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PSI 150

TEMA 3
ACTITUDES Y PREJUICIOS

LA ACTITUD: SU NATURALEZA

Si un amigo nos dice que sostiene una actitud contraria a la pena de muerte, ¿cómo interpretamos sus
palabras? Probablemente entenderemos que para él la pena de muerte es incompatible con la dignidad
humana, que le duele tener noticia de la ejecución de algún condenado a muerte, que desea que la pena
capital sea suprimida. Incluso es posible que esperemos un comportamiento consecuente con esa
actitud: por ejemplo, en caso de celebrarse un referéndum sobre la pena de muerte, pensamos que
votaría a favor de la abolición, es decir de la nulidad de la misma.

Por todo ello, podemos definir las actitudes como el conjunto de creencias, sentimientos y tendencias
de un individuo que dan lugar a un determinado comportamiento.

¿Podemos prever la conducta humana?

Igual que los frutos proceden del árbol, los actos provienen de las actitudes. Toda nuestra conducta
resulta incomprensible si no tenemos en cuenta la fuente actitudinal de la que proviene. Es impensable
una persona que vaya cada día a la iglesia y tenga una actitud contraria a la religión. Acostumbramos
a pensar que el comportamiento humano no es producido por unos impulsos ciegos, sino por actitudes
previas.

Parece, entonces, que es posible anticipar el comportamiento de un individuo conociendo sus


predisposiciones. A ello se debe que la actitud haya sido denominada pre-conducta y su estudio, según
algunos, ha llegado a proponerse como objeto primordial de la Psicología Social.

Sin embargo, todos tenemos experiencia de que algunas veces el hombre realiza lo imprevisible puesto
que actúa en contra de sus actitudes. En estos casos, imaginémonos a alguien que se llama comunista
y es propietario de una gran fortuna; tendemos a tachar al sujeto de poco consecuente.

Componentes de la actitud

Las actitudes de un sujeto se hallan integradas en su personalidad global y son condicionadas por ella.
No debe por tanto extrañar que en toda actitud se hallen presentes las tres dimensiones fundamentales
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de la personalidad: percepción, emoción y motivación. Vamos a comprobarlo mediante el estudio de


los componentes de la actitud.

El componente cognoscitivo consiste en las creencias, valores y estereotipos acerca de un objeto.


Quien tenga una actitud contraria a los gitanos es fácil que crea que son sucios, perezosos y amigos de
riñas. También es probable que nuestras percepciones queden deformadas de acuerdo con nuestros
estereotipos y que nuestras creencias estén concretadas en una serie de opiniones.

El componente afectivo se refiere a los sentimientos y emociones que acompañan, en mayor o menor
grado, a toda actitud. Es el caso del que experimenta una sensación de disgusto al enterarse de que sus
vecinos son gitanos.

El componente tendencial abarca la tendencia a actuar o a reaccionar de un cierto modo con respecto
al objeto. Es pues el componente más directamente relacionado con la conducta. Por él se explica que
algunas personas, si al subir al tren encuentran gitanos en un departamento, se cambian a otro.

Con todo, hay actitudes, como ciertos prejuicios raciales, que carecen de tendencias reales a la acción,
siendo en cambio muy ricas en creencias y estereotipos. Se les ha llamado “actitudes
intelectualizadas”.

Clases de actitud

Se han llegado a clasificar las actitudes sociales primarias según tres conceptos básicos en la vida de
las personas. Es decir, por su objeto: fuera Dios (actitudes ante la existencia de Dios, la Iglesia,
preceptos religiosos...), el hombre (actitudes hacia la pena de muerte, guerra, sexo...), o la nación
(patriotismo, objeción de conciencia, ideologías políticas....).

Conforme a su signo: las actitudes pueden ser favorables o desfavorables a un objetivo determinado.

También pueden considerarse las actitudes atendiendo a que estén fundamentadas en la experiencia
o no lo estén. Resulta desconcertante observar que buena parte de nuestras actitudes tienen poco o
ningún fundamento en la experiencia. Este tipo de predisposiciones que adolecen de falta de
objetividad se conocen con el nombre de prejuicios.

Organización de las actitudes

Las actitudes de un sujeto no están aisladas entre sí sino arracimadas en forma de grupos o
constelaciones que se mantienen unidas por cierta fuerza de cohesión interna. A estas agrupaciones
nos referimos cuando hablamos de las actitudes políticas o religiosas de un individuo. Normalmente
esperamos que las actitudes de cada grupo sean semejantes y coherentes entre sí. Si un individuo es
partidario del amor libre, es probable que también lo sea de los anticonceptivos y del divorcio.
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A su vez, los diversos grupos de actitudes están relacionados unos con otros entretejiendo el sistema o
conjunto global de actitudes.

La importancia o significación de una actitud estará determinada no sólo por su intensidad sino
especialmente por su posición jerárquica en el sistema. Puede suceder que una actitud –por ejemplo,
la creencia en Dios– ocupe una posición clave en el sistema, de suerte que muchas otras actitudes –
como las referentes a la supervivencia más allá de la muerte o el sentido de la existencia– proceden de
ella y se apoyan sobre ella. Es razonable esperar que no será fácil cambiar una actitud de esta índole,
puesto que arrastra detrás de ella toda una red de actitudes.

¿Cómo se forman nuestras actitudes?

En la formación de las actitudes intervienen especialmente tres factores: la información que recibimos,
el grupo con el cual nos identificamos y nuestras propias necesidades personales.

Información que recibimos

Si nuestra información es insuficiente, al componente cognoscitivo de la actitud le faltará el debido


apoyo en la realidad y caeremos en la arbitrariedad, en el prejuicio.

Con todo, nuestra información acostumbra a ser bastante incompleta, dado que la capacidad humana
es limitada y nos resulta totalmente imposible obtener un conocimiento exhaustivo acerca de todas las
cuestiones (políticas, económicas, culturales, deportivas, etc.). Para subsanar este déficit de datos
tendemos a generalizar. Quizás únicamente tenemos noticias de unos pocos rasgos de los gitanos y, a
pesar de todo, nos atrevemos a dar un juicio sobre estas personas.

Una importante fuente de información es la enseñanza. En la escuela, colegio y universidad,


sucesivamente, se adquiere un importante caudal de datos y orientaciones que van condicionando
nuestras creencias y valores, matizando la afectividad, y creando en nosotros determinadas
orientaciones a la acción.

En segundo lugar, los medios de comunicación social (“mass-media”) constituyen otra notable cantera
de datos para el hombre moderno. Un sin fin de mensajes –radiados, televisados o leídos– bombardean
diariamente nuestro cerebro despertando en él multitud de ideas, sentimientos y tendencias. La función
de los medios de comunicación social es de reforzar las actitudes que se poseen más que modelar otras
nuevas.

Nuestra experiencia directa también nos suministra un cúmulo de elementos informativos. Las
personas con que tratamos, los viajes que hacemos, los acontecimientos que presenciamos pueden
condicionar determinadas actitudes.
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Por último, a través del grupo, en el seno del cual nos movemos, llega igualmente a nosotros cierto
tipo de información.

Grupo con el que nos identificamos

Llama la atención ver que la vida del niño está presidida por una fuerte dosis de conformidad.

Sin darse cuenta, casi por ósmosis con el medio social que le envuelve, va apropiándose de las
creencias y valores de los padres, profesores y amigos. El deseo de ser aceptado y la gratificación
obtenida al adoptar los puntos de vista de quienes le rodean, refuerzan constantemente el afán de ser
“como todo el mundo” y cierto temor a no ser “normal”, a pensar, sentir o desear de modo distinto a
otros.

Esta tendencia conformista se observa a lo largo de la vida humana y opera principalmente en el


interior de los llamados grupos primarios, como la familia, los amigos o los compañeros de trabajo.

Es preciso que nos preguntemos a qué se debe la influencia que el grupo ejerce sobre sus miembros.
Observamos, ante todo, que en todo grupo humano existe una presión hacia la conformidad, es decir,
una fuerza que crea, estimula y mantiene la cohesión grupal. Por otra parte, la necesidad de ser
aprobado induce al individuo a incorporar las actitudes del grupo. Hay que señalar también que a nivel
grupal todos los miembros poseen una información idéntica y que probablemente en la elección del
propio grupo ha intervenido el observar en sus miembros unas actitudes similares a las propias.

Nuestras necesidades personales

Si usted gana la postulación a una prestigiosa entidad bancaria, tenderá a desarrollar una actitud
favorable hacia dicha institución, puesto que ha satisfecho su necesidad personal de tener éxito.

Si usted está acostumbrado a tener que soportar las críticas de cierto superior, tendrá predisposición
negativa hacia ese jefe que frustra su deseo de ser aprobado.

En ambos casos notamos que la actitud se forma en el proceso de satisfacción de nuestras necesidades
y que su signo –positivo o negativo– depende de si efectivamente se satisfacen o no.

Resulta, pues, ingenuo pensar que nuestra actitud hacia algo nace puramente de consideraciones
objetivas y desinteresadas, al margen de nuestras apetencias personales. Fácilmente llegamos a creer
que lo que nos beneficia es bueno por sí mismo y que lo que nos perjudica es intrínsecamente malo.
Así, se explica que hacia un mismo objeto –por ejemplo el sistema social establecido en un
determinado país– existan actitudes opuestas según que los sujetos se sienten afectados por él favorable
o desfavorablemente.
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Cambio de actitud

¿Cuándo se modifican las actitudes de un sujeto? Lógicamente, cuando cambian los factores que las
han originado, o sea, la información, los grupos y la personalidad del individuo. También hay que
tener en cuenta la configuración del sistema de actitudes del sujeto y la posibilidad de que sea ejercida
una coacción sobre él.

Respecto a la conexión entre cambio en las actitudes y sistema en el que éstas se encuentran integradas,
es interesante resaltar que una actitud será tanto más fácil de modificar cuanto menor sea su intensidad,
más irrelevante su posición en el sistema y más pequeña la cohesión de éste. E inversamente, la
probabilidad de cambios en un sistema de actitudes será escasa cuando éstas se hallen profundamente
arraigadas en la personalidad, y estén unidas por una poderosa coherencia interna.

Cambios de zona de residencia, estatus o sistema político

Se ha podido comprobar que el hombre que varía de zona de residencia –un emigrante, pongamos por
caso– tiende a realizar esfuerzo en su nuevo ambiente a fin de situarse y adaptarse convenientemente
a él. Esta circunstancia coloca al individuo bajo el impacto de nuevos estímulos y datos que presionan
en su interior hacia una reestructuración de las actitudes originales con objeto de ponerse en sintonía
con la nueva información recibida.

El ascenso de estatus –como sucede con los nuevos ricos– también ha podido constatarse que favorece
las modificaciones en el sistema actitudinal del sujeto, ya que éste –al quedar rodeado de nuevos
grupos, con distintas creencias y valores– es influido por ellos.

Todo sistema político presiona –más o menos intensamente– sobre los medios informativos del país e
incide consecuentemente en las actitudes de los ciudadanos. Un viraje político puede traer consigo
cambios en las concepciones de los miembros de un país, como ocurrió con Cuba en 1959.

Al convertirse Cuba en República Socialista, se desencadenó en la nación una intensa campaña


ideológica que cambió sensiblemente las actitudes de los cubanos en la dirección revolucionaria que
Fidel Castro pretendía. Pero téngase en cuenta que si la presión informativa ejercida es excesiva, el
público puede reaccionar en contra (efecto “boomerang” o de culatazo).

Cambios en la personalidad

Resulta muy difícil cambiar una actitud que tenga una gran significación para un sujeto y que quizá
incluso da sentido a su vida, como puede ocurrir, por ejemplo, con la creencia en una ideología
determinada. Rodeará dicha actitud con una sólida muralla protectora y la defenderá “con los dientes”
si es preciso.
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El proceso de maduración del sujeto le orienta en cada etapa de la vida hacia cierto tipo de actitudes
en consonancia con las necesidades de la edad. Por ejemplo, los jóvenes –debido a la sobreabundancia
de energías– tienden a actitudes radicales, pero la mayoría –al llegar a cierta edad y sufrir una brusca
disminución en la vitalidad junto con decepciones– se inclinan a posturas más moderadas.

Puede ocurrir a veces que los cambios de personalidad y actitudes obedezcan a circunstancias
especiales que irrumpen inesperadamente en la vida del sujeto. Es el caso de cualquier experiencia
traumatizante o simplemente profunda (una fuerte emoción religiosa puede dar lugar a una conversión
súbita). Algo parecido puede advertirse en los transtornos mentales.

Efectos de la coacción

¿Podemos llegar a cambiar las actitudes de un sujeto mediante la coacción? Parece a primera vista que
no, dado que las actitudes de un hombre no son directamente observables y no es posible tener acceso
inmediato a ellas. Pero, considerando la estrecha vinculación existente entre actitud y conducta, ¿no
será tal vez posible cambiar la actitud presionando la conducta?

La experiencia cotidiana nos ofrece una respuesta afirmativa a esta cuestión. Por ejemplo, si un niño
aborrece los guisantes y se le insta mediante una moderada presión a comerlos, observaremos en él
una cierta predisposición a adoptar una actitud positiva hacia ese alimento a fin de restablecer la
congruencia entre actitud y conducta (parece contradictorio comer lo que no gusta).

Medida de las actitudes

Las actitudes pueden medirse por medios directos o indirectos según sean o no advertidos por el sujeto.
Esta diferencia es importante ya que se ha comprobado que el sentirse observado puede modificar
palpablemente los resultados. Las escalas de actitudes, o sistemas de medidas directas, constituyen el
método más empleado.

Escala de actitudes

En 1925, Escala Bogardus


En 1929 Escala Thurstone

Métodos indirectos de medida

En ellos se utilizan principalmente pruebas proyectivas, por ejemplo, láminas en las que hayan escenas
relacionadas con un tema determinado. Al explicar la lámina, el sujeto proyecta, inadvertidamente, sus
actitudes y tendencias profundas.
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Entre los demás métodos de medida indirecta destacan la entrevista en profundidad, que debe ser
hábilmente conducida, y el análisis de la conducta, que trata de inferir la actitud implícita en cada
comportamiento.

En resumen...

Actitud y conducta suelen concordar entre sí, puesto que la actitud es una preconducta, que expresa
una predisposición a una forma determinada de comportamiento. Puede, sin embargo, haber
discrepancias entre una y otra si concurren ciertos factores.

Los factores componentes de la actitud son: el cognoscitivo, el afectivo y el tendencial.

Las actitudes según su objeto, pueden considerarse dirigidas a Dios o al hombre o a la nación. Su signo
puede ser favorable o desfavorable y tener un fundamento o no tenerlo en la realidad.

Con frecuencia las actitudes derivan de una ideología determinada. En la formación intervienen la
información que recibimos, el grupo con que nos identificamos y las necesidades personales.

Las actitudes cambian cuando varían los factores que las han originado: información, grupo y
personalidad.

Otros condicionantes del cambio de actitudes son: la posición de la actitud en el sistema y la coacción
ejercida sobre el sujeto.

Para la medición de las actitudes pueden aplicarse métodos directos como la escala de distancia social
de Bogardus y el de intervalos aparentemente iguales elaborado por Thurstone.

Entre los métodos de medición indirecta, son más usados el de pruebas proyectivas, entrevistas en
profundidad y análisis de la conducta.

EL PREJUICIO

¿Por qué el hombre cree cosas que contradicen los hechos?, ¿a qué se debe esta conducta irracional,
prejuiciosa?
El estudio del prejuicio ofrece un doble interés, científico y humano. Científico, porque en las últimas
décadas ha sido objeto de gran número de estudios psicológicos y sociológicos. Humano, ya que en el
prejuicio se halla la raíz de la división e intolerancia que reina hoy entre los seres humanos.
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El prejuicio separa más a los hombres que las fronteras y los idiomas, puesto que levanta barreras de
incomprensión lo mismo entre los miembros de un país que en el seno de una familia. En este contexto,
aparece una pregunta decisiva: ¿Es posible eliminar el prejuicio?

Naturaleza del prejuicio

Se dice que tenemos un prejuicio cuando adoptamos una actitud sin fundamento suficiente en la
experiencia. En el caso de los armenios, teníamos un ejemplo de juicio previo –que eso significa
prejuicio– en que parecía despreciarse la experiencia como fuente de datos objetivos.

Ya hemos insinuado que el prejuicio suele apoyarse en una generalización excesiva, una
“ultrageneralización”. Pero no todas las ultrageneralizaciones son prejuicios. Imaginemos a un
individuo que sostiene que el cine italiano carece de calidad porque le han disgustado dos películas de
esa nacionalidad. Aquí nos hallamos ante una generalización errónea, más bien que ante un prejuicio.
Con todo, si después de ver cierto número de buenos films italianos se obstina irracionalmente en su
actitud desfavorable, entonces si diremos que manifiesta un claro síntoma de prejuicio: la resistencia
emocional al cambio.

¿Y a qué se debe ese fanatismo e intransigencia propios del prejuicio? A que, como veremos luego, el
prejuicio constituye una importante muralla protectora (mecanismo de defensa) donde se refugia el
hombre que se siente acosado por la ansiedad. Es una función de la personalidad.

Clases de prejuicios

G. W. Allport distingue entre prejuicios de endogrupo y de exogrupo. Llamamos endogrupo (in -


group) a aquel conjunto de personas con quienes nos identificamos afectivamente; es una noción
análoga a la de grupo de referencia. Las restantes agrupaciones, consideradas ajenas al sujeto, se
denominan exogrupos ( out – groups).

Nuestra identificación con los endogrupos puede comprobarse en la utilización de posesivos al


nombrarlos (“mi país”, “mi familia”, “mi equipo de fútbol”) y en el empleo del término “nosotros”
con idéntico sentido. En consecuencia, tendemos a transvasar al grupo el amor con que nos amamos a
nosotros mismos, ese narcisismo – o “prejuicio de amor”– que nos conduce a la peregrina idea de que
lo nuestro es mejor que lo de los demás, sencillamente porque es nuestro. Esta tendencia a colocar en
el centro de referencia nuestra escala grupal de valores, recibe el nombre de grupocentrismo.

El grupocentrismo entendido a nivel nacional o étnico se denomina etnocentrismo. Igual que todos los
prejuicios del endogrupo, el etnocentrismo cohesiona poderosamente a los ciudadanos de un mismo
país. El precio de esta fuerza integradora –probablemente excesivo– es muchas veces la
infravaloración e incluso abierta hostilidad hacia los extranjeros en general (xenofobia). En base a esto,
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la nación ha sido definida –con cinismo, pero sin desacierto– “como una sociedad unida por un error
común acerca de su origen y por una aversión común hacia sus vecinos”.

Resulta paradójico observar que el mismo prejuicio que una a los miembros de una nación, les separa
de otros grupos étnicos. Como cualquier grupocentrismo, el etnocentrismo puede decirse que es una
moneda de dos caras: el anverso es el prejuicio de amor hacia el endogrupo; en el reverso encontramos
el prejuicio de odio hacia el exogrupo. De ahí se deriva que tendemos a mirar con cierto olímpico
desprecio a los que poseen idioma, religión o ideología política diferentes de los nuestros.

El prejuicio exogrupal más ampliamente estudiado es el racial (mejor llamado prejuicio étnico).

¿POR QUÉ TENEMOS PREJUICIOS?

Básicamente, es posible formular tres respuestas a esta cuestión que están apoyadas en los factores que
destacábamos como condiciones de las actitudes

Porqué nuestra información es escasa o nos llega deformada

Es fácil que, si nuestra información es escasa, realicemos generalizaciones prejuiciosas. Pero también
puede suceder que poseamos mucha información, y que sea precisamente ésta el vehículo del prejuicio.

Porqué tendemos a una excesiva conformidad con nuestros endogrupos

La base conformista del prejuicio queda bien reflejada en esta certera observación: ”Las actitudes hacia
los negros se determinan principalmente, no por el contacto con los negros, sino por contacto con la
actitud que impera hacia los negros”. Gran parte de los prejuicios nuestros los hemos aprendido en la
vida social, especialmente a lo largo de nuestro proceso de inserción en la sociedad (socialización). Ha
podido verificarse que existe correlación entre los prejuicios de padres y maestros por una parte a hijos
y alumnos por otra.

El prejuicio como función de la personalidad

El individuo buscando la satisfacción de sus necesidades, se inclina hacia actitudes basadas en intereses
personales más bien que en la experiencia y de este modo adquiere prejuicios. Veamos a qué tipo de
prejuicios da lugar la satisfacción de nuestras distintas necesidades y qué prejuicios se originan
también cuando dichas necesidades resultan frustradas.
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Prejuicios para satisfacer las necesidades

Todo hombre necesita seguridad para poder vivir en paz y sin ansiedad. Algunos individuos sienten
tan fuerte este imperativo que organizan algunas actitudes básicas en torno a él. Entre éstas destacan
el institucionalismo –o tendencia a apoyarse en las instituciones, como la nación, la iglesia o una
asociación determinada– y el autoritarismo –o inclinación a exagerar el principio de autoridad, a costa
de las libertades democráticas. En ambos casos, el sujeto busca en el exterior la seguridad que a él
mismo le falta.

La necesidad humana de explicación precisa también ser satisfecha a fin de podernos orientar en el
mundo con cierta seguridad. Como las explicaciones fundadas en los hechos sólo aclaraban muy pocas
cosas mientras que graves problemas humanos (como la muerte, el sentido de la vida o el dolor)
quedaban sin respuesta, el hombre siempre trató de inventar mitos, religiones e ideologías que
cubrieran ese vacío. De ahí surgieron en cada caso diversos prejuicios que eran una forma de huir de
la incertidumbre y de la ansiedad consiguiente.

También las necesidades adquisitivas o económicas parecen jugar un importante papel. Según los
autores marxistas, ahí ha estado el fundamento de todos los prejuicios que han creado los países
desarrollados a fin de justificar la explotación económica de los pueblos coloniales.

El prejuicio, como reacción a la frustración

Hablamos de frustración cuando algún obstáculo interfiere la satisfacción de nuestras necesidades. Las
frustraciones pueden crear en el individuo una cierta “tendencia a sentirse amenazado” (Newcomb),
una especie de miedo permanente a los propios instintos, a la conciencia, al cambio y al ambiente
social. Los prejuicios se convierten a veces en muletas del hombre con una inseguridad fundamental
que necesita apremiantemente un apoyo.

A.S. Campbell evidenció la correlación existente entre frustración político-económica y prejuicio


antisemita. Como es obvio, no tienen los judíos la culpa de que los sujetos de la experiencia citada se
sientan fracasados en los terrenos político y económico. Sin embargo, la agresividad que ha dejado en
ellos la frustración ha quedado desplazada hacia una víctima propiciatoria, en este caso, los judíos.
Esquemáticamente, podríamos expresar este interesante mecanismo psicológico del modo siguiente:

Frustración--------------- agresión------------------- desplazamiento------------ víctima propiciatoria


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¿Es posible eliminar el prejuicio?

Afortunadamente, ha podido observarse que los prejuicios tienden a disminuir con el paso del tiempo
(efecto de desvanecimiento).

También, una información más completa y objetiva, supresión de cualquier exclusivismo grupal, una
personalidad equilibrada y unas autoridades que combatan la discriminación; ayudará a la eliminación
del prejuicio. Todo esto equivale a decir que debe evitarse lo siguiente:

- Que el educador o los medios de comunicación social transmitan o inculquen informaciones


prejuiciosas. Puede ayudar el ser más cauto en admitir juicios ajenos, sobre todo cuando no
aparecen claramente fundamentados en la experiencia.

- Que el endogrupo se encierre en su torre de marfil. Antes bien, debe abrirse a contactos y
colaboraciones con los exogrupos en un ambiente de comprensión mutua.

- Que el individuo viva en un clima interior de frustración y ansiedad. (Al revés, una satisfacción
adecuada de las propias necesidades favorecerá una personalidad tolerante).

- Que la legislación del país sea discriminatoria (por ejemplo, con las mujeres y con minorías). Por
el contrario, la legislación debe favorecer la igualdad de derechos tanto entre las personas como
entre los grupos.

En resumen...

El prejuicio es una actitud sin fundamento en la experiencia. Suele partir de generalizaciones excesivas
y presenta resistencia emotiva al cambio por causa de la misión defensiva que tiende a desempeñar en
la personalidad.

El prejuicio del endogrupo hace ver lo propio como lo mejor: grupocentrismo, etnocentrismo. El de
exogrupo desvaloriza los grupos ajenos: prejuicio étnico.

En la formación de prejuicios intervienen:

-La falta de información o la deformación de la misma.


-La tendencia conformista en exceso, con el endogrupo.
-La satisfacción inadecuada de ciertas necesidades personales.
-La reacción a determinadas frustraciones.
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Contribuye a la reducción de los prejuicios:

-Una información amplia y objetiva.


-La pertenencia a endo grupos abiertos a los exogrupos.
-Una personalidad equilibrada.
-Una legislación que evite la discriminación.

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