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Comentario al evangelio según San Juan de San Alberto Magno

“Nadie vio jamás a Dios” (1, 18)

El conocimiento directo de Dios es uno de los grandes temas abordados por los teólogos de
todos los tiempos. Su posibilidad y su modo son 2 de las preguntas más recurrentes entre las
deliberaciones. San Alberto, en su comentario al evangelio de San Juan, aborda el tema de
manera muy sucinta; su exposición es un ejemplo preclaro de la teología escolástica de su
tiempo: las distinciones, la preponderancia del acto cognoscitivo y la inmanencia de la Trinidad
considerada en si misma están muy presentes en su escrito.

El hijo, que vive en el secreto del Padre, es quien lo hace conocer; como se
dice en San Mateo: “nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo ha querido revelarlo”. El Hijo enseña a los suyos lo que debe decirse de
la divina Trinidad y de que manera es posible llegar hasta ella y ser
introducida en su intimidad.

Este texto expresa dos cosas por las que se comprueba la excelencia de la
sabiduría de Cristo, fuente de gracia y de Verdad. Una es que el
conocimiento de la divinidad está oculto a las criaturas; otra, que en el Hijo
el conocimiento es perfecto y, en consecuencia, Él no es una simple criatura
como decía Arrio.

Muchas veces se achaca a la escolástica de manipulación de los textos bíblicos para


fundamentar tesis teológicas formuladas de antemano, con vinculo muy remoto con la
realidad. En este caso San Alberto hace todo lo contrario; hace verdadera teología pero
siempre partiendo de la sagrada escritura y acotándose a los limites que ella impone con su
literalidad.

Diremos que la perfección de la visión intelectual puede considerarse desde


el punto de vista de la inteligencia, de aquel que contempla a Dios y del
modo de la visión.

El avance metódico por medio de la distinción es, como ya se dijo, el método propio de la
escolástica y en San Alberto está muy presente. No se puede tratar de temas tan
trascendentales sin las apropiadas divisiones que despejan el panorama para abocarse mejor a
la temática abordada. A mi parecer, el achaque de disecación conceptual muy recurrente
entre los críticos de las distinciones no cabe en este caso. La visión de Dios abarca la más alta
teología trinitaria, como varias ramas de la filosofía (antropología, gnoseología y metafísica)
haciendo de la especulación una intrincada madeja de que debe ser desanudada lentamente
para no caer en el error.

De esta manera -ninguna criatura- vio jamás a Dios. Por eso se dice en la
epístola a los efesios: este misterio estaba oculto en Dios desde el
comienzo; muchas cosas hay en Dios que son ignoradas por la pura
criatura, pero que Dios la manifiesta en el tiempo, por medio de la
revelación; aunque nada de esto está oculto al Verbo y a su Hijo único.

Para San Alberto la visión de Dios es el fin del hombre, pero fin que por sus propias fuerzas de
ningún modo puede alcanzar. La naturaleza humana tiende a su principio como el efecto se
reduce a la causa pero no según el modo de visión directa. El que seamos elevados al orden de
la bienaventuranza divina es una gracia concedida por Él en Cristo.

En este sentido vemos como la razón o mejor dicho la especulación teológica no cierra el paso
al misterio inefable de Dios, al contrario, manifiesta más perfectamente la gratuidad y
grandiosidad del don divino.

Al ponernos de manifiesto la finita naturaleza del hombre, sus limites cognoscitivos y su


insignificancia frente a la divinidad, nos borra la inocente pretensión de semejanza directa con
aquel, que en palabras de San Juan Crisóstomo “ni los mismos serafines vieron en su esencia”.

En resumidas cuentas vemos en la glosa de San Alberto la doctrina de la Trinidad en sí misma y


como en su divino amor atrae al hombre y lo capacita por medio de la gracia para compartirle
su ser mismo.

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