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Blue Tail.

-Kookv-
Autora; Bea R. (Chispas Rojas)
Sinopsis

Cuando le conoció, supo que su corazón estaba perdido; sus ojos eran salvajes e irreales.
Su piel, como la fina y brillante arena bajo la espuma de verano. Un cabello comparable a
la costa del mar turquesa de la que no pudo despegar sus iris sin sentirse asfixiado. Sí, una
sirena. De corazón frío y hermosas escamas como diamantes engarzados bajo la orilla de
su piel tostada. Una auténtica joya de cola azul arrancada del Mar del Este, sola, furiosa y
encerrada en una fría cárcel de cristal.
Capítulo 1: Cola azul.
Centro de Protección de Animales Marinos, Isla de Geoje.57
—Ssshh, ya casi está, pequeña —murmuró Jungkook.
Sus dedos se deslizaron cuidadosamente sobre la fina y escurridiza piel de la
foca, que sujetaba con ayuda de su compañero. Su equipo médico para
animales acuáticos reposaba justo en el borde calizo de la piscina en la que se
encontraban sumergidos. Jungkook se hizo cargo de limpiar la piel del
mamífero, comprobar que no hubiese ningún resto metálico clavado en la zona,
y tratarla como un buen veterinario marino.
—Doy gracias a que este bicho no mide más de metro y medio —masculló
Yoongi entre dientes—. ¡Cómo me ha costado pillarte, foca insufrible!11
—Chst, calla —el más joven agitó un spray de sutura por encima de la herida del
animal, sellando finalmente sus arañazos—. Estaba lastimada, ¿cómo quieres
que reaccionara cuando nos vio acercarnos?
La foca se movió alegremente entre sus brazos.
—Cicatrizarás bien, ya verás —le habló Jungkook al mamífero.
—Casi se hace más daño ella solita, que tú y yo tratando de sacarla de esa valla
metálica —mencionó el pelinegro, dejando seguidamente unas palmaditas
sobre el lomo de la criatura, como aliento—. ¿Estás mejor ya, tragapescao?
Menudo festín te vas a pegar hoy, ¡caraerizo!28
—Hyung, es un pinnípedo —prosiguió el más joven, omitiendo la estupidez de
su compañero.—. Está en su naturaleza huir de los... ¡oh!
Yoongi parpadeó, mientras la sonrisa de su compañero se ensanchaba
ampliamente como si acabase de discernir algo.
—¿Un qué? —repitió Yoongi desorientado.
—Pero si es una hembra —exhaló el segundo—. ¿Cómo no me había dado
cuenta antes? ¡Coochie, coochie, coo!7
Jungkook se esforzó en hacerle unas cuantas monerías a la foca, la cual se
mantuvo con una excelente cara de póker.18
—Ojalá te esforzases tanto con todas las hembras, porque... vaya —ironizó su
amigo.2
Los dos soltaron cuidadosamente a la criatura, la cual se deslizó con una
sorprendente agilidad en el agua limpia y cristalina de la piscina, hasta
desaparecer de su vista.
—¡Adiós, Claudette! —se despidió Yoongi.
Jungkook le miró de soslayo, bufó una carcajada y negó con la cabeza.
—Eres un idiota —reconoció abiertamente—. ¿Quieres dejar de hablarle como
si entendiera algo? Y, ¿qué nombre es ese?3
—Disculpa, ¿acabas de meterte con su nuevo nombre? —se mofó Yoongi en
tono grave—. Ay qué ver, qué maleducados son hoy en día estos jóvenes. Está
bien, se llamará Axel. Es un nombre sexy; Axel.4
—Suena a desodorante —pensó Jungkook en voz alta.27
Él y su compañero de trabajo, antiguo camarada de la universidad, y con
certeza, único amigo sin interés platónico, salieron de la piscina por la escalerilla
metálica dando por finalizada su jornada laboral como voluntarios de la
Protectora de Animales Acuáticos de la isla.
El día era soleado, sofocante, y el sol pegaba verticalmente sobre sus cabezas.
La temperatura de julio se había recalentado hasta el punto de que el mono de
neopreno pareciese un condenado traje de terciopelo. Salir del contacto directo
del refrescante agua les produjo un bochorno considerable. Yoongi agarró su
toalla y se secó la cabeza, sacudiendo su cabello bajo la sombrilla. Jungkook
tardó un instante en seguirle, portando el kit de primeros auxilios clínicos para
mamíferos que dejó junto al poste.
Leslie, la joven encargada de la Protectora de Animales Acuáticos, se aproximó
al dúo para felicitarles por su buen trabajo.7
—¿Cómo está Claudette? —formuló la chica.
Jungkook frunció el ceño fugazmente.
—Genial —contestó Yoongi en su lugar—. No sabes cómo se mueve debajo del
agua. ¡Qué tiburón!
—Está controlado. Creo que podréis soltarla en veinticuatro horas —le informó
Jungkook.
Ella levantó el pulgar positivamente y esbozó una sonrisita.
—¡Maravilloso, chicos!
Yoongi se inclinó con disimulo junto al oído del azabache.
—En realidad, me refería a ti, tiburón blanco —murmuró a su compañero en
tono de guasa.
El pelinegro puso los ojos en blanco.
—Debo agradeceros vuestra intervención —prosiguió Leslie amablemente—. No
pensábamos que pudiéramos rescatarla. Pero, habéis sido tan eficientes... como
siempre, no me cabe duda.
Jungkook tiró de la cremallera de su neopreno situada en el cuello y descendió
lentamente, abriéndolo hasta el ombligo. Reveló parte de sus abdominales,
sacando sus brazos con bíceps marcados de las estrechas mangas.28
—Menudo calor hace, ¿no? —resopló sacudiendo su cabello azabache.
A Leslie casi se le desencajó la mandíbula. Jeon Jungkook era el tipo de joven
biólogo, veterinario, soltero y de sonrisa increíblemente fresca, al que todo el
mundo le echaba el ojo en la isla. Sin embargo, no parecía tener muy en cuenta
muchos de sus «dones naturales».4
Yoongi le miró de soslayo, con un claro «no te aguanto, mocoso».
—S-sí que hace, sí —valoró Leslie con un leve carraspeo—. B-bueno, ¿puedo
invitaros a tomar algo? Habéis hecho un gran esfuerzo, os felicito.
—Está bien, ya nos íbamos, Les —respondió Jungkook, echándose una toalla al
hombro.
—No sabéis todo el trabajo que nos habéis ahorrado este verano, y ni siquiera
os hemos hecho ni un pago —añadió la joven, arrastrando sus ojos castaños
entre ambos—. El equipo me ha preguntado varias veces por ti, Jungkook-ssi.
—¿Hmnh? —dudó el chico.
Yoongi abrió la boca en forma de canuto.
—¿Estás seguro de que no quieres volver a pensar lo de tu contratación? —
insistió Leslie—. Creo que encajarías muy bien con nuestr-
—Oh, no. No —renegó rápidamente el azabache, buscándose su peor excusa—.
Ohmn, estoy, eh, trabajando en otro lugar, y…. uh, Yoon también está muy
ocupado, ¿no es así? ¿Yoon?
Yoongi y él se miraron fijamente.
—¿Eh? —emitió su amigo, frunciendo levemente el ceño—. Pero si llevas
semanas rechazando tu oportunidad con los del Arrecife Turques-12
Jungkook le pegó un discreto codazo en las costillas que le obligó a reconsiderar
sus palabras.
—¡Oh, sí! —teatralizó Min Yoongi—. ¡Ocupados, ocupados noche y día!
—Estamos de mudanza —resolvió Jungkook con agilidad—. Además, apenas
llevamos un mes en la isla. Todavía estamos recolocando nuestras pertenencias.
—Hmnh, entiendo —sonrió Leslie—. Ya veo. Si necesitáis a alguien para conocer
mejor Geoje, no dudéis en levantar el teléfono, ¿de acuerdo? Conozco un
restaurante excelente para tomar unos calamares en salsa.
—¿Calamares? —pronunció Jungkook con la voz ronca y una reservada muesca
de asco—. Huh.
—Encantados. Iremos de cabeza. Mañana te mando un Whatsapp —rescató
Yoongi con maestría.1
Jungkook le perforó con una mirada asesina.
—Oh, e-eh, mejor cuando acabemos... la mudanza, sí, claro —solucionó el
mayor a tiempo.1
No mucho después, los dos se marcharon del recinto de la Protectora de
Animales cargando con un par de mochilas deportivas, sandalias húmedas, y la
puesta de sol en el horizonte.
—¿Qué rayos te pasa? —gruñó Yoongi caminando a un lado de su amigo, con
las manos guardadas en los bolsillos del pantalón corto—. Últimamente, percibo
que estás autosaboteando tu vida social.33
Jungkook se encogió de brazos e ignoró su pregunta.
—¿No quieres calamares? Bien, ¿una cerveza? —insistió Yoongi—. ¿Qué hay de,
no sé, un contrato de trabajo que pague el alquiler de nuestra casa?
—No necesito dinero —declaró cabizbajo.
—Huh, ya veo. Tanta agua te ha dejado el cerebro como una sopa —bufó el
pelinegro.
Jungkook arqueó una ceja.
—¡Oh, ya sé! Estás en esa fase, ya sabes —se aventuró a decir Yoongi—; quieres
ser vegano.1
—¿Vegano? Qué va —repitió Jungkook, desviando la mirada.
—¿Vas de Bob Esponja? —continuó el otro—. Confiésalo. No sabía que te
gustaban las estrellas de mar en la cama.12
—¿Quieres salir con ella? Si te gusta, díselo —valoró el azabache con frialdad—.
Es amable. Aceptará.
Yoongi se interpuso en su camino, señalándole con un dedo acusatorio.
—Eh, eh, ¡no me gusta! —declaró bastamente—. Pero nunca se rechazan unos
calamares en la costa de Geoje, chaval. Y, por cierto, tú eres el que le gusta a
ella —añadió con voz aguda—. Por si no te habías dado cuenta, cerebro de
mosquito.
—Huh, perdone usted, señor del calamar —ironizó Jungkook con malas pulgas—
. ¿Le ha ofendido que rechace la oferta, Min Calamardo?7
Yoongi soltó una carcajada silenciosa.
—Payaso —pronunció.
Retomaron el paso en dirección a la parada de autobuses, y Jungkook se mostró
algo más serio durante los siguientes segundos.
—Son cosas de trabajo, nada más, hyung-nim —suspiró con sinceridad.
Yoongi se quedó en silencio. Sus hombros se chocaron amistosamente mientras
caminaban y no tuvo más remedio que compadecerse de ellos mismos.
«Eran demasiado asociales como para interesarse por alguien más que no
fueran sus traseros», pensó el mayor. «Jóvenes, guapos, solitarios. Quizá lo de
guapo sólo era para su amigo. Pero a Jungkook no parecía que hubiese nada que
le interesase más que un arrecife de coral».9
Yoongi extendió una mano y la posó en el hombro del más joven. Le detuvo en
mitad de la calle de nuevo, con un rostro circunspecto y un tono muy distinto al
que aquel día había estado utilizando.
—Oye, creo que deberías aceptar el trabajo, Kook —le aconsejó—. Te llaman
casi a diario, y eres bueno en lo que haces. Te he visto, y te veo, desde que eras
pequeño. Hazme caso, se te dan bien estas cosas. Es como si hubieras nacido
para...
—Lo sé, hyung, es sólo que... aún tengo algunas ofertas más que contemplar —
intervino Jungkook pausadamente—. Quiero elegir bien. Necesito sentirme tan
cómodo como en Busan.
—Ya fuiste veterinario el año pasado —evocó Yoongi, con una leve sonrisa—.
Eso es lo tuyo, ¿no? Piénsalo.
Jungkook asintió decididamente. Yoongi ladeó la cabeza, suspiró y desvió sus iris
castaños oscuros antes de reanudar el paso.
—Eres la persona más testaruda que conozco —dijo en voz baja—. Cabeza
rellena de cemento, ese eres tú.
Jungkook le siguió con una sonrisita.
—Será que he aprendido del cabeza más dura de todo Corea —respondió el
joven con diversión.
Yoongi reprimió su sonrisa. Sabía que tenía razón, por lo que prefirió cerrar la
boca y no volver a insistir con el tema.
«Eso era lo bueno de Min Yoongi», pensó Jungkook. «No le presionaba
demasiado».
Los dos se conocían lo suficiente como para meter las narices en los asuntos del
otro, pero sin inmiscuirse de forma directa. Era una relación beneficiosa.
Compartir piso con él nunca había sido tan malo como sus antiguos compañeros
de la facultad hablaban de otros. Yoongi era solitario y silencioso, como
Jungkook. No se metía en la vida de los demás, no le gustaban demasiado las
redes sociales, y tampoco contaba demasiado lo suyo a no ser que le
preguntasen (e incluso entonces).3
Los dos se sentían cómodos con eso. Eran tal para cual. Y si realmente
compartían algo, era su pasión y afición por el mar. A esas alturas, Jungkook con
veintitrés años, y Yoongi con veinticinco, también colaboraban en su trabajo.
Sus talentos eran algo diversos, Jungkook siempre se decantó por su carisma
natural y mano clínica en lo relacionado a los seres vivos, mientras que Yoongi
era más de terrenos subacuáticos, extracciones de materiales y equipos de
buzo. ¿Quién les hubiera dicho con dieciséis años, que llegarían a formar tan
buen equipo?1
Tras un breve paseo que se extendió en un cómodo silencio, se detuvieron en la
habitual parada de autobús con las mochilas cargadas a sus espaldas, y una
bolsa con sus monos de neopreno húmedos. Tomaron el trasporte público en
unos minutos, y un rato después bajaron en una bonita calle de casitas frente a
la playa, ligeramente apartadas de la ciudad más céntrica de la isla. Caminando
por el pavimento, Jungkook deslizó sus iris hacia la costa llena de arena,
montículos desproporcionados y hierbajos verdes frente el horizonte marítimo
apagándose lentamente. Eso era lo bueno del lugar al que se habían mudado el
último mes; la casa era preciosa, y se localizaba justo frente a la playa.5
Su ubicación le permitía salir a correr libremente por las mañanas, respirar aire
puro y realizar estiramientos sobre la arena. De vez en cuando se daba un
chapuzón, recogía algún molusco o simplemente se sentaba en uno de los
montículos, disfrutando de lo pacífico que era encontrarse lejos de una ciudad
atestada de turistas.
Jungkook había trabajado de prácticas como veterinario marino en Busan
durante su último año universitario. Su colchón económico se lo había
proporcionado su familia; no es que estuviese bien posicionado, pero por
suerte, obtuvo unas buenas becas y matrículas gratuitas durante su periodo
lectivo que le había permitido ahorrar. Ahora podía permitirse pensar bien cuál
sería su trabajo. Tenía excelentes notas, un máster en biología marina y
demasiado talento en su bolsillo.5
Después de todo eso, Yoongi y él se mudaron desde Busan a la isla con más
movimiento del país, en busca de nuevas oportunidades.
Cuando los jóvenes llegaron a casa, el azabache abrió la puerta y entró
sintiéndose pesado. Su cabello olía a sal, tenía la ropa interior mojada y había
estado todo el día moviéndose de un lugar a otro bajo el sol abrasador. La casa
estaba compuesta de dos plantas; en la primera, un salón abierto con vistas al
mar, una preciosa cocina americana digna de una casa familiar, y un pequeño
cuarto de baño que tenían atestado de útiles de pesca, expedición y buceo. En
cuanto a la segunda, había tres dormitorios, dos individuales con cuarto de baño
personal, y el tercero, lleno de cachivaches que no utilizaban, ropa, zapatos, y
bañadores que probablemente ni siquiera les ajustaban tras tres años.
Cualquiera diría que no era la casita familiar de una encantadora pareja
homosexual en Corea.
«Les faltaba el perro», se dijo Jungkook. «Aunque seguro que Yoongi prefería un
cangrejo».6
Él soltó el equipo con el que cargaba bajo la escalera, sacó los neoprenos de la
bolsa y los metió en la lavadora junto a un puñado de su ropa. Yoongi se metió
en la ducha sin decir nada. El más joven se preparó algo de ramen instantáneo
que devoró con un pasivo apetito sobre la encimera de la isla de la cocina, y
después, sacó los monos de la lavadora, los estiró y los tendió en el tendedero
del porche.3
Cuando regresó a la casa, sacudió los pies llenos de arena en la alfombrilla
frente a la puerta deslizante de cristal. Pasó al salón y encontró al repantingado
de su amigo con una cerveza en la mano, cabello húmedo y despeinado, y una
cara absolutamente demacrada. Yoongi agradeció mentalmente que fuera
sábado, y no tuviese que trabajar hasta el próximo día laborable. Puso el aire
acondicionado con el control remoto y le dio un profundo trago a su deliciosa
cerveza helada con la otra mano.
Aún tenían algunas cajas de pertenencias de por medio, cosas sin desenvolver, y
un cierto desorden sobre las estanterías que parecían desear cargarse antes de
pereza en lugar de con objetos.
Jungkook subió la escalera arrastrando la mano por la barandilla y se metió en el
cuarto de baño. Se dio una buena ducha para librarse de la piel pegajosa y el
olor a sal. Salió con una camiseta de manga corta, su brazo derecho salpicado de
tatuajes, descalzo, cómodo. Volvió al salón sólo para dejarse caer sobre el sofá,
tras agarrar una bolsa de snacks y comprobar su cuenta de Twitter desde su
teléfono.13
Yoongi estaba viendo un absurdo programa de entrevistas a celebridades
morbosas, el azabache revisó su propio correo electrónico pasando por encima
de varias ofertas de trabajo que aún tenía pendientes. Ser joven y tener su
currículum le ofrecía muchas oportunidades de entrar al mercado laboral.
Desinteresadamente, descubrió varias llamadas perdidas de las que ni siquiera
se percató hasta entonces. Había recibido un SMS de un mensaje de voz
entrante en su contestador automático.3
Jungkook se mordisqueó la punta de la lengua. «¿Un mensaje de voz? ¿quién
hacía eso en el siglo veintiuno?».
Él se levantó perezosamente del sofá, buscando alejarse del ruido del televisor.
Se llevó el teléfono a la oreja frunciendo el ceño por el zapping a todo volumen
de su compañero. La yema de su dedo se deslizó distraídamente por encima de
la vitrocerámica de la cocina.
Mientras tanto, Yoongi cambió de canal muriéndose en el más absoluto asco
por la programación. De repente se detuvo en el canal de telenoticias con un
rótulo que atrapó su atención. Lo reconoció rápidamente, pues había leído esa
misma mañana la noticia en el periódico digital que habituaba a ojear desde su
Smartphone.
«El gran acuario de Geoje».
—El acuario de Geoje fue inaugurado el pasado lunes —dijo la voz femenina
proveniente de la televisión. Las imágenes del complejo acuático comenzaron a
superponerse sobre la pantalla—. Conocido como el acuario más grande del
mundo, se sitúa en la zona este de la isla. Cuenta con más de treinta mil metros
cúbicos de agua, veinte mil toneladas de agua dulce y una zona subacuática de
túneles instalados bajo un cercado del Mar del Japón. El complejo alberga miles
de especies diferentes de animales marinos, desde ballenas blancas, hasta
mantarrayas, belugas, anémonas, tiburones, y especies imposibles de encontrar
en las costas asiáticas, trasladadas desde los paraísos del caribe.
Yoongi le dio un trago a su fría cerveza y clavó un codo sobre el reposabrazos,
apoyando el mentón sobre sus nudillos con curiosidad.
—Los tiburones toro, se alzan como las estrellas del acuario —informó un
periodista—. Pero sin duda, los supuestos hallazgos por parte del equipo
privado de expedición del presidente de la corporación, han dejado las
expectativas de todo el mundo por las nubes.1
—¿A qué se debe, señor Lee? —preguntó la presentadora.
—Por si aún no lo sabe toda la prensa, e incluso puede que el todo país, la
página web de la Corporación de Kim Namjoon, anunció recientemente que,
dentro de poco, exhibirán una especie desconocida; los reyes del océano.5
—¡Wow! —exhaló la mujer con fascinación—. ¿Qué nueva especie esperan
mostrar al mundo?
El periodista rio levemente a su lado.
—¡Tritones, seguro! —bromeó seguido de un tonto carcajeo.2
Yoongi frunció los labios, se pasó unos dedos por la sien, reflexionando. Lo
próximo que vio fue al presidente Kim Namjoon elegantemente trajeado,
cabello dorado peinado hacia atrás, pómulos marcados y hoyuelos pretenciosos,
abriendo la inauguración de «El Gran Acuario de Geoje». Como extra,
mencionaron que el acuario había sido rápidamente premiado por el record
Guinness del acuario más grande del mundo, superando a los chinos.4
—¿Nueva especie? —murmuró Yoongi con voz grave—. Ese tío sí que es una
especie aparte... menudo pez gordo...
—Las pre-compras de las entradas para el acuario de Geoje se agotaron el
primer día de lanzamiento —escuchó la voz de la presentadora, cuyo rostro
reapareció en la pantalla—. La próxima tanda de entradas podrá reservarse a
través de la página web GeojeAqua.ko/tickets o a través de la venta de entradas
de Lotte.
Jungkook volvió de la cocina, bajó el teléfono móvil de su oreja con los ojos muy
abiertos, dejando que sus pupilas se perdiesen en el resplandor de la pantalla.
Se sentó con media pierna en el reposabrazos justo al lado de Yoongi, el cuál
levantó la cabeza, advirtiendo la expresión de su rostro.
—Qué, ¿has visto un fantasma nenúfar? —musitó su compañero, seguido de un
trago de cerveza.
Jungkook bloqueó su teléfono móvil antes de volver a mirarle.
—Si te digo... ¿tengo una entrevista en el acuario más grande del mundo?
Yoongi se atragantó con su propio trago, manchando el cuello de su camiseta.
—Que, ¿tienes qué? —chilló.
—El encargado de Recursos Humanos parecía muy interesado en que me
acercase esta tarde —comentó Jungkook neutralmente—. No me di cuenta de
sus llamadas.
Yoongi se pasó una mano por el cabello negro, despeinándoselo agresivamente.
—Como no vayas a esa entrevista, patearé tu culo y te meteré en una jaula de
tiburones, ¡en bolas!
Jungkook se cruzó de brazos con una sonrisa.
—Hmnh, debo pensarlo —dijo con la intención de sacarle de quicio.
Después de su declaración, procedió a darle las buenas noches y subió a su
dormitorio. Yoongi se prometió a sí mismo que lo haría; si Jeon Jungkook no iba,
pensaba atarle a una tortuga marina el resto del verano.1
El azabache se metió en la cama esa noche, y miró el techo. Le sorprendió
gratamente que el encargado de Recursos Humanos de la Corporación Kim
pareciese saber tanta información de él, sobre su grado universitario, sus
excelentes prácticas, y su currículum completo. Jungkook ni siquiera había
presentado su currículum en esa empresa. No le gustaban los acuarios. Prefería
los espacios abiertos y los parques naturales, a las cárceles de cristal o los
«zoos» de los que la gente tanto disfrutaba.
Era capaz de reconocer la importancia de lugares así; inversión de dinero a
cambio de un incremento de turismo. Era probable que, ahora, Geoje se
convirtiese en uno de los lugares más bellos y llamativos del mundo. Pero
Jungkook ya conocía sobre la construcción del acuario de Geoje con
anterioridad, y su olfato le había hecho seguir el proyecto arquitectónico a
través de internet.
«Sí, era el acuario más enorme del mundo, y merecía, a pesar de que detestase
sitios como ese, una pequeña visita», se dijo a sí mismo. «Había algo que le
llamaba la atención de ese sitio. Puede que fuese la exquisitez con la que estaba
construido, o la capacidad de contener tantas especies de criaturas diferentes,
que jamás hubiera visto de no moverse de su localización surasiática».
De un momento a otro, creyó que no era eso. No sabía por qué, pero por un
segundo, sintió como si un tintineo sonase a lo lejos. Él alzó la cabeza y
parpadeó en la oscuridad.
«El murmullo de las olas, tras la ventana, a treinta o cuarenta metros de casa»,
pensó, reposando de nuevo la nuca sobre el almohadón. «No había ninguna
campana».
Sólo era su corazón, desbordándose de una extraordinaria atracción por aquel
complejo. Él era especialmente escéptico con eso de las casualidades, pero se
había estado cruzando el condenado acuario de Geoje por todas las revistas, por
todas las páginas de internet que visitaba, en Twitter, en Instagram, e incluso en
los postes publicitarios de los que se colgaban carteles que nadie miraba. Y
ahora, el mismo acuario llamaba a la puerta de su casa. ¿Suerte o fatalidad?4
Entre un pensamiento y otro, Jungkook se quedó dormido. El cansancio físico le
arrastró entre las olas de su consciencia con facilidad. Durmió bien, la suave
brisa que entraba por la ventana le refrescó toda la noche sin que las sábanas se
le pegaran. Por la mañana se despertó muy atontado, tomó un bol de cereales y
repasó el mensaje de voz en su contestador como si necesitase comprobarlo.
Después del desayuno, se enfrentó a su reflejo en el cuarto baño. Decidió que el
salvajismo de su pelo era un enfrentamiento al que no le apetecía encararse,
por lo que lo recogió parcialmente tras su nuca y se vistió de la forma más
casual posible. Pantalón vaquero y ajustado, camiseta negra de manga corta,
con una desgastada y abierta camisa azul a cuadros.5
El acuario de Geoje se encontraba justo en el otro extremo de la isla. Yoongi aún
estaba enredado en sus propias sábanas cuando Jungkook salió de casa por su
cuenta. Tomó el tranvía que atravesaba el corazón turístico de la ciudad, y
observó la bonita ciudad costera, turquesa, llena de palmeras, de gente alegre,
restaurantes y clubes animados, tiendas de suvenires, apartamentos de verano
y hoteles.
Jungkook pensó en la voz del amable hombre que le había dejado el mensaje de
voz. Su acento era de Seúl, no de la isla. Había insistido en que se acercase al
complejo para enseñarle las instalaciones y hablar cara a cara, informándole de
que estaba al tanto de su currículum y de lo joven que era.
Momentáneamente, se preguntó qué diablos estaba haciendo. «A él no le
gustaban los acuarios. ¿Qué trabajo pensaba que le ofrecería? ¿cuidar
pingüinos? ¿alimentar a las orcas? No iba a ponerse a limpiar cristales ni de
broma».
Al bajar del tranvía, Jungkook ubicó fácilmente el recinto. No era grande por
nada. Las instalaciones se veían enormes, e incluso a pesar de ser un domingo,
se encontraban abiertas y llenas de gente que hacía picnic en el césped exterior,
tomaban refrescos y perritos calientes en alguno de los puestos móviles, y se
agrupaban para fotografiarse junto a la entrada. El edificio principal era
redondo, abovedado, de un tono blanco-grisáceo, más el celeste provocado por
las decenas de cristales que atrapaban el sol y hacían resentirse a sus pupilas.
Jungkook se dirigió a la cúpula de cristal observando los paneles solares. La
entrada era lujosa. Los grupos de turistas se encontraban formando hileras para
pasar por las taquillas o el mostrador de información, adquiriendo un
reproductor de guía o esperando al orientador asignado a su grupo.1
Él se detuvo en el centro del gran hall solitariamente. Alzó la cabeza y observó el
cartel: «El gran acuario de Geoje».1
Casi resonaba en su mente, como si alguien acabase de leerlo con un micrófono
amplificado, antes de saltar a un cuadrilátero.
Jungkook volvió a mirar a toda esa gente, sintiéndose excesivamente solo. Con
las manos en los bolsillos, permaneció junto a la entrada. Las apariencias de
aquel lugar resultaban desconcertantes, pero su corazón era difícil de
conquistar. Lo que realmente le interesaba era el interior, el detrás de la escena,
los bastidores y que los almacenes de comida mantuviesen la temperatura
idónea, así como el trato a los animales.
«¿Qué demonios estaba haciendo en un sitio como ese?», se repitió
maldiciéndose. «La culpa la tenía Yoongi y su estúpida jaula de tiburones».2
—Jeon Jungkook, ¿me equivoco?
El joven giró la cabeza con un leve sobresalto, por un segundo, esperó que aquel
hombre no hubiera detectado su estúpido respingo. Sus pupilas se fijaron sobre
el individuo; alto, joven, de cabello castaño, y una americana grisácea, sin
corbata.1
—Eh, hola —respondió Jungkook con neutralidad—. Qué pasa.
«¿Se notaba mucho que le daba igual si conseguía aquel trabajo?». La estrategia
a la que Jungkook se ajustó fue la de mostrarse indiferente, nada sorprendido
por las instalaciones, y con la mayor parsimonia del mundo.
—Vaya, acerté —celebró con una distinguida sonrisa—. Bienvenido al acuario
de Geoje, señor Jeon.
Jungkook reconoció su voz, por la cantidad ingesta de veces que había repetido
el mensaje del contestador automático en su oreja. Su acento de Seúl. La
amabilidad implícita en cada una de sus sílabas.
—Gracias, ¿usted es...?
Sus iris se arrastraron hasta la tarjeta de identificación plastificada que colgaba
del cuello a la altura de su pecho. «Kim Seokjin».9
Seokjin inclinó la cabeza cortésmente, ofreciéndole su mano. Jungkook
respondió con otra inclinación distraída, olvidando estrecharla.
—Mi nombre es-
—Kim Seokjin —interrumpió Jungkook, señalando tímidamente con un dedo—.
Disculpe, lo pone en su tarjeta.
Seokjin se sintió levemente divertido.
—Bien, señor Jeon —esbozó media sonrisa—. ¿Le importaría acompañarme?
Desearía mostrarle alguna de las zonas del recinto mientras le explico el motivo
de mi llamada.
—Huh, claro.
Jungkook siguió sus pasos, con una extraña sensación recorriendo su piel y
erizando el vello de su nuca. Recordó las palabras de la publicidad del recinto;
«la nueva especie». Él le acompañó gentilmente, comprendiendo en cuestión de
minutos, que aquello se había convertido en una pequeña guía de introducción
y explicación de las diferentes zonas de las grandes instalaciones.
Lejos del hall, por los pasillos del complejo del gran acuario, había túneles,
enormes peceras, espacios totalmente abiertos que se sumergían bajo el ala
natural del mar turquesa. Jungkook se reacomodó su bolsa deportiva sobre el
hombro, sin poder evitar sentirse ligeramente pequeño frente a cada uno de los
espacios. Seokjin parecía saber sobre su trabajo, su voz era amable y explicativa,
vestía con blazer grisácea y pantalón de pinza oscuro. ¿Pensaba preguntarle por
algo de su currículum, o aquello iba a ser una extensa visita sin dirigirse al
«tema» que de verdad le importaba?
Seokjin le habló sobre la cantidad de metros cúbicos y toneladas de agua que
encerraban. Le dio una vuelta por allí, paseando el suelo de mármol brillante y
el insistente «olor a nuevo». Atravesaron numerosas zonas asignadas por el
nombre y tipo de criatura, más allá de las resistentes y enormes paredes de
cristal, existía una bonita cafetería de tonos azulados y terrosos, situada bajo la
cristalina cobertura que dejaba ver decenas de llamativos peces, corales de
colores y construcciones de aspecto natural. Un grupo de jóvenes se encontraba
fotografiándose con bebidas especiales, de aspecto caribeño y llamativas
sombrillitas, con varios tiburones meneándose justo detrás. Había numerosos
carteles explicativos y pantallas LED que ilustraban acerca de la procedencia de
cada espécimen, y el olor a café y cruasán inundaba sus sentidos.
Sin duda era, un lugar maravillosamente ideado para crear un gran negocio.
Niños, adultos, gente joven, todos parecían estar pasando el mejor día de sus
vidas.
—Wow —exhaló el pelinegro en voz baja.
Seokjin le miró con satisfacción.
—Sí, esa es la sensación general de... todo el mundo...
«El ser humano expone a los animales como trofeos y se regodea de sus
hazañas como si aún estuviesen en la edad media», pensó Jungkook con
sarcasmo. «No es que le molestase ese tipo de lugares turísticos, era el
complejo más impresionante que jamás había visitado. Sin embargo, seguía sin
ser especialmente partícipe de mantener tras unos vidrios a unos seres que,
esencialmente, debían ser libres. Los peces pequeños eran pasables, pero no
todas las grandes criaturas eran capaces de sobrevivir en espacios limitados».14
Posó una mano tocando la fría pared de cristal y se sintió sobrecogido.
—Mira todo esto —murmuró Jungkook para sí mismo—, unos milímetros de
vidrio, y cientos de toneladas de agua al otro lado, esperando a aplastarnos bajo
su masa. Tan resistente, y tan frágil.
Seokjin se sorprendió por su comentario.
—El señor Kim ha sido muy exigente con estas instalaciones —expresó—. No se
trata de cualquier tipo de vidrio, claro. Este es indestructible. La construcción
está preparada para soportar cualquier tipo de presión y peso, sin poner en
riesgo a los visitantes.
—He leído respecto a eso.
—¿Qué ha leído al respecto, señor Jeon? —sonrió Seokjin astutamente—. No
sabe nada de este lugar, más allá de lo que dice la prensa.
Jungkook se humedeció los labios, dispuesto a expresar su juicio.
—Cada una de las especies que existen en el mundo, reunidas bajo el mismo
complejo —comentó el azabache—. ¿No es una idea muy ambiciosa y
rocambolesca? No cualquier empresario del mundo se permitiría tal prestigio.5
—Oh, se sorprendería —manifestó Seokjin, ladeando la cabeza—. El presidente
de la corporación tiene unas ocurrencias muy... especiales.
—Especiales —repitió Jungkook cruzándose de brazos, y dirigiendo su mirada
hacia él por primera vez en toda su visita guiada.
—Sí... ideas... vanguardistas —continuó el hombre, pausadamente—. Con
resultados, sorprendentes.
La sonrisa de Jungkook se asomó en su rostro poco a poco.
—¿Estamos hablando del típico millonario con una sala roja? —bufó con
diversión—. Hmnh, ¿le va el BDSM, o qué?3
Seokjin se rio alegremente, sus iris castaños titubearon sin demasiada
convicción, como si estuviese replanteándose la forma de enunciar sus próximas
palabras.
—Prefiero no ahondar en esos términos. Conozco al presidente Kim desde que
tengo memoria, pero sus asuntos privados siguen siendo exclusivamente
personales —esclareció el hombre con media sonrisa—. Verá, Jungkook-ssi,
contacté con usted tras examinar detalladamente su currículum.
El azabache alzó las cejas, descruzó los brazos con un inesperado pálpito en su
pecho.
—Ah, ¿sí? Vaya, algo me pareció notar por su mensaje en mi contestador —
ironizó el pelinegro—. Deben recibir miles de currículums de todas partes del
país, a diario. Fue sorprendente que alguien se mostrase interesado por mí tan
rápido. ¿Dónde me conoció?
—No fue tan difícil; conozco al decano de la universidad de Busan —explicó
Seokjin, restándole magia al asunto—. Yo también estudié allí hace unos
cuantos años. Me prestó los mejores expedientes y me concedió el lujo de
seleccionar un posible candidato. Conozco su talento de primera mano,
Jungkook, ha tratado suficientes especies de mamíferos acuáticos, e incluso
asistió a unas prácticas universitarias con un contrato parcial durante su último
año —le aduló levemente, como si llegase a apreciarle—. Es un diamante en
bruto, y a nosotros, en la corporación Kim, nos complace formar y contratar a
jóvenes con su potencial.
Jungkook se sintió tan halagado, que sus mejillas se sonrosaron un poco y se vio
forzado a desviar la mirada.1
—Oh, ¿es una especie de fan? —suspiró, interponiendo un muro personal—.
Me pregunto para qué quieren el talento del que hablan, si se trata de alimentar
pingüinos. Adoro a esos pequeños sphenisciformes, pero no soy un cuidador de
mascotas.
—Huh, ¡no, no, no! —negó Seokjin rápidamente—. Vayamos al grano de una
vez; le contaré de qué se trata, pero antes necesito la certeza de que se
implicará en su encomienda.
El pelinegro arqueó una ceja.
—¿Cómo? —formuló Jungkook con escepticismo—. ¿Está pidiéndome que me
comprometa incluso antes de comentarme para qué me ha llamado?
Seokjin se pasó un par de dedos por la sien, masajeándosela.
—Es algo confidencial, créame —trató de expresar—. Se trata de una especie
única. Uno de los mayores tesoros de... Kim Namjoon.8
El más joven percibió que había algo más allá de sus palabras. Mucho más allá
de lo que Seokjin podía atreverse a mencionarle. Pero Jungkook era una
persona sencilla y directa. No quería hablar de dinero, u oportunidades únicas.
Él necesitaba ir al corazón de todo eso de una vez por todas, y descubrir por qué
demonios se había dejado arrastrar hasta un sitio como ese.
—No puedo aceptar una oferta que desconozco, compréndame —insistió
Jungkook con sensatez—. Si tan sólo pudiera dejar que me hiciera una idea, le
ofreceré mi discreción.
Seokjin suspiró y pareció decidirse.
—Hmn, ¿me permite tutearle? —preguntó al joven.
—Por supuesto.
—Genial, Jungkook. Verás, a veces, los mayores tesoros nos esperan en las
mayores profundidades —comentó el hombre, observando detenidamente el
acuario con los iris perdidos en los corales—. No es oro, ni tampoco es algo
domesticable. Pero su valor es incalculable, y su presencia... un regalo que
habita en secreto entre las paredes de este complejo. Si usted acepta, deberá
sumergirse en su labor por completo.
Jungkook ladeó la cabeza, observó los reflexivos ojos del mayor, sin comprender
muy bien su comentario.
—Y, ¿qué... en qué puedo ayudarte, exactamente, Seokjin? —preguntó el
azabache, apoyando el hombro sobre el grueso cristal sin abandonar su
persistencia por ahondar más en la situación, de una vez por todas—. ¿En qué
asunto pantanoso debo sumergir mi cabeza, sin perderla?
Seokjin le señaló con la cabeza.
—Sígueme, te mostraré algo —anunció, reanudando su paso—. ¿Serías tan
amable?
Jungkook tuvo una corazonada de que se trataba de algo grande. «Algo muy
grande». Más de lo que había pensado. ¿Por qué si no, sentía como si estuviese
a punto de meterse en la mátrix?
Sus pasos se dirigieron a un ala muy separada del resto, a la que llegaron en un
par de minutos. El lugar se ampliaba bajos los muros del complejo, pero de
forma privada. Sólo se podía acceder con una credencial, pues la entrada estaba
restringida. Sin demora, Jungkook y Seokjin se aproximaron a un gran acuario
cilíndrico de cristal, de decenas de metros de altura, y conectado a un piso
superior que quedaba fuera de su vista.
El más joven no dijo ni una palabra, pero estar allí le hizo abrir la boca
levemente; era el sitio más enorme y curioso que había visto en toda su vida. El
fondo marino estaba hermosamente adornado, predispuesto para darle un
toque marino, con cuevas de roca, algas, hondonadas y arrecifes. Colores
azulados y turquesas, lilas, pasteles, salpicados de algún rojo coral que parecía
cincelado por la mano de la naturaleza.
Y a pesar de ser reticente a ello, supo que sería afortunado si terminase
trabajando en un lugar como ese.
Al otro lado del túnel de cristal, Jungkook vio una pequeña sala, que conectada
un ascensor a la planta superior que asomaba a la superficie.
—Esta es la parte privada del señor Kim —explicó Seokjin—. Tiene un
alojamiento en el mismo recinto, podríamos decir que... este es su santuario.
«¿En serio?», pensó Jungkook. «Hasta dónde podía llegar la vanidad de alguien,
como para permitirse tener un acuario de exclusivo disfrute personal».
—Quiere decir, que, esta zona no se exhibe al público —concordó Jungkook,
caminando lentamente bajo el pasillo de cristal—. ¿Cuál es la razón?
—No a cualquier público, al menos —mencionó el otro—. Namjoon es
especialmente receloso con sus tesoros.2
Jungkook movió la cabeza en todas las direcciones. La instalación era enorme,
arena sedosa en la superficie, piedras de todas las tonalidades, corales y plantas
marinas que florecían en lo más profundo. La densidad del agua oscurecía las
profundidades, volviéndola mucho más intrincada y secreta que cualquier otro
de los acuarios. Era un lugar hermoso, sin embargo, no pudo vislumbrar ni a una
estrella de mar pegada al arrecife. El acuario carecía de especímenes o fauna
visible.
—¿Está vacío? —dudó ante la falta de criaturas.
—No, claro. Pero... no está en condiciones de exhibirse —musitó Seokjin,
apuntando con la cabeza al interior de la gigantesca pecera—. Creo que está por
allí.
Jungkook se volteó en su dirección siguiendo la orientación de su mirada. Fue
increíble la forma en la que pensó que no vería nada más grandioso de lo que ya
había visto en las otras salas, pero en cuestión de segundos, intuyó que algo
estaba a punto de superar sus expectativas, y con creces.
—¿El qué? ¿qué cosa?
Seokjin se aproximó al cristal, posando brevemente una mano sobre este.
—Lo he intentado, Jungkook. Pero créeme, quiere morir —dijo con pesar—. Está
muriéndose porque odia esto.37
Jungkook no comprendía nada, pero su corazón comenzó a martillearle en el
pecho, mandándole una descarga adrenalínica a todo su sistema nervioso. Se
acercó al cristal junto a Seokjin, estrechando sus ojos para afinar su visión, e
intentando comprender qué era lo que quería que viese exactamente. Colocó
las yemas de sus dedos sobre el frío vidrio, recibiendo el tacto helado del agua
que presionaba desde el otro lado.
Apenas distinguía nada por la densidad del agua, pero de repente, advirtió cómo
algo se movió a gran distancia. Sus movimientos eran lentos, cansados, otros
rápidos y nerviosos. Erráticos. Sin un rumbo fijo. Los ojos del joven se abrieron
de par en par. Una gran cola azulada y escamosa, con leves destellos de la luz
solar que se derramaba por las enormes cristaleras del acuario, contiguo al mar.
Más esbelto que un delfín, deslizándose en el agua como si se mimetizase con el
elemento. La mayor elegancia que jamás pudo observar, cabello turquesa con
destellos cobaltos. Porte de un ser de la realeza, heredando las aguas como si
de Poseidón se tratase.18
No, Jungkook no podía creer lo que tenía ante sus ojos.
«¿Era eso...? ¿Es posible que eso fuera una auténtica...?».
Y como si el ser lo hubiese escuchado mentalmente, se giró en las aguas y sus
iris conectaron con los del humano. Decenas de metros cúbicos de agua les
separaban, pero la primera vez que sus iris se cruzaron, Jungkook perdió el
aliento, sintiendo como si estuviese siendo arrastrado al fondo del océano más
profundo.4
—Él es... bueno, no creo que esté demasiado contento de que haya traído a
alguien más aquí —pronunció Seokjin, cortándose de forma interrumpida—. No
le gustan los humanos, es comprensible. Se ha dedicado a evitarme desde hace
algún tiempo.1
Jungkook soltó su aliento bruscamente, su corazón se encontraba al borde de
atragantarle. La sirena se aproximó a su posición con una espontánea decisión, y
él, de forma instintiva, retrocedió varios pasos, tropezándose torpemente con
sus propios pies.
—Es imposible —masculló Jungkook para sí mismo—. E-es imposible...
—Lo es —dijo Seokjin casi en un susurro.
La criatura se acercó lo suficiente a ellos, pasando por encima del túnel
cilíndrico en el que se encontraban. Jungkook lo supo entonces; estaba perdido.
Sus ojos eran salvajes, rasgados y dispares, con la capacidad de arrancar el
aliento a cualquier mortal. De cerca, apreció que sus iris poseían una particular
heterocromía que nunca antes había visto. Las tonalidades eran líquidas y
celestes, con tonos pasteles y lilas como los corales. Comprendió que su cola
escamada era demasiado extraordinaria para ser «sólo azul». No, era más que
eso. Encerraba todos los matices del Mar del Japón. Turquesas, índigos,
aguamarinas, verdosos, celestes, ultramarinos...4
Su piel se encontraba bendecida por el asombroso tono de la fina arena tostada
de la costa. Y sus rasgos, eran exóticos, digno de un ser legendario.1
Él miró a Jungkook con altanería, y el joven pensó en que su belleza era capaz de
arañarle sin piedad.5
Pudo sentir su desprecio a través de los milímetros de cristal que les separaban.
Su desdén, su rabia, su ira. Su odio hacia cualquier impresentable humano.
Después, la sirena aleteó y se alejó, deslizándose sinuosamente hasta perderse
en alguno de los recovecos de aquel enorme lugar, lejos de sus ojos mortales.
Jungkook se quedó segundos entero sin aliento, se sintió inesperadamente
indefenso. Era como si un león marino hubiese mirado a un conejo, avisándole
de que aquel lugar era su territorio. Y él, por supuesto, acababa de entender lo
que significaba experimentar una auténtica intimidación dedicada a su persona.
«Seokjin tenía razón, no estaba feliz porque hubiese traído a alguien nuevo a su
condenada prisión de cristal», se dijo.
El joven se forzó a volver a respirar, descubriendo que casi estaba ahogándose.
—Increíble —estimó Seokjin—. No te ha recibido tan mal, e incluso parecía que
tenía curiosidad por verte de cerca. No le tengas en cuenta su mala cara... ha
pasado unas semanas duras desde su traslado...
«¿Tener en cuenta?», repitió Jungkook en su mente, mirando a Seokjin con una
pavorosa expresión.
El joven percibió cómo algo inesperado comenzaba a rasparle la garganta,
mientras un nudo se le formaba en el estómago. «¿De dónde habían sacado a
esa criatura? Él era biólogo y veterinario marino, y jamás había visto algo como
eso, lejos de los cuentos de hadas».
Sus rodillas habían comenzado a flaquear, con tan sólo una de sus miradas. Ése
era el inestimable poder de una criatura como esa.
«¿Tenía miedo de la sirena? Quizá. El ser humano siempre temía lo que
desconocía», reflexionó con sensatez. Pero en su pecho, comenzó a raspar una
fuerte sensación compasiva por algo que aún no conocía. «Una criatura como
esa, encerrada en una cárcel de cristal. Como un prisionero. Como un animal.
Como una estatuilla de oro sin padecimientos, y con la única finalidad de que su
belleza fuese admirada como un vano pez de colores..., en cautiverio».6
—Algo tan salvaje y admirable, encerrado entre estas paredes de cristal —
alcanzó a decir Jungkook, con una voz reconocible—. Pero, ¿qué es lo que
habéis hecho...?10
Seokjin le miró con cautela, tensando la mandíbula.
—Podrías, entonces..., ¿ayudarnos, Jeon Jungkook?
Capítulo 2. Una gran pecera.
—Déjame entrar. Necesito ver algo.5
Esa fue la única respuesta que Seokjin recibió la mañana que le ofreció una
contratación profesional a Jungkook. El hombre dudó brevemente,
reflexionando sobre si era seguro permitir que entrase un desconocido. Si
aceptó, sólo fue por la asombrosa determinación de sus ojos.
—¿Vas a dejarme un neopreno, o tendré que entrar en jeans? —preguntó el
más joven mientras se dirigían al ascensor.
—¿De verdad estás dispuesto a hacerlo? —Seokjin sonrió con incredulidad—.
Estás completamente chiflado.
El pelinegro se humedeció los labios.
—Quiero tomar la decisión correcta —contestó.
Seokjin accedió por intuición, atravesaron el pasillo cilíndrico y llegaron al
diminuto rellano del ascensor. Lo tomaron en silencio, y subieron hasta la sala
situada sobre la superficie del acuario. Era la primera vez que llevaba a alguien
más hasta allí.
Jungkook pudo ver que la sala no era muy grande, pero constaba de un
pequeño almacén con lo necesario para cuidar de criaturas acuáticas; equipo
médico útil, botiquines, ropa doblada de recambio, comida humana en un
refrigerador de cristal, como refrescos y snacks, y un estante con accesorios
para el buceo. Además, habían colocado una pequeña mesa de café y un sillón
de cuero de dos plazas.
El pelinegro dejó su bolso deportivo y esperó de brazos cruzados, atisbando lo
que debía ser la puerta bloqueada de entrada al acuario. Seokjin entró en el
cuarto de baño, la curiosidad de Jungkook le hizo asomarse, comprobando el
baño contiguo con un par de duchas, y una taquilla de donde su acompañante
sacó una toalla de algodón. Se la ofreció sin dilación, constatando la expresión
de su rostro.
—No tenemos trajes de baño. Tendrás que arruinar tu ropa —el agarre de sus
dedos se pronunció cuando el joven agarró la toalla—. Jungkook, una cosa;
recuerda que no vas a visitar a un pingüino. Y ni se te ocurra meterte en el agua
a la primera, o lo lamentarás. Está irascible desde hace unos días, y no creo que
le guste ver a alguien nuevo en su territor-
—Gracias por el consejo —interrumpió Jungkook, llevándose la toalla de un
imprevisto tirón—. Pero vosotros sois los que le habéis enojado. Dime una cosa,
¿cuánto tiempo lleva aquí exactamente?
Seokjin siguió sus pasos, haciendo cuentas mentales.
—¿Un mes? ¿algo más? Creo que fueron... cinco semanas —vaciló
lentamente—. Treinta y ocho días, si no me equivoco.
El joven se desprendió de su camisa de cuadros, quedándose en manga corta.
Seguidamente se descalzó, dejando a un lado sus Mustang de color mostaza.
—¿Quién más le ha visto? —preguntó.
—El señor Kim viene a verle de vez en cuando —comentó el castaño—. No hay
más que decir, no está feliz con sus visitas. Hace tiempo que dejó de
comunicarse, si es que alguna vez lo ha hecho, porque, no creo que...
—¿No crees que, qué?
—Que hable.
—Hmnh —Jungkook se movió hacia la puerta enérgicamente y tiró de la manija.
Estaba bloqueada, por lo que giró la cabeza en su dirección, con cierta
impaciencia.
—Disculpa, sólo se abre con mi credencial —pronunció Seokjin, aproximándose
a la puerta—. Si ayudas, te daré una tarjeta mágica de estas.
Jungkook chasqueó con la lengua, comprendiendo su truco. El mayor pasó la
tarjeta por el lector electrónico y la desbloqueó. La ranura abierta le trajo el olor
a una cálida humedad hasta su olfato. Olía a sal, a instalaciones artificiales, y al
probable sistema de ventilación exterior, frente al auténtico mar celeste que
yacía tras el cristal.
—¿Por qué dices que está muriéndose? —preguntó Jungkook con perspicacia—.
No tenía mal aspecto.
—Las sirenas... son así... —expresó su compañero vagamente, pasándose una
mano por la nuca—. Son testarudas. Si no les gusta algo, pueden morirse si así
lo desean.4
Jungkook tragó saliva pesada.
—Mira, me ha costado mucho tiempo ganar su confianza. Ahora no quiere
verme, pero, no es un delfín, Jungkook —expresó Seokjin en última instancia—.
No va a aceptar una chuchería. Las sirenas tienen uñas y dientes, y mucha más
fuerza que un caimán. Su cola podría fracturar la construcción de un acuario
común. Las paredes de contención de este, fueron reforzadas por un vidrio
mezclado con dióxido de silicio y alúmina, es decir, su resistencia es como el
acero, ¿comprendes?16
El azabache suspiró, se echó la toalla por encima de un hombro y asintió con la
cabeza.
—Está bien. Sólo voy a verle de cerca —concretó con seguridad—. Si quiero
trabajar aquí, tendrá que acostumbrarse a mi presencia.
Jungkook empujó la puerta con el hombro y salió de la sala. Seokjin permaneció
junto a la puerta unos segundos, después, la cerró sin bloquearla, buscando no
perturbar la atmósfera interior del acuario. Se sentó en el sofá de cuero,
cruzándose de piernas y tamborileando con los dedos sobre su propia rodilla.
«¿Era un error pedirle ayuda a un desconocido?», se preguntaba, temiendo
haber actuado de manera desesperada. «Se sentía inquieto por su estado.
Necesitaba la ayuda de alguien, él no era bueno en esas cosas».
Seokjin intuía que Jungkook era el tipo indicado. Asimismo, confiaba en que el
joven mantuviese el secreto en caso de no aceptar el trabajo. Pues, por encima
de todo, tenía muy claro que era mejor no informar al señor Kim de su plan
estratégico, si no quería meterse en más problemas.
En el interior del acuario, Jungkook caminó por encima de la sedosa arena
blanca que habían implementado en la orilla artificial. Pensó que debían
extraerla de alguna parte de la isla. Dejó que la toalla se escurriese de sus
dedos, junto al saliente. Asomó la cabeza por ese lado, comprobando el enorme
escalón que se hundía dando paso a metros y metros de profundidad. Se
acuclilló y tocó el agua cristalina con unos dedos. Estaba fresca, como el
microclima. El olor salado inundó sus fosas nasales. La superficie estaba
totalmente vacía, pacífica, con alguna que otra leve onda, y sin mucho más que
pudieran apreciar sus pupilas.
No había llegado hasta allí para echarse atrás en el último momento, sin
embargo, sintió una leve presión en su estómago cuando pensó en la criatura.
Se incorporó brevemente, preguntándose si lo que estaba a punto de hacer
tenía sentido. ¿Era real? ¿Podría verle de cerca? ¿Podrían comunicarse de
alguna forma?
Sus pies desnudos se hundieron en la arena húmeda, y a pesar de vestir
pantalón vaquero y camiseta, Jungkook optó por sumergirse antes de que
cualquier inquietud sembrase la duda en su persona. Necesitaba confrontar el
surrealismo del mito y las leyendas que se le atribuían a ese tipo de criaturas. Él
era demasiado racional para creer en historias de niños, o de piratas borrachos
y sus avenencias sexuales por pasar demasiado tiempo bajo la resaca del mar
sin una potencial pareja.
«No entres al agua a la primera», le aconsejó Seokjin poco antes.
Y él, caracterizándose por su habitual descerebrada irreverencia (por cosas
como esa, Yoongi siempre le maldecía), retrocedió unos pasos, para no hacer
otra cosa, sino tomar impulso, y zambullirse en el agua de cabeza. ¡Bingo! Puede
que en su otra vida hubiese escuchado los consejos de los que le rodeaban, pero
en esa, no.7
Sacó la cabeza en unos segundos, acomodándose a la temperatura del agua.
Vestir ropa no era tan cómodo como el fino traje de neopreno que usualmente
se ajustaba como una segunda piel, pero con lo fría que estaba, ir vestido no le
vino nada mal.
Él tomó aire, infló sus pulmones de oxígeno y se sumergió con confianza. Era el
tipo de personas que se movían bien en el elemento, siempre buceó desde
pequeño, tenía buena capacidad pulmonar, sus ojos nunca se irritaban, y si se lo
proponía, era capaz de aguantar la respiración un par de minutos completos.
La presión de la profundidad apretó su ropa alrededor del cuerpo mientras
descendía. Jungkook apreció la belleza del fondo del acuario, piedra, más arena,
corales y plantaciones naturales que habían trasladado para mejorar la
decoración. A un lado, varias pequeñas cavernas y un puñado de arrecifes. Ya lo
había visto desde la otra perspectiva, tras la cristalera, pero nadando como pez
en el agua, con la ayuda de los ágiles músculos de sus brazos y piernas,
Jungkook se aproximó hasta el pasillo cilíndrico por el que antes había
caminado.
Recordó el par de expediciones que una vez realizó con Yoongi en la costa de
Busan. Él no era expedicionario, pero Yoongi sí, y estaba acostumbrado a utilizar
cascos de buzo y bombonas de oxígeno. En una ocasión, acompañó a su amigo
con un grupo de aficionados con los que Yoongi se reunía. En las profundidades,
tuvieron la suerte de ver a una pareja de medusas peine. Eran bioluminiscentes;
su organismo producía luz en las profundidades más oscuras, y su belleza
atrapaba y distraía a sus presas con una asombrosa persuasión. Eran tan
peligrosas, que, si uno de sus tentáculos tocaba tu mano desnuda, estarías bien
jodido durante un par de semanas.1
«Y seguramente, acababa de sumergirse en el terreno de algo mil veces más
hermoso y peligroso que una de esas», ironizó en su mente. «Pero si iba a
implicarse, pensaba hacerlo desde la raíz del asunto».
Jungkook se deslizó en el agua durante un minuto entero sin lograr ver nada,
más allá de las algas del fondo. Frunció el ceño y ascendió a la superficie para
liberar sus pulmones. Allí dio un par de bocanadas de aire, bajó la cabeza y
observó el fondo difuminado.
«No va a salir», se dijo respecto a la criatura. «¿Dónde se habrá metido? ¿Estará
en una zona diferente?».
El lugar era enorme, tanto como el acuario del tiburón martillo frente al que
había paseado. No obstante, él sospechó que, si aún no le había visto, era por
decisión suya, y no por casualidad. ¿Acaso esa sirena sabía que había alguien
más en sus aguas? ¿Pretendía evitar su encuentro, escondiéndose de él?
Jungkook se sintió extrañamente lastimado. No era como si esperase su
consideración, pero generalmente, los delfines y las mantarrayas con los que
había tratado siempre se le acercaban.3
A pesar del breve entusiasmo que le invadió antes, decidió no forzar las cosas,
valorando que tendría otra oportunidad en algún momento. Y antes de largarse,
volvió a sumergirse para orientar su itinerario hacia otro lado y así familiarizarse
con la zona. No vio nada especial. Ni pececillos, ni moluscos, sólo plantas y
estructuras subacuáticas. Sus yemas se deslizaron por encima de un poroso
coral, su arrecife estaba hermosamente plantado, salpicado de colores
impresionantes.
«El señor Kim no debía haber escatimado gastos con tal de convertir aquel
espacio en un lugar bonito para su mascota», pensó con cierta inquina. «Sólo
que, parecía haber obviado que le rechazaría, como era previsible».
Jungkook regresó a la superficie por segunda vez, tomó aire y se pasó la mano
por el cabello, apartándose los mechones negros que se pegaban a su rostro. Se
movió lentamente en dirección a la superficie, pero, de repente, advirtió un
burbujeo bajo sus piernas. Cuando bajo la cabeza, vislumbró una sombra
moviéndose a gran velocidad.
Él dio un respingo e interrumpió abruptamente su nado. Movió los pies para
mantenerse emergido, mientras su corazón se lanzaba contra su propio pecho
ferozmente.15
«¿Era él? ¿Acababa de pasar?», se preguntó con una mezcla de curiosidad y
adrenalina. «Si no había sido su imaginación, debía ser sigiloso e increíblemente
veloz».
Tras unos instantes, Jungkook se desplazó por la superficie lentamente, mirando
hacia abajo. Hundió la cabeza en una ocasión, sin llegar a ver algo. Pero en el
exterior, tuvo en cuenta el pálpito nervioso acrecentándose en su pecho, como
si su instinto de supervivencia estuviese recordándole que se encontraba en la
sopa de una criatura malhumorada.
«Quizá no había reflexionado lo suficiente sobre la fatalidad que encerraba un
ser nacido en el agua», se dijo, más bien tarde que pronto. «Encerrado y lleno
de frustración. ¿Y si era él, el que debía tener en consideración a su persona?
Era un simple humano, un trozo de carnada, un puñado de comida para peces,
que había desayunado Corn Flakes esa mañana, para después lanzarse a una
gran pecera, junto a un tiburón hambriento».
Jungkook se maldijo interiormente, intentándose liberar del inesperado miedo
que comenzó a envolverle.
«Él nunca había sentido miedo en el agua, pero, ¿iba a hacerlo ahora? ¿era el
momento para recordar que las sirenas también devoraban humanos en los
cuentos de piratas? ¿Que en Disney los asfixiaban hasta la muerte después de
un beso? ¿Se los llevaban hacia el fondo para... violarlos, o algo así?»,
argumentó su cerebro. «A lo mejor eran caníbales. Y si esa sirena lo era, llevaba
cinco semanas sin alimentarse».16
El pelinegro sacudió la cabeza.
—Okay, basta de pensamientos sin sentido —murmuró para sí mismo.
No quería, no podía permitirse tener miedo de algo así. Pero su corazón
comenzó a martillear en su pecho bombeando su sangre con fuerza, cuando
descubrió una sombra bajo el agua, a unos metros de profundidad, deslizándose
sinuosamente como una serpiente marina acechando para atacar.
En ese momento sólo tuvo dos opciones; huir (con catastrófico desenlace) o
esperar. Él tuvo la iniciativa de concebir una tercera, tomó aire decididamente y
se sumergió una vez más.1
Si alguien le hubiese preguntado por qué lo hacía, hubiese respondido que lo
necesitaba. Quería verle de cerca, y no a través de una pantalla de agua o de
cristal. Era una imperiosa necesidad.
Y como era de esperar, le encontró a unos metros de él, bajo la superficie. Su
asombro rozó la conmoción, llegando a sentirse trastornado. Era esbelto,
elegante, resplandeciente como un ser que no pertenecía a su mundo terrestre.
De belleza deslumbrante, como ninguna otra criatura que sus pupilas hubiesen
apreciado antes. Flotaba bajo el agua como si fuera etéreo, la frialdad de sus
ojos heterocromáticos golpeó como un martillo en su pecho. Rociado de
preciosas escamas con decenas de tonos añiles, que se mostraban como dignas
piezas de joyería sobre su exquisita piel canela. Nacían de forma diversa y en
lugares aleatorios, en un brazo, bajo el cuello, en un hombro. Su cola era
magnífica, celeste y alargada, de músculo delgado y dinámico, con aletas ligeras
y casi transparentes, acabadas en punta.12
Jungkook sintió como si una mano helada se extendiese hasta su pecho, para
agarrar su frágil corazón.
«No era humano. Los humanos no eran parecidos a él», pensó. «No tenían esa
mirada de ojos rasgados, donde se encerraban el propio océano en sus iris
líquidos, con pinceladas cristalinas que le recordaban a la bella costa turquesa
de su ciudad natal. Y por supuesto, no existía mortal con esa sedosa piel
tostada, de un canela salpicado por polvo de diamante, proveniente de las
profundidades».2
Su conmoción fue tan profunda, que se quedó paralizado. Jungkook se sintió
vulnerable cuando le vio acercarse, inesperadamente. Él retrocedió unos
centímetros de forma muy torpe y poco efectiva, creyendo que el agua se había
vuelto más densa a su alrededor.
«¿Acaso pensaba examinarle de cerca?», dudó profundamente. «Puede que
estuviese preguntándose qué tan idiota podía ser un ser humano para entrar
allí, y perturbar su pretendida y fingida serenidad».
La mirada de la sirena fue muy distinta al desprecio que le dedicó cuando se
encontraba en el exterior del acuario. Sin embargo, era fría, impasible, algo
deshumanizada.
Jungkook recordó que se encontraban en su elemento. Su territorio. Su espacio.
La criatura se aproximó lentamente, con precaución, con recelo.
«¿Estaba intentando... no asustarle?».
Su expresión le mostró curiosidad, con el cabello azulado flotando sin gravedad
sobre su cabeza. Se posicionó a la altura de sus ojos, permitiéndole a Jungkook
un vistazo más de cerca. Él permaneció inmóvil, bajo la leve presión del agua,
liberando burbujas de entre sus labios, y girando la cabeza para atender al lento
rodeo que la sirena dio alrededor de su cuerpo, como si intentase comprobar
qué tipo de animal deforme tenía el placer de escudriñar.5
Jungkook no podía culpar su mirada fisgona, pues comparado con él, su
mortalidad era, cuanto menos, penosa. Mas reapareció a la altura de su rostro,
contemplándole con angostos ojos y suspicaces iris como si buscase algo más
enterrado en su persona. Acortando la distancia de manera inesperada, se
aproximó tanto a su cara, que Jungkook se sintió desorientado. Los escasos
centímetros le dejaron detenido en el tiempo. La sirena extendió sus manos, de
delicados dedos con escamas celestes y finas membranas, salpicadas por una
indescriptible purpurina que se extendía tímidamente hasta sus mejillas. Se
posaron sobre su rostro, con la baja temperatura del agua frente a la calidez de
su piel humana.26
El pelinegro pensó que era irreal; como una joya celeste proveniente del mar. Y
su tan delicado tacto, arrancó las últimas burbujas de aire de su tórax, como una
manzana desprendiéndose de la rama de un árbol. Su último aliento se escapó
entre sus labios, y su pecho vacío se comprimió bajo la camiseta cuando el
oxígeno le abandonó por completo. Estaba paralizado. La criatura no le obligó a
permanecer quieto, pero sus ojos líquidos eran como un hechizo, cuya serena
expresión le hizo creerse un náufrago a la deriva.5
Los dedos de la sirena delinearon la sutil forma de los ojos rasgados de Jungkook
cuidadosamente, el joven sintió el bombeo de la sangre en sus oídos, junto a la
delicada caricia de esas yemas. Por un segundo, se preguntó a sí mismo si sus
mejillas podían ruborizarse ahí abajo, porque su delicado tacto le hizo pensar
que temía romperle en mil pedazos. Después, el ser tomó su mentón con los
dedos, sujetando su rostro con la otra mano, y sintetizó la distancia entre
ambos, uniendo sus labios con los del pelinegro, en un beso.98
Jungkook no supo por qué o qué era lo que estaba pasando, pero sus párpados
se cerraron por el suave contacto, sintiendo unos maravillosos e irreales labios
contra los propios. Suspendido bajo el agua, entreabrió los suyos ligeramente,
sin aire en los pulmones, permitiéndole que tomase su beso aun a riesgo de
asfixiarse.6
La satisfacción de su beso le hizo sentir una gran devoción. Más. Quería más. No
le importaba ahogarse. La falta de aire golpeó en su pecho como un pesado
martillo. La cabeza comenzó a darle vueltas.8
«¿Eso era lo que hacían las sirenas?», preguntó en sus labios, temiendo a
separarse. «¿Besaban a los humanos para así matarles? No le importaba.
Prefería no volver a respirar aire con tal de no perder sus labios».22
Sus sienes golpearon con fuerza su cabeza, sus pupilas se dilataron, sus ojos se
volvieron borrosos. Su cerebro embotado comenzó a hacerle sentirse aturdido,
y una inesperada bocanada en busca de aire, llenó su boca de agua.
La sirena se asustó y le liberó con una sutil caricia, advirtiendo el contratiempo
que Jungkook parecía estar ignorando. El chico tragó agua, y al borde de su
consciencia, comprendió que llevaba un rato ahogándose como un estúpido.
Trató de moverse con una absurda e incomprensible debilidad, sus miembros
no respondieron a sus sacudidas, y en lugar de eso, comenzó a hundirse como
un trozo de cemento.
Estuvo a punto de asfixiarse, si no fuera porque su acompañante agarró uno de
sus brazos y tiró de él en la dirección opuesta. En sólo unos segundos, le sacó a
la superficie. Jungkook sacó la cabeza bruscamente del agua. Comenzó a toser y
tuvo varias desagradables arcadas donde expulsó el agua tragada. Estaba
temblando, sus pulmones se vaciaron estrangulando su garganta. Tomó varias
grandes bocanadas de aire tratando de suplirse con el oxígeno que tanto
necesitaba. Le dolía el pecho, como si alguien hubiese saltado sobre él.
Sus fuertes jadeos resonaron en sus propios oídos, y el mareo y la debilidad de
su cuerpo le hizo reparar en el firme agarre de su brazo que le mantenía a flote.
Jungkook le miró de soslayo, como si pensase que fuera del agua encontraría
otra cara. La sirena estaba cubierta de brillantes gotas de agua, y su piel
salpicada por el tono canela y polvo brillante, parecía la misma maravilla.
Jungkook luchó por recuperar su respiración, y con el corazón en la garganta,
tragó saliva con dificultad. Su cerebro volvió a alimentarse del suficiente oxígeno
como para volver a la realidad y nadar por su cuenta. Su compañero marino le
soltó entonces, deslizándose hacia dentro del agua sin la oportunidad de
intercambiar cualquier intento de comunicación. El azabache nadó hacia la orilla
con los músculos entumecidos.
Salió del agua y se arrastró a gatas sobre la orilla artificial clavando las rodillas
sobre la arena. Aún estaba jadeando, sus ojos borrosos recuperaron la nitidez
con el paso de los segundos.
«Aquello había sido, sin lugar a dudas, su primer beso (y robado), en el que casi
se asfixió por quedarse tan paralizado como un idiota».36
Él se llevó unos dedos llenos de tierra húmeda a los labios, y bajo el aliento
agitado, creyó que aún tenía el extraño hormigueo sobre la fina piel de su belfo
rosado.
Un aleteo de cola celeste golpeó el agua tras él, giró la cabeza muy rápido, pero
no llegó a verle. Liberando un profundo suspiro, apretó la mandíbula y se
preguntó qué diablos estaba haciendo.
¿Realmente iba a meterse en eso? ¿De verdad quería implicarse en algo así?
¿Cómo demonios pensaba retomar su vida después de tomar la decisión que
estaba a punto de determinar?
Jungkook extendió una mano y agarró la toalla, se levantó de la arena con la
ropa empapada, y la boca salada. Pero no sabía si era por su beso, o por su
absurda forma de tragar agua. Regresó a la sala de personal sacudiéndose la
cabeza con la toalla. Seokjin se topó con él en la puerta, a punto de salir justo
cuando él entraba.
—¡Eh! ¿todo bien? —exhaló el encantador hombre—. Pensé que estabas
tardando demasiado, estaba preguntándome si...
Jungkook pasó de largo, desatendiéndole.
—Aceptaré, pero no por un precio. Y por supuesto, no por esta empresa —
declaró el azabache secamente, dejando caer la toalla sobre una silla—. Me
largaré de aquí en cuanto no me necesitéis, ¿entendido? —especificó
moviéndose empapado por la sala. Sin consentimiento, tomó uno de los
refrescos de la nevera y con un par de dedos abrió la lata—. No quiero tener
nada que ver con esto; no me gustan los acuarios, y tampoco trabajo para
corporaciones que piensan que el mar de este mundo puede encerrarse en una
pecera. Por lo que, no necesito un contrato físico, me vale con un acuerdo
verbal —sorbió un trago entrecortándose, y acto seguido, le señaló con un
dedo—. Pero tendrás que darme una de esas tarjetas.
—Huh, d-de acuerdo —balbuceó Seokjin, sorprendido por su tajante manera de
tomar las cosas—. ¿Algo más? ¿deberíamos hablar de...?
—¿Cuántas veces a la semana debería venir? —sugirió Jungkook.
—Con tres está bien —caviló Seokjin, cerrando la puerta automática tras su
propia espalda—. Y... no entres por el edificio principal, hazlo por el muelle de
carga. Te daré una llave, además de la credencial.
—Bien.
—¿Bien? —Seokjin ladeó la cabeza, detectando algo extraño en el chico—. ¿Ha
pasado algo extraño ahí dentro, o soy yo el que...?
—No ha sido nada —mintió Jungkook evitando su mirada.
—Oh, eso significa que... le vas a gustar, no sé por qué... —bromeó, con una
leve sonrisa.
Tras un segundo trago, Jungkook dejó la lata vacía sobre la mesa, tomó su
camisa de cuadros y se puso las Mustang. No tardó demasiado en agarrar su
bolso deportivo, intercambiar su número telefónico con Seokjin, y largarse del
complejo, a pesar de parecer un perro de aguas totalmente empapado.2
Seokjin se sintió encantado por su contundente decisión. «Ya está. Tenía la
ayuda que necesitaba», pronunció con satisfacción en su cabeza. Y cuando se
despidió del joven, alzó una mano y le observó marcharse.
*
Jungkook evitó volver a pensar en la maldita sirena. Necesitaba recordar que
seguía viviendo una vida corriente, sin tanto desencaje irrealista. Estaba
empapado, sí, pero el calor de aquel mes de julio secó su ropa mientras
caminaba por el paseo marítimo. Sus iris se posaron sobre el brillante
escaparate de una tienda infantil donde había pegatinas con purpurina,
mochilas de colegio, peines y juguetes con forma de sirena.
Él sacudió la cabeza y apartó la mirada.
«No», se dijo. «No puedo hablar de esto con nadie; si alguien se enterase de su
existencia, la gente, la prensa, los investigadores pagarían millones de wons por
verle de cerca. Billones por tenerla en sus manos, quizá por comerciar con ella,
y... por experimentar, como si fuera una rata de laboratorio».1
El joven pensaba que aquel tipo de criaturas no podían ser domésticas, no
estaban preparadas para ser exhibidas, y mucho menos tratadas como una
mascota personal. Pero si el mundo conociese la existencia de aquella sirena,
estaba seguro de que se organizarían excavaciones en las grietas más profundas
del Índico para encontrar más. Porque, ¿había más? ¿cómo lograron atraparla?
¿qué información les llevó a conocerla? Sus dudas le hicieron desear interrogar
a Seokjin, pero aún no guardaban la suficiente confianza en el otro, como para
indagar sobre lo que sabía. De momento, Jungkook creyó tener suficiente con
saber que el hombre había sido el único encargado de sus presuntos cuidados. Y
si buscó una ayuda externa en él, podía barajar entre dos opciones; Seokjin se
implicaba en su trabajo demasiado, o realmente estaba compadeciéndose de la
criatura.
«Sí, no era sencillo empatizar con un tiburón en una jaula de circo», pensó.
«Pero al final del día, sólo era una forma de vida distinta, proveniente de su
mismo mundo».
Durante el resto de la mañana, estuvo en una fundación como colaborador. Vio
un corto meeting público donde el director de la fundación ofreció el
compromiso de su marca por proteger la biodiversidad marina, a través de
acciones locales. Su primer aplaudido paso sería el de conseguir un cierre
nacional de las petroquímicas: un sueño que consideró difícil de cumplir.
El resto de la tarde aconteció para él en el Centro de Recuperación de Animales
Marinos. Era su lugar favorito, por encima de la Protectora de Geoje. El centro
de recuperación constaba de una clínica, un edificio de educación, y varias
piscinas y tanques destinados al tratamiento de los ejemplares llegados al
centro, que la Protectora no podía liberar por algún contratiempo.
En la zona clínica, Jungkook revisó a un ave marina que sufría una problemática
en una de sus alas. Detectó dónde se encontraba su fractura y entablilló su ala
cuidadosamente tras inyectarle un sedante paliativo.
—Creo que estará mejor así. Su lesión no es tan grave, los cartílagos se sellarán
y podrá volar en unas semanas.
—Gracias, señor Jeon —expresó Noah, uno de los trabajadores—. Temíamos
que no volviera a hacerlo. Ya sabe, los pelícanos siempre tienen una forma
especial de cazar.
Jungkook sonrió levemente, intercambió unas cuantas palabras con Noah y se
marchó al finalizar su trabajo. El cielo parecía una naranja dulce partida durante
la tarde. Atravesó el recinto por la zona de las piscinas y encontró a un grupo de
más de una docena de niños asistiendo a una divertida excursión por el centro.
Frente a una de las piletas, los críos atendieron la demostración de Haeri con un
par de delfines bien adiestrados.
El pelinegro se quedó unos minutos ahí, hasta que Haeri terminase. Conocía su
numerito, no era la primera vez que lo había visto. Ella era una buena cuidadora
y adiestradora, y en su mano estaba el liderazgo de entrenar aves acuáticas, y
aquel par de delfines que le seguían como paladines.
—Gracias, chicos. ¡Despedíos de los pequeños! ¡Adiós!
Con un par de balanceos de delfines y poco más, los niños se retiraron
encantados junto a su tutor. Jungkook se aproximó al borde de la piscina
mordisqueándose la lengua.
—No ha estado mal.
—¿Divertido? —sonrió Haeri.
—Estaban hechizados.
—¿Conmigo o con ellos?
Jungkook se acuclilló, extendió una mano y tocó a uno de los simpáticos
cetáceos que se aproximó para reconocerle. Su piel era de un gris claro,
escurridiza bajos sus yemas.
—Diría que siguen eclipsándote.
Ella se rio levemente, percibió el recochineo de los mamíferos frente a su
persona.
—Ten cuidado, a esta le gustan demasiado los chicos jóvenes —bromeó la
joven.
El pelinegro se incorporó y liberó una alegre risita. Guardó las manos en los
bolsillos de sus jeans mientras Haeri salía de la piscina con un neopreno azul
marino ceñido hasta el cuello. Ambos se conocieron el primer día en el que
Jungkook llegó a la isla. Se quedó embobado cuando la vio con una cría de
albatros. Generalmente, los albatros errantes crecían hasta ser muy grandes,
especialmente si se trataban de machos. Tenían una cara muy graciosa, ya que
su rostro poseía un par de expresivas cejas negras que le daban un toque
circunspecto.
Después de su encuentro, se topó con ella ese mismo día durante la noche, en
una pequeña fiesta de playa a la que Yoongi le obligó a asistir, con la excusa de
que necesitaba tomar una cerveza antes de enfrentarse a todas sus cajas de
mudanza. Haeri era mayor que él, su cabello de un castaño oscuro, su
personalidad le hablaba de una profesional dedicada a su trabajo. Cuando
hablaron un poco, enlazaron una sencilla amistad. Existía una buena energía
fluyendo en el ambiente cuando se cruzaban. Ni él mismo lo había esperado,
pero era el tipo de persona con la que se sentía cómodo. Algunos lo conocían
como «química natural», sin embargo, Jungkook estaba tan interesado en las
relaciones interpersonales, como Haeri en salir de su trabajo; nada.
Una semana antes, la mujer liberó al albatros con cierto pesar. Él vio en sus ojos
un brillo vidrioso y no pudo evitar sentirse conmovido.
—¿Tú crees? —exhaló Jungkook.
—Tengo la piel como una pasa —declaró su compañera agarrando una toalla—.
A veces olvido que no soy una sirena.
El azabache se atragantó con su propia saliva y comenzó a toser
exageradamente. Llevaba todo el día luchando contra ese sustantivo que
parecía perseguirle. Ella le dio unas palmaditas en la espalda en confianza.
—¿Estás bien? —preguntó atentamente, con media sonrisa—. ¿Quieres un poco
de agua? ¿Qué te ha pasado?
—N-no, más agua no, gracias —contestó Jungkook algo sofocado—. Yo también
me siento hoy como una pasa...
—Huh, tengo que darme una ducha —declaró Haeri recogiendo sus cosas, por
unas décimas de segundo le miró de soslayo, como si estuviese preguntándose
algo—. Oye, te gustaría... huh, ¿qué cenemos algo? ¿juntos?
—Hmnh —Jungkook se frotó la nariz con cierta dulzura—. Suena bien.3
«Wow, si aquello lo hubiera visto Yoongi, estaba seguro de que dejaría de
recriminarle que le daban miedo las chicas», pensó fugazmente.
—Pero —sí, ese era él mismo, recogiendo cable antes de tiempo—, llevo todo el
día fuera y, necesito descansar. Creo que tengo sal hasta en los pantalones.
—Ah, ya —Haeri no mostró ningún tipo de contrariedad, sonrió sin
inconvenientes y se despidió de Jungkook antes de marcharse—. Pues otro día,
hay un nuevo local de comida tailandesa muy cerca.
—¿Tailandesa?
—Está deliciosa, debes probarla —ella le guiñó un ojo, retirándose—. ¡Buenas
noches!
Jungkook se quedó allí plantado un instante, el sol acababa de extinguir su
cálida luz en el horizonte marítimo.
«Comida tailandesa», repitió en su cabeza.
Salió del recinto poco después, comprobando la hora en su teléfono móvil, y de
paso, la ubicación del pequeño restaurante. El pelinegro se sentía realmente
cansado, necesitaba tomar una ducha, y llenar su estómago de algo que no
fuese arroz hervido o ramen. Como el local no quedaba muy lejos del tranvía
que tomaría para volver a casa, se pasó por allí y compró su cena para llevar,
con intención de saciar su apetito y el de Yoongi. Pidió dos raciones de Pad Thai,
un plato de arroz salteado con pollo y gambas, condimentado con salsa de soja,
huevo, lima, chile y azúcar. Y por si las moscas, dos cuencos de una ardiente
sopa picante que se servía con gambas, setas y tomate. El tailandés le dijo que
el sabor era bastante intenso.
Salió con una bolsa cargada con su cena. Tomó el tranvía en una de las paradas
que atravesaban la céntrica y animada ciudad de la isla, y regresó a casa en sólo
diez minutos. De alguna forma, sentía que, en el fondo, muy en el fondo, estaba
de mal humor. Lo que había visto en el acuario de Geoje le había asustado tanto
como fascinado, y por un momento, deseó olvidar aquel sueño para volver a
casa y seguir siendo un simple voluntario en las protectoras de animales. La
parada de tren le dejó al lado de su manzana. Bajó con el olor a comida
tailandesa persiguiéndole desde su bolsa, y caminó por el barrio de casas hasta
llegar a la suya.
Empujó la puerta, y lo primero que hizo fue dejar caer su mochila al suelo. Soltó
la bolsa en la isla de la cocina y se dejó caer en el sofá de espaldas.4
«Dios», pronunció en su mente con ansiedad. «¿En qué se había metido? ¿Y por
qué no podía dejar de pensar en esa criatura?»
No había ninguna luz en la primera planta, pero el interruptor se encendió en
tan sólo unos segundos por las yemas de alguien más. Jungkook alzó la cabeza
un instante para mirarle, después volvió a tenderse, con los brazos flexionados
sobre su propia frente.
—¿Todo bien? —preguntó su compañero.
—Sí.
Yoongi le conocía demasiado, por lo que levantó una ceja.
—Te han designado el área de pingüinos, ¿no? —ironizó con voz grave,
detectando su cena sobre la encimera—. Menuda cara tienes, ni que esos
bichejos fuesen caníbales.
«Ojalá pudiese decirle que mi pingüino es mucho más grande, y probablemente,
sí que le gusta la carne», satirizó en su densa nube de pensamientos.2
—Nah, no es eso —Jungkook chasqueó con la lengua, se incorporó con un
bufido y evitó su mirada regresando a la cocina.
Yoongi sacó la comida de la bolsa; un par de cajas de cartón hasta arriba de
delicioso Pad Thai, y dos cuencos de sopa picante bien sellados.
—¡Oh, me muero de hambre! no puedo creerme que hayas traído esto —
celebró Yoongi, resquebrajando las tapaderas y seguidamente pasándole un par
de palillos metálicos.
Jungkook se sentó en uno de los taburetes de la isla de la cocina, clavó los codos
y probó el Pad Thai confirmando su nueva admiración por la cocina tailandesa.
—Bueno, ¿qué? ¿te han ofrecido un contrato?
El azabache apretó los labios.
—Algo así —respondió con una honestidad a medias.
—¡Fantástico! —Yoongi sacudió su hombro, tratando de animarle—. ¿No
deberías estar contento? Vas a trabajar en la principal atracción turística de la
isla —dijo señalándole con unos palillos—. Huh, oh, olvidaba que odias los
acuarios.
Jungkook permaneció en silencio, masticando lentamente.
—¿Kook?
—¿Hmnh? Ah, sí. Hyung, es... buf.
—Qué, ¿vas a tener que lanzarle aros para que los atrape un león marino?
Venga ya, no es tan mal trabajo, tío —intentó reconfortarle dándole una
palmadita en la espalda—. Al menos por fin has decidido comprometerte con
algo.
El pelinegro esbozó una leve sonrisa.
—Si es que, eres idiota... —dijo con un hilo de voz, negando reiteradamente con
la cabeza.
—Seré idiota, pero tú me debes unos calamares.
—¿Qué hay de la comida tailandesa? —replicó el más joven—. Acabo de traer a
casa tu cena.
—Chst, no te quejes tanto, Bob Esponja —inquirió Yoongi de forma socarrona,
levantándose de la mesa con el contenedor de cartón en la mano—. A partir de
ahora te presentaré a todo el mundo como, mi amigo, el cuidador de erizos.
—¡¿Quieres dejar de decir gilipolleces?! —gruñó Jungkook.
—Lo que tú digas, caraespárrago.
El azabache agarró una gamba y se la lanzó con los palillos, sin poder evitar
reírse por su forma de esquivarle. Yoongi desapareció de la cocina gritándole
por su mala puntería, regresó a su propio dormitorio para acabar con el Pad
Thai y terminar de ver una serie de Netflix en su portátil sobre la cama.
«No era tonto, sabía que algo no iba bien con Jungkook». Demasiado tiempo
viendo su cara de pan como para no advertir la introspección que habitaba en
sus iris oscuros. Pero se había propuesto animarle, a pesar de que Min Yoongi
fuese la roca más insensible del universo. Cuando se proponía algo, lo sacaba
con buena nota. Al fin y al cabo, le separaban dos años de diferencia: Jungkook
era como su hermano pequeño.
Capítulo 3. Enredo marino.
Esa noche Jungkook soñó con diversas formas de ahogarse. La gama de
pesadillas tocó todos los palos a su alcance, desde la desembocadura de una de
las piscinas tragándole como si fuera un desagüe, hasta él asfixiándose con un
café demasiado aguado. En su última pesadilla, unos labios desconocidos le
insuflaron oxígeno cuando estaba a punto de asfixiarse, una extraña quemazón
se esparció por su pecho, se vio arrastrado hacia una mullida orilla de arena
clara, donde su oído disfrutó de una dulce, rica y profunda voz entonando una
melodía.2
Se despertó de madrugada, con la nuca empapada y el cabello como un nido de
pájaros. «Quién diría que lo que había vivido le afectaría tanto».
El joven se levantó de la cama y se metió en la ducha. Instantes después salió
renovado, se enfundó en una camisa blanca y ancha, pantalón vaquero ajustado
y unos sencillos tenis. Recogió su dormitorio y comprobó el teléfono antes de
partir en dirección a su nuevo trabajo, aún era temprano, pero Seokjin le había
escrito diciéndole que ya tenía su credencial y le esperaría en la zona trasera del
complejo. Él agarró su mono de neopreno doblado, lo metió en la bolsa y se la
echó al hombro sin dilación. Salió de casa para tomar el tren y bajó en el
complejo turístico que envolvía al acuario. Como no había desayunado, se pidió
un batido de helado de plátano en uno de los puestos móviles, lo sorbió en
dirección a la zona del muelle trasero por la que Seokjin le orientó.
Había una zona de carga y descarga de comida fresca, productos de limpieza, y
otros enseres. Jungkook se colocó por una de las puertas de las naves, no tan
bonitas y vistosas como la zona preparada para los grupos de turistas. Entró por
uno de los compartimentos de carga, avanzó dentro del edificio y encontró a
Seokjin esperándole.
—Aquí estás —emitió con una agradable sonrisa, vestido con blazer beige y una
distinguida elegancia—. Gozas de buena orientación, eso es muy positivo.
—Hm, buenos días —saludó Jungkook.
—¿Qué hay? ¿Has pensado bien lo que...?
—Quería preguntarte algo —intervino Jungkook, mientras el otro sacaba la
credencial del bolsillo interior de su chaqueta, y se la ofrecía—. ¿Qué se supone
que debería... hacer con...?
—¿Él? Vale, ehmn —suspiró Seokjin, con un leve fruncimiento de cejas—. Creo
que estoy tan perdido como tú.
—Oh, genial —pronunció el azabache con sarcasmo—. Está bien, me las
arreglaré de alguna forma. Nos vemos más tarde.
—Escucha, lo único que quiero es que le saques una sonrisa, ¿vale? —
argumentó de forma muy estúpida—. El señor Kim está muy frustrado, sólo
necesito que cuando regrese a Corea y venga a verla, no intente partir la
aleación de cristal frente a su cara, con la cola.
Jungkook le miró con una tremenda dosis de sarcasmo.
—Claro, le pediré una selfie de paso —arrojó hirientemente—. ¿Qué tal si
también le obligo a que escriba «con dedicatoria especial, para mi amo?»
Seguro que estará encantada de saludar al tipo que le ha metido ahí dentro.3
Seokjin apretó los dientes y bajó la cabeza. Los dos se separaron no mucho
después, pues el azabache se dirigió a la zona privada donde pudo entrar con su
tarjeta y Seokjin se marchó para atender a unas cuantas de sus labores como
encargado del complejo.
Una vez más, allí estaba Jungkook; un precioso acuario celeste de enormes
dimensiones, completamente vacío. Y sin ningún plan concreto, el joven planeó
iniciar la fase de contacto como había hecho con todas y cada una de las
criaturas con las que había tratado. Cuando estaban asustadas, heridas, o
simplemente demasiado aisladas, lo más eficiente era intentar relacionarse sin
forzar demasiado. Ese día se sintió mucho más cómodo con su mono de
neopreno, se vistió junto a la taquilla, salió al exterior de la sala que daba al
acuario y se zambulló en el agua.
Como contrapartida, la sirena no apareció por ningún lado. Es más, por mucho
que Jungkook diese varias vueltas por la zona, no pudo verla ni de soslayo. Él
salió con irascibilidad del agua. Estuvo más de una hora dentro, y otra más
sentado afuera como un pelele. Era evidente que no le estaba haciendo caso, su
ausencia sentenciaba su primer rechazo.
«Puede que la primera sólo se hubiese acercado a él para identificarme», se
dijo, sonrosándose fugazmente al recordar el beso robado. «¿Así era como las
sirenas identificaban a otros? Caray, sólo era un roce de labios, ni siquiera
entendía por qué estaba sintiéndose tan perturbado».
Jungkook se asomó desde la orilla y pensó en colarse en alguna de las cuevas
artificiales más profundas. Pero no era tan estúpido como para meter la cabeza
en la boca del lobo. Si estaba en alguna de esas, que era lo más probable, intuía
que estaba haciéndolo sólo para torturar la conciencia de Jin por tenerle
encerrado. Y él no era quién para negárselo.
—¿Cómo le alimentáis?
Seokjin dio un respingo del que casi se le cayó el bloc de notas que llevaba en la
mano.
—¿Qué haces aquí? —masculló en mitad del recinto principal del gran acuario.
Su cabello estaba húmedo, se había vuelto a vestir, y había una clara humedad
en su bolsa deportiva que representaba a la bola de su neopreno mojado.
—Su alimentación —repitió Jungkook, ignorando que estaba en un lugar
público.
La secretaria del castaño se aproximó con un café listo.
—Aquí tiene, señor Kim —le ofreció amablemente.
Seokjin tomó el café de plástico con una mano, se lo intercambió por su bloc, y
agarró el codo de Jungkook para arrastrarle hacia una zona menos pública y
concurrida. Se detuvieron en uno de los relucientes pasillos donde se indicaban
los distintos sectores del acuario.
—¿Alimentar? No, no, no —negó Seokjin con voz aguda—. No come.
—¿Que no come? —Jungkook le miró con escepticismo—. Venga ya.
El hombre negó repetidamente con la cabeza.
—Nada de nada —le aseguró.
—Ni siquiera... ¿plancton, o algo así? —insistió el más joven—. ¿Peces
pequeños? ¿caracolas? ¿moluscos?
—Jungkook, no creo que necesite atender a ninguna función biológica atribuida
a los humanos —expresó Seokjin en voz baja—. ¿Comprendes?
Jungkook maldijo en voz baja.
—Joder, pues no sé cómo voy a sacarle de ahí —soltó enfurruñado—. Cuando
me meto en el agua, no hay forma de que aparezca.
—¿No? —Seokjin se mostró genuinamente sorprendido, tomó un sorbo de café
con la duda en sus iris—. ¿Cómo? Pensé que el primer día, habíais... conectado.1
El pelinegro sopló lentamente el contenido de sus pulmones.
—Bien. Pues creo que se ha arrepentido, después de lo de, ehm-
Su compañero le indició con un gesto para que continuase.
—¿Después de lo de qué? —emitió Seokjin frunciendo los labios—. ¿Después de
qué, Jungkook?
El más joven carraspeó como si no le hubiera escuchado, se maldijo
interiormente y desvió la mirada. «Maldita bocaza que tenía».
Seokjin le siguió con unos iris castaños inquisitivos.
—¿Le has hecho algo? Te dije que no fueses brusco, es más sensible de lo que
parec-
—Eh, ¡él fue el que se abalanzó sobre mí para besarme! —bramó Jungkook.
Seokjin derramó el café sobre su propia chaqueta, soltó un chillido similar al de
una urraca y le miró como si fuera una bestia.5
—¡¿B-be-besarte?! Pero, ¡¿qué dices?!
—¡Chst, baja la voz! Fue él, he dicho —farfulló el pelinegro, poniéndose a la
defensiva—. ¿Qué pasa? ¿Es como una pena de muerte, o algo así? ¿Voy a
morir?3
Seokjin sacó un pañuelo de su bolsillo e intentó limpiarse el café cómo podía.
—¿Q-qué? No, no... que sepamos.6
Jungkook suspiró sin llegar a sentirse realmente aliviado.
—Veamos, busquémosle un sentido a esto —comenzó el mayor, apelando a sus
neuronas—. Yo nunca me he podido acercar a él a más de unos cuantos metros.
Así que... imagino que tú... eres el que entra en sus gustos personales. Te
felicito.18
Las mejillas del azabache palpitaron como si alguien le abofeteara. Le dio la
espalda a Seokjin y se largó por el mismo lugar que vino.
«Menudo incompetente», pensó.
Regresó a casa a mediodía, sumergido en su propia sopa mental. Seokjin le
había dicho que tenía los mismos estudios de biología marina que los suyos, sin
embargo, mientras que Jungkook se había vuelto escéptico y terrenal, el mayor
adoraba y creía fervientemente en las leyendas y mitos que envolvía el mar.
«Claro, y, ¿quién era él para decirle a esas alturas que una sirena era algo
imposible? Imposiblemente fría, imposiblemente hermosa, imposiblemente
desconocida».
—Eh, voy a salir a correr —emitió Yoongi apoyándose en el marco de su
dormitorio—, ¿vienes conmigo?
Yoongi y Jungkook hicieron footing por la tarde. Su compañero mayor le habló
sobre su labor en las rutas marítimas de Geoje.
—Extraemos minerales y cosas así —comentó Yoongi mientras volvían a casa
reduciendo el ritmo. Seguidamente se llevó una mano al bolsillo y sacó algo
brillante—. Mira, para ti.
Jungkook sujetó una perla entre las yemas, jadeó levemente y esbozó una
sonrisa. Sus pasos se redujeron hasta caminar.
—¿Me la das?
—Había un montón de ostras tiradas —Yoongi se encogió de hombros—. Esa
fue la única perla que parecía valer algo.
—Huh —el más joven cerró la mano alrededor de la perla, miró a Yoongi de
medio lado, pensando que él era como ese tipo de ostras duras, cerradas, y
difíciles de encontrar. Estaba seguro de que él en el fondo estaba blandito, era
un poco más baboso de lo normal, y sin duda, escondía una de las mejores y
más brillantes perlas.15
—¿Qué tal tu primer día de trabajo? —formuló Yoongi, cortándole su hilo
argumental de pensamientos.
—Huh, eh, bueno...
—Tienes que acostumbrarte, lo sé —valoró su compañero por su propia
cuenta—. Dale tiempo, todo lo nuevo necesita un poco de intervalo, ¿no?
Jungkook pensó que nunca había acertado tanto en un consejo, sin ni siquiera
saber qué era lo que en realidad estaba sucediendo.
—¿También le dices eso a las cajas con tus cosas, que siguen acumulando polvo
en tu estantería?
Yoongi soltó una risilla.
—Qué puto desgraciado —bufó.
Esa noche, después de una cena sencilla y una buena ducha, Jungkook volvió a
soñar con las profundidades. Eran oscuras, las más oscuras y espeluznantes que
jamás hubiera podido imaginarse, donde el frío y la presión de la profundidad
apretaba su cabeza y le hundía el pecho como si de un muñeco de plástico de
tratase. En el fondo, había una perla. La misma perla que Yoongi le había dado y
la cual ahora yacía en su mesita de noche.1
Jungkook se despertó bruscamente, sofocado, empapado en sudor. Aún no
había amanecido, pero su compañero se despertaba a las cinco de la mañana y
le había escuchado.
—Tienes pesadillas, como hace años —dijo su voz desde la puerta—. Pensé que
las habías superado.
Jungkook se sentó sobre la cama, apartó su sábana de una patada, sus ojos se
encontraron en la oscuridad con los del otro.
—¿Ayer... me escuchaste ayer?
—Oh, sí. Te recuerdo que duermo justo en frente de tu dormitorio.
El más joven chistó con la lengua, lamentándolo.
—Me voy en veinte minutos, te subiré un vaso de leche —decidió su amigo
deliberadamente.13
Jungkook volvió a recostarse sobre su cama, en la más densa penumbra de sus
pupilas. En unos minutos más, Yoongi le trajo una taza de un líquido caliente y
con olor a miel. Se largó poco después, mencionándose que no volvería antes de
las cuatro de la tarde.
El tercer día que Jungkook regresó al acuario, lo hizo por pura testarudez. No iba
a permitirse darse por vencido «contra esa cosa». No con él. Jeon Jungkook no
perdía contra una sirena.4
Lo que le hizo más gracia, fue que logró verla cuando aún estaba atravesando el
pasillo cilíndrico que traspasaba la zona más baja de la pecera. En cuanto él se
dispuso a entrar, desapareció como un fantasma.1
Jungkook apretó la mandíbula, tomó el ascensor y subió a la sala.
«Vas a tenerme aquí todos y cada uno de los días», le lanzó mentalmente,
levantándose la camiseta que cubría el ceñido neopreno y acto seguido,
desnudándose.5
En el exterior del acuario, se zambulló en el agua con una nueva estrategia.
Mantuvo la calma dando unos buenos largos por la superficie. Si iba a estar allí,
al menos, pensaba aprovechar el espacio como zona de natación. Él era bueno
nadando, nadaba rápido, le gustaba entrenarse. Bajó la cremallera apretada del
neopreno de su cuello, e incluso sacó los brazos para anudarlo a su cintura. Se
quedó con el torso desnudo, se dio una buena dosis de natación para relajar sus
músculos, como llevaba años sin hacerlo.10
Él estaba delgado, pero su cuerpo era fibroso, con piel blanca y fina. Tenía
bíceps, piernas de suaves músculos alargados, su espalda estaba arqueada,
gozaba de una buena complexión natural que siempre se había pulido con algo
de ejercicio físico y una buena alimentación. El agua era su elemento, el lugar
donde se sentía más cómodo, a pesar de sus recientes e inexplicables pesadillas.
Se sumergió para bucear un poco, y forzándose para llegar al fondo artificial
marino, arrancó un trozo del arrecife plantado, llevándose un chillón coral
poroso. Regresó a la superficie con cierto picor en el pecho, liberando las
burbujas de oxígeno. Dejó el trozo de coral junto a la orilla de la superficie,
pensando en que ese tipo de azul tan intenso sólo se encontraba en los arrecifes
más profundos5
Practicó algo de buceo un rato más, esencialmente, comprobando algunas
zonas ocultas de las profundidades. Cuando comenzó a sentirse exhausto,
regresó a la superficie y se movió hacia la orilla pacíficamente, presintiendo
unas inesperadas burbujas bajo sus pies desnudos. Jungkook creyó que fue
casualidad al principio; algún conducto de ventilación, el dinamismo con el que
se movía o algo por el estilo.
Sin embargo, las burbujas provenían de lo más profundo y una leve corriente
cosquilleó por sus pies como si le alertase de algo. Su corazón emitió un vuelco,
no dejó pasar la oportunidad y se sumergió unos palmos bajo el agua para
encontrar a su no-amigo mitológico.1
Ahí estaba, a tres o cuatro metros bajo él, mirándole, con una delicada pero
musculosa cola de preciosas escamas compuestas por los tonos zafiro, añil y
cobalto. Ojos rasgados y recelosa mirada que le enviaban un mensaje directo
«basta de jugar en mi territorio, humano».8
Jungkook contrajo su propia garganta, para que sus burbujas de aire no se
escapasen demasiado rápido. Era hermosa, como una pieza bonita y brillante
que cualquier pez gordo colocaría en su estantería. El joven le señaló con la
cabeza a la superficie, pero ella se largó con una sacudida de cola y una palpable
desconfianza en su persona. Jungkook captó su mensaje y se retiró con
elegancia. Salió a la superficie y tomó aire. Cuando volvió a mirar bajo la
superficial capa de agua, se había marchado.
Esa misma noche, no pudo dejar de pensar en que la sirena parecía algo más
frágil que el día que la vio. Su aspecto parecía cansado, con un tono algo más
pálido y ojos hundidos.4
«¿Tenía razón Jin, y estaba muriendo lentamente?», dudó mirando el techo del
salón, con un cojín abrazado sobre su pecho. «¿Realmente moriría, sin que él
pudiera hacer nada? Chst, pero, ¿qué demonios esperaba Seokjin de él? ¿Ser...
especial? ¿Qué le salvase la vida a un ser que ni siquiera él mismo podía
comprender?».
Jungkook lanzó el cojín hacia el otro lado del salón. Yoongi entró por la puerta
del bastidor, recibiendo un casual cojinazo en toda la cara.19
—Gracias, lo necesitaba —declaró su amigo con una sonrisa forzada.1
El más joven se rio levemente.
—Me voy a dormir, buenas noches.
—Buenas noches —se despidió Yoongi mientras saqueaba la nevera.
Jungkook se largó a su dormitorio, sostuvo el trozo de coral que sacó del acuario
en alto y se permitió tallarlo con una navaja y una lima de uñas. No tenía mucha
imaginación, por lo que le dio una simple forma de corazón poroso, que terminó
abandonando sobre su mesita de noche, junto a la perla que ahora guardaba en
su bolsillo, esperando obtener algo de buena suerte. El joven durmió
profundamente esa noche. Por suerte, le despertó una llamada de teléfono,
pues Yoongi se había marchado en la madrugada y él había olvidado poner su
alarma. Tomó la llamada de Leslie, quien le avisó de que tenían a una cría de
tortuga que encontraron en la playa, y que probablemente había salido del
huevo, perdiendo de vista a sus hermanas. Jungkook no tardó demasiado en
desperezarse, salió cuanto antes y se plantó en la protectora para conocer a su
nueva amiga. Con una bata de clínica, un guante protector y unos minutos,
comprobó el estado de la cría.2
—Pesa un kilo y medio, pero pesará más de cien en un año —dijo Jungkook con
cierta fascinación—. Menos mal que ahora podemos sujetarla en una mano.
—Eres un encanto —dijo Leslie—. Es maravilloso que se te den así de bien todas
las criaturas.
«Parece que no todas», pensó Jungkook. Bajó la cabeza y se tomó su cumplido
con cierta humildad. Estuvo un poco más por la Protectora, pero no tardó en
quitarse la bata y recordar lo que quería hacer más tarde. En esa ocasión, llegó
al acuario varias horas después de lo que había estado acostumbrando esos
días. Se propuso repetir su rutina con una cara muy larga; meterse en el agua y
molestarte un poco. Si volvía a salir para mirarle como si fuera un imbécil,
incluso se sentiría recompensado por dar otro pequeño paso. Pero en esa
ocasión, pensaba forzar el contacto.
«Prefería no decirle a Seokjin sobre el mal aspecto de la sirena», se dijo. Y para
su fortuna, Seokjin no se encontraba esa mañana en el complejo del acuario. Él
salió al exterior de la gran pecera subiendo la cremallera del neopreno hasta su
pecho, y se zambulló en la refrescante agua salada. Buceando y estirando sus
músculos bajo el agua, rebuscó en la profundidad con sus manos algún
elemento que pudiese tallar como el trocito de coral que se había llevado.
Parecía una nimiedad, y podía haberlo hecho en la playa exterior, pero empezó
a parecerle divertido comprobar si había algo más que pudiera llevarse de ese
fascinante sitio. En las profundidades, tomó una concha vacía salpicada de
colores. La sostuvo entre los dedos un instante, comprobando la rugosidad de la
cáscara formada por proteínas y carbonato de calcio entre sus yemas.
Estaba a punto de llevársela, pero súbitamente, una ráfaga de burbujas le azotó
haciéndole tambalearse y caer ingrávidamente hacia atrás. Él parpadeo bajo el
agua y dio un respingo cuando vio pasar a la sirena. Pasó por su lado,
vapuleándole con la cola con molestia.
Jungkook comprendió su indirecta, «no toques mis cosas, largo». Soltó la
concha para no irritarle (ni siquiera tenía un auténtico valor) y regresó a la
superficie para recuperar su aliento. En su primera bocanada de aire se sintió
levemente indignado.8
—Así que eres territorial y dominante, interesante —jadeó para sí mismo,
tomándoselo como un desafío.1
Fue realmente irónico que no tuviese ni idea de que una sirena le daría de su
propia medicina. Jungkook se tomó muy en serio lo de pasearse por la zona
donde le había visto. Se hizo unos cuantos largos, como si estuviese en una
piscina pública, campó a sus anchas y buceó apartando las algas que acariciaban
su rostro bajo un ala rocosa. No volvió a verle. Pero en la superficie, él se
posicionó junto al cristal contiguo al mar celeste. Se marcó una meta, como
cuando sólo era un adolescente; contar en cuántos segundos necesitaba para
atravesar el acuario de una punta a otra.
Tomó aire y se sumergió en el agua, buceó lo más rápido posible, con todo el
dinamismo que le permitía su ágil movimiento de piernas y brazos. Llegó al otro
extremo, tocando un lado de la orilla con una mano. Cuando salió, exhaló una
sonrisa. Recordó los viejos campamentos de verano a los que asistió y las clases
de natación en las que siempre superaba a sus compañeros. Siempre ganaba las
competiciones, siempre fue el más rápido.
Un poco después, Jungkook repitió la fórmula en el sentido contrario,
intentando superar su récord. No supo cómo, perdió la cuenta de cuántos largos
había hecho; casi había olvidado dónde se encontraba por estar divirtiéndose.
Tras varios intentos, una sombra subacuática pasó bajo sus piernas. Fue tan
veloz, que su rápido corazón y respiración agitada se contrajeron cuando
recordó a la sirena. Jungkook parpadeó en la superficie, nadó lentamente hacia
el cristal y posó una mano sobre este.
Arqueó una ceja, cuando detectó a la borrosa figura de la criatura seguirle.
«¿Estaba desafiándole?», dudó. «Porque si era así, dudaba que pudiera ganarle
en una carrera de nado a una sirena. Estaba seguro de que sus piernas no tenían
demasiado que hacer contra esa poderosa cola».
Jungkook se sumergió en el agua brevemente, se topó con sus iris a unos
cuantos metros, mucho por debajo de él. El pelinegro le hizo una señal con el
dedo para apuntarle la dirección de su nado. No sabía si le habría entendido,
pero si iban a enfrentarse en un duelo, esperaba que al menos nadasen en la
misma dirección.
Ella le regaló una mirada cargada de altanería, algo que Jungkook entendió
como «voy a hundirte como un barquito de papel, listillo».9
Jungkook tomó una última bocanada de aire, volvió a meter la cabeza y le
señaló para arrancar su carrera. Se empujó con los pies tomando impulso,
deslizándose por el agua como un pez. Mientras se desplazaba, miró hacia un
lado percatándose de que iba solo.
«¿En serio era más rápido que él? Qué fácil», pensó ingenuamente. «Nunca
creyó que algo sería tan pan comido cómo enfrentarse a aquel pescadito».3
No obstante, no tardó en entender que la orgullosa sirena tan sólo le regaló un
margen de ventaja para que tomase algo de distancia, y de una simple aleteada,
pasó por su lado, sin rozarle, dejándole una molesta nube de burbujas que le
zarandeó y le obligó a salir a la superficie antes de tiempo.
—¿Estás de coña? —exhaló frotándose los ojos. Escupió agua salada,
encontrándose a la sirena al otro lado del acuario, tocando uno de los escalones
de la orilla con una mano—. Esa velocidad no es mínimamente legal —
refunfuñó, con un notable mal perder—. Pero si no ha necesitado ni tres
segundos para...2
Jungkook cerró la boca rápidamente. Cayó en la cuenta de algo; estaba jugando
con él. El joven se desplazó hasta la orilla con la respiración agitada y una
espontánea sensación de furor. Metió la cara en el agua y comprobó que le
estaba esperando para una «segunda ronda» en la que derrotarle.15
Sus ojos se encontraron, su compañera sirena estaba mucho más cerca de él y
parecía excitada por el juego. Su estómago revoloteó, con la incómoda
sensación de seiscientos caballitos de mar golpeándose como idiotas en su
interior.17
«Calma», se dijo. «Aquello era lo más interactivo que había conseguido hacer
con la criatura en esa semana».
Pensó que debía sentirse aburrido allí dentro. Estaba solo, sin nada más que
esperar a morir. Puede que Jungkook hubiese logrado resultar un incordio,
perturbando sus aguas y metiendo las manos entre corales que consideraba
como «de su propiedad», pero al joven se le hizo divertido comprender que
aquel ser también era competitivo. Quizá quería demostrarle lo patético que
resultaba su nado.
Jungkook se giró ciento ochenta grados, tomó aire en la superficie y volvió a
sumergirse. Le hizo una señal de salida y los dos arrancaron. En esta ocasión, ni
siquiera le vio pasar. Las burbujas le zarandearon y se metieron en sus ojos, el
azabache las apartó con las manos, continuó buceando y llegó a la meta
arqueando una ceja.
La mirada de su compañero marino era pretenciosa, de una cristalina
heterocromía. Con la cola enrollada sobre sí misma, comprobó sus perfectas
uñas bajo el agua, y le miró con suficiencia.8
«Se está burlando de mí», confirmó Jungkook en su mente. «Está bien, tú eres el
rápido de los dos. Tú ganas».
Él sacó la cabeza del agua, tomando una gran bocanada de aire. Soltó una
carcajada apartándose el cabello empapado de los ojos. Y con una gran
curiosidad, volvió a sumergirse, encontrando unos ojos curiosos más abajo, con
un interesante destello de diversión.3
«Así que le gustan las carreras...», pensó Jungkook, entrecerrando los ojos bajo
el agua. «Humhn».
La sirena volvió a posicionarse como si esperase su señal de salida, movió la cola
como un gato orgulloso, buscando la complacencia de derrotarle una vez más.
Jungkook deslizó su mirada sobre su belleza inhumana, y fortuitamente, localizó
unos severos arañazos que levantaban la piel y escamas en el costado de su
cola. El azul se oscurecía dando paso a un rojizo oscuro, púrpura renegrida.2
Jungkook dejó escapar unas burbujas de aire.
«¿Qué demonios tiene ahí?», se preguntó con hastío. «¿Quién le ha hecho
eso?».
Su compañera no era necia. Se apartó unos centímetros con desconfianza,
advirtiendo que su mirada acababa de posarse indiscretamente sobre algo más.
El azabache se sintió tan inquieto, que le hizo una señal con el dedo para que
subiese a la superficie en su compañía. La sirena negó con la cabeza, se desplazó
por el agua y se distanció de él varios metros, sumergiéndose en las
profundidades del acuario.
«¿De verdad? ¿¡En serio vas a alejarte!? ¡¡Agh!!», maldijo en su mente,
suprimiendo las ganas de gritarle.
Él sacó la cabeza del agua una vez más para respirar oxígeno, jadeó brevemente
y se apresuró para regresar al interior de nuevo e insistirle. Y, para colmo del
sastre, no encontró rastro alguno de ella. Ese día, Jungkook dio un par de
vueltas más por la zona, sin lograr encontrarle. Terminó saliendo al exterior con
los músculos exhaustos y unas probables agujetas que le punzarían al día
siguiente por haber nadado demasiado. El neopreno estaba pegado a su piel,
bajó la cremallera hasta la cintura y se dejó caer en la orilla con los dedos
arrugados.
Se preguntó qué demonios eran aquellos arañazos que había visto en su cola.
Tenían mal aspecto.
«Estaba seguro de que Seokjin no estaba al tanto», reflexionó «Si nadie más
había ido a verle, ¿de dónde había salido eso?».
Él había estado admirando su cola, pero en ningún momento llegó a notar ni por
asomo aquellos cortes profundos, rojizos, y oscurecidos que rodeaban parte de
sus escamas.
Aquella noche, Jungkook no durmió tranquilo. Después de una ducha, la cena, y
organizar sus tareas pendientes y e-mails de la Protectora, se tiró sobre la cama
con un extenso cansancio físico. Sostuvo en alto el trozo de coral en forma de
corazón que había tallado la noche de antes. Suspiró lenta y profundamente,
cerrando los dedos alrededor de este y dejando el puño sobre su pecho. Tenía
una extraña sensación hormigueando en su pecho.
No podía sacarse aquellas heridas de la cabeza. No podía dejarlo pasar.
Yoongi se encontraba en la planta de abajo, con su habitual cerveza helada en
una mano y el teléfono en la otra, más la televisión resonando de fondo. Él
estaba ocupado con no sé qué asunto de su trabajo, pero antes de que
Jungkook se marchase a la cama, le preguntó si todo marchaba bien.
—¿Necesitas que vaya a ayudarte con algo? —agregó desinteresadamente sin
despegar los iris de la pantalla del teléfono.
Jungkook no quería hablar de eso. No era porque desconfiase de Min Yoongi; si
no confiaba en algo, era en la corporación Kim y el peso de ese secreto. No sabía
hasta qué punto podría guardárselo, pero si eso iba a involucrarle en algo
demasiado «serio», prefería mantenerle, de momento, al margen. Conocía a
Yoongi y estaba seguro de que se reiría de él (en su maldita cara, señalándole
con un dedo), recriminándole por contarle una trola. No podía culparle si lo
hacía, él también se hubiera reído si alguien le dijese que estaba preocupándose
por una sirena que no podía sacarse de la cabeza.
Entre toda su marea de pensamientos, Jungkook tomó un cordón negro entre
los dedos, y se le ocurrió insertarlo por uno de los poros del trozo de coral. Ideó
un colgante que contempló oscilar lentamente, después frunció el ceño y lo
guardó en el primer cajón de su cómoda.
A la mañana siguiente, se levantó con una idea muy clara. Recogió parte de su
equipo médico y lo guardó en su mochila deportiva; vendas, spray de sutura,
pinzas metálicas, unas diminutas y afiladas tijeras inoxidables y parches
adherentes resistentes al agua.
Tomó el tranvía y bajó donde siempre, en el interior de las instalaciones
turísticas. Era sábado y se encontraba a rebosar de gente haciendo colas,
sentándose en las zonas de merienda y concentrándose frente a las tiendas de
suvenires y aperitivos. En esa ocasión, tuvo un encontronazo con Seokjin. Él
estaba elegantemente vestido, como siempre. Con un teléfono en la mano, dio
de lado a un par de empresarios con los que se reunía en el exterior del edificio
principal para fumarse un cigarro.
—Jungkook —le saludó cortésmente—, estaré ocupado atendiendo a un grupo
de empresarios japoneses. Mañana me encontraré fuera de la ciudad de nuevo,
¿necesitarás algo?
—Mmnh, no. Yo voy a... —Jungkook señaló con la cabeza a la parte trasera por
la que generalmente entraba.
—¿Has podido tener algún nuevo avance con... quién-tú-sabes?6
Jungkook tarareó sin saber muy bien si guardarse su honestidad para sí mismo.
«¿Debía contarle la adorable competición de natación, o prefería callárselo?»,
dudó. «Porque no pensaba mencionarle lo de la cola hasta que tuviese la
situación bajo control como mínimo».
—Le vi nadando un rato, como si yo no existiera —optó responder de forma
piadosa.
—Oh, bien, bien —manifestó el hombre—. Eso es bueno. Supongo.
Poco después, Seokjin se largó con sus empresarios, y él, se dirigió a la parte por
donde habitualmente entraba. Ahora que sabía que estaría solo ese día, dejó su
mochila sobre la mesa de la sala del personal, se deshizo de su ropa y se quedó
con un cómodo bañador, descartando el neopreno.
Se llevó con él el pequeño botiquín de primeros auxilios que él mismo había
armado. Lo dejó junto a la orilla, después hacer unos estiramientos se zambulló
en el agua. No era como si fuese a sacar a la sirena de allí con un tirón de orejas,
pero había decidido utilizar toda su obstinación para insistirle.
Pensó que le rehuiría durante un buen rato (como siempre) pero en esa ocasión
le encontró muy rápido. Destellos turquesas en su cabello celeste flotando
sobre su cabeza. Párpados rasgados, ojos líquidos, piel canela salpicada de
brillantes escamas como joyas y polvo de diamante.
Jungkook se aproximó a él haciéndole señas para subir a la superficie, la sirena
ladeó la cabeza y estrechó la mirada. Con un movimiento de cola, le rodeó
sinuosamente como un cuervo rodeando a un trozo de carne inútil.1
Su mirada le decía, «¿por qué no me sorprende verte por aquí otra vez?».
Él insistió obstinadamente, señaló hacia la orilla y sus labios liberaron varias
burbujas de agua. La sirena negó con la cabeza, e hizo un inesperado mohín con
los labios que distrajo al pelinegro hasta el punto de hacerle necesitar un tanque
de oxígeno.12
«Era más testaruda que el condenado de Yoongi». Pero como él no pensaba ni
valoraba la opción de dejarlo pasar ni un sólo minuto más, se arrojó sobre su
compañera agarrándole firmemente la muñeca bajo el agua. El contacto de su
mano cálida sobre la muñeca de la criatura le transmitió la baja temperatura
que percibió la última vez que se tocaron. Ella tiró súbitamente de su agarre, se
alejó de Jungkook con los ojos muy abiertos, y un cierto temor por su
inesperado agarre.
Jungkook le imploró con la mirada.
«Por favor, confía en mí», verbalizó en su propia mente.
La expresividad de la criatura fue mayor de lo que esperaba, y con iris
apesadumbrados, observó a Jungkook quedarse sin burbujas de oxígeno. El
azabache comprimió la garganta, su pecho comenzó a picarle, necesitaba volver
a respirar antes de que su corazón le provocase una taquicardia.
Ella lo contempló como si necesitase comprobar qué tanto lo necesitaba.
«¿Estaba valorando si era capaz de ahogarse si no le seguía hasta afuera?».
Jungkook no pudo más, se impulsó con las piernas hacia la superficie y salió
velozmente sacando la cabeza. Su boca se abrió de par en par, jadeó y tomó el
aire fresco que necesitaba. Se apartó el cabello del rostro, pestañeó
deshaciéndose del agua que empañaba sus ojos. Y para su enorme satisfacción,
comprobó que una tímida sombra le acompañaba.
Él flotó en la superficie, respirando agitadamente sin poder creerse su pequeña
victoria. Lentamente, su acompañante salió a la superficie con unos cristalinos
iris clavados sobre él. Asomó hasta la nariz, con timidez. Él no jadeaba, ni
siquiera necesitaba respirar mientras permaneciese en el agua.4
El pelinegro pestañeó. Su corazón latía rápido. Respiró, tragando saliva con una
mezcla de saliva y agua salada.
«Por fin le había seguido», pensó sintiéndose brevemente inmovilizado.
«¿Cómo podía seguir con aquello para no asustarle?».
—Permíteme curar tus heridas —pronunció Jungkook con voz ronca,
arrepintiéndose mientras lo decía—. ¿Te importa sí...?
La sirena le miró con cierta aflicción, desvió la cabeza como si lo descartase.
—E-estoy aquí para cuidarte —continuó tras su silencio—. He visto lo que tienes
en la cola. Necesito que vengas a la orilla para que... pueda encargarme...
Ella ni siquiera le miró. Las gotas de agua recorrían su cabello de un
extraordinario azul y las hermosas facciones de su rostro húmedo. Su piel era
lisa y cremosa, no parecía resentida a la sal, si no perfectamente hidratada.
Intacta. Jungkook nadó lentamente hacia el lado donde orientaba su rostro,
ladeó la cabeza tratando de atrapar la escurridiza mirada de su compañera.
—Puedes... ¿entender algo de lo que digo? —repitió Jungkook, dudando de sí
mismo.
La sirena le miró de medio lado, entre el retraimiento y la desesperanza. Y por
un segundo, Jungkook pensó que jamás iba a responder a ninguna de sus
cuestiones.
—Sí —le contestó casi en un susurro.90
Jungkook se quedó sin aliento. Retrocedió un instante, preguntándose si aquello
había sido una respuesta, o si su voz era así de rica y suave. Tragó saliva y se
sintió increíblemente nervioso por su avance.
—Ven conmigo —dijo Jungkook con suavidad, apelando a su corazón—. No
puedo trabajar en el agua. Déjame ayudarte.
La sirena desvió los iris de los del humano. Jungkook conocía bien esa táctica. La
había practicado frente al espejo; y era la estrategia de alguien que intentaba
protegerse, a toda costa. Posiblemente aún desconfiaba de él, pero por su
forma de mantenerse en silencio, supo que se encontraba dudando y eso le hizo
saber que sólo debía presionar un poco más.
—Confía en mí —suplicó Jungkook, ofreciéndole una mano bajo una fina capa
de agua—. ¿Por favor...?1
La criatura salió del agua poco a poco, los iris de Jungkook se deslizaron
brevemente por las bonitas escamas en uno de sus hombros y brazos, y
mostrándole su consideración, apartó las pupilas para no intimidarle.
Ella emitió un suspiro casi imperceptible, se guardó un mechón azulado tras la
oreja lentamente y rindiéndose ante sus palabras, su mano regresó al agua,
posándose con timidez sobre la palma extendida del joven. Sus ojos fueron
cautelosos, atentos, de un toque cuidadoso sobre el otro.
«¡Sí!», gritó interiormente. Jungkook apretó sus dedos con firmeza. En ese
momento, cualquier nervio transitorio le abandonó para recordarle lo que había
venido a hacer, y por lo que realmente se encontraba en ese sitio. Tiró de su
mano gentilmente asegurándose de que no se echase atrás mientras
avanzaban, y en lo que se aproximaron a la orilla, sus dedos se escurrieron entre
los propios.
Sus pies pisaron la tenue curva de la orilla, salió del agua sin dilación, agarró la
toalla para secar sus manos. Se hizo con el botiquín y lo arrastró sobre la arena
húmeda, lo abrió y sacó unos cuantos elementos útiles como el algodón, agua
oxigenada, gasas y un parche adherente. La sirena se encontraba en el borde de
la orilla, con el agua aproximadamente por la cintura y unos ojos reservados que
le hablaron de lo incómodo que se sentía.
Jungkook se aproximó a él precavidamente, se arrodilló fuera del agua y le habló
con suavidad.
—Necesito que salgas un poco más, si permaneces dentro del agua no puedo
hacer nada.
La criatura marina pareció pensárselo, Jungkook se quedó en silencio unos
segundos. Creyó que lo negaría en el último momento, pero entonces, se deslizó
sobre la arena mojada ágilmente y logró sacar más de media cola del agua.
Jungkook pudo verle bien en detalle; su cola de pez era larga, esbelta, preciosa.
Las escamas estaban dotadas de un suave relieve, de un azul nácar que
resplandecía como si fuesen joyas insertadas. Eran elegantes, ordenadas
milimétricamente, mostrándole diferentes tonalidades que parecían variar
dependiendo de cómo la luz incidía sobre ellas. Sin embargo, el costado de su
cola estaba marcado por unos oscuros arañazos que levantaban la dura capa de
escamas. Fuera del agua supuraban sangre, y el joven percibió que los cortes se
extendían hasta un lado de la cadera.1
Él se inclinó a su lado, mirando bien la zona. Prefirió no decir nada, pero tuvo
claro que debería darle unos puntos con hilo y aguja si no quería que eso
empeorara. Levantó sus iris castaños hasta el rostro de la criatura, y
casualmente, se topó con que él estaba observándole como si estuviese
tratando de descifrar el significado de su mirada.2
«Y, ¿qué le parece, doctor?», leyó en sus ojos.7
Jungkook extendió una mano y tomó un par de algodones que humedeció con
agua oxigenada, después arrastró su trasero sobre la arena flexionando las
piernas para colocarse más cerca. Los hombros de su compañero se tensaron de
momento por la corta distancia existente entre ellos. El humano levantó el
algodón empapado en antiséptico y se lo mostró, permitiéndole que lo
reconociera.
—Es una medicina, me ayudará a desinfectar tu herida —le explicó
cortésmente—. ¿Puedo?
La sirena miró hacia otro lado, asintió medio segundo con la cabeza y Jungkook
llevó el algodón hasta sus cortes. El líquido antiséptico burbujeó dolorosamente
sobre las escamas levantadas, él apretó los párpados y cuando no resistió más el
dolor, su mano agarró la muñeca de Jungkook con fiereza. Jungkook le miró
fijamente, su compañero le mostró unos afilados colmillos seguido de un jadeo
que casi le pareció un bufido.
«Estaba enfadado y amenazándole».
—Lo siento —musitó el pelinegro quedándose muy quieto—. Eso debe picar,
¿te he hecho daño? Lo retiraré, ¿de acuerdo? —emitió con la mayor dulzura del
mundo.
El segundo permaneció impasible bajo sus espesas pestañas. Jungkook se sintió
un poco nervioso, detectando en el líquido heterocromático de sus ojos su
irascibilidad, pesar y frustración. Hasta ese momento, no se percató en las finas
uñas y casi imperceptibles membranas de sus dedos de baja temperatura, retiró
el agarre de su muñeca sin lastimarle, aunque Jungkook sabía que había gastado
el único comodín antes de que decidiera abandonarle.
Él comprobó el algodón, había retirado sangre oscura, parte de piel y escamas
muertas. Lo hizo a un lado, sobre el botiquín. Tomó una pequeña aguja metálica
y comenzó a hilarla con un hilo de nylon que cortó entre sus dientes.
—¿Quién te ha hecho eso? —preguntó en voz baja, mirándole de soslayo.
Sabía que no iba a responderle, pero insistió de todos modos.
—Tengo que suturar tu herida. El desgarro puede ser peligroso —continuó,
señalando a uno de sus cortes—. Lo demás se pondrá bien, pero ese de ahí
estaba infectado.
La sirena no respondió, pero Jungkook percibió una importante chispa de
desagrado en sus ojos, los cuales se desviaron una vez más.
—¿Está bien? ¿Crees que puedo hacerlo? —formuló Jungkook de nuevo,
sosteniendo la aguja entre los dedos.
—¿No puedes dejarme en paz? ¿Y ya? —le devolvió con un deje molesto.32
Jungkook parpadeó ante la suavidad de su voz. «Era bonita. Hablaba bien su
idioma. Estaba seguro de que le entendía», pensó con cierto orgullo por
conseguir una de sus réplicas.
—Está muy abierta —contestó el pelinegro con sencillez, humedeciéndose los
labios—. Debe ser doloroso. Duele mucho, ¿verdad?
La sirena frunció los labios y reprimió su respuesta. A pesar de que Jungkook
sólo pudiese ver su perfil, se compadeció de ella e intentó animarle como si
fuera un chiquillo.
—Qué, ¿tienes miedo? —preguntó bajando la aguja—. Sólo voy a coser tu
herida. Lo he hecho cientos de veces antes, te prometo que no te darás ni
cuenta.
Su compañero giró la cabeza en su dirección, entrecerrando los ojos.
—No me da miedo —respondió con orgullo.
Jungkook sonrió levemente por su soberbia.
—Vale, vale. Pues, son cuatro puntos... de arriba... a abajo —le informó con
cierta picardía—. ¿Podrás con ello?
La sirena sólo movió la cabeza, pero en esa ocasión, Jungkook lo entendió como
un «adelante» que le permitió continuar. Inclinándose a su lado, se aproximó a
la herida e introdujo la afilada punta en su carne. Sus yemas rozaron la cola sin
planearlo, y se sorprendió por un tipo de dureza de escamas que nunca antes
había palpado. Nunca había cosido a un animal tan duro, aunque su compañero
no era exactamente uno.
En unos minutos, atravesó el bache con profesionalidad y cosió su herida
eficientemente. La sirena liberó un jadeo que Jungkook reconoció abiertamente
como un quejido.
«Seguramente debía estar conteniendo el dolor», pensó.
—Lo has hecho muy bien —dijo sin mirarle—, ya casi hemos terminado.2
Él apartó la aguja y pasó un algodón seco por encima de las magulladuras para
terminar de limpiarlas, retirando los restos de sangre de la zona cosida. Se
deshizo de los usados y no pudo evitar pronunciar la molesta idea que surgió en
su mente.
—¿Te has lastimado tú mismo? —preguntó Jungkook.3
Miró a sus ojos, y se sintió golpeado por su salvaje belleza. Algo frágil, lúgubre,
de iris recelosos.
«Quiere morir», la voz de Seokjin resonó en su cabeza. Jungkook suspiró
profundamente, temiéndose que su pregunta tuviese una consecuente
respuesta positiva. No necesitó muchos más segundos para saber que así era, y
chasqueó con la lengua, maldiciéndose interiormente.
—De acuerdo. Empecemos de nuevo, entonces. —dijo con voz grave, apartando
el material médico para sentarse a su lado—. Soy Jeon Jungkook. Biólogo.4
Él le ofreció una mano extendida, esperando a que la estrechase. Se sintió
ridículo en el siguiente par de segundos, recibiendo la mirada de la sirena como
si pensase que era un «idiota integral». Jungkook retiró la mano rápidamente,
sonrosándose. Se rascó una sien, meditando sobre que a él tampoco le gustaba
demasiado estrechar su mano con desconocidos.
«Boom. ¿Quién diría con una sirena le iba a dar de su propia medicina?».
Jungkook abrazó una de sus propias rodillas, sin apartar sus iris castaños de la
bonita criatura.
—¿Puedo saber tu nombre, al menos? —preguntó con suavidad.
El individuo bajó la cabeza, sus irreales iris se deslizaron sobre la arena donde
enterró esos preciosos dedos esmaltados. El pelinegro pensó que no iba a
responderle, de nuevo. Consideró que había usado toda la suerte de su año, en
un solo día.
—Taehyung —contestó en voz baja.35
Jungkook se sintió asombrado, abrió la boca e intentó decir cualquier cosa con
tal de continuar en la conversación.
—Taehyung es bonito —soltó con impulsividad.1
No era como si tratase de agradarle o algo por el estilo. Casi se le escapó de la
punta de la lengua, sin poder evitarlo. Se sintió satisfecho por conocer su
nombre de una vez por todas. Él le miró con atención, mientras Taehyung
pestañeaba levemente dirigiendo su mirada hacia el agua.
—Debería recoger mis cosas —suspiró Jungkook, mordisqueándose el labio
inferior—. ¿Tendrás cuidado con los puntos? Nada con más calma hoy.
Se levantó de la arena sacudiéndose las manos y Taehyung alzó la cabeza
rápidamente.
—¿Ya te vas?38
Jungkook sintió un martillazo en el pecho que casi le hizo sentarse de nuevo. Se
quedó de pie, mirándole desde arriba sin poder creerse que había entablado
conversación con una sirena.
—Eh, sí... —respondió parpadeando—. Tengo algunas cosas más que hacer en
otro lado, pero...
Taehyung retiró sus cristalinos iris de los del pelinegro, Jungkook sintió como si
le robasen una bolsa de oxígeno. La sirena se deslizó suavemente sobre la
arena, introduciéndose en el agua como algo etéreo, se sumergió y desapareció
en sus narices.+
«¿Había dicho algo malo?», dudó con el corazón en un puño.
Capítulo 4: Complicidades.
El atardecer cayó lentamente en el horizonte, Jungkook pasó toda la tarde en el
centro de recuperación de animales y se hizo cargo de la tortuga que
custodiaban. Había crecido un poco, y Noah le dijo que había encontrado el
lugar perfecto para soltarla. Salió con el joven y se llevaron a la cría con ellos. En
una de las costas marítimas, cerca de un pequeño rompeolas, la soltaron en la
playa. La observaron marcharse introduciéndose lentamente en el agua.2
Noah y él regresaron pacíficamente al centro, guardando las manos en los
bolsillos y comentando el último cierre de la depuradora ubicada en la isla.
Jungkook pasó por la parte del personal y se lavó las manos, agarró sus cosas y
el bolso donde tenía el teléfono móvil. Se despidió de Noah mientras salían por
la puerta (el joven también se marchaba a casa), y de improvisto, tropezó con
Haeri.
La joven morena esbozó una leve sonrisa al cruzarse con ambos, se despidió de
Noah con una mano y fijó sus agradables iris castaños sobre Jungkook.
—Eh, ¿ya te vas?
«¿Ya te vas?», la voz de la sirena resonó suavemente en su cabeza, sus ojos se
desvanecieron tan pronto como llegaron.
—Uh, oh... —titubeó levemente, tragando saliva y forzándose a recuperar algún
tipo de conexión en sus neuronas—. Supongo.
—Estoy, eh... creo que Aless está pasando un mal trago —le contó Haeri,
respeto a uno de los delfines—. Hoy estuve preocupada.
—¿Su aleta?
—Sí.
—¿Quieres que se la mire?
—Huh, no, no —negó con suavidad, sacudiendo una mano—. Ya se la han
revisado, tiene algún problema contractual, el mismo que hace...
—Dos años, sí. Me lo contaste —suspiró Jungkook, manteniendo las manos
guardadas en los bolsillos de su pantalón—. Hmnh...
—Bueno, eh...
Ella intentó pasar por la puerta, Jungkook se retiró hacia un lado
interponiéndose torpemente en su camino. Los dos repitieron el mismo
movimiento hacia el extremo opuesto, volviendo a cortarse el paso. Haeri
contuvo una risita apretando los labios, los dos se miraron y soportaron la
vergonzosa escena que estaban protagonizando.3
—Vale, yo elijo primero —declaró Jungkook con diversión, moviéndose hacia su
derecha—. ¿Mejor? ¿Crees que podrás dejar de embestirme?
Ella pasó por la izquierda y se detuvo en el marco, mirándole de medio lado con
una sonrisita.
—¿Te gustó la comida tailandesa?
Jungkook esbozó una lenta sonrisa.
—No la he probado —mintió para su agrado, mordisqueándose la punta de la
lengua.
—Espera aquí —le pidió ella.
Entre una cosa y otra, Jungkook terminó esperando a la chica fuera del edificio.
Ya había atardecido cuando salieron a pasear juntos por la zona marítima.
Estaba llena de tiendecitas iluminadas, con ropa veraniega, objetos para los
turistas y un montón de restaurantes de todo tipo.
Probaron la comida tailandesa y se sentaron en una de las terrazas. Haeri le
habló a Jungkook de que estaba pensando en cambiar de apartamento, el
alquiler de la isla era demasiado caro. También le preguntó al joven si había
conseguido algún otro trabajo, Jungkook le dijo que ahora recibía una
remuneración en la Protectora, que en realidad ni siquiera había aceptado.
Cerró la boca y evitó mencionar sus idas y venidas del acuario de Geoje, pero
ese tema era como un imán en todas las conversaciones.5
—Me gustaría visitarlo —reconoció Haeri con una sonrisa—. Aún no he podido
ir, me dijeron que las entradas estaban agotadas desde la primera semana.
¿Escuchaste lo que dijeron en la televisión sobre «los reyes del mar»? Ah,
resulta frustrante vivir en la misma isla y no haber visitado nunca ese complejo
turístico.
Jungkook infló las mejillas de aire y las desinfló lentamente.
«Qué difícil resultaba a veces mantener un secreto», pensó.
Después de la comida tailandesa se levantaron de la terraza y caminaron casi
durante una hora, atravesando todo el paseo marítimo de la ciudad. Tomaron
un par de cucuruchos de helado, Haeri eligió el de coco, y Jungkook el de menta
con chocolate. Disfrutó de estar en su compañía con una despreocupada
sonrisa, más conversaciones que iban y venían genuinamente, como las olas.
Haeri y él compartían una buena amistad, estar juntos era fácil, desde el punto
de vista de Jungkook, ella era más interesante que otras chicas. Y la morena
parecía estar disfrutando de salir con alguien más joven de lo que
acostumbraba.5
—Sabes, últimamente he estado pensando en...
—¿Estás preocupada por tu delfín?3
—Ah, sí. También eso —afirmó Haeri con la cabeza baja.
Se deshizo del barquillo de su cucurucho mordisqueado y con restos de helado
derretido, sintiendo un poco de fresco en los brazos. Ella encogió los hombros,
frotó sus propios brazos mientras caminaban y Jungkook se quitó la camisa de
cuadros que llevaba. Se la pasó desinteresadamente, mencionando que él se
encontraba perfectamente en manga corta.5
La chica pensó que no podía ser más oportuno, la tomó con humildad y se la
puso por encima. Mirándole de soslayo, se sintió un poco nerviosa por la
compañía de Jungkook. No solía hacerlo, siempre se sentían cómodos el uno
con el otro. Pero hacía unos días que, su corazón reaccionaba de una forma un
poco extraña cuando le encontraba fuera de la piscina, observándola hacer
alguno de sus números con sus dos delfines adiestrados. Con Jungkook era
como si «todo encajase», y aunque ella tuviese unos años más que él, ese joven
proveniente de la fresca Busan tenía un irremediable encanto.14
—Haeri —pronunció Jungkook.
Ella le miró con un respingo, reparando en que acababa de posar uno de sus
brazos sobre sus hombros. Le miró con timidez, esperando lo que fuera que
quisiera decirle.
—Aless estará bien —continuó él con calidez—. Tiene ocho años, es un delfín
joven. Y tú le darás los mejores cuidados, para que esté junto a Mera muchos
años más.
La muchacha bajó la cabeza con las mejillas sonrosadas y asintió con más
seguridad. Jungkook mantuvo el brazo sobre sus hombros, sólo porque ella
aseguró encontrarse fría. El azabache le acompañó hasta una parada de taxi, y
se despidieron amablemente antes de que ella subiese al automóvil amarillo.
—Ten, o terminaré quedándomela —la joven se quitó la camisa de Jungkook y
se la devolvió amablemente—. Buenas noches.
—Hasta mañana —contestó el pelinegro alegremente, guiñándole un ojo—.
Escríbeme si necesitas algo, ¿de acuerdo?
—Hmnh —le aseguró con media sonrisa.
Haeri se aproximó a Jungkook con una impertinente indecisión asomando por
sus iris. Dudó si dejar un beso sobre su mejilla o en sus labios. Fuera como fuese,
Jungkook giró la cabeza distraídamente, encontrando a la última persona del
todo el universo que pensaba ver justo en ese instante: Yoongi, con dos amigos,
saliendo de un karaoke más que borrachos.
Ella besó la comisura de sus labios inesperadamente, y Jungkook, de un
respingo, volvió a mirarla con los ojos muy abiertos.1
—Joder —escupió él, advirtiendo su estúpido despiste.2
Haeri arqueó una ceja con su forma de maldecir.1
—¡¡¡Eh!!! ¡¡¡Jungkuko!!! —el estúpido de Yoongi gritó de fondo—.
¡Jungcoconut! ¡Wohoo!11
—Discúlpame un segundo —masculló el más joven, echándose la camisa sobre
un hombro y girándose en redondo.
Se dirigió a Yoongi apretando un puño y agarró el cuello de su estúpida camiseta
de Bert y Ernie.
—¡Tú! ¿De fiesta? —chirrió el más joven—. ¿¡Justo hoy!?
—¡Kookie, Kookie, Koo! ¡Noche de birras y karaoke! Qué casualidad que nos
crucemos —pronunció con un tono exageradamente embriagado—. Mira, te
presento a Bert y Ernie, digo, Bert y Sunoo. Mis amigos.
—No me llamo Sunoo —dijo uno.
—Y yo soy Ernie, no Bert —dijo el otro.
Jungkook puso los ojos en blanco.
—Espera, ¿esa es tu novia? —dudó Yoongi, señalándola con un dedo—. Sabía
que andabas escondiéndome algo.
Jungkook se sonrosó levemente, soltó la camiseta de Yoongi y valoró qué tanto
le apetecía golpearle.
—S-somos amigos —se defendió el azabache.
—¡Hasta mañana! —Haeri se despidió de los chicos con una mano y se metió en
el asiento trasero del taxi.
Jungkook sólo esperó que no hubiese escuchando al estúpido de su amigo.
—¡Adiós, monada! —bramó Yoongi felizmente—. Ya me quedo yo con él, ¡no te
preocupes!
Esa misma noche, Jungkook arrastró a su amigo de una oreja de vuelta a casa.
Tuvo que aguantarle muriéndose de sueño y desplomándose en el tren, y una
vez que llegaron a casa, le hizo una infusión con miel y le obligó a tomársela.
Mientras tanto, Yoongi no dudó en farfullar todo lo que pasaba por su cabeza.
—Marditoh marsupiales, ¿algune veh hah pensado en cómo seríu un canguro
con guantes de buxeo?10
—Yoon, por el amor de dios, ni siquiera se te entiende —gruñó Jungkook
empujándole por el pasillo en dirección a su dormitorio—. Tómate eso y métete
en la cama.
—No estoy tan borracho, sólo me tomé seis cervezas —argumentó con un
nuevo tono empresarial—. ¿O fueron siete?2
Su compañero de casa se posó en el marco de la puerta y se dio la vuelta para
mirarle, mientras Jungkook se dirigía a su propio dormitorio.
—Así que te gusta alguien, ¡impresionante! —declaró con una voz grave, áspera
y ebria, sosteniendo la taza caliente en su mano—. Ya era hora, caray. Pensé
que eras el tipo de tío que sólo espera a enamorarse. Te lo voy a dejar claro
antes de que la vida te decepcione; el amor no existe.1
—Hyung —murmuró Jungkook, arqueando una ceja—, no me montes un
numerito ahora. No estás en tus cabales, y ya sé lo que te ocurrió con tu novia
del instituto, me lo has contado catorce veces.
—En realidad, estaba preguntándome si eras gay —parpadeó Yoongi,
ignorándole—. Espera, ¿lo eres? Aunque esa chica era muy guapa, ¿por qué no
me has dicho antes que estás saliendo con alguien?
—No estoy saliendo con ella, ¡lárgate a la cama! —exclamó Jungkook
irritándose.
Yoongi desapareció en un instante. Él se metió en su propia habitación
masajeándose la frente con un par de dedos, cerró la puerta empujándola con
un hombro. Después de pasar por el cuarto de baño, se puso un pantalón de
chándal cómodo y una camiseta con unas iniciales fucsias. Se dejó caer sobre la
cama sintiéndose cansado. La luz de la pantalla de su teléfono móvil contrajo
sus pupilas unos segundos, mientras revisaba sus mensajes.
Mensaje de Haeri: «Espero no haberte incomodado, buenas noches, Jungkook».
El joven puso el dispositivo en silencio y lo dejó sobre la mesita de noche con un
suspiro. Se hundió sobre la almohada con la vista perdida en el techo.
«¿Incomodarle?», pensó en la penumbra. «Ni siquiera había creído en que Haeri
pudiera llegar a verle de esa manera».
Le había dado un beso en la mejilla, y puede que, si hubiese estado más atento,
llegase hasta sus labios.
Él se preguntó si era lo que quería, se sentía cómodo con ella... «¿le gustaba? Sí,
claro». Pero cuando Jungkook rozó sus propios labios con los dedos, recordó
que ya habían sido besados antes por alguien. Taehyung se coló en su cabeza
como si apartase el resto de su mundo con el barrido de una fuerte ola. Su
belleza, su gracia, lo salvajes que parecían sus ojos coléricos y llenos de
desprecio, la fragilidad de su mirada cuando se volvía serena. Su voz profunda y
rica. Su gracia desafiándole. La duda en sus iris cuando tomó su mano el
momento en el que le suplicó que confiara.4
«¿Era real?», se preguntó confundido. Ese día no había podido ir a verle, y casi
sentía como si los días previos formasen parte de un sueño muy raro.
Se pasó una mano por los mechones oscuros y despeinados, y se preguntó
cómo sería estar a solas todo el día, encerrado en un acuario, nadando entre
paredes de cristal. Su corazón comenzó a palpitar recordando el sutil tacto de
sus yemas en sus propias mejillas. La fuerte sensación de sus labios sobre los
suyos.
Sacudió la cabeza rápidamente, sonrojándose en la oscuridad.
«¿Acaso pensaba ponerse a fantasear con un estúpido beso?», se recriminó.1
Ni siquiera lo había recordado cuando buceó a su lado, o el día de antes, cuando
le permitió coser sus arañazos. Además, no tenía indicios de por qué diablos le
había besado si parecía tener miedo de acercarse.
Jungkook resopló angustiado, le apetecía verle. Quería verle en ese momento,
por algún motivo.
Se prometió que volvería a primera hora de la mañana, sólo para comprobar
cómo marchaban sus autolesiones. Intentó tranquilizarse levantándose de la
cama, se dirigió a la cómoda y abrió el cajón para rebuscar en la oscuridad con
una mano, el trozo de coral con forma de corazón. Cuando lo obtuvo, volvió a
tumbarse sobre la cama con un brazo flexionado tras su propia nuca.
Lo toqueteó entre varios dedos, con el cordel negro sobre su pecho.
«No sólo quería cuidarle. Quería ayudarle. Sacarle de allí», se dijo. Desde el
primer momento en el que entró en el maldito acuario y pudo verle con sus
ojos, supo que se metería en serios problemas. Taehyung era la mascota de un
multimillonario, y no se trataba de cualquier criatura marina. No le importaba si
le miraba con desprecio o desconfianza; lo entendía. El ser humano podía llegar
a ser despreciable. Él no era mejor que nadie, pero en ese caso, pensaba meter
sus narices más allá de lo que Seokjin hubiera deseado.
Con dificultad, el joven logró dejarse llevar por el sueño. Soñó que sus heridas
estaban llenas de sal marina, y escocían tanto que se encontraba en agonía. Se
despertó aturdido, con Yoongi llamando a su puerta.
—Heh, ¿q-qué? ¿qué pasa? —jadeó gravemente desorientado.
—Llegaré tarde, me han llamado los de Arrecife para trabajar en el rompeolas
de Nambumyeon —repitió Yoongi desde el marco de su puerta.1
—¿Qué hora es?
—Las seis.
—Mhnm —mugió Jungkook, derrumbándose de nuevo sobre la almohada—.
Vale.3
—Hasta luego.
—Adiós —contestó con un hilo de voz.
Escuchó a su compañero bajar por la escalera con el pesado equipo de buceo, y
después, el sonido de la puerta le indicó su marcha.
«Yoongi estaba loco si era capaz de enfrentarse a una improvisada jornada
laboral con resaca», se dijo.1
En no más de media hora, se armó con las fuerzas suficientes para levantarse.
Se dio una ducha, desayunó una tostada con mantequilla y mermelada, y
preparó un batido proteínico que llevó en uno de sus termos. Salió temprano de
casa para dirigirse al acuario. Repitió su trayecto habitual, y cuando llegó al
complejo, tuvo la suerte de no cruzarse a nadie por la zona turística.
Un poco después se presentó en la zona privada del acuario. Pasó por el túnel
de cristal apreciando el plácido fondo marino, con el corazón saltando de forma
inusual en su pecho. En la salita del personal, se desvistió, quedándose en un
fino neopreno (por si Seokjin regresaba, prefería respetar las normas). No tardó
demasiado en salir al acuario. Se metió en el agua tranquilamente, permitiendo
que los músculos de su espalda se relajasen con unas brazadas. Metió la cabeza
y buceó unos segundos para concederle lo mismo al resto de su cuerpo.
Y en sólo un par de minutos, apareció para verle. Unas burbujas de agua
escaparon de los labios del pelinegro, cuando vislumbró la sombra de la sirena
llegar desde el fondo. Jungkook parpadeó, posando sus iris sobre la criatura.
«¿Estaba saludándole?», se preguntó con el corazón encogido. «Eso era
irremediablemente lindo».10
Sus pupilas se deslizaron hasta sus puntos de sutura, la herida parecía menos
oscura e hinchada, las magulladuras y arañazos estaban desapareciendo,
volviéndose más rosados sobre las escamas.
«Tiene buen aspecto», pensó con alivio.
Taehyung se aproximó a él con una mirada altanera, se contoneó
presumidamente y de un colazo, le lanzó una corriente de molestas burbujas
que obligó a Jungkook a entrecerrar los ojos y apartarlas con una mano. La
sirena salió disparada velozmente hacia un extremo del acuario. Jungkook le
siguió con la mirada, con los ojos muy abiertos.
«Así que era una sirenita juguetona», sonrió bajo el agua. «Y por supuesto, él no
era quién para rechazar el desafío».7
Se impulsó con las piernas para seguirle buceando, desviándose lentamente
hacia la superficie para tomar aliento. Llenó sus pulmones de oxígeno y volvió a
sumergirse preparándose para su duelo.
Jungkook se acercó a Taehyung bajo el agua, se posicionó a su lado indicándole
que debían partir al mismo tiempo. La sirena asintió con la cabeza y le miró con
excitación.1
«Tres, dos, uno...», señaló Jungkook con los dedos. «¡Ahora!».
Él se impulsó con los pies en el cristal para tomar más velocidad.1
«Estaba seguro de que iba a ganarle», se dijo. «¿Sirenas, a él? Meh».
Por supuesto, Taehyung le superó sin mucho esfuerzo, en una ocasión le dejó
ganar como si intentase no lastimar el orgullo de Jungkook (buen plan, mal
ejecutado) y después se comportó como un cachorro de sirena que parecía
nunca tener suficiente. Jungkook intentó jugar con él todo lo posible, no supo
cuánto rato estuvo metido bajo el agua, pero si se dio cuenta de que necesitaba
un descanso era porque, número uno; sus pulmones comenzaban a dolerle, y
número dos; el cansancio físico se incrementaba por momentos.
Sólo salió a la superficie cuando no pudo más. Se arrastró sobre la orilla para
sentarse, y vio a su compañera asomarse fuera del agua a unos cuantos metros.
Él tragó saliva, su corazón repiqueteaba en su pecho.2
Estuvo a punto de pedirle que se acercara, sus ojos le preguntaban desde el
agua «¿ya no vamos a jugar más?», pero antes de que se lo dijera, se marchó
con un inesperado aletazo. Jungkook escuchó la puerta del acuario tras su
espalda.4
«Mierda», pensó.
—Sabía que tenías una conexión con él —dijo Seokjin, caminando sobre la
arena—. Lo noté al principio.9
Jungkook alzó la cabeza y cerró la boca. Se levantó de allí echándole una
miradita muy seria, Seokjin vestía con una camisa blanca y abotonada,
arremangada bajo los codos, un Rolex en su muñeca y un pantalón de pinza de
un tono tierra.4
—¿Qué haces aquí? —dudó el joven.
—Es casi la una —emitió mirando su reloj de muñeca—. Me pregunté si podía
invitarte a comer algo. Me gustaría devolverte de alguna forma tu trabajo.
Jungkook pasó de largo y salió del acuario. En el interior de la sala, se echó una
toalla sobre los hombros. Con el cabello húmedo sobre la frente, y el neopreno
actuando como una segunda piel, caminó descalzo y tomó el termo de su batido
proteínico para darle un par de sorbos.
—No almuerzo, gracias —contestó secamente.
Seokjin le miró con suspicacia. Notó cierto recelo en el muchacho, Jungkook le
devolvió una mirada de medio lado, como si esperase que le hiciese un
interrogatorio.
—Tengo una idea —exhaló el mayor, poniéndose la blazer de nuevo—.
Acompáñame a mi apartamento.
El azabache resistió el impulso de rechazarle, titubeó brevemente, sin saber
muy bien cómo responder a su ofrecimiento.
—Vivo cerca de aquí —intervino Seokjin antes de que lo hiciese—. Sólo quiero...
mostrarte algo... creo que te parecerá interesante; ¿alguna vez has leído un
tomo auténtico sobre criaturas marinas de la antigua mitología?
Un rato después, caminaron fuera del complejo turístico. Jungkook cargaba su
bolso deportivo en un hombro y el termo en una mano.
—Entonces, ¿su nombre es Taehyung? —formuló Seokjin con sorpresa.
—Sí, eso dijo.
—Mhm, ¿cómo conseguiste que te lo dijese? —sonrió el adulto—. No me lo
digas, ¿terapia de besos?18
Jungkook se atragantó con el batido, tosió varias veces y se golpeó
repetidamente el pecho con el puño.
—N-no estoy haciéndole nada de-
—¡Descuida, es una broma! —se rio Seokjin levemente—. Me alegra saber que
al menos los besos de sirena no tienen control mental. Eso es lo que dicen todos
los cuentos sobre ellas, ¿no?
—¿Control mental? —repitió Jungkook incrédulo.
Seokjin prefirió continuar la conversación en su apartamento, se detuvo frente a
una enorme casa de construcción moderna, paredes de cristal, garaje y una gran
verja cubierta por un sistema de seguridad activo. Desbloqueó la puerta e invitó
a Jungkook a que pasase al interior. La entrada era enorme, el salón muy amplio
y con vistas directas a la costa.
—Siéntate, por favor, ponte cómodo —sugirió amablemente—. ¿Quieres un
té?1
—No, gracias.
Seokjin torció el gesto y aceptó su falta de interés en cualquier elemento a su
alcance. Jungkook dejó su bolsa a un lado y dejó caer la espalda en el enorme
sofá de tono esmeralda. Sus iris se desplazaron hacia una fotografía en un
pequeño marco de fotos. Era la única que tenía; tres jóvenes de aspecto
universitario, con los brazos encima del hombro del otro y una enorme sonrisa
dibujada en sus rostros.
Él divisó al Seokjin de hace unos cuantos años, junto a dos de sus amigos. Afinó
la mirada y creyó que uno de ellos se parecía a... ¿Kim Namjoon?
Seokjin dejó un par de tazas y una tetera sobre la mesa, alarmando al más
joven. Él le miró rápidamente, como si pudiera arrepentirse de algo.
—Eh, ¿hice algo para que comenzases a dudar de mí? —preguntó Seokjin,
sirviéndose un té verde con aroma a flores de cerezo—. Jungkook, quiero que
conozcas más sobre lo que sé, no te he traído para meterte en una cámara de
gas.
—Disculpa, es que... —exhaló mirando a su alrededor— uh, bonita casa. Es
impresionante.
—Mi familia siempre ha sido adinerada, invirtieron en petróleo, también lo hizo
mi hermano mayor, pero yo... me vi más interesado en la biología y la botánica
—comentó, cruzándose de piernas y llevándose el borde de la taza a los labios—
. Curioso, ¿verdad? La oveja negra de la familia.
—Seguro que no eres una oveja —bromeó Jungkook—. ¿Vives solo aquí?1
—Así es —contestó Seokjin—. No paso demasiado tiempo por casa, así que...,
diría que este lugar sólo sirve para acumular polvo.
El pelinegro sonrió levemente, se cruzó de brazos y entrecerró los ojos con
intención de hacerle ir al grano.
—Y, ¿qué es lo que querías mostrarme?
—Oh, sí, claro. Permíteme un segundo —Seokjin soltó la taza en la mesita, se
levantó y desapareció unos instantes.
Cuando regresó, extendió un paño de terciopelo sobre la mesa y colocó un
tomo de una pasta oscura, raída y rugosa sobre este.
—Este tomo es la segunda parte de una vieja reliquia rescatada del antiguo mar
negro —expresó Seokjin—. Hablan de las desconocidas razas subacuáticas que
entraron en contacto con el ser humano en el siglo IV a.C. Fue destinado a estar
en el museo de Estambul, pero... alguien lo robó. Después acabó en mis manos.2
Jungkook prefirió no ahondar en el cómo.
—¿Un tomo con decenas de siglos?
—No lo aparenta, ¿verdad? —agregó Seokjin con media sonrisa—. Mira esto.1
El mayor abrió el libro, tomó la taza de té por el asa y derramó su contenido
sobre sus páginas. Jungkook se quedó atónito, se deslizó hacia el borde del sofá
para no perderse detalle sobre lo que intentaba mostrarle. Jin levantó el tomo y
lo sacudió levemente, las gotas de té verde llegaron al paño de terciopelo, y las
páginas se mantuvieron intactas.
Seokjin apartó el paño con una mano y lo hizo a un lado.
—Cómo puedes ver, es resistente al agua —evidenció el castaño—. No sé de
qué material está hecho. Traté de investigar con él, pero ni sus hojas ni su
cubierta dejan rastro.
—¿Qué diablos...? —murmuró Jungkook.
Su compañero volvió a abrirlo sobre la mesa y pasó un par de páginas,
revelando un tipo de caracteres chinos muy antiguos.
—Esa criatura, Taehyung, pertenece a una raza de sirenas que surgen del Mar
del Japón desde el siglo VI —manifestó arrastrando las sílabas, con sus pupilas
sobre el libro—. El corazón del Mar del Este tiene una grieta profunda e
inexplorable, sus temperaturas son cálidas, casi como si fuera una matriz
marina, un caldo de cultivo, un...
—¿Un útero?
Seokjin levantó la mirada y asintió a su acierto.
—¿Estás diciendo que el Mar del Japón es un... vientre? —repitió el azabache.
—No lo sé, Jungkook —Seokjin intentó ser honesto—. No creo que haya
muchas, pero si las hay, nunca se acercarán a la costa de Japón o Corea. Hace
años que las voces corren, y los eruditos del mar saben cómo atraerlas. Cómo
darles caza.
—¿Es inmortal? —preguntó de forma directa.
—¿Taehyung? Oh, sí. Todas lo son.
Jungkook pensó en su piel, parecía de otro universo, como si le hablase de una
raza mucho más rica y especial que la suya. Sus ojos eran como dos preciosas
joyas, y aunque en ocasiones le hubiese mirado con desprecio, creía que había
una genuina inocencia en su mirada, ¿de verdad era mucho mayor que él?
—Gozan de capacidades regenerativas —mencionó Seokjin, pasando un dedo
por encima de las líneas de caracteres verticales del libro—. No necesitan
alimentarse, por eso te dije lo de sus necesidades biológica. Ah, y,
supuestamente pueden activar su esencia híbrida para caminar fuera del agua.
Creemos que perdieron esa última cualidad hace más siglos de los que podemos
contar.14
—Espera, ¿capacidades regenerativas? —Jungkook se mostró reflexivo—. Nah,
no. No puede hacer eso.
—Claro que sí. Durante su caza, me dijeron que...
Jungkook le miró con unos ojos oscuros tan duros, que, por un segundo, Seokjin
sintió como si pensase que Taehyung era «algo suyo».
—Le hirieron cuando le cazaron. El agua se tintó de carmín —expresó con
serenidad, provocando que Jungkook se sintiese violento—. No era el único que
sacaron de entre esas redes, utilizaron una malla especial...
—¿Cómo han averiguado todo eso? —inquirió Jungkook con tirantez—. ¿Ese
libro también te cuenta cómo cazar sirenas?
Seokjin negó con la cabeza, pero no le dijo nada más. Mencionó que había un
grupo de expedicionarios en la costa de la península, que se habían
especializado desde hacía unos años en la caza de criaturas ultramarinas.
Conocían la existencia de las sirenas desde hacía demasiado tiempo, y eran unos
auténticos lunáticos de ellas.
—El señor Kim Namjoon pagó una fortuna por ella. «Sólo la quería para él» —
fue lo último que dijo el castaño—. Sus heridas cicatrizaron rápido.
—Jin, Taehyung no tiene capacidades regenerativas. Si fuese así, no hubiera
tenido que darle cuatro puntos de sutura en la cola —insistió Jungkook
toscamente.1
Seokjin abrió los ojos de par en par y cerró el tomo frente a él.
—¿Qué?
—Él se hizo daño. Creo que intentaba acelerar el proceso de su muerte —
pronunció el azabache duramente—. ¿Cómo te sientes con esa información?
¿Una criatura inmortal tratando de suicidarse? Supongo que estarás conciliando
el sueño todas las noches sin que llegue a perturbarte.
Le dolió vocalizarlo, incluso decir algo como eso le hizo sentir una desagradable
sensación atravesando su espina dorsal.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes? —preguntó Seokjin.
Los ojos de Jungkook se volvieron mucho más punzantes y oscuros.
—¿Qué es lo que te preocupa, Jin? ¿La sirena? ¿O tu trabajo? —se atrevió a
arrojarle—. Supongo que el alquiler de esta casa es más importante.
—Jungkook —la grave voz del mayor le detuvo, se reclinó en su asiento,
mirándole fijamente—. Ya basta. Por supuesto que me preocupa, ¿por qué
crees que busqué la ayuda de un desconocido, sin consultárselo?
—¿Consultárselo a quién? —presionó Jungkook—. ¿A la sirena a la que
encierras?
—¡Al señor Kim! —exclamó Seokjin irritado—. ¡Él no sabe nada de ti, se supone
que está a mi cargo!
El más joven se hundió en el respaldo cruzándose de brazos. Su corazón latía
rítmicamente, pero su inquietud se refugió bajo una presuntuosa inquina.
Puede que Seokjin no tuviese culpa del arrastre y captura de Taehyung, pero no
podía evitar sentir que era un cómplice más de todo eso.
—Oye... —la voz del mayor se volvió más sosegada, así como su mirada—. Mira,
me contaron que fue imposible atraparlo. Cuando yo llegué, Taehyung estaba
furioso. Atacó al equipo de extracción, y mordió a uno de ellos. Casi le arranca
un brazo. Te sorprendería saber la fuerza que tiene esa cola —se detuvo
brevemente—. El señor Kim contrató a varios profesionales para cuidarle. Todos
se asustaron de esa cosa.1
Jungkook bajó la cabeza, sin mirarle.
—A «esa cosa» le gusta jugar, tiene emociones y sabe comunicarse —pronunció
para hacerle sentir mal.
—Ya, bueno. En las semanas que ha estado solo, busqué un suplente, hasta que
te encontré. Pensé que serías útil, y la prueba es que eres digno de confiar —
reconoció—. Si a la sirena le gustas, a mí me gustas, Jungkook.
—Oh, gracias por tu criterio propio —ironizó el azabache.2
—Lo que quiero decir es... confía en mí. Por favor —le suplicó con una mirada
muy distinta—. Conozco a Namjoon más de lo que puedo contarte; he impedido
una segunda caza de sirenas con la ayuda de un contacto. Taehyung es el único
que han atrapado, y te aseguro, que no habrá nadie más. Este tomo está en mis
manos y sólo yo conozco de su existencia. Ahora tú también lo haces,
¿comprendes? —formuló intensamente—. No permitiré que la información de
Taehyung llegue a nadie más. Con tu ayuda, le protegeremos de lo que hay
afuera.7
Jungkook encontró honestidad en sus ojos. No sabía cómo, era desconfiado y
Seokjin no se parecía nada a él. Pero de alguna forma, confió en sus palabras.
—¿Ese tal Kim Namjoon se pasa por el acuario? —preguntó Jungkook con
desgana—. Ni siquiera me lo he cruzado.
—No está en la isla —respondió Jin—. De momento.
El pelinegro se levantó del sofá para estirar las piernas.
—Ese hijo de puta —pronunció con una asombrosa naturalidad.
Jin se quedó boquiabierto.
—Abstente de maldecirle. Recapacitará, mi contacto-
—Me vale madre tu contacto, Jin.22
—No lo entiendes —Seokjin sacudió la cabeza—. Hoseok y yo hemos saboteado
los planes de expedición de Busan las últimas semanas.9
—¿Quién es ese tal Hoseok?1
Jin miró de soslayo la foto que había junto al televisor. No respondió, pero
Jungkook pudo imaginarse que ese trío fotográfico tenía mucho más que ocultar
que una simple caza de sirenas y un tomo ancestral extraído del mar negro.1
—Dime una cosa, ¿es fácil encontrar sirenas?
—No. Llevan siglos separadas de la humanidad por un motivo —respondió el
mayor lentamente—: Supervivencia.
Jungkook pensó en las demás sirenas. ¿Tendría Taehyung familia? ¿Echaría de
menos a las suyas? Tragó saliva pesada, apenas llevaba algo más de una semana
conociéndole, pero no pudo evitar implicarse de esa manera. Jamás creyó que la
fantasía pudiera mezclarse con su realidad tan inexplicablemente.
—Quiero que sea libre —dijo Jungkook impulsivamente—. Quiero liberar a
Taehyung.
—No podemos hacer eso —negó Jin.
—Tú y yo, sí que podemos —respondió convencido.
—No tenemos medios, Jungkook. ¿Sabes qué poder tiene Kim Namjoon? —
cortó sus alas con cierto pavor—. Y no tienes ni idea de en la cantidad de
problemas que podríamos meternos. Él ni siquiera sabe que estoy dejando
entrar a ese acuario a alguien más...
—Está bien, pero no me quedaré de brazos cruzados —sentenció Jungkook,
echándose el bolso deportivo al hombro antes de marcharse—. No me dan
miedo los peces gordos, Seokjin. No esos.
Capítulo 5: Promesas de sirenas.
Tenía suerte de que Seokjin no le conociese demasiado todavía, porque, si
hubiese sabido que Jeon Jungkook era demasiado obstinado para no aceptar un
no por respuesta, jamás le hubiese metido en aquel embrollo. Aún no sabía
cómo iba a hacerlo, pero lo que sí sabía es que ayudaría a Taehyung a sobrevivir.
Y mientras tanto, a pasar el rato en aquella cárcel (no reconocida oficialmente
por el estado de Corea) de cristal.
Llegó a la tarde siguiente al acuario, justo después de la hora del almuerzo. Dejó
su mochila con sus pertenencias en la sala y se embutió en su traje de neopreno
sin demoras. Subió la cremallera plateada hasta el cuello, cuyo borde llegaba
justo por debajo de su nuez. El exterior de la sala siempre era húmedo, algo más
fresco por el sistema de ventilación y el riego constante de agua salada que
purificaba sus aguas. Se introdujo en el líquido lentamente, nadando de
espaldas hasta acostumbrarse a la fría temperatura. Flotó unos instantes,
cerrando los ojos. Cuando abrió los párpados, contempló el hermoso mar
abierto frente al acuario.
«Un cristal ultrarresistente, irrompible», la voz de Seokjin resonó en sus oídos.
«Tendría que buscar otra alternativa si quería sacarle de allí», pensó el
azabache. «Romper una capa de aleación de granito y no-sé-qué más no estaba
en sus opciones».1
Una sacudida de burbujas acarició su costado, él giró la cabeza y vio pasar una
sombra conocida. En su rostro se dibujó una sonrisa, infló sus pulmones y se
sumergió para seguir el destello celeste de la cola de Taehyung. Pasó entre las
ramas de corales naturales del arrecife, siguiendo su estela. Taehyung se giró
felizmente tras la paleta salpicada de corales de colores, con unos apasionantes
iris que chispearon al volver a verle.
«¿Le gustaba tenerle allí?», se preguntó Jungkook con un pálpito especial.
Taehyung no sólo tenía mejor aspecto, sino que lucía con más ánimo y se
deslizaba hacia el fondo con agilidad y desgarbo, entre las algas, levantando la
brillante arena y las pequeñas piedras pulidas del fondo. Con una poderosa
sacudida de cola que le impulsaba con asombrosa facilidad, le hizo sentir que
jamás podría alcanzarle.
Jungkook no podía describir la maravillosa sensación de contemplarle. Su cola
era ágil, esbelta y musculosa. Si hubiera podido medirla, probablemente poseía
una mayor longitud que la de sus propias piernas. Su cabello cobalto le hacía
justicia al fondo marino, donde la presión del agua era más intensa. Y en esa
ocasión, Taehyung parecía haber tejido algún tipo de diadema trenzada a mano
con finas hebras de plantas marinas, que adornó con piedrecitas, recogiendo sus
mechones de cabello hacia atrás.14
«¿No era la criatura más hermosa y creativa que jamás había conocido?».24
El azabache ascendió lentamente, pasó por encima de Taehyung proyectando
una sombra sobre él. La sirena volteó sobre sí misma, dirigiéndole unos finos
ojos rasgados colmados de curiosidad y encanto.
«¿Qué tanto miras?», pareció preguntarle.
Jungkook estaba simplemente pasmado con su sublime preciosidad. Diría que
esa tarde, advirtió que tenía una nueva debilidad. Sólo que su debilidad era
«tremendamente especial».
La sirena nadó un par de metros bajo él, alzando la mirada. A Jungkook se le
hubiera caído la baba de no ser porque ya estaban introducidos en agua. Sin
embargo, su estupidez alcanzó una nueva frontera cuando su cabeza chocó con
un trozo de arrecife. Se pegó tal golpe, que se le escaparon las últimas burbujas
de oxígeno que sus pulmones contenían.9
Taehyung sonrió jovialmente, se llevó una mano a la boca cerrando los
párpados a causa de su enorme regocijo.25
«¿Todos sois así de bobos?», pareció decirle.1
El joven se vio forzado a regresar a la superficie para tomar aire. Jungkook sacó
la cabeza del agua, sus labios exhalaron un aliento sofocado, se permitió
respirar durante unos minutos para que el extraño bombeo de su corazón se
tranquilizase. La sombra difuminada de Taehyung aguardó bajo sus pies.
«Era tímido en lo de asomarse en la superficie», pensó Jungkook con ternura.1
Se introdujo en el agua, impulsándose con los brazos para quedar a su altura y
volver a mirarle con dulzura.
Taehyung enroscó la cola felizmente y le hizo una indicación para jugar. El
pelinegro curvó sus comisuras, deseó agarrarle las mejillas para estrujárselas.9
«Parecía un niño», se dijo. «¿Cómo iba a decirle que no?».
Empleó su tiempo en bucear con él, integrándose en una carrera de obstáculos.
Su fascinante cola no era comparable a las piernas de un humano (a pesar de
que las de Jungkook fuesen musculosas). Era divertido, pero su encantadora
sirena parecía a veces olvidar que él no tenía aletas, y sus pulmones limitaban
sus actos.13
En una ocasión, Jungkook salió del agua algo irritado, deseando decirle que
debían establecer una «serie de normas» para que él pudiese mantener su
dignidad y autoestima intactas mientras jugaban. Taehyung le daba tiempo para
que saliese a respirar tras cada asalto, esperando pacientemente bajo el agua.
Cuando Jungkook regresó, pasó de largo como si se hubiese cansado de sus
estratagemas.3
Él se dirigió directamente al fondo marino, rebuscando con los dedos alguna
piedrecilla, concha, o caracola que pudiese gustarle. Taehyung le siguió de
cerca, preguntándose por qué diablos buscaba con tanto ahínco en el aburrido
fondo de su pecera. Jungkook se sintió satisfecho con su nueva cortesía, pues en
lugar de actuar territorialmente como las veces previas, la sirena pareció
simplemente seguirle con curiosidad.
Jungkook no tomó nada en especial, pero apreció que ella se uniese en su
búsqueda. Inesperadamente, Taehyung extrajo una piedra turquesa y gastada,
con forma de escama puntiaguda, que sostuvo entre sus dedos esmaltados y de
fina membrana, valorándola. Se la ofreció a Jungkook para que la considerara
como un probable regalo de... ¿amistad? ¿podían ser amigos ya?29
El pelinegro frenó su nado ingrávido, extendió unos cálidos dedos y tomó la
piedra creyendo que era un gesto adorable. Comprobó la bonita forma, con el
final de su oxígeno raspándole en la garganta. Cerró el puño alrededor de ella, y
antes de impulsarse para regresar a la superficie, le señaló para que le
acompañara.
Jungkook nadó hacia arriba, en unos segundos más sacó la cabeza y liberó sus
pulmones con varios jadeos fuera del agua.
Se imaginó que Taehyung no subiría (nunca lo hacía); él se limitaba a esperarle
bajo el agua con timidez. Sin embargo, para su gran sorpresa, la sirena asomó la
cabeza tímidamente saliendo del agua, con gotas de rocío recorriendo su rostro.
Al principio mantuvo media nariz oculta, pero después, sacó el rostro por
completo con un ligero parpadeo. La bonita diadema trenzada sobre su cabello
húmedo y frente, le otorgó un toque coqueto.8
Jungkook sintió que el momento era delicado; no deseaba ahuyentarle. Su
mirada era serena, contempló los jadeos del chico como si se preguntase por
qué requería tanto esfuerzo respirar.
—Los puntos —atendió a decirle Jungkook, recuperando poco a poco su
respiración—, debería sacártelos.
La sirena ladeó la cabeza lentamente.
—¿Me acompañas? —preguntó el azabache—. Tengo que sacar el botiquín, no
tardaré nada.
Se movió y percibió que, a pesar de su falta de respuesta, Taehyung le siguió en
silencio. Jungkook se movió perezosamente hacia la orilla, sintiendo los
músculos de las piernas entumecidos.
«A ese paso, no iba a necesitar apuntarse a un gimnasio si ejercitaba durante
tantas horas con la enérgica sirenita que jamás se cansaba», pensó
cómicamente, mirando de soslayo para comprobar si le seguía.1
Cuando salió del agua agarró una toalla para no chorrear, con la que terminó
cubriéndose los hombros, se alejó de la arena y entró en la sala con diligencia.
Sacó el pequeño botiquín de mano de su propiedad y regresó al acuario
rápidamente.
Taehyung se encontraba sentado como un buen chico sobre la orilla, después de
haber reptado ligeramente sobre la arena húmeda. Jungkook se aproximó a él,
clavó una rodilla en la arena a su lado, y le miró con un silencioso encanto antes
de centrarse en lo importante. Abrió el botiquín y examinó sus heridas casi
recuperadas.1
—Parece mucho mejor —opinó bajo su atenta mirada.
Sacó unas pequeñas tijeras plateadas y posó un par de dedos sobre sus escamas
para cortar los extremos del hilo de nylon.
—Voy a sacarlos ahora, seguro que esto está frenando tu capacidad de... —
comentó distraídamente.1
Acto seguido, tiró de un extremo despacio y con firmeza, comenzando a sacarlo
lentamente de la piel. Su otra mano la apoyó sobre las recias escamas de su
cola. Taehyung se encogió instintivamente por su contacto, pero sintió la
seguridad del joven, la extraña y persistente calidez de sus dedos, y sus iris
castaños oscuros concentrados.
A él sólo le produjo cosquillas, de hecho, golpeó el agua con la aleta y quiso
contraerse para que la sensación se parase de una vez. Jungkook le miró como si
hubiera podido hacerle daño.1
—¿Te duele?
—Hace cosquillas —contestó tímidamente, dejándole muy atontado.22
—Oh, así que es eso —exhaló una bonita sonrisa, regresando al hilo—. Ya casi
está fuera.
Taehyung no dijo nada más, el joven sacó suavemente el hilo con los dedos, y
después, pasó una gasa por encima para secar la zona y llevarse los posibles
restos de sangre. Por suerte, no hubo nada de eso. La sirena observó su calidez
mortal en silencio, esa aura que Jungkook irradiaba como todos los demás
humanos.
Jungkook levantó su mirada y ella dio un respingo, como si le impresionase el
contacto de sus iris. El pelinegro percibió su encogimiento de hombros, grandes
ojos rasgados con incertidumbre, mirándole en detalle.
«Siente curiosidad por mí», pensó, humedeciéndose los labios.1
—¿A qué no te ha dolido nada? —le preguntó atentamente. Uno de sus dedos
pasó cerca de la cicatriz de escamas celestes que poco a poco se curaban—.
Cicatrizarás, tienes un organismo envidiable.
Taehyung se hubiese sonrojado de no ser porque trató de reprimir su repentino
agrado por el azabache. No pudo evitar sentirse un poco inquieto porque un
humano anduviese acariciando su cola como si no tuviera importancia. El joven
guardó sus cosas en el botiquín, agregando la piedra con forma de escama que
él mismo le ofreció, y pretendió una relativa normalidad con el propósito de que
Taehyung le clasificase definitivamente como algo inofensivo. Su reserva le
parecía fascinante, no obstante.
La sirena presupuso que Jungkook se encontraba exhausto por sus
movimientos. Conocía sus horarios, él siempre pasaba por allí unas horas y
después se largaba. Y con lo muchísimo que se aburría dentro de su prisión de
cristal, comenzaba a aborrecer profundamente las largas horas que pasaba en
soledad, dando vueltas de un lado para otro. Disfrutaba de la compañía del
chico, y se preguntaba qué era lo que hacía un humano el resto de su tiempo.
Aunque tampoco era como si a él le importase demasiado, más bien, la
curiosidad por ese bobo comenzaba a picarle como un bichillo molesto.7
—¿Guardarás esa piedra? —preguntó Taehyung inesperadamente, con el deseo
de retenerle un poco más.7
Jungkook le miró con una sorpresa disfrazada, pero la sirena pudo advertir su
desconcierto porque le hablara. El joven pasó de estar arrodillado a sentarse
calmadamente a su lado. La cremallera del cuello de su traje de neopreno se
balanceó con un destello plateado que atrapó las pupilas del peliazul, él siempre
se preguntaba qué utilidad tenía la de llevar ropa en el agua.
«¿No era más fácil nadar sin nada?», dudó antes de centrarse en sus palabras.13
—Sí, ¿por qué no? —le habló Jungkook—. Me gusta extraer cosas de los lugares
a los que voy. ¿Sabes que tengo una colección de conchas marinas?
Taehyung pestañeó como una cosa bonita y adorable, Jungkook sintió cómo su
corazón se contraía levemente en su pecho.
—A mí también me gusta —concordó Taehyung con expresividad,
seguidamente bajó la cabeza—. Pero, ya... no puedo...36
El pelinegro entrecerró los párpados y su sonrisa se desvaneció, Taehyung
desvió su rostro con cierto pesar.
—¿Extrañas a tu familia? —se atrevió a preguntarle.
La sirena le miró de soslayo. Jungkook creyó que se había equivocado al
formularle aquella pregunta. Puede que pensase, que después de todo, él
también formaba parte de su encierro.
—Sí —respondió para su sorpresa, de nuevo.
En el perfil de la criatura observó sus ojos vidriosos, reflejando el ir y venir de la
suave marea de la orilla. El pelinegro tragó saliva, como si algo estuviese
aplastando su corazón con cemento. En un acto de osadía, deslizó sus dedos
sobre la arena y posó la palma sobre el dorso de la mano de la sirena.2
—Lo siento —murmuró Jungkook.
Hubiera deseado poder decirle que pretendía sacarle de allí, pero era muy
pronto para hacer promesas.
Taehyung cerró su mano sobre la arena, sintiendo la del otro sobre su dorso.
Pudo percibir el corazón humano bombear el pulso de sus venas, certificando su
honestidad. Empujó las lágrimas que le amenazaban hasta el final de su
garganta, y después, retiró la mano con cierta timidez, dirigiendo sus iris hacia el
rostro de Jungkook.
—¿Tú tienes familia? —formuló Taehyung.
—Hmnh, sí —contestó con un leve chasquido—. Pero no viven en la isla.
—¿Dónde lo hacen?
—En Busan. Vine a Geoje hace poco —Jungkook le miró de medio lado.
—¿Estás sólo? —preguntó la sirena pulcramente.
Jungkook intuyó que parecían un par de niños conversando.
—No, no lo estoy... vivo con Yoongi.
—¿Yoongi? —repitió su compañera—. ¿Qué es Yoongi?15
A Jungkook se le escapó una sonrisita.
—Qué, no. Quién —le corrigió con dulzura, flexionando las rodillas y apoyando
un brazo sobre una de ellas—. Es mi compañero de piso, un viejo amigo... un
poco idiota...
—¿Yoongi también es tu familia?
Jungkook abrió la boca levemente. «Nunca lo había pensado así».
—Huh, bueno... algo así, sí —respondió cediéndole la razón, acto seguido
reorientó la conversación hacia él—. ¿Tú tienes hermanos?
—Todas son mis hermanas —generalizó Taehyung serenamente.
—¿Todas las sirenas? ¿todas...? —Jungkook arqueó una ceja.
—No son tantas —el peliazul sonrió levemente.
Jungkook se sintió como un idiota por sacarle el tema de nuevo, pero no pudo
reprimirse.
—Escucha, no soy quién para decirte lo que debes hacer —comenzó el pelinegro
bajando la voz—, pero necesito que resistas. No te harán daño, yo te cuidaré
mientras me permitan entrar, te lo aseguro. Haré lo posible; no puedo
prometerte nada, pero... te traeré comida, si quieres.
—¿Comida? —Taehyung le miró con los ojos muy redondos—. ¿Comer?
—H-huh, ya, no comías nada, ¿verdad? —recordó fugazmente,
mordisqueándose el labio—. Me dijeron que-
—No desarrollo funciones fisiológicas, como los humanos —contestó Taehyung
con encanto.
Él sacudió su cola felizmente, y a Jungkook le pareció adorable.8
—¿Ninguna? —dudó con picardía.1
—Ninguna —confirmó la sirena.
—¿Y respirar? —Jungkook se inclinó a su lado, escudriñándole con la mirada—.
¿Dónde están tus branquias?
Taehyung apuntó a un lado de su cuello, donde las escamas zafiros y celestes
cubrían a la perfección su sistema respiratorio. Se sintió algo tímido bajo los iris
de Jungkook, él le observaba con tanto interés que extendió un par de dedos
desinteresados y estuvo a punto de rozar las escamas de sus branquias, sino
fuera porque en el último segundo pensó que no sería buena idea.1
No mucho después, el joven comenzó a enfriarse por la fresca atmósfera más el
neopreno pegado a su cuerpo. La toalla de sus hombros estaba fría y húmeda.
—Se me está haciendo algo tarde —dijo, incorporándose lentamente—. Debo
volver a casa.
Taehyung le miró como cuando a un niño le quitas una golosina, frunció los
labios y sus ojos parecieron los de un corderito. Jungkook se sintió culpable por
dejarle en el acuario, pero necesitaba volver a la vida real antes de que sus
córneas le suplicasen seguir mirándole, y terminase arrugándose más que una
pasa.1
La sirena se metió en el agua con agilidad justo cuando él se dirigió a la puerta
con el botiquín en una mano. Jungkook se forzó a marcharse tras un profundo
suspiro.
En casa, se dio una ducha creyendo que lo suyo con el agua nunca se acabaría.
Terminó rendido en su habitación, con las palabras de Seokjin resonando en su
cabeza como un eco dictándole que no podía ni debía hacer nada por la sirena.
«¿Estaba volviéndose loco? Puede», se dijo. «Pero Taehyung tenía unos
preciosos iris cristalinos de distinto color, uno era más rosado e intenso, como
una puesta de sol derramándose sobre la costa. Y otro se veía más azulino, de
un tono helado como el agua. Su personalidad era dulce; dios, era una preciosa
criatura. ¿Cómo podía haber pensado que las sirenas podían comerse a los
hombres?».3
Se hundió sobre la almohada con una tensión acumulada comenzando a
deshacerse como un lento caramelo.
«La voz de Taehyung era profunda y suave», pensó sin poder controlarlo. «Sus
heridas habían cicatrizado, por suerte. Pero apostaba que no tanto como las
emocionales. Esos días se había divertido jugando con él como cuando era un
niño».
Jungkook se incorporó esporádicamente, encendió la lámpara sobre su mesita
de noche y se inclinó desde el borde de la cama para sacar algo de su mochila.
Sus yemas acariciaron la piedra con forma de escama, la dejó junto a la lámpara
y abrió el cajón para sacar el trozo de coral tallado.
Envolviéndolo con la mano, pensó en darle aliento a Taehyung. Quería
prometerle que sería libre; que no sólo estaba ahí para cuidarle. Que no estaba
haciendo ese trabajo por un contrato. Y que, si tenía el tiempo suficiente,
volvería a mar abierto, sin restricciones, así le costase la piel y su estancia en
Geoje.
Esa noche, Jungkook ni siquiera se percató de que su corazón quedó atrapado
entre los mismos muros de cristal que la jaula que envolvía a la criatura.9
*
La siguiente mañana, el sol incidió con tanta fuerza sobre Geoje, que la
comunidad turista y los locales utilizaron sus ropas más veraniegas. La ciudad se
encontraba a rebosar, la costa marina, restaurantes y hoteles repletos.
Jungkook se levantó de la cama perezosamente, bajó la planta y salió al porche
para recoger la colada.
Yoongi se había quedado dormido en el sofá del salón con el aire acondicionado
prendido. Él era un genio. Estaba espatarrado, con el cabello negro despeinado
y la boca abierta emitiendo un gracioso sonido gutural. Era el día libre de su
compañero, y también debía haber sido el de Jungkook, si no fuese porque el
joven supo que no podía descartar el regresar al acuario.
Después de doblar el neopreno, tomar un desayuno rápido, y meter en su
mochila deportiva el coral tallado, sacudió el hombro de Yoongi para avisarle de
que no volvería para el almuerzo. Él le miró extrañado.
—¿Trabajas... hoy? —dudó el mayor.
—Eh, sí —sopló Jungkook, desviando su mirada—. Lo siento, otro día tomamos
esa barbacoa, ¿de acuerdo?
Yoongi estaba muy dormido, pero sin lugar a dudas, pensó que Jungkook estaba
tomándose muy en serio su trabajo en el acuario si se decidía por renunciar a la
barbacoa coreana de los domingos.
El joven se marchó de casa, tomó el tranvía a diez minutos y se plantó en el
complejo turístico sobre las once de la mañana. Entró por el lugar de siempre,
desbloqueando la sala del acuario privado y atravesando el pasillo cilíndrico.
Para su sorpresa, se topó con Seokjin allí abajo.
—Uh, aquí estás —le saludó el hombre, apartando su agenda electrónica tras
revisarla—. Buenos días, ¿todo bien?
—Buenos días —contestó Jungkook—. Hmnh, ¿eso creo?
—Genial, genial. Necesito que le animes, ¿podrás hacerlo? —improvisó Seokjin.
—¿Eh?
—El señor Kim llegará esta tarde a Geoje. Se hospedará en su residencia, dentro
del complejo. Supongo que pasará a ver a Taehyung después de su cena.
Jungkook parpadeó, esperando que estuviese de broma. Su ceño se frunció
inevitablemente con una leve punzada de recelo.
—¿Y? —pronunció secamente.
—No puedes... ¿pedirle que sea amable? —insistió Seokjin—. Ya sabes, una
sonrisita, una pirueta de sirenita, pasar un rato en su compañía...27
—¿Crees que es un pavo real? —formuló Jungkook, pensando que era
estúpido—. En serio, ¿piensas que va a mover la cola como un gatito cuando
llegue cancerbero?4
Seokjin esbozó una sonrisa tensa.
—Creo que es mejor que contente al jefe —farfulló Seokjin para hacerle
entender—; si el señor Kim pasa a verle y después se va satisfecho..., todos
ganamos en eso, ¿entiendes?
Jungkook se sintió realmente irritado.
—Tienes que estar de broma.
—¿Por qué iba a estarlo?
—Jin, creo que no entiendes que-
—No, ¡tú eres el que no lo entiende! Hablamos de esto hace varios días,
¿recuerdas? —expresó el castaño—. No te equivoques, Jungkook. Podría ser
mucho peor si no se comporta y nos expulsan a los dos del acuario. ¿Quieres
que te alejen de él? Namjoon ni siquiera sabe que estás aquí, imagínate que...
—se detuvo sintiéndose frustrado—. Ugh...
—Está dolido y furioso por estar ahí encerrado —replicó Jungkook en voz alta—.
No puedes pedirme que manipule sus emociones para que esconda lo que
siente. Es un ser inteligente, Jin, ¡no un pez de los que se cazan en la feria de
verano!1
—Ssshh, baja la voz —siseó Seokjin.
Los dos se quedaron en un tenso silencio durante unos segundos. Jungkook
miró a su alrededor.
«Ni siquiera podrían escucharle allí abajo», pensó. «La entrada estaba
restringida en esa zona».
—Jungkook, por favor... te lo... suplico —repitió el mayor lentamente—. Sólo
estará un día aquí. Después, volverá a marcharse. Si le contenta, todo seguirá en
su lugar. Tú seguirás viéndole, cuidándole, y todo lo demás. Y yo... yo continuaré
protegiendo a las que están ahí afuera...
El pelinegro se cruzó de brazos, con la cinta de su mochila colgando del hombro.
La punta de su lengua presionó el interior de su mejilla e hizo una mueca.
—Está bien —aceptó con voz grave—. Pero, ¿de verdad tengo que pedirle a
Taehyung que se acerque a ese tipo? Porque no me parece justo emplear la
confianza que ha depositado en mí para convencerle de algo así.
Seokjin dio unos pasos por la sala, como si pensase en algo más.
—Seguirá siendo tu sirena, si es de lo que dudas.
Jungkook le miró de soslayo. «¿Su sirena? Bobadas».1
—Jin, si hago esto, me debes una —emitió el más joven con seriedad.
—Cuenta con ello —le aseguró sin dudarlo.
Jungkook suspiró entre dientes, asintió con la cabeza, y sin volver a mirarle,
pulsó el botón del ascensor. La puerta corrió hacia un lado rápidamente, él
entró en el cubículo y se marchó sin decir ni una palabra más. No podía creerse
que tuviera que pedirle algo tan desagradable a Taehyung, como que sonriese a
su principal raptor; ese tipo que puso la pasta para mantenerle en una pecera
gigante y exclusiva mientras la soledad le arreciaba. El joven aún se sentía
asqueado por su previa conversación en lo que subía la cremallera de su
neopreno hasta el cuello. En la sala del personal también hacía calor, la fina y
apretada tela sofocaba su piel esa mañana, provocándole una ligera capa de
sudor. Antes de abandonar el lugar, rebuscó en el bolsillo de su mochila el coral
tallado.
«Si no me odia después de lo insensible que sonará cuando se lo pida, tal vez
incluso acepte mi presente», pensó con abatimiento.1
Se lo colgó del cuello para no dejarlo atrás, e inmediatamente salió al exterior
recibiendo la bofetada de la fresca atmósfera del acuario. La luz del sol
resplandecía sobre el mar salado, al otro lado del grueso vidrio. Jungkook se
metió en la refrescante agua lentamente, permitiendo que su cuerpo olvidase el
calor que le perseguía desde afuera. Se sumergió en unos segundos más, y supo
que la sirena le había detectado como un tiburón blanco, desde que tocó el
agua.
*
Metió la cabeza en el agua y se impulsó hacia abajo, siguiendo la ondulación de
la preciosa cola azul de Taehyung. Él se volteó hechizándole, se mantuvo de
forma ingrávida frente al joven, con una afable mirada curvándose. Su dedo
apuntó hacia un ala rocosa para que le siguiese, Jungkook buceó tras él un
instante, pero se detuvo cuando vio que indicaba una profunda caverna tras un
tosco arrecife. La puerta estaba llena de algas que taponaban el paso. El
pelinegro tocó su aleta para llamar su atención y señaló con un dedo a la
superficie. Necesitaba salir a respirar si no quería lamentarlo próximamente. Se
impulsó hacia arriba sin detenerse, y en unos segundos más, pudo probar una
satisfactoria bocanada de aire. Taehyung se asomó a su lado un poco después,
como una obediente mascotita esperándole.
—¿No puedes seguirme? —formuló con un suave hilo de voz.
Jungkook le miró de medio lado, se mantuvo sobre la superficie frente a él, con
la respiración escapando de entre sus labios.
—¿Ahí abajo? —dudó el azabache, exhalando una sonrisa—. Si me fuerzo más,
no creo que vuelva a salir del agua.
—Puedes respirar allí, hay una burbuja de aire en la caverna —expresó
Taehyung de manera adorable.7
Jungkook entrecerró los ojos con cierto encanto. Creyó que podía confiar en sus
palabras, pero, ¿qué tantas ganas tenía de arrastrarle a uno de sus posibles
refugios?
—Si hay un túnel, la presión del agua podría dejarme atascado.
—Hay un túnel —reconoció la sirena con tono pueril.
El pelinegro sonrió un poco.
—Tengo mis limitaciones, Tae —le explicó suavemente, permitiéndose acortar
su nombre—. Igual que tú, fuera del agua.
—Hmhmn —mugió su compañera enfurruñado.4
«Así que Taehyung tampoco sabía aceptar un no por respuesta», pensó
Jungkook con una chispa de diversión.
—Ah, ya sé —enunció el peliazul.
—¿Qué? —Jungkook reprimió una sonrisa.
Taehyung se hundió en el agua lentamente, dejándole plantado sin decir nada.
Jungkook se quedó a cuadros.
«¿Se había marchado?», dudó girándose en redondo, con los ojos muy abiertos.
La sirena emergió en un instante y le ofreció una palma extendida bajo el agua.
—¿Confías en mí? —preguntó de forma directa.7
Jungkook captó su expresión, tal y como la primera vez que él le ofreció su
mano para llevarle consigo hacia la orilla. Un pálpito en su pecho le hizo saber
que, por mucho que retrasase su respuesta, él ya había perdido contra la
criatura. Por supuesto que confiaba en ella, a pesar de que las sirenas portasen
la fama en la mitología de arrastrar hacia el fondo a los hombres más miserables
para cualquier asunto obsceno.1
—Agárrate a mi espalda —expresó Taehyung bajo unas hermosas gotas de agua
recorriendo su rostro y delgados hombros—. Yo te llevaré, llegarás a tiempo
para respirar.2
El joven comenzó a reír.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Taehyung con un afilado carácter.
Jungkook se aproximó un poco y tomó su mano bajo el agua, sus piernas
rozaron la cola de la criatura.
—¿Sabes? La oscuridad es lo que más me preocupa después de no morir
asfixiado —confesó el humano, medio en burla.
Taehyung le miró con tirantez.
—No está tan oscuro... —contestó sin profundizar.
La sirena le ofreció la espalda y permitió que Jungkook se encaramase a ella,
rodeando su cintura con ambas piernas. El contacto de su cuerpo era tibio, fue
la primera vez que se acercaron tanto, pero Jungkook creyó ciegamente en su
compañera. Tomó aire y se sumergieron juntos. El impulso de su compañero
marino fue rápido e hidrodinámico, la presión del fondo llegó hasta sus propios
pulmones, reduciendo el espacio de su caja torácica brevemente. En el fondo,
Taehyung apartó con las manos un puñado de algas y atravesó el túnel de la
caverna cuidadosamente, con Jungkook abrazado a su espalda. Detrás del túnel
había un estanque y una pequeña superficie rocosa donde volvieron a emerger.
Jungkook sacó la cabeza del agua, liberó una bocanada de aire y comprendió a
qué se había referido la sirena. Ni por asomo era un lugar oscuro. La caverna se
encontraba recubierta de un tipo de plantas marinas bioluminiscentes, que
reptaban desde el borde del estanque hasta las rocas que formaban la
superficie cóncava del techo. La tenue iluminación era blanquecina y azulada,
similar a la de una luz de neón. Era como si allí dentro tuviesen su propio cielo.
El joven se aproximó al borde, apoyando los codos para reposar su nado.
—E-esto es una pasada —masculló alzando la cabeza y contemplando su
alrededor.
—Lo hicieron para mí —dijo Taehyung con voz neutral, moviéndose por el
estanque.
Jungkook reconoció su tono, y sintió que todo perdió la magia al recordar lo que
había acordado con Seokjin. Dejó que sus pupilas se perdiesen en la agradable
penumbra un instante, antes de girar la cabeza hacia su compañero. Su corazón
se contrajo con tan sólo mirarle, bajo la tenue luz azulada, Taehyung reflejaba la
bioluminiscencia como un cristal puro. Su piel centelleaba con el polvo de
diamante, sus escamas y su cola azul refulgía suavemente. El pelinegro sintió el
corazón en un puño cuando se miraron.
—Y, ¿te gusta? —preguntó Jungkook, tratando de evocar sus neuronas.
Taehyung se aproximó al borde y apoyó sus manos, mirándole de medio lado.
—Sólo me gusta cuando estoy solo —confesó suavemente—. Me recuerda a un
sitio que solía visitar. Y cuando estoy aquí, olvido... todo lo demás...3
El humano sintió pesar por sus palabras, compartió su aflicción en silencio.
—Seguro que no está al nivel de la realidad que hay ahí afuera —le alentó
Jungkook.
Taehyung sonrió con melancolía.
—Te sorprenderías.
—No lo dudo —resolvió el azabache.
Se imaginó que Taehyung debía conocer mil lugares del mar, desde sus raíces
más profundas, hasta los lugares más recónditos y mágicos. Puede que él fuera
biólogo marino, pero en comparación a sus estudios, sus conocimientos eran
una hormiga comparada con la experiencia de una sirena.
—Volverás a verlo —añadió Jungkook—. Muy pronto.
Taehyung no sonrió, ni siquiera volvió a mirarle. Su cola se movió suavemente
dentro del agua, mientras su mirada heterocromática se perdía en la roca sobre
la que posaba ambas manos. Jungkook se impulsó hacia atrás, nadó un poco y
metió la cabeza en el agua para volver a refrescarse. Cuando emergió, se apartó
el cabello de los ojos y le miró con decisión.
—Te sacaré de aquí —expresó el pelinegro, atrayendo la mirada de Taehyung.5
—¿Qué? —los iris de la sirena chispearon con indecisión.
Jungkook se aproximó a la orilla, posando una mano sobre el borde, y apoyando
una pierna bajo el agua contra la misma pared rocosa. Con su mano libre, se
sacó el colgante de coral por encima de la cabeza y se lo ofreció a Taehyung.
—Ten.
El peliazul lo tomó entre los dedos, sintiéndose desorientado.
—Es una promesa —dijo Jungkook—. Te sacaré de aquí, sólo necesito que me
des tiempo.
La sirena le miró con los ojos muy abiertos, toqueteó el colgante entre sus
dedos y se sintió levemente lastimado por sus palabras. ¿Estaba jugando con
sus sentimientos? ¿Podía realmente creerle?
—P-pero...
Jungkook agarró su mano y el coral que sujetaba, chistando con la lengua.
—Esto se pone así —dijo en voz baja, pasando el cordel trenzado por encima de
su cabeza. Lo dejó caer sobre su cuello, era pequeño, azulado, poroso, con una
humilde forma de corazoncito.2
Taehyung vaciló, observó el coral y después le miró afligido. Jungkook sintió una
leve punzada en el corazón.
—¿Por qué me das esto? —preguntó la sirena aturdida.
—Porque es una promesa —contestó el azabache—. Te liberaré, Taehyung.
Los iris de Taehyung se empañaron levemente, confundiendo a su compañero.
—¿Así son las promesas de los humanos? —formuló el peliazul ingenuamente.
Jungkook asintió y exhaló una bonita sonrisa. En realidad, él sólo quería un
motivo para contárselo y regalarle algo.
—¿Sabes cómo hacemos las sirenas una promesa? —expresó Taehyung en voz
baja.31
—No... ¿cómo? —dudó Jungkook con ingenuidad.
Los iris de Taehyung cambiaron de tono, sus ojos se volvieron más estrechos y
alargados. Y una de sus manos, empujó su hombro. La espalda de Jungkook
presionó contra la roca, quedándose atrapado a unos centímetros de la sirena.
Sus iris se encontraron a una escasa distancia. Taehyung sacó una mano del
agua, y sus suaves dedos húmedos se deslizaron por una de las mejillas del
azabache. El corazón de Jungkook sufrió una extraña sacudida. No pudo evitar
entrecerrar los párpados debido a su tibio contacto.6
Se preguntó qué diablos estaba haciendo sólo por un momento, pues
seguidamente, su instinto aceptó el deseo por dejarse llevar por sus actos.
Taehyung comprobó si tenía capacidad de oponer resistencia, pero las pupilas
de Jungkook ya se encontraban perdidas, con un aliento húmedo escapando
entre sus labios, pereciendo bajo la caricia de sus yemas. Los labios de Taehyung
rozaron los suyos lenta y tímidamente, sus bocas se fundieron en un delicado y
exquisito beso. Una caricia mágica de labios. Jungkook perdió por completo la
razón de su beso, mantuvo las manos bajo el agua y se sintió vulnerable bajo el
agarre del contrario, su cuerpo contra el suyo, la cola celeste oscilando junto a
uno de sus muslos y piernas, atrapándole en un extraordinario deseo que creció
como la espuma marina.15
Entreabrió los labios, y probó una dulce saliva y lengua que le hizo sentirse
mareado. Taehyung transformó la emoción de sus suspiros en un beso lento y
profundo. Jungkook sintió los pómulos calientes, la cabeza le daba vueltas, se
encontraba perdido en el fondo de un océano del que sólo su compañera podría
sacarle.
Jadeó en sus labios y deseó sujetarle contra sí mismo, su boca se volvió adictiva,
quería sollozar por no poder gemir su nombre. Hubiese deseado asfixiarse antes
de que dejara de besarle, y justo cuando él trató de volver su encuentro más
desesperado y lascivo, Taehyung se separó de sus labios cautelosamente.9
Jungkook se agarró a él como si su vida dependiese de seguir besándole. Se
sintió desolado, naufragado, completamente traicionado.
Un dedo de Taehyung se posó sobre sus labios, deteniéndole.
—Ssshh —siseó y procedió a hablarle con la mayor suavidad del mundo—.
Tranquilo. Es el efecto general... que se produce en los humanos. Lo lamento.4
Jungkook pestañeó sin comprenderle. Lenta y tortuosamente, la cordura
regresó a él como la gravedad tirando de una ola. Se sintió excesivamente
acalorado (para estar embutido en un ceñido neopreno), con la sangre
bombeando en su rostro.
—¿Q-qué...? —balbuceó sintiéndose confuso.
—No quería hacerlo, nunca había besado a un humano antes —expresó
lentamente, contemplándole con cierta sensualidad mientras unos dedos
acariciaban por encima de su pecho—. Oí que se puede controlar el éxtasis que
una sirena produce, pero...
Jungkook desvió su rostro y se esforzó por controlar su respiración con la mayor
elegancia posible (ninguna).3
—N-no entiendo, qué... ¿los besos de sirena provocan... adicción? —alcanzó a
preguntarle.1
—Sí. No volveré a hacerlo, si no quieres —se lamentó Taehyung.5
—N-no, no, no. O sea, sí. Quiero —farfulló Jungkook como un tonto—. Quiero,
pero... es...15
—Sí, es...
—Es fuerte —consideró Jungkook.
—¿Sí? Tal vez debería practicar para no perjudicarte.16
Él asintió de medio lado, mordisqueándose el labio. Le costó tragar saliva con su
última propuesta.
—¿P-practicar, conmigo...? —preguntó tontamente, con un claro rubor.9
Los iris de Taehyung se volvieron coquetos, sus manos reorientaron su rostro
gentilmente para disfrutar de sus ojos castaños. Jungkook se maldijo
interiormente, logró comprender un poco más tarde de la cuenta que las sirenas
eran expertas seductoras en la mitología por algo.
—No quiero asustarte —le dijo con suavidad.1
Su frase rompió a Jungkook como si le pegasen con un martillo en el pecho.
—No me has asustado —susurró con voz de terciopelo—, yo... tampoco quiero
que tengas miedo de mí...
Taehyung sonrió con una leve curva de labios, una de sus manos descendió por
la línea de su mandíbula hasta la cremallera del neopreno en su cuello.
—¿No tienes calor con esto? —formuló directamente.30
A Jungkook le explotó alguna especie de límite hormonal con su pregunta, y con
las mejillas completamente encendidas, agradeció que se encontrasen en una
espesa penumbra tenuemente iluminada por plantas marinas.1
—¿N-no? —pronunció casi en duda.
«Taehyung estaba tomándole el pelo, o su ingenuidad era abrumadora», pensó.
Pero la sirena tiró indiscretamente de la cremallera de su cuello, hasta la mitad
de su pecho, introduciendo la mano en el agua.
—¿Por qué no te lo quitas? —insistió con inocencia.14
Jungkook agarró su mano y le detuvo. Respiró profundamente y se preocupó
porque su calor se extendiese indistintamente hacia otras zonas de su cuerpo.
«Si es que no lo había hecho ya».7
—T-Tae, creo que estoy genial así.
—¿Oh? —emitió el otro, ladeando la cabeza—. ¿Por qué os gusta llevar ropa en
el agua? ¿sabéis que obstaculiza vuestra movilidad?
Jungkook comenzó a reírse abiertamente. Aún se sentía acalorado por la
escena, pero fue divertido vislumbrar que Taehyung no tenía ni idea de lo
complicada que era la raza humana en cuanto a la desnudez. Y aun sintiéndose
encantado con él, entrelazó sus dedos bajo el agua para asegurarse de que no
volviese a tocar esa condenada cremallera mientras hablaban. Mantuvo los
firmes dedos de la sirena entre los suyos, y se armó de valor para decirle lo que
tanto detestaba.
—El señor Kim te hará una visita esta noche —le contó en una voz baja cuya
delicadeza resonó en la cueva—. Necesito que te comportes con él, tal vez...
pretender que está todo bien...
Taehyung frunció el ceño levemente, se sintió frustrado porque le pidiese algo
como aquello. Sus dedos entrelazados fueron lo único que mantuvo sus labios
sellados, regalándole una extraña ráfaga de calidez proveniente del chico. La
confusión le invadió un instante; Jungkook pertenecía a eso de lo que había
estado huyendo. Humanos y más humanos. ¿Por qué estaba dejándose
arrastrar por los encantos de uno? Todas las sirenas decían que los humanos no
eran leales, se fallaban entre ellos, traicionaban siempre que estaba al alcance
de su mano.7
—¿Por qué debo hacerlo? —se quejó, escurriendo sus dedos entre los del
pelinegro.
Taehyung se deslizó entre las aguas, ofreciéndole la espalda.
—Porque es lo mejor para que se marche y deje el acuario durante una
temporada —insistió Jungkook—. ¿Crees que podrías... acercarte a él?
La sirena le miró con recelo.
—¿Qué te asegura que se marchará? —emitió el peliazul—. Ese humano no
tiene corazón. Me encerró aquí, como su esclavo. Me robó mi libertad.
—Seokjin está intentando hacer algo más por ti, y por las siren-
—¿Seokjin? Él me mantiene cautivo, su grupo de bestias terrestres atacaron a
mi nido y nos dieron caza como tiburones hambrientos. El agua se tintó de
nuestra sangre y sus redes quemaban mi piel —replicó Taehyung, enojándose—
. Odio a los humanos. Vierten sus desechos en nuestras aguas, creen que son
dueños de todas las criaturas, como si carecieran de valor.27
Jungkook desvió la mirada y se mordisqueó la punta la lengua con eso último.
«Odiar» a su raza era una expresión demasiado importante, y que le incluía de
lleno.
—Lo sé, pero... necesito que lo hagas. Créeme, comprendo lo que....
—Tú nunca podrías comprenderlo.
Taehyung no dijo nada más, se sintió irascible con Jungkook, a pesar de que su
corazón concluyese en silencio que él era el único mundano que no le
desagradaba del todo. De hecho, «le gustaba» de esa forma que tanto temían
las sirenas que había escuchado hablar. Supuso que él había encontrado a su
debilidad entre esas criaturas que ganaron su desprecio, y eso le asustó,
llevándole a preguntarse si realmente podía permitir que un humano entrase en
su helado corazón.
—Me comportaré —pronunció Taehyung súbitamente.
Jungkook tragó saliva pesada. Cuando salió de esa cueva con la ayuda de la
sirena, regresó a solas a la orilla con desamparo. No pudo evitar sentirse afligido
por lastimar el orgullo de Taehyung, pero él también se marchó con
desconsuelo por su esporádica molestia y desdén.
«Estoy perdiendo la cabeza», se dijo a sí mismo más tarde, golpeando la taquilla
con una mano. «Promesas, besos, ¿un repentino enfrentamiento? ¿por qué
demonios se estaba dejando llevar de esa forma?».
Apoyó la espalda desnuda contra la pared, doblando el neopreno húmedo con
las manos. Aún tenía el cabello mojado, pero metió el traje en su mochila y se
puso una camiseta negra sobre los jeans oscuros. Salió de allí con un extraño
amargor en la boca y el hormigueo de sus labios por los besos de una sirena.
Capítulo 6: Pájaro cantor.
El pelinegro caminó por la calle esa tarde, mientras el cielo de Geoje se volvía
una tenue paleta salpicada por nubes de tonos anaranjados y rosados. Con las
manos guardadas en los bolsillos, se detuvo junto a una bonita cafetería con
decoración marina. Por el último Whatsapp de Yoongi, su compañero se había
pasado por allí con un antiguo amigo universitario. Él le esperó afuera con el
estómago rugiendo por el hambre. Había apartado su almuerzo sólo por estar
más tiempo con Taehyung, y ni siquiera había ido del todo bien.2
Se sintió ansioso mientras esperada, e inoportunamente, Haeri salió de la
misma cafetería en compañía de una joven que ya había visto antes y reconoció
como su prima. Jungkook acostumbraba a verla con ropa casual, cabello
húmedo y piel imperfecta por el protector solar. Pero en esa ocasión, Haeri
llevaba un vestido por encima de las rodillas, un suave maquillaje, y el pelinegro
consideró estaba muy linda.
—Huh, Jungkook —emitió con una mezcla de despiste y sorpresa.
—Hola —saludó el pelinegro, con una suave sonrisa.
El aura de ambos colisionó de una forma extraña, enrareciendo el ambiente.
—Voy a, eh... a pagar los cafés —enunció la prima de la chica, desapareciendo—
. En seguida vuelvo.1
Sus iris se encontraron un instante, en cuanto se quedaron a solas. Jungkook
desvió su mirada, y Haeri siguió sus pasos sintiéndose incómoda.
—¿Todo bien...? —formuló la joven.
—Sí, estoy esperando a Yoon, me dijo que... —la voz de Jungkook se deshizo
lentamente, con indecisión.
—Mhmh, ah, sí. Le vi con alguien —expresó Haeri seguida de un suspiro—. Oye,
Jungkook. Sobre lo del otro día...
Los dos sabían perfectamente de donde salía aquella tensión; su inevitable
atracción. Pero Jungkook sentía que, no mucho antes de plantearse qué tanto
encajaba una persona sencilla en su vida ordinaria, un elemento extraordinario
impactó contra su mundo como un meteorito apunto de tragarle.
—Yo... quiero sepas... —continuó la chica, alzando la mirada con cierta
timidez—. Que, eres un chico especial. Desde que te conocí, creo que, mhn, ya
sabes...
—Haeri —Jungkook se mordisqueó levemente el labio y reunió todo su coraje
para hablarlo de forma directa—. A mí también me gustas.77
La chica se quedó paralizada, con un tenue rubor surcando su rostro. Pero por la
circunspección de los iris oscuros del otro, supo que la oportunidad que ambos
compartían para comenzar algo, acabaría antes de que si quiera pudiesen
hacerlo.
—Pero, no sé si estoy preparado para... una relación —se sinceró el azabache,
apretando los parpados un instante y tomando aliento—. Ahora... creo que no
es el momento... tengo demasiadas cosas en la cabeza.4
—Oh, es eso —musitó ella, ladeando la cabeza—. Lo comprendo. Después de
todo, eso sólo lo sabes tú...
—¿Qué se supone que debo saber? —dudó Jungkook con la vista perdida sobre
sus propios tenis.
—Supongo que el corazón es el que decide, ¿no? Esas cosas se saben, cuanto
realmente deseas estar con alguien.6
—¿Corazón...? —repitió el azabache en voz baja.
Haeri se esforzó por mostrar una sonrisa y apartar el momento incómodo a un
lado.
—Francamente, aprecio tu sinceridad —le dijo con honestidad—. Podemos
seguir siendo amigos después de todo, ¿verdad?2
Jungkook sonrió levemente.
—No desearía más que eso —reconoció con timidez.3
La joven extendió una mano y tocó su cabeza como si Jungkook tuviera cinco
años.
—Eres un buen chico, Jungkook —manifestó.
—O-oye, que sólo eres tres años mayor —soltó el pelinegro enfurruñado,
rápidamente apartando su mano de un manotazo.
Ella se rio un poco, y por suerte, la tensión entre ambos disminuyó. Yoongi salió
en compañía de un par de amigos, y la prima de Haeri apareció tras los jóvenes.
El azabache esperó que Yoongi no abriese la boca para decir nada raro, y por
suerte, comprendió su miradita de soslayo como amenaza directa. Su amigo se
contuvo como pudo, se despidió de los otros dos y saludó brevemente a las
chicas antes de que Jungkook le agarrase del codo para macharse.
—Hasta luego —se despidió.
—Adiós, chicos —contestó ella junto a su familiar.
—No me digas más, ¿te ha dejado tu novia? —masculló Yoongi mientras
caminaban—. Esa duración ha sido de récord.
Jungkook hizo una mueca con una inevitable sonrisa.
—Tu estupidez no decepciona.
—¡Ja! —exhaló Yoongi, gesticulando—. Reconócelo, te fascino. ¿A dónde
vamos?
—A casa, me muero de hambre.
—Huh, tengo que estrenar esa maravillosa plancha —continuó Yoongi,
reorientando su paso por un cambio de calle—. ¿Hamburguesas?
Jungkook asintió con otro rugido de tripas. Por suerte, Yoongi había llevado su
propio coche hasta la ciudad. Ambos subieron al auto y en menos de quince
minutos atravesaron la ciudad en dirección a casa. El azabache no pudo evitar
mostrarse pensativo mientras miraba las cordilleras interiores de la isla que
acariciaban la carretera durante su trayecto.
—Alguna vez te ha gustado alguien —improvisó Jungkook de repente—, y justo
entonces ha parecido otra persona que no esperabas, ¿dejando todo lo demás...
hecho un desastre...?11
Yoongi le miró de soslayo, aparcó frente a la casa, y salió del coche cerrando la
puerta de un movimiento seco.
—¿Quieres que te diga la verdad? Pues no.3
Fuera del auto, Jungkook sacudió la cabeza. Una tenue sonrisa surgió en su
rostro decidido a apartar el tema. No obstante, Yoongi se anotó su increíble
mención. Jungkook no era el tipo de personas que dejaba caer sus
pensamientos en voz alta así porque sí.
Al llegar a casa, Jungkook se metió en la ducha y Yoongi se encargó de la cena. El
más joven necesitó unos minutos para deshacerse del calor, de la sal del agua
en los mechones de su pelo oscuro, y del recuerdo de unos labios de índice
ficticio sobre los suyos. Respiró el vapor de agua y cerró los párpados.
*
Taehyung supo que había alguien más en el acuario mucho antes de que se
acercase a la superficie, guardó el corazón de coral entre unas rocas de la
pequeña cueva donde estuvo con Jungkook y salió de su escondite con pesar.
Los zapatos del humano resonaron por el túnel de cristal, cuyo suelo negro y
esmaltado reflejó un elegante traje beige y corbata de un azul cobalto. Eran las
diez en punto cuando fue a verle. A través del grueso vidrio, sus ojos se
encontraron. Taehyung se deslizó por el agua clavando sus pupilas sobre el
hombre. Prometió comportarse, pero aquella persona no era Jungkook. Su
rostro era completamente distinto; de iris castaños claros, como las almendras,
de porte soberbio, vanidoso, cabello dorado peinado hacia atrás y un aura
similar a un tigre con hambre observando a un pececito entre cuatro paredes de
cristal.8
Su enfrentamiento de miradas concluyó cuando la piel del peliazul se puso de
gallina, de un aletazo volteó en el agua y se apartó de la visión de su raptor. Las
sirenas eran orgullosas, frías, e interesadas. Taehyung pensó que debía gustarle
demasiado Jungkook como para esperar a aquel ser fuera del agua. Su perfume
llegó hasta él cuando salió a la superficie, se sintió extrañamente artificial sobre
el aroma húmedo y salado del acuario. El señor Kim estaba al otro lado de la
arena, con unos zapatos oscuros tan brillantes que se destacaron sobre los
granos húmedos, y una copa de Martini en la mano. Taehyung salió bajo su
pertinente mirada, como un perro con el rabo entre las patas.
Cuando llegó a la arena como un gusano, Namjoon se inclinó para saludarle. El
dorso de un par de sus dedos acarició su pómulo húmedo, curvilíneo y lleno del
rocío.8
—Has aprendido a mover la colita —dijo con una voz más resonante y profunda
de lo que sus tímpanos esperaban—. Siempre es un agrado verte, preciosa.34
Taehyung se encogió un poco, apartó su rostro apretando la mandíbula,
desviando su mirada mientras se retraía.
—Te he traído algo que te gustará —emitió dejando la copa sobre una de las
rocas—. ¿Podré disfrutar de tu atención esta noche?
De uno de sus bolsillos, sacó una caja rectangular de terciopelo. La abrió a su
lado, mostrándole una fina y cara pulsera con motivos marinos, celestes y rosas
corales. De ella colgaban figuritas que representaban estrellas de mar, caracolas
y otros tantos estúpidos enseres.
—Sé cuánto os gusta a las sirenas las cosas valiosas y brillantes —exhaló su
aliento cerca de su hombro—. Esta misma, tiene un valor de medio millón de
wons. La mandé a hacer sólo para ti.14
Los iris de Namjoon se clavaron en el perfil inmóvil de Taehyung. Sus labios
estaban sellados, contuvo su rabia y se dejó manipular para ponerse una pulsera
que odiaba, de alguien que detestaba. Namjoon tomó su mano, cuyos dedos
húmedos se encontraban manchados de tierra, cerró el diminuto enganche
alrededor de su fina muñeca y exhibió la belleza de la joya sobre una joya
marina mucho más valiosa. El sedoso tono de piel de la sirena relucía con
exquisitez su regalo.
No soltó su mano después de eso, pues tiró de ella gentilmente para que le
mirase.
—Este es mi regalo, y tendrás muchos más si eres paciente —pronunció
Namjoon suavemente—. Sólo pídeme lo que quieras y lo traeré para ti.12
Los iris de Taehyung se alzaron para contemplar con inquietud su rostro. Sus
propios labios estaban resecos, y cuando habló, ni siquiera pudo reconocer la
voz que emanó de su propia garganta.
—Quiero ser libre.28
—Oh, no, no, no —Namjoon chistó levemente y volvió a tomar su rostro con
unos dedos—. No lo comprendes: ahora estás en un lugar seguro, criatura. Hay
mil peligros ahí afuera. Lejos de cualquier peligro exterior, ahora me perteneces,
y yo... cuidaré de ti...2
La garganta de Taehyung se comprimió con un terrible asco.
—Pero no quiero estar aquí —replicó soportando la humedad de sus ojos.
—Hmnh, mírate. Tan vulnerable, tan... frágil... y hermosa —la caricia de
Namjoon se extendió por su mejilla—. Yo te concederé todo lo que desees,
¿carne? ¿peces? ¿obsequios? Sólo necesito que... —su voz osciló un segundo—,
hagas algo por mí...9
Taehyung se quedó en silencio, temiendo su petición. Los iris castaño claros del
humano se derramaron sobre los suyos.
—Canta para mí.
—¿Cantar? —susurró Taehyung.
—Debes llamar a alguien.
—No voy a usar mi voz para ti —negó el peliazul, elevando su voz—. No te
traeré más prisioneras, así llenes esa agua de ácido.10
—Ah, ¿no? —Namjoon ladeó la cabeza, sus iris mortales chispearon.
Hasta ese momento, Taehyung no advirtió la extraña anomalía que se
encontraba en su aura. La primera vez que le vio pensó que se trataba de la
pura maldad de su raza humana, pero desde que había conocido a Jungkook, y
ahora podía ver a Namjoon desde estaba tan cerca, intuyó algo más en su
persona.
—Entonces, tendré que hacer algo que no te guste.
Taehyung desvió su rostro cuando Namjoon dejó un beso en la comisura de sus
labios.1
«Si quería que llorase», pensó, «su corazón se encontraba demasiado helado
como para derramar ni una de sus valiosas lágrimas».
—Verás, encanto —Namjoon le liberó de sus zarpas y su tono se volvió como el
de un señor de negocios—. Esto funciona así; en nuestra cadena de favores, yo
te traigo un regalo y tú me lo devuelves.
La sirena hundió los dedos en la tierra, llenándose de frustración.
—Si no cantas para mí, tendré tus lágrimas —encolerizó Namjoon—. Y si te
niegas a llorar, te llevaré a otro acuario, donde no haya vistas al mar; donde
literalmente tengas tres metros cuadrados donde sacudir tu bonita cola, sin
nada más.7
El silencio se volvió extenso, frío y desolador entre ambos. Namjoon tomó su
Martini y se incorporó con exasperación. Taehyung contuvo sus ganas de llorar
hasta rasparse en su propia garganta, no volvió a mirarle en los siguientes
minutos. El hombre vació su copa, le miró de soslayo antes de marcharse y
cerrar la puerta del acuario con un suave clic que le hizo sentir lo sólo que se
encontraba.
*
Jungkook salió de la ducha y se puso cómodo. Bajó a la sala de estar y encontró
a Yoongi sirviendo un par de hamburguesas sobre la isla de la cocina. Cenó junto
a él, sentándose a su lado mientras el mayor se servía una cerveza helada en
silencio. Yoongi observó el tic nervioso de la pierna de su compañero, pues a
pesar de que Jungkook estuviese sentado, no paraba de mover el muslo como si
estuviese a punto de hacer un examen universitario.1
—¿Te apetece un trago? —le ofreció su propio botellín desconsideradamente.
Jungkook asintió y tomó la cerveza, vaciando más de la mitad de un trago. La
sensación refrescante fue instantánea, dejándole el sabor amargo y burbujeante
del alcohol en la lengua. Y por algún motivo, Yoongi se inclinó muy cerca,
empezando a hablarle con un hilo de voz en el que Jungkook tardó un par de
segundos en comprender que estaba diciéndole algo.
—Trabajas demasiado, vuelves a casa tarde, cansado y con la boca cerrada —
apreció su compañero, contando cada tip con uno de los dedos de su misma
mano—. Por no decir que últimamente suspiras como un adolescente, ¿se
puede saber qué te están dando en tus voluntariados?1
Jungkook arqueó una ceja, clavó un codo sobre la encimera, junto a su propia
cena, e intentó enfrentarse a sus acusaciones con la mayor serenidad del
planeta.
—¿C-como un adolescente? —balbuceó.
—Oh, ¿es por el acuario? —añadió Yoongi con una mueca—. Desde que estás
allí, vienes y vas como un fantasma. ¿Le echan algún tipo de escopolamina al
agua? Porque te están dejando tonto, Kook. Tú odias la cerveza y acabas de
relamerte después de ese trago —le señaló con un dedo acusador.
El azabache sonrió un poco.
—¿Por qué tienes que ser así de capullo?
Yoongi también sonrió, bajo la cabeza y se enfrentó a la hamburguesa que
sujetó con ambas manos.
—Oye —emitió con un tono más grave y serio, antes de dar un bocado—, sabes
que puedes contar conmigo, ¿no? Pase lo que pase.
Jungkook le miró significativamente, en silencio.
—Sea lo que sea, estaré ahí —le alentó el mayor, masticando
despreocupadamente—. Excepto si quieres ocultar un cadáver, no soy bueno
cavando. Pero soy genial en los juegos de rol, ¿alguna vez me has visto
interpretar un papel?5
Sus palabras fueron escasas, pero reconfortantes para Jungkook. Él sabía que,
fuera como fuese, su amigo al que parecía no importarle nada y le dejaba
siempre su espacio, era consciente de que algo más le pasaba. Jungkook
terminó su deliciosa cena, se limpió con una servilleta y se levantó del taburete,
poniendo una mano sobre el hombro de Yoongi.
—Me siento orgulloso de mi corazón de roca favorito —soltó, quitándole hierro
al asunto.
Después de hacer algo de zapping en la televisión, le habló sobre Seokjin, su té
de cerezo y su afición por la mitología. Evitó mencionar la palabra sirena en toda
la conversación, y Yoongi tampoco pareció tomárselo muy en serio, pues le dijo
que pensaba que «a ese tal Seokjin» se le iba demasiado la cabeza con lo del
Máster en Mitología.
—No puedes permitir que la realidad se mezcle con la fantasía —sentenció por
su cuenta.
Jungkook subió más tarde a su dormitorio para dormir. Se tumbó bocarriba en
la cama, comprobando su teléfono y encontrando un mensaje de texto de
Seokjin.
Seokjin (22.51pm): «Kim estuvo por aquí. Le vi más irascible que de costumbre,
pero creo que ha ido bien».
Seokjin (23.16pm): «Taehyung está bien. Le he visto nadar. No quise subir al
acuario con Kim, para no importunarle».
El azabache suspiró profundamente, pulsó el teclado de su pantalla para
escribirle.
JK (23.47pm): «¿Se ha largado ya? El tipo, digo».
Seokjin (23.48pm): «Salí con él del complejo. No quería hablarme. Tomó su
limusina, estará hospedándose en el Hotel Marina de la ciudad. Nos vemos
mañana, Jeon».
Jungkook bloqueó la pantalla y guardó el teléfono bajo la almohada. Se pasó
unos dedos por el suave cabello oscuro y despeinado, mirando al techo. No
sabía qué era lo que le causaba tanto pavor de Namjoon, pero puede que Jin
tuviese razón, de alguna forma, estaba implicándose demasiado. Taehyung no
era «su sirena», no era un trofeo que pudiese pertenecer a ninguno de ellos. Ni
siquiera sabía por qué diablos estaba pensando en sus besos. El encanto de
Taehyung le había atrapado, la tenue luz de esa cueva, sus ojos cristalinos, como
una crisálida de hielo empañado. Su beso-promesa le hizo curvar las comisuras
de sus labios en la oscuridad de su dormitorio. Evocó el frenesí de sus labios,
provocándole una mayor adicción que el chocolate negro con nueces. Puede
que su beso exaltase una recóndita pasión con la que jamás había lidiado, pero
si pudiera volver hacerlo, lo haría de nuevo. Taehyung era la cosa más dulce con
la que había tratado, y aunque apenas se conociesen, él ya amaba la mar desde
muy pequeño.
Siempre sintió ese impulso, esa llamada por la biología marina y dedicación a
todos sus seres subacuáticos. Era cuestión del corazón, le dijo Haeri esa misma
tarde. Y el suyo había descubierto a una preciosidad naciente de este. Su
corazón desbocado le eligió desde la primera vez que pudo verle tras ese grueso
cristal del acuario.2
Él se ruborizó levemente en la oscuridad, sintiéndose avergonzado por anhelar
más de sus besos en ese momento. Tal vez hacía demasiado calor ese día y el
hechizo de sirena estaba colándose en sus huesos. Deseó tomarle en brazos y
entrelazar sus dedos, así tuviera que dormir en el fondo de un lago, o en una fría
orilla. Su corazón se encogió lentamente, dejándose llevar por los brazos de
Morfeo. ¿Estaría nadando y aburriéndose? ¿Las sirenas necesitaban dormir?
Jungkook soñó esa noche con su preciosa cola turquesa, celeste, con destellos
de aguamarina, con los colores índigos del frío fondo del océano. Y entonces,
Taehyung fue encerrado en un acuario pequeño, muy pequeño, donde apenas
podía moverse. Una pecera, redonda y caliente, donde el agua comenzó a
burbujear como en una sopa. Jungkook golpeó el cristal con fuerza, con todas
las fueras del mundo. Gritó, se lastimó tratando de romperlo para sacarle de allí.
Pero no podía. No podía. La silueta de Taehyung se disolvió como la espuma,
frente a sus narices, dejando un rastro de polvo de diamantes en el fondo.8
Se despertó jadeando, empapado en sudor. Yoongi abrió una rendija de su
puerta de madrugada.
—¿Jungkook? —le llamó—. Eh, eh, ¿qué ocurre?
El joven se incorporó sobre la cama, se tomó su tiempo para respirar y frotar su
rostro con ambas manos, buscando volver a la realidad. Yoongi se sentó a los
pies de su cama.
—Ha sido una pesadilla, ya está... —intentó reconfortarle.
El menor tragó saliva pesada.
—Lo siento, ¿te he despertado?
—Nah, no. Hoy no —contestó Yoongi con tono despreocupado.
Pero Jungkook sabía que lo había hecho otras noches.
—Tengo que irme pronto al trabajo —continuó su compañero—, tenemos un
nuevo contrato cerca de la antigua petrolera, hay que limpiar el fondo marino
de no sé qué mierda, awhg.1
El azabache resopló sonoramente.
—¿Qué hora es?
Yoongi hizo como si le echase un vistazo al reloj invisible de su muñeca.
—Cinco y media, eres un buen despertador.
—Lo siento —repitió Jungkook afligido.
Yoongi le miró mal, como si estuviera a punto de golpearle con un ladrillo por
decir tantas veces «lo siento».
—Estoy bien, tranquilo —se excusó el más joven.
—Ah, ya, ya, bueno —chirrió su amigo, levantándose del borde de la cama y
estirando los brazos para desperezarse—. ¡Hmnh! Voy a darme una ducha y a
preparar mis cosas. Nos vemos a la tarde, tonto. ¡Suerte con los pingüinos
místicos de Seokjin!2
Jungkook esbozó una sonrisa débil. Se sacó la camiseta empapada de sudor y la
lanzó a un rincón de su habitación, dejando caer la espalda sobre el colchón
nuevamente. Como era muy temprano, se permitió el lujo de estar en la cama
un rato más, volviendo a comprobar su teléfono móvil. Tenía otro mensaje de
Seokjin, que llegó mucho más tarde.
Seokjin (01.37am): «Tenemos que hablar. Te espero junto al acuario, a la una».
El joven sintió una punzada en el pecho. Soltó el teléfono y decidió organizar su
mañana antes de pasarse por el acuario. Después de vestirse informalmente,
tomó el tranvía con normalidad y se pasó con alguno de sus voluntariados para
matar el tiempo. Habló un rato con Leslie y le echó una mano a Noah y otro
compañero para trasladar unas plantaciones de plantas subacuáticas a otro de
los tanques de agua.
Cerca de la hora de mediodía, tomó un almuerzo rápido (un sándwich vegetal
de máquina, más una bebida energética), y se dirigió al acuario de Geoje con
ánimo. Entró en el complejo turístico, y se encontró a un montón de periodistas
conociendo más del acuario y preguntando por el fabuloso empresario de éxito
que dirigía la corporación Kim. Jungkook hizo una mueca de desagrado, pasó de
largo mordisqueando una barrita de chocolate y entró por donde siempre,
librándose de miradas ajenas.
No encontró a Seokjin donde le había indicado, pero sí que se lo cruzo junto al
túnel de cristal mientras revisaba muy concentrado su Smartphone.
—Hey —saludó Jungkook con la mochila sobre el hombro y la mitad de su
cabello recogido en su coronilla.1
Seokjin le miró de medio lado, con un rostro que a Jungkook no le gustó
demasiado.
—Le dije su nombre.
—¿Cuál? ¿El de Taehyung? —Jungkook le miró con los ojos muy abiertos y el
ceño levemente fruncido—. ¿Por qué le has dicho eso? Te dije que n-
—Jungkook, tuve que decirle que yo me estaba encargando de la sirena. Que
hablé con ella en varias ocasiones, y que aceptó colaborar con nosotros —
expresó Seokjin con voz informativa, gesticulando con una mano—. ¿No querrás
que sepa que tú también estás metido en esto?
—Eres insoportable —gruñó el más joven, cruzándose de brazos.
—No se irá de la ciudad —continuó Seokjin—. No sé qué diablos es lo que
quiere de Taehyung, pero no va a largarse hasta que lo consiga.
—¿No decías que todo había ido bien?
—C-cuando se trata del señor Kim, todo es un poco... complicado... él no
actuaba así hace tiempo.
—Muy bien, ¿y ahora qué? —inquirió el más joven, sintiéndose irritado—. Dices
que no se irá de la ciudad, ¿qué se supone que haremos?
—Esperar.
—Esperar a qué.
—No lo sé, Jungkook. Namjoon es un hombre de negocios, controla una
corporación y tiene asuntos que resolver en Geoje. Dudo que regrese al acuario
por la disponibilidad de su agenda, así como por el carácter con el que salió
anoche... pero...
—¿Namjoon? —repitió Jungkook con sarcasmo—. Vaya, tu instinto de amigo de
la infancia está saliendo a relucir esta mañana. Ya no es el señor Kim.
Seokjin apretó los párpados e ignoró su último comentario.
—Como sea, Jungkook —le indicó con la cabeza para se marchase—. Ve a ver a
Taehyung y averigua por qué Namjoon se largó tan enfadado.1
Jungkook se humedeció los labios, arrancó sus pasos, y cuando pasó por el lado
de Seokjin, se detuvo muy cerca de su pómulo.
—Recuerda que no soy tu pájaro cantor, Jin. Y me debes un favor —masculló, y
acto seguido le dio le lado.
Seokjin suspiró profundamente, escuchó los pasos de Jungkook alejarse y tomar
el ascensor. Nada podía complicarse más. El azabache llegó hasta el acuario y no
tardó demasiado en salir al exterior, subiendo la cremallera de neopreno hasta
el cuello. Se sumergió en el agua de un ágil salto, hundiéndose lentamente en la
refrescante sensación que apretó su segunda piel sobre su cuerpo.
Buceando tranquilamente, vio pasar a Taehyung de largo, junto al fondo, entre
los toscos arrecifes donde una vez jugaron a cazarse uno al otro. Jungkook no
necesitó más de unos segundos para comprender el mal humor del peliazul, él
le ignoró, ni siquiera le dirigió su mirada. Una molesta punzada atravesó a
Jungkook, aceleró su mano, liberando unas burbujas de aire y agarró el codo de
la sirena para detenerle. Taehyung se giró con soberbia, sacudió el brazo para
deshacerse de su agarre y después, se aproximó a su rostro de forma
amenazante.
Su mirada le perforó un mensaje claro: «márchate».
Pero Jungkook no era el tipo más testarudo (después de Min Yoongi) de todo
Geoje por nada. Salió para tomar aire y golpeó la superficie con la palma de su
mano, gracias a su dosis de frustración. Si iba a castigarle de esa forma, estaba
dispuesto a tomarlo, pero no sin antes decirle algo. Con la mayor estupidez del
mundo, Jungkook se introdujo en el agua con la decisión de no volver a salir si
no lo hacía caso. Le daba igual asfixiarse, ahogarse, o morirse allí mismo,
Taehyung iba a escucharle así le pesara sobre su tumba.
La sirena puso los ojos en blanco cuando le interrumpió mientras trenzaba una
de sus bonitas diademas. Contó los segundos en los que vio plantado a
Jungkook en mitad del agua indicándole para que le acompañase. Y según sus
predicciones, no le quedaba más de una burbuja de oxígeno. Puede que media.
Taehyung entreabrió los labios cuando le vio soplar el resto del contenido de sus
pulmones. Jungkook apretó la mandíbula y la garganta, y a unos cuantos metros
de él, le miró como si ella fuese un cruel verdugo. Taehyung ni siquiera podía
creerse que fuese tan idiota, apartó la mirada y decidió no entrar en su juego,
pero escuchó a Jungkook sufrir por su asfixia, y no tardó más de unos segundos
en moverse hacia el chico con ganas de golpearle con una estrella de mar en la
cara.5
Sus iris heterocromáticos estaban cargados de dolor. No era su culpa, pero sí
que deseaba culpar a Jungkook por acariciar su frío corazón de sirena con unos
tibios dedos que en realidad temía.
Los iris de Jungkook se enturbiaron, comenzó a sentir los primeros alicientes de
su asfixia, embotamiento de cabeza, pulso intenso en sus oídos, y la presión del
agua tratando de entrar en sus pulmones. Taehyung extendió las manos y tomó
su rostro, sus labios se aproximaron a los del chico y le robaron un beso que le
insufló una cantidad mínima de oxígeno. Fue como rozar un ingrávido paraíso,
en unos segundos más, ascendieron hasta la superficie y Jungkook tomó una
enfermiza bocanada de aire mientras Taehyung le sujetaba.
—No puedo creer que estés haciéndome esto, ¿quieres hacerme daño,
ahogándote? —le acusó sosteniéndole por un brazo—. Todos los humanos sois
unos necios, ¡cretinos!
Jungkook jadeó débilmente a su lado, agradeció su firme agarre y el arrastre
hasta la orilla que ejerció su compañera sirena, sintiendo su aflicción como
propia.
—V-vas a escucharme, lo quieras o no —llegó a pronunciar obcecadamente.
Sus rodillas llegaron a rozar la arena de la orilla, Taehyung le ayudó a llegar
hasta allí, mirándole con muchísimo recelo.
—¡Aléjate de mí! —le pidió con voz aguda—. No vengas más, no me hagas
promesas que nunca cumplirás, márchate... No quiero tu amistad.
Jungkook giró la cabeza y descubrió sus ojos llenos de unas resplandecientes
lágrimas. Se desbordaron rápidamente, deslizándose sobre sus mejillas
húmedas como gotas de diamante mucho más luminosas que las de agua. Él se
quedó sin aliento cuando le vio llorar, no pudo soportarlo y tomó su muñeca
para que le mirara.15
—Ódiame si quieres, pero te sacaré de aquí.
Taehyung le miró como un cachorro lleno de lágrimas e hipos. Era una falta de
respeto pensar que el lamento de una sirena también resultaba hermoso, pero
así era. Y Jungkook tomó su rostro con ambos pulgares, acercó su frente a la
suya y entrecerró sus ojos.1
—Te equivocas si crees que quiero algo de ti —murmuró en el suave vaivén de
las olas—. No necesito nada a cambio, sólo quiero que nades en libertad.
La sirena se dejó arrastrar por sus palabras, consumiéndose en una extraña
debilidad por el chico. Jungkook soltó su rostro suavemente y ella lo hundió
sobre su hombro, cerrando los párpados para disfrutar de una calidez humana
que jamás había tenido. Sus dedos agarraron la tela de neopreno de su pecho, y
en lo que sus brillantes lágrimas se diluían en el agua, escuchó el corazón del
humano palpitar vivamente bajo su tórax.
—Me gustas —confesó Taehyung en voz baja, con extrema flaqueza—. Mi
corazón no late, como el tuyo. Envidio eso...25
Jungkook se quedó en silencio; su propio pecho emitió un vuelco al conocer sus
sentimientos.
—¿Por qué no...? —murmuró sobre su oreja, sin tocarle.
—Yo no tengo —le contó la sirena—. No puedo amar a nada más que a la mar.
—Suena trágico —dijo Jungkook apaciblemente—, pero dudo que carezcas de
corazón. Eres demasiado hermoso como para no tenerlo.1
Jungkook alzó unos dedos apartando unos mechones de cabello azul de su
rostro, y poco después, se distanciaron unos centímetros hasta conectar sus
miradas sobre el otro. Así, sobre la fresca orilla donde sus piernas y la cola de la
sirena se encontraban, Jungkook comprendió qué tan perdido estaba con una
criatura tan cambiante como la marea.3
—¿Soy hermoso para ti? —formuló la sirena con un parpadeo coqueto.
—No hablo de tu apariencia —contestó el pelinegro, seguidamente posó una
mano sobre su pecho—, sino de lo que hay aquí.
Taehyung agarró esa mano, sintiéndose invadido por su calidez. Nunca se había
dejado llevar por ese tipo de emoción o interés por otra criatura, ya fuesen sus
congéneres o alguien de una raza terrestre. En ese momento, toda su ansiedad
por alejarse de él desapareció. Permanecieron sentados en la orilla, hablando
sobre lo sucedido.
—¿Qué fue lo que ocurrió anoche?
El peliazul bajó la cabeza, sus alargados párpados le mostraron abatido antes de
contárselo.
—Quería mi voz...
—¿Tu voz? —repitió Jungkook, creyendo no haber escuchado bien.
—Las sirenas podemos llamarnos entre nosotras —explicó Taehyung
lentamente—. Utilizar la voz para comunicarnos a grandes distancias.
—Espera, ¿quiere que llames a alguien más? —Jungkook se mostró inquieto—.
¿A quién?
Su compañera se encogió de hombros.
—Me dijo que, si no le daba lo que quería —agregó con una gran aflicción—,
tomaría mis lágrimas.
Jungkook no comprendió eso último, pero con un par de dedos tomó su mentón
para que le mirase.
—¿Para qué querría alguien tus lágrimas?
Taehyung parpadeó, sus ojos acariciaron el cremoso rostro del chico,
apreciando los atractivos mechones negros, húmedos y ondulados sobre su
rostro.
—Nuestras lágrimas portan propiedades curativas, son... distintas a las de los
mortales...7
—Curativas, ¿cómo? ¿Pueden sanar...?
—Tejidos orgánicos vivos —asintió—. Heridas...1
El pelinegro se sintió asombrado con aquello, comprendió por qué las lágrimas
de Taehyung poseían un aspecto tan especial como el que había visto un poco
antes.
—¿Qué más te dijo? —prosiguió.
—Me amenazó —expresó Taehyung con la mirada perdida en la orilla—. Hay
algo extraño en él, que no estaba la primera vez que le vi... está como...
desquiciado.
«¿Por qué motivo buscaba Namjoon a más sirenas?», se preguntó Jungkook,
apretando la mandíbula. «Tal vez quería una colección».8
Él exhaló su aliento y trató de apartar el tema de momento. Quería estar con
Taehyung sin preocuparle en exceso, por lo que pensó en Seokjin y en el favor
que le debía. Sabía perfectamente cómo iba a utilizarlo, sólo necesitaba algo
más de tiempo e idear un plan que no tuviera fallas. Mientras tanto, animó a la
sirena e intentó recuperar el tiempo perdido jugando con ella. Nadaron un
poco, se salpicaron agua, jugaron a esconderse tras los arrecifes, y Taehyung se
volvió tan juguetón como un león marino. Casi olvidaron su previo
enfrentamiento.
Jungkook pasó con él varias horas, y cuando se sintió exhausto regresó a la orilla
con la sirenita haciéndole carantoñas. Tenía los dedos arrugados y el neopreno
pegado a la piel, se pasó la toalla por la cabeza y la dejó sobre sus hombros
mientras Taehyung le miraba desde un saliente con curiosidad.
—¿Qué es lo que haces cuando no estás aquí? —le preguntó con ingenuidad.
—¿Qué hago... en mi día a día, quieres decir?
—¡Mhn! —asintió la criatura, apoyando el mentón sobre los brazos que posó
sobre el bordillo rocoso.3
—Pues... trabajo... —ideó Jungkook, percatándose de que su vida sonaba
aburrida.1
—¿Trabajar? —repitió Taehyung con un tono de voz adorable.
—Estoy con Yoongi, o con alguno de sus amigos, y... hago deberes de casa...
—¿Casa? —insistió la sirena ladeando la cabeza.
Jungkook exhaló una sonrisita, ni siquiera podía creerse que aquello le pareciera
fascinante.
—Es como tu cueva, pero no tan bonita —le contó el pelinegro con dulzura.
—Quiero ver tu casa.
—Oh, ¿sí? —Jungkook se sintió encantado, aprovechó la oportunidad para saber
algo más de él—. Oye, ¿puedo preguntarte algo? ¿tú... duermes?
Taehyung sacudió la cabeza.
—¿Para qué sirve realmente dormir?
—Para... ¿descansar? —argumentó Jungkook, con media sonrisa—. ¿Es que tú
no descansas?
—No —contestó con la boca pequeña, y acto seguido levantó la palma de la
mano solemnemente—, pero si quieres dormir aquí, no voy a molestarte. ¡Me
quedaré callado!57
El pelinegro ensanchó su sonrisa.
«No podía ser tan adorable», se dijo. «Ojalá ni siquiera necesitase salir del
agua».
Sus dedos encontraron algo enterrado bajo la arena, Jungkook bajó la cabeza y
vislumbró un destello azul. Apartó el muslo y escarbó brevemente,
desenterrando una fina pulsera de tonos celestes.
—¿Qué hace esto aquí? —formuló sosteniéndolo en alto.
El rostro de Taehyung cambió radicalmente.
—E-él me lo dio —musitó con un hilo de voz—. Es su... regalo...
—¿Un regalo? —Jungkook alzó ambas cejas y no pudo controlar su mal
vocabulario—. ¿En serio? Menudo imbécil.
—Puedes quedártela, no la quiero.
El pelinegro guardó la pulsera bajo la arena, indicando que sería lo mejor dejarla
allí. Además, si por algún motivo el señor Kim regresaba, estaba seguro de que
le encantaría ver a Taehyung con su condenada pulserita.
Después se forzó a comprobar la hora y supo que debía irse cuanto antes. Se
levantó de la arena y Taehyung se mostró ampliamente disconforme. Refunfuñó
para que no se marchara y le miró con unos ojos de sirena desamparada.5
—N-no hagas eso —gruñó Jungkook echándose la toalla sobre el hombro—. No.
Detente. No me mires así.
—Pero... Kookie...57
El joven se sonrojó inesperadamente.
—¿K-Kookie? —repitió, exasperándose—. Tae, no puedo quedarme hasta tarde
aquí —se expresó con un mal carácter—, Jin me avisó de que abandonase el
acuario antes de las siete de la tarde. Es la hora a la que cierra el complejo y... es
mejor que nadie me vea paseando por ahí...
Y con todas las de ganar, Taehyung hizo un puchero con los labios y se alejó de
la parte rocosa como un pececillo solitario. Jungkook se sintió como si le
arrancasen algo. Él tampoco quería dejarle solo, pero Taehyung comenzaba a
saber el gran poder que tenía sobre él cuando le miraba de esa forma.
«Condenada sirena manipuladora», se permitió maldecirle mentalmente.
—V-vendré mañana —le dijo a unos metros de distancia, antes de marcharse—.
¿V-vale?
Cuando salió del acuario, su corazón iba rápido con una mezcla inconclusa de
emociones. Por un lado, la confesión de la sirena le hizo sentirse sobre las
nubes. Tanto que, había estado a punto de ahogarse por conseguir su atención,
¿acaso estaba mal de la cabeza? Y por otro, el recelo por Kim Namjoon le
perforó mientras se quitaba el neopreno.
Fuera como fuese, se sintió determinado por tejer un plan que debía llevar a
cabo con o sin la ayuda de Seokjin.
Capítulo 7: Hechizado.
—Hoy hace... calor... ¡mucho calor! Pero eso no evitará el monzón que se
acerca.
El hombre del parte meteorológico señaló en el mapa la suave bajada de
temperaturas de la próxima semana, acompañada de una extraña llovizna que
enfriaría la cálida isla. Yoongi se encontraba repantingado frente al televisor,
con un ventilador de mano frente a la cara y pocas ganas de seguir viviendo.11
Jungkook llegó a la cocina, soltó su mochila en el suelo y saqueó la nevera,
llevándose una lata de refresco y una bolsa de patatas fritas.
—¿Se puede saber por qué utilizas un ventilador, cuando tenemos aire
acondicionado? —preguntó de soslayo, deteniéndose en el marco de la puerta.
—Porque no encuentro el mando a distancia, ¿a ti que te parece? —soltó
Yoongi con malas pulgas.1
Jungkook se acuclilló un instante, agarró el control tirado que vio bajo la mesa y
se lo pasó con la boca llena de patatas. Yoongi lo tomó con un gruñido.
«Estúpido Jungkook, que siempre lo encontraba todo a tiempo», le maldijo
mentalmente, con una sonrisa falsa dibujándose en su rostro.
—Hace días que te noto extrañamente feliz —habló el sabueso de Yoongi,
arrugando la nariz.
—Y yo a ti... extremadamente cascarrabias —ideó el más joven—. ¿Se puede
saber qué te ha pasado?
—Se me ha muerto el cactus —pronunció Yoongi en tono neutro—. ¿Me
compras otro? Sufro de carencias afectivas.16
Jungkook chasqueó con la lengua, se rio levemente y dejó la bolsa de patatas
sobre el pecho de su amigo. Se encargó de recoger unas cuantas cosas del salón
en lo que Yoongi ponía el aire acondicionado y comentaba de fondo el aura rosa
pastel que últimamente rodeaba a Jungkook. Según él, «era molesto». El
pelinegro se lo tomó en broma, poco después, preparó el almuerzo con Yoongi y
comió con su compañero mientras él le hablaba de sus compañeros de trabajo,
lo mal que se llevaba con un tal Jack, y el absurdo enfrentamiento que había
tenido con alguien de su familia por teléfono.
El azabache no quería desatender a su amigo, pero cuando Yoongi mencionó
algo sobre la fundación Arrecife Turquesa, su estúpido estómago lleno de
caballitos de mar enamorados colisionó contra su pecho, trayéndole el flashback
de una cola turquesa esa mañana. Jungkook pasaba por el habitual túnel de
cristal antes de llegar al ascensor. Apreció el fondo marino, atisbando el destello
de la cola de Taehyung. Él se detuvo frente al cristal, acercándose a la pared y
apoyando una mano en ella para verle mejor. La sirena se deslizó en el agua con
elegancia, cabello ingrávido y un bonito recogido trenzado con una nueva
diadema.1
«A Tae no le gustaban repetir accesorios», pensó Jungkook divertido.7
En esa ocasión, había enlazado el trozo de corazón de coral azulado en su
diadema, y se encontraba flotando entre unos mechones cobalto de su cabello.
¿Cómo podía ser tan maravillosamente creativo?
Taehyung le sonrió desde el otro lado, con unos ojos rasgados e iris irreales
brillando con el reflejo de una docena de tonos marinos. Se aproximó al cristal y
apoyó una mano sobre la suya, justo al otro lado del cristal del acuario.23
Jungkook sonrió con una inhabitual dicha palpitando en su pecho. Se sintió feliz
por su buen aspecto, porque le dedicase una sonrisa y por esos desconocidos
sentimientos invadiéndole de nuevo. Aprovechando el bonito encuentro, le
dedicó una carantoña a Taehyung desde el otro lado, poniendo varias caras feas
para provocarle una risita. Lo logró con éxito, y la sirena le miró como si dijera
«menudo tonto estás hecho». Después le hizo unas señales para indicar que
tomaría el ascensor para poder verle de cerca.
—Oye, ¿qué hay de tu cara de bobo? —Yoongi sacudió su hombro toscamente,
sacándole de su ensueño—. ¿Es que te ha hechizado una sirena?33
La cara de Jungkook fue digna de un poema, cuando sus ojos muy abiertos se
posaron sobre el rostro de su compañero.
—¿Q-qué? —farfulló con nerviosismo—. ¡N-no, por dios!
Yoongi se rio destartaladamente y procedió a continuar contándole su hazaña
sobre cómo cambió la rueda del coche esa mañana. El pelinegro se levantó de la
isla de la cocina y se paseó por el salón pensando en algo más. Él le siguió con la
mirada, Jungkook se detuvo junto a la puerta de cristal corrediza que daba al
porche, donde había un montón de tablones apilados bajo una lona, más un par
de paneles de cristal.
—¿Qué hace eso ahí? —dudó, levantando la lona oscura.
Yoongi soltó su plato en el lavabo, y le miró de medio lado.
—¿Bricolaje?
—¿Bricolaje? —repitió Jungkook como un loro.
—¿Realización artesanal de trabajos caseros de decoración?
—¿Quieres dejar de utilizar el tono de preguntita para responderme? —profirió
Jungkook con voz aguda, dejando caer la lona—. ¿Qué vas a hacer con todas
esas tablas? —le inquirió directamente, con una bombilla prendiéndose en su
cabeza.
Yoongi se aproximó al marco de la puerta y se apoyó con un hombro.
—Me he apuntado a unas clases de artesanía. Así que... haré una caseta para
nuestro perro...
—Yoon, no tenemos perro.
—Pues... ya sabes... haré mi propia zona zen.3
Jungkook arqueó ambas cejas, como si fuera el tío más raro del planeta. Spoiler:
lo era. Pero el más joven tuvo una idea súbitamente, se mordisqueó el labio y
musitó algo como que tenía que hacer una cosa, justo cuando salió disparado
hacia su propio dormitorio. Yoongi no le dio importancia. Jungkook subió la
escalera y fue hasta su habitación, tomó un cuaderno de notas en blanco y un
lápiz, y en menos de unos minutos, dibujó una excelente idea que hasta
entonces no se le había ocurrido. Cerró el bloc cuando decidió que aún debía
perfilar bien su idea; necesitaba contar con un mínimo de un aliado. Puede que
dos. Después de darle varias vueltas a la cabeza, comprobó la hora que era.
Marcó el contacto de Seokjin y le llamó por teléfono. No tardó más de dos tonos
en descolgar la llamada.
—¿Jungkook? —escuchó su voz al otro lado de la línea.
—Jin, eh, hola —Jungkook se pasó una mano por el cabello—. ¿Podríamos
vernos más tarde?
—No, no —exhaló, deteniéndose en el interior de un elegante edificio—. Estoy
con unos socios, tendré una cena de empresa más tarde, y...
—Ya sé qué es lo que Kim quiere de Taehyung —interrumpió el más joven,
yendo directo al grano—. Su voz, y... sus lágrimas...
—¿Sus lágrimas? Pero...
—Tienen propiedades cur-
—Curativas, sí —intervino Seokjin desde el auricular—. Lo leí en el tomo
número dos del mar negro.
—Mhn, por qué no me extraña que no dijeras nada —refunfuñó Jungkook en
voz baja.
—Jungkook, le veré esta noche —informó Seokjin con un pausado andar—.
Hablaré con él sobre... quién-tú-sabes... ¿podríamos vernos tú y yo mañana?2
—Vale.
Seokjin colgó la llamada, con Jungkook mordiéndose el interior de la boca. Ahí
estaba de nuevo, sólo ante sus propios pensamientos. Y no eran pocos.
Al otro lado de la isla, el castaño acudió a la reunión empresarial y después se
unió a Kim Namjoon, quien llegó el último para cerrar los pactos. Eran seis
empresarios, sumando a tres clientes y dos inversionistas. Más tarde, la cena
transcurrió pacíficamente en un restaurante de cinco estrellas. Namjoon no le
miró ni una sola vez; Seokjin sabía que algo no iba bien. Estaba acostumbrado a
su mal humor desde hacía algún tiempo, pero nunca había olvidado su amistad
durante tanto.
Tras la cena, dos largas rondas de copas y la indiscreta invitación al presidente
de la corporación para continuar la noche en un reservado club de mujeres
ligeras de ropa, Seokjin siguió los pasos de su viejo amigo, quien decidió
retirarse en su limusina, camino al Hotel Marina. Él lo acompañó hacia fuera del
edificio como acostumbraba, Namjoon le miró de soslayo un segundo,
desabotonándose la americana e indicándole con el mentón para que subiera al
coche.
—Yun te acercará a tu apartamento —le invitó con los iris perdidos en otra
parte—. ¿Sigues en la zona vip de la ciudad?
—Por supuesto —contestó Seokjin, y se detuvo a punto de declinar su oferta—.
Pero tomaré un taxi, no te fuerces.
Namjoon le miró de medio lado, guardando las manos en los bolsillos de su
pantalón. Sus ojos afinaron una mirada felina.
—¿Qué escondes? —preguntó Namjoon.
—¿Para qué quieres lágrimas de sirena, Nam? —formuló Seokjin con unos iris
oscuros y desafiantes. Él mismo sabía el peligro que conllevaba sacar aquello a
relucir, pero estaba cansado de su forma de darle la espalda—. Te conozco bien
desde que teníamos trece años. Piensa bien en cuál será tu respuesta, porque,
te aseguro que...
—Voy a venderla —determinó Namjoon con soberbia—, a la sirena. La
expondré en mi pecera y esperaré al mayor postor. Se la llevará el más cretino
jeque árabe que aparezca. ¿Sabes cuánto podrían ofrecerme por ella?8
Seokjin exhaló su aliento, bajó la cabeza y sorbió entre dientes sin creerse ni una
de sus palabras.
—Inténtalo de nuevo, pero ahora haz que suene más creíble.
—¿Qué no? —Namjoon alzó ambas cejas y esbozó una presuntuosa sonrisa—.
Bien. Espera, y verás, Jinnie. Tendrás tu parte por cuidar de esa criatura
insolente.
El hombre tiró de la puerta de la limusina para abrirla, pero rápidamente Seokjin
agarró su codo y frenó bruscamente su marcha.
—Las lágrimas —insistió con voz muy grave, ante la sorpresa de su
compañero—. Para qué las quieres, ¿estás enfermo? ¿alguien más lo está? ¿en
qué vas a usarlas, Nam?
Sus pupilas se enfrentaron a las del castaño claro de Namjoon, su mirada fue tan
dura como la de un muro imposible de penetrar, la tensión muscular de su
cuerpo reveló una gran rigidez, y de una forma casi inapreciable, los iris del
presidente parecieron emitir un leve destello rosado que se desvaneció en un
simple parpadeo. Seokjin se sintió extraño, dudó un instante. Namjoon insistió
en el pestañeo y se frotó los lagrimales con un par de dedos, sacudió el codo y
se deshizo de su agarre, recomponiéndose lentamente.9
—Venderé un frasco de sus lágrimas —expresó el rubio dorado de forma
inédita—. La primera cura contra cualquier enfermedad conocida y por conocer.
Namjoon le dirigió unos iris cargados de altivez. Se introdujo en el auto y Seokjin
se quedó paralizado frente a la ventanilla tintada de su puerta. La limusina
arrancó y se perdió de su vista en la carretera.
—Estás obligándome a protegerte de ti mismo, Nam —murmuró Seokjin con
abatimiento—. No permitiré que te equivoques de esta forma.
*
—Mírale, ahí está —masculló Leslie agazapándose.
Haeri giró la cabeza en su dirección, la otra chica le guiñó un ojo. A un par de
metros de ellas, Jeon Jungkook se encontraba en una sala clínica con un ave
marina que recientemente él y otro compañero habían rescatado. Ambas
podían verle a través de un cristal, y estaban comportándose como un par de
adolescentes de quince años.
—Está tremendo, chica. Como veterinario, bombero, o socorrista —soltó Leslie
con un profundo suspiro hormonal—. ¿Por qué es tan duro estar soltera?2
—¡P-pero qué haces! —Haeri tiró de su brazo para que se comportase—. Les,
por el amor de dios. ¡Que no es un playboy!
—Claro, tú no vas a quejarte porque estáis saliendo —Leslie le acuso con un
dedo—. Te vi la semana pasada, caminando con él por el paseo marítimo.
Espera, ¿no es mucho menor que tú?
—¡C-cierra la boca!
Su amiga soltó una risita socarrona, mientras tanto, Jungkook trasladó al ave a la
zona de descanso junto a un ayudante de clínica, después se despidió de su
compañero, se quitó los guantes y colgó la bata en el perchero de la sala.
Terminó saliendo por la puerta comprobando la hora en su teléfono, y
seguidamente guardándoselo en el bolsillo del pantalón. Leslie y Haeri se
encontraban muy cerca, farfullando como un par de cotorras. Él las escuchó, se
aproximó, detectando una divertida discusión en voz baja en donde le apeteció
meter las narices. Por suerte o por desgracia, Jungkook se aproximó
sigilosamente y se topó de bruces con la morena, ella hizo el amago de intentar
salir corriendo. Como consecuencia, Haeri acabó con la cabeza metida en el
cuello de Jungkook, y él, sujetando sus muñecas.
—Vaya, sí que tenías ganas de verme —ironizó Jungkook en voz baja.
Haeri le miró con un sonrojo, apartó las muñecas y se apartó tragando saliva
pesada.
—¡H-hola! —el rostro de Leslie esbozó una enorme sonrisa, levantando una
mano como saludo—. ¿Qué hay? ¡No sabíamos que estabas ahí!
Jungkook les saludó con un movimiento de cabeza, ladeó la misma y dudó un
instante.
—Hay un cristal justo ahí. Juraría que os vi desde dentro.
Leslie también se puso tan roja como un tomate, pero Jungkook no pareció
darle demasiada importancia.
—Eh, bueno, tenemos que hacer un par de cosas —Haeri exhaló una risita
neurótica, y tiró del codo de su amiga para llevársela—. ¡Adiós!
—Hasta luego —Jungkook se despidió de ellas con una posición despreocupada,
de manos guardadas en los bolsillos.
Ellas atravesaron el pasillo con un paso rápido y rítmico.
—Oh, wow, chica, ¿eso significa que aún no os habéis besado? —murmuró
Leslie, volviéndose algo teatral—. Qué tensión, parece un casquete polar. ¡Tú
eres el Titanic, y él, tu iceberg!
Haeri sacudió la cabeza y suspiró con frustración. «Más bien era al revés, desde
que ella era la que parecía cruzarse en su camino», se dijo.
—Les, n-no vamos a salir juntos —decretó la morena con fastidio.
—Espera, ¿te dio calabazas? —farfulló Leslie llevándose una mano a la boca—.
Oh...4
—¡Chsstt!
Jungkook pasó por su lado con un compañero, giró la cabeza y ambas le
saludaron con una sonrisita especialmente tensa. Él se fue de la Protectora poco
después, con un bolso deportivo colgado del hombro, camisa ancha y blanca, y
unos envidiables mechones oscuros ondulados.
—Pues nada, pajarito. El amor es así; no siempre se es correspondido.
Era un poco más tarde que de costumbre, pero ajeno a los comentarios de dos
de sus compañeras de trabajo, Jungkook se paseó tranquilamente hasta el
acuario de Geoje. Se vería con Seokjin algo más tarde, por lo que pensó que
podría dedicarle varias horas a Taehyung con toda la atención de su mundo.
No había pensado otra cosa en todo el día, lo tenía clavado como una perla en
una ostra. Su corazón alzaba su pulso siempre que regresaba al complejo
turístico, y esa tarde, cuando volvió a pasar por el túnel de cristal previo al
elevador, se detuvo para intentar volver a ver a la sirena desde allí bajo.
Jungkook volvió a apoyar una mano sobre el grueso vidrio, recibiendo el frío
tacto del agua al otro lado, sobre sus yemas. Y la reminiscencia de una de sus
últimas pesadillas, le atravesó fugazmente como una flecha. Por un segundo, vio
a sus puños como en aquel sueño; golpeando desde el otro lado, deseando
sacarle, gritando su nombre sin que le escuchase. Apartó su mano con un
horrible estremecimiento.
Jungkook tragó saliva, soltó lentamente su aliento. No podía soportar la idea de
que algo o alguien quisiera herirle, o encerrarle en un sitio así de horrible. La
revelación de su desagradable sueño le acompañó hasta la sala del personal,
donde se vistió con el neopreno y apartó su ropa dejándola doblada en el
interior de una taquilla. Salió al exterior del acuario, paseando por la superficie
de suave arena extraída de la playa. Lo que no se esperaba, era encontrarse a
Taehyung tumbado sobre la arena, con los codos clavados sobre esta y
mirándole con el ceño fruncido. Su cola se movió tras la sirena, como la de un
gato ladino.
—¿Tae? —dejó escapar Jungkook entre los labios al encontrárselo allí.
—Mnh —refunfuñó la sirena.
—¿Qué haces aquí? —el pelinegro se aproximó sonriendo un poco, se acuclilló
frente a él con un rostro divertido.
Taehyung le miró mal. Muy mal.
—¿Dónde estabas? —demandó de forma apremiante—. ¿Por qué has tardado
tanto en venir?15
—Tenía cosas que hacer —expresó con honestidad, ladeando la cabeza para
apreciarle mejor con sus iris—. ¿Has estado muy solo hoy?
La sirena desvió la mirada, disgustada. Jungkook se rio levemente, sintiéndose
atacado por su adorabilidad.
—Huh, me echabas de menos —prosiguió como un presumido—. Ya entiendo.
Taehyung volvió a mirarle con un par de colmillitos asomando bajo sus labios.
—¡Deja de suponerlo todo! —chirrió malhumorado.
En realidad, sí que le había echado de menos, e incluso tuvo miedo durante un
rato, pensando que quizá le había pasado algo. ¿Y si desaparecía? ¿Y si nunca
más volvía a verle? Y como Taehyung era difícil de comprender, y aún más
complicado buscarle un sentido a cualquiera de sus actos, se abalanzó sobre él
agarrando su cuello como si acabase de adquirir la propiedad legítima de ese
espacio.
Jungkook se quedó muy quieto, pero sus ojos se entrecerraron sobre su
hombro, y las yemas de sus dedos, no tardaron en posarse en la parte más baja
de su espalda, reptando suavemente por la sedosa piel salpicada de partículas
celestes, hasta sus omoplatos. Que Taehyung le reclamase era desolador para
su corazón, estaba arañando su tórax, y eso era lo que más le preocupaba del
suceso.
La nariz de Taehyung rozó la piel de su cuello, justo por encima del borde de la
tela de neopreno. Taehyung se preguntó a sí mismo cómo era posible que
Jungkook fuera agradable estando totalmente seco, él necesitaba nutrirse y
estar hidratado para no padecer ninguna contrariedad, pero, aun así, abrazarle y
degustar un aroma en él distinto a la sal, le pareció estimulante. Hasta que
detectó algo.
—Hmnh, h-hueles a humana.20
Jungkook abrió los ojos y se quedó fugazmente perplejo.
—¿A humana? —reiteró desorientado.
La sirena apartó su rostro para volver a mirarle con fastidio.
—¿Estabas con una mujer? —le arrojó enfurruñado—. Por eso no venías
conmigo, ¡ja!22
El pelinegro se quedó boquiabierto. Sin palabras. Tic número uno: las sirenas
eran realmente recelosas con lo que consideraban suyo. Él no se lo tomó
demasiado enserio, sostuvo su rostro con ambas manos (agradeciendo que a
pesar de su fastidio no le estuviese rehuyendo) y dejó un tierno beso sobre su
nariz, que enfurruñó aún más a la sirena.10
—Tengo varias amigas, sólo es eso —expresó Jungkook con honestidad.
No mucho después, Taehyung se arrastró orgullosamente ruborizado hacia el
agua y se esforzó por nadar como un príncipe digno de heredar las aguas de
Poseidón, recordándole lo que se estaba perdiendo por andar coqueteando con
humanas. Allá donde vio unas burbujitas provenientes sacudiendo la superficie,
Jungkook se zambulló, sabiendo que le atraparía. El agua fría abrazó su cuerpo y
apretó la segunda piel de su traje sobre su auténtica piel. Taehyung nadó en
círculos veloces a su alrededor, jugueteando con las burbujas que acompañaban
su zambullida.2
Después, jugaron un rato en una zona menos profunda. Comunicándose
exclusivamente con un par de señales, se las arreglaron para que Taehyung se
escondiese por algún recóndito lugar entre el colorido arrecife lleno de formas,
flores marinas, y plantas de un atractivo verde oscuro. Su larga cola le delató en
un par de ocasiones, Jungkook intentó atraparla divertido. Abrazó la zona más
delgada, por encima de la aleta y se enganchó a él liberando unas burbujas de
oxígeno. Taehyung le arrastró cuidadosamente (con la fuerza que tenía, podía
haberle aventado de una sacudida), más tarde deslizó a su lado, en movimientos
rápidos, evitando su contacto.
Jungkook se encontraba en una clara desventaja, pero, sin lugar a dudas,
proclamó secretamente en su mente que, si él también tuviera una cola de
sirena, hubiera sido el más rápido de los dos. Por desgracia, no la tenía y
constaba de cansancio muscular, así como sus pulmones comenzaban a
mostrarse resentidos cuando regresó a la superficie. Taehyung le acompañó,
asomando la cabeza a su lado para verle tomar aire.
—Necesito parar un poco —jadeó el azabache—. ¿Te importa?
—Te acompaño —se ofreció Taehyung con dulzura.2
Le siguió felizmente hasta la orilla, después de todo, Jungkook era su único
amigo allí dentro y prefería que descansara si quería volver a jugar más. Se
sentó a su lado, con media cola sumergida en la orilla, observándole secar su
bonito cabello oscuro con una toalla.
Sus iris regresaron a la cremallera plateada que colgaba de su cuello. Decidió
enterrar los dedos en la arena lugar de atacar a esa molesta cremallera que
tanto distraía a sus pupilas.
—¿Por qué tienes el pelo negro? —preguntó puerilmente en el siguiente
minuto.
Jungkook le miró como si estuviese de broma.
—Lo normal es tenerlo —contestó, inmediatamente corrigiéndose a sí mismo—.
Aunque depende de la parte del mundo de la que provengas, tu genética y
ascendencia, por supuesto.
La sirena clavó los codos en la arena y le miró con una apasionante atención.
Nunca antes le había mirado de esa forma, con iris fijos y parpadeantes que
observaban desde las facciones de su rostro humano, hasta los dedos de sus
pies. Jungkook comenzó a sentirse extrañamente sonrosado por su esporádico
interés en él. Y no era como si se sintiese mal por su propio físico, pero cuando
alguien te gustaba, simplemente no podías evitar sentirte «inquieto» por no
parecerle lo suficientemente atractivo.
Sin tocarle, Jungkook se permitía acariciarle con sus ojos. La luz natural
proveniente del otro lado del acuario mostraba su piel bronceada como una
escultura en un material tostado, las escamas de colores azulados salteaban su
aspecto entre lo exótico y etéreo, sobre un costado, en un hombro, a un lado de
su cuello. Aquí y allá, pintado como un bonito lienzo de acuarelas aguadas.
—¿Sabes? lo extraño es tener el cabello azul —comentó, desviando su
atención—. ¿Qué eres, un trozo de algodón de azúcar?
—¿Hmnh? ¿Qué es algodón de azúcar? —Taehyung alzó sus iris sin entender
nada.
Jungkook exhaló media sonrisa, pensó que ojalá pudiera mostrárselo un día,
aunque Taehyung no estuviera nada interesado por la comida.
—¿De qué color tienen las otras sirenas el pelo? —continuó el pelinegro,
indagando en su compañera.
—De todos, de cualquiera, de ninguno en concreto —Taehyung le ofreció la
respuesta más ambigua posible—. Pero negro, no.
—Oh, los colores mundanos sólo son para los de la superficie, ¿verdad?
Taehyung ladeó la cabeza con cierto encanto. A él, el negro no le parecía
mundano. El cielo era negro por la noche, las bestias más peligrosas de las
profundidades también eran oscuras por algo.
—¿Por qué tenéis dos piernas en vez de una? ¿No es... poco estético? —formuló
con tono infantil.3
Jungkook comenzó a reírse abiertamente.
—No sé, no querrás que fuéramos brincando por ahí —dijo con una amplia
sonrisa, más las comisuras de sus ojos levemente arrugadas.1
«Quizá también tenía que ver con el asunto de poseer órganos sexuales», pensó
Jungkook, ahorrándose el comentario.
Al peliazul no le convenció demasiado la respuesta, frunció los labios, y se
incorporó un poco, sin dejar de mirarle. Se encontraban sentados a unos
centímetros del otro, por lo que Jungkook extendió las cálidas yemas de sus
dedos y tocó su mejilla con el propósito de comentarle algo. Taehyung dio un
leve respingo por el inesperado contacto de su tibia mano sobre su pómulo, más
la visión de volver a tenerle tan cerca.
La sirena le miró con un ingenuo parpadeo, sin apartarlo. Sus mejillas se
sonrosaron mínimamente, y en su pecho, percibió una minúscula sacudida que
nunca antes había apreciado. ¿De dónde salía eso? ¿Era por Jungkook?13
—¿Tú también sientes eso? —pronunció el pelinegro, desconcertándole.
—¿E-el qué?
—Nuestra diferencia de grados. Tu temperatura es la del agua —dijo Jungkook
con una voz suave—. ¿Sabes que te adaptas al bioma genuinamente? Tu
organismo es muy funcional.1
—Huh, sí —comentó despreocupadamente—. Los humanos siempre estáis
calientes.
Jungkook alejó sus propios dedos y se sonrosó definitivamente más que su
compañera. Se le ocurrió preguntarle algo más, pero Taehyung, con cierta
frustración, atrapó entre la pinza de sus dedos la cremallera plateada que
colgaba de su cuello. Cuando quiso percatarse, sólo le tenía a unos centímetros,
con una expresión muy mona. Él se sintió ligeramente retraído por su cercanía,
y como su cerebro estaba lleno de serrín y agua, preguntó, tragando saliva:1
—¿Las sirenas no engendráis?3
Sí, cuando lo dijo sonó tanto o más estúpido que en su cerebro. Jungkook se
maldijo instantáneamente por decir esa mierda. «A ver quién le explicaba ahora
a una sirena en qué consistía la procreación humana».
—¿Engendrar? —repitió Taehyung con neutralidad.
—Que si... no procreáis, o a-algo de eso —balbuceó del azabache como un
estúpido.
Taehyung se rio un poquito, soltando su cremallera.
—¿Con humanos, dices?
—¿Hm? —Jungkook dudó tímidamente—. M-me refiero a...
—Nosotras somos engendradas en el caldo primitivo marino —contestó con
pulcritud—. No conocemos la reproducción.4
Jungkook conocía esa información, Seokjin se lo mencionó el día que le
acompañó a su apartamento. Sin embargo, él se sintió algo extraño pensando
en que las sirenas no tenían madre, tampoco corazón o intereses románticos.
Sólo eran hermanas; hermosas, inmortales, perfectas... y heladas.
—¿Es cierto lo del vientre marino, en... el Mar del Este?
—Antes había tres —expresó Taehyung depositando su confianza en él—; una
en la Asia meridional, otra en la Europa septentrional, y, la última, en el
hemisferio sur occidental. Pero... se fueron cerrando... poco a poco.
—Vaya... —suspiró el pelinegro.
—Vuestras técnicas de reproducción son las que os han ayudado a poblar
convenientemente la tierra durante milenios —añadió Taehyung, inculpándole
sutilmente—. Supongo que vuestras funciones reproductivas son más...
oportunas...
Jungkook se rio levemente, contuvo su lengua para no hablar demasiado,
porque después de esto, estaba cien por cien seguro de que Taehyung no sabía
«cómo funcionaba» el asunto.
—Okay, te será útil saber que también necesitamos dos piernas para eso, aparte
de para caminar —bromeó Jungkook con un ligero toque pícaro.2
—¿Oh? Bueno, en mi nido no se habla de humanos —continuó Taehyung
ingenuamente, bajando la cabeza—. Hay, cierto... pudor... y está prohibido
mencionarlos.
—¿Tienen miedo... a que les den caza? —formuló Jungkook, dejando el otro
tema a un lado.
—No es sólo eso.
Taehyung se quedó en silencio unos segundos, antes de proceder a explicarle.
—Es como un tabú —explicó abstraído—, los humanos provocan cosas que... las
sirenas no pueden permitirse sentir...1
—Si lo dices por lo de que no tienes corazón, estoy seguro de que-
—No lo tengo —determinó Taehyung bien testarudo.1
Jungkook apretó sus propios labios, se mordisqueó la lengua oponiéndose a su
pensamiento. No sabía por qué, pero estaba muy seguro de que Taehyung se
equivocaba respecto a eso.
—Hemos perdido hermanas durante años —prosiguió la sirena—. Algunas eran
cazadas. Otras se exiliaban buscando morir, puesto que las más antiguas no
deseaban seguir extendiendo una inagotable existencia en este planeta, y...
otras, simplemente, desaparecieron cerca de la orilla.1
—¿Cómo que desaparecieron? —inquirió Jungkook.
Taehyung se encogió de hombros, volvió a mirarle con ojos limpios y redondos.
—No lo sé. Las sirenas dejamos ir a las demás, cuando toman una decisión. No
podemos interponernos.
—Espera, en un hipotético caso —formuló el humano, tratando de entenderle—
, si una de tus hermanas favoritas decidiese morir, ¿no... la detendrías?
El peliazul sacudió la cabeza como respuesta negativa.
—¿Por qué iba a hacerlo? Yo no puedo determinar su existencia.
—No sé, ehmnh, ¿afecto? —decretó Jungkook, intentando hacerle reaccionar.
—¿Afecto? —Taehyung lo repitió casi como si no conociese la palabra.
—Tú no quieres que me marche, ¿verdad? —insistió el pelinegro—. ¿Me
dejarías morir si así lo decidiera?
Taehyung se mostró considerablemente incómodo, movió la cola un poco,
desviando sus iris heterocromáticos hacia la suave salpicadura que provocó del
agua en la orilla.
—Que te metas en el agua hasta quedarte sin respiración se llama «ser idiota»,
no tomar una decisión —contrarrestó astutamente, estrechando sus
párpados.19
—Oh, vale —ironizó Jungkook, mostrándose escéptico con su respuesta—. Por
eso me dijiste que te gustaba, porque no sientes nada.
La sirena no dijo nada más, se quedó tan helada como un témpano de hielo.
—Pero yo sí que siento afecto por ti, Tae —agregó el humano con un tono tan
bajo y suave como el terciopelo—. Te adoro.20
Esa fue su primera declaración directa, el dónde el silencio se volvió como una
masa espesa e invisible entre ellos. Jungkook se levantó de la arena,
sacudiéndose las manos. En un acto de impulsividad, se acuclilló brevemente
tras su espalda, rodeándole ambos hombros con sus brazos.2
—Debo irme —musitó junto a su oreja, erizando extraordinariamente el vello
húmedo y azul de su nuca—. ¿Vas a extrañarme? Te prometo que volveré por la
mañana, no llegaré tan tarde como hoy.
Y de forma efectiva a su provocación, Taehyung se sintió paradójicamente
molesto, triste y quejumbroso con su despedida. Tenía miedo de que se
marchase, pero no porque pensase que Jungkook no iba a volver o jamás
cumpliría su promesa de liberarle. Por primera vez, en toda su existencia, ansió
más estar en los cálidos brazos de alguien que en la insólita y sorprendente agua
fría.6
La sensación se expandió por su cuerpo como una onda, cuando Jungkook se
incorporó arrancando de cuajo el suave contacto que existió entre ambos.
Taehyung le miró de lado y se despidió con cierta lástima. Jungkook se marchó
allí, denotando un enigma contenido en su persona. ¿Le daba miedo
reconocerlo? ¿O realmente no podía sentir nada?
Por supuesto, cuando Jungkook llegó a la sala personal con la toalla sobre un
hombro y el neopreno mojado y pegado sobre la piel, supo que sobre él recaía
la exclusiva responsabilidad de enamorarse de una sirena. No podía exigirle
reciprocidad, Taehyung no le debía nada. Pero él tampoco podía frenar la forma
en la que estaba comprometiendo su corazón humano con una excepcional
criatura que, cuando la liberase, la perdería para siempre.1
No mucho después, salió del edificio y atravesó el complejo turístico con una
puesta de sol extinguiéndose en el horizonte. El cielo se mostró calmado,
pacífico, con tonos de un naranja dulce desgajado. Se dirigió hacia la zona
costera por la que Seokjin le mandó su ubicación. Paseó hasta encontrar al
castaño en una excelsa cafetería frente al mar, de amplios ventanales y terrazas,
sofás blancos y mosquiteras vaporosas que ondulaban bajo la tenue brisa. Había
un puñado de mesitas donde las parejas y amistades se sentaban para tomar un
cóctel de coco y lima, con una suave y agradable música de ambiente, bajo unas
sombrillas que protegían de las horas más cálidas.
Jungkook llegó hasta su mesa, y se sentó en la silla de mimbre acolchada y
contigua a la suya.
—Tú invitas —declaró el más joven de buen humor.
Los iris oscuros de Jin no parecían compartir su estado de ánimo.
—Qué tal, ¿bien? —le saludó Seokjin.
—Quiero preguntarte algo concreto. Muy concreto —emitió Jungkook, bajando
el tono de voz—, ¿qué sabes del corazón de las sirenas?
Seokjin abrió mucho los ojos.
—¿El corazón...? —reflexionó brevemente, recordando algunas páginas del
tomo escrito en un antiguo idioma que releyó cien veces—. ¿Por qué lo
preguntas?
—Tae cree que no tiene corazón —contestó el azabache—. Y yo pienso que se
equivoca, ¿y bien?
—Huh... no estoy seguro... —manifestó Seokjin, cruzándose de brazos—. Creo
que se menciona algo sobre la inactividad de su corazón. Supongo que es
normal, no necesitan uno, mientras sean... ¿inmortales?
—¿Inactividad? O sea, dices... no sé... ¿cómo si fuera activable?
—Sí, creo que es, ciertamente, activable —el mayor apoyó su idea—. Aunque no
tengo ni idea de qué quiere decir eso. Imagino que es lo negativo de sólo tener
el tomo número dos —reveló con una leve sonrisa—. Imagínate de secretos que
sabríamos con el uno.
Jungkook se mordisqueó el interior de la boca. Un camarero se aproximó hasta
su mesa, y Seokjin pidió dos bebidas con hielo y un cenicero. Volvieron a
encontrarse a solas en un instante, donde el mayor sacó una cajetilla de tabaco
para prenderse un cigarro.
—Tenemos que hablar de algo más importante.
—Lamento no haber podido encontrarme antes contigo —expresó Seokjin.
—No, yo... siento mi carácter del otro día —resumió Jungkook, frotándose la
sien—, estaba un poco nervioso por todo eso de...
—Lo sé, descuida —su compañero le restó importancia con una voz grave—.
Creo que tienes de qué preocuparte. Kim Namjoon oculta algo.
Jungkook clavó su mirada de ojos castaños sobre el hombre, con el corazón
agitándose.
—No sé qué es lo que tiene en la cabeza, o quién se lo ha metido, pero no le
reconozco y no puedo permitir que esto continúe —prosiguió Seokjin
honradamente—. Quiere exponer a Taehyung, públicamente. No sé cuáles sean
sus verdaderos motivos, no obstante, apartaremos a la sirena de sus garras. Le
haré entrar en razón tarde o temprano, pero para eso necesito tiempo. Cosa de
la que ambos carecemos, por cierto.
—¿Qué? Genial, ¿cuándo pensabas decírmelo? —satirizó Jungkook,
molestándose rápidamente—. ¿Cuándo le cuelguen como una pieza disecada?
¿Cuándo un millonario pague por su cuerpo para meterlo en un laboratorio?
Joder, Jin...
—Ju-Jungkook, escucha —solicitó su compañero—. He estado en contacto con
Jung Hoseok, ¿de acuerdo? Desde que supe esto, ayer-
—¿Jung Hoseok? Espero que ese tipo sea Sherlock Holmes, Jin, porque estamos
bien jodidos.
—Es más como el detective Conan; nos servirá. Él es alguien de confianza —
expresó el mayor—. Le pedí que regresase a la isla.1
Jungkook se quedó en silencio unos segundos, hasta lograr arrancarse a sí
mismo lo que había estado pensando.
—Vale, dejando a un lado vuestras aventuras como el trío calavera —Jungkook
se centró en lo importante—. Tuve una idea.
—¿Una idea? Tus ideas me causan tanta confusión como fascinación.
—Para sacar a Taehyung —continuó el pelinegro con decisión, rebuscando en
un bolsillo de su mochila—. Mira esto.
Entre los dedos sacó un trozo de papel dibujado, el cual extendió sobre la mesa,
justo después de que el mesero dejase sus bebidas.
—¿Un sarcófago? Fantástico —bromeó Seokjin, inclinándose desde su asiento
para verlo mejor—. Indica lo súper genial que saldrá todo esto.
—Es una caja rectangular de cristal —Jungkook ignoró su mofa, procediendo a
explicarle su plan—. Taehyung no puede estar demasiado tiempo sin agua; así
que le trasladaremos en ella. La confeccionaré artesanalmente, se puede cargar
en una furgoneta —comenzó a enumerar en voz baja—, descargar en el muelle,
arrastrarla hasta el acuario, subirla en el ascensor, y finalmente, rellenarla allí
con agua. Taehyung estará en buenas condiciones. Lo último sería... llevarle
hasta el vehículo de nuevo, y liberarle, lejos de aquí. Creo que... puede salir
bien... ¿no te parece?
Seokjin se reclinó y volvió a mirarle, apagando su cigarrito.
—Y, ¿todo eso se te ha ocurrido... sólo a ti?
Jungkook asintió con la cabeza, su compañero se quedó sin palabras.
«No era mal plan», pensó Jin. «De hecho, parecía bastante práctico».
—Eso sí, necesitaría la mano de alguien más. No podré tirar ni de broma de una
caja llena de agua, con una sirena dentro —consideró Jungkook arqueando una
ceja—. Tú me vendrías bien, por ejemplo.
—No, yo no puedo estar ahí —Seokjin tomó un trago de su bebida y sostuvo su
vidrio en la mano—. Debes hacerlo por la noche, nadie puede ver a Taehyung.
Los únicos que te cruzarás a las afueras del acuario serán los de mantenimiento,
y quizá, algún guardia de seguridad —se detuvo, replanteándose sus opciones—
. Puedo encargarme de que no haya seguridad esa noche, pero no de los de
mantenimiento. Además, alguien tendrá que ocuparse del señor Kim... por si
aparece... yo haré eso.4
—¿Estás diciendo que estás de acuerdo? —dudó Jungkook.
Jin asintió y ambos se quedaron en silencio.
—¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de parecer? —insistió el azabache.
—Kook —pronunció Seokjin en confianza—. Namjoon... no permitiré que lleve
esto más lejos...
Jungkook comprendió su razonamiento, prefirió no ahondar más en aquello,
para abordar el tema que realmente consideraba importante.
—En ese caso, necesitamos a alguien más —valoró Jungkook—. Un... aliado...
—Y la furgoneta —agregó Seokjin—. Se lo diré a Hoseok, él puede conseguir un
vehículo sin ventanas. Será más discreto.
—Bien, creo que yo... —Jungkook titubeó un instante—. Tengo a alguien que
me ayudará.
—Vale, pero —Jin plantó la semilla de la duda—, ¿es de confianza...? Te
recuerdo que nadie más puede saber de la existencia de las sirenas.
Jungkook exhaló una débil sonrisa. Sólo tenía que pensar en su cabello negro y
despeinado para creer que así era. Su humor de perros. Sus frases estúpidas
sacadas de alguna comedia muy mala. Y, sin lugar a dudas, su afición por las
hamburguesas y cerveza. Min Yoongi alias Genius.14
—Muy, muy de confianza —aseguró.
Capítulo 8: Tierra azul.
El plácido mar se extendía ante sus pupilas, frío, calmado, azul. Suaves olas
acariciaron los dedos de sus pies, arrastrando la arena bajo sus talones con un
hormigueo. Una suave voz tarareó una canción sin letra. Una campana de viento
tintineó en sus oídos. Cuando su cola se sumergió en el horizonte, fue como si
su corazón se lo tragase la misma mar. Después, dejó de sentir cualquier
emoción. La arena se volvió cobalto, el agua se secó. Frente a él; un desierto
azul, donde ya nada más tenía sentido.
Jungkook se despertó. Instantes más tarde, apoyó los codos sobre el poyete de
su ventana.
«Eso era lo que obtendría liberándole», pensó. «Dejaría de verle para siempre.
¿Por siempre?». Su corazón debatió con su egoísta instinto humano. Pero el
sonido de un serrucho llegó hasta sus oídos, sacándole del trance. Él bajó la
escalera de casa, atravesó la pequeña entrada y pasó al salón. Desde la puerta
corrediza, pudo ver el porche de azulejo. Yoongi estaba más activo de lo
habitual, comenzando a trabajar su proyecto artesanal.
En la radio resonaba con un hilo musical de fondo, siendo abruptamente
interrumpida por una voz femenina: «¡El próximo sábado, podrás conseguir tu
entrada gratuita para el gran espectáculo del gran acuario de Geoje! Consulta
los requisitos de participación en nuestra página web».
El pelinegro se aproximó a su compañero de piso contemplando sus materiales,
guantes de nylon, cinta métrica, y una bolsa de semillas y fertilizante para
plantas acuáticas.
—¿Plantas marinas? —pronunció Jungkook con sorpresa.
—Beneficiosas para el cutis —anunció Yoongi orgullosamente—. Les haré su
propio estanque.
—¿Desde cuándo te preocupas por tu cutis? —sonrió el más joven.
—Desde que pasé la barrera de los veinticinco —soltó Yoongi con voz pedante—
. Y tú no estás tan lejos, Peter Pan.1
Jungkook se rio con una voz aguda, se acuclilló a su lado viendo su labor con el
serrucho.
—¿Puedo ayudarte?
—Mira, Kook —se pasó una manga por la frente para apartarse el sudor—. A
partir de mañana, de este trozo, para allá —señaló, indicando bien las
proporciones—, es mi zona zen, ¿de acuerdo? Nada de tocar mi propio espacio.
—Huh, ¿recuerdas la última vez que tuvimos un bonsái? —le arrojó Jungkook,
desorientándole—. Murió disecado.2
—Y mi cactus, ahogado —agregó Yoongi con la boca pequeña.
—Pensé que murió porque te sentaste sobre él.8
Yoongi hizo una mueca.
—Eso sólo pasó una vez —se excusó apretando un puño en alto—. Y el único
que sufrió en ese incidente fue mi trasero. Además, lo bueno de tener plantas
acuáticas, es que no es necesario regarlas.2
Jungkook se pasó una mano por la mandíbula. Sabía que había llegado el
momento de decírselo, pero el riesgo que corrían con una información como
esa le obligó a reconsiderar las cosas. No quería perturbar a Yoongi, no
obstante, lo sabría tarde o temprano.
—Y, ¿cómo llevas las clases de... bricolaje? —preguntó lentamente.
—Mejor que las de la universidad, ¿por? —Yoongi arqueó una ceja.
El azabache tomó aire, se levantó y decidió decírselo de una vez por todas.
—¿Podrías montar un contenedor?
—Huh, un contenedor —Yoongi se incorporó a su lado, clavando sus iris sobre
los suyos—, ¿de qué tipo?
—Rectangular, como un sarcófago —contestó Jungkook y acto seguido maldijo
en un mascullo por aquella forma de nombrarlo—. Maldito Seokjin. Como un
arcón.
—Sí. O sea, no —se contradijo Yoongi, ladeando la cabeza—. Espera, ¿te has
cargado alguien? Porque si es así, y yo también voy a morir: sí, te montaré un
arcón para que me perdones la vida.
Jungkook exhaló media sonrisa con un rostro bastante relajado.
—No he matado a nadie, aún —expresó el azabache, apretando la mandíbula—.
Necesito transportar algo con... agua.1
—Pero, ¿de forma rectangular? —dudó Yoongi, cruzándose de brazos—.
¿Cuánto pesa?
—No lo sé, ¿el peso de una... persona?
—Una persona viva.17
—Viva —concordó el más joven.1
Yoongi arrugó la nariz.
—A ver, ¿qué es lo que quieres transportar? Ilústrame con tu expresividad —
cuestionó el mayor con una mirada inquisitiva.1
—Es, un... —Jungkook comenzó a balbucear como un estúpido—. Una... con...
—Oh, sí. Está bien. Creo que podría hacerlo.8
El más joven se quedó boquiabierto, Yoongi pasó de largo con un deje
impaciente y excesivamente confiado. «¿Ya está? ¿No iba a preguntarle nada
más? ¿Se conformaría con eso?».
—Espera, tengo un boceto —le detuvo Jungkook.
Con los nervios zumbándole el estómago, no tardó demasiado en mostrarle
cómo había planeado la elaboración. Tenían una sierra eléctrica que podía
ayudarles, además de material suficiente para que tuviese el tamaño definido.
Jungkook incluso había establecido una rejilla para que Taehyung respirase.
—Oh, ¿respira? Eso me gusta más —exhaló Yoongi, sin ni siquiera levantar la
cabeza para mirarle—. Bueno, ¿cuándo necesitas que esté listo?
Jungkook se mordisqueó el interior de la boca.
—Unos días, como máximo.
—Podemos hacerlo en dos tardes, si me echas una mano.1
Yoongi volvió al salón para sacar una cerveza de la nevera y apoyar una mano
sobre la isla de la cocina. Jungkook le siguió ensimismado.
—¿En serio? —dudó nuevamente—. ¿Y ya... está?
—Claro, ¿qué esperabas?
—No vas a... ¿preguntarme nada más?
Su compañero se rascó la cabeza, dio un sorbo a su bebida y volvió a mirarle.
—La cuestión es, ¿vas a hablar? —formuló Yoongi—. Porque no lo creo. Sólo
dime algo, Kook; no es porque no confíes en mí, ¿verdad?1
El pelinegro liberó su aliento lentamente, con una débil sonrisa. Los dos sabían
que no necesitaban una respuesta.4

*
Jungkook llegó al acuario después de la hora de la comida. Cargando con sus
cosas, comprobó la pantalla de su teléfono mientras caminaba por el muelle
trasero al edificio. Entró por donde habituaba y no se demoró demasiado en
atravesar el túnel de cristal y dirigirse al ascensor. Le había prometido a
Taehyung estar allí mucho antes, por lo que esperaba encontrarle con una cara
enfurruñada. No obstante, su retraso había sucedido por un buen motivo. Era la
mañana libre de Yoongi y había invertido todo su tiempo en comenzar la
preparación y medidas de los materiales.
La puerta del ascensor se abrió, él comenzó a deslizar la cinta de su mochila
sobre su hombro para soltarla, cuando repentinamente, los pasos de alguien
más le dejaron congelado. Su perfume inundó sus fosas nasales, sus iris se
posaron sobre los de otra persona. El corazón de Jungkook emitió un vuelco.
—Así que eres tú —la voz de Kim Namjoon resonó sugestivamente grave y
profunda—. Sabía que había alguien más, no era tan difícil de intuir, el minibar
siempre estuvo intacto, y ahora, por faltar, faltan hasta toallas.42
Namjoon guardó las manos en los bolsillos de su pantalón, sus iris almendrados
escudriñaron al joven desconocido erizando su vello. Jungkook se sintió entre la
espada y la pared, como si un felino le hubiese arrinconado. Y con todo lo que le
detestaba, más lo que tenía en juego, se forzó interpretar el mejor papel de su
vida.
«¿Y si daba un paso en falso? ¿Y si contradecía lo que fuera que Seokjin le
hubiese dicho?», temió Jungkook. «No, Jin no podía saberlo, de haber sido así,
le hubiese avisado».
—¿A qué viene esa mirada? —sonrió el señor Kim, dando unos pasos lentos
hacia uno de sus costados—. ¿Cuál es tu nombre, chico?
Jungkook tragó saliva e inclinó la cabeza con un fingido respeto.
«No tenía más remedio que seguirle la corriente», le dijo su cerebro.
—Jeon Jungkook —declaró a expensas de desear con vehemencia idear otro
nombre—. Biólogo y veterinario. Señor Kim, es un placer conocerle, no
esperaba su visita.
—Oh, el 'doctor' Jeon. Biólogo —satirizó Namjoon, casi como si le pareciese
ridículo—. ¿Qué tipo de contrato le ata la lengua, doctor Jeon?
—Asumo la confidencialidad por mi propia mano —la astucia de Jungkook actuó
en el mejor momento, aislando su nerviosismo—. El señor Seokjin fue tan
amable de dejarme revisar la estancia de la sirena en este acuario... sus
conocimientos me han ayudado a avanzar en mis estudios sobre la diversidad
marina. Por supuesto, poder tratar con la sirena ha sido de gran utilidad.
—Bien. Espero que esté cumpliendo su cometido con esmero —pronunció el
señor Kim con soberbia—. No desearía que mi sirena estuviera en las manos
de... cualquiera.5
«Su sirena», repitió Jungkook en su cabeza. «Cerdo».
Namjoon se posicionó frente a él, decidido a increparle.
—Dígame, doctor; ¿qué es lo que piensa de mi sirena? —reprodujo Namjoon
afinando su mirada—. Me aterra no satisfacer sus necesidades como se debe.
Ya sabe, este tipo de criaturas resultan ser tan... exquisitas...1
Jungkook apretó la mandíbula. Deseó incrustar sus nudillos en esos atractivos
hoyuelos que se dibujaron en su cara, pero guardó las manos en los bolsillos de
sus jeans y aguantó el temple como un corsario.2
—Si yo fuera usted, me preocuparía por los filtros y purificadores de agua salada
—ideó el azabache, con índole laboral—. Es necesario que contemplen una
mejora, puede que una mala purificación de agua le haga enfermar en el futuro.
—Por supuesto. Mandaré a un técnico para que lo revise —aceptó el señor
Kim—. No queremos que nuestra joya del mar se enferme, ¿verdad?
Namjoon dio de lado brevemente y agarró una fina chaqueta, que se echó por
encima de los hombros. El más joven le siguió con la mirada, permaneciendo tan
estático como una estatua.
«Vale, está bien», pensó Jungkook. «Su comentario no había sido personal. No
tenía por qué sospechar».
—¿Doctor Jeon? —Namjoon regresó elegantemente hasta él, comprobando la
apretada agenda de su teléfono de una mirada.
—¿Sí? —pronunció Jungkook casi sin aliento.
—¿Planea robarme lo que más aprecio?
—¿Qu-qué?
Los ojos del pelinegro se abrieron como platos.
—Mi tiempo —declaró Namjoon sosegadamente—, claro está. Si no le importa,
necesito tomar el ascensor.19
Jungkook se apartó de la puerta sintiéndose muy estúpido. En unos segundos
más, el señor Kim entró en el elevador, la puerta corrediza se cerró con
suavidad y descendió tranquilamente. Él se mantuvo en la sala unos minutos
más, con el corazón zumbándole bajo la tráquea con velocidad.
«Iba a matar a Seokjin», se dijo mentalmente. Pero en ese momento se
encontraba en el acuario y necesitaba ver a Taehyung antes de enfrentarse a
todo el caótico exterior que estaba asaltándole.
Dejó caer su mochila en el suelo y salió al exterior de la sala con preocupación.
Aún vestía su ropa sobre el neopreno, tenis, sudadera ancha con capucha y
pantalón vaquero. Taehyung estaba escondido tras unas rocas laterales de la
orilla, con todo el cuerpo metido en el agua y los codos apoyados en el exterior.
Había olido el perfume de Namjoon hacia un buen rato. Sus bonitos ojos
parpadearon cuando encontró a Jungkook. Hesitó un instante, extrañando su
aspecto por verle vestido con ropas humanas.
Jungkook camino hasta él, clavó una rodilla en la arena y se inclinó con las
manos sobre la arena, para verle bien.
—¿Estás bien?
—¿Por qué llevas tanta ropa? —formuló la sirena ingenuamente.
Los mechones de su cabello cobalto se esparcían sobre su rostro con una bonita
diadema trenzada. El humano extendió las yemas casi de forma automática,
apartando unas brillantes gotas de agua de uno de sus pómulos húmedos.2
—¿No te gusta? —preguntó Jungkook con suavidad, seguidamente se decidió
por ir a lo más importante—. Tae, ¿ha entrado a verte?
—No. Le sentí.
—¿Le sentiste?
—Su olor y su... aura... —contestó Taehyung algo abstraído.
Jungkook suspiró profundamente, le apeteció abrazarle con un extraño instinto
protector, pero Taehyung estaba mojado y prácticamente dentro del agua, y él
aún se encontraba en sudadera.
—¡Oh! ¡tengo algo que darte! —exhaló la sirena con inesperado chorro de
energía—. ¡Lo hice para ti!8
—Escucha, tenemos que hablar de algo —sugirió Jungkook con un tono de voz
muy distinto, mirando hacia ambos lados con un ligero recelo porque alguien
pudiera escucharles—, pero tiene que ser en un lugar más privado.
—¿Hm? ¿quieres que te lleve a mi caverna? —emitió Taehyung felizmente,
alejándose de la orilla con un movimiento de cola—. ¡Vale, salta al agua! ¡Yo te
agarro! —añadió abriendo los brazos.31
Jungkook se sonrosó levemente. ¿Qué pensaba que era, un bebé que no sabía
nadar? La sonrisita de su compañera le hizo comprender que a ella no le
preocupó en absoluto la aparición de Namjoon. Es más, Taehyung parecía estar
ignorando el peligro con una extraña emoción infantil por tenerle a él tenerle
allí. Y eso nublaba aún más la objetividad de las cosas.
—Espera, tengo que desvestirme —dijo Jungkook arrugando la nariz
levemente—. ¿No querrás que vaya así?
El azabache alzó la sudadera por encima de su cabeza y se la sacó. La dejó sobre
una roca y sus pupilas se encontraron con las curiosas de Taehyung, quien
estaba escudriñándole fijamente en lo que sus dedos desabotonaban el
pantalón. Jungkook suspiró frustrado y con un creciente rubor espolvoreado por
sus mejillas, se detuvo, agarró la sudadera con una mano y se largó alegando
que volvería de inmediato.1
«Imposible desnudarse con él delante, a pesar de que justo debajo llevase un
neopreno. Y eso que Taehyung ni siquiera parecía darle importancia a la
desnudez».
Un minuto después, regresó con el ceñido traje y se zambulló de cabeza en el
agua. Movió los brazos y piernas, desplazándose de forma dinámica en el
elemento. Taehyung llegó desde algún lado y le alcanzó de inmediato. Le mandó
una descarga de burbujas y presión con un potente movimiento de su ágil cola.
El azabache regresó a la superficie para tomar aire y Taehyung emergió a su
lado. Sin la necesidad de intercambiar palabras, subió sobre su espalda en
confianza e infló sus pulmones de oxígeno antes de sumergirse juntos.
Taehyung le llevó hasta la caverna más profunda, tras los arrecifes, cuya puerta
plagada de algas marinas y plantas cubrían el estrecho túnel que daba a una
pequeña superficie con oxígeno. Jungkook pudo sacar la cabeza allí dentro, se
apartó los mechones de pelo que se pegaba molestamente a su rostro, y sus
pupilas se adaptaron a la tenue luz de las plantas bioluminiscentes que se
enredaban por las rocas y techo.
Una de sus manos alcanzó la pequeña orilla rocosa y le permitió darse un
descanso. Taehyung se distanció un instante y agarró algo.
—Cierra los ojos —solicitó mientras el pelinegro se ubicaba dentro de aquel
espacio.
Los iris de Jungkook se posaron sobre su rostro, arqueando una ceja. La sirena
se acercó lentamente en el agua, manteniendo algo tras su espalda con un gesto
juguetón.
—Vamos, ¡ciérralos! —repitió radiante.
Jungkook esbozó una sonrisita y se permitió flirtear levemente.
—¿Qué? ¿vas a robarme un beso si los cierro?4
—¿Quieres que lo haga?19
—Mnh —el humano se mordisqueó, meditando sobre cuánto le apetecía—.
Puede.7
Taehyung asumió su coqueteo con encanto.
—Bien, ciérralos —insistió de nuevo, aproximándose.
Jungkook entrecerró los ojos, viéndole acercarse. Su corazón palpitó rápido,
cerró los párpados cuando estaba muy cerca. Y cuando creyó sentir sus labios de
sirena sobre los propios, un liviano peso cayó sobre su frente y coronilla,
posándose en su cabello.
Taehyung agarró su rostro con ambas manos y apretó sus mejillas.
—No, ¡qué adorable! —soltó con un brillo especial en sus ojos—. ¡Sabía que el
rojo es tu color!26
—¿Qué? —Jungkook abrió los párpados, con las mejillas aplastadas por su
compañero.
Sobre su propia cabeza, no había otra cosa que una corona de un tono carmín,
con filamentos y hebras rojizas bien trabajadas. Jungkook se sonrojó como un
crío, apartó sus manos enfurruñado, y toqueteó la corona sobre su cabeza.1
—¿Lo has hecho tú, dices? Vaya... pues...
Taehyung asintió con la cabeza felizmente, le contó que había utilizado gorgonia
roja y no sé qué otra alga magenta. Sus ojos se volvieron redondos cuando
creyó que a Jungkook no le gustó su regalo. Después le mostró que tenía una
pulsera a juego, dos anillos hechos con un material duro que había limado con
sus colmillos, y un collar hawaiano que le llegaba hasta la mitad del pecho.5
Jungkook se sintió abrumado por sus presentes, Taehyung estaba
especialmente activo. Quizá no había tenido en cuenta que a las sirenas les
encantaba «colmar de regalos biorgánicos» y manufacturados a los seres con los
que establecían una relación. Y Taehyung parecía especialmente insistente con
lo de obsequiar a Jungkook de la manera más adorable posible.
Él pensó que era insoportable. ¿Por qué no podía comérselo a besos y mimos?
Su mirada se estrechó con una gran proporción de afecto, se mantuvo callado
unos segundos, pensando en que Taehyung no tenía nada más que ofrecerle.
Eso era todo lo que podía sacar de una pecera.1
—Todo es precioso, pero, ¿no crees que es demasiado? —sonrió el azabache—.
No me merezco todo esto.
—Huh —Taehyung consideró si era demasiado o no, en silencio, dudando al
respeto—. ¿No?
Jungkook apoyó la espalda en la roca, extendió las manos bajo el agua para
invitarle a acercarse. El peliazul le miró con un titubeo, en sus iris
heterocromáticos se vio reflejada la pequeña galaxia del leve resplandor de esa
caverna. El peliazul aceptó la invitación, aproximándose lentamente. Con un
leve tirón de sus dedos, sus cuerpos entraron en contacto. Su pecho se encontró
a unos centímetros del suyo. Bajo el agua, la cola azul de la sirena se entrelazó
con una de las piernas de Jungkook, y sus brazos se apoyaron sobre los hombros
del humano, invadiendo su espacio más íntimo.3
El joven no pudo evitar pensar que Taehyung, después de todo, era su sirena.
Pues teniéndole prácticamente en sus brazos, por muy distintas y enfrentadas
que fueran sus razas, no pudieron evitar sentir devoción por el otro.
—Dentro de dos días, saldrás de aquí —exhaló Jungkook, sólo para él—. El plan
ya está en marcha, sólo necesito que confíes en mí.
Taehyung parpadeó, un extraño y casi imperceptible pálpito sacudió su corazón
helado e inmóvil.
—¿De verdad? —susurró.
Las yemas húmedas de Jungkook recorrieron la forma de uno de sus pómulos,
seguida de la caricia de iris desviándose de sus ojos. Su piel se encontraba
resplandeciente bajo las decenas de gotas de agua que reflejaban la tenue luz
blanquecina y azulada.
—Nos alejaremos de esta zona de la isla. Puede que el traslado sea un poco
incómodo, pero debes confiar en mí —insistió Jungkook con nobleza—. Te
llevaré a una costa segura, y podrás volver a nadar en libertad.
—Pero, ¿seremos amigos cuando ya no esté en esta prisión?13
La pregunta de Taehyung le dejó por los suelos. ¿En qué mundo andaba
explicándole a una sirena que recuperaría su libertad, mientras ella parecía
andar preocupándose exclusivamente por él?
—¿Quieres...? —pronunció Jungkook lentamente—. ¿Volver a verme?
—¿Tú no? —dudó Taehyung con lástima, bajando la cabeza—. Nunca he
visitado la superficie demasiado. Mi nido lo prohíbe, p-pero a veces miraba
desde lejos y me dejaba arrastrar por los bancos de peces cerca de los
pesqueros. Sin embargo... nunca había... tenido una amistad con uno...
Jungkook sintió como su garganta le apretaba. Contuvo su emoción como pudo,
a pesar de que sus ojos tornasen vidriosos.
—Quizá no sea seguro que te acerques a la isla —le dijo con calidez,
sosteniendo su mejilla—. Desearía que no te arriesgases por volver a una orilla.
—No quieres que venga a verte —Taehyung se lamentó apoyando la cabeza en
su hombro.
Jungkook comprendió que no le estaba entendiendo.
—No, no es eso —retomó su mirada, con un par de dedos bajo su mentón—.
Mírame. Taehyung, deseo verte cada amanecer con las primeras olas. Pero una
vez que salgas de aquí, habrá gente que excavará hasta en el mar que rodea
Geoje por buscarte, ¿comprendes?
Taehyung asintió, pero una inesperada y brillante lágrima se deslizó desde el
lagrimal de uno de sus ojos. El pulgar del pelinegro apartó el resplandor de tan
brillante sustancia, similar a un diamante. La sirena le miraba con una adoración
que licuó su corazón cruelmente. Y entre la fresca agua y la tibieza de sus dos
cuerpos, Jungkook sintió una fuerte emoción que calentó su pecho. Sus
siguientes palabras abandonaron sus labios casi sin permitirlo.
—¿Puedo besarte? —preguntó con una voz que le costó reconocer como
propia.15
La sirena ni siquiera se movió, el dorso de los dedos de Jungkook recorrieron el
borde de su labio inferior, carnoso, entreabierto y jugoso. Taehyung creyó que,
de tener un corazón, hubiese palpitado tan rápido como el de Jungkook. Su
aliento cálido y húmedo rozaron los labios de la sirena.
—Podría lastimarte —musitó Taehyung con una fría sensualidad.
A Jungkook no le importó demasiado que sus labios de sirena le empujasen al
probable delirio en el que se encontraban la mayoría de los náufragos.
—No importa —aseguró.
Sujetando con delicadeza su rostro, Jungkook se aproximó a sus labios
húmedos, sintiéndose sediento por besarlos. Dejó un beso superficial sobre los
de Taehyung, un roce tan leve que la sirena le miró con cierta sorpresa y
encanto por su breve juego. Su cola escamada, le acarició como una serpiente
azul encantada.
Jungkook presionó sus labios contra los propios, fue un beso suave que buscó la
profundidad como si fuera el último. Calidez y una lejana tibieza húmeda. Un
suspiro escapó de él, acariciándole con los labios antes de que el lento frenesí
invadiese sus venas, provocándole olvidar quién o qué era. Atrapó su belfo
inferior entre los suyos, como si temiera no poder retenerle. Los besos de
Taehyung eran serenos e imperturbables, pero el lazo de su cuello le hacía
pensar que él también debía sentir algo. Jungkook besó, y besó, Taehyung
estrechó suavemente los brazos alrededor de su cuello, mostrándole interés por
más.
Entreabrió los labios dejándose tomar por el humano, y la tibieza de su lengua
se mezcló con el whiskey adictivo de su saliva de sirena. Como un hechizo lento
y enfermizo, Jungkook liberó un jadeo sintiéndose exasperado por la belleza de
Taehyung. Mitad pez, mitad humano. Frío. Sereno. Diáfano. Mordió su labio
inferior con desespero. Su cuerpo se sintió pesado, Jungkook deseó no
apartarse de él. Deseó que las aguas le tragasen y así pudiese fundirse con la
criatura. Le adoraba. Le deseaba. Pero no podría satisfacerle; las sirenas sólo
eran un callejón de deseo sin salida.2
La frustración sexual le sentó como una bofetada, él nunca se sentía así de
angustiado, de impaciente y enojado. Él no era ese tipo de persona. La cola de
Taehyung estaba fría, era áspera, sus labios le estaban mareando mientras su
calor humano subía de temperatura como una caldera. Jungkook trató de
profundizar aún más en su boca, y gimió con voz aguda cuando Taehyung
arrancó sus labios de los suyos a pesar de su anhelo. Él se distanció unos
milímetros, y Jungkook trató de encaramarse al peliazul como si fuera a
ahogarse.
—Está bien, está bien... —susurró la sirena acariciando su cabello lentamente—.
No pasa nada... tranquilo...
Pasó un dedo por sus labios entreabiertos, las pupilas de Jungkook se
encontraban dilatadas, su rostro le mostraba a la persona que conocía ausente,
fruto del delirio de los besos de sirena. Jungkook se sentía herido por el suplicio
de no obtener más, no obstante, tardó unos segundos en comprender lo que
sucedía y de dónde salía aquella sed adictiva que le había calado hasta los
huesos.
Taehyung dirigió su rostro al suyo con una mano mojada.
—¿Estás bien?
—Lo siento —el joven respiró entrecortadamente, avergonzándose mientras
volvía a la realidad—. Me he dejado llevar...
La sirena sonrió débilmente, dejó un cariñoso beso en su mejilla mientras el
pulso de Jungkook se recuperaba con dificultad. Sus mejillas tenían un color
sonrosado y su cuerpo humano irradiaba un calor extraño que logró compaginar
con la fría temperatura del agua.
—Es mi culpa. Quisiera besarte... sin perjudicarte.
Jungkook tragó saliva pesada. Taehyung se encontraba igual de sereno a pesar
de su beso, sin embargo, ladeó la cabeza y continuó mirándole con una
apasionante temple y curiosidad. Jungkook detestaba que le mirase así; se
sentía desnudo, frágil, subyugado ante una sinuosa fiera marina. Sus dedos
salpicados del polvo estelar marino se posaron sobre la cremallera de su
neopreno, deteniendo el vaivén plateado que centelleaba en las pupilas de la
criatura.
—¿Kookie? —emitió tras un breve silencio.
—¿Hmn? —reaccionó Jungkook, moviéndose levemente y alegando que
necesitaba nadar un poco para no sentirse frío. Aunque más bien, necesitaba
rebajar el calor que se marcaba molestamente bajo su neopreno.
Taehyung le siguió por la pequeña caverna deslizándose sobre el agua.
—Quiero contarte algo, pero —se detuvo unos segundos—, ¿te molestarás
conmigo?
Jungkook giró la cabeza, se encontró tan fuera de onda, que casi le costó trabajo
tomarse en serio lo que fuera que fuese estar a punto de decirle. «A no ser que
estuviera a punto de decirle que se sentía incómodo besándole».
—¿Q-qué? —titubeó el pelinegro como un tonto.
—Es que, yo...
«Un momento, Taehyung estaba sonrojándose. Imposible», declaró Jungkook
en su mente con un pestañeo.
—Qué. Dispara —ordenó el azabache con diversión, redirigiendo su nado hacia
la sirena—. O te aplastaré con mis brazos hasta convertirte en una bolita sushi.
Créeme, no va a gustarte.
Taehyung y él se miraron directamente, y en sólo un par de segundos, el peliazul
se mostró fugazmente tímido.
—¿Qué es sushi?
Jungkook le miró con cara de póker. «En algún momento tendrían que tener esa
conversación, pero ese no era el día».9
—Okay, olvídalo —insistió—. ¿Continúa?
—Es que, verás. Cuando te conocí... yo... l-la primera vez que entraste en el
acuario...
Jungkook ladeó la cabeza, con el ceño levemente fruncido.
—Quieres decir, ¿cuándo me besaste? —recordó el joven ágilmente.
Cómo olvidar que su primera experiencia en el agua de ese acuario había sido
un encuentro fatal donde su primer beso acabó asfixiándole como un estúpido.
Pero eso había sido asunto suyo, Taehyung no trataba de ahogarle. ¿O sí?
—Sí... esa vez... —Taehyung se metió en el agua hasta la altura de la nariz,
saliendo seguidamente con timidez de nuevo.1
Jungkook serenó su rostro, creyó comprenderle si había pensado en hacerle
daño. Después de todo, no podía culparle por intentar protegerse.
—¿Qué pasó, Tae? —le preguntó con dulzura—. Dímelo.
—Yo... puedo... —titubeó Taehyung.
—¿Puedes...?
—Tengo algunas habilidades psíquicas.
Los ojos de Jungkook se abrieron bastante.
—¿Cómo? —reprodujo despistado—. Espera, ¿puedes leer mentes?
—No. O sea, sí... —murmuró haciéndose la bolita más pequeña del mundo—,
con un... beso...
El azabache alzó las cejas, se pasó una mano por el cabello húmedo, tratando de
asimilar lo que decía.
—¿Leíste mi mente con un beso?
—Cuando llegaste —Taehyung procedió a explicarle—, yo estaba enfurecido.
Llevaba semanas aquí, solo. Quería morir. Cuando te vi llegar con ese humano,
pensé que iban a hacerme algo. Creí que eras como esos, los que me atraparon,
me hirieron y me trajeron hasta aquí —expresó con sinceridad, con ojos
llenándose de lágrimas de nuevo—. Pensaba acabar contigo, pensé en matarte
si invadías mi espacio. Pero... hubo algo en tus ojos... decidí tomar tu mente
para saber qué era... qu-quién eras... —su voz se volvió más suave y baja,
mientras las gotas de agua se deslizaban desde su rostro hasta contra sus
hombros y finas clavículas—. Jamás pensé que encontraría tanta misericordia en
un humano. No pensé que fuera posible, hasta que te conocí a ti.12
Jungkook se quedó en silencio unos segundos.
—¿Eso fue lo que viste en mí? —preguntó con aflicción—. ¿Misericordia?
—Sí...
—Tus labios son... increíbles...
—Son un arma, Jungkook —expresó Taehyung lentamente—. Diseñados para
engañar y arrastrar a los pobres diablos hacia el fondo de un océano, donde
tragarnos sus pensamientos...1
El pelinegro se aproximó a él con un nado lento.
—Ya no hacéis eso, ¿verdad? —indagó el joven con un poco de diversión—. No
quedan barcos piratas, ni nadie que persiga el canto de las sirenas o al Leviatán
en las islas perdidas del mar del caribe.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Tae con inocencia—. Sshh, nunca decimos el
nombre que empieza por L, dicen que atiende a las llamadas.16
Jungkook rodó los ojos y esbozó una pequeña sonrisita.
—Ficción y películas. Demasiadas películas.
—¿Qué son películas? —volvió a preguntar.
—Tae —Jungkook agarró una de sus manos bajo el agua—. No estás diseñado
para engañar ni arrastrar a nadie, créeme. Eres un ser bonito, no cruel ni
vengativo.
—¿De verdad crees eso? —Taehyung le miró con ojos cristalinos.
—Si quieres manipularme con tus besos, tendremos que comprobar si funciona
—inventó con malicia, provocándole una suave risa—. Pero no puedo culparte
por rastrear mi mente, tú estabas tan asustado como yo...1
Taehyung entrecerró los ojos y apretó su mano, deseando poder agradecerle la
comprensión de sus palabras. Pero Jungkook continuó hablando, deseando
conocer algo más que emergió desde el fondo de su pecho.
—¿Puedo preguntarte algo más?
—¿Sí?
—Antes, cuando te he besado, ¿volviste a...? —dudó con incertidumbre.
—Un poco, ¡pero no quiero hacerlo! —reconoció Taehyung, acto seguido
intentó defenderse—. El frenesí de los labios de una sirena ayuda a que me
abras tu mente. No puedo evitar que a veces...
—Está bien, no importa —sonrió Jungkook.
—¡No! Yo confío en ti —insistió Taehyung—. No he vuelto a leerte a propósito,
te lo prometo. Confío en ti.8
El más joven bajó la cabeza, sintiéndose muy feliz.
—Y yo en ti —le devolvió con calidez.
Creía en él, confiaba en que su corazón, y su pasión por el mar desde pequeño
había sido alguna especie de mensaje para que se conocieran. Jungkook estaba
seguro de que el destino había atado su encuentro como la fuerza de la
gravedad ataba hasta las olas del mar. Y esa tarde, dejó un beso en su frente en
la cavidad de aquella recóndita cueva que olvidarían como un secreto
abandonando el día que pudiese llevarse a Taehyung del acuario.
Jungkook necesitaba descansar fuera del agua, por lo que su compañera marina
le ayudó para salir de la cueva con mayor facilidad, y le escoltó como un leal
guardián marino hasta la superficie. El joven salió del agua lentamente, con el
cuerpo pesado y la piel de los dedos arrugados.
—¿Te marchas? —se lamentó Taehyung viéndole salir a la orilla.
Con el agua por las rodillas, Jungkook se acuclilló para acariciar su cabeza con
unos dedos. Él llevaba la diadema que le había trenzado, y el resto de
complementos a juego que le hacían parecer recién salido de una fiesta en la
playa.
—Volveré mañana —le explicó con dulzura—. Tengo que hablar con Seokjin
sobre lo del señor Kim. Mañana te contaré algunos detalles sobre el plan, ¿de
acuerdo?
Taehyung asintió de forma obediente con la cabeza. Jungkook estuvo a punto
de levantarse, pero él le agarró de una muñeca, reteniéndole un instante. Le
costaba demasiado dejarle marchar, y aquello tenía el poder de partirle el
corazón a Jungkook.
—¡Espera! —exhaló la sirena—. Espera... J-Jungkook...
—¿Qué ocurre?
—Yo... tú, me... ¡me gustas mucho!42
Jungkook casi se escurrió de culo. No sabía por qué diablos parecían dos críos de
cinco años cuando tenían que hablar de sus sentimientos.
—¿Mucho? Oh, he subido un escalón —bromeó levemente, con las mejillas
sonrosadas—. ¿Es eso algo positivo?
—Así que, cuando sea libre, te espiaré desde la orilla, aunque no quieras verme
—soltó Taehyung inesperadamente enfurruñado y emocionado—. ¿Es eso
afecto? Porque es muy molesto y-y no me gusta.8
Jungkook sonrió con dulzura, y el corazón palpitando con un traqueteo en su
pecho.
—Sí que lo es —murmuró—. Yo...
No llegó a terminar la frase, pues prefirió guardarse sus propios sentimientos
para sí mismo. No era el momento de expresarse, ni tampoco creía que fuese lo
más inteligente para alguien tan ingenuo como Taehyung. ¿Amor? Ni siquiera
estaba seguro de si era real o estaba dejándose llevar por lo ficticio que se
sentía todo desde que le conoció. Él nunca había estado enamorado. Y
Taehyung no podía entender lo que era el amor.3
—Tengo que irme —finalizó, con decepción—. Hasta mañana, bolita de sushi.3
Jungkook dejó un pequeño toque en el corazón de coral azul que colgaba de un
lado de su diadema, como despedida. Taehyung infló las mejillas cuando
Jungkook se levantó y se largó de la orilla.
—Pero, ¡¿qué es sushi?! —le escuchó quejarse.7
Cuando Jungkook salió del acuario, se quitó la corona, se dirigió al cuarto de las
taquillas y duchas, y se miró en el espejo con un rostro mucho más serio. El
perfume de Kim aún seguía allí. No quería marcharse, pero debía bajar de
aquella nube y recordar todo lo que tenía pendiente. No tardó demasiado en
liberarse del molesto neopreno mojado, lo hizo una bola y lo metió en su
mochila, vistiéndose sin demasiado interés. Miró su teléfono en lo que se
obligaba a abandonar aquel lugar. Habían pasado unas cuantas horas desde su
llegada, y tenía varios mensajes de Seokjin en la bandeja de entrada.
Seokjin (19.37): «Llámame».
Jungkook pulsó su contacto justo cuando abandonó el recinto, mirando hacia los
lados para cerciorarse de que se encontraba a solas.
—Kim estuvo en el acuario —emitió Jungkook en cuanto el hombre descolgó la
llamada—. Jin, ¡sabes cuánto me estoy jugando! ¡me prometiste que le
mantendrías alejado!
—Lo sé.
—Ahora sabe quién soy, conoce mi cara y sabe mi nombre completo.
—¿Cómo quieres que sepa dónde está en cada momento? —se defendió
Seokjin—. Es la primera vez que va al acuario a esa hora. Él mismo me dijo hace
un rato que encontró a un nuevo trabajador, que ni siquiera se lo había
mencionado, que si yo estaba ocultándole algo...
—¡¿Qué hubiera pasado si llega a encontrarme con Taehyung?! —le recriminó
Jungkook.
—Estás diciéndolo como si... —la voz de Seokjin titubeó a través del teléfono—.
Jungkook, ¿no estarás...?
El azabache se pasó una mano por el cabello y exhaló su aliento con
nerviosismo.
—Qué.
—¿Qué hay entre... esa sirena y tú? —preguntó de forma directa.3
—No le digas «esa sirena» —murmuró Jungkook, apretando los párpados—.
Yo... no...
—¿No estarás enamorándote de ella? Te recuerdo que vamos a liberarle,
Jungkook —prosiguió Seokjin con voz baja—. No puedes esperar que
corresponda a tus sentimientos humanos. Él no es humano.
—No siento nada de eso —las palabras del más joven sonaron con ferocidad—.
¿Crees que posicionaría mis intereses personales por encima de su libertad? Te
equivocas. No soy como Namjoon, Jin. Y sin lugar a dudas, tampoco soy como
tú.
La llamada se cortó unos segundos después de eso. Jungkook cerró los dedos
temblorosos sobre su teléfono. Con el corazón agitado en su pecho, se culpó a sí
mismo por sus sentimientos. Por supuesto que se había enamorado. No creía
que fuese evitable; él siempre amó a la mar y a todo lo que pertenecía a esa
tierra azul. Su ingenuo corazón había encontrado lo que siempre que estuvo
buscando, como un imán atraído por la gran y feroz boca celestial de un
profundo mar capaz de tragarle. No le importaba que Taehyung le arrancase el
corazón con una mano cuando se marchase. De hecho, esperaba que así lo
hiciera, pues todo sería más fácil.5
Seokjin sostuvo el teléfono en su oreja mientras la línea se silenciaba y la
resplandeciente pantalla terminaba apagándose. Después de todo, supo que
Jungkook tenía razón; él también había sido egoísta, pero no precisamente por
su deseo de ser el propietario de una sirena, sino por algo más. Por alguien más,
a quien no podía tener.14
Mientras el sol se ponía frente a la isla de Geoje, Jungkook deambuló por el
paseo marítimo, pasando de largo de la parada donde siempre tomaba el
tranvía que salía de la ciudad. Sintió la nuca fría, mientras la brisa salada secaba
los mechones de su cabello.
Taehyung sintió la misma soledad que el chico. A solas entre cuatro paredes de
cristal, el agua se volvió fría por primera vez para sus huesos. Sin la
reconfortante calidez de «su humano», sintió una ligera presión en el pecho.2
«Quería estar con él. Quería estar con él», se repitió encogiéndose en el vacío
del agua que le rodeaba.5
Esa noche, la presión se volvió más fuerte en su pecho. Una segunda oleada le
provocó una náusea, un hormigueo, seguido de un extraño picor que se
extendió por su garganta, ahogándole. Taehyung no comprendió que estaba
sucediéndole, pero las escamas de su cola se resintieron y una extraña
sensación acompañó a una corriente eléctrica esparcirse por toda su espina
dorsal, calentando sus vértebras. Sintió como si le quemasen, sintió como si algo
patease su tórax.23
Salió a la superficie insólitamente, buscando estar a salvo. Su boca trató de
atrapar un jadeo de un oxígeno que realmente no necesitaba. Era imposible. Sus
pulmones no requerían extraer aire, pues su sistema de oxigenación seguía las
pautas de sus evolucionadas branquias. Se asustó tanto, que sus manos
temblaron hasta posarse en una orilla. La horrible sensación duró unos
instantes, mientras esa desconocida ola presionaba sobre su persona y se
extendía por su todo su cuerpo, desde la punta de sus dedos hasta la aleta de su
preciosa cola azul.
Quiso llamar a Jungkook, pero no sabía cómo hacerlo. Tenía miedo. Sin
embargo, consiguió tranquilizarse con el paso de los minutos, encontrando el
alivio cuando la sensación se desvaneció. No volvió a repetirse en el resto de su
silenciosa, fría, y solitaria noche ondeando lentamente en el agua.
Capítulo 9. Un plan sin cabos sueltos.
Un día más tarde.
Una hora de footing por la playa, una ducha templada y varios aperitivos
hicieron que Jungkook terminase tumbándose sobre su cama con los auriculares
de su teléfono insertados en las orejas.
Una vieja melodía de Looking Glass resonaba desde su playlist. De cada uno de
sus lóbulos, colgaba un par de aritos plateados de los que siempre se deshacía
antes de dirigirse a cualquiera de sus jornadas laborales. Toqueteó uno
distraídamente con el pulgar. En esa ocasión se los puso por costumbre, y con la
capucha de la sudadera sobre su cabeza, se sintió como si el monzón que se
aproximaba a la isla trajese un breve otoño en mitad de aquel cálido verano de
Geoje.
El cielo se encontraba gris, hacía algo de viento, tanto que, desde su ventana
podía apoyarse junto al cristal y observar cómo las suaves olas se encrespaban
como la cresta de un gallo.
La música de sus auriculares tranquilizaba su inexplicable desasosiego;
preocupación por el estúpido encontronazo que tuvo con Kim, por Seokjin y que
no supiera manejar las cosas, por liberar a Taehyung y... por la inevitable forma
de extrañarle que surgió en su pecho. Yoongi apareció en el marco de la puerta,
observándole bajo el velo gris que asomaba desde su ventana. Jungkook ni
siquiera le miró, la música que desprendía la letanía del tono de sus auriculares
le sumió en una burbuja distante.
Yoongi entró en su dormitorio, se tumbó a su lado empujándole con uno de sus
hombros para que le dejase algo de espacio y recibió una mirada de soslayo
poco interesante. Desconsideradamente, arrancó el auricular izquierdo de su
oreja y se lo colocó en el oído derecho.
—Creo que me he cargado una lámina de madera en la clase de bricolaje —
comentó con tono neutro—. Pero lo he dejado como si eso ya estuviera así
antes de que yo llegase. Soy un genio, ¿verdad?7
Jungkook se quedó en silencio, con sus iris perdidos en el techo, exhaló una
débil sonrisa. Yoongi alzó la cabeza un poco y le miró con el ceño fruncido.
—¿Qué has hecho tú?
—Estuve en el acuario —contestó Jungkook sin más relevancia.
—Oh, claro. El acuario.
—¿Qué tal tu día, hyung? —prosiguió el azabache, como si no le hubiera
escuchado.
—Mejor que el tuyo, parece —consideró Yoongi con voz ronca—. ¿Qué tal si
pedimos una pizza? Tenemos que acabar con el sarcófago de Blancanieves. No
queda mucho, hay que atornillar las bisagras.1
—Que sean dos —aceptó Jungkook pacíficamente, giró la cabeza y contempló
su perfil unos instantes—. Si quieres, te la sujeto mientras atornillas.
—Dime que te refieres a mi porción de pizza—Yoongi se sacudió con un
repentino escalofrío—. Porque podríamos comenzar a sacar esa frase de
contexto.19
Jungkook soltó una risita despreocupada. Después de todo, pidieron una de
pollo a la barbacoa y otra de cuatro quesos. Estuvieron trabajando en la caja de
madera y cristal hasta tarde. Jungkook terminó comiéndose el setenta por
ciento de los trozos mientras Yoongi montaba las piezas y él hacía de sujeción.1
—¿Se saldrá el agua de eso?
—Nah, le eché una masilla en las juntas —expresó Yoongi con seguridad,
después se mordisqueó la lengua, salió al porche a por un cubo que rellenó de
agua con una manguera, y lo comprobó derramando todo su contenido en el
interior para cerciorarse—. Veamos.
Jungkook se sentó sobre la isla de la cocina, con los pies colgando y un frío trozo
de pizza mordido. Consideró que la caja estaba bien hecha, el agua se mantuvo
sin ninguna fuga, y Yoongi comprobó la rendija de ventilación de la cubierta de
cristal.
—¿Crees que podremos los dos con eso? —dudó Jungkook—. Si lo llenamos de
agua, digo.
Yoongi arqueó una ceja y le miró como si estuviera loco.
—Eh, tú eres el único con bíceps aquí. Además, soy mayor que tú, ¿no querrás
que me parta la espalda? —gesticuló su compañero, poniendo los brazos en
forma de jarra sobre su propia cadera—. Necesitaremos unas ruedas si quieres
mover esto lleno de agua. Dime, ¿vas a llenarlo de pingüinos? ¿Vamos a robar
un banco de ellos? Porque suena como un buen argumento. Podríamos
llamarlo, «el atraco de los pingüinos».7
Jungkook sonrió un poco, pero pareció reflexionar sobre algo que extinguió su
sonrisa lentamente.
—Yoon, este es un pingüino muy grande —dijo, atrapando la mirada de su
amigo—. Tanto que, tenemos que liberarle. Se lo prometí, ¿entiendes?
—¿De qué... hablas...?
—Está encerrada en una zona restringida del acuario —concretó Jungkook—.
Tenemos que ser rápidos, silenciosos y no podemos dejar ningún cabo suelto.
—¿Encerrada? —dudó Yoongi—. ¿Ella?
—En realidad, es él —se corrigió el más joven—. Es una... ¿alguna vez te has
interesado en mitología marina?
Yoongi se quedó perplejo. Por un segundo, pensó que Jungkook estaba
vacilándole, pero por la seriedad de sus ojos castaños y bajo tono de voz, se
sintió muy extraño y quiso detener el asunto. No estaba preparado para
escuchar lo que fuera que fuese a contarle.
—E-está bien, no... no sé si quiero seguir escuchando.
—Ya. Será mejor que le veas con tus propios ojos —fue lo último que dijo
Jungkook, y no volvieron a tocar el tema el resto del día—. He cuidado de él
todo este tiempo, y puedo asegurarte, que... valió la pena conocerle...
No mucho después de terminar la caja, recogieron todos los materiales cortados
y limpiaron el salón y parte del porche. Jungkook retrasó la hora de acostarse,
pues encontrarse consigo mismo a solas no era fácil. No sólo estaba nervioso, se
sentía extraordinariamente afectado por algo que no podía discernir del todo.
Aquella mañana había visitado a Taehyung por última vez para explicarle los
detalles de su traslado de la mejor forma posible.
La sirena parecía distraída con sus preguntas de, «¿podré ver a tu familiar?»,
refiriéndose a Yoongi. Por algún motivo, era lo único que le llamaba la atención,
como si Yoongi fuese declarado como de confianza sólo por ser amigo de su
humano favorito. Instantes previos a su charla, se negó a hablar con Jungkook
en la superficie mientras Seokjin estuviese delante. Taehyung rehuía del
contacto humano, desconfiaba de todos como un gato asustado, excepto de él
mismo.
—¿Jugamos a ver quién llega más rápido al fondo? —le preguntó de forma
pueril, cuando terminaron de hablar sobre la estrategia de su salida.
Esperó a que se metiese en el agua, como acostumbraba. Pero en esa ocasión,
Jungkook negó con la cabeza. Tenía demasiadas cosas que organizar el día
previo a su salida, y no podía permitirse unas horas más a su lado. Jungkook lo
hizo porque era necesario, así como que sabía resultaba lo mejor para no
agarrarse a él demasiado.
—Tengo que marcharme, debo organizar algunas cosas más.
—P-pero, ¿volverás a por mí?
—Claro que volveré a por ti —expresó el azabache, con suavidad—. Mañana,
durante la noche. ¿de acuerdo?4
Sus manos se entrelazaron en la orilla. El sabor de la libertad casi rozaba la
lengua de la sirena de forma inhabitualmente amarga.
—Taehyung, ¿qué se siente al nadar en mar abierto? —formuló Jungkook con
un pálpito en su pecho.1
La mirada de la sirena resplandeció levemente, evocando una hermosa vida de
mar abierto y libertad.
—No hay nada parecido —exhaló con una radiante añoranza.
Jungkook se sintió desamparado por su leve sonrisa.
—Eso es lo que siento por ti —confesó el humano.37
Taehyung se quedó mudo en el momento que comprendió su significado.
Después de eso, Jungkook se marchó del acuario. Cuando esa noche se fue a
dormir, no tardó demasiado en conciliar el sueño. Los labios de la sirena
llegaron a él durante su descanso, como el rumor de las olas. Sedimentó su
sufrimiento tras el fuerte oleaje de su corazón, mientras el monzón de aquel
verano comenzaba a deshacer las nubes grises del cielo en una taciturna lluvia
que recubrió la isla.
Taehyung sintió una extraña angustia en el agua la última noche que pasó en el
acuario, se sintió desorientado mientras flotaba en el elemento que le envolvió
desde su nacimiento.
«¿Jungkook sentía lo mismo que él, por el mar?», se preguntó acongojado. Él
amaba el océano más que a nada, acariciar la espuma con sus dedos, recolectar
cada una de sus misteriosas maravillas, confeccionar complementos y deslizarse
entre otras criaturas que emigraban por las distintas partes del Mar del Este con
los cambios de corrientes y temperaturas. Adoraba la caricia del sol dorado
sobre su piel, cuando se permitía visitar la superficie tan prohibida y lejana a la
costa. Incluso disfrutaba del sonido de las gaviotas, que le obligaban a sacar la
cabeza para seguirlas con la mirada cuando rozaban su pico con el agua. Él se
fundía con las olas, saltaba por encima de ellas con fuerza y era el más veloz
entre las sirenas de su nido.
«Pero, ¿amar a otro ser? Eso nunca lo había sentido», pensó. «Ni siquiera
estaba permitido. ¿Podía amar a otro ser tan diferente al mar que le había
cultivado? Jungkook era... Jungkook. Como ese efecto de gravedad que la luna
llena ejercía sobre las olas nocturnas. Su calidez, su delicadeza, su empatía, sus
dedos cálidos... sus ojos castaños, los latidos de su corazón... y, sus labios».11
En el fondo de su frío pecho, recibió un profundo latido que golpeó su esternón.
Taehyung liberó un jadeo y se retorció. El pánico invadió su persona, mientras la
hormigueante sensación se extendía por su espina dorsal de nuevo.1
«¿Otra vez aquella sensación? No, ¡no!».1
Algo apretó su pecho y le estrujó con fuerza. Taehyung gritó bajo el agua,
liberando un puñado de burbujas que ascendieron hasta la superficie. Su grito
no llegó a ninguna parte. Nadó débilmente hacia arriba, buscando escapar del
miedo que le carcomía. En la superficie, agarró su garganta con ambas manos
como si se ahogase. Sintió náuseas. Quería gritar de nuevo. Comenzaba a jadear
sin saber bien cómo hacerlo. El agua quemó las escamas de su cola, como si
estuviese sumida en un extraño ácido. Taehyung llegó a la orilla, se deslizó por
la arena débilmente, enterrando los dedos en la tierra húmeda. Le acuchillaban
por dentro, tiraban de su piel como si unas agujas frías se clavasen en cada una
de sus escamas. Sintió un repentino frío, helador. Jamás había sentido aquel
frío, pero la primera vez que su cuerpo tembló, comprendió que había algo en él
que no marchaba del todo bien.2
*
Seokjin dejó un par de billetes sobre la redonda mesa de la cafetería, junto al
café de Jungkook.
—¿Qué es eso?
—Tu coartada —contestó, sentándose en la silla frente al chico—. Son entradas
para una exhibición de delfines y otros, esta misma noche.
Jungkook agarró los tickets y los comprobó. Los datos de las entradas marcaban
las 21.30h, el lugar exacto y el tipo de exhibición. Reconoció por encima que era
donde Haeri daba sus espectáculos, aunque con el descenso de temperaturas y
aquella extraña lluvia golpeando los cristales de la cafetería, estaba seguro de
que la joven pescaría un resfriado.
—Necesitas una excusa para esta noche, por si a Namjoon se le ocurre
investigarte —prosiguió Seokjin—. Cuando descubra que Taehyung ha
desaparecido del acuario, vendrá a por mí. E indudablemente, irá rápidamente
detrás de ti. Será mejor que organicemos bien cómo escurrir tu responsabilidad
de los eventos. Haremos que parezca lo que realmente es; una filtración de
datos y un robo premeditado. Las cámaras de seguridad exteriores al edificio
estarán desconectadas un rato antes, he programado una congelación de
pantalla.
—¿Sabes programación? —dudó Jungkook.
Jin ladeó la cabeza con un gesto humilde.
—Siempre es útil saber algo.
—Joder, y yo que te subestimaba al principio —agregó el más joven,
guardándose los billetes en su cartera.
—En cuanto a mi posición, estaré con él esta noche, en una cena de negocios —
continuó Jin—. Todo está bien atado, Jungkook. Podréis sacarle de allí.
—Espera, ¿y tu contacto? ¿no dijiste que tu amigo me prestaría un vehículo?
—Lo hará, le di tu dirección, así que pasará por tu casa por la tarde.
—¿Le diste mi dirección? —se quejó el más joven—. Seokjin, tenemos que
empezar a hablar de la toma deliberada de decisiones que siempre tom-
—Es mejor así, Hoseok ni siquiera debía estar en la isla; si Namjoon lo averigua,
le aniquilará.
Jungkook arqueó una ceja. No dijo nada más, pero creyó que Hoseok debía
haberle cabreado mucho como para convivir con aquella amenaza sobre no
pisar Geoje. Después de su mañana en el centro de protección y cuidados,
regresó a casa. Yoongi aún no había vuelto de su trabajo, pero Jungkook
encontró el porche totalmente recogido, con un bonito estanque terminado y
relleno de agua. Su compañero había plantado unas cuantas semillas en la tierra
fértil, y otras tantas diminutas plantas subacuáticas cuyas hojas flotaban en el
cristalino elemento.
«Bonita zona zen», pensó con cierto humor, mientras el cielo comenzaba a
liberar un tenue chispeo de suaves gotas que salpicaron el plácido estanque, y
sobre su cabeza. Regresó al interior de la casa y corrió la puerta, comprobando
la hora. Apenas eran las cuatro de la tarde, el arcón que habían elaborado se
encontraba en el rellano de la casa, tras la escalera que daba a la entrada.
Miró la televisión un rato hasta hartarse, se preparó algo de comida y esperó
fielmente a Yoongi sintiéndose muy nervioso. Su compañero regresó a casa
durante la segunda mitad de la tarde.
—Estaba a punto de llamarte por teléfono —dijo Jungkook junto a la entrada.
—Lo siento, me demoré con algunas cosas. ¿Todo bien?
—Huh, sí —Jungkook alzó un par de billetes en alto—. Mira esto.
—¿Me invitas a algo? —bromeó Yoongi fijándose en las entradas—. Qué
romántico.2
—Es una exhibición. Nuestra coartada.
—Genial, ya podemos cometer el «atraco de los pingüinos» sin que nadie
sospeche —Yoongi agarró su propio billete y lo comprobó sin demasiado
interés—. Ah, ¿en esta es en la que sale tu novia?
Jungkook se frotó una sien, ignorando su estupidez humana.
—Por cierto, sabes que esa caja no cabe en mi coche, ¿no? —agregó el mayor
mirándole de medio lado.
—Estamos esperando a alguien más. Traerá un vehículo.
—Alguien más, ¡huh! —Yoongi pasó de largo para soltar sus pertenencias—. Si
somos tres, deberíamos buscar un nombre para el grupo. Qué tal, ¿los chicos
antibalas?29
Él tomó la escalera y Jungkook le siguió con la mirada hasta que desapareció.
—En realidad, somos cuatro —musitó el pelinegro sin que le escuchara.
Yoongi bajó una muda de ropa distinta un poco después. Camiseta negra de
cuadros y pantalón vaquero y ancho, con una gorra negra sobre su oscuro pelo
despeinado. Jungkook estaba tan inquieto, que tuvo que darle una palmadita en
la espalda.1
—Al menos ha parado de llover —comentó el mayor mirando a través de la
puerta que daba al porche.
Con la hora que era, y el atardecer extinguiéndose en la isla, Jungkook sacó su
teléfono y remarcó a Seokjin para preguntarle dónde demonios estaba su
contacto. Yoongi desapareció un instante del salón, subió un par de peldaños de
la escalera pensando en si debía agarrar un par de guantes para no lastimarse
las manos arrastrando aquel arcón, pero el sonido de una furgoneta
estacionando frente a su casa atrapó su atención.
El chico se aproximó a la puerta y abrió una rendija para asomar la cabeza. Vio a
un tipo de cabello castaño y puntas rubias, gafas de sol y camisa floreada con
tonos rojizos y llamativos.22
«¿Qué demonios hacía estacionando frente a su garaje?», se preguntó con
desagrado, saliendo de la casa con el ceño fruncido.
Yoongi guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y se aproximó a la
ventanilla con un gesto fisgón. La ventanilla de la furgoneta se bajó de
inmediato, y el desconocido apoyó un despreocupado brazo en esta, bajando
sus gafas de sol anaranjadas con un dedo.
—Buenas, ¿le pongo gasolina o diésel? —le preguntó Yoongi al perfecto
desconocido—. Son mil quinientos wons el litro.19
El hombre exhaló una sonrisa.
—Soy del equipo de sustracción —saludó con una voz vacilona—. Un placer.
Jungkook, ¿verdad?1
—Joder, ¿equipo de sustracción? —repitió Yoongi anonadado—. Dime que
llevaremos máscaras de Dalí, me flipan los atracos.
Jungkook llegó rápidamente hasta su compañero tras detectar la puerta abierta.
Posó sus iris sobre Hoseok, reconociéndole de inmediato.
—Eh, ¿tú eres...? —respiró el más joven.
—Oh, tú tienes más cara de llamarte Jeon —Hoseok le ofreció su mano a través
de la ventanilla—. ¿Qué tal?
Jungkook la estrechó con firmeza.
—Llegas un poco tarde, son... más de las nueve.
—Asumo que no eres Seokjin —emitió Yoongi—. Esperaba a alguien más serio, y
sin que pareciera que acaba de llegar de las Fiyi.
—Nah, soy su chófer personal —ironizó Hoseok.
El castaño apagó el motor de la furgoneta, y desbloqueó la zona trasera. Salió
del asiento de piloto estirando los brazos.
—¿Cargamos la cosa esa?
—Vamos —Jungkook se puso en marcha sin demorarse demasiado.
Puede que no conociese a Hoseok, pero apenas tenían tiempo para discutir lo
que fuese que hubiera hablado con Seokjin previamente. Hoseok sujetó la
puerta, y entre Jungkook y Yoongi, cargaron con el arcón vacío hacia el vehículo.
—Ánimo, que estáis cachitas —les animó el desconocido.9
Los dos empujaron la caja hacia el interior, arrastrándola sobre el suelo
metálico, y después, cerraron la puerta de la casa y subieron a la parte trasera
de la furgoneta para sentarse en una de las bancas fijas. El castaño cerró la
puerta tras los chicos, regresó al asiento de piloto y encendió el motor.
—¿Sabes dónde está la zona de descarga? —preguntó Jungkook desde atrás.
Hoseok asintió con la cabeza, agarró un chaleco azulado con el logotipo del
acuario, y se puso una gorra del personal, con el mismo símbolo.
—Seokjin me dijo que entrase por el muelle —expresó felizmente mientras
tanto—. Descuida, voy preparado.
El chico puso en marcha la furgoneta y salió de la zona, atravesando
tranquilamente la carretera. Las luces del auto iluminaron una carretera
húmeda por la fina y persistente lluvia. Jungkook y Yoongi permanecieron un
minuto en silencio, el azabache giró la cabeza y comprobó a Hoseok a través del
espejo retrovisor. Sus ojos se encontraron en unos segundos, y el más joven
desvió la mirada mientras su compañero Yoongi se cruzaba de brazos.1
—Entonces, ¿tú eres el de la sirena? —le arrojó Hoseok desde adelante.4
«El de la sirena», repitió Jungkook en su cabeza, con una palpitación directa. Él
asintió y sus ojos volvieron a encontrarse en ese pequeño espejo retrovisor.
—¿Y tu nombre completo era...?
—Jung. Jung Hoseok —contestó.1
—¿Por qué estás aquí? —la pregunta de Jungkook fue tan directa, que Yoongi le
miró como si se extrañase por sus malos modos—. Y no me digas que sólo es
por Seokjin.
Hoseok se concentró en la carretera, pero sus labios se curvaron con una
sonrisa.
—Rectifico —la voz del castaño sonó unos tonos por debajo de lo que había
hablado hasta entonces—. No desconfíes de mí, no me acercaré a la sirena.
Jungkook tragó saliva pesada y miró a Yoongi de soslayo. Él estaba tan quieto e
inexpresivo como una estatua, sin embargo, sabía que era la primera vez que
escuchaba la palabra «sirena» en aquel asunto.6
—Aparcaré en el muelle, detrás de los furgones de carga —continuó Hoseok—.
No debería haber nadie a esta hora. Yo me quedaré afuera, ¿estará bien así?
¿podréis con ella entre los dos?
—Sí —asintió Jungkook con seguridad.
Hoseok les miró de soslayo en el retrovisor, en lo que un semáforo en rojo a la
entrada de la ciudad detenía su vehículo.
—¿Tu amigo sabe algo de...? —intuyó Hoseok.
Yoongi apretó los labios.
—Lo justo y necesario.
—Mejor, cuanto menos sepas de esta mierda, antes podrás escapar de todo
esto —soltó el castaño para el estupor de ambos.
Jungkook se sintió inquieto por su amigo; sólo esperaba no meterle en
problemas por haberle arrastrado hasta allí. En unos minutos más, Hoseok tomó
un atajo y llegó al complejo turístico de la ciudad mucho antes de lo esperado.
Entró por la zona trasera, atravesando el oscuro muelle de asfalto húmedo, y
camiones vacíos y apilados. Jungkook le indicó por donde quedaba la entrada de
carga y descarga, y Hoseok estacionó a unos metros de ella. Apagó el motor,
dejó la luz de posición prendida y el silencio abarcó el párking desolado en el
que se encontraban.
—Voy a echar un vistazo —se adelantó Hoseok, desabrochándose el cinturón y
recolocándose la gorra del personal con unos dedos sobre sus divertidas mechas
rubias—. Si no veo a nadie, os doy una señal.1
Salió del vehículo enérgicamente, cerrando la puerta tras su espalda. Yoongi y
Jungkook se quedaron a solas en la parte trasera. El más joven apretó los
nudillos y se armó de valor para decir algo.
—Siento... no haberte implicado en todo esto antes, pero...
—Tranquilo —respondió Yoongi, sin mirarle—. Sé que no es personal... ya sé
que confías en mí.
—Ya, bueno. Es que... —Jungkook bajó la cabeza y suspiró lentamente—. Te he
traído hasta aquí, prácticamente, sin que supieras qué está pasando.
—Jungkook —le detuvo, Yoongi giró la cabeza y clavó sus iris rotundamente
sobre el chico—. Te conozco desde hace años, ¿crees que soy tonto? Te pones
nervioso cada vez que te pregunto sobre el acuario, vas y vienes como un
fantasma, apenas hablas, ni siquiera me has contado qué es lo que estás
haciendo realmente allí —expresó con un tono que puso su vello de punta—.
Pero sé que te preocupa. La última vez que te vi así, tenías diecisiete.1
Los ojos de Jungkook se abrieron ligeramente, parpadeó unos instantes antes de
evocar su referencia.
—Sí, ¿no lo recuerdas? —prosiguió Yoongi, sus ojos se desviaron, y voz se volvió
grave y profunda—. El campamento marino de Busan. Había una piscina salada
en la que un puñado de monitores nos mostraron a una cría de delfín a la que le
faltaba una aleta.
—Lo recuerdo vagamente.
—Pues yo, con nitidez —dijo el mayor—. Tú le dabas de comer todos los días.
Todos los malditos días. Te levantabas a las cinco y media de la mañana,
entrabas en la piscina con un frío insufrible y te quedabas allí hasta que se
acostumbró a tenerte en el agua.6
—Es lo que hubiera hecho cualquiera.
—Estaba muriéndose, Jungkook —intervino Yoongi—. No quería comer nada.
—Pero, comió algo...
—Yeun se despertó una madrugada y nos llamó a todos los que compartíamos
cabaña, te vimos sentado en el bordillo de la piscina, con el bañador puesto por
debajo del abrigo —contó Yoongi pausadamente, bajando la voz—. Ni siquiera
sabíamos cómo lo conseguiste, pero ese bichejo se abrió contigo.1
El pelinegro no dijo nada, sólo escuchó sus palabras.
—Cuando nos fuimos del campamento —continuó Yoongi—, te costó una
barbaridad aceptar que no volverías a verlo nunca más. Unas semanas después,
vimos por la página de Facebook que la cría había fallecido. Ya sabíamos que
tenía problemas disfuncionales, los monitores nos dijeron que no tenía mucha
esperanza de vida y por eso la cuidaban en cautividad —suspiró lentamente—.
Cuando lo supiste, lloraste tanto, que pensé que no querrías volver a tocar el
agua. Desapareciste una semana entera. Los chicos siempre me preguntaban
por ti y yo no sabía muy bien que decirles.
—Hmnh. No hablábamos tanto en esa época.
—No —confirmó su compañero—. Pero después, apareciste como si nada.
Hiciste las pruebas para entrar en la universidad y elegiste tus optativas de
veterinaria en biología marina sin consultar a nadie. Supongo que a veces el
corazón es más testarudo que la razón.3
Jungkook esbozó una débil sonrisa.
—Supongo...
—Lo que quiero decir —Yoongi fue directo al punto más importante, le miró con
seriedad y un aura familiar—, es que... Jungkook... debes recuperarte de esto si
le liberamos. Puede que no vuelvas a verla, pero ya no puedes desaparecer, ni
dejar de lado al mundo. Eres adulto.
El pelinegro se mordisqueó el labio en silencio. Respiró lentamente,
considerando bien su mensaje.
—Nada cambiará —se mintió a sí mismo.
Hoseok golpeó con los nudillos en la puerta trasera de la camioneta, ambos
alzaron la cabeza y se levantaron para ponerse en marcha.
—Como sea —bufó Yoongi, inclinándose para agarrar la caja de cristal—. Pero
no me pidas que esté ahí, si no estás dispuesto a superarlo. Soy tonto, Jeon,
pero no un imbécil.
Jungkook tragó saliva, le comprendió perfectamente. Su mentira no podía
creérsela ni él mismo. Yoongi tenía miedo de perder al Jungkook que conocía,
pero él también había mentido; por supuesto que le ayudaría, hasta el final.1
Hoseok abrió las puertas traseras del vehículo, y Jungkook saltó sobre el asfalto
para agarrar el borde de la caja que Yoongi comenzó a empujar. El castaño les
ayudó un poco, terminaron sacando el arcón con su ayuda y Jungkook y Yoongi
lo sujetaron por las asas.
—Cómo pesa esa cosa —exhaló Hoseok—. ¿Podréis sacarlo de ahí si lo llenáis de
agua?
—Sí.
—Sí —respondieron al unísono, por pura obcecación.
Hoseok arqueó una ceja.
—Vale, equipo de sustracción. Os acompañaré hasta la nave.
Los chicos cargaron el cofre de cristal por el interior de la nave, Hoseok caminó a
unos pocos pasos por delante de ellos, con la linterna de su teléfono iluminando
el camino, y comprobando que el almacén de aprovisionamiento se encontraba
completamente vacío. En la intersección de puertas, Jungkook desbloqueó la
entrada al edificio. Pasaron al interior, sus pisadas resonaron en el suelo.
Hoseok estaba a punto de regresar sobre sus pasos para volver al párking, pero,
a unos metros, frente a la puerta bloqueada que daba paso a la zona privada,
vislumbraron a un tipo de seguridad con un uniforme negro y un walkie talkie en
la mano.
—Mierda —masculló el castaño.
Les indicó con un dedo que se posicionaran tras unas gruesas columnas y,
Jungkook y Yoongi soltaron el arcón en el suelo con un jadeo.
—Jin me prometió que no habría seguridad en los alrededores —jadeó
Jungkook.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —murmuró Yoongi, con una fina capa de sudor bajo
el flequillo.
—Ese tipo sólo está dando vueltas afuera, no sabe lo que hay allí adentro —
expresó Hoseok, apoyándose en la columna con los brazos cruzados.
—Lo sabrá, si sacamos a Taehyung metido en esto —argumentó Jungkook,
masajeándose la frente—. Tenemos que distraerle. Tienes que quedarte aquí
con nosotros.
Hoseok descartó lo de vigilar la salida, y los jóvenes escucharon el plan que
Jungkook improvisó decididamente.
—Tendrás que distraerle, llevas un chaleco y una gorra del personal —Jungkook
le señaló con un dedo—. Yoongi y yo cargaremos con la caja, y entraremos en el
acuario.
Hoseok negó con la cabeza, mirando fijamente a Jungkook.
—No. No pueden verme a mí —negó con insistencia—. Créeme, Jungkook, yo ni
siquiera debería estar en la isla. Namjoon debe tener un póster con mi cara, al
que escupe con una cerbatana, en su suite de lujo.4
—Okay, ya lo hago yo —Yoongi se ofreció como voluntario, alzando una mano.
Jungkook le miró estupefacto.
—¿Qué? No, hyung-
—¿Sabes hablar con un poco de dialecto? —le interrumpió Hoseok, quitándose
la chaqueta de mantenimiento.
—Soy el rey del dialecto y la improvisación —declaró Yoongi con arrogancia—.
Además, ahí está la puerta del personal.3
Los tres dirigieron la cabeza a una puerta azul donde ponía «Limpieza». Yoongi
la empujó con una mano y encontró el resto de su disfraz de Halloween; nunca
se sintió tan inspirado como esa noche.
Instantes más tarde, Jungkook se pasó una mano por el cabello con nerviosismo.
Hoseok esperó a su lado tras una columna, asomando la cabeza para no
perderse su jugada.
El tipo de seguridad merodeaba tranquilamente cerca de la entrada, sus oídos
percibieron un silbido, un tarareo, una pegadiza melodía que le obligó a girar la
cabeza. Se topó con Yoongi, vestido con una bata azul, una gorra de
mantenimiento y una fregona muy fea en la mano.
—Eh, chaval —emitió el guardia—. ¿Se puede saber qué haces tú aquí?
Yoongi se detuvo en seco, levantó su gorra con un par de dedos y miró al guarda
de seguridad con una increíble perplejidad sacada de algún manual de
actuación.
—Pero ke dise.47
—¿Cómo has entrado? —dudó el guardia de seguridad, alzando ambas cejas.
—Nene, eske se ma derramao el tanke de loh erizoh —expresó Yoongi con una
extraña voz—. No vea la ke sa liao.50
—¿Disculpe?
El hombre le miró extrañado, posando una mano sobre el cinturón donde
guardaba el walkie talkie y el arma de servicio, mientras se preguntaba de
dónde diablos había salido un chico tan raro.
—De verdad, ke necesito ke me ese una manilla. Mi arma, ke ehtá to' lleno agua
—ingenió Yoongi con mucho arte—. ¡Y pensá que aún soy becario y no me han
serrao el contrato, dio mío de mi vida!24
—Joven, p-pero, ¿esos erizos se encuentran bien? —preguntó aturdido.
—Mire, no se lo quería desí, pero, ¡se man escapao todoh loh erizoh!
¡Ayúdeme!29
—S-sí, claro, de acuerdo —contestó el guardia, con un leve tic nervioso en el
párpado izquierdo—. ¿En qué zona están?
—¡Por aquí! —Yoongi salió disparado, con el tipo de seguridad pisando sus
talones—. ¡Tenga cuidao' que pinshan musho!15
No sabía a dónde diablos llevarle, pero con sacarle de allí para que los otros dos
pasasen de largo, tenía suficiente. Jungkook y Hoseok se mantuvieron tras una
de las esquinas, observando sigilosamente y aguantándose la risa.
—Cómo rima, joder, parece el dios del rap —carcajeó Hoseok en voz baja.21
Jungkook no sabía si reírse o llorar; estaban realmente en problemas.1
—Vamos, ¡se ha ido! —le avisó al castaño—. ¡Pasemos ahora!
Se agacharon para levantar el arcón, y Hoseok casi estuvo a punto de chillar por
el peso. Ambos cruzaron el pasillo, desbloquearon la puerta con la acreditación
secreta de Jungkook y pasaron al acuario.
—M-me voy a quedar sin brazos —se quejó Hoseok ahogadamente—. Esto pesa
u-una barbaridad..
Jungkook le animó mientras atravesaban el túnel de cristal situado en el fondo
del acuario. Llegaron junto al ascensor y pudieron permitirse descansar unos
instantes. Entre jadeos, el azabache pulsó el botón del elevador y se inclinó
sobre sus propias rodillas para tomar aire. Estaban cerca, muy cerca de
conseguirlo.
Apenas eran las once y media de la noche en ese momento. Esa sería la última
vez en la que Jungkook pensaba pisar aquel maldito lugar. Hoseok tragó saliva y
contempló el lugar, girando sobre sí mismo. Dio unos pasos hacia el grueso
cristal que dejaba ver el enorme acuario. El fondo se encontraba repleto de
plantaciones, hermosas decoraciones de roca, coral y otros materiales, no
obstante vacíos, yermos de vida.
—Joon... —murmuró Hoseok, liberando uno de sus pensamientos en voz alta—.
Cómo has podido llegar tan lejos...
Jungkook le miró de soslayo. Su compañero se lamentó por su amigo,
apreciando en silencio aquel palacio de cristal dedicado al mar. Frente al
océano, hundiendo sus barrotes con las mismas aguas saladas de un mar índigo,
como si pudiera compararse a ellas.
«¿Una cárcel o un santuario?», pensó Hoseok. «¿Qué tipo de amor u odio le
arrastró al que una vez fue su amigo a perpetrarlo?».
Capítulo 10: Corazón helado.
El ding del ascensor resonó en los oídos de los chicos. Jungkook y Hoseok
empujaron la caja hasta el cubículo, agradeciendo mentalmente que el espacio
fuese el suficiente como para que entrase horizontalmente.
—Démonos prisa —dijo Hoseok con seriedad—. Es mejor que no perdamos el
tiempo.
—Sí, llénalo de agua —requirió Jungkook con calma—, hay una manguera en las
duchas, podrás rellenarlo desde fuera. Yo entraré a por Taehyung.
—¿Así es cómo se llama? —formuló el castaño, advirtiendo que era la segunda
vez que mencionaba su nombre—. Es un buen nombre. No te preocupes, yo lo
llenaré.
Jungkook asintió con más confianza, miró a Hoseok de soslayo, sintiendo algo de
lástima. Estaba seguro de que era un buen tipo, a pesar de que no le conociera
demasiado. El ascensor se abrió de manera natural en la planta, Hoseok entró a
la sala y agarró el borde del arcón mientras Jungkook empujaba. La dejaron
frente a la puerta de las duchas, Hoseok entró para enganchar la manguera, y
Jungkook desbloqueó la puerta que daba paso a la superficie del acuario.
La ráfaga de aroma salado golpeó sus mejillas cuando entró al acuario, caminó
sobre la arena con las deportivas, pantalón vaquero azul oscuro y sudadera
ancha, con capucha. A través del cristal que le concedía vistas directas al mar,
sólo pudo ver olas encrespadas, lluvia salpicando el grueso vidrio y el gruñido de
las nubes tronando en la letanía. La luz artificial iluminaba la estancia allí dentro,
como si fuera un paraíso totalmente ajeno. Jungkook se aproximó a la orilla,
pisando con las deportivas la arena húmeda. Se acuclilló frente al agua y mojó
las yemas en la frío agua.8
En unos segundos más, el azabache siguió con los ojos la ondulación de una
cola, la llegada de una sombra silenciosa bajo el agua, aproximándose a la orilla.
Taehyung emergió del agua, con mechones azulados y trenzados bajo la
diadema desde la que colgaba su corazón de coral, más unos hermosos ojos que
se posaron sobre él. Parecía inquieto, tal vez un poco más nervioso de lo que el
pelinegro esperaba. Sus cejas estaban ligeramente inclinadas, a pesar de que
sus iris se iluminasen por volver a verle. Su rostro y hombros cubiertos de finas
gotas saladas que resbalaban sobre su piel.
—¿J-Jungkook? —titubeó.
La sirena extendió una mano y agarró la cálida y seca del humano. Piel contra
piel, a distinta temperatura. Jungkook estrechó levemente la suya.
—Vamos a sacarte —enunció el joven con voz grave—. ¿Estás preparado?
Taehyung asintió con la cabeza.
—No tengas miedo —le reconfortó Jungkook—, todo saldrá bien.
—No tengo miedo, si es contigo —contestó Taehyung.17
Sus palabras empujaron a Jungkook con un chorro de afecto que atravesó su
pecho. Apretó su mano y entrecerró los párpados, antes de escuchar la voz de
Hoseok desde la sala. El castaño insistió en que no se demorase. En el cuarto de
baño, cerró el grifo de agua, y en la sala, se agachó para arrastrar el pesado
arcón por el suelo, con extrema dificultad. No tardó demasiado en rendirse, él
estaba demasiado flacucho como para aguantar todo ese peso.
Fuera de la sala, Jungkook se incorporó y profundizó en la orilla con unos pasos.
El agua rebasó sus zapatillas deportivas, mojando hasta sus calcetines. El joven
se acuclilló muy cerca de la sirena y extendió los brazos en su dirección.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello —solicitó.
Taehyung le observó con curiosidad, obedeció al chico y envolvió sus hombros
con ambos brazos. Uno de los de Jungkook rodeó su cintura, y el otro restante
pasó por debajo de su cola sumergida, mojándose hasta la sudadera. El peliazul
percibió la calidez humana a través de la ropa seca de Jungkook, la cual se
humedeció cuanto trató de levantarle con cuidado.
Jungkook tenía suerte de estar en buena forma, ya que Taehyung pesaba fuera
del agua mucho más de lo que aparentaba. Dentro de ella podía moverse como
la criatura más ágil y desgarbada del océano, pero en el exterior, su cola celeste
era enorme y musculosa, y puede que se atribuyese más de la mitad de su peso.
Cuando el pelinegro se incorporó con la sirena en brazos, el agua goteó de sus
cuerpos y sus rostros se encontraron a unos centímetros del otro. Compartieron
una mirada significativa, un lazo íntimo e invisible, en silencio. Jungkook no
pudo evitar recordar cuáles fueron las últimas palabras que compartieron, su
«confesión», y la ingenuidad y sorpresa de los iris de Taehyung.5
Para la sirena, era la primera vez que se encontraba fuera del agua de esa
forma. La última vez fue en una red que quemó su piel y escamas. Pero ahora se
hallaba sobre tierra, a voluntad, y en los brazos de alguien, que le miró y cargó
con una delicadeza como si fuera algo frágil. Taehyung se sintió tan extraño, tan
cálido y halagado, que volvió a presentir aquel pulso que durante varias noches
seguidas le hizo tanto daño. Sintió tanto pavor, que deseó que no se extendiese
y escondió la cabeza en el cuello de Jungkook como si fuera un refugio capaz de
protegerle de sus ojos marrones y vibrantes.
Los pasos del chico le dirigieron hacia la sala. La sirena apretó los párpados e
inhaló el singular aroma del humano. Para Taehyung, Jungkook siempre olía a
sal, siempre vestía un traje de neopreno y su temperatura era semejante (tal vez
unos centímetros por encima) a la del agua. Pero en esa ocasión había algo más;
un tenue perfume a salvia y madera, un olor herbal. Ropa seca contra su piel
mojada, brazos cálidos sujetándole firmemente. Un corazón caliente palpitando
contra su pecho, bajo la sudadera. Pensó que su latido era agradable, similar a
ese pulso que había escuchado en las ballenas blancas del Mar del Este, con las
que cada equinoccio jugaba.1
Jungkook entró en la sala, le cargó hasta el arcón de cristal. Sus ojos estaban
entrecerrados, el aturdimiento que le provocaba Jungkook había amansado sus
sentidos, no obstante, su vello se erizó súbitamente y sus escamas se volvieron
puntiagudas por la presencia de una tercera persona. Un humano. Un
desconocido al que su instinto identificó. El recuerdo de la red clavándose y
marcando su piel regresó a él de una bofetada. Sus ojos se abrieron con un
extraordinario pavor, Taehyung irguió la cabeza, sus iris heterocromáticos se
posaron sobre el chico. Él. Él y el equipo de expedición que le atraparon.
Aquel día cobró vida ante sus ojos, sangre, salitre, y hojas punzantes arañándole
fuera del agua, para que permaneciese quieto. Para que agachase la cabeza
como una cría marina demasiado asustada para defenderse.
Una sensación fría y electrizante recorrió sus venas, elevando su adrenalina
como la espuma. Le odiaba. Odiaba a los humanos. Les odiaba más que a nada.
Les habían hecho daño, a él y a su nido. Taehyung se contrajo y saltó de los
brazos de Jungkook con un bufido. Al joven casi se le escurrió de los brazos, su
fuerza le hizo caer hacia atrás. Los dientes de Taehyung se volvieron púas, sus
globos oculares tan negros como la noche, sus finas uñas se curvaron como una
feroz bestia.
Hoseok se quedó paralizado, cayó bajo el peso de la sirena y recibió un mordisco
en el antebrazo, seguidamente otro en el hombro, tratando de quitárselo de
encima con un quejido ahogado. Su ropa se llenó de sangre aguada, el sonido
gutural de Taehyung resonó en sus oídos como el de un perro rabioso. La ira
corrió por las venas de la sirena.
Jungkook jadeó, sin comprender cómo diablos habían llegado a eso.
«¿Ese era Taehyung?», se preguntó asustado.
Se incorporó precipitadamente y se lanzó sobre su espalda para detenerle, la
sirena reaccionó con agresividad, pero Jungkook tiró de ella para liberar a
Hoseok. El castaño yació en el suelo bocarriba, impactado, jadeante y aturdido
por los mordiscos y su previa caída.
—¡Taehyung! ¡Taehyung, detente! —gritó Jungkook.
La sirena se retorció, liberándose de su agarre, clavó sus ojos negros sobre
Jungkook como si se tratase de un desconocido. El pelinegro quedó de rodillas
en el suelo, alzó ambas manos en son de paz y contuvo su propio aliento.
Taehyung le dedicó un bufido de rechazo, un gruñido amenazante. Jungkook
nunca antes le vio así; parecía una criatura salvaje, de hermosa ferocidad y difícil
clemencia.
—P-por favor... —jadeó Jungkook lentamente—. Taehyung... Tae, soy yo, ¿de
acuerdo? Sigo siendo yo...
Taehyung redirigió su atención hacia Hoseok, quien yacía tras Jungkook en el
suelo. Su quejido y el olor de su sangre atrapó la atención de la criatura, quien le
miró con sublevación. El pelinegro permaneció estático, observando su interés
por el catalizador de su repentina ira. Permaneció como un muro humano entre
ambos, con la furiosa sirena a unos metros de ellos.
—Hoseok —musitó Jungkook, mirándole de soslayo, sin moverse—. Hoseok,
¿estás bien?
—S-sí... tengo varios... —Hoseok respiró entrecortadamente, llevándose una
mano al hombro para taponar la hemorragia—. Me ha mordido en...
El peliazul volvió a gruñir por el sonido de su voz, su excitación se incrementó
brevemente, mostrando unos peligrosos colmillos y un rostro colmado de
cólera.
—Sshh, sshh, Tae —murmuró Jungkook, mirándole de nuevo—, tranquilo. No va
a hacerte daño. Él vino conmigo para ayudarte.
Taehyung le miró como si no pudiese comprender su idioma. El corazón de
Jungkook latía desbocado, tenía la boca amarga intuyendo que la sirena había
identificado a Hoseok como uno de los participantes de su caza.
—Para ayudarnos —prosiguió el azabache con voz conciliadora—. Vamos a
sacarte de aquí. Quieres volver a nadar en mar abierto, ¿verdad?
Jungkook se levantó lentamente con la intención de aproximarse, Taehyung le
gruñó. Sin embargo, él continuó avanzando muy despacio, con una voz cálida y
una presuntuosa calma que cegaba su auténtica inquietud por la reacción de la
sirena. No temía ver a Taehyung como lo que era (una criatura salvaje), pero sí
temía que le rechazase, que rehusara volver a acercarse a él o llegase
repudiarle. No podría vivir con eso.
—Sabes que yo nunca te haría daño —continuó Jungkook con nobleza,
entrecerrando sus párpados—. ¿Recuerdas lo que te dije que sentía por ti? Tal
vez nunca puedas comprenderlo, pero, piensa en el mar, como yo pienso en ti...
y volverás a casa muy pronto.5
Taehyung se volvió silencioso, sus colmillos asomaban por debajo de sus labios
como los de un felino confundido. Le miraba fijamente, como si estuviese
escuchando un insólito mantra.
«Jungkook pensaba en él, como él en el mar», recapacitó gradualmente,
sintiéndose muy extraño.
Se aproximó un poco más a la sirena, ella percibió la cálida aura humana y
mortal del chico. Los ojos de Taehyung abandonaron paulatinamente el negro
oscuro que preponderaba en sus globos oculares, sus iris dilatados yacieron
sobre Jungkook, su cuerpo retrocedió reptando sobre el suelo, golpeando con la
cola levemente con una señal de nerviosismo.
—Ya está, ¿vale? —murmuró el joven—. No va a pasar nada, vamos a salir de
aquí. Todo va a salir bien.1
Taehyung le miró en tensión, alzando un muro invisible entre ellos que
renegaba su contacto. Sus pupilas dilatadas fueron de soslayo hasta Hoseok,
quien había logrado incorporarse hasta quedar sentado, e intentaba anudar el
profundo mordisco en su brazo con una pequeña toalla.
—Está rectificando, Tae. Me ha traído hasta aquí para ayudarte —musitó
Jungkook frente a la sirena—. Confía en mí. ¿Crees que yo podría lastimarte?
El peliazul tragó saliva, sintiendo un nudo en su garganta, sus iris regresaron a
Jungkook en una oleada de compasión. Sus ojos se volvieron vidriosos por el
arrepentimiento, recubriéndose de una fina película formada por las valiosas y
brillantes lágrimas de su especie.
Jungkook supo identificar la expresión de su rostro, ese helado corazón
resquebrajándose y ofreciéndole la oportunidad de entrar justo en ese
momento. El joven extendió las manos y tomó su rostro con delicadeza.
—Eh, no pasa nada —dijo en voz baja—. Estoy aquí, no me voy a ningún lado.
—L-lo siento —musitó la sirena—. N-no quería hacerte daño.
Su perdón llenó a Jungkook de afecto. «Sabía que Taehyung reaccionaría».
—No importa —murmuró cálidamente.
De rodillas, soltó su rostro con delicadeza y vislumbró a Taehyung temblar como
nunca lo había hecho. Inesperadamente, el sonido del ascensor sonó tras ellos.
Las puertas se corrieron hacia ambos lados, y Yoongi se detuvo en el marco, con
los ojos muy abiertos. Se quitó la gorra con unos dedos y les miró atónitos:
Hoseok se encontraba herido y sentado en el suelo. Jungkook de rodillas, frente
a una criatura de resplandeciente cola azul y cabello cobalto que pareció
inquietarse por su llegada.
Estaba a punto de lanzarles por qué diablos se tardaban tanto, pero cuando vio
la escenita, ni siquiera pudo juntar las suficientes palabras.
—P-pero, ¿qué...?
Hoseok exhaló una sonrisa débil, por la pérdida de sangre y el efecto del
mordisco.
—¿Y el guardia? —preguntó Jungkook, sin moverse.
Yoongi señaló con un dedo pulgar hacia atrás y sostuvo el walkie talkie del tipo
en su mano derecha.
—Pues, verás; le golpeé en la cabeza con la fregona, después le encerré en el
cuarto de la limpieza —sacudió el dispositivo como si fuera un trofeo—.
También le quité esto, ¿os gusta mi nuevo cachivache? Acabo de pedirle a un tal
Mike que ponga K-pop en la emisora. ¿Queréis escucharla?20
Jungkook apretó los párpados cuando Yoongi pulsó el botoncito, una pegadiza
melodía comenzó a sonar en la silenciosa sala.18
«Bendito Yoongi y sus improvisaciones», se dijo.1
Taehyung parpadeó cómicamente, preguntándose si ese era el familiar de
Jungkook.
—C-creo que tenemos poco tiempo para salir de aquí —expresó Hoseok con voz
ronca—. A-a no ser que... queráis que los cuatro acabemos en una pecera de un
metro cuadrado...
—Pues ahora que lo dices, no me apasiona demasiado la idea —dijo Yoongi
arrugando la nariz.
—A mí tampoco —suspiró Jungkook—, salgamos de aquí. Yoon, ayuda a
Hoseok, tiene otra herida en el hombro —organizó la situación decididamente—
. Yo meteré a Taehyung en el arcón.
Yoongi atravesó la sala, echándole una miradita de soslayo a la sirena, cuyos
singulares iris se clavaban sobre él, mientras envolvía los brazos alrededor del
cuello de Jungkook con recelo. Yoongi sacudió la cabeza y se inclinó junto a
Hoseok, ayudándole a levantarse.
—¿E-estás bien? —dudó brevemente.
—He tenido momentos mejores —contestó el castaño entre dientes,
levantándose con su ayuda.
Yoongi miró por encima el desgarro de su hombro, la camisa de flores estaba
rasgada, manchada, sobre la piel llena de sangre.
—Joder, dime que esto no es como en The Walking Dead —masculló Yoongi—.
¿Te vas a convertir en una sirena?20
Hoseok soltó una carcajada silenciosa.
—Lo dudo, p-pero sí voy a comenzar a alucinar cosas dentro de unos minutos —
jadeó el joven con una sonrisa, como si no tuviera mayor importancia—, a-así
que será mejor que salgamos de aquí antes de que comience a gritar que tu cara
es como la de un pulpo.2
Mientras Hoseok sudoroso colgaba un brazo por encima de los hombros de
Yoongi, Jungkook cargó a Taehyung hasta el arcón de cristal. Lo dejó en el agua
con cuidado, comprobando que tenía el tamaño perfecto para Taehyung. La
longitud de su cola entraba sin problema y sin que tuviera que flexionarla. El
pelinegro expresó que debía cerrar la cubierta para su seguridad. Agarró la tapa
y cerró la bisagra, verificando el hermetismo de la caja. La oportuna rejilla
permitiría que el agua se oxigenase sin mayor problema.
Antes de incorporarse, Taehyung y él se miraron un instante. Jungkook creyó
que lo más difícil ya había pasado, pero aún quedaba algo mucho peor para él.
Tener que despedirse.
—Vamos, salgamos de aquí cuanto antes —solicitó al levantarse.1
Jungkook advirtió el mal estado de Hoseok, quien palidecía volviéndose
sudoroso. El castaño se apartó de Yoongi alegando que no necesitaba ayuda,
Yoongi dudó un instante, pero sabía que sacar el arcón de allí era más
importante. Jungkook y Yoongi agarraron la caja de cristal por las asas de ambos
extremos, levantaron el pesado arcón y se introdujeron en el ascensor con
Hoseok.
Bajaron desde la sala del personal a la diminuta sala inferior y atravesaron
rápidamente el túnel de cristal.
—E-esperad —jadeó Hoseok, asomándose en el exterior primero—. No hay
nadie, ¡vamos, vamos!
Los chicos siguieron sus indicaciones, atravesaron el rellano de las instalaciones
soportando el peso de la caja (que parecía pesar una tonelada rellena de agua y
con una sirena), y pasaron a la oscura nave de almacén. Hoseok utilizó su
teléfono una vez más como linterna, escuchando el jadeo del esfuerzo de sus
compañeros, aceleró sus pasos sintiéndose mareado por el efecto de los
mordiscos. En unos minutos más, llegaron al exterior de los almacenes, se
aproximaron a la furgoneta estacionada y posaron el arcón de cristal sobre el
suelo, inclinándose sobre las rodillas para tomar aire.
—Por el amor de dios —se quejó Yoongi—, nadie me dijo que l-las sirenas
estaban hechas de cemento. Aunque claro, tampoco me dijeron que existían
fuera de los cuentos.
Jungkook se apartó el sudor de la frente con una manga, una tenue llovizna
golpeó contra el cristal de la caja. Él se acuclillo jadeante y posó una mano sobre
la cubierta.
—¿Estás bien? —le preguntó a Taehyung.
La sirena asintió con la cabeza, sus ojos se encontraban muy abiertos, con una
mezcla ambivalente de curiosidad y cierto temor por encontrase lejos de su
zona de confort. El cielo estaba grisáceo, las nubes compactas se fraccionaban
por la lluvia y un fuerte trueno resonó sobre sus cabezas, volviendo más densas
las gotas que se derramaban desde el cielo.
Jungkook percibió que algo no iba del todo bien cuando Hoseok tardó tanto en
desbloquear las puertas del vehículo. Él giró la cabeza y le vio desplomarse
contra el cristal, jadeando con esfuerzo y un extraño rostro repentinamente
enfermizo.1
—¿Hoseok?
—E-estoy bien. N-no, no... os preocupéis por mí...
El pelinegro fue hasta él, con Yoongi pisando sus talones bajo la lluvia. Jungkook
agarró la llave del coche, que casi se escurría entre los dedos de un Hoseok
indispuesto.
—Yoon, tendrás que conducir tú —delegó Jungkook, ofreciéndosela a su
amigo—. No puede manejar así. Metamos a Taehyung atrás primero.
—L-lo siento —exhaló Hoseok volviéndose ojeroso bajo la lluvia.
Yoongi asintió, y sin mayor problema, desbloqueó la furgoneta y se guardó la
llave unos instantes en el bolsillo de su pantalón.
—Siéntate de copiloto, tío —le aconsejó Yoongi a Hoseok, dejándole una tenue
palmadita en la espalda—. Tu cara está horrible, en serio.
Hoseok rodeó el coche con debilidad, abrió la puerta de copiloto y se dejó caer
en el asiento. Ni siquiera tuvo fuerza para ponerse el cinturón de seguridad tras
cerrar su puerta, mientras los otros dos abrían el compartimento trasero y
metían el arcón con la sirena adentro.
Jungkook se quedó en la parte de atrás cuando Yoongi salió, cerró las puertas y
se sentó junto al arcón. Yoongi dio la vuelta a la furgoneta rápidamente y entró
en el auto, sentándose de piloto. Introdujo las llaves y prendió el motor que
resonó en mitad del silencioso párking bajo una lluvia que comenzaba a volverse
densa.
—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Yoongi arrancando el auto.
—S-sal de aquí —respiró Hoseok, agarrado al cinturón desabrochado con una
sola mano—. Es lo principal.
—Tienes que vendarte esa mierda —refunfuñó Yoongi, mirándole de soslayo.
—Izquierda —apuntó Hoseok con un dedo—, toma la autovía, saldremos de la
ciudad más rápido.6
Yoongi siguió sus indicaciones, salió del recinto turístico y el acuario de Geoje
quedó a sus espaldas en menos de un minuto.
En la parte trasera, Jungkook abandonó el asiento metálico y se arrodilló frente
a la caja de cristal, pasó los dedos por la cubierta y abrió la bisagra metálica,
para destapar el arcón. La tenue luz artificial proveniente de las ventanillas
delanteras, le arrojaron la luz suficiente para poder ver a la sirena.
—Mejor así —musitó Jungkook, evitando su sensación de sentirse atrapada en
un pequeño cubículo.
Taehyung se incorporó en el interior del arcón, se sentó y llevó sus manos al
borde, salpicadas de resplandeciente purpurina casi imperceptible en la
penumbra. Jungkook le observó en silencio, la sirena giró la cabeza hacia los
asientos delanteros con inquietud, casi como un tic nervioso. Volvió a mirar de
soslayo al pelinegro, mientras Jungkook se sacaba la sudadera húmeda y calada.
—Estoy helado —alegó, quedándose en manga corta y apartando la prenda.
La sirena no dijo nada, pero Jungkook percibió que sus hombros temblaban
levemente, así como los dedos con los que se agarraba al borde.
—¿Tienes frío?
Taehyung asintió y abrazó sus propios brazos húmedos. Otra vez, «aquella
sensación». Como un tirón en su pecho, dolor de escamas y miedo. Mucho
miedo.
—E-el agua está... fría...
—Jungkook, no puedo manejar hasta la costa ahora —la voz de Yoongi le
alcanzó desde la parte delantera—; hay tormenta y Hoseok está empezando a
decir cosas muy raras.1
Otro trueno resonó sobre ellos, iluminando la oscura carretera de asfalto bajo la
lluvia.
—El Kraken... v-vendrá a cobrarse nuestra vida... —soltó Hoseok en un estado
delirante—. S-se tragará la isla...22
—¿¡Qué dices!? ¡¿Un Kraken!? —chirrió Yoongi, tratando de no dejar de mirar
la carretera mientras conducía—. ¡No me mudé a esta maldita isla para ser el
aperitivo de un calamar gigante!5
—Está alucinando —declaró Jungkook con voz grave—, es producto de los
mordiscos, Yoon. Tal vez tenga fiebre.
—Fantástico —gruñó su compañero apretando el volante entre los dedos—.
¿Qué hacemos?
Jungkook miró a Taehyung de soslayo, encontrándole repentinamente pálido.
—¿Tae? —pronunció inclinando la cabeza—. ¿Estás bien, qué sucede?
Taehyung no dijo ni media palabra, pero gimió cuando Jungkook le tocó con una
mano cálida de dedos fríos.
—¿Es por el agua dulce? —dudó Jungkook, sin saber muy bien que pensar.
Taehyung negó con la cabeza, se agarró al borde retorciéndose. El agua del
arcón se derramó por su movimiento sumado al giro de volante de Yoongi.
—Eh —exhaló Jungkook, requiriendo su atención—. Tae, dime, ¡dime! ¿¡qué
sucede!?
La sirena apretó los párpados, sintió una fuerte náusea que estranguló su
garganta. Pensó que estaba ahogándose por el aire, pero tal vez era el agua.
Quizá no era nada. ¿Sus pulmones estaba tratando de funcionar?
—¡Tae! —Jungkook levantó su voz, posó las manos en el borde del arcón,
mirándole muy asustado.
Yoongi orientó el espejo retrovisor para mirarle.
—¿Jungkook? ¿qué pasa?
Taehyung tosió entrecortadamente, con las manos en la garganta. Jadeó o
intentó hacerlo perdiendo la fuerza de su cuerpo y sintiendo como si su piel
ardiese en el agua. Se quejó como si algo le estuviese hiriendo, sus ojos se
llenaron de lágrimas, sus oídos comenzaron a bombear con fuerza el pulso de
algo proveniente de su pecho.
Jungkook zarandeó sus hombros, para que reaccionara.
—Por favor, dime qué sucede, ¿¡qué ocurre!?
—E-el agua —lloriqueó Taehyung fugazmente—. M-me quema...
—¿El agua? —repitió el pelinegro.
Los iris del humano comprobaron el agua, introdujo una mano; estaba fría, una
temperatura normal.
—Hoseok —requirió la atención del castaño—. ¿El agua dulce le hace daño a las
sirenas?
Hoseok estaba demasiado enfermo a esas alturas como para poder responderle,
se escurrió levemente sobre el asiento, con los ojos entreabiertos, dejándose
llevar por los suaves movimientos de la conducción temeraria de Yoongi.2
Taehyung comenzó a retorcerse como si le hirviesen, su cuerpo convulsionó con
un jadeo enfermizo. Jungkook trató de sujetarle, pensó en sacarle de alguna
forma, desesperándose. Súbitamente, advirtió el cambio de temperatura de la
sirena. Era alto, como el de una repentina fiebre. El agua comenzó a producir un
extraño burbujeo. ¿Estaba envenenada? ¿Estaba matándole?
—Yoongi, ¡detén el auto! —vociferó Jungkook—. ¡Detente, ahora! ¡Tenemos
que sacarle del agua!
Yoongi negó con la cabeza, pegó otro volantazo que casi movió la caja de cristal.
La cabeza de Hoseok rozó su brazo derecho mientas conducía.
—D-detén el puto vehículo —jadeó Hoseok en un rayo lucidez—, capullo.
—Estamos cerca, muy cerca.
—¡Dijiste que no iríamos a la costa! —gritó Jungkook desde atrás, realmente
desesperado.
—Y no iremos —decretó Yoongi con seguridad—. Él está convulsionando, y este
de aquí desangrándose. Vamos a casa.3
Jungkook apretó la mandíbula, con la respiración agitada. Agarró la mano de la
sirena y le suplicó que aguantase.
—E-el agua dulce no les hace daño... s-sigue siendo agua... —musitó Hoseok
desde su asiento, sudoroso y débil.
—Taehyung —repitió Jungkook en voz baja, mientras la tormenta exterior
retumbaba en sus oídos—. Tae, aguanta, por favor.
*
Yoongi estacionó la furgoneta frente a su casa. En algún punto del viaje,
Taehyung perdió la consciencia. Hoseok aguantó como un guerrero, a pesar de
lo enfermo que se sentía. En sus ojos, podía ver escarpadas olas del mar
tragándose la carretera, y Yoongi tenía tentáculos alrededor del volante en lugar
de dedos.
El piloto salió disparado del auto sin cerrar la puerta, y no tardó más de unos
segundos en abrir el compartimento trasero, para ayudar a Jungkook a cargar a
la sirena. No se molestaron en sacar el arcón de cristal, bajo la furiosa tormenta
sacando su cuerpo inanimado y se dirigieron hacia la puerta de la casa.
—Está ardiendo —jadeó Yoongi, dejó su cola sobre el suelo para desbloquear la
puerta, y seguidamente pasaron.
—A la bañera —indicó Jungkook rápidamente—. Necesita refrescarse.
Ambos entraron en el cuarto de baño, colocaron a Taehyung en el interior de la
bañera cuidadosamente. Su larga cola quedó fuera de esta, colgando por
encima del borde. Jungkook agarró la alcachofa y abrió el grifo para refrescar
superficialmente la piel de Taehyung. Sin embargo, no reaccionó, ni siquiera se
movió.
—¡H-Hoseok se ha quedado en la furgoneta! —reaccionó Yoongi rápidamente,
alzando la cabeza.
—Ve a por él —sugirió Jungkook sin mirarle.
Su compañero desapareció de allí, Jungkook se inclinó para taponar la bañera y
rellenarla de agua fresca. Sentía las manos heladas, las zapatillas caladas y el
pantalón vaquero pegado a sus piernas, pero no le importaba.
«Taehyung había dicho que el agua le quemaba», pensó ágilmente. «Pero él
estaba seguro de que era su piel lo que quemaba, no el agua».
Jungkook rellenó la bañera hasta el torso de Taehyung, cerró el grifo y regresó
hasta la sirena, sujetando su rostro y hablándole con suavidad.
—Tae, por favor —murmuró, escuchando la lluvia golpear la ventana—.
Quédate conmigo, regresa...
La sirena no abrió los ojos ni reaccionó durante largos segundos, se encontraba
sumergida en una fuerte fiebre que abrasaba su piel y oprimía su garganta.
Estaba inmóvil, dejándose llevar por una única sensación: sus venas le
abrasaban en cal viva. La insistencia de la suave voz de Jungkook le atrajo hasta
una horrible orilla, donde sus escamas deseaban desprenderse de su cola.
De repente, abrió los ojos rojizos, empañados como el cristal, de dolorosos
globos oculares. Jungkook sintió un miedo que le recorrió su espina dorsal.
Taehyung comenzó a respirar con un sonido dificultoso y enfermizo.
—Tae... —le llamó con suavidad.
—T-tengo... f-frío... —confesó Taehyung asustado, percibiendo nuevamente
aquella horrible y desconocida sensación.
Jungkook pensó que su temperatura era demasiado elevada como para sentirlo,
sin embargo, la siguiente pregunta de Taehyung le partió el corazón.
—¿Voy a morir? —jadeó con debilidad.
El joven se inclinó y sacó sus deportivas, flexionó una rodilla y entró
cuidadosamente en la fría bañera, dejándose inundar por el agua helada. Se
sentó tras su espalda, abrazándole para que no temiera.4
—No —contestó sin lugar a dudas.
La fría agua caló hasta sus huesos, pero la intensa temperatura de la sirena
actuó sobre su ropa en un extraño contraste.
«No sabía por qué estaba sucediendo eso, pero no iba a dejarle ir», se dijo
Jungkook. «No pensaba dejar que tuviese miedo».
Yoongi dejó que Hoseok se derrumbara sobre el sofá, sin demorarse regresó al
cuarto de baño y se detuvo en el marco de la puerta, encontrándole.
«Sabía que haría algo así», pensó Yoongi con pesar. «Igual que con aquel
maldito delfín».10
—No tengas miedo —murmuró Jungkook, estrechando a la sirena—. Todo va a
salir bien. Estoy aquí, contigo.
Taehyung comenzó a temblar en sus brazos, Jungkook reparó en su enfermiza
respiración, cayendo en la cuenta de que era la primera vez que respiraba de
esa forma. Pero lo peor estuvo por llegar, cuando, de repente, las escamas de su
cola comenzaron a desprenderse. Se deshicieron como si su cola estuviese
bañándose en ácido, fue tan horrible que el agua se tornó en un tono rojizo.27
Yoongi se quedó paralizado, horrorizado. Jungkook comenzó a llorar, le suplicó
que no le abandonase. Yoongi salió corriendo hacia la bañera, agarró uno de sus
brazos y le pidió que saliera del agua, pero Jungkook no le hizo caso, ni siquiera
le escuchaba.14
La criatura de la que se había enamorado estaba deshaciéndose en sus brazos,
¿qué tipo de cruel destino era ese?15
—Jungkook, por favor, sal del agua —repitió Yoongi—. Esto no puede ser bueno,
¡está...!
Jungkook apretó con más fuerza a Taehyung, sin soltarle. No pensaba moverse.
No le importaba morir con él, allí mismo.21
—Dios, ¡no! —jadeó Yoongi, alejándose unos pasos—. No puedo ver esto, n-no
puedo...
Hoseok llegó hasta el cuarto de baño lentamente, tambaleándose, apoyándose
en la pared del pasillo, viéndose arrastrado por sus gritos. Vio la escena desde el
marco de la puerta y sostuvo su respiración. Yoongi cayó de rodillas al suelo y
bajó la cabeza, no podía seguir mirando. Jungkook apretaba los párpados,
sosteniendo a la sirena mientras su cola se deshacía como el papel aguado.1
Un horrible rastro sangriento se diluyó en el agua, sus aletas azules
desaparecieron, su cola se hizo mucho más pequeña, la carne se separó y se
volvió piel mientras todos lo ignoraban. Hoseok no podía apartar la mirada, el
mundo se difuminaba alrededor por los mordiscos de sirena y la pérdida de
sangre, pero permaneció allí, contemplando la escena.
Nunca había visto a alguien aferrarse así a algo; acababa de conocer a Jungkook,
pero le dolía verle de esa forma, contemplando como su corazón era destrozado
de una manera tan macabra. Sin embargo, Taehyung dejó de sufrir. No volvió a
sentir nada más. Ningún dolor.
Respiró plácidamente, con los pulmones doloridos y entre los brazos de alguien
más. El oxígeno manteniéndole con vida, el agua fría envolviendo su cuerpo
desnudo, y unas lejanas voces que no pudo reconocer en la distancia.
—J-Jungkook... sal del agua... —repitió Yoongi—. Por favor...
Hoseok se aproximó al borde de la bañera, pestañeando. Tocó el hombro del
chico para acallarle. Sus alucinaciones persistían, ¿o creía estar viendo lo que
realmente veía?
—Son piernas —pronunció Hoseok sin poder creérselo ni él mismo.65
—¿Q-qué? —Yoongi alzó la cabeza.
Jungkook abrió los ojos al escucharle, lo supo entonces; Taehyung estaba
respirando, su pecho palpitaba bajo sus brazos. Tenía pulso desde hacía unos
minutos. Le había apretado con tanta fuerza, que sus brazos se habían dormido
y apenas lo había notado.
En el otro extremo de la bañera, un par de piernas desnudas bajo el agua, sin
escamas, de un suave tono canela asomando unas finas rodillas en la superficie.
Su cabello azul parecía estar destintándose a un incierto rubio pálido, y
manteniéndose inconsciente entre los brazos del azabache, la alta temperatura
de su cuerpo comenzó a descender poco a poco.
Capítulo 11: Un par de piernas.
«Boom, boom», Taehyung abrió los ojos lentamente.10
La luz dorada de la mañana se derramaba desde la ventana, incidiendo en el
interior de una habitación. Sus pupilas se enfocaron poco a poco hasta
encontrar la nitidez. Durante un segundo, creyó escuchar el sonido de las olas.
Pero no fue otra cosa que su respiración acompasada. La extraña sensación de
la gravedad se hizo presente, no se encontraba sumergido en agua, sino
tumbado sobre un mullido colchón, con una fina sábana azul oscura
cubriéndole. Giró la cabeza lentamente y observó las paredes de madera
recubiertas de adornos marinos; unas estrellas de mar falsas, un cordel del que
colgaban fotografías y lo que parecían diminutas bombillas apagadas. El techo
era cuadrangular, con la otra mitad inclinada diagonalmente, donde se
encontraba la ventana. Taehyung parpadeó, vislumbró un pequeño escritorio,
una silla giratoria frente a este, un ordenador portátil cerrado y ropa doblada
sobre la mesa.
«¿Ese era el olor de Jungkook?», se preguntó un instante, percibiendo
fugazmente el aroma de la almohada.
Miró sus propias manos: estaban secas, los dedos carecían de membranas. Eran
distintas. ¿Ese también era su cabello seco? Por la forma de deslizarse entre sus
yemas, pensó que parecía sedoso. Pero comenzó a asustarse por no vislumbrar
ninguna fuente de agua cerca; sin su elemento, moriría. Las sirenas siempre
sufrían una rápida deshidratación.
Cuando se giró hacia el otro lado con nerviosismo, se topó con Jungkook. Él se
encontraba sentado en una silla, con los brazos apoyados sobre el colchón y la
cabeza recostada sobre estos. Una de sus mejillas estaba aplastada, sus
rasgados ojos cerrados y cubiertos por pestañas negras.
«Boom, boom», su corazón resonó en su pecho. Taehyung se llevó las manos al
punto exacto por encima de su tráquea. ¿Sus pulmones funcionaban? ¿Era eso
un corazón? ¿Por qué estaba lejos del agua? De alguna forma, su pavor se vio
disparado por un pistoletazo. Entró en pánico, nadie le había enseñado a
respirar con pulmones. ¿Por qué se sentía tan liviano fuera del agua? ¿Dónde
estaban sus escamas? ¿Qué era eso que se movía bajo la sábana?17
Jungkook se despertó rápidamente, alzó la cabeza y pestañeo desorientado con
ojos cansados. El jadeo del chico se volvió extraño, entrecortado.
—¿Tae?
Jungkook clavó los codos en la colcha y atrapó sus manos, atrayendo su
atención.
—Eh, Tae, tranquilo —le dijo con suavidad—. Estás en mi dormitorio, no pasa
nada.
Taehyung le miró como un cordero degollado. Contuvo su respiración
enfermiza, mareándose y asustándose por la repentina necesidad de sus
pulmones. Jungkook percibió su molestia rápidamente.
—Inspira por la nariz, despacio —aconsejó, estrechando una de sus manos—.
Mírame, sólo mírame a mí. Expulsa el aire por la boca.21
Taehyung siguió sus indicaciones lentamente, con los ojos empañados.
Jungkook notó el temblor de sus dedos bajo su agarre, debía estar muy
asustado. Pero fue aún peor cuando Taehyung vio que la sábana se había
apartado por su previo movimiento, dejando a la vista un par de extremidades
que nunca antes había visto. Cuando no pudo ver su cola azul, sintió tanto
pánico que se inclinó hacia Jungkook para refugiarse en él.
—¿Q-qué me está p-pasando?
Jungkook le meció un instante, pasando una cálida mano por su espalda. El
chico se agarró con unos fuertes dedos a su grisácea y cálida sudadera,
enterrando su nariz junto a la nuez de su cuello.
—Son piernas —respondió el azabache en voz baja—, tranquilo.
Taehyung derramó unas cuantas lágrimas casi ahogándose, Jungkook las apartó,
su brillo seguía pareciendo mágico. Sujetó su mentón y le obligó a que volviese a
mirarle a los ojos.
—Inspira por la nariz, así —él inhaló profundamente, mostrándole cómo debía
hacerlo—. Después, exhala —continuó soplando entre sus labios.
Tras unos segundos, Taehyung volvió a tomar el control de su respiración, con
las pestañas húmedas.
—No pienses en que estás respirando —prosiguió Jungkook—, tu sistema de
respiración de branquias funciona similar a los pulmones —uno de sus dedos
pulgares acarició discretamente un punto de la base de su cuello, Taehyung se
encogió un instante—. Sigue aquí, no se ha ido.
La sirena llevó las yemas a ese lugar y detectó las ranuras de su piel. Por suerte,
sus branquias no parecían haberse marchado, era la única zona donde algunas
de sus escamas celestes persistían, recubriéndolo. Jungkook pensó en que tal
vez podía ocultarlo si utilizaba cuellos altos, el cuello de una sudadera o
pañuelos.
—¿Y si dejo de respirar? —dudó Taehyung puerilmente.
—No vas a dejar de hacerlo.
—¿Por qué no? —preguntó cómo un niño—. ¿Y si vuelvo a ahogarme?
Jungkook sonrió levemente.
—No funciona así.
Taehyung volvió a mirar sus piernas flexionadas, apretó los párpados y sacudió
la cabeza, desviando su mirada. Era demasiado extraño ver aquello allí, en lugar
de su poderosa cola.
—¿Por qué me pasa esto? —se quejó como un crío a punto de romper a llorar
de nuevo—. N-no quiero tener piernas, q-quiero volver al agua.
El pelinegro le miró compasivo, frotando levemente su hombro.
—La recuperarás en cuanto sepamos qué es lo que ha sucedido —trató de
reconfortarle—. Nos has asustado tanto... por un momento, pensé que... ibas
a...
Taehyung se tranquilizó poco a poco, mientras el humano le ofrecía su
comprensividad y raciocinio. Hablaron un instante sobre esa horrible noche,
mientras la luz solar se derramaba entre las nubes fraccionadas en el cielo, tras
una larga tormenta en la que apenas pudieron pegar ojo.
Por un lado, tuvieron que hacerle un hueco en el sofá a Hoseok, quien se
encontraba muy enfermo. Jungkook no era médico, pero lo que sabía en
veterinaria y su habilidad para coser heridas le fue útil para encargarse del
mordisco de su hombro y brazo. La mordida del hombro era la peor, la más
profunda y desgarrada. Mientras la cosía, ni siquiera podía creerse que aquel
mordisco hubiese sido producido por su inofensiva sirena. Quizá a esas alturas
se había acostumbrado a mimar a un león marino como si fuera un gatito.
Hoseok aún tenía fiebre, pero un par de paños húmedos en su frente y cuello le
ayudó a pasar la noche sin complicaciones. Yoongi preparó una sopa caliente
para los tres, pero Jungkook descartó calentar su estómago y regresó a su
dormitorio para cerciorarse de que Taehyung seguía inconsciente.
—¿Puedes moverlas? —preguntó el joven acerca de sus piernas.
Taehyung ni siquiera quería mirarlas, hizo un gesto de inseguridad y Jungkook
apartó el resto de la sábana que cubría sus pies. Vestía una de sus camisetas
grandes y anchas con letras raras sobre un grupo de rock olvidado, a Taehyung,
sorpresivamente le llegaba por encima de los muslos. También usaba una de sus
prendas de ropa interior, de esas que Jungkook no utilizaba desde que entró a la
universidad. Al fin y al cabo, puede que las sirenas no tuviesen género entre
ellas, pero Taehyung era un chico y Jungkook se había cerciorado (no era como
si le sorprendiese ver un miembro masculino, para él había sido lo más natural
del mundo).
Jungkook le indicó para que se sentase en el borde de la cama, con ambas
piernas colgando sin que los talones llegasen a tocar el suelo. Le sorprendió un
poco cuando lo hizo, «¿Tae era corto de estatura? Imposible», se dijo. «Su cola
azul era enorme y pesada, pero, ¿iba mal de percepción o le parecía que sus
piernas desnudas se veían mucho más pequeñas de lo que esperaba?».5
—Déjame comprobar algo.
Jungkook apartó su silla y se acuclilló frente a Taehyung. Cotejó una de sus
piernas con tranquilidad, convencido de que sus extremidades estaban en buen
estado. Tocó sus pies, presionando con los pulgares hasta el tobillo para
comprobar el buen estado de las articulaciones.
—A-ay —Taehyung se quejó un poco y él sonrió ligeramente, continuando con
unos dedos más suaves.
—Tienes terminaciones nerviosas, que sientas eso, es positivo.
—¿Mhn?
Su músculo gemelo era suave, tenía una forma voluminosa y delgada. Jungkook
detuvo las yemas en las rodillas, deslizó una mano por la corva cuidadosamente
y sujetó su pierna, toqueteando el menisco con los dedos de la mano contraria.
Estaba en perfectas condiciones.
—Me haces c-cosquillas —soltó Taehyung algo enfurruñado.
—¿Oh?
El pelinegro pellizcó su pantorrilla maliciosamente, Taehyung emitió un quejido
agudo y estuvo a punto de patearle la cara. A él le hizo muchísima gracia, alegó
que era una broma y continuó un instante más para terminar su perimetraje.
—S-sigo sin entender por qué tienen que ser dos, creo que con manejar una
pierna ya tengo suficiente —argumentó Taehyung bien molesto, cruzándose de
brazos con el ceño remarcado—. El ser humano y sus excesos.4
Jungkook levantó su mirada, con media sonrisa dibujada sobre sus labios. Sus
piernas parecían completamente funcionales, humanas. Tersas y sin marcas, sin
vello, de un tono como la canela suave o la arena tostada de la playa que tanto
le gustaba. Su muslo era absurdamente suave, él ralentizó la caricia de sus
yemas calientes, encontrando cierto agrado en su ascensión, por un instante. De
repente, Jungkook se sintió perturbado y apartó su mano del muslo. Se
humedeció los labios advirtiendo que había estado conteniendo su aliento unos
segundos, ¿es que estaba mal de la cabeza? ¿a qué venía lo de sentirse tan
nublado?
Sus pupilas regresaron a las de Taehyung, él le miraba atento, pero sin
identificar las mejillas sonrosadas del azabache. Sus globos oculares se
encontraban un poco enrojecidos por haber llorado, pero mantenía los iris
heterocromáticos, con una mezcla entre el azul y rosa coral. El resto de su piel,
tanto su rostro como sus brazos, habían perdido ese destello salpicado por
purpurina del mar y resplandecientes escamas de tonos zafiros. Su cabello
también había dejado de ser azul, tornándose en un rubio dorado.
—¿Qué? —dudó Taehyung con incertidumbre—. ¿A-algo va mal?
—No, no realmente —contestó Jungkook, incorporándose con un resoplido que
trató de expulsar las feromonas que flotaban sobre su cabeza en ese momento.
Le ofreció sus manos extendidas para ayudarle a levantarse.
—¿Crees que podrías ponerte en pie?
Taehyung le miró desde abajo, muy cómodamente sentado.
—¿E-es cuestión de vida o muerte? —le devolvió como si fuera un bebé
asustado.
Jungkook exhaló una sonrisa más relajada, se inclinó levemente y le animó para
que lo intentara como si fuera un niño pequeño.
—Vamos, no dejaré que te caigas. Yo te agarraré.
—¿Caerme? —repitió Taehyung en tensión.
Jungkook ladeó la cabeza, con cierta diversión.
—¿Sabes cómo funciona la gravedad?
—¡No soy un bebé, Jeon Jungkook! —inquirió la sirena con un esporádico
orgullo.
El azabache arqueó una ceja. «Ya, eso estaba por verse», ironizó en su mente.
Su compañero tomó sus manos y las estrechó con un notable nerviosismo,
Jungkook le indicó serenamente que apoyase bien los talones sobre el suelo y
procurase que su peso quedase justo en el centro, como punto de equilibrio.
Taehyung le miró enfurruñado, «¿cómo se supone que iba a saber cómo hacer
eso?».
No obstante, Jungkook le ayudó a incorporarse lentamente, las piernas del rubio
se tambalearon, pero logró mantenerse estático, inmóvil por unos segundos.
—Oh —Jungkook abrió la boca, con ambos ojos redondeados.
Su diferencia de tamaño era considerable, y cuando su compañero estuvo en
pie, pudo realmente corroborarlo.19
—¿Qu-qué pasa?
—Eres diminuto —expresó Jungkook con neutralidad.4
Taehyung parpadeó y alzó la cabeza. Existían, aproximadamente, diez
centímetros de diferencia entre sus alturas, además, los hombros de Jungkook
eran algo más anchos. Por no decir que los ojos de Taehyung llegaban justo por
la barbilla del muchacho.2
—¡No soy diminuto! —chirrió Taehyung mostrándole unos colmillitos bajo esos
centímetros de diferencia—. Es más, soy mayor que tú.
—Ah, ¿sí? —Jungkook le miró con escepticismo—. ¿Cuántos años se supone que
debes tener?
—Huh... pues... —el rubio reflexionó con un titubeo—. ¿Mil?7
—Mil suena un poco impreciso —rebatió el humano soltando una agradable
risita—, de hecho, suena a que no tienes ni idea.
Él retrocedió unos pasos y tiró de sus manos gentilmente para que caminase.
—No es mi culpa —refunfuñó Taehyung, volviendo a tambalearse—, ¡las sirenas
no contamos con calendarios anual-!
Con apenas dos pasos las rodillas de Taehyung se flexionaron, estuvo a punto de
caerse de bruces. Jungkook reaccionó rápidamente, sujetándole con un brazo
que rodeó su cintura y el otro por sus hombros.
—Eso ha estado cerca —suspiró Jungkook con encanto.
—Estas cosas no funcionan —gruñó el rubio muy frustrado.
Su falta de paciencia se le hizo divertida; en el fondo, era natural que le tomase
algo de tiempo aprender a caminar.
—Qué lástima, habrá que cortar —bromeó el pelinegro.7
La sirena le miró muy asustada, súbitamente le abrazó con fuerza su pecho y
cintura, suplicándole que no lo hiciera.
—¡N-no, por favor, no...! —su voz sonó cómicamente amortiguada contra su
pecho.
Jungkook se rio levemente, trató de sujetarle con los brazos para que no se
escurriera hasta el suelo.
—Sólo estoy bromeando, Tae —le tranquilizó dando unas palmaditas en su
cabeza—. Aprenderás a caminar, como todos.
Después de eso los dos permanecieron quietos unos segundos.
—Oye, ¿no está muy alto esto? —escuchó la vocecilla del chico.
—¿Eh? ¿Tienes vértigo?
—¿Qué es el vértigo? —dudó el rubio.
—Okay, olvídalo —Jungkook bufó una sonrisita—. Vamos a sentarte, apoya
correctamente los talones en el suelo.
—¿Mi corazón ahora es como el tuyo? —murmuró Taehyung fugazmente, sin
soltar su pecho.
Él entrecerró los párpados por el suave compás que escuchaba en el pelinegro.
—S-supongo.
Jungkook se sintió inesperadamente nervioso, Taehyung apretaba su pecho
entre los brazos, apoyando una de sus orejas para escucharlo bien. La calidez de
su cuerpo se le hizo agradable, era más pequeño físicamente de lo que
esperaba, adorable y sus cambios de genio, sin duda, le tenían atrapado. No
pudo evitar que sus mejillas se ruborizasen, pensando en que estaba
absurdamente colado por él.
—Oh, vaya, ¡ahora va mucho más rápido! —emitió la sirena en voz alta—. ¡Qué
guay!23
Jungkook agarró sus hombros y le obligó a separarse un poquito de su maldito
pecho delator.
—Calla, sushi —le arrojó sofocándose.4
En unos difíciles pasos más, Taehyung llegó al borde de la cama y se sentó como
un buen chico.1
«Bbbbbbrrrrw», algo resonó eventualmente entre ambos.1
—Q-qué.
—¿Huh? —Tae le miró ingenuamente, percibiendo una aguda sensación física
que jamás le asaltó antes.
—¿Qué ha sido eso? —dudó Jungkook.
El rubio se llevó las manos al vientre.
—M-me duele —mugió en voz baja.
Jungkook arqueó una ceja, frotó su propia nariz con el dorso de su mano,
adivinando ágilmente de qué se trataba.
—¡Ay! —se quejó Taehyung repetidamente, ante un temblor de estómago.
—¿Por qué no me has dicho que tienes hambre, sirena patosa? —formuló
Jungkook afectivamente.7
—¿Hambre?
*
Yoongi se apoyó en el reposabrazos del sofá, echándole un vistazo a Hoseok. El
muchacho estaba pálido, apenas había probado el desayuno y parecía frustrado
con su teléfono móvil.
—Se ha roto, mira la pantalla —expuso con voz rasposa, el resplandor del
teléfono fluctuó unos segundos, hasta apagarse por completo—. Y murió.
—Se te salió de un bolsillo anoche cuando te arrastré desde la furgoneta —
mencionó Yoongi, cruzándose ambos brazos—. Lo lamento. ¿Quieres que te
preste el mío?
Hoseok sacudió la cabeza restándole importancia, lo dejó sobre la mesa con
desinterés y se recolocó la manta que se escurría por sus hombros.
—Está bien, no importa —suspiró exhausto—. Supongo que Jin habrá llamado a
Jungkook; ¿aún no ha bajado del dormitorio?
—Hmnh.
Yoongi alzó ambas cejas, oportunamente escuchó el sonido de la escalera de
madera bajo los pies de alguien. Los pasos resonaron pesados, con lentitud,
sumados al farfullo de su voz y el intercambio de una discusión ajena en voz
baja.
—¡Arre, bestia terrestre! —escuchó a Taehyung.66
—¡Deja de cabalgar sobre mi espalda de esa forma! —soltó Jungkook con
irritación, justo cuando llegaron al marco de la puerta.1
Yoongi abrió las fosas nasales, contemplando la vergonzosa escena. Hoseok se
quedó igual de perplejo a su lado. Jungkook andaba cargando a la sirenita sobre
su espalda, a falta de sus poco eficientes piernas.1
—¡Hola, hermano de Jungkook! —saludó alegremente Taehyung, esbozando
una sonrisita.12
—E-eh, qué pasa pescao' —le devolvió Yoongi.45
Seguidamente se aproximó dubitativo, en lo que Jungkook le indicaba a
Taehyung que pasase de su espalda a sentarse en uno de los taburetes de la isla
de la cocina.
—Tsss —siseó Yoongi al azabache, comenzando a cuchichearle—. ¿Si no le sigo
el rollo, muerde?13
El pelinegro volvió a mirarle con un resoplido.
—No, no muerde —contestó secamente, ladeando la cabeza para dirigirse al
sofá, donde se encontraba Hoseok—. ¿Te encuentras mejor?
—Huh, sí —el castaño sonrió levemente.
—No volveré a hacerlo, lo siento —alegó Tae inocentemente desde su asiento,
acto seguido posó su mirada sobre Yoongi—. A ti tampoco, Jungkook te quiere
demasiado.4
Jungkook le miró claramente irritado y ruborizado.
—Cierra la boca —insistió apoyándose en la encimera con un codo—. Malgastas
energía, y tu estómago resuena como el mismísimo Leviatán.1
Taehyung extendió las manos muy asustado y tapó su boca cómicamente.
—No vuelvas a repetir su nombre —murmuró enérgicamente—. ¡Te dije que
puede escucharnos, Kookie!9
Jungkook sostuvo sus muñecas para apartar sus manos, le miró con el ceño
fruncido.
—Dijiste que era eso dentro del agua —replicó el azabache en voz baja.
—Ah, es verdad —exhaló Tae a unos centímetros de él—. ¿Tenéis algún
monstruo terrestre similar?
Yoongi carraspeó al otro lado de la isla de la cocina.
—Bueno, ¿alguna vez has oído hablar de Voldemort?53
Jungkook estuvo a punto de zarandear a Yoongi; hablarle de ficción a Taehyung
era lo último que podían hacer en sus vidas, él ya había traído suficiente fábula a
su sencilla existencia como biólogo y persona ordinaria.
—Jungkook, ¿has podido hablar con Seokjin? Creo que puede estar preocupado,
mi teléfono se-
—Ah, dios, casi lo había olvidado —se maldijo, rebuscando velozmente en sus
bolsillos—. Dame un minuto.
Durante la noche había mirado el teléfono, antes de quedarse dormido le
escribió a Seokjin que habían tenido unos cuantos contratiempos,
afortunadamente, nada relevante. Era mentira, por supuesto. Estaba demasiado
exhausto como para contarle que Hoseok se encontraba enfermo, y la sirena
había perdido su cola durante el trayecto. Además, él se encontró demasiado en
shock durante esas horas como para racionalizar lo que estaba ocurriendo.4
—Prepárale algo de comer, por favor —le solicitó Jungkook a Yoongi,
abandonando el salón unos minutos.
Marcó el teléfono de Jin y no tardó ni dos tonos en descolgar su llamada.
—Por el amor de dios, Jungkook —farfulló al otro lado de la línea con una voz
muy tensa—. ¡Anoche casi me dio un infarto!
—T-tranquilo, todo está bien... Hoseok fue mordido, pero...
—¿¡Taehyung mordió a Hoseok!?
Jungkook se masajeó la sien con unos dedos.
—Está controlado, tuvo fiebre y alucinaciones, pero me encargué de
desinfectarle y coser sus heridas. Ahora está en mi casa, y...
—¿Dónde está la sirena? —le interrumpió de nuevo.
El pelinegro enmudeció. No sabía muy bien por qué, pero su lengua se enrolló
sobre sí misma, presintiendo una clara oposición a contarle la verdad.
«Está con nosotros», era una respuesta demasiado directa. Les dejaría
desarmados y en evidencia. Además, después de creer que la noche de antes
perdería a Taehyung de dos formas muy distintas (primero por liberarle, y
después, creyendo que moriría), no pudo evitar sentirse un poco protector.
—Le liberamos —contestó Jungkook con una asombrosa contundencia—. Se
marchó.
Escuchó el suspiro de Seokjin cargado de una gran dosis de alivio, y él
inmediatamente se sintió culpable.
—Eso es bueno, espero que no vuelva a acercarse a Geoje —argumentó el
mayor—. El señor Kim se enterará tarde o temprano de que el acuario ha sido
asaltado, un guardia de seguridad dio la noticia esta madrugada. El encargado
de las estancias me ha escrito a primera hora. Dice que una de las zonas
privadas se encontraba abierta —explicó lentamente, cruzándose de piernas—.
Llevo toda la mañana de reuniones, así que estoy haciendo como si aún no
conociese la información.
—Pero Kim lo sabrá.
—Claro que lo sabrá, removerá tierra y mar para recuperarle, o quizá...
—Quizá qué, ¿Jin? —insistió Jungkook muy serio.
—Puede que busque más sirenas. Pero ese ya no es tu problema, Jungkook —
consideró Seokjin atentamente—. Lo has hecho muy bien, realmente agradezco
tu ayuda.
Jungkook comenzó a sentirse peor de lo que esperaba.
—Si no hubiera sido por ti, nunca hubiese comprendido que esto estaba
llegando demasiado lejos —confesó Seokjin en voz baja, seguidamente aclaró su
garganta—. Escúchame, sé que desprecias a la gente con demasiado poder
como Kim Namjoon. Pero gracias por ayudarme, Jungkook.
—No... no es nada —contestó el joven lentamente—. Gracias a ti... también...
—Hablaré con Hoseok más tarde —prosiguió Seokjin—. Dile que se ponga en
contacto conmigo, por favor.
—Por supuesto.
Seokjin le dijo que se pondría con él en contacto más tarde, cuando Kim
Namjoon necesitase pruebas de su coartada (sólo debía pasarle unas fotografías
de los billetes de la exhibición a la que supuestamente asistió la noche de
antes), la llamada se cortó poco después de su despedida. El pelinegro apretó el
teléfono entre los dedos, sintiéndose ruin.
—Mierda —murmuró.
«Ya no le quedaba más remedio que afrontar lo que había dicho».
Mientras tanto, Yoongi se encontraba en la cocina con Taehyung, lidiando con
un chico curioso que no paraba de hacerle preguntas y contradecirse en todo.
—¿Qué quieres comer?
—Yo no como —negó Taehyung levantando el mentón con orgullo.2
El gruñido de su estómago contestó todo lo contrario. Yoongi abrió la nevera
con un suspiro, considerando sus opciones.
—Bien, mi minuto de oro como chef ha comenzado —enunció Min Yoongi,
arremangándose y sacando una sartén—. Te gusta el mar, ¿verdad? ¿Qué tal un
bacalao fresco? Mi abuela me enseñó una receta al limón.
—¡¿Qué?! —Taehyung se inclinó sobre la encimera, excesivamente indignado—
. ¿Matarás a un bacalao? ¿por qué harías algo tan horrible cómo eso?
Yoongi se quedó a cuadros.
—Okay, asumo que tampoco te gusta el sushi.
—Kookie me dice bolita de sushi —expresó Taehyung adorablemente—. ¿Qué
significa?
—Bueno —Yoongi se rascó la nuca—, es pescado crudo sobre un puñado arroz,
así que...12
El rubio se llevó las manos a la boca, mostrándose horrorizado.6
—¿Q-qué...? ¡Oh!
«Cincuenta puntos menos para Jeon Jungkook en la escala del romance», se dijo
Yoongi, apartando rápidamente el tema.2
—Vale, cambio de estrategia —procedió rápidamente el humano—. Qué tal,
¿pollo? ¿A quién no le gusta el jodido pollo? ¡A todos nos encanta!
—Oye, no creo que a las sirenas les llame demasiado la carne —dijo Hoseok
apareciendo tras el chico. Yoongi le miró como si fuera a golpearle con la
sartén—. Q-quiero decir, a mí me apetece. Pero sólo si hay patatas.1
Cuando Jungkook regresó al salón, Yoongi estaba sirviendo el almuerzo para
todos. Una bandeja de patatas y un pollo frito para chuparse los dedos.
Taehyung no estaba nada convencido con probar el pollo (seguía identificando
al pobre animal como una criatura), así que dudó, y terminó llenándose la boca
de patatas fritas cuando Yoongi le contó que era un tubérculo. Jungkook resopló
y estuvo a punto de meter la cabeza de Yoongi en la freidora, ¿eso era una
comida sana para alguien que nunca antes se había interesado por la
alimentación?4
—¿Puedes esperar un poco? Te prepararé algo que seguro que te gusta —
Jungkook le guiñó a Taehyung con serenidad.
—Ya viene el listillo —gruñó Yoongi—. Maldito mocoso.1
Taehyung le esperó sentado, mientras los otros dos se largaban al sofá para
devorar su almuerzo. Jungkook tomó un puñado de pasta que hirvió frente a él,
cortó un tomate, utilizó varias cucharadas de maíz, aceitunas negras y aceite. En
último lugar, agregó varias tiras de pollo que cortó con unas tijeras en dados. Le
sirvió un buen plato de pasta fría a Taehyung, acercándoselo sobre la isla de la
cocina, observando su rostro.
—Ten —dijo, pasándole seguidamente un cubierto—. Pruébalo. Si no te gusta el
pollo, podemos retirarlo. Lo demás es pasta y verduras.
—¿Pasta?
Jungkook apoyó los codos y le miró de frente, en lo que el rubio procedía a
probar su plato tras una corrección sobre cómo debía tomar el cubierto con la
mano.
—Se hace con una masa creada por harina, agua y sal —comentó Jungkook
distraídamente.
Taehyung se llevó un puñado de pasta y otros condimentos a la boca, y pareció
convencido, curioso e interesado en la comida. En cuestión de unos minutos,
mientras conversaban, se lo comió con un gran apetito. Jungkook le vio tan
hambriento con su plato, que procedió a trocear un mango maduro para que
complementase su almuerzo. A Taehyung le encantó la fruta, estuvo
relamiéndose los dedos un rato y comentando que nunca pensó que la comida
fuese tan agradable.2
Jungkook almorzó varios trozos de pollo condimentado mientras recogía la
cocina, Hoseok y Yoongi regresaron, con su amigo farfullándole a Taehyung que,
en el fondo, Jungkook era como la mala de la película de La Sirenita.1
—Sí, tiene tentáculos —se burló Yoongi cruelmente—. ¿Nunca los has visto?
Son geniales.
—¿Qué? Huh, n-no —negó el rubio muy serio.
—¡Deja de contarle mentiras, idiota! —bramó Jungkook zarandeándole desde el
cuello de su camiseta.
Taehyung esbozó fugazmente una sonrisa.
—Yo sí que tengo tentáculos —confesó la sirena deliberadamente, dejando al
resto de piedra—. Todas las lunas llenas me crecen unos cuantos —le informó
en un tono encantador que erizó su vello—. Así es como devoro humanos.25
Yoongi tragó saliva pesada, retrocedió unos pasos, reconociéndose
mentalmente que eso ya no tenía gracia. Es más, acababa de entrarle canguelo.
Jungkook carcajeó en voz baja. Su mentira no se mantuvo más de unos
segundos, puesto que Tae encogió los hombros y su rostro formó una adorable
sonrisa cuadrada.2
«Sí, esa era la sirena que conocía; a veces adorable, y otras veces daba miedo».
—¡Que crédulo eres! —Tae señaló a Yoongi con el índice.
Yoongi le miró con una falsa sonrisa, muy tensa.
—A-ahora sé por qué dais tanto miedo las sirenas.
—¿Yo doy miedo? Oh —abrió la boca indignado—. No es verdad.
—No, sólo cuando tu boca se llena de dientes como un tiburón —soltó Yoongi,
dándole una fuerte palmada en la espalda a Hoseok—. Este de aquí, puede
confirmarlo.7
—H-huh —Hoseok se tambaleó por su golpe amistoso, le miró enfurruñado y
masculló—, no vuelvas a tocarme.
A Jungkook le sorprendió la espontánea confianza de Taehyung con su amigo
Yoongi, aunque sin mucha dificultad, intuyó de dónde salía esa repentina
familiaridad. En el acuario, él le contó que Yoongi era a la única persona que
tenía en la isla, su «único familiar». Taehyung le identificó automáticamente
como «un hermano», ya que él tenía numerosas hermanas en el océano. Su
lógica era bien simple: si sus hermanas eran de confianza, el hermano de
Jungkook también debía serlo. Ingenuo.
—Jungkook —Hoseok agarró su antebrazo cuando el chico pasó distraídamente
por su lado—. ¿Pudiste hablar con Seokjin?
El pelinegro le miró con un titubeo, asintió en voz baja y se mostró algo reflexivo
antes de expresarse.
—Necesito que hablemos de algo —expresó seriamente—. A solas.
*
Taehyung se quedó a solas en el dormitorio de Jungkook, después de que el
joven le cargase hasta allí arriba. Balanceó las piernas sentado en el borde de la
cama, con las manos apoyadas sobre el colchón, entre ambos muslos. Su interés
por la habitación del humano incrementó con el paso de los minutos, «¿esa era
la cueva de Jungkook? ¿su lugar personal?».
«Si era el sitio donde guardaba sus pequeñas colecciones, necesitaba verlas», se
dijo. Sus iris se posaron sobre una estantería llena de libros científicos, la
mayoría universitarios. Aunque claro, Tae no sabía qué diantres era la
universidad. Le llamó mucho la atención el resplandor de las bombillitas que
colgaban de las paredes, con fotografías, decoraciones marinas y un cuadro de
tapiz. Sobre la mesita de noche, atisbó un par de objetos brillantes.
Posó los pies en el suelo y se escurrió por el borde de la cama, inclinándose y
extendiendo los dedos para comprobar los objetos. Una perla diminuta y
brillante, preciosa; la piedra con forma de escama azul que él le dio; ¿un cepillo
para pelo humano? Taehyung se pasó el cepillo un instante por la cabeza, pero
dudó de su uso. Ni siquiera sabía si estaba bien que él utilizase el de Jungkook,
¿y si a los humanos no les gustaba hacer eso? Lo dejó cuidadosamente junto al
resto de las cosas y extendió las yemas identificando algo más importante y
personal para él mismo: el coral con forma de diminuto corazón, engarzado con
un cordel. Se lo pasó por encima de la cabeza y dejó que colgase de su cuello, le
gustaba llevarlo encima, le hacía sentirse extrañamente bien.1
Su curiosidad se volvió persistente, por lo que comenzó a incorporarse
cautelosamente. Apoyó las manos en la mesita de noche, los pies descalzos en
el suelo, se tambaleó dando algunos pasos lentos como si caminase por encima
de una estrecha pértiga. En unos segundos más, pensó que casi lo tenía, llegó a
la silla del escritorio y su respectiva mesa, y se apoyó allí mientras husmeaba los
enseres del pelinegro. Más libros, ropa doblada, unos DVDs, una bolsa de
plástico con caramelos, lápices y un portátil. Taehyung agarró una de las
prendas dobladas del chico, una sudadera negra que olía a algún producto
suavizante, y en la zona del cuello, a Jungkook. Encontró cierto encanto al
olerlo, identificando su aroma sin el agregado a sal.
«Los humanos generalmente no olían a sal», razonó acertadamente.
Dejó la prenda sin doblar sobre la silla, y cuando se movió hasta la estantería, se
tambaleó un poco, pero ganó una mayor confianza en sí mismo. Era divertido
estar allí, husmear las pertenencias de Jungkook y estar en la casa de unos
humanos.
Sin embargo, el sonido de una tenue y esporádica lluvia atrajo su mirada hacia la
ventana. No se había interesado hasta entonces, pero las vistas de su ventana
daban a una extensa playa vacía, llena de hierbajos verdosos, zonas de arenas
blanca y pura, así como otras de tierra. Y al fondo, el mar. Pequeñas olas
encrespadas y de un tono oscuro, marino, bajo la suave lluvia que se
derramaba.
«El mar», suspiró su ser sediento de agua salada. «¿Había perdido realmente su
cola? Y, ¿qué había sido de su poder?».
En el piso de abajo, justo en el salón, Jungkook regresó de la calle tras mover la
furgoneta a su garaje y sacar el arcón de cristal del compartimento trasero con
la ayuda de Yoongi. Cuando tuvieron todo organizado, se sentó frente a Hoseok
para hablar con él, mientras su compañero de piso sacaba un botellín de cerveza
helada de la nevera.
—No puedes estar diciéndome que planeas que le oculte a Jin el paradero de la
sirena —Hoseok apoyó la espalda en el respaldo del sofá, cruzándose de brazos.
Su rictus era serio, sereno, con índole de negociación.
—Es lo más seguro para todos —razonó Jungkook—, si esa información se filtra
hasta Kim...
Hoseok sacudió la cabeza.
—Entiendo tu razonamiento, pero, ah —suspiró el castaño, con sus dudas—. No
sé si deberíamos...
—Cuidaré de él.
Hoseok sabía que Jungkook iba en serio. No se conocían, pero no necesitaba
hacerlo mucho más para cerciorarse, le había visto jugársela por la sirena la
noche de antes. Le importaba, era evidente.
—Oye tú, mechitas —Yoongi se aproximó al muchacho con la cerveza en la
mano—. Deja que te explique algo; mi amigo lleva un mes y medio cuidando de
la criatura en esa pecera, a nosotros nos contrataron para que sacásemos al
pescao' de allí. Ya está fuera. Fin de la historia. Eso es lo que queríais, tú y tu
amiguito Jean.7
—Jin —corrigió Hoseok.
—Eso, Jin —repitió Yoongi descaradamente, indicándole con el botellín de
vidrio—. Así que ahora, recoged vuestras cosas, ¡fin del espectáculo!
—Pero, jamás pensé que las sirenas pudiesen desarrollar piernas, y, aun así...
Jungkook permaneció en silencio, reparando en que él sí que lo sabía. Conocía
cierta información, a la que no le había dado relevancia. La tarde que fue al
apartamento de Seokjin, cuando le mostró el extraño tomo extraído del mar
negro. Jin había leído que las sirenas perdieron la forma de activar su esencia
híbrida para caminar fuera del agua. «Pero, ¿realmente llevaba siglos sin
suceder? ¿cómo es que Taehyung había desarrollado piernas?».1
—Sus piernas no entran en el trato —dijo Yoongi de forma cortante.
Hoseok desvió su mirada.
—Dime una cosa, Jeon —dijo Hoseok de repente—. Te importa de verdad, ¿no
es así? ¿sabes que su raza está en peligro de extinción? Cada vez son menos, y
las cazas furtivas son más duras que nunca. Sus hermanas estarán furiosas por
perderle, y los borrachos que trabajan en los puertos cuentan que las noches de
tormenta, criaturas de las profundidades emergen para hacerse pasar por
humanos.
Jungkook caminó por el salón con cierta inquietud.
—¿Borrachos? —dudó ligeramente de sus fuentes.
—Ya, bueno. Yo tampoco creo en los cuentos de hadas, pero Seokjin sí —
prosiguió Hoseok, levantándose del sofá—. Y llevamos siete años estudiando el
mundo marino para saber que las sirenas... sólo son la perla de una ostra
demasiado grande... hay más peligros ahí afuera, mucho más relevantes que
Kim Namjoon.
—Mira, si alguien tuviera que ser la Úrsula de este cuento, el tipo ese, Kim, tiene
todas las papeletas —refunfuñó Yoongi—. A mí no me engañas.
Hoseok le miró de medio lado, con una sonrisa apagada.
—No lo hago —el castaño se desplazó entre ambos jóvenes—. Tengo que
marcharme. Debo encargarme de mis propios asuntos, como, por ejemplo, salir
de esta isla antes de que el Kraken nos trague, o que Namjoon averigüe que yo
tengo algo que ver con lo de anoche —expresó con serenidad, seguidamente se
dirigió a Jungkook—. Estaremos en contacto.1
Jungkook asintió con la cabeza, le ofreció su mano para un ligero apretón.
Después, intercambiaron números de teléfono (Hoseok mencionó que les
ofreció uno muy personal), acompañaron al joven hasta el garaje para que
tomase el vehículo, y no tardó demasiado en irse de allí. Yoongi y Jungkook le
contemplaron marcharse desde la puerta del garaje, con una llovizna
interminable que amenazaba con salpicar sus tenis.1
—Yoon, eres consciente de que nadie nos contrató, ¿verdad? —dijo Jungkook
en voz baja—. Ni siquiera yo tenía un contrato cuando cuidaba de Taehyung en
el acuario.
Yoongi alzó el puño para que su amigo lo chocara, el más joven lo hizo con cierta
desorientación.
—Y, ¡boom! El rey de la improvisación —manifestó Yoongi deslenguadamente—
. Reconócelo, no hubieras sobrevivido a estas últimas veinticuatro horas de no
ser por mí. Soy tu as en la manga.8
Jungkook le miró de medio lado, con una sonrisa de mocoso insolente.
—No voy a responder a eso, me siento obligado a mantener mi dignidad intacta.
—¿Dignidad? Ja, tenemos a una sirena en casa con capacidad de psicoanalizarte
—Yoongi flexionó ambos brazos tras su propia nuca—, que alguien me
pellizque.
Jungkook pellizcó su panza antes de pasar de largo.
—¡Ah! ¡Eso duele!
—No exageres.
—Patearé tu culo en mi primera oportunidad —chirrió Yoongi
arrogantemente—. Como a ese guardia de seguridad al que noqueé. ¿Sabes que
tenía cinturón negro en el instituto?
—Yoon, nadie va a patear el trasero de nadie —escuchó la voz de Jungkook
volverse más distante, mientras atravesaba el garaje.
—De momento —masculló Yoongi sarcásticamente.
Capítulo 12: Latido inmortal.
El azabache empujó la puerta de su habitación, atrapó a Taehyung de pie,
husmeando entre sus cosas entretenidamente. Parecía estar comprobando qué
diantres era esa bola de cristal rellena de agua y copos de purpurina que yacía
en una balda de la estantería, junto a sus antiguos apuntes universitarios.4
—Oh, ya veo que estás tomando confianza en ti mismo —apreció Jungkook
desde el marco de la puerta.
—¡Ah! —Taehyung se sobresaltó levemente, soltó lo que estaba toqueteando y
le miró con unos pómulos sonrosados—. N-no quería tocar tus cosas, lo
prometo.
El rubio regresó como un pato mareado hasta el borde de su cama, se sentó allí
de rodillas, con las piernas flexionadas bajo su cuerpo.
—Está bien, no me importa que metas tus manos entre mis cosas —dijo
Jungkook encantadoramente, atravesó el dormitorio con unos pasos lentos, e
hizo una mueca divertida—. Excepto por el primer cajón de la cómoda. Ese lugar
es peligroso.
—¿Qué hay en el primer cajón? —dudó Tae ingenuamente.9
—No puedo decírtelo —contestó el humano, acto seguido tiró de la silla de
ruedas de su escritorio, y se repantingó en ella, girando levemente hacia la
sirena—. Lo lamento.
—Oh.
En realidad, allí sólo estaban sus camisas negras y calzones.
—¿Ese auto que escuché era el de Hoseok?
—No es su auto, pero sí, acaba de marcharse.
—Hmnh —Taehyung bajó la cabeza, se toqueteó el pelo nerviosamente—. J-
Jungkook, gracias por traerme a tu hogar después de... lo que pasó anoche....
Las comisuras de los labios de Jungkook se curvaron levemente, él hubiera
deseado expresarle que sentía mucho la desaparición de su cola de sirena y que
averiguarían cómo había sucedido, pero el chico ni siquiera mencionó el tema
del mar y se mostró repentinamente ilusionado por estar allí con él.
—Pero tengo corazón, ¡mira! —Tae extendió la palma de su mano para que la
tomara.11
Jungkook dubitó unas décimas de segundo, se arrastró sobre la silla ligeramente
y se aproximó al chico dejando que tomase su mano. Taehyung llevó su mano su
pecho, junto al colgante del trozo de coral que una vez le regaló. Sintió el
pálpito de la sirena por encima de la camiseta, bajo los dedos de sus manos que
ahora se habían vuelto cálidos. Sus párpados se cerraron a causa de su
sonrisita.1
—¿Puedes sentirlo?
—S-sí —contestó Jungkook en voz baja—. Te dije que tenías uno.
«Pero, ¿por qué se había activado?», se preguntó.
—Hace unos días tuve esa sensación —Tae soltó su mano lentamente.
Jungkook apartó los dedos, volvió a apoyar los codos sobre sus propias rodillas y
el mentón sobre un puño mientras le miraba.
—¿Hace unos días? —preguntó el humano atentamente—. ¿Qué?
—No sabía que estaba ocurriendo —trató de explicarle—. Quería decírtelo, pero
apenas tuvimos tiempo la última vez que nos vimos, y...
—Espera —Jungkook se incorporó en la silla, humedeciéndose los labios—.
¿Qué fue exactamente lo que sentiste?
—U-un dolor... aquí —el rubio volvió a poner una palma por encima de su
pecho, con los iris perdidos—. Y una calidez extendiéndose por mi cuerpo.
También sentí frío. Y como si algo me estuviese estrangulando.
—¿Estabas cambiando...? —pronunció Jungkook en voz baja.
Taehyung no dijo nada más, ambos se quedaron en silencio durante unos
segundos. La sirena pensó en que la sensación era similar al afecto que sentía
por Jungkook, pero se sintió un poco tímida por decírselo.2
«Sentía afecto por un humano, ¿verdad?», se preguntó a sí mismo. «Si ahora
tenía corazón, ¿podía amar a Jungkook?».5
—Bueno, mientras estés aquí —prosiguió Jungkook, tratando de centrarse en lo
importante—; creo que debes saber algo más sobre cómo funcionan tus nuevas
necesidades biológicas.
—Oh, no, ¿es tan molesto como tener que caminar? —refunfuñó Taehyung.
Jungkook soltó una risita, después de eso apretó los labios y se recostó en la silla
con un gesto un poco tímido.
—¿Sabes cómo funciona lo de... ir al baño...? —formuló el humano
discretamente—. Porque si hay algo en lo que no puedo ayudarte, es en eso.1
—Huh, ese tipo de necesidades biológicas —Tae se cruzó de brazos y alzó el
mentón orgullosamente—. Me las arreglaré, no puede ser tan difícil.
Jungkook se incorporó y terminó acompañándole al cuarto de baño, le mostró
lo básico: ducha, lavamanos e inodoro. El resto era asunto de su querida sirena.
Le dejó allí un rato, mientras rebuscaba algo de ropa para el chico en su
armario. Taehyung era mucho más pequeño que él físicamente, pero no
pensaba dejarle con una camiseta por encima de los muslos el resto de su vida
(por muy bien que se viera). Su conclusión fue que necesitaba visitar una tienda
de ropa o, en su defecto, preguntarle a Yoongi por algo de su ropa. Jungkook
tenía un par de pantalones pequeños de cuando tenía dos o tres tallas menos,
así que los escogió junto a un par de sudaderas. Cuando el rubio salió del cuarto
de baño, le vio caminar con mucha más decisión. Casi parecía un soldadito, con
pasos forzados y un extraño equilibrio que oscilaba por momentos.
—Ponte esto, o cogerás frío —dijo el pelinegro—. Por la noche siempre baja la
temperatura, creo que estos días lo notarás.
—Yo nunca antes había sentido frío —comentó Taehyung agarrando sudadera
como si fuera un preciado regalo—. ¿Esto también huele a ti?
Hundió la nariz e inhaló sonoramente, para justo después esbozar una terrible
mueca de fascinación. Jungkook salió disparado en su dirección, agarró sus
hombros con un gesto muy rígido.
—N-no hagas eso —sugirió con un notable rubor de mejillas—. Mejor v-vístete.
—¡Sí! —asintió el rubio alegremente.
Jungkook le esperó dando una vuelta por la habitación, miró a otro lado en lo
que Taehyung cambiaba su camiseta por el liviano pantalón y sudadera. Una vez
estuvo listo, volvió a mirarle tragando saliva. Las mangas de la sudadera celeste
cubrían los dedos de sus manos, la capucha ensombrecía su rostro de una
manera muy adorable.
«Dios, la versión humana de Taehyung iba a matarle», se dijo.
—A ver —agarró sus mangas y las dobló cuidadosamente, bajo los atentos iris
heterocromáticos de Taehyung—. Mejor así, ¿no? Será mejor que te consiga
algo de ropa de tu talla.
—Gracias, pero me gusta más la tuya —respondió con una dulce sonrisa.12
Jungkook se sintió abofeteado con su aura, bajó la capucha con una mano para
ver mejor su rostro y se quedó atontado. Puede que siempre hubiese pensado
que Taehyung era una sirena preciosa, pero teniéndole allí, con un par de
piernas, vestido con ropa humana y en su propio dormitorio, pensó que estaba
comenzando a encapricharse en exceso.
—¿Podemos bajar? —le preguntó Tae amablemente, tras su silencio—. También
quiero hablar con Yoongi.
El azabache se pasó una mano por el espeso cabello.
—¿Te gusta Yoongi? —formuló distraídamente.
—¡Hmn! —asintió Taehyung.
Jungkook rodó los ojos. «Okay, tenía que aceptar que tenía a un claro rival en su
vida», caviló con un levísimo recelo.11
—Vale —se inclinó brevemente ofreciéndole su espalda para que subiera—.
Pero no pises su zona de confort. Si lo haces, empezará a decir cosas raras en un
acento sureño.2
Taehyung se encaramó a su espalda, rodeando el cuello del pelinegro con
ambos brazos.
—¿Cuál es su zona de confort?
—Un estúpido estanque que montó en el porche.5
—Oh.
Jungkook sujetó sus corvas con las manos y se incorporó con Tae en la espalda,
le miró por encima de su hombro y se convenció a sí mismo para que esa
fuera la última vez en la que se permitía cargarle de esa manera.1
«Ni de broma pensaba dejar que su tonto corazón se pirrase por él, ¿es que
estaba mal de la cabeza?», se dijo. «Taehyung estaba allí temporalmente. No
llevaba ni veinticuatro horas en su casa».
Además, al ritmo que Taehyung estaba habituándose a sus piernas, estaba
seguro de que subiría y bajaría escaleras en un día más.
—¿Podemos comer patatas fritas? —preguntó la criatura por encima de su
hombro, mientras bajaban la escalera.
Jungkook frunció los labios. «A ver quién le decía que no a ese experto
manipulador».
—¿Patatas fritas? —el humano bufó una carcajada, sintiéndose realmente
divertido—. Eres una sirena, esperaba que te gustase más... no sé... ¿el brócoli?
—Eh, vosotros dos —Yoongi les interceptó antes de llegar al salón, cargando
una bolsa de fertilizante sobre el hombro—. Tengo que hacer algunas cosas en
el porche, ¿os parece si a la noche pedimos unas pizzas?
Después de todo, aquel primer día con piernas para Taehyung se fue rápido.
Yoongi actuó con una pasmosa normalidad, jugó al UNO con Taehyung y
después se marchó al porche para cuidar de sus plantas acuáticas.
Jungkook trató de ignorar los mensajes de texto durante la cena (sin mucho
éxito), cuando las pizzas llegaron a casa.
Seokjin (21.48pm): «Namjoon ha descubierto la desaparición de la sirena, me
ha reclamado una explicación».
Seokjin (21.49pm): «Descuida, no estás metido en esto, le enseñé la captura de
tus billetes para la exhibición, además de que llevabas dos días sin pasarte por el
complejo. El guardia de seguridad testificó que un joven menudo y de pelo
negro le aporreó en la cabeza, pero las cámaras estaban desactivadas.1
Seokjin (21.50pm): Cree que ha sido un grupo organizado el que le ha quitado a
la sirena, ¿una mafia portuaria, tal vez? Nunca le había visto tan enfadado».
El azabache resopló entre dientes. «¿Grupo organizado? ¿Mafia?», pensó
rápidamente. «Ellos sólo eran unos pringados».6
Jungkook (21.51pm): «¿Qué hará ahora?».
Seokjin (21.51pm): «No lo sé, espero que no mucho más que lanzar su copa de
Martini contra el cristal. Ni se te ocurra pasarte por aquí, aléjate todo lo que
puedas».
Jungkook (21.52pm): «No pensaba hacerlo».
Taehyung se comió una buena porción de pizza a su lado, llenándose las mejillas
de queso fundido. Jungkook se mordisqueó el labio, volvió a comprobar su
teléfono de soslayo, en lo que Yoongi le explicaba a Taehyung cómo funcionaba
la maldita ficción, las películas, y la programación basura de la televisión.
Seokjin (21.53pm): «Hablamos en unos días».
Jungkook (21.53pm): «Adiós, Jin».
Un poco más tarde, en la noche, la lluvia amainó hasta desaparecer por
completo, el cielo barrió lentamente las dispersas nubes dando paso a un tono
índigo y sosegado. La arena de la playa se encontraba húmeda, oscura, las olas
aún se encrespaban. En el interior de la casa, Jungkook se enfrentó a Taehyung
con su mejor reto: un saludo especial de manos.1
—¿Esto también lo hacéis los humanos?
—Así, y... así... —continuó, repitiendo el roce de dedos y gestos de nuevo—.
¿Podrás memorizarlo?
El rubio se esforzó por repetir el gesto lentamente, Jungkook lideró el cambio de
posición de manos y sus dedos se agarraron, uniendo finalmente ambos
pulgares. Ese último movimiento significaba «te quiero» en el lenguaje de
signos, pero pensó que sería más divertido no decírselo.7
—¡Casi lo tengo!
—Eso es —sonrió el pelinegro.
—Huh, ¡mira mi velocidad!
—Oye, eso no consiste en ser rápido.
—Ah, ¿no?
Cuando soltaron sus manos, Jungkook soltó una leve risa y dejó caer
cómodamente ambos codos tras sí mismo, en uno de los anchos reposabrazos
del sofá. Se miraron de frente, con las piernas flexionadas bajo el tronco.
Taehyung apoyó la sien en el respaldo del sofá, escudriñando a Jungkook con
unos pulcros iris.
—¿Cómo os comunicáis las sirenas bajo el agua? —preguntó el pelinegro
fugazmente—. Tenéis un... ¿lenguaje o algo así...?
—No necesitamos utilizar los idiomas para comunicarnos —contestó con
simpleza—. Nuestra vida es mucho más simple que la vuestra.
—Pero conoces mi idioma.
—¿Sí? —dubitó Taehyung.
—Oh, ya veo, ¿entonces lo estudiaste en la escuela de idiomas de la Atlántida?
Taehyung sonrió como si Jungkook fuera un tonto.
—En la Atlántida no hay sirenas, sólo las ruinas de una perdida ciudad humana.
El pelinegro negó con la cabeza, con las comisuras ligeramente curvadas.
Taehyung se llevó una mano a la mandíbula y caviló sobre cómo conocía su
idioma. Consideró que realmente, no tenía ni idea, lo sabía y punto, y suponía
que podía hablar con cualquier otro humano que se le acercara, entendiendo
perfectamente su lenguaje. Jungkook pensó que era un don muy especial.
—¿Por qué te dedicaste a la biología marina? —formuló Taehyung
cándidamente. Su mirada era cálida, curiosa—. ¿Por qué te gusta el mar...?
—¿Y no las tragaperras? —intervino Jungkook, mordisqueándose el belfo
inferior—. No sé, me atrajo desde pequeño.4
Taehyung le contempló con serenidad.
—Me gusta cómo me siento cerca del agua —prosiguió Jungkook en voz baja,
desnudando su mente—. De pequeño quería ser expedicionario, pero para eso
tenía que cursar dos años en las Fuerzas Armadas. Preferí optar por las ciencias
para conocer la biodiversidad marina. Y después de eso, llegó mi especialidad
veterinaria.
—Eso significa que el mar te llama —dijo con un énfasis demasiado mágico—, te
escogió como uno de sus mortales predilectos.4
—¿A mí? No creo que el mar, precisamente, me-
—Crees en las sirenas, la luna llena, y en que ahora tengo un par de piernas,
pero, ¿no en que el mar también llama a mortales? —formuló Taehyung
indignándose.
Jungkook se rio levemente, no podía tomárselo demasiado en serio a pesar de
que confiara en sus palabras.
—¿La luna llena? —repitió con escepticismo—. No sé, ¿eres una sirena lobo?
Espero que no me muerdas.
—Las fases lunares crean la Marea Viva; es un efecto de atracción gravitatoria
donde las mareas suben y bajan —explicó Taehyung desviando su mirada—.
Con la luna llena, los seres subacuáticos se sienten empujados a la superficie.
Algunas de mis hermanas cantaban cerca de los puertos pesqueros cuando la
gravedad incidía en la costa. Llamaban a los hombres.
Jungkook sintió un pálpito molesto en el pecho.
—¿Por qué hacían eso?
Taehyung se encogió de hombros, cruzó los brazos con las enormes mangas de
la sudadera celeste que vestía.
—No sé, es la llamada de la luna. Cuando estás en la superficie, no puedes evitar
actuar instintivamente bajo su luz —expresó Taehyung—. Creo que el instinto
de una sirena siempre está bajo la influencia de dos fuerzas opuestas; el mar y
los mortales. Pero en mi nido está prohibido hablar de eso... ya te dije que...
—Sois pocas —entendió Jungkook.
El joven encajó unas cuantas piezas de lo que parecía ser un gran puzzle; ¿las
sirenas y los humanos se atraían fatalmente? ¿Qué ocurría con esa gente que
desaparecía en los muelles? Los seres que emergían de las profundidades las
noches de tormenta que mencionó Hoseok, ¿eran sirenas? ¿o auténticos
borrachos que se sentían atraídos o alucinados por sus cantos? Taehyung
parecía ignorarlo, él recordaba que en una ocasión mencionó que alguna de sus
hermanas desaparecía cerca de la costa. El azabache prefirió no ahondar en el
tema.
Yoongi se largó a dormir temprano. Ellos vieron algo de programación por la
noche, y no mucho después, cuando detuvieron su conversación y Tae dejó de
señalar la pantalla preguntándole si en las series de televisión realmente usaban
magia (era demasiado inocente), una de sus sienes llegó a su hombro con una
respiración mucho más profunda. Jungkook advirtió en que se había quedado
dormido. Taehyung nunca antes había necesitado dormir, así que la primera vez
que lo hizo, una auténtica somnolencia física le arrastró de forma natural hasta
Morfeo. Jungkook se quedó muy quieto, ahuecó un brazo por encima de sus
hombros, y su compañero, genuinamente, rodeó su pecho con uno de sus
brazos y se acomodó en su regazo. Su rostro parecía relajado, sus párpados se
encontraban cerrados, la respiración que escapaba su nariz rozó el cuello del
pelinegro. Él se hizo un ovillo en busca del calor corporal de alguien. Jungkook
se sintió extensamente encantado durante minutos, y después, consideró que lo
más responsable era llevárselo a su cama.
«N-no para nada, claro», se dijo mentalmente. «Sólo para dormir. Para que él
durmiera. A solas. No tenía sentido dormir juntos».
El azabache se incorporó lentamente, Taehyung parpadeó somnoliento, se
restregó un ojo con los nudillos, y aceptó sin oposiciones que Jungkook le
tomara en brazos con un susurro sobre algo de «dormir en su habitación».
Terminó llevándoselo a su dormitorio, le dejó sobre el colchón y Taehyung
pareció encantado con el cómodo espacio de su mullida cama. Seguidamente
Jungkook sacó una fina manta de la cómoda, entrecerró la puerta de la
habitación y bajó la escalera pera regresar al salón con la decisión de pasar la
noche en el sofá.
Tras apagar el tenue murmullo de la televisión y el interruptor de luz, se dejó
caer bocarriba perezosamente y esperó a que su cansancio tras una noche casi
sin pegar ojo hiciese el resto.
Cuando se durmió, su afán por los sueños extraños incidió sobre él
directamente. Unas manos alrededor de su cuello, atrayéndole hacia un
encrespado mar bajo la tormenta veraniega de Geoje. Un rostro grisáceo, unos
dientes y unas garras clavándose en su carne, hasta asfixiarle bajo la fría agua de
la marea alta que arrastró su cuerpo. El resultado fue despertarse de
madrugada de un culetazo en el suelo, su posición era cuanto menos, incómoda,
con un brazo aún sobre el sofá y la manta enredada sobre sus dos piernas,
impidiéndole que se levantara.
—¿Te has decidido a crear tu propia cola?1
La voz de Yoongi le hizo levantar la cabeza, el chico se echó un puñado de
cereales a la boca arqueando una ceja. Jungkook le insultó con voz alta y clara.
—Uh, vale. Mal humor por la mañana, eres de los míos —declaró Yoongi—. Por
cierto, la pantalla de tu teléfono está iluminada —señaló con el índice mientras
masticaba.
Jungkook se deshizo de la manta patosamente, extendió el brazo y sostuvo su
teléfono en la palma de su mano. Era el número del centro de recuperación de
animales marinos.
—¿S-sí? —reprodujo al descolgar la línea.
Reclamaron la atención de Jungkook para el cuidado de unas focas marinas, el
perro de Noah, y una mantarraya a la que recientemente le habían extirpado las
glándulas de veneno de la cola.
—Un momento, ¿qué diablos tiene que ver el perro de Noah en todo esto? —
inquirió Jungkook.3
—Que eres buen veterinario. Sólo ven.
Después de aquella breve llamada, estiró los brazos y dobló el cuello hacia
ambos lados, aceptando mentalmente que debía ir a trabajar esa mañana.
—Dispara, ¿van a encarcelarnos por la operación «atraco de los pingüinos»? —
ironizó Yoongi.
—Nah, me necesitan en la Protectora —contestó pasando de largo—. Debo de
salir cuanto antes.
Taehyung atravesó fugazmente su cabeza, como una cachetada.
—Mierda.
—¿Qué? —su compañero le apuntó con unos ojos muy abiertos.
Jungkook le miró de soslayo.
—¿Podrías quedarte con Taehyung por la mañana? —suplicó en voz baja—. Por
favor.
Yoongi se hizo de rogar apropósito, comprobó sus propias uñas como si
necesitase una manicura y ladeó la cabeza reflexionando en toda su agenda
personal.7
—Te invitaré a todos los calamares y cerveza que quieras —insistió Jungkook.
—Hablamos el mismo idioma —su amigo chasqueó con la lengua, tras conseguir
justo lo que quería—. Acepto, pirata.
Jungkook salió disparado en dirección a las escaleras. Subió a su dormitorio para
agarrar una muda de ropa limpia y meterse en la ducha. Un rato después,
cuando se preparó para salir tras comprobar los mechones de cabello negro y
ondulado en el espejo, regresó a la habitación para tomar su bandolera y se
encontró a Taehyung despierto.
—¿A dónde vas? —le regaló unos ojos de cordero y cabello dorado despeinado.1
—Debo ir a mi trabajo, volveré en unas horas, ¿de acuerdo?
Taehyung no pareció muy contento con su marcha, su rostro se volvió similar al
de cuando le dejaba tirado en el acuario, pero en esta ocasión, no iba a estar
solo entre las cuatro paredes de vidrio de aquella pecera. Estaba en su casa,
tenía a Yoongi, y seguro que terminaba ofreciéndole un puñado de cereales
secos como si fuera un animal o las porciones de pizza fría de la noche de antes
(seguro que le encantaba).
—Hasta luego —se despidió el azabache.
Por suerte o desgracia, fue víctima de un impulso reflejo que no vio venir a
tiempo. Jungkook se inclinó y aproximó sus labios a la frente de su compañero,
presionando ellos durante unas décimas de segundo antes de moverse hacia la
puerta. No tardó mucho en racionalizar lo que había hecho. «Era imbécil», se
dijo a sí mismo, mirándole de soslayo con un leve rubor. Taehyung se quedó con
la misma cara que si hubiera visto pasar a una gaviota.5
Jungkook se largó poco después de casa, Tae pasó por el baño, después caminó
por el pasillo de la primera planta y terminó enfrentándose a la escalera. La bajó
cuidadosamente, apoyando una mano en la barandilla de madera, sin
pantalones (era más cómodo poder ver sus propias piernas) y vistiendo aquella
sudadera oversized celeste.
En el salón encontró a Yoongi arrastrando un pesado saco de piedras.
—Buenos días, pescao' —soltó pasando de largo.11
—¿Qué haces? —preguntó Taehyung con curiosidad.
Le siguió hasta el porche, bajó la pequeña tarima de madera y pisó el suelo de
piedra que se encontraba salpicado por la arena y hierbajos de la costa situada a
unos treinta metros aproximadamente.
—Adornar mi cultivo de plantas marinas, ¿quieres verlas?
Taehyung sintió los pies descalzos fríos y húmedos sobre el suelo, a causa la
lluvia del día de antes.
—¡Oh! —se acuclilló para ver de cerca el estanque del humano.
—Eso es de ahí es calta.
—Caltha palustris —la identificó Taehyung—. Posee una flor amarilla
característica que se utiliza como remedio medicinal.
Yoongi parpadeó y le miró de medio lado.
—Wow —alucinó—. Yo pensaba hacer té con esa cosa, ¿y tú dices que sirve
como remedio medicinal?
El rubio esbozó una sonrisita.
—Pero aún no ha producido sus flores, imagino que aún tarde unos días más.
Yoongi le regaló una mirada significativa, invitó a Taehyung a que le ayudase con
las plantas acuáticas, y entre los dos terminaron de decorar el estanque. Una
vez terminaron, siguió a Yoongi por la casa como un cachorro aburrido; le ayudó
a hacer la cama (él se encargó de la de Jungkook), recoger el salón, la colada y
después se sentó en la isla de la cocina para verle preparar algo un estofado
coreano.
—¿Puedo ayudarte con eso?
—No, Jungkook me degollará si te cortas —contestó secamente—. Pregúntaselo
a él cuando regrese de estar con su novia.33
El humano le dio la espalda, abrió la nevera y agarró unas cuantas verduras sin
ni siquiera reparar en su reacción. Por algún motivo, Taehyung se atragantó con
algo tras su última mención y comenzó a toser exageradamente. Primera vez en
sus horas como humano, en las que estuvo a punto de atragantarse con su
propio aire.1
—¿J-Jungkook tiene novia? —balbuceó la sirena, con los ojos como platos.
—¿Eh? —emitió mirándole de medio lado—. Oh, sí, Haeri. Un encanto al que
pasa a ver cada vez que sale del trabajo. Ella actúa como si el mocoso no
removiese sus hormonas. Spoiler: lo hace —soltó Yoongi desconsideradamente,
pasando de largo con la fregona—. Pero Jungkook siempre actúa como si
estuviera ciego.12
Taehyung se quedó boquiabierto, frunció esporádicamente el ceño y los labios,
como si hubiese dicho algo realmente desagradable. Sus pupilas se fijaron en el
corte de cebolla de Yoongi, mientras se cruzaba de brazos e hinchaba las fosas
nasales.
«¿¡Que Jungkook estaba con una humana!? ¡Lo sabía!», sospechó
entusiasmadamente. «¡Maldito cretino, torpe y zopenco!».1
—¿A-a él también le gusta? —preguntó la sirena esporádicamente.
Yoongi soltó una risita, no respondió nada en concreto, levantó la tabla de
cortar y echó su contenido en la olla, agregando:
—Pues no sé, los delfines de esa tía se pavonean como gallos cuando Jungkook
pasa por delante.1
Taehyung se mostró muy enfurruñado. No volvió a abrir la boca con ese tema, y
por su aura, Yoongi detectó que algo le había molestado.6
«¿Había dicho algo malo? Sólo estaba bromeando», dudó de forma muy
mundana. «Esperaba que al menos no fuera por utilizarle en su día como
encargado de las tareas de casa».
—Oye, ¿quieres que te deje un pantalón? —formuló Yoongi por primera vez,
tratando de ser amable—. Creo que a Jungkook le está gustado demasiado que
vayas por ahí con su ropa oversized.
Taehyung no pareció entender muy bien a qué tipo de «gusto personal» se
refería el chico, se encogió de brazos como si le diese totalmente igual ir en
bolas que bien vestido.
—Sus pantalones no me quedan —contestó sencillamente.
Yoongi suspiró, se lavó las manos en el fregadero y se las secó con un paño de
cocina.
—Está bien —dijo, dándole de lado—. Dame un momento.
Tae se quedó plantado en el salón, con cara de fastidio. Esperó allí
pacientemente, hasta Yoongi regresó en unos minutos más con un pantalón de
su talla.
—Ten, quédatelo —le ofreció generosamente—. No visto otra cosa más que
chándal y vaqueros antiguos.
—Huh, gracias, Yoon —Taehyung se suavizó un poco—. Eres un humano muy
amable —añadió con cierta lástima.4
Yoongi parpadeó y le siguió con la mirada, mientras el chico se colocaba un
pantalón decente. Se vio distraído momentáneamente por su aspecto. Puede
que Taehyung tuviese piernas humanas, pero ni por asomo podía ser uno de
ellos; su piel tenía un suave bronceado, a pesar de que la mayoría de los
habitantes de la isla lo fueran de naturaleza. Su cabello era extrañamente
dorado, con mechones claros que le hacían olvidar aquel tono cobalto de sirena,
y sus ojos, sin duda, además de rasgados y de un hermoso doble párpado,
mantenían su llamativa heterocromía.2
—¿Puedo probar eso a lo que llamas estofado?
El humano asintió sin decir mucho más, introdujo una cuchara de madera en la
olla y le ofreció su contenido espeso y caliente para que lo probara. Taehyung
pareció encantado tras saborearlo. Después de todo, Yoongi pensó que se
sentía inusualmente cómodo en su compañía.
—¿De verdad has estado siglos sin comer? —le dijo—. Caray, qué temple.
Jungkook asistió a su jornada laboral mientras tanto. Miró la hora más veces de
la cuenta, y comprobó su teléfono como si estuviera esperando una mala
noticia. Pero lo cierto era, que ni Seokjin, ni Yoongi le escribieron en toda la
mañana. Él hizo su trabajo en el recinto sin complicaciones, se encargó de forma
extra del perro de Noah (se había comido a una medusa en la playa), y después
vio a Haeri de pasada, de quien se despidió con una sonrisa, provocando que la
chica se diese de bruces con otro trabajador de forma muy patosa.3
—¡Eh, Jungkook! ¡Espera! —la chica le llamó un instante, aceleró el paso y se
aproximó al azabache dirigiéndose con una mirada alegre.
—¿Estás bien? —Jungkook esbozó media sonrisa en lo que se acercaron—. Te
he visto tropezarte con...
Ella se rio levemente.
—Un poco exhausta, eso es todo. Llevo unos días sin parar de trabajar —rodó
los ojos, seguida de un resoplido de cansancio—. ¿Sabes que mañana será el
último día de exhibición?
Él negó con la cabeza.
—¿Pudiste venir la otra noche? —dudó ella con amabilidad.
—No —titubeó Jungkook, esbozando una mueca— Ah, me hubiera gustado,
pero tenía algo importante que hacer, y...4
—Mejor así. No te miento, mi compañero Ming pasó un mal trago con los
pingüinos —expresó la chica, caminando a su lado—. Estaba lloviendo tanto que
ni siquiera pudo presentar su número.
—¿En serio? —formuló distraídamente.
—¿Por qué no vienes mañana? —le ofreció la joven—. Habrá sándwiches y
bebidas. Noah estará poniendo sellos a los que trabajan en la protectora, tú
puedes entrar gratis. E incluso puedes traer a un acompañante, ¿tal vez tu
compañero de piso quiera venir?
Jungkook detuvo sus pasos, alzó ambas cejas y consideró seriamente su
invitación. ¿Podría llevarse a Taehyung con él, además de Yoongi? Fuera como
fuese, podía permitirse pagar una entrada de más, en caso de una negativa.1
—¿Por dónde dices que quedaba ese parque temático?
Jungkook conversó con Haeri un poco más, y antes de regresar a casa, se pasó
por su cuenta por una tienda de pasteles de arroz pensando en la sirena. «¿Le
gustarían a Taehyung los dulces?». Compró una pequeña cajita de un surtido de
sabores; melón, fresa, melocotón y chocolate.
Jungkook salió allí mordisqueándose la punta de la lengua: «Y, ¿a ella qué
diablos le importaba para quién era su compra?», pensó malhumorado, con un
pálpito nervioso y el estómago lleno de mariposas. «La gente metía demasiado
sus narices en todo».
Tomó el tranvía en una parada céntrica de la ciudad y se sentó cómodamente
en un asiento metálico. De vuelta casa, no pudo sacarse de la cabeza una idea. Y
es que, sí, puede que Taehyung fuese una sirena, pero ahora también era un
chico con un par de piernas humanas y él nunca se había sentido atraído por
uno hasta entonces. Era extraño, tampoco veía a Taehyung como cualquier
joven; él era irremediablemente especial. Y era demasiado tarde para detener
sus emociones por él.
Antes de bajar en la parada, Jungkook tropezó con un hombre que chocó
directamente con su hombro. Él se tambaleó hacia atrás, pero el tipo ni siquiera
pareció inmutarse con su tropezón. Una desagradable sensación helada recorrió
a Jungkook levemente, giró la cabeza y clavó sus ojos sobre él.4
—D-disculpe —musitó.
El hombre se pasó una mano por la mandíbula sin decir palabra, sus iris
centellaron suavemente cuando le apuntaron, Jungkook sintió el vello erizado.
Sin embargo, el hombre se marchó hacia otro compartimento del vagón.
Después, el joven bajó del tranvía antes de que la puerta se cerrara.
«¿Qué había sido eso?», dudó, sacudiendo la cabeza para liberarse de esa
extraña sensación.
Caminó pacíficamente por la acera, en dirección a su casa. Pasó frente a varias
casitas más, rebuscó la llave en su bolsillo y desbloqueó la puerta percibiendo
un agradable aroma a estofado.
—¡Hola! —saludó en la entrada, liberándose de los zapatos.
—¡Hola, Kook! —escuchó la voz de Yoongi desde la cocina.
Él dejó las bolsas en el suelo sintiendo a la bandada de mariposas cosquillear en
su pecho, colgó su bandolera en un perchero de la entrada, y súbitamente, justo
cuando se dio la vuelta para dirigirse al salón, se dio de bruces con alguien que
se precipitó sobre él entusiastamente.
—¿Estabas con esa mujer? —Taehyung apretó su pecho con fuerza, hundiendo
la nariz en uno de sus pectorales.13
—¿T-Tae? —Jungkook se tambaleó un poco—. ¿Mujer? P-pero, ¿qué dices?
—¡Yoongi me dijo que tenías novia! —su voz sonó amortiguada sobre su ropa—.
¿Por qué no quieres decírmelo?
Jungkook se sonrojó de inmediato, maldijo a Yoongi mentalmente adivinando
con facilidad que él debía haber soltado esa estupidez. Siempre estaba
repitiendo ese tipo de tonterías en voz alta.
—¿N-novia? ¿yo? —repitió Jungkook con fastidio, soltando una carcajada
hueca—. Creo que no tengo una desde los catorce años.
—Los humanos no conocéis la lealtad —refunfuñó mirándole con una hinchazón
de mejillas, acto seguido soltó su pecho y se cruzó de brazos como si estuviera a
punto de sermonearle—. Jeon Jungkook, la furia marina caerá sobre ti.14
—Ah, ¿sí? Cuéntame más —dijo el pelinegro maliciosamente, pasándose una
mano por el cabello.
—No quiero que salgas con nadie —gruñó el rubio.
El azabache se quedó mudo, le miró fijamente, dejándose invadir por una ligera
timidez.
—¿P-por qué?
Los iris de la sirena se volvieron líquidos, vidriosos, con los pómulos sonrosados,
labios carnosos entreabiertos y un desvío de tímida mirada.
—Mnh, p-porque... quiero que estés conmigo...37
Jungkook y él se quedaron en silencio, pero el corazón del pelinegro palpitó
como en una carrera de cien metros lisos en su pecho.
—¿Quieres que salga contigo? —preguntó el azabache con un tono suave.
—S-sólo si tú quieres —titubeó Taehyung aún frustrado.
El pelinegro se aproximó a él unos pasos, con las manos guardadas en los
bolsillos de su pantalón.
—¿Por qué no? —murmuró cálidamente.
Taehyung se sintió tan tímido que sus palabras se atragantaron, no supo cómo
expresarlo y prefirió mantener la boca cerrada. Jungkook rompió lentamente la
distancia entre ambos, que se inclinó levemente, con las manos aun guardadas
en los bolsillos y presionó con sus labios por encima de los de la sirena en un
beso muy suave. Cuando el humano le devolvió sus centímetros de espacio
personal, Taehyung sintió un auténtico vértigo por estar de pie.18
—¿Eso es una promesa...? —formuló Taehyung en voz baja.3
—No, eso es lo que hacen los humanos cuando salen con alguien.7
—A-ah.
Taehyung se mordisqueó el labio, Jungkook miró de soslayo las bolsas de su
compra, se fue a por ellas para tomarlas.
—Ten, esto es para ti. Creo que te gustará el color —le entregó una bolsa de
papel con ropa y pasó de largo largo—. Traje postre, ¿eso que huele es
estofado? —le dirigió a Yoongi en la cocina.
Capítulo 13: Fracción de debilidad.
—¿Qué es eso?
Jungkook levantó la mirada y bajó el móvil. Esa noche, junto a la puerta de su
habitación, Taehyung se posó en el marco cruzándose de brazos.
—Un teléfono —contestó.
—¿Qué uso tiene?
—Sirve para llamar a alguien —sonrió Jungkook—. A alguien que está lejos.
—Como la voz de las sirenas.
El rubio fue hasta él, se sentó a los pies de la cama, flexionando una pierna bajo
el muslo. El humano se arrastró hacia un lado, tocó unos mechones de su
cabello en un fugaz silencio.
—Extraño tu pelo azul.17
Su compañero se pasó una mano por el flequillo, ni siquiera le había dado
tiempo a acostumbrarse a sus nuevas piernas, como para extrañar su antiguo
tono de cabello.
—Quiero cantar para ti.
—¿Cantar?
—Sí. Puedo cantar muy bien —le aseguró—. Las voces de las sirenas atraen a los
marineros de todas partes.
—Pero yo no soy un marinero. Y no necesitas cantar para atraerme.11
Tae bajó la cabeza con una sonrisa tímida dibujándose en sus comisuras.
Cuando volvió a mirarle, su tono de voz fue muy distinto, rico, profundo,
melodioso. El humano sintió como si su corazón se detuviese, los cilios de sus
oídos se encogieron viéndose sometidos a una suave caricia de terciopelo. En
ese momento, todo se distorsionó para el pelinegro. El mar tras la ventana a
donde daba su dormitorio palpitó en el nombre de una de sus hijas predilectas,
Taehyung. Su voz encandiló su corazón, hechizó su mirada, concentró el
bombeo de su sangre en su deseo por agarrarle con unos dedos.2
Jungkook olvidó sus pálpitos, su respiración, se sintió sentado sobre una nube,
en lugar de su propia cama. Los iris de Taehyung cobraron vida, se iluminaron y
prendieron sus deseos, así como las ideas más estúpidas. Quería tenerle entre
sus brazos, quería lanzarse al mar en medio de una tempestad, liberar una
extraordinaria pasión y devorar sus labios hasta que quedasen sin respiración.
Necesitaba entregarle todo lo que tenía e incluso más y cuando Taehyung
terminó su preciosa canción sacada de algún mito marino, el chico se sintió tan
mareado que le costó respirar.
El rubio extendió una mano y tocó su hombro, denotando su exacerbada
respiración.
—¿Estás bien?
Los ojos de Jungkook se habían vuelto más oscuros, él asintió y tragó saliva,
desviando su mirada.
—E-es más fuerte de lo que esperaba.1
—Lo siento. Pensé que te gustaría.
—Y me ha gustado —reconoció con palidez.
—Jungkook. Siento lo de antes. Confío en ti —tuvo una pausa—. Quiero
devolverte todo esto de alguna forma, me has sacado de allí, estás
protegiéndome, y yo-
—Está bien. Salgamos a pasear. Necesito... aire...
Hablaron con tranquilidad durante los siguientes minutos. Bajaron de la casa y
pasearon por la playa; Jungkook necesitaba tomar aire fresco y Tae agarró su
mano mientras caminaban. Sentir la arena en los dedos de los pies era algo
totalmente nuevo. La vista era preciosa, una playa vacía, varias manzanas a la
redonda compuestas sólo por casas, sin apenas luz, con la lejana ciudad a
kilómetros, resplandeciendo en el otro extremo de la isla.
—¿Extrañas el agua? —formuló Jungkook.
El rubio volvió a mirarle, casi con un respingo.
—Sólo el mar.
—¿Y tus hermanas? O lo que sea que hicierais ahí abajo —comentó el
humano—. ¿Jugar al dominó acuático? ¿Discotecas de medusas luminosas?
—No demasiado. Y no hay mucho de eso.
Jungkook esbozó una sonrisita, estrechó su mano mientras caminaban. Y poco
después, su sonrisa se extinguió sintiéndose egoísta. Había algo que flotaba en
su mente, de forma ingrávida. Por primera vez, recelaba del mar que les
acechaba bajo la bóveda del ciego índigo. Algo que había amado toda su vida,
era una de las mayores amenazas, capaces de robarle a Taehyung.
—¿Puedo ir contigo? —pidió Tae.
—¿A dónde?
—A donde tú vayas. Quiero conocer a los humanos y ver qué cosas hacen.
¿Puedo?
El azabache le redirigió a casa mientras conversaban.
—No creo que eso sea buena idea —sonrió, pensando en los probables peligros
de llevárselo por la ciudad de Geoje. No obstante, el puchero de sus labios le
hizo recordar algo que se le hizo más convincente—. Aunque creo que
podríamos ir a un lugar, quizá...
—Oh, ¿sí? ¡Vale, sí, quiero ir!
Taehyung se mostró emocionado por su iniciativa, la aceptó comprometiéndose
a cualquier cosa. Jungkook esperó no haberse equivocado, después de todo,
creyó que podría llevar al joven a aquella exhibición marina. Habría mucha
gente, animales marinos, un lugar que probablemente se le haría familiar, y
podría ver que no todos los humanos eran un peligro sobre dos piernas. Pensó
en decírselo a Yoongi en otro momento, y cuando llegaron al porche de la casa,
Jungkook le detuvo tirando de su mano.2
—Espera.
Miró hacia ambos lados, alegrándose de que la ventana y puerta del salón, que
daba al espacio trasero, se encontrasen sin rastros de luz. Eso quería decir que
Yoongi se había ido a dormir, y también quería decir que podía tener un
momento con Taehyung. A solas. Sin molestias.
—¿Crees que puedo darte un beso de buenas noches? —preguntó el humano
en un susurro.6
Él sólo acarició su labio inferior con un dedo. El corazón de Taehyung retumbó
en su pecho, se sintió nervioso y desvió sus iris ligeramente. Sabía que no se
refería al simple sello de labios que compartieron en la entrada de la casa, un
rato antes. Jungkook quería algo más, y pese a que sus venas de ser acuático
aún le concediesen rasgos gélidos por su conexión al mar, la pasión humana de
su compañero acompañó a las yemas de sus dedos.
—No sé si te haré daño.
—¿No quieres besarme tú?
—Sí —contestó Tae con timidez.
—No me harás daño.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque no quieres —Jungkook sonó tan seguro, que el rubio pestañeó por su
decisión.
Agarró su muñeca y le hizo retroceder unos pasos. La espalda de Taehyung
presionó contra la pared del porche, Jungkook apoyó un brazo sobre esta, por
encima de su hombro. Dejó un beso en la comisura de sus labios, sin llegar a
tomarlos.7
—¿O sí quieres?1
—¿No? —Tae llegó a dudar de sí mismo, por un segundo.
—Tu canto dice lo contrario.
—No... Jungkook...
—No estaré con humanos ni humanas —murmuró sobre sus labios—, escucha:
me mudé a esta isla para descubrir algo sobre mí que no entendía.
Desinteresado, asustado del compromiso, perdido. Pero desde que entré a ese
maldito complejo, desde que crucé las puertas de esa condenada pecera, desde
que te vi a través de aquel grueso cristal que nos separaba; supe lo que me
había estado pasando.
—¿El qué?
—Estaba esperándote.27
—¿Tú... a mí...?
—Quizá creas que yo accedí a rescatarte, pero lo hice por mí —reconoció
Jungkook con dureza—, lo hice porque soy jodidamente humano.
—¿Qué tiene que ver ser humano con eso?
—Verás, la gente es egoísta —se humedeció los labios—. El amor, el deseo, el
poder, los secretos. Todo termina trayendo la misma satisfacción, cuando te
llevas el gran premio.
Taehyung negó con la cabeza.
—Tú no eres así, no me harías daño.
—No —murmuró—. Pero me haría daño a mí mismo para seguir contigo.
—No lo entiendo.
—Una milésima parte de mí, una pequeña pero poderosa fracción —respiró
Jungkook—, se alegró de no poder liberarte. De qué perdieses esa cola. ¿Estás
seguro de que quieres confiar en un humano? Porque yo soy igual, Taehyung.
Kim te quiere para él, y yo... te quiero... para mí...1
—Tú no me quieres de esa forma.
—Ah, ¿no? —esbozó una sonrisa torcida—. ¿Acaso eres capaz de comprender
de qué formas puedo quererte en este instante? ¿De qué formas te he querido
ahora y antes?7
—Dime, ¿me encerrarías? ¿me tratarías como un prisionero?
—No.
—Entonces, no comprendo por qué dices eso.
Jungkook ladeó la cabeza, buscando sus labios. Sintió su respiración contra la
suya y rozó sus labios contra los propios levemente, tanteando si aquello seguía
allí. Necesitaba besarle, pero no quería volverse loco por el frenesí de la sirena.
No más de lo que ya estaba. Tae jadeó brevemente, Jungkook se mareó con su
reacción. Estaba seguro de que eso no era parte de su terrible hechizo, pero
escucharle jadear por primera vez tenía su encanto. Ahora era humano, como
él. Podía sentir estímulos físicos, estímulos sexuales, de la misma forma que él
los sentía. No importaba que los dos fuesen chicos, no importaba que jamás se
hubiese sentido atraído por otro ser de género masculino. Lo suyo iba más allá,
mucho más.
El rubio estiró los talones, buscando sus labios. Jungkook se lo puso difícil,
apartando lentamente la dulzura que hasta entonces había tenido con él. Evadió
sus labios y pasó una mano entre los mechones de su pelo, sujetando su rostro
con cuidado. Se inclinó y dejó un beso en la punta de su nariz. Quería portarse
un poco mal con él.
Taehyung frunció inmediatamente el ceño.
—Bésame —le exigió.15
El pelinegro se rio con suavidad y le dio un beso muy dulce. Fundió lentamente
sus labios sobre los de él, fue un beso gentil, agradable, extendiendo un
hormigueo entre sus bocas. Los labios de Jungkook le acariciaron con suavidad,
esperando que sintiera toda la ternura de su alma. Lo muy agradecido que se
sentía de tenerle allí, todo lo que significaba para él, en un periodo de tiempo
tan corto. La respiración de la sirena se volvió entrecortada, nerviosa, entre los
varios besos, desperdigados, algunos más profundos y otros más suaves que
Jungkook le proporcionó. Era la primera vez que se besaban sin agua de por
medio, sin el frígido líquido rebajando la temperatura de sus pieles. Sin ese
frenesí adictivo, similar al alcohol más lascivo del planeta.
Sus besos se volvieron más exigentes poco a poco. Jungkook sonrió ligeramente
sobre sus labios, sintiéndose satisfecho.
—¿Sientes algo? —formuló Tae débilmente.
—No —y volvió a besarle.2
Taehyung suspiró una sonrisa, sujetando el cuello de su camiseta. Por fin eran
libres, sin frenesí, sin paredes de cristal reteniéndolos. Sólo él y Taehyung
jugando a ser dos humanos. Y Dios, cómo le gustaba poder controlar aquello.
Disfrutar de un beso humano como deseaba, con toda la fuerza de dos
imágenes atrayéndose. Taehyung enredó los brazos alrededor de su cuello,
profundizó en su beso y lo volvió sinuosamente lento, curioso, con ánimo de
exploración. Jungkook le mantuvo entre sus brazos con firmeza, se desvió de sus
labios traicionando a su compañero por algún motivo que no comprendió. Se
encogió ante la nueva sensación, los labios del humano presionando en su
cuello, sus propios dedos se clavaron suavemente en su espalda, sus ojos se
entrecerraron y su aliento volvió a marchitarse. ¿Por qué hacía eso y se sentía
tan bien? No sabía si podía pedirle que parase o si quería continuar, pero Tae se
asustó ante las emociones humanas que le perturbaron. Un pinchazo físico, una
excitación que nunca había conocido, el temblor de su aliento, el estrés de
Jungkook mordiendo suavemente el borde de su mandíbula con los dientes.
Dejó escapar un suave gemido, sin comprender qué le sucedía. Quería
preguntárselo, pero Jungkook sintió el impulso de volver a besarle con un poco
más de furia, presionándole contra la pared y su cuerpo, su aura caliente,
transmitiéndose a través de su ropa.18
El azabache tomó sus labios apasionadamente, en un beso mucho más
dinámico. Se sintió enfadado por no haberle besado así hasta entonces. Lo hizo
con más profundidad, entreabriendo sus labios con los propios, rozando sus
dientes, su lengua, probando su saliva. Quería besarle. Besarle. Con su corazón
vibrando, bombeando sus venas con sangre espesa. Más. Más. Quería ahogarse
en su beso de sirena, volverse esclavo de sus labios, corresponder a sus deseos.
Lo que él quisiera. Era suyo hasta ahogarse en-7
—Jungkook —Tae se desvió de sus hambrientos labios, forcejó ligeramente con
su ansiedad por seguir besándole, percibiendo que algo no iba bien—. J-Jungk-
—No —jadeó el pelinegro—. M-mierda. No —maldijo resoplando. Pudo sentir la
familiar sensación de frenesí y desamparo, cuando su compañero rehuyó bajo
su brazo.
Él respiró despacio, apretó los puños y posó la frente contra la pared,
concentrándose en superarlo. Cuanto antes se esforzase en racionalizar que no
iba a morir si dejaban de besarse, antes podría superarlo.
—No me puedo creer que...
—Creo que puedo controlarlo —dijo Taehyung.
—¿Qué? —giró la cabeza, tragando saliva.
Los iris de la sirena emitían un destello de luz que se fue apagando lentamente.
—Que... creo que... perdí el control —especificó—. Pero puedo controlarlo. No
es como antes.
Jungkook respiró profundamente, le contempló a una distancia de seguridad,
separada por varios metros.
—¿Eso crees?
—Ha sido diferente a otras veces.
—Al principio —observó Jungkook, relamiéndose—. Hacia la mitad estábamos
bien, pero después...
Tae bajó la cabeza, sus labios estaban más rosas, besados por él.
—Puedo apagarlo de alguna forma —repitió—. Debo concentrarme.
Consideró silenciosamente que no era tan fácil como decirlo. Besar a un
humano conllevaba más emociones de las que hasta entonces, en toda su vida
de ser mitológico, había recaudado.
—Me siento un poco extraño —reconoció Tae seguidamente—. Mal.
Jungkook dio unos pasos hacia él, los dos se miraron como si acabase de romper
alguna barrera invisible. No iba a hacer nada más, pero quería comprobar de
qué se trataba. Posó una mano sobre su frente, esperando que no volviese a
aparecer aquella fiebre que le hizo perder su cola.
—No tienes fiebre —susurró.
—¿No? —dudó Taehyung, bajó la cabeza con las mejillas iridiscentes y se tocó
una—. Pues tengo calor.
—No estás caliente.2
—No sé...
—Oh.6
El pelinegro abrió los ojos, allí, en el porche, bajo la luz del manto nocturno,
denotó su evidente rubor. Tomó una muñeca de Tae y retiró su mano del rostro,
advirtiendo su elevado pulso y pupilas dilatadas.
—Ya sé lo que es —mencionó con cierta maldad, se inclinó junto a él,
aproximando sus labios a su cuello—. ¿Es por esto? —posó la almohadilla de
estos, acompañados de un roce de nariz sobre su dermis.
Tae encogió los hombros, su compañero dejó unos cuantos besos cariñosos por
allí, que casi le obligaron a gemir ahogadamente. Rápidamente, agarró su
camisa y le apartó para que cesara.
—No. No, no, no —gimió la sirena—. No sigas.
Jungkook soltó una risita oscura, volvió a mirarle y se mordió el labio inferior.
—Entonces, ¿es eso?
—¿Qué? —soltó molesto—. M-me siento raro.
—No te sientes raro, Tae —le dijo Jungkook, retrocediendo un paso—. Estás
excitado, eso es todo.
—¿Hm? ¿Excitado?
—Estimulación sexual —detalló, cruzándose de brazos—. Es una respuesta
humana a los estímulos físicos. Aumento de ritmo cardiaco y sistema nervioso,
erección del miembro masculino, en el caso del hombre. Sucede cuando algo te
gusta.
Taehyung parpadeó, atónito.
—Venga, no pasa nada. En un rato se te pasará —aseguró Jungkook,
dirigiéndose a la puerta. Se dio media vuelta con una sonrisita—. Eso no es
malo, significa que eres humano.
—Pero, ¿tú también...?
—¿Yo? —repitió, rodando los ojos—. ¿Contigo? Sí.1
—¿Ahora?
—Ahora —sonrió Jungkook, reprimiendo una carcajada.1
De alguna forma, se sintió tan divertido como tímido.
—No sabía que... se sentía así...
—Ya, bueno.
Tae clavó sus iris heterocromáticos sobre él, como si acabase de descubrir el
mundo. La extraña sensación se había metido bajo su piel y Jungkook le atraía
tanto como le imponía en ese momento. No sabía si quería lanzarse hacia sus
brazos para comprobar cómo continuaba aquello de la estimulación sexual, o
prefería no volver a tocarle. Estaba seguro que, desde que era humano, las
yemas del chico habían comenzado a quemarle con su tacto.
Él, en su vida de sirena, jamás había sentido ese tipo de deseo por algo. ¿Cómo
se suponía que debía sobrevivir a algo tan complejo?
—Necesitas dormir —dijo Jungkook—. Vamos, se está haciendo tarde.
—Pero te quedas conmigo.
—Nah, para nada —suspiró, con media sonrisa—. Prefiero el sofá antes que
verte la cara.
Taehyung pasó de largo y entró en la casa, ciertamente enfurruñado. Jungkook
no es que no quisiera dormir con él. Llevaba semanas pensando en él antes de
dormir, preguntándose si estaba bien en el acuario, sintiendo su pecho dolorido
por la distancia entre ambos. Sus pesadillas le habían torturado y mortificado
cada noche, haciéndole sentirse alerta. Deseaba con vehemencia tumbarse
junto a él, pero Tae era como un caramelo del que no quería abusar. Una joya
preciada. Su joya.1
¿Cuánto tiempo más podría tenerle? ¿Recuperaría su cola antes de expresarle
que estaba enamorado? Cuando entraron en la casa, Taehyung fue en dirección
a la escalera y Jungkook, posó ambas manos sobre el respaldo del sofá,
resignándose a pasar la noche allí.
—Jungkook.
Giró la cabeza, clavando sus ojos sobre el joven. Su rostro era sereno, sin
rubores, sin brillo mágico en los ojos. Sólo Taehyung.
—¿Sí?
—Ya sé por qué no quiero volver a mi mundo.
—¿Por qué?
—Porque no quiero regresar a un mundo en el que no existas —le dijo y luego
de insertar su corazón con una afilada cuchilla, le ofreció las buenas noches con
una sonrisa.34
*
Haeri salió tarde del centro de recuperación de animales marinos. Con un par de
bolsas de basura, fue hasta el contenedor más cercano. Llevaba su mochila en la
espalda, una camiseta de nadador y una minifalda. Cuando abrió el contenedor,
tiró una bolsa y agarró la segunda con ambas manos. Un extraño sonido
siseante le hizo girar la cabeza. No había nadie, pero su vello se erizó. Lanzó la
segunda bolsa al contenedor y sacudió las manos, volviendo a mirar en la misma
dirección. La calle estaba vacía, silenciosa, el suave rumor de las olas tejiéndose
al otro lado de la calle, más allá del paseo marítimo. De repente, encontró una
figura. Una silueta masculina, con capucha, alto, varonil, de hombros cuadrados.
—¿Jungkook? —preguntó en voz alta, casi sintiéndose estúpida.
Su corazón se lanzó sobre su pecho ante su falta de respuesta, metió la mano en
el bolsillo y sacó su teléfono, encendiendo la linterna. En cuanto levantó la
cabeza, la figura se había acercado tanto, que una mano enorme tocó su codo.
Soltó un grito, antes de descubrir sus ojos azules. Cabello negro y largo, piel
morena, guapísimo. ¿De dónde había salido ese chico?5
—H-huh, dios.
—Discúlpame —soltó su codo—. ¿Te he asustado?
Haeri parpadeó, tragó saliva y le miró fijamente.
—Un poco.
—Creía que me habías llamado, oh —sonrió—. Por un momento pensé que te
conocía.
—Ah, no. No nos conocemos —la joven se humedeció los labios—. Quiero decir,
m-me encantaría hacerlo, pero, uf.
Él sólo ensanchó su sonrisa.
—Soy Jesse —le ofreció su mano—. Un placer conocerte. Y siento haberte
asustado.19
Haeri estrechó su mano con una sonrisita tonta. Sus dedos eran cálidos y largos.
No sabía de dónde había salido Jesse, pero ella guardó las manos en los bolsillos
de la falda y caminaron juntos, conversando superficialmente. Él le preguntó si
trabajaba en ese centro de recuperación animal, ella asintió, comentándole un
poco su extraordinaria labor. Jesse estaba en Geoje de vacaciones (aunque no
fuesen las mejores fechas), era estadounidense, modelo y hablaba
perfectamente coreano. En definitiva: fue un flechazo a primera vista.
Captó a Jesse mordisquearse el labio mientras hablaban, lo que era sinónimo de
que, a él también le gustaba, o simplemente, tenía un montón de hambre.
Como no se le ocurría otra cosa, le invitó a tomar algo, se hicieron amigos e
intercambiaron sus teléfonos.
—Iré a esa exhibición a verte —tomó su mano y dejó un beso por encima de sus
nudillos—. Buenas noches, Haeri.
Cuando se separaron, Haeri aún se sentía atontada. Era como si hubiese estado
montada en una nube, pese a que el vello de su nuca erizado persistió como
escarpias.2
Al día siguiente, Jungkook dejó todo organizado para no meterse en un lío.
—Y si ves a Seokjin, nos largaremos de inmediato.
—Sí —repitió Yoongi con una voz pedante. Él le daba la razón a todo lo que
decía, desde hacía un buen rato.
—Si aparece Seokjin, estamos jodidos —se pasó una mano por la mandíbula—,
debí haberle dicho que no a Haeri. Ahora creo que es un mal plan.
—Mira, aún estamos a tiempo de quedarnos en casa. Podemos ver Tiburón 2 —
enumeró Yoongi—, comer palomitas, y preparar tacos veganos para que la
sirena se sienta como en casa. Yo haré de caballito de mar, tú muévete como un
alga.19
—¿No vamos a ir?
Taehyung apareció en la puerta con una mueca de tristeza. Vestía una blusa azul
celeste de la ropa que Jungkook le había comprado. Unos pantalones piratas
muy monos y unas sandalias que le daban un toque más juvenil de lo que
esperaba.
—No estoy diciendo eso.
—Está echándose para atrás, porque es un cobarde —Yoongi azuzó a Tae, como
era de esperar.
—¿De qué tienes miedo?
—De nada —Jungkook se cruzó de brazos.
—Kim no va a estar allí, él no va a eventos públicos —le dirigió Yoongi con mala
gana.
Jungkook le lanzó una mirada mordaz. Él nunca podía mantener su bocaza
cerrada.
—Espera, no creo que me reconozca —sonrió Tae, dando unos pasos—. Mi pelo
es rubio, no azul. Y no tengo cola, ni escamas.
—Y eres más bajito de lo que esperábamos —comentó el azabache casi como
una confidencia.
Yoongi agarró un sombrero de paja, de los que utilizaba cuando salía al exterior,
pescaba, o se dedicaba a balancearse en la hamaca del porche. Se aproximó a
Tae y se lo encajó en la cabeza.
—Nadie tiene por qué verte la cara —dijo Yoongi, le echó una mirada de soslayo
a Jungkook y este suspiró, dándose por vencido.
—Está bien, vamos a ese condenado sitio. Pero me debes una cerveza y un
burrito —Jungkook señaló a Yoongi—. Y tú —apuntó a Tae con un gruñido—, no
sueltes mi mano.
El mundo humano era más alegre de lo que Tae pensaba. El parque temático de
Geoje estaba repleto de gente, grupos amistosos, familiares y niños. A Tae le
llamaban especialmente la atención los niños. ¿Cómo podían existir seres
humanos tan diminutos? ¿Y por qué parecían tan patosos y adorables
caminando?3
Jungkook tiró de su mano tras pagar el ticket de sus entradas, Yoongi les siguió,
tras birlar una bolsa de cacahuetes que regalaban a la entrada.
—Pingüinos por allí —indicó Yoongi, bromeando un poco.
El pelinegro puso los ojos en blanco, atravesaron la marea de gente a la entrada
y se aproximaron a un chiringuito exterior donde vendían bebidas.
—¿Te gustan los pingüinos? —formuló Tae, distrayéndose rápidamente—. ¡Ahí
va! ¿por qué hay una catarata ahí?
El pelinegro esbozó una sonrisa falsa.
—Claro —mintió—. Me chiflan.
—Porque esto es un parque temático, la gente hace ¡uuh! —gesticuló Yoongi,
echándose un puñado de cacahuetes a la boca—, y, luego, ¡aaah! Y cuando los
pingüinos dan saltitos hacen ¡ji, ji, ji!8
Jungkook siguió los pasos de Tae, cuando tiró de su mano para acercarse a la
catarata. Levantó su sombrero sólo para observar con una mejor perspectiva. Se
notaba que era una creación artificial, y, aun así, le pareció bonita. Había un
montón de niños fotografiándose junto a la barandilla metálica.
—¿Te gusta? El agua es dulce, creo.
—Me encanta —reconoció Tae, con una fugaz sonrisa.
Yoongi se aproximó al par de chicos.
—Si queréis bebidas, prestad atención a esa cola —señaló con un dedo.
Jungkook se frotó la frente, había ido hasta allí por un burrito y no pensaba
descartarlo. Yoongi le dijo que no iba a tragarse semejante espera ni así ese
burrito fuese el más delicioso del planeta.
—Vamos, no es para tanto.
—Ten —Yoon le dio su parte del dinero—, cómpralo tú. Y tú, ven conmigo,
vamos a ver a esos delfines antes de que te lo pierdas.1
El pelinegro cedió sólo porque confiaba en Yoongi, su mejor amigo arrastró a la
sirena, llevándosela hasta la siguiente zona del parque temático. Allí había una
playa artificial, con zona rocosa, mini cataratas y una distancia de seguridad.
Estaba plagado de gente, había delfines saltando al ritmo de la música. Tae se
apoyó en la barandilla, con la boca abierta. Observó a una joven liderarlos, casi
parecía una valquiria. ¿Se comunicaban mentalmente? ¿Era algún poder
humano? Razonó que no, pues hasta donde sabía, los humanos carecían de ese
tipo de dones. Se le hizo admirable ese talento, entrenamiento o lo que quiera
que fuese.
Jungkook estuvo tanto rato en la cola, que maldijo a todos sus ancestros. Giró la
cabeza tratando de encontrar a Yoongi y Taehyung, pero no pudo verles. El cielo
se encontraba terriblemente soleado esa tarde, la música comenzó a resonar a
lo lejos y él, empecinado a tener su burrito, logró mantenerse allí hasta tomar
su turno. Pidió un refresco para Tae y su propia comida, esperando que les
sirviesen rápido. Encontró a Noah cuando se dirigía hacia allí, mordiendo la
tortita y con un vaso de refresco en la mano.
—¡Eh, has venido!
—Sí —masticó Jungkook.
—Es genial, Haeri acaba de salir.
—Mierda, estoy perdiéndomelo —maldijo Jungkook, tragó su bocado y le habló
con más claridad—. No sabía que esto se llenaría tanto.
—Ya ves, yo tampoco. Supongo que la gente apenas pudo venir el otro día, por
lo de la lluvia y eso.
—Ah, sí.
—Oye, ¿vienes con alguien?
—Huh, con Yoongi y... un... mi... ah...
—¿Un-mi-ah?
—M-mi pareja —a Jungkook le explotó el cerebro en el mismo instante que
logró pronunciarlo.37
No estaba muy seguro de si aquello estaba bien, pero la noche de antes, Tae y él
se habían considerado como que estaban saliendo, pese a que salir con una
sirena como él no dejaba de ser muy raro. Además, era un chico.
—Joder —escupió Noah, abrió los ojos muchísimo y posó una mano en su
hombro—. ¿Tienes novia? Wow, debo conocerla. ¡Sabía que últimamente
estabas perdiéndote demasiado, bribón!
Jungkook le dio un gran bocado a su burrito sólo para llenarse la boca. Ahora sí
que le apetecía maldecirse.
—Vamos, quiero verle.
—Por allí —indicó, afrontando el peligro.
De todos modos, no era como si le importase que alguien pudiera pensar que a
él le gustaban los chicos. Tenía ciertas dudas de si su orientación se basaba en el
género o en las conexiones. Fuera como fuese, quería a Taehyung. Con todas
sus fuerzas.3
En cuanto arrancaron el paso, un tipo enorme chocó con su hombro, se le cayó
el burrito de la mano y la bebida estuvo a punto de escurrirse entre sus dedos.
Jungkook giró la cabeza frunciendo el ceño, su vello se erizó instantáneamente,
desde el de su nuca, hasta el casi inexistente de sus brazos.4
—¡Eh! —profirió, pero el tipo ni siquiera se disculpó. Pasó de largo, con el
cabello negro y ondulado hasta los hombros, de su misma altura, de brazos
fuertes.
Jungkook parpadeó, preguntándose qué problema tenía alguna gente. Había
estado esperando por ese condenado aperitivo una hora, pero hubo algo que le
hizo sentirse extraño y no fue precisamente el de perder su burrito.
—Oh, vaya —exhaló Noah—. Se ha caído todo. Una lástima.
El pelinegro le miró de soslayo.
—¿Estás bien? —agregó Noah.
—Eh, sí. Sí. Vamos.
*
Instantes antes
Yoongi y Taehyung querían dirigirse a sus asientos ubicados en la pequeña grada
semicircunferencial, pero el humano no llevaba los tickets de sus entradas
encima (las tenía Jungkook) y se percató de que no tenía ni idea de cuáles eran
sus asientos. A Tae no pareció importarle demasiado durante el rato que
estuvieron esperando. Él se esforzó por perseguirle, mientras la sirena iba de un
lado a otro; estaba fascinada por la exhibición, alucinó cuando vio pasar a las
morsas haciendo fila y retrocedió unos pasos al encontrarse con un tiburón
gigante (una maqueta enorme, pintada de tonos plateados y cobaltos). Al rubio
le sorprendió la creatividad humana, la capacidad para que tanta gente pudiese
reunirse en el mismo lugar y pareciesen tan jubilosos confraternizando.1
Todo marchaba bien, hasta que alguien tropezó con Tae, derramándole el
refresco por encima. Yoongi entró en pánico y le agarró del brazo.
—Discúlpame, dios. No miro por donde camino. Perdona.
—Está bien, no se preocupe —afirmó el joven con una sonrisa.
El otro pasó de largo, sintiéndose avergonzado. Yoongi le abanicó con un
abanico de papel, sopló en su blusa y le miró con los ojos de par en par, como si
fuese a pasar algo.
—¿E-estás bien? —dudó el humano.
—Sí. No sabía que los humanos eran tan agradables entre ellos.
—No lo son —suspiró Yoongi—. Créeme que no. En su mayoría, todos son unos
chupapollas.
—¿Qué significa chupapollas?
—Oh, mejor te lo explico en otro momento —ladeó la cabeza, con un tono
sarcástico—. A Jungkook no le gustará saber que te lo he dicho. Pero, espera,
mírame. ¿Está todo bien? —sujetó sus hombros, con un rictus tenso—. ¿No te
va a salir cola, ni nada de eso?11
—Huh, ¿por qué?
El rubio le miró bajo el sombrero de paja con una naturalidad, que transmitió a
Yoongi que todo marchaba sobre ruedas. Apartó las manos y las colocó en su
propia cintura, resoplando.
—Últimamente, estoy hecho un paranoico. Ya sabes. Agua, sirenas —masculló
tragando saliva pesada—, pero no vas a recuperar tu cola porque alguien te
derrame un Seven Up encima, ¿verdad?
—¿Un Seven Up?
De repente, un enorme revuelo se esparció entre todos los asistentes. La gente
comenzó a aplaudir y los ojos Yoongi se abrieron como un par de ventanas.
—Me cago en la puta —agarró su antebrazo y tiró de él—. Jungkook tenía razón.
¡¿Por qué siempre tiene razón ese hijo de puta?!
—¿Qué? ¡¿Qué?!
Taehyung giró la cabeza y abrió la boca, entre todo el revuelo, un tipo trajeado
paseó por el parque temático, arrastrando a un puñado de prensa. Kim
Namjoon era el ser más reconocible del planeta, cabello claro, traje gris perla,
porte elegante y esa aura fría y soberbia. El corazón palpitante de Taehyung se
lanzó contra sus costillas, se sintió tan mareado por el impacto de volver a verle,
que tuvo que agarrarse a la barandilla.7
—Vamos.
Comenzó a caminar hacia donde Yoongi le arrastraba. Él no tenía ni idea de por
dónde moverse, pero creyó que sería suficiente con andar en la dirección
contraria. Ya se preocuparía más tarde de encontrar a Jungkook. Por suerte, Tae
no era alguien reconocible. Su sombrero le tapaba el rostro, su aspecto de chico
flor, con un bronceado sureño, le hacía pasar desapercibido. Además, el señor
Kim ni siquiera conocía a Min Yoongi. Era imposible que les detectara.
—J-Jungkook, tenemos que buscar a Jungkook —escuchó decir a Tae mientras el
otro tiraba de su muñeca.
—N-no. Jungkook es una maldita diana con letras de neón ahora mismo —dijo—
. Ese imbécil trajeado le conoce, es mejor que ahora sólo estés conmigo.
Vámonos de aquí.
Tae no dijo nada, pero Yoongi se detuvo en un cruce del parque temático (no
sabía hacia donde diablos arrastrarle), agarró su mano en confianza y en uno de
los mapas del lugar, comprobó dónde diablos quedaba la entrada por la que un
rato antes habían pasado. Estaban a doscientos metros de la salida, sólo tenían
que rodear la maldita catarata.
—¿No puedes llamarle con la cosa esa?
—¿Cosa? ¿Qué cosa?
—Eso que transmite vuestra voz humana a la persona que deseáis. Vi a
Jungkook utilizarlo anoche.
Yoongi alzó ambas cejas y le escudriñó con la mirada.
—¿Un maldito teléfono? —se quedó con la boca abierta—. Joder, qué creativo
eres a la hora de describir algo. Te ha quedado indescriptiblemente romántico.
De repente, algo les salpicó un montón de agua. Tae ya tenía la blusa mojada
por su tonto tropezón de antes, pero de todas formas, Yoongi soltó un gruñido,
giró la cabeza y señaló con un dedo al estúpido cachalote que acaba de emerger
de las profundidades para lanzarles un montón de agua.
—¡Nunca me habéis gustado, seres del inframundo! —le gritó Yoongi, fuera de
control—. Si no fuerais tan gigantes, ¡os cocinaría en mi horno, con patatas
asadas y tomillo!
Taehyung abrió la boca, pero no por la cantidad de blasfemias del humano, sino
porque, inesperadamente, un extraño cosquilleo invadió su sistema nervioso. Su
ropa mojada, pantalón, y piel, centellearon suavemente bajo el salpicón de agua
salada que les había atacado.
—¡Ah! —su grito fue inaudito, y llegó a los oídos de Yoongi no mucho antes de
ceder al vértigo de sus lánguidas piernas.13
Precipitadamente, su piel dorada y canela se volvió escamosa, su pantalón se
rasgó y recuperó el tono azulado que una vez caracterizó a su cola. Cayó al suelo
desprovisto de ayuda, y Yoongi, aún sin soltar su mano, se inclinó y soltó un
grito al unísono cuando le vio convertirse nuevamente en un pez.19
Estaban en un parque plagado de gente, a la luz del sol, con Kim Namjoon casi
pisándoles los talones y sin Jungkook. Y Taehyung, volvía a ser una maldita
sirena.
Capítulo 14: Esencia hibrida.
—La puta madre, ¡la puta madre!5
Taehyung sacudió la cola en el suelo, su otra enorme mitad de pez azul
resplandeció bajo un brillante sol de media tarde. Su cabello de un rubio
dorado, tintó lentamente sus mechones de azul cobalto. A Yoongi casi se le
salieron los ojos de las órbitas.
—¡Joder, que marrón!
—¿Por qué tengo cola de nuevo?
Tae se miró a sí mismo con curiosidad, sus brazos volvían a encontrarse
salpicados por brillantes escamas, los dedos de sus manos habían recuperado la
suavidad de sus membranas.
—¡Esto está lleno de gente!
—¡Yoongi, llévame a algún lado!
Yoongi giró la cabeza en ambas direcciones, no tenía ni la más remota idea de
qué hacer con Taehyung. Podía haber sido un pececillo de colores, o cualquier
otra especie que no resultase tan refulgente y llamativa. Pero de toda la lista de
posibles transformaciones, estaba seguro de que las sirenas encabezaban sus
locas ocurrencias.
—V-vale, estate quieto.
Se acuclilló para intentar agarrarle, Taehyung extendió sus brazos hacia él, pero
cuanto trató de levantarse, cayó de rodillas sobre él y estuvo a punto de probar
el suelo con los dientes.8
—¡Yoongi! ¿Estás bien?
—Perfectamente —levantó el dedo pulgar con una sonrisa falsa—. Podrías
haber mencionado que pesas como uno de esos cachalotes.
—Jungkook no me dijo que pesaba tanto.1
—Jungkook está mazado, además, ¡no menciones a ese ser en nuestra
conversación! —le apuntó con el índice, totalmente histérico.
Tae hizo una mueca, giró la cabeza cuando escuchó un puñado de voces de un
grupo de jóvenes acercándose. Iban a descubrirles. Ese era el final de todo, de
su escapada, de su aventura y de su amor con un humano. Sin embargo, Yoongi
sacó una fuerza descomunal de algún lado, se incorporó como un Hércules, le
agarró de los brazos, desde atrás, y le arrastró por allí como si fuera un saco de
patatas.9
No iba a permitir que nada de eso pasara. Taehyung era una sirena, el amor de
su mejor amigo, y él, un estúpido que no sabía ni cómo diablos había llegado a
estar implicado ahí en medio. Aceleró sus pasos y apretó los dientes, la
gigantesca cola de Tae se arrastró por el suelo, con un minúsculo aleteo
nervioso. Vislumbró de medio lado una caseta portátil cuya puerta mostraba en
unas letras blancas donde decían «Sólo Personal». Lo siguiente que hizo Yoongi
fue empujarla con el hombro, y con un jadeo, entró de espaldas. Chocó con una
pesada estantería cuando arrastró la longitud de Taehyung hasta el fondo de la
sala. Una bolsa de pienso cayó sobre su cabeza, se tropezó con sus propios
pasos, soltó a la sirena y estuvo a punto de caer de nuevo al suelo.
Afortunadamente, el pinchazo de adrenalina le hizo correr hacia la puerta que
atravesaron. La cerró casi sin respiración, empujó una escalera metálica para
bloquearla y se inclinó sobre sus propias rodillas.2
Respiró como pudo, con el corazón en la boca y el pulso en sus oídos.
—C-creo que no nos han visto.
—¿Te has hecho daño en la cabeza?
—No —jadeó, alzó la cabeza levemente, con el rostro enrojecido y lleno de
sudor—. En menuda nos hemos metido, dios nos coja confesados.1
Tae se sentó sobre el suelo, flexionando la cola. Se sacó la blusa azul sólo para
comprobarse, aún tenía un resplandor húmedo en la cola y el pecho mojado por
el refresco que le derramaron en la ropa. Yoongi tragó saliva pesada, se pasó un
brazo por la frente, limpiándose el sudor. Miró a su alrededor, identificando
aquel apestoso olor que inundaba su olfato, una rendija de ventilación, una
bombilla artificial de mala calidad, un montón de sacos blancos con letras
azules. Fue hasta una de las estanterías metálicas, introdujo la mano en un saco
abierto y agarró un puñado de pienso.
—Comida marina —manifestó—. Con suerte, no le darán de comer a los
pingüinos hasta que nos marchemos.
—Ya sé. Es el agua salada.
Yoongi soltó el pienso y se sacudió las manos en los pantalones.
—¿El agua salada?
—Ese cachalote nos salpicó, ¿verdad? Fue directo a mi piel, y ahora vuelvo a
tener cola.
El humano se acuclilló tras la puerta.
—Entonces, ¿eres un metamorfo o algo así? ¿Tienes piernas en la tierra y cola
en el mar?
Tae no tenía ni idea, sólo esperaba poder recuperar sus piernas después de ese
incidente. Tener cola era maravilloso, pero no poder ver a Jungkook se le
atragantó como un mal presagio.7
—Joder, ¿y ahora qué hacemos? —masculló Yoongi, pasándose una mano por el
pelo negro—. Kim está paseando como un tiburón, ahí afuera. Y yo, estoy
encerrado con un tío medio sirena, ¡dentro de un almacén de pienso para
peces!
—Yoongi, mantén la cama. Llama a Jungkook.
—Sí, sí.
Sacó el teléfono de su bolsillo y marcó en su contacto. Terminó deslizando la
espalda sobre la escalera metálica que bloqueaba la puerta, mientras esperaba
que descolgara.
—¿Sí?
—¿Jungkook?
—¿Se puede saber dónde estáis? —masculló Jungkook, caminando muy
rápido—. Kim ha venido a cerrar la exhibición, hoy era el último día.
—¿Te ha visto?
—No, ¿y a vosotros?
—No.
—Vale, no pasa nada. Tenías razón en algo; podemos irnos, nadie lo notará. Su
aspecto humano no tiene nada que ver con...
—Escucha —le detuvo Yoongi, se pasó una mano por la mandíbula y teatralizó
todo lo que pudo—. Su aspecto humano es genial, ahora imagínate que,
hipotéticamente, volviese a tener una cola azul de dos metros. Aquí, en mitad
de un jodido parque temático marino, con su mayor verdugo paseando como un
tiburón sonriente en busca de su próxima obsesión. ¿Qué me dices? ¿Suena
increíble o no?13
Jungkook se paró, apretó el teléfono entre los dedos, así como la mandíbula.
—Yoongi, ¿qué coño tratas de decirme? —su corazón cabalgaba en su pecho—.
¿Dónde diablos estáis?
—En una caseta portátil. Todo ha sido un incidente.1
—¡¿Cómo que un incidente?!
El pelinegro bajó la voz para no llamar la atención y trató de mantener los
nervios. Siguió las indicaciones de Yoongi para llegar hasta ellos, deteniéndose
del montón de gente que se encontraba junto a la caseta en ese momento.
Esperó unos minutos, hasta que se fueron. Tocó en la puerta con los nudillos y
se identificó. Luego escuchó un sonido metálico siendo arrastrado, Yoongi abrió
una rendija y dejó pasar.
Sus ojos se clavaron sobre la sirena. Ahí estaba Taehyung, la misma sirena que
había conocido en el acuario. Preciosas escamas insertadas en su piel canela,
tan dorada como la arena bajo el sol, una cola enorme, musculosa y su cabello
cobalto.
—Taehyung —se arrodilló junto a él—, ¿qué ha pasado?
Tae agarró su mano, sus dedos no estaban fríos, más bien tibios. Jungkook
comprobó su pulso, posando unas yemas bajo su cuello, después, con una mano
sobre su esternón. Su corazón seguía latiendo con regularidad.
—Ha pasado de repente, sentí un cosquilleo y mi cuerpo reaccionó al agua
salada.
—Tienes pulso. No ha sido tu corazón.
—Un cachalote con la cara del presidente Moon nos escupió frente a la
barandilla —Yoongi no se olvidó de ser creativo—. Qué hijo de puta.14
—Espera, ¿dices que ha sido por el agua? —formuló Jungkook nuevamente.
—Ocurrió muy rápido, apenas unos... diez segundos.1
—Tuve que arrastrarle hasta aquí —agregó su mejor amigo, más serio.
El azabache se pasó una mano por el cabello.
—La deshidratación puede hacerte daño —dijo preocupado.
—No siento nada malo ahora —contestó Tae.
—¿Seguro? Entonces, debe ser tu esencia híbrida.
—¿Esencia híbrida? —repitió Yoongi tras él.
—Seokjin tenía un tomo sobre sirenas donde se decían que eran seres híbridos
—resopló Jungkook.
—Hubiera sido genial que pudiésemos contar con él ahora, pero, ¡moc, moc! le
dejamos fuera de la ecuación, ¿recuerdas?
—Dios, cómo de útil nos sería si tuviéramos eso con nosotros.
—¿Podemos salir de aquí? Por favor —emitió Taehyung nervioso.
Agarró el borde de la camisa de cuadros abierta de Jungkook con inquietud. No
quería volver a estar en una pecera, no quería volver al mar sin Jungkook y le
daba miedo no poder volver a recuperar sus piernas. El pelinegro le miró con
afecto, pasó una mano por su cabeza y trazó un plan.
—Tenemos el coche, Yoongi puede ir a por él. Saldremos por la salida de atrás,
acerca el morro todo lo que puedas. Podemos salir de aquí si no hay moros en la
costa.
—Vale, pero ¿quién te avisará de que puedes salir? Si yo tengo que ir a por el
coche, te quedarás con él a solas —valoró Yoongi.
—Noah.
—¿Noah?
—Estaba por aquí, es un buen chaval, creo que puedo contar con él.
—Jungkook, Noah tiene dieciocho años, ¡es un mocoso que te sigue como si
fueras Justin Bieber!4
—¡No tenemos a Hoseok ahora! ¿¡Se lo decimos mejor a Kim!?
—No discutáis —pidió Taehyung.
Los dos chicos suspiraron en tensión, Yoongi puso los brazos como jarras y
asintió con la cabeza.
—Muy bien, voy a salir —dijo—. Cojo el coche y lo estaciono frente a la salida,
te doy un toque al teléfono cuando esté listo. Entonces, sal. ¿De acuerdo?
—Bien. Si tardo unos minutos, es porque el camino está bloqueado.
—Genial, genial.
Yoongi salió por la puerta realmente encrespado. Buscó la salida trasera (estaba
vacía en esos momentos), empujó la puerta metálica y abandonó el parque
temático, con las llaves del coche en la mano.
—Voy a necesitar unas vacaciones en las Fiyi después de esta semana de
espanto —se dijo a sí mismo.
En el interior de la caseta, Jungkook se incorporó, sacó su teléfono del bolsillo
para llamar al joven.
—Noah.
—Jungkook, acabamos de vernos hace tan sólo unos minutos, estaba
preguntándome dónde te habías metido —sonrió el chico—. De repente hubo
un revuelo y te vi salir pitando.
—Escucha, necesito que me hagas un favor. Es algo muy... importante...
—Oh, ¿sí? —dijo con voz más grave.
Jungkook le dijo que necesitaba su ayuda, le indicó donde estaba la caseta
donde estaba metido y que necesitaba una distracción si alguien pasaba por allí.
Afortunadamente, el chico se ofreció a ayudarle sin ninguna pregunta extra.
Recibió la llamada perdida de Yoongi, Noah le avisó de que no había moros en la
costa, y Jungkook se guardó el teléfono en el mismo bolsillo, regresando hasta
Taehyung.
—Vamos a salir ahora.
Le alzó entre sus brazos, con Tae abrazando su cuello. Jungkook empujó la
puerta con un costado, le sacó con cuidado bajo el brillante sol que esa tarde
abrazó la ciudad de Geoje.
—Por allí —dijo, cargándole.
Se cruzaron con Noah cerca de la puerta, el joven clavó sus ojos sobre Jungkook
y la sirena y esbozó una sonrisa amplia.
—¡Wow! ¡Qué disfraz más increíble! —dijo Noah puerilmente—. Nunca había
visto uno tan bien conseguido, parece súper real. ¿Es para la exhibición?11
Jungkook se quedó a cuadros.1
—Sí —respondió Tae, con una sonrisa tensa—, para la exhibición.
—Es que, ya sabes, estos trajes son pesados —se excusó Jungkook, sosteniendo
a la sirena—. Una vez que se lo ponen, tienen que meterse directamente en el
agua. V-voy a llevarle por allí, donde está el resto de su grupo.
—Eh, eh, espera.
Noah se acercó a ambos, con las manos guardadas en los bolsillos.
—Es un placer conocerte —Noah le sonrió a Taehyung, con las comisuras de sus
ojos arrugándose. Presintió que esa era la pareja de Jungkook, y esperando no
hacerles sentirse incómodos, trató de expresar su apoyo—. Es genial que estéis
juntos. Y no os preocupéis, en los tiempos que corren, es lo más normal —le dio
un codazo al pelinegro—. Aunque nunca pensé que Jungkook terminaría
saliendo con una sirena, ¡ja, ja, ja, ja!24
Jungkook tragó saliva pesada.
—Yo tampoco pensé que terminaría en los brazos de un humano —agregó Tae
en tono humorístico.3
Los tres compartieron unas risas, y Jungkook apretó los dientes, reconociendo
que empezaban a dolerle los brazos. Se largaron de allí con una gota de sudor
en sus sienes, Noah se sintió encantado de conocerles y se despidió sacudiendo
la mano.
—Qué mono. Es bastante inocente.2
—No puedo creerme que se lo haya tragado —bufó Jungkook, en lo que
abandonaban el parque temático—. Allí está Yoongi.
Su amigo le miró al borde de la histeria, abrió la puerta trasera para que metiese
a la sirena.
—Vamos, vamos —farfulló el chico.
Jungkook le dejó atrás, tomó el asiento de copiloto y se quitó la camisa a
cuadros en lo que Yoongi se sentaba de piloto, se ponía el cinturón y salían de
allí vertiginosamente.
—Ponte esto —le pasó la camisa a Taehyung—. Tapará tus escamas.
Le ayudó a taparse con una lona que Yoongi guardaba en el asiento trasero,
para que su cola quedase oculta mientras se movían por la ciudad. En un rato
más, abandonaron la ciudad y llegaron a casa. Yoongi estacionó en el garaje
para que pudiesen sacar a la sirena sin miradas indiscretas. Jungkook llevó a Tae
a la bañera, le dejó allí, preocupándose por su hidratación. La llenó con agua y
arrastró un taburete de la cocina hasta su lado.
—Estoy bien, de verdad —repitió el peliazul.
—Dime, ¿sentiste algo raro anoche?
—No, para nada.
—¿Dolor de pecho?
—No. Sólo cuando me besaste.
Jungkook sonrió un poco, sacudió la cabeza y se libró de la idea antes de
distraerse con eso. Yoongi llegó al cuarto de baño con una cerveza helada en la
mano.
—Bien. Tengo una teoría; alguien le tiró un refresco encima, y por un segundo,
me pregunté si sucedería —expresó el chico—. Pero ahora tengo mis dudas
sobre si es el agua salada, o una cantidad de líquido exacto. Quizá deberíamos
comprobarlo.
—¿Comprobar el qué?
—Has dicho que la fisiología, o como se diga, de Taehyung es híbrida, ¿no? O
eso ponía el tomo mágico de Atlantis de Seokjin —trató de explicar Yoongi.
—No es de Atlantis, es del mar muerto.
—Su corazón sigue palpitando —prosiguió su amigo, ignorándole—, por lo que
asumo que no ha vuelto a ser lo que era antes. Debe ser un cambio temporal,
reversible. Quizá, que su corazón siga latiendo significa que su parte híbrida
sigue activa.
—¿Y cómo lo revertimos? —dudó Taehyung, movió la aleta húmeda que
quedaba fuera de la bañera, con el resto de la brillante cola azul bajo el agua
tibia.
—Calor —dijo Jungkook en voz baja.
Los dos giraron la cabeza hacia el azabache. Él estaba cruzado de brazos, la
cabeza baja y una mirada reflexiva. De repente, se levantó del taburete,
arrepintiéndose de haber metido a Taehyung en remojo.
—Vale, vamos a sacarte de la bañera —enunció, extendiendo los brazos en su
dirección—. Yoon, saca unas cuantas toallas. Vamos a secarle bien.
Le dio igual mojarse la camiseta y jeans que vestía, Tae se agarró a él, Jungkook
le sacó empapado de agua. Se lo llevó hasta el salón, donde Yoongi colocó varias
toallas para que no calase el sofá. Dejó a la sirena allí, agarró un par de toallas
extra y entre los dos, le secaron lo mejor posible.
—Yo voy a por el secador —Yoongi levantó una mano y salió disparado.
Tae agarró la mano de Jungkook, la estrechó para que le mirase.
—No te preocupes. No voy a irme a ningún lado.5
El azabache le miró con debilidad; él no había dicho nada de eso, pero Taehyung
casi parecía percibirlo en su rostro. Ya le había expresado su temor el día de
antes y en ese momento, no había nada que les apeteciese más a ambos que no
separarse.
—Lo siento —Jungkook pellizcó tiernamente su mejilla—. No debí haberte
llevado allí. Ha sido muy peligroso.1
La sirena negó con la cabeza, Yoongi regresó al salón y buscó un enchufe donde
conectar el secador. Jungkook tomó el aparato, cerciorándose de que no le
harían daño. Le secó el pelo a Tae y de paso, le dio ligeramente en la cola,
comprobando si las escamas, como afilados cristales cobalto, reaccionaban al
calor. Inesperadamente, se encogieron.
—Funciona.
—¡Sí! —exhaló Yoongi.
Comenzaron a desaparecer poco a poco, aplicando un calor esparcido por la
longitud de su cola. Perdió tamaño y se encogió, separándose lentamente en un
par de piernas finas y lisas. Taehyung se cubrió con una toalla, retiraron el
secador y su cuerpo recuperó la forma humana lentamente, sin ayuda. En unos
minutos, Jungkook se sentó a su lado y Taehyung abrazó su cuello felizmente.
Sus dedos se entrelazaron.13
Yoongi comenzó a recoger todo aquel desastre de toallas, bañera desbordada y
otros asuntos. Se quitó de en medio mientras Tae y Jungkook se convertían en
un par de tortolitos.
—No teníamos ni idea de que sucedería —dijo Tae.
Jungkook suspiró lentamente, apretó sus dedos y le miró de medio lado.
—No te ha dolido, como la otra vez —consideró en voz baja—. El primer cambio
fue el que activó tu cuerpo híbrido. Esta vez ha sido mucho más sencillo.
—¡Hmnh!
Tae volvió a abrazarle como un koala. Estaba desnudo, cubierto por una sola
toalla. Con las piernas flexionadas en el borde del sofá y el rostro enterrándose
en el hombro del biólogo marino. Se sintió feliz por seguir con él allí, porque sus
dedos siguiesen siendo tibios, como los de Jungkook. Él le envolvió con los
brazos como si fuera su mayor tesoro.
—Joder. No sabes lo mucho que me has asustado —murmuró junto a su oreja.
—Oye, Kookie, tengo algo que... contarte.
De repente, los dos vieron acercarse a Yoongi con un vaso de agua lleno.
—Aparta, o te mojarás —le dijo a Jungkook.
—Eh, eh, ¡¿qué haces?!
Yoongi se encogió de brazos, y como no le hizo caso, le tiró un vaso de agua por
encima a Taehyung, salpicando a Jungkook. Los dos le miraron con los ojos
como platos, Yoongi contó hasta diez en voz alta, pero no sucedió nada. 7
—Las moléculas de agua salada le afectan, el agua dulce no —alzó las manos en
son de paz, con el vaso en una de ellas—. Teníamos que comprobarlo, ¿vale? A
esto se le llama ciencia empírica.11
—No vas a tirarle agua salada por encima.
—No iba a hacerlo, ya hemos estado media hora intentando que desapareciese
esa cola, como para intentarlo de nuevo —alegó Yoongi, largándose hacia la
cocina.
Tae y él se miraron, el cabello azul de Tae volvía a estar mojado, pero
lentamente perdía su tono azul para volverse de un rubio claro. Jungkook se
levantó del sofá y le miró de soslayo.
—Iré a por tu ropa.
*
—¿Puedes olerle? —dijo una mujer.
Jesse giró la cabeza, su sonrisa se volvió maquiavélica bajo unas rasgadas
pupilas felinas.
—Sí. Ha estado aquí —dijo él con voz grave, se acuclilló y tocó el suelo,
percibiendo la vibración del ser marino.15
—¿Estará en el agua?
—No. Había alguien más con él —se incorporó y arrugó la nariz—. No hay
rastros en la barandilla, debe haber recuperado sus piernas.
—Entonces, su esencia es realmente híbrida.
—Eso es lo que necesitamos, Suni —dijo Jesse—. Sus corazones están jugosos y
aún son inmortales, pero no tienen tanta fuerza como una sirena completa.6
—Se me hace la boca agua con tan solo pensarlo. Y será nuestra —sonrió Suni,
continuó hablando con una voz escalofriantemente grave—. Sólo para nosotros,
como esa chica tonta con la que ahora sales. Muero por clavar mis dientes en
ella.36
—No. Ella sólo es una mortal, no saciará nuestro apetito.
—Pero dijiste que viste algo en su aura —dijo Suni con vehemencia.
—Sí, pero no es ella. Sólo está cerca de alguien que tiene a la sirena —Jesse
salió de la sala en plena noche, sus iris rasgados se dilataron. El parque temático
estaba vacío y cerrado a esa hora, un silencio sepulcral predominaba en ese
lugar—. Hoy le sentí, aquí. Pero había demasiada gente, no pude
concentrarme.7
—Bien, asegúrate de atrapar a esa sirena antes de que sea demasiado tarde.
—¿Y tú? ¿Qué harás? —sonrió sarcásticamente—. ¿Esperar cruzada de brazos?
—Yo cacé a la última hace cincuenta y siete años —la mujer se cruzó de
brazos—. Compartimos el botín entre los tres.7
Jesse extinguió su sonrisa. Estaba cansado de compartir botines con ella y el
otro ser que ni siquiera estaba en la isla. Esta vez, la sirena sería sólo para él.
Tenía hambre y llevaba demasiados años sin llevarse una buena pieza a la boca.
Estaba cansado de Suni, hambriento y enfadado. Las sirenas apenas llegaban a
pisar tierra en el último siglo y sus venas estaban tan frías que le hacía saber que
se debilitaría tarde o temprano. Y no pensaba compartir nada con su
compañera, así tuviera que apuñalarle antes de tomar su almuerzo.1
«Si tuvieran a su compañero allí, sería más fácil», pensó. «Él tenía la capacidad
de rastrear las colas de sirena. Podrían ir en busca de ella, seguirle hasta su
escondrijo, pero Suni y él no eran del tipo rastreador».
—Sí —mintió Jesse—. Yo me encargaré. Sé de algo que nos será útil, déjamelo a
mí.17

*
Cenaron arroz salteado con pollo, y cuando la cena terminó, Taehyung les pidió
unos minutos para conversar sobre algo importante. Minutos después, él se
sentó en el sofá con seriedad, Yoongi se dejó caer en el sillón, sintiendo agujetas
en los brazos por haberle arrastrado horas antes, y Jungkook regresó de la
ducha con una camiseta blanca, pasándose una toalla por la cabeza.
—Debo explicaros algo que no os he comentado hasta ahora —dijo Taehyung,
posó sus iris sobre Jungkook, quien le observó con una toalla en los hombros,
sin llegar a sentarse.
—¿Qué?
—V-vale. A ver, ehmn... hace un tiempo, cuando llegué a Geoje, perdí algo.
—¿Las llaves de tu moto acuática? —bromeó Yoongi.
—Chst —chistó Jungkook—. ¿Qué perdiste algo? ¿El qué?
—Una joya del mar. Es mía, nací con ella y me ha pertenecido durante siglos.
—Espera, espera, ¿qué? ¿estamos hablando de un tridente, o algo así? —
formuló Yoon—. Como en las películas.2
—No, no. Tridentes no —le detuvo Taehyung con seguridad—. Algunas de mis
hermanas son especiales, tienen dones, heredados por el mismísimo océano.
Jungkook le miró incrédulo, pestañeó con escepticismo. ¿Dones? ¿Se refería a
magia?
—Podemos comunicarnos a largas distancias con el canto —prosiguió Tae—,
pero también hay sirenas que ejercen atracción sobre las olas, que pueden
prender luz en los abismos más oscuros o crear visiones terroríficas con las que
asustar a los marineros.
—Joder —escupió Yoongi—. Mira, necesito otra cerveza. Esto es infumable.
—Espera —Jungkook dejó caer la toalla a un lado y se sentó en la mesa de café,
frente a Taehyung—. ¿Estás diciendo que tienes un don? ¿Todo este tiempo lo
has tenido?
—Sí. Pero no es cómo crees, Jungkook. Quería contártelo, pero... cuando me
atraparon... ya no lo tenía conmigo —reflexionó la sirena, bajando la cabeza—.
Y cuando perdí la cola, pensé que no volvería. Ahora que sé que no se ha ido,
quiero recuperar lo que me pertenece.
El pelinegro ladeó la cabeza.
—Es una joya, nació como una de mis escamas, pero tomó forma de cristal
mientras me desarrollaba, hasta desprenderse de mí —le contó la sirena—. Por
la noche, tiene una luz muy especial. Todas las sirenas tienen su cristal.
—¿Quién te lo quitó?
—Lo perdí cuando me capturaron, no sé dónde está, pero creo que podría
ubicarlo ahora que no he dejado de ser una sirena.1
—Un segundo —les interrumpió Yoongi, levantándose del sillón—. ¿No vas a
preguntarle qué diablos es su don? ¿Soy yo el único que se muere por
saberlo?15
Los dos miraron a Taehyung, el chico se mordisqueó el labio y lo pronunció con
timidez.
—Hidroquinesis —dijo—. En realidad, es un don muy común. La marea sube y
bajaba a nuestro favor, no es gran cosa. Pero el cristal de luna me otorga la
habilidad de manipular el agua a mi antojo. Si lo hubiese tenido en aquel
acuario, hubiese escapado mucho antes.7
—Hidroquinesis —murmuró Jungkook—, ¿por qué no me lo habías contado?
Tae bajó la cabeza, sintiéndose avergonzado. Quería habérselo contado antes,
pero no sabía cómo.
—Lo siento.
—¿Y cómo puedes encontrar un maldito cristal dentro de esta isla? —dudó
Yoongi, cruzando los brazos—. O sea, es una joya diminuta, a la que llamas
cristal de luna. Puede que ni siquiera esté aquí, puede que terminase en el agua,
sedimentándose en alguna costa, bajo la arena. ¿Cómo podemos encontrar
eso?
—Nació de una de mis escamas, os lo he dicho. Puedo encontrarlo, forma parte
de mí. —repitió Tae con seguridad—. La noche que me sacasteis del acuario no
sentí nada, creo que mi corazón estaba preparándose para comenzar a latir y
todas mis capacidades se limitaron. Pero al recuperar mi cola, lo he sentido.
Sigue en la isla y me pertenece. Quiero recuperarlo.
Jungkook suspiró profundamente, apoyó las manos en la mesa, dejándose caer
hacia atrás. Todo era una locura.
—Está bien, buscaremos esa cosa —emitió el pelinegro—. Pero, ¿cómo?
—¿Tenéis un mapa o algo así?
Yoongi se rascó la cabeza, salió del salón y al cabo de un rato regresó con un
mapa físico de Geoje.
—Este te servirá. Lo utilizábamos para lo de las expediciones —dijo,
expandiéndolo sobre la mesa en lo que Jungkook se quitaba de en medio—.
¿Sabéis que hay una ruta marina en el este, formada sólo por cuevas y
oquedades?
—Creo que puedo ubicarlo así.
Taehyung se arrodilló frente a la mesa, comprobó el mapa superficialmente y
luego miró a Jungkook.
—¿Llevas esa perla en el bolsillo? —le preguntó.
El joven metió una mano en el pantalón, sacó la perla que Yoongi le dio en una
ocasión. Le gustaba llevar ese tipo de cosas encima, como si le otorgasen suerte.
En esta ocasión, la dejó caer en su palma y le contempló.
—Servirá, porque es auténtica —expresó Taehyung, colocándola en el centro
del mapa.1
Extendió una palma sobre la isla, unos centímetros por encima y cerró los ojos.
Yoongi y Jungkook le miraron fijamente, sin perderse ni un ápice de lo que
estaba por suceder. De repente, la perla se movió, como si fuese empujada por
un imán. Se posicionó justo a un lado de la isla. Uno de los resorts más
populares de Geoje.3
Tae volvió a abrir los ojos, Jungkook se inclinó tras él, apoyando ambas manos
alrededor del mapa.
—Sé dónde es.
—Y yo, es el resort Paraíso —habló Yoongi—. He pasado cientos de veces por
allí.
—¿En serio? —Tae les miró esperanzado.
—Sí, pero, ¿qué hace tu cristal de luna en un resort? —dudó Jungkook.
El rubio se encogió de brazos.
—Esa no es la parte del hotel. Hay una zona de fiestas y certámenes por allí —
Yoongi se frotó la nariz—. También exponen piezas, obras de arte y cosas así.
—Puede que un humano lo tomase y lo dejara allí —pensó el azabache.
—Podría recuperarlo —suspiró Taehyung, aliviado—. Por fin.
Jungkook asintió y Yoongi dijo:
—Vale, pues, iremos. Pero nada de cachalotes chapoteando. No pienso volver a
cargar con sirenas, mientras un pez gordo millonario nos pisa los talones —
levantó las manos haciendo un juramento al aire—. Y ahora, me largo a dormir.
Tengo cosas que hacer por la mañana. ¿Podemos buscar ese cristal en otro
momento?
—Sí —aceptó la sirena felizmente—. Buenas noches, Yoon.
—Hasta mañana —le dijo Jungkook.
—Hasta mañana —suspiró Yoongi, salió del salón y dejó al dúo a solas.
Jungkook y Taehyung se miraron en silencio. El azabache apartó el mapa, se
sentó en el sofá y Tae se dejó caer a su lado. En unos segundos, el pelinegro le
atrajo para abrazarle. El rubio enterró su rostro en su pecho, rodeó su cintura
con ambos brazos y respiró su aroma humano. Su cálida aura de mortal le
envolvió, Jungkook olía a jabón de vainilla en esa ocasión, su cabello aún estaba
húmedo por la breve ducha. Pasaron un rato así, Tae cerró los ojos y escuchó a
su corazón humano palpitar, diluyéndose lentamente en eso. Antes, adoraba el
murmullo de las olas, o la fuerza de las corrientes del agua cuando cerraba los
ojos.
Cerrarlos siendo humano era muy distinto, el leve hormigueo del sueño se le
hacía placentero, cuando estaba con Jungkook. Percibió al pelinegro suspirar
cuando su aliento rozó una de sus mejillas. Él le estrechó levemente sumiéndose
en sus pensamientos.
—¿Qué piensas? —murmuró Taehyung, abriendo los ojos—. ¿Es porque no te lo
dije antes?
—No es eso —contestó en voz baja, con media sonrisa—. Simplemente, mi
sirenita es más poderosa de lo que pensaba.2
—Jungkook.
—¿Hmnh?
El joven se incorporó sobre su pecho, mirándole seriamente.
—Mi corazón late por ti.29
El azabache entrecerró los ojos, posó un dedo sobre sus labios para que no
siguiera. Sabía el efecto que había causado en él la relación que había forjado,
piernas, una atracción que había sobrepasado el límite. También sentía como si
Taehyung fuese una ola fresca, vino demasiado rápido y se iría inevitablemente
de sus brazos, en cualquier momento.3
Él apartó su dedo, con los brazos sobre su pecho y recostado en su regazo, le
miró de cerca. Su nariz y la del joven se rozaron, su aliento acarició sus labios y
lentamente, cerró los párpados para probar sus labios. Sólo duró unos
segundos, en un par de cortos y sedosos besos que no despertaron el frenesí de
sus labios de sirena.
Taehyung se sintió más cálido que nunca, no sabía por qué, pero adoraba los
labios de Jungkook. Se habían convertido en su pequeña pasión terrestre.
—Cuando consigamos ese cristal, quiero decirte algo —murmuró Jungkook bajo
sus labios.
—Ah, ¿sí? —sonrió Tae—. A ver, dame una pista.
—Nah.
—Mhnm.
Jungkook sonrió ampliamente y dejó caer la cabeza hacia atrás.
—Seguro que ya lo sabes.
—No.
—Sí, lo sabes. Es sobre ti.
—¿Sobre mí?
—Ajá.
—Ya sé. Vas a dormir conmigo.5
El humano soltó un carcajeo que hizo retumbar suavemente su pecho.
—No lo creo —sonrió sin tapujos.
—Vamos, no es tan difícil. Ahora que puedo dormir, ¿tengo que dormir a solas?
—Tienes mi cama, ¿qué más quieres?
—¿A ti?2
Jungkook bufó, rodó los ojos y miró al techo. Era insoportablemente adorable, y
no quería decírselo, pero con las cosas que despertaban sus emociones, no
estaba seguro de que meterse en su cama con él fuese seguro. Él seguía siendo
un chico joven, después de todo, Tae tenía un problema de frenesí en los labios
y él, muchísimas ganas de besarle. «No era un espacio seguro».5
—Okay, conseguiremos ese cristal y cuando te diga lo que quiero decirte,
dormiré contigo.1
Tae se rio un poco, estrechando su brazo.
—Vale —musitó con un hilo de voz.
Capítulo 15: Hermanas del mar.
Durmieron juntos esa misma noche, puesto que ninguno se movió del sofá.
Compartieron un corto espacio abrazando al otro. Jungkook soñó con la sedosa
arena de playa dorada de la costa, con Taehyung caminando sobre esta, oscura
y húmeda, con mechones rubios y ojos limpios de un tono azul celeste. Llevaba
unos pantalones cortos y blancos, una pamela de color tierra y una sonrisa que
brillaba tanto como un rayo de sol. Su corazón se llenó de su luz, se sintió
increíblemente feliz, aunque su sueño se diluyó lentamente como si algo le
llamase.1
Cuando se despertó en el condenado sofá, fue por una caricia tibia que iba y
venía como el oleaje. Unos dedos cálidos a un lado de su mejilla, y una mano en
la coronilla, acariciándole. Sus ojos eran heterocromáticos, salpicados por
tonalidades de azul, gris plateado y rosa coral, líquidos, volubles y mágicos. A
unos centímetros por encima de él.3
A Tae le encantó traer a Jungkook hasta la orilla de su consciencia. Inclinó su
rostro y dejó un lento beso en su mejilla. Jungkook durmiendo era algo bonito,
más bonito que una corriente de medusas bioluminiscentes. Su respiración
había sido como el rumor de las olas, y sus brazos, cálidos, un refugio musculoso
y sereno en el que no le importaría sentirse atrapado. La luz de la madrugada
asomaba bajo las persianas del porche trasero.1
—Buenos días.
Jungkook rodó los ojos.
—Eres madrugador —murmuró, volviendo a cerrar los párpados.
—Sí, ¿eso es malo?
—No. Sólo, duerme un poco más.
—Pero he escuchado a Yoongi moverse. Creo que ha salido.
—Yoongi tiene una vida a la que atender... y.… habrá ido a hablar con los
cangrejos...
—¿Yoongi puede hablar con cangrejos? —exhaló Tae, asombrado.8
—Más o menos —esbozó una débil sonrisa, sin abrir los ojos.
Tiró de Tae para que se relajase sobre su hombro. Lo hizo como le exigieron sus
brazos, manteniéndose junto a su cintura, con una pierna entre las suyas,
apoyando una mejilla en su hombro. Jungkook no sabía qué hora era, pero
estaba demasiado bien, así como para preocuparse. Tal fue su paz, que empezó
a dejarse llevar lentamente por la somnolencia mientras sentía la respiración de
Taehyung bajo su oreja. Su piel se erizó un poco, una pincelada de su mente
pensó en él, en su calidez, en que le tenía a su lado. Con desinterés, pensó en
besarle perezosamente. Quizá el frenesí no le afectaba de la misma forma.
Puede que, ahora que Yoongi no estaba, pudiesen besarse sobre el sofá para
explorar un poco más esa tensión indirecta que compartían.
Jungkook quería dormir. De verdad que lo quería. Pero de un momento a otro,
su estúpido cerebro se vio recreándose en cómo besar a su compañero, hasta el
punto de espabilarse. Abrió los ojos sintiéndose un pervertido, miró a Tae de
soslayo y decidió levantarse del sofá antes de que aquel hormigueo de su muslo
presionando con suavidad entre sus piernas, se volviese algo más incómodo.
—¿A dónde vas? —preguntó Tae somnoliento.
—Al baño, ¿quieres desayunar algo?
Taehyung tomó todo el espacio del sofá para él sólo, le miró con una sonrisa
perezosa, cabello rubio un poco despeinado.
—Lo que tú desayunes.
Jungkook se dio la vuelta, ruborizado.
«Por el amor de dios, sólo le había sonreído», se dijo largándose de allí. «No era
para tanto».
Luego preparó unos huevos revueltos con beicon y tostadas, una jarra de cristal
de café con leche, desayunaron sobre la isla de la cocina, con la televisión de
fondo.
—Según aportaban fuentes diversas, ha habido un robo en el Gran Acuario de
Geoje —anunciaron en el noticiario—. El presidente de la corporación, el señor
Kim, habló ayer por la mañana frente a unos periodistas.
Jungkook giró la cabeza, clavó los ojos sobre el rostro de Kim, con forma de
corazón, cabello dorado e iris oscuros. Odio tanto su cara, como su estúpida y
aterciopelada voz.
—¡Señor Kim!
—Señor Kim, ¡tenemos unas preguntas!
—¿Es cierto que han robado una de las especies que habitan en el acuario? Si es
así, ¿estaríamos hablando de tráfico de animales y comercio de especies?
—Se han puesto las medidas necesarias para que no vuelva a suceder —
respondió Kim Namjoon, recolocándose la perfecta corbata con unos dedos—. Y
moveré cielo y tierra para recuperar lo que me pertenece; porque, sí, se han
llevado algo que me concierne directamente. Pero lo recuperaré.3
Namjoon miró a la cámara, sus iris conectaron directamente con los de
Jungkook, a través del televisor.
—Lo recuperaré.
La imagen cambio posteriormente al plató del parte de noticias matutinas.
Comenzaron a hablar sobre el turismo en la isla. Tae ni siquiera se dio la vuelta,
sus hombros se tensaron ligeramente al escuchar su voz, sosteniendo el tenedor
en la mano.
—Menudo gilipollas —soltó Jungkook, permitiéndose maldecir en voz alta.
Miró a Tae de soslayo, él pinchó su desayuno de huevos revueltos, se llevó un
trozo a la boca y masticó lentamente, sin decir nada. El pelinegro pasó por su
lado y tomó una tostada, le dio un mordisco y trató de centrarse en sus
obligaciones diarias.
—Tengo que salir, ¿estarás bien aquí, solo? —masticó, clavando un codo en la
isla de la cocina.
—Sí —dijo Tae—. No me moveré.
—Vale —Jungkook tocó su cabeza como si fuera un buen chico—. Puedes ver la
televisión, o subir a mi dormitorio, si quieres. Te dejo que toques mis cosas —le
ofreció despreocupadamente—, pero no salgas afuera. Y si alguien llama a la
puerta, no abras. Yoongi tiene llave y yo también, nosotros no tocaríamos. Y si
fuera algo importante, se pasarán más tarde.1
—Mhn, de acuerdo —asintió nuevamente.
El pelinegro abrazó sus hombros cariñosamente. Tae bajó la cabeza, sus mejillas
se sonrosaron un poco en lo que el humano le estrechaba.
—¿Debería escribirte mi número? Podrías llamarme desde el teléfono fijo —
mencionó en voz baja, con un toque de preocupación.
—¡Sí, yo también quiero usar un teléfono!
Jungkook le dejó escrito su número y le explicó brevemente cómo llamarle, en
caso de que necesitara algo. Estaba seguro de que no lo necesitaría, pero sentía
cierto reparo por dejarle totalmente a solas. Le dio un beso en la mejilla antes
de marcharse y le aseguró que por la tarde irían a buscar el cristal de luna que le
pertenecía.
Taehyung se quedó a solas, subió hasta el dormitorio de Jungkook, tomándose
muy en serio lo de tocar sus cosas. Se cambió de ropa y tomó prestada una de
sus camisas anchas y blancas, la cual se abotonó sintiéndose muy cómodo.
Agarró uno de sus comics, una bolsa de patatas fritas de la cocina y se tumbó en
su cama para leer algo. La ficción de los humanos le pareció maravillosa y
creativa. No entendió por qué les costaba tanto creer en mitos y leyendas, si
escribían cosas como un multimillonario justiciero vestido de murciélago.
¿Creían en payasos asesinos y hombres-murciélago, pero no en sirenas? Debían
estar majaras.3
Pasó gran parte de la mañana solo, sin perturbaciones. Leyendo, mirando por la
ventana hacia el mar, mirando qué cosas guardaba en los cajones (no metió la
mano ni desordenó nada, sólo quería husmear) y cuando iba por el tercer
volumen de Batman, escuchó el timbre de la casa.
Dio un respingo y se incorporó sobre la cama, con los ojos muy abiertos.
Jungkook le dijo que él y Yoongi tenían llave. No tenía que abrirle a nadie. Tae se
quedó quieto y miró hacia la puerta del dormitorio, salió de la habitación con
curiosidad y se asomó por la barandilla de madera, que daba al rellano junto a la
puerta. El timbre volvió a sonar y su vello se erizó. Cuando comenzó a escuchar
sacudidas en la puerta (alguien aporreándola), retrocedió unos pasos y caminó
por el pasillo descalzo, con el corazón palpitando rápido.
—¡Vamos, sé que estás ahí! ¡Puedo sentirte! —escuchó la voz de alguien.6
Era una voz masculina, lejanamente familiar. Su tono no era especialmente
grave, tenía una nota suave, como si fuera la de un chico joven.
—¡Taehyung!
Cuando escuchó eso, se tapó la boca con ambas manos y contuvo brevemente
su respiración. ¿Cómo sabía su nombre? ¿Quién era? Él no tenía amigos
humanos, excepto Yoongi y Jungkook, quien técnicamente, a esas alturas lo
consideraba como su humano, más que un amigo.3
¿Sería Hoseok? Su voz no se parecía en nada. ¿Seokjin había averiguado que
estaba allí? No creía que fuese posible. Y, la presencia de Kim Namjoon era
como un aura oscura. Nada que ver con la voz de un joven.1
«¡Boom, boom, boom!», la puerta volvió a resonar con fuerza.
Taehyung se sentó en el borde de la cama de Jungkook, con el corazón
cabalgando en su pecho. No volvió a escuchar su voz, ni ningún ruido, por lo que
se estremeció. Los minutos pasaron y se volvieron densos, cargados de una
extraña sensación que trató de envolver su mente.
¿Tenía miedo? ¿Estaba asustado sin ningún motivo?
De repente, la luz del pasillo se prendió. Comenzó a centellar, como si una
chispa se hubiese prendido. Escuchó una voz, una risita, pudo ver una silueta,
moviéndose como una cortina de humo. Taehyung se levantó y fue hasta el
marco de la puerta.3
—¿Hola? ¿J-Jungkook? ¿estás ahí?
Los dedos de sus pies se humedecieron por el agua. Agua fría. Una corriente
atravesó el pasillo y bajó la escalera, levantó los muebles y le hizo tambalearse.
Taehyung se apoyó en la pared, estuvo a punto de caer de rodillas, empaparse,
puede que se viese arrastrado por la misma corriente, pero en cuestión de unos
segundos, se dio cuenta de que sus pies no estaban mojados. Nada de eso
estaba pasando. No había agua. La luz no centellaba, estaba apagada. La única
luz que entraba a la casa era natural y venía desde las ventanas. «Era una
ilusión».4
La abstracta silueta de aquel chico bajó por la escalera, deslizó la mano por la
barandilla y fue hasta el porche. Taehyung le siguió, con los ojos muy abiertos.
Pudo sentirle allá afuera, en la puerta trasera, desvaneciendo su manipulación
cognitiva lentamente.
—Oh, dios —exhaló la sirena—, eres tú.8
Atravesó el salón rápidamente y empujó la puerta. En el porche no había nadie,
tampoco entre los árboles y arbustos traseros, donde la zona zen de Yoongi fue
recientemente inaugurada. Pero tras todo eso, sobre la arena fina y blanca,
encontró a un chico joven, de cabello dorado, labios gruesos y suaves,
mandíbula triangular y ojos rasgados, fríos, como los de un felino desconfiado.26
O como los de una hermana a la que llevaba un siglo sin ver.
Taehyung salió del porche, dejó escalar su aliento y corrió hacia él. Se abrazaron
con tanta fuerza, con lágrimas emanando en las comisuras de sus ojos y
sonrisas, que cayeron de rodillas sobre la arena. Tae no podía creérselo. No
entendía cómo era posible volver a verle, que estuviese allí, que se hubiesen
reencontrado tras todos esos años.
—Sabía que estarías bien, Jimin —murmuró Tae sobre su hombro, abrazándole
con afecto.26
—No puedo decir lo mismo —rebatió su compañero, estrechándole un poco—.
Jamás pensé que te encontraría con un par de piernas.
Tae se distanció de él con una ancha sonrisa.
—No eres humano, ¿verdad?
—No lo soy, ni voy a serlo —dijo Jimin, entrecerrando los párpados. Se
incorporó a su lado—. ¿Y tú... eres medio... medio?7
El heterocromático asintió, su compañero apretó su muñeca, comprobando su
pulso. Efectivamente, Tae tenía un buen ritmo. Por eso le había sido tan fácil
engatusarle con una de sus tontas ilusiones.
—Oh, dios, ¿te han activado? —Jimin se mostró eventualmente preocupado—.
Vale, no pasa nada. Aún estamos a tiempo, no tienes por qué ser como ellos.5
Tae no comprendió nada, pero agarró su mano y le miró fijamente.
—¿Cómo me has encontrado?
—Volví a la isla ayer, siguiendo el rastro de los devoradores —dijo
pausadamente, sacudiéndose la arena de los pantalones—. Creo que hay un
puñado en la isla, sintieron tu cola y yo utilicé un conjuro de sangre.
Jimin le mostró la palma de su mano, tenía una finísima cicatriz rojiza que
estaba regenerándose con sus capacidades de sirena.
—¿Con tu propia sangre? —agarró su palma y la miró horrorizado.
—Somos hermanas, ¿no? —Jimin se encogió de brazos y estrechó su mano en
confianza—. Sólo quería avisarte. Irán detrás de ti como una jauría de perros
hambrientos. Sólo pisan Geoje cada sesenta años, su apetito les ayuda a
rastrear —ladeó la cabeza, observándole—. ¿Por qué no vuelves al mar? Si
volvieses a ser cien por cien sirena, no podrían hacerte daño a no ser que tú lo
quieras.
Taehyung suspiró con tristeza.
—No tengo mi cristal. Debo recuperarlo.
—Oh, ¿perdiste el tuyo? —pestañeó—. Está bien, te ayudaré a recuperarlo.
Tengo un libro que-
—Ya sé dónde está. Lo averigüé anoche.
—Huh, entonces me lo pones fácil —Jimin tiró de su mano poniéndose en
marcha—. Lo conseguiremos.
Tae se vio arrastrado unos pasos sobre la arena, pero de repente, le hizo
detenerse.
—Espera, Jimin —dijo Tae con seriedad—. No puedo irme.
—¿Por qué?
—Estoy con un humano.2
Jimin se llevó una mano a la cara antes de que lo dijera.
«Por supuesto, alguien le había activado el corazón, por eso tenía ese par de
piernas», razonó con desagrado.
—Por eso estabas en esa casa de humanos —suspiró Jimin, volviendo a
mirarle—. Vale, ya sé cómo funciona todo eso; ellos nos activan como un
interruptor y nosotros nos vemos arrastrados por una vorágine emocional para
la que nuestra raza no ha sido preparada. Debes estar en transición, así que no
tenemos de qué preocuparnos —tocó su mentón fraternalmente y le habló con
cariño—. Pronto volverás a enfriarte, serás inmortal para siempre y dejarás de
poner tu valiosa vida en peligro. Yo te protegeré de ellos.3
Taehyung pestañeó, preguntándose de qué diablos hablaba su hermana. Fuera
como fuese, tiró de su mano en la otra dirección, decidido a volver a casa con él.
Yoongi recogió a Jungkook a la salida del centro de recuperación de animales, y
los dos hablaron sobre todo ese asunto del cristal de luna que Taehyung les
había contado.
—Encontré a Haeri, me dijo que este fin de semana habrá una fiesta de blanco
en el complejo de ese resort.
—¿En serio? —Yoongi le miró de soslayo, girando el volante—. Entonces, tal
vez, deberíamos ir a buscarlo otro día. Habrá demasiada gente.
El pelinegro abrió la boca, sorprendiéndose. ¿Min Yoongi estaba siendo
precavido?
—No has desayunado, ¿verdad?
—Imbécil.
—No creo que Tae pueda esperar otro día más.
—Mira, Jungkook —sonrió su mejor amigo, concentrándose en la carretera—,
tienes a Tae en la palma de tu mano; es una sirenita, con dientes de tiburón,
que dan fiebre, y probablemente con el poder de manejar las aguas como
Poseidón. Sí, claro, tiene más años que tú y yo juntos, pero es una monada que
podría ahogarte. Lo que quiero decir es que; es tu sirenita. Tú dale un beso,
seguro que besas de puta madre (no es que yo quiera comprobarlo), y dile,
nena, mañana vamos a por ese cristal que te quita el sueño. Esta noche voy a
quitártelo yo.47
Jungkook se frotó la frente, pensando que era un completo idiota.
—No funciona así. Los besos de sirena están malditos —expresó con voz
rasposa—, y, aunque no fuese así, no le manipularía de esa forma, Yoon.1
—Malditos, del tipo, ¿te besaría toda la noche, hasta borrar nuestros labios? —
interpeló Yoongi sensualmente—. O malditos, malditos. Ya sabes. Del rollo; si te
beso, meteré la cabeza en el lavabo y contaré hasta un millón de mississipis.
—Tienen un frenesí que controla tu voluntad y tu mente.
—Oh —Yoongi puso la boca como un canuto—. Lo pillo. Okay. Nada de besos
hasta que consigamos ese cristal.
Aparcó frente al garaje, los dos salieron del auto, Jungkook cargando la bolsa de
sus materiales médicos y Yoongi, abandonando todo su equipo de expediciones
en el maletero. Se sacudió el cabello negro mientras Jungkook giraba la
cerradura de la puerta. Entraron a la casa y se separaron como si nada.
Jungkook dejó caer su mochila deportiva junto a la entrada.
—¡Tae! —llamó al chico, quitándose la chaqueta vaquera para quedar en manga
corta—. ¡Ya hemos vuelto!
—Paso de cocinar —dijo Yoongi, entrando en la cocina americana—. ¿Y si
pedimos algo?
—¿Taehyung?
Rápidamente, los dos se dieron cuenta de que la puerta del salón estaba
abierta. Jungkook sintió una punzada atravesando su pecho, salió disparado y se
maldijo por no haber agarrado algo. Lo que fuera para defenderse o si tenía que
atacar a alguien.
En la arena, encontró a Taehyung de la mano con un desconocido, ambos
acercándose a la casa. Jungkook exhaló su aliento, se quedó perplejo, con los
ojos muy abiertos. El chico que tomaba su mano era delgado, pero no flacucho.
Esbelto, grácil, con un rostro delicado de rosados labios gruesos. ¿Quién diablos
era ese chico? No pudo pronunciar palabra cuando ambos se acercaron, los iris
de Tae se posaron sobre los del humano.
—Jungkook.
—Oh, ¿tú eres el que le ha activado? —formuló el muchacho, con una sonrisa
irónica.
El pelinegro abrió la boca. ¿Qué forma de hablarle era esa? ¿Cómo sabía lo de
su corazón? Taehyung estrechó su mano y los dos se detuvieron frente al joven,
como si fuesen realmente cercanos.
—¿Y tú eres? —articuló Jungkook sin una pizca de gracia.
—Jimin.
—Es mi hermana —dijo Taehyung—. Llevaba años sin verle.
—Creo que más de los que podrías contar —sonrió Jimin y miró de soslayo a la
sirena—. Noventa, ¿verdad?2
—¿Noventa? —repitió el otro—. Pensé que había pasado más tiempo.
—¿Cómo le has encontrado?
Jungkook sonó ligeramente irascible, Tae volvió a mirarle con un parpadeo. El
humano notó en Jimin un ligero toque orgulloso, unos rastros de altiveza.
—Los devoradores siguen el rastro de su cola.
El azabache afinó su mirada. ¿Devoradores? ¿El rastro de su cola? ¿Él era otra
sirena? Había demasiadas cuestiones y sus pupilas chispearon en contacto con
las de Jimin, en una rivalidad inmediata. No supo por qué, pero el joven no le
gustó ni un pelo, ni su tono de voz, ni que hubiese aparecido de nada. Y mucho
menos, que sostuviese la mano de Taehyung como si tratase de mantenerle a su
lado.
Yoongi salió al porche masticando un trozo de hierbabuena.
—Al final he pensado en hacer algo yo mismo —comentó, ajeno a la crispada
situación—. Oh, hola. Añadimos un cuarto plato a la mesa, genial —ironizó sin
auténtico ánimo.5
—Yo no como —dijo Jimin, con soberbia.
Yoongi alzo una ceja. ¿De dónde había salido ese tipo? Jimin le pareció como un
príncipe helado, bien vestido, con un pantalón liso de color beige y una camiseta
blanca metida bajo la tela. Sus clavículas eran finas y delgadas, asomaban bajo
el cuello doblado de la camisa. Llevaba un colgante de oro blanco, con una
piedra rosada, colgando sobre su pecho.3
—¿Podemos hablar adentro? —sugirió Tae, tratando de rebajar la tensión de los
cuatro.
Cuando entraron en la casa, Tae y Jimin desenlazaron su mano y Jungkook
aprovechó la ocasión para colgar un brazo sobre sus hombros. Lo atrajo a él con
un instinto de protección, casi como si pudiese temer que, después de todo,
Jimin terminase por arrancárselo de los brazos.
—¿Cuánto tiempo llevas en transición? —preguntó Jimin, una vez que los tres
se sentaron.
Yoongi permaneció cruzado de brazos, apoyándose en la isla de la cocina
americana, desde donde su visión de pájaro de presa era mucho mejor.
—Varios días —contestó Tae.
—¿Sólo días? Oh, bien. Imagino que aún estemos a tiempo de revertirlo.
—¿Revertir el qué? —cuestionó Jungkook con un timbre grave.
Jimin desvió sus iris hasta él.
—Su conversión en humano. Si está en transición, su corazón se debatirá entre
tú y el mar.
Taehyung abrió la boca, pero no dijo nada.
—Verás, es una decisión ancestral a la que siempre se ve sometida nuestra raza
—prosiguió Jimin—. Si su corazón se calienta, se convertirá en mortal, perderá
su cola y sus poderes. Pero, si su corazón vuelve a enfriarse, se congelará para
siempre. Será inmortal y más fuerte, perderá las piernas y volverá al mar. Nadie
volverá a tentarle. En pocas palabras, si no eres lo suficiente, te olvidará.5
Jungkook y Yoongi se quedaron en silencio. En esos segundos, Tae no les
escuchó ni respirar.
—No te preocupes, cielo —le dijo Jimin a Tae—. Tú no puedes hacer nada
contra eso, nuestro instinto es primario. Regresar al mar está en nuestras venas.
—Pero...
— El corazón elige siempre por encima de nuestra voluntad y el mar te
consolará.
—Espera, estás diciendo todo eso como si ya estuviese decidido —intervino
Yoongi, a unos metros de ellos.2
Jimin le miró de soslayo, con fastidio.
—Es una de mis hermanas y le amo —se defendió—. No voy a dejar que pierda
su vida por algo pasajero.
—¿Pasajero? —repitió Taehyung.
—El amor humano lo es —Jimin desvió sus ojos hasta él, sus globos oculares se
volvieron vidriosos y su timbre, afectado—. Ser mortal te arrastrará hacia la
muerte por algo que se desvanecerá mucho antes.1
—Jimin.
—¿Tú eres humano e inmortal? —volvió a interrumpir Yoongi, con
escepticismo—. Hasta donde yo veo, tienes un par de piernas.
—¿Y a ti qué más te da, mundano?2
—Un momento —Taehyung habló mucho más sosegado, Jungkook permaneció
en silencio, se cruzó de brazos a su lado y bajó la cabeza—. Si tú no eres
humano, ¿qué eres?
Jimin apretó los párpados.
—Hablaremos de eso más tarde, ahora no es el momento. Tienes que recuperar
tu cristal, mientras tengas piernas. Y debemos preocuparnos por los
devoradores, ellos pueden seguir tu rastro hasta aquí, leer tu aura. Sabrán que
estás en transición y eres vulnerable.
—¿Qué son los devoradores? —Jungkook abrió la boca por primera vez, en toda
la conversación.
—Devoradores de sirena —pronunció Jimin, con índole explicativa—.
Cambiaformas. Llevan siglos saliendo del mar, hace mil años que evolucionaron
para tomar formas humanas. Pueden caminar por la superficie.
—¿Y qué hacen?
—Comer sirenas —respondió Taehyung en voz baja—. Es... una vieja leyenda...
nosotras nunca nos cruzamos nada así por el mar.
—Porque sólo atacan a las que salen a la superficie con piernas —agregó
Jimin—. Es cuando son vulnerables, cuando sus corazones laten y aún no se han
convertido en mortales. Su corazón sigue siendo el de un inmortal, succionan la
esencia de estos, sacian su hambre y viven durante unos siglos más gracias a
eso. Así es como ha perpetuado una especie casi extinta por los tiempos.
—¿Y dices que pueden rastrearle?
—No todos tiene la habilidad de rastrear. A mí me ha seguido uno hasta
Busan—Jimin se cruzó de brazos—, siempre he viajado por las zonas de costa.
Llevaba muchísimos años sin venir a esta isla.
—¿Un devorador te sigue a ti? —preguntó Tae.
Jimin asintió con la cabeza.
—Sí, es que... bueno... sabe quién soy y está obsesionado conmigo. Pero yo soy
fuerte, si me atacase podría aplastarle con una mano —sonrió con frialdad—.
Creo que es lo único que le retiene.
—No entiendo —Taehyung le habló con seriedad—, dices que eres inmortal,
pero tienes un par de piernas, como yo.1
—Te lo explicaré —le aseguró con delicadeza—. Pero escúchame, debes
revalorar tu vida, Taehyung. Ningún humano merece tu corazón. Y cuando lleves
un tiempo aquí, con ellos, te darás cuenta. Eres demasiado puro para este
mundo.
Taehyung respiró entrecortadamente, apretó los párpados y se sintió fundido.
De repente, se levantó del asiento y se largó del salón, atravesó la puerta del
porche y caminó más allá, hasta desaparecer de sus vistas.
—Genial, lo has conseguido —escupió Yoongi.
Se fue hasta la cocina para preparar el almuerzo, apartando toda aquella
cantidad de perturbadora información.
Jungkook tenía el corazón en un puño, y ver qué Tae había salido corriendo no
le tranquilizaba mucho más. Se levantó y salió de allí para buscarle. Jimin le
siguió con la mirada y no pudo evitar seguir sus pasos hasta el exterior.
El pelinegro encontró a Taehyung en la arena, sentado, con los codos apoyados
sobre sus rodillas y la cabeza enterrada sobre estos. Estaba llorando y lo supo
por la sacudida de sus hombros. Cuando se acuclilló a su lado, tocó su brazo. Él
le miró y Jungkook apartó sus brillantes y particulares lágrimas de sirena con un
par de dedos.
Jimin agarró el brazo de Jungkook en ese momento. Él giró la cabeza,
encontrándole. Sus ojos ardían, reflejando el sol de la tarde.
—Dale espacio —dijo Jimin.
Jungkook se quedó en silencio, se levantó y ambos se miraron fijamente.
—No es personal —añadió Jimin seguidamente—. Debes entenderlo. Yo sólo
quiero protegerle.
—¿Protegerle de qué?
—De lo que yo he sufrido.
—¿Qué eres? —desconfió Jungkook.
Jimin ladeó la cabeza, observando el ardiente sol que brillaba por encima del
horizonte marítimo.
—Mi corazón... se activó hace años.
—¿Y?
—Él murió —tuvo una pausa—. Durante mi periodo de transición.13
Silencio. Eso fue todo lo que acompañó a la brisa marina, mientras Taehyung se
restregaba los ojos y los otros dos se hablaban. El cabello de Jungkook se vio
acariciado por el viento, pero Jimin permaneció como una estatua de hielo.
—Lo bueno del mar, es que nos hace olvidar —suspiró, con los iris perdidos en
la distante orilla—. Nos enfrían. Si dejas que Tae se vaya, no sentirá dolor por ti.
Jungkook sintió una puñalada en el pecho. No quiso escuchar más. ¿Realmente
existía una forma de evadir el dolor para las sirenas?
Taehyung se incorporó tras el chico y se aproximó a Jimin.
—¿Qué tiene que ver su muerte, con que tú seas inmortal? —le preguntó con
voz ronca.
—No lo sé —reconoció Jimin—. Supongo que... yo quería ser humano. Pero
cuando se murió, se congeló —puso una mano sobre su propio pecho—. Mi
dolor se marchó. Desapareció. Y ya.
Taehyung agarró la mano de su pecho, comprendió la frialdad de sus iris claros.
Hermosos, irreales, escarchados, como un mar helado.
—No sientes emociones humanas.
—No.
—Entonces, eres el único inmortal tanto con piernas como con cola.
—Sí —respondió Jimin con sinceridad—. A la última sirena la ayudé a
marcharse. Siempre las busco, las protejo de los devoradores y de ellos —señaló
a Jungkook como si fuera un gran villano.
Él apretó la mandíbula, Tae le miró de soslayo, sin darle importancia.
—Entiendo. Ya no puedes comprender por qué deseamos quedarnos —razonó
Taehyung con suavidad—. Tú no puedes sentir el amor humano.
El pelinegro contuvo su aliento. ¿Taehyung había dicho amor? ¿Amor humano?
Ellos no habían hablado de eso. Él no le había dicho que le amaba, y ni siquiera
estaba seguro de que Tae fuese consciente de que existía algo así entre ellos, ¿o
sí?
—Si él te ama, dejará que vuelvas al mar —dijo Jimin con una perturbadora
serenidad—. No tengo por qué comprender por qué querrías morir por alguien.
Taehyung suspiró, agarró la mano de Jimin y guardó silencio.
—Seguro que no pensabas eso antes de perder a esa persona.
Jimin le miró como si no estuvieran hablando el mismo idioma. Tae se sentía
triste por él, pese a que sus intenciones no fuesen malas. Jungkook dio unos
pasos hacia la casa y se marchó, él lo entendió perfectamente. La falta de
humanidad en Jimin le impedía empatizar sobre lo que realmente estaba
sucediendo con Taehyung. Sus palabras podían sonar crueles, e incluso
hirientes, pero a él sólo le interesaba «no perder a una hermana». Su frío
corazón le alejaba de las emociones humanas.
Jungkook regresó a la casa, se topó con Yoongi en la puerta del porche.
—¿Se ha ido ya ese imbécil?
—No creo que se vaya.
—No te preocupes, yo le sacaré a patadas. ¿Recuerdas ese viejo bate de béisbol
que usaba en el instituto? Lo tengo arriba, voy a por él.22
El pelinegro agarró su codo para que no se marchara.
—Déjalo. No es tan malo. Al menos nos ha contado algo, esos devoradores
siguen el rastro de Taehyung —razonó Jungkook—. Y él quiere ayudarle a
conseguir ese cristal. Tal vez podamos deshacernos de esos seres antes de que
hagan algo.
—Oye, ¿y si Kim es un devorador?15
—¿Kim Namjoon? Nah, no creo.
—¿Seguro? Tiene pinta de villano de película. Piénsalo.
—Kim es humano, si no lo fuese, hubiera matado a Taehyung mucho antes —
expresó Jungkook en voz alta—. Pero él quería que Tae llamase a más sirenas,
que las atrajese para...
Se mordió la lengua justo entonces.
—¿Ves? Hay algo raro en todo esto —apuntó Yoongi, astutamente—. ¿Para qué
quería llamar a una o varias sirenas más, si no es para comérselas?3
El pelinegro sacudió la cabeza. No tenía ni la más remota idea, pero Yoongi tenía
razón; había algo muy extraño en todo eso. Taehyung regresó junto al otro
chico, con un rostro muy distinto.
—Jimin quiere ayudarnos a recuperar mi cristal —dijo Tae.
—Bien, pero como esto es una democracia —comenzó Yoongi con desgana—,
habrá que hacer una votación grupal para añadir alguien más al grupo de los
Guardianes de la Bahía. ¿Votos a favor? ¡Oh, ninguno! —gesticuló—. Ahora,
¡votos en contra! —él fue el único en levantar el brazo, y seguidamente miró
mal a su mejor amigo— Jungkook, levanta la puta mano. Coño.25
—Estate quieto, anda.
—¿Y a este que mosca le ha picado? —soltó Jimin, cruzándose de brazos con
una mueca de asco.
Yoongi le perforó con la mirada, tenía ganas de partearle el culo hasta que le
saliera cola de sirena.1
—Bueno, ¿cuándo se supone que vamos a por ese cristal?
—Tenemos que hablar de eso —dijo Jungkook—. Tal vez deberíamos buscarlo
mañana.
—Debe ser por la noche —intervino Jimin.
—¿Por qué por la noche? —cuestionó Yoongi, con malas pulgas—. ¿Es cuando
te transformas en cisne y te callas?19
Jimin le miró fatal.
—Porque es un cristal de luna —Taehyung contestó en su lugar—. Significa que,
por la noche, podré detectar mejor su vibración.
—Hay un problema con todo eso —suspiró el azabache—. Una amiga me dijo
que hay una especie de festival, estará a rebosar de gente durante todo el fin de
semana.
—Podemos ir —aseguró Jimin—. Iré con vosotros. Sólo tenemos que evitar el
agua salada, y si no es en la playa, será pan comido.
—Y también el cloroformo —carraspeó Yoongi.1
—¿Cómo dices?
—Nada.
—Vale, bien —Taehyung sonrió felizmente, fue hasta Jungkook y agarró su
brazo—. ¿Jimin puede quedarse?
Jimin hizo un puchero con los labios. Su intención era quedarse allí, con
Taehyung, pero no necesitó muchas señales para saber qué ninguno de los dos
humanos recibían bien su presencia. Además, Tae notó cierta indecisión en
Jungkook bajo una impermeable cara inexpresiva.
—Bah, no pasa nada —sonrió Jimin—. Vente conmigo. Estaré en un hotel, en la
ciudad.
—Tae no puede estar en la ciudad —fue lo único que dijo Jungkook.
—¿Por?
—Mira, llegas como tres temporadas tarde —Yoongi alzó las manos y expuso su
argumento—. Tuvimos que sacarle de la pecera gigante de un multimillonario
obsesivo que quiere coleccionar sirenas como si fuesen pececillos de colores.
Nadie sabe qué sucedió, pero nuestro principal antagonista da mucho más
miedo que un puñado de sapos que se comen los corazones de las sirenas.11
Jimin arrugó la nariz.
—¿Qué poder tiene?
—Dinero. Supera eso en el mundo humano.
La conversación se quedó ahí, Jimin le dio su número de teléfono, le pidió a Tae
que contactase con él si necesitaba algo, pero que no utilizase ninguna canción
para llamarle (los devoradores podrían encontrarle antes). Después de todo, se
abrazaron intensamente, frente a la puerta principal de la casa. Taehyung
enterró la cabeza en su hombro, le estrechó con cariño, percibiendo por
primera vez en toda su vida que, realmente, le había extrañado. Nunca se
preguntó por la desaparición de Jimin, jamás pensó en buscarle. Las sirenas eran
así, dejaban ir, marchar y desvanecerse a aquellas que simplemente
desaparecían.
—Adiós.
—Adiós —contestó Jimin con dulzura.
Su rostro se transformaba cuando hablaba con Tae, puede que no sintiese el
amor humano, pero sí que tenía afecto, quería y trataba a Tae casi como si
fuesen algo más. Si Jungkook no supiesen qué conexión tenían, habría dicho que
eran más que amigos. El joven le siguió con la mirada, recibió la bofetada de sus
fríos iris antes de marcharse. Tenía un coche aparcado junto a la acera, a unos
metros por encima de su casa, casi enfrente de la casa vecina.
Cuando se marchó, Tae volvió a mirarle.
—¿De verdad crees que vienen a por ti?
—No lo sé.
—Tae —Jungkook apretó sus hombros—, esos seres, si son reales no deberías
estar aquí. Tendrías que volver al mar, allí eres mucho más fuerte.
—No, quiero estar aquí —le discutió—. Contigo.
—Tae-
—Jungkook, por favor —interrumpió con fuerza—. Por favor. Quiero estar aquí,
¡aquí!
Repentinamente, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Y qué pasa si te pido que vayas?
—No —rodeó su cuello con unos brazos en un inminente sollozo que le hizo
romper a temblar—. No, no, no...
Jungkook le estrechó, sintiendo la garganta raspándole. No quería decirle algo
así, pero tenía miedo de lo que pudiese suceder.
—Quiero aprovechar mi tiempo. Le has oído. Estoy en transición, y si me voy,
nunca más volveré...
Aún tenían cosas de las que hablar, pero Tae tenía razón en eso. Ese era su
tiempo de descuento, la transición podía durar días, semanas o meses. En ese
momento, era cálido como un humano y su corazón inmortal como todas las
sirenas. Jimin era la única excepción de un ser congelado entre los dos mundos.
—Mírame —dijo Jungkook, sostuvo su rostro de ojos brillantes y le habló muy
en serio—. No dejaré que me olvides, así tengas que marcharte.
—¿No? —pareció dudar un instante.
Jungkook ni siquiera podía creerse que dudase de lo loco que estaba por él,
agarró su mano y tiró del chico hacia el interior de la casa. Le costó bastante
comer (por la tensión), pero Taehyung almorzó bien, aunque a deshora. Yoongi
acuarteló la casa, como si estuviesen esperando enemigos. Un bate de béisbol,
el machete con el que cortaba la leña y un par de cuchillos.7
—Voy a cargarme al que entre por la puerta y me da igual que tenga la carita de
ángel de esa sirena psicópata —sentenció, cerrando la puerta del porche con
llave.
Tae y Jungkook terminaron tumbándose por la tarde en la cama del chico. Se
tendieron allí, juntos, tras ver varios episodios de una sitcom que a la sirena
pareció encantarle. Estaban conversando tranquilamente mientras la puesta de
sol se extinguía en el horizonte marítimo, tras la ventana de Jungkook.
—Entonces, ¿ese era su cristal?
—Sí, Jimin puede introducirse en la cabeza de otros y jugar con lo que ven —
expresó Tae, con su mejilla aplastado sobre uno de los brazos del joven—. Es
muy útil, pero si eres consciente de que puede ser una ilusión, es más fácil
zafarse de eso.
—¿Cómo...? —parpadeó el humano.
—Si bajas por una pendiente y te hace creer que se cae a pedazos o se está
deshaciendo, caerás —le dijo—. Pero si te concentras en tus pies, y en lo que
realmente estás pisando, notarás esa ilusión mental, sobreponiéndose a tu
realidad. Es un juego mental. Podría hacerte creer que te estás ahogando,
mientras respiras.1
—Oh, vaya —Jungkook miró al techo, cruzando ambos brazos tras su propia
nuca—. Suena aterrador.
—Lo es.
«Y más que eso», pensó. Tenía suerte de que Tae no le hubiese hecho algo así
cuando se conocieron. Suficiente tenía con casi haberse ahogado por uno de sus
besos.1
El rubio se incorporó sobre su regazo, acarició su cabello hundiendo los dedos
lentamente, y como no volvieron a hablar sobre nada, presionó con unos tibios
y sedosos labios por encima de los del humano. Jungkook los entreabrió un
poco, recibiendo gratamente su inesperado beso. Sin embargo, no tardó ni tres
segundos en abrir los ojos y sujetarle por los antebrazos para que no siguiese.
—T-Tae.
—¿Qué? ¿No puedo besarte en tu cama? —murmuró coquetamente.13
—No lo creo. Tampoco creo que debas —se humedeció los labios— besarme, en
sí.
—Tú lo hacías en mi cueva —jugueteó la sirena, modelando su pómulo con un
pulgar.
—Mhn, pero, entonces estábamos en tu terreno —Jungkook se incorporó
ciertamente ruborizado—. Ahora estamos en el mío, y créeme, este es
mucho peor la cueva del acuario.3
Tae sonrió un poco, se sentó de rodillas junto a él, deslizó una mano por su
hombro, hasta el borde de su camiseta.
—Extraño tu neopreno, ¿por qué no te quitas la ropa y te lo pones ahora?32
Jungkook se levantó de la cama, con una mezcla de frustración, rubor, más unas
carcajadas desenfadas. Taehyung era un peligro para él tanto como humano,
como sirena.
Capítulo 16: Rumor de caracola.
Pantalón corto, blusa blanca y una larga bata de seda semitransparente para
cubrir sus brazos. Taehyung dejó el corazón de coral bajo la almohada de
Jungkook, bajó la escalera arrastrando la mano por la barandilla y encontró a los
dos jóvenes, intercambiando unas palabras. Ambos vestían de blanco, Yoongi
con una camisa simple y pantalón níveo, y Jungkook con un fino chaleco con
cuello de pico, abotonado.
—¿Seguro que no vas a llevar nada encima? —masculló Yoongi, mostrándole
una navaja de hoja plateada—. No seas tonto, podrían estar pisándonos los
talones ahora mismo. No son pulpos de mar, Jungkook, son monstruos de las
profundidades.1
Jungkook se mordisqueó el labio, miró de soslayo a Taehyung, detenido en el
último escalón de la escalera.
—Guarda eso —le dijo a Yoongi a regañadientes, seguidamente se aproximó a la
sirena—. ¿Estás listo?
Tae asintió con la cabeza, apretó los nudillos con nerviosismo. Tomaron el coche
a las nueve de la noche, y se vieron con Jimin cerca del resort Paraíso sobre las
nueve y media. Jimin siguió los mismos patrones de blanco, si bien él parecía
más etéreo y sublime que cualquier humano. Sobre el cuello de su airada camisa
de picos largos, yacía el colgante que había atrapado las pupilas de Jungkook la
previa tarde. Taehyung le había explicado que ese era su cristal de sirena, el
cristal de las profundidades, cuyo fin era el de amplificar las ilusiones mentales.
—No te queda mal la ropa humana, aunque prefiero verte de azul —le aduló
Jimin a su hermana.
El joven pelinegro tragó saliva desviando la mirada, pensó que quizá Yoongi
tenía razón, tenía que haberse armado con algo, por si las moscas. Taehyung
entrelazó sus dedos mientras caminaban, atrajo su atención y sonrió un poco,
dulcificando el momento. Cuando llegaron al resort, la fiesta estaba servida.
Música, extranjeros, una enorme piscina de lujo que formaba parte del hotel,
copas gratis sirviéndose en bandejas, y un enorme bar al aire libre donde
servían aperitivos y alcohol.
—Por allí —presintió Taehyung, arrastrando a Jungkook de la mano.
Tanto Yoongi como él se mantuvieron alerta, si bien nada tenía por qué salir
mal, ya tuvieron suficiente con bajar la guardia el día de la exhibición.
—Hay muchos humanos —dijo Jimin entre la gente—. No podré olerles, si hay
devoradores cerca.
—Cojamos ese cristal y larguémonos —articuló Yoongi con voz rasposa, y con
una nuevo e inesperado botellín de cerveza helada en la mano—. Que mañana
me levanto a las seis.
—¿De dónde has sacado eso? —exhaló Jungkook, incrédulo.
—De la barra de allí —señaló despreocupadamente con un dedo—. ¿Quieres un
sorbito?4
—Dijisteis que hay una zona de exposición, pero no veo nada —dijo Taehyung.
—Quizá está dentro del edificio —intervino Jimin.
—Ese hotel es gigante, no podemos buscar allí, nos llamarán la atención —
refunfuñó Yoongi.
Jimin le miró mal, tomó aliento y lideró la situación.
—Muy bien, yo mismo iré a comprarlo. No os mováis de aquí.
Les ofreció la espalda y se largó en lo que Yoongi le regalaba una mueca
repelente.
—Bueno, ahora que se ha largado podemos tirarnos a esa piscina —suspiró—.
Mira la de extranjeros disfrutando.
Junto al bar, Noah encontró a Haeri en compañía de Leslie y unas cuantas
amigas. Se saludaron amablemente, Noah aprovechó para robarles unos
aperitivos y mencionó que acababa de ver a Jungkook con su novio. Leslie se
atragantó con un cacahuete y a Haeri casi se le salió la bebida por la nariz.
—¿Q-qué has dicho? —Leslie se levantó de la mesa, se acercó al joven Noah
levantando su falda larga por encima de los tobillos—. ¿Acabas de decir novio?
—bajó la voz—. ¿Jeon Jungkook? ¿gay?
El corazón de Haeri subió por su esófago lentamente, provocándole una
punzada de escepticismo. Tenía ganas de vomitar, pero sólo por confirmar que
Jungkook siempre había sido demasiado bueno para cualquier humana mortal.
¿Ese era el motivo? ¿Por eso le dio calabazas? ¿Era gay?3
Le dio un sorbo disimulado a su bebida y entre el jaleo de sus amigas hablando
sobre qué Hana estaba embarazada, se levantó, fue hasta los otros dos y apoyó
una mano en el hombro de su amiga Leslie.
—¡Sí! Y trabajaba en la exhibición del otro día, ¡los que iban de sirena!
—¿De sirena? —repitió Leslie, ladeando la cabeza—. Creo que me perdí ese
número, ¿estaba morreándome con Martin?1
—¿Martin, el canadiense? Pero si mañana se va de Corea —apuntó Noah,
tocándose el mentón.
—Por eso —sonrió la chica.1
—No había sirenas en la exhibición —Leslie sonó mucho más seria—. Yo soy una
de las encargadas en posicionar los números. No lo hubo la semana pasada,
tampoco en esta ocasión.2
—Ah, ¿no? Meh, ¿qué más da? —a Noah no pareció importarle demasiado
aquel dato, le dirigió una gran y blanca sonrisa, como si estuviera equivocada.
El tema no era que hubiese o no sirenas, a Haeri le pareció mucho más
relevante que Noah hiciera hincapié en que Jungkook tenía pareja. Ella ni
siquiera estaba al tanto, es más, habían hablado tantas veces, que podía
habérselo dicho. Tal vez la semana pasada, cuando le acompañó a la salida del
trabajo, echándose la banda de la mochila deportiva sobre el hombro. Jungkook
siempre había sido alguien reservado, de ojos y sonrisa limpia, un aura cálida y
segura, y sin duda, inaccesible. Después de todo, ella pensó que tenían o habían
tenido algo especial. ¿Por qué no fue sincero? Jamás le hubiese juzgado si
prefería salir con un chico.
Haeri tomó aire cuando se fue hacia la barra, vio pasar a Jesse con una amiga
que le presentó desinteresadamente el otro día. Ella parecía adulta, puede que
de su misma edad. Se tomó una copa cargada, con una aceituna y hielo picado,
que descartó después de su primer trago. De soslayo pudo encontrarse con la
guinda del pastel, Min Yoongi, el compañero de piso de Jungkook, tomó otro
botellín que acababa de pedir en la barra y se sumergió entre la gente. Haeri
estiró el cuello, pestañeó, y pudo ver con quién estaba.1
Su corazón le clavó una punzada, Jungkook y Yoongi se encontraban junto a otro
joven de cabello claro, de estatura más corta, cuyo aspecto se le hacía más
juvenil que ambos. Puede que fuese un amigo del dúo, pero su forma de
agarrarle la mano al azabache le aclaró que él era el protagonista de la
confidencia de Noah.1
Pudo ver de medio lado a Jesse y fue directamente hasta él, agarró su brazo y le
pidió que le acompañara. Lo que hizo fue una estupidez, pero quería asegurarse
de demostrarle a Jungkook que ella no estaba tan colada por él como pensaba.
Instantes después, alguien tocó el brazo de Jungkook, el joven se volteó y halló
su sorpresa. Haeri, en compañía de un apuesto chico de ojos azules y aspecto
occidental, dirigiéndole una sonrisa.13
—Oh.
—Vaya, qué casualidad —dijo la chica, con una sonrisa falsa—. No puedo creer
que hayas venido, Jungkook.
Yoongi y Tae abandonaron su conversación.
—Haeri, ¡hola, hola! —saludó Yoon.
—Casi ha sido improvisado —reconoció Jungkook con una aparente sinceridad y
sin un ápice de molestia posó sus iris sobre el tipo desconocido—. Buenas
noches, ¿qué tal?
—Él es Jesse, mi novio —aclaró Haeri, miró a Taehyung y le ofreció una mano—.
Soy Haeri, creo que no nos conocemos. ¿Eres nuevo, por aquí?
Tae intuyó quién era y descartó ofrecerle la mano, abrazó el brazo de Jungkook
instintivamente, reclamando a «su humano» frente a la otra mortal. Si tenía
algo de lo que preocuparse profundamente, no era de la bruja del mar, del
Leviatán o de la maldición de Davy Jones. Era por ella, una humana que tenía
una conexión con Jungkook le daba más miedo que una tormenta eléctrica.6
—Él es Taehyung.
—Mi novio —bromeó Yoongi con un timbre grave—. Es broma, es el de
Jungkook.27
—Ah, no sabía que salías con alguien, Jungkook —dijo Haeri.
—Yo tampoco sabía que tú lo hacías —reconoció el pelinegro.
—Pero nadie le importa que yo sigo soltero, ¿verdad? —Yoongi sacudió una
mano.12
Jungkook miró de soslayo a Tae, quien aplastó la mejilla contra su hombro, sus
ojos lanzaron chispitas de rivalidad a la chica, y él le farfulló algo qué sólo ellos
dos escucharon:
—¿Tienes frío?
—No.
—¡Pues suelta mi brazo!
—¡Pues no!3
El ataque de celos de Tae fue evidente, él puso los ojos en blanco. Mientras
tanto Yoongi soltó un chiste sobre marineros tratando de romper el hielo.
—Esto es un capitán y un marinero —dijo en su segunda cerveza—. El marinero
dijo, capitán, ¿puedo desembarcar por la izquierda, por favor?; se dice por
babor; ¡Oh, vale! Entonces, ¿puedo desembarcar por la izquierda, por babor?20
Hubo una risita grupal, más tensa que otra cosa.
—Me alegra conoceros, Haeri me ha hablado mucho de vosotros —pronunció
Jesse con el tono más jovial del planeta.
—Oh, ¿sí? Pues yo no sabía nada de ti —dijo Jungkook.
Y casi sonó receloso, si bien poco le importaba con quién estuviese Haeri, se le
hizo extraño que, de la noche a la mañana, hubiese aparecido un joven
occidental de ojos azules a su lado. Aunque claro, quién era él para dudar de su
integridad, mientras agarraba la mano de una sirena.
En un corto hilo argumental de pensamientos, supuso podía excusar el hecho de
que Geoje siempre se llenaba de extranjeros. El tipo señaló a Jungkook, como si
algo se le hiciese terriblemente hilarante.
—¿El biólogo marino? Creo que eres famoso en la Protectora Animal de la isla.
—Así es.
Jesse le ofreció la mano y ambos la estrecharon con normalidad.
—No dudo de tu profesionalidad.
—¿Te dedicas a la cría o el cuidado?
—No, soy modelo.
—Modelo, ya —asintió Jungkook.
Taehyung se quedó embobado con el aura del hombre, la mano de Jesse le
apuntó en los siguientes segundos, y la sirena, más tímidamente, tomó sus
dedos un instante en una cortés señal de saludo (a los humanos les gustaba
hacer esas cosas). Inmediatamente, un escalofrío recorrió su brazo,
estremeciéndole. Miró fijamente a Jesse, apuesto, elegante, adulto, vestido de
blanco, con un collar de conchas bajo su cuello. Parecía tan mundano, tan
normal, como un súper modelo de los que fotografiaban en la playa para los
carteles publicitarios de perfume o ropa humana.7
Yoongi le dio su botellín de cerveza a Jesse cuando este le ofreció la mano en
último lugar.
—Está vacío, tráeme otro —sugirió con desfachatez—. Sólo tomo Hite.1
Jesse se quedó a cuadros, Haeri le quitó la botella y carraspeó un poco. Ella ya
conocía a Yoongi y su humor pesado, y con el tiempo, uno terminaba
acostumbrándose.3
Jimin salió de la zona hotelera con información; la exhibición de joyas y piezas
marinas se encontraban al otro lado del complejo, en un edificio con columnas.
No era necesario pagar entrada. Buscó entre la multitud a Taehyung y los dos
humanos que le seguían, les atisbó rápidamente y fue hasta ellos atravesando la
marea de humanos sudados que se arrejuntaban a esa hora.
Cuando el ojiazul regresó, Haeri y su acompañante se habían marchado, según
ellos, a saludar a otras amistades. Haeri se sentía terriblemente deprimida, casi
como si Jungkook le hubiese fracturado definitivamente el corazón. Jesse, por
su lado, sabía perfectamente cuál era su target. Podía ver su aura, como un foco
de luz radial. Todos los humanos eran dorados, desprendían un brillo cálido e
inofensivo, sin embargo, el de ese chico era azul, flamante, como el de las
sirenas cuyos jóvenes corazones inmortales aún palpitaban.
—Es él. Sabía que terminarían viniendo a por la joya, reconocería un cristal de
sirena en cualquier lado.
—Lo sé —masculló Suni—. Pero está acompañado de alguien más. No sé qué es.
—¿Otra sirena?
—No tiene la misma aura. Su corazón no palpita.
—Bien, saca la caracola —sugirió Jesse.
—¿La de Mera?
Jesse apoyó un hombro en el tronco de un árbol.
—Nos dará tiempo —dijo él relamiéndose—. No tendremos que compartir
botín.
—No me comeré un corazón helado, Zaázil.
El hombre clavó sus ojos sobre su acompañante al escuchar su auténtico
nombre.
—Ponle la caracola, Nicté —le ordenó, guardó las manos en los bolsillos del
pantalón y pasó de largo—. Nos repartiremos la cena después.2
*
—Seguidme.
Jimin lideró el paseo que dieron hasta el otro lado del resort. Dejando la fiesta a
un lado, encontraron un edificio vacío, cerrado por la hora que era, donde se
encontraba el pequeño museo de expositores.
—Tiene que ser aquí —dijo Taehyung, levantando la cabeza—. Puedo sentir el
cristal.
—Está cerrado —observó Jungkook, aceleró el paso y se separó del grupo para
dar la vuelta.
Había una puerta trasera, giró la manija y encontró una sala pequeña,
compuesta por un contador de luz, un escritorio con un viejo ordenador con
varias pantallas, donde se mostraban el control remoto de las cámaras de
seguridad, un archivador y una diminuta vitrina colgante donde guardaban
algunas llaves. Jungkook lo abrió, leyó en cada llavero el nombre en cuestión;
depuradora, bomba de calor, almacén, expositorio. Tomó la última y salió de
allí. Casi se dio de bruces con Yoongi cuando cerró la puerta.
—Me has asustado.
—Podemos romper una ventana —propuso Yoongi, y ante la cara rara de su
amigo, añadió—. No te preocupes, yo lo haré. Mi hombro es duro, pero no
tanto como mi corazón.3
Jungkook sacudió la llave frente a su rostro.
—No rompas nada, Rambo —le dijo—. Entramos, cogemos lo que hemos venido
a buscar y nos vamos.
Cuando regresaron a la entrada, Jimin estaba agarrando la mano de Tae, para el
fastidio del humano. Si lo pensaba en profundidad, tampoco debía importarle
demasiado, eran hermanas marinas y ahí finalizaba su trayectoria sentimental.
Sólo tenía que concentrarse en obviar que ese joven quería llevarse a su sirena
de vuelta al mar, para siempre.
Jungkook les mostró la llave, miraron en todas las direcciones, esperando que
nadie anduviese cerca. El joven desbloqueó la puerta y los cuatro entraron en
fila, con los ojos bien abiertos. Yoongi encontró el interruptor de la luz. El suelo
era de un mármol viejo, allí dentro olía a salitre, almizcle y madera. La sala era
cuadrangular con dos pasillos. Había unos grandes expositores de madera
oscura, piedra y cristales de seguridad, que alejaban las manos golosas de
cualquier reliquia.
Se separaron en la entrada, esparciéndose por el lugar.
—¿Cómo se supone que es? —dudó Yoongi, con un puntito ebrio—. ¿Cómo una
patata frita?
—Brillará —fue lo único que dijo Jimin, desapareciendo en la otra dirección.
Jungkook arrastró sus pupilas sobre los expositores, vio piedras en forma de
escamas, reliquias cuyo aspecto parecía destruido, una katana muy vieja, cuya
hoja plateada se encontraba oxidada, una corona de un oro renegrido, cuya
descripción contaba una historia probablemente inventada.
Taehyung, a unos metros de él, lo encontró rápidamente. Estaba en el centro,
en un pedestal, sobre una almohada azulada. La vibración que emitió le hizo
saber que era el suyo. La última vez que lo tuvo, lo llevaba colgado del cuello
con un simple cordel, la toxicidad de las aguas y la presión le hizo perder la
consciencia mucho antes. Cuando despertó, alguien se lo había arrancado del
cuello.
Pero en esta ocasión, algún humano debía haberse puesto creativo con su
cristal; pues su aspecto había variado tanto, que ahora era un anillo. El metal
era cobrizo y renegrido, deslustrado, y el cristal tan azul, de afiladas aristas, que
poco tenía que envidarle al mar de olas encrespadas.
En la descripción ponía «Una joya del mar, el tesoro de la Atlántida». Taehyung
enarcó una ceja.
«Los humanos siempre tan creativos», se dijo.
—Es este. Este es mi cristal de luna —posó las manos sobre el cuadrado cristal,
tratando de levantarlo.
Jungkook llegó a él en unos segundos, con los ojos muy abiertos e iris castaños
reflejando el brillo del anillo.
—No puedo moverlo.
El azabache se dio la vuelta, buscó cualquier cosa que fuese arrojable y cogió
una silla de la entrada que resultó bastante pesada. Regresó al expositor con
decisión.
—Hazte a un lado —le dijo a Taehyung.
La sirena se apartó y Yoongi regresó a la sala céntrica, vislumbrando su golpe en
el cristal. Se fracturó rápidamente y se hizo pedazos. Taehyung metió una mano,
apartó los cristales y agarró el anillo.
—Por fin —musitó, reencontrándose con su cristal.
Jimin regresó desde la otra punta, tras escuchar el golpe. Justo en ese instante,
atisbó a dos personas más. Sus aromas de sal, acidez y salitre llegaron hasta su
olfato. Supo que no eran humanos sólo entonces, cuando uno de ellos se arrojó
sobre Taehyung.3
—¡Devoradores! —gritó Jimin demasiado tarde.
Taehyung cayó al suelo, al anillo saltó por los aires y cayó lejos de su mano. Tras
su espalda, un peso pesado comprimió sus pulmones y le hizo perder la
respiración. Jungkook vio a Jesse, su mandíbula deformándose y sus dientes
afilándose como los de un tiburón. Trató de defender a Taehyung, pero el
conocido le empujó con tal fuerza, que salió disparado y su espalda golpeó las
vitrinas. Se escurrió hasta el suelo, quedándose aturdido.
Yoongi sacó un cuchillo de su bolsillo, una navaja plateada con la que apuntó a
Jesse. Se sintió paralizado, Jungkook estaba sin respiración al otro lado de la
sala, Jesse mordió el brazo de Taehyung, desgarrando la seda de su ropa. La piel
bajo ésta se oscureció, llenándose pronto de sangre. Lo tuvo claro entonces, con
un pinchazo de adrenalina se arrojó hacia el tipo y apuñaló su hombro. Jesse le
tiró al suelo, Yoongi rodó sin soltar su navaja manchada de sangre, consiguió
toda su atención en ese instante.2
El hombre intentó lanzarse sobre él, pero Jimin llegó más rápido. Pateó al
devorador y lo empujó unos metros lejos del chico.
—Zaázil —pronunció Jimin con una lengua afilada.
Jesse perdió lentamente su forma humana, su ropa se desgarró convirtiéndose
en un monstruo acuático, verdoso, cubierto de escamas, con una gran y
amenazante mandíbula. Sus iris se rasgaron como los de un reptil.
Jimin gruñó con un sonido gutural que erizó el vello del humano, le mostró sus
colmillos de sirena y de repente, toda la sala comenzó a temblar con fuerza.
Zaázil retrocedió unos pasos, dejándose invadir por el pánico mental que le
provocó morir sepultado. Jungkook creyó que la sala se derribaría sobre ellos,
pero vio los ojos de Jimin: resplandecientes, clavándose sobre el devorador con
desprecio.
«Era una ilusión», pensó, concentrándose en sus pies, como Taehyung le había
aconsejado.
Se levantó lentamente por el dolor de su golpe, viendo más allá del espejismo
provocado por la sirena. Taehyung se arrastraba por el suelo, en dirección al
anillo, pero estaba demasiado lejos. Jungkook advirtió que se encontraba
manchado de sangre, quiso ir a por el anillo para ayudarle y escapar de allí. Sin
embargo, una segunda persona, una mujer, apareció tras Jimin con algo que
parecía un arma. Emitía un resplandor dorado, y era un poco más grande que su
mano. Jungkook supo lo que estaba viendo; una caracola, por cuya oquedad
asomaban unos finísimos y punzantes filamentos.
Se abalanzó hacia la mujer rápidamente, Jungkook sabía lo más básico para
pelear. Apretó un puño y trató de golpearle, pero la mujer lo esquivó con unos
increíbles reflejos, dirigiéndole unos fríos y amarillos ojos de reptil.
—¡Tú! —masculló con lengua de serpiente.
—¡Y tú! —jadeó Jungkook, su siguiente puñetazo impactó en sus costillas.6
La mujer cayó al suelo sin soltar la caracola, agarró la pantorrilla de Jungkook
con unas uñas que se volvieron afiladas como garras. El humano le siguió hasta
el suelo, perdiendo el equilibrio. Sus garras entraron en su carne y lastimaron su
gemelo. Jungkook forcejeó con ella, mientras tanto Jimin rompió el cristal de un
expositor y sacó la katana. Atacó a Zaázil con la hoja, propiciándole un corte que
degolló su cuello.4
Yoongi se encargó de la herida de Taehyung, acuclillándose a su lado.
—¿Estás bien?
—Mi cristal —señaló Tae.
El humano fue hasta el anillo, lo miró entre los dedos y se lo regresó a
Taehyung. Cuando la sirena lo tomó, sus iris heterocromáticos se iluminaron, se
puso de pie con su ayuda y alzó una mano.
—Aquí no hay agua, Taehyung —dijo Yoongi.
Él perdió el aliento cuando se percató de que Jungkook estaba forcejeando con
una mujer que comenzó a deformarse como otro devorador.
—Sí que lo hay —contestó la sirena en un tono lúgubre—. En todos lados. Hasta
en vosotros mismos.
Súbitamente, las paredes de piedra estallaron, unas tuberías se rompieron e
impactaron sobre la devoradora. Ella agarró a Jungkook con tanta fuerza, que
clavó la caracola en el chico. Jimin llegó por su espalda con la katana, atravesó a
su adversario y agarró el cabello de su coronilla con los dedos, dirigiendo
levantando su rostro.
—Adiós, Nicté —Jimin esbozó una sonrisa maléfica—. Saluda a tus amigos de las
profundidades de mi parte.
Arrancó la katana de su espalda y la devoradora cayó al suelo, con un sangrante
agujero en el pecho. El mármol se llenó de agua y sangre, pegando las ropas
blancas a los cuerpos de los jóvenes. Yoongi estaba sin aliento, Taehyung bajó la
mano, se puso el anillo y fue hasta Jungkook. Cuando pudo verle, se asustó
tanto que casi se tiró sobre su regazo.
—¡No! —gritó, trató de quitarle la caracola dorada, pero estaba clavada en su
pecho y sólo provocó en Jungkook un gemido—. No, no, no.1
—No toques nada —Jimin se inclinó sobre su hombro—. ¿Estás bien?
Jungkook parpadeó con debilidad, poco a poco, comenzó a perder fuerza en los
músculos, las ganas de hablar o siquiera pensar. Fue como un sedante,
apagando su consciencia.
—¿Qué es eso? —preguntó Yoongi.
Jimin le miró de soslayo.
—Una caracola de Mera. Ni siquiera sé cómo pueden tener una de esas.1
—No, no, no... —mascullaba Taehyung, entrelazó los dedos con el pelinegro y
tocó su pelo mojado—. No cierres los ojos, quédate a mi lado. Por favor.11
El humano se apagó lentamente, inexpresivo, con párpados sellados, y los labios
rosados volviéndose pálidos.
—¡¿Qué mierda es una caracola de Mera?! —vociferó Yoongi, perdiendo los
nervios—. ¡Jimin, responde!2
Jimin frunció el ceño.
—Tenemos que salir de aquí. Ahora —dijo con voz grave, dejando caer la catana
en el suelo—. Antes de que esto se llene de humanos curiosos.
—¿Qué hay de los devoradores?
—Desaparecerán. No quedará ni rastro de ellos.
Yoongi miró el cadáver de uno, estaba volviéndose baboso, desintegrándose
rápidamente, como si fuera alguna especie de gelatina.
—Taehyung —Jimin tocó su hombro y la sirena le miró con los ojos llenos de
lágrimas—, vamos a levantarle. Llevémosle a mi hotel, está más cerca que su
casa.
*
Veinte minutos después, todos subieron a la suite donde Jimin se alojaba. Era
un hotel enorme, cuyo edificio se elevaba en el centro de la ciudad marítima,
como el más alto de Geoje. Lograron entrar cargando a Jungkook, sólo porque
Jimin le creo una ilusión a la recepcionista, donde un montón de gatos pasaron
corriendo frente a la recepción, en dirección al restaurante. Ella se levantó y
pasó corriendo, y Jimin les dio la señal para que pasasen.
Arriba, en la habitación 213, dejaron sobre la cama a un Jungkook inconsciente.
Taehyung se sentó a su lado sin soltar su mano. Yoongi se inclinó sobre sus
propias rodillas, jadeante, empapado, con una mancha de sangre en la camisa
blanca. No podía apartar sus pupilas de Jungkook, estaba tan asustado, que ni
siquiera fue capaz de volver a utilizar su sarcasmo.
Jimin regresó a la habitación instantes después con toallas y un botiquín
médico.
—Ten —se lo dio a Yoongi con frialdad—. Cúrate, no me gusta el olor a sangre.
Yoongi se lo ofreció antes a Taehyung, pero el mordisco de su brazo estaba
curándose de por sí solo. El humano utilizó un apósito en un rasguño situado en
su antebrazo, y con la ayuda de Taehyung, vendaron el gemelo de Jungkook
esperando que la hemorragia cesase.
Jimin no paraba de dar vueltas por la habitación, se cambió de ropa, rebuscó
entre sus cosas y sacó un libro pequeño. Era un tomo marrón, raído, con la
superficie rugosa. En el canto, pudo ver un II. La sirena se sentó en una silla,
junto al tocador.
—Buscaré qué podemos hacer —dijo Jimin, se lamió los dedos y pasó página.
Taehyung asintió, sin soltar la mano de Jungkook.
—Tranquilo, te lo quitaremos —le susurró al chico.
—¿Alguien va a decirme qué está pasando? —preguntó Yoongi histérico—. Qué
mierda es eso que tiene en el pecho y por qué no podemos quitárselo.
—La caracola de Mera es un parásito legendario —habló Jimin—. No podemos
arrancársela sin matarle. Pero si la lleva demasiado tiempo, succionará su
corazón y morirá.
—¿Qué? —Yoongi se pasó ambas manos por el cabello negro—. Tienes que
estar de broma.
—No, no lo está —la voz de Taehyung sonó débil—. Nunca había visto una, pero
las sirenas hablamos todas las lenguas y reconocemos los artefactos que salen
del mar. La caracola de Mera tiene tres mil años, una de mis hermanas estuvo
cien años de su existencia buscando una de esas.
—¿Buscándola? ¿Para qué?
—Para quitarse la vida.
La piel de Yoongi se erizó.
—Arranca tu corazón y te deja marchar en paz —agregó Taehyung, casi en un
mascullo.
—Es terrible —suspiró el chico—, ¿por qué querría un ser inmortal quitarse la
vida?
—Porque vivimos demasiado —murmuró la sirena.
El silencio se volvió presente en la habitación, mientras Jimin revisaba aquel
extraño libro.
—¿Jungkook va a morir? —formuló Yoongi, clavando sus ojos sobre ellas.
Jimin no le respondió y a él le apeteció zarandearle.
—Cambiaría mi corazón por el suyo —sollozó Taehyung, inclinándose sobre el
brazo inmóvil de Jungkook.4
—No vas a hacer eso —Jimin sonó distante—. Encontraremos un método. Estoy
seguro de que ese artefacto prefiere nuestro corazón al de un humano.
—Eso es lo que querían los devoradores —jadeó Yoongi—. ¿Inhabilitar a una,
mientras se comían a la otra?
—Sí —contestó Jimin directamente.
Yoongi fue hasta él, puso una mano sobre el libro y Jimin la apartó de un
bofetón.
—No lo toques —alzó la voz, levantándose de la silla.1
Y cuando se encontró con los ojos del humano, sintió su punzada de dolor.5
—¡Tú! Tienes que salvarle la vida, ¿me oyes? —le exigió Yoongi, una vena se
marcó en su cuello y frente—. Le vi protegerte, esa caracola iba para ti, ¡él te
protegió de esa cosa!1
Jimin sabía que tenía razón, cerró la boca y apretó los labios. No tenía
emociones humanas, pero fue capaz de empatizar con la rabia del joven. Yoongi
sentía por Jungkook, lo mismo que él por Taehyung. También eran hermanos.
La sirena controló su respiración y miró a Tae de soslayo, volvió a posar sus iris
azules sobre Yoongi.
—Lo sé. Y no pienso deberle la vida a nadie, por lo que le liberaremos de la
caracola —dijo con altiveza, levantó su tomo y se lo mostró—. Pero yo tengo el
tomo número dos. Y aquí sólo salen los cristales. Necesito el uno, si es que
queremos saber cómo desactivar esa cosa.
—¿Otro tomo? —repitió Yoongi.
—Está aquí, en Geoje —intervino Taehyung, se levantó de la cama y se
aproximó a los chicos—. Kim Seokjin lo tiene. Cuando me encerraron, me
preguntó si yo sabía leerlo. Una vez lo trajo bajo el brazo, pero yo nunca quise
hablar con él.3
—¿¡Kim Seokjin!? —Yoongi retrocedió unos pasos—. Mierda, joder.
—¿Qué? —soltó Jimin.
—Joder, mierda —reiteró el humano, pasándose una mano por el cabello.1
Jimin agarró el cuello de su camisa.
—Dispara, mortal —le exigió.
El humano arqueó una ceja y le miró con malas pulgas, deshaciéndose de su
agarre.
—Seokjin no tiene ni idea de que no liberamos a Tae —dijo—. Jungkook quería
mantenerlo en secreto, tenía miedo de que Kim buscase a Tae.
—¿Kim? ¿Es ese millonario que decís que le tenía encerrado?
—Sí —suspiró Tae, bajando la cabeza—. No importa. No temo que Kim venga a
por mí. Ya no.
—Que se atreva a ir a por ti, ahora que estoy yo aquí —dijo Jimin con
suficiencia.1
—Vale, centrémonos —Yoongi se rascó la nuca—. ¿Debería llamar a Seokjin?
Puedo tomar el teléfono de Jungkook y decirle que es una urgencia.
—Yo hablaré con él.
Jimin y Yoongi miraron a Taehyung, sorprendiéndose de su temple.
—Dejadme hacerlo a mí —insistió—, él también me ayudó para que yo saliese
del acuario.
Capítulo 17: Partida.
El teléfono de Seokjin comenzó a vibrar sobre la mesa. Eran más de las doce de
la noche y él estaba a punto de meterse en la cama. No podía ni imaginarse
todo lo que descubriría una vez descolgarse esa llamada entrante de Jeon
Jungkook. Cuando se llevó el auricular al oído, escuchó una voz distinta. Supo
que era la sirena, por su forma de pronunciar las palabras. Por su breve
explicación. Por la seguridad de su tono. Le necesitaban y no había espacio a
preguntas. La vida de Jungkook era más urgente que todo eso.
—Os veré allí —aseguró Seokjin, con un pálpito molesto.
En la madrugada, condujo hasta el hotel céntrico de Busan. Llevaba el tomo en
el bolsillo interior de su elegante chaqueta. Estacionó en el párking y bajó del
coche para dirigirse a la entrada del hotel. Encontró a dos chicos, uno de ellos,
con el rostro de Taehyung. Cabello distinto, pero mismas facciones alargadas, de
inconfundible belleza y piel tostada. El segundo joven no lo había visto en su
vida, pero también era rubio y parecía mucho más frío, de belleza cruel y
afilada.2
—¿Devoradores de sirena? ¿Son reales? —exhaló Seokjin tras escuchar la
historia.
—Necesitamos tu tomo para salvar su vida —expresó Taehyung.
—¿Puedo verle?
—No —esta vez habló Jimin—. El tomo —exigió—. Podemos hacerlo nosotros,
no necesitamos vuestra ayuda.
—Jimin —Tae tocó su antebrazo, tranquilizándole. Luego volvió a dirigirse a
Seokjin, mediando entre ellos—. Cada hora que pasa, Jungkook está más cerca
de la muerte. Necesitamos saber cómo quitarle esa caracola.
—Está bien —aceptó el humano, sacó el tomo del bolsillo interior de su
chaqueta y lo mantuvo entre sus dedos—. Pero a cambio, quiero ver el segundo.
Necesito leer algo.1
—¿Qué? Tú ni siquiera podrías leerlo, está en un idioma antiguo —dijo Jimin con
desprecio.
—Lo estudié —expresó Seokjin con seriedad—. Entiendo la mayoría de lo que
está escrito, excepto las runas.
Jimin apretó la mandíbula, sacó su libro y se lo ofreció a Seokjin, a cambio del
primer tomo. El intercambio fue justo y rápido. Seokjin les acompañó hasta el
hotel, subieron a la planta y Jimin entró en la habitación para buscar lo que
fuera acerca de la caracola de Mera.4
Tae vio a Seokjin ojear el libro, también le miró de reojo e intentó expresar lo
muy sorprendido que se encontraba de verle con un par de piernas.
—Jamás pensé que tu esencia híbrida se activaría, ¿cómo lo habéis hecho? —le
preguntó fascinando.
La sirena no le respondió. Hablar de sentimientos no era fácil, y a pesar de que
estuviera allí, Seokjin seguía siendo un humano para él. A Tae sólo le agradaban
realmente Yoongi y Jungkook, después de todo.
—Ven, quiero que le veas —dijo Tae.
Jin le acompañó al interior de la habitación, Jungkook estaba envuelto en sudor
a esa hora, pálido, sin color en los labios y pómulos. Una sola lámpara
alumbraba el dormitorio. Seokjin dejó escapar su aliento, observando la escena.
Justo después, él y Yoongi se miraron.
—Hola.
—Hola —Seokjin le identificó de inmediato—. Tú debes ser... su amigo.
—Y tú, el capullo de Jin —suspiró el segundo.
—Veo que no estáis en vuestro mejor momento —valoró el mayor.
—Me lo dices o me lo cuentas.
Jin volvió a posar sus pupilas sobre Jungkook. Taehyung se sentó junto a su
regazo, entrelazando los dedos de su mano.
«Así que era eso», acertó el hombre. «Se habían enamorado. Eso era lo que
debía activar los corazones de las sirenas, su esencia híbrida les proporcionaba
piernas».
—¿Qué es eso? —formuló en voz baja, con los ojos sobre la caracola.
—Un parásito que va a matarle —murmuró Yoongi con una voz apagada.
Jimin encontró el dibujo de la caracola de Mera en el tomo, detuvo su paso de
páginas y lo leyó.
—Lo tengo —dijo, levantándose de la silla—. La caracola de Mera puede soltar a
su anfitrión con un ritual, necesitamos escamas de sirena, sal, sangre y agua de
mar. Tenemos ocho horas antes que le succione el corazón.
—¿Ocho? Han pasado cuatro —respiró Taehyung.
—Bien, pues no perdamos tiempo —habló Yoongi.
—Esperad, tengo el coche en el párking —intervino Seokjin, pasándose una
mano por la mandíbula—. Podemos llevarle hasta una playa vacía, conozco una
bahía que...
Todos le miraron con cierta desconfianza, excepto Taehyung. Él se levantó de la
cama y fue hacia Seokjin.1
—¿Sí? ¿Estaremos en paz allí?
—Os lo prometo.
*
La bahía azul era una playa de varios kilómetros que sólo se utilizaba para
recoger moluscos. La tierra no era fina, su tono era mucho más oscuro, el
terreno estaba completamente vacío. La gasolinera más cercana quedaba a un
kilómetro, sin casas, cabañas, o tiendas, más que la zona montañosa recubierta
de árboles en la que se sumergía uno de los lados de la isla.
Sacaron a Jungkook cuidadosamente, extendieron una manta de cuadros sobre
la arena y posaron su cuerpo allí. Jimin llevaba encima lo necesario, varios
cuencos de madera que adquirió en una tienda de suvenires, una cantimplora,
un paquete de sal gruesa, varias mantas extras, y un saco de leña y carbón que
compraron en la gasolinera.
Seokjin había aparcado el coche cerca de la playa, Jimin sacó todo en una
enorme bolsa de tela.
—Eh, te dejas el saco de leña —mencionó Yoongi, echándole un ojo al maletero.
—Servirá para encender el fuego. Cógelo.1
El humano agarró el saco y maldijo a Jimin mentalmente. Aquello pesaba como
el infierno. Mientras la sirena lo colocaba todo sobre una de las mantas, Seokjin
releía la información de la caracola de Mera en el segundo tomo que el ojiazul
dejó en sus manos.
—En ese cuenco, la sal —señaló Seokjin—. En ese otro, las escamas de sirena.
En el tercero, el agua. Ah, necesitamos hacer fuego.
Yoongi dejó caer el saco sobre la arena.
—A mí no me miréis, yo no escupo fuego —jadeó.
—Llevo un encendedor encima —Jin se encogió de hombros—. Montemos esa
hoguera. No tiene por qué ser muy grande.
Los dos humanos se pusieron manos a la obra, y en unos minutos, lo dejaron
todo preparado. Yoongi fue a llenar un recipiente con agua salada a la orilla.
Jimin dejó todo preparado, tomó el recipiente de agua, rellenó un cuenco y se
detuvo.
—¿De dónde sacaréis las escamas? —dudó Seokjin.
—Serán mías.
—¿Vas a transformarte? —respiró Taehyung.
—No importa. Me secaré rápido —alzó la cabeza, hablándole con seguridad—.
Tú te encargas de la sangre.
—Pues si alguien va a convertirse en sirena, que sea rápido —insistió Yoongi,
mirando el reloj de su muñeca—. Amanecerá en una hora, y no podemos usar
más veces la excusa del cosplay.
Jimin desabrochó su pantalón de tela, lo bajó por la cintura y se lo sacó. A
Yoongi casi se le desencajó la mandíbula, sus piernas eran finas, de blanca y
sedosa piel. Se sacó el jersey por encima de la cabeza y lo dejó caer junto a la
otra prenda. Se sentó sobre la arena en ropa interior y pensó que sería mejor
mirar hacia otro lado. El joven ojiazul agarró el recipiente de agua y se mojó las
piernas. La transformación se demoró unos segundos. Seokjin no sabía qué
diablos estaba pasando o a qué venía aquel repentino estriptis. Pero de repente,
la arena se levantó, sus piernas se unieron rasgando la prenda interior y su
longitud creció notablemente, cubriéndose de brillantes y delicadas escamas.4
Sus ojos nunca vieron nada igual, se quedó sin aliento, impresionado por la
sublime extremidad marina insertada de escamas como joyas rosadas. Yoongi
giró la cabeza y se sintió mareado. El cabello de Jimin seguía siendo dorado, si
bien parecía más blanco. Su cola era tan rosa como una puesta de sol, del tono
pastel, con reflejos de tintes dorados y más cálidos en la enorme aleta.
Taehyung en su forma de sirena era increíble, precioso, un hijo del mar. Pero
Jimin, parecía una pieza delicada, un trozo de seda de dulce bailarina marina,
lejos de su aparente frialdad.10
—¿Quieres que lo haga yo? —Tae se arrodilló junto a la sirena—. Será rápido.
—De acuerdo, se regenerarán, no te preocupes —contestó Jimin con suavidad.
Taehyung arrancó tres escamas sin pensárselo, cuya punta enrojecida debió
haber estado enterrada bajo la dura dermis de su cola.
—¿Así está bien?
—Déjalas ahí —señaló su compañera, sobre la arena—. Ahora, la sangre.
Frente a la pequeña fogata, Yoongi sacó su navaja plateada. Taehyung le ofreció
su mano, con la palma extendida.
—Lo siento.
—Tranquilo —Tae tocó su hombro afablemente—. Hazlo, cicatrizo rápido.
Yoongi hundió la hoja en su mano, atravesó la longitud con un pulso endeble,
comprobando como se llenaba de sangre. Taehyung cerró la palma y dejó caer
las gotas sobre el último cuenco vacío. Siete gotas, según el tomo.
Mientras tanto, Seokjin le pasó una toalla a Jimin para que secase su cola.
—Es fabuloso. Nunca había visto una transformación así, ¿qué es lo que os hace
mantener vuestra fisiología híbrida?1
—Cierra la boca, humano. Eres de esos científicos, ¿no? —Jimin se mostró
irascible—. De los que os creéis que podéis meter vuestras manos en nuestro
Mar del Este. Pronto, despertareis a las peores de las criaturas sedientas de
vuestra sangre mortal.
Seokjin alzó ambas cejas, tomó nota mental: no hablarle a esa sirena. Si había
alguien irascible y con más dientes que un tiburón en esa playa, era él. Cuando
lo tuvieron todo preparado, arrastraron la manta sobre la que yacía Jungkook
frente a los recipientes, con la hoguera tras ellos. Taehyung se arrodilló, tomó el
pequeño libro y lo posicionó frente a él. Musitó las runas, unas palabras en otra
lengua, dedicadas a la caracola de Mera. Las repitió una, y otra vez, hasta que
las llamas titilaron. Súbitamente, se volvieron azules, de un azul índigo, helado
como las profundidades del mar, como la brisa salada de esa madrugada
mientras una fina línea solar se asomaba tras el desierto horizonte marino.
—¡Ahora! —exhaló Jimin—. ¡Funciona!
La caracola absorbió el azul de las llamas, el agua se evaporó, la sal se consumió,
la sangre hirvió hasta desparecer y las escamas de sirena, se deshicieron.
Taehyung sintió la vibración de la caracola, se inclinó sobre Jungkook y la tomó
con una mano. Su textura dorada estaba helada, como un glaciar. Poco a poco,
los filamentos que perforaban el pecho del chico dejaron de hurgar, se soltaron,
perdiendo la fuerza parasitaria que trataba de excavar en él.
Retiró el artefacto, cuya boca llena de sangre movió unos peligrosos filamentos
en su dirección. Taehyung la lanzó hacia el otro lado de la playa, se inclinó sobre
un Jungkook pálido, recubierto de una capa de sudor.1
—Jungkook...
Yoongi pateó los recipientes y se arrodilló a su lado.
—¿Está vivo? Jungkook, despierta.
—Esa herida es profunda —respiró Seokjin, horrorizado—. Está perdiendo
sangre.1
—Mi pantalón —Jimin se arrastró por la arena, clavando los codos. Metió la
mano en el bolsillo y sacó un diminuto frasco relleno de un líquido
resplandeciente—. ¡Taehyung!1
Su hermano no tardó más de unos segundos en ir hasta él, agarró el frasco
sabiendo perfectamente de qué se trataba.
—Utilízalas. Son mías.
A Taehyung le temblaban las manos cuando sacó el tapón de corcho. Derramó
unas cuantas gotas sobre el pecho de Jungkook, que se deslizaron sobre su
herida. Rápidamente, comenzó a sanar.4
—¿Qué es eso...? —formuló Yoongi en voz baja, junto a él.
—Lágrimas de sirena —reconoció Seokjin con los ojos muy abiertos.
Tae asintió, abrazó el cuello de Jungkook con la llegada del amanecer. Las
madrugadas siempre eran frías, y frente al mar, la temperatura se volvía
húmeda. La punta de la nariz se le heló, así como la falange de sus dedos y los
pies. Nunca tuvo tanto miedo, ni siquiera la vez que le atraparon o que Kim
Namjoon le amenazó cuando aún estaba cautivo.
Antes de que Jungkook despertara, frente al mar del que una vez había salido,
supo que ni las olas ni la marea, podrían enfriar su corazón. Si le perdía, no se
congelaría, ni desactivaría. Se fracturaría, se acercaría a la orilla sólo para
convertirse en espuma, con la esperanza de algún día verse arrastrado hasta
una orilla tan cálida como esa mañana que despertó con él en el sofá.11
—Ha vuelto —dijo Jin en voz baja.
Lo primero que el chico soltó fue un mugido, débil, casi inaudible. Yoongi clavó
las rodillas frente a su costado, apretó su hombro y derramó unas lágrimas en
su mejilla como un mocoso. Taehyung sólo se incorporó para verle abrir los ojos,
apartó la tela de su camisa blanca, sin chaleco, hecha girones, manchada de
sangre, sudor y arena. Tocó la cabeza de Yoongi para consolarle y la mejilla de
Jungkook con un par de dedos suaves. Su herida se estaba curando a una
velocidad inestimable, el rubor de sus labios volvía lentamente, si bien él
parecía cansado, débil, aturdido, desorientado.1
—Su temperatura está bajando —dijo Tae.
Seokjin les acercó una manta, le cubrieron ligeramente mientras Jimin
recobraba su forma humana y volvía a vestirse. A Jungkook le costó un poco
estabilizarse en este mundo, se incorporó poco a poco con la ayuda de su mejor
amigo y Tae. Cada uno sujetó un brazo, Tae dejó caer la manta sobre sus
hombros y peinó su cabello negro y húmedo con los dedos.
—¿Estás bien? —le preguntó Yoongi—. A partir de hoy voy a puto patear todas
las caracolas que vea.9
Su amigo sonrió débilmente, sin decir nada.
—Es como un sedante —Jimin se abotonó el pantalón en la cintura—. Se le
pasará.
Taehyung abrazó su espalda.
—No importa, estás con nosotros. Es lo importante.
—Casi preferiría no estarlo —bromeó Jungkook, tocando la nuca de Yoongi—.
¿Sabes lo feo que estás cuando lloras?3
—Calla, bella durmiente —contestó el otro humano—. Casi nos matas a todos
del susto.
Jungkook se rio un poco, también Taehyung, sin soltar su espalda con las manos
enlazadas sobre su pecho. El azabache no tardó demasiado en advertir que
Seokjin estaba allí, de pie, sobre la arena, a unos pasos de ellos, como si no
desease perturbarles.
—¿Jin? —exhaló, incrédulo.
¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Lo sabía todo? ¿Les había ayudado?
—Jungkook —sonrió afablemente—. Parece que hay cosas de las que tenemos
que hablar.
*
Jungkook estaba débil, apenas podía caminar por el desgarro del gemelo. Se
sentó en el coche de Seokjin, donde Tae acarició su nuca mientras volvían a
casa. Yoongi abrió la puerta del hogar, Jimin les siguió. Los cinco se reunieron en
casa, pudieron cambiarse de ropa y recuperarse de esas últimas ocho horas en
las que no habían dormido ni probado bocado.
En un rato, Yoongi sirvió unos tallarines con verduras y pollo frito con salsa
teriyaki.
Jungkook se metió los tallarines en la boca, se había duchado, aún tenía un
extraño hormigueo en el pecho, una herida sonrosada que cicatrizaba a una
increíble velocidad, y la pierna vendada. Tae se sentó a su lado para su
desayuno-almuerzo, había aprendido rápido a tomar los palillos, pero más que
alimentarse, ese rato estuvo pendiente de Jungkook como si quisiese cuidarle.
—¿Conocías a esos devoradores? Escuché que dijiste sus nombres —le preguntó
Jungkook a Jimin.
Jimin cruzó las piernas, les observó desde la silla con un rostro reflexivo.
—Zaázil y Nicté son viejos devoradores de sirena —dijo—. Uno de sus
compañeros es un rastreador que me ha estado siguiendo como una hiena.
—Espera, ¿queda uno de esos, ahí afuera? —formuló Yoongi—. ¿Y dices que es
el que está siguiéndote el rastro?
—Me siguió en Busan, le descubrí acechándome. Una vez —sonrió por algún
motivo—, hace dos años, intenté matarle. Pero se tiró al agua y desapareció.
—Sabían que el cristal estaba allí —suspiró Jungkook—. Estoy seguro de que nos
estaban esperando.
—Haeri te dijo que estaba saliendo con ese tipo. Le tuvimos en nuestras narices
—dijo Yoongi.
Jungkook le miró fijamente, como si acabase de decir algo perturbador.
—No, ella no está implicada en eso —razonó.
—¿Cómo lo sabes? —dudó su amigo.
No supo cómo responderle, pero Jimin se adelantó con una queja:
—Ah, ¡venga ya! ¿Estáis diciendo que ya habíais visto a Zaázil?
—Come —escuchó a Tae decirle cerca de su oreja.
Jungkook movió los palillos y sorbió el resto de sus tallarines, llenándose las
mejillas. Miró a Taehyung de soslayo, advirtiendo que él no quería saber nada
más de todo eso. Sólo quería verle recuperado.
—¿Quieres agua?
—No.
Tae pasó una mano tras sus omoplatos, acariciándole. Inclinó la cabeza y apoyó
una mejilla en el borde de su hombro. No le dijo nada más, pero Jungkook soltó
su plato y posó una mano en su rodilla, notando algo más en él. ¿Se sentía
culpable? ¿Tanto había temido perderle por ese estúpido parásito?
—Bueno, tú. Dame el tomo que me pertenece —soltó Jimin.
Lo siguiente que presenciaron fue a Seokjin y él discutiendo sobre los tomos.
—Si pudiera hacerle una fotocopia, me sería útil para mis estudios —manifestó
Seokjin con tono científico—. Pero ni siquiera pude fotocopiar el uno, esa cosa
no pasa por el escáner.1
Jimin se levantó y fue hasta él.
—Nada de fotocopias. Dame el tomo dos.
—¿Y el uno? ¿No me lo devolverás?
La sirena negó con la cabeza.
—Esos tomos son del mar, mi hogar. Me pertenecen a mí más que a ti.
Seokjin retrocedió unos pasos, negando con la cabeza.
—Nuestro trato no era así.
—¡Dámelo!
—No.
Jungkook abandonó el sofá e intervino rápidamente.
—Basta —dijo con voz grave, posicionándose entre los dos—. Intercambiaos los
tomos, dejad las cosas como estaban.
—Estos libros no son para humanos, Jungkook —Jimin le llamó por su nombre
por primera vez.
—Sí, pero él lo tenía antes, ¿no?
Repentinamente, Jimin se reveló. Se movió tan rápido que todos se quedaron
con la boca abierta, agarró a Seokjin por el pelo con una fuerza sobrenatural y le
obligó a ponerse de rodillas. Giró su cuello peligrosamente y sus colmillos de
sirena crecieron.
—Dame ese maldito tomo, o lo pagarás con tu vida, sabandija —siseó
amenazante.4
Jungkook trató de pararle, pero Jimin sólo le bufó, gruñó como una criatura, con
unas pupilas que se dilataron tanto como sus iris. Seokjin casi perdió el aliento,
se quedó muy quieto, con la presión de su mano tirando de su cabello, rodillas
clavadas en el suelo, espalda arqueada y el corazón bombeando en sus oídos.
—T-tendrás que quitármelo a la fuerza —jadeó Seokjin en un desafío.
—¡Detente! —gritó Jungkook.
—¡¿Es que estás mal de la cabeza?! —gimió Yoongi, paralizado.
Sólo entonces Taehyung se levantó del asiento. Sus iris resplandecieron
brevemente, el vaso de agua de la mesa estalló en añicos y todos guardaron
silencio.3
—Suéltale, Jimin. Ahora mismo.
Su voz sonó tan grave que a Jungkook se le erizó el vello de la nuca. Jimin y Tae
se miraron, el ojiazul soltó a Seokjin, quien se inclinó en el suelo apoyando
ambas manos.
—Namjoon está bajo la influencia de algo —dijo el mayor, volviendo a alzar la
cabeza—. Lo sé. Le conozco. En estas horas, revisé el tomo dos buscando alguna
respuesta.
Jungkook entrecerró los ojos, le ofreció una mano para que se levantase y
suspiró. Pensó que la crueldad de Kim Namjoon no se debía a un hechizo, un
artefacto marino o cualquier otro aliciente. Era su ambición, su avaricia, su
egoísmo. Esa respuesta no la obtendría en un libro.
—"Namjoon" no es nuestro problema, Jin —Jungkook sonó áspero.
—Dáselo —murmuró Tae, con una mano en el brazo de Jimin.
La sirena agarró el tomo uno y se lo ofreció a Seokjin. Él sacó el segundo tomo
del bolsillo de su chaqueta y lo intercambiaron pacíficamente. Después de eso,
Jimin miró a Taehyung como si fuera un niño rabioso.
—Necesito tomar aire —dijo.
Había metido la caracola de Mera en una bolsa de tela, que cerró para la
seguridad de todos. Agarró la bolsa, empujó la puerta del salón que daba al
porche y salió de allí para caminar sobre la arena. El aire que respiraron era
tenso, Seokjin decidió marcharse tras intercambiar unas palabras con los chicos.
—Cuídate —le recomendó a Jungkook, acto seguido miró a Taehyung. Hubiese
deseado decirle que también le cuidase a él, pero Tae, fuera de aquel acuario,
parecía alguien muy distinto. Su aura había crecido, su mirada era más humana
pese a mantener unos singulares iris heterocromáticos—. Estaremos en
contacto.
Yoongi y Jungkook le acompañaron hasta el coche. El hombre se sentó en el
asiento de piloto, cerró la puerta y bajó la ventanilla cuando Yoongi se inclinó
para decirle algo.
—Oye, ¿a qué te refieres con que Namjoon no es así? ¿Qué es lo que buscabas
en ese libro?
—Manipulación mental, algo... así...
Yoongi le miró con cierta lástima. Jungkook se mantuvo impasible; desconfiaba
demasiado de Kim como para creérselo.
—Adiós, Jin —se despidió el azabache.
—Chao.
—Adiós.
El mayor giró las llaves del contacto y se marchó de ese lado de la isla. Cuando
Jungkook y Yoongi quedaron a solas, se miraron.
—Oye, ¿crees que sobreviviremos a más aventuras marinas? Desde que te has
echado una novia sirena, nuestra vida roza el caos, el sarcasmo y la muerte cada
día.4
Jungkook soltó una risita, dejó unas palmaditas amistosas en la espalda de su
amigo, con la otra mano guardada en el pantalón vaquero.
—Nunca es tarde para convertir nuestras aventuras en viñetas —sonrió,
regresaron a casa con mucho mejor ánimo, aunque Yoongi dijo necesitaba
dormir porque tenía jaqueca.
Ellos no habían pegado ojo en toda la noche, así que lo entendió perfectamente.
Yoongi chasqueó con la lengua y en mitad de la escalera se detuvo y le dijo:
—Intenta que la sirena número dos no acabe mordiendo a nadie, quiero dormir
en paz una noche.
Jungkook sonrió un poco, fue hasta el salón para buscar a Tae (aún tenían una
conversación pendiente), sin embargo, lo único que encontró fue la puerta del
porche abierta, con una brisa salada que venía desde la playa. Se asomó al
porche, bajó la escalera y pasó junto a la zona Zen de Yoongi buscando al rubio
con la mirada. Le vio junto a Jimin, sentado en la arena, mirando el mar y
conversando sobre algo.
No quiso molestarles, por lo que suspiró y regresó a la casa para recoger los
platos. Limpió la cocina, se dejó caer en el sofá sintiéndose muy fatigado y tocó
su pecho, por encima de la camiseta. Levantó el cuello con unos dedos sólo para
comprobar su torso. Se encontraba intacto, blanco, sin vello. Con delgados
pectorales bien marcados. La herida ya había desaparecido y era extraño. No
quedaba ni una marca de aquella cosa que había estado a punto de matarle.
Y no tenía miedo, a pesar de los devoradores de sirenas, Kim Namjoon, o un
artefacto legendario capaz de succionar corazones. Su único y exclusivo miedo
era perder a Taehyung. Se relajó tanto sobre el sofá, que cerró los ojos un
instante y pasó más de una hora. De repente, una presencia llegó hasta él.
Taehyung tocó su brazo y Jungkook dio un respingo, como si regresase del otro
mundo en unas décimas de segundo.1
Se acuclilló junto al asiento, sus ojos estaban vidriosos, como si hubiese llorado.
El pelinegro se incorporó lentamente y Taehyung atrapó los dedos de una de sus
manos.
—Tenemos que destruir la caracola. Puede que sea la última que queda —dijo
en voz baja—. Es un peligro tenerla con nosotros.
—Destruirla, ¿dónde? —dudó Jungkook con debilidad.
—En el mar. Jimin encontró en el primer tomo las coordenadas del vientre
marino del Mar de Japón —expresó la sirena—. La presión de ese lugar la
destruirá. Iré con él para asegurarme.
Jungkook sintió un pálpito molesto. Sería la primera vez que Taehyung tocase el
mar desde que había salido desde ese acuario. Por un segundo, sintió un
profundo miedo a perderle. A que nunca regresase, a que le dejase allí, varado,
esperando cada amanecer y anochecer frente a la costa a una silueta que jamás
volvería. Tae percibió una chispa de inseguridad en sus ojos, sus labios
resecándose, su respiración vacilando.3
—Jungkook... ¿recuerdas cuando me pediste que confiara en ti?
El chico asintió, desvió su mirada con pesar.
—Ahora debes confiar tú. Y si el mar me llevase —pronunció Tae casi en un
susurro—, volvería para besarte. Estoy seguro de que tus labios me atraerían a
este mundo terrestre, así mi corazón pereciese en hielo o fuese enterrado bajo
el más duro glaciar. Confía en mí. Volveré, volveré a ti.26
Jungkook se inclinó para besarle, apenas tenía fuerza en sus dedos, pero sus
labios se encontraron apasionadamente con los de su compañero. Tae le
devolvió la misma intensidad, sujetó su nuca, permitió que el roce se extendiese
durante unos largos segundos, compartiendo un tibio y ansiado beso donde se
obligó a arrancarse de él antes de que el frenesí les afectase. Cuando respiraron,
Tae bajó la cabeza, se quitó el anillo donde se encontraba su cristal y lo dejó en
la palma de su mano.1
—Quédatelo.
El pelinegro negó con la cabeza, pero Tae le interrumpió antes de que lo
rechazase con cualquier excusa.
—No lo necesitaré en el agua —aseguró la sirena—, todo mi poder está ahí.
—No sé cómo usarlo.
—Puede que nunca necesites hacerlo. Pero si es así, sólo tienes que sentir el
agua: concentrarte en sus moléculas. Ese elemento siempre ha estado contigo,
lo sé —le alentó el rubio, apretando su mano—. Yo puedo sentir la vibración de
este cristal. Sabré dónde buscar cuando estés cerca de la orilla, podré
encontrarte.
Jungkook apoyó su frente contra la suya, los mechones de sus cabellos se
mezclaron con un bonito contraste.
—¿De verdad? —musitó.
—Una cosa más...
Taehyung entrecerró los ojos, sacó de su bolsillo el diminuto frasco de cristal
que en la madrugada utilizó para sanarle. Entonces lo había vaciado, pero en
ese momento, volvía a contener un líquido brillante.
—Son mis lágrimas —lo sostuvo frente a Jungkook, ofreciéndoselo—. Para ti.
El humano lo tomó y apretó el frasco en la palma de su mano, la misma donde
se había puesto el anillo.
—Tae...
Él posó un dedo sobre sus labios, como Jungkook hizo en otras ocasiones.
—Eso sólo es un obsequio por todo lo que has hecho —le dijo—. Es mi regalo.
Úsalas bien.9
El azabache la apartó sus dedos, con un rictus muy serio.
—Escúchame —respiró Jungkook—, te prometí que te lo diría cuando
recuperásemos el cristal.
Taehyung se distanció unos centímetros, parpadeando.
—¿Qué es?
A Jungkook se le atragantaron las palabras, pese a que lo tuviese en la punta de
la lengua. Eran tan evidente, tan visible, tan claro como el propio sol.
—Salgamos afuera.2
Guardó el frasco de lágrimas en el bolsillo y entrelazó sus dedos mientras
caminaban sobre la arena. Jungkook se quitó las deportivas, pudo ver a Jimin en
la distancia, muy cerca de la orilla.
—Me gusta caminar contigo —dijo Tae, sintiendo la arena en los pies.
Jungkook sonrió ligeramente, le miró de medio lado y se detuvo en mitad la
playa, sosteniendo su mano con firmeza. Y entonces, lo dijo; necesitó expresarlo
porque no quería que aquello le consumiese, que fuese demasiado tarde para
contárselo, y que tal vez, algún día, se preguntase si lo suyo sólo había sido un
sueño.
—Estoy enamorado de ti.20
El corazón de Taehyung cabalgó en su pecho como nunca. Se aproximó a él
entrecerrando los ojos, acarició su mejilla con unos dedos, y le adoró en
silencio.
«Amor humano», esa tormenta de mariposas que entonces pudo sentir.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó frente al mar y el suave murmullo de las olas.
—Porque dejaría que te marchases, tal y como Jimin dijo.3
Taehyung comprendió a lo que se refería, y en un acto emocional atrapó sus
labios con intensidad, con el cabello revuelto, el corazón palpitante y el mar
susurrante a sus espaldas. Abrazó su cuello y le costó tanto trabajo soltarle,
alejarse de él, abandonarle en aquella arena fina, una cálida orilla soleada
donde deseó ser humano, que casi sintió como si perdiese algo de sí mismo, que
recientemente había descubierto.5
—No tardaré demasiado —le aseguró con los ojos llenos lágrimas, soltó sus
manos y se forzó a dar unos pasos—. Vas a esperarme, ¿verdad?1
—Sí —respiró Jungkook—. Sí.
Tae esbozó una sonrisa.
—Espero que ninguna humana se te tire al cuello mientras yo no estoy.
Jungkook se rio un poco, los bordes de sus lacrimales estaban brillantes por la
emoción sin derramar.
—No son tiburones Taehyung, suelen tener capacidad de autocontrol —alzó la
voz mientras se alejaba.
—Los humanos siguen sin gustarme demasiado —ironizó la sirena, a unos
metros de distancia.
La brisa salada revolvió aún más su cabello, alzó en vuelo su ropa blanca y hecha
girones. Tocó a Jimin cuando llegó hasta él. El ojiazul sólo se giró un instante,
con una mirada inesperadamente neutral. Jungkook esperó algún desafío, algo
más irreverente, como cuando le hubo conocido. Sin embargo, no hubo nada
más. El joven se echó la bolsa de tela al hombro, los dos corrieron hacia el mar y
se zambulleron en sus aguas.
El corazón de Jungkook palpitó rítmicamente, el agua se llenó de burbujas y
pronto, vio una cola rosa y otra azul sumergirse.
Todo lo que quedó después, fue él, frente a un desierto azul, el insondable mar
extendiéndose hacia el horizonte. Una tormenta de arena en su pecho, mar,
desierto, la esperanza y la desesperación encontrándose en un punto medio.
Capítulo 18: Entre mar y tierra.
Taehyung llevaba meses sin nadar en mar abierto; y no había nada como eso. Su
cola libre y musculosa ondeando, su rápido y grácil nado, permitiéndole
atravesar grandes distancias fácilmente. El cabello ingrávido, la sal acariciando
su piel e hidratando sus músculos, sin cansancio. Su primer amor, el mar. Azul,
de profundas aguas oscuras y cristalinas, donde los secretos y susurros de las
criaturas tomaban forma en la bruma de la superficie y en las corrientes más
profundas. El silencio de las profundidades meciéndole, los animales
moviéndose libremente. Nadó entre los bancos de peces como uno más, y cada
una de las joyas del mar rozaron su cola; plantas, flores, rocas, algas y arrecifes
tan espolvoreados de colores como una paleta de pinturas.5
Sus dedos nunca se arrugaban, su corazón aletargaba un pálpito lento y casi
apagado. Sus branquias le proporcionaron el oxígeno necesario y mientras
volvía a sentir aquella profunda y excelsa libertad refrescando su alma, se sintió
tan feliz, que pensó que había vuelto a casa. Sólo que su casa no tenía paredes y
recubría dos tercios de la corteza terrestre.
En un atisbo de consciencia humana, pensó en Jungkook. Sí. Él era esa orilla a la
que deseaba regresar.18
Jimin nadó a su lado, señaló con un dedo para indicarle algo. A una decena de
metros, pudieron verlo. Nadaron kilómetros para llegar hasta allí, se
sumergieron tanto que no llegaban los rayos de luz del astro solar. Puede que
incluso no estuviesen en las horas solares, pues el agua era tan densa, profunda
y oscura que no se veía nada. Los dos se deslizaron en las aguas con un plácido y
pacífico movimiento de cola.2
Taehyung vio la grieta, la corriente cálida llegó hasta él como el líquido de un
suero amniótico que una vez le creó como un ser pequeño e inconsciente.
Sumergiéndose entre la escarpada ladera marina, se acercaron tanto como
pudieron, hasta que la presión se volvió demasiado fuerte y tuvieron que
agarrarse al saliente de uno de los lados. Jimin sacó la caracola, la precipitó
hacia la grieta y la presión la sostuvo ingrávida. Los filamentos comenzaron a
sacudirse, los dos escucharon el mismo grito; un chillido agudo y extraño. La
caracola moldeándose, comprimiéndose, fracturándose en mil pedazos. Los
trozos siendo succionados hacia la oscuridad, sin compasión.
Jimin agarró su mano, observaron hasta la última pieza de un arma mortal
creada para matarles. Cuando desapareció, se miraron. Tae tiró de su mano, los
segundos pasaron y decidieron alejarse. Aquel lugar estaba demasiado
profundo, el ronco sonido de las profundidades erizaba su piel y duras escamas.
Era un lugar donde nadie se acercaba. Los dos se marcharon con suaves
movimientos de cola, un grave mugido les hizo levantar la cabeza. A muchos
metros, sobre ellos, una gigante ballena surcó las aguas, seguida de cientos de
peces que carroñaban el plancton y los diminutos seres que escapaban de su
enorme boca.
La sirena azul indicó con el dedo, subieron lentamente, pasando junto a la
ballena. Abandonaron las profundidades para nadar a su gusto, dirigiéndose
poco a poco hacia una zona más superficial. Su hermana desapareció un
instante, y cuando regresó, agarró el antebrazo de Taehyung y tiró de él para
que le acompañase. La superficie estaba despejada, oscura, iluminada por una
preciosa luna creciente con miles de estrellas centelleando sobre sus cabezas.
Delfines saltando entre las suaves olas a unos kilómetros de la orilla más
cercana.1
—Mira todo eso —señaló Jimin con una sonrisa.
—Vamos con ellos.
Taehyung se sumergió, nadó hacia los delfines, y se unió a las pacíficas criaturas.
Jugaron con ellas casi toda la noche. Saltaban sobre las olas, se impulsaban para
hacerlo más rápido, con más clase y una hermosa gracilidad. Los juegos eran
una cosa que apasionaban a las sirenas; las competiciones de salto, de
velocidad, de escondites.
Después de eso, se trenzó el pelo con Jimin.
—Llevaba tanto tiempo sin hacer esto —dijo la sirena con serenidad.
—¿No sueles nadar?
—Nadar sí, pero... me siento errante...
—¿Por qué? —musitó Taehyung con tristeza.
—No lo sé. Ni la tierra ni el mar me compensan —sus iris se perdieron en el
amanecer—. Quizá esa es mi maldición. Tal vez por eso tengo que regresar a la
orilla, sintiéndome vacío. Cuando tuve el primer tomo en mi mano, después de
salvar a Jungkook, no te engaño, pensé que encontraría alguna forma de
regresar al mar para siempre.
Tae sonrió con lástima, tocó su cabello ondulado, trenzado con una corona de
florecillas marinas. Apoyó sus brazos en una roca mientras le escuchaba. Jimin
no podía pasar demasiado tiempo en el agua, su organismo le volvía débil y le
obligaba a regresar al cabo de unos días.
—Si te ayudé con lo de Jungkook es porque estás en transición.
El peliazul giró la cabeza y le fijó sus pupilas sobre su rostro. Los finos hombros
de Jimin, clavículas marcadas y escamas de un rosa dorado esparcidos por aquí y
por allá, centellearon de forma cálida mientras el sol se alzaba tras el horizonte.
—Yo le perdí a él y ahora no puedo sumergirme en el mar para siempre —se
lamentó, desviando su mirada—. Si te hubiese sucedido, estarías viviendo en un
infierno gélido. Como yo. Aún puedes salvarte, ve hasta otro océano y olvida la
superficie. No hay nada allí para nosotros; sólo dolor. Si yo vuelvo es por una
fuerza mayor.
Taehyung extendió unos dedos y tocó su mejilla húmeda, fría. Ninguno de los se
veían afectados por las bajas temperaturas en forma de sirena.
—No. Volveré contigo cuando salgas. Ya no tienes por qué estar solo ahí afuera.
En ese instante, Jimin le pareció vulnerable. Mucho más frágil de lo que se
mostraba en forma humana; su corazón estaba helado, sin duda, pero su
sufrimiento se reflejaba con una extraña forma de coraza gélida. Él le miró,
como si hubiese dicho algo demasiado grave y comprometedor.4
—¿Sabes lo único que me gusta de la superficie? —formuló Jimin—. Poder ver el
cielo y a las estrellas cuando el atardecer se desvanece. Es lo bueno de estar
entre el mar y la tierra.
—Es hermoso.
Se movieron un poco en silencio, con el suave susurro del mar y el agua
sosteniendo sus dinámicos cuerpos.
—Así que él te ama de verdad —dijo Jimin de repente, con cierto tormento—.
Dime, ¿qué se siente? Yo casi no puedo recordarlo.4
Taehyung se encogió un poco, se deslizó sobre la superficie del agua sin girar la
cabeza.
—Es como el mar.
—¿Cómo el mar?
—Fuerte, con la misma gravedad de marea, con esa corriente que te empuja
hacia algo más. Cuando respira suena bien, como las olas —expresó de una
forma redundante—. Siempre quieres más.3
—¿Más?
—Como si no pudieses dejarlo atrás.
Jimin no dijo nada, pero las palabras de su hermana fueron suficientemente
esclarecedoras, sintió cierto recelo, angustia y desasosiego. Sonaba tan bien en
sus labios, que le dolía. Él mismo despreciaba tanto esa emoción que no sabía si
sentir miedo o anhelo.
—No puedo convencerte de lo contrario —murmuró sobre el agua—, ¿verdad?
Taehyung le miró entonces, con las comisuras curvadas, globos oculares
húmedos y una extraña sensación palpitante en su pecho.
—No. De ninguna manera.11
*
—Recordad, debéis recostar vuestro cuerpo sobre la tabla, de forma que quede
alineado —dijo el instructor frente al grupo—. Podréis usar los brazos y las
piernas para volver hasta la orilla o agarrar una buena ola. Ah, ¡y no olvidéis la
correa del tobillo o saldrá disparada!
Jungkook se encontraba mucho mejor del gemelo tras dos semanas de
recuperación, agarró su longboard, y fue caminando hacia la orilla con un traje
de neopreno. Sus tobillos se sumergieron en el agua, luego sus rodillas, colocó la
tabla frente a su cuerpo y se recostó en ella. Remó con los brazos bastantes
metros hasta encontrar el lugar idóneo. Se sentó en la tabla, de espaldas a las
pequeñas corrientes y esperó a una buena ola en la que montarse. Utilizó los
brazos y los pies para moverse, sintió el impulso de la fresca agua cargada de
espuma y en unos segundos más, se puso de pie sobre la tabla, logrando
deslizarse velozmente sobre la superficie.4
Todos los alumnos de surf le envidiaron, le señalaron con un dedo y él esbozó
una sonrisa socarrona. En realidad, no necesitaba instructores ni clases de surf,
a él se le daba bien las tablas desde siempre. Y si estaba allí, era por Noah. El
pobre joven se tragó la primera ola, literalmente.
Comenzó a toser agua cerca de la orilla y cuando Jungkook se zambulló a su lado
tras un exitoso deslizamiento, le dio unas palmaditas en el hombro, esperando
que se recuperase.
—Te ha atrapado a ti, en lugar de tu a ella.
—Ah. Me quedé embobado viendo cómo lo haces —sonrió débilmente,
frotándose la boca con la manga—. ¿Surfeas a menudo?
—Uhm, llevaba años sin hacerlo —reconoció el pelinegro.
—Vale, bien. Muy bien. Voy a intentarlo de nuevo. ¡Voy a lograrlo!
El chico se apartó con decisión, estuvieron por allí media hora más. Jungkook
cogió hasta once olas. En la última de todas, tomó más profundidad para
deslizarse durante más metros. Remó sobre la longboard y vio algo moverse en
el fondo. Por un segundo, su vello se erizó. Algo rozó su tobillo y su corazón
saltó en su pecho. Hundió la cara en el agua, pero no vio nada.4
No quería pensar en Taehyung; ya lo había hecho demasiado esos días. Le
extrañaba, le echaba en falta cada día, a cada hora, en cada tarde que no
caminaban por la arena o se recostaban en el sofá de su casa. Se apartó el agua
de los ojos y trató de concentrarse en el impulso marino que se le acercaba.
Hacía un viento fuerte, si bien cálido, el agua entró con fuerza y barrió casi toda
la orilla. Él se deslizó hacia delante con un impulso, se incorporó y tomó
velocidad, se elevó sobre las aguas tanto, que supo que caería.1
Y estuvo a punto de hacerlo, se tambaleó hacia un lado, la correa de su tobillo
se tensó, estaba demasiado cerca de la orilla y se encontraba a punto de probar
la arena húmeda. No podía pararlo. Se sintió tan tenso que sus manos se
posicionaron abiertas, frente a él, como si planeasen amansar las aguas. El anillo
de su mano izquierda, en el dedo anular, vibró con suavidad. El cristal azul
oscuro se iluminó y de repente, la cresta de la ola se suavizó bajo sus pies, la
tabla de surf comenzó a perder velocidad lentamente y Jungkook acabó en el
agua sin ningún impacto de por medio.6
Cuando sacó la cabeza y agarró la longboard, soltó un jadeo.
«Wow. ¿Eso lo había hecho él?».1
Miró su propio anillo y tragó saliva, con el cabello mojado y el rostro salpicado
de gotas que se deslizaban.
—He visto eso —dijo la voz de Noah.
Casi dio un respingo cuando el chico apareció tras su espalda, con el agua hasta
la cadera.
—Eres increíble, casi parece que tú eres el que controla esas olas —añadió el
chico, con los ojos desprendiendo chiribitas.7
Afortunadamente, se largaron de allí sin que nadie sospechase de la forma en la
que Jungkook lo hizo. Él se sentía igual de sorprendido, había sido la primera vez
que percibía el poder de ese anillo. En los vestuarios, se quitó el neopreno y se
dio una ducha templada en la que se deshizo de la sal en pelo y en sus partes
más personales. Salió de allí echándose la mochila en la espalda, con Noah
masticando una barrita energética. Jungkook comprobó su teléfono, tenía varios
mensajes de Yoongi, quien alegaba encontrarse en un bar junto a la academia
de surf.
—Vamos por allí —le dijo a su acompañante.
En una terraza exterior, bajo una de las grisáceas sombrillas cuadradas,
encontró a Yoongi repantingado en una silla. Con pantalón corto, sombrero y
gafas de sol que hacían ver su pálido rostro aún más pequeño.
—¡Hola, Yoongi! —saludó Noah.
Él le saludó con un movimiento de cabeza, Jungkook arrastró la silla de una
mesa contigua a su lado y se sentó junto al chico.
—Estoy muerto de hambre, ¿qué hora es?
—Una y media —contestó el más joven.
—Voy a jubilarme —soltó Yoongi de repente.14
—Apenas tienes veintiséis años, Yoon —suspiró Jungkook, comprobando el
menú la carta.
—Me da igual, me he levantado a las cinco de la mañana y hemos tenido que
hacer una expedición a una de las cuevas de la zona montañosa de la isla —dijo
con voz rasposa—. Alguien había perdido su sandalia allí, ¡su maldita sandalia!
¿Qué somos, bomberos? ¡No voy a rescatar gatitos de los árboles!
—Pero eso es lo que hacéis, ¿no? Cuando no hay nada más que hacer, quiero
decir.
Cuando el camarero se acercó, Jungkook pidió un sándwich mixto y un refresco.
Noah imitó su movimiento.3
—Escucha lo que tengo que decir, mocoso: con diez cañones por banda, viento
en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín-
—Yoongi, eso es un puto poema de Espronceda —gruñó Jungkook,
interrumpiendo su catarsis—. Aún recuerdo cuando estudiábamos literatura.
—¿Tú siempre tienes que saberlo todo? —formuló su amigo con voz aguda,
luego gruñó con su tono—. ¿Por qué siempre lo sabe todo?1
—No lo sé, pero él sí que parece que vuela en esa tabla —sonrió Noah—.
Tendrías que verlo.
Yoongi arqueó una ceja, él y Jungkook se miraron de soslayo, y su mejor amigo
agarró su muñeca izquierda astutamente.
—Oh, me pregunto de dónde habrá salido ese talento —canturreó, balanceando
la mano donde llevaba el anillo puesto.2
Jungkook apartó la mano y le miró mal. Su talento no era ese anillo,
simplemente, le había servido en la ola donde más se lució.
El camarero dejó los sándwiches y refrescos sobre la mesa. Comenzaron a tomar
un almuerzo, cuando de repente, Haeri y Leslie pasaron por allí con un par de
mochilas deportivas. Les vieron de soslayo, se acercaron para preguntar qué tal
les había ido el día, y al final, terminaron sentándose con ellos.
—La Protectora está a reventar —suspiró Leslie—. Jungkook, cuando no te
pasas por allí, todo es un caos.
—Iré mañana —aseguró el joven.
—¿Aún no has firmado el contrato? —dudó Haeri.
Jungkook se encogió de brazos.
—Lo firmaré. Voy a hacerlo. Voy a trabajar allí.
—Oh, ¿en serio? —sonrió Noah—. Pensé que aún seguías trabajando en el
acuario.
Jungkook se atragantó con la bebida. Yoongi trató redirigir la conversación hacia
otro puerto más interesante.
—Oye, ¿dónde está Jesse?
—¿Jesse? —repitió Haeri, haciéndose la tonta—. Ah, pues...3
—¿Aún no se lo has dicho? —Leslie pecó de bocazas, su amiga la miró fatal
como si desease estrangularla cuando ella siguió hablando—. Se largó de Geoje
sin decirle nada. Ni una nota, ni un mensaje de texto. Ni siquiera una petición de
amistad en sus redes sociales.
—Ha regresado a Estados Unidos. Supongo —Haeri se rascó la nuca—. Era un
tipo ocupado.
—Vaya, se podría decir que las aguas se lo tragaron —satirizó Yoongi, sabiendo
que no lo pillarían ni de broma—, quizá se deshizo como el polvo. Puede que
fuese un monstruo marino, ¿quién sabe?24
—Ah, ¡Jungkook! —Noah tomó la palabra frente a todos, con una amplia
sonrisa—. ¿Qué hay de tu pareja? ¿Sigue siendo una sirena?2
Su cara sí que fue un poema de Espronceda. Haeri clavó los ojos sobre él y Leslie
se encendió un cigarro sin darle mayor importancia. Para ella, que Jeon
Jungkook fuera gay sólo aclaraba por qué estaba tan bueno y era tan
encantador. Él ya estaba fuera de su liga mucho antes.
—No. Nada de eso.
—Su traje estaba bien conseguido —Yoongi apretó su hombro con una mano,
tratando de improvisar algo para cubrirle—. Ahora está en Busan, ¿no? Buenas
playas, mejores exhibiciones. Es un profesional.
—Sí, sí.
—Guay.
—Genial —agregó Haeri, hundiéndose en su silla.
Las chicas se tomaron unas cervezas con ellos y algunos aperitivos. Yoongi
terminó pidiéndose una hamburguesa casera que devoró de cuatro bocados.
Cuando se levantaron, mencionó que tenía tortícolis, se separaron
amistosamente; Haeri tenía que trabajar más por la tarde, Leslie tenía asuntos
familiares y Noah se fue a casa (era su día libre). Jungkook y él buscaron el coche
de Yoongi perezosamente, atravesando la calle.
—Qué pesado es ese crío, ¿es que no tiene padres?
—Yoon, es mayor de edad. Trabaja en el maldito centro marino de auxiliar, su
padre era uno de los veterinarios. Te lo he dicho mil veces.2
—Oh, claro —su amigo pelinegro desbloqueó el coche y entraron.
Volvieron a encontrarse en el interior. Yoongi de piloto y él de copiloto.
Jungkook dejó la mochila húmeda sobre sus propias rodillas, dejó caer la cabeza
hacia atrás, extenuado.
—Solo lo digo porque, ya sabes, últimamente, siempre estás con él —metió la
llave en el contacto y arrancó el motor.
Jungkook abrió la boca, giró la cabeza y pestañeó.
—¿Estás celoso?
—¡¿Qué?! ¡No!
Yoongi estuvo a punto de ruborizarse. A punto.11
—He superado que salieses con una sirena. Creo que puedo superar que ahora
tu mejor amigo sea un mocoso.
—Él no es mi mejor amigo.
—Ya, claro —refunfuñó su compañero—. Por eso ahora surfeas con él todos los
fines de semana.
—Sólo han sido dos sábados, Yoon.
—Y un domingo.
Yoongi hizo una mueca, movió el volante poniendo en marcha el coche y el
azabache soltó una risita holgazana. En veinte minutos llegaron a casa, Jungkook
estaba tan fatigado por el ejercicio físico que subió la escalera, dejó la mochila
en el marco de la puerta de su dormitorio, se quitó las deportivas y se lanzó
sobre la cama. Había comido bien y se encontraba en paz, por lo que no fue
muy difícil dejarse llevar por los brazos de Morfeo. Fue Yoongi el que tiró de la
cremallera de su mochila y sacó su neopreno, se lo llevó al porche para
colgarlo.1
En el sueño del más joven, se encontraba frente a un océano muy profundo. El
agua llegaba por sus tobillos, pero tiraba de él, deseando absorberle hacia sus
entrañas. Susurraba desde las profundidades, frío, helado, salvaje y temible.
Una terrible talasofobia le invadió cuando una boca gigante se abrió al fondo,
como un portal a un infierno oscuro. Se tragó la arena, el agua y succionó hasta
arrastrarle a él. Se despertó repentinamente, con el cabello pegado a la nuca.
Eran más de las nueve de la noche y el sol se había puesto. En su mesita de
noche, lo único que brillaba era el diminuto frasco de lágrimas de sirena, que
resplandecían con luz propia junto al corazón de coral que una vez talló y que
Tae dejó bajo su almohada. Jungkook se levantó de la cama sacudiéndose el
cabello despeinado con una mano. Tras el cristal de su ventana, sólo quedaba
una playa vacía, el mar oscuro, de suave oleaje. Un vecino sacando a pasear su
perro, el cual corría tras una pelota y regresaba a él con el juguete en la boca.
Salió de la habitación, no había luz en la casa; excepto por el cuarto de Yoongi,
el cual resplandecía suavemente. Asomó la cabeza y le vio frente al ordenador,
revisando algo.
—¿Cenaste?
—Sí. Dejé algo para ti en el microondas —contestó sin mirarle—. Caliéntalo.
Jungkook bajó la escalera, pasó del salón y de la cocina americana y salió de
casa por la puerta del porche. Pasó frente a la calta plantada de Yoongi y se
sentó tras los arbustos, sobre la arena, frente al sereno mar. Observó el paisaje
nocturno y marítimo. Estrellas plateadas en el cielo, con la luna llena. Las
ventanas de las casas vecinas resplandeciendo suavemente a muchos metros. El
perro y su dueño ya se habían ido, ahora estaba solo. Solo. Extrañando
intensamente a alguien a quien el mar se había llevado.
«Volveré, volveré a ti», recordó su voz con nitidez. Su beso en la playa, su
sonrisa, sus ojos.2
Enterró los dedos en la arena.
—Vuelve —susurró.22
*
Namjoon dio uno último sorbo de whiskey a su bebida. Abandonó el vaso sobre
la barra y salió del bar-restaurante en plena noche. Con la luna llena, pudo
sentir aquel susurro nuevo, penetrando en su mente, como un parásito psíquico
que no cesaba. A un lado el mar, al otro, la ciudad nocturna de Busan. Frente a
él, varios árboles y matorrales oscuros que comenzaron a sacudirse relevando
una figura.4
—Aléjate —le dijo ásperamente.
—Me prometiste a una —dijo la mujer, su cabello tan rojo como el carmín, tez
blanca, y hermosura afilada. Toda una mentira.
—Se fue.
—No se fue, la perdiste, ¡dejaste que se la llevaran! ¡Iba a ser mía! —vociferó
con una monstruosa deformación de su voz.
Namjoon metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y de repente, sacó un
arma. Un revolver plateado de seis balas. Un arma inútil.
—Lárgate, demonio del mar —pronunció con voz grave—. O lo lamentarás.
Ella sonrió como un auténtico demonio. Sus ojos se volvieron amarillos, sus iris,
tan rasgados como los de un reptil. Pronto, su susurro se metió en el oído del
humano.
—Líder de un acuario vacío, de frío corazón humano, abandonado en la orilla,
con un amor maldito. Sigues esperándole cada mañana, pero no volverá. Sólo
yo puedo traértela y ahora, vivirás de una promesa que jamás se cumplirá —
repitió el ser, clavando la tortura de sus palabras en sus células—. Pobre
demonio de la tierra, solo, abandonado, con un amor maldito que le dejó
descorazonado.20
A Namjoon le temblaron los dedos, pero disparó. La bala rebotó contra una
pared y el bronco sonido retumbó con fuerza en los alrededores, perturbando a
la gente del bar. Él escuchó varios gritos, miró su propia mano: el arma usada.
Volvió a dirigir sus pupilas a esos arbustos. No había nadie. Nada.
Salió corriendo para buscar su auto, pero por mucho que huyese de Geoje. Por
mucho que se escondiera entre el alcohol y las calles de Busan, en esa suite
donde el hielo y las botellas de vino tinto aliviasen su consciencia, volvería a
encontrarle. Nerissa jugaría con él hasta que se volase la cabeza.
*
Un día más tarde, isla de Geoje
Jungkook firmó su contrato en la Protectora Marina de la isla. Una decisión que
había meditado profundamente tras pasar demasiadas horas en ese centro.
Necesitaba pasar página después de lo del acuario y sus manos veterinarias eran
buenas, todo el mundo le quería allí, con las focas, con las tortugas, o con el
perro de Noah que poco o nada tenía que ver entre todo aquello.
—¡Buenas tardes, doctor Jeon! —se despidió uno de los muchachos.
—Doctor Jeon —murmuró él, saliendo por la puerta.
Sonaba demasiado bien. Más de lo que se hubiera esperado.
—¿Doctor? —repitió entre sus labios, sin poder creérselo. Técnicamente, sí que
tenía un doctorado en cuidados a mamíferos marinos, pero nadie le había
llamado doctor hasta ese momento.
Un conocido se cruzó con Jungkook a la salida del trabajo, Hyunjin, a quien
semanas atrás conoció gracias a la academia de surf a la que acompañó a Noah.
Hyunjin era instructor, le chiflaban las tablas, el mar y tomar el sol. Con el
cabello largo, rubio, piel bronceada, ojos rasgados, labios gruesos y buena forma
física, a todo el mundo le parecía guapísimo. Tanto que, podía competir con
Jungkook, sin mucho esfuerzo. Aunque él tampoco lo intentaba demasiado.6
—¿Quieres verlo? Es una pasada, lo estoy vendiendo, pero está como nuevo.
Fue de mi padre.
Jungkook se fue con él hasta el puerto (no quedaba muy lejos), por el camino,
compró un perrito caliente con mostaza y lo devoró. En la ciudad, había una
zona de muelles sólo para yates privados. Hyunjin le llevó hasta un pequeño
yate con camarote, estaba impecable, de un blanco bien cuidado, madera
lacada. La zona de la cubierta tenía una mesa atornillada al suelo, y dentro, una
cabina de mandos.1
—El motor está genial, lo cambié hace tres años.
—¿Lo usabas para pescar? —Jungkook acarició el volante con una mano.
—No, no —sonrió Hyunjin—. Para emborracharme.
El pelinegro le miró de medio lado, esbozando una ligera sonrisa.
—¿Emborracharte?
—Bueno, me juntaba con cinco o seis, cogerte una cogorza en alta mar es una
maravilla —soltó el chico, provocando una risotada en ambos—. Pero tienes
que tener cuidado con no lanzarte por la barandilla.
Jungkook abandonó la pequeña zona techada de mandos y bajó la escalerita.
Abajo, se encontraba una zona cerrada con un sofá circular y una mesa. Un
baño diminuto y una habitación muy estrecha con dos camas.
—Tampoco te recomiendo echar un polvo ahí dentro —Hyunjin apareció tras su
hombro—. En serio, es una locura si hay oleaje. Pero enrollarte en el sofá está
guay.
El pelinegro esbozó una sonrisa, volvió a subir la escalera y Hyunjin le dijo algo
como que su padre se compraba un cacharrito de esos cada cinco años. El más
grande se lo quedó su hermano. Ahora él estaba vendiendo ese, deseando
comprarse una moto acuática (estaba sacándose la licencia).
—Vale, pues, ¿cuánto me darías? —le preguntó a Jungkook junto al puerto.
—¿Qué? —parpadeó.
—Que... ¿estás interesado, o...?
El chico se percató de que, en realidad, estaba vendiéndole aquel pequeño
barco. Él había ido hasta allí sólo por curiosidad, no pensaba que le alcanzase el
presupuesto.
—¿Por cuánto me lo dejas?
—120 millones de wons. Un precio justo.5
—¿Ciento veinte? Venga ya, apenas llegué a Geoje hace unos meses —sonrió
Jungkook.
Lo dijo con tanta naturalidad, que Hyunjin se lo bajó a cien. Jungkook tenía un
colchón de dinero gracias a sus antiguas becas y el dinero que se guardó en
Busan, gracias al apoyo económico de sus padres. Pero cien millones de wons
era demasiado.
—Díselo a ese amigo tuyo, si no —insistió Hyunjin y cruzó los brazos—. Seguro
que pone una parte de lo que necesitas.
—¿Noah?3
—Ah, no, no. El expedicionario, ¿cómo era? —vaciló un instante.
—Yoongi.
—Ese.
Jungkook se pasó una mano por la mandíbula. No sabía si Yoongi estaría
interesado en un yate, puede que sí, puesto que él odiaba a la humanidad tanto
como a sí mismo. Él ganaba bien, aunque, en términos económicos, no sabía
muy bien hasta qué punto podría interesarse por un yate.
—Hablaré con él —decretó Jungkook tras una reflexión.
—Bien, tienes mi número —esbozó otra sonrisa.
Hyunjin le invitó a tomar algo mientras paseaban por el puerto, él aceptó
amistosamente. En lo que caminaban, un colega de Hyunjin apareció y requirió
su atención. Entró en una nave donde bajaban cargamento, pidiéndole a
Jungkook unos minutos. Él se quedó cerca de la entrada, comprobando su
teléfono. Por la hora que era, decidió decirle a Hyunjin que debía marcharse. Le
tocaba preparar el almuerzo y ni siquiera había pasado por el supermercado.
Sin embargo, un chapuzón en el agua le hizo girar la cabeza. Se quedó atónito,
cuando vio deslizarse algo bajo la superficie. Su corazón casi le atragantó,
Jungkook se acercó al borde e inclinó la cabeza.
Había visto algo, estaba seguro. Segurísimo. Una aleta azul, el resplandor de
unas escamas brillantes bajo el agua. El agua se onduló de momento y él abrió
mucho los ojos. Guardó en teléfono en su bolsillo y siguió la ondulación hacia
otro lado. Movió la cabeza en ambas direcciones, esperando que nadie
estuviese viéndole. No había casi nadie por allí a esa hora, pero la sombra fue
hacia un lugar nada transitado, y en una esquina, tras unos enormes
contenedores metálicos vacíos, emergió una cabeza.4
Jungkook exhaló su aliento, sus comisuras se curvaron y sus labios revelaron una
sonrisa. Cabello azul empapado, gotas de agua recorriendo su rostro, facciones
alargadas, ojos líquidos, escamas esparcidas por un lado de su hombro, en una
clavícula y bajo el cuello, recubriendo su sistema respiratorio de branquias. Su
propio corazón humano intentó salir por su garganta, Jungkook se arrodilló,
creyendo que era un espejismo. Que no estaba allí. Que estaba soñando. El
mejor sueño que tuvo desde su marcha.
—¿Qué haces aquí? —murmuró.4
—Estaba buscándote —sonrió la sirena—. El anillo, ¿recuerdas? Puedo sentirlo.
El joven asintió con la cabeza, la distancia entre ellos, el medio metro que les
separaba entre el agua y la superficie le hizo verse agobiado. Taehyung alargó
una mano fuera del agua y Jungkook enlazó la suya. Los dedos de la sirena se
encontraban a la misma temperatura del agua fría, húmedos, bajo su mano
cálida y seca.
—Has tardado —susurró, casi como en un lamento—. ¿Pudisteis destruir la...?
—El viaje fue largo, pero la llevamos hasta allí —le aseguró Taehyung—. Ya no
queda rastro de ella.
—¿Y Jimin?
—Mi hermana debe pisar tierra a cada poco. Me separé de Jimin en una orilla,
hace horas.
Los iris de Jungkook le acariciaron. No sabía si Taehyung iba a salir del agua o
no, pero no le importaba. En ese instante, soltó su mochila, su teléfono, sus
zapatos e incluso se quitó la sudadera.
—¿Qué haces? —Tae sonó más ingenuo de lo que pensaba.
Jungkook le miró desde arriba, con una camiseta fina y blanca, los jeans
holgados de un azul claro.
—Unirme a tu medio —declaró, se incorporó y se lanzó al agua de cabeza.12
La sirena no se lo esperaba, pero la impulsividad del azabache se le hizo más
que divertida. Soltó una risita y se sumergió tras él. Jungkook entró de cabeza,
con los brazos abriéndose en forma de aspa. El cabello de un negro brillante, de
mechones largos e ingrávidos bajo la superficie. La ropa flotando alrededor de
su cuerpo, el ombligo desnudo con suaves abdominales sobre este.
Taehyung le rodeó como la primera vez que pudieron verse, bajo el agua, su
tamaño era mayor al de un humano, con una fuerte y musculosa cola azul de
ágil y bella aleta. Las escamas resplandecían en él, salpicándole con los tonos
marinos más hermosos. Jungkook era blanco, de una terrible humanidad a su
lado. Sus dedos se extendieron, tomó el rostro de la sirena y sus cuerpos se
acercaron lentamente.
Sus labios liberaron unas burbujas, los de Taehyung nada, si bien permanecieron
entreabiertos hasta posarse sobre los del pelinegro. Un sello, un beso corto que
tan sólo duró unos segundos. Jungkook sonrió en él, y recuperando unos
cuantos centímetros, sus yemas acariciaron el sedoso cabello azul de la criatura
de grandes ojos rasgados que le observaron con detenimiento. Las yemas de la
sirena se deslizaron por uno de sus angulosos pómulos.5
No podía decirle nada ahí abajo, pero hubiese deseado expresarle a Jungkook
que tanto adoraba sus pómulos, sus labios rosas y sus ojos profundos y
castaños. Salieron a la superficie y él tomó aire. Taehyung también lo hizo con
los pulmones en funcionamiento. Volvió a rodearle con encanto, acariciándole
con las escamas de su dura cola alrededor de sus piernas.
—Estás loco —expresó Tae con una juguetona diversión—, ¿ahora no temes
entrar en mis aguas? Qué ingenuo, podría arrastrarte lejos de tus cosas. Podría
secuestrarte lejos de este puerto.
Sus dedos se enlazaron bajo el agua, estaba helada, pero Jungkook sonreía
felizmente y parecía estar encontrando un punto de humor en todo aquello. Le
recuperó en sus brazos, como si la sirena fuese una criatura pequeña. Su sirena.
Y con el corazón palpitando en el pecho —ambos corazones—, Tae acarició su
mentón y se dejó arrastrar por la superficie suavemente. Sus piernas y su cola
uniéndose y un precioso encuentro.
—Ahógame con un beso, si es lo que quieres —suspiró el humano con una
devoción que ni él mismo se esperaba.
Sonó demasiado teatral, pese a que Jungkook se moría por ser besado y
Taehyung por convertirse en el cruel verdugo de sus tiernos labios.
—Resfriarás —se preocupó por él—, deberías salir del agua, no llevas el
neopreno.
El pelinegro negó con la cabeza. Taehyung enredó los brazos alrededor de su
cuello y apoyó su frente contra la suya.
—Te he extrañado —confesó le peliazul casi como si fuera un secreto.
—Y yo a ti.
—Te prometí que volvería.
—Lo sé.
—Quiero estar contigo.
—Si sigues hablándome así, serás tú el que tenga que arrastrarme hasta la orilla
—bromeó Jungkook.
Su sonrisa era preciosa, agradable, su calidez debilitaba sus células. Taehyung
sujetó su nuca, mucho más serio, concentrándose en su rostro, en sus brazos,
en sus ojos.
—No he dejado de pensar en ti, en la última vez que nos vimos —dijo.
—Tae...
—¿Podemos estar ahora juntos?10
—Dios —suspiró el pelinegro, sujetó su rostro como si fuese algo frágil—. Me
quedaría a tu lado, así la sal resecase mi piel y el agua me convirtiese un trozo
de corcho.
Tae sonrió un poco, a él le parecía maravilloso tenerle ahí. En el agua, para él. Y
su dopamina le hacía pensar que quería nadar en mar abierto con Jungkook,
divertirse en una orilla y jugar como lo hicieron en el acuario en el que se
conocieron. Pero en ese momento, quería tener piernas, como él.2
Jungkook escuchó unas voces y miró hacia un lado, los dos se movieron casi bajo
el muelle, esperando que nadie les descubriera.
—Tengo que tomar mis cosas —formuló Jungkook en voz baja—, ¿podemos
vernos en casa? ¿Sabrás ir hasta allí?
—Sí —contestó la sirena—. ¿En la orilla?
—Ahí.
Jungkook besó dos yemas de sus dedos, la del índice y su vecino, llevó los
mismos dedos hasta los labios de Taehyung creando un beso indirecto.
—Te espero allí.
—Más bien, yo te esperaré —sonrió el peliazul—. Soy mucho más rápido de lo
que crees.
El humano se rio un poco, no dudaba de ello; se le hacía fascinante pensar en
que él podía rodear la isla y acabar en otro lado mucho más rápido de lo que
Jungkook atravesaba la ciudad y se dirigía hacia las aisladas casas de su zona.
—¿Quieres que te achuche? —preguntó Tae de repente.2
—¿Hmnh?
—¿Puedes subir sólo a la superficie? Está alto.
—Claro que puedo, ¡je!
Jungkook le miró como si fuese un desafío. ¿Estaba subestimando su buena
forma? Se largó de allí antes de que Taehyung le matase por una parada
cardíaca de adorabilidad. Subió por el bordillo fácilmente, aunque estaba
empapado. Camiseta, pantalón calado hasta los huesos, sacudió la cabeza como
un perro mojado, con cabello negro y húmedo ondulándose sobre su frente.
Suerte que había dejado allí los zapatos, la sudadera y mochila, antes de
precipitarse hacia el elemento de su sirena.
Se colocó la sudadera y se anudó las deportivas, pensando en Hyunjin. Le había
dejado totalmente colgado (ya pondría alguna excusa otro día). En ese
momento, se echó la mochila al hombro y miró a Tae de soslayo, quien se
asomó tímidamente y con mucho encanto. Jungkook guiñó un ojo, su cola se
sumergió en el agua y su silueta se desvaneció en los más profundo. Se alejó de
allí para encontrar a su cita donde habían quedado. El corazón de Jungkook latió
con fuerza, y él atravesó el muelle con pasos rápidos.
Capítulo 19: Mágico.
Era demasiado pronto para sacar a una sirena en brazos por la orilla. Jungkook
llegó a casa empapado, soltó sus cosas, agarró un bañador negro que
intercambió por sus jeans y ropa interior mojada, y luego salió a la playa por el
porche trasero. Caminó descalzo con los pies sobre la arena, se deshizo de la
sudadera y la camiseta interior, y fue directamente al agua. Allí hacía mejor
temperatura, el mar estaba más limpio y el ambiente era mucho más salado que
en el puerto.
Taehyung no se había mofado; llegó antes que él y llevaba allí un buen rato.
Pensaba que saldrían del agua al principio, pero Jungkook mostró una actitud
juguetona y él no pudo rechazar un buen juego en su terreno. Bien, desafiarse
con un humano siempre era distinto, ellos tenían sus limitaciones, si bien fuese
indudablemente divertido. Jungkook se zambulló, buceó hasta una zona más
profunda donde sus talones no llegasen al fondo. Tae pasó cerca, la corriente de
agua dejó unas diminutas burbujas tras la agitación de su cola. El pelinegro la
atrapó con los brazos, era fornida y ágil, por lo que fue arrastrado unos metros
por su increíble fuerza. Quedó varado, como una estrella de mar perdida, sin
gravedad, que tuvo que salir a respirar a la superficie con una sonrisa.
Cuando volvió a introducirse en el agua limpia y cristalina, desde el suelo
oceánico, Taehyung le dirigió una miradita divertida.
«¿Has terminado?», pareció decirle, apoyando un codo en la arena y su mentón
en la mano.1
Jungkook le hizo una mueca, bajó hasta él y agarró su antebrazo. El tacto de su
cálida mano sobre su piel siempre atrapaba su atención. Le miró fijamente,
apreciando su belleza humana bajo el agua. Cabello negro e ingrávido, plena
seguridad en su elemento pese a que sus pulmones no hubiesen nacido para
vivir bajo la superficie. Jungkook señaló con la cabeza para que le siguiese.
Buceó a su lado —a un ritmo más lento— buscando algo. El joven salió a la
superficie para tomar aire y Taehyung le acompañó sin apartar sus ojos de él.
—Por allí hay un saliente rocoso. ¿Quieres verlo?
—¿Podrás nadar hasta allí?
El pelinegro presionó la punta de la lengua contra el interior de su propia
mejilla.5
—¿Bromeas?
Taehyung sonrió un poco, ya sabía que su humano favorito era valiente y
enérgico, pero él le ofreció a llevarle más rápido.
—Agárrate a mí.
Esas fueron las palabras que pensó que nunca le diría a un humano fuera del
acuario. Y como hicieron una vez, Jungkook se aproximó a él con sereno nado,
abrazó su espalda con media sonrisa y le sugirió que no fuese demasiado rápido
(podría soltarse). Tae asintió, esperó a que tomase aire y se sumergió junto al
humano para nadar más rápido. Se ahorraron unos cuantos minutos de camino.
Taehyung era tan rápido, con un cuerpo dinámico, que Jungkook no dejaría de
sorprenderse.
Por aquella zona rocosa había pececillos, conchas de colores y cangrejos
pequeños de un tono beige y tostado. Jungkook se sentó en una roca y atrapó
uno con los dedos, el cual observó en la palma de su mano.
—Es mono —expresó en voz baja, seguido de un parpadeo.
Tae llegó a él tras dar un barrido —en su instinto de sirena quedaba el
inspeccionar la zona antes de distenderse—, el pelinegro soltó el cangrejo sobre
la roca y este salió corriendo de medio lado.
—Llevas mi anillo.
La voz de Taehyung le hizo girar la cabeza, la sirena agarró la falange de sus
dedos para contemplarlo puesto.
—No me lo he quitado —murmuró Jungkook.
La sirena sonrió un poco, se acercó tanto que apoyó su mentón sobre la rodilla
del chico. Los dedos de su mano izquierda se entrelazaron con los suyos y
Jungkook se quedó muy quieto, observándole desde arriba. Su belleza le dejó
pasmado, su gesto de confianza, la forma en la que ahora el contacto formaba
parte de ambos, pese a que su raza siguiese siendo distinta, le dejó sumergido
entre una tormenta de mariposas y una parálisis nerviosa. No sabía si debía
tocar su cabello, cuya fina y delicada corona trenzada reposaba sobre su frente
y entre sus mechones ondulados.
—Te he visto surfear —confesó Taehyung.
—¿Qué? —exhaló el joven.
Si el peliazul le había visto el día de antes, significaba había estado cerca de una
costa plagada de humanos. Él se sintió tan curioso como fastidiado por aquel
dato. Si le había visto el día de antes, ¿por qué no habían interactuado antes? Le
había echado tanto de menos, que casi se preguntó si era legal reclamarle algo
así a una sirena.
—Es un juego divertido el que hacen los humanos. Dime, ¿tan hermoso es
deslizarse de pie sobre el agua?
Jungkook pestañeó.
—Nunca lo había pensado así —reconoció con un timbre bajo—. Supongo que
sí, pero dura tan poco.
—¿Por eso subís tantas veces sobre esa tabla?
Él asintió.
—El anillo reaccionó en una ocasión.
—Oh, funciona contigo, ¡qué bueno! —celebró Tae con una sonrisita—. Aún me
preguntaba si sólo te serviría como amuleto para que yo te encontrara, pero has
conseguido utilizarlo
Jungkook sonrió con cierta dulzura, se sintió un poco tímido con él en ese
momento. No sabía por qué, pero su pecho retumbaba al ritmo de sus palabras.
—No fue apropósito. Si te soy sincero, aún no sé cómo funciona —ladeó la
cabeza, con los ojos sin abandonar su rostro—. ¿Qué hiciste tú mientras
viajabas?
La sirena se tomó un instante para responder, sus iris parecían perdidos,
evocando algún sueño marino.1
—Una noche, chapoteé con Jimin y unos delfines hasta el amanecer —le contó
con encanto.
—¿Con delfines? —el pelinegro sonrió, un par de dedos pellizcaron suavemente
su mejilla destemplada y húmeda.
—También vi a una ballena blanca y gigante. ¿Sabes que la oí cantar?
—¿Puedes oír eso? —murmuró el humano.
—Si cierras los ojos y dejas de moverte, puedes escucharlas comunicarse. Sus
voces atraviesan kilómetros, la vibración se extiende por el agua, cerca de la
superficie.
Jungkook respiró lentamente, observándole. Sonaba demasiado mágico en sus
labios, ni siquiera podía imaginárselo. Su mano se estrechó suavemente antes
de deshacerse.
—¿Viste a tus hermanas? —formuló en último lugar.
Taehyung negó con la cabeza.
—Ellas no están aquí; no después de lo que pasó. Cuanto más lejos estén de la
humanidad, más sencilla será su supervivencia.
El joven entendió a lo que se refería y era lo mejor para todas, para sus nidos y
sus pacíficas formas de vivir. No sabía si Tae quería regresar, buscarlas o unirse a
ellas. Pero por el momento, prefería pensar en las palabras que le dijo en el
puerto: esa tarde quería salir del agua y estar en sus brazos.
Jungkook bajó de la roca y se sumergió nuevamente en el agua para no
enfriarse. Apoyó una mano en el saliente y se pasó la otra por el cabello
húmedo, Tae le miró como si pensase en algo. Se quitó la fina diadema de la
cabeza y se la puso a él, colocándosela con mucho esmero. El pelinegro soltó
una risita, dejarse adornar por una sirena siempre era divertido, pese a que él
dudaba mucho de que le quedase bien ese estilo.4
Para Tae, todo era distinto. Le parecía que Jungkook era guapo, si bien no tenía
el tipo de belleza de una sirena. A él no podía imaginarle con cola y aleta, le
gustaba demasiado que tuviese un par de piernas, le gustaba que fuese un ser
humano y sus diferencias eran interminablemente hermosas. No quería que
Jungkook fuese como él, él era el que, en muchas más ocasiones, deseaba
profundamente asemejarse a su persona. El azabache se vio ligeramente
desorientado por el toque en su mejilla, por el roce de sus dedos en el borde de
su mandíbula, los iris irreales perdiéndose sobre las facciones humanas, desde
sus pestañas, ojos y cejas oscuras, hasta labios rosas con la afilada forma de
cupido bien esculpida.
Con la espalda apoyada contra la roca, advirtió que los ojos de Tae se volvieron
coquetos. El peliazul pestañeó aproximándose a su rostro y dejó un beso en la
comisura de sus labios para no tentar a la suerte. Su cola, abrazó levemente a
una de sus piernas.9
—¿En qué piensas ahora? —susurró el azabache.
Las manos de su compañera se deslizaron por sus hombros desnudos. Sintió una
terrible curiosidad por su piel. Jungkook no estaba muy bronceado, el neopreno
y la crema solar le había cubierto bien de sus horas de surf y al aire libre. Su
torso era blanco y se encontraba desnudo a diferencia de otras tantas veces
donde el apretado neopreno oscuro o una capa de ropa le ocultaba. Era
diferente a acariciarle siendo sirena, cuando no estaba en el agua y él mismo
tenía un par de piernas, todo se sentía distinto. Sus dedos eran más débiles y
temblaban con facilidad, su calor le atravesaba de una forma muy significativa.
No obstante, la emoción persistía.
—¿Alguna vez te he contado que, en el pasado, las sirenas eran carnívoras? —
musitó una grave voz que erizó el vello de su nuca.11
Tae estaba jugando, sí. Pero no dejaba de ser un juego perverso.
—¿Significa que vas a morderme? —desafió con media sonrisa.
La sirena posó la lengua en el extremo de uno de sus hombros y la deslizó por
toda la longitud del deltoides, un lado de su cuello, hasta el hueco bajo la oreja.
Fue tan inesperado su movimiento, que Jungkook le miró como si fuese algo
salvaje. Tae se lo tomó como un simple juego, el azabache estaba seguro de que
no tenía ni idea de que su piel se había erizado por él.8
—Puede —jugueteó Tae ligeramente.1
Él tragó saliva, agarró sus codos y sorbió entre dientes. Tenía suerte de que el
agua estuviese fría y su cuerpo templado en ese momento.
—No hagas eso —le recomendó Jungkook con las comisuras curvadas—. Por tu
bien, no quieras provocar una reacción cuando vuelvas a ser humano.
Taehyung se mostró divertido —no sabía muy bien a qué se refería y le daba
igual—, se deslizó en el agua hacia atrás y chapeó con una risita. Cuando se
sumergió en el agua, su aleta azul fue lo último en despedirse. Luego, Jungkook
trató de nadar para que sus músculos entrasen en calor, Tae y él jugaron como
un par de críos atrapándose bajo la superficie (con bofetones de burbujas
incluidos), y más tarde, regresaron a la playa frente a su casa, acercándose a la
orilla.
El joven le recomendó esperar hasta que anocheciese, por si llamaban la
atención de algún vecino. Generalmente, casi nadie pasaba por allí, pero prefirió
asegurarse de todos modos. Había pasado más horas de lo recomendable en el
agua, tenía las yemas arrugadas y un cansancio muscular producto de la falta de
alimento y el ejercicio físico. Tras la puesta de sol, cuando la playa se oscureció,
se detuvo en la orilla allá por donde el agua bajaba de su cadera.
Yoongi estaba cruzado de brazos en mitad de la playa. Su rictus era una mezcla
ambigua entre alivio por verle de una pieza (su sudadera y camiseta estaban en
el suelo), y ganas de machacarle por haber desaparecido sin decirle nada.
Jungkook le hizo un gesto con la cabeza para que volviera a casa —después
hablarían de ello—, vio a su compañero recoger su ropa del suelo
remolonamente y marcharse hacia su hogar.
—Ven, vamos a salir. Te secaremos adentro.
Tae abrazó su cuello desnudo, el azabache le arrastró en brazos sobre el agua y
seguidamente, mientras el tierno oleaje les mecía reflejando un cielo que se
volvía índigo, le alzó continuando su camino hasta la tierra húmeda. La sirena
movió la cola un poco e instintivamente, tal y como un gato se mostraba feliz
por conseguir lo que quería. Desde su perspectiva marina, los brazos de
Jungkook eran un terreno seguro, probablemente, el más seguro de la corteza
terrestre, lejos de un bello y amado océano azul.3
El joven atravesó la playa de fina y tibia arena seca, hasta el porche de casa.
Empujó la puerta entreabierta y Yoongi celebró el regreso de su amigo-sushi
preferido.
—Así que estáis aquí, como dos críos, empapados, imprudentes, ¡y estúpidos!
—vociferó mosqueado, en lo que extendía un par de toallas sobre el sofá.6
Jungkook miró de soslayo a la sirena.
—No se lo tengas en cuenta, olvidé preparar el almuerzo —jadeó, dejándole
sobre la misma superficie.
—Hola, Yoongi —sonrió Tae, de todos modos—. ¿Querías nadar con nosotros?
—No, no quería nadar con vosotros.
—Humh.
Jungkook agarró otra toalla y se la pasó por la cabeza a Tae como si fuera un
crío, luego la dejó por encima de sus hombros. Se echó una por encima de los
propios para secarse un poco y fue hasta Yoongi cruzándose de brazos.
—Lo siento, se me fue la hora.
—Jungkook, son las ocho y media, llegué a las cuatro y no había nada de ti por
ningún lado. La puerta abierta, tu ropa tirada en mitad de la playa, frente al
agua —su amigo se frotó la frente, bajó la voz durante su sermón—. Joder,
podías al menos dejarme una nota o algo. Hace poco estuvimos a punto de
perderte, ¡vi a un tío que se transforma en sirena atravesando con una katana a
un condenado reptil que come pescado!
—Sirenas, comen sirenas —rectificó Tae desde el sofá.
—¡Y ahora vuelvo a tener a una sirena en mi sofá! —Yoongi la señaló con un
dedo—. No te ofendas, encanto. Me encanta que hayas vuelto, pero tu novio
humano es un idiota y debe saberlo.4
El peliazul hizo un puchero con los labios. Jungkook resopló y se disculpó con él,
inclinando la cabeza.
—Dame un rato, yo prepararé la cena —le prometió, apretó los párpados un
instante y se quitó la toalla de los hombros—. No he comido nada desde esta
mañana.
Yoongi le robó la toalla con un tirón.
—Nah. Ve a la ducha, yo me encargo de la comida —repuso inmediatamente.1
Su compañero dudó, pero Yoongi lo hizo de buenas. Después de todo, Tae
estaba allí. Había vuelto, con ellos, y Yoongi estaba seguro de que nada le hacía
más feliz a su compañero en ese momento. Ese tipo de emoción podía excusar
que fuese algo irreflexivo pese a que quisiese zarandearle por haber
desaparecido. Jungkook sonrió un poco, se secó superficialmente y se encargó
de Taehyung. Apartó la humedad y aplicó un poco de calor en su cola con un
secador, las escamas comenzaron a dejar paso a un par de suaves piernas
lentamente. Cuando sus extremidades regresaron y sólo quedaban unas cuantas
de escamas esparcidas por aquí y por allá, le pasó algo de su ropa. Se largó a la
ducha (Yoongi le aseguró de que se encargaba del resto), se quitó de encima la
pesada sal marina, arena y acidez. Poco después, salió del baño cansado del
vapor y de tanta agua. A ese paso, él sí que iba a convertirse en un anfibio.
Tae tomó el baño de la planta baja para deshacerse de los rastros salados en su
piel, el agua dulce le venía bien, no estimulaba su organismo híbrido y le
permitía lavarse sin inconvenientes. Cuando salió de la ducha, utilizó una
sudadera de rayas aguamarinas, grande y ancha, que pertenecía a Jungkook y
que le llegaba por encima de la mitad de los muslos, un pantalón muy corto, de
chándal, el cual apenas asomaba bajo la primera prenda. Salió tras sacudirse el
cabello claro, ahora de un rubio pálido, mucho más humano. Su piel se había
vuelto sedosa, sin ninguna azulada escama, excepto por la base de su cuello, la
cual mantenía la diminuta forma de sus branquias intactas.
Llegó al salón descalzo, sintiendo la pulida madera del suelo en sus pies. Yoongi
y Jungkook estaban discutiendo en la cocina americana, él se apoyó en el marco
de la puerta, encantado de escucharles de nuevo.
—Te estoy diciendo que saquemos las cosas de esa habitación, sólo está llena
de trastos. Y debajo, hay una cama —farfulló Yoongi apuntándole con una
paleta de plástico con la que preparaba varias tortillas coreanas enrolladas—.
No tienes por qué volver a dormir en el sofá.
—Para empezar, todos esos trastos son tuyos —rebatió Jungkook en voz baja—.
Y aunque lo saquemos de allí, no pienso dejarle dormir aquí abajo.
—Jungkook, por el amor de dios —Yoongi estuvo a punto de arrancarse el
delantal y lanzárselo en un brote teatral—. Sigue siendo nuestra casa, ¡sigue
estando con nosotros!
—Vale, bien. Voy a meterte un rollo de tortilla en la boca, a ver si te atragantas.
—Atrévete, marine.
Tae soltó una risita desde el marco, los dos giraron la cabeza y carraspearon.
Cortaron su discusión de inmediato, con un gran disimulo.
—¿Te gusta la tortilla, Tae? —preguntó Yoongi amablemente.1
—¿Tortilla?
—Te gustará —Jungkook fue hasta él, le agarró por el codo y le arrastró hasta la
isla de la cocina sin lugar a reproches.
Trató de no mirarle demasiado durante ese rato, en los que servían los platos y
la cena con un hambre vital. No porque no le gustara su aspecto humano, sino
todo lo contrario. Todo lo que incluía a su persona de cintura para abajo, tenía
la capacidad de estimular a las yemas de sus dedos por los cambios de texturas
existentes entre escamas recias y muslos suaves. No le apetecía atragantarse
con la comida, pensando en eso.
Los tres cenaron en la isla de la cocina, algo de ramen, arroz y tortillas. Tae
llevaba tanto tiempo sin comer, que su apetito humano se vio complacido.
—Hyunjin quiere vendernos ese yate, ¿en serio? —formuló Yoongi atónito.1
—Sí, tienes que verlo, es genial —dijo Jungkook con un par de palillos en la
mano, se metió un rollo de tortilla en la boca—. No demasiado grande, creo que
es perfecto para dos.
—¿Qué es un yate?
—Un barco pequeño —contestó el azabache, le miró de medio lado y apartó un
grano de arroz de la comisura de sus labios—. Como los que estaban en ese lado
del puerto.
—Oh, sí. He visto muchos cerca de la costa —expreso el rubio—. Hoy pasé bajo
uno.
—Mnh.
—Bueno, llevo un siglo sin pescar —Yoongi se encogió de brazos—. Quizá
estaría bien retomar mis hábitos. Me gusta aislarme del mundo y ahora que sé
que el Kraken existe, me encantaría morir tragado.
—¡Ssshh! —siseó Taehyung, histérico.8
—Espera, ¿no te parece carísimo? —parpadeó Jungkook, ignorando su otro
comentario.
Su compañero le miró fijamente, con un rostro reflexivo.
—Tú pones un tercio del dinero y yo los otros dos.
—¿Yoon? —Jungkook arqueó una ceja, sin poder creérselo—. ¿En serio?
¿Quieres ese yate?
—Oye, no tengo nada mejor en lo que gastar mi dinero —se defendió su
amigo—. Ni siquiera tenemos hipoteca.1
El pelinegro apoyó su mentón en la mano, cavilando su interés.
—Eso sí, tengo que verlo antes —discurrió Yoongi—. No pienso poner mi dinero
en un cacharro averiado.
—Yo también quiero verlo —agregó Tae felizmente—. ¿Puedo ir?
Jungkook sonrió un poco, tragó su bocado y aceptó.
—Está bien, le escribiré para que mañana podamos pasarnos por allí.
Yoongi se levantó de la isla con media sonrisa, apuntó a Tae y le dijo que, si iban
a ese lugar, debía mantenerse lejos del agua. Nada de oportunos cachalotes.
—Tendré cuidado —le aseguró con seriedad y firmeza.
Jungkook recogió algunos platos mientras él terminaba, abrazó sus hombros
holgazanamente, apoyando el mentón sobre su hombro. Cerró los ojos unos
segundos, advirtiendo que podría dormirse de pie, si era necesario. Estaba
cansadísimo, tenía los músculos débiles por haber nadado un montón. El agua
siempre causaba hambre y cansancio. Taehyung le miró de medio lado, agarró
su morro entre los dedos adorablemente.
—¿Tienes sueño?
—No —mintió débilmente—. Estoy a tope.
En lo que Yoongi recogía la cocina (esa noche le perdonó lo de recoger, sólo
porque Tae había vuelto), el rubio se puso de pie y abrazó su pecho; cálido,
seco, con la diferencia de altura, por ser un poco más pequeño físicamente.
Jungkook le arrastró de la muñeca por el pasillo, subieron la escalera jugando
con el otro y el humano se dejó caer en la cama exhausto. Taehyung dio una
vuelta por allí antes de hacerle compañía, tocó la bola de nieve de su estantería
y la agitó. Se llenó de copos plateados que comenzaron a descender
inmediatamente. Pasó un dedo por los libros, cómics, por el cuadro donde tenía
un mapa físico de Corea del Sur. Curioseó su escritorio, el portátil abierto y la
pantalla oscura, unos libros de mamíferos marinos que recientemente había
ojeado. Un lapicero, un peine, y un frasco de perfume de un tono azabache.1
Se lo llevó a la nariz sólo para percibir el olor. Así olía de vez en cuando el cuello
de alguna de sus prendas, pero su aroma natural era bien distinto. Más cálido,
salado, con alguna especia suave más el jabón.
—He cerrado mi contrato laboral con los del centro de recuperación al que
asisto —dijo la voz del chico—. Trabajaré para ellos definitivamente.
Tae se dio media vuelta, regresó hasta él serenamente, observándole tumbado,
con una rodilla flexionada y un brazo tras su cabeza, sobre el par de mullidos
almohadones bajo el cabecero.
—Ah, ¿sí? —se sentó junto a su regazo, con los pies aun rozando el suelo.
—Me necesitan. Los animales también —comentó en voz baja,
reflexivamente—. Creo que he tomado una buena decisión, después de todo.
Jungkook extendió una mano y levantó la capucha a rayas de su compañero.
El rubio se hizo un hueco a su lado, Jungkook le dejó un poco de espacio, pasó
un brazo bajo su cintura y permitió que se amoldase a su postura, sobre las
almohadas y con las piernas desnudas entre las suyas. Con la cabeza
cómodamente sobre la almohada, le contempló de medio lado. Unos mechones
de cabello rubio asomaban bajo la capucha, sobre sus ojos heterocromáticos.
—¿Sabes lo que me preguntaba? —enunció la sirena.
—¿No?
—¿De qué color crees que serían tus escamas si tuvieses cola?
Jungkook se rio un poco.
—Plateado, como un tiburón blanco —soltó con cierto orgullo.
—Yo creo que azul marino, como las aguas de las profundidades —pronunció
con cierto afecto, como si aquella idea le gustase—. O como el cielo, sin
estrellas.4
El pelinegro le miró sonriente, pero pronto, su sonrisa comenzó a desvanecerse.
¿A Taehyung le gustaría que fuese con él? ¿Qué no tuviesen que salir del mar?
¿Qué su piel nunca se arrugase? Sintió una punzada de inseguridad ese instante.
—¿Te gustaría que fuera como tú?
—No —contestó decidido y con un timbre bajo.
Jungkook parpadeó, sin comprenderlo.
—¿Por qué?
—Me gusta cómo eres... así...
—¿Cómo?
—Cálido, seco —los dedos de Taehyung se afianzaron al cuello de su camiseta—
, humano.
—Suena aburrido —el pelinegro dejó escapar lentamente su aliento.
—No es aburrido, es mágico —debatió en un susurro.4
Jungkook entrecerró los ojos. ¿Cómo podía un ser mágico, pensar que lo más
corriente del mundo también lo era? Taehyung le estrechó, hundió su cabeza en
el hueco de su cuello y cerró los párpados. Le escuchó respirar, con un tenue
pálpito entre ambos transmitiéndole serenidad.
No iba a soltarle ni tampoco dejaría que se fuese de allí. No quería que durmiese
en el sofá, llevaban demasiado tiempo sin verse y mucho antes Jungkook le
prometió que dormiría con él. Jungkook se vio incapaz de luchar contra él, se
encontraba exhausto y mientras que no estuviesen besuqueándose —aún no lo
habían intentado—, sabía que podía dejarse llevar por Morfeo plácidamente, sin
apartarle ni un instante de sus brazos.
El pelinegro sucumbió al sueño antes que Tae, él permaneció quieto, a su lado,
valorando cada instante de su transición mientras el plazo se extendía
indefinidamente hacia un horizonte desconocido. Jungkook no sabría cuando
adoraba acariciar su suave cabello negro con los dedos, lo mucho que iluminaba
su sonrisa y aura humana o que preferiría escuchar el tono de su voz en ese
susurro en el que hablaron, al rumor de las olas.2
Tampoco sabría qué quería decirle que él también estaba enamorado. Y no de
cualquier humano, de Jeon Jungkook.
Capítulo 20: Arena y sal.
Al día siguiente, en el muelle, Yoongi le echó un vistazo al pequeño barco de
Hyunjin. El joven surfero comenzó a contarle detalles sobre su vida útil, el
encerado exterior, los metros cuadrados, el armario de almacenamiento y los
controles. Jungkook les siguió por la cubierta, entró en la cabina y tocó el
volante de cuero. Podía imaginarse una tarde tranquila con el equipo de buceo,
bajando a explorar el fondo marino en lo que Yoongi trataba de pescar algo. El
chico paseó por la zona de controles y se cruzó de brazos mientras Hyunjin y su
amigo bajaban la escalera para ver el camarote.3
Tae se quedó junto al borde del muelle, con las manos enlazadas tras su propia
espalda y sin pisar ni un instante la cubierta. Sus pupilas siguieron al pelinegro,
se perdieron en unos humanos que pasaron tras él mismo (ni siquiera le
miraron) y pensó lo divertido que era ser uno de ellos. Antes, hubiera entrado
en pánico. Pero después de lo de la exhibición y aquella fiesta en el resort, había
ganado más confianza en sí mismo. Ahora comprendía mejor sus formas de
vivir, si bien nunca podría excusar que la curiosidad de algunos se convirtiese en
una crueldad injustificada.
Jungkook le miró de soslayo, percibiendo su profunda nube de pensamientos,
fue hasta el borde del yate y le extendió una palma abierta.
—Ven, no vas a caerte ni nada así.
El rubio le miró pensándoselo dos veces. Dio unos pasos inseguros como si
creyese que aquello iba hundirse y tomó su mano. Para empezar, no tenía ni
idea de cómo funcionaban las flotas humanas. No sabía por qué algo grande —
pese a que más grande eran los pesqueros y barcos de carga que había visto en
las costas— lograba mantenerse sobre el agua como una pluma. Jungkook
enlazó su mano y se lo llevó por la cubierta despreocupadamente. A su
compañero casi se le aflojaron las rodillas, pero pronto comprendió que no se
hundiría. Era algo mágico.
—¿Te gusta? —le preguntó el humano.
—Con esto, ¿podéis viajar por el agua?
—No grandes distancias, pero, sí se podría dar varias vueltas alrededor de la
isla.
Tae se ilusionó rápidamente.
—¡Hala, podría ir con vosotros!
Jungkook colgó un brazo alrededor de sus hombros, lo atrajo a sí mismo y
pasearon sobre la pequeña cubierta.
—Podría acompañarte a cualquier sitio —murmuró Jungkook y para su
satisfacción, Tae se mostró encantado.
Tocó su nariz con un dedo, sus rostros se acercaron bajo la zona techada de la
cubierta y estuvieron a punto de probar los labios del otro, pero Yoongi subió la
escalera con Hyunjin e interrumpieron el momento. Jungkook no logró leer nada
claro en el rostro de su mejor amigo, él parecía indeciso.
—Entonces, ¿qué vais a hacer?
—Si lo bajas a ciento cincuenta, nos lo quedamos —soltó Yoongi sin consultarlo.
—¿Ciento cincuenta? Ufff —Hyunjin se pasó una mano por la frente—. Pero el
camarote está nuevo. Y el sofá es de cuero.3
Yoongi cruzó los brazos y le regaló su mirada más inexpresiva. Él era una
auténtica bestia cuando trataba de mostrar su indiferencia.
—Está bien. Ciento cincuenta —le ofreció una mano.
—Ciento cincuenta —Yoongi estrechó la mano del surfero.
Luego de cerrar el trato, Hyunjin posó los ojos en el joven que iba con Jungkook
y sonrió.
—Hola, soy Hyunjin. Creo que no nos han presentado.
—Hola —le devolvió Tae.
Hyunjin le ofreció una mano, la última vez que tocó a alguien que no fuese
Jungkook, fue a Jesse y tuvo un mal presentimiento que no supo cómo
gestionarlo. En esta ocasión volvió a hacerlo porque, Hyunjin le pareció muy
guapo y quería comprobar que su sonrisa no fuera como ese tal Zaázil que le
hizo daño a su humano.
Sin embargo, tras un breve intercambio de apretones, no tuvo ningún
estremecimiento. Su vello no se erizó, su mano era cálida como la de cualquier
mortal. Él estaba muy bronceado, olía a sal y parecía sentir algún apego por
Jungkook. Tae no se dio cuenta hasta ese día; a la gente siempre le gustaba
Jungkook. Hacía amigos en cualquier lado, era amigable, ya fuese por su
naturalidad, porque se le daba bien cualquier cosa o porque parecía alguien
desinteresado, así como responsable.
—¿Vives en la isla? Estoy seguro de que no te he visto antes.
Tae abrió la boca, sin saber muy bien que responderle.
«En realidad, vivo en el mar», quiso decirle con cierta ingenuidad. «Aunque me
gusta la isla. Pero me gusta más Jungkook».12
—E-está aquí de visita —ideó Jungkook tras su silencio—. Es decir, se queda
conmigo.
Hyunjin asintió con la cabeza, sin desvanecer su sonrisa. Ya le había visto agarrar
su mano antes, estirar un brazo sobre sus hombros y hablar con él en voz baja,
como si mantuviesen una relación íntima.2
—Guay. Podríamos surfear otro día —inspiró Hyunjin alegremente—, los cuatro.
Yoongi se frotó una sien. Ni de coña iba a surfear, Dios le había dado
inteligencia, vocación por su trabajo y un hermano más joven con el que no
necesitaba compartir lazos de sangre. Pero si no le había dado equilibrio, era
por algo. Además, dudaba que una sirena pudiese surfear sobre una longboard.
—Claro que sí —suspiró Yoongi con énfasis sarcástico.
Luego de intercambiar los datos de la transferencia que le harían a Hyunjin para
adquirir el yate, se marcharon del puerto y dejaron allí al muchacho.
—Es muy amable —comentó Tae mientras caminaban.
—Es un pijo de cuidado —refunfuñó Yoongi, mirando al azabache de soslayo—,
¿oíste lo de que era de su padre? Por el amor de dios, la de orgías que se deben
haber montado en ese barco.
—Ugh.1
—¿Qué son orgías?4
Jungkook miró mal a Yoongi por utilizar esa palabra frente a la sirena. Ahora sí
que estaban jodidos.
—Eh, uh...
—Sexo grupal —contestó el mayor—, entre humanos.19
Taehyung parpadeó.
—¿Sexo?
Yoongi carraspeó.
—Verás, el sexo es-
—Yoon, sabe perfectamente qué diablos es el sexo —interrumpió Jungkook.
—Claro que sí —Tae se mostró indignado—, la reproducción humana es mucho
más efectiva que la marina. Las sirenas sabemos todo eso.
El mayor le echó una miradita divertida.
—Y mucho más divertida, te lo aseguro —soltó con descaro.
Jungkook puso los ojos en blanco. A Tae se le sonrosaron un poco las mejillas, y
el pelinegro tiró de su mano, distrayéndole con otro asunto. Como era
temprano dieron un buen paseo por la zona turística de Geoje, Jungkook le
compró a Tae un accesorio que pudiese llevar. Una pulsera trenzada de color
azul, con una concha diminuta. Era lo típico que se vendía por esas zonas, lo
había de todos los colores y no tenía ningún valor, pero a Taehyung le pareció
un tesoro.2
Comieron en un pequeño puesto de ramen picante y a él le maravilló la cocina
humana. El agradable señor mayor del puesto le dio una porción extra de
tallarines, y cuando se largaron, Tae le preguntó a Jungkook si realmente
existían distintos tipos de cocina (a él le maravillaba).
—Vamos al coche, lo aparqué por allí —indicó Yoongi más tarde.
Tae tiró de la mano de Jungkook y se detuvo frente a una floristería. Se quedó
embobado con las flores terrestres, las plantas y todo lo que vendían.
—¿Qué es eso?
—Rosas —contestó Jungkook—. ¿Quieres una?1
El rubio no le dio ninguna respuesta clara, pero él le compró una, de todas
formas.
—¿Y no hay tiendas de plantas marinas?
—No.
—Los remedios balsámicos son muy útiles para los animales, seguro que a los
humanos también les gusta —comentó la sirena mientras caminaban, sin soltar
la rosa de su mano.
Jungkook le miró con interés. Tae tenía buenas ideas, después de todo. Era
astuto, más lógico de lo que parecía y veía el mundo con otros ojos.
—¿Cómo sabes eso?
—Pues, una vez, una de mis hermanas y yo curamos a una orca. Utilizamos un
ungüento de plantas marinas.
—¿Por qué no utilizasteis vuestras lágrimas? —intervino Yoongi—. Viendo los
resultados que tienen, apuesto a que es el remedio más efectivo del planeta.1
Taehyung negó con la cabeza.
—Nosotras no lloramos fácilmente.
El pelinegro no dijo nada, pero sintió una fina y aguda punzada en su pecho. A él
le había llenado un diminuto frasco con sus lágrimas, sólo para ofrecérselo. Era
doloroso pensarlo.10
—Medicina marina, herbología —Yoongi desbloqueó el coche—. Con tus
conocimientos podrías dejar perplejo a más de uno. Y ni siquiera has ido a la
universidad.
—¿Universidad?
De camino a casa, siguieron conversando de otros temas. Yoongi se vio invadido
por la curiosidad.
—Oye, ¿qué hay del chico ese? —preguntó directamente.
—¿Chico?
—Ya sabes, uh... el de las escamas rosas...6
—Oh, Jimin está en la ciudad —le contó Taehyung—. Me dijo que estaría
resolviendo algunas cosas, y que volveríamos a vernos en unos días. ¿Queréis
que le llame? No debo utilizar mi voz, pero tenemos su número de teléfono.
—No.
—No —contestaron los dos humanos al unísono.
—Sin ofender, ricura —expresó Yoongi, mirándole de soslayo—. Prefiero comer
un kilo de hielo a que le invites. No soporto su pasivo-agresividad, me gustan las
criaturas con colmillos y superfuerza, y que provienen de las profundidades,
pero siempre lejos de mi integridad.6
A Jungkook no le caía tan mal Jimin; él conocía su historia y en mayor medida,
comprendía que era una criatura distinta a ellos.
Cuando llegaron a casa, Jungkook y Yoongi comenzaron a sacar trastes de la
habitación que había en la planta de abajo, llenaron varias bolsas de basura,
discutieron porque uno de ellos quería desprenderse de algo y el otro no, y
mientras tanto, Tae estuvo leyendo algo en el sofá hasta ponerse inquieto.
Después salió al porche y le echó un vistazo al estanque de Yoongi. Las flores
amarillas de la calta podían cortarse y hacer un buen té con ellas. Le preguntó a
Yoongi en el pasillo si podía tocar sus cosas —sabía lo ñoño que el chico era con
lo de que alguien tocase sus cosas—, y el joven le concedió permiso,
inesperadamente.
El rubio se puso unos guantes que llegaban hasta la mitad de su antebrazo para
no mojarse y cortó las flores de la calta. Puso algo de la tierra de abono que
había en un saco en donde vio una vez hurgar a Yoongi y cuidó su pequeño
estanque. Luego dejó las flores sobre la mesa del porche para que se secasen.
Se quitó los guantes y volvió al salón, oyendo a Yoongi y Jungkook tirarse de los
pelos por no querer tirar una silla muy vieja.4
—Está bien, me desharé de ese traste. Pero tú limpias el armario —suspiró
Yoongi, dándose por vencido—. Deja las cosas en el coche y mañana por la
mañana lo dejo en el vertedero ecológico que hay al este.
—¿Habéis terminado? —Tae echó un ojo al interior.
Con todos los trastos en el pasillo y las bolsas cargadas en la entrada de la casa,
aquel dormitorio le pareció asombrosamente espacioso. Había una cama sin
sábanas ni almohada y el armario estaba vacío.
—¿Qué te parece? —formuló Yoongi, apoyándose en el marco—. Jungkook
quiere que te quedes con nosotros y que tengas tu propia habitación —se puso
una mano en la boca y masculló algo cerca de su oreja—. Aunque yo estoy
seguro de que sólo se hace el estrecho, en el fondo le encanta que reclames su
cama.
Jungkook agarró por una oreja a Yoongi para que dejase de murmurarle cosas
a su sirena. Y esperaba que esa bocaza que tenía no soltase nada más de orgías
grupales.3
—Acabo de cargar todas las bolsas. El resto es tu cometido —soltó con un jadeo,
se pasó una mano por la frente y miró la hora que era. Debía estar casi
atardeciendo—. Mañana sacamos el equipo viejo de buceo y ese mueble
esperpéntico.
—Va —emitió Yoongi, y pasó de largo pateando el mueble esperpéntico a
propósito.1
Tae le miró como un cachorrito que necesitaba atención, había estado unas
horas a solas, entre el cuidado de las plantas de Yoongi y sentarse en el sofá
para leer algo. Jungkook se mordisqueó el labio y ladeó la cabeza, con media
sonrisita.
—¿Quieres pasear por la playa?
Él y el pelinegro se quitaron los zapatos, dieron un breve paseo por la playa sin
alejarse demasiado. En ese rato que hablaron, Tae le dijo que Jimin necesitaba a
alguien. Requería su compañía, porque, pese a que no tuviese emociones
humanas, había cosas que aún le perturbaban.
—Él quiere estar en el mar.
—Entiendo, dile que se venga con nosotros mañana. Podemos dar una vuelta en
ese yate. Seguro que le viene bien algo de aire salado —sonrió Jungkook.
Taehyung detuvo los pasos en mitad de la arena, desprendiéndose de su mano.
Jungkook dio unos pasos más a solas, hasta detenerse por completo. Le miró de
medio lado, preguntándose si había dicho algo malo. El rubio se inclinó, agarró
un puñado de fina arena tostada, que comenzó a deslizarse lentamente entre
los dedos. Alzó la cabeza comprobando si Jungkook seguía allí, plantado con
aquella expresión de duda. Y entonces, Tae hizo un movimiento tan inesperado
que le obligó a bufar una carcajada. Le tiró un puñado de arena a Jungkook y
esta golpeó en su pecho, sobre la fina camiseta holgada.3
El rubio se rio un montón y Jungkook sonrió maliciosamente. ¿Así que quería
jugar con él?
—Oh dios, no sabes en qué pantano acabas de meterte —le amenazó
discretamente, una voz grave.
Tae salió corriendo cuando el joven repitió su movimiento, un puñado de arena
le dio en toda la espalda. Él se agachó de nuevo y le salpicó tierra a Jungkook
como si estuviesen jugando con agua.
—¡Cuidado con los ojos! ¡Cuidado con los ojos! —gritó el pelinegro, y tomando
ventaja con su excusa, fue hasta él y agarró su cintura con un brazo para
desequilibrarle.
Los dos cayeron al suelo entre risas, Tae se arrastró hasta ponerse a gatas y se
incorporó tirándole otra bola de tierra algo más húmeda. Impactó en un costado
de Jungkook, quien gruñó teatralmente.
—¿Todos los humanos sois así de tramposos? —jadeó el rubio.
—¡Sí! ¡Acostúmbrate porque pienso ganar siempre! —le devolvió Jungkook
arrogantemente.1
Después, trató de atraparle y los dos se revolcaron por el suelo como un par de
niños.
En un rato más, Yoongi se sentó fuera del porche, dejándose caer sobre un
montículo de tierra con hierbajos verdosos. Posó sus iris castaños sobre ellos
con cierto encanto y sus comisuras se curvaron ligeramente escuchando sus
voces y risotadas. Mientras atardecía, apoyó el mentón sobre una mano,
clavando el codo sobre la rodilla flexionada. Eran dos críos: exactamente
iguales. Sólo esperaba que después de su batalla campal no le llenasen la casa
de arena.1
Cuando Tae y Jungkook dejaron de reírse, trataron de tomar aire y se miraron
en el suelo. Jungkook se incorporó junto a su regazo. El cabello de Tae, de un
rubio dorado, estaba esparcido alrededor de su cabeza y sobre la tierra. Sus iris
le contemplaron desde abajo y su sonrisa se extinguió poco a poco, mientras el
humano se inclinaba sobre su rostro.
Jungkook no pudo evitar hacerlo. Quería besarle. Besarle de verdad, entreabrir
sus tiernos labios salpicados de algún grano de arena con los suyos. La brisa
marina acarició sus cabellos frente a la puesta de sol, con el tibio roce de sus
bocas. En el horizonte, el cielo derramaba destellos púrpuras, rojizos y
anaranjados. Le besó dulce y gratamente, y esperaban que fuese así, como una
suave ola cargada de espuma. Taehyung cerró los párpados, permitiéndose
disfrutar de la sedosa y tierna textura del beso. Dulce en su paladar, ligeramente
húmedos por la tímida caricia de su lengua.2
—¡Eh! ¡Parejita! —escucharon la voz de Yoongi y los dos giraron la cabeza.
A bastantes metros de ellos se encontraba la hilera de casas, la suya tenía las
ventanas del porche iluminadas y en uno de los montículos de tierra estaba
sentado Yoongi, vestido con una camisa de manga corta, pantalones cortos y
cómodas sandalias. Por su gesto, Jungkook supo que tenía que cortarse un
poco. Había un par de niños en la costa, con un padre y un perro paseando. Los
vecinos estaban deambulando tranquilamente y no era el momento de besar al
amor de su vida sobre la arena, por mucho que su encanto por él le sugiriese
seguir haciéndolo.13
Los dos se incorporaron con el pelo lleno de granos de arena, la ropa hecha un
desastre, jadeantes y una sonrisa dibujada en el rostro.
—¿Eso es un perro? —formuló Taehyung ingenuamente.
Casi se le escurrió a Jungkook de entre los brazos, puesto que salió corriendo
hacia la orilla aún jadeante y el joven entró en un brote de pánico, esperando
que no pisase ninguna de las serenas olas que acariciaban los tobillos de los
niños.
No obstante, Tae se mantuvo en la zona más próxima, donde la arena estaba
ligeramente húmeda sin llegar a resultar mojada en absoluto. Se acuclilló
cuando vio al perro acercarse a él con la misma curiosidad y extendió una mano
esperando tocarle. Era un Golden Retriever de pelo largo y dorado, pero eso él
no lo sabía. Conocía vagamente que los humanos adoptaban a algunos
animales, los trataban como si les perteneciesen y les ponían el nombre que les
gustase. Había visto a esos delfines entrenados, ¿los perros también podían
hacer ese tipo de cosas? Tae pensó que era una forma curiosa de tratar a la
naturaleza, como si pudiese pertenecerle a alguien.1
El perro empujó su mano con el hocico y después la cabeza, él pudo tocar y
acariciar sus largas orejas. Estaba seco, era cálido, y parecía feliz y saludable. Sus
patas estaban mojadas de correr por la orilla. El perro pareció encantado con él
y se mostró tan amigable que estuvo a punto de echarle las patas encima.
Taehyung retrocedió asustado, pensando en que el agua salada causaría una
incómoda e inexplicable escena frente a esas personas.
Miró de soslayo al adulto que paseaba a unos metros.
—Tranquilo —le dijo Tae al perro en voz baja, para que no se emocionase—.
Quieto ahí.
—No muerde, no te preocupes —un niño apareció junto a él con una sonrisa.
Había llegado corriendo.
Otra de las cosas del ser humano que le fascinaban, esos humanos diminutos.
Siempre parecían hablar con claridad y en voz alta. Los había visto por la calle y
en más de una ocasión, jugando junto al mar. Había cierta transparencia en sus
miradas que los mayores parecían haber perdido.5
—Ah —Taehyung no supo muy bien qué decirle, así que fue sincero—. Me
gustan los animales terrestres, todos tienen mucho pelo. En el mar no hay nada
así.
El niño abrió la boca como si él fuera un extraterrestre. Quizá lo era, puesto que
sus ojos estaban salpicados de colores distintos, azul y rosa coral, esparcidos sin
ningún orden por sus iris.
—Vamos a cenar, Tae —Jungkook agarró su antebrazo para zafarle de la
situación.
El chico se incorporó y los dos se despidieron del niño, quien les siguió con la
mirada totalmente alucinado.5
*
Busan, ese mismo día
El timbre de la suite de Kim Namjoon resonó en todo el lugar. Nadie abrió.
Seokjin le llamó desde el otro lado, aporreó y estuvo a punto de insultarle, pero
al final utilizó la llave que le había dado el portero del edificio e invadió su
territorio sin consentimiento. Lo primero que encontró fue un par de botellas de
whiskey vacías, una copa rota, en el suelo. La ropa desperdigada, un reloj, una
corbata cortada, todo por medio. Lo poco que se había llevado de Geoje estaba
allí, tirado sobre el suelo.
—¿Namjoon? —Seokjin dio una vuelta por el apartamento.
El resto del lugar se encontraba desprovisto de enseres personales. Seokjin se
detuvo en el marco de la puerta del dormitorio: una de las ventanas estaba
abierta, la cortina blanca ondeaba y una fresca brisa entraba por esta.
Seokjin pensó lo peor. Se había arrojado al vacío. Fue hasta allí rápidamente, se
asomó por el ventanal y tragó saliva. El corazón bombeaba con fuerza en su
pecho.
—¿Joon?
De repente, algo frío rozó su cabeza. Seokjin sostuvo su aliento, con los ojos
muy abiertos se dio lentamente la vuelta. Alzó las manos en son de paz, sus
latidos estaban mareándole. El cañón le apuntaba entre ceja y ceja. Un revolver
plateado, cuya empuñadora estaba siendo sostenida por su viejo amigo. El
cabello de Namjoon no estaba peinado hacia atrás, como acostumbraba. Su
aspecto parecía desaliñado, confuso. Como si no hubiese dormido. Cuando sus
ojos se encontraron, Seokjin pudo percibir algo más. Él no sólo estaba bebido
(apestaba a alcohol), sino desesperado, asustado, iracundo. Había algo en él,
terriblemente afilado y tormentoso.
—Nerissa —pronunció.
—No. No —reiteró Jin con un timbre bajo.
—Hija de puta.
—Namjoon, no dispares. Soy yo.
— No puedes engañarme.
—¡Namjoon, soy yo! ¡Soy Seokjin!
—¡Ya no estás en mi mente, no puedes manipularme!
Jin extendió una mano y agarró su muñeca, su compañero estuvo a punto de
disparar, pero el forcejeo se extendió entre ellos, tratando de controlar al otro.
Seokjin cerró el puño y golpeó su mandíbula, Namjoon no estaba con todos sus
sentidos en vilo, por lo que se tambaleó y acabó en el suelo.
El castaño pateó el arma, la cual se escurrió sobre el brillante mármol del suelo
y fue a parar al otro extremo de la habitación. Luego clavó una rodilla en el
suelo, junto a Namjoon. Agarró el cuello de su camisa y le obligó a mirarle, sus
pupilas estaban desorientadas, su aspecto era como el de alguien fuera de sí.
—¿Quién es? ¡¿Quién es Nerissa?! —le exigió, zarandeándole—. ¡Confiésalo!
Podía haberle escupido, devuelto el puñetazo o deshecho de él. Pero Namjoon
exhaló una sonrisa, una tenue risa, amarga y perturbadora.
—Mi peor pesadilla.
—¿La amas?
—No.
—¿Qué es lo que te prometió, entonces? —jadeó Jin.
No obtuvo respuesta, por lo que volvió a tirar del cuello de su camisa.
—¿Quieres ser inmortal? ¿Por eso querías sirenas? ¡Namjoon, dime la verdad!
¡¡Dime la maldita verdad!! —llegó a sacudirle en su último brote de
desesperación, hasta que entonces, mencionó al único cuyo nombre podía
despertar una pizca de rabia en él—. Llamaré a Hoseok.
Se levantó y sacó el teléfono de su bolsillo con malos modos.
—Aquí no tienes poder, estás en la península, no en tu querida isla —le
amenazó Jin—. Y necesitas que alguien que una vez quisiste te diga en la cara
todos los errores que has cometido.
—Inmortalidad —la voz de Namjoon sonó rasposa—. Para qué iba a querer eso,
¿para recordar lo mucho que todos me odian, mientras os hacéis los héroes?
El rubio se levantó del suelo, con una mueca de desconsuelo, dolor y sarcasmo.
—Sé que me traicionaste —pronunció—. Sé que tú y ese biólogo os la llevasteis,
y que aún escondes ese tomo del mar, así como todas tus mentiras hacia mí.
Y entonces, Jin fue hasta él hasta que su rostro quedó a penas a unos
centímetros.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué vas a hacer? ¿Qué vas a hacer, Joon? —exhaló desafiante—.
¿Vas a encadenarme los pies a un trozo de cemento y lanzarme al mar que
tanto ansías?
A Namjoon le pesaron los párpados, sus iris recorrieron su rostro un instante,
hasta que el castaño se apartó con una evidente molestia.
—Está bien. Te lo contaré. Te lo contaré todo —escuchó su voz tras darle la
espalda.
Seokjin le miró de soslayo, sus globos oculares estaban brillantes, rojizos. ¿Iba
en serio? ¿Pensaba decirle en qué diablos estaba metido? No podía ser cierto.
—Pero a cambio, debes decirme algo —agregó Namjoon, atormentado.10
*
Luego de una consecuente ducha, retirar la arena de la entrada (Yoongi iba a
matarles) y cenar una ensalada de pasta, Jungkook se lavó los dientes y regresó
a su dormitorio. Tae estaba allí, con un pantalón vaquero largo y una blusa
ancha. Tenía uno de sus libros sobre animales marinos en la mano y acababa de
lamerse un dedo para pasar página.
Jungkook pensó en que necesitarían comprarle más ropa. Cosas con las que
llenar el armario una vez que lo hubiesen limpiado. Quizá a Tae le gustaría
decorarlo.
El rubio cerró el libro cuando Jungkook bajó levemente la persiana. Sus iris se
posaron sobre el joven, con una duda dibujándose en sus ojos.
—¿No quieres que duerma contigo? No tienes por qué irte al sofá, yo también
puedo dormir allí.
—No es eso.
—Entonces, ¿lo de la habitación extra es...?
—Para que tengas tu espacio. Pero aún no está lista, necesitaremos unas
semanas, si de verdad queremos pintar esas paredes.
En realidad, era algo positivo. Aunque no sabían ni siquiera si Tae iba a superar
la transición o cuánto tiempo tenían hasta que finalizase el proceso. Taehyung le
miró como si no comprendiese nada, bajo la tenue luz de la lámpara del
dormitorio, se arrastró hasta el borde de la cama. Posó la punta de los pies en el
suelo y miró significativamente al humano.
—¿Se te ocurre algún color? —formuló Jungkook.
—Azul.
—Azul —repitió el pelinegro en voz baja. Debía ser su color favorito, sin lugar a
dudas—. Sí, ese es el color con el que te describiría.
—¿Me describirías con un color?
El joven se guardó el dato, no creía que Taehyung o alguno de los colores que
encerraban sus preciosas escamas brillantes como el nácar fuesen sólo azules.
—Y con un sustantivo: cola. Cola azul.7
Taehyung sonrió un poco, el chico se aproximó a él y tomó su mandíbula con los
pulgares.
—Tú serías amarillo.1
—¿Amarillo? —Jungkook se mostró divertido—. Oh, ¿sí?
—Como el sol —murmuró entonces—, cálido, radiante.
La sonrisa del humano se apagó lentamente, sus dedos se deslizaron por su
rostro, hasta el cabello dorado rizándose tras sus orejas.
—Lee mi mente —le pidió con una voz baja.4
—¿Qué?
El pelinegro se humedeció los labios, se acercó tanto a su boca que sintió su
respiración contra la suya.
—Léeme. Hazlo.
Taehyung no pudo decir nada, puesto que sus labios taparon los suyos con una
inestimable expresividad. Su aliento se fundió con el del humano, abrió la boca
dejando paso a una tibia lengua que le acarició con suavidad. Sus labios fueron
delicados, si bien le arrastraron a un beso más profundo y cargado de anhelo
que le robó el aliento. Él nunca sintió nada así, excepto la noche que le besó en
el porche hasta asustarle.
Pero Jungkook también quería que leyese algo y Tae liberó su mente, la presión
de sus bocas le arrojó rastros de su persona, una laguna de pensamientos, unas
pinceladas de algo más.
La boca del mar, abriéndose ante él. El agua corriendo lejos de sus tobillos, la
arena clavándose en sus dedos. El mar alzándose en una ola oscura que le
miraba, Taehyung presintió aquella talasofobia y las pesadillas que tenía.
¿Jungkook tenía pesadillas? ¿Cuántas? Sus dedos golpeando un cristal, en otra
escena su garganta llenándose de agua, y en la última de todas, aquel gruñido
marino.
Él apartó su boca con los iris brillantes, el frenesí de sus labios también se había
disparado. Y ya no estaba sentado, sino recostado sobre la cama, con Jungkook
clavando una rodilla entre sus piernas. El azabache se pasó la manga por la
boca, tratando de controlar el hormigueo y la humedad de sus labios que le
hacían sentirse asfixiado. Miró fijamente a Taehyung.3
—Lo has visto —respiró.
El rubio asintió con la cabeza, tragó saliva y se sintió ansioso.
—Es como si fuese a tragarme, por quererte a ti. Por apartarte de él —suspiró
Jungkook con frustración—. Por querer ser egoísta contigo.
—El mar no es vengativo, Jungkook —le dijo—. Es armonioso, pacífico.
—Entonces, ¿qué es? ¿Mi mente? ¿Está jugándome una mala pasada? —se
aventuró a decir con cierto estrés—. Dime, ¿por qué siento que dejaría que eso
me tragase si te pierdo?
Tae se quedó sin palabras, y luego, el azabache se inclinó sobre él en un espeso
silencio tan sólo acompañado de sus respiraciones.
—Te dije que este era un territorio peligroso —casi ronroneó, ladeando su
cabeza para bajar por su cuello.
Dejó un beso bajo su oreja y deslizó sus labios en sentido descendente. Tae
entrecerró los ojos, la respiración del pelinegro golpeó sobre su piel, le
estremeció de una forma inexplorada. Pronto, sus dedos pellizcaron su camiseta
y gimió suavemente ante la sensación. La tensión sexual le invadió como una ola
impactando sobre él, no sabía si quería o podía. O necesitaba más. O siquiera si
estaba preparado para descubrirlo. Las yemas del chico levantaron la prenda
hasta su ombligo, la caricia fue sutil y cariñosa, pero a él le quemaron, y nunca
antes unos dedos le habían quemado así.9
Jungkook regresó hasta sus labios, y sin tocarlos, se detuvo, sosteniendo su
mentón con unos dedos. Sus iris oscuros se derramaron sobre los de la sirena,
labios entreabiertos, mirada perdida junto a la serena y cálida luz de la pequeña
lámpara.
—¿Crees que puedo volver a hacerlo? —murmuró, para su seguridad.
Taehyung tragó saliva, no disparar el frenesí era cosa suya. Y en una ocasión, le
aseguro que podía sentirlo, que podía retenerlo para no transmitírselo. El beso
de sirena formaba parte de sus instintos depredadores, y el frenesí, ese cálido
almíbar capaz de desquiciar a cualquier humano.
—Sí —respiró el rubio—. Sí.
Podía controlarlo. Iba a hacerlo. Y tampoco quería leer sus miedos, no
necesitaba entrar en su mente o hurgar en él, ni tratar de comprender aquel
chorro de pasión: Jungkook era muy humano y sentía de una forma más básica,
sus sentimientos por él iban del rosa pastel al rojo carmín como la sangre o el
fuego que devoraba los árboles. A él le daba miedo ese fuego, y como criatura
del agua que era, lo desconocía.
Sus labios se encontraron, pero con mucha más calma que instantes antes. Se
fundieron, con el roce de almohadillas tibias y húmedas permitiendo que Tae
sintiese curiosidad por más. Se preguntó por qué no llegaba el trazo de su
lengua, por lo que enterró los dedos en su cabello negro y le besó con más
ganas. Presionó en su boca y obtuvo lo que quería. Un rastro de saliva,
respiración, dientes duros y lengua suave. «Cómo había extrañado sus labios,
cómo los adoraba». Tenía una ciega pasión por sentirse besado por él y le
apetecía tanto decírselo, que abandonó su boca para intentarlo.1
Pero como estaban en su cama, recostados uno sobre el otro, Jungkook rozó su
erección con la suya y Taehyung perdió el hilo de lo que quería. Su miembro
estaba duro y apretado, como el de cualquier varón de su especie. El pelinegro
se mordió el labio, dejando escapar su aliento. Las rodillas de Tae se levantaron
y apretaron su cintura. Jungkook estaba más caliente que el volcán de esa isla,
nunca había tenido una relación sexual en su vida y no estaba del todo seguro si
debían hacerlo o si Tae pensaba que debía ser en otro momento.
Después de todo, estaban en su cama. Tenía en sus brazos a la persona de la
que se había enamorado y era algo inherente a su naturaleza. Taehyung le miró
como si fuese su mundo, con los iris reflejando parte de la tenue luz, deslizó
unos dedos por su rostro, dudando de por qué había parado.
—Me has mordido —susurró bajo sus labios, pestañeó con dulzura y no pareció
muy alterado, excepto por la dilatación de pupilas y labios más rosas.
Jungkook soltó una risita suave y ácida. Claro que le había mordido, pese a no
clavarle los dientes (no estaba tan loco), no pudo evitar dejar un mordisquito
bajo el cuello en una zona donde nadie vería su tenue marca, en el labio
inferior, tirando de él con esmero y cierta pasión, y luego, a un lado de su
preciosa mandíbula marcada.
—No soy un devorador de sirenas —masculló con cierto sarcasmo—. Creo.
—Pero, ¿tendremos... sexo...? —agregó Tae suavemente.7
El pelinegro se ruborizó bastante, se hizo hacia atrás, hasta quedar sentado
sobre la cama. Ante sus piernas flexionadas, entre las que hace unos instantes
estaba.
—Sólo estábamos besándonos —sus iris se desviaron con un titubeo de voz—.
Un poco más de la cuenta, eso sí —reconoció tímidamente.
—Nunca había sentido deseo sexual.
—¿Y ahora? ¿Lo sientes...? —se sintió como un pervertido preguntándole eso.2
Tenían suerte de que la puerta del dormitorio estuviese cerrada. ¿Tal vez debía
arrastrar un mueble o arrepentirse por no haber instalado un cerrojo?
—Sí —suspiró Taehyung, acto seguido miró al techo, hundiéndose sobre la
almohada—. Es fuerte.
Jungkook se pasó una mano por el cabello. «Fuerte», repitió en su mente.
Después de todo, estaba bien saber que él también le deseaba ahora que era
medio humano.
—Es como, ansiedad —añadió, ruborizado y sin mirarle—. Como si quisiera que
sólo me respirases.
—Sí —reconoció Jungkook, asintiendo con la cabeza.
Los segundos transcurrieron entre ellos, en un aparente silencio. Tae se
incorporó frente a él de repente, avanzó sobre las rodillas y no pareció muy
perturbado.
—He controlado el frenesí —tomó su rostro cariñosamente—. No lo has
sentido, ¿verdad?
Jungkook negó, aunque el otro frenesí salía de su propio anhelo por besarle.
Pero nada de querer ahogarse, o que le ejecutase.
—Nada —murmuró.
—Vale. Eso es bueno para nosotros —repitió su murmullo, llevó los dedos al
borde de su camiseta inesperadamente e hizo el amago de levantarla.11
Jungkook se quedó atónito, no supo cómo, pero colaboró para que se la sacase
por encima de la cabeza. Sus labios se entreabrieron en busca de decir algo. Tal
vez debía preguntarle qué diablos estaban haciendo ahora, cuando Tae besó su
mejilla y arrastró las yemas tras sus omoplatos, sus propios párpados le
pesaron.
—¿Taehyung? —pronunció cómicamente, arqueando una ceja.
—Podemos hacerlo en otro momento —reconoció la sirena, volviendo a
besuquearle suavemente.1
—Oh, sí. ¿Y por qué acaba de salir volando mi camiseta?9
—Porque me gustas sin camiseta —confesó Taehyung, se mordisqueó la lengua
con timidez.1
El pelinegro rodó los ojos. En fin, iba a volverle loco. En realidad, a Taehyung la
ropa humana le parecía un incordio. Le hubiera pedido a Jungkook si podía
desnudarse, pero estaba seguro de que a él no iba a gustarle demasiado la idea
y la desnudez estaba explícitamente relacionada con el sexo. Por lo que Tae tiró
de su muñeca desnuda y le arrastró hasta su posición para recostarse de nuevo.
Puede que no fuesen a acostarse esa noche, pero él quería besarle más. Mucho
más. Quería acariciar sus hombros con los dedos, su piel seca, suave y sedosa
sin la necesidad de estar húmeda o salada.
Besó por encima del pecho de Jungkook, adorando que hubiese desaparecido la
marca de la caracola de Mera. Sus yemas se arrastraron por los tersos
abdominales sobre su ombligo. Era bonito. Y la textura sus bíceps comenzaban a
atraparle. El corazón del pelinegro palpitaba rápido, sus pezones eran oscuros y
estaban erizados. Estaba allí, permitiendo que tomase lo que quisiese,
aprobando un contacto personal que nunca había compartido con nadie. Y aun
así se sentía tan secreto. Tan intacto. Jungkook no esperó que fuese a besarle
así, con esa delicadeza y dedicación, pero cuando uno de sus dedos acarició la
aureola de su pecho, casi dio un respingo.7
—Escucha, hay ciertas cosas que, si no vamos a acostarnos, no puedes hacer.
Son reglas básicas y te prohíbo que me acaricies así —refunfuñó Jungkook,
recuperándole en sus brazos—. De momento —corrigió.
Taehyung sonrió un poco.
—Okay —aceptó de buen agrado y apartó unos mechones de su cabello—, no
voy a ser malo, Doctor Jeon.4
—Más te vale —emitió el biólogo, sonrosado.
Su compañero rubio acortó los centímetros que quedaban y dejó un sello muy
dulce sobre sus labios, media sonrisa y una palpitante felicidad. Sujetó su
pómulo durante unos largos segundos, parpadeando sobre él con largas
pestañas. ¿Eso era lo que se sentía? ¿De eso tenían tanto miedo las sirenas? Por
descontado, era para tenerlo. Amar a un humano requería recordar un montón
de detalles, lidiar con sensaciones estresantes y tener una especie de ansiedad
continua por querer poseer sus labios.+
Además, jamás quiso tanto rozarse con otra criatura, como con él.
Capítulo 21: Surcando aguas.
Al día siguiente, Taehyung se puso en contacto con Jimin y terminaron
encontrándose cerca de los muelles de Geoje. En cuanto llegó, Jimin le abrazó y
sin soltarle, miró de soslayo a Jungkook, como si quisiese cerciorarse de que
aquel humano seguía empecinado en robarle la inmortalidad a su hermano. No
obstante, no fue tan frío como la primera vez. Bajó su caparazón para hacerles
compañía y el pelinegro logró acercarse a él y entablar una conversación
civilizada.1
En los noventa años que Jimin había permanecido entre mar y tierra, se
consiguió un trabajo que le permitiese pasar desapercibido y vivir como uno
más. Según lo que le dijo él prefería estar lejos del agua para evitar problemas,
pero nunca viajó al interior. Alejarse de las costas le causaba náuseas.
—Entonces, ¿trabajabas en un museo? —formuló Jungkook mientras
caminaban.
—No era un museo, era una casa de subastas de Arte y Joyas —dijo Jimin, con
los iris perdiéndose entre los pequeños barcos estacionados junto a los que
paseaban—. Ahí es donde conseguí ese tomo. Es una auténtica joya, pese a que
muchos creen que es una invención o una simple fantasía. Cuando lo encontré,
se vendía por veinte millones de wons —tuvo una pausa—, yo sólo tuve que
guardarlo en mi bolsillo. Y chas, ¡desapareció!4
El pelinegro exhaló una sonrisa.
—¿Dónde vivías?
—Estuve en Incheon durante quince años y luego tuve que buscarme una nueva
residencia cada diez.
—¿Por qué? —afinó su mirada.
Jimin le miró de medio lado.
—Porque no envejezco. Los mortales se dan cuenta de que no lo haces, con el
tiempo.
—¿Y los archipiélagos? ¿No es el típico lugar que adoraría una sirena?
—Nah, no. El agua salada es un peligro, aunque me gustan las fiestas y que la
gente extranjera vaya y venga siempre. Es divertido —comentó
despreocupadamente—. Japón está bien. En una ocasión tomé un avión, y...
—¿Y?
Jimin sonrió amargamente. Jungkook supuso que debía ser divertido.
—Fue horrible, las alturas son terribles. Casi tanto como las zonas interiores de
los continentes —expresó, bajando la voz—. Es como si no pudieras respirar.
El azabache no dijo nada, fue la primera charla normal que tuvo con Jimin, en lo
que Taehyung y Yoongi caminaban a unos pasos por delante, sumidos en algún
tipo de conversación tronchante. Él llevaba una pequeña nevera cargada de
botellines de cerveza en la mano y Jungkook una bolsa con sándwiches
preparados y otros aperitivos. En su espalda, una mochila con toallas, que había
sacado del maletero del coche de su compañero.
—¿Crees que aparecerán más devoradores...? —preguntó en voz baja.
—No. No mientras estemos Tae y yo.
Jimin se pasó una mano por el cabello rubio, peinándoselo hacia atrás.
—Aunque sería más útil que él tuviese ese anillo —no pudo evitar soltárselo—.
Es absurdo que te haya dado algo tan personal; una sirena no es nada sin su
cristal.6
El ojiazul sonó tan firme, que la conversación quedó ahí. Jungkook ni siquiera se
vio afectado por su comentario, él pensaba lo mismo, pero Taehyung insistía en
que debía tenerlo. Justo en ese momento, llegaron al pequeño yate. Yoongi
subió el primero a la cubierta, desbloqueó la puerta de la cabina, así como la del
camarote y luego se perdió en el interior.
Jungkook le siguió para entregarle la comida y dejar las mochilas abajo. Tae y
Jimin dieron una vuelta por la cubierta, apreciando el lugar. Cuando los dos
humanos regresaron a la cabina, Yoongi comenzó a parlotear sobre que había
conducido uno como ese hacía unos cuantos años. En un rato, puso en marcha
el yate y consiguió salir impune de su estacionamiento, alejándose lentamente
del puerto. A Jungkook le dio unos conceptos básicos de náutica; el barco tenía
un sistema de navegación moderno, por lo que su conducción era
prácticamente automática, si bien él podía tomar el mando de control, ajustar la
velocidad y otras cosas. Los chicos abrieron el ventanal principal de la cabina y el
aire fresco les golpeó en la cara. El pelinegro tomó el volante en ese momento,
descubrió lo que se sentía cuando Yoongi le dejó al mando.
Eso que Taehyung una vez le mencionó; con toda el agua en el horizonte, y
frente a sus ojos, nada más que un horizonte azul e infinito. No había nada
como el mar abierto y surcar las aguas sobre el suave oleaje.7
Mientras tanto, Yoongi regresó con un pack de seis cervezas y sacó la primera.
—Pensé que sería más grande.
Taehyung posó los dedos en la barandilla por babor y observó el agua con los
ojos muy abiertos. Respiró ese aire limpio y salado, disfrutando
inesperadamente de la cola de espuma que dejaba el yate surcando las aguas.
Entendió por qué a los humanos les gustaba los barcos, el surf y los pequeños
veleros. Moverse sobre el agua era precioso, desde la parte trasera aún podía
verse el puerto y la ciudad de Geoje rebosante de vida. Dio unos pasos hacia la
popa y se mantuvo allí, apreciando el paisaje de la isla.
Pudo ver la gran y brillante bóveda de cristal del Acuario de Geoje y una
pequeña punzada le atravesó el pecho. Era la primera vez que la veía desde su
escape y pese a que estuviese cientos de metros y casi pareciese la bola de
nieve que Jungkook tenía en su estantería, no pudo evitar recordar su
encarcelamiento.
De repente, una mano tocó su codo. Giró la cabeza y vio a Jungkook.
—Ven —le dijo, el joven tiró de su mano y le llevó hacia la proa.
La zona frontal del barco se unía en forma de pico con una barandilla metálica.
Desde allí, lo único que podía verse era el mar. Ese precioso horizonte sereno y
limpio, frente al que Taehyung se sintió mucho más tranquilo.
—Es precioso —reconoció el humano.
—Sí que lo es.
—Nos alejaremos un poco más —le informó el humano—, me traje el neopreno,
así que, podremos nadar un rato.
Taehyung volvió a mirarle, con una incipiente sonrisa.
—¿En serio? ¡Sí, sí!
Él pareció encantado con su idea, Yoongi terminó su botellín de cerveza y se
pasó por la cabina para buscar otro. El barco estaba reduciendo su velocidad
lentamente, en modo automático. El cielo se encontraba soleado, pese a unas
cuantas nubes de algodón rondando la bóveda celeste.
Junto al volante encontró a Jimin, cruzado de brazos.
—Prefiero nadar a navegar —le escuchó decir.
—Pescao, cada vez que hablas sube el pan.1
—No me llames pescao, mortal —Jimin clavó unos iris fríos de un azul cristalino
sobre él.6
—Vale —Yoongi levantó las manos en son de paz—. Rebobinemos.
Comencemos de nuevo y utilicemos nuestros nombres. Yo soy Yoongi. Y tu
nombre, ¿cómo era? ¿Jimmy? ¿Ginny?
Por supuesto que sabía su nombre, sólo le gustaba hacerse el estrecho.
—Jimin.
—Eso —el pelinegro chocó las palmas de sus manos y se las frotó—. Bienvenido
a bordo, criatura del mar.
—Pensé que vuestro yate sería más grande —soltó Jimin de primeras,
arrastrando las sílabas—, Yoongi.
Él apretó la mandíbula. Jimin era insoportable. El típico chaval snob y pedante
que hubiese evitado en su etapa universitaria.
—¡Jimin, ven conmigo! —la voz de Tae llegó hasta ellos cuando el barco detuvo
su navegación.
Jungkook se había largado al camarote para ponerse un neopreno, regresó en
unos instantes, con una toalla sobre un hombro y subiéndose la cremallera
hasta el cuello.
—Espera, espera, ¿qué vais a hacer? —dudó Yoongi, acercándose a la puerta de
la barandilla.
El azabache la abrió y se mordisqueó la lengua con una sonrisita.
—Vamos a darnos un chapuzón, ¿te apuntas?6
Yoongi puso los ojos como platos, él ni siquiera se había llevado un bañador. Su
intención era comer, beber, dar una vuelta, y, esencialmente, mantenerse seco.
Cuando miró a un lado, Taehyung se levantó la blusa y la dejó caer sobre el
suelo de la cubierta. Jungkook se lanzó en el agua de cabeza, su zambullida le
hundió en las profundidades del agua salada. Le echó un primer vistazo al
fondo; estaba a unos cuantos metros de profundidad, el suelo marino
presentaba arena, rocas, plantas marinas y pececillos.
Nadó hacia la superficie para tomar la primera bocanada de aire y de repente,
una bofetada de burbujas pasó a su lado. Ese fue Taehyung. Se lanzó desnudo y
durante unos segundos, movió las piernas en el agua percibiendo la poca
efectividad de sus extremidades. Afortunadamente, su piel no tardó en
reaccionar a la composición del agua del mar, su cola de sirena acudió en su
auxilio. Sus branquias hicieron el resto del trabajo mientras se deslizaba por el
agua.
Yoongi les miró atónito desde la barandilla. Jungkook se sumergió de nuevo y
siguió el buceo de Taehyung, persiguiendo la estela de su cola. Llegaron hasta el
suelo marino y la sirena levantó la arena con la aleta, para su diversión.
En cuanto a Jimin, él comenzó a quitarse la ropa, en lo que Yoongi recogía la de
Taehyung del suelo. Lo único que escuchó fue un tercer chapuzón, se asomó al
borde y vio un montón de burbujas abrazando a su nuevo aspecto de sirena.
Desde allí, siguió con la mirada una silueta oscura, hundiéndose en agua.1
Jungkook nunca había compartido su nado con una segunda sirena, es más, él ni
siquiera llegó a ver a Jimin en su forma original hasta ese día. Le sorprendió la
agilidad con la que se movía, si bien era similar o exactamente igual a la de
Taehyung. Su cola también se mostraba ágil y musculosa. De un bonito rosa
pálido insertado en él como joyas en forma de escamas. Su cabello parecía
mucho más blanco bajo el agua, su aleta ligeramente más pequeña a la de Tae y
una especie de velo rosado atravesando toda la longitud de la zona posterior de
su cola, haciéndole parecer una bailarina marina.5
Jimin fue más tímido con Jungkook; centró su atención en Tae y los dos
comenzaron a juguetear entre ellos. Él se quedó embobado, las dos sirenas eran
veloces, gráciles, cargadas de una chispa especial. La escena se le hizo preciosa,
pero tuvo que detener su aprecio para salir a respirar. Cuando sacó la cabeza del
agua tomó una bocanada de aire, alzó su mirada y formuló alegremente:2
—Eh, Yoon, ¡¿por qué no vienes?!
—Paso, estoy tomando el sol —dijo bajo un sombrero de pescar y agitó su
tercera cerveza.
El pelinegro presintió algo entonces, un roce de alguien en su cintura, unos
brazos estrechándole. Taehyung sacó la cabeza del agua y le miró de cerca, sin
soltarle. Los dos flotaron en la superficie, pacíficamente. La cola de Taehyung
era más larga que sus piernas.
—Jimin ha visto a tres orcas. Una grande y dos bebés.5
—¿Qué?
—Sal del agua, esos bichos comen focas y vas de negro —le dijo Yoongi desde la
cubierta.11
—No, no. No te harán daño —sacudió la cabeza y soltó la cintura de Jungkook,
seguidamente tiró de su mano—. Son amistosas con las sirenas. Ven conmigo.
Jungkook conocía bien la naturaleza de las orcas y seguían siendo salvajes y
carnívoras, después de todo. Exactamente igual que las sirenas, supuso. No
obstante, se dejó arrastrar por Tae por la superficie, luego tomó aire y se
introdujo en el agua, tras él. Sus pupilas se posaron sobre tres orcas negras y
blancas. Jimin les indicó con la mano que se acercaran, con un movimiento de
cola se aproximó a la más pequeña y la envolvió con los brazos, como si fuera un
cachorrito. Quizá lo era, pero debía pesar al menos sesenta kilos.2
En cuanto a las otras dos, Tae pasó por debajo de la más grande y acarició su
panza con una mano, después saludó a la restante, de un tamaño mediano,
tocando su hocico. Las criaturas dieron algunas vueltas amistosas alrededor de
ellos, invadidas por la curiosidad. Jungkook se hubiera asustado por la situación
(ser rondado por orcas de llegaban a los seis metros, impresionaba), pero
permaneció tranquilo puesto que Taehyung se encontraba a su lado. Las sirenas
parecían ganarse la amabilidad de todas las criaturas del mundo marino, en ellas
residía un aura especial y tranquilizadora. Jungkook salió a respirar mientras las
criaturas pasaban finalmente de largo. Jimin y Tae le acompañaron a la
superficie felizmente.
—¿Has visto el tamaño de la madre? Wow.
—La más pequeña era preciosa.
—Podían habernos devorado —respiró Jungkook.
—Venían de comer, vi pasar un banco de salmones por allá —señaló
Taehyung—. No iban a atacarnos. En realidad, las orcas son muy agradables.
Él pasó por su lado, acariciándole con la cola.
—¿También confraternizáis con tiburones?
—Los tiburones no se acercan a las sirenas —contestó Jimin con seriedad—.
Además, sólo hay tiburones mako por aquí.
—Sí, lo sé. Es el más rápido de todos. Su naturaleza es peligrosa.
—A veces saltan por la superficie, pero nunca juegan con nosotras.
—Respetamos los territorios —asintió Tae.
—¡Eh! —Yoongi les llamó desde el yate y los tres giraron la cabeza—. ¡Me
muero de hambre! ¿Queréis regresar ya?
Jungkook fue el único que salió del agua para atacar a los deliciosos sándwiches,
se comió tres, de pollo, lechuga y mostaza. El sol calentó su espalda, bajó la
cremallera del neopreno hasta la mitad de su pecho y reposó su cintura en la
barandilla, vislumbrando a Tae y Jimin chapotear de vez en cuando en el agua,
dejando destellos rosados y azules de sus colas.
Pensó en el periodo de transición de Taehyung. Con lo mucho que adoraba el
mar, se preguntó qué pasaría si llegase a convertirse en humano. Jimin le dijo
que perdería su cola para siempre, y ahora creía que era injusto. Nunca más
sería una sirena. Quedaría apartado de su hogar. Pero, ¿qué prefería él?
¿perderle para siempre? ¿o tenerle a su lado? El pelinegro suspiró y apretó la
mandíbula. No quería pensar en la transición. No podía pensar en ninguna de las
dos consecuencias.4
—Hace un buen día —dijo Yoongi, se dejó caer en el banco atornillado al suelo
con el sombrero y unas gafas de sol, resguardándole de tostarse.
—Y tanto —sus comisuras se curvaron levemente, aunque sus ganas de sonreír
habían desaparecido.
Soltó lo que le quedaba del sándwich, perdiendo el apetito. Después de
calentarse al sol, conversó con Yoongi sobre la pesca. A su compañero no le
apetecía sacar la caña —estaba demasiado a gusto holgazaneando—, por lo que
Jungkook decidió darse un último chapuzón.
La hora de la tarde se les echó encima en un rato más, las nubes se convirtieron
en un trozo de algodón de azúcar rosado y anaranjado que atravesaron el sol
suavemente, enfriando las temperaturas. Jungkook tomó aire y volvió a meterse
en el agua, buceó y agarró una concha marina del fondo que le resultó
llamativa. Mientras subía a la superficie, Tae le interceptó y tomó sus dedos
para verla. Le dio el visto bueno con el dedo pulgar y le acompañó hasta arriba
para verla mejor. El pelinegro respiró, se apartó el agua de los ojos con una
mano.
—Es bonita. Tienes una colección preciosa en la pared.
El humano sonrió, la guardó en la pequeña bolsa de tela que llevaba
enganchada a la muñeca tras mostrarle la docena que había conseguido esa
tarde.
—Cuando pintemos el dormitorio de abajo, las pondremos ahí —le dijo, y
consiguió sacarle una sonrisa.
Tras un exceso de horas en el agua, Jungkook salió de allí sintiéndose como una
sopa. Se quitó el neopreno en el camarote, se secó el pelo con una toalla y se
sentó en el banco de la cubierta para que sus músculos descansasen. En la
cabina de control, Yoongi estableció una navegación lenta y constante. Le
contempló desde allí, sumido en sus pensamientos. Mientras tanto, el yate dejó
una suave estela de agua mientras se movían a un kilómetro o dos de la isla. El
sol se puso en esos últimos minutos y la temperatura refrescó poco a poco,
Jungkook sacó un refresco de la nevera portátil, apoyó una mano en la
barandilla de estribor y posó sus pupilas en Geoje. Lentamente, la ciudad se
iluminaba por la luz artificial de los edificios. La hilera de casas junto a la
montaña y más allá del volumen físico de sus colinas y profundas arboledas
verdes.
Las aguas se encontraban oscuras desde su lado, el cielo se apagaba a cada
minuto, permitiendo que el suave tintineo de unas estrellas plateadas
emergiese sobre sus cabezas.
—Es bonito, ¿eh? —Yoongi se apoyó a su lado.
—Sí.
—Me muero de hambre —agregó—. Oye, ¿debería sacar la estufa de gas
portátil? Podríamos cenar.
—Podríamos pasar la noche aquí —dijo Jungkook—. Sería mi primera vez
durmiendo en un barco.
—Mnh, trato —Yoongi chocó su hombro con el suyo—. Pero tú te encargas de
las sirenas, yo no voy a frotar una toalla en la cola de Jimin, así me paguen —
masculló maliciosamente.16
El pelinegro soltó una risita.
—Tendrás que ayudarme a subirlas a la cubierta.
Yoongi chasqueó con eso. Al cabo de unos minutos, detuvieron temporalmente
la navegación automática y Taehyung y Jimin se acercaron al barco. Jungkook se
arrodilló en el borde de la escalera plegable, ayudó a subir a Taehyung, quien
apoyó los codos en la cubierta. De un pequeño tirón, casi le tuvo entre sus
brazos, húmedo, con una larga cola azul centelleando bajo el índigo cielo
cargado de estrellas. Él parpadeó un instante, hubiera pagado un millón de
wons por ser aplastado por él todos los días de su vida.3
—¿Vamos a volver a casa?
—Le dije a Yoongi que pasásemos la noche aquí, ¿qué te parece?
—¿Aquí? ¿Sobre el agua? ¡Sí!
Yoongi intentó subir a Jimin en lo que los otros dos se distraían.
—A ver, coopera un poco, Ariel —soltó ofreciéndole una mano.24
La sirena dudó al principio, y Yoongi, cargado de poca paciencia, agarró su
muñeca y tiró de él. Al rubio no le gustaba que nadie le tocase, las manos
humanas siempre tenían una temperatura distinta, y cuando el chico agarró su
muñeca, quiso deshacerse de ella tan pronto como lo hizo, con algún tipo de
temor instintivo.
—No tienes que tirar de mí así, no soy un saco de patatas.
—N-no, eres un saco de cemento —jadeó Yoongi.
Casi le tenía en el borde de la cubierta, agarró su otro codo, su trasero se posó
en el suelo teniéndole casi encima, y entonces, su peso y falta de músculo le
hizo perder el equilibrio hacia el lado equivocado. Y boom, Jimin se escurrió
nuevamente hacia el agua y Yoongi se aventuró desde el borde de la cubierta
hacia la superficie líquida.2
El mar le recibió con un frío chapuzón, tragó un poco de agua, perdió una
sandalia que fue directamente hacia el fondo y vio la longitud de Jimin bajo el
agua, quien le tomó para sacarle a la superficie. Podía haber sido más delicado,
pero él le agarró por la camiseta como si hubiese rescatado a un pobre diablo.
En cuanto Yoongi sacó la cabeza del agua, tosió teatralmente.
Jungkook giró la cabeza tras escuchar el chapuzón —estaba pasándole una
toalla a Tae—, y de repente, advirtió que Yoongi ya no estaba. Se incorporó
inmediatamente y se asomó por el borde.
—¿Se puede saber que hacéis?
—Su culpa.
—Su culpa —dijeron al unísono.8
—Se supone que tienes que ayudarme a subir, no lanzarte encima de mí —
agregó Jimin airadamente.
—Eres tú el que me ha arrastrado al agua, ¡agarraste mi camiseta!
—¡Porque no tienes fuerza suficiente!
—¡Eres insoportable!
—Eh, ¡acabo de sacarte del agua, estabas hundiéndote como un ladrillo! —le
recriminó la sirena.1
—Porque el agua está helada, ¡helada! —gruñó Yoongi.
El pelinegro suspiró profundamente. Extendió una mano para ayudar a subir a
Yoongi, quien se ayudó con la escalera, y luego, le echó una mano a Jimin.
Afortunadamente él no pesaba tanto como Taehyung —cuya cola de sirena
resultaba un poco más larga—, así que le ofreció ambas manos y le ayudó a
sentarse en la cubierta.
—Gracias —le dijo a Jungkook.
—De nada. Ten —le pasó otra toalla.
Poco después, pudieron deshacerse del resto de sus escamas en el interior del
camarote, con ayuda de un radiador de calor y media docena de toallas de
algodón. Jungkook y Yoongi encendieron la estufa de gas portátil en la cubierta
y prepararon unas salchichas, tostaron algo de pan y sirvieron unas bebidas. La
cubierta se encontraba oscura, tan sólo iluminada por la pequeña cabina de
control y una lámpara de aceite. El mar estaba pacífico, un silencio sereno y un
suave murmullo del tenue oleaje meciendo la navegación del yate.
Jungkook estuvo a punto de bajar al camarote para comprobar si los otros dos
estaban listos, pero Tae subió la escalerita a tiempo y con hambre. Se sentó con
ellos para cenar, aún tenía el cabello ligeramente húmedo, pero los mechones
habían vuelto a ser dorados. Jungkook le dejó una sudadera cálida para que el
fresco nocturno no le afectase. Y mientras cenaban, conversaron
tranquilamente con Yoongi, quien les comentó que, de pequeño, compartió el
hobbie de pescar con su padre.
Jimin se apoyó en la barandilla triangular de la proa, por delante de la cabina de
control, lejos del grupo. Y, aun así, pudo percibir el sonido de sus voces, el olor a
comida y la tenue luz. Posó sus ojos en la isla, tan salpicada de luz como el cielo.
Poco después, una mano tocó su antebrazo. Reconoció a Taehyung, quien
abrazó uno de sus hombros en silencio.
—No se está tan mal. Es precioso, ¿no?
—Sí —secundó Jimin en voz baja—. Pero entre mar y tierra, así es como se
siente.
—Ven, siéntate con nosotros.
Taehyung se lo llevó de allí, hasta la mesa. Jimin nunca sentía apetito por nada,
así que se sentó con ellos con cierta timidez, si bien su hermano no soltó su
mano enlazada en ningún momento. Cerca de la medianoche, recogieron las
cosas y Yoongi bajó al camarote para lavar los platos. Jimin pasó por la sala de
control, sólo para husmear el funcionamiento de la navegación activa y esa
sofisticación que en ocasiones adoraba del mundo humano.
*
Jungkook y Tae se quedaron un rato en la cubierta, admirando el cielo y la isla.
Bajo la luz estelar, Tae casi parecía tener el cabello plateado.
—Esa es la Osa Menor —señaló el pelinegro—. Es una constelación.
—Ah, sé reconocer las constelaciones —sonrió Taehyung, apoyó la cintura
contra la barandilla metálica y le miró coquetamente—. Te dije que salía a
admirar el cielo nocturno.
Jungkook sonrió un poco.
—¿Es algo que hacéis todas las sirenas?
—No todas. Pero en mar abierto, se ve mucho mejor —ladeó la cabeza—. Nos
fascina que haya algo ahí arriba que nadie puede alcanzar.2
—Mhn.
Su comentario se le hizo bonito, y con el paso de los segundos, Jungkook deslizó
un brazo sobre sus hombros y le acercó.
—Dicen que cuanta más oscuridad haya, mejor pueden verse.
—Cerca de las poblaciones humanas, la luz artificial ciega el cielo —afirmó
Taehyung, entrecerrando los ojos—. Lo que no sabía, es que le eligieseis ese
tipo de nombres tan comunes —continuó—. Dime, ¿cómo llamáis a esa de ahí?
El humano siguió la dirección de su dedo índice.
—Osa... ¿Mayor? —pronunció Jungkook, sintiéndose como un estúpido.
Taehyung se rio melodiosamente. Le miró bien de cerca, con diversión.
—¿Acaso es su hyung?2
El pelinegro soltó una risita tímida, redirigió la conversación a algo más
interesante.
—Mira, ¿ves esa? La más brillante —señaló él, tratando de parecer un tipo
interesante—. Su nombre es Alioth. Es una estrella blanca cien veces más
grande que nuestro sol, pero está tan lejos, que apenas es un puntito en el cielo.
—Oh, ¿en serio?
Tae ni siquiera miró en su dirección, una de sus manos llegó en la mejilla del
chico, girando la cabeza hacia él.
—Yo me sé otra mejor.
Jungkook arrugó la nariz, sabiendo que no estaba haciéndole caso.
—Es mucho más brillante que esa —anticipó Taehyung, desafiándole.
—No creo que haya una más brillante.
—Sí.
—Nah.
—Sshh —Tae siseó y señaló su pecho—. Jeon Jungkook. Biólogo marino,
veterinario, más luminoso que nuestro sol y única estrella.28
El pelinegro suavizó su rostro, sus párpados se entornaron cuando se extinguió
la distancia entre ambos para tomar sus labios levemente. Fue un beso dulce,
cálido y de apenas unos segundos. Luego, Taehyung enterró la cabeza en el
hueco de su cuello, adorándole. Con el mar calmado a su alrededor y la distante
isla en el horizonte permanecieron en silencio, hasta que decidieron bajar al
camarote.1
Se cruzaron con Jimin en la sala de control.
—Voy a dormir —le avisó Tae.
—He traído algo para leer —agregó Jungkook amablemente—, puedes bajar, si
quieres.
—Luego iré —asintió el otro—. Descansad un rato.
—Adiós —sonrió Tae, revolviendo su cabello rubio con una mano.
—Hasta luego.
—Buenas noches.
En la zona inferior, Yoongi se encontraba en el sofá semicircular, ojeando unas
cuantas cosas en su teléfono.
—Vamos a la cama —dijo Jungkook—, ¿prefieres arriba o abajo?
—Arriba —levantó la cabeza de la pantalla—. Espera, ¿de qué estamos
hablando?21
—De la litera, idiota.
No le dio tiempo a hablar mucho más, puesto que Jungkook pasó de largo con
un paso desgarbado. Tae le siguió y le ofreció las buenas noches a Yoongi al
pasar. Él volvió a mirar su teléfono, aún tenía una cerveza sobre la mesa y
pensaba terminarla antes de dormirse.
La habitación del camarote tenía una litera con dos camas. Jungkook se dejó
caer en la de abajo perezosamente, sus músculos se encontraban fatigados, se
sentía flojo y tenía el estómago lleno después de comer un montón de
salchichas. Iba a dejarle su espacio a Taehyung, pero él casi que invadió su
regazo como si ya fuese algo de su propiedad. Metió una pierna entre las suyas
y apoyó la cabeza sobre su hombro y clavícula rodeando su pecho con un
brazo.5
Jungkook no pudo evitar sonreír. Sí, tenía una sirena koala a la que le encantaba
agarrarle como si fuese a escaparse de un momento a otro. Él intentó entrelazar
sus dedos, pero la sudadera que le había prestado cubría toda su mano, así que
tuvo sus dificultades hasta que dobló la manga.
—¿No es raro?
—El qué, ¿tú con mi sudadera? Casi me he acostumbrado a que las uses más
que yo.
—No, dormir en una casa sobre el agua.
El pelinegro soltó una risita en voz baja, su pechó retumbó suavemente.
—Supongo.
—Me gusta —preguntó el rubio—. ¿Podrías navegar hasta la península con
esto?
—Sí, porque no hay una gran distancia —pensó Jungkook en voz alta—. Aunque
este tipo de yates son más recreativos que para viajar. Podríamos quedarnos
varados en el mar, sin combustible. Sería dramático.
—Oh, yo podría empujarlo hasta la costa.
A Jungkook se le hizo divertido pensar en eso. Sacudió la cabeza para zafarse de
su propia sonrisa y estaba tan cansado, que no tardó demasiado en relajarse a
su lado. Hablaron un poco más de cosas sin importancia, hasta que ninguno
pronunció nada más. En un tiempo récord se quedaron dormidos, con la puerta
entrecerrada.
Yoongi bloqueó la pantalla de su teléfono, le dio un sorbo a su bebida y se
recostó en el sofá. Quería ir a la cama, pero le dio tanta pereza moverse, que se
quedó allí un buen rato. Había logrado pillar una buena cogorza; exceso de
cerveza, relajación, además, del frío chapuzón que le hizo tener que deshacerse
de una muda entera de ropa incómoda.
De alguna forma, se quedó adormilado sobre el sofá, medio ebrio y
amodorrado, sus párpados se cerraron durante más tiempo del que debería. No
supo cuánto tiempo pasó, pero cuando abrió los ojos, aún era de noche y un frío
sudor le atravesaba. Yoongi tomó aire como si hubiese estado un rato sin
respirar, tenía la garganta comprimida. El suelo estaba cubierto por una fina
capa de agua que heló sus pies descalzos y la punta de sus dedos.
—¿Agua? —dudó, sin poder creerlo.3
Se pasó una mano por el cabello oscuro y despeinado y fue rápidamente hacia la
cocina. No salía de allí, tampoco parecía hacerlo de la habitación. El barco se
sacudió repentinamente y él se escurrió, sus rodillas tocaron el suelo y algo
golpeó la cubierta, hundiendo una de las paredes del camarote. Sus ojos se
abrieron como platos. ¿Qué diablos estaba pasando?2
Yoongi tomó la escalera y subió rápidamente a la cubierta. La sala de control se
encontraba abierta, Jimin de espaldas. Él estuvo a punto de llamarle, pero el
fuerte oleaje movió el barco hacia un lado y una de las olas impactó en sus
rodillas. En esta ocasión, se escurrió sobre la cubierta.
—¡Jimin! —le llamó.
Y otro golpe. Un murmullo grave, hueco, gigantesco. El barco dejó de mecerse
por el oleaje y fue sujetado por algo. Yoongi giró la cabeza y pudo verlo.
Tentáculos agarrándose a la barandilla, hundiendo su fuerza en la madera de
cubierta y clavándose en cada extremo. Una cabeza gigantesca que no llegó a
ver por la falta de luz, un terrible hedor proveniente de las profundidades.12
Podía haberse quedado paralizado, pero el pinchazo adrenalínico estalló en sus
venas. El siguiente tentáculo intentó aplastarle, él se tiró hacia un lado y sintió
aquel frío sudor volviendo a recorrerle. Jimin seguía en la cabina, sin mirarle.
—¡Jimin! ¡Jimin!
Trató de ir hasta allí, mientras todo saltaba por los aires, agua golpeándole, la
espuma asfixiándole, uno de los tentáculos del ser alcanzando su tobillo
derecho y arrastrándole.
Jungkook y Taehyung sólo se despertaron por los gritos. Al principio, ni siquiera
percibieron el agua que bajaba por la escalera, pero pronto detectaron los
golpes del Kraken, el temblor de la madera y las paredes agrietándose.
—¿Qué está pasando?
—Jungkook, Yoongi está gritando —dijo Taehyung.
El pelinegro casi se le escapó de entre los brazos, salió disparado, como una
bala. Casi se resbaló por la escalera, el agua caló su ropa y enfrió sus pies, pero
no supo tan salada como esperaba en sus labios. Algo muy malo estaba
pasando.
—¡Yoongi! —gritó y cuando salió a la cubierta, un tentáculo arrancó la
barandilla y se la lanzó.
Él la esquivó de milagro, giró la cabeza y se quedó sin aliento. El agua se elevó
sobre su cabeza, todos los tentáculos, los ojos de aquel ser oscuro y salvaje le
apuntaron a él, desde el cielo. ¿Le había reconocido? ¿Era lo mismo que en su
sueño? ¿Le odiaba por querer llevarse a Taehyung?
Fuera como fuese, no creía que pudiese escapar de aquello. Retrocedió
lentamente, con los ojos muy abiertos. ¿Cómo había llegado eso ahí? ¿Iban a
morir? ¿Por su culpa?2
—Jimin —Yoongi llegó a la sala de control y agarró el brazo del chico—.
Tenemos que hacer algo, ¡tenemos que ir hacia la costa! ¡Esa cosa va a
matarnos!
Jimin no reaccionó a sus palabras. Yoongi le rodeó, él estaba hecho un desastre,
la ropa rasgada, la rodilla herida por su caída, empapado, con el cabello revuelto
y sin aliento.
—¿Jimin? —parpadeó frente a la sirena.
Su rostro se encontraba inexpresivo, con iris cristalinos iluminados por algún
extraño motivo. Parecía absorto, distante, como si él no estuviese allí, más que
la carcasa vacía de su cuerpo. Yoongi zarandeó sus hombros, asustado.
—¡Despierta! ¡Vamos! ¡Un demonio marino va a matarnos! —escupió frente a
su rostro impasible.
Y sólo cuando le maldijo, sus ojos pestañearon y sus iris se posaron sobre el
chico.
—Muere —susurró con otra voz, helándole.6
La cabina fue aplastada repentinamente, una ola enorme entró por la ventana y
les arrastró. Estaba fría, dura, les abordó sin compasión.1
Mientras tanto, Taehyung atravesó medio camarote con la intención de seguir a
Jungkook, pero algo le dejó paralizado. Era agua salada lo que bajaba por la
escalera, lo que les inundaba. Sus rodillas se encontraban bajo el agua, pero él,
mantenía un par de piernas humanas. ¿Por qué no se transformaba? Contó los
segundos hundido en esa agua. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Diez. Nada.1
El joven frunció el ceño, fue hasta la escalera y posó una mano en la baranda
destruida. Introdujo la otra en el agua y la alzó, permitiendo que la ilusión
escapase entre sus dedos.
—No es agua —entendió entonces—. No es real.14
Sin embargo, en la cubierta, los efectos eran muy distintos. Jungkook esquivó la
muerte, hasta que un tentáculo le arrastró hacia la barandilla. Quería tragarle.
Iba a hacerlo. Agarró su pierna con tanta fuerza que le tiró al agua. Le arrastró
hacia las profundidades. Sin oxígeno en los pulmones y con las pupilas ciegas
por la fría oscuridad marina.
Segundos antes Taehyung subió la escalera y contempló la situación, pudo ver a
través del Kraken. Los Kraken marinos eran gigantescos, pero aquello no lo era
tanto. No podía ser el auténtico Kraken. Y no había nada destruido sobre esa
cubierta. Una maldita ilusión estaba jugando con sus cabezas.4
De repente, vio a Jungkook lanzarse al agua por su propia cuenta. Quiso correr
hacia él, pero giró la cabeza en dirección a lo que estaba produciendo aquello;
Jimin. Su vibración era clara, podía escucharla como el batir de una aleta.
Yoongi le había estado zarandeando y ahora, se veía sumergido en alguna
especie de ilusión asfixiante, frente a él.
Jimin les estaba haciendo eso, ¿por qué?
Taehyung abrió la boca y a unos metros, entonó su canto de sirena. No fue una
canción, sólo un sonido de alerta, el timbre de su voz se elevó por encima de su
ilusión con tanta fuerza, que perforó los tímpanos de su hermano. La onda del
sonido impactó en Jimin, el destello de sus iris despareció, él jadeó con fuerza y
repentinamente, librándose de aquel gusano mental invisible. De repente, la
ilusión se desvaneció sobre ellos como una lluvia onírica.1
Yoongi agarraba su ropa, sus dedos se deshicieron débilmente y estuvo a punto
de desmayarse por la falta de aire que casi le había aplastado. Jimin se tambaleó
junto a él, los dos chocaron contra la mesa de navegación y antes de caer al
suelo, sus labios se estamparon con una desinteresada casualidad.19
Al otro lado del yate, Taehyung se quitó la ropa —camiseta y sudadera— y
seguidamente saltó al agua de cabeza. Se sumergió rápidamente en el agua y su
pantalón de chándal se hizo trizas en cuanto la cola de sirena acudió a él. Buscó
a Jungkook muy asustado, vio su cuerpo a muchos metros y nadó hacia él con
un rápido impulso para agarrarle.
En unos segundos más, le sacó a la superficie. Jungkook tosió un montón de
agua en su hombro, Taehyung le sostuvo entre sus brazos, sintiendo el súbito
temblor de su cuerpo humano.
—Ya está —murmuró—. Estás bien, Kookie. Te tengo.9
Jimin y Yoongi se deshicieron del otro rápidamente; su roce de labios fue
fortuito, el humano clavó las rodillas en el suelo y cayó en la cuenta de que
tenían un Kraken en mitad de la cubierta. Sin embargo, cuando giró la cabeza,
no había nada. Todo estaba en su sitio, excepto su rodilla herida por la caída,
manos raspadas y falta de aliento.
—Y-yo... n-no quería hacerlo... —Jimin se tapó el rostro con las manos, en un
repentino sollozo—. No... Algo entró en mi cabeza. Mis recuerdos, mi poder, mi
cristal. Me ha violado.14
El chico le miró fijamente, con el corazón en la garganta y la adrenalina aún en
sus venas. Tragó saliva sintiendo el vello de punta.
—Eh, tranquilo —le dijo en voz baja.
—¡Ha entrado en mí! ¡Aún puedo sentirlo! ¡No! —sus ojos se llenaron de
brillantes lágrimas.
—Jimin...
Yoongi tocó su hombro.
—Eh —agregó suavemente—. No hay nadie por aquí. ¿Vale? Estamos en mitad
del agua.
—Tenemos que ir a la costa, tenemos que irnos de aquí. Quiere algo de
nosotros, p-por favor, volvamos.
El pelinegro se incorporó, le ofreció una mano para ayudarle a levantarse y
cuando lo hizo, se dio cuenta de que ni Taehyung ni Jungkook estaban en el
barco. Fue velozmente hacia la barandilla y miró el agua. A muchos metros de
ellos, pudo verlos. Con un jadeo, regresó a la sala de navegación y detuvo el
barco. Jimin se encontraba sentado en el suelo de nuevo, abrazándose a sí
mismo. Por algún motivo, estaba temblando. Él ni siquiera sentía el frío como un
humano.
Yoongi se acuclilló frente a él para tranquilizarle. Jimin estaba muy asustado,
lloroso, murmuraba algo de un gusano.
En el agua, cuando Taehyung vio que el barco se detenía, comenzó a nadar por
la superficie, sin soltar a Jungkook. El humano estaba helado, sus labios pálidos
y la ropa mojada.
—¿Qué ha sido eso?
—Jimin —pronunció la sirena.
—¿Por qué...? —formuló Jungkook desorientado.
—No lo sé. Pero no era él de verdad. Él no hubiera hecho eso —dijo Tae con
seguridad, llevándole consigo—. Vamos, el barco está deteniéndose. Tienes que
salir del agua, o enfermarás.
Capítulo 22: Mar de estrellas.
Jimin llevaba tiempo sin temblar como lo hizo esa noche, la sensación de revivir
sus recuerdos, de sentirse manipulado, controlado por alguien más, le hizo
tener miedo. Recordaba lo que vio esa noche antes de perder el control de su
propia voluntad: unos tentáculos trepando por el borde de la barandilla.1
—Abrí la ventana de la cabina y me asomé para comprobar qué diablos era —
dijo en la casa de los jóvenes—. Algo llegó hasta a mí. Se introdujo en mi mente.
—¿Qué era? —preguntó Taehyung quien frotaba su brazo con una mano.
—No lo sé.
—Algo controlaba tu mente —exhaló Jungkook en reflexión—. Para nosotros
fue tan real, que, casi diría que...
—Intentaba matarte —interrumpió Tae en voz baja—. Te arrastró hasta el agua,
te convenció para saltar y ahogarte, como si algo más lo hiciera.
Los cuatro permanecieron en silencio durante unos instantes.
—Si tiene ese poder, es peligroso —continuó Taehyung—. Podría controlarnos a
cualquiera de nosotros.
—Yo soy el más peligroso —declaró Jimin por su propia cuenta—. Podría hacer
que vierais cualquier cosa. Podría convenceros de lo que sea, incluso de
suicidaros, como Jungkook.
—Quizá deberías separarte de tu cristal.
Su hermano no se lo pensó ni dos segundos, agarró el colgante y se lo sacó por
encima de la cabeza. Se lo ofreció a Yoongi —él era el menos peligroso de los
cuatro, puesto que el pelinegro ya llevaba el anillo de Taehyung—, y el humano
lo tomó en la palma de su mano.3
—¿Yo? —pestañeó—. ¿Quién dice que no puedo usarlo?
—No puedes. No he volcado mi poder en él.
—El cristal sólo potencia o encierra el poder de una sirena —le explicó
Taehyung—, Jimin seguirá teniéndolo, sólo que, sin un amplificador tan efectivo.
—Ah.
—Guárdalo bien, humano. Es mi mayor reliquia.
Yoongi chasqueó con la lengua y se humedeció los labios.
—Confía en mí, ricura. Acabas de confiar tu tesoro en el Guardián del Faro —
soltó teatralmente.6
Jungkook bajó la cabeza, estaba mordisqueándose el interior del labio cuando
recordó algo.
—Seokjin estaba convencido de que alguien controlaba a Kim Namjoon.
Su comentario hizo que todos los ojos se posasen sobre él.
—¿Crees que Kim Namjoon tiene algo que ver con esto? —formuló Taehyung.
—No lo sé. Jin buscaba el control mental en el volumen de Jimin...
—No podemos confiar en ellos, tampoco en Seokjin, ni en ninguno de los
humanos en los que habéis confiado hasta día de hoy —Jimin sonó irascible—.
Ellos no conocen la lealtad.
—Oh, gracias —masculló Yoongi con la boca pequeña—. Ahora me apetece
vender tu colgante en una casa de empeños.16
Jungkook se levantó del sillón, decidido a apartar el suceso de momento.
Estaban cansados, mojados, y nada más bajar del coche y entrar en casa lo
habían dejado todo por medio.
—Hagamos algo: nada de volver al agua hasta que sepamos qué es lo que está
pasando —ideó el azabache—. Me pondré en contacto con Seokjin para-
—No. No hables con él —le detuvo Jimin—. Aún no.
Él se puso de pie frente a Jungkook, su altura les diferenciaba por unos diez
centímetros.
—Déjamelo a mí —agregó la sirena—. Iré a por esa cosa.
—Jimin, no —Tae agarró su codo.
—Escucha —el ojiazul le miró de medio lado—, sabemos que tiene tentáculos.
Sé lo que vi. Puede penetrar en la mente de alguien; pero en forma de sirena,
somos mucho más fuertes. No puede hacerlo, por eso nos atacó en la noche,
cuando éramos humanos.
—Vale, comprueba ese tomo. Pero permanezcamos en tierra hasta que
tengamos una idea de a qué nos enfrentamos.
Taehyung pareció convencerle con su argumento, luego de eso, se separaron
para recogerlo todo, pisar la ducha, cambiarse de ropa, etc. Cuando Taehyung
salió del baño, agarró la muñeca de Jimin y se lo llevó hasta la habitación del
piso de abajo. Le persuadió para recolocar alguno de los muebles (Jungkook les
echó una mano con la limpieza), y más tarde, estuvieron mirando latas de
pintura en una página web, hasta elegir un tono verde azulado.
Tras el almuerzo, Yoongi sacó el Uno. Se echaron unas buenas partidas de
cartas, donde Jimin parecía mucho más relajado. Y en cuanto a Jungkook, él se
quedó durmiendo en la hamaca del porche, tras sacudirse los recuerdos de la
desagradable visión del Kraken llevándole consigo.
Despertó casi dos horas después, cuando Tae se sentó en la hamaca del porche
con él. Apartó unos mechones oscuros de su cabello y sonrió con dulzura,
mientras el joven humano pestañeaba.
—Te dormiste.
—Ah, sí —Jungkook estiró los brazos por encima de su propia cabeza.
Posó los iris castaños en Taehyung, desde abajo y contempló el perfil del rubio
perezosamente.
—¿Estás bien?
—Sí, sólo... me preguntaba, cuánto tiempo tenemos...
—¿Tiempo?
—Sigo en transición.
Jungkook posó los ojos en el cielo, era por la tarde, los arbustos y árboles del
porche cubrían su visión de la playa, pero por la luz, sabía que el atardecer se
encontraba cerca.
—¿Eso te preocupa? —preguntó el humano en voz baja.
Taehyung no dijo nada, los dedos de Jungkook se cerraron alrededor de una de
sus muñecas. Sabía que no era sólo eso. Más cosas sucedían alrededor de ellos,
mientras un lento reloj de arena se llevaba su tiempo.
—Bien. Aprovechemos este día.
Dejaron a Jimin y Yoongi en la casa en la última hora de la tarde. Jungkook
llevaba el teléfono encima, así como su anillo, y no pensaban regresar muy
tarde. Cuando se despidieron de ellos, Yoongi atravesó la casa y fue hasta el
porche para encargarse de sus plantas. De soslayo, vio a Jimin sentado sobre la
arena, sujetando el anciano tomo del mar.
Se lo pensó unos minutos, hizo lo que tenía previsto y luego fue hasta él para
incordiarle un poco.
—¿Encontraste algo útil?
—Sí.
Su respuesta le dejó desconcertado, terminó sentándose a su lado, echándole
un vistazo por encima al libro. Jimin le mostró la página y señaló con un dedo. El
dibujo era como si fuese de carboncillo, estaba casi borrado sobre aquel extraño
papel imposible de mojar. Sus iris se posaron sobre una perturbadora figura,
largos tentáculos oscuros y púrpuras, y torso superior como el de una mujer, de
piel de un azul cetrino.7
—Cecaelias. Demonios del mar.2
—¿Demonios?
—Son mudos, pero peligrosos.
—¿Cómo sabes si es eso? —dudó Yoongi.
—Encierran la voz de una sirena en unas caracolas cilíndricas y místicas —
explicó lentamente—. Mientras la gastan, poseen la capacidad de manipular
mentalmente.6
—¿Y tienen forma humana? Es decir, ¿podrían tener piernas?
Jimin sacudió la cabeza.
—Nada de eso está aquí. Quizá... puedan crear una ilusión para parecer
humanas... pero no lo son —contestó el rubio—. No he visto una en siglos. Es
más, ni siquiera deberían existir. Son caníbales y se extinguieron hace mil años.
Yoongi apoyó ambas manos en la arena, recostándose ligeramente. Clavó su
vista en la puesta de sol y en el suave oleaje.
—Si una tía con forma de calamar quiere matarnos, dimito.
Jimin soltó una ligera risita.
—Técnicamente, no es calamar, sino pulpo.
—Como sea.
Jimin cerró el libro y suspiró. Yoongi le miró de reojo, los segundos en silencio
pasaron y se sintió ligeramente incómodo.
—¿Por qué no sientes nada? —preguntó sin filtros.
No recibió su respuesta, por supuesto.
—¿Él te dejó? —añadió Yoongi, y esta vez, giró la cabeza observando su llano
perfil, de mandíbula triangular.
—Algo así.
Yoongi tenía una idea, había escuchado a Tae y Jungkook hablar de eso: pero no
estaba seguro de si su pérdida residía en la ruptura o la muerte de su pareja.
Ambas eran motivos muy dispares.
—Si crees que la solución es volver al mar definitivamente, te equivocas. Crees
que no sientes, pero estás resentido, tienes miedo.
—¿Miedo? —frunció el ceño y se encontró con sus pupilas negras—. Yo no
tengo miedo.
—Claro que lo tienes; de perder a Taehyung si se convierte en mortal, porque es
el único que puede entenderte. De que alguien revele tu dolor, de que puedan
leer tu mente y convertirte en algo, como tú dices, vulnerable. Pero déjame
decir, Jimin, tu irascibilidad refleja un claro pavor a que tu entorno se salga de tu
control.
Jimin se levantó de la arena, el chico le siguió y agarró su codo antes de que
fuera a ningún lado.
—Eh, ni se te ocurra largarte ahora que-
—¿Cómo sabes todo eso? —respiró la sirena, con desconfianza.
Yoongi suspiró.
—Tengo una maldición: la de observar todo el tiempo —le dijo—. Pero, ¿sabes
qué? Serías más fuerte si permitieses que tu corazón volviera a latir.4
—Muy bien —asintió Jimin inesperadamente, y acto seguido, el libro impactó
contra el pecho de Yoongi—. Pero no va a ser contigo, listillo.16
Yoongi puso cara de póker. Agarró el libro y le miró mal.
—¿Cuándo he dicho yo que deba ser conmigo? ¡A mí no me gustas!1
—No quiero que te hagas ilusiones, prefiero regresar al mar que acabar en los
brazos de alguien. Es más, considero hacerlo.
El pelinegro se frotó la frente y luego se abanicó con el pequeño tomo.
—Haz una cosa, olvida lo que dije. Es más, hagamos como si nunca hubiéramos
hablado.
—¿Y besado?11
—¿Huh?
—Me besaste en el barco.
—¡Eso fue porque estabas estrangulándome con una visión horrible! —gruñó el
humano.
—Tienes razón —Jimin se encogió de hombros, tocó su cabeza y sonrió un
poco—. Bueno, no me caes mal del todo. Tae tiene suerte de haberse topado
con un par de humanos inteligentes.
A Yoongi casi se le desencajó la mandíbula. Más tarde, acompañó a Jimin hasta
la orilla con una nueva intención.
—Guarda bien el libro. Voy a darle una vuelta a la isla.
—¿Cómo?
—Nadaré alrededor, volveré en unas horas. Tal vez vea algo.
—No, no —agarró al joven por el brazo cuando se bajó los pantalones hasta los
tobillos— Espera.
El pelinegro apartó su mirada, con un ligero rubor.
—¿Qué?
—Levántate esos pantalones, ¡idiota! Dijimos que nada de agua, que
esperaríamos un poco hasta tener más datos sobre-
—Tienes mi cristal. Cuídalo bien, sólo voy a hacer una ronda por aquí cerca.
Volveré en varias horas, ¿de acuerdo?
—¿Seguro que quieres ir nadando? —insistió el humano.
—Oh, no. Voy en moto de agua, ahora la saco de las profundidades, no te
preocupes.14
Yoongi dio un vistazo alrededor de sí mismo, reuniendo la paciencia suficiente
para no zarandearle. Sólo confió en Jimin, porque en ese momento no estaba
actuando irasciblemente y parecía ir en serio.
El rubio se deshizo de su ropa junto a la orilla y caminó hacia el agua. Yoongi le
vio cuando esta le llegaba por la cintura, lo último que vio de él fueron sus
piernas blancas, sumergiéndose. Y más tarde, a muchos metros, una aleta
rosada volviendo a zambullirse en el agua.
*
El pelinegro se puso una camiseta a cuadros, un pantalón vaquero azul claro y
estrecho, y sus viejas Mustang. Taehyung vistió una camisa blanca y un cómodo
pantalón pirata.1
Jungkook tomó el coche de su compañero, repostó gasolina en una parada y
pasó por una estupenda pizzería situada a las afueras de la ciudad. Para llevar,
eligieron dos pizzas cuatro quesos y margarita, unos refrescos y una cesta de
fresas. Dejaron todo en el asiento trasero, junto a varias toallas enormes y
dobladas.
—Creo que sé el mejor lugar para un picnic.
Taehyung no sabía qué era un picnic, pero en sus labios sonó como el paraíso.
Su conducción fue hasta la extensa y solitaria playa que bordeaba el volcán
inactivo de la isla. La puesta de sol era cálida y dorada, el paisaje se veía
salpicado del llano mar frente a zonas escarpadas y cubiertas de verdosa
vegetación cuyas colinas subían hacia la montaña.
Lo primero que Taehyung hizo al bajar del coche, fue correr hacia la arena y
quitarse los zapatos.
—Wow, ¡mira eso de allí!
Jungkook bufó una risita, giró la cabeza y vislumbró la montaña de la isla. Era
preciosa, vestida de verde, con silenciosas carreteras por las que no pasaba
nadie. Consiguió que Taehyung le echase una mano con eso de sacar las cosas
del coche; las toallas, la comida y antes de bloquear el auto, él se llevó el saco
de leña y carbón que cargaba en el maletero. Montar una pequeña hoguera era
fácil, lo hizo mientras Taehyung extendía el par de toallas sobre el suelo y
colocaba las cajas de comida.
Cuando prendió el carbón, sopló sobre él y levantó la mirada hacia el pacífico
mar, quien se llevaba los últimos rastros de sol. Taehyung se acuclilló a su lado y
le ofreció una fresa.
—Ten.
Jungkook la atrapó con los dientes y el joven la soltó.
—Me muero de hambre, ¿podemos comer ya? —preguntó como un crío
mientras él masticaba.
Luego de quitarse los zapatos, se sentó con él y compartieron las porciones de
pizza, de una masa gruesa y crujiente bajo un queso fundido que se deshacía en
su lengua.2
—¿Por qué los humanos construyen hacia arriba? —formuló Taehyung durante
su cena.
Él apoyó los codos sobre la toalla extendida y a Jungkook le pareció adorable.
—Supongo que, nos gusta estar cerca del cielo.
—¿Supones?
El azabache se encogió de hombros.
—No lo sé. Yo prefiero el mar al cielo —dijo en un timbre bajo.
Tae ladeó la cabeza y contra todo pronóstico, dijo:
—Yo ya no. He pasado demasiados años bajo el agua, Jungkook —expresó—.
Ahora quiero sacar la cabeza de las profundidades y ver ese manto de estrellas.
Como la otra noche, en el yate.
Jungkook comprendió el romanticismo de sus palabras; en realidad, Taehyung
era mucho mayor que él. Una criatura con cientos de años.
—¿Quieres ver las estrellas? —propuso—. Podemos quedarnos aquí, tengo
alguna manta en el coche por si refresca.
El rubio asintió con la cabeza, luego de robarle la última porción de pizza se
comieron las fresas y pasearon por la playa sin alejarse demasiado de las toallas
y la pequeña hoguera. No hacía frío a esa hora, pero las noches en la costa de
Geoje siempre refrescaban.
—Mis padres viven en Busan, cuando les dije que me iría con Yoongi a Geoje
pensaron que estaba saliendo del armario.
—¿En serio? —Tae soltó una risita, le observó de medio lado—. Entonces,
¿querer a alguien de tu mismo sexo es una noticia en tu mundo?2
—Algo así.
—Mhn.
Jungkook estrechó sus dedos entrelazados, giró en redondo y se puso frente a
él.
—No te preocupes, es más fácil decir que salgo con un chico, a que lo hago con
una sirena —le dijo el pelinegro—. Pero si quieres, también puedo presentarte
así. Noah no se lo tomó nada mal.
Taehyung se deshizo de su mano y repentinamente, abrazó su pecho. Jungkook
envolvió su espalda con los brazos y parpadeó sin comprender su súbito afecto.
Sintió como si un rayo de sol le atravesase, Tae parecía profundamente feliz por
algo. Y pese a todas las complicaciones, sentía que su vida había cambiado. No
podía volver al mar y olvidarle. No después de todo lo que habían vivido.
El viento salado les acarició en ese momento, el susurro del mar, la arena en sus
pies y la cúpula de un cielo azul marino y limpio, que lentamente se apagaba
para dejar que sus estrellas resplandeciesen libremente.1
—Hay algo que aún no te he dicho.
El pelinegro sintió un pálpito, cuando volvieron a mirarse. Tae tenía los ojos
vidriosos, sus iris brillantes, líquidos, con ese extraño e inusual toque variocolor.
—Tae, no tienes que...
—No, espera —le detuvo, tragó saliva y respiró lentamente—. N-no estaba
seguro, por eso no lo hice. Nunca lo había sentido. Nunca sentí nada así. Pero
ahora lo entiendo; es como respirar, como caminar, como tener hambre. Es esa
gravedad que hace que quiera permanecer en una orilla.
Jungkook le observó en silencio, con el pulso disparándose.
—Tú —explicó Taehyung, sus iris descendieron por su rostro—. ¿Recuerdas lo
que me dijiste el día que nos separamos?
—¿Mis sentimientos? —formuló Jungkook con una voz casi rasposa.
Su compañero asintió y le miró significativamente.
—Ya lo sabía entonces —dijo—. Jungkook...
El pelinegro perdió su aliento, su garganta se comprimió un instante.
—Te amo —pronunció Taehyung—. Por eso sé que perderé mi cola. Pero no me
importa.27
—Tae, yo nunca quise arrancarte del mar.
—No, ya lo sé.
—Te dije que detestaba ser egoísta. Que está en mi naturaleza quererte para
mí, pero no tienes por qué-
—Jungkook, te amo —repitió Taehyung y sujetó su rostro para que le
escuchara—. Te amo porque mi corazón eligió hacerlo. Lo hago por mí mismo,
no por ti.18
El humano liberó su aliento, con una agridulce sensación que poco a poco
derretía su deseo.
—Te lo dije —prosiguió el rubio—. No quiero volver a un mundo donde no estés
tú. Porque si vuelvo al mar, si nunca más vuelto a tener piernas, mi corazón se
quedará en tu mano y no en mi pecho helado.
Jungkook se inclinó para besarle, le sujetó contra él con tal fuerza, con una
mano en su cintura y un brazo tras sus hombros. Sus labios presionaron sobre
los de la sirena con vigor, con todo lo que sentía. Taehyung no pudo respirar
durante segundos, pero cuando se soltaron, volvieron a contemplarse de cerca,
con su nariz rozando por debajo de la suya. El pelinegro no podía pensar en
perderle. No podía.
Después, Taehyung tiró de su mano por la playa. Regresaron a las toallas y la
hoguera, y se sentaron allí mientras el cielo oscurecía hasta volverse de un
negro azabache. En un momento indefinido de la noche, el chico fue hasta el
coche para agarrar una manta extra y su chaqueta vaquera.
—Quiero ir a la montaña —le dijo Tae cuando volvió—. Siempre las he visto
desde fuera.
—Tendremos que dejar las excursiones para otro día —Jungkook le echó una
manta sobre los hombros—. Ten.
El rubio le miró con aprecio, pese a que no necesitase resguardarse. Hacía
buena temperatura y gracias al tenue calor del fuego, terminaron recostándose
juntos para ver el cielo. Taehyung apoyó la oreja sobre el hombro del pelinegro.
Sus pies no llegaban a la arena blanca que había bajo la toalla. Sus iris se fijaron
en el montón de estrellas que resplandecían como puntitos plateados sobre
ellos. Su brazo colgó por encima de su pecho, hasta que giró la cabeza para
contemplar algo más bello.2
De un momento a otro, se incorporó sobre su costado y acarició el pómulo del
pelinegro con unos dedos.
«Dios, Jungkook sí que era precioso», pensó. Cabello negro y revuelto, sus ojos
almendrados de pestañas negras e iris aún más oscuros, reflejando la suave
llama de la hoguera y a él.5
—¿Qué? —musitó Jungkook, con labios rosas, finos, entreabiertos, esperando a
ser besados por los suyos.
Taehyung acarició los rizos tras sus orejas como si fuese algo valioso.
—No quiero que este momento se acabe nunca.
El azabache descubrió que había algo más en los iris de la sirena, un toque de
devoción, curioso, inexperto. Su compañero se inclinó para besarle y fue tan
tímido en su roce, que consiguió encandilarle. Jungkook afianzó su beso con
seguridad, enterró las yemas en su cabello rubio y dejó que sus labios
dominasen el encuentro. Ser besado siempre era de buen agrado. Y en las
décimas de segundos que se separaron, respiraron cerca del otro, como si
estuviesen tanteando un terreno inseguro. ¿Había frenesí o sólo era el pálpito
de sus venas? ¿Querían más? ¿Podían permitirse tomarlo? Estaban solos, con la
playa desolada y el cielo limpio y oscuro. La calidez de ambos sobre las toallas y
la arena hizo el resto.3
—Bésame —murmuró Taehyung.
—Pero...
—No pasará nada.
Jungkook entendió su mirada, él podía controlar el hechizo de sus labios. Tenía
suficiente voluntad para hacerlo. Y entonces, sus bocas volvieron a fundirse con
mucho más anhelo. La nuca de Jungkook tocó la toalla, respiró en su aliento,
entre besos apasionados y un tembloroso entusiasmo reflejándose en sus
dedos. Sus manos fueron a parar a la cintura de su compañero, a la camisa
holgada que podía levantar sobre su vientre para acariciarle, mientras el otro
mordía su labio inferior.
Esa noche no había agua, ni paredes, ni miedo. Sólo estaban ellos, junto a una
hoguera, frente al desafiante mar que vería desnudarse a una de sus hijas por
otro. Podía besarle sin miedo; sentirle como una cerilla prendiéndose para
consumirse en un único aliento. Quería unirse a Jungkook de todas las formas
posibles y sólo aferrarse a ese sentimiento.8
Con la tormenta de besos entrecortados, Jungkook fue el que terminó
volcándole sobre la toalla arrugada, su camisa se encontraba entreabierta, el
pecho desnudo, los abdominales marcados y de suave volumen. Sus mechones
de cabello sobre su rostro, y el anillo en su dedo anular, entrelazándose con sus
dedos sobre la fina arena.
—Me volverás loco —le aseguró casi en un susurro.
El roce de sus cuerpos reveló sus erecciones, y lentamente, el azabache se liberó
del pantalón de su compañero hasta desnudarle por completo. Besó su ombligo,
su pecho, sus clavículas y hasta la línea de su mandíbula. Taehyung deslizó los
dedos por sus hombros, la camisa a cuadros de Jungkook cayó tras él y el joven
se inclinó entre sus piernas, cuyas rodillas levantadas y muslos apretaron
alrededor de su cadera para tenerle más cerca.
—Eres increíble —ese fue Taehyung, en su primer halago.
El agua podía secarse con él, con su físico y por culpa de lo mucho que le
alteraba su sistema nervioso. Más tarde, comprendió el placer de una caricia,
que su temperatura física podía variar pendiendo de la compañía y que deseaba
físicamente a ese humano, más de lo que había deseado en su vida deslizarse en
aguas cristalinas.3
Los besos en su cuello le hicieron encogerse, sus párpados se cerraron unos
largos segundos, disfrutando de la sensación que se trazaba
descendientemente. Cuando volvió a abrirlos, sólo vio el cielo, el mar de
estrellas y su precioso humano. Él pudo besar su vientre mientras el joven se
detenía para sacar algo del bolsillo trasero de su pantalón. Un pequeño
envoltorio brillante y plateado, el cual abrió extrayendo un preservativo, con el
envoltorio cayendo a un lado. Jungkook nunca había tenido sexo, pero prefería
sentirse responsable de lo que estaba haciendo. En ese momento, él marcaba el
ritmo y sabía cómo quería hacerlo.15
La lubricación natural del profiláctico le ayudó en el proceso, se masturbó
ligeramente junto a él, mostrándole a Taehyung el dichoso placer humano.
Pasión e inexperiencia, una sonrisa cómplice y una mirada de seguridad y
aprecio. El rubio pensó que desfallecería en sus brazos, pero aún estaba lejos de
sentir el auténtico deleite. No tuvieron que verbalizarlo, y en la primera
embestida de Jungkook, él clavó las uñas en sus hombros. Abrió la boca y
frunció el ceño como si algo no fuera bien; pero iba de maravilla. Y estaba
seguro de que no era lo único que podía hacerle sentir con ese movimiento.15
—¿Así? —susurró el pelinegro.
—Sí —respiró.
—Despacio. Ah...
—Jungkook...
—Dime si quieres que pare.
—No —casi le amenazó en su dicha.
Y en cada embestida suave y poco profunda, logró acostumbrarse hasta lograr
un mejor ritmo en compañía. Eso era lo que se sentía al ser uno, al unirte a
alguien distinto. El azabache besó sus labios superficialmente y sus frentes se
rozaron. El mar y el cielo fueron los únicos testigos, Jungkook le sujetó con
firmeza en un vaivén sin fin. Taehyung comprendió por qué el sexo les gustaba
tanto a los humanos, y él debía estar muy cerca de serlo, pues Jeon Jungkook, su
biólogo marino, se le hizo adictivo. Jadearon al unísono y desordenadamente,
rítmicamente, con un vaivén que a veces se detenía y otras veces parecía
enfurecerse. Las llamas del fuego reflejaron sus sombras agazapadas sobre el
terreno, la toalla arrugada y la arena blanca bajo la cabeza del rubio.5
Hubiera pagado cualquier cosa por detener el tiempo o por extenderlo. Por ser
humano. Por saber que podría volver a sentir algo como eso. Luego, las estrellas
salpicadas por el cielo se difuminaron en la vista de la sirena, escuchó un pálpito
que no provenía de su pecho, sino del azul horizonte marino. Giró la cabeza, una
de sus manos se encontraba entrelaza con la del chico, y más allá, el océano,
bombeando como un tambor en su cabeza. ¿Estaba diciéndole algo? ¿Osaba
reclamar que su heredero perdiese la virginidad con un mortal? Tarde. Muy
tarde. Le deseaba más que ahogarse en sus olas y perderse en las mareas altas.
Y él cerró los párpados por el placer compartido, con la sensación recriminatoria
se desvaneció lentamente, desconectándose.1
El mar que una vez le acunó les dejó a solas, tanto que, cuando alcanzó el clímax
en su compañía, sólo escuchó la letanía del susurro de la espuma, sus alientos
rápidos y entrecortados sobre el hombro del otro, Jungkook enterrando la
frente en el hueco de su cuello, una sacudida de sus cuerpos. Sus pieles
calientes en contacto, acariciadas y admiradas por el otro.6
El joven salió de él, pero no se deshizo de su contacto. Sus piernas se enredaron
sobre la toalla, la sien de Jungkook tocó la tela arrugada y ambos se miraron tras
unos largos segundos de consecuente orgasmo.
—Te amo —le escuchó decir en voz baja, con la hoguera a su espalda y una de
sus manos enterrada en la arena blanca y granulada.
El rubio curvó las comisuras, extenuado.
—Y yo a ti.
Tocó su rostro y tragó saliva, todavía con el corazón bombeando en sus oídos y
un exceso de sangre en la cabeza.
—¿Has sentido eso? Fuimos nosotros.
—¿El qué?
Jungkook no entendió a lo que se refería, tal vez, él no había escuchado nada.
Pero para Taehyung fue suficiente, íntimo, especial. Significativo. Le abrazó sin
decir más, disfrutando del calor que irradiaba la piel de su compañero. Después
giró la cabeza, contemplando aquel cielo estrellado. Lo entendió entonces,
como un montón de cosas que su corazón ahora palpitaba.
—Eres mi cielo —le dijo esa noche.1
El azabache esbozó una sonrisa.
—Y tú, mi mar —contestó inmediatamente—, Taehyung.15
Luego, cuando decidieron volver a vestirse, se quedaron en la playa con un mar
de mantas, las toallas extendidas y la chaqueta de Jungkook sobre su
compañero. Compartieron unas delicadas caricias y tiernos besos en la sien,
nariz y mejilla. No regresaron a casa en toda la noche, el calor del fuego fue
suficiente para estar a gusto, y Taehyung se durmió bajo aquel espectacular
cielo lleno de estrellas, abrazando el torso desabotonado de su compañero.4
Jungkook no tardó demasiado en acompañarle, y cuando la hoguera se apagó, el
cálido abrazo del rubio le mantuvo sereno y seguro.
Capítulo 23: As de corazones.
Yoongi lanzó el teléfono contra su cama tras una tercera llamada perdida a
Jungkook. Sabía que no volverían, probablemente se habían conseguido una
condenada habitación o estarían haciendo algo potencialmente estúpido en un
lugar poco seguro. ¿Es que nadie iba recordarles que estaban en una situación
límite?2
Fuera como fuese, pasó la noche con un ojo abierto, tanto por la marcha de
Jimin, como la desaparición de los otros dos. Se levantó antes de que saliese el
sol y recogió la cocina. Más tarde salió al porche y suspiró, perdiendo sus iris en
el amanecer tras una errática noche.
—¿Dónde diablos está todo el mundo? —farfulló con ganas de patear su propia
zona zen, la cual no logró ayudarle demasiado.
Luego, salió de la ducha sacudiéndose el pelo con una toalla. Se puso una
camiseta negra y volvió a mirar su teléfono. Afortunadamente, había recibido
un mensaje de texto de Jungkook.
Jungkook (8.53am): Lo siento, nos quedamos durmiendo... ¿va todo bien?
Yoongi (8.57am): Capullo. Me parece genial que te escapes una noche con tu
musa, pero, ¿podrías al menos comprar el pan? Y una docena de huevos. Y
beicon. Desayunaré como un rey.3
Jungkook en línea (8.58am): Ok.
Yoongi (8.58am): ¿Y ya está? No vas a decirme dónde os habéis metido. Lo pillo.
Jungkook (8.58am): :D12
Yoongi (8.58am): :D???? Oh. Vale.1
Jungkook (8.59am): Tardamos unos minutos. Hasta luego.
Yoongi bloqueó el teléfono justo después de eso. «Noche de amor y pasión»,
pensó. Lo veía justo después de tanto tiempo. Él se centró en hacer su cama,
recoger el desastre de su dormitorio y ponerse unos jeans decentes que no
pareciesen recién sacados de la secadora. No supo cuánto tiempo pasó, pero
cuando el timbre de la casa resonó en sus oídos, alzó ambas cejas imaginándose
un buen desayuno con huevos fritos y beicon.
Bajó la escalera desgarbadamente, rascándose la nuca. Fue hasta la puerta, olió
su propia camiseta preguntándose de dónde salía ese aroma tan varonil y
cuando alzó la cabeza, se encontró con el único ser del planeta que no había
esperado allí.
Kim Namjoon. Y tras él, dos castaños, uno alto y elegante, y el otro con mechas
rubias y aspecto sureño. Yoongi les reconoció, por supuesto que lo hizo; Seokjin
estaba tras Namjoon, y Hoseok, a unos pasos más atrás, junto a un Volkswagen
negro recién aparcado. Su mirada fue casi de reojo, como si hubiese algo de lo
que no estaba orgulloso. Seokjin permanecía sereno, y el señor Kim, ni siquiera
presentó una lectura visible en su rostro.14
Yoongi empujó la puerta para cerrarla tan pronto como se percató de qué
diablos estaba pasando.
—Lo siento, no compro biblias —soltó.26
«Les habían traicionado». Jin, Hoseok. Cualquiera de los dos. Puede que ambos.
¿Qué diablos? Jungkook le dijo que habían sido mejores amigos en el pasado. Y
ese tipo de vínculos nunca se perdían, ni cuando uno era lo suficientemente
adulto como para desprenderse.
La puerta no se cerró, Seokjin metió la punta de su zapato y Namjoon empujó la
puerta en la otra dirección, iniciando un forcejeo seguido de unos cuantos
imperativos.
—¡Abre!
—Y-Yoongi, espera —jadeó Seokjin.
—Iros a la mierda, ¡hijos de puta!
—Oh, dios —escuchó verbalizar a Namjoon con un tono grave—. ¿Todos son así
de testarudos?
—¡Yoongi! ¡Puedo explicártelo!
—¡Llamaré a la policía!
Tras unos tensos segundos, Yoongi supo que estaba en desventaja. Sólo era
uno, más delgado y menudo. La puerta se abrió de par en par y él se tambaleó
unos pasos hacia atrás. Sus ojos se posaron sobre Seokjin: sabía que era él. Él les
había traicionado.
—Jamás debimos haber confiado en ti.
—Yo sí que debería llamar a la policía —intervino Namjoon, recolocándose la
chaqueta grisácea—. Técnicamente, asaltasteis una zona privada. Os llevasteis
algo que me pertenecía y agredisteis a alguien del personal de seguridad.
—Joon, no estamos aquí para eso —dijo Jin, puso un pie en la entrada y se
aproximó al pelinegro alzando las manos en señal de paz.
—Ah, ¿no? —dudó el primero.
Yoongi fruncía el ceño con fuerza, parecía tan molestos con ellos, que blasfemó
en voz alta.
—¿Quieres que te recuerde por qué invadimos tu propiedad privada, imbécil?
—comenzó—. ¡Tenías a una sirena prisionera! ¡A una sirena! ¡Muriéndose!
—Yo no la estaba matando —repuso Namjoon.
—Oh, no, ¡sólo estabas dejando que se muriera! ¡Jungkook hizo tu sucio
trabajo! —Yoongi embistió contra el pecho de Seokjin, cuando se interpuso
entre ambos. Y acto seguido, sus iris fueron a parar hasta él mismo—. ¡Y tú...!
¡Dijiste que guardarías el secreto! ¡Sabes que están enamorados!
Namjoon empezó a reírse jocosamente, tras el escudo corporal que ejercía
Seokjin. Y justo en entonces, Yoongi perdió los estribos y le pegó un puñetazo
en toda la mandíbula. A Seokjin casi se le desencajaron los ojos, finalmente
retrocedió unos pasos y Namjoon tuvo que sujetar sus hombros.7
—Eh, eh, ¡eh! —bramó.
—A-auch —se quejó Seokjin, pasándose una mano por la mandíbula.
Hoseok fue el último entrar en casa, cerró la puerta con un suave golpe de
cadera y suspiró profundamente.
—Vamos a ver, calmaos todos —dijo, ladeando la cabeza—. Yoon, escúchanos.
Tenemos que llevarnos a Taehyung, tienes que entenderlo. Verás, creemos que
hay un-
Yoongi trató de lanzarse sobre él para zarandearle, sin darle una oportunidad
para explicarse. No le importaba cualquier cosa que pudiese decir si empezaba
con esa frase. Por lo que, tras unos tensos minutos de discusión y
malentendidos, el propio Hoseok agarró su muñeca para sacarle por el porche
con la intención de que tomase aire.
Seokjin y Namjoon se detuvieron en la puerta trasera.
—Quédate aquí —sugirió Jin, mirándole de soslayo—. Se lo explicaré todo.
Namjoon resopló, inflando las mejillas. Terminó sentándose en el sofá, cruzó las
piernas y arrastró sus iris por el amplio y bonito salón cuya cocina americana se
encontraba en el otro extremo.
«No estaba mal», se dijo. «Era familiar. Justo el tipo de interiores que él
detestaba».
Durante los siguientes minutos, no escuchó las voces de Seokjin, Hoseok o
Yoongi. Debían haber salido del patio trasero para hablar en la playa. Él se
aburrió una barbaridad; odiaba que le hiciesen esperar, y aún más, cuando lo
que estaban haciendo era algo tan engorroso y enrevesado.4
*
Media hora antes
En los primeros rayos del amanecer, Jungkook pestañeó y abrió los ojos a la
intemperie. Despertó lentamente, sintiendo el cuerpo amortiguado. Tenía a
Taehyung a su lado, sobre un brazo que se le había dormido durante esos
últimos minutos. Tenía la punta de la nariz helada. Pero tanto sus piernas como
el torso, habían permanecido cálidos gracias a su abrazo y el recubrimiento.
Ambos se encontraban bajo una manta suave y arrugada, la toalla salpicada
ligeramente de arena y la chaqueta vaquera del joven cubriéndoles desde la
cintura hasta los hombros. La hoguera hacía rato que se había extinguido.
Taehyung se estiró a su lado y se incorporó un poco junto a su regazo,
mirándole desde lo más alto. Sonrió con la expresión más ingenua y dulce que
había visto, su cabello era tan dorado como el sol, desordenado, con mechones
ondulados y mullidos sobre su cabeza. Jungkook pensó que él formaba parte de
aquel amanecer en la playa, bajo un precioso cielo azul celeste.
—Buenos días —murmuró Tae, y dejó un beso en su mejilla, luego otro sobre
sus tiernos labios, los cuales se abrieron lentamente para recibirle con afecto.1
—Buenos días —contestó el segundo, con sus dedos enterrándose en la nuca de
su compañero y un par de yemas deslizándose hasta su mentón para valorar lo
mucho que adoraba aquel par de carnosos labios—. Deberíamos... vestirnos...
¿no crees?
Y acto seguido, la sirena se inclinó sobre su cuello para dejarle unos cuantos
besos. A Tae le gustaba recibirlos, pero encontró cierto encanto en devolverle a
Jungkook todas las sensaciones físicas que la previa noche le había producido.
—Si alguien pasase por aquí, sería divertido que viese a un par de hombres
desnudos —sonrió ligeramente, su aliento acarició la dermis de su cuello antes
de que sus húmedos y sedosos labios se deslizasen por allí, hasta el borde de su
mandíbula.
Jungkook exhaló una risita débilmente, su pecho retumbó bajo el del rubio.
Quería levantarse, pero Taehyung se lo estaba poniendo difícil con aquella
cantidad de mimos.
—¿Cuándo comprenderé que problema tenéis los humanos con la desnudez? —
agregó la sirena, volviendo a mirarle.
—Venga ya —presionó la lengua contra el interior de su propia mejilla—, ¿te
sentirías cómodo si yo fuese por ahí, como Dios me trajo al mundo?2
—Oh —abrió la boca y pareció cavilar sobre el impacto que eso tendría en su
vida—. Aun así, podrías nadar sin ropa. Debe ser más cómodo.
El pelinegro tapó su boca con la mano, con la intención de detener sus
sugerencias obscenas. Taehyung le había salido exhibicionista, y, además, a esa
hora le detectó excesivamente cariñoso y aquello era un auténtico peligro.1
«A no ser que tuviese un mejor plan, como volver a tener sexo en la playa»,
pensó.
En definitiva, Taehyung se hizo el remolón hasta que su compañero decidió
abandonarle. Jungkook se liberó de la manta, se levantó perezosamente y se
pasó una mano por el cabello lleno de arena. Caminó sobre el terreno, agarró
sus boxers y jeans hechos una triste bola en el suelo. Luego se los puso, y
seguidamente estiró los brazos por encima de la cabeza desperezándose. En ese
instante, se fijó en el cálido amanecer que sostenía al sol como una bola de
fuego dorada sobre el agua.2
El rubio siguió sus pasos, si bien él decidió primero vestirse con la ropa interior y
colocarse la blusa. La piel de sus muslos se erizó, agarró la chaqueta vaquera de
Jungkook y la dejó sobre sus propios hombros, para después acercarse al
muchacho. Abrazó uno de sus costados, frente a aquel sereno y susurrante mar
que les observaba como un desierto azul e imperturbable.
Jungkook posó una mano sobre las suyas, cuyos brazos se entrelazaban
alrededor de su cintura.
—Hacía años que no dormía en una playa —murmuró.
Taehyung no dijo nada, frotó su nariz sobre su pecho izquierdo y le estrechó
mimosamente.
—Tengo hambre —dijo más tarde.
—Puedes comer pizza. Quedaron unas porciones.
Su pareja ni siquiera se lo pensó, le liberó de sus brazos y se acuclilló frente a las
cajas de pizza cerradas y manchadas de grasa. Abrió una y robó una de las
porciones sobrantes, fría e intacta. Cuando se lo llevó a la boca, se dejó caer de
rodillas sobre la arena.
—¡Hmnh! ¡Hmmnh! —mugió descubriendo una de las siete maravillas del
planeta.3
Él ya estaba haciendo su lista mental, la cual se decidiría algún día por contarle.
Número uno, los labios humanos de Jungkook; número dos, el sexo; número
tres, la pizza fría por la mañana en una playa desierta.5
—Qué rica. ¡Me encanta!
Jungkook liberó un suave carcajeo, se puso la camisa y luego se la abotonó
echándole un vistazo. Tenían que recoger todo lo que dejaron por en medio, y
estaba seguro de que después podía buscarle a Taehyung algo más
recomendable para desayunar que la pizza de la previa noche. Antes de que
volviese a abrir la caja para buscar una segunda porción de pizza, le dijo que
aguantase su hambre.
—Espera un poco —sugirió, y tiró de la toalla para enrollarla—. Vamos a por
café, hay un veinticuatro horas a un kilómetro. Podemos comprar el desayuno.
Taehyung le ayudó a recoger, aunque estaba muerto de hambre.
—¿No puedo comerme el trozo que queda? ¡Tengo hambre! —reiteró como un
crío.
El pelinegro le miró como si tuviese siete años.
—¿Qué? —Tae hizo un puchero con los labios—. No es mi culpa que mi yo
humano se tenga que mantener con alimentos.
—Será por todos los años que no has podido comer —se burló Jungkook—, eres
como el monstruo de las galletas.1
—¿El monstruo de qué? —saltó, casi ofendido.
El humano sacudió la cabeza, divertido. Se llevaron las cajas, las toallas y
mantas, y una bolsa con restos de comida y otros, que dejaron en el coche.
Revisó su teléfono móvil en lo que Taehyung regresaba de hacer sus
necesidades en otra parte, encontró que tenía varias llamadas perdidas de
Yoongi y entonces sorbió entre dientes. Había olvidado por completo el hecho
de que no le había dicho que pasarían la noche fuera.
«Bueno, todo había sido improvisado», pensó el joven.1
Tranquilamente, le escribió por Whatsapp, y al cabo de unos minutos, Yoongi
respondió e intercambiaron unos cuantos mensajes de texto donde le pidió que
comprase pan, beicon y una docena de huevos para el desayuno. Evitó las
preguntas estúpidas y personales de Yoongi, quien tenía un instinto canino
adivinando que casi parecían haberse fugado para hacer cosas de adultos, y le
dijo que no tardarían demasiado.
Cuando Taehyung regresó al auto, Jungkook se puso en marcha. Pasaron por el
veinticuatro horas, se deshizo de las cajas de pizza y la bolsa de basura en un
contenedor situado junto al local, y antes de entrar a comprar, decidieron
separarse puesto que la tienda quedaba a unos cien o doscientos metros de la
hilera de casas que subía por esa serena calle.
—Voy para allá —se ofreció Taehyung.3
—Llévate esto —Jungkook le ofreció la bolsa con las toallas y el resto de
elementos, pasó una mano por encima de su cabello dorado y despeinado,
adorándole—. Y si Yoongi te dice algo, ignórale.
—¿Crees que Jimin y él se habrán matado?
—¿Durante nuestra ausencia? —ladeó la cabeza y chasqueó decididamente con
la lengua—. Sí. Es lo más probable.
Taehyung se rio un poco, se despidió con un movimiento de mano, echándose
sobre el hombro la pesada bolsa de playa.
—Nos vemos en diez minutos —dijo Jungkook animadamente.3
—Vale, ¡chao!
El rubio caminó en dirección a casa despreocupadamente, tenía una copia de las
llaves de Jungkook en el bolsillo, restos de arena pegada a su piel y un cálido
pálpito en su pecho que reflejaba lo feliz que se sentía esa mañana. Todo era
maravilloso, tanto que, se mareó por el camino. Al principio pensó que era
porque tenía hambre, pero luego descubrió que tenía sed. Mucha sed. Su
garganta se encontraba seca, tenía la cabeza embotada y estaba seguro de que
comenzaba a palpitarle como si fuera una extensión de su pecho.
Cuando llegó a la casa, metió la llave y abrió la puerta débilmente. Dejó caer la
bolsa en el suelo apoyó ambas manos en la mesa de la entrada, buscando tomar
aire y tranquilizarse. No sabía de dónde salía esa repentina sensación, pero alzó
su mirada y se fijó en su propio reflejo, en el espejo de la entrada. Piel canela,
cabello rubio, las mejillas sonrosadas, con los labios abiertos, secos.4
Tragó saliva, pensando que necesitaba agua. Necesitaba mucha agua. Pasó de
largo de la entrada sin ni siquiera cerrar la puerta y fue directamente a la cocina.
Estaba tan sediento, que ni siquiera se percató del intenso y conocido perfume
masculino que de haber sido así, hubiera detectado en el pasillo. Taehyung
atravesó la cocina, agarró un vaso de cristal y luego lo llenó de agua en el grifo.
Cuando se llevó el vidrio a los labios y probó el agua, no se sintió mucho mejor.
«Necesitaba agua en su piel, necesitaba respirar agua», pensó de repente.
Pero entonces escuchó su carraspeo, unos pasos de unos brillantes zapatos
negros con un ligero tacón. Giró la cabeza y le encontró allí mismo. Kim
Namjoon no era una ilusión creada por Jimin; lo supo porque las visiones de
Jimin no tenían olor. Él nunca sentía sensaciones físicas en aquel espacio
onírico.
Y la mirada de Namjoon le provocó una taquicardia, el vaso se le escurrió entre
los dedos y golpeó el suelo fracturándose en una decena de pedazos. Los trozos
afilados permanecieron entre ellos, Namjoon a unos pasos, guardando las
manos en el pantalón de su traje sin corbata. Cabello bien peinado hacia atrás,
porte elegante y adulto. Y él mismo, completamente paralizado, sin palabras, sin
aliento. Sus pupilas clavándose sobre las del humano y cerrando un ciclo que él
mismo había comenzado. La primera vez que se vieron, Taehyung ni siquiera
podía apreciar a un humano. Ahora tenía sentimientos por ellos, deseaba ser
uno y su corazón se había abierto.
Pero no por él. No con él.
No obstante, ya no le tenía miedo.
Ya no temblaría bajo el timbre de su voz humana.
Estaba preparado para enfrentarse.2
—Taehyung —pronunció el hombre, como si fuese un dardo silencioso.
—Namjoon —le devolvió, descubriendo que su nombre no era difícil de
pronunciar.
Y no necesitaba ser adivino para advertir que, ni Yoongi ni Jimin estaban allí.
Tampoco quería saber por qué, o cómo lo había hecho. Pero si les había hecho
daño, pensaba devolvérselo con la misma intensidad con la que su corazón
ahora palpitaba.
—Tú y yo tenemos un asunto pendiente —procedió a decir el humano.
—Diría que más de uno...
Namjoon ladeó la cabeza, entornó los párpados y le echó un vistazo a Taehyung.
su aspecto era juvenil, el de un chico isleño como cualquier otro; pantalón
corto, cabello claro y tez bronceada. Cualquiera le pasaría por alto de no ser tan
exageradamente guapo, con facciones poco usuales para un corriente coreano.
—Sigues teniendo piernas —valoró.
—Bingo.
—¿Aún puedes convertirte en sirena? —formuló seguidamente.
El rubio parpadeó. ¿Qué sabía él de eso? ¿Estaba preguntándole sobre su
transición?
—Sí.2
—Hmnh. Así que es verdad, te enamoraste de él —dijo con un tono grave.
Lo que más le extrañó a Taehyung, fue que no parecía satírico. No estaba
cuestionándole, no parecía irritado. Más bien, curioso y pensativo.
—Sí. Me enamoré de él —pronunció Tae casi en un desafío.
¿Tenía algún problema con su biólogo favorito? Él seguía teniendo colmillos y
pensó en que sus dientes de sirena podían proporcionarle un buen mordisco.
—Trágico.
Namjoon bajó la cabeza, con unas pupilas insondables, indescifrables. Taehyung
percibió cierto recelo en él, el cual se escondía bajo una sutil capa de frialdad.2
—¿Qué es lo que quieres de mí? —formuló la sirena—. No puedo ayudarte a
desactivar un corazón. Morirías. No puedes ser inmortal.
El humano sonrió ligeramente, sus iris conectaron con los suyos unas décimas
de segundo, liberando una chispa de diversión. Retrocedió unos pasos y caminó
tranquilamente por la cocina, hasta apoyar su cadera en el respaldo del sofá,
desde el cual le observó.
—Muy agudo. Seokjin me acusó de lo mismo. Pero os equivocáis, ni por todo el
oro del mundo seguiría vivo más años de los que debo vivir —comentó—. Este
planeta es insufrible.4
Taehyung parpadeó. No esperaba ese tipo de comentario de alguien que lo
tenía todo. O casi todo. No creía que Namjoon fuese ese tipo de pusilánime.
—¿Seokjin te trajo hasta aquí?
—Sí.
El rubio apretó los labios. «Traidor», pensó.
—¿Vas a decirme lo que quieres de mí, o no?
—Taehyung —se cruzó de brazos y le habló con seriedad—, si algo he aprendido
tras estos años, es que las sirenas tenéis la cabeza bien dura. Casi tanto como el
corazón.
—Qué irónico que tú seas igual.
Namjoon soltó una suave carcajada. «Wow. Sabía responder bien. Debía haber
aprendido de Jungkook», pensó el humano.
—¿Qué le has hecho a Jimin?
—¿Jimin?
—¿Dónde está Yoongi? —insistió Taehyung.
Y luego elevó su tono, comenzando a cansarse de todo eso.
—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que has buscado todo este tiempo?
¡Dilo!
Error. Gritarle sólo hizo que Namjoon frunciera el ceño y cerrase su caparazón.
No iba a decírselo a él. Él sólo era una sirena, uno de sus medios para conseguir
lo que fuese que había estado buscando. Pero, si no era la inmortalidad, ¿qué
diablos era? ¿Fama? ¿Popularidad entre los humanos por exponer a la especie
de las sirenas frente a los de su raza? ¿Puro coleccionismo, como si fueran
piezas de exposición? ¿Más dinero?
«No. Namjoon no quería eso», razonó entonces Taehyung. «Namjoon nunca
había querido eso. Quería algo más. Estaba desesperado. Lo vio en sus ojos
aquel día que le interrogó en el acuario, y ahora volvía a verlo bajo la capa de
frialdad y crueldad que vendaba un corazón tan de piedra como el suyo. ¿Amor?
¿Era amor? ¿Era esa desesperación de la que Jungkook un día le habló?».
Fue como un flash, como un bofetón de sol brillante y cegador. No era el tipo de
amor cálido y dorado que él sentía. Eran como esos cristales del suelo, el dolor
por perder lo que uno ansiaba, la poderosa emoción que contrastaba frente a
algo sanador, y que, en contraste, se clavaba en tu pecho, robándote el sueño:
el corazón roto. Tan hecho añicos como un trozo de vidrio lanzado al suelo.
Namjoon había estado enamorado. ¿De quién? Taehyung dio unos pasos hacia
él, impulsado por la curiosidad. Sólo debía tirar de la cortina para verlo bien; y él
mismo iba a contárselo. Él mismo le dejaría ver lo que tenía dentro.
Se acercó tanto, que vislumbró su propio reflejo en los iris del humano. Sólo
entonces apreció el enrojecimiento de sus globos oculares, vidriosos,
ligeramente faltos de sueño. El sufrimiento limaba la aspereza de su alma. Y
puede que Namjoon fuese atractivo para los de su especie, pero de cerca, su
buen aspecto denotaba una distintiva desesperación. No era tan sereno como
se mostraba. No estaba tan equilibrado como había pensado.
—Dime, Taehyung —pronunció Namjoon con una suave voz—. ¿Crees que algún
día recuperaré lo único que me ha importado?
Taehyung sintió su fragilidad, y en un acto premeditado, tomó su rostro y fundió
sus labios con los del humano. Namjoon no pudo distanciarse, pues el beso de
sirena le impidió evitarlo, y el hechizo de sus suaves labios, le obligaron a abrir
las compuertas de su mente a un nuevo huésped infiltrado.16
La presión de la boca de la sirena buscó la respuesta a sus preguntas,
deslizándose lentamente en el interior de su mente. Lo que vino durante ese
beso, sólo fue como un telón roto, corriéndose hacia un lado para mostrarle sus
más vívidos recuerdos. El susurro de una voz femenina, el tacto de unas yemas.
No necesitó buscarla demasiado. Las capas de su mente pasaron como páginas
bien escritas en su alza, sujetó su rostro y profundizó en sus labios para leerle
mejor:
»Namjoon fue un joven alegre en la universidad. Tenía el cabello de un gris
claro, tintado. Su sonrisa era amplia y brillante. Su familia acomodada le facilitó
las cosas, pero sin duda, la universidad fue una etapa resplandeciente en su
vida. Amistades, estudios, una novia humana. Era carismático, no llegó allí con
trampas. Le apasionaba el mar e invirtió su pasión en sus estudios. Seokjin
siempre estuvo a su lado; incluso cuando perdió a su madre a los diecinueve. Su
joven amigo estaba obsesionado con la mitología, era un ratón de biblioteca,
con los libros pegados a las manos, sin demasiados amigos, y sin acudir a
ninguna de las fiestas universitarias. No tenía remedio. Hoseok era mucho más
despampanante, con él se emborrachaba y cometía locuras, como lanzarse
desde una ladera al agua sin ropa.
»En una ocasión, Jin le agarró del brazo y le arrastró lejos de allí, recordándole
lo peligroso que era si se golpeaba contra las rocas. ¿Es que no podía pensar en
su familia? ¿En que su padre sólo le tenía a él? ¿En que ya tenía veinte años?
»Luego de la universidad, Hoseok se dedicó a las expediciones y tuvo su propio
grupo y equipo profesional gracias a la financiación de Namjoon. Le encantaban
las islas y Geoje le pareció un buen lugar para comenzar con la construcción del
Gran Acuario. Mientras tanto, Seokjin se sacó tres doctorados. No le vieron el
pelo en dos años, hasta que un día le asaltaron en una conferencia sobre
estudios de la corteza terrestre y las profundas grietas sumergidas en los mares
del este. Los tres tomaron demasiadas cervezas esa noche y Seokjin les mostró
el mayor tesoro que había guardado en uno de sus viajes por Europa: un
maravilloso tomo escrito hace miles de años.
»Aún estaba estudiando el significado de las runas y el viejo idioma para
identificar su contenido. Pero hablaba de seres sobrenaturales; especies
marinas nunca encontradas, rituales que parecían mágicos, armas sacadas de la
mitología. Bestias inmundas. Tesoros inestimables. Sirenas.
»—¿Sirenas? Las sirenas no existen —la voz de Namjoon sonó como un eco en
su cabeza.
»Hoseok estaba de acuerdo con su afirmación. Aunque Jin tenía una ubicación
concreta: unas coordenadas situadas en el Mar del Este, el místico Mar de
Japón.
»—Si lo hacemos, necesitaríamos un equipo muy profesional para sumergirnos
—Hoseok puso las manos sobre la mesa, sobre un mapa arrugado de la
península y sus mares colindantes—. Ni siquiera estoy seguro de que lleguemos,
necesitamos un submarino preparado para altas profundidades, microcámaras
con visión térmica, y un presupuesto. Un gran presupuesto.
»Taehyung quería saber más sobre sus planes, pero la mente de Namjoon le
arrojó a una orilla muy distinta. Mucho más tarde, meses después, en una
taciturna noche junto al puerto de Busan; Namjoon llevaba más de una cerveza
encima, por su estado anímico y el dinero desembolsado, Taehyung supo que
aquello se lo tomaron mucho más en serio de lo que debería.
»El océano era como el espacio, y ellos, unos astronautas de las profundidades.
El océano era un terreno salvaje e inexplorado en el que habían invertido los
dos últimos años de su vida, sin parar, hurgando en sus grietas y misterios,
investigando pergaminos, cuevas, cortezas submarinas y criaturas
inimaginables. Cualquiera pensaría que estaban locos; sus trabajadores sabían
lo mínimo, pero Hoseok y Seokjin tenía fotografías. Las protagonistas de estos
archivos podrían ofrecerles millones de wons a cambio de información. Pero las
imágenes parecían tan ficticias, que nadie les creería. Eran criaturas largas,
gráciles e híbridas, captadas a muchísimos kilómetros de la superficie terrestre.
Mitad pez, mitad humanas. Con formas masculinas y femeninas, de una belleza
peligrosa y difícil de desprenderse. Metieron sus narices donde no debieron, y
habían sufrido el ataque de un puñado de ellas sobre su último vehículo
submarino. Estaban enfadadas, hambrientas, como leones detrás de unas
gacelas con piernas.
»Seokjin no cerraba la boca por sus estudios, quería confraternizar con ellas.
Hoseok y su equipo de submarinismo estaba hasta las cejas de trabajo, tenían
miedo por volver a esas profundidades donde vieron mucho más que sirenas, y
criaturas de una belleza no tan frágil. Namjoon no estaba muy seguro de en qué
terrenos pantanosos se estaban metiendo, pero esa noche, mientras caminaba
por el puerto, escuchó una preciosa canción.
»No pudo resistirse. Fue hasta ella y la encontró con sus ojos. Ella quería
matarle. Por supuesto que quería. El humano curioso, de sed insaciable y planes
remotamente misteriosos. Las sirenas odiaban a los humanos y su equipo de
investigación había sido considerado como una amenaza por las de su estirpe.
»Pero cuando se vieron, cuando se miraron a los ojos; Namjoon se enamoró. Y
ella se vio arrastrada a un destino incierto cuyo corazón helado deseo romper el
iceberg que lo envolvía.
»Una sirena. Una hermana. Taehyung reconoció su cola verde y brillantes
escamas esmaltadas. Su tonalidad era como el bosque profundo y oscuro que
observaba con sus ojos desde la superficie. Como la esmeralda más intensa y
pura. Y el cabello tan negro como la noche, de ojos atrapantes, que robaron el
corazón de Namjoon tan pronto como su canción cesó esa noche.
»Y durante meses, fue a verla a ese mismo lugar. Era un secreto. La pequeña y
sinuosa criatura, la sirena que se acercó una vez para atraerle con su canto y
hundirle en las profundidades, sólo mostró curiosidad, delicadeza, interés.
Inteligencia. Logró hablar con ella, se vieron en lugares distintos, se conocieron.
Se convirtió en la pequeña perla a la que Namjoon adoró, y él contaba los
minutos y las horas para volver a verla.
»Le entregó su corazón a consciencia y cuando tuvo piernas, se la llevó a su
hogar para consumar la extraordinaria pasión que sintió por el amor de su vida.
Creyó que sería humana. Y durante semanas, ella también lo creía. Pero por
algún motivo, su ilusión se desvaneció como esa fina espuma que arrastraban
las olas.
»Su corazón eligió la mar. Su cola retornó. Sus entrañas se enfriaron y el amor
por el humano se extinguió como esas brasas que quedaban al final de una
pequeña hoguera. Y lo próximo que vino, cuando la perdió para siempre, fueron
las noches en vela.12
»Días de tormento, noches sin luna llena. No sintió nada parecido. Sin presente,
sin futuro. Con un pasado que necesitaba arrancarse para seguir viviendo. Pero
no podía hacerlo. No sin ella. No sin su sirena. Mandó equipos de búsqueda, dio
caza a las sirenas. Conocía la ubicación de uno de los nidos, y envió dos equipos
con redes y otros tantos métodos, preparados para atraparlas. La quería. La
necesitaba de vuelta. Quería gritarle, preguntarle por qué le había abandonado,
¿fue una mentira? ¿Tan pronto se había olvidado? ¿Por qué le abandonó de esa
forma?
Taehyung extrajo suficiente información de sus labios como para querer llorar,
podía sentir su corazón fracturado, su alma torturada en el profundo pozo de su
mente. Y entonces, llego lo que más ansiaba saber.
»Nerissa llegó al acuario la misma noche en la que Namjoon planeó acabar
consigo mismo. Las instalaciones personales de su apartamento quedaban
sobre el fondo marino, dentro del lujoso complejo. Y sólo unos días antes de
capturar a Taehyung, ella sedujo al humano con una proposición bien sencilla:
»—Tráeme a una sirena —dijo—. Y yo traeré a la tuya.
»—Su corazón eligió el mar —expresó Namjoon—. No puedes hacer que desee
estar conmigo, criatura.
»—Entonces, consígueme a más sirenas y yo enfriaré tu corazón —ofreció—.
Dejarás de sentir, para siempre. Ni siquiera volverás a amarla; es más, no
amarás a nadie. A nada. Vivirás en paz, sin ese dolor que te perfora cada día.
»Namjoon aceptó el trato, pero Nerissa entró en su mente a cambio. Se
introdujo en su cabeza, afianzó la desesperación y crueldad de sus actos. Le
ofreció un débil hechizo para enfriarle, lo justo para no percibir sus emociones y
desligarse temporalmente de su auténtico raciocinio. Ella quería sirenas; y él, un
corazón helado. ¿Qué podía salir mal?
»Trató de utilizar a Taehyung para que llamase a sus hermanas. Sabía que no
funcionaría, las sirenas tenían la cabeza dura. También pensó en que él podría
llamar a su viejo amor, pero dudaba en que apareciera. Y cuando Taehyung
desapareció de ese acuario, Nerissa le volvió loco. Le arrancó la capacidad para
soñar y le torturó con visiones del océano. Una boca tragándole, el agua
arañando sus tobillos, sirenas estrangulándole. Estaba volviéndole loco. Y para
colmo, había alejado de su vida a las dos únicas personas que una vez fueron sus
amigos, Hoseok (a quien detestaba por haberse revelado meses atrás contra él y
sus métodos), y a Seokjin, quien no tenía ni la más remota idea de qué diablos
estaba ocurriendo.
Taehyung soltó sus labios, detuvo el beso y respiró sobre estos con los ojos
llenos de lágrimas y los dedos temblorosos. Namjoon lo había visto todo, como
un mero espectador de su propia vida mientras otro indagaba en su corazón y
memoria. Cuando se miraron, los dos tenían los ojos vidriosos. Vio a Taehyung
compadecerse y en un acto cercano, una de sus yemas barrió la brillante lágrima
de sirena, que se deslizó por la comisura de sus ojos.
—¿Crees que podré dejar de sentirlo? —murmuró con suavidad.
El rubio abrió la boca, tomó aliento y sintió una profunda lástima por él. Quería
decirle que aún estaba a tiempo de enmendar sus actos, pero un fuerte ruido le
distrajo. Los dos giraron la cabeza y encontraron a Jungkook.19
El joven aparcó el coche frente al garaje instantes antes, se sorprendió porque la
puerta de la casa estuviese abierta, atravesó la entrada y en el marco de la
puerta del salón, les encontró besándose. La bolsa de la compra que hizo cayó al
suelo, él retrocedió unos pasos con los ojos muy abiertos. Su corazón zumbó en
su garganta con fuerza, casi atragantándole. No podía creerse lo que había visto,
lo que había oído.12
¿Taehyung y Namjoon? No podía ser cierto.
—Jungkook —respiró Taehyung, levantó las manos en su dirección, advirtiendo
la repentina punzada de dolor que atravesó su rostro—. No es lo que crees.
Espera.
Los iris castaños del pelinegro fueron hasta Namjoon, cuyo rostro parecía
desecho, oscuro, receloso, con labios rosas por el apasionado beso que
segundos antes vislumbró compartir con Taehyung. Jungkook le dio la espalda y
salió de allí precipitadamente. No quería escucharle. No podía. No después de
contemplar cómo la persona que amaba besaba al ser humano que más había
despreciado en su vida.
Capítulo 24: Un enemigo común.
Taehyung nunca había visto esa mirada en Jungkook. Y ahora, él era el
protagonista de una inesperada traición. Cuando se largó, Tae sintió como si
algo muy doloroso le estrangulara. Corrió tras él dándole de lado a Namjoon, y
aun con los ojos llenos de lágrimas, atravesó el porche llamando su nombre
numerosas veces.2
—¡Jungkook! ¡Jungkook!
Su corazón palpitaba con tanta fuerza, que volvió a marearse como lo hizo
antes. Tenía la boca seca, un ligero sudor en la nuca y la vista se le emborronó
durante segundos. No estaba seguro de si era por la tensión, o por aquella sed
desconocida, atacándole implacablemente.1
A metros de él, Jungkook dejó de correr por la playa y se inclinó sobre sus
propias rodillas. Tenía ganas de llorar, de vomitar, y el pulso cegaba sus
emociones, centrándola en sólo una: rabia.2
Taehyung llegó hasta él y agarró su brazo con un jadeo.
—No es lo que crees —repitió—. ¡Estaba leyendo su mente! ¡Quería saber sus
planes!
Jungkook se deshizo de su agarre.
—Ha venido a por ti, ¡escuché lo que dijo sobre sus sentimientos!
—Jungkook, ¿es que eres estúpido? —le gritó el rubio, y luego de que se
incorporaba con aquella ira en sus ojos, agarró sus hombros—. ¡Sabes lo que
siento! ¡Sabes que estoy enamorado de ti!6
Los dos jadearon por el sprint y el nerviosismo, el azabache también tenía los
ojos llenos de lágrimas. Estaba confuso, tenía miedo, nunca había tenido tanto.
Le costó una barbaridad entender sus palabras; tenía razón en algo. Taehyung
podía leer la mente de alguien a través de sus labios, pero verle besar a
Namjoon fue asqueroso.
—Sé todo —respiró Tae, luego tragó saliva y soltó sus hombros—. Y ahora lo sé,
ya no va a hacerme daño, no ha venido solo...
El pelinegro desvió la mirada, sus lágrimas se derramaron silenciosamente y con
el puño de la camisa trató de apartarlas. Aún le dolía el pecho. Todavía se sentía
confuso.
—Jungkook...
No volvió a mirarle, le escuchó sorber sus lágrimas y controlar su respiración.
Taehyung se sintió muy triste por su reacción. ¿Tanto pavor tenía por perderle?
¿Por qué su amor no fuese real? Ahora lo comprendía, y sabía que, en el fondo,
Namjoon sentía exactamente lo mismo que Jungkook.1
—Él piensa que nos pasará lo mismo —dijo Taehyung en voz baja—. Que
volveré al mar, que mi corazón no te elegirá. Cree que todas las sirenas vuelven,
tarde o temprano. Que sólo es una ilusión que se desvanece, como intentar
atrapar el agua entre los dedos.
El humano no dijo nada. Aquello no ayudaba ni una pizca, pero después de sus
palabras, Taehyung abrazó su espalda como lo hizo esa misma mañana tras
compartir una noche juntos.
—¿Cómo puedes pensar que yo te haría daño así? ¿No confías en mí...? —
expresó tras su oreja—. Mis sentimientos por ti son reales.4
Jungkook necesitó unos minutos para serenarse, sentía que era verdad. Quería
creerlo. Tenía pruebas fehacientes de ello. Cuando Taehyung deshizo su abrazo,
volvió a mirarle, y descubrió que estaba mareándose. El rubio se tambaleó
ligeramente y una de sus rodillas se posó en el suelo.4
—Taehyung, Tae —repitió Jungkook, inclinándose, con la palma sobre su
espalda—. ¿Qué pasa?
—N-no lo sé... m-me palpita la cabeza...
Jungkook le ayudó a incorporarse cuidadosamente, sus iris se encontraron a
unos centímetros y la sirena detectó cómo sus dedos aun temblaban.
—Estás destemplado —valoró su temperatura, posando una mano en la frente
del rubio—. ¿Es por usar tus poderes?
—No... no lo sé...4
Tomó su rostro mientras Taehyung parpadeaba, le miró de cerca, inclinando la
cabeza.
—Lo siento —musitó Tae con un hilo de voz—. Era la única forma de saber la
verdad.
El azabache apartó de su mente aquel beso, le estrechó con cierto recelo,
pensando en que le protegería de él si era necesario. Jungkook aún no sabía la
realidad, ni nada de lo que había pasado. Ni siquiera sabía por qué estaba allí,
cómo había llegado o por qué se encontraba dentro de su casa. Justo en ese
momento, Yoongi llegó hasta ellos.
—Yo... también lo siento...2
—¡Chicos!
El pelinegro giró la cabeza y sus ojos no sólo se toparon con él, sino con Hoseok
y Seokjin, quien les seguían.
—Jungkook —pronunció el mayor.
—¿Por qué estáis aquí? —formuló directamente sin soltar a Taehyung de sus
brazos.
Casi fue un reflejo protector. No permitiría que se lo llevasen si era lo que
habían venido a hacer.
—Yo tampoco podía creerlo, pero debéis escucharles —dijo Yoongi.
—No es lo que piensas, Namjoon no hará nada estúpido —aseguró Seokjin,
como mediador.
—Esperamos —bromeó Hoseok, rascándose la nuca—. Aunque si aún no me ha
estrangulado a mí, vosotros tenéis esperanza de vida.3
—¿Por qué tienes un golpe en la mandíbula? —dudó Taehyung.
Seokjin se pasó una mano por ahí, sintiendo un ligero dolor que con el paso de
las horas se haría más notable.
—Oops —dijo Yoongi.7
Luego se reunieron en la casa de los chicos para poner los puntos sobre las íes.
Jungkook se reencontró con Namjoon y las chispas saltaron entre ellos. El
pelinegro no tenía ningún tipo de pudor a la hora de demostrar en una fija y
dura mirada que no era bien recibido ahí, en su casa. Ya se habían encontrado
en una ocasión, y él, como empleado de su acuario, bajó la cabeza como un
buen siervo. Ahora todo era muy distinto.2
—Bien, estamos reunidos por diversos motivos —comenzó Seokjin—. Sé que
merezco el puñetazo de Yoongi, y creedme, Hoseok no estaba de acuerdo en
venir hasta aquí, pero necesitamos parar a algo más fuerte que nosotros y para
eso, es necesario que las sirenas nos ayuden —posó los iris sobre Namjoon—. Y
tú, deberías...
Namjoon ya sabía lo que iba a decirle: debía disculparse. No era como si
tuviesen cinco años, realmente una de sus disculpas no encajaba allí, pero, al
menos deseaba explicar sus motivos.
—Nerissa contactó conmigo hace algunos meses. Es un mítico ser de las
profundidades. Llegamos a un trato, si yo le entregaba una sirena, ella me daría
algo a cambio —expresó el hombre, apoyó la espalda en la pared del porche y
se dio una pausa—. Ahora está enfurecida. Tuve que marcharme de la isla, pero
me siguió hasta Busan.
—¿Nerissa? —repitió Yoongi.
—Se metió en mi cabeza y tengo visiones cuando estoy lejos del agua. La última
vez, traté de ahogarme.
—Como Jungkook, cuando estábamos en ese yate —conectó Taehyung.
—Pero eso era por el poder de Jimin —justificó el pelinegro—, él me hizo creer
que...
—Espera, ¿por qué tiene el poder de entrar en vuestras cabezas? —interrumpió
Yoongi, y señaló a Namjoon directamente—. ¿Por qué tiene poder sobre ti?
—Porque le hice una promesa, firmé un contrato.1
—¿Un contrato? —repitió Jungkook en voz baja.
—Ella helaría mi corazón a cambio de una sirena. Y si no, podría quedárselo.4
Jungkook parpadeó.
—¿Para qué querría un ser de las profundidades un corazón humano?
—Para estar vivo —contestó Seokjin, todos giraron la cabeza hacia él. Guardó
las manos en los bolsillos y se humedeció los labios—. Creemos que los seres
como Nerissa no son como las sirenas. Ellas tienen un corazón inactivo,
congelado, como queráis llamarlo. Los seres como ella, no tienen facultades
para sentirse humanos.
—Cecaelias.
Yoongi fue el que pronunció aquella especie, todos se quedaron perplejos,
incluso Seokjin, quien jamás había escuchado ese nombre. Taehyung fijó las
pupilas sobre él, reconociéndolo de inmediato. Hacía miles de años que no
había visto a una.
—Eh, no lo digo yo —Yoongi alzó las manos en son de paz—. Lo dijo Jimin. Se
largó hace como doce horas, dijo que haría una ronda alrededor de la isla para
ver si encontraba algo. Me explicó que las cecaelias salían en su libro, eran
mitad calamar y muy peligrosas.
—Mitad pulpo —corrigió Taehyung, aunque eso Yoongi ya lo sabía—. Y sí, son
peligrosas, pero creía que se encontraban extintas.
—¿Y por qué tendríamos que ayudarte contra esa cecaelia? —cuestionó
Jungkook con dureza, dirigiéndose a Kim Namjoon—. ¿Por qué tendría que
creerte, si quiera?
Namjoon bajó la cabeza.
—Es cierto —afirmó la sirena en voz baja—, pude verlo cuando le besé. Vi a
Nerissa.3
Todos se quedaron atónitos por la mención del beso. Y Jungkook puso los ojos
en blanco.
—No tenéis por qué hacerlo... —reconoció Namjoon, con cierto orgullo.
—Pero yo os lo pido —expresó Seokjin inmediatamente—, y Hoseok también. Y
él —señaló a Namjoon con la cabeza—, aunque sea un cabeza hueca. Su vida
está en peligro y también la de Taehyung, por hallarse en transición.
—Apuesto a que prefiere a Jungkook —se aventuró Yoongi.
—Es probable, algo me dice que a Nerissa le gusta los humanos que persiguen
amores imposibles —suspiró Jin.1
Jungkook quería enviarles a la mierda. Pero en ese momento, Taehyung
entrecerró los ojos, con los iris puestos sobre Namjoon.
—Dime algo, Namjoon —pronunció la sirena—. ¿Cuál era su nombre?
Le costó pronunciarlo, casi se le atragantó y volvió su garganta áspera.
—Sylene.
—Lo haré por ella —dijo entonces—. Porque a pesar de que Sylene regresase al
mar, no querría que perdieses tu vida por ella.
Jungkook descubrió en ese momento un nuevo dato que ninguno había
pronunciado. ¿Namjoon había estado enamorado de alguien? ¿De una sirena?
Sólo entonces, sintió cierto pesar por el hombre, pese a que no cayese
demasiado en gracia.1
—Las promesas, los contratos con cecaelias pueden ser realmente peligrosos —
prosiguió Taehyung.
—Bien, equipo de extracción preparado —Hoseok esbozó una sonrisa, y Yoongi
soltó una carcajada—. ¿Cómo la detenemos?
—Debemos acabar con ella —dijo una nueva voz.
Giraron la cabeza y encontraron a Jimin. Yoongi abrió la boca, el joven rubio aún
tenía el cabello ligeramente húmedo, la ropa que llevaba fue la que abandonó
junto a la orilla y se encontraba salpicada de arena, pero con un par de piernas
firmes.
—¿Y tú quién eres? —dudó Hoseok.1
Namjoon tampoco reconoció a Jimin, por lo que le contempló dudoso.
—Él es nuestra bomba de relojería. Nuestro as en la manga, nuestro guerrero
celta con cola de sirena —bromeó Yoongi.8
Y Jimin, contra todo pronóstico, dijo:
—Y el líder del grupo.2
—Eh, eso debería ser por votación popular —se quejó Jungkook.
—¡Jimin! —Taehyung se acercó para abrazarle—. ¿Estás bien? No tenías que
haberte ido.
—Estoy bien, no he visto para, pero sí detecté su aura —contestó—. Veréis
acabar con una cecaelia no es fácil, pero podemos tenderle una trampa.
—¿Una trampa? —Seokjin se mostró interesado.
—Quiere el corazón de Namjoon, pero también podría matar a Taehyung
debido a que está en transición y es vulnerable —expuso Jimin—. En cuanto a
Jungkook, él también puede ser un buen cebo, y sin duda, creo que es a quién
deberíamos utilizar para atraerla.
—No, no —replicó Taehyung, agarró la mano del pelinegro de forma
protectora—. Jungkook no. Yo puedo atraerla con mi voz.
—Vale, pero ella no debe saber que estamos con estos de aquí —señaló al trío
de Namjoon, Seokjin y Hoseok—. Nos ubicó en aquel yate y me utilizó contra
vosotros; quería el corazón de Jungkook como recompensa. Y seguirá
intentándolo.
Detuvieron la conversación ahí, cuando Yoongi les sugirió que entraran en casa
para hablarlo más tranquilos. Jimin quería investigar el tomo de Seokjin (si es
que lo llevaba encima), e intentar elaborar un plan. Cuando entraron en casa,
Tae volvió a sentirse mareado.
Jimin pestañeó, tocó su frente y suspiró.
—Es la transición.2
—¿Cuánto tiempo tengo?
—No lo sé, pero... quizá lo de Nerissa te ponga demasiado en peligro...
—¿Volverá a ser una sirena? —preguntó Seokjin, en voz baja.
Jimin quiso responderle que sí, pero se quedó callado; generalmente, ninguna
sirena superaba la transición. Y él esperaba que así fuera, pese a todo.2
—¿Quieres que te traiga agua? —le dijo a Taehyung, y acto seguido se levantó
para agarrar un vaso.
Yoongi barrió los cristales de la cocina y mientras Jimin conseguía el tomo de
Seokjin —en esta ocasión, sin enfrentamientos—, Jungkook regresó al porche
para tomar aire. Sentía una extraña presión en el pecho, se sentía mal por la
previa discusión con Taehyung. Creyó que no debió haber desconfiado de él,
pero no pudo evitar tener miedo. Y ahora, seguía preguntándose por qué sentía
que todo su mundo acabaría a la vuelta de una página.6
Namjoon empujó la puerta con una mano y se aproximó al muchacho.
—Sé que no empezamos con buen pie —habló tras su espalda.
Jungkook reconoció su voz.
—Con buen pie... —su voz ironizó, luego apoyó las manos en la barandilla de
madera y bajó la cabeza con un resoplido.
—¿Qué hubieras hecho tú, de haber sido yo?
El pelinegro giró la cabeza, con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurrió? —formuló el más joven—. Con Sylene, ¿qué pasó con ella?
—Volvió al mar —declaró Namjoon.
Jungkook alzó ambas cejas, su garganta se volvió rasposa.
—¿Y...?
—Nunca más volví a verla.
El pelinegro tragó saliva; si ese era el motivo porque el que había removido el
mar, aprisionado a una de las sirenas, hecho un pacto con un ser místico y
peligroso, odiaba reconocerlo, pero lo entendía. Entendía su estupidez.
—Odio parecerme a ti.
Namjoon le miró con escepticismo.
—¿Elegante, millonario, sexy?18
—Sexy —dijo Jungkook con sarcasmo—. Pero yo nunca hubiese convertido en
mi mascota a una.3
—Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado
—citó el segundo a William Shakespeare.
—No. Ahora lo sé, Kim. Cuando se ama demasiado, no se ama lo suficiente.
Namjoon apretó los labios y le siguió con la mirada. Jungkook dio unos pasos
hacia él.
—Eligió. Si la quisiste, déjala ir—le aconsejó Jungkook.1
—Y tú, ¿dejarías ir a lo único que has amado?
El pelinegro le observó fijamente. Pensar en eso le hacía daño, pero sabía que
sí.1
—Mira quién vino contigo —indicó el más joven—. Hoseok, Jin, están aquí por
ti. Eso también es una forma de amar, sea el tipo de amor que sea. No puedes
tirarlo todo por la borda.
Namjoon comprendió a lo que se refería. Después de todo, mentiras piadosas,
planes a las espaldas, y discusiones, ellos seguían ahí, tratando de solucionar lo
que una vez comenzaron. Y Jungkook se ganó el respeto de Kim Namjoon ese
día, pese a que a ambos les costó un poco confraternizar, sus historias se unían
en un mismo punto; amar a una sirena.
—Debemos trazar un plan —enunció Jungkook en cuanto entró en la casa,
seguido de Namjoon—. ¿Cómo podemos capturar a Nerissa?
—Necesitamos un lugar cerrado donde atraparla —dijo Seokjin.
—Sé de un lugar en la isla —expresó Jimin—. El volcán no está activo y en el
interior de la montaña hay una oquedad bastante amplia, con agua. Encontré la
entrada hace años, Jungkook podría atraerla y ella tomará la entrada sumergida.
—¿Y cómo entramos nosotros? —dudó Hoseok.
—Sé por dónde hacerlo —intervino Yoongi—. Hace un mes, estuve por allí.
Generalmente, inspeccionamos zonas de la isla que conectan con el mar. Es un
lugar bastante rocoso, pero por la entrada cabe perfectamente una persona.2
Los chicos se mostraron decididos.
—Bien, si la atrapamos, tendremos diversas formas de acabar con ella —
prosiguió Jimin—. Robarle su caracola mística, matarla o diseccionarla.6
Todos le miraron como si fuera un psicópata.1
—Cielo, sé que eres un sádico. Pero estás en público —farfulló Yoongi con
encanto.9
—¿Su caracola...? —Jungkook tuvo malos recuerdos de eso.
—No te preocupes. Ahí está todo su poder, así como el contrato con Kim —
contestó Jimin, cerrando el libro—. Se romperá si la lanzas contra el suelo. Las
cecaelias guardan toda su magia ahí, ni siquiera podrá volver a hablar sin esa
caracola.2
—Joder, voy a abrirme una cerveza —declaró Yoongi, marchándose hacia la
cocina—. Tengo al tío más rico de la isla en mi casa. Socorro.8
En ese rato en el que determinaron un plan, Jungkook notó a Taehyung con mal
aspecto. Hoseok dijo que podían instalar un sistema donde bloquear la oquedad
de la caverna, una vez que la cecaelia llegase. Seokjin sugirió dormirla o utilizar
algún producto en el agua para sedar a la criatura, pero Jimin dijo que lo
detectaría; ese tipo de seres tenían buenos sentidos. Él sugirió matarla
directamente, sin embargo, todos parecían más convencidos con la idea de
destruir solamente la caracola.1
—Una vez que esté desprotegida, se largará. No regresará. Sin la caracola, y sin
la voz de una sirena, es débil —aseguró Jimin—. Probablemente tenga ese
artefacto desde hace cientos de años, puede que más. Ya no existen. Ni siquiera
su raza sobrevivió con el paso de las eras.
—Me muero por ver al calamar —reiteró Yoongi desde la cocina.
—Bien, ¿cuánto tiempo tenemos? —formuló Hoseok—. Si me dais veinticuatro
horas, podríamos instalar un buen sistema para cerrar esa caverna. La
atraparemos allí.
—No, no tenemos veinticuatro horas —negó el ojiazul y señaló a Taehyung.
Su hermano se inclinó sobre sus propias rodillas, con un jadeo extraño.
—Taehyung, ¿estás...? —murmuró Jungkook.
—E-estoy bien. N-no pasa nada —mintió, con una profunda náusea.
—Está casi al final de la transición —observó Jimin—. Tendremos que hacerlo
hoy, antes de que su corazón se enfríe. O estaremos sin su ayuda.4
Jungkook miró a Jimin con una punzada de dolor. Durante la siguiente hora, los
chicos se repartieron el trabajo. Namjoon llamó a alguien por teléfono para
conseguir el material que necesitaban. Seokjin hizo una lista y redactó su plan, y
Hoseok y Yoongi tomaron dos coches para recoger los materiales en una nave
industrial de la ciudad de Geoje, y así poder ponerse en marcha esa misma
noche. Los dos últimos salieron de la casa al atardecer, Seokjin y Namjoon se
sentaron en el porche, organizando el plan con Jimin.
Y Taehyung pudo descansar un rato, junto a Jungkook. El rubio se hundió en su
abrazo y cerró los ojos. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, quería
detener el tiempo y volver a la noche de antes.1
¿Por eso había escuchado palpitar el océano, la noche de antes? ¿Estaba
relacionado con su transición? Tenía miedo. No quería irse. De alguna forma,
pensaba que no lo haría, pero no había podido almorzar nada después de aquel
repentino brote de hambre en la mañana. Ahora, su estómago se encontraba
totalmente cerrado y su temperatura era extraña.
—¿Quieres que te traiga algo? —preguntó Jungkook en voz baja.
Él negó con la cabeza.
—Quédate conmigo —le pidió.
—No iré a ningún lado.
—Si esa cecaelia te hace daño...
—No te preocupes, nos desharemos de ella —le aseguró el azabache, luego le
estrechó delicadamente y se preocupó por él—. Y superarás la transición.
Tae sonrió débilmente.
—No te quites el anillo. Puedes utilizar el cristal, recuérdalo.
—¿Serás una sirena?
—No. Jimin me dijo que él atraería a Nerissa a la cueva. Cree que es mejor así —
expresó Taehyung—. Me quedaré en forma humana.
En la noche, Jimin se reunió con los chicos cerca de la montaña. Dejaron varios
coches cerca de una entrada rocosa, en un claro rodeado de árboles. Hoseok se
encendió un cigarro una vez que Yoongi, él y Seokjin terminaron la instalación
de un sistema de bloqueo en la caverna.
—Allí dentro hacer calor —sopló Hoseok. Se había cambiado de camiseta y tenía
los pantalones empapados por haberse metido en el agua.
Jimin salió de la caverna y vio a Yoongi de soslayo. El humano le hizo una señal
con la cabeza, para que le siguiera. Los dos se alejaron de Hoseok y Jin.
—¿Crees que saldrá bien? —le preguntó Yoongi en voz baja.
—No lo sé.
—Jimin, no puedes decirme no lo sé, Taehyung está sufriendo estragos por la
transición y vamos a enfrentarnos a un ser marino, caníbal y con poderes
ancestrales.
—No podrá utilizarme contra vosotros —Jimin detuvo sus pasos junto a unos
árboles—. Tú tienes mi cristal y no servirá contigo. Tranquilízate. A Taehyung no
le va pasar nada; jamás lo permitiría.
—Vale, pero a mí me preocupa más Jungkook.
—¿Jungkook?
—¡Vamos a utilizarle como carnada contra ese calamar!
—¡Pulpo!
Yoongi le agarró por los brazos como si fuera un idiota.
—¡Qué importa! ¡Tiene tentáculos y más de mil años!
Jimin presionó inesperadamente sus labios sobre los del pelinegro. Yoongi abrió
los ojos como platos, luego los entrecerró lentamente, y de un momento a otro,
sintió su corazón bombear en la garganta. Cuando el rubio le soltó, se relamió
los labios.17
—No está mal.
—¿Q-qué haces? —soltó Yoongi con voz rasposa.
—Comprobar que no siento nada —suspiró Jimin—. Estaba asustado, no me
apetece perder mi inmortalidad.6
Yoongi le miró mal. Fatal.
—Te absolutamente odio.
—Oh, ¿has oído eso? —teatralizó Jimin—. Es el sonido del viento, ¿o ha sido un
mosquito molesto?3
El humano hinchó las fosas nasales. Sí, Jimin era insoportable.
—La próxima vez que quieras saber si sientes algo, dime que yo lo intente.
Jimin esbozó una sonrisa socarrona.
—¿Por?
—Porque no sabes cómo es un buen beso, criatura. Eres lo más frío, insulso y
molesto que he conocido —masculló Yoongi, pasándose una mano por el pelo—
. Ni lanzándote a un volcán calentarías a alguien por dentro.1
—Oh —asintió la sirena, mirándose las uñas—. Ya. ¿Y qué más?
—Te mueres de aburrimiento. No caeré en tu estrategia.
—No entiendo por qué hablas tanto.
—Cállate tú, mejor —sugirió Yoongi.
—No.
—Nnnnooo —mugió Yoongi, burlándose de él.
Comenzó a caminar y pasó de largo. Jimin no pudo evitar seguir sus pasos.
—Y no soy tan frío —soltó ofendido.
—Sí que lo eres, eres un témpano de hielo.
—¡Que no! —la sirena tiró de su manga y Yoongi se dio la vuelta.
Lo siguiente que pasó fue extraño, Yoongi tomó su rostro, rozó su nariz con la
suya y entrecerró los ojos. Jimin se quedó muy quieto, con una importante
carencia emocional. Tragó saliva y miró sus labios.3
—¿Vas a besarme o no?1
—No —contestó Yoongi con un timbre bajo—. Jungkook me dijo que los besos
de sirena eran peligrosos.
—Inténtalo.
—¿Qué...?
—Dijiste que te lo pidiera. Inténtalo —reiteró Jimin.16
Yoongi enterró los dedos en su nuca y le besó sin pensárselo. Su beso fue
profundo, pero sin rozar el descaro, su cerebro no razonó nada durante unos
segundos. Llevaba tiempo sin besar a alguien, y hacerlo con Jimin le produjo una
extraña química que le gustó más de lo esperado. Cuando se soltaron, se
miraron a medio metro de distancia, con la respiración entrecortada y el
corazón de Yoongi palpitando bajo la tráquea. Jimin no tenía pulso, no obstante,
pensó que Yoongi le había besado mejor de lo que le besaron otros en esos
noventa años entre mar y tierra. El rubio tragó saliva y se quedó paralizado.5
—Sabes —comenzó Yoongi—; no puedo dejar que una vorágine me arrastre,
como a Jungkook y a Namjoon les ha pasado. Yo no soy sencillo y tú tampoco.
—¿Tienes miedo?
—Nah.
Jimin soltó una carcajada vacía. Vio llegar el coche de Namjoon. De él bajaron
Taehyung y Jungkook. Él pasó de largo, tratando de zafarse de aquella
sensación. Se organizaron para que el plan funcionara lo mejor posible. Entraron
en la caverna y Hoseok les explicó cómo funcionaba todo. Allí, cruzando la
entrada y el largo pasillo rocoso, encontraron un gran claro en el interior. El
techo era alto, el interior de la montaña muchísimo más espacioso de lo que
esperaban. Estaba repleto de piedras, vegetación y había una gran oquedad con
agua cristalina que provenía del mar.
—Cuando cantes, te oirá —repitió Jimin—. Salid todos de la caverna, su voz
puede hechizaros. Jungkook resistirá... por qué ya está enamorado...
Fue lo último que dijo, antes de que se separaran. Todos salieron de allí, pese a
la reticencia que Yoongi mostró para alejarse. Jimin se lanzó al agua con ropa y
en sólo unos segundos más, recuperó su cola. Se sumergió y desapareció de la
caverna.
Jungkook y Tae se miraron.
—¿Estás preparado? —le dijo Jungkook.1
—Sí. ¿Y tú?
Él asintió con la cabeza, los dos se quedaron en silencio durante unos segundos
más. Cuando Taehyung comenzó a cantar, Jungkook pensó que era lo más dulce
que había escuchado en su vida. Las canciones de las sirenas eran tan peligrosas
como sus labios, si bien aún te quedaban piernas para correr si te esforzabas
por escapar de aquello.
Jungkook apretó los nudillos, donde llevaba el cristal de la sirena. Comenzó a
vibrar con su canción, concentrando una gran dosis de poder. Lejos de allí, en
las aguas que unían el mar con la entrada submarina de aquel lugar, Jimin sintió
el canto de su hermana como si sus propias células reaccionasen a su llamada.
*
Sabía que Nerissa estaba cerca, y no tardó en aparecer. Era enorme, de
tentáculos oscuros y cabello blanquecino. En la superficie, con un aparente
aspecto humano portaba una pelirroja belleza letal, pero ahora tenía la piel
cetrina. Sin duda, las sirenas eran mil veces más hermosas, pero las cecaelias
más astutas y de tentáculos traicioneros. Jimin la atisbó, se escondió bien y vio
la caracola que colgaba de su cuello. Siguió su nado cuando entró en el pasadizo
subterráneo de la caverna. Mantuvo las distancias y fue silencioso. Y a la
oquedad donde Taehyung cantaba, llegó una sombra.2
Jungkook y él retrocedieron unos pasos, el pelinegro le agarró por la muñeca
cuando Taehyung dejó de cantar. Y entonces, unos tentáculos treparon por la
superficie rocosa, salió del agua como una bestia temible, de iris negros sin
pupilas, de cabello blanco y largo. Clavó sus ojos en Taehyung y justo después,
en Jungkook.
Él levantó una mano para detener su paso, pensó que podría retenerla en el
agua, la compuerta submarina de oquedad se cerró y justo en ese instante,
escuchó su voz:
—Terror, solo, asfixia —pronunció Nerissa, formando un eco en su cabeza—. No
te amará. Se marchará. Sentirás terror. Quedarás solo. Asfixiándote.
Jungkook sacudió la cabeza, sus palabras se metieron en su mente como un
gusano, paralizándole, sumiéndole en una intensa angustia.
—Deseando que alguien te arranque el corazón —prosiguió—. Solo junto a la
orilla. Yo te daré confort.
De repente, el pelinegro bajó la mano y caminó hacia ella, hipnotizado.
Taehyung agarró uno de sus brazos y forcejeó contra él.2
—J-Jungkook, ¡no! ¡Jimin, Jimin! ¡Ahora!
Los demás entraron rápidamente en la caverna. Jimin salió del agua con un
impulso y la agarró por el cuello. Namjoon corrió hacia ellos, la sirena cayó hacia
atrás llevándose consigo a la cecaelia, y el humano, arrancó el colgante de su
cuello. Cuando el enorme estanque se llenó de burbujas, Yoongi corrió hacia el
borde para asomarse.
Jungkook cayó de rodillas al suelo, con dolor de cabeza.
—¿Estás bien? —preguntó Taehyung, frotando su espalda—. Kookie...
—S-sí...
—Ha atacado a tu única debilidad —murmuró—. Lo sabía.
Hoseok y Seokjin vieron a Namjoon detenerse. En la palma de su mano se
encontraba una pequeña y resplandeciente caracola, la fuente de su poder, de
su control mental, la voz de una sirena a la que probablemente robó hace
demasiados años.
—¿Nam? —dudó Hoseok.
—Namjoon, rómpela —exigió Seokjin tras él.
En el último momento, dudó de él, vio como sus iris se iluminaban y entonces,
Namjoon la apretó entre los dedos y la aplastó como un frágil caparazón. La luz
de su interior se apagó, Jimin dejó de forcejear con la cecaelia en el interior del
agua. Se quedó débil, si bien Jimin había sido estrangulado y tenía marcas de
tentáculos por todas partes.
—¡Jimin! —Yoongi se metió en el agua y Jungkook entró en shock.
—N-no, ¡Yoongi!
Taehyung quería ayudarles, pero si él tocaba el agua, perdería sus piernas. Por
suerte, la cecaelia se había quedado tan débil, que Yoongi pudo arrastrar a Jimin
hasta el borde. Le sacó con la ayuda de Hoseok y le arrastraron cuidadosamente
sobre la roca y tierra del interior de la cueva. Seokjin se asomó al borde,
desbloqueó la compuerta que instalaron y la criatura no tardó en huir
despavorida. En otra época, se hubiesen empecinado en estudiarla, puede que
incluso retenerla allí. Pero no quería volver a arriesgarse con criaturas
mitológicas. Habían tenido suficiente.
Namjoon y él se miraron luego de eso.
—Has hecho lo correcto —le dijo Jin, tras todo ese tiempo—. Se acabó.
—E-estoy bien —contestó Jimin, pero estaba empapado, su otra mitad era
escamosa y rosa, y tenía decenas de marcas en la piel—. Había olvidado lo
fuerte que eran. Recordadme que no vuelva a enfrentarme a un calamar.
—Pulpo —corrigió Yoongi en esta ocasión.2
Los dos se miraron, con una ligera sonrisa exhausta.
—¿Otra vez empapado, humano? —soltó Jimin—. Diría que te gusta demasiado
meterte al final de todos los asuntos.
Sus iris azules fueron a parar hasta Taehyung, cuando se acuclilló frente a él.
—Gracias —le dijo sin tocarle.
—No es nada, ¿cuándo nos vamos de vacaciones al atlántico, dices? —sacudió la
cola rosa como la de un gato.
Taehyung sonrió, sin embargo, se sintió tan débil que sus rodillas tocaron el
suelo y las palmas de sus manos detuvieron una probable caída de bruces.
Jungkook le sujetó desde atrás, inclinándose.
—Eh... cuidado...
—¿Está bien? —dudó Jin.
—No —respondió Yoongi como si fuera evidente y se pasó una mano por el
cabello empapado—. Lleva horas sin estarlo.
Jimin pestañeó y tocó la mano de Taehyung. Pese a que sus dedos estuviesen
húmedos, estaba seguro de que no era suficiente agua para transformarle.
Detectó su repentina fiebre, su extraño jadeo.
—Es la transición...
—¿Qué hacemos? —dudó Hoseok.
—Llevarle a una orilla. Necesita agua antes de su cambio.
Todos se incorporaron, Jungkook se llevó a Taehyung en la espalda.
—Sube —sujetó sus muslos con firmeza y miró de soslayo a su mejor amigo—.
¿Vienes con nosotros?
—No.
—Iré yo —se ofreció Jin.
Yoongi resistió el acompañarles y dejó que Jin lo hiciera. No quería ver a
Jungkook sufrir por Tae. No podía pensar qué sucedería si él regresaba al mar.
Se quedó con Jimin, Hoseok y Namjoon tomaron el segundo coche y en esos
minutos que quedaron a solas, Yoongi le pasó una de las toallas a Jimin, que
habían llevado en las mochilas. Le ayudó a secarse hasta recuperar sus piernas,
y aun cuando estaba ligeramente húmedo, le ofreció un recambio de ropa para
no terminar desnudo. Jimin recuperaba con facilidad su forma, mucho más que
Taehyung. En veinte minutos, estaba listo, pese a que aún tenía algunas
escamas sonrosadas salpicándole los brazos.
En silencio, recogieron las toallas y el par de mochilas y salieron de allí para
tomar el último auto. Fuera de la montaña, Yoongi abrió la puerta del coche y le
dijo que subiera.
—Vamos.
Se encontró con él en el interior, justo al otro lado. Yoongi, notó el teléfono
vibrar en su bolsillo, lo desbloqueó y se lo pasó a Jimin.
—Dime la ubicación, ya deben haber llegado —le pidió el humano.
Jimin percibió la tensión de su rostro cuando tomó el teléfono. Él estaba calado
hasta los huesos, probablemente tenía frío y la tensión le estaba matando.
—Aún es de noche —dijo Jimin, mientras arrancaba el coche—. El cambio puede
tardar horas, quizá incluso hasta la madrugada...
—Eso me da igual.
—¿Estás preocupado por él? —insistió Jimin—. ¿Tanto miedo tienes de que Tae
se vaya?
Yoongi giró el volante con un rostro inexpresivo.
—Que Tae se vaya me da igual —reconoció con dureza—. Que Jungkook no
vuelva a ser el mismo nunca más, no.7
Jimin entendió su punto, y por primera vez, cerró la boca y no le chinchó con
eso.
—Los humanos sois intensos —suspiró—. Demasiado.
—Tú mismo te enamoraste de uno —le acusó Yoongi en tono neutro—, por eso
estás aquí, ¿no? ¡Sorpresa! Eres exactamente igual que nosotros. Y eso que eres
el príncipe del mar helado.
El rubio soltó una risita.
—Tal vez.
Capítulo 25: La transición.
Taehyung sintió una fuerte punzada en el estómago, le apetecía vomitar lo poco
que había desayunado. Jungkook le acompañó a la orilla, con Seokjin al otro
lado. Le dejaron en la arena húmeda, donde casi las suaves olas podían rozar los
dedos de sus pies.
—Gracias —murmuró el rubio.
Jungkook se arrodilló a su lado, apartó unos mechones de cabello rubio de su
rostro y acarició una de sus sienes. Estaba sudando, su vista se difuminó y sintió
una quemazón en el pecho que le hizo jadear.
—Tranquilo...
—Mm-mhng...
—¿Deberíamos acercarle al agua? —sugirió Seokjin.
—Tal vez.
—No —negó Tae.
—No lo superará. Sylene no lo hizo —dijo Namjoon tras ellos.
Jungkook giró la cabeza, quiso zurrarle en la cara para que se callara.
—Sylene eligió —dijo Hoseok, quien hacía relativamente poco que había
conocido la historia, al igual que Seokjin—. Su corazón lo hizo.
—No lo entendéis. Todas las sirenas vuelven —soltó Namjoon exasperado—. ¡Es
la misma historia, repetida!2
Jungkook salió disparado hacia él y empujó sus hombros.
—¡Cállate! ¡Ya está bien!
—¡Eh, eh eh! —Hoseok se interpuso entre ellos—. Por favor, no es el momento
de enfrentarnos ahora.
—Jungkook, por favor —suplicó Seokjin tras él.
El más joven trago saliva y apretó la mandíbula. Un silencio muy tenso discurrió
entre ellos, bajó la cabeza durante unos largos segundos y cuando alzó la mirada
nuevamente, le ofreció a Namjoon una ligera disculpa por su empujón.
—No está comprobado que siempre regresen. Aún no lo sabemos —agregó
Seokjin, cuando Jungkook le ofreció la espalda a Kim.
En las siguientes horas, la noche se fracturó para recuperar lentamente el sol.
Las horas antes del amanecer siempre eran las más frías, cuando el cielo índigo
se manchaba de un celeste que poco a poco barría las estrellas. Taehyung
permaneció allí, con los ojos pegados en el beso infinito entre mar y cielo,
recordando la última noche que pasó con Jungkook en la playa.
Se les había agotado el tiempo. Y puede que nunca volviese a ser el mismo.
Jimin y Yoongi les encontraron, y tras salir del coche, se aproximaron al grupo
en silencio. Hoseok, Jin y Namjoon se encontraban apartados de los otros dos, a
unos cuantos metros.
Yoongi posó los iris en la silueta de Jungkook de pie, junto a un débil Taehyung
sentado en la arena. No estaban hablando, ni siquiera se tocaban.
—No conocéis a... ¿ninguna amiga sirena, que ahora sea humana? —dudó en
voz baja.
—No —contestó Jimin—. De hecho, he estado solo todos estos años. Nunca
sentí a ninguna otra hermana, ni siquiera a Sylene.
Yoongi guardó silencio desde su respuesta. Jungkook se arrodilló junto a
Taehyung, desde allí no podían escuchar lo que hablaban.
—¿Qué puedo hacer, Tae? —le preguntó Jungkook—. Dime lo que sea, por
favor.
Taehyung apretó los párpados, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Sus piernas
dolían como si fuesen a desprenderse. La piel de sus muslos le quemaba tanto
dentro de su ropa, que estaba temblando. Su respiración era acelerada, casi
ahogada, como si sus pulmones se planteasen sellarse para siempre. Taehyung
se inclinó, enterró los dedos en la arena húmeda y miró el agua.
—¿Taehyung?
Jimin llegó hasta ellos rápidamente.
—Son las piernas, ¿verdad?
Vio a Tae asentir, y miró a Jungkook con lástima. El pelinegro quería abrazarle,
pero sabía que Tae necesitaba su espacio.
—Aguanta, Taehyung —dijo Jimin, posó una mano en su hombro y le habló con
suavidad—. Pronto acabará y no te volverá a doler más.
Jungkook dejó escapar su aliento lentamente. Yoongi no se aproximó a ellos, les
observó en silencio, apartado del grupo de Hoseok, Seokjin y Namjoon. Ellos
tres estaban apoyados contra un costado del coche, en la desértica playa donde
se encontraban.
Un poco después, el dolor de Taehyung se desvaneció lentamente.
—Ha cesado —dijo.
Jimin les miró en silencio, Jungkook se sentó a su lado y entrelazó los dedos del
rubio lentamente. Podía sentir la fiebre de Taehyung a través de su mano, el
pesado anillo que llevaba en su dedo anular se calentaba junto a él. Los ojos de
Tae estaban llenos de brillantes lágrimas, sin derramar, con las comisuras
enrojecidas.
Jungkook quería llorar con él. Y Jimin, cediéndoles su espacio, retrocedió unos
pasos y se alejó para que pudiesen despedirse antes de que el corazón de
Taehyung se desactivase nuevamente.2
—¿Recuerdas el beso que te di? —formuló Taehyung lentamente.
—¿Cuál de todos?
—El de la playa, el día que me marché prometiéndote que regresaría.
El pelinegro miró al agua, cuyo tenue oleaje comenzó a mojar sus tenis el bajo
de sus jeans.
—Sí.
—Te dije que no hay nada que me gustase más que tus labios; tú me enseñaste
a hacer una promesa con ellos. Me prometiste que me liberarías.
Jungkook tragó saliva tratando de tragarse sus lágrimas. Pero esta vez,
incontrolables, se desbordaron de sus ojos y resbalaron por sus mejillas.
—Jungkook, siempre te he amado —dijo Taehyung ingenuamente—. Desde el
acuario, desde antes de que mi corazón decidiese activarse.8
—Lo sé.
El rubio giró la cabeza y vio sus lágrimas.
—No quiero que llores —le pidió—. ¡Tienes que ser fuerte si me voy!
Jungkook negó con la cabeza.
—¿Crees que Namjoon tiene razón?
—¿En que todas las sirenas vuelven al mar? No —contestó—. Y yo no quiero
irme, pero si realmente mi instinto me hace regresar al mar, necesito que
retomes tu vida. Hazlo por mí.
El azabache soltó una carcajada, se rio, con un par de lágrimas deslizándose
hasta sus propios labios, que barrió rápidamente con el dorso de su mano libre.
—No creerás que ahora es cuando voy a prometerte estar bien —dijo con
humor—. Esto no es un cuento de hadas, Taehyung. No estaré bien si te vas.
Nunca volveré a estarlo.
Taehyung se giró sobre la arena, flexionó las piernas sobre sí mismo y agarró las
manos de Jungkook con fuerza.
—Pues tienes que prometérmelo, porque los cuentos de hadas sí existen —
insistió firmemente—. Existen, Jungkook.
—No. No puedo —negó Jungkook.
—Jungkook —pronunció Taehyung—. Yo te amo, y aunque mi corazón se
desactive, te prometo que nunca olvidaré lo que hemos vivido.
—No digas eso —frunció el ceño, con los ojos llorosos—. No lo repitas.
—Nunca dejaré de amarte, aunque me vuelva frío. Regresaré buscándote
siempre, siempre.
—Estaré perdido, sin ti —se lamentó Jungkook, sin escucharle—. Ahora sé lo
que Namjoon siente. Y por qué quiso dejar de sentirlo.9
—¿Crees que es mejor dejar de sentir? —Taehyung le habló con un tono grave y
apretó sus manos sermoneándole—. Te equivocas. Y él también se equivoca.
¿Sabes por qué, Jungkook? Yo preferiría sufrir el resto de mi vida y mantener
mis sentimientos por ti, a olvidar lo que una vez me hizo desear ser humano.
Jungkook volvió a mirarle, como si le hubiera dado una bofetada. Y se dio
cuenta, por primera vez, que tan puro era el amor de Taehyung por él. No sabía
si se merecía a alguien así. Él era más valiente que cualquier humano.
—Prométeme que serás fuerte —reiteró Taehyung en voz baja.
—Te lo prometo —se tragó sus propios sentimientos.
—¿Y qué me amarás, aunque me fuese...?
—También —prometió de la forma más dura.
—¿No vas a odiarme si lo hago? —dudó la sirena.
—No. Nunca.
Taehyung apoyó su frente contra la suya, tras unos segundos, le abrazó con
fuerza, sintiendo su corazón latir contra el propio. Sus náuseas se apoderaron de
él, mareándole. Pero el rubio aguantó su abrazo a pesar de su inminente jadeo.
Cuando se separaron, Jungkook sujetó su rostro. Dejó un beso en su mejilla,
húmeda por las brillantes lágrimas de sirena y caliente por la fiebre.
—Te amo —le dijo el pelinegro como si no fuera suficiente—. Te amo. Este
tiempo ha sido valioso a tu lado. Y aún nos quedan tantas cosas por hacer,
Taehyung...6
—Pase lo que pase, no lo olvidaré —prometió el segundo.
—Yo tampoco.
La sirena besó sus labios en una caricia de labios sincera, una promesa sellada
entre ambos. Y una tercera náusea le provocó un nuevo temblor, quemándole
por dentro. Taehyung pensó que, pese a que su corazón le obligase a dejar de
sentir el amor humano que tanto le había cambiado, nunca dejaría a Jungkook.
Yoongi y Jimin les contemplaron a unos metros, sin escuchar sus palabras. El
suave susurro de las olas en un fresco amanecer, meció el momento. Y Yoongi
permaneció cruzado de brazos, con un nudo en la garganta, batiéndose en un
duelo interno por el sufrimiento de ver así a su mejor amigo. A su hermano.
Había mentido en algo; sí que le importaba si Taehyung se marchaba. Le había
tomado cariño, después de todo.
El ojiazul le miró de soslayo, percibiendo que él también tenía los ojos llenos de
lágrimas. No obstante, no se acercó a ninguno de los dos en ningún momento.
Pensó que Yoongi era como si guardase un mar de lava dentro de él. Se
molestaba en ocultar a los demás su interior con frases desconcertantes y un
humor irónico. Pero era cálido, protector y bastante seguro de sí mismo. Jimin
no recordaba exactamente cómo se sentía el amor y le daba miedo pensar en
eso, pero sí que recordaba el sufrimiento que vivió cuando perdió a su amado. Y
no quería ni volver a rozar con las yemas ese horror nunca más.
Se compadeció de Jungkook en silencio y volvió a mirar a Yoongi, quien, en esta
ocasión, le devolvió una mirada de soslayo. Jimin desvió sus iris con un
sobresalto, con la timidez asaltándose.
Pensó que sería mejor mantenerse callado. Escuchó a Yoongi suspirar con cierto
pesar, y él pensó en que estaría aterrado por Jungkook. Por perder a su amigo
en la ruptura de su corazón, tal y como Seokjin y Hoseok perdieron a Namjoon
años atrás.
Sólo entonces, Jimin se deslizó a su lado y agarró la manga de su brazo con
suavidad. Ninguno giró la cabeza, ignoraron ese inesperado contacto.
—Yoongi.
—¿Hmnh?
—Si Taehyung se va —dijo Jimin—, te ayudaré a mantener cuerdo a Jungkook.
El pelinegro giró finalmente la cabeza en su dirección. ¿Iba en serio? El tierno
amanecer se reflejó en los iris celestes de la fría sirena. Él sintió una pequeña
punzada atravesándole.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que estés solo en esto. Les has ayudado, Taehyung es mi
hermano y Jungkook el tuyo —expresó—. Yo te ayudaré a ti, tranquilo.
Yoongi suavizó lentamente su rostro. Posó una mano en su cabeza, como si
fuera un crío.
—No te pongas sentimental, Mimi.6
—¿Cómo me has llamado? —preguntó sin sonar demasiado irascible, pese a sus
colmillitos.3
Justo entonces, Yoongi comprendió que estaba intentando reconfortarle. Jimin
quería apoyarle, hacerle saber que pese a lo que pudiese pasar, estaría ahí. Pero
a él no le apetecía ponerse como un estúpido y romántico, sintiéndose
asquerosamente débil por un mocoso que tenía cola de sirena rosa y que había
amenazado a todo su entorno con una increíble naturalidad.
Yoongi iba a darle las gracias, pero Jimin abrió la boca y su expresión cambió por
completo. El chico siguió la dirección de su mirada y al principio no había nada.
—El agua —dijo Jimin.
Estaba amaneciendo, en la orilla se encontraban Jungkook y Taehyung,
mojándose los talones, y más allá, tras las olas, una multitud de cabezas
emergieron del agua.
—¿Qué...? —jadeó Yoongi.
Taehyung se puso de pie junto a la orilla. Sonrió con los ojos llenos de lágrimas,
vio correr a Jimin hacia su misma orilla a varios metros a su izquierda, y
comenzó a dar voces y a saludar con un brazo que se agitaba.
—¡Eh! ¡Aquí! —sonrió felizmente.
—¿Sirenas? —pronunció Jungkook, sin poder creérselo.
Taehyung asintió y se limpió las lágrimas.
—Es mi nido. Han venido a vernos.3
—Taehyung —escuchó a Jimin—, ¡vienen a despedirse!2
—¿Despedirse?
El rubio trató de caminar hacia el agua, pero sus piernas se habían vuelto tan
débiles, que Jungkook le siguió, pasando un brazo por su cintura. Cuando el
agua cubrió sus rodillas, pensó que se convertiría en sirena, pero Taehyung
siguió caminando, distanciándose de él, hasta que el agua llegó hasta su cintura.
Estaba feliz por ver a sus hermanas, ni siquiera sabía cómo habían llegado allí, o
por qué se habían arriesgado tanto en acercarse a una orilla.
Namjoon, Seokjin y Hoseok las vislumbraron en la distancia, con sorpresa.
Dieron unos pasos por la arena, pero se detuvieron.
—No es conveniente... —mencionó Seokjin—. Podrían querer atacarnos.
—Sé que Sylene no está ahí —dijo Namjoon con un tono neutro.
—Son nueve —contó Hoseok—, más de las que nunca hemos contado juntas.
Taehyung se mantuvo en el agua, pudo ver el brillo de sus colas mientras
algunas se zambullían. Los cabellos usualmente claros y de tonos brillantes,
escamas verdosas, moradas, aletas de diferentes formas y tamaños. Sus pieles
húmedas reflejaban un dorado amanecer. Y eran tan bellas, como Taehyung
había sido en su forma marina.
Las sirenas se acercaron hasta Taehyung y comenzaron a agarrar sus manos por
turnos. Les sonrieron, y le hablaron al chico en algún idioma que Jungkook
desconocía. Él se quedó un poco detrás, sin atreverse a acercarse demasiado.
Recibió más de una mirada directa, como si supieran que Jungkook era el
causante de todo eso. ¿Era su culpa? ¿Por qué se despedían de Taehyung? ¿Le
miraban con curiosidad o recelo?
Poco a poco se fueron alejando, Taehyung parecía más feliz y emocionado que
nunca, estaba metido en el agua, aún con fiebre y sin la aparición de su cola.
Debía ser un efecto secundario de la transición.
Jungkook retrocedió unos pasos y regresó lentamente a la orilla cuando vio a
Seokjin acercarse.
—Jungkook —comenzó Jin—. Necesito que sepas que agradezco todo lo que has
hecho, pese a que seas un testarudo, como este de aquí —señaló
indiscretamente a Namjoon y él arqueó una ceja.1
—¿Gracias? —dudó Namjoon.
—Jin, gracias a ti —expresó el más joven, pasando por alto las ganas que tenía
de zurrarle la previa mañana.
—Espero poder invitarte a un té en mi apartamento cuando todo esto acabe.
Me gustaría hablar contigo pausadamente —insistió Jin.
Jungkook sacudió la cabeza.
—No te preocupes, yo...
—Namjoon —escuchó la voz de Hoseok a un lado—, ¿sabes que todo esto no
hubiera sucedido, si...?
Se quedó en silencio unos instantes, y Jin giró la cabeza.
—Si hubieras abierto tu corazón —finalizó Hoseok—. Te hubiéramos ayudado, si
no nos dejases fuera de todo esto.
—Sabes que nos importas, ¿no? —Jin se aproximó a él y tocó su hombro. Logró
que le mirase significativamente—. Eres importante para nosotros.
Namjoon tragó saliva cuando sus ojos se humedecieron.
—Ya no me queda ningún corazón que abrir —dijo.
Y Jungkook se sintió terriblemente familiarizado con esa frase. Tenía miedo de
volver a sentir algo, pero al menos, él podía hacerlo. Seguía siendo humano.
—Chssst —chistó Hoseok, quien miró a Seokjin de soslayo—. ¿Se lo dices tú o lo
hago yo?
—Hah, sí que te queda, imbécil —soltó Jin rápidamente—. Si no, ¿por qué
estarías aquí con nosotros?
Jungkook sonrió ligeramente, observó el abrazo de Jin a Namjoon y luego el de
Hoseok, quien les envolvió a los dos con ambos brazos. Después les escuchó
maldecirse, recriminarse algo en voz baja, y asegurarse que no volverían a
distanciarse tanto como lo habían hecho esos últimos años.
*
Yoongi apareció allí de repente, guardando las manos en los bolsillos del
pantalón vaquero. En todo ese rato, no se había acercado. Jungkook no supo
qué decirle, tampoco habló su compañero. Ambos se conocían bien; no sólo
eran compañeros de piso, viejos amigos, cómplices, socios o condiscípulos.
Tenían una fe ciega en el otro. Y sus hombros se chocaron en un gesto fraternal,
sin decir nada más. Podían entenderse sin hablar.
Cuando el sol salió por completo al otro lado del horizonte marítimo, los cálidos
rayos de sol se reflejaron sobre el agua como la purpurina dorada, anaranjada y
ocre. De repente, el efecto se extendió. No quedaban sirenas, sólo Taehyung en
el agua. La luz solar resplandeció frente a sus ojos heterocromáticos.
—¡Eh, mirad eso! —profirió Hoseok rápidamente.
Jungkook se giró con un sobresalto. El agua comenzó a actuar de forma extraña,
la luz se derramó sobre Taehyung y las partículas de agua se movieron a su
alrededor de una forma muy extraña. El azabache parpadeo, dio unos pasos
hacia la orilla y Jimin le agarró por el codo.
—¡No! —dijo—. Está sucediendo.
Jungkook sabía perfectamente a qué se refería. Las distantes sirenas se alejaron
con un golpe de gola y ágiles zambullidas. Taehyung se miró a sí mismo,
percibiendo una abrumadora fuerza palpitando en el interior de su pecho. Jimin
y Jungkook le contemplaron desde la orilla, con los ojos abiertos, casi sin
aliento.
La piel de la sirena ardió en el contacto con el agua, una ola impactó contra él,
haciéndole perder el sentido.
—¡Taehyung! —gritó Jungkook e intentó ir hacia él, pero Jimin le sujetó con una
fuerza sobrehumana.
—¡No! ¡No podemos interferir, Jungkook! —repitió energéticamente.
Él sólo quería detener ese momento con toda su alma, y de algún modo, el agua
se elevó alrededor de Taehyung, cuyos párpados entreabiertos reflejaron un
extraño brillo de iris, con cientos de colores que nunca antes había visto.
Reflejaron el tono rojizo de un sol apagándose, el azul coral y rosado de los
arrecifes. Destellos dorados, blancos, puros, como preciosas piedras facetadas.
«El corazón de Jungkook palpitó en su garganta. ¿Estaba perdiéndole? Iba a
perderle. Su preciosa sirena».
Cayó de rodillas en el suelo, clavándolas en la arena húmeda. Jimin se quedó a
su lado, estático.
El corazón de las sirenas elegía y siempre prevalecía. No había marcha atrás. No
podrían cambiarlo. Y en las pupilas oscuras de los más humanos, se reflejaron
los destellos del agua. Taehyung dejó de sentir su propia piel mientras el líquido
le envolvía. En un rastro de consciencia, pudo ver a Jungkook difuminándose, de
rodillas en la arena. Gritó su nombre, pero su imagen se desvaneció cuando sus
párpados se cerraron. Y en lo más profundo de su ser, sintió el agua fresca,
reconfortándole, meciéndole y acariciando su cabello, la fiebre desvaneciéndose
y su piel perdiendo el sudor y la febrilidad que quemó la ropa que llevaba. Su
dermis se iluminó como el polvo de diamante.
No quería olvidar. No quería dejar de sentir. El agua le susurró algo en un idioma
antiguo y su corazón palpitó a ese ritmo, liberándole de cualquier dolor físico.
Taehyung sabía algo; le amaba y nunca iba a olvidarle. Nunca iba a dejar de
sentirlo.
En la orilla, las lágrimas de Jungkook se desbordaron nuevamente de sus ojos.
Enterró los dedos en la arena y bajó la cabeza. Las lágrimas saladas de sus ojos
gotearon sobre la fina capa de agua, también salada.
¿Era casualidad? Lágrimas y mar, casi eran lo mismo. Un desierto azul.1
Y de repente, un fuerte latido presionó en el pecho de Taehyung y el agua salió
disparada en todas las direcciones. Las gotas flotaron sobre él como diamantes,
con círculos de agua salada burbujeando y centelleando alrededor de sus
piernas y cadera. Volvió a sentir su cuerpo de una manera similar y diferente a
como lo hizo hasta entonces. Sus pies pisaron el fondo húmedo, con el agua
llegándole por la cintura, y una energía brillante y resplandeciente escapando de
él.
Jungkook alzó la cabeza y observó las miles de gotas suspendidas en el aire,
alrededor del chico. Era como si Taehyung fuese su centro de gravedad. Tardó
unos segundos en advertir que las mismas emanaban del pecho de Taehyung,
abandonándole.
Sus iris brillaron una última vez en todos sus tonos heterocromáticos y
entonces, se posaron sobre un definitivo azul cielo. Se apagaron, se tornaron
naturales y perdieron esa tonalidad llamativa e irreal.4
El pelinegro no entendió que estaba pasando, pero las gotas suspendidas
perdieron su resplandor y comenzaron a llover sobre ellos como agua corriente.
Los susurros cesaron, las burbujas y aquella extraña marea se disolvió en una
sencilla espuma que osciló alrededor del cuerpo desnudo de Taehyung.
Jungkook se incorporó torpemente, sin poder creerlo. Sus lágrimas palpitaron
en sus ojos, emborronándole la vista. Jimin ya no le agarraba, estaba atónito,
junto a él.
—Es... —murmuró Jimin.
Y Jungkook salió corriendo de un salto, para meterse en el agua. El oleaje
empujó sus muslos, sus piernas heladas y cuerpo tembloroso. Su corazón
palpitaba con tanta fuerza, que no pudo pronunciar palabra.
—Humano —terminó Namjoon.20
Taehyung no sentía la debilidad que antes invadía su cuerpo, tampoco las
náuseas o mareos. Jadeó sin poder creérselo, caminó lentamente hacia la orilla,
pero Jungkook le alcanzó mucho antes de que él pudiera hacerlo. Le levantó
entre sus brazos estrechando su cintura. Lentamente, Taehyung se escurrió
sobre él hasta que sus labios quedaron sobre los del joven.
—E-eres humano —murmuró—. Eres humano.
—Sí —respiró el rubio.
Sus labios se fundieron con intensidad, en un beso acompañado de una sonrisa.
La sensación cálida invadía su pecho, Taehyung se sintió más humano que
nunca, como si todo ese tiempo hubiese estado viviendo tras una cortina. Los
colores eran diferentes para sus ojos humanos, la sensación del agua salada
sobre la piel, más áspera, y él le abrazó con tanta fuerza, que terminó
quejándose. Se tambalearon en el agua en diferentes ocasiones, se dijeron que
se amaban una y otra vez, hasta que volvieron a besarse. Jungkook parecía
extremadamente feliz, excitado, emocionado. Taehyung estaba viviendo un
sueño.4
—Te lo dije —repitió Taehyung, con los ojos húmedos.
—Calla —besó sus labios otra vez.
—Eres mi cielo, Jungkook —expresó, sosteniendo su rostro.
Jungkook contempló sus iris profundamente, ahora de un intenso azul,
salpicado por motas verdes.
—Y tú mi mar, Taehyung —contestó.2
—Estaremos juntos.
—Sí.
—Te cuidaré para siempre —le aseguró.
—¿Tú a mí? —sonrió Jungkook.
—Por supuesto, por eso me quedo —Tae se rio ligeramente.
El pelinegro volvió a abrazarle con fuerza, hundiendo la nariz en su hombro
desnudo. Percibió que Taehyung estaba temblando de frío justo entonces. Él no
tenía nada de ropa que ofrecerle, pero Yoongi apareció mojándose hasta los
tobillos y le ofreció su chaqueta.
—Ten, pónselo —le dijo.
Taehyung le miró de soslayo, con una sonrisita. Yoongi no quería interrumpirles,
pero sonrío con dulzura sin poder evitarlo. Luego dejó una palmadita en el
omoplato de Jungkook, demostrándole que compartía su felicidad con él.
El rubio giró la cabeza hacia el mar. En la distancia, vio a unas últimas sirenas.
Levantó la mano en su dirección y se despidió de ellas, no tardaron en
desaparecer en el horizonte; ya lo dijo él en una ocasión, las sirenas respetaban
siempre las decisiones que tomaban sus hermanas. Ellas no mirarían atrás, no
sentirían lástima porque hubiese elegido otra forma de vida. Taehyung lo sabía.
Jungkook también las vio desaparecer, después, enlazó una mano con el rubio y
salieron del agua.
Epilogo.
Blue Tail.

La última pincelada de azul sobre la pared dejó el dormitorio con un olor


espantoso a pintura. Afortunadamente, la ventana abierta permitió que el lugar
se refrescara. Jungkook le manchó la nariz con una brocha y ambos terminaron
manchándose desde el cabello hasta la ropa, riéndose, y pagando las difíciles
consecuencias de tener que limpiar después del almuerzo.
Por la tarde, empujaron una cómoda blanca y con un taladro automático
instalaron dos estanterías colgantes. Luego de una ducha, Taehyung pasó un
cordel blanco por las conchas marinas y las colgó de la misma pared cuando la
pintura casi estaba seca. Su dormitorio quedó bonito, y en esos últimos días, se
hicieron con una lámpara de pie, una colcha púrpura para la cama y algo de
ropa para el chico.
Namjoon se quedó en la isla, Jungkook y él se reunieron un día para tomar un
café juntos.
—Ahora, el acuario, ¿no es sólo un acuario?
—No, he ofrecido la mitad del espacio a la protectora animal de la isla. Las
instalaciones seguirán siendo las mismas, pero al menos, tendrán más espacio y
recursos para poder cuidar de las criaturas —expresó Namjoon recolocándose la
chaqueta, luego agarró la taza del café y se lo llevó a los labios. Sus ojos
conectaron con los de Jungkook antes de dar un sorbo—. ¿Por qué me miras
así?
—No puedo creérmelo —parpadeó el más joven—. ¿Te han amenazado de
muerte o algo así?
Kim Namjoon dio un sorbo y le miró airadamente.
—Joven, el ser humano no es blanco o negro. También existe el gris.
—Como tu chaqueta.4
—Ajá.
Jungkook se pasó una mano por el cabello, exhalando una sonrisa.
—Está bien. Es fantástico que tu empresa pase a colaborar con una cooperativa
—afirmó Jungkook—. Les vendrá genial.
Namjoon asintió con la cabeza, le guiñó ligeramente un ojo, y más tarde, le dijo
con la boca pequeña algo parecido a una disculpa. Jungkook no necesitaba su
disculpa, no había quedado con él por eso (lo hizo sólo por curiosidad, y porque
Namjoon consiguió su número, probablemente gracias a Jin), no obstante,
escuchó lo que tenía que decirle.
—Si necesitáis algo, os ayudaré. Taehyung debe acostumbrarse a la vida
humana.
—Puedo encargarme de él perfectamente.
—Oh, lo sé —suspiró el mayor—. No lo pongo en duda. Os deseo lo mejor,
Jungkook. Eres un gran biólogo —declaró con más timidez—. Y un buen tipo.2
Él le expresó que no tenía nada en contra de ellos; que sabía que no era sencillo
que labrasen una amistad o cordialidad, pero, al fin y al cabo, Namjoon había
comprendido por qué Sylene le había abandonado. Envidiaba sanamente a
Jungkook por conseguir el amor sincero de una sirena y quería que lo supiera.2
El agua salada no volvió a activar las capacidades híbridas de Taehyung y las
azuladas escamas que recubrían sus branquias desaparecieron lentamente en la
zona baja de su cuello, hasta quedar como una simple cicatriz. Ser totalmente
humano no era tan malo, Jungkook besó su sien una tarde en la que se
recostaron en la hamaca del porche para ver la puesta de sol. La tela se
balanceaba suavemente, y sus piernas estaban entrelazadas, mientras
conversaban.
—Puede que me den unas vacaciones en quince días. ¿Te gustaría ir a Busan?
Podría pillar unos billetes para nosotros.
—¿Y conocer a tu familia? Sí, ¡sí!
Jungkook sonrió un poco, tocó uno de sus pómulos con los dedos y entrecerró
los ojos.
—Tenemos que buscarte un origen —ladeó la cabeza, bajo él. Su cabello negro
estaba brillante y alborotado, formando rizos—. Qué tal, ¿Japón?2
—¿Crees que parezco japonés?
El pelinegro sostuvo una sonrisa.
—Eh, demasiado bronceado —valoró en unos segundos—. Pero sabes hablar
cualquier idioma, así que...
Taehyung se mordisqueó el labio inferior, con una sonrisita.
—Nací en Corea; pero me crie en Auckland —ideó—. Soy hijo único y viajé por el
mar hasta encontrarte a ti.
—¿Desde tan lejos? —Jungkook carcajeó suavemente y Taehyung posó una
mano sobre su pecho, contemplándole a unos centímetros por encima.
—¿Qué? ¿Cuál es tu problema? Los alrededores de Nueva Zelanda son
preciosos.
—Y helados.
Taehyung le miró con suficiencia.
—Pues eso —determinó, y continuó con su planteamiento—. ¿Cuántos años
decías que tenías?
—Veintitrés.
—Pues yo tendré veinticinco.4
—Oh —Jungkook abrió la boca muchísimo—. ¿Cómo?
—Seré mayor que tú —afirmó—, tampoco tiene nada de malo, ¿no?
—¿P-pero por qué tú tienes que ser el mayor de los dos? —se quejó Jungkook.
—Técnicamente, lo soy. Viví miles de años en el océan-
Jungkook tapó su boca con una mano.
—No me vale ese argumento, canalla —soltó con el ceño fruncido.
Tae apartó su mano y sus labios se curvaron.
—Yo te salvé de las garras de ese Kraken imaginario.
—Yo te saqué de un acuario, en brazos.
—Pero yo te curé con mis lágrimas.
—Y yo te di refugio en mi casa de un ser ancestral que pretendía devorarnos.
—Mides como 160 centímetros —le atacó azabache.1
El rubio se inclinó sobre él, su rodilla derecha se posó al otro lado de la cintura
de Jungkook y sus labios se rozaron unos segundos.5
—No es verdad. Y la altura no determina la edad de un humano —le dijo
Taehyung, sobre su aliento.
Sus pestañas se rozaron y sus párpados comenzaron a pesarle. Cuando los labios
de Taehyung presionaron sobre los suyos, se alegró de que ya no tuvieran que
preocuparse por los besos de sirena. Su beso se profundizó en unos instantes,
con los labios entreabriéndose para dejar paso a la dulce lengua de su
compañero. Sí, le encantaba ponerse mimoso con él, porque eso de besarle era
otro tipo de manipulación que seguía surtiendo efecto.
—Hmn-mgn, bueno. Tengo que pensármelo —suspiró el pelinegro con un rubor
en las mejillas y a un par de centímetros de sus labios.
—Jungkook, ¿quién es el que está encima de los dos ahora?
Él se mordió la lengua. Le permitió establecer que tenía dos años más que él,
sólo porque en el fondo, seguía siendo una sirena manipuladora.
—Ven aquí —musitó.
Gruñó bajo él, le envolvió con sus brazos y se balancearon en la hamaca
suavemente cuando decidió devorarle a besos.
En su viaje a Busan, Taehyung conoció a sus padres, a un par de amigos que
tuvo en la universidad y terminó interesándose en la herboristería.
Especialmente en la rama de plantas y extractos marinos que podían servir
como medicina. Tanto fue así, que, de regreso a la isla, Yoongi puso parte de su
presupuesto para que pudiesen adquirir un pequeño local que transformaron
en una tienda. Con la llegada de la primavera, la llenaron de plantas, flores y
productos de la medicina natural. Taehyung estuvo estudiándolas, conocía bien
las variantes de cada planta y comenzó a llevar la tienda por su propia cuenta.
Yoongi le enseñó algo de contabilidad, de vez en cuando, Seokjin aparecía y
conversaban. Otras veces, Taehyung pasaba por el centro marino para recoger a
Jungkook de su trabajo, Haeri y él se presentaron más amablemente (él apartó
sus tontos celos y descubrió que la chica, en el fondo, le tenía un gran aprecio a
su pareja). Noah fue súper simpático con Taehyung, le invitó a un helado, le
presentó a su perro, le invitó a la academia de surf y estuvo contándole tantas
cosas, que Tae se mareó de nuevo. Por suerte, Jungkook apareció para agarrar
su mano y rescatarle.3
Con el paso de las semanas, todos se acostumbraron a su presencia por allí. Casi
todo el mundo sabía que era la pareja de Jungkook, que se había mudado
recientemente tras finalizar sus estudios y estaba comenzando un negocio.
Por otro lado, Jungkook guardaba bien el frasco de sus antiguas lágrimas (era
algo demasiado valioso), pero cuando él se convirtió en humano, las lágrimas
dejaron de resplandecer y perdieron su brillo. Un día se lo mostró, abrieron el
frasco y se deshicieron de ellas en el mar.
Jimin se largó de Geoje, el primer par de meses no volvieron a verle el pelo.
Luego, regresó una tarde vestido como una diva, alegando que había estado en
no-se-donde, resolviendo unos cuantos asuntos.1
—Este lugar es precioso —dijo Jimin, se quitó las gafas de sol y parpadeó.
Todo estaba lleno de plantas, unos estanques artificiales, decoración marina,
etc.
—¿Te gusta? ¡Yo lo decoré! —saltó Tae, quien le agarró de la mano y tiró de
él—. Mira, eso de allí son algas naturales. Y eso del otro lado...
Yoongi se tropezó con él cuando entró en tienda de herboristería, los dos se
miraron en tensión.
—Ah, mira quien ha vuelto. La sirena prófuga.
—¿Tú siempre vas andando como un pato mareado? —le arrojó Jimin con una
sonrisita maliciosa.2
Él estuvo a punto de agarrarle del pañuelo que rodeaba su cuello para
estrangularle. Aunque en el fondo, se alegraba de verle. Esa misma noche, los
cuatro se fueron a cenar juntos. Jungkook salió tarde del centro de la protectora
animal, saludó a Jimin afablemente y se sentó junto a ellos tras lavarse las
manos y soltar su bolso.
—¿Cómo te ha ido? —le preguntó Tae.
Jungkook dejó un beso en su mejilla, pasó la mano por la nuca rubia de su chico,
con un toque cariñoso.1
—Mucho trabajo, ¿y tú?
Durante la cena, compartieron algunas anécdotas. Yoongi había pasado a ser el
líder del equipo de expedición, y Hoseok le presentó su currículum ahora que
podía pasar más tiempo en la isla (Namjoon ya no lo perseguía con sed de
sangre).
—Y ahora trabaja para mí.
—¿Tan bien os lleváis? —pestañeó Taehyung.
—Eh-
—No es que se lleven bien —interrumpió Jungkook—, literalmente, han
destruido el equipo de submarinismo.
—No es así —Yoongi se defendió con un tono grave.
—Os emborrachasteis y lo tirasteis a esa máquina —reveló su mejor amigo—, la
del vertedero de chatarra.
—No es verdad.
—¿Una máquina? —formuló Tae.
Jungkook chasqueó con la lengua.
—La que compacta cosas, las aplasta y las convierte en láminas.
Taehyung abrió la boca.
—¡Oh!
Yoongi se pasó la mano por la cara, con un ligero rubor.
—Okay, estábamos muy borrachos. Por eso sólo bebo Hite, cuando toco el Soju
me vuelvo loco.
—Qué penoso —escuchó soltar a Jimin en voz baja.
Yoongi le miró mal, muy mal. Y Jimin esbozó una sonrisita falsa. Él le dio una
patada sobre la mesa y Jimin le sacó los colmillos.
—¿Qué haces? —farfulló la sirena.
—Arreglar tu cara. Es muy molesta —masculló el otro.
—¡Anda que la tuya!
Taehyung se dio cuenta durante la cena de que esos dos se gustaban. Solían
picarse, pero cuando no eran sarcásticos con el otro, advirtió que se decían
cosas en voz baja con un hilo argumental diferente y cierta intimidad que hasta
entonces no había observado. ¿Existían probabilidades de que Jimin recuperase
los latidos? No lo sabía, y tampoco planeaba meter sus narices en ello. Yoongi
no sólo era el hermano mayor de la persona de la que se había enamorado, a él
también le quería muchísimo y confiaba ciegamente.2
Después de la cena, Jungkook entrelazó su mano mientras caminaba y atrajo su
atención con algo.
—Ten —le devolvió el anillo—. Creo que deberías tenerlo tú.
Tae sostuvo el cristal entre los dedos y bajó la cabeza.
—Ya no tiene ningún poder —dijo el rubio.
—Lo sé.
—Prefiero que lo tengas tú. Es lo único que yo he podido darte desde que nos
conocimos —expuso en voz baja.
Jungkook detuvo sus pasos y agarró su mano. Tomó el anillo y se lo puso de
nuevo, luego apretó sus dedos.
—En realidad, tengo algo para ti —expresó con detenimiento.
Cuando se deshizo de sus manos, Taehyung se dio cuenta de que Jimin y Yoongi
habían seguido caminando muchos pasos por delante. Ellos se quedaron atrás,
frente a la resplandeciente noche de cielo índigo, junto al paseo marítimo, en
una transitada calle humana.
—Quizá necesitemos un tiempo para hacerlo. P-puede que sea demasiado
pronto —Jungkook comenzó a farfullar un montón de cosas inteligibles—. Ni
siquiera sé si te gustara. Y, bueno, tendríamos que buscar un lugar donde fuera
legal.14
—¿Qué es?
El azabache sacó de su bolsillo una sortija muy distinta al pesado anillo de su
cristal. Era un anillo plateado con un brillante zafiro en forma de escama, que
reflejaba tonos azulados y púrpuras. Y parecía tan nervioso, que Tae comenzó a
dudar.1
—¿Es un regalo...? —formuló Taehyung, con los ojos muy abiertos.
Sus iris se deslizaron hacia Jungkook.
—No, Tae. Es una promesa —respondió.
—¿Qué tipo de promesa?
—La de casarnos.13
Taehyung esbozó una preciosa sonrisa. Conocía por encima cómo funcionaban
los matrimonios humanos, y aunque era más un contrato simbólico y una
costumbre humana, que te unía a otro, le pareció precioso que Jungkook
quisiera hacer algo como eso.
—Porque, tú, quiero decir, yo... nosotros —corrigió Jungkook, hecho un lío—.
¿T-te casarías conmigo? —balbuceó.6
—Jungkook —Taehyung posó una mano sobre la suya y tocó el anillo—. Claro
que me casaré contigo.4
Le ofreció su mano y él deslizó el pequeño anillo por uno de sus dedos, sin que
Tae retirase sus iris de su rostro. Cuando lo colocó, tocó una de sus mejillas con
el dorso de su mano y el azabache alzó su mirada.2
—¿Qué...? —suspiró Jungkook, sus ojos castaños se encontraban vidriosos,
frágiles ante él.
—¿Sabes cómo sellamos nosotros las promesas? —le dijo su compañero.
No necesitó responder, una sonrisa se dibujó en sus comisuras y Taehyung tiró
de su muñeca, exigiendo sus labios. El pelinegro se inclinó para besarle, abrazó
sus hombros y entreabrió los labios con dulzura, con amor, y con un rastro de
pasión segundos más tarde. Haciéndose promesas humanas, llenas de ilusión y
la misma magia que una vez se llevó su cola azul. Ahora, sus corazones
palpitaban a la misma velocidad.

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