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Podemos cambiar
Aunque ciertamente es bueno ser auténticos, debemos ser
auténticos con nuestro ser real y verdadero como hijos e hijas de
Dios con una naturaleza y un destino divinos para llegar a ser
como Él . Si nuestra meta es ser auténticos con esa naturaleza y ese
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A fin de cambiar, tenemos que despojarnos del
hombre natural y volvernos humildes y sumisos.
Debemos ser lo suficientemente humildes como
para seguir al profeta viviente, lo suficientemente
humildes como para hacer y guardar los convenios
del templo, lo suficientemente humildes como para
arrepentirnos a diario. Debemos ser lo
suficientemente humildes como para querer
cambiar, para “entregar el corazón a Dios”.
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Segundo, debemos tener fe en Jesucristo. Una vez más,
las palabras del Salvador: “[S]i se humillan ante mí, y
tienen fe en mí”, Él nos dará el poder para vencer
nuestras debilidades. La humildad, acompañada de la fe
en Jesucristo, nos permitirá obtener acceso al poder
habilitador de Su gracia y a la plenitud de las
bendiciones disponibles gracias a Su expiación.
El presidente Nelson enseñó que “[e]l verdadero
arrepentimiento comienza con la fe en que Jesucristo
tiene el poder de purificarnos, sanarnos y
fortalecernos […]. Es nuestra fe la que activa el poder de
Dios en nuestras vidas”.
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Tercero, mediante Su gracia, Él puede hacer que las
cosas débiles sean fuertes. Si nos humillamos y
tenemos fe en Jesucristo, entonces Su gracia nos
permitirá cambiar. En otras palabras, Él nos
facultará para cambiar. Esto es posible porque,
como Él dice: “[B]asta mi gracia a todos los
hombres”. Su gracia fortalecedora y habilitadora
nos da poder para vencer todos los
obstáculos, todos los desafíos y todas las debilidades
mientras procuramos cambiar.
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Nuestras mayores debilidades pueden convertirse en
nuestras mayores fortalezas. Podemos cambiar y
“llega[r] a ser nuevas criaturas”. Literalmente, las cosas
débiles pueden llegar a “se[r] fuertes para [nosotros]”.
El Salvador concibió Su expiación infinita y eterna para
que nosotros en efecto pudiéramos cambiar,
arrepentirnos y llegar a ser mejores. En verdad podemos
nacer de nuevo. Podemos vencer hábitos, adicciones e
incluso la “disposición a obrar mal”. Como hijos e hijas
de un amoroso Padre Celestial, en nuestro interior
tenemos el poder de cambiar.
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Ejemplos de cambio
Las Escrituras están colmadas de ejemplos de hombres y mujeres
que cambiaron.
Saulo, fariseo y activo perseguidor de la Iglesia cristiana primitiva,
llegó a ser Pablo, un apóstol del Señor Jesucristo.
Alma era sacerdote en la corte del inicuo rey Noé. Oyó las
palabras de Abinadí, se arrepintió plenamente y llegó a ser uno de
los grandes misioneros del Libro de Mormón.
Su hijo Alma pasó su juventud tratando de destruir la Iglesia.
Estuvo entre “los más viles pecadores” hasta que tuvo un cambio
en el corazón y llegó a ser un poderoso misionero por su propio
esfuerzo.
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Hermanos y hermanas, nuestro destino y propósito
divinos son finalmente llegar a ser como nuestro
Padre Celestial y el Salvador, Jesucristo. Lo hacemos
conforme cambiamos, es decir, nos arrepentimos.
Recibimos la “imagen [del Salvador] en [n]uestros
rostros”. Nos volvemos nuevos, puros, diferentes y
simplemente seguimos esforzándonos por ello cada
día. A veces puede parecer como si diéramos dos
pasos hacia delante y uno atrás, pero seguimos
avanzando humildemente con fe.
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