltó una risita despreocupada. Después de todo, pidieron una de pollo
a la barbacoa y otra de cuatro quesos. Estuvieron trabajando en la caja de madera
y cristal hasta tarde. Jungkook terminó comiéndose el setenta por ciento de los
trozos mientras Yoongi montaba las piezas y él hacía de sujeción.

—¿Se saldrá el agua de eso?

—Nah, le eché una masilla en las juntas —expresó Yoongi con seguridad,
después se mordisqueó la lengua, salió al porche a por un cubo que rellenó de
agua con una manguera, y lo comprobó derramando todo su contenido en el
interior para cerciorarse—. Veamos.

Jungkook se sentó sobre la isla de la cocina, con los pies colgando y un frío trozo
de pizza mordido. Consideró que la caja estaba bien hecha, el agua se mantuvo
sin ninguna fuga, y Yoongi comprobó la rendija de ventilación de la cubierta de
cristal.

—¿Crees que podremos los dos con eso? —dudó Jungkook—. Si lo llenamos de
agua, digo.

Yoongi arqueó una ceja y le miró como si estuviera loco.

—Eh, tú eres el único con bíceps aquí. Además, soy mayor que tú, ¿no querrás
que me parta la espalda? —gesticuló su compañero, poniendo los brazos en
forma de jarra sobre su propia cadera—. Necesitaremos unas ruedas si quieres
mover esto lleno de agua. Dime, ¿vas a llenarlo de pingüinos? ¿Vamos a robar un
banco de ellos? Porque suena como un buen argumento. Podríamos llamarlo, «el
atraco de los pingüinos».

Jungkook sonrió un poco, pero pareció reflexionar sobre algo que extinguió su
sonrisa lentamente.
—Yoon, este es un pingüino muy grande —dijo, atrapando la mirada de su
amigo—. Tanto que, tenemos que liberarle. Se lo prometí, ¿entiendes?

—¿De qué... hablas...?

—Está encerrada en una zona restringida del acuario —concretó Jungkook—.


Tenemos que ser rápidos, silenciosos y no podemos dejar ningún cabo suelto.

—¿Encerrada? —dudó Yoongi—. ¿Ella?

—En realidad, es él —se corrigió el más joven—. Es una... ¿alguna vez te has
interesado en mitología marina?

Yoongi se quedó perplejo. Por un segundo, pensó que Jungkook estaba


vacilándole, pero por la seriedad de sus ojos castaños y bajo tono de voz, se sintió
muy extraño y quiso detener el asunto. No estaba preparado para escuchar lo que
fuera que fuese a contarle.

—E-está bien, no... no sé si quiero seguir escuchando.

—Ya. Será mejor que le veas con tus propios ojos —fue lo último que dijo
Jungkook, y no volvieron a tocar el tema el resto del día—. He cuidado de él todo
este tiempo, y puedo asegurarte, que... valió la pena conocerle...

No mucho después de terminar la caja, recogieron todos los materiales cortados y


limpiaron el salón y parte del porche. Jungkook retrasó la hora de acostarse, pues
encontrarse consigo mismo a solas no era fácil. No sólo estaba nervioso, se sentía
extraordinariamente afectado por algo que no podía discernir del todo. Aquella
mañana había visitado a Taehyung por última vez para explicarle los detalles de
su traslado de la mejor forma posible.

La sirena parecía distraída con sus preguntas de, «¿podré ver a tu familiar?»,
refiriéndose a Yoongi. Por algún motivo, era lo único que le llamaba la atención,
como si Yoongi fuese declarado como de confianza sólo por ser amigo de su
humano favorito. Instantes previos a su charla, se negó a hablar con Jungkook en
la superficie mientras Seokjin estuviese delante. Taehyung rehuía del contacto
humano, desconfiaba de todos como un gato asustado, excepto de él mismo.

—¿Jugamos a ver quién llega más rápido al fondo? —le preguntó de forma pueril,
cuando terminaron de hablar sobre la estrategia de su salida.

Esperó a que se metiese en el agua, como acostumbraba. Pero en esa ocasión,


Jungkook negó con la cabeza. Tenía demasiadas cosas que organizar el día
previo a su salida, y no podía permitirse unas horas más a su lado. Jungkook lo
hizo porque era necesario, así como que sabía resultaba lo mejor para no
agarrarse a él demasiado.
—Tengo que marcharme, debo organizar algunas cosas más.

—P-pero, ¿volverás a por mí?

—Claro que volveré a por ti —expresó el azabache, con suavidad—. Mañana,


durante la noche. ¿de acuerdo?

Sus manos se entrelazaron en la orilla. El sabor de la libertad casi rozaba la


lengua de la sirena de forma inhabitualmente amarga.

—Taehyung, ¿qué se siente al nadar en mar abierto? —formuló Jungkook con un


pálpito en su pecho.

La mirada de la sirena resplandeció levemente, evocando una hermosa vida de


mar abierto y libertad.

—No hay nada parecido —exhaló con una radiante añoranza.

Jungkook se sintió desamparado por su leve sonrisa.

—Eso es lo que siento por ti —confesó el humano.

Taehyung se quedó mudo en el momento que comprendió su significado. Después


de eso, Jungkook se marchó del acuario. Cuando esa noche se fue a dormir, no
tardó demasiado en conciliar el sueño. Los labios de la sirena llegaron a él durante
su descanso, como el rumor de las olas. Sedimentó su sufrimiento tras el fuerte
oleaje de su corazón, mientras el monzón de aquel verano comenzaba a deshacer
las nubes grises del cielo en una taciturna lluvia que recubrió la isla.

Taehyung sintió una extraña angustia en el agua la última noche que pasó en el
acuario, se sintió desorientado mientras flotaba en el elemento que le envolvió
desde su nacimiento.

«¿Jungkook sentía lo mismo que él, por el mar?», se preguntó acongojado. Él


amaba el océano más que a nada, acariciar la espuma con sus dedos, recolectar
cada una de sus misteriosas maravillas, confeccionar complementos y deslizarse
entre otras criaturas que emigraban por las distintas partes del Mar del Este con
los cambios de corrientes y temperaturas. Adoraba la caricia del sol dorado sobre
su piel, cuando se permitía visitar la superficie tan prohibida y lejana a la costa.
Incluso disfrutaba del sonido de las gaviotas, que le obligaban a sacar la cabeza
para seguirlas con la mirada cuando rozaban su pico con el agua. Él se fundía con
las olas, saltaba por encima de ellas con fuerza y era el más veloz entre las
sirenas de su nido.

«Pero, ¿amar a otro ser? Eso nunca lo había sentido», pensó. «Ni siquiera estaba
permitido. ¿Podía amar a otro ser tan diferente al mar que le había cultivado?
Jungkook era... Jungkook. Como ese efecto de gravedad que la luna llena ejercía
sobre las olas nocturnas. Su calidez, su delicadeza, su empatía, sus dedos
cálidos... sus ojos castaños, los latidos de su corazón... y, sus labios».

En el fondo de su frío pecho, recibió un profundo latido que golpeó su esternón.


Taehyung liberó un jadeo y se retorció. El pánico invadió su persona, mientras la
hormigueante sensación se extendía por su espina dorsal de nuevo.

«¿Otra vez aquella sensación? No, ¡no!».

Algo apretó su pecho y le estrujó con fuerza. Taehyung gritó bajo el agua,
liberando un puñado de burbujas que ascendieron hasta la superficie. Su grito no
llegó a ninguna parte. Nadó débilmente hacia arriba, buscando escapar del miedo
que le carcomía. En la superficie, agarró su garganta con ambas manos como si
se ahogase. Sintió náuseas. Quería gritar de nuevo. Comenzaba a jadear sin
saber bien cómo hacerlo. El agua quemó las escamas de su cola, como si
estuviese sumida en un extraño ácido. Taehyung llegó a la orilla, se deslizó por la
arena débilmente, enterrando los dedos en la tierra húmeda. Le acuchillaban por
dentro, tiraban de su piel como si unas agujas frías se clavasen en cada una de
sus escamas. Sintió un repentino frío, helador. Jamás había sentido aquel frío,
pero la primera vez que su cuerpo tembló, comprendió que había algo en él que
no marchaba del todo bien.

Seokjin dejó un par de billetes sobre la redonda mesa de la cafetería, junto al café
de Jungkook.

—¿Qué es eso?

—Tu coartada —contestó, sentándose en la silla frente al chico—. Son entradas


para una exhibición de delfines y otros, esta misma noche.

Jungkook agarró los tickets y los comprobó. Los datos de las entradas marcaban
las 21.30h, el lugar exacto y el tipo de exhibición. Reconoció por encima que era
donde Haeri daba sus espectáculos, aunque con el descenso de temperaturas y
aquella extraña lluvia golpeando los cristales de la cafetería, estaba seguro de que
la joven pescaría un resfriado.

—Necesitas una excusa para esta noche, por si a Namjoon se le ocurre


investigarte —prosiguió Seokjin—. Cuando descubra que Taehyung ha
desaparecido del acuario, vendrá a por mí. E indudablemente, irá rápidamente
detrás de ti. Será mejor que organicemos bien cómo escurrir tu responsabilidad de
los eventos. Haremos que parezca lo que realmente es; una filtración de datos y
un robo premeditado. Las cámaras de seguridad exteriores al edificio estarán
desconectadas un rato antes, he programado una congelación de pantalla.
—¿Sabes programación? —dudó Jungkook.

Jin ladeó la cabeza con un gesto humilde.

—Siempre es útil saber algo.

—Joder, y yo que te subestimaba al principio —agregó el más joven, guardándose


los billetes en su cartera.

—En cuanto a mi posición, estaré con él esta noche, en una cena de negocios —
continuó Jin—. Todo está bien atado, Jungkook. Podréis sacarle de allí.

—Espera, ¿y tu contacto? ¿no dijiste que tu amigo me prestaría un vehículo?

—Lo hará, le di tu dirección, así que pasará por tu casa por la tarde.

—¿Le diste mi dirección? —se quejó el más joven—. Seokjin, tenemos que
empezar a hablar de la toma deliberada de decisiones que siempre tom-

—Es mejor así, Hoseok ni siquiera debía estar en la isla; si Namjoon lo averigua,
le aniquilará.

Jungkook arqueó una ceja. No dijo nada más, pero creyó que Hoseok debía
haberle cabreado mucho como para convivir con aquella amenaza sobre no pisar
Geoje. Después de su mañana en el centro de protección y cuidados, regresó a
casa. Yoongi aún no había vuelto de su trabajo, pero Jungkook encontró el porche
totalmente recogido, con un bonito estanque terminado y relleno de agua. Su
compañero había plantado unas cuantas semillas en la tierra fértil, y otras tantas
diminutas plantas subacuáticas cuyas hojas flotaban en el cristalino elemento.

«Bonita zona zen», pensó con cierto humor, mientras el cielo comenzaba a liberar
un tenue chispeo de suaves gotas que salpicaron el plácido estanque, y sobre su
cabeza. Regresó al interior de la casa y corrió la puerta, comprobando la hora.
Apenas eran las cuatro de la tarde, el arcón que habían elaborado se encontraba
en el rellano de la casa, tras la escalera que daba a la entrada.

Miró la televisión un rato hasta hartarse, se preparó algo de comida y esperó


fielmente a Yoongi sintiéndose muy nervioso. Su compañero regresó a casa
durante la segunda mitad de la tarde.

—Estaba a punto de llamarte por teléfono —dijo Jungkook junto a la entrada.

—Lo siento, me demoré con algunas cosas. ¿Todo bien?

—Huh, sí —Jungkook alzó un par de billetes en alto—. Mira esto.


—¿Me invitas a algo? —bromeó Yoongi fijándose en las entradas—. Qué
romántico.

—Es una exhibición. Nuestra coartada.

—Genial, ya podemos cometer el «atraco de los pingüinos» sin que nadie


sospeche —Yoongi agarró su propio billete y lo comprobó sin demasiado interés—
. Ah, ¿en esta es en la que sale tu novia?

Jungkook se frotó una sien, ignorando su estupidez humana.

—Por cierto, sabes que esa caja no cabe en mi coche, ¿no? —agregó el mayor
mirándole de medio lado.

—Estamos esperando a alguien más. Traerá un vehículo.

—Alguien más, ¡huh! —Yoongi pasó de largo para soltar sus pertenencias—. Si
somos tres, deberíamos buscar un nombre para el grupo. Qué tal, ¿los chicos
antibalas?

Él tomó la escalera y Jungkook le siguió con la mirada hasta que desapareció.

—En realidad, somos cuatro —musitó el pelinegro sin que le escuchara.

Yoongi bajó una muda de ropa distinta un poco después. Camiseta negra de
cuadros y pantalón vaquero y ancho, con una gorra negra sobre su oscuro pelo
despeinado. Jungkook estaba tan inquieto, que tuvo que darle una palmadita en la
espalda.

—Al menos ha parado de llover —comentó el mayor mirando a través de la puerta


que daba al porche.

Con la hora que era, y el atardecer extinguiéndose en la isla, Jungkook sacó su


teléfono y remarcó a Seokjin para preguntarle dónde demonios estaba su
contacto. Yoongi desapareció un instante del salón, subió un par de peldaños de
la escalera pensando en si debía agarrar un par de guantes para no lastimarse las
manos arrastrando aquel arcón, pero el sonido de una furgoneta estacionando
frente a su casa atrapó su atención.

El chico se aproximó a la puerta y abrió una rendija para asomar la cabeza. Vio a
un tipo de cabello castaño y puntas rubias, gafas de sol y camisa floreada con
tonos rojizos y llamativos.

«¿Qué demonios hacía estacionando frente a su garaje?», se preguntó con


desagrado, saliendo de la casa con el ceño fruncido.
Yoongi guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y se aproximó a la
ventanilla con un gesto fisgón. La ventanilla de la furgoneta se bajó de inmediato,
y el desconocido apoyó un despreocupado brazo en esta, bajando sus gafas de
sol anaranjadas con un dedo.

—Buenas, ¿le pongo gasolina o diésel? —le preguntó Yoongi al perfecto


desconocido—. Son mil quinientos wons el litro.

El hombre exhaló una sonrisa.

—Soy del equipo de sustracción —saludó con una voz vacilona—. Un placer.
Jungkook, ¿verdad?

—Joder, ¿equipo de sustracción? —repitió Yoongi anonadado—. Dime que


llevaremos máscaras de Dalí, me flipan los atracos.

Jungkook llegó rápidamente hasta su compañero tras detectar la puerta abierta.


Posó sus iris sobre Hoseok, reconociéndole de inmediato.

—Eh, ¿tú eres...? —respiró el más joven.

—Oh, tú tienes más cara de llamarte Jeon —Hoseok le ofreció su mano a través
de la ventanilla—. ¿Qué tal?

Jungkook la estrechó con firmeza.

—Llegas un poco tarde, son... más de las nueve.

—Asumo que no eres Seokjin —emitió Yoongi—. Esperaba a alguien más serio, y
sin que pareciera que acaba de llegar de las Fiyi.

—Nah, soy su chófer personal —ironizó Hoseok.

El castaño apagó el motor de la furgoneta, y desbloqueó la zona trasera. Salió del


asiento de piloto estirando los brazos.

—¿Cargamos la cosa esa?

—Vamos —Jungkook se puso en marcha sin demorarse demasiado.

Puede que no conociese a Hoseok, pero apenas tenían tiempo para discutir lo que
fuese que hubiera hablado con Seokjin previamente. Hoseok sujetó la puerta, y
entre Jungkook y Yoongi, cargaron con el arcón vacío hacia el vehículo.

—Ánimo, que estáis cachitas —les animó el desconocido.

Los dos empujaron la caja hacia el interior, arrastrándola sobre el suelo metálico, y
después, cerraron la puerta de la casa y subieron a la parte trasera de la furgoneta
para sentarse en una de las bancas fijas. El castaño cerró la puerta tras los chicos,
regresó al asiento de piloto y encendió el motor.

—¿Sabes dónde está la zona de descarga? —preguntó Jungkook desde atrás.

Hoseok asintió con la cabeza, agarró un chaleco azulado con el logotipo del
acuario, y se puso una gorra del personal, con el mismo símbolo.

—Seokjin me dijo que entrase por el muelle —expresó felizmente mientras tanto—
. Descuida, voy preparado.

El chico puso en marcha la furgoneta y salió de la zona, atravesando


tranquilamente la carretera. Las luces del auto iluminaron una carretera húmeda
por la fina y persistente lluvia. Jungkook y Yoongi permanecieron un minuto en
silencio, el azabache giró la cabeza y comprobó a Hoseok a través del espejo
retrovisor. Sus ojos se encontraron en unos segundos, y el más joven desvió la
mirada mientras su compañero Yoongi se cruzaba de brazos.

—Entonces, ¿tú eres el de la sirena? —le arrojó Hoseok desde adelante.

«El de la sirena», repitió Jungkook en su cabeza, con una palpitación directa. Él


asintió y sus ojos volvieron a encontrarse en ese pequeño espejo retrovisor.

—¿Y tu nombre completo era...?

—Jung. Jung Hoseok —contestó.

—¿Por qué estás aquí? —la pregunta de Jungkook fue tan directa, que Yoongi le
miró como si se extrañase por sus malos modos—. Y no me digas que sólo es por
Seokjin.

Hoseok se concentró en la carretera, pero sus labios se curvaron con una sonrisa.

—Rectifico —la voz del castaño sonó unos tonos por debajo de lo que había
hablado hasta entonces—. No desconfíes de mí, no me acercaré a la sirena.

Jungkook tragó saliva pesada y miró a Yoongi de soslayo. Él estaba tan quieto e
inexpresivo como una estatua, sin embargo, sabía que era la primera vez que
escuchaba la palabra «sirena» en aquel asunto.

—Aparcaré en el muelle, detrás de los furgones de carga —continuó Hoseok—.


No debería haber nadie a esta hora. Yo me quedaré afuera, ¿estará bien así?
¿podréis con ella entre los dos?

—Sí —asintió Jungkook con seguridad.


Hoseok les miró de soslayo en el retrovisor, en lo que un semáforo en rojo a la
entrada de la ciudad detenía su vehículo.

—¿Tu amigo sabe algo de...? —intuyó Hoseok.

Yoongi apretó los labios.

—Lo justo y necesario.

—Mejor, cuanto menos sepas de esta mierda, antes podrás escapar de todo esto
—soltó el castaño para el estupor de ambos.

Jungkook se sintió inquieto por su amigo; sólo esperaba no meterle en problemas


por haberle arrastrado hasta allí. En unos minutos más, Hoseok tomó un atajo y
llegó al complejo turístico de la ciudad mucho antes de lo esperado. Entró por la
zona trasera, atravesando el oscuro muelle de asfalto húmedo, y camiones vacíos
y apilados. Jungkook le indicó por donde quedaba la entrada de carga y descarga,
y Hoseok estacionó a unos metros de ella. Apagó el motor, dejó la luz de posición
prendida y el silencio abarcó el párking desolado en el que se encontraban.

—Voy a echar un vistazo —se adelantó Hoseok, desabrochándose el cinturón y


recolocándose la gorra del personal con unos dedos sobre sus divertidas mechas
rubias—. Si no veo a nadie, os doy una señal.

Salió del vehículo enérgicamente, cerrando la puerta tras su espalda. Yoongi y


Jungkook se quedaron a solas en la parte trasera. El más joven apretó los nudillos
y se armó de valor para decir algo.

—Siento... no haberte implicado en todo esto antes, pero...

—Tranquilo —respondió Yoongi, sin mirarle—. Sé que no es personal... ya sé que


confías en mí.

—Ya, bueno. Es que... —Jungkook bajó la cabeza y suspiró lentamente—. Te he


traído hasta aquí, prácticamente, sin que supieras qué está pasando.

—Jungkook —le detuvo, Yoongi giró la cabeza y clavó sus iris rotundamente sobre
el chico—. Te conozco desde hace años, ¿crees que soy tonto? Te pones
nervioso cada vez que te pregunto sobre el acuario, vas y vienes como un
fantasma, apenas hablas, ni siquiera me has contado qué es lo que estás
haciendo realmente allí —expresó con un tono que puso su vello de punta—. Pero
sé que te preocupa. La última vez que te vi así, tenías diecisiete.

Los ojos de Jungkook se abrieron ligeramente, parpadeó unos instantes antes de


evocar su referencia.
—Sí, ¿no lo recuerdas? —prosiguió Yoongi, sus ojos se desviaron, y voz se volvió
grave y profunda—. El campamento marino de Busan. Había una piscina salada
en la que un puñado de monitores nos mostraron a una cría de delfín a la que le
faltaba una aleta.

—Lo recuerdo vagamente.

—Pues yo, con nitidez —dijo el mayor—. Tú le dabas de comer todos los días.
Todos los malditos días. Te levantabas a las cinco y media de la mañana,
entrabas en la piscina con un frío insufrible y te quedabas allí hasta que se
acostumbró a tenerte en el agua.

—Es lo que hubiera hecho cualquiera.

—Estaba muriéndose, Jungkook —intervino Yoongi—. No quería comer nada.

—Pero, comió algo...

—Yeun se despertó una madrugada y nos llamó a todos los que compartíamos
cabaña, te vimos sentado en el bordillo de la piscina, con el bañador puesto por
debajo del abrigo —contó Yoongi pausadamente, bajando la voz—. Ni siquiera
sabíamos cómo lo conseguiste, pero ese bichejo se abrió contigo.

El pelinegro no dijo nada, sólo escuchó sus palabras.

—Cuando nos fuimos del campamento —continuó Yoongi—, te costó una


barbaridad aceptar que no volverías a verlo nunca más. Unas semanas después,
vimos por la página de Facebook que la cría había fallecido. Ya sabíamos que
tenía problemas disfuncionales, los monitores nos dijeron que no tenía mucha
esperanza de vida y por eso la cuidaban en cautividad —suspiró lentamente—.
Cuando lo supiste, lloraste tanto, que pensé que no querrías volver a tocar el
agua. Desapareciste una semana entera. Los chicos siempre me preguntaban por
ti y yo no sabía muy bien que decirles.

—Hmnh. No hablábamos tanto en esa época.

—No —confirmó su compañero—. Pero después, apareciste como si nada. Hiciste


las pruebas para entrar en la universidad y elegiste tus optativas de veterinaria en
biología marina sin consultar a nadie. Supongo que a veces el corazón es más
testarudo que la razón.

Jungkook esbozó una débil sonrisa.

—Supongo...
—Lo que quiero decir —Yoongi fue directo al punto más importante, le miró con
seriedad y un aura familiar—, es que... Jungkook... debes recuperarte de esto si le
liberamos. Puede que no vuelvas a verla, pero ya no puedes desaparecer, ni dejar
de lado al mundo. Eres adulto.

El pelinegro se mordisqueó el labio en silencio. Respiró lentamente, considerando


bien su mensaje.

—Nada cambiará —se mintió a sí mismo.

Hoseok golpeó con los nudillos en la puerta trasera de la camioneta, ambos


alzaron la cabeza y se levantaron para ponerse en marcha.

—Como sea —bufó Yoongi, inclinándose para agarrar la caja de cristal—. Pero no
me pidas que esté ahí, si no estás dispuesto a superarlo. Soy tonto, Jeon, pero no
un imbécil.

Jungkook tragó saliva, le comprendió perfectamente. Su mentira no podía


creérsela ni él mismo. Yoongi tenía miedo de perder al Jungkook que conocía,
pero él también había mentido; por supuesto que le ayudaría, hasta el final.

Hoseok abrió las puertas traseras del vehículo, y Jungkook saltó sobre el asfalto
para agarrar el borde de la caja que Yoongi comenzó a empujar. El castaño les
ayudó un poco, terminaron sacando el arcón con su ayuda y Jungkook y Yoongi lo
sujetaron por las asas.

—Cómo pesa esa cosa —exhaló Hoseok—. ¿Podréis sacarlo de ahí si lo llenáis
de agua?

—Sí.

—Sí —respondieron al unísono, por pura obcecación.

Hoseok arqueó una ceja.

—Vale, equipo de sustracción. Os acompañaré hasta la nave.

Los chicos cargaron el cofre de cristal por el interior de la nave, Hoseok caminó a
unos pocos pasos por delante de ellos, con la linterna de su teléfono iluminando el
camino, y comprobando que el almacén de aprovisionamiento se encontraba
completamente vacío. En la intersección de puertas, Jungkook desbloqueó la
entrada al edificio. Pasaron al interior, sus pisadas resonaron en el suelo. Hoseok
estaba a punto de regresar sobre sus pasos para volver al párking, pero, a unos
metros, frente a la puerta bloqueada que daba paso a la zona privada,
vislumbraron a un tipo de seguridad con un uniforme negro y un walkie talkie en la
mano.
—Mierda —masculló el castaño.

Les indicó con un dedo que se posicionaran tras unas gruesas columnas y,
Jungkook y Yoongi soltaron el arcón en el suelo con un jadeo.

—Jin me prometió que no habría seguridad en los alrededores —jadeó Jungkook.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —murmuró Yoongi, con una fina capa de sudor bajo el
flequillo.

—Ese tipo sólo está dando vueltas afuera, no sabe lo que hay allí adentro —
expresó Hoseok, apoyándose en la columna con los brazos cruzados.

—Lo sabrá, si sacamos a Taehyung metido en esto —argumentó Jungkook,


masajeándose la frente—. Tenemos que distraerle. Tienes que quedarte aquí con
nosotros.

Hoseok descartó lo de vigilar la salida, y los jóvenes escucharon el plan que


Jungkook improvisó decididamente.

—Tendrás que distraerle, llevas un chaleco y una gorra del personal —Jungkook
le señaló con un dedo—. Yoongi y yo cargaremos con la caja, y entraremos en el
acuario.

Hoseok negó con la cabeza, mirando fijamente a Jungkook.

—No. No pueden verme a mí —negó con insistencia—. Créeme, Jungkook, yo ni


siquiera debería estar en la isla. Namjoon debe tener un póster con mi cara, al que
escupe con una cerbatana, en su suite de lujo.

—Okay, ya lo hago yo —Yoongi se ofreció como voluntario, alzando una mano.

Jungkook le miró estupefacto.

—¿Qué? No, hyung-

—¿Sabes hablar con un poco de dialecto? —le interrumpió Hoseok, quitándose la


chaqueta de mantenimiento.

—Soy el rey del dialecto y la improvisación —declaró Yoongi con arrogancia—.


Además, ahí está la puerta del personal.

Los tres dirigieron la cabeza a una puerta azul donde ponía «Limpieza». Yoongi la
empujó con una mano y encontró el resto de su disfraz de Halloween; nunca se
sintió tan inspirado como esa noche.
Instantes más tarde, Jungkook se pasó una mano por el cabello con nerviosismo.
Hoseok esperó a su lado tras una columna, asomando la cabeza para no perderse
su jugada.

El tipo de seguridad merodeaba tranquilamente cerca de la entrada, sus oídos


percibieron un silbido, un tarareo, una pegadiza melodía que le obligó a girar la
cabeza. Se topó con Yoongi, vestido con una bata azul, una gorra de
mantenimiento y una fregona muy fea en la mano.

—Eh, chaval —emitió el guardia—. ¿Se puede saber qué haces tú aquí?

Yoongi se detuvo en seco, levantó su gorra con un par de dedos y miró al guarda
de seguridad con una increíble perplejidad sacada de algún manual de actuación.

—Pero ke dise.

—¿Cómo has entrado? —dudó el guardia de seguridad, alzando ambas cejas.

—Nene, eske se ma derramao el tanke de loh erizoh —expresó Yoongi con una
extraña voz—. No vea la ke sa liao.

—¿Disculpe?

El hombre le miró extrañado, posando una mano sobre el cinturón donde


guardaba el walkie talkie y el arma de servicio, mientras se preguntaba de dónde
diablos había salido un chico tan raro.

—De verdad, ke necesito ke me ese una manilla. Mi arma, ke ehtá to' lleno agua
—ingenió Yoongi con mucho arte—. ¡Y pensá que aún soy becario y no me han
serrao el contrato, dio mío de mi vida!

—Joven, p-pero, ¿esos erizos se encuentran bien? —preguntó aturdido.

—Mire, no se lo quería desí, pero, ¡se man escapao todoh loh erizoh! ¡Ayúdeme!

—S-sí, claro, de acuerdo —contestó el guardia, con un leve tic nervioso en el


párpado izquierdo—. ¿En qué zona están?

—¡Por aquí! —Yoongi salió disparado, con el tipo de seguridad pisando sus
talones—. ¡Tenga cuidao' que pinshan musho!

No sabía a dónde diablos llevarle, pero con sacarle de allí para que los otros dos
pasasen de largo, tenía suficiente. Jungkook y Hoseok se mantuvieron tras una de
las esquinas, observando sigilosamente y aguantándose la risa.

—Cómo rima, joder, parece el dios del rap —carcajeó Hoseok en voz baja.

Jungkook no sabía si reírse o llorar; estaban realmente en problemas.


—Vamos, ¡se ha ido! —le avisó al castaño—. ¡Pasemos ahora!

Se agacharon para levantar el arcón, y Hoseok casi estuvo a punto de chillar por
el peso. Ambos cruzaron el pasillo, desbloquearon la puerta con la acreditación
secreta de Jungkook y pasaron al acuario.

—M-me voy a quedar sin brazos —se quejó Hoseok ahogadamente—. Esto pesa
u-una barbaridad..

Jungkook le animó mientras atravesaban el túnel de cristal situado en el fondo del


acuario. Llegaron junto al ascensor y pudieron permitirse descansar unos
instantes. Entre jadeos, el azabache pulsó el botón del elevador y se inclinó sobre
sus propias rodillas para tomar aire. Estaban cerca, muy cerca de conseguirlo.

Apenas eran las once y media de la noche en ese momento. Esa sería la última
vez en la que Jungkook pensaba pisar aquel maldito lugar. Hoseok tragó saliva y
contempló el lugar, girando sobre sí mismo. Dio unos pasos hacia el grueso cristal
que dejaba ver el enorme acuario. El fondo se encontraba repleto de plantaciones,
hermosas decoraciones de roca, coral y otros materiales, no obstante vacíos,
yermos de vida.

—Joon... —murmuró Hoseok, liberando uno de sus pensamientos en voz alta—.


Cómo has podido llegar tan lejos...

Jungkook le miró de soslayo. Su compañero se lamentó por su amigo, apreciando


en silencio aquel palacio de cristal dedicado al mar. Frente al océano, hundiendo
sus barrotes con las mismas aguas saladas de un mar índigo, como si pudiera
compararse a ellas.

«¿Una cárcel o un santuario?», pensó Hoseok. «¿Qué tipo de amor u odio le


arrastró al que una vez fue su amigo a perpetrarlo?».
Capítulo 10
Capítulo 10. Corazón helado

El ding del ascensor resonó en los oídos de los chicos. Jungkook y Hoseok
empujaron la caja hasta el cubículo, agradeciendo mentalmente que el espacio
fuese el suficiente como para que entrase horizontalmente.

—Démonos prisa —dijo Hoseok con seriedad—. Es mejor que no perdamos el


tiempo.

—Sí, llénalo de agua —requirió Jungkook con calma—, hay una manguera en las
duchas, podrás rellenarlo desde fuera. Yo entraré a por Taehyung.

—¿Así es cómo se llama? —formuló el castaño, advirtiendo que era la segunda


vez que mencionaba su nombre—. Es un buen nombre. No te preocupes, yo lo
llenaré.

Jungkook asintió con más confianza, miró a Hoseok de soslayo, sintiendo algo de
lástima. Estaba seguro de que era un buen tipo, a pesar de que no le conociera
demasiado. El ascensor se abrió de manera natural en la planta, Hoseok entró a la
sala y agarró el borde del arcón mientras Jungkook empujaba. La dejaron frente a
la puerta de las duchas, Hoseok entró para enganchar la manguera, y Jungkook
desbloqueó la puerta que daba paso a la superficie del acuario.

La ráfaga de aroma salado golpeó sus mejillas cuando entró al acuario, caminó
sobre la arena con las deportivas, pantalón vaquero azul oscuro y sudadera
ancha, con capucha. A través del cristal que le concedía vistas directas al mar,
sólo pudo ver olas encrespadas, lluvia salpicando el grueso vidrio y el gruñido de
las nubes tronando en la letanía. La luz artificial iluminaba la estancia allí dentro,
como si fuera un paraíso totalmente ajeno. Jungkook se aproximó a la orilla,
pisando con las deportivas la arena húmeda. Se acuclilló frente al agua y mojó las
yemas en la frío agua.

En unos segundos más, el azabache siguió con los ojos la ondulación de una cola,
la llegada de una sombra silenciosa bajo el agua, aproximándose a la orilla.
Taehyung emergió del agua, con mechones azulados y trenzados bajo la diadema
desde la que colgaba su corazón de coral, más unos hermosos ojos que se
posaron sobre él. Parecía inquieto, tal vez un poco más nervioso de lo que el
pelinegro esperaba. Sus cejas estaban ligeramente inclinadas, a pesar de que sus
iris se iluminasen por volver a verle. Su rostro y hombros cubiertos de finas gotas
saladas que resbalaban sobre su piel.

—¿J-Jungkook? —titubeó.
La sirena extendió una mano y agarró la cálida y seca del humano. Piel contra
piel, a distinta temperatura. Jungkook estrechó levemente la suya.

—Vamos a sacarte —enunció el joven con voz grave—. ¿Estás preparado?

Taehyung asintió con la cabeza.

—No tengas miedo —le reconfortó Jungkook—, todo saldrá bien.

—No tengo miedo, si es contigo —contestó Taehyung.

Sus palabras empujaron a Jungkook con un chorro de afecto que atravesó su


pecho. Apretó su mano y entrecerró los párpados, antes de escuchar la voz de
Hoseok desde la sala. El castaño insistió en que no se demorase. En el cuarto de
baño, cerró el grifo de agua, y en la sala, se agachó para arrastrar el pesado arcón
por el suelo, con extrema dificultad. No tardó demasiado en rendirse, él estaba
demasiado flacucho como para aguantar todo ese peso.

Fuera de la sala, Jungkook se incorporó y profundizó en la orilla con unos pasos.


El agua rebasó sus zapatillas deportivas, mojando hasta sus calcetines. El joven
se acuclilló muy cerca de la sirena y extendió los brazos en su dirección.

—Pon tus brazos alrededor de mi cuello —solicitó.

Taehyung le observó con curiosidad, obedeció al chico y envolvió sus hombros


con ambos brazos. Uno de los de Jungkook rodeó su cintura, y el otro restante
pasó por debajo de su cola sumergida, mojándose hasta la sudadera. El peliazul
percibió la calidez humana a través de la ropa seca de Jungkook, la cual se
humedeció cuanto trató de levantarle con cuidado.

Jungkook tenía suerte de estar en buena forma, ya que Taehyung pesaba fuera
del agua mucho más de lo que aparentaba. Dentro de ella podía moverse como la
criatura más ágil y desgarbada del océano, pero en el exterior, su cola celeste era
enorme y musculosa, y puede que se atribuyese más de la mitad de su peso.
Cuando el pelinegro se incorporó con la sirena en brazos, el agua goteó de sus
cuerpos y sus rostros se encontraron a unos centímetros del otro. Compartieron
una mirada significativa, un lazo íntimo e invisible, en silencio. Jungkook no pudo
evitar recordar cuáles fueron las últimas palabras que compartieron, su
«confesión», y la ingenuidad y sorpresa de los iris de Taehyung.

Para la sirena, era la primera vez que se encontraba fuera del agua de esa forma.
La última vez fue en una red que quemó su piel y escamas. Pero ahora se hallaba
sobre tierra, a voluntad, y en los brazos de alguien, que le miró y cargó con una
delicadeza como si fuera algo frágil. Taehyung se sintió tan extraño, tan cálido y
halagado, que volvió a presentir aquel pulso que durante varias noches seguidas
le hizo tanto daño. Sintió tanto pavor, que deseó que no se extendiese y escondió
la cabeza en el cuello de Jungkook como si fuera un refugio capaz de protegerle
de sus ojos marrones y vibrantes.

Los pasos del chico le dirigieron hacia la sala. La sirena apretó los párpados e
inhaló el singular aroma del humano. Para Taehyung, Jungkook siempre olía a sal,
siempre vestía un traje de neopreno y su temperatura era semejante (tal vez unos
centímetros por encima) a la del agua. Pero en esa ocasión había algo más; un
tenue perfume a salvia y madera, un olor herbal. Ropa seca contra su piel mojada,
brazos cálidos sujetándole firmemente. Un corazón caliente palpitando contra su
pecho, bajo la sudadera. Pensó que su latido era agradable, similar a ese pulso
que había escuchado en las ballenas blancas del Mar del Este, con las que cada
equinoccio jugaba.

Jungkook entró en la sala, le cargó hasta el arcón de cristal. Sus ojos estaban
entrecerrados, el aturdimiento que le provocaba Jungkook había amansado sus
sentidos, no obstante, su vello se erizó súbitamente y sus escamas se volvieron
puntiagudas por la presencia de una tercera persona. Un humano. Un
desconocido al que su instinto identificó. El recuerdo de la red clavándose y
marcando su piel regresó a él de una bofetada. Sus ojos se abrieron con un
extraordinario pavor, Taehyung irguió la cabeza, sus iris heterocromáticos se
posaron sobre el chico. Él. Él y el equipo de expedición que le atraparon.

Aquel día cobró vida ante sus ojos, sangre, salitre, y hojas punzantes arañándole
fuera del agua, para que permaneciese quieto. Para que agachase la cabeza
como una cría marina demasiado asustada para defenderse.

Una sensación fría y electrizante recorrió sus venas, elevando su adrenalina como
la espuma. Le odiaba. Odiaba a los humanos. Les odiaba más que a nada. Les
habían hecho daño, a él y a su nido. Taehyung se contrajo y saltó de los brazos de
Jungkook con un bufido. Al joven casi se le escurrió de los brazos, su fuerza le
hizo caer hacia atrás. Los dientes de Taehyung se volvieron púas, sus globos
oculares tan negros como la noche, sus finas uñas se curvaron como una feroz
bestia.

Hoseok se quedó paralizado, cayó bajo el peso de la sirena y recibió un mordisco


en el antebrazo, seguidamente otro en el hombro, tratando de quitárselo de
encima con un quejido ahogado. Su ropa se llenó de sangre aguada, el sonido
gutural de Taehyung resonó en sus oídos como el de un perro rabioso. La ira
corrió por las venas de la sirena.

Jungkook jadeó, sin comprender cómo diablos habían llegado a eso.

«¿Ese era Taehyung?», se preguntó asustado.


Se incorporó precipitadamente y se lanzó sobre su espalda para detenerle, la
sirena reaccionó con agresividad, pero Jungkook tiró de ella para liberar a Hoseok.
El castaño yació en el suelo bocarriba, impactado, jadeante y aturdido por los
mordiscos y su previa caída.

—¡Taehyung! ¡Taehyung, detente! —gritó Jungkook.

La sirena se retorció, liberándose de su agarre, clavó sus ojos negros sobre


Jungkook como si se tratase de un desconocido. El pelinegro quedó de rodillas en
el suelo, alzó ambas manos en son de paz y contuvo su propio aliento.

Taehyung le dedicó un bufido de rechazo, un gruñido amenazante. Jungkook


nunca antes le vio así; parecía una criatura salvaje, de hermosa ferocidad y difícil
clemencia.

—P-por favor... —jadeó Jungkook lentamente—. Taehyung... Tae, soy yo, ¿de
acuerdo? Sigo siendo yo...

Taehyung redirigió su atención hacia Hoseok, quien yacía tras Jungkook en el


suelo. Su quejido y el olor de su sangre atrapó la atención de la criatura, quien le
miró con sublevación. El pelinegro permaneció estático, observando su interés por
el catalizador de su repentina ira. Permaneció como un muro humano entre
ambos, con la furiosa sirena a unos metros de ellos.

—Hoseok —musitó Jungkook, mirándole de soslayo, sin moverse—. Hoseok,


¿estás bien?

—S-sí... tengo varios... —Hoseok respiró entrecortadamente, llevándose una


mano al hombro para taponar la hemorragia—. Me ha mordido en...

El peliazul volvió a gruñir por el sonido de su voz, su excitación se incrementó


brevemente, mostrando unos peligrosos colmillos y un rostro colmado de cólera.

—Sshh, sshh, Tae —murmuró Jungkook, mirándole de nuevo—, tranquilo. No va a


hacerte daño. Él vino conmigo para ayudarte.

Taehyung le miró como si no pudiese comprender su idioma. El corazón de


Jungkook latía desbocado, tenía la boca amarga intuyendo que la sirena había
identificado a Hoseok como uno de los participantes de su caza.

—Para ayudarnos —prosiguió el azabache con voz conciliadora—. Vamos a


sacarte de aquí. Quieres volver a nadar en mar abierto, ¿verdad?

Jungkook se levantó lentamente con la intención de aproximarse, Taehyung le


gruñó. Sin embargo, él continuó avanzando muy despacio, con una voz cálida y
una presuntuosa calma que cegaba su auténtica inquietud por la reacción de la
sirena. No temía ver a Taehyung como lo que era (una criatura salvaje), pero sí
temía que le rechazase, que rehusara volver a acercarse a él o llegase repudiarle.
No podría vivir con eso.

—Sabes que yo nunca te haría daño —continuó Jungkook con nobleza,


entrecerrando sus párpados—. ¿Recuerdas lo que te dije que sentía por ti? Tal
vez nunca puedas comprenderlo, pero, piensa en el mar, como yo pienso en ti... y
volverás a casa muy pronto.

Taehyung se volvió silencioso, sus colmillos asomaban por debajo de sus labios
como los de un felino confundido. Le miraba fijamente, como si estuviese
escuchando un insólito mantra.

«Jungkook pensaba en él, como él en el mar», recapacitó gradualmente,


sintiéndose muy extraño.

Se aproximó un poco más a la sirena, ella percibió la cálida aura humana y mortal
del chico. Los ojos de Taehyung abandonaron paulatinamente el negro oscuro que
preponderaba en sus globos oculares, sus iris dilatados yacieron sobre Jungkook,
su cuerpo retrocedió reptando sobre el suelo, golpeando con la cola levemente
con una señal de nerviosismo.

—Ya está, ¿vale? —murmuró el joven—. No va a pasar nada, vamos a salir de


aquí. Todo va a salir bien.

Taehyung le miró en tensión, alzando un muro invisible entre ellos que renegaba
su contacto. Sus pupilas dilatadas fueron de soslayo hasta Hoseok, quien había
logrado incorporarse hasta quedar sentado, e intentaba anudar el profundo
mordisco en su brazo con una pequeña toalla.

—Está rectificando, Tae. Me ha traído hasta aquí para ayudarte —musitó


Jungkook frente a la sirena—. Confía en mí. ¿Crees que yo podría lastimarte?

El peliazul tragó saliva, sintiendo un nudo en su garganta, sus iris regresaron a


Jungkook en una oleada de compasión. Sus ojos se volvieron vidriosos por el
arrepentimiento, recubriéndose de una fina película formada por las valiosas y
brillantes lágrimas de su especie.

Jungkook supo identificar la expresión de su rostro, ese helado corazón


resquebrajándose y ofreciéndole la oportunidad de entrar justo en ese momento.
El joven extendió las manos y tomó su rostro con delicadeza.

—Eh, no pasa nada —dijo en voz baja—. Estoy aquí, no me voy a ningún lado.

—L-lo siento —musitó la sirena—. N-no quería hacerte daño.


Su perdón llenó a Jungkook de afecto. «Sabía que Taehyung reaccionaría».

—No importa —murmuró cálidamente.

De rodillas, soltó su rostro con delicadeza y vislumbró a Taehyung temblar como


nunca lo había hecho. Inesperadamente, el sonido del ascensor sonó tras ellos.
Las puertas se corrieron hacia ambos lados, y Yoongi se detuvo en el marco, con
los ojos muy abiertos. Se quitó la gorra con unos dedos y les miró atónitos:
Hoseok se encontraba herido y sentado en el suelo. Jungkook de rodillas, frente a
una criatura de resplandeciente cola azul y cabello cobalto que pareció inquietarse
por su llegada.

Estaba a punto de lanzarles por qué diablos se tardaban tanto, pero cuando vio la
escenita, ni siquiera pudo juntar las suficientes palabras.

—P-pero, ¿qué...?

Hoseok exhaló una sonrisa débil, por la pérdida de sangre y el efecto del
mordisco.

—¿Y el guardia? —preguntó Jungkook, sin moverse.

Yoongi señaló con un dedo pulgar hacia atrás y sostuvo el walkie talkie del tipo en
su mano derecha.

—Pues, verás; le golpeé en la cabeza con la fregona, después le encerré en el


cuarto de la limpieza —sacudió el dispositivo como si fuera un trofeo—. También
le quité esto, ¿os gusta mi nuevo cachivache? Acabo de pedirle a un tal Mike que
ponga K-pop en la emisora. ¿Queréis escucharla?

Jungkook apretó los párpados cuando Yoongi pulsó el botoncito, una pegadiza
melodía comenzó a sonar en la silenciosa sala.

«Bendito Yoongi y sus improvisaciones», se dijo.

Taehyung parpadeó cómicamente, preguntándose si ese era el familiar de


Jungkook.

—C-creo que tenemos poco tiempo para salir de aquí —expresó Hoseok con voz
ronca—. A-a no ser que... queráis que los cuatro acabemos en una pecera de un
metro cuadrado...

—Pues ahora que lo dices, no me apasiona demasiado la idea —dijo Yoongi


arrugando la nariz.
—A mí tampoco —suspiró Jungkook—, salgamos de aquí. Yoon, ayuda a Hoseok,
tiene otra herida en el hombro —organizó la situación decididamente—. Yo meteré
a Taehyung en el arcón.

Yoongi atravesó la sala, echándole una miradita de soslayo a la sirena, cuyos


singulares iris se clavaban sobre él, mientras envolvía los brazos alrededor del
cuello de Jungkook con recelo. Yoongi sacudió la cabeza y se inclinó junto a
Hoseok, ayudándole a levantarse.

—¿E-estás bien? —dudó brevemente.

—He tenido momentos mejores —contestó el castaño entre dientes, levantándose


con su ayuda.

Yoongi miró por encima el desgarro de su hombro, la camisa de flores estaba


rasgada, manchada, sobre la piel llena de sangre.

—Joder, dime que esto no es como en The Walking Dead —masculló Yoongi—.
¿Te vas a convertir en una sirena?

Hoseok soltó una carcajada silenciosa.

—Lo dudo, p-pero sí voy a comenzar a alucinar cosas dentro de unos minutos —
jadeó el joven con una sonrisa, como si no tuviera mayor importancia—, a-así que
será mejor que salgamos de aquí antes de que comience a gritar que tu cara es
como la de un pulpo.

Mientras Hoseok sudoroso colgaba un brazo por encima de los hombros de


Yoongi, Jungkook cargó a Taehyung hasta el arcón de cristal. Lo dejó en el agua
con cuidado, comprobando que tenía el tamaño perfecto para Taehyung. La
longitud de su cola entraba sin problema y sin que tuviera que flexionarla. El
pelinegro expresó que debía cerrar la cubierta para su seguridad. Agarró la tapa y
cerró la bisagra, verificando el hermetismo de la caja. La oportuna rejilla permitiría
que el agua se oxigenase sin mayor problema.

Antes de incorporarse, Taehyung y él se miraron un instante. Jungkook creyó que


lo más difícil ya había pasado, pero aún quedaba algo mucho peor para él. Tener
que despedirse.

—Vamos, salgamos de aquí cuanto antes —solicitó al levantarse.

Jungkook advirtió el mal estado de Hoseok, quien palidecía volviéndose sudoroso.


El castaño se apartó de Yoongi alegando que no necesitaba ayuda, Yoongi dudó
un instante, pero sabía que sacar el arcón de allí era más importante. Jungkook y
Yoongi agarraron la caja de cristal por las asas de ambos extremos, levantaron el
pesado arcón y se introdujeron en el ascensor con Hoseok.
Bajaron desde la sala del personal a la diminuta sala inferior y atravesaron
rápidamente el túnel de cristal.

—E-esperad —jadeó Hoseok, asomándose en el exterior primero—. No hay nadie,


¡vamos, vamos!

Los chicos siguieron sus indicaciones, atravesaron el rellano de las instalaciones


soportando el peso de la caja (que parecía pesar una tonelada rellena de agua y
con una sirena), y pasaron a la oscura nave de almacén. Hoseok utilizó su
teléfono una vez más como linterna, escuchando el jadeo del esfuerzo de sus
compañeros, aceleró sus pasos sintiéndose mareado por el efecto de los
mordiscos. En unos minutos más, llegaron al exterior de los almacenes, se
aproximaron a la furgoneta estacionada y posaron el arcón de cristal sobre el
suelo, inclinándose sobre las rodillas para tomar aire.

—Por el amor de dios —se quejó Yoongi—, nadie me dijo que l-las sirenas
estaban hechas de cemento. Aunque claro, tampoco me dijeron que existían fuera
de los cuentos.

Jungkook se apartó el sudor de la frente con una manga, una tenue llovizna
golpeó contra el cristal de la caja. Él se acuclillo jadeante y posó una mano sobre
la cubierta.

—¿Estás bien? —le preguntó a Taehyung.

La sirena asintió con la cabeza, sus ojos se encontraban muy abiertos, con una
mezcla ambivalente de curiosidad y cierto temor por encontrase lejos de su zona
de confort. El cielo estaba grisáceo, las nubes compactas se fraccionaban por la
lluvia y un fuerte trueno resonó sobre sus cabezas, volviendo más densas las
gotas que se derramaban desde el cielo.

Jungkook percibió que algo no iba del todo bien cuando Hoseok tardó tanto en
desbloquear las puertas del vehículo. Él giró la cabeza y le vio desplomarse contra
el cristal, jadeando con esfuerzo y un extraño rostro repentinamente enfermizo.

—¿Hoseok?

—E-estoy bien. N-no, no... os preocupéis por mí...

El pelinegro fue hasta él, con Yoongi pisando sus talones bajo la lluvia. Jungkook
agarró la llave del coche, que casi se escurría entre los dedos de un Hoseok
indispuesto.

—Yoon, tendrás que conducir tú —delegó Jungkook, ofreciéndosela a su amigo—.


No puede manejar así. Metamos a Taehyung atrás primero.
—L-lo siento —exhaló Hoseok volviéndose ojeroso bajo la lluvia.

Yoongi asintió, y sin mayor problema, desbloqueó la furgoneta y se guardó la llave


unos instantes en el bolsillo de su pantalón.

—Siéntate de copiloto, tío —le aconsejó Yoongi a Hoseok, dejándole una tenue
palmadita en la espalda—. Tu cara está horrible, en serio.

Hoseok rodeó el coche con debilidad, abrió la puerta de copiloto y se dejó caer en
el asiento. Ni siquiera tuvo fuerza para ponerse el cinturón de seguridad tras cerrar
su puerta, mientras los otros dos abrían el compartimento trasero y metían el
arcón con la sirena adentro.

Jungkook se quedó en la parte de atrás cuando Yoongi salió, cerró las puertas y
se sentó junto al arcón. Yoongi dio la vuelta a la furgoneta rápidamente y entró en
el auto, sentándose de piloto. Introdujo las llaves y prendió el motor que resonó en
mitad del silencioso párking bajo una lluvia que comenzaba a volverse densa.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Yoongi arrancando el auto.

—S-sal de aquí —respiró Hoseok, agarrado al cinturón desabrochado con una


sola mano—. Es lo principal.

—Tienes que vendarte esa mierda —refunfuñó Yoongi, mirándole de soslayo.

—Izquierda —apuntó Hoseok con un dedo—, toma la autovía, saldremos de la


ciudad más rápido.

Yoongi siguió sus indicaciones, salió del recinto turístico y el acuario de Geoje
quedó a sus espaldas en menos de un minuto.

En la parte trasera, Jungkook abandonó el asiento metálico y se arrodilló frente a


la caja de cristal, pasó los dedos por la cubierta y abrió la bisagra metálica, para
destapar el arcón. La tenue luz artificial proveniente de las ventanillas delanteras,
le arrojaron la luz suficiente para poder ver a la sirena.

—Mejor así —musitó Jungkook, evitando su sensación de sentirse atrapada en un


pequeño cubículo.

Taehyung se incorporó en el interior del arcón, se sentó y llevó sus manos al


borde, salpicadas de resplandeciente purpurina casi imperceptible en la
penumbra. Jungkook le observó en silencio, la sirena giró la cabeza hacia los
asientos delanteros con inquietud, casi como un tic nervioso. Volvió a mirar de
soslayo al pelinegro, mientras Jungkook se sacaba la sudadera húmeda y calada.

—Estoy helado —alegó, quedándose en manga corta y apartando la prenda.


La sirena no dijo nada, pero Jungkook percibió que sus hombros temblaban
levemente, así como los dedos con los que se agarraba al borde.

—¿Tienes frío?

Taehyung asintió y abrazó sus propios brazos húmedos. Otra vez, «aquella
sensación». Como un tirón en su pecho, dolor de escamas y miedo. Mucho miedo.

—E-el agua está... fría...

—Jungkook, no puedo manejar hasta la costa ahora —la voz de Yoongi le alcanzó
desde la parte delantera—; hay tormenta y Hoseok está empezando a decir cosas
muy raras.

Otro trueno resonó sobre ellos, iluminando la oscura carretera de asfalto bajo la
lluvia.

—El Kraken... v-vendrá a cobrarse nuestra vida... —soltó Hoseok en un estado


delirante—. S-se tragará la isla...

—¿¡Qué dices!? ¡¿Un Kraken!? —chirrió Yoongi, tratando de no dejar de mirar la


carretera mientras conducía—. ¡No me mudé a esta maldita isla para ser el
aperitivo de un calamar gigante!

—Está alucinando —declaró Jungkook con voz grave—, es producto de los


mordiscos, Yoon. Tal vez tenga fiebre.

—Fantástico —gruñó su compañero apretando el volante entre los dedos—. ¿Qué


hacemos?

Jungkook miró a Taehyung de soslayo, encontrándole repentinamente pálido.

—¿Tae? —pronunció inclinando la cabeza—. ¿Estás bien, qué sucede?

Taehyung no dijo ni media palabra, pero gimió cuando Jungkook le tocó con una
mano cálida de dedos fríos.

—¿Es por el agua dulce? —dudó Jungkook, sin saber muy bien que pensar.

Taehyung negó con la cabeza, se agarró al borde retorciéndose. El agua del arcón
se derramó por su movimiento sumado al giro de volante de Yoongi.

—Eh —exhaló Jungkook, requiriendo su atención—. Tae, dime, ¡dime! ¿¡qué


sucede!?

La sirena apretó los párpados, sintió una fuerte náusea que estranguló su
garganta. Pensó que estaba ahogándose por el aire, pero tal vez era el agua.
Quizá no era nada. ¿Sus pulmones estaba tratando de funcionar?
—¡Tae! —Jungkook levantó su voz, posó las manos en el borde del arcón,
mirándole muy asustado.

Yoongi orientó el espejo retrovisor para mirarle.

—¿Jungkook? ¿qué pasa?

Taehyung tosió entrecortadamente, con las manos en la garganta. Jadeó o intentó


hacerlo perdiendo la fuerza de su cuerpo y sintiendo como si su piel ardiese en el
agua. Se quejó como si algo le estuviese hiriendo, sus ojos se llenaron de
lágrimas, sus oídos comenzaron a bombear con fuerza el pulso de algo
proveniente de su pecho.

Jungkook zarandeó sus hombros, para que reaccionara.

—Por favor, dime qué sucede, ¿¡qué ocurre!?

—E-el agua —lloriqueó Taehyung fugazmente—. M-me quema...

—¿El agua? —repitió el pelinegro.

Los iris del humano comprobaron el agua, introdujo una mano; estaba fría, una
temperatura normal.

—Hoseok —requirió la atención del castaño—. ¿El agua dulce le hace daño a las
sirenas?

Hoseok estaba demasiado enfermo a esas alturas como para poder responderle,
se escurrió levemente sobre el asiento, con los ojos entreabiertos, dejándose
llevar por los suaves movimientos de la conducción temeraria de Yoongi.

Taehyung comenzó a retorcerse como si le hirviesen, su cuerpo convulsionó con


un jadeo enfermizo. Jungkook trató de sujetarle, pensó en sacarle de alguna
forma, desesperándose. Súbitamente, advirtió el cambio de temperatura de la
sirena. Era alto, como el de una repentina fiebre. El agua comenzó a producir un
extraño burbujeo. ¿Estaba envenenada? ¿Estaba matándole?

—Yoongi, ¡detén el auto! —vociferó Jungkook—. ¡Detente, ahora! ¡Tenemos que


sacarle del agua!

Yoongi negó con la cabeza, pegó otro volantazo que casi movió la caja de cristal.
La cabeza de Hoseok rozó su brazo derecho mientas conducía.

—D-detén el puto vehículo —jadeó Hoseok en un rayo lucidez—, capullo.

—Estamos cerca, muy cerca.


—¡Dijiste que no iríamos a la costa! —gritó Jungkook desde atrás, realmente
desesperado.

—Y no iremos —decretó Yoongi con seguridad—. Él está convulsionando, y este


de aquí desangrándose. Vamos a casa.

Jungkook apretó la mandíbula, con la respiración agitada. Agarró la mano de la


sirena y le suplicó que aguantase.

—E-el agua dulce no les hace daño... s-sigue siendo agua... —musitó Hoseok
desde su asiento, sudoroso y débil.

—Taehyung —repitió Jungkook en voz baja, mientras la tormenta exterior


retumbaba en sus oídos—. Tae, aguanta, por favor.

Yoongi estacionó la furgoneta frente a su casa. En algún punto del viaje,


Taehyung perdió la consciencia. Hoseok aguantó como un guerrero, a pesar de lo
enfermo que se sentía. En sus ojos, podía ver escarpadas olas del mar
tragándose la carretera, y Yoongi tenía tentáculos alrededor del volante en lugar
de dedos.

El piloto salió disparado del auto sin cerrar la puerta, y no tardó más de unos
segundos en abrir el compartimento trasero, para ayudar a Jungkook a cargar a la
sirena. No se molestaron en sacar el arcón de cristal, bajo la furiosa tormenta
sacando su cuerpo inanimado y se dirigieron hacia la puerta de la casa.

—Está ardiendo —jadeó Yoongi, dejó su cola sobre el suelo para desbloquear la
puerta, y seguidamente pasaron.

—A la bañera —indicó Jungkook rápidamente—. Necesita refrescarse.

Ambos entraron en el cuarto de baño, colocaron a Taehyung en el interior de la


bañera cuidadosamente. Su larga cola quedó fuera de esta, colgando por encima
del borde. Jungkook agarró la alcachofa y abrió el grifo para refrescar
superficialmente la piel de Taehyung. Sin embargo, no reaccionó, ni siquiera se
movió.

—¡H-Hoseok se ha quedado en la furgoneta! —reaccionó Yoongi rápidamente,


alzando la cabeza.

—Ve a por él —sugirió Jungkook sin mirarle.

Su compañero desapareció de allí, Jungkook se inclinó para taponar la bañera y


rellenarla de agua fresca. Sentía las manos heladas, las zapatillas caladas y el
pantalón vaquero pegado a sus piernas, pero no le importaba.
«Taehyung había dicho que el agua le quemaba», pensó ágilmente. «Pero él
estaba seguro de que era su piel lo que quemaba, no el agua».

Jungkook rellenó la bañera hasta el torso de Taehyung, cerró el grifo y regresó


hasta la sirena, sujetando su rostro y hablándole con suavidad.

—Tae, por favor —murmuró, escuchando la lluvia golpear la ventana—. Quédate


conmigo, regresa...

La sirena no abrió los ojos ni reaccionó durante largos segundos, se encontraba


sumergida en una fuerte fiebre que abrasaba su piel y oprimía su garganta. Estaba
inmóvil, dejándose llevar por una única sensación: sus venas le abrasaban en cal
viva. La insistencia de la suave voz de Jungkook le atrajo hasta una horrible orilla,
donde sus escamas deseaban desprenderse de su cola.

De repente, abrió los ojos rojizos, empañados como el cristal, de dolorosos globos
oculares. Jungkook sintió un miedo que le recorrió su espina dorsal. Taehyung
comenzó a respirar con un sonido dificultoso y enfermizo.

—Tae... —le llamó con suavidad.

—T-tengo... f-frío... —confesó Taehyung asustado, percibiendo nuevamente


aquella horrible y desconocida sensación.

Jungkook pensó que su temperatura era demasiado elevada como para sentirlo,
sin embargo, la siguiente pregunta de Taehyung le partió el corazón.

—¿Voy a morir? —jadeó con debilidad.

El joven se inclinó y sacó sus deportivas, flexionó una rodilla y entró


cuidadosamente en la fría bañera, dejándose inundar por el agua helada. Se sentó
tras su espalda, abrazándole para que no temiera.

—No —contestó sin lugar a dudas.

La fría agua caló hasta sus huesos, pero la intensa temperatura de la sirena actuó
sobre su ropa en un extraño contraste.

«No sabía por qué estaba sucediendo eso, pero no iba a dejarle ir», se dijo
Jungkook. «No pensaba dejar que tuviese miedo».

Yoongi dejó que Hoseok se derrumbara sobre el sofá, sin demorarse regresó al
cuarto de baño y se detuvo en el marco de la puerta, encontrándole.

«Sabía que haría algo así», pensó Yoongi con pesar. «Igual que con aquel maldito
delfín».
—No tengas miedo —murmuró Jungkook, estrechando a la sirena—. Todo va a
salir bien. Estoy aquí, contigo.

Taehyung comenzó a temblar en sus brazos, Jungkook reparó en su enfermiza


respiración, cayendo en la cuenta de que era la primera vez que respiraba de esa
forma. Pero lo peor estuvo por llegar, cuando, de repente, las escamas de su cola
comenzaron a desprenderse. Se deshicieron como si su cola estuviese bañándose
en ácido, fue tan horrible que el agua se tornó en un tono rojizo.

Yoongi se quedó paralizado, horrorizado. Jungkook comenzó a llorar, le suplicó


que no le abandonase. Yoongi salió corriendo hacia la bañera, agarró uno de sus
brazos y le pidió que saliera del agua, pero Jungkook no le hizo caso, ni siquiera le
escuchaba.

La criatura de la que se había enamorado estaba deshaciéndose en sus brazos,


¿qué tipo de cruel destino era ese?

—Jungkook, por favor, sal del agua —repitió Yoongi—. Esto no puede ser bueno,
¡está...!

Jungkook apretó con más fuerza a Taehyung, sin soltarle. No pensaba moverse.
No le importaba morir con él, allí mismo.

—Dios, ¡no! —jadeó Yoongi, alejándose unos pasos—. No puedo ver esto, n-no
puedo...

Hoseok llegó hasta el cuarto de baño lentamente, tambaleándose, apoyándose en


la pared del pasillo, viéndose arrastrado por sus gritos. Vio la escena desde el
marco de la puerta y sostuvo su respiración. Yoongi cayó de rodillas al suelo y
bajó la cabeza, no podía seguir mirando. Jungkook apretaba los párpados,
sosteniendo a la sirena mientras su cola se deshacía como el papel aguado.

Un horrible rastro sangriento se diluyó en el agua, sus aletas azules


desaparecieron, su cola se hizo mucho más pequeña, la carne se separó y se
volvió piel mientras todos lo ignoraban. Hoseok no podía apartar la mirada, el
mundo se difuminaba alrededor por los mordiscos de sirena y la pérdida de
sangre, pero permaneció allí, contemplando la escena.

Nunca había visto a alguien aferrarse así a algo; acababa de conocer a Jungkook,
pero le dolía verle de esa forma, contemplando como su corazón era destrozado
de una manera tan macabra. Sin embargo, Taehyung dejó de sufrir. No volvió a
sentir nada más. Ningún dolor.
Respiró plácidamente, con los pulmones doloridos y entre los brazos de alguien
más. El oxígeno manteniéndole con vida, el agua fría envolviendo su cuerpo
desnudo, y unas lejanas voces que no pudo reconocer en la distancia.

—J-Jungkook... sal del agua... —repitió Yoongi—. Por favor...

Hoseok se aproximó al borde de la bañera, pestañeando. Tocó el hombro del


chico para acallarle. Sus alucinaciones persistían, ¿o creía estar viendo lo que
realmente veía?

—Son piernas —pronunció Hoseok sin poder creérselo ni él mismo.

—¿Q-qué? —Yoongi alzó la cabeza.

Jungkook abrió los ojos al escucharle, lo supo entonces; Taehyung estaba


respirando, su pecho palpitaba bajo sus brazos. Tenía pulso desde hacía unos
minutos. Le había apretado con tanta fuerza, que sus brazos se habían dormido y
apenas lo había notado.

En el otro extremo de la bañera, un par de piernas desnudas bajo el agua, sin


escamas, de un suave tono canela asomando unas finas rodillas en la superficie.
Su cabello azul parecía estar destintándose a un incierto rubio pálido, y
manteniéndose inconsciente entre los brazos del azabache, la alta temperatura de
su cuerpo comenzó a descender poco a poco.
Capítulo 11
Capítulo 11. Un par de piernas

«Boom, boom», Taehyung abrió los ojos lentamente.

La luz dorada de la mañana se derramaba desde la ventana, incidiendo en el


interior de una habitación. Sus pupilas se enfocaron poco a poco hasta encontrar
la nitidez. Durante un segundo, creyó escuchar el sonido de las olas. Pero no fue
otra cosa que su respiración acompasada. La extraña sensación de la gravedad
se hizo presente, no se encontraba sumergido en agua, sino tumbado sobre un
mullido colchón, con una fina sábana azul oscura cubriéndole. Giró la cabeza
lentamente y observó las paredes de madera recubiertas de adornos marinos;
unas estrellas de mar falsas, un cordel del que colgaban fotografías y lo que
parecían diminutas bombillas apagadas. El techo era cuadrangular, con la otra
mitad inclinada diagonalmente, donde se encontraba la ventana. Taehyung
parpadeó, vislumbró un pequeño escritorio, una silla giratoria frente a este, un
ordenador portátil cerrado y ropa doblada sobre la mesa.

«¿Ese era el olor de Jungkook?», se preguntó un instante, percibiendo


fugazmente el aroma de la almohada.

Miró sus propias manos: estaban secas, los dedos carecían de membranas. Eran
distintas. ¿Ese también era su cabello seco? Por la forma de deslizarse entre sus
yemas, pensó que parecía sedoso. Pero comenzó a asustarse por no vislumbrar
ninguna fuente de agua cerca; sin su elemento, moriría. Las sirenas siempre
sufrían una rápida deshidratación.

Cuando se giró hacia el otro lado con nerviosismo, se topó con Jungkook. Él se
encontraba sentado en una silla, con los brazos apoyados sobre el colchón y la
cabeza recostada sobre estos. Una de sus mejillas estaba aplastada, sus
rasgados ojos cerrados y cubiertos por pestañas negras.

«Boom, boom», su corazón resonó en su pecho. Taehyung se llevó las manos al


punto exacto por encima de su tráquea. ¿Sus pulmones funcionaban? ¿Era eso
un corazón? ¿Por qué estaba lejos del agua? De alguna forma, su pavor se vio
disparado por un pistoletazo. Entró en pánico, nadie le había enseñado a respirar
con pulmones. ¿Por qué se sentía tan liviano fuera del agua? ¿Dónde estaban sus
escamas? ¿Qué era eso que se movía bajo la sábana?

Jungkook se despertó rápidamente, alzó la cabeza y pestañeo desorientado con


ojos cansados. El jadeo del chico se volvió extraño, entrecortado.

—¿Tae?
Jungkook clavó los codos en la colcha y atrapó sus manos, atrayendo su atención.

—Eh, Tae, tranquilo —le dijo con suavidad—. Estás en mi dormitorio, no pasa
nada.

Taehyung le miró como un cordero degollado. Contuvo su respiración enfermiza,


mareándose y asustándose por la repentina necesidad de sus pulmones.
Jungkook percibió su molestia rápidamente.

—Inspira por la nariz, despacio —aconsejó, estrechando una de sus manos—.


Mírame, sólo mírame a mí. Expulsa el aire por la boca.

Taehyung siguió sus indicaciones lentamente, con los ojos empañados. Jungkook
notó el temblor de sus dedos bajo su agarre, debía estar muy asustado. Pero fue
aún peor cuando Taehyung vio que la sábana se había apartado por su previo
movimiento, dejando a la vista un par de extremidades que nunca antes había
visto. Cuando no pudo ver su cola azul, sintió tanto pánico que se inclinó hacia
Jungkook para refugiarse en él.

—¿Q-qué me está p-pasando?

Jungkook le meció un instante, pasando una cálida mano por su espalda. El chico
se agarró con unos fuertes dedos a su grisácea y cálida sudadera, enterrando su
nariz junto a la nuez de su cuello.

—Son piernas —respondió el azabache en voz baja—, tranquilo.

Taehyung derramó unas cuantas lágrimas casi ahogándose, Jungkook las apartó,
su brillo seguía pareciendo mágico. Sujetó su mentón y le obligó a que volviese a
mirarle a los ojos.

—Inspira por la nariz, así —él inhaló profundamente, mostrándole cómo debía
hacerlo—. Después, exhala —continuó soplando entre sus labios.

Tras unos segundos, Taehyung volvió a tomar el control de su respiración, con las
pestañas húmedas.

—No pienses en que estás respirando —prosiguió Jungkook—, tu sistema de


respiración de branquias funciona similar a los pulmones —uno de sus dedos
pulgares acarició discretamente un punto de la base de su cuello, Taehyung se
encogió un instante—. Sigue aquí, no se ha ido.

La sirena llevó las yemas a ese lugar y detectó las ranuras de su piel. Por suerte,
sus branquias no parecían haberse marchado, era la única zona donde algunas de
sus escamas celestes persistían, recubriéndolo. Jungkook pensó en que tal vez
podía ocultarlo si utilizaba cuellos altos, el cuello de una sudadera o pañuelos.
—¿Y si dejo de respirar? —dudó Taehyung puerilmente.

—No vas a dejar de hacerlo.

—¿Por qué no? —preguntó cómo un niño—. ¿Y si vuelvo a ahogarme?

Jungkook sonrió levemente.

—No funciona así.

Taehyung volvió a mirar sus piernas flexionadas, apretó los párpados y sacudió la
cabeza, desviando su mirada. Era demasiado extraño ver aquello allí, en lugar de
su poderosa cola.

—¿Por qué me pasa esto? —se quejó como un crío a punto de romper a llorar de
nuevo—. N-no quiero tener piernas, q-quiero volver al agua.

El pelinegro le miró compasivo, frotando levemente su hombro.

—La recuperarás en cuanto sepamos qué es lo que ha sucedido —trató de


reconfortarle—. Nos has asustado tanto... por un momento, pensé que... ibas a...

Taehyung se tranquilizó poco a poco, mientras el humano le ofrecía su


comprensividad y raciocinio. Hablaron un instante sobre esa horrible noche,
mientras la luz solar se derramaba entre las nubes fraccionadas en el cielo, tras
una larga tormenta en la que apenas pudieron pegar ojo.

Por un lado, tuvieron que hacerle un hueco en el sofá a Hoseok, quien se


encontraba muy enfermo. Jungkook no era médico, pero lo que sabía en
veterinaria y su habilidad para coser heridas le fue útil para encargarse del
mordisco de su hombro y brazo. La mordida del hombro era la peor, la más
profunda y desgarrada. Mientras la cosía, ni siquiera podía creerse que aquel
mordisco hubiese sido producido por su inofensiva sirena. Quizá a esas alturas se
había acostumbrado a mimar a un león marino como si fuera un gatito.

Hoseok aún tenía fiebre, pero un par de paños húmedos en su frente y cuello le
ayudó a pasar la noche sin complicaciones. Yoongi preparó una sopa caliente
para los tres, pero Jungkook descartó calentar su estómago y regresó a su
dormitorio para cerciorarse de que Taehyung seguía inconsciente.

—¿Puedes moverlas? —preguntó el joven acerca de sus piernas.

Taehyung ni siquiera quería mirarlas, hizo un gesto de inseguridad y Jungkook


apartó el resto de la sábana que cubría sus pies. Vestía una de sus camisetas
grandes y anchas con letras raras sobre un grupo de rock olvidado, a Taehyung,
sorpresivamente le llegaba por encima de los muslos. También usaba una de sus
prendas de ropa interior, de esas que Jungkook no utilizaba desde que entró a la
universidad. Al fin y al cabo, puede que las sirenas no tuviesen género entre ellas,
pero Taehyung era un chico y Jungkook se había cerciorado (no era como si le
sorprendiese ver un miembro masculino, para él había sido lo más natural del
mundo).

Jungkook le indicó para que se sentase en el borde de la cama, con ambas


piernas colgando sin que los talones llegasen a tocar el suelo. Le sorprendió un
poco cuando lo hizo, «¿Tae era corto de estatura? Imposible», se dijo. «Su cola
azul era enorme y pesada, pero, ¿iba mal de percepción o le parecía que sus
piernas desnudas se veían mucho más pequeñas de lo que esperaba?».

—Déjame comprobar algo.

Jungkook apartó su silla y se acuclilló frente a Taehyung. Cotejó una de sus


piernas con tranquilidad, convencido de que sus extremidades estaban en buen
estado. Tocó sus pies, presionando con los pulgares hasta el tobillo para
comprobar el buen estado de las articulaciones.

—A-ay —Taehyung se quejó un poco y él sonrió ligeramente, continuando con


unos dedos más suaves.

—Tienes terminaciones nerviosas, que sientas eso, es positivo.

—¿Mhn?

Su músculo gemelo era suave, tenía una forma voluminosa y delgada. Jungkook
detuvo las yemas en las rodillas, deslizó una mano por la corva cuidadosamente y
sujetó su pierna, toqueteando el menisco con los dedos de la mano contraria.
Estaba en perfectas condiciones.

—Me haces c-cosquillas —soltó Taehyung algo enfurruñado.

—¿Oh?

El pelinegro pellizcó su pantorrilla maliciosamente, Taehyung emitió un quejido


agudo y estuvo a punto de patearle la cara. A él le hizo muchísima gracia, alegó
que era una broma y continuó un instante más para terminar su perimetraje.

—S-sigo sin entender por qué tienen que ser dos, creo que con manejar una
pierna ya tengo suficiente —argumentó Taehyung bien molesto, cruzándose de
brazos con el ceño remarcado—. El ser humano y sus excesos.

Jungkook levantó su mirada, con media sonrisa dibujada sobre sus labios. Sus
piernas parecían completamente funcionales, humanas. Tersas y sin marcas, sin
vello, de un tono como la canela suave o la arena tostada de la playa que tanto le
gustaba. Su muslo era absurdamente suave, él ralentizó la caricia de sus yemas
calientes, encontrando cierto agrado en su ascensión, por un instante. De repente,
Jungkook se sintió perturbado y apartó su mano del muslo. Se humedeció los
labios advirtiendo que había estado conteniendo su aliento unos segundos, ¿es
que estaba mal de la cabeza? ¿a qué venía lo de sentirse tan nublado?

Sus pupilas regresaron a las de Taehyung, él le miraba atento, pero sin identificar
las mejillas sonrosadas del azabache. Sus globos oculares se encontraban un
poco enrojecidos por haber llorado, pero mantenía los iris heterocromáticos, con
una mezcla entre el azul y rosa coral. El resto de su piel, tanto su rostro como sus
brazos, habían perdido ese destello salpicado por purpurina del mar y
resplandecientes escamas de tonos zafiros. Su cabello también había dejado de
ser azul, tornándose en un rubio dorado.

—¿Qué? —dudó Taehyung con incertidumbre—. ¿A-algo va mal?

—No, no realmente —contestó Jungkook, incorporándose con un resoplido que


trató de expulsar las feromonas que flotaban sobre su cabeza en ese momento.

Le ofreció sus manos extendidas para ayudarle a levantarse.

—¿Crees que podrías ponerte en pie?

Taehyung le miró desde abajo, muy cómodamente sentado.

—¿E-es cuestión de vida o muerte? —le devolvió como si fuera un bebé asustado.

Jungkook exhaló una sonrisa más relajada, se inclinó levemente y le animó para
que lo intentara como si fuera un niño pequeño.

—Vamos, no dejaré que te caigas. Yo te agarraré.

—¿Caerme? —repitió Taehyung en tensión.

Jungkook ladeó la cabeza, con cierta diversión.

—¿Sabes cómo funciona la gravedad?

—¡No soy un bebé, Jeon Jungkook! —inquirió la sirena con un esporádico orgullo.

El azabache arqueó una ceja. «Ya, eso estaba por verse», ironizó en su mente.

Su compañero tomó sus manos y las estrechó con un notable nerviosismo,


Jungkook le indicó serenamente que apoyase bien los talones sobre el suelo y
procurase que su peso quedase justo en el centro, como punto de equilibrio.

Taehyung le miró enfurruñado, «¿cómo se supone que iba a saber cómo hacer
eso?».
No obstante, Jungkook le ayudó a incorporarse lentamente, las piernas del rubio
se tambalearon, pero logró mantenerse estático, inmóvil por unos segundos.

—Oh —Jungkook abrió la boca, con ambos ojos redondeados.

Su diferencia de tamaño era considerable, y cuando su compañero estuvo en pie,


pudo realmente corroborarlo.

—¿Qu-qué pasa?

—Eres diminuto —expresó Jungkook con neutralidad.

Taehyung parpadeó y alzó la cabeza. Existían, aproximadamente, diez


centímetros de diferencia entre sus alturas, además, los hombros de Jungkook
eran algo más anchos. Por no decir que los ojos de Taehyung llegaban justo por la
barbilla del muchacho.

—¡No soy diminuto! —chirrió Taehyung mostrándole unos colmillitos bajo esos
centímetros de diferencia—. Es más, soy mayor que tú.

—Ah, ¿sí? —Jungkook le miró con escepticismo—. ¿Cuántos años se supone que
debes tener?

—Huh... pues... —el rubio reflexionó con un titubeo—. ¿Mil?

—Mil suena un poco impreciso —rebatió el humano soltando una agradable


risita—, de hecho, suena a que no tienes ni idea.

Él retrocedió unos pasos y tiró de sus manos gentilmente para que caminase.

—No es mi culpa —refunfuñó Taehyung, volviendo a tambalearse—, ¡las sirenas


no contamos con calendarios anual-!

Con apenas dos pasos las rodillas de Taehyung se flexionaron, estuvo a punto de
caerse de bruces. Jungkook reaccionó rápidamente, sujetándole con un brazo que
rodeó su cintura y el otro por sus hombros.

—Eso ha estado cerca —suspiró Jungkook con encanto.

—Estas cosas no funcionan —gruñó el rubio muy frustrado.

Su falta de paciencia se le hizo divertida; en el fondo, era natural que le tomase


algo de tiempo aprender a caminar.

—Qué lástima, habrá que cortar —bromeó el pelinegro.

La sirena le miró muy asustada, súbitamente le abrazó con fuerza su pecho y


cintura, suplicándole que no lo hiciera.
—¡N-no, por favor, no...! —su voz sonó cómicamente amortiguada contra su
pecho.

Jungkook se rio levemente, trató de sujetarle con los brazos para que no se
escurriera hasta el suelo.

—Sólo estoy bromeando, Tae —le tranquilizó dando unas palmaditas en su


cabeza—. Aprenderás a caminar, como todos.

Después de eso los dos permanecieron quietos unos segundos.

—Oye, ¿no está muy alto esto? —escuchó la vocecilla del chico.

—¿Eh? ¿Tienes vértigo?

—¿Qué es el vértigo? —dudó el rubio.

—Okay, olvídalo —Jungkook bufó una sonrisita—. Vamos a sentarte, apoya


correctamente los talones en el suelo.

—¿Mi corazón ahora es como el tuyo? —murmuró Taehyung fugazmente, sin


soltar su pecho.

Él entrecerró los párpados por el suave compás que escuchaba en el pelinegro.

—S-supongo.

Jungkook se sintió inesperadamente nervioso, Taehyung apretaba su pecho entre


los brazos, apoyando una de sus orejas para escucharlo bien. La calidez de su
cuerpo se le hizo agradable, era más pequeño físicamente de lo que esperaba,
adorable y sus cambios de genio, sin duda, le tenían atrapado. No pudo evitar que
sus mejillas se ruborizasen, pensando en que estaba absurdamente colado por él.

—Oh, vaya, ¡ahora va mucho más rápido! —emitió la sirena en voz alta—. ¡Qué
guay!

Jungkook agarró sus hombros y le obligó a separarse un poquito de su maldito


pecho delator.

—Calla, sushi —le arrojó sofocándose.

En unos difíciles pasos más, Taehyung llegó al borde de la cama y se sentó como
un buen chico.

«Bbbbbbrrrrw», algo resonó eventualmente entre ambos.

—Q-qué.
—¿Huh? —Tae le miró ingenuamente, percibiendo una aguda sensación física
que jamás le asaltó antes.

—¿Qué ha sido eso? —dudó Jungkook.

El rubio se llevó las manos al vientre.

—M-me duele —mugió en voz baja.

Jungkook arqueó una ceja, frotó su propia nariz con el dorso de su mano,
adivinando ágilmente de qué se trataba.

—¡Ay! —se quejó Taehyung repetidamente, ante un temblor de estómago.

—¿Por qué no me has dicho que tienes hambre, sirena patosa? —formuló
Jungkook afectivamente.

Yoongi se apoyó en el reposabrazos del sofá, echándole un vistazo a Hoseok. El


muchacho estaba pálido, apenas había probado el desayuno y parecía frustrado
con su teléfono móvil.

—Se ha roto, mira la pantalla —expuso con voz rasposa, el resplandor del teléfono
fluctuó unos segundos, hasta apagarse por completo—. Y murió.

—Se te salió de un bolsillo anoche cuando te arrastré desde la furgoneta —


mencionó Yoongi, cruzándose ambos brazos—. Lo lamento. ¿Quieres que te
preste el mío?

Hoseok sacudió la cabeza restándole importancia, lo dejó sobre la mesa con


desinterés y se recolocó la manta que se escurría por sus hombros.

—Está bien, no importa —suspiró exhausto—. Supongo que Jin habrá llamado a
Jungkook; ¿aún no ha bajado del dormitorio?

—Hmnh.

Yoongi alzó ambas cejas, oportunamente escuchó el sonido de la escalera de


madera bajo los pies de alguien. Los pasos resonaron pesados, con lentitud,
sumados al farfullo de su voz y el intercambio de una discusión ajena en voz baja.

—¡Arre, bestia terrestre! —escuchó a Taehyung.

—¡Deja de cabalgar sobre mi espalda de esa forma! —soltó Jungkook con


irritación, justo cuando llegaron al marco de la puerta.

Yoongi abrió las fosas nasales, contemplando la vergonzosa escena. Hoseok se


quedó igual de perplejo a su lado. Jungkook andaba cargando a la sirenita sobre
su espalda, a falta de sus poco eficientes piernas.
—¡Hola, hermano de Jungkook! —saludó alegremente Taehyung, esbozando una
sonrisita.

—E-eh, qué pasa pescao' —le devolvió Yoongi.

Seguidamente se aproximó dubitativo, en lo que Jungkook le indicaba a Taehyung


que pasase de su espalda a sentarse en uno de los taburetes de la isla de la
cocina.

—Tsss —siseó Yoongi al azabache, comenzando a cuchichearle—. ¿Si no le sigo


el rollo, muerde?

El pelinegro volvió a mirarle con un resoplido.

—No, no muerde —contestó secamente, ladeando la cabeza para dirigirse al sofá,


donde se encontraba Hoseok—. ¿Te encuentras mejor?

—Huh, sí —el castaño sonrió levemente.

—No volveré a hacerlo, lo siento —alegó Tae inocentemente desde su asiento,


acto seguido posó su mirada sobre Yoongi—. A ti tampoco, Jungkook te quiere
demasiado.

Jungkook le miró claramente irritado y ruborizado.

—Cierra la boca —insistió apoyándose en la encimera con un codo—. Malgastas


energía, y tu estómago resuena como el mismísimo Leviatán.

Taehyung extendió las manos muy asustado y tapó su boca cómicamente.

—No vuelvas a repetir su nombre —murmuró enérgicamente—. ¡Te dije que


puede escucharnos, Kookie!

Jungkook sostuvo sus muñecas para apartar sus manos, le miró con el ceño
fruncido.

—Dijiste que era eso dentro del agua —replicó el azabache en voz baja.

—Ah, es verdad —exhaló Tae a unos centímetros de él—. ¿Tenéis algún


monstruo terrestre similar?

Yoongi carraspeó al otro lado de la isla de la cocina.

—Bueno, ¿alguna vez has oído hablar de Voldemort?

Jungkook estuvo a punto de zarandear a Yoongi; hablarle de ficción a Taehyung


era lo último que podían hacer en sus vidas, él ya había traído suficiente fábula a
su sencilla existencia como biólogo y persona ordinaria.
—Jungkook, ¿has podido hablar con Seokjin? Creo que puede estar preocupado,
mi teléfono se-

—Ah, dios, casi lo había olvidado —se maldijo, rebuscando velozmente en sus
bolsillos—. Dame un minuto.

Durante la noche había mirado el teléfono, antes de quedarse dormido le escribió


a Seokjin que habían tenido unos cuantos contratiempos, afortunadamente, nada
relevante. Era mentira, por supuesto. Estaba demasiado exhausto como para
contarle que Hoseok se encontraba enfermo, y la sirena había perdido su cola
durante el trayecto. Además, él se encontró demasiado en shock durante esas
horas como para racionalizar lo que estaba ocurriendo.

—Prepárale algo de comer, por favor —le solicitó Jungkook a Yoongi,


abandonando el salón unos minutos.

Marcó el teléfono de Jin y no tardó ni dos tonos en descolgar su llamada.

—Por el amor de dios, Jungkook —farfulló al otro lado de la línea con una voz muy
tensa—. ¡Anoche casi me dio un infarto!

—T-tranquilo, todo está bien... Hoseok fue mordido, pero...

—¿¡Taehyung mordió a Hoseok!?

Jungkook se masajeó la sien con unos dedos.

—Está controlado, tuvo fiebre y alucinaciones, pero me encargué de desinfectarle


y coser sus heridas. Ahora está en mi casa, y...

—¿Dónde está la sirena? —le interrumpió de nuevo.

El pelinegro enmudeció. No sabía muy bien por qué, pero su lengua se enrolló
sobre sí misma, presintiendo una clara oposición a contarle la verdad.

«Está con nosotros», era una respuesta demasiado directa. Les dejaría
desarmados y en evidencia. Además, después de creer que la noche de antes
perdería a Taehyung de dos formas muy distintas (primero por liberarle, y
después, creyendo que moriría), no pudo evitar sentirse un poco protector.

—Le liberamos —contestó Jungkook con una asombrosa contundencia—. Se


marchó.

Escuchó el suspiro de Seokjin cargado de una gran dosis de alivio, y él


inmediatamente se sintió culpable.
—Eso es bueno, espero que no vuelva a acercarse a Geoje —argumentó el
mayor—. El señor Kim se enterará tarde o temprano de que el acuario ha sido
asaltado, un guardia de seguridad dio la noticia esta madrugada. El encargado de
las estancias me ha escrito a primera hora. Dice que una de las zonas privadas se
encontraba abierta —explicó lentamente, cruzándose de piernas—. Llevo toda la
mañana de reuniones, así que estoy haciendo como si aún no conociese la
información.

—Pero Kim lo sabrá.

—Claro que lo sabrá, removerá tierra y mar para recuperarle, o quizá...

—Quizá qué, ¿Jin? —insistió Jungkook muy serio.

—Puede que busque más sirenas. Pero ese ya no es tu problema, Jungkook —


consideró Seokjin atentamente—. Lo has hecho muy bien, realmente agradezco tu
ayuda.

Jungkook comenzó a sentirse peor de lo que esperaba.

—Si no hubiera sido por ti, nunca hubiese comprendido que esto estaba llegando
demasiado lejos —confesó Seokjin en voz baja, seguidamente aclaró su
garganta—. Escúchame, sé que desprecias a la gente con demasiado poder como
Kim Namjoon. Pero gracias por ayudarme, Jungkook.

—No... no es nada —contestó el joven lentamente—. Gracias a ti... también...

—Hablaré con Hoseok más tarde —prosiguió Seokjin—. Dile que se ponga en
contacto conmigo, por favor.

—Por supuesto.

Seokjin le dijo que se pondría con él en contacto más tarde, cuando Kim Namjoon
necesitase pruebas de su coartada (sólo debía pasarle unas fotografías de los
billetes de la exhibición a la que supuestamente asistió la noche de antes), la
llamada se cortó poco después de su despedida. El pelinegro apretó el teléfono
entre los dedos, sintiéndose ruin.

—Mierda —murmuró.

«Ya no le quedaba más remedio que afrontar lo que había dicho».

Mientras tanto, Yoongi se encontraba en la cocina con Taehyung, lidiando con un


chico curioso que no paraba de hacerle preguntas y contradecirse en todo.

—¿Qué quieres comer?


—Yo no como —negó Taehyung levantando el mentón con orgullo.

El gruñido de su estómago contestó todo lo contrario. Yoongi abrió la nevera con


un suspiro, considerando sus opciones.

—Bien, mi minuto de oro como chef ha comenzado —enunció Min Yoongi,


arremangándose y sacando una sartén—. Te gusta el mar, ¿verdad? ¿Qué tal un
bacalao fresco? Mi abuela me enseñó una receta al limón.

—¡¿Qué?! —Taehyung se inclinó sobre la encimera, excesivamente indignado—.


¿Matarás a un bacalao? ¿por qué harías algo tan horrible cómo eso?

Yoongi se quedó a cuadros.

—Okay, asumo que tampoco te gusta el sushi.

—Kookie me dice bolita de sushi —expresó Taehyung adorablemente—. ¿Qué


significa?

—Bueno —Yoongi se rascó la nuca—, es pescado crudo sobre un puñado arroz,


así que...

El rubio se llevó las manos a la boca, mostrándose horrorizado.

—¿Q-qué...? ¡Oh!

«Cincuenta puntos menos para Jeon Jungkook en la escala del romance», se dijo
Yoongi, apartando rápidamente el tema.

—Vale, cambio de estrategia —procedió rápidamente el humano—. Qué tal,


¿pollo? ¿A quién no le gusta el jodido pollo? ¡A todos nos encanta!

—Oye, no creo que a las sirenas les llame demasiado la carne —dijo Hoseok
apareciendo tras el chico. Yoongi le miró como si fuera a golpearle con la sartén—
. Q-quiero decir, a mí me apetece. Pero sólo si hay patatas.

Cuando Jungkook regresó al salón, Yoongi estaba sirviendo el almuerzo para


todos. Una bandeja de patatas y un pollo frito para chuparse los dedos. Taehyung
no estaba nada convencido con probar el pollo (seguía identificando al pobre
animal como una criatura), así que dudó, y terminó llenándose la boca de patatas
fritas cuando Yoongi le contó que era un tubérculo. Jungkook resopló y estuvo a
punto de meter la cabeza de Yoongi en la freidora, ¿eso era una comida sana
para alguien que nunca antes se había interesado por la alimentación?

—¿Puedes esperar un poco? Te prepararé algo que seguro que te gusta —


Jungkook le guiñó a Taehyung con serenidad.
—Ya viene el listillo —gruñó Yoongi—. Maldito mocoso.

Taehyung le esperó sentado, mientras los otros dos se largaban al sofá para
devorar su almuerzo. Jungkook tomó un puñado de pasta que hirvió frente a él,
cortó un tomate, utilizó varias cucharadas de maíz, aceitunas negras y aceite. En
último lugar, agregó varias tiras de pollo que cortó con unas tijeras en dados. Le
sirvió un buen plato de pasta fría a Taehyung, acercándoselo sobre la isla de la
cocina, observando su rostro.

—Ten —dijo, pasándole seguidamente un cubierto—. Pruébalo. Si no te gusta el


pollo, podemos retirarlo. Lo demás es pasta y verduras.

—¿Pasta?

Jungkook apoyó los codos y le miró de frente, en lo que el rubio procedía a probar
su plato tras una corrección sobre cómo debía tomar el cubierto con la mano.

—Se hace con una masa creada por harina, agua y sal —comentó Jungkook
distraídamente.

Taehyung se llevó un puñado de pasta y otros condimentos a la boca, y pareció


convencido, curioso e interesado en la comida. En cuestión de unos minutos,
mientras conversaban, se lo comió con un gran apetito. Jungkook le vio tan
hambriento con su plato, que procedió a trocear un mango maduro para que
complementase su almuerzo. A Taehyung le encantó la fruta, estuvo relamiéndose
los dedos un rato y comentando que nunca pensó que la comida fuese tan
agradable.

Jungkook almorzó varios trozos de pollo condimentado mientras recogía la cocina,


Hoseok y Yoongi regresaron, con su amigo farfullándole a Taehyung que, en el
fondo, Jungkook era como la mala de la película de La Sirenita.

—Sí, tiene tentáculos —se burló Yoongi cruelmente—. ¿Nunca los has visto? Son
geniales.

—¿Qué? Huh, n-no —negó el rubio muy serio.

—¡Deja de contarle mentiras, idiota! —bramó Jungkook zarandeándole desde el


cuello de su camiseta.

Taehyung esbozó fugazmente una sonrisa.

—Yo sí que tengo tentáculos —confesó la sirena deliberadamente, dejando al


resto de piedra—. Todas las lunas llenas me crecen unos cuantos —le informó en
un tono encantador que erizó su vello—. Así es como devoro humanos.
Yoongi tragó saliva pesada, retrocedió unos pasos, reconociéndose mentalmente
que eso ya no tenía gracia. Es más, acababa de entrarle canguelo. Jungkook
carcajeó en voz baja. Su mentira no se mantuvo más de unos segundos, puesto
que Tae encogió los hombros y su rostro formó una adorable sonrisa cuadrada.

«Sí, esa era la sirena que conocía; a veces adorable, y otras veces daba miedo».

—¡Que crédulo eres! —Tae señaló a Yoongi con el índice.

Yoongi le miró con una falsa sonrisa, muy tensa.

—A-ahora sé por qué dais tanto miedo las sirenas.

—¿Yo doy miedo? Oh —abrió la boca indignado—. No es verdad.

—No, sólo cuando tu boca se llena de dientes como un tiburón —soltó Yoongi,
dándole una fuerte palmada en la espalda a Hoseok—. Este de aquí, puede
confirmarlo.

—H-huh —Hoseok se tambaleó por su golpe amistoso, le miró enfurruñado y


masculló—, no vuelvas a tocarme.

A Jungkook le sorprendió la espontánea confianza de Taehyung con su amigo


Yoongi, aunque sin mucha dificultad, intuyó de dónde salía esa repentina
familiaridad. En el acuario, él le contó que Yoongi era a la única persona que tenía
en la isla, su «único familiar». Taehyung le identificó automáticamente como «un
hermano», ya que él tenía numerosas hermanas en el océano. Su lógica era bien
simple: si sus hermanas eran de confianza, el hermano de Jungkook también
debía serlo. Ingenuo.

—Jungkook —Hoseok agarró su antebrazo cuando el chico pasó distraídamente


por su lado—. ¿Pudiste hablar con Seokjin?

El pelinegro le miró con un titubeo, asintió en voz baja y se mostró algo reflexivo
antes de expresarse.

—Necesito que hablemos de algo —expresó seriamente—. A solas.

Taehyung se quedó a solas en el dormitorio de Jungkook, después de que el joven


le cargase hasta allí arriba. Balanceó las piernas sentado en el borde de la cama,
con las manos apoyadas sobre el colchón, entre ambos muslos. Su interés por la
habitación del humano incrementó con el paso de los minutos, «¿esa era la cueva
de Jungkook? ¿su lugar personal?».

«Si era el sitio donde guardaba sus pequeñas colecciones, necesitaba verlas», se
dijo. Sus iris se posaron sobre una estantería llena de libros científicos, la mayoría
universitarios. Aunque claro, Tae no sabía qué diantres era la universidad. Le
llamó mucho la atención el resplandor de las bombillitas que colgaban de las
paredes, con fotografías, decoraciones marinas y un cuadro de tapiz. Sobre la
mesita de noche, atisbó un par de objetos brillantes.

Posó los pies en el suelo y se escurrió por el borde de la cama, inclinándose y


extendiendo los dedos para comprobar los objetos. Una perla diminuta y brillante,
preciosa; la piedra con forma de escama azul que él le dio; ¿un cepillo para pelo
humano? Taehyung se pasó el cepillo un instante por la cabeza, pero dudó de su
uso. Ni siquiera sabía si estaba bien que él utilizase el de Jungkook, ¿y si a los
humanos no les gustaba hacer eso? Lo dejó cuidadosamente junto al resto de las
cosas y extendió las yemas identificando algo más importante y personal para él
mismo: el coral con forma de diminuto corazón, engarzado con un cordel. Se lo
pasó por encima de la cabeza y dejó que colgase de su cuello, le gustaba llevarlo
encima, le hacía sentirse extrañamente bien.

Su curiosidad se volvió persistente, por lo que comenzó a incorporarse


cautelosamente. Apoyó las manos en la mesita de noche, los pies descalzos en el
suelo, se tambaleó dando algunos pasos lentos como si caminase por encima de
una estrecha pértiga. En unos segundos más, pensó que casi lo tenía, llegó a la
silla del escritorio y su respectiva mesa, y se apoyó allí mientras husmeaba los
enseres del pelinegro. Más libros, ropa doblada, unos DVDs, una bolsa de plástico
con caramelos, lápices y un portátil. Taehyung agarró una de las prendas
dobladas del chico, una sudadera negra que olía a algún producto suavizante, y
en la zona del cuello, a Jungkook. Encontró cierto encanto al olerlo, identificando
su aroma sin el agregado a sal.

«Los humanos generalmente no olían a sal», razonó acertadamente.

Dejó la prenda sin doblar sobre la silla, y cuando se movió hasta la estantería, se
tambaleó un poco, pero ganó una mayor confianza en sí mismo. Era divertido
estar allí, husmear las pertenencias de Jungkook y estar en la casa de unos
humanos.

Sin embargo, el sonido de una tenue y esporádica lluvia atrajo su mirada hacia la
ventana. No se había interesado hasta entonces, pero las vistas de su ventana
daban a una extensa playa vacía, llena de hierbajos verdosos, zonas de arenas
blanca y pura, así como otras de tierra. Y al fondo, el mar. Pequeñas olas
encrespadas y de un tono oscuro, marino, bajo la suave lluvia que se derramaba.

«El mar», suspiró su ser sediento de agua salada. «¿Había perdido realmente su
cola? Y, ¿qué había sido de su poder?».
En el piso de abajo, justo en el salón, Jungkook regresó de la calle tras mover la
furgoneta a su garaje y sacar el arcón de cristal del compartimento trasero con la
ayuda de Yoongi. Cuando tuvieron todo organizado, se sentó frente a Hoseok para
hablar con él, mientras su compañero de piso sacaba un botellín de cerveza
helada de la nevera.

—No puedes estar diciéndome que planeas que le oculte a Jin el paradero de la
sirena —Hoseok apoyó la espalda en el respaldo del sofá, cruzándose de brazos.

Su rictus era serio, sereno, con índole de negociación.

—Es lo más seguro para todos —razonó Jungkook—, si esa información se filtra
hasta Kim...

Hoseok sacudió la cabeza.

—Entiendo tu razonamiento, pero, ah —suspiró el castaño, con sus dudas—. No


sé si deberíamos...

—Cuidaré de él.

Hoseok sabía que Jungkook iba en serio. No se conocían, pero no necesitaba


hacerlo mucho más para cerciorarse, le había visto jugársela por la sirena la
noche de antes. Le importaba, era evidente.

—Oye tú, mechitas —Yoongi se aproximó al muchacho con la cerveza en la


mano—. Deja que te explique algo; mi amigo lleva un mes y medio cuidando de la
criatura en esa pecera, a nosotros nos contrataron para que sacásemos al pescao'
de allí. Ya está fuera. Fin de la historia. Eso es lo que queríais, tú y tu amiguito
Jean.

—Jin —corrigió Hoseok.

—Eso, Jin —repitió Yoongi descaradamente, indicándole con el botellín de vidrio—


. Así que ahora, recoged vuestras cosas, ¡fin del espectáculo!

—Pero, jamás pensé que las sirenas pudiesen desarrollar piernas, y, aun así...

Jungkook permaneció en silencio, reparando en que él sí que lo sabía. Conocía


cierta información, a la que no le había dado relevancia. La tarde que fue al
apartamento de Seokjin, cuando le mostró el extraño tomo extraído del mar negro.
Jin había leído que las sirenas perdieron la forma de activar su esencia híbrida
para caminar fuera del agua. «Pero, ¿realmente llevaba siglos sin suceder?
¿cómo es que Taehyung había desarrollado piernas?».

—Sus piernas no entran en el trato —dijo Yoongi de forma cortante.


Hoseok desvió su mirada.

—Dime una cosa, Jeon —dijo Hoseok de repente—. Te importa de verdad, ¿no es
así? ¿sabes que su raza está en peligro de extinción? Cada vez son menos, y las
cazas furtivas son más duras que nunca. Sus hermanas estarán furiosas por
perderle, y los borrachos que trabajan en los puertos cuentan que las noches de
tormenta, criaturas de las profundidades emergen para hacerse pasar por
humanos.

Jungkook caminó por el salón con cierta inquietud.

—¿Borrachos? —dudó ligeramente de sus fuentes.

—Ya, bueno. Yo tampoco creo en los cuentos de hadas, pero Seokjin sí —


prosiguió Hoseok, levantándose del sofá—. Y llevamos siete años estudiando el
mundo marino para saber que las sirenas... sólo son la perla de una ostra
demasiado grande... hay más peligros ahí afuera, mucho más relevantes que Kim
Namjoon.

—Mira, si alguien tuviera que ser la Úrsula de este cuento, el tipo ese, Kim, tiene
todas las papeletas —refunfuñó Yoongi—. A mí no me engañas.

Hoseok le miró de medio lado, con una sonrisa apagada.

—No lo hago —el castaño se desplazó entre ambos jóvenes—. Tengo que
marcharme. Debo encargarme de mis propios asuntos, como, por ejemplo, salir de
esta isla antes de que el Kraken nos trague, o que Namjoon averigüe que yo tengo
algo que ver con lo de anoche —expresó con serenidad, seguidamente se dirigió a
Jungkook—. Estaremos en contacto.

Jungkook asintió con la cabeza, le ofreció su mano para un ligero apretón.


Después, intercambiaron números de teléfono (Hoseok mencionó que les ofreció
uno muy personal), acompañaron al joven hasta el garaje para que tomase el
vehículo, y no tardó demasiado en irse de allí. Yoongi y Jungkook le contemplaron
marcharse desde la puerta del garaje, con una llovizna interminable que
amenazaba con salpicar sus tenis.

—Yoon, eres consciente de que nadie nos contrató, ¿verdad? —dijo Jungkook en
voz baja—. Ni siquiera yo tenía un contrato cuando cuidaba de Taehyung en el
acuario.

Yoongi alzó el puño para que su amigo lo chocara, el más joven lo hizo con cierta
desorientación.
—Y, ¡boom! El rey de la improvisación —manifestó Yoongi deslenguadamente—.
Reconócelo, no hubieras sobrevivido a estas últimas veinticuatro horas de no ser
por mí. Soy tu as en la manga.

Jungkook le miró de medio lado, con una sonrisa de mocoso insolente.

—No voy a responder a eso, me siento obligado a mantener mi dignidad intacta.

—¿Dignidad? Ja, tenemos a una sirena en casa con capacidad de psicoanalizarte


—Yoongi flexionó ambos brazos tras su propia nuca—, que alguien me pellizque.

Jungkook pellizcó su panza antes de pasar de largo.

—¡Ah! ¡Eso duele!

—No exageres.

—Patearé tu culo en mi primera oportunidad —chirrió Yoongi arrogantemente—.


Como a ese guardia de seguridad al que noqueé. ¿Sabes que tenía cinturón negro
en el instituto?

—Yoon, nadie va a patear el trasero de nadie —escuchó la voz de Jungkook


volverse más distante, mientras atravesaba el garaje.

—De momento —masculló Yoongi sarcásticamente.

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