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myokiru
I
21 de mayo de 1985
Tez clara, cabello oscuro y rizado, ojos brillantes, labios tan rojos como la sangre que
corría por sus mejillas, dientes igual a un conejo, estatura promedio de un niño que estaba
por cumplir los trece en septiembre, y una marca de nacimiento en la muñeca, una
mancha con forma de triángulo, esa fue la descripción que los Jeon le entregaron a la
policía, exactamente a las once y cuarto, pero su hijo llevaba desaparecido doce horas.
Las luces de los autos, el sonido de la sirena, los murmuros de los vecinos, el tintineo de la
campana en su puerta cada vez que un oficial entraba y salía de la casa, colapsaron a la
señora Jeon, quien no había dejado de llorar desde la denuncia. El señor Jeon la
consolaba, aunque no creyera sus palabras e imaginara lo peor.
—Dígannos qué paso —preguntó el oficial Gyung, un amigo de hace muchos años con el
señor Jeon y quien ahora les entregaba su más sincera ayuda.
—Le pedí que fuera a comprar verduras para el almuerzo —contó la señora Jeon
mientras el oficial anotaba su declaración—. Nunca tardaba más de quince minutos, por
más distraído que fuera. Salí a buscarlo, enojada, porque creí que se quedó hablando con
el señor Wu, el dueño del negocio, como siempre, pero él me dijo que no se había pasado
por ahí.
—¿Qué hizo después?
JungKook no era precisamente distraído, era curioso, enérgico, disperso de vez en cuando,
pero no era distraído, podía recordar todo lo que veía con detalle, su mente era un museo
de pinturas interminables, más grande que cualquier avenida en el mundo. Ese día no fue
diferente, salió de la casa, saludó a la vecina del frente, después al gato del señor Jun unas
calles más adelante y se detuvo en la tienda de libros antes de llegar al local. Todo
comenzó ahí. Su excesiva atención le trajo problemas, su mirada curiosa molestó a quien
no debía y recordó las palabras de su madre cuando le dijo que no debía seguir los ruidos
de los callejones, porque había gente mala esperando a una presa lo suficientemente tonta
como para ir al peligro.
Se paró erguido, ya que no tenía miedo, tenía la frente en alto y el corazón bombeando a
mil, miró directamente a sus ojos, siguió sus acciones, el hombre castaño soltó
bruscamente a la chica que antes tenía tomada por el cuello y se detuvo en él, sus ojos
brillaron como dos diamantes recién pulidos y su sonrisa era tan profunda como el mar.
No sabía el motivo de su felicidad y hasta el día de hoy no lo sabía. La chica pelirroja
estaba contenta también, porque ahora tendría algo en qué entretenerse quien la tenía
prisionera. Se levantó como pudo del suelo, sollozó los golpes y las heridas profundas,
avanzó lentamente a la entrada del callejón y, antes de llegar al niño de trece años, el
castaño le disparó en la cabeza, la sangre salpicó en el rostro pálido de JungKook y el
cuerpo femenino cayó a centímetros de sus zapatillas. A Jeon se le heló la sangre.
—Hola, niño —saludó el hombre castaño, hipnotizado. JungKook tragó duro, asustado y a
la vez tratando de mantener la calma. El hombre del callejón caminó hasta su posición, el
azabache no tuvo el coraje para moverse, siquiera para pestañar y permitió que aquella
distancia disminuyera considerablemente, hasta que lo tuvo en frente—. ¿Cómo te llamas?
—G-gracias…
JungKook tenía trece, no era un niño de siete años que habría aceptado apenas veía un
dulce, pero esa vez dijo sí, sin conocer muy bien el motivo, quizás miedo o curiosidad, o el
intentar arriesgarse y tener su primera actividad rebelde, aunque dudaba que irse con un
extraño estuviera dentro de sus límites. Su consciencia murió después de aceptar su
propuesta y para cuando despertó, estaba encerrado y atado de muñecas, con el extraño
del callejón mirándolo fijamente, examinándolo.
—No soy pedófilo, JungKook, no voy a tocarte ni un solo pelo, así que no tengas miedo
—no creyó sus palabras y aún así asintió.
Con el tiempo descubrió que se llamaba TaeHyung, tenía veintiséis y odiaba su apellido,
por lo que nunca podía llamarlo así, tenía un gato llamado Rasputín que se colaba por su
celda y le hacía compañía por las noches, era alérgico a las nueces, su color favorito era el
azul y tenía un muy extraño fetiche con las mujeres. No lo dejaba salir de su celda durante
el día, lo visitaba por las tardes y le enseñaba a la nueva chica que traía para su diversión,
después volvía a irse y solo regresaba cuando era hora de cenar. Era una rutina. Para
cuando pasó un mes JungKook creyó en su palabra y realmente no le tocaría un pelo.
Estaba lejos de sentir temor, solo curiosidad.
Llegó un día en que TaeHyung lo liberó de su celda y dejó que bajara al primer piso de la
casa, lo llevó hasta el sótano y le enseñó a una nueva chica. Su nombre era Hani y estaba
por dar a luz, TaeHyung la secuestró desde el hospital en urgencias y JungKook no podía
explicárselo.
No asistió el parto, TaeHyung lo hizo y, por muy extraño que pareciera, fue como si ya lo
hubiera hecho antes. Las cosas cambiaron cuando TaeHyung vio que no sería un
hermanito, sino una hermanita.
—¿La vamos a cuidar? —preguntó JungKook, esperanzado. Siempre había querido una
hermanita.
TaeHyung sonrió, su cariño fue suave, igual que su mirada. Revolvió sus cabellos oscuros
con ternura y finalmente, mirándolo a los ojos y con un rostro serio, dijo:
Lo sacó a empujones del sótano y azotó la puerta en su cara, incluso si JungKook se negó
a irse. Lo último que escuchó fueron los llantos del bebé y los gritos de la mujer que seguía
en la sala, que después los reemplazó un largo silencio. Minutos más tarde, TaeHyung
salió con una pequeña bolsa de basura y sangre en las manos.
Mató al bebé.
JungKook tomó la bolsa con sus manos temblorosas y se quedó inmóvil, entre asustado y
confundido. Miró de reojo por la pequeña abertura que dejó TaeHyung en la puerta, lo vio
ponerse sus guantes de látex y una máscara de gas, mientras tanto la mujer dormía en el
suelo, sobre un charco de sangre y con las piernas abiertas, al descubierto. El castaño lo
descubrió espiando cuando escuchó el grito desgarrador del azabache arriba suyo y no
tardó en ir donde él, pero JungKook no reaccionó, su rostro expresó horror y solo así
pudo animarse a ver dentro de la bolsa, encontrándose con el bebé sin cabeza.
Inmediatamente la soltó.
—Las niñas son un problema, JungKook —explicó gentilmente y aun así no escuchó—.
Cuando crecen, abren sus sucias piernas a cada hombre que ven, se visten provocativas
para otros y no tienen respeto ni por ellas mismas. No voy a criar a una puta en mi casa.
Nunca supo lo que pasó con la mujer, su charla terminó en problemas, TaeHyung le
arrebató la bolsa de sus manos y lo encerró en su celda. Rasputín no se acercó esa noche,
quizás porque sabía lo enojado que estaba el castaño y ni él se atrevía a desafiarlo. Fue un
desafío dormir los días siguientes. Optó por no hacerlo y ahorrarse los malos sueños.
Intentó recordar el rostro de sus padres, pensar positivo e imaginarse que salía de aquella
prisión, pero solo ocurría en su imaginación.
Al cabo de una semana, TaeHyung lo liberó una vez más, solo con la condición de que se
bañara y vistiera lo que compró para él, ya que le tenía una sorpresa.
JungKook lo hizo y conoció a Daerlyn, una chica norteamericana, pelirroja y pálida, los
únicos colores en su piel eran los golpes que supuso fueron hechos por TaeHyung.
Cocinaba mientras lloraba.
—Hola, ángel —saludó el castaño. TaeHyung bebía una taza de té—. Ella es tu nueva
madre. ¿Te agrada?
El pensar que TaeHyung lo consideraba como un hijo no le molestaba más que pensara
que debía buscarle una madre, siendo que ya tenía una, pero nunca se lo haría saber.
Guardó silencio y asintió.
—¿Por qué tienes esa cara? —preguntó seriamente. Las expresiones del azabache eran
tan obvias que TaeHyung ya conocía la mayoría, sabía cuando algo le disgustaba y
cuando tenía miedo—. ¿No te gusta? ¿Quieres otra?
Querer otra significaba un reemplazo y no quería que Daerlyn pasara por lo mismo que la
mujer anterior. Contestó que no, que no lo necesitaba y se acostumbraría a ella hasta
llamarla mamá. Eso tranquilizó a TaeHyung o así fue hasta dos meses más tarde, cuando
descubrió que Daerlyn quemó la mejilla izquierda de JungKook con agua caliente y a
menudo tocaba su pene.TaeHyung la tomó del cabello, en cuanto JungKook se lo confesó
esa misma mañana mientras se vestía, y arrastró su cuerpo hasta el sótano, justo como el
día en que se conocieron. JungKook escuchó los llantos, quejas, gritos y maldiciones,
algunas para él y otras para el castaño. Esta vez TaeHyung dejó la puerta abierta, casi
como un regalo, porque esa muerte se la iba a dedicar a él. A su ángel.
—¿Cuántas veces te tocó esta perra, JungKook? —le preguntó, consciente de que lo veía
desde arriba. JungKook tragó duro, miró a la mujer con el rostro desfigurado y lleno de
lágrimas, y después vio a TaeHyung, hecho un lío como siempre, con sus mismas
herramientas y locura. No supo qué decir—. ¡Responde!
—¡N-no lo sé! —entonces TaeHyung buscó respuestas en otro lado.
—¿Cuántas veces lo tocaste? —preguntó esta vez a la mujer que sostenía desde el
cabello.
—¡N-ninguna! ¡Lo juro! ¡Lo prometo! —balbuceó, sin éxito—. ¡Por favor! ¡Nunca lo toqué!
—¿Te divertiste tocando a mi hijo? —se burló TaeHyung. Ella negó rápidamente, con sus
ojos hinchados de tanto llorar—. Y dices que no… —rio el castaño, quien la atrajo hasta
su rostro encolerizado—. ¿Ves a JungKook? ¿Ves lo hermoso que es?
Daerlyn cerró los ojos y TaeHyung la obligó a abrirlos. Cogió su mandíbula con la
intención de que viera la piel blancuzca de JungKook, su cuerpo todavía virgen y de
cristal, su inocencia desbordando por sus poros, como un ángel.
TaeHyung la amarró a una silla, tiró de su cabeza hacia atrás y, con la ayuda de un bisturí,
sacó los ojos de la mujer. JungKook escuchó el clamor desde arriba, sus pelos de punta y
su respiración agitada, junto a una expresión de espanto, pero a pesar de lo despavorido
que estaba, se quedó hasta el final, desde que TaeHyung cubrió su boca con un trapo viejo
hasta que destrozó sus luceros, riéndose mientras lo hacía. Cuando el castaño terminó, la
mujer cayó al suelo, desmayada, y TaeHyung murmuró que ya no podría ver lo hermoso
que era.
En una de las tantas veces que TaeHyung visitó la ciudad, se encontró con la policía
patrullando cerca de su casa, fue entonces cuando se le ocurrió una idea.
—Ven aquí —le dijo en risas—. JungKook, hablo en serio, ven aquí.
JungKook dejó de ser el niño de cabellos oscuros y pelo rizado, no obstante, seguía siendo
el mismo niño alegre de hace un tiempo atrás, el que ahora solo podría ser reconocible
por aquella marca peculiar en su muñeca, la cual TaeHyung siempre encontró divertida.
A los dos años viviendo juntos destapó otro secreto del castaño. Lo analizó por la noche,
antes de ir a dormir, cuando TaeHyung deslizaba su camiseta negra por sus brazos y se
despojaba de sus jeans, JungKook encontró una cicatriz en su espalda, al lado izquierdo y
cerca de su cadera. Era una letra, justamente la inicial de su apellido. Se preguntó cómo es
que no la había notado o si era reciente.
—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —preguntó el azabache desde la cama, bajo el reflector
de la luna. TaeHyung sonrió.
—¿Quién?
—La mujer que me trajo a este infierno —dijo—. Me la hizo cuando tenía siete, una de las
tantas veces que peleó con mi padre y se desquitó conmigo.
—Lo sé —rio TaeHyung—. Y es por eso que la hice pagar. Es algo así como un
reembolso.
—¿Qué le hiciste?
TaeHyung no se llevaba bien con sus padres, después del supuesto suicidio de su madre
no volvió a hablar con el señor Kim y estaba bien con eso, probablemente discutirían si lo
hicieran. Nunca tuvo una imagen paterna, su padre estaba la mayor parte del tiempo
ausente o con otras mujeres, especialmente adolescentes, que no tenía tiempo para ellos.
Su madre enloqueció y el resto es historia antigua. Pese a ello, TaeHyung era una buena
figura paterna para él.
Estuvo dos años libre, si se podría decir. Volvió a la celda después de su cumpleaños
número dieciséis, en uno de los arrebatos de TaeHyung. JungKook bajó a desayunar ese
día y se encontró con HyoSeung, una chica de cabello oscuro y liso, piel clara y labios
gruesos. Estaba cocinando, solo que no lloraba como Daerlyn, fruncía el ceño, apretaba
los dientes, sangraba en sus muñecas y no le importaba, como también no parecía
importarle el hecho de tener los tobillos encadenados. A JungKook le pareció más
peligrosa.
—Saluda, JungKook —dijo el castaño apenas lo visualizó bajando las escaleras. Otra vez
tomaba una taza de té—. Ella es tu nueva madre. ¿Te agrada? Es mi regalo de
cumpleaños.
—¡Libérala!
HyoSeung tuvo que pellizcarse para creer lo que escuchaba. Pensó que JungKook sería su
cómplice, que estaba tan loco como su padre y le obligaría a obedecerlo, entonces tragó
sus propias palabras. Agradeció a Dios, aunque no fuera creyente, pero aquella sensación
de libertad, aquél sabor dulce en su boca seca, solo le dieron esperanzas y fe, de que vería
a su familia, de que ya no tendría que soportar un pene erecto contra su vagina tres o
cinco veces al día, que ya olvidaría la humillación de comer su propia mierda solo para
hacer reír a quien la tenía bajo su poder, y por sobre todo, que ya se desligaría del odio,
porque nunca fue buena en eso y se sentía mil veces peor a lo que vivía. Su final fue
mucho peor a la salvación, peor al de Daerlyn. La rebelión de JungKook no marcó un
acontecimiento positivo, desencadenó otros peores y que la chica pagó por él, y aunque
HyoSeung murió frente a sus ojos tres días después, le sonrió, agradecida de su ayuda.
TaeHyung se levantó de su silla dispuesto a darle una paliza, la cual JungKook no evitó. El
castaño abofeteó su rostro de tal forma que JungKook cayó al suelo, tiró de sus cortos
mechones rubios y lo cogió de la nuca, como un perro, llevándoselo al segundo piso
devuelta a su celda. JungKook gritó improperios al aire, lo condenó al mismísimo Satanás
y al infierno, pero TaeHyung reía, porque estaba seguro de que no existía otro infierno
más que el que tenía en frente. Finalmente lo encerró en su antiguo hogar.
—No vuelvas a levantarme la voz —amenazó el castaño.
—¿Por qué? ¿Por qué te esfuerzas en velar por ellas? ¿Qué han hecho ellas por ti? ¡Yo te lo
di todo!
—Eso está mal, TaeHyung. ¡Todo esto está mal! ¡Estás jodiéndolas! —dio por hecho—. Y
me estás jodiendo a mí.
—Tú me estás jodiendo a mí, mierda, tú me jodes a mí, no tienes idea de cuánto me cagas
la puta cabeza todo el día —balbuceó—. ¿Qué tengo que hacer para tener tu aprobación?
¡Te estoy dando una madre! ¡Seremos una maldita familia!
JungKook entendió esa noche que sus palabras fueron demasiado. TaeHyung tenía el
rostro desencajado, parecía herido e indefenso. Por un momento olvidó su rabia, el
desenfreno, y quiso abrazarlo, romper los barrotes de metal y abalanzarse sobre él, como
un niño buscando su hogar. Ese fue uno de sus tantos controles.
—Yo te quiero para mí, ángel. Tú eres mío —JungKook guardó silencio, por primera vez,
llenándose de miedo—. Y si no lo entiendes por las buenas, lo harás por las malas.
TaeHyung no violó a la chica esa noche, pero sí le hizo cosas peores. JungKook lloró
desde su celda, escuchó los gritos desde el sótano, desgarradores, frenéticos e hirientes, y
se lamentó, de no haber hablado, nada de esto habría sucedido. TaeHyung no tenía
control, la rabia nubló su sentido y HyoSeung pagó la pelea de ambos, con su espalda y
pecho, mientras el castaño hacía el primer uso de su látigo, como en las épocas pasadas
para los castigos a gente de color. La cosa no paraba hasta que veía el preocupante río de
sangre, solo entonces se detenía.
JungKook llegó al sótano dos noches después y vio el daño que había causado. HyoSeung
se encontraba colgada, desnuda, como un cerdo en una carnicería, inconsciente y
navegando entre la fina línea de la vida y la muerte. Su pecho bañado en sangre, tatuado
con cicatrices que nunca se borrarían por más que las llorasen, y el rostro desformado por
los golpes. El rubio mordió su labio inferior, ahogando sus lágrimas en el apretón de sus
dientes. Pero HyoSeung estaba lejos de morir. Sus ojos se abrieron de golpe, tiró de las
cadenas y visualizó al chico que tenía en frente, preocupándose todavía más. Tenía una
venda en la boca, porque TaeHyung no era alguien que soportara el ruido.
—Ven aquí —ordenó TaeHyung, al ver que JungKook no obedecía y el miedo lo tenía
paralizado insistió más firme—. Ven aquí, ahora, JungKook.
El azabache avanzó, su labio inferior tembló, igual que sus piernas al caminar. TaeHyung
sonrió, lleno de éxtasis y conformidad cuando finalmente llegó a sus brazos.
—¿Qué cosa?
—Lo de las mujeres, que eran unas zorras —JungKook asintió desconfiado—. Te lo voy a
demostrar.
—Estuve pensando sobre nuestra discusión y tienes razón, no necesitas una madre porque
todas las mujeres son igual de asquerosas —dijo—. Verás que ninguna de ellas merece
que las defiendas.
—Yo te enseñaré.
TaeHyung cogió su mano sin previo aviso, sujetándola con fuerza en el caso de que
quisiera escapar. La llevó hasta la vagina de HyoSeung y JungKook intentó apartarla,
asustándose junto a la chica, quien no paró de chillar y estremecerse. No sabía si por el
dolor o el asco. El castaño tomó sus cabellos rubios como respuesta a su cobardía y lo
obligó a mirar a HyoSeung.
—¡Por qué eres tan débil! —exclamó TaeHyung contra su oído, todavía sosteniéndolo del
cabello.
Arrastró su mano a la intimidad de HyoSeung por más resistencia que el rubio pusiera e
introdujo dos dedos en su interior. JungKook tragó duro y apartó la mirada, incluso si sus
ojos seguían ocultándose bajo sus párpados, la vergüenza se sentía en su rostro como una
luz parpadeante. Escuchó los quejidos de Hyoseung, sintió su cuerpo temblar mientras
penetraba su interior con dos falanges, tal como TaeHyung quería que lo hiciera. Pensó
que en algún momento llegaría esta instancia, donde tendría que experimentar la pubertad
en su punto con alguna chica de su salón, o tal vez un chico. Nunca habría imaginado que
las cosas se darían de otra manera.
Su interior era viscoso, se sentía sucio y tenía deseos de vomitar. No estaba preparado,
solo quería terminar, pero sabía que TaeHyung no se lo permitiría hasta que diera el aviso,
si es que llegaba a darlo. Recordó cuando Daerlyn tocó su pene en su delirio, cuando se le
acercó con esa sonrisa tan hambrienta y le susurró porquerías al oído mientras lo
masturbaba. Podía sentir sus manos asfixiándolo, riéndose de él a carcajadas y después
pidiéndole piedad, porque tendría que afrontar las consecuencias. Probablemente
HyoSeung era igual. Fingió amabilidad para obtener su confianza y así estarían envueltos,
como cómplices. En el fondo quería ser tocada, se lo había buscado. Su semblante era
cálido, las lágrimas que caían de sus mejillas eran signo del placer, su movimiento pélvico,
sus gemidos y sus miradas lascivas. TaeHyung tenía razón.
Todas las mujeres eran unas zorras.
Actualidad, 1995
—Buenos días, JungKook —por la puerta de la sala de interrogatorio entró una mujer en
sus cincuenta años, radiante y bien cuidada, queriendo respuestas. Tomó asiento frente a
él—. Soy la oficial al mando.
Buscaron a Jeon JungKook por tierra, mar y aire. Nadie descansó hasta obtener pistas
sobre su paradero, de él y de las otras once chicas que seguían desaparecidas. Toda la
nación conoció su rostro. Con el paso de los años se perdían las esperanzas y volvían a
recuperarlas cuando obtenían señales, por más pequeñas que fueran. El caso se animó
cuando la gente encontró una chica pelirroja desmayada en la carretera, en ropa interior y
con múltiples golpes. Su nombre era Minzy y escapó de una casa abandonada a unos
metros de ahí, la misma donde TaeHyung y JungKook dormían por las noches.
—¿Sabes dónde escondió los cuerpos? —la oficial lo miró fijamente y JungKook levantó
su rostro, devolviéndole la mirada pesada.
—No—contestó con seguridad.
—Nunca.
—Bien… —la oficial resopló y husmeó en la carpeta que estaba sobre la mesa—. Te
hablaré sobre algunas chicas que creemos…
—Porque me matará si lo hago —la inspectora se sorprendió al verlo tan tranquilo a pesar
de su confesión y más sabiendo que él estaba en prisión.
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Recordaba todas las promesas que TaeHyung le había hecho. Vivirían al sur, cerca de las
montañas, porque ambos compartían el gusto por el frío. Nunca hablaron de formar una
familia, pero JungKook lo anhelaba desde su dieciocho. Adoptarían a un niño, también
quería una niña, pero conocía el desagrado de TaeHyung hacia ellas y veía difícil que
aceptara. Esos sueños se destruyeron en cuanto la policía irrumpió la casa después de que
Minzy huyera y TaeHyung saliera a perseguirla. El castaño volvió después de unos
minutos y quemó todo lo que pudiera ser evidencia, sin darle explicación.
—¿Qué ocurre? ¿Y Minzy? —preguntó JungKook a sus espaldas, angustiado, sin entender
porqué TaeHyung incendiaba el sótano.
—Irnos —TaeHyung subió y cerró el sótano con llave, mientras el fuego consumía poco a
poco—. Sube al auto ya, esta casa va a explotar en cualquier momento.
En el camino los encerraron y fue entonces cuando TaeHyung pensó que la idea de
suicidarse como acto final no sería prudente. Una parte de él quería seguir viendo el rostro
del rubio, incluso si este lloraba.
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JungKook creía que esa tarde era parte de su destino, que haberse encontrado con
TaeHyung formaba un trozo de lo que sería su futuro, se había convencido de que su
llegada era, en sí, una salida para TaeHyung, una pequeña chispa de esperanza.
A veces entendía lo que pensaba, sentía o decía. No era fácil llevar sus cargas, su odio y
pasado, pero quería hacerlo, porque lo amaba. Y si ese amor significaba mentir para
salvarlo, sacrificarse por su libertad, condenarse a él mismo a una vida miserable,
entonces estaba dispuesto a amar con locura.
La inspectora soltó un largo y latoso suspiro, entre sus manos tomó un lápiz y en una de
las hojas anotó en grande: Jeon JungKook, posible víctima del Síndrome de Estocolmo.
—No puedes verlo, JungKook —dijo la inspectora una vez terminó de anotar—. Eres la
víctima.
—Pero necesito hablar con él —insistió.
—JungKook, lo que tú tienes es algo que los médicos llaman Síndrome de Estocolmo —
explicó—. No estás en condiciones para hablar con él. Necesitas atención médica urgente.
—Usted quiere saber dónde están los cuerpos, ¿no? —la oficial asintió, sin saber a qué
llegaría con eso—. Solo me lo dirá a mí. Si usted me dejara hablar con él, yo…
—¿No quiere cerrar el caso? ¿No quiere verlo tras las rejas? —JungKook llamó su
atención de una forma inusual, siendo esa su última oportunidad para hablar con él—.
Hasta el momento no hay más evidencia que una chica con serios delirios y lagunas
mentales, si quiere tanto como yo completar y ganar el caso, entonces esta es la única
oportunidad.
—Se nota que no conoce a TaeHyung —dijo—. TaeHyung no hablará aun si su vida
dependiera de ello. Lo conozco y sé lo que es capaz de hacer, como también sé que es
alguien que no conoce límites —la inspectora tenía sus dudas. Enviar a JungKook estaba
lejos de todo protocolo. Sus superiores lo aprobarían, pero no estaba segura si su
consciencia haría lo mismo—. Por favor, soy lo último que le queda o dé este caso por
perdido.
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JungKook caminó lentamente junto a los oficiales que lo acompañaban a cada lado. Se
sentía nervioso, estaba preparado para cualquier reacción, aunque si el castaño se negase
a verlo sería un golpe más duro de lo que esperaba. Llegaron hasta una habitación oscura,
lo veía desde el otro lado, con su cabeza inclinada y el cabello revuelto, mirando
atentamente sus manos esposadas. El sonido de la puerta abriéndose lo devolvió a la vida,
más cuando vio a JungKook atravesarla como si fuese un ángel.
El azabache tomó asiento frente al castaño, no sin antes darle la paga a los oficiales.
—Les dije que les diría donde escondiste los cuerpos —respondió.
—¿Le diste lo que te dije a los oficiales? —JungKook asintió y le enseñó lo que quedaba
de lo que le había pasado. Cocaína. TaeHyung sonrió y se tranquilizó—. Es cuestión de
tiempo entonces para que apaguen las malditas cámaras.
—Esto es todo, JungKook —le dijo—. Este era mi destino desde un principio.
—Perdí, JungKook.
—¿Qué haré ahora si no estás tú a mí lado? —ver el rostro afligido de JungKook provocó
un dolor en su pecho. TaeHyung tragó duro—. ¿Este es el final? ¿Vas a pasar toda tu vida
detrás de estas rejas?
—¿Y qué más puedo hacer? —cuestionó—. Tarde o temprano encontrarán los cuerpos.
Al comienzo no sabía si lo que sentía por TaeHyung era odio o lástima. Durante los días
más fríos, las noches oscuras y el silencio eterno, pensó que TaeHyung no era ajeno a ese
momento, que el frío y el miedo estaban siempre sosteniéndolo, llevándolo al colapso,
manipulándolo a tal punto de llegar a pensar que no había más escapatoria. Cuando se dio
cuenta que lo analizaba demasiado y que una parte de él quería abrazarlo mientras hacía
cosas horrible, entendió que algo estaba mal consigo mismo. De alguna forma, se sentía
como pecado.
La inspectora le contó los últimos clavos sueltos. La vida de TaeHyung estaba escrita en
un informe que la policía tenía bajo su poder, porque no era la primera vez que TaeHyung
estaba sentado en esa misma silla. Un padre violador y pedófilo, una madre depresiva y
matratada, un hijo producto de una violación a los quince años, un largo historial sin final
feliz. La primera vez que TaeHyung visitó a la policía fue a sus once años, cuando colgó a
su madre en el patio y lo encontraron en un sótano tres días después, jugando
videojuegos. Lo enviaron a un centro de menores y aquello estuvo lejos de ayudarlo. Años
más tarde regresó, esta vez con dieciocho años y con cargos de violación, su abogado
convenció al jurado y lo enviaron a una clínica psiquiátrica, de donde escapó tras estar
cuatro años.
Pero JungKook había crecido con amor, sus padres lo reconocían a pesar de los años y lo
abrazaron en lágrimas, incluso si él no podía recordarlos y era una persona diferente a la
última vez. Le habían enseñado grandes cosas, a pesar de su corta edad y su indiferencia a
los problemas de extraños. No fue capaz de entenderlo hasta el día de hoy, cuando tenía
que sostener a quien estaba apunto de caerse en mil pedazos.
—Lo harán y entonces será el final —TaeHyung decayó en cuanto sus ojos se
encontraron con los de JungKook, penetrante y el rostro tan serio como nunca. Entendió
que JungKook se refería a una locura, una estupidez que no le correspondía y nunca lo
haría—. No. No lo harás —espetó tras analizar su mirada.
—Responde —insistió tajante—. Me han traicionado tantas veces, ¿qué me asegura que
tú no lo harás?
—¿Me amas? —su pregunta lo tomó por sorpresa, pero asintió después de volver a la
realidad—. ¿Cuánto estás dispuesto a amarme?
—Muy seguro.
TaeHyung rompió la distancia que los separaba, besó sus labios y bastó de un toque para
perder el control. Dejó de importarle si las cámaras seguían funcionando, si sus muñecas
estaban atadas y le dolía al rozarlas mientras sostenía a JungKook. El rubio y antes
azabache devolvió el beso con locura, se introdujo en su boca con pasión y meneó sus
caderas hacia la erección del moreno, queriendo más y más, buscando el verdadero
significado de sus fantasías años antes.
Besó su mentón, su cuello, su clavícula y dejó su propia marca. TaeHyung lo llenó de
pequeños placeres y JungKook respondió a ellos con jadeos inconscientes sobre su oído,
gimiéndole en la boca cuando su erección rozó con la suya y se movió contra ella con
necesidad, porque lo estaba, anhelaba a TaeHyung desde que había visto el cambio que
producía en él, desde que sus ojos capturaban su cuerpo.
—¿Estás dispuesto a darlo todo por mí? —JungKook asintió rápidamente—. ¿Y si eso te
corrompe, mi querido ángel?
Nunca antes había visto a un niño como algo cercano a él. TaeHyung creía que el pasado
de sus padres lo condenaría toda la vida, que nunca podría sentir algo tan humano como
el deseo de querer tanto a alguien que harías lo que fuera para complacerlo. Cuando vio a
JungKook fue diferente, se sintió como un golpe por la nuca, un disparo directo al cráneo.
Ahí estaba él, con sus ojos oscuros y profundos, sin una pizca de miedo, la vergüenza
subiéndose por sus mejillas, su peinado revuelto pero decente, sus labios pequeños y
rojos. Era puro, casi podía sentir la helada cerca suyo, porque JungKook era como la
nieve, suave y fría, llena de memoria y llenándote de calor si caminabas a pie descalzo
sobre ella.
Quería corromperlo y destruirlo, pero al mismo tiempo quería amarlo y brindarle
protección. Se convenció a si mismo de que no estaría en un mejor lugar más que con él,
siendo quizás la realidad muy distinta a lo que pensaba.
JungKook desabotonó su propia camisa, la dejó caer por sus hombros pálidos y buscó el
pantalón de TaeHyung para liberarlo de aquel castigo. El rubio se apartó unos segundos
para deshacerse de su propia ropa inferior y en cuanto estuvo desnudo se subió en el
castaño, esta vez sentándose sobre su pene.
Dolía y más de una lágrima se escapó de sus ojos, sus piernas temblaban y sus brazos
fallaban, su cuerpo apunto de sucumbir. TaeHyung lo sostuvo, lo penetró tal como él
quería y con su ayuda lo meció ferozmente, besando su cuello con ternura en cada
encuentro, golpe e impaciencia.
—¡Ensúciame, TaeHyung!
JungKook llegó al éxtasis, su cuerpo respondió ante el placer y se corrió sin aviso.
TaeHyung besó el rostro húmedo de JungKook, su respiración agitada impactó con la
suya y sonrió ante, probablemente, el último recuerdo que tendría del rubio. Miró por
última vez su marca en la muñeca, de la cual siempre se burló y encontró especial, y se
corrió dentro de JungKook, esperando quizás cumplir su deseo.
—Te mentí, mi ángel. Nunca las van a encontrar, JungKook —susurró mientras JungKook
caía lentamente sobre sus brazos—. Porque las hice cenizas.