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Los ilustrados pensaban que la sociedad solo podía transformarse mediante la educación.
Este afán didáctico influyó, decisivamente, en la finalidad de la literatura, que no se concebía como un
medio de entretenimiento sino de divulgación de ideas. De ahí que se denomine Neoclasicismo al movimiento
estético característico de la Ilustración.
El siglo XVIII fue una época en la que se produjeron grandes cambios tanto en lo político, lo social y lo religioso,
como en el ámbito del pensamiento y de las actitudes vitales. El rasgo característico de esta época fue la confianza en la
razón y, por lo tanto, en la recuperación de la fe en el ser humano. Este es el período cuando se generan, en España y en
Europa, las ideas reformistas y las de cambio social, que se cuajan a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Aunque la literatura desarrollada en el siglo XVIII se tachó de extranjerizante o carente del mejor espíritu
español, abrió paso a tendencias, lenguaje y sensibilidad, y a gran parte de lo que hoy consideramos moderno o
contemporáneo. Algunas tendencias predominantes del siglo XVIII son la sencillez, la naturalidad, el utilitarismo, la
perspectiva racionalista, el interés en las ideas y el cultivo de la literatura filosófica y periodística.
El Neoclasicismo acabó con la libertad creadora del Barroco e impuso unas reglas muy estrictas a las que
debía someterse toda obra artística.
Así, en la literatura se prohibía mezclar la prosa con el verso o lo trágico con lo cómico.
Los autores neoclásicos escriben con un propósito didáctico: las obras han de servir para educar a los lectores. Esa es la
razón por la que la literatura del siglo XVIII trata, sobre todo, temas reales, como ocurre con las Cartas marruecas.
La literatura neoclásica tiende a fijar en sus páginas los actos morales del ser humano, su vida interior. El
dramaturgo, el poeta y el novelista tratan de ejercer una función formativa, al ofrecer al lector o al espectador formas
de conducta que le permitan conocerse a sí mismos.
Esta exigencia tuvo más de un inconveniente. El más grave fue que arruinó la poesía de esta época, ya que la
sonoridad, la rima y las imágenes brillantes, características de este género, no se consideraban elementos didácticos.
Es curioso que la actitud libre con que se criticaban las ideas y las instituciones se convirtiera, en el caso de la
literatura, en una auténtica esclavitud para los escritores, sometidos a normas que dictaban que el arte y la literatura
debían someterse a la razón.
Características
-La creación literaria se rige por la razón, que guía el espíritu crítico de los escritores ante el mundo que los rodea.
-Los autores tienen que ajustarse a la preceptiva clásica, que imponía reglas a cada género, e imitar a los escritores
grecolatinos.
-El estilo persigue la claridad y la adecuación y rechaza la afectación y los excesos que se consideran propios de la
literatura barroca
-Respeto a la unidad de lugar, de tiempo y acción. Es decir, solo debía haber una acción en la obra, que debía suceder
en un máximo de un día y desarrollarse en un mismo lugar.
El Ensayo
Género neoclásico por excelencia, pues permitía a los ilustrados exponer sus nuevas ideas y criticar
directamente a la sociedad de su tiempo. Fue el género en prosa más importante del siglo XVIII porque permitió
la divulgación del pensamiento ilustrado.
La Lírica
El gusto por la enseñanza y a tono con el resurgimiento de autores de la Grecia antigua, el neoclasicismo
revive las fábulas que enseñaban con moralejas al final de la historia. Se trata de un género de antigua tradición,
breve y generalmente en verso.
La Narrativa
Durante el siglo XVIII, se escribieron numerosas novelas que, en su mayoría, contenían una dura crítica a la
sociedad europea y, particularmente, a los aristócratas, a quienes se les censuraban sus expresiones rebuscadas y
superficiales.
El teatro
Aquí, las normas grecolatinas se aplicaron con mayor rigor. Se impuso la normativa clásica y se rechazó la
comedia barroca. El teatro se utilizó para difundir la ideología. Al igual que en la época clásica, hubo dos formas
teatrales: la tragedia y la comedia.
El representante español de este teatro fue Leandro Fernández de Moratín, traductor del teatrista francés
Moliére. El sí de las niñas es la obra más conocida de Moratín en la que explora el problema de las jóvenes que tienen
que casarse según la voluntad de sus padres que no han tenido en cuenta los sentimientos de sus hijas. En lenguaje
sencillo y un interés didáctico – distinto al estilo barroco que viste en la unidad anterior– el autor defiende la idea de
libertad entre los jóvenes.
Doña Francisca, una joven de dieciséis años internada en un convento de monjas durante toda su niñez donde fue
educada. Está prometida con Don Diego, un hombre adinerado y sesentón, que ha concertado el matrimonio con Doña
Irene, la madre de Doña Francisca, sin que su hija pueda opinar sobre su futura vida con Don Diego. Pero esta niña,
Paquita, está enamorada de un joven militar del regimiento de Zaragoza, llamado Don Carlos aunque ella lo conoce
como Don Félix de Toledo, que sin saberlo, es el sobrino de Don Diego. El joven militar a causa de su amor por Paquita
acude en busca de ella a la posada donde se encuentran en Alcalá de Henares, para impedir el compromiso entre la
joven y su futuro marido, sin saber que el comprometido es su tío, quien desconocía el amor entre los dos jóvenes.
Cuando Don Diego ve a su sobrino en aquella posada, le manda a éste que regrese al regimiento y él obedeciendo sus
órdenes ya que no quiere que descubra que se va a casar con una jovencita, antes de marchar le entrega una carta a
Paquita por la ventana donde le explica las razones de porque tiene que marchar, que es perdida entre la oscuridad, y la
encuentra Don Diego, que cuando la lee, comprendiendo el amor que hay entre los jóvenes, decide renunciar a su
matrimonio con Paquita. Mandó llamar al joven, y decide bendecir el matrimonio y el amor entre los dos, en contra de la
opinión de la madre de Paquita, quien insistió mucho en el matrimonio de la joven con Don Diego por su dinero.