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12 - 11 – 2020

El agente como principio contingente


Gabriela Rossi
(Pontificia Universidad Católica de Valparaíso)

En el comienzo del libro VI de la Ética Nicomaquea, dedicado a la presentación de


las virtudes intelectuales y, en especial, de la prudencia (φρόνεσις), Aristóteles propone
una subdivisión de la parte del alma que posee razón por sí misma. Esta subdivisión se
apoya en una distinción ontológica entre objetos de conocimiento, siguiendo el
principio según el cual el conocimiento de que es capaz cada una de estas partes se
produce en virtud de una cierta familiaridad o semejanza con lo conocido (1139a8-11);
de allí que, si hay entidades que pertenecen a géneros ontológicos diferentes, ellos
deberán ser conocidos por diferentes partes del alma. Me interesa enfocarme
inicialmente en el modo en que Aristóteles distingue los dos géneros o tipos de entidades
que son objeto de cada parte, teniendo en cuenta a su vez que en la caracterización de
los respectivos géneros se apoya la de las partes distinguidas. En la sección 1 de este
artículo comentaré ciertas dificultades en este pasaje del texto, y propondré una lectura
de estas líneas que es ligeramente diferente de la más usual, que entiende que Aristóteles
distingue aquí el ámbito de lo necesario y de lo contingente. En las secciones 2-4, daré
argumentos para apoyar y precisar esta lectura. Por último, delinearé de modo breve
algunas consecuencias de la lectura de estas líneas que propongo.

1. La delimitación del ámbito de la acción humana.

La distinción entre tipos de entes que me interesa aparece en el pasaje 1139a6-8,


que reproduzco en griego, según la edición de Bywater:

T1: καὶ ὑποκείσθω δύο τὰ λόγον ἔχοντα, ἓν μὲν ᾧ θεωροῦμεν τὰ τοιαῦτα τῶν
ὄντων ὅσων αἱ ἀρχαὶ μὴ ἐνδέχονται ἄλλως ἔχειν, ἓν δὲ ᾧ τὰ ἐνδεχόμενα·

Una traducción posible de este pasaje en castellano es:

“Y establezcamos que hay dos partes que poseen razón, una es aquella con la cual
consideramos el tipo de entes cuyos principios no pueden ser de otra manera, y la otra
es aquella con la que consideramos los entes que pueden ser de otra manera.”

Estas líneas suelen entenderse del siguiente modo. Se distinguen aquí dos grandes
ámbitos ontológicos; por una parte, el de lo necesario, poblado por aquellas cosas que
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no pueden ocurrir de otra manera; por otra parte, el de lo contingente, poblado por las
cosas que pueden ocurrir de otra manera –cosas tales que, antes de ocurrir, no eran
necesarias.1 La parte científica (ἐπιστημονικόν) del alma se ocupa de conocer el primer
ámbito, mientras que la parte calculativa (λογιστικόν) o deliberativa del alma se ocupa
del segundo. Respecto de la división de ámbitos ontológicos y la consecuente distinción
de partes del alma abocadas a cada uno, Aristóteles afirma en este contexto que, en
efecto, “nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera” (1139a13-14; cf.
1040a31-32) y que sólo hay ciencia demostrativa de aquellas cosas que no pueden ser de
otra manera (1139b20-21), es decir, de aquellas cosas que son necesarias (1139b22-23).
Uno podría reponer la siguiente explicación más amplia: la división de tareas en relación
con diferentes ámbitos ontológicos, tal como aparece planteada aquí, parece indicar que
la acción humana, en la medida en que ella resulta de una deliberación, tiene lugar en
el ámbito de lo contingente porque allí donde hay necesidad no hay lugar para la
decisión deliberada, ya que nada puede ocurrir de modo diferente de como ocurre.2 Y,
en efecto, nadie delibera sobre si los ángulos del triángulo son o no iguales a dos rectos;
en todo caso, lo que puede hacer es comprender más o menos bien la demostración que
explica la causa de que esta propiedad se dé per se en todo triángulo.

Volvamos al pasaje T1, citado arriba. Ya a primera vista, llama la atención una
asimetría en la caracterización de los dos ámbitos ontológicos. Mientras que el primero
es delimitado por recurso al tipo de principios que tienen los entes que lo pueblan (se
trata de “el tipo de entes cuyos principios no pueden ser de otra manera”), el segundo
se caracteriza recurriendo directamente al tipo de entes, sin referencia a los principios
(se trata de “los entes que pueden ser de otra manera”, τὰ ἐνδεχόμενα). Para mantener
el paralelismo entre ambos sintagmas, la contraposición en el segundo término debería
ser con “el tipo de entes cuyos principios pueden ser de otra manera”. A. Coraes (1822)
parece haber creído incluso que la asimetría ameritaba una conjetura al texto en la línea

1 Una vez que han ocurrido, en cambio, ellas son necesarias, y por eso no hay deliberación ni
elección sobre lo pasado (EN VI 2, 1139b5-11)
2 Cf. C. Reeve 2014, 272. F. Dirlmeier 1956, 443, y Gauthier-Jolif 1970, II 2, 440, dicen que la

distinción que establece Aristóteles aquí es entre lo necesario y lo contingente, y la conectan con la
distinción epistemológica de Platón entre el ámbito de la ciencia (ἐπιστήμη) y el de la opinión (δόξα) tal
como se presenta en República V 476a-480a (de idéntico modo: Pallí Bonet 1985, nota 120 al texto, y E.
Sinnot 2007, nota 970 al texto). A mi modo de ver, por razones que serán evidentes a lo largo de estas
páginas, es más pertinente la conexión con la división de las ciencias en prácticas y meramente
cognoscitivas en Político 258e, apuntada por C. Natali 2009, 503. En el caso de las primeras, en efecto, se
trata de aquellas que están involucradas con la acción (πρᾶξις) (258d), en el caso de las segundas, lo que
producen es sólo conocimiento (τὸ δὲ γνῶναι παρέσχοντο μόνον, 258d5-6) –el ejemplo es la matemática.

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1139a8 de modo de mantener el paralelismo, pues propone leer ὧν ἐνδέχονται –es decir
“[aquella parte con la cual conocemos los entes] cuyos [principios] pueden ser de otra
manera”– en lugar del ᾧ τὰ ἐνδεχόμενα contenido en los manuscritos.3 El fundamento
que ofrece Coraes para la conjetura es que más abajo, en un pasaje referido a este mismo
ámbito, el propio Aristóteles interpreta el segundo miembro de la contraposición en
estos términos cuando sostiene que no hay demostración “de aquellas cosas cuyos
principios pueden ser de otra manera” (ὧν δ' αἱ ἀρχαὶ ἐνδέχονται ἄλλως ἔχειν, 1140a33-
34, mi énfasis).4 De los traductores modernos que he consultado, solamente H. Apostle
(1975), T. Irwin (1999) y R. Crisp (2000) siguen esta conjetura de sentido y mantienen
así el paralelismo entre ambos términos de la contraposición, sin argumentar
expresamente a favor de ella. 5 Mi intención en este artículo es ofrecer algunos
argumentos para defender el sentido rescatado por la conjetura de Coraes.

Es cierto que, en términos epistemológicos, la asimetría del texto transmitido


puede no ser dramática, pues parece que aquellos entes cuyos principios son necesarios,
son ellos mismos necesarios, y aquellos entes cuyos principios pueden ser de otra
manera pueden, ellos mismos, ser de otra manera (EE II 6, 1222b41-1223a1). Esto se
cumple de modo ejemplar en el caso de la matemática, que parece ser la ciencia que
Aristóteles tiene en vista eminentemente. Este cuadro así esbozado, sin embargo,
plantea dos problemas diferentes, cada uno referido respectivamente a uno de los dos
ámbitos así delimitados. El primero –del que no me ocuparé aquí– se refiere al hecho de
que Aristóteles sostiene, en otros textos, que la física es una ciencia teórica, tal como la
matemática. Ella, ciertamente, no se dirige a producir cosas en sentido amplio (acciones
o producciones) sino meramente a conocer. Sin embargo, en el marco de la división
planteada al comienzo de EN VI la física no sería un producto de la parte científica del
alma, pues parte de su objeto son los principios de fenómenos y procesos que se dan en
el ámbito sublunar, que ocurren la mayoría de las veces de la misma manera, es decir,
en su campo de estudio no todo ocurre con necesidad.6 El segundo problema se refiere

3 Que da el sentido “aquella parte con la cual [conocemos] los entes que pueden ser de otra
manera”.
4 A. Coraes 1822, 269.
5 Entre quienes siguen el texto y el sentido del texto transmitido están, en castellano Pallí Bonet

(1985) y Sinnot (2007), en italiano Natali (1999), en francés Gauthier-Jolif (1970); en inglés Grant (1885),
Stewart (1892), Joachim (1951), Ross (1984), Rowe-Broadie (2002), Reeve (2013 y 2014); y en alemán F.
Dirlmeier (1956).
6 Natali 1999, Nota 569 (p.503) sostiene que Aristóteles pasa por alto la posibilidad de un saber

teórico de lo contingente. Este saber correspondería, presumiblemente, a la física. Broadie 2002, nota a
1139a7-8 (p. 361): “Not only mathematics, but physics and, strictly speaking, history, fall under

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a que, como acabo de señalar, el ámbito de las cosas contingentes –i.e. que pueden ser
de otra manera– incluye en principio todas las cosas que resultan de procesos que se
dan en el ámbito sublunar (pues ellos involucran a la materia, principio que abre la
posibilidad de que las cosas resulten de modo diferente del usual);7 pero esto resulta
insuficiente como delimitación conceptual del objeto de la parte calculativa del alma,
pues, en tal caso, la deliberación sería también sobre los procesos naturales
contingentes. Sin embargo, tal como no deliberamos sobre si los ángulos interiores del
triángulo son iguales a dos rectos, tampoco deliberamos sobre las cosas cuya causa es
natural (EE II 10, 1226a20-28).

Mi propuesta es que, si la delimitación del subconjunto dentro de lo contingente


que constituye el objeto de la parte calculativa del alma se da por la referencia a los
principios que en él operan o pueden operar, este último problema se disuelve. Dicho de
otra manera, definir el conjunto de los entes que pueden ser de otra manera a partir de
sus principios permite circunscribir de entrada el subconjunto de lo contingente que
concierne a la parte calculativa del alma, de modo tal que ella no está remitida en modo
alguno a la consideración de las generaciones y procesos naturales, a pesar de que estas
cosas de hecho pueden ocurrir “de otra manera”, sino solamente a las acciones.

¿Cómo queda delimitado entonces el terreno de lo contingente en el contexto de


la discusión de EN VI desde esta lectura? Mi propuesta es la siguiente. La parte
calculativa del alma se ocupa de aquellos entes cuyos principios pueden ser de otra
manera, de suerte que los principios que pueden ser de otra manera somos nosotros en
cuanto agentes, y los entes causados por este principio –que son los que ocupan a esta
parte del alma– son nuestras acciones, que también caen dentro de lo que puede ser de
otra manera.

Que esto último es el caso para las acciones que puede realizar el ser humano –
tanto las que resultan en una producción (ποίησις) como las que tienen el fin en sí
mismas (es decir, lo que Aristóteles llama propiamente πρᾶξις)– es afirmado por
Aristóteles expresamente poco después en este mismo libro. En las primeras dos líneas
de EN VI 4, capítulo dedicado a la técnica o arte (τέχνη), Aristóteles sostiene que tanto

theoretical: physics because it studies general patterns which individual cases are necessary-unless-
something-interferes, and history because it studies things that were once contingent but are now
necessary, being past (DI 9; cf. NE VI 2, 1139b8-11). However, Aristotle ignores history and equates the
theoretical with mathematics and the sciences.”
7 Cf. Metaph. E 2, 1027a13-15: ἡ ὕλη ἔσται αἰτία ἡ ἐνδεχομένη παρὰ τὸ ὡς ἐπὶ τὸ πολὺ ἄλλως τοῦ

συμβεβηκότος.

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lo puede ser producido como lo que puede ser objeto de acción está entre las cosas que
pueden ser de otra manera (τοῦ δ' ἐνδεχομένου ἄλλως ἔχειν ἔστι τι καὶ ποιητὸν καὶ
πρακτόν, 1140a1-2), y más adelante, en el siguiente capítulo, reitera que lo que es objeto
de acción puede ser de otra manera (ἐνδέχεται τὸ πρακτὸν ἄλλως ἔχειν, EN VI 5,
1040b2-3). En la sección 4 volveré sobre el sentido en que, creo, hay que entender que
lo que es objeto de acción “puede ser de otra manera”, por ahora, baste entender que
sobre esto se delibera, sea en el ámbito técnico, sea en el ámbito práctico: sobre lo que
uno hará, es decir sobre aquellas cosas de las que uno es principio.

Añadiré un argumento textual que me inclina a pensar que, ya en T1, Aristóteles


tiene en vista las acciones y los agentes como principio de las acciones. En las líneas
finales del capítulo 1 de este libro, tras introducir la distinción que nos ocupa, Aristóteles
anuncia que la investigación que emprenderá se dirige a averiguar cuál es la virtud de
cada una de las dos partes del alma racional, y que dicha virtud se refiere a la operación
(ἔργον) propia de cada una de estas partes. Inmediatamente a continuación, Aristóteles
comienza en el capítulo 2 una disquisición sobre las cosas que en el alma son principio
de la acción y de la verdad (1139a18). Todo indica que acción y verdad retoman,
inicialmente, la operación (ἔργον) de cada una de las dos partes del alma racional: la
primera corresponde a la parte calculativa y la segunda a la parte científica. Esta división
inicial de tareas, que presupone un concepto de verdad eminentemente teórico, será
ampliada en seguida para hacer lugar, también, a una verdad de tipo práctico (1139a26-
27).8 Ahora bien, este tipo de verdad, que no es sino la operación de la parte calculativa
cuando ella es virtuosa, está referida a la cualidad de la elección deliberada (προαίρεσις)
que da lugar a una acción, y que resulta, ella misma, de una buena deliberación, la cual
supone a su vez un deseo correcto como su principio. En definitiva, la verdad práctica
está referida al principio de las acciones.9

8 En las líneas 1139a21-26, en efecto, Aristóteles introduce -como el primer paso para ampliar la

noción de verdad- la idea de que afirmar y negar un contenido proposicional mediante el pensamiento
tiene su análogo en el plano desiderativo en las actitudes conativas de perseguir y rehuir algo. A partir
de ello (ὥστε) Aristóteles introduce las condiciones que deben cumplirse en el plano desiderativo e
intelectual para que se dé la verdad práctica. El resultado de la operación virtuosa de la parte calculativa
de la razón será un cierto modo (deliberado) de persecución y apetito que será el principio de la acción.
Volveré a esto más abajo.
9 Para una excelente discusión del concepto de verdad práctica, su conexión con la verdad teórica,

y sus condiciones, véase A. Vigo (2011). Si la interpretación de Vigo es, como creo, correcta, y la verdad
práctica no es un contenido proposicional sobre asuntos prácticos, sino que ella concierne a las
características del principio (i.e. la proaíresis) que da lugar a la acción, entonces esto refuerza aún más la
idea de que la discusión de las páginas iniciales de EN VI se enmarca desde la partida en el ámbito de la
acción y sus principios, y no de la contingencia en general.

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El hilo argumental que se desarrolla en estas primeras páginas de EN VI parece


ubicarse de lleno, pues, en el ámbito específico de la acción. Si T1 se refiriese al ámbito
de la parte calculativa como lo contingente en general, en cambio, uno echaría de menos
una delimitación conceptual ulterior de este terreno que circunscriba el ámbito
ontológico específico de la acción, dado que este es sólo parte de lo contingente, a saber,
la parte que depende de nosotros. (Volveré a esto en el siguiente apartado.) Dado que
ello no ocurre, y Aristóteles comienza el capítulo 2 discutiendo sobre la verdad práctica
como aquella referida precisamente a las acciones y su principio, mi sugerencia es que
la investigación se ha ubicado ya desde la partida en ese terreno, es decir, que el texto
asume (o, si se sigue la conjetura de Coraes, afirma) desde un principio que la parte
calculativa se ocupa de las acciones, es decir, de aquellas cosas que pueden ser de otra
manera y cuyo su principio (nosotros) puede ser de otra manera. En las siguientes dos
secciones, trataré de hacer plausible esta idea como una lectura posible del texto.

2. Nosotros como principio.

Aristóteles se refiere a los seres humanos como principio de acciones en EE II 6.


En este capítulo, con el objeto de delimitar la esfera de la acción desde una perspectiva
eminentemente causal, Aristóteles discute distintos tipos de principio, en el sentido
específico de “principio del movimiento” (1222b21; cf. 1222b28-29). Entre estos
principios, hay algunos que pueden ser de una manera o de la contraria, y ellos dan
lugar a cosas que, así mismo, pueden resultar de modos contrarios (ἐνδεχόμενα
ἐναντίως ἔχειν, 1222b41-42). Uno de estos principios es el hombre y lo causado por él,
las acciones, son un tipo de movimiento.10 Más aún, el hombre es el único entre los seres
vivos que es principio de acciones (1222b19-20). Las acciones pueden ocurrir o no
ocurrir, y depende del principio del movimiento, i.e. del agente del caso que ellas
ocurran o no (1223a4-6). En definitiva, y tal como propongo entender en T1, nosotros
somos el principio que puede ser de otra manera, en cuanto somos principio de acciones.
Ahora bien, nosotros somos principio de acciones en la medida en que ellas dependen
de nosotros, es decir, en la medida en que está en nuestro poder realizarlas o no
realizarlas (cf. EE II 6…). Esta condición aparece también recogida en EN VI 5 en un
pasaje especialmente relevante por su paralelismo con T1:

10
EE II 6, 1222b28-29: ὁ δ' ἄνθρωπος ἀρχὴ κινήσεως τινός· ἡ γὰρ πρᾶξις κίνησις.

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T2: “Y nadie delibera sobre lo que es imposible que sea de otra manera, ni sobre
las cosas que uno mismo no puede hacer” (βουλεύεται δ' οὐθεὶς περὶ τῶν ἀδυνάτων
ἄλλως ἔχειν, οὐδὲ τῶν μὴ ἐνδεχομένων αὐτῷ πρᾶξαι, 1140a31-33, mi énfasis).

En este capítulo, dedicado específicamente a la virtud de la parte calculativa del


alma racional, Aristóteles demarca nuevamente el terreno en el cual puede producirse
la deliberación, y reitera casi verbatim lo dicho en T1, pero agrega a continuación una
condición más, necesaria para acotar de modo adecuado el ámbito de la deliberación: no
se trata, meramente, del ámbito de la contingencia ni de la posibilidad, sino además del
ámbito de lo que resulta prácticamente posible para el agente. El ámbito de la posibilidad
práctica es, así, más restringido que el de la contingencia. La cláusula que se añade aquí,
pues, remite puntualmente al principio de los entes que pueden ser de otra manera, y
establece que para que la deliberación tenga sentido, ese principio debe estar en
situación de poder funcionar como principio. Es decir, sólo se delibera sobre lo que uno
puede hacer.

El punto es retomado con especial énfasis en EN III 2-3, los capítulos dedicados a
la elección (προαίρεσις) y a la deliberación (βούλευσις). En este contexto, Aristóteles
afirma que el ser humano es –tal como la naturaleza y el azar– una causa (1112a31-33),
y más precisamente que es principio de acciones (ἔοικε δή, καθάπερ εἴρηται, ἄνθρωπος
εἶναι ἀρχὴ τῶν πράξεων, 1112b31-32), tal como –según sugiero– debemos entender que
supone T1. Llama la atención que en el capítulo III 2, cuando caracteriza la elección,
Aristóteles no apela expresamente a que ella se da en el terreno de la contingencia, sino
que sostiene derechamente que ella es sobre lo que depende de nosotros (τὰ ἐφ ἡμῖν,
1111b30, 25-26, 32-33; cf. EE II 10, 1225b35-37, 1226a2-3, 1226b16-17; Rh. I 4, 1359b39).11
Probablemente, él abandone en este texto la referencia amplia a la contingencia en
términos de “lo que puede ser de otra manera” porque ella está ya supuesta en el
requerimiento de que la acción sobre la cual se decide debe ser algo que depende del
agente realizar. De hecho, en el capítulo de EE dedicado al mismo tema, Aristóteles
sostiene que nadie deliberaría sobre lo que ocurre por naturaleza o por otras causas
diferentes de uno mismo, por más que se trate de cosas contingentes, sino sólo sobre lo
que depende de uno hacer o no hacer (EE II 10, 1226a20-28). Este último requerimiento,

11
Ello ocurre tras descartar en 1111b19-26 que la elección sea lo mismo que el deseo racional
(βούλησις), dado que este último puede referirse a cosas imposibles y a cosas que no podría realizar uno
mismo, mientras que la primera sólo puede referirse a aquellas cosas que uno estima que ocurrirían por
causa de uno mismo (ὅσα οἴεται γενέσθαι ἂν δι' αὑτοῦ, 1111b25-26; cf. EE II 10, 1225b34-35).

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por cuanto remite al agente como causa o principio de las acciones, circunscribe de
modo más preciso el terreno dentro del cual la elección y la deliberación, pueden tener
lugar (volveré a esto en la siguiente sección). Así, en EN III 3 Aristóteles afirma que
deliberamos sobre lo que depende de nosotros, es decir, sobre lo que podemos hacer,12
y esto no es sino aquello de lo que podemos ser causa o principio. La deliberación
permite, precisamente, determinar el punto en el cual es posible ejercer nuestro poder
causal dentro de una cadena de eventos o, en términos de Aristóteles, permite retrotraer
el principio a uno mismo,13 y lo mismo vale para la deliberación técnica que se dirige a
la realización de una acción productiva.14 Por ello, es especialmente necesario deliberar
cuando es indeterminado o no es claro cómo resultará algo (1112b8-9),15 y allí donde no
hay procedimientos relativamente rígidos para producir ciertos resultados, como ocurre
con la medicina y la navegación (1112b2-6), técnicas que están especialmente sujetas a
variables situacionales imprevisibles tal que es imposible actuar remitiéndose de modo
esquemático a un conjunto de reglas finitas.16 Por tomar el segundo caso, la navegación,
en el contexto histórico en que escribe Aristóteles, el papel del capitán resulta crucial
para la fortuna o desventura: él debe considerar las características específicas del mar
en el momento y sitio en que está navegando o luchando, características que son
extremadamente variables y cuyo reconocimiento requiere experiencia acumulada; a
partir de este conocimiento él calcula el modo en que el fin que pretende alcanzar puede
insertarse como consecuencia de otros eventos en una cadena causal que pueda tener
lugar en esas circunstancias y que él pueda iniciar.

En definitiva, el ámbito en el cual podemos deliberar, que es el terreno en el que


despliega su actividad la parte calculativa del alma racional, es el terreno en el cual
podemos desplegar nuestro poder causal. Y esa posibilidad ha de ser considerada en

12 βουλευόμεθα δὲ περὶ τῶν ἐφ' ἡμῖν καὶ πρακτῶν, 1112a30-31; cf. 1112a33-34, 1113a9-11. Cf. Rh I
4, 1359a39-b1: μέχρι γὰρ τούτου σκοποῦμεν, ἕως ἂν εὕρωμεν εἰ ἡμῖν δυνατὰ ἢ ἀδύνατα πρᾶξαι.
“Investigamos hasta este punto, i.e. hasta que descubrimos si para nosotros será posible o imposible
actuar.”
13 Cf. 1113a5-7: παύεται γὰρ ἕκαστος ζητῶν πῶς πράξει, ὅταν εἰς αὑτὸν ἀναγάγῃ τὴν ἀρχήν; cf.

EE II 10, 1226b12-13, 1227a16-18, Rh. I 4, 1359a37-39; DA III 10, 433a16-17 con EN III 3, 1112b20-24.
14 Metaph. Z 7, 1032b6-10; en las líneas 8-9 puede advertirse el paralelismo con los pasajes de la

ética sobre la deliberación práctica: καὶ οὕτως ἀεὶ νοεῖ, ἕως ἂν ἀγάγῃ εἰς τοῦτο ὃ αὐτὸς δύναται ἔσχατον
ποιεῖν.
15 τὸ βουλεύεσθαι δὲ ἐν τοῖς ὡς ἐπὶ τὸ πολύ, ἀδήλοις δὲ πῶς ἀποβήσεται, καὶ ἐν οἷς ἀδιόριστον;

(cf. EE II 10, 1226a31-b2; Rh. I 2, 1357a1-5). Tal parece que en este caso la delimitación del terreno de la
deliberación se apoya más en el estado epistémico del agente (un estado que resulta necesariamente
indexado) que en consideraciones de tipo externo u objetivo.
16 No ocurre lo mismo con otras técnicas, como por ejemplo el arte de la construcción o la

carpintería.

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relación con cada agente particular e, incluso, en relación con las circunstancias fácticas
peculiares de su vida. En efecto, lo que es posible para cada uno es aquello que podría
ocurrir a causa de uno, y esto puede abarcar incluso las cosas que un agente puede lograr
debido a roles no naturales (como un cargo de autoridad, por ejemplo) o a través de sus
amigos, pues el principio de esas acciones aun así está en él.17 En suma, el ámbito de
despliegue de la parte deliberativa del alma racional no es lo contingente en general,
sino que ese ámbito es mucho más reducido, está indexado respecto de cada agente, y
no es el mismo para dos agentes diferentes. Por ejemplo, yo (Gabriela Rossi) no puedo
deliberar sobre que Gimnasia y Esgrima La Plata gane el campeonato de primera
división, por más que eso sea algo contingente, porque eso no es algo que esté en mi
poder realizar (ni hay ninguna acción que esté en mi poder cuya consecuencia, incluso
remota, fuera esa); no hay cadena causal que pueda retrotraer hasta mí de modo tal de
intervenir en el mundo y desencadenar ese resultado. No obstante, este es un posible
objeto de deliberación para quien hoy día es el DT de Gimnasia y Esgrima La Plata,
Diego Maradona. Además, Maradona puede deliberar hoy sobre cómo Gimnasia y
Esgrima puede ganar el campeonato; pero dentro de unas semanas o meses o años,
cuando deje de ser el DT del equipo, ya no podrá (esto porque el cargo en cuestión
confiere poderes causales). Lo que inicialmente circunscribe, pues, el ámbito de
deliberación posible para un agente es la extensión de sus poderes causales (naturales o
no naturales).

Antes de seguir adelante, creo que es bueno reintroducir un aspecto de la


discusión con la lectura más usual de T1. He mencionado que normalmente se entiende
que lo que puede ser de otra manera en T1 (τὰ ἐνδεχόμενα) es en general lo contingente,
de modo tal que se incluye en este conjunto no sólo las acciones del agente, sino también
las acciones de los demás agentes, y además todo aquello que ocurre por causas
naturales. Uno podría de hecho reformular esto ahora del siguiente modo: tanto las
acciones de los demás agentes como los procesos naturales son elementos con los que
el agente tiene que tratar al deliberar de cara a su acción, y en tal medida son objeto de
la parte del alma calculativa.18 Estos son, en breve, parte de los elementos que
configuran las particularidades de la situación en la que el agente actúa. La lectura que
persigo evidentemente no niega el carácter contingente y variable de estos elementos,

17EN III 3, 1112b27-28: δυνατὰ δὲ ἃ δι' ἡμῶν γένοιτ' ἄν· τὰ γὰρ διὰ τῶν φίλων δι' ἡμῶν πως ἐστίν·
ἡ γὰρ ἀρχὴ ἐν ἡμῖν.
18 A estos factores alude Aristóteles como objeto de la deliberación en Rh. I 2, 1357a22-27, 34-36.

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ni el hecho de que esta parte del alma se ocupe de ellos, sino que más bien quiere poner
el acento en que estos elementos son objeto de esta parte del alma porque el objeto
primario de esta parte son las acciones que el agente puede realizar. Dicho de otro modo,
estos elementos contingentes son objeto de la parte calculativa desde un punto de vista
práctico, como parte de la deliberación de cara a la acción; y si estos son elementos que
entran en las variables consideradas al deliberar es porque hay un agente deliberando
con vistas a la realización de una acción.

3. Qué tipo de principio.

Sentado ya que somos principio de nuestras acciones, queda clarificar qué tipo de
principio somos. La pregunta tiene al menos dos sentidos, y es necesario formularla y
responderla en ambos para precisar el alcance de la contingencia del principio que
somos como agentes.

(I) La cuestión significa, en primer término, qué tipo de principio somos en sentido
modal, por así decir. Si mi lectura es correcta y de T1 se infiere que somos un principio
que puede ser de otra manera, aún no es inmediatamente transparente qué quiere decir
esto. Hay al menos dos modos posibles de entenderlo que he mezclado por momentos
en la sección anterior:

(a) somos un principio contingente porque podemos realizar o abstenernos de


realizar una acción determinada (y en este sentido, las acciones pueden ser de otra
manera porque su existencia no es necesaria). Esta parece ser la tesis expresada en EE II
6, 1223a4-9: “De modo aquellas acciones de las cuales el hombre es principio, es decir,
[sobre las que] tiene poder,19 es manifiesto que pueden producirse o no, y que depende
de él que se produzcan o no las [acciones] sobre cuyo ser y no ser él tiene poder. Y él
mismo es la causa de las [acciones] que depende de él realizar o no realizar, y aquellas
[acciones] de las cuales él es causa, dependen de él.”20 Más aún, esta decisión puede
estar apoyada en la consideración del carácter moral de la acción considerada, de modo

19 Aristóteles ha identificado este tipo de principio con el principio del movimiento unas líneas

antes: 1222b20-22.
20 ὥστε ὅσων πράξεων ὁ ἄνθρωπός ἐστιν ἀρχὴ καὶ κύριος, φανερὸν ὅτι ἐνδέχεται καὶ γίνεσθαι

καὶ μή, καὶ ὅτι ἐφ' αὑτῷ ταῦτ' ἐστι γίνεσθαι καὶ μή, ὧν γε κύριός ἐστι τοῦ εἶναι καὶ τοῦ μὴ εἶναι. ὅσα δ'
ἐφ' αὑτῷ ἐστι ποιεῖν ἢ μὴ ποιεῖν, αἴτιος τούτων αὐτὸς ἐστίν· καὶ ὅσων αἴτιος, ἐφ' αὑτῷ (mi énfasis). Cf.
EN III 5, 1113b7-8.

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tal que está en nuestro poder hacer lo bueno, tal como lo está abstenernos de hacer lo
malo (EN III 5, 1113b7-14).

(b) De aquí es posible advertir que además somos un principio contingente


(literalmente “que puede ser de otra manera”) porque podemos realizar acciones de
diversa cualidad, es decir, acciones virtuosas y malas, técnicas y no técnicas.21 Y este es
de hecho un modo en que las acciones son cosas que “pueden ser de otra manera”: ellas
pueden ser buenas o malas según sea su principio (es decir, según nosotros seamos
prudentes o no). De hecho, es especialmente relevante, en el contexto de la ontología
de la acción propia de una ética de la virtud, qué tipo de principio somos, pues un agente
virtuoso tenderá a ser principio de acciones virtuosas, y uno malo a ser principio de
acciones malas. Mirado desde extremo causal inverso, una acción genuinamente
virtuosa será producto de una elección deliberada buena (σπουδαία, 1139a25; ὀρθή,
1144a20, 1145a4), que a su vez es tomada por un agente cuyo carácter es virtuoso (EN
VI 12, 1144a20). Este sentido en que las acciones (y sus principios) son contingentes es
el más relevante en el contexto de la discusión en EN VI y por ello me concentraré en
él. Para ello, es oportuno considerar el otro posible sentido de la pregunta por el tipo de
principio que somos.

(II) La pregunta por el tipo de principio que somos tiene, en segundo término, otro
sentido posible, referido al tipo de causa que somos respecto de nuestras acciones.22
Aristóteles afirma que:

(i) el hombre es principio en el sentido de principio del movimiento (la así llamada
“causa eficiente”) de las acciones (EE II 6, 1222b19-21, 1222b28-29; Rh. I 4, 1359a38-39).

(ii) la elección (proairesis) es principio del movimiento de las acciones (EN VI 2,


1139a31-32; cf. Ph. II 3, 195a22-23).

(iii) el fin es principio de la deliberación (y de la elección) (EE II 10, 1226b29-30,


1227a5-18; cf. EN VI 12, 1144a31-33; VI 7, 1141b10-12).23

21 Cf. EN VI 4, 1140a20-23: ἡ μὲν οὖν τέχνη, ὥσπερ εἴρηται, ἕξις τις μετὰ λόγου ἀληθοῦς ποιητική
ἐστιν, ἡ δ' ἀτεχνία τοὐναντίον μετὰ λόγου ψευδοῦς ποιητικὴ ἕξις, περὶ τὸ ἐνδεχόμενον ἄλλως ἔχειν.
Tanto la tecnhe como su contrario, la atechnia, comparten el ámbito de lo contingente porque ambas son
actividades productoras, sólo que cualitativamente diferentes: una va acompañada de conocimiento
(razonamiento verdadero), mientras que la otra no. Algo análogo ocurre con las acciones éticamente
buenas y malas.
22 Que Aristóteles está tomando en este contexto la noción de principio como equivalente a la de

causa parece evidente (cf. Metaph. Δ 1, 1013a16-23).


23 Si el pensamiento práctico (διάνοια πρακτική) de DA III 10 consiste en una operación intelectual

de la parte calculativa del alma, entonces esta misma tesis es expresada en 433a18-20. En EN VI 2, 1139a32-

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(iv) el fin es el principio de las acciones (EE II 10, 1226b25-29, cf. EN VI 5, 1140b16-
17, 19-20).

Todas estas afirmaciones se refieren básicamente a lo mismo. Un breve análisis


del modo en que ellas iluminan diferentes aspectos de la causalidad ejercida por el
agente permite advertir el tipo de principio complejo que es el hombre y el modo en que
él puede “ser de otra manera” como principio. Para empezar, (i) y (ii) afirman
virtualmente lo mismo si se tiene en cuenta que el hombre es principio eficiente de una
acción X, en tanto y en cuanto llega mediante la deliberación a la elección (προαίρεσις)
de realizar X. Dicho en términos de ontológicos, el hombre es principio eficiente de la
acción en cuanto la elección se da en él. En ese sentido, Aristóteles sostiene que la
elección es intelecto deseoso o deseo intelectual, y que “este principio es el hombre” (EN
VI 2, 1139b4-5). El caso análogo en la techne es tratado en estos mismos términos en un
texto de la Física sobre la causalidad: el constructor es causa de la casa en virtud de la
técnica arquitectónica presente en él; es decir, el agente es principio eficiente de las
acciones productivas en virtud de que se da en él una determinada técnica (véase Ph. II
3, 195b21-25). Ahora bien, (ii) permite advertir de qué manera el hombre es principio
del movimiento (i), y esto es: no meramente en un sentido físico, sino además y
fundamentalmente en cuanto ha realizado una elección (προαίρεσις). Esta elección es
resultado de una deliberación, que es un proceso intelectual racional que se pone en
marcha por causa de que algo se desea como un fin. Esto es: algo que el agente se
representa como bueno y realizable, da lugar a una deliberación mediante la cual
procura hallar aquello a través de lo cual el fin puede realizarse. En este sentido, (iii) el
fin es principio de la deliberación y de la elección que resulta de ella, y en este sentido
la deliberación es un razonamiento con vistas a algo (λόγος ὁ ἕνεκά τινος, 1139a32–33).
Así pues, el fin queda integrado en el objeto intencional de la elección y es, con ello y
en tal sentido, (iv) principio de la acción. La integración del fin en el principio del
movimiento no hace más que dar cuenta, en el caso específico de la acción, de la tesis
aristotélica más general según la cual el principio del movimiento comporta una
determinación formal-final (Ph. III 2, 202a 9-12); de modo tal que la elección no es
simplemente una fuerza motriz, sino un principio orientado desde la partida a la

33 Aristóteles sostiene que el principio de la elección deliberada es el deseo y el razonamiento con vistas
a un fin (es decir, la deliberación).

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realización de aquello que llevará a un fin realizable en la situación de acción


particular.24

Dejo pendiente hasta la siguiente sección la precisión respecto de cuál es la tarea


que lleva a cabo la deliberación en relación con el fin que es su principio, y en qué
consiste aquello que he evitado deliberadamente llamar “medios”. Simplemente, para
poder continuar el argumento de modo más preciso, adelanto que la deliberación no
tiene por qué ser un razonamiento meramente instrumental, sino que ella implica
también una especificación de un fin general en la circunstancia particular de acción.25

Volvamos al asunto de nuestro modo de ser “principio”. La elección, gracias a la


cual somos principio del movimiento, permite iluminar este segundo modo en el cual
somos un principio contingente o, mejor, un principio que “puede ser de otra manera”.
Ella está referida, como dijimos, a un fin que se persigue mediante la acción, y a la acción
misma como modo específico de realizar ese fin. Por ejemplo, si el fin es realizar una
acción valiente, la acción mediante la cual realizo esto es decirle a mi jefe que pienso
que ha cometido una injusticia con un compañero. Ambas cosas (el fin “realizar una
acción valiente” y su especificación “decir lo que pienso…”) son al mismo tiempo objeto
de mi elección.26 Este objeto complejo es lo que introduce una dimensión cualitativa o
normativa en el agente como principio del movimiento, pues esto es lo que hace que su
elección pueda ser buena o mala. Los dos factores de los cuales depende ello y que,
esquemáticamente, definen la cualidad ética del agente son precisamente los fines que
él o ella persigue y los “medios” a través de los cuales procura alcanzarlos. 27

Así, para que la elección sea buena, en primer lugar, el deseo debe ser recto, es
decir, el fin puesto por el deseo debe ser un bien real (en el ejemplo, realizar una acción
valiente). Aristóteles parte aquí de la constatación de que todos desean o persiguen
aquello que les parece bueno, y apunta que según sea la índole de cada uno, así le parece
el fin (cf. EN III 5, 1114a31-b1, 1114b23-24), de suerte que a quien es bueno lo que le

24 Para no complicar demasiado esto, dejo aquí de lado los diferentes niveles en que puede darse
la deliberación (que se corresponden con otros tantos niveles en los que pueden darse los fines, cf. EN I
7, 1097a25-28), a saber, un nivel sumamente general (por ejemplo, en la opción por un modo de vida) y
niveles sucesivamente más particulares (en fines intermedios respecto de dicho fin último), hasta llegar a
la determinación del modo de alcanzar un fin particular aquí y ahora.
25 Hasta qué punto esto puede llamarse un medio es una discusión teórica en la cual no puedo

internarme.
26
Esto se expresa en la descripción de la proairesis como deseo deliberado (EN III 3, 1113a10-11),
intelecto deseoso o deseo intelectual (EN VI 2, 1139b4-5).
27 Recuérdese que a estos dos elementos remiten precisamente los dos tipos de error en la

deliberación que distingue Aristóteles en EN VI 8, 1142a20-22 y VI 9, 1142b22-26.

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parece bueno lo será realmente, mientras que a quien es malo cualquier cosa le parecerá
buena (EN III 4, 1137a25-26; cf. VI 12, 1144a34-36), pues “la maldad corrompe el
principio” (EN VI 5, 1140b19-20). La cualidad del fin como principio de la acción
depende, pues, de la cualidad del agente que persigue dicho fin como algo bueno. En
este aspecto, lo que resulta decisivo parece ser la posesión de la virtud ética, referida
principalmente al modo de estar dispuestos frente a placeres y dolores; la razón es que
estos últimos son los que hacen que la mayoría pierda de vista el bien real (cf. EN III 4,
1113a33-b2; EE II 10, 1227a38-b1), dado que, por su naturaleza, el placer tiende a parecer
un bien y el dolor un mal (cf. EE II 10, 1227b3-5); así, para quien está corrompido por el
placer y el dolor, el fin como principio de la acción lo está también (EN VI 5, 1140b16-
19).

Si bien el fin es el principio de la deliberación y de la acción, para que la elección


sea buena y el agente se constituya así en un principio de acciones virtuosas, no basta
con que él persiga los fines generales correctos. Como se sabe, para que el agente sea
virtuoso debe poder también determinar el modo correcto de alcanzar ese fin en la
situación concreta en que le toca actuar (cf. EN VI 9, 1142b24-26, 31-33; VI 7, 1141b14-
22; VI 2, 1139a23-24). En la división de tareas esquemática esbozada a menudo por
Aristóteles, esta tarea está a cargo de la virtud intelectual de la parte calculativa del
alma, i.e. de la prudencia, cuya tarea consiste en deliberar bien (EN VI 7, 1141b9-10; cf.
VI 5, 1140a25-28), es decir en realizar bien la operación propia de la parte calculativa del
alma (cf. EN VI 1, 1139a14-17), teniendo en vista el bien humano práctico (VI 5, 1140b20-
21). El producto de esta operación realizada de manera virtuosa es la recta razón (ὀρθός
λόγος), que determina el medio para nosotros en cada situación de acción particular (EN
II 6, 1106b36-1107a3 con VI 1, 1138b18-34 y 13, 1144b21-24). Así, la determinación del
modo correcto de alcanzar un fin que es un bien real, en una situación particular, es una
función de la recta razón (esta es la que diría, en nuestro ejemplo, “decir a mi jefe lo que
pienso…”). De este modo, tal como la prudencia no puede darse sin virtud ética pues la
buena deliberación no puede apuntar sino a un fin correcto, así también la virtud ética
implica la posesión de la prudencia.28

28 Dado que la buena deliberación requiere tanto de cualidades intelectuales como éticas o del

carácter, los factores que deciden el estado virtuoso de esta parte del alma racional (estado que es la virtud
de la prudencia) también serán de ambos tipos. A. Vigo 2010 tiene razón cuando subraya la importancia
de los estados o disposiciones habituales, que tienen asiento en la parte no racional y afectiva del alma,
como parte constitutiva de la identidad práctica.

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La prudencia como virtud de la parte calculativa, pues, determina también el tipo


de principio que uno es. No parece descabellado, teniendo en cuenta esto, que al
comienzo de esta investigación en T1 Aristóteles tenga precisamente en vista esta
cuestión: qué tipo de principio somos nosotros en cuanto principio de acciones y, dado
que somos un principio que puede ser de diversos modos, cuál de esos es el modo
correcto o, dicho de otro modo, virtuoso.29

Retomando el argumento desde el comienzo, la parte calculativa de la parte


racional del alma, se ocupa de aquellas cosas cuyos principios pueden ser de otra
manera, es decir, se ocupa de las acciones (incluso las productivas) cuyo principio somos
nosotros en cuanto agentes. Nosotros somos, en efecto, un principio que puede ser de
otra manera, en la medida en que está en nuestro poder producir o no determinada
acción, y en la medida en que, en cuanto principio del movimiento de las acciones,
deliberamos y llegamos a una elección (προαίρεσις) que puede ser buena o mala, con lo
cual el principio de las acciones puede ser bueno o malo. Esto último dependerá de que
nuestro carácter sea tal que persigamos un bien real como fin, y de que nuestra
deliberación dé con el modo adecuado de llevarlo a cabo en la situación de acción
particular (es decir, con el ὀρθός λόγος); en otras palabras, seremos un principio de
acciones buenas en la medida en que poseamos prudencia, ya que esta consiste en
deliberar bien, en realizar de modo excelente la operación (ἔργον) de la parte calculativa
(EN VI 1, 1139a16-17).

4. Conclusiones

Volviendo finalmente al pasaje T1 que motiva esta nota, quiero subrayar dos
perspectivas que surgen de considerar que en EN VI 1, Aristóteles delimita el ámbito de
la parte calculativa del alma apelando no a los entes contingentes en general, sino en
particular a los entes cuyos principios pueden ser de otra manera, y de entender que
estos principios somos nosotros en cuanto agentes.

En primer lugar, consideremos qué implica la tesis según la cual sólo se puede
deliberar sobre lo que puede ser de otra manera, i.e. sobre lo contingente, si ella se
entiende en conjunción con la tesis según la cual no se puede deliberar sobre aquellas

29 Esto parece fuertemente sugerido, además, porque inmediatamente tras la división en dos partes

del alma racional, en 1139a14-17, Aristóteles añade que la parte calculativa es una de las dos partes de lo
que posee razón y que la tarea que resta es determinar cuál es su mejor estado (ἕξις), es decir, su virtud;
ahora, los estados de esta parte del alma que considerará Aristóteles están, todos ellos, referidos a la
realización de acciones, sea productivas, sea prácticas.

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cosas cuyos principios son necesarios30 (es decir, de acuerdo con la lectura más usual de
T1).31 Así considerada, la tesis contenida en T1 parece sugerir una postura de corte
incompatibilista, tal que requiere que haya cierto margen de indeterminación causal
para que la deliberación con vistas a la acción pueda tener lugar, y para que la
deliberación pueda tener sentido. En breve, la parte calculativa se ocupa de lo que puede
ser de otra manera porque el ámbito de la contingencia abre el espacio de
indeterminación necesario para que la deliberación pueda tener lugar. En la medida en
que esto puede afirmarse con independencia de un agente en particular, pues se refiere
a las condiciones que deben darse para que todos los agentes en general puedan
deliberar con vistas a la acción (o sea, a las condiciones que deben darse para que haya
agentes), se puede llamar a esta perspectiva “cosmológica”. Esta forma de entender la
delimitación del ámbito de la deliberación, y con ello de la praxis, circunscribe el terreno
ontológico general en el cual la praxis humana puede tener lugar –bajo el entendido de
que ella, en cuanto fruto de una deliberación, es determinada causalmente por el propio
agente– desde un punto de vista no indexado, es decir, desde el punto de vista de ningún
agente en particular, sino de cualquier agente posible considerado de modo no situado.32

30 Cf. EN VI 5, 1140a35-b1: οὐκ ἔστι βουλεύσασθαι περὶ τῶν ἐξ ἀνάγκης ὄντων.


31 Por citar un ejemplo, Joachim 1951, 168 al referirse al objeto de que se ocupa la parte calculativa
glosa el texto así: “we study what is contingent and liable to change”. Y explica (1951, 169): sobre este
ámbito: this is “the sphere of changeable connexions, shading off from connexions holding ὡς ἐπὶ τὸ
πολύ (for the most part), ‘causal’ connexions of a kind, to mere conjunctions and coincidences. This is
the subject-matter of the less strict and perfect forms of science (parts of φυσική), and of art and conduct.”
… “Truth [here] is attained by reflection, calculation, deliberation –reasoning, where there is reasoning
at all, on probable grounds.”
32 Un ejemplo ilustrativo del tipo de lectura que llamo “cosmológica” de este pasaje es C.D.C. Reeve,

quien sostiene sobre estas cosas que “they cannot be necessary, even in the weaker sense of holding for
the most part, and so must be the result of luck” (Reeve 2014, 272; cf. la misma tesis en Reeve 2013, 6).
Bien visto, aquello que es resultado del azar no cuenta para Aristóteles siquiera como un caso de acción
voluntaria (cf. Vigo 1996, 119-157, Rossi 2011, 238-252), y de hecho su postura es más bien que ni siquiera
deliberamos sobre lo que ocurre por azar (EN III 3, 1112a27). La diferencia entre la tesis que sostiene
Aristóteles sobre la relación entre las acciones y el azar y la tesis que sostiene Reeve tiene como origen,
a mi modo de ver, la perspectiva desde la que ambos consideran la acción. En el caso de Aristóteles, al
sostener que no se delibera sobre lo que ocurre por azar, y que una acción producto del azar no tiene -en
sentido estricto- al agente como principio y por ello no es voluntaria, la perspectiva de consideración está
claramente indexada respecto del agente, su situación de acción, su conocimiento de la situación de
acción, y los fines concretos que el agente persigue en esa situación. Llamo a esta perspectiva “práctica”.
En el caso de Reeve, al sostener que sólo en el terreno del azar puede haber deliberación, la perspectiva
adoptada es la de la indeterminación causal como ámbito dentro del cual la causalidad que puede iniciar
la acción humana puede tener lugar; no obstante, esta perspectiva es completamente indiferente, en sí
misma, respecto de la situación particular de cualquier agente, su conocimiento de esa situación, y los
fines que eventualmente persigue en dicha situación. Llamo a esta perspectiva “cosmológica”. Dentro de
esta perspectiva incluyo todas aquellas lecturas que entienden que con los principios contingentes o
variables Aristóteles apunta aquí a las variaciones situacionales de las que debe hacerse cargo el agente
al delimitar sus fines más particulares o situacionales (cf. por ejemplo, M.L. Gill 2015).

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En otros textos, Aristóteles ciertamente adopta este punto de vista (por ejemplo, al
discutir el determinismo lógico en DI 9).

En varios pasajes de las Éticas, sin embargo, para Aristóteles remitir a la


contingencia no delimita de modo suficiente del ámbito de lo que puede ser objeto de
deliberación, sino que es preciso circunscribir este ámbito además a aquello que está en
poder del agente realizar, es decir, la deliberación se produce allí donde el agente puede
convertirse en principio (de una acción), y esto es lo que recoge la lectura de T1 que he
defendido. Esta condición ulterior cambia radicalmente la perspectiva desde la cual se
trazan los límites de lo que puede ser objeto de deliberación, que ya no es cosmológica
sino práctica.33 Desde esta perspectiva, no se trata tanto de asegurar para la praxis un
espacio de indeterminación causal sino que, dando por supuesto ese dato y de modo
positivo, se trata de comprender al agente como una causa más en el mundo sujeta a
estándares normativos peculiares, y esto no sólo en cuanto él tiene un cuerpo capaz de
realizar movimientos que desencadenan cadenas causales, sino además
fundamentalmente en cuanto posee proairesis. La perspectiva práctica, a diferencia de
la cosmológica, implica además que quien delibera debe ser ya siempre un agente
situado de cierto modo, es decir, que persigue ciertos fines en cierta situación de acción
particular, cualquiera ella sea. Es decir que, para ser principio de acciones, el agente
debe estar situado en alguna concreta, porque solo desde una situación puede él (i) querer
algo que le parece bueno, es decir, ponerse un fin, (ii) comprenderse a sí mismo como
un posible principio de acciones y, por lo tanto, (iii) deliberar. Como vimos, el modo en
que se da esta deliberación, en un sentido cualitativo - normativo, dependerá de (y
constituirá, al mismo tiempo) el tipo de principio que el agente es. Entre los factores,
éticos e intelectuales, que definen cualitativamente este estado, como hemos visto, se
encuentra el carácter del agente, sus fines más generales, el conocimiento que tiene de
los hechos de la situación en la que actúa, el modo en que percibe esos hechos en un
sentido valorativo (es decir, qué es moralmente relevante en esa situación), su
experiencia, sus capacidades intelectuales para deliberar, por mencionar sólo algunos
factores. Lo cual me lleva la segunda perspectiva de la lectura de T1 que he defendido.

En segundo lugar, desde esta lectura, la parte calculativa del alma se entiende
como abocada íntegramente a la acción, sea ella práctica o productiva, a aquello que el
hombre puede hacer, y nos presupone como principio de estas acciones. Además, hemos

33 Para la diferencia entre ambas perspectivas, véase el excelente análisis de A. Vigo 1996, 45-52.

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visto que el tipo de principio que somos en un sentido cualitativo - normativo, está
remitido en última instancia a nuestra deliberación. Y este es precisamente el tema
conductor del libro VI de la EN. Como hemos visto, la deliberación es justamente la
operación de la parte calculativa del alma racional, y el estado de esta parte de su alma
decide cómo son las acciones que un agente produce: en la medida en que ella “puede
ser de otra manera” desde un punto de vista normativo -ya que su estado puede ser
virtuoso o no serlo- las acciones causadas por ella también pueden serlo. Esto, a fin de
cuentas, podría explicar en parte por qué Aristóteles no se refiere expresamente al
principio de los entes de que se ocupa esta parte del alma racional en T1: el principio
queda elidido porque él es precisamente lo que considera qué acciones producir. Es decir,
si los entes a los que se refiere T1 son las acciones, el principio de ellos es esta parte del
alma, de modo tal que ella considera lo referido a las acciones mismas, en cuanto su
operación es ser principio de ellas por medio de la deliberación. El estudio teórico
llevado a cabo en el libro VI, entonces, tendría él mismo por objeto de estudio la
conceptualización de las características y condiciones del estado virtuoso del principio
contingente de las acciones.

Bibliografía
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