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Formación de actitudes

Las actitudes son evaluaciones de los objetos del pensamiento. Provienen de las
creencias y de los valores personales. Están organizadas en redes, y esa organización
se refleja en las funciones que cumplen. La consistencia cognoscitiva dentro de las
redes influye en la reacción frente a nuevos hechos e información.
Las actitudes se forman experimentando sensaciones positivas y negativas que se
asocian al objeto del pensamiento. Las moldean los acontecimientos o presentaciones
de gran trascendencia. Los sucesos y las figuras históricas importantes de la juventud
repercuten de manera profunda en nuestras actitudes políticas.
El conocer las actitudes de alguien nos ayudará a saber cómo se comportará. Sin
embargo, el experimento de LaPiere sobre las actitudes y la conducta hacia los chinos
demostró que las conductas no siempre concuerdan con las actitudes. La consistencia
entre ellas tiende a ser muy grande cuando las presiones sociales o situacionales son
mínimas, cuando la actitud es accesible y se recuerda antes de la acción, cuando la
actitud evaluada corresponde estrechamente a la conducta en cuestión y cuando el
estado transitorio de ánimo no es ni muy positivo ni muy negativo. Ajzen y Fishbein
han logrado predecir la conducta evaluando la actitud de los sujetos ante la realización
de ella y ante las normas sociales referentes a la conducta.
La teoría más importante de la consistencia cognoscitiva es la de la disonancia
cognoscitiva propuesta por Festinger. La disonancia es una tensión desagradable que
se produce cuando reconocemos la discrepancia entre dos ideas.
Las funciones de las actitudes
Las actitudes tienen varias funciones importantes. Nos ayudan a:
Organizar el mundo que nos rodea. Las actitudes nos permiten clasificar los
objetos y las personas en categorías, lo que nos ayuda a entender el mundo de
manera más eficiente.
Justificar nuestra conducta. A menudo utilizamos las actitudes para justificar
nuestra conducta, incluso cuando no somos conscientes de ello.
Proteger nuestro autoestima. Las actitudes pueden ayudarnos a proteger nuestro
autoestima al permitirnos negar o minimizar las amenazas a nuestra imagen de
nosotros mismos.
Expresar nuestros valores. Las actitudes pueden ser una forma de expresar
nuestros valores y creencias al mundo.
La formación de las actitudes
Las actitudes se forman a partir de nuestras experiencias, creencias y valores. Las
experiencias que tenemos con los objetos del pensamiento pueden influir en nuestras
actitudes hacia ellos. Por ejemplo, si tenemos una experiencia negativa con un perro,
es probable que desarrollemos una actitud negativa hacia los perros en general.
Las creencias que tenemos sobre los objetos del pensamiento también pueden influir
en nuestras actitudes hacia ellos. Por ejemplo, si creemos que los perros son
peligrosos, es probable que desarrollemos una actitud negativa hacia ellos.
Los valores que tenemos también pueden influir en nuestras actitudes hacia los
objetos del pensamiento. Por ejemplo, si valoramos la seguridad, es probable que
desarrollemos una actitud negativa hacia los perros, ya que los vemos como una
amenaza potencial.
La relación entre las actitudes y la conducta
Las actitudes pueden influir en nuestra conducta, pero no siempre lo hacen. Hay
muchos factores que pueden afectar la relación entre las actitudes y la conducta,
como las presiones sociales, las normas y los estados de ánimo.
Las presiones sociales pueden influir en nuestra conducta al hacernos sentir que
debemos actuar de cierta manera, incluso si nuestras actitudes nos dicen lo contrario.
Por ejemplo, si nuestros amigos nos presionan para que bebamos alcohol, es
probable que lo hagamos, incluso si tenemos una actitud negativa hacia el alcohol.
Las normas también pueden influir en nuestra conducta al hacernos sentir que
debemos actuar de cierta manera. Por ejemplo, si la norma en nuestro grupo social es
que todos deben reciclar, es probable que lo hagamos, incluso si no tenemos una
actitud positiva hacia el reciclaje.
Los estados de ánimo también pueden influir en nuestra conducta al hacernos más o
menos propensos a actuar de acuerdo con nuestras actitudes. Por ejemplo, si estamos
de buen humor, es probable que actuemos de acuerdo con nuestras actitudes
positivas. Sin embargo, si estamos de mal humor, es probable que actuemos de
acuerdo con nuestras actitudes negativas.

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