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La fe en Dios no es excesiva del cristianismo y mucho menos del cristianismo católico. Todos los
sistemas religiosos tienen como centro de su ser la creencia en Dios, la diferencia fundamental
viene por la manera como conciben a Dios. De ahí la importancia de tener bien clara la idea
correcta de Dios. Esta realidad se puede presentar por medio de una pregunta: cuando decimos
Dios, ¿de qué Dios estamos hablando?
Si buscamos el significado de la palabra Dios, vamos a encontrar diversas formas de definirla:
Es un ser inmortal, dotado de poderes sobrenaturales y al que se rinde culto.
Persona de cualidades excepcionales
En un ser supremo, creador y dueño del universo.1
Sin embargo, ninguna de estas definiciones que nos presenta el diccionario abarca la totalidad
del Dios revelado en Jesucristo y que adora nuestra fe cristiana. Sin duda alguna, una
interesante e inefable aventura: la de tratar de adentrarlo en la vida íntima del Dios de nuestra
fe.
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No es éste el significado que San Pablo y la Iglesia quiere dar a la palabra “misterio”. Ésta, en
efecto, no quiere indicar una verdad absolutamente incomprensible, sino más bien una
“realidad sobrenatural”, como, por ejemplo, la Iglesia, Cristo, la Eucaristía; escondida en Dios
desde todos los siglos y dada a conocer en Cristo por la fuerza del Espíritu. (Cfr. Ef. 3,1-5)
En este sentido es que aplicamos a Dios el concepto de misterio, ya que es una realidad
absolutamente sobrenatural, cuya verdad sólo puede ser conocida por revelación, de manera
especial por la plena revelación realizada en Cristo, la cual es aprehendida por la fuerza del
Espíritu Santo.
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La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario.
La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas.
La quinta a partir del ordenamiento de las cosas.
A partir de la ilustración, esta verdad de fe no siempre ha sido bien recibida. Encontramos
diversas posturas, que van desde las que niegan la validez de la razón en el conocimiento de
Dios, hasta los que niegan toda posibilidad de conocerlo. Resumámosla en tres.
La primera representada por un grupo de cristianos, en su mayoría protestantes, que han
defendido, que el único conocimiento efectivo, auténtico y no falseado que podemos alcanzar
sobre Dios es el que se funda en su revelación, es decir, el conocimiento que se da por medio
de la fe, ya que el pecado ha quebrantado la capacidad natural que tenía. Esta concepción fue
propuesta por los reformadores y hoy en día es defendida por teólogos como Kart Barth y sus
discípulos.
La segunda surge en el siglo XIX por grupo de filósofos y teólogos católicos, en su mayoría
franceses, difundieron la opinión de que la razón humana individual no es capaz de obtener
conocimientos éticos-religiosos seguros. Estos se logran, únicamente, por medio de una
revelación divina, atestiguada autoritariamente por La Tradición, por el espíritu popular y por la
Iglesia.
La tercera la conocemos como agnosticismo. Toma fuerza con el entusiasmo positivista que el
siglo XIX generó el avance de las ciencias naturales, la industria, la técnica. Afirman que el
conocimiento seguro y verdadero se alcanza por medio de métodos científicos demostrables,
los cuales pueden ser repetidos y comprobados por todos. De este modo obtener un
conocimiento verdadero sobre Dios es una tarea imposible.
En el Concilio Vaticano I, en la Constitución Dogmática sobre la fe católica, la Iglesia enseñó
esta verdad de fe de la siguiente manera:
“La misma santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas,
puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas
creadas; porque lo invisible de Él, se ve, partiendo de la creación del mundo, entendido por
medio de lo que ha sido hecho [Rom., 1, 20]; sin embargo, plugo a su sabiduría y bondad
revelar al género humano por otro camino, y éste sobrenatural, a sí mismo y los decretos
eternos de su voluntad, como quiera que dice el Apóstol: Habiendo Dios hablado antaño en
muchas ocasiones y de muchos modos a nuestros padres por los profetas, últimamente, en
estos mismos días, nos ha hablado a nosotros por su Hijo [Hebr. 1,1 s; Can. 1]. (Cap. 2 D. 3004)
Y la presenta como regla de fe en el canon 1 sobre la fe católica: “Si alguno dijere que Dios vivo
y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la
razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema. (DZ. 3026) [cf. 1785].
Con la declaración Conciliar la cuestión queda definida, pero aún queda la pregunta ¿cómo es
posible que lo finito pueda conocer lo infinito? En este orden se han desarrollado dos posturas:
Una plantea que el problema del conocimiento de Dios puede esclarecerse mediante la
distinción entre la posibilidad y la realidad. El dogma hablaría de una posibilidad que Dios ha
otorgado al ser humano de conocerlo mediante la luz natural de su razón. Sin embargo, deja
totalmente abierta la cuestión de si realmente se da ese conocimiento natural de Dios.
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Esta concepción deja el espacio libre para la aceptación de la hipótesis de que con el pecado la
posibilidad de conocer a Dios por medio de la luz natural de la razón ha quedado tan turbada y
debilitada, que, de hecho, el ser humano sólo puede conocerlo por la mediación sobre natural,
pero nunca por la luz natural.
La otra postura defiende la existencia de dos ordenamientos: el natural y el sobrenatural, los
cuales no están en oposición, sino que son complementarios. El ser humano por medio de la luz
natural de su razón puede llegar a conocer a Dios de una forma general, pero no con la claridad
y precisión con que se llega a través de la revelación.
¿Qué decir? Todos los seres humanos son llamados e inundados por la gracia de Dios, y sólo en
Dios encuentran su meta real, en la aceptación definitiva de la auto comunicación de Dios a la
humanidad, es decir, de su amor, de su gracia. Esta gracia, enseña la Iglesia, es la que comunica
al ser humano el querer, el poder y el obrar. De este modo hay que contar con la acción de la
gracia de Dios incluso en los no creyentes.
Aplicando esto a la afirmación del Concilio Vaticano I, podemos decir que esa luz natural de la
razón con que el ser humano puede conocer a Dios no es sostenida por fuerzas puramente
humanas, sino que, donde quiera y como quiera que Dios es conocido, ese conocimiento es
posibilitado y sostenido por la fuerza de la gracia de Dios que ya existe y viene a la persona
como Don. De este modo es que el conocimiento de Dios es efectivo y verdadero. Visto así todo
conocimiento genuino sobre Dios es posible gracia a una revelación divina que acontece por
caminos que solo Dios conoce y que asiste a la razón humana.
La doctrina del Vaticano I tiene también especial interés porque lleva implícito un rechazo al
pensamiento elitista y esotérico, que afirman que tan sólo unos cuantos elegidos o iniciados en
los misterios de Dios pueden llegar a alcanzar un conocimiento verdadero sobre Él. La
afirmación del Concilio Vaticano I es que a todos los seres humanos les es posible alcanzar el
conocimiento de Dios por la luz natural de su razón. Una constatación de esta posibilidad lo
constituyen las llamadas “pruebas de la existencia de Dios”, ya que ellas suponen unas
determinadas habilidades lógicas y conocimientos básicos de conceptos filosóficos
fundamentales aceptados por todos.
2
Summa Teológica, I,9.3 introducción.
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abarcar es cosa bien ajena a Dios. Si, a tu ver, pudiste abarcarlo, te has engañado. Si lo
comprendes, no es Él, y si es Él no lo comprendes. ¿Cómo, pues, quieres hablar de lo que no se
puede comprender?”3
Dios es un Misterio inefable incontrolable para el ser humano. Ahora bien, ¿quiere decir esto
que hay que abandonar todo esfuerzo y callar? Esta imposibilidad de alcanzarlo, lejos de
conducirnos a la inercia, es un estímulo y una exigencia para ir en su búsqueda. Si bien
conocerle a plenitud es un deseo irrealizable con la sola fuerza humana, algo se puede decir de
Él, si se le sabe escuchar.
Hay en las personas un “deseo de Dios” que le empuja a buscarle incansablemente: “Así se han
de buscar las realidades incomprensibles, y no crea que no ha encontrado nada el que
comprende la incomprensibilidad de lo busca. ¿A qué buscar, si comprende que es
incomprensible lo que busca, sino porque sabe que no ha de cejar en su empeño mientras
adelanta en la búsqueda de lo incomprensible, pues cada día se hace mejor el que busca tan
gran bien, encontrando lo que busca y buscando lo que encuentras? Se le busca para que sea
más dulce el hallazgo, se le encuentra para buscarle con más avidez” 4
Nuestra posibilidad de hablar de Dios está doblemente limitada y condicionada: de un lado por
nuestras limitaciones propias de seres creados y por tanto finitos, y del otro por la
trascendencia de Dios. Él es el “Totalmente OTRO”, es un Misterio para el ser humano, y la
actitud propia ante el misterio es la adoración, ya que a Él nos acercamos, más por el camino
del amor, que por el de la razón: “Sé por la piedad semejante a Él, y ámale con el pensamiento,
porque las cosas invisibles de Él se entienden por las cosas que han sido hechas. Contempla,
mira, pregunta por el autor interrogando a las cosas que han sido hechas. Si eres desemejante,
serás rechazado; si semejante, te alegrarás. Cuando, siendo semejante, comiences a acercarte y
a percibir perfectamente a Dios, tanto cuanto, en ti crezca la caridad, puesto que Dios es
caridad, percibirás algo de lo que decías y no decías”5
Leonardo Boff termina la introducción de su libro con estas palabras: “Ante el augusto misterio
de la comunión trinitaria tenemos que callar. Pero callamos solamente al final de un esfuerzo
por hablar lo más adecuadamente posible de esa realidad para la que no existe ninguna palabra
adecuada. Callamos al final, y no al principio. Sólo al final, el silencio es digno y santo. Al
comienzo sería perjudicial e irreverente. Las palabras mueren en los labios. Los pensamientos
se oscurecen en la mente. Pero la alabanza enciende el corazón, y la adoración hace doblar las
rodillas”6
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que la Iglesia a través de los procesos de evangelización busca comunicar la verdad de Dios a
todos los Pueblos y culturas de todos los tiempos.
Lo primero que hay que decir es que el lenguaje teológico es distinto del lenguaje de las
ciencias naturales, ya que expresa realidades que están más allá de la experiencia sensible, es
no-verificable empíricamente; sin que ello signifique que no sea cognitivo, es decir que carezca
de sentido, como afirman los empiristas. Su lógica se encuentra en la ANALOGÍA.
¿Qué es la analogía? El concepto de análogo se predica en contraposición a unívoco y equívoco
(unívoco: totalmente idéntico. Equívoco: totalmente diferente). Apunta a una tercera vía: ni
totalmente idéntico, ni totalmente diferente. Algo semejante, parecido. También se dice de
aquellas palabras que se predican de varias cosas a la vez, siendo en partes idénticas y en
partes distintas.
La Iglesia tiene su propio lenguaje. En el Catecismo de la Iglesia leemos que “para la
formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda
de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer
esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente,
a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable,
infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana” (251). La
correcta compresión de estos conceptos en el marco de la doctrina de la Iglesia es vital para
comprender la doctrina de la Iglesia y para comunicarla adecuadamente.
Sin embargo, los profundos cambios socioculturales que estamos viviendo han provocado que
en muchas ocasiones éste resulte incomprensible, o sea interpretado fuera del marco de la
doctrina de la Iglesia, vaciándolo de contenido, provocando así una “verdadera crisis del
lenguaje sobre Dios". En los actuales procesos de evangelización, para hablar de Dios con
verdad y claridad, de manera que no se tergiverse la doctrina de la Iglesia y que las personas
comprendan, es necesario conjugar dos elementos: por un lado, la correcta comprensión del
lenguaje teológico por parte de los agentes de pastoral y por el otro la capacidad para
traducirlo a un lenguaje catequético comprensible para sus oyentes.
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Si todo fue creado por ese solo Dios, estamos llamados a usar bien de las cosas creadas, en
la medida que nos acercan a Él. Usar de lo creado y gozarse sólo en Dios dirá San Agustín.
Es confiar en Dios, en su poder y su misericordia en todas las circunstancias, incluso en la
adversidad. Vivir con la experiencia de Santa Teresa: Sólo Dios basta.
Su mayor importancia radica en que “es el misterio central de la fe y de la vida cristiana”. “Es, la
fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más
fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe (CEC 234)). “Ha estado desde los
orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia principalmente en el acto del bautismo”. (CEC 249)
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