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LA RESTAURACION DEL CRISTIANO

(MENSAJE)

“Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo


te restauraré, y delante de mí estarás; y si
entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi
boca.” (Jeremías 15:19)

Dios se está dirigiendo con estas palabras de una


forma precisa y directa a Jeremías, un profeta
escogido, un creyente comprometido. Algo no
andaba bien con el siervo de Dios cuando es
interpelado con este mensaje que apunta derecho
a su corazón.
En los versículos anteriores se deduce que Dios
estaba tratando con él, y de esto era muy bien
consciente Jeremías. Dios lo disciplinaba por
medio de la oposición y persecución de los
hombres, también a través del sufrimiento de
alguna enfermedad. El se sentía menospreciado y
menguado, se encontraba solo e indignado.
Todo esto que estaba viviendo parecía estar
justificado por el propio profeta, quién veía
injusta la situación que atravesaba, pues él era un
simple instrumento de Dios ¿Cómo es que todo se
volvía en contra de él?
Bajo mi punto de vista, el ministerio y la
autoridad de Jeremías era incuestionable, y en
cuanto a su conducta irreprochable. No obstante
era un hombre de carne y hueso, y con un alma,
así como con ciertas debilidades en su naturaleza
y carácter. El tenía un corazón como el nuestro,
una voluntad propia, pensamientos, y emociones
tan complejas como la de cualquier ser humano.
Como hijo de Adán era heredero de la misma
naturaleza pecaminosa que todos nosotros.
Sin embargo Jeremías tiene su corazón abierto
ante Dios y está dispuesto a oír lo que Él le tiene
que decir, él entiende que puede estar siendo
engañado por su propio corazón y que puede
existir algo que esté mal y de lo que no se está
percatando.
Jeremías conoce la importancia de mantener una
relación correcta con Dios, como siervo de Dios e
instrumento que es, y para poder seguir siendo
usado, debe tener cuidado de si mismo. El profeta
es como una potente luz que brilla en medio del
pueblo de Dios, nada debe ocultar esa luz, ni bajar
la intensidad de su resplandor.
También cada cristiano a de alumbrar sin que
existan pantallas que lo opaquen, ni
cortocircuitos que lo fundan, ni nada que lo
oculte.
Analicemos con detalle las palabras de Dios
dirigidas a Jeremías para volverlo a traer a un
estado de restauración, con todas las
implicaciones que esto puede tener según se
desprende del pasaje que nos ocupa.

Conversión o vuelta hacia Dios. “Si te


convirtieres”

¿En que aspectos o en que sentido puede


necesitar un cristiano convertirse?
La palabra conversión viene del griego:
epistrophë = volverse a.

Hay muchos momentos en la vida de todo


creyente en los que debe volverse a Dios de nuevo
y convertirse. El crecimiento, la madurez
espiritual, va sucediendo paso a paso en los
cristianos a medida que enfrentan y responden a
estas crisis positivamente. La conversión no es
sólo una experiencia inicial de la vida cristiana en
la cual nos entregamos a Jesucristo, eso fue nada
mas el comienzo. La palabra de Dios está repleta
de abundantes ejemplos en los que el pueblo de
Israel y la iglesia son llamados al arrepentimiento
y la conversión.

Existen tiempos en los que debemos volvernos a


Dios de nuestro error, o de una postura
equivocada o tal vez de actitudes contrarias a su
carácter. Esto puede significar a veces que
tengamos que renunciar a nuestro derecho de
sentirnos ofendidos, aun habiendo motivos
justificados y a pesar de que podamos tener
razón.
También puede significar que debe haber un
cambio en nuestra manera de pensar negativa
respecto a las circunstancias que estamos
viviendo. En muchas ocasiones necesitamos
convertirnos a Dios en cuanto a nuestra continua
resistencia al trato que El nos da. No estamos
entendiendo lo que él hace con nosotros, y no lo
aceptamos, sin embargo todo eso representa lo
que en su sabiduría necesitamos.
Es muy importante que comencemos cuanto
antes a entender los tratos de Dios, ha
comprender sus caminos. En determinados
momentos no vamos a intuir lo que nos está
sucediendo, pero aún así podemos echar mano de
la fe y confiar en Dios.

Una de las tentaciones más fuertes y sutiles en las


que puede caer el siervo de Dios, así como
cualquier creyente es en la autocompasión. El
puede estar cediendo a esta actitud que constituye
un gran estorbo espiritual y que impide la
realización de la voluntad de Dios. Una
disposición de conmiseración puede parecernos
algo inocente, sin embargo es muy paralizante y
destructiva. Cuando el apóstol Pedro le dijo al
Señor que tuviera compasión de si mismo, el
Señor lo reprendió con duras palabras
diciéndole: “Apártate de mi Satanás que me eres
tropiezo porque no pones la mira en las cosas de
Dios sino en la de los hombres.”
Si queremos ser restaurados es necesario que
dejemos de auto-compadecernos, y de mirarnos a
nosotros mismos y de estar lamiendo
continuamente nuestras heridas. Es de vital
importancia que aborrezcamos esta actitud, y
pasar de vernos como victimas de todo y de todos,
a creer que estamos en las manos de Dios y en su
perfecta voluntad.

Dios quiere restaurarnos, pero el volvernos a Él,


el que cambiemos en cosas como las que he
mencionado hasta ahora es un requisito
necesario.

Otra actitud de la que debemos volvernos a Dios


es de nuestra “santa indignación”. Nos sentimos
contrariados porque otros no ven las cosas como
nosotros las vemos, o no aceptan nuestras
opiniones o tal vez no reciben las palabras que
Dios nos ha dado y que en verdad son palabras de
Él. Debemos entender que los que no acogen el
mensaje de Dios lo están rechazando a Él y no a
nosotros. La responsabilidad del siervo de Dios
termina en el momento que ha transmitido el
mensaje; las respuestas de cada uno y sus
reacciones las juzgará Dios. El obrero de Dios no
debe contender, ni imponer, ni tiene que pelear
con la gente para que reciban sus palabras.
Tampoco el siervo de Dios debe proferir juicios de
condenación, ni sentenciar, ni maldecir a nadie
cuando es rechazado. Esta práctica puede llegar a
ser muy común en algunos, pero no es conforme
al Espíritu del Señor. Proferir maldiciones cuando
alguien no acepta nuestro ministerio, o se va de
nuestra obra, o como se suele decir sale de debajo
de nuestra autoridad y cobertura espiritual.
El Señor nos ha ordenado bendecir a todos, aún a
nuestros enemigos y no maldecir. Muchos
creyentes se deben volver a Dios de este terrible
pecado que es juzgar a los demás. Algunos
objetan a esto, que a aquellos que se les opusieron
y a los cuales profetizaron que les sucederían
calamidades les acontecieron en verdad. Pues tal
hermano que me criticó y se marchó de la iglesia
acabó divorciándose, o aquel otro se murió de
cáncer, o a ese otro le atropelló un camión, y a
aquella hermana le cayó un meteoro en la cabeza
y fue fulminada. ¿No se ha preguntado usted que
tal vez ese obrero tiene más de brujo y adivino
que de siervo de Dios?
Cuando los discípulos de Cristo quisieron
maldecir, haciendo que descendiera fuego del
cielo sobre una ciudad que no les recibió, Jesús
les reprendió diciéndoles: “Vosotros no sabéis de
que espíritu sois” Que confundidos estaban los
discípulos del Señor, parece que no hubieran
aprendido nada. Misericordia quiero y no
sacrificio dice el Señor. Todos queremos recibir
un trato amoroso y comprensivo, sin embargo
cuando se trata de los demás, no parpadeamos
para ser los primeros en arrojarle piedras y
lapidarlos.
Cada uno debe examinarse bajo la luz de la
palabra de Dios, para ver de qué espíritu es y
entender bajo la influencia de que sabiduría está
actuando.

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?


Muestre por la buena conducta sus obras en
sabia mansedumbre.  Pero si tenéis celos
amargos y contención en vuestro corazón, no os
jactéis, ni mintáis contra la verdad;porque esta
sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino
terrenal, animal, diabólica.  Porque donde hay
celos y contención, allí hay perturbación y toda
obra perversa.  Pero la sabiduría que es de lo alto
es primeramente pura, después pacífica,
amable, benigna, llena de misericordia y de
buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.  Y
el fruto de justicia se siembra en paz para
aquellos que hacen la paz.” (Santiago 3:13-18)

Algunos creyentes deben convertirse a Dios de su


engaño de infalibilidad. Bien por la posición o por
la autoridad que ostentan creen que nunca se
equivocan. Piensan de si mismos que son
intocables, o de todas maneras actúan como si lo
fueran. No están sometidos ni sujetos a nadie,
están en la cúspide solitaria del poder.
En la iglesia del Señor debemos estar sujetos los
unos a los otros y sometidos a nuestra cabeza que
es Cristo.
Indiscutiblemente, nos hemos de convertir a Dios
de todos nuestros pecados, ya sean de la carne o
del espíritu. Pecados de orgullo y engreimiento,
de falsa humildad, deseos de protagonismo, etc.
Es necesario dar lugar a que el Espíritu Santo nos
convenza profundamente y no resistirlo, porque
el Señor quiere obrar maravillosamente en cada
uno.
El Señor quiere repetir de nuevo el milagro que
hizo en las bodas de Canaá, convertir el agua en
vino. Dios desea que nuestras vidas aguadas se
conviertan en vino. De ser creyentes insípidos e
incoloros a una vida de gozo y llena del Espíritu
Santo y de fruto.

“Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba:


Me azotaste, y fui castigado como novillo
indómito; conviérteme, y seré
convertido,  porque tú eres Jehová mi
Dios.  Porque después que me aparté tuve
arrepentimiento, y después que reconocí mi
falta, herí mi muslo; me avergoncé y me
confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud.
(Jeremías 31:18,19)
Para ser restaurados es necesario que nos
volvamos de nuevo a Dios, reconociendo nuestras
faltas, en arrepentimiento profundo y
avergonzados por nuestros pecados. Si no
sentimos esto, siempre podemos apelar al Señor
para que el produzca semejante actitud. Hemos
leído como Efraín le dice a Dios: “Conviérteme y
seré convertido”. El Señor puede poner esta
disposición en nosotros y hacer que nos volvamos
a Él.

La restauración. “Yo te restauraré”

Es el Señor mismo quien nos restablece, Él


restituye nuestras vidas desechas al lugar y en la
manera en que deben estar. Dios nos salva y nos
sana, nos perdona y nos libera, colocándonos de
nuevo en el sitio que nos corresponde.
La restauración que hace el Señor abarca toda
nuestra vida espiritual, así como nuestra alma y
nuestros cuerpos.
Dios nos vuelve a nuestra posición de hijos, en el
sentido de la recuperación de los privilegios que
conllevan esa identidad.
Él nos ha hecho herederos y coherederos
juntamente con Cristo, y participantes de los
tesoros espirituales de su reino.

“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún


estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello,
y le besó.  Y el hijo le dijo: Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de
ser llamado tu hijo.  Pero el padre dijo a sus
siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y
poned un anillo en su mano, y calzado en sus
pies.  Y traed el becerro gordo y matadlo, y
comamos y hagamos fiesta;porque este mi hijo
muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es
hallado. Y comenzaron a regocijarse.” (Lucas
15:20-24)

Pero aun mas importante, a mi entender, es que


por encima de todo esto el Espíritu Santo nos da
testimonio confirmándonos en nuestra identidad
de hijos de Dios.

“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro


espíritu, de que somos hijos de Dios.” (Romanos
8:16)

¿Qué mejor posición e identidad podemos tener


que esta? ¡Alegrémonos y gocémonos en ese
hecho verdadero¡

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para


que seamos llamados hijos de Dios;” (1ª Juan
3:1)

Al darnos la vuelta hacia Dios y convertirnos,


nuevamente somos restaurados en nuestro
espíritu y alma a la comunión con Él. Las barreras
y obstáculos que impedían nuestra oración son
quitados y adquirimos la certeza de que Dios nos
está escuchando. Todo es un nuevo comienzo, el
anhelo de conocer a Dios aparece y el hambre de
escuchar su palabra retorna otra vez a nosotros.
Somos fortalecidos y renovados en nuestro
hombre interior por su Espíritu.
Otro aspecto de la restauración es que somos
restituidos a la comunión de los santos en la
 
familia de Dios. La luz de Dios vuelve ha
iluminar nuestro camino, y al paso nos
encontramos con los hijos de Dios, los que
invocan el nombre de Jesucristo.

“pero si andamos en luz, como él está en luz,


tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.”
(1ª Juan 1:7)

Nos alegramos, (como el salmista expresa) con los


que dicen a la casa del Señor iremos.
Buscamos a partir de entonces la reunión con
otros creyentes, para la mutua edificación y la
adoración a Dios.
Otra consideración es que la imagen de Cristo, su
carácter y semejanza es restaurado en nosotros.
El comienza otra vez a moldearnos y a quitar toda
distorsión y defectos que la empañan. Cristo crece
en nuestro interior y la transformación se inicia y
va progresando sin que lo percibamos. Los frutos
de su Espíritu empiezan a aparecer como adornos
en nuestras vidas: el amor, el gozo, la paz, el
carácter templado, la bondad. Pero todo esto lleva
su tiempo, no sucede de la noche a la mañana,
necesitamos seguir consintiendo que Dios trabaje
con nosotros en una actitud de rendición
completa a sus maneras.

Un asunto a tener en cuenta es, que no


deberíamos esperar que las circunstancias que
nos rodean y las situaciones que no están en
nuestro poder cambiarlas varíen de un día para
otro. Dios puede estar considerando que aun
necesitamos permanecer por algún tiempo donde
nos encontramos, y en su sabiduría aguarda hasta
ver oportuno el momento del cambio. Pidámosle
mejor a Dios que nos permita ver su mano y que
podamos entender su propósito en todo.

Dios puede restituirnos en su misericordia cosas


que hemos perdido o tal vez no; quizás Él tenga
otros planes que desconocemos aún. Confiemos
en que Dios sabe mejor que nosotros aquello que
nos conviene. Nuestra propia visión es muy corta,
y nuestras expectativas limitadas, Él obrará
conforme a su poder y conocimiento.
Por tanto, esperemos que su voluntad sea hecha,
como en el cielo así en nuestras vidas y mientras
estamos sobre esta tierra.

Vivir en su presencia. “y delante de mi


estarás”
La restauración nos conduce hasta la misma
presencia del Señor. No hay mayor señal de
nuestra restitución que morar delante de Dios.
Una rehabilitación no es completa si no somos
colocados ante nuestro Dios, donde le podemos
contemplar y saber por la experiencia que el nos
está rodeando con su amor.
Debemos poder declarar con fe como hicieron los
profetas de Dios: “Vive Jehová en cuya presencia
estoy.”

El rey David decía:

Detrás y delante me rodeaste,


Y sobre mí pusiste tu mano.
Tal conocimiento es demasiado maravilloso para
mí;
Alto es, no lo puedo comprender.” (Salmos 139:
5,6)

Todos los creyentes deben tener este


conocimiento maravilloso de Dios, y saber vivir
en su presencia continuamente. No deberíamos
parar en nuestro avance espiritual hasta
encontrarnos en esta posición. Esta es la cumbre
de la vida cristiana, el monte de Dios, un lugar
donde Dios quiere que estemos y que no nos será
arrebatado. Esta es la mejor parte de la que Jesús
le hablo a Marta y que María había escogido, esto
no se nos quitará.
El Señor quiere llevar a cada uno de sus hijos a
este punto en el que estén en su presencia y
consciente de ella en todo momento. Para que
desde esta posición privilegiada le sirvamos
entendiendo que el está con nosotros.

No sería correcto pensar que por el hecho de


habérsenos devuelto ciertas cosas materiales o
por haber sido colocados de nuevo en alguna
posición visible está todo arreglado en nuestras
vidas. Nos equivocamos si juzgamos nuestro buen
estado espiritual o el de los demás por la
prosperidad aparente o por la posición que
ocupan.
Lo más importante en la vida cristiana y en la
experiencia espiritual, aquello que en verdad nos
enriquecerá sobremanera, es estar en la presencia
de Dios, saber que le tenemos a Él. Todo lo demás
que se nos pueda añadir debe partir o tener su
origen desde esta realidad espiritual. De otro
modo no estaremos disfrutando de todo aquello
que Dios pueda hacer en nosotros, o por
mediación nuestra, ni tampoco apreciaremos en
su plenitud las bendiciones que nos da.
“La bendición de Jehová es la que enriquece,
Y no añade tristeza con ella.” (Proverbios 10:22)

No existe nada en el mundo visible o invisible, no


hay don, ni regalo que Dios nos pueda dar, que
pueda compararse con el hecho de darse a si
mismo a nosotros. Y desde luego ninguna otra
cosa puede satisfacer tanto el corazón como Dios
mismo, presente y dándose continuamente a
nosotros. A esto es a lo que hace referencia la
frase “y delante de mí estarás”, este es su
significado más inmediato.
Por supuesto que hay mucho mas que se podría
decir al respecto, no obstante si pudiéramos
captar y comprender que toda la experiencia
cristiana, que el hacer nuestro los propósitos de
Dios, todo el conocimiento que vayamos a
adquirir de Dios, parten de estar su presencia.
Todo el avance espiritual, la madurez cristiana, el
que Dios nos pueda usar eficazmente tiene su
proceso y es llevado a cabo cuando nos asimos de
este principio establecido por Dios mismo, que el
vive en nuestros corazones.
El Señor le dijo a Abrahán, el padre de la fe, unas
palabras que son validas para todos los creyentes:
“Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de
mí y sé perfecto.”  (Génesis 17:1)
Abrahán era un hombre con todas sus
limitaciones, un hijo de Adán nacido en pecado
como todos nosotros. Pero Dios se dirige a él de
esta manera “Yo soy el Dios todo poderoso”, el
que te ha llamado y te ha escogido y que va a
llevar a cabo su propósito en ti. El es el Dios para
el que no hay nada imposible, que puede hacer
todas las cosas mucho mas abundantemente de lo
que pedimos o entendemos.
¿Pero en que manera iba a dar Dios cumplimiento
a sus promesas hechas a su siervo? Pues sigue
diciendo el versículo: “anda delante de mi y se
perfecto”, Dios le pide que viva en su presencia,
que en todo cuente con Él y que estando delante
de Él sea perfecto.
No es posible vivir una vida cristiana que agrada a
Dios sin depender de su presencia, sin ser
conscientes de su gracia manifestada en una
relación muy cercana, y desde donde su
omnipotencia es liberada a nuestro favor para
tener una vida que le da honra y gloria a su
nombre.

Estar delante del Señor implica que Él nos


sostendrá y nos suplirá todos los recursos que
necesitemos. Cuando en la antigüedad los reyes
concedían a alguien el privilegio de estar cerca de
ellos, se daba por hecho que cada día podían
comer de su mesa y de la misma porción que los
reyes y que también serían cubiertos y suplidos en
toda necesidad. Así también el Señor, nos suple
conforme a sus riquezas en gloria.
El rey David decía de Dios:

“Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa;


Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos,
Y es hermosa la heredad que me ha tocado.”
(Salmos 16:5,6)

Estar delante de la presencia de Dios involucra


que el nos capacitará y que seremos investidos
con la autoridad y el poder de Dios. Es la
presencia de Dios lo que marca la diferencia en
todo lo que hacemos, el saber que está de nuestro
lado y que nosotros estamos del suyo y haciendo
su voluntad. El llevar a cabo la obra de Dios así
como cualquier cosa que el disponga sabiendo
que lo haremos contando con Él y desde la
posición de su compañía nos sostendrá en los
tiempos difíciles.
Cuando Dios le encargó a Moisés conducir a su
pueblo por el desierto hasta la tierra prometida, él
se sintió desbordado y se vio incapaz de poder
hacerlo. Este hombre de Dios se encontró
también solo ante esa gran tarea que Dios le
demandaba.
“Y dijo Moisés a Jehová: Mira, tú me dices a mí:
Saca este pueblo; y tú no me has declarado a
quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices:
Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado
también gracia en mis ojos.Ahora, pues, si he
hallado gracia en tus ojos, te ruego que me
muestres ahora tu camino, para que te conozca,
y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente
es pueblo tuyo.  Y él dijo: Mi presencia irá
contigo, y te daré descanso.  Y Moisés respondió:
Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos
saques de aquí.” (Éxodo 33: 12-15)

Dios le declara que lo acompañaría en todo el


trayecto, que su presencia estaría con él y que le
daría descanso. ¿No es cierto que todo pesa
menos cuando sabemos que Dios esta con
nosotros? ¿No es verdad que experimentamos un
descanso, una paz y una renovación de nuestras
energías cuando estamos en la presencia de Dios?

Separación. “y si entresacares lo precioso de lo


vil.”

La acción de “entresacar” constituye una de las


labores principales en la obra de Dios. Con el
objeto de mostrar su obra, lo que es suyo, lo que
el aprueba y lo que le agrada, Dios separa y
divide. Él ha separado la luz de las tinieblas, Él
separará las cabras de las ovejas, Él separará la
paja del trigo, a los escogidos de los que no lo son,
el espíritu de la carne y lo santo de lo impuro. La
escoria debe separarse del oro para que luzca y
tenga valor.
Las escrituras nos dicen que Dios ha puesto su
tesoro en vasos de barro. Y Él desea que esa gloria
suya brille, que la riqueza que nos ha dado reluzca
en nuestras vidas.
El Señor quiere eliminar toda suciedad de nuestro
ser, que todo lo carnal sea cortado y separado de
lo espiritual.
Esto es algo que debemos hacer nosotros con la
ayuda de Dios, pues somos sus colaboradores
“haced morir pues lo terrenal en vosotros”.
Es muy importante que sepamos distinguir bajo
la luz de Dios entre lo carnal o natural de lo
espiritual.
En la carta a los hebreos se nos habla del
instrumento que Dios usa para realizar esta
separación y hacer esa distinción.

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y


más cortante que toda espada de dos filos; y
penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón.”
(Hebreos 4:12)

En el evangelio de Mateo encontramos también


unas palabras de Jesús que hacen alusión ha este
mismo tema.

“El hombre bueno, del buen tesoro del corazón


saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal
tesoro saca malas cosas.”  (Mateo 12:35)

El cristiano se debate entre dos naturalezas que


quieren dominarlo una interior y espiritual, llena
de los tesoros de Dios como el amor, la paz, la
humildad, la santidad etc. y otra mas exterior y
sensual, carnal y natural, habituada al pecado. La
voluntad de Dios es que seamos gobernados por
el espíritu que es el que lleva su imagen impresa,
que toda nuestra vida sea controlada por ese
nuevo hombre creado en Cristo Jesús.

En el pasaje que sigue a continuación se nos


menciona también la importancia de una
limpieza y separación en el cristiano con la idea
de poder ser un instrumento del Señor.

“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo


este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y:
Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el
nombre de Cristo.
Pero en una casa grande, no solamente hay
utensilios de oro y de plata, sino también de
madera y de barro; y unos son para usos
honrosos, y otros para usos viles.  Así que, si
alguno se limpia de estas cosas, será
instrumento para honra, santificado, útil al
Señor, y dispuesto para toda buena obra.  Huye
también de las pasiones juveniles, y sigue la
justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de
corazón limpio invocan al Señor.” (2ª Timoteo
2:19-22)

En esa gran casa que es la iglesia existen


diferentes tipos de vasos, (muchos son los
llamados pero pocos son escogidos) pero no todos
son útiles al Señor. Solo son usados los que viven
apartados de iniquidad, los que se han limpiado
de contaminación, y aquellos que siguen la
justicia, la fe, el amor y la paz e invocan al Señor
con un corazón limpio. Si andamos así delante del
Señor seremos transformados, la naturaleza
divina nos envolverá y brillará y la gloria de Dios
resplandecerá en nosotros. Esto nos lleva a la
última consideración del texto que estamos
analizando.
Validos para ser usados. “serás como mi
boca”

Que privilegio y dignidad nos concede Dios, Él


nos hará como su boca. Dios expresa su palabra y
expira su aliento por ella. Seremos instrumentos
útiles al Señor para llevar a cabo su obra. El
testimonio de Dios será dado en forma eficaz y
poderosa a través nuestro. A que mejor propósito
o vocación podemos aspirar en la vida que ver
manifestarse la voluntad de Dios y realizarse por
mediación nuestra.
Siendo como la boca del Señor estaremos
viviendo una experiencia profética y poderosa.
Dios cumplirá lo que Él determine hacer por
nosotros, nuestro trabajo en el Señor no será en
vano. Ninguna de sus palabras caerá a tierra de
todo lo que Él nos hable o pueda decir por
nuestro medio, sino que dará su fruto.
La sabiduría de Dios estará en nuestros labios, la
palabra a su tiempo, el evangelio de salvación.
Cerca nuestra estará la palabra, en nuestra boca y
en nuestro corazón, la palabra de fe que
predicamos.

“Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para


saber hablar palabras al cansado” (Isaías 50:4)

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