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ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE

I. INTRODUCCIÓN. MISTERIO TRINITARIO.

l. FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA.

Empezamos con una aclaración previa conveniente para centrar nuestro estudio. La filosofía es una ciencia
"as-cendente": El hombre, basado exclusivamente en la fuerza de su razón, por medio de raciocinios, deducciones,
expe-riencias, intuiciones, etc., va trazando un camino por el que investiga –con diverso éxito– la razón última de
las co-sas. De este modo, mediante la luz natural, puede llegar incluso al conocimiento de Dios y de algunos de sus
atribu-tos. De hecho existe una parte de la filosofía que investiga sobre Dios y que se denomina teodicea o teología
natural.
La Biblia garantiza esta posibilidad de que por la luz natural se llegue al conocimiento de Dios: Sab 13.1-9;
Rom 1,20: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras...»
El Concilio Vaticano I definió la aptitud del hombre para llegar por la razón natural a Dios a través de las
criaturas: «La santa madre Iglesia defiende y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser
conocido a partir de las cosas creadas por la luz natural de la razón humana» (Vat. I, ses. III, cap. 2). Y en el canon
correspondiente: "Si alguno dijere que Dios uno y verdadero, creador y Señor nuestro, a través de las cosas
creadas, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana, sea anatema”.
La teología, en cambio, sigue un camino “descendente”: no es el hombre el que pregunta, es Dios que se
revela (se quita el velo) y nos manifiesta su Verdad, y en su verdad nos va descubriendo la verdad del hombre.
«Dios revela al hombre el misterio del hombre». Es, por tanto, iniciativa de Dios. Esta decisión de Dios de
revelarse es carac-terística fundamental de la religión judeocristiana. En las demás religiones el hombre pregunta;
en la Biblia es Dios quien toma la iniciativa de comunicarse al hombre.
La tarea de la mente humana en la teología es acudir con humildad y con afán de penetrar lo más posible al
dato revelado para entender de la manera más exacta lo que Dios nos dice, y expresarlo del modo más adecuado,
dada nuestra limitación.
La teología, según S. Anselmo, es "fides quaerens intellectum", "la fe que busca entender". La misión
fundamen-tal de la teología es llegar a la conclusión: “esto es así y se formula así de una manera adecuada, porque
Dios nos lo ha revelado, y, por consiguiente, nosotros lo debemos aceptar”.
Indicaremos, sólo de pasada, que siendo la Iglesia la depositaria de la Revelación y su intérprete genuina, es
deber del Magisterio examinar las investigaciones de los teólogos, someterlas a discernimiento, y determinar si son
correctas. Misión del teólogo es investigar y confrontar sus conclusiones con el Magisterio de la Iglesia, y estar
siem-pre dispuesto a aceptar su dictamen con humildad.

2. DINÁMICA DE NUESTRO ESTUDIO.

Partimos de un punto fundamental: Suponemos probada la verdad inconcusa de nuestra fe, aceptamos
plenamente la Revelación divina, contenida en la Biblia y en la tradición apostólica, tal como ha sido expuesta por
la Iglesia, Santos Padres, Concilios y Papas. Pero con mucha humildad y toda la modestia de que somos capaces,
inten-tamos hacernos una pregunta ulterior: Supuesto que las verdades de la fe son así porque Dios nos las ha
revelado, ¿son todas así porque Dios lo ha querido establecer de este modo, o en algunas de ellas podemos
encontrar una razón digamos "anterior" (por supuesto al decir "anterior" no hablamos de tiempo) que nos hace
vislumbrar que estas ver-dades no son mera "arbitrariedad" de Dios, sino que existe en su entraña un porqué
profundo que Dios asume y luego revela? Dicho de una manera elemental: ¿Algunas de las verdades de la fe son
tales porque Dios así lo determina, o Dios lo determina porque son así?
Evidentemente que en muchos elementos del dogma católico tenemos que admitir que son tales porque Dios
libérrimamente lo ha establecido de esa manera; pero puede ser interesante investigar, en la medida de lo posible,
las razones profundas que Dios ha podido tener para tomar esa decisión; y por otra parte puede haber algunos otros
elementos que no dependan propiamente de la libertad de Dios, sino de la realidad metafísica que, de alguna
manera, se le "impone" al mismo Dios.
Un ejemplo vulgar con la esperanza de que ilumine lo que decimos: La afirmación "el todo es mayor que la
parte" ¿es verdad porque Dios lo establece de esa manera, o entraña una realidad ontológica, necesariamente lógica
que se le "impone" al mismo Dios?
Nos movemos, en parte, en el ámbito de lo que en las antiguas tesis escolásticas se denominaba "razón teoló-

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gica", es decir, cómo en la esfera de la razón natural se descubre la congruencia y razón de ser de la verdad dogma-
tica demostrada en la tesis.
Si lográramos algún éxito en nuestro empeño conseguiríamos, junto con una profundización en nuestra fe,
encontrar elementos racionales que puedan iluminarla, y sin intentar eliminar el misterio en ningún modo, –sería
inú-til afán–, ofrecer razones que, al menos, nos hagan intuir que la fe no es un absurdo ni decisión arbitraria de
Dios.
Esta metodología expuesta y este talante de simbiosis entre fe y razón es necesario tenerlos presentes a lo
largo de todo el estudio de este curso para adquirir la óptica y la perspectiva adecuada en cada uno de los temas
que abor-daremos.

3. EL MISTERIO TRINITARIO.

Comenzamos por lo que es el principio fontal de toda la teología católica.


El misterio trinitario tiene que ser verdad, no hay otra salida, porque el hombre no hubiera sido nunca capaz
de inventarlo. Efectivamente, el hombre no tiene posibilidad para ir en contra de su experiencia. Nosotros
constatamos que donde hay una persona allí hay una naturaleza, y viceversa; esta separabilidad de hecho entre
persona y natura-leza (esencia del misterio trinitario) va en contra de todos nuestros datos experimentales. Por eso,
si Dios no nos lo revela, nosotros no hubiéramos llegado a sospechar ni siquiera la existencia de la Trinidad.
De hecho, podemos dividir las religiones en dos grandes grupos: Las politeístas (muchos dioses) y las
monoteístas (un solo Dios). El hombre es capaz de concebir e inventar una religión de muchos dioses o de un
único Dios. Las primeras suelen ser de origen cosmológico: El hombre se pregunta por la razón de ser de los
diversos ele-mentos de la naturaleza (sol, luna, estrellas, mar, lluvia, viento, etc.) y, al no poderse dar una
respuesta, los diviniza. Este suele ser el origen de las religiones mitológicas. Otro fenómeno importante es el de las
religiones dualistas: Al no encontrar sentido al problema del bien y del mal en el mundo, lo soluciona poniendo
dos deidades, una fuente del bien y otra fuente del mal. Las religiones monoteístas suponen mayor elevación de
pensamiento, porque implican la existencia de un Dios tan perfecto que agota en sí toda la plenitud del ser, que no
puede "compartir" con otros dioses.

4. EL DIOS DEL CRISTIANISMO.

Dios nos revela el misterio trinitario. Aguarda para ello a la “plenitud de los tiempos" en Cristo Jesús.
En el A.T. Dios calla el misterio trinitario como magnifico pedagogo que va enseñando las lecciones
paulatinamente según la capacidad de los alumnos; porque lo que importaba ante todo era dejar clavado en la
médula de la Revelación la idea absoluta, inconcusa y definitiva de la unidad y unicidad de Dios. Esta verdad tenía
que ser mantenida a ultranza en Israel, circundado de pueblos politeístas, con peligro inminente (en el que muchas
veces ca-yó) de irse detrás de sus creencias.
La revelación de la Trinidad hubiera creado dificultades, seguramente insuperables, al monoteísmo ante el
ries-go de desviarse en la creencia de tres dioses. Por eso Dios espera a que el monoteísmo haya sido asimilado a
través de los siglos para que, en la venida de Jesucristo, a través de Él, encarnación y visualización de Dios, se nos
haga más fácil el acceso a la Persona del Padre en la Persona del Verbo encarnado.
Ahora proponemos la pregunta clave: ¿Es necesario que Dios sea trino y uno? Supuesta la revelación del
misterio que Dios nos ha hecho, sin la cual el hombre no hubiera llegado nunca a sospecharlo, ¿se le ofrece a la
men-te humana alguna apoyatura para deducir que efectivamente tiene que ser así?

5. INTENTO DE RESPUESTA A LA APORÍA DEL DIOS TRINO.

Dios es uno y único. Verdad definida e inconcusa que queda absolutamente establecida desde el comienzo de
la Revelación. Véanse, entre tantos ejemplos como se pueden aducir, Deut 4,35; 32,39; Is 43,10-13; 44,6-8.
Ese Dios es Amor (1 Jn 4,8.16). No es que Dios "tenga" amor, sino que todo su Ser es Amor. Ahora bien, el
amor postula necesariamente alteridad: amar es identificarse con un “otro” en la dirección del bien. Si esto es así,
Dios, para Ser Amor necesita a otro Dios a quien ame; luego ya no se puede decir que es único, son necesarios por
lo menos dos Dioses.
Ya se ve que no sería válida la respuesta de que Dios Es Amor porque ama a las criaturas; porque, si el consti-
tutivo esencial de Dios es el Amor, en tanto podría existir en cuanto hubiera criaturas a las que amar, que metafísi-
camente son defectibles porque son contingentes (es decir no necesarias, que no tienen la razón de existir en sí
mis-mas, y que lo mismo pueden existir que no) y en ese caso Dios sería contingente también al depender en su
existencia de las criaturas. Luego se requiere otro Dios, luego se desbarata la unicidad divina.
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La respuesta cristiana soluciona esta dificultad de manera asombrosa, y, desde luego, no imaginable para el
hombre: Dios Padre dándose a Dios Hijo todo cuanto Él Es, le comunica todo su Ser divino y su Naturaleza; son
dos Personas distintas en una idéntica Substancia. Amar es dar, y el Padre da y se da hasta el extremo, no
concebible por la mente humana, de comunicar con el Hijo su misma idéntica Substancia divina, por lo cual queda
constituido en un solo Dios, pero con distinción de Personas; el Padre no es el Hijo y el Hijo no es el Padre, el
Padre engendra y el Hijo es engendrado, pero poseedores ambos de la misma numéricamente idéntica divinidad.
Tenía que ser así, y éste es el momento en que actúa la razón para constatar que si Dios Es Amor, tiene que haer
un "Otro" a quien ame que sea también Dios, y que, sin embargo, no sean dos Dioses, sino uno solo en dos Personas.

6. AMOR Y FECUNDIDAD. EL ESPÍRITU SANTO.

El amor tiene dos características: Es interdonación de dos términos de donde proviene la fecundidad. Esto es
lo que podríamos llamar "esquema triangular del amor", que veremos reflejado en otros momentos de nuestro
estudio.
Para que sea verdadero amor no basta la interdonación, se requiere que esa interdonación sea fecunda. Dios
Pa-dre y Dios Hijo se interdonan; El Padre se da al Hijo comunicándole su misma Naturaleza; y el Hijo se da al
Padre en una entrega absoluta de Amor obediencial: su plenitud y su felicidad eterna es identificarse con la
Voluntad del Padre. De esa mutua interdonación procede el Espíritu Santo, que es la fusión del Amor del Padre y
del Hijo, la fe-cundidad de ese Amor eterno, concretado en la realidad de la tercera Persona divina, partícipe de la
misma idéntica Naturaleza del Padre y del Hijo, que es el mutuo don que se interdonan el Padre y el Hijo, en el
cual se plasma y con-creta el Amor, hecho interdonación, entre las dos primeras Personas.
Por este proceso hemos intentado atisbar que, una vez revelado el misterio trinitario, la mente humana tiene
razones sólidas para descubrir que efectivamente es así, que tenía que ser así, que necesariamente, si Dios es sumo
bien, tiene que ser Amor, y si Es Amor (interdonación y fecundidad) tiene que ser uno en Naturaleza y trino en
Persona.

7. NATURALEZA Y PERSONA.

Ha parecido más didáctico dejar para este momento el intento de aclaración de lo que es "naturaleza" y lo que
es "persona". El motivo ha sido que estos conceptos pueden resultar un tanto difíciles, y no parecía oportuno
mezclarlos con el proceso de razonamiento para no entorpecerlo.
Lo intentamos exponer aquí para los que tengan curiosidad; pero (importante) los que lo encuentren
demasiado arduo que no se preocupen, basta con que tengan suficientemente claras estas ideas:
l. En el ámbito práctico de nuestra experiencia humana directa, dondequiera que hay una persona, allí hay una
naturaleza, y donde hay una naturaleza racional allí hay una persona;
2. Por eso, sin la Revelación no hubiéramos llegado nunca a descubrir su separabilidad.
3. Estas dos realidades (naturaleza y persona) no se dan separadas más que en Dios (tres Personas en una
Naturaleza) y en Jesucristo (dos Naturalezas —divina y humana— en una Persona divina).
La naturaleza es la esencia de las cosas, en cuanto operativa, es decir: la esencia en cuanto dice referencia a la
actividad. La esencia es aquella razón última por lo que, una cosa es lo que es y no es otra distinta, o lo que
responde adecuadamente a la pregunta ¿qué es la cosa? En la práctica, por lo que se refiere a nuestro estudio,
digamos que son lo mismo naturaleza y esencia.
Persona es aquel ser racional que existe en sí mismo incomunicablemente. Entraña tres características:
1. Es independiente en el ser, no tiene que existir adherido a otro (como, por ejemplo, les ocurre a los accidentes)
2. No puede comunicarse a otro por identidad (ser a la vez otro) o que es único en su existencia exclusiva e
irrepetible.
3. Es ser racional, y por tanto, la persona es el sujeto último, íntimo y profundo de la consciencia de sí mismo.

8. PISTAS PARA LAS APLICACIONES A NUESTRA VIDA.

Ya es positivo profundizar un poco en lo que es el principio fontal de nuestra fe; tomar conciencia de la
potente plenitud del Amor de Dios que se ha derramado y manifestado en todas sus obras y que ha de impregnar
todos los misterios del dogma, la moral y la ascética cristianas. Seria conveniente sacar algunas aplicaciones
prácticas en estos campos.
•Procurar que toda nuestra vida espiritual tenga como punto de apoyo y referencia el misterio trinitario.
•Admirar la profundidad de las verdades de nuestra fe, de las que son garantía la incapacidad del hombre para
inventarlas y ni siquiera imaginarlas. Sobre este punto se podría construir un argumento apologético en el que no
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en-tramos, porque no es éste nuestro cometido en el presente estudio.
•Vivir intensamente en nosotros la inhabitación de las tres divinas Personas.
•Valoración del Bautismo por el que se nos comunicó la Vida trinitaria.
•Adelantando materia, tener en cuenta que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y que, por lo
tan-to, existimos por el amor, en el amor y para el amor. Las conclusiones que de aquí se derivan para nuestra vida
espi-ritual son inagotables y dicen especial referencia al matrimonio y a la familia.
•El amor es fecundo, por eso el cristiano tiene que comprometerse seriamente en toda clase de acción buena:
Lucha por la justicia (que es previa al amor) por hacer un mundo más habitable, más humano, más conforme a los
designios de Dios en la transformación de las estructuras, en el ámbito de lo laboral, lo social, lo político, lo
asocia-tivo, lo asistencial, etc.
•Cumplimiento exacto del deber, superar la esfera de la justicia para vivir el amor.

COLOQUIO

A. Señala la diferencia fundamental de método entre filosofía y teología y la actitud adecuada de la mente ante
estas dos ciencias. (1)
B. Expón en qué consiste el procedimiento del estudio que abordamos. (2)
C. ¿Por qué es imposible que el hombre hubiera inventado el misterio trinitario? (3)
D. ¿Cuál es la razón de que Dios calle en el A.T. el misterio de su Trinidad? (4)
E. ¿Constatas la dificultad que presenta la existencia de un Dios único que Es Amor? ¿Te convence la respuesta?
(5).
F. Indica la "necesidad" de la existencia del Espíritu Santo. (6)
G. ¿Consideras oportuno determinar los conceptos de "naturaleza" y "persona"? ¿Qué es lo mínimo que debemos
entender a este respecto? (7)
H. Aplicaciones prácticas a nuestra vida. (8)

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ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
II. PENETRANDO EN EL MISTERIO DEL HOMBRE

l. DIOS, CREADOR POR EL AMOR

«Dios revela el hombre el misterio del hombre». Por eso, después de considerar el misterio trinitario {tema I)
intentamos descubrir la luz que esta suprema realidad de Dios-Amor arroja sobre el ser, condición y teleología del
hombre.
La razón y la experiencia nos dicen que todo ser inteligente que actúa como inteligente necesita una
motivaci6n; esto es lo que se llama "causa final". La inteligencia descubre y desea un fin y la voluntad pone en
movimiento los re-cursos adecuados que conducen a su obtención; por eso el fin, conocido y deseado, actúa como
verdadera causa a lo largo de todo el proceso de ejecución de los medios necesarios y útiles con miras al fin.
También la razón nos ilumina que, si Dios no sólo es inteligente, sino que es la inteligencia absoluta,
"necesita" un motivo para crear. Este motivo que Dios tiene o su causa final no puede ser necesitante; es decir, que
en ninguna manera "obliga" a Dios, que podía perfectamente no haber creado, ya que se trata de una decisión
libérrima de su vo-luntad, porque Dios, como Ser absoluto, es plenamente suficiente en Sí mismo sin necesidad
alguna de las criaturas.
Pero si Dios decide crear, "necesita" tener un motivo. ¿Cuál puede ser este motivo? Desde luego, nada que
esté fuera de Sí mismo, Porque Dios no puede buscar nada fuera de su propio Ser. Si Dios es Amor, si el misterio
trini-tario es un misterio de amor, es evidente que la motivación ha de ir en la línea del Amor. Dios goza
manifestando su Amor, haciendo que las criaturas compartan de alguna manera la plenitud del amor.
Gen 1, 26-27 nos dice que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza. La semejanza del hombre con Dios
estriba en que participa "por analogía" de sus atributos: El hombre es ser, es inteligente, es libre, es bueno
ontológi-camente y está destinado al bIen moral; pero, sobre todo, el hombre es semejante a Dios porque está
hecho en el amor, por el amor y para el amor, y no podía ser de otra manera, porque si lo fuera, Dios pretendería en
la creación un "objetivo" distinto del amor. Éste es, sin duda, el punto fundamental de la semejanza del hombre
con el Creador.
En resumen: no sólo el hombre es amor, sino que Dios, en cualquier hipótesis, no tiene más remedio que
crearlo para el amor. Dios es totalmente libre para crear o no, pero si crea, tiene que crear al hombre con una razón
y un destino de amor. De aquí se deduce la consecuencia fundamental de que el hombre es hombre en cuanto ama
y en la medida en que ama.
Véase la importancia de esta afirmación en un mundo en que no sólo se dice, sino se da por supuesto y
admitido indiscutiblemente, que el hombre lo es en la medida en que "se realiza" satisfaciendo sus deseos,
obteniendo sus obje-tivos, intencionalidades e incluso caprichos. Esto es una subversión metafísica que entraña
una perversión del mismo concepto de "hombre", contra la que es necesario luchar apasionadamente no Sólo los
cristianos, sino todo hombre de buena volunta y buen criterio.

2. EL DIOS LEGISLADOR

Dios ve y sabe lo que es bueno para el hombre: el amor y todo lo que vaya en la línea del amor; amar será
afir-mar su condición de hombre, no amar será su autodestrucción.
Dada la torpeza de la mente humana y la inclinación que padece hacia el mal el hombre histórico (el que real-
mente existe) que le nublan el entendimiento para conocer el bien, Dios quiere salirle al encuentro para ayudarle en
la búsqueda de lo que es bueno para él y así realice plenamente su condición de hombre. Dios le dio al hombre el
enten-dimiento para que pueda investigar sobre las cosas y, especialmente, sobre sí mismo; podía, por tanto
haberlo dejado para que por sus medios descubriera su identidad y su razón existencial; pero, en su misericordia,
quiso iluminarle y desbrozarle el camino con sus preceptos.
De todo lo dicho se desprende que el precepto fundamental ha de ser necesariamente uno: "Amarás".
Pero el hombre tiene una dimensión vertical que lo religa con Dios, y una dimensión horizontal que lo religa
con los otros hombres, por eso Dios desdobla el precepto fundamental y único en sus dos dimensiones: «Amarás a
Dios y a los hombres» (Deut 6,4-5; Lev 19,18; Mc 12,29-31; Lc 10,25-28); a todos los hombres sin excepción, aun
a los mismos enemigos (Mt 5,44; Lc 6,27-35).
El supremo Legislador da un paso más en su afán de ayudar a nuestra limitación, y desarrolla
pedagógicamente el precepto único del amor en los diez mandamientos del Decálogo para hacérnoslo más

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inteligible. Así entendido, el Decálogo es un regalo y un beneficio inmenso que Dios nos otorga para que
lleguemos a ser plenamente hombres: Israel fue consciente de este don y repite una y otra vez su agradecimiento al
Señor por haberle manifestado su Ley. Véase, por citar un solo ejemplo, el Salma 119, el más largo del salterio,
que es una alabanza ininterrumpida y un canto de acción de gracias a Dios por habarle enseñado el camino exacto
y haberle iluminado con sus preceptos.
Nosotros, en nuestra miopía, nos inclinamos a ver en el Decálogo una lista de prohibiciones que nos mutilan
pe-nosamente la libertad, un fardo pesado que no hay más remedio que soportar porque el Señor así ha querido
estable-cerlo; cuando en realidad potencian la capacidad de autodeterminación del hombre, nos hacen más libres,
porque nos liberan de la tremenda tiranía de nuestro egoísmo, y actúan como fuerza que potencia nuestra
plenificación humana. Jesucristo expresa esta liberación: "En verdad, en verdad os digo: todo el que comete
pecado es un esclavo" (Jn 8,34)
Si pagamos cantidades considerables para que nos enseñen las leyes humanas, las leyes físicas o las leyes de
cir-culación, y además quedamos agradecidos a nuestros maestros, con cuanto más motivo deberíamos agradecer a
Dios que con un amor infinito y gratuitamente nos enseña por todos los medios de su divina pedagogía, hasta
llegar al culmen inimaginable de enviarnos a su Hijo eterno como Maestro supremo, la carrera más importante: la
del hombre.
Añádase a esto lo que sería una consecuencia inmediata de cumplir los mandamientos: los bienes incalculables
que se seguirían para la humanidad. La gran mayoría de los males personales, familiares, sociales, nacionales e
internacionales empezarían a desaparecer en el momento en que los hombres se decidieran a cumplir los
Mandamientos, Los terribles males que sé derivan de su quebrantamiento no es necesario que los ponderemos, nos los
recuerdan continuamente los medios de comunicación y los padecemos ininterrumpidamente en nuestro ambiente y en
nuestra propia carne.

3. AMOR Y ANTIAMOR.

Podemos, entonces, concretar el Decálogo en esta frase: el Decálogo es lo que es bueno para el hombre como
individuo y como colectividad. Por eso Sto. Tomás definió el pecado como "lo que es malo para el hombre". No
pro-híbe Dios el pecado en función de una arbitrariedad suya, o de una manera de someternos a prueba, ni siquiera
como algo que nos conviene, sino como una urgencia y una necesidad imperante para que el hombre pueda ser
hombre.
Pecado es antiamor, la destrucción del amor. El amor es principio de cohesión y fusión personal y colectivo;
el amor homogeniza al hombre en todo su ser y lo vincula en la unidad con los demás. De aquí que Jesucristo, en
el mo-mento sublime de la Oración sacerdotal pide hasta cuatro veces por la unidad de los suyos (Jn 17,11.21-23).
S. Pablo en sus cartas insistirá obstinadamente en la exigencia cristiana de la unidad (Efes 4,3-6; 1 Cor 10,16-17).
El pecado es principio de dispersión, y por tanto de destrucción, como una máquina en que cada pieza se sepa-
rara de las demás.
En su pedagogía bíblica, Dios enseña cómo el amor es causa y origen de vida (unión vital), y el pecado lo es
de muerte. El primer pecado será castigado con la muerte (Gen 3,19) y desde entonces ese terrible binomio pecado-
muerte es una constante a lo largo de toda la Revelación hasta el Apocalipsis. El Éxodo es una impresionante
lección de lo que decimos, y así lo recoge S. Pablo (1 Cor 10,1-12) haciéndose eco de las enseñanzas de los
Profetas que por estas mismas enseñanzas intentan llevar a Israel al buen camino de la fidelidad con Dios siendo
fieles a sí mismos en su condición humana. Efectivamente, la muerte con la descomposición que entraña expresa
de manera gráfica y con-tundente como la falta de unidad lleva inevitablemente a la destrucción.

4. DIOS ES PADRE

El Creador Y Señor absoluto, al volcar su Amor sobre el hombre, se constituye en Padre. No sólo Padre, sino
el único verdaderamente Padre, de cuyo concepto participan precariamente los padres y madres humanos
analógica-mente. De Él «desciende toda paternidad en los cielos y en la tierra» (Efes 3, 14-14).
El amor de Dios por sus hijos los hombres es cualitativamente e infinitamente superior a toda realidad que se
pueda dar de amor humano: es, por tanto, inexpresable e inimaginable para la mente humana, ya que nos faltan
datos de referencia para poderlo concebir. Esta dificultad la admite la mente humana: en cuanto el Ser de Dios
difiere esen-cial y absolutamente en su Plenitud (como Ser eterno, total, necesario, inmenso) del ser
necesariamente limitado de la criatura, así su Amor excede de la misma manera a la capacidad de nuestro amor.
Si Dios es Padre, nosotros somos real y verdaderamente hijos, también de modo eminente y substancialmente
superior, a la filiación humana (1 Jn 3,1-2).

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Tres consecuencias:
a) Si Dios es padre de modo eminente, quiere de modo eminente nuestro bien, no hace falta decir que más que
todos los padres y madres de la tierra juntos quieren el bien de sus hijos. Es inevitable la consecuencia: si
Dios nos otorga su Ley es buscando exclusiva y apasionadamente nuestro bien.
b) Nuestra confianza en los designios de Dios sobra nosotros, el abandono y la búsqueda de su voluntad debe
ser absoluta y total.
c) Nuestro mal le hiere a Dios en lo más hondo del corazón de modo infinito. Por consiguiente, cuando des-
truimos el amor quebrantando sus preceptos por el pecado –que es el mayor mal que puede ocurrirnos–, Dios
se siente "frustrado" en su condición de Padre al vernos a nosotros frustrados en nuestra condición de hijos.
Así resulta una gran novedad del cristianismo con respecto a las demás religiones: en otras religiones pecar es
quebrantar un precepto meramente. En el Cristianismo pecar, además de pervertir nuestra esencia de hombres y
des-truirnos existencialmente, es ofender a Dios personalmente en su condición de Padre.
A la hora de seleccionar un solo ejemplo bíblico de lo que decimos, es indispensable acudir a la lección defi-
nitiva de la parábola del hijo pródigo, maravillosa expresión del trance desgarrador por el que pasa el padre,
imagen la más aproximada a lo que es la situación de Dios herido por nuestro pecado (Lc l5, 11-32). Y, con todo,
no dice, no puede decir ni una sombra de lo que es la realidad.

5. SISTEMA DE BASE DOS

Un factor esencial que especifica la cualificación moral del acto humano es la intencionalidad: es decir, que el
fin o causa final que impulsa a actuar o a no actuar al hombre sea o no sea de acuerdo con su condición esencial de
criatura para el amor.
En última instancia, el hombre actúa o deja de actuar a impulsos o del amor o del egoísmo, que es el antiamor
y el pecado. Éste es el sistema de base dos, según dé pasada o no la dé al amor, que impulsa toda la conducta
humana.
Amar es autodeterminarse en la dirección del bien de la otra persona: es fuerza centrífuga y de extroversión
que nos impele a darnos a los demás para su bien. Egoísmo es la dirección diametralmente opuesta, es fuerza
centrípeta de introversión por la que nos autodeterminamos en función de nuestro gusto, nuestro capricho, nuestro
provecho an-teponiéndolo al bien de los demás.
Advirtamos:
a. Querer el propio bien no es necesariamente egoísmo, o al menos no es el egoísmo pecaminoso del que aquí
se habla. El mal consiste en el "desorden" con que buscamos lo que creemos nuestro bien.
b. Claro está que darse a los demás en el amor es el mayor bien que podemos hacernos. Buscar nueStro bien
amando a íos demás es obra meritoria.
Dios quiere nuestro bien apasionadamente. Por consiguiente hacer su Voluntad es lo más perfecto que
podemos realizar, y la Voluntad de Dios es que amemos. En esta identificación con la Voluntad de Dios en el amor
consiste la santidad, y ésta es la primera y más importante lección que nos dio Jesucristo con su vida y muerte. Es,
además, la única postura sensata. Efectivamente, si Dios quiere nuestro bien, es suma Bondad, suma Sabiduría y
sumo Poder, lo lógico es identificarnos con lo que Él quiere para nosotros. Actuar así es someterse al "orden"
querido por Dios y exi-gido por nuestra condición de criaturas y de hijos, es lo "ordenado", lo justo, lo recto.
Actuar a impulsos de nuestro egoísmo, de espaldas a la Voluntad de Dios, es romper el "orden", realizar lo injusto,
lo opuesto a nuestra condición metafísica de criaturas. Ése es el desorden.
Claro está que nadie es tan perfecto que no pague a veces tributo al egoísmo, ni nadie es tan perverso que no
actúe a veces rectamente. De aquí que más que de "actos" convenga hablar de "actitudes"; se trata de la manera
habi-tual de proceder.

6. CONVERSION.

Porque todos nos dejamos, con mayor o menor frecuencia, arrastrar por el egoísmo-antiamor, todos tenemos
ne-cesidad de convertirnos.
Diríamos escuetamente que conversión es tránsito del egoísmo al amor. Hemos de tratar de conseguir que el
mó-vil habitual de nuestras acciones sea el amor.
La experiencia enseña lo arduo que es este proceso por la raíz de pecaminosidad que existe en nosotros. S. Pa-
blo lo constata en sí mismo con rasgos dramáticos en Rom 7, 14-25. Todos haríamos nuestras sin dificultad las
pala-bras del Apóstol.

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Se trata de una tarea de toda la vida en la que nunca se puede desfallecer. Sería oportuno a este respecto un
exa-men sincero del móvil habitual de nuestra conducta.

7. ¿AMOR A QUIÉN?

Amar es darse al otro. El "Otro" por excelencia es Dios. Es lo primero amar a nuestro Creador; nuestro Señor
y nuestro Padre sobre todas las cosas (Deut 6,4-9). Pero el amor auténtico, reflejo del amor de Dios, no puede ser
res-trictivo. Tiene que dispersarse en todas direcciones y sentidos como el sol calienta e ilumina, y el aire invade
todos los ámbitos. El sol no puede no alumbrar en una determinada dirección. Así es el amor de Dios «que hace
salir el sol sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos» (Mt 5,45).
Nuestro amor, reflejo y dimanación del de Dios, por su misma dinámica interna, tiene que desplegarse en
todos los ámbitos; y si excluye a alguien ya no es amor verdadero, y desde luego, en ese mismo instante deja de
ser amor cristiano. De aquí que el amor al prójimo no es una mera consecuencia del precepto de Dios, sino que es
exigencia de su misma fuerza constitutiva.
Constatamos: no es esto así meramente porque Dios lo manda, sino que Dios lo manda porque es así.
1 Jn 2,9-11; 4,20-21. No amas a Dios si no amas al prójimo. Ésta es la razón por la que, en la sentencia del Juicio,
Dios investiga sobre nuestro amor a los hermanos; porque nuestro amor a los hombres nos da la medida exacta de
nuestro amor a Dios, y porque es mucho más fácil de constatar apelando a la concreción de las obras (Mt 25, 31-46).
Recordemos de pasada que el amor proviene fundamentalmente de la voluntad y no del sentimiento; así es
posible autodeterminarse por la voluntad libre hacia el bien del prójimo, aunque el sentimiento y la sensibilidad se nos
rebelen.

COLOQUIO.

A. ¿Encuentras razonable la afirmación dc que Dios "necesita" una causa final para crear, que ésta tiene qua ser el
amor, y que la razón esencial del hombre no puede ser otra que el amor? ¿Esto porque Dios lo decide o por una
razón metafísica? (1)
B. Expón el motivo fundamental del precepto de Dios y dcl Decálogo. (2)
C. Valora la Bondad y la Misericordia de Dios al darnos su Ley y la gratitud que por ello debemos tenerle. (2)
D. Indica la diferencia antagónica entre el amor y el pecado y por qué el pecado va vinculado a la muerte. (3)
E. ¿En qué sentido y de qué manera afirmamos que Dios es Padre? (4)
F. Señala las consecuencias más importantes que se derivan de la relación paterno-filial entre Dios y los hombres.
(4)
G. ¿Por qué decimos que el hombre funciona por un sistema de base dos, y en qué consiste el "desorden" de
nuestra conducta? (5)
H. ¿Por qué la necesidad de conversión? (6)
I. Fundamento dc la conexi6n entre el amor a Dios y al pr6jimo. (7)
J. Aplicaciones prácticas a nuestra vida.

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ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
III. LA DINÁMICA DEL AMOR

Apoyados en los dos temas precedentes, abordamos ahora una materia sugestiva que en parte se desprende de
lo ya considerado.

l. EL TRIÁNGULO DEL AMOR TRINITARIO Y SU PROYECCIÓN EN LAS OBRAS "AD EXTRA".

Recordemos puntos establecidos:


Dios es AMOR. Las características esenciales del amor son interdonación y fecundidad.
El Padre se da al Hijo comunicándole su misma Esencia y el Hijo se da al Padre en una entrega absoluta de
Amor obediencial. De esa interdonación proviene la fecundidad que es la "espiración" el Espíritu Santo, fruto del
Amor del Padre y del Hijo.
"Obras ad extra" son todas aquellas que Dios realiza fuera de las "procesiones" trinitarias. Este "esquema
trian-gular" lo proyecta Dios en sus "obras ad extra".
Un ejemplo elemental: interdonándose el oxígeno y el hidrógeno dan lugar a la fecundidad de un ser nuevo
que es el agua con propiedades distintas a las de sus "progenitores". El oxígeno, interdonándose con el nitrógeno
produ-cen la fecundidad del aire, sin el cual, lo mismo que sin el agua, sería imposible nuestra vida.
En la interdonación de Dios con los Patriarcas por medio de la Alianza surge la fecundidad del pueblo
elegido, depositario de la Revelación y las promesas.
En el misterio de la Encarnación en la donación del Espíritu Santo a María y la donación libre, consciente y
activa de la Virgen se realiza la suprema fecundidad del Verbo encarnado.
Basten estos ejemplos para constatar cómo el esquema triangular trinitario se verifica en las "obras ad extra".

2. LA TRINIDAD Y EL HOMBRE

Si el hombre es amor (tema II), estará sujeto inevitablemente a la misma dinámica de la interdonación y la fe-
cundidad. Adviértase que esto es así no porque Dios arbitrariamente lo decida, sino por la misma esencia necesaria
del amor.
Gen 1,26-28. Nada más comenzar la Revelación Dios nos ofrece datos de valor incalculable sobre el ser del
hombre. Dios ha ido creando las cosas como de pasada con un simple "hágase". Cuando llega al hombre hay un
cam-bio en su actitud; se diría que todo Él se concentra en la obra cumbre de la creación y todo su Ser está intento
de mo-do solemne en la creación del hombre. No agotaremos la materia, sólo señalaremos algunos rasgos más
importantes para nuestro estudio.
Por lo pronto, muestra la importancia del momento el hecho de que con esta ocasión se nos ofrezca el primer
dato trinitario: Dios habla en plural: "nuestra" imagen y "nuestra" semejanza. Pero además el término que se usa
para designar a Dios es plural: "Eloim". "El" es Dios y la terminación "im" es la manera de construir el plural en
Hebreo; por consiguiente, habría que traducir literalmente "Dioses dijo". Esta fusión del plural que habla en
singular nos sirve para descubrir -después de la Revelación neotestamentaria- un indicio claro de la Trinidad toda
presente de una ma-nera especial en la formación del primer hombre.
¿Cómo es el hombre imagen y semejanza de Dios?
Ya se expuso (tema II) que el hombre se asemeja a Dios porque participa "analógicamente" (es decir de modo
cualitativamente distinto, pero real) de sus mismos atributos, especialmente la inteligencia y la libertad.
Pero hay otro punto en el que nos interesa detenernos ahora: El hombre es semejante a Dios por el hecho y las
consecuencias que se derivan de ser varón y mujer: "Macho y hembra los creó" Gén 1, 27). Varón y mujer son dos
maneras de ser hombre que posibilitan la unión e interdonación más plena que puede darse en el plano natural.
Varón y mujer es una dualidad, dos maneras de ser hombre, dos polaridades que coinciden en todo lo esencial del
ser del hombre, pero que divergen en cualidades, actitudes, potencialidades y características distintas. Estas dos
polaridades distintas y complementarias hacen posible la fusión más íntima y más perfecta en el plano meramente
humano, por la que se asemeja más a Dios.
Por usar un término químico, diríamos que en el varón existen unas "valencias" que sólo se saturan en la
fusión con la mujer. La Biblia lo expresa diciendo que "serán dos en una sola carne" (Gén 2,24; Mt 19,5; Efes
5,31; 1 Cor 6,16). Efectivamente la unión conyugal es la fusión de dos cuerpos en el grado más íntimo posible,
fusión de dos psicologías, de dos vidas, de dos proyectos, de dos existencias... De esta interdonación surge la
fecundidad del matri-monio, un ser nuevo, una realidad nueva, superior a la mera suma de los dos cónyuges que la
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integran. Valga la expresión de que en el matrimonio se da la misteriosa ecuación de 1+1=1; es un 1 nuevo que
expresa una realidad de orden distinto.
Digamos de pasada que en esto estriba una razón (que no suele ser la más convincente, porque no se penetra
en su fuerza) de la indisolubilidad del matrimonio: El varón y la mujer pueden unirse o no conyugalmente; pero
una vez que lo han hecho, ya no depende de su voluntad el eliminar ese ser que han formado. Por si sirve el
ejemplo, compa-rémoslo con la concepción: Se puede concebir o no un hijo, pero una vez que esa vida ha brotado,
ya es un ser exis-tente con una realidad propia y unos derechos que nadie puede destruir.
Dios ratifica la indisolubilidad del matrimonio con esa sentencia solemne: "lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre" (Mt 19,6). Es decir, que el matrimonio es algo tan importante que a la vinculación humana se
aña-de una especial intervención divina.
Aparece más clara la fecundidad del matrimonio cuando es concebido el hijo. Ahí es donde se puede constatar
de modo más evidente la potencia del amor humano al producir un hombre nuevo capaz de entender,
autodeterminar-se y amar.
Así, en el amor matrimonial se realiza una maravillosa semejanza, como en ninguna otra instancia, con la
inter-donación y fecundidad trinitarias.
Notemos que esto es así "naturalmente", es decir, que la misma dinámica del amor conyugal se verifica en
cual-quier matrimonio válido, aun en el "legítimo", término canónico con el que se designa el matrimonio
auténtico entre dos no bautizados y que, por tanto no es sacramento.

3. MATRIMONIO Y ALIANZA.

Una vez que Dios decide libremente revelarse y salvar a los hombres, comienza por formarse un pueblo, depo-
sitario de la Revelación y futuro núcleo de la salvación de la humanidad. Dios lo inicia estableciendo una Alianza
con el padre de ese pueblo, que es Abraham (Gen 15) y con los patriarca siguientes: Isaac y Jacob; luego, durante
el Éxodo, directamente con el pueblo (Ex 24,3-8).
No nos detendremos ahora en desarrollar cómo la Alianza es la columna vertebral del A.T. ni su importancia
para constatar cómo todo es iniciativa de Dios, ni su necesidad, tratándose de un pueblo débil, inferior a las otras
na-ciones que lo circundaban, impotente por sí para subsistir y establecerse en la tierra de promisión sin la ayuda y
la intervención constante del Dios Poderoso. En lo que importa insistir es en el hecho de que Dios establece esa
Alianza en forma matrimonial, porque no tenía otro punto de referencia más gráfico e inteligible que el del
matrimonio para hacerles entender la "donación" que hace de Sí mismo a su pueblo. Dios se presenta como el
"Marido" de Israel, y el pueblo como su esposa. Los textos serían abundantes; nos limitaremos a Ezeq 16,1-19 y
60-63; Os 1,2-9 y 2,8-25). Dios aparece como el marido fiel, inmutable en su fidelidad, que, pese a las constantes
traiciones de su esposa, conti-núa amándola e intentando enamorarla una y otra vez.
Así el ejemplo del amor humano es elevado a categoría de amor divino en la entrega incondicional y
apasionada con que Dios se da.

4. MATRIMONIO Y TRINIDAD

En el N.T. se verifica un salto cualitativo jamás imaginado por el hombre: Dios revela el misterio trinitario y
después la elevación del matrimonio a la dignidad sacramental.
Recordemos, de pasada que los Sacramentos son signos sensibles (perceptibles por los sentidos) instituidos
por Jesucristo, que expresan realidades transcendentes (no sensoriales) y que realizan verdadera y eficazmente
aquello que representan.
Al sernos revelado el misterio de la Santísima Trinidad, el matrimonio queda constituido en sacramento,
porque se hace signo sensible del Amor trinitario por su interdonación y su fecundidad.
Dios no tiene otro punto de referencia para el hombre más expresivo y pedagógico de aproximación a la
realidad trinitaria que ese amor conyugal.
Hay que señalar otro aspecto fundamental: Como el sacramento del matrimonio se realiza entre bautizados,
in-habitados por la gracia y por la Trinidad, a todas esas fusiones que antes hemos indicado, se añade como culmen
en el plano sobrenatural la vinculación proveniente de la gracia santificante y sacramental que une las almas de los
dos contrayentes del matrimonio en la inmensidad del Amor trinitario por su inserción en Cristo en la común-
unión del Espíritu Santo. Si decíamos que en el "plano humano" no hay mayor aproximación a la Trinidad que el
matrimonio, al ser éste elevado a sacramento, la semejanza se intensifica y se estrecha hasta planos
inconmensurables en virtud de la real presencia trinitaria en el alma de los cónyuges.
Nos limitaremos a indicar la dignidad inimaginable del matrimonio cristiano, inagotable sabiduría de Dios, su
admi-rable amor al hombre, y al mismo tiempo la responsabilidad de los cónyuges al comprometerse a aparecer ante el
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mundo como plasmación sensible del amor entre las divinas Personas, junto con las obligaciones que de aquí se
derivan.

5. FECUNDIDAD DEL AMOR.

Nos hemos detenido en el matrimonio por su importancia -más en nuestros días, en que tanto se le ataca- y
por-que su ejemplo es paradigmático y especialmente expresivo al intentar penetrar en la dinámica del Amor
triangular trinitario en las obras ad extra.
Pero es necesario insistir en que en todo amor genuino se dan estas características de interdonación y fecundidad.
Dice S. Gregorio Magno: "El amor donde quiera que está hace grandes obras; y donde no se hacen grandes obras
es porque no hay amor". No será necesario aclarar que la magnitud de las obras no se establece en virtud de sus
dimensiones mensurables, sino por la intensidad del amor acumulado en ellas. Así un santo dando un vaso de agua o
alabando a Dios ante una florecilla puede construir monumentos de amor. Esto ilumina la sentencia de Jesucristo en el
juicio final (Mt 25, 31-46). Su lección fundamental es que el amor ha de traducirse necesariamente en obras.
A veces a la intensidad del amor, Dios quiere unir la magnitud constatable de la obra para que podamos
experi-mentar la grandeza del amor. Así ha ocurrido con infinidad de santos que nos han dejado obras colosales
que testi-monian sensiblemente la potencia del amor.
Parece momento adecuado para preguntarnos si efectivamente nuestras obras son demostración clara de
nuestra vida de amor generoso.

6. AMOR Y SEXUALIDAD.

Es oportuno, a modo de corolario, indicar algunas ideas sobre la sexualidad como complemento de lo tratado
sobre el amor matrimonial.
Lo primero que urge subrayar es la grandeza del don de la sexualidad. Por lo pronto el optimismo cristiano
nos confirma en que todo lo que proviene de Dios es bueno. Es el grito gozoso del Génesis: "Vio Dios todo lo que
había hecho y he aquí que estaba muy bien" (Gen 1,31). Tan buena es la sexualidad que, como hemos visto, por
ella se aproxima el hombre lo más que le es dado en el plano natural a la Trinidad, ya que gracias a esta cualidad
verifica el hombre su vocación de interdonación y fecundidad.
La consecuencia elemental que de aquí se desprende es un inmenso sentimiento de gratitud a Dios por las
maravillas que ha efectuado en el hombre.
La segunda consecuencia es tomar consciencia de que esa potencialidad sexual para ser verdaderamente
humana tiene que ir penetrada de las características especificas del hombre: Tiene que ser racional y, por lo tanto
de acuerdo con su finalidad y teleología intrínseca, y no usada arbitraria e irresponsablemente; tiene que ser libre y
consciente; tiene que ser fruto, consecuencia y objetivo del amor.
De aquí que haya que excluir todo lo que en la sexualidad pudiera haber de mero instinto, por el que el
hombre no actuaría humana y racionalmente, sino en la línea ciega e irracional de los vegetales y animales.
La tercera consecuencia es el cuidado y esmero con que se ha de usar de la sexualidad precisamente para
actuar conforme a su inmensa grandeza y dignidad.
La finalidad y teleología de la sexualidad es la mutua compenetración de los sexos en el amor humano (inter-
donación) y la procreación (fecundidad). De aquí que usará rectamente de la sexualidad quien no excluya positiva-
mente ninguna de estas dos finalidades; y en el momento en que se excluya deliberadamente cualquiera de las dos,
el acto queda viciado intrínsecamente.
Notemos que la procreación en el hombre -a diferencia de los animales- no se limita en modo alguno al acto
ge-nerativo, sino que implica todo lo relativo a la educación humana y espiritual del hijo. Esto postula la necesidad
de un hogar estable en que se fusionen adecuadamente los factores masculinos, provenientes
del padre, con los factores femeninos, provenientes de la madre. Sobre este punto la psicología y la pedagogía
moder-nas tienen datos importantes que aportar.
Si dejamos claramente establecidos los dos objetivos de la sexualidad, podremos, basándonos en ellos,
dictami-nar con certeza cuándo la potencia sexual es usada correcta e incorrectamente. De aquí podremos
formarnos un cri-terio sólido sobre el amor libre, las relaciones prematrimoniales, los actos sexuales solitarios, la
homosexualidad y otras aberraciones, la anticoncepción, al concepción artificial, la indisolubilidad del matrimonio,
y muy especial-mente el aborto.
Constatemos que esto es así, no porque lo preceptúe la Iglesia, ni siquiera porque lo imponga el derecho
divino positivo, sino que brota de la misma entraña metafísica de la sexualidad. Dicho de otra manera, no es bueno
o malo porque lo diga la Iglesia o porque Dios lo preceptúe; sino que porque es bueno o malo por eso lo manda
Dios y lo ratifica la Iglesia.
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A esta luz se entiende el absurdo en que caen los que demandan de la Iglesia que cambie o atenúe su doctrina
sobre la sexualidad; sería equivalente a pedir que se cambiara la base ontológica del hombre y de la sexualidad,
cosa que en manera alguna entra en las posibilidades de la Iglesia, ni siquiera del mismo Dios.
No es ahora la ocasión de tratar, por eso sólo lo indicaremos de pasada, el misterio de la virginidad por el
Reino de los cielos; apuntemos nada más que se trata de una revelación específica del N.T. cuando el Verbo
encarnado vie-ne al mundo en esta postura existencial, y que descubre la realidad de un amor transcendente,
imagen del Amor trini-tario, en una "superentrega" y "superfecundidad", no material, no sensorial, sino en el orden
sobrenatural.

COLOQUIO.

A. ¿En qué consiste el Amor "triangular" trinitario y su proyección en las "obras ad extra"? (1)
B. ¿Cómo se insinúa el misterio trinitario en el momento de la creación del hombre? (2)
C. ¿Por qué el matrimonio es imagen de la Trinidad? ¿Qué fuerza tiene la razón que aquí se da (no es la única) de
la indisolubilidad del matrimonio? (2)
D. ¿Por qué Dios establece la Alianza con Israel en forma de unión conyugal? Dignidad del matrimonio que de
aquí se deriva. (3)
E. ¿Por qué razón en el N.T. es elevada la unión conyugal a categoría de Sacramento? Grandeza y responsabilidad
que de aquí se desprenden para los casados. (4)
F. ¿Cómo entiendes la interdonación y la fecundidad del amor en general, y la necesidad de su concreción en obras?
(5)
G. Señala la grandeza de la sexualidad y la responsabilidad que implica ¿Por qué motivos? (6)
H. Expón en qué consiste el recto uso y el abuso de la sexualidad según se adecue o no a sus fines. ¿Por qué no
puede ni la Iglesia ni Dios alterar esta dinámica? (6).
I. ¿Quieres indicar algo sobre la virginidad por el Reino de los cielos? (6)
J. Aplicaciones prácticas a nuestra vida.

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ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
IV. EL ESTUDIO DE LA CONDUCTA DEL HOMBRE

1. INTRODUCCIÓN.

Las materias expuestas hasta ahora en los temas anteriores nos invitan a afrontar la problemática de la ley natural.
Intentamos desarrollar un aspecto ya esbozado: Dios es legislador, a Dios le importa la conducta del hombre
porque quiere con todo su Amor de Padre nuestro bien; por eso Dios, que penetra hasta el fondo de nuestro ser y
co-noce nuestra teleología, legisla "lo que es bueno para el hombre", lo que le hace ser plenamente hombre.
Por consiguiente, esta legislación divina no es en modo alguno una arbitrariedad, sino una consecuencia dima-
nante de lo que es el hombre en su metafísica, es decir de su misma naturaleza.
De aquí que, al considerar los "elementos racionales de la fe" referidos a la conducta humana, nos sea dado
constatar, usando nuestra razón, que la base fundamental de los preceptos divino "tiene necesariamente que ser así"
y no podría ser de otra manera, ya que estos preceptos se derivan de la misma esencia humana. Esta es la idea
funda-mental que pretendemos establecer.

2. MORAL Y ÉTICA

La recta conducta del hombre es "objeto material" de dos ciencias afines, pero claramente diferenciadas por su
"objeto formal" (aspecto bajo el cual se considera). La moral (del, latín mos = costumbre) estudia la conducta del
hombre a la luz de la revelación, es decir lo que Dios nos ha dicho sobre lo que debe ser el recto comportamiento
hu-mano, y constituye, por lo tanto, parte de la teología.
La Ética (del griego ethos = costumbre) afronta la conducta del hombre sólo con la luz natural, y se encuadra,
por consiguiente, dentro de la filosofía; también se la denomina "moral natural".
Estos dos aspectos ("objeto formal") bajo los que se considera una misma materia ("objeto material") deter-
minan la metodología en el estudio de la recta conducta humana.
Al abordar nuestro trabajo desde los "elementos racionales de la fe" es claro que enfocamos el presente tema
ba-jo el prisma de la razón natural (Ética), aunque en ocasiones acudamos para mayor iluminación al dato
revelado.

3. PRINCIPIO FUNDAMENTAL.

Si prescindimos metodológicamente de la enseñanza divina, tendremos que buscar un principio que nos sirva
de fundamento y guía para descubrir lo que es correcto o incorrecto (bueno o malo) éticamente.
El principio que parece más obvio y elemental (dejando a un lado otros caminos intentados) es que usamos
rec-tamente de las cosas según las utilicemos o no de acuerdo con su finalidad, teleología o razón de ser. Ejemplo:
si usamos un reloj para partir piedras, lo violentamos en su misma razón de ser, lo utilizamos contra su finalidad.
Cuando de lo que se trata es de la razón misma de ser del hombre, entonces entramos de lleno en el campo de
la ética. La dignidad suprema del hombre -único ser racional y libre de la creación- exige que se respete
exactamente su naturaleza y su finalidad de acuerdo con su ser metafísico.

4. LA NATURALEZA HUMANA.

La naturaleza humana es "anterior" (con anterioridad de naturaleza, no de tiempo) a la decisión de Dios de


crearla. Dios es omnímodamente libre para crear o no al hombre; pero si lo crea "está forzado" a crearlo animal ra-
cional, y por tanto, sociable; porque de otra manera ya no sería hombre, sino otra cosa distinta.
De estas tres notas esenciales puede la mente humana deducir una serie de conclusiones tendentes a averiguar
lo que es acertado o equivocado (bueno o malo) en la conducta según se respeten o se quebranten.
Por poner un ejemplo limitándonos a lo más elemental de la condición de animal racional se deriva el derecho
a la vida y la obligación de respetar la vida ajena, el derecho a la procreación y al matrimonio y la familia; de la
con-dición de sociable se deriva la interrelacionalidad, la obligación de comunicarse con los demás por la verdad,
el dere-cho a la asociación, la obligación de colaborar al bien común, etc. Por la razón podemos llegar al
conocimiento de un ser superior (ya lo consideramos) y a la obligación de darle culto por la religión, y por lo tanto
la necesidad de los de-más de respetar ese derecho.

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Todo lo que salvaguarde estas normas de conducta rectamente será bueno, y todo lo que se oponga a ellas, y a
las demás que de éstas se derivan, será malo éticamente.
Toda la Biblia subraya estas características dimanantes de la naturaleza humana desde el comienzo de la
Reve-lación. Así, por ejemplo, la racionalidad se manifiesta en la frase "hagamos al hombre a nuestra imagen,
según nues-tra semejanza" (Gen 1,26). Y porque es racional está llamado a dominar la tierra y a dirigir el proceso
de la creación (Ibíd.). La diversidad de los sexos y el derecho a la procreación: "Sed fecundos y multiplicaos (Gen
1, 27-28). La sociabilidad: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada" (Gen 2,18-
14).

5. LA LEY NATURAL OBJETIVA Y SU CONOCIMIENTO.

Estas normas de conducta que se derivan de la misma naturaleza humana deben aparecer evidentes. Unas son
"primarias", porque las descubre la mente con la mera consideración de lo que es la propia naturaleza, y otras son
"secundarias", porque sólo se detectan después de una adecuada argumentación.
En teoría, un ateo investigando recta y lúcidamente debería llegar a descubrirlas, porque se puede llegar al
cono-cimiento de lo que es correcto según la naturaleza, aun prescindiendo de si ha sido o no formada por un Ser
superior.
Es decir, existe una normativa ética objetiva que puede establecerse a partir del ser de las cosas y que en su
principios es inmutable como es inmutable la esencia del hombre.
Pero el que "se pueda" no significa que de hecho siempre se llegue a descubrir ni a formular estos principios.
Así surge un criterio de conducta subjetivo no siempre de acuerdo con el objetivo; unas veces porque no se
plantean este conocimiento, otras muchas porque se dejan llevar de las malas inclinaciones que perturban la visión
adecuada; otras porque, deformados por costumbres aberrantes inveteradas, llegan a perturbarse la conciencia,
considerando lo malo como bueno; es el caso de la antropofagia aceptada en algunos pueblos.
Importa constatar que el que haya hombres que desconocen la ley natural, al menos en parte, no dice nada
con-tra la realidad de su existencia; sólo prueba que por razones, más o menos culpables, no han captado esa ley
inscrita en el corazón humano.
Ejemplo: el hombre puede inventar o no el teléfono; pero si lo inventa no puede impedir que su finalidad y
teleo-logía intrínseca sea la de comunicarse a distancia. El que se dé una persona inculta que desconozca la
finalidad del teléfono no afecta a la teleología intrínseca del aparato.

6. EL JUSPOSITIVISMO.

Cada vez se extiende más la opinión de quienes niegan por principio la ley natural. Como consecuencia no
queda más normativa a la que apelar que el sometimiento a las "leyes positivas" elaboradas por quienes se
considera que tienen autoridad para ello. Son los juspositivistas.
A éstos cabe responderles:
a) Es un contrasentido admitir unos principios de recto uso de las cosas, y en cambio negárselos al hombre.
Con cualquier aparato (un automóvil o un electrodoméstico, por ejemplo) va acompañado un manual para su
recto uso, funcionamiento y conservación de acuerdo con su naturaleza y finalidad. Todas las cosas postulan un
recto uso que debe mantenerse; y el hombre, el ser más perfecto y digno de la creación ¿no va a tener unas normas
de conducta derivadas de su naturaleza? ¿Por que esa discriminación?
b) Si no existe un principio primigenio de obligación intrínseca, ¿qué puede hacer que el hombre se someta al las
leyes positivas humanas? ¿a qué argumento se puede apelar para que el hombre quiera someterse, si no es
meramente a la fuerza coercitiva extrínseca del poder? Es decir, se cae en la razón de la fuerza externa; cuando ésta
falta o es insuficiente (nótese su actualidad) el hombre y la sociedad de hecho quedarán incontrolados.
c) ¿Cómo se salvaguarda el derecho inalienable de actuar según la propia conciencia? Cuando la ley positiva se
oponga a lo que la persona considera bases absolutas de su conducta moral ¿qué recurso le queda ante una ley que
considera injusta? ¿A qué última instancia se puede apelar si no se admiten unos principios fundamentales de ley
natural que están por encima de toda legislación humana?
d) Si no se admite la ley natural inmutable ¿qué garantía queda para confrontar una ley humana con una norma
superior que dictamine sI es justa o injusta?
e) Por todas estas razones el hombre queda indefenso ante las posibles arbitrariedades e incluso injusticias de la
legislación positiva. Se hará coincidir el ámbito de "lo legal" con el ámbito de "lo ético". Si se legisla en favor del
aborto libre, la eutanasia o el infanticidio, en ese mismo instante empezarán a ser éticamente correctas todas esas

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horribles aberraciones.
Nótese que, así entendida le ley natural, una cosa es buena o mala no porque lo diga la I9lesia, ni siquiera
porque lo diga Dios; sino que porque es buena o mala, por eso lo dice Dios y lo defiende la Iglesia.
Consideremos de pasada el absurdo en que incurren quienes piden que la Iglesia cambie su doctrina sobre la
sexualidad, el matrimonio o el aborto. No han entendido que ese cambio que demandan no es en modo alguno
competencia de la Iglesia, y en cierto modo, ni siquiera de Dios; brota de la misma esencia metafísica de la
naturaleza humana.

7. LA LEY NATURAL Y LA DEMOCRACIA.

Surge así un conflicto muy extendido en nuestro mundo en el que se da una exacerbación en la valoración de
la democracia.
La democracia es un régimen legítimo de gobierno político. Ante diversas posibilidades se opta por aquella
que decide la mayoría.
Pero, la democracia tiene su ámbito determinado y concreto que no le es lícito transgredir, y que el hacerlo su-
pone una aberración. Así, por ejemplo, la ciencia desborda el campo de la democracia, las leyes de la física, la quí-
mica, la biología o las matemáticas no son objeto de las decisiones democráticas.
Lo mismo ocurre con los principios de ley natural. El hombre será siempre animal racional sociable, lo afirme
o lo niegue la mayoría, y de igual modo los principios éticos que de esta condición del hombre se derivan.
En nuestro mundo se comete la incongruencia metafísica de substituir los principios de ley natural por las normas
provenientes de decisiones democráticas. Si el todo es mayor que la parte, lo apruebe o no un referendum democrático,
el aborto, por ejemplo, será un crimen y una subversión de la metafísica del hombre aunque todo el mundo lo apruebe.
Uno de los grandes triunfos del mal en nuestro mundo ha sido desposeer al hombre del concepto y la
convicción de ley natural. Ya no queda referencia en última instancia al bien o al mal inmutables.

8. LA SOCIEDAD INMORAL Y LA SOCIEDAD AMORAL.

El hombre desprovisto de ley natural, sin conciencia de la obligación de someterse a ella, no tendrá más
norma -si es que tiene alguna- que la que él mismo quiera admitir. Y es claro que lo que uno mismo se autolegisla
fácilmente se autodispensa. El aumento de la delincuencia y la falta de ética en los negocios y en las empresas es
prueba fehaciente de esta afirmación.
Así es como surge la sociedad amoral.
Las sociedades de todos los tiempos han sido inmorales; es decir, admitían privadamente y sociológicamente
una norma moral que frecuentemente quebrantaban; pero tenían conciencia de obrar torcidamente, Y siempre
quedaba abierta la puerta para, la rectificación.
La sociedad amoral no admite norma ninguna, y así puede realizar el mal sin conciencia de que lo comete, con
lo cual las injusticias y las perversiones se multiplican, se extienden e incluso se admiten en una situación sin
retorno ni esperanza de vuelta al recto camino.
Así no hay salida. Se puede dialogar en la esfera de la ética con un ateo que, admitiendo los principios meta-
físicos del hombre, quiera razonar sobre las normas de conducta que los rigen hasta elaborar un paquete, aunque
sea elemental, de criterios morales. Pero con quienes niegan esa metafísica del hombre como origen de normativa
Ética, jamás será posible establecer unas bases comunes que rijan la recta conducta.

9. EL PECADO DE AUTONOMIA.

Nomos significa en griego "ley" y autós "uno mismo". "Autonomía" en sentido estricto es, por tanto, "darse la
ley a sí mismo, mientras que "heteronomía" es la ley impuesta por un principio superior a la voluntad del
individuo.
Dios, Creador de la naturaleza humana, es el Legisgador; pero para establecer su ley atiende a la naturaleza
hu-mana y dictamina los principios morales que de ella se derivan. Así es como se da una confluencia entre el
Decálogo y la ley natural. La naturaleza humana nos indica lo que es bueno para el hombre, y de alguna manera es
"anterior" al precepto divino.
El hombre es heterónomo porque el precepto le viene dado por algo que no depende de su libre decisión.
Cerrarse a esos principios éticos es hacerse "autónomo". Él decidirá por sí y ante sí lo que es bueno y lo que es
malo, negando toda referencia a cualquier principio superior y anterior a él.
Este es un aspecto del pecado de Adán. Dios le impone un precepto que él rechaza, y queda constituido en

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autó-nomo, "conocedor del bien y del mal", es decir, definidor independiente de la norma de conducta. (Gen 3, 5).
y Dios dice en tono de amarga ironía: "El hombre ha venido a ser como uno de nosotros en cuanto a conocer el
bien y el mal" (Gen 3, 22). Lo cual significa: Adán ya se ha arrogado el poder, exclusivo de Dios, de determinar
por sí mismo lo bueno y lo malo sin referencia alguna a una norma heterónoma.
La historia se repite. La actualidad de este fenómeno es sobrecogedora.
Es cierto que, la propia conciencia es el criterio último de moralidad; según se obre de acuerdo o en
desacuerdo con ella, la acción queda cualificada como buena o mala. Pero es muy importante subrayar que para
que este prin-cipio básico se realice correctamente es imprescindible que preceda un proceso de formación de la
propia conciencia. De otro modo se carece de garantía de que el punto de confrontación (la propia conciencia) es
recto y válido, porque la conciencia puede estar mal informada y deformada.
Señalemos el enorme mal que sigue de que opinen en los medios de difusión sobre problemas morales
personas carentes de adecuada formación de la conciencia.
Al no aceptar ningún principio heterónomo de moralidad, será el individuo, la mayoría o el estado (que para
ello no tiene ninguna autoridad) quienes determinen la moralidad de las leyes y las acciones.
Insistamos en que nuestros intereses creados, nuestras apetencias e intenciones torcidas se encargan de un-
blarnos la visibilidad moral, por eso frecuentemente corremos el riesgo de sobornarnos la conciencia de modo más
o menos consciente. A fuerza de actuar repetidamente a impulsos de nuestras apetencias y egoísmo, acabamos por
sub-vertir nuestro criterio ético hasta enormes aberraciones, y encima llegamos a calificar nuestra conducta de
correcta.
No olvidemos además la fuerza arrolladora del factor mimético: Si el ambiente que nos circunda, el cine, la
televisión, la novela, las revistas, internet, y la conducta de los presentados como héroes y modelos sociales, los
triunfadores que actúan exentos de principios éticos, quedamos desprovistos de fuerza psicológica, –excepto los muy
bien formados y de criterios firmes, que son los menos- para substraerse a toda esa corriente que nos arrastra como
torbellino incontenible.

10. LA VENGANZA DE LA NATURALEZA.

Se ha dicho que "Dios perdona siempre, el hombre a veces, y la naturaleza no perdona nunca". Dios no
necesita enviarnos fuego del cielo para castigar nuestras iniquidades; el quebrantamiento de la ley natural entraña
ya en sí el castigo. Si no seguimos los dictámenes de la ley natural, la misma naturaleza, violentada por el pecado,
se toma la justicia por su mano.
Nuevas enfermedades provenientes del mal uso de la sexualidad, trastornos psíquicos en mujeres que han
abor-tado, envejecimiento alarmante de la sociedad por falta de nacimientos, niños deshechos psicológicamente
por el di-vorcio de sus padres, aumento de delincuencia infantil, progresión en el número de suicidios, escalada de
enferme-dades y muertes por el consumo de la droga, aumento de violaciones, catástrofes ecológicas por el uso
egoísta e irres-ponsable de los recursos naturales; el desbordamiento de la violencia en robos, homicidios, atracos,
as8ltos a mano armada, actos terroristas, etc. que se expanden por el mundo como una macabra invasión del mal
son algunas de las muestras que nos ofrece la venganza implacable de la naturaleza torturada por el hombre.
Aparte de las razones aducidas "a priori", estas trágicas experiencias de todos los días constituyen un
argumento "a posteriori" definitivo, en defensa de la ley natural. Es ésta una idea muy arraigada en S. Pablo: Rom
1,18-32: Dios no necesita castigar; el hombre se convierte en castigo para sí mismo cuando desprecia la ley
natural.

11. LA LEY NATURAL Y DIOS.

Queda por considerar un punto que trataremos brevemente.


Son muchos los pensadores y filósofos que mantienen que la ley natural no es capaz por sí sola de ejercer su
obligatoriedad sobre el hombre si no se admite la existencia de un Dios personal, supremo legislador ante el cual
ha-yamos de responder y rendir cuentas.
Otros sostienen que la fuerza de la ley natural es tan imperativa que, aun prescindiendo de un sumo Creador y
Legislador, impone al hombre su obligatoriedad.
Claro que desde que admitimos decididamente la existencia e ese Dios personal, Señor, Juez y Remunerador
(ya tratamos de su cognoscibilidad por la razón natural) la fuerza de los imperativos éticos provenientes de nuestra
na-turaleza queda salvaguardada.
Tal vez podríamos intentar responder a estas dos posturas distinguiendo una doble vertiente "de derecho" y "de
hecho".
De hecho, el hombre que no admite la existencia de Dios, aunque llegara al conocimiento de la ley natural, di-
16
fícilmente se sometería a su cumplimiento, dada la fuerza del propio egoísmo; una ley sin legislador ni juez
carecería en la práctica de vigor suficiente para conseguir que el hombre se le sometiera. Sin embargo, de derecho
es tal la po-tencia de la ley natural que, aun sin la existencia de Dios, el hombre debería obedecerla; más aún si es
capaz de cons-tatar los bienes que se desprenden de su cumplimiento para la vida personal, familiar, social e
incluso internacional, y los males que se originan de su incumplimiento como antes indicábamos.
Un mundo en que todos -individuos y grupos- guardaran escrupulosamente la ley natural sería un paraíso
ético. Esto es lo que Dios ha querido mostrarnos al tener con nosotros la inmensa misericordia de enseñarnos el
Decálogo. Ya consideramos este punto.
No olvidemos, finalmente, que la ley natural es ante todo una maravillosa defensa; lejos de ser una carga, es la
manera de que, siguiendo la dinámica de nuestra metafísica humana, podamos ser plenamente hombres. Además
esa ley que te prohíbe matar, robar, mentir, dañar, etc. al prójimo, es la ley que te está defendiendo a ti contra el
daño que de otros puedes recibir.

COLOQUIO.

A. ¿Cuáles son las semejanzas y diferencias entre moral y ética. ¿Desde cuál de las dos enfocamos nuestro estudio
y por qué? (2)
B. ¿En qué basamos el principio fundamental de la ética y su aplicación concreta al hombre? (3 y 4)
C. ¿Te parece razonable mantener este principio de la ley natural, aunque haya quienes lo ignoran? ¿Su
desconocimiento va en contra de la existencia de la ley natural? (5)
D. Expón el pensamiento del Juspositivismo y razona cuáles de los argumentos en contra te parece más convincente.
(6)
E. ¿Cómo entiendes y resuelves el conflicto entre ley natural y democracia cuando ésta invade el ámbito de la ética?
(7)
F. Señala la diferencia entre sociedad inmoral y amoral, y cuáles son las causas que originan la amoralidad. (8)
G. ¿En qué consiste el pecado de la "autonomía"? Su actualidad. (9)
H. ¿Quieres hacer algún comentario sobre "la venganza de la naturaleza" y su vigencia en nuestro mundo? ¿Ves la
fuerza del argumento "a posteriori"? (10)
l. ¿Qué opinas sobre la posibilidad de la aceptación del imperativo de la ley natural sin admitir a un Dios
Legislador? ¿Consideras aceptable la respuesta que damos a este respecto? (11)
J. Aplicaciones prácticas a nuestra vida.
Ya sería un fruto práctico considerable el tener ideas claras sobre la existencia y la exigencia de la ley natural.
El paso siguiente es saber exponerlas y defenderlas de modo convincente. Constatemos su vigencia en todos los
ám-bitos y muy especialmente en el de la política. Saber aplicar estos principios ante los conflictos que
inevitablemente surgirán. Compromiso activo y eficaz en defensa de la ley natural, por ejemplo, en la lucha por la
vida, en contra del aborto y la eutanasia, de las leyes de enseñanza que lesionan los derechos inalienables de las
familias, etc.
Agradecer a Dios el que nos haya facilitado el conocimiento de la ley natural al enseñarnos el Decálogo. Vivir
en consecuencia con las exigencias de la ley natural que nos preparan el camino hacia Jesucristo y el Evangelio.

17
ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
V. DIOS REMUNERADOR

0. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA.

Dios nos da la ley natural para que descubramos por la luz de la razón lo que es bueno o malo para el hombre
(tema IV), Dios da un paso cualitativamente superior: por la Revelación nos descubre los caminos del recto obrar;
llega a la cumbre de su Amor y su misericordia enviándonos a su Hijo que con su Palabra, sus obras y, sobre todo
su Vida y su Muerte, nos enseña cuál debe ser la conducta del hombre para llegar a ser verdaderamente hombre y
autén-tico hijo de Dios.
Todo esto pone de manifiesto de manera inconcusa que a Dios le importa y se toma totalmente en serio lo que
debe ser el comportamiento humano.
Ya vimos (tema II) cómo el hombre funciona por un sistema de base dos: se abre al amor o se cierra al
egoísmo. Esta es la opción fundamental que hemos de realizar con nuestra vida: la afirmación o negación del amor.
Y esta op-ción afecta de tal manera al ser intrínseco del hombre, que Dios ofrece un premio eterno al que opta por
el bien-amor, y un castigo eterno al que se decide por el egoísmo-pecado. Dios, suma Justicia, remunera a los
hombres de acuerdo con lo que ha sido su vida.
Surge una dificultad de enorme actualidad en nuestros días: ¿Cómo un Dios, infinitamente bueno que ama a
sus hijos con toda la plenitud de su Ser, puede imponer un castigo eterno que aleja por siempre definitivamente de
su vi-sión y su presencia arrojándolos en el infierno?
Por supuesto, tenemos que dejar asentado desde el principio que nos movemos en el ámbito del misterio, y que
hemos de aceptar con toda humildad en veneración y en silencio lo que Dios nos manifiesta. La Revelación a este
respecto es contundente: Hasta dieciséis veces nos habla Jesucristo de la existencia y eternidad del infierno, y nos
exhorta a «entrar por la puerta estrecha, porque es ancho el camino que lleva a la perdición, y muchos van por él» (Mt
7,13-14).
La doctrina del infierno siempre la ha mantenido la Iglesia, además de las enseñanzas de la Sagrada Escritura,
por los escritos de los Santos Padres, Concilios, Papas y teólogos cristianos (no sólo católicos) y es dogma de fe:
De-finición de Benedicto XII (año 1336):
«Definimos que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal actual,
in-mediatamente después de su muerte descienden a los infiernos, donde son atormentados con penas
infernales».
Lo mismo el Concilio Florentino (ecuménico XVII, año 1439). Y antes el Concilio Lugdunense II (ecuménico
XIV, año 1274, ses. IV).
Puede resultar interesante citar a este respecto las palabras de un escritor protestante:
«Algunos no serán salvados. No hay doctrina que yo arrancaría con más gusto del Cristianismo que ésta
del infierno, si estuviera en mi poder. Pero tiene la total fuerza de la Escritura, y especialmente de las mis-
mas palabras de Ntro. Señor, ha sido siempre mantenido por el Cristianismo, y tiene la garantía de la
razón. [...]
Esta doctrina es uno de los puntos principales en que el Cristianismo es atacado como bárbaro, y la Bon-
dad de Dios impugnada. Se nos dice que es doctrina detestable -y, por supuesto, yo también la detesto
desde lo más hondo de mi corazón- y se nos recuerdan las tragedias que se han dado en la vida humana por
creer en esta doctrina. De las otras tragedias que provienen por no creer en ella se nos habla menos. [...]
He dicho ingenuamente que con gusto pagaría "cualquier precio" por arrancar esta doctrina. He mentido.
Yo no puedo pagar una milésima parte del precio que Dios ha pagado ya por arrancar, no la doctrina, sino
el hecho. Y éste es el auténtico problema: Tanta Misericordia, y sin embargo ahí está el infierno».
(C.S. Lewis. The Problem of Pain, págs. 106, 107 y 108).

La dinámica del estudio del presente curso nos lleva a buscar elementos racionales de la fe, empresa verda-
deramente ardua en esta materia; por eso haremos un esfuerzo para encontrar en apoyo de esta doctrina datos que
tal vez pueda ofrecernos la luz natural.
"Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim. 2,4).
Apelando a la razón, nos basta con saber que Dios Es Amor (tema I) y que quiere apasionadamente el bien del
hombre (tema II) para deducir la consoladora y gran verdad de la voluntad salvífica universal de Dios. ¿Cómo es
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po-sible que "fracase" ese designio de la voluntad salvadora divina en hijos suyos que se condenen eternamente?
Para abordar el problema estableceremos tres principios fundamentales: 1. Dios Es Amor; 2. El hombre es
libre; 3. La exigencia moral y metafísica de ser hombres.

1. DIOS ES AMOR

Recordemos bases establecidas: Dios Es el sumo Bien, y el Bien supremo es el amor; por eso no es exacto
decir que en Dios se da el Amor, sino que Es Amor, toda su substancia divina es Amor (tema I).
De aquí se desprende que Dios detesta con toda la Plenitud de su Ser el pecado como antiamor. Y lo detesta
no sólo en un plano moral (porque le parece que está mal) sino en un plano metafísica, es decir, que existe una
repug-nancia ontológica en la coexistencia del Amor con el pecado.
Un ejemplo precario y elemental: El sol es luz, dondequiera que llegue el sol tiene que haber luz; se puede
decir que el sol "detesta" las tinieblas, no por un motivo moral (porque le desagradan éticamente) sino por su
misma rea-lidad física.
De un modo mucho más real y físico a donde Dios llega tiene que haber amor, y si no hay amor es porque
Dios no penetra allí. El pecado es la opacidad absoluta, es la cerrazón hermética a la penetración del amor. El que
se cie-rra al amor por el pecado, se blinda a la infiltración del amor que es rechazado violentamente.
Si el Amor de Dios no penetra en el hombre, no es por falta de fuerza intrínseca, sino porque se estrella con
una especie de "bunquer" que se lo impide; como si en un radiante día de sol me sepulto en el sótano más profundo
obtu-rando todo resquicio de luz.
De aquí se desprende ya, aunque esperamos que quede más claro después, que propiamente Dios no condena,
es el hombre el que se autocondena.
Así entendido el infierno es un misterio, pero un misterio de amor: Un Dios que no puede dejar de Ser Amor,
y que detesta con toda la realidad "física" de su Ser el antiamor del pecado; un misterio sobre el que el Amor de
Dios arroja un destello de luz que puede captar la razón.

2. EL HOMBRE ES LIBRE.

La libertad se define en forma negativa como "inmunidad de coacción". Esta coacción puede ser intrínseca,
extrínseca o moral. No hablamos de la coacción moral que es la que proviene del precepto o de la ley obligante.
Cuando en mi decisión no soy coaccionado (aunque tal vez sea "condicionado"; pero notemos que el "condiciona-
miento" no "coacciona") actúo libremente a impulsos de la voluntad, iluminada por la razón que es la que me
muestra el fin apetecible tras el cual se proyecta la voluntad.
En forma positiva la libertad es capacidad de autodeterminación, es decisión de la voluntad por sí misma y no
por el impulso de un motor extrínseco a ella. Esa voluntad libre puede autodeterminarse en la dirección del bien y
del amor, o en la dirección del mal y del pecado.
Dios constituye al hombre libre porque lo hace "semejante" a sí mismo. Pero hay otra razón profunda: Ya
vimos cómo Dios crea al hombre en el amor y para el amor, y el amor postula con exigencia metafísica la libertad,
porque el amor consiste en la determinación espontánea, y no coaccionada, en la dirección del bien del amado. Sin
libertad, por tanto, es imposible metafísicamente que haya amor. A Dios le importa tanto que el hombre, la criatura
más per-fecta de la creación, sea amor que le otorga la libertad para que pueda amar.
Pero la libertad es ese don maravilloso y terrible que entraña el peligro estremecedor de que la usemos para el
mal. Pues bien, Dios corre con gusto "el riesgo del mal" a cambio de que podamos amar y ser hombres.
Dios es totalmente consecuente: Le da al hombre la libertad y "se atiene" a todas sus consecuencias. Pero
como el Señor quiere decididamente el bien de sus hijos, les ofrece todas las gracias, todos los impulsos para el
bien obrar, toda su Revelación (imposible agotar la materia) hasta entregarnos a su Hijo, para ayudarnos a que nos
proyectemos en la dirección del bien.
Si, a pesar de todo, el hombre libremente opta por el mal ¿se puede "culpar" a Dios de negligencia o de falta
de interés por el bien de sus hijos? ¿No será culpa total y exclusiva de aquél que libremente se decide por el mal?
Digamos de pasada que no afirmamos que "todas" las acciones del hombre sean libres; son infinidad de
factores los que intervienen a este respecto; pero sí afirmamos que en determinadas ocasiones actuamos libre y
conscien-temente y que ésas son las acciones "imputables", es decir, dignas de premio o castigo.
El hombre a lo largo de su vida va optando por el amor o el egoísmo. Si al final se encuentra abierto al amor,
queda penetrado de la fuerza salvadora divina y se proyecta en el Amor infinito. Si se encuentra cerrado al amor, si
ha hecho de su vida un no al amor, Dios no puede penetrarlo, no por falta de deseo, sino por la fosilización
hermética de quien ha cristalizado en el egoísmo.

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Así entendida, la condenación eterna no es tanto un rechazo de Dios al hombre, cuanto un rechazo del hombre
a Dios. Dios se ve imposibilitado para salvar. De aquí nuestra afirmación de que la condenación no se basará tanto
en un principio moral cuanto en un principio físico.
Valga este modesto ejemplo: si quiero ver la televisión necesito un aparato receptor, y si quiero ver un deter-
minado canal es indispensable que mi aparato esté adaptado a ese canal; y esto no por una razón moral o legal pre-
ceptiva, sino por la fuerza fáctica de la física y la electrónica.
De modo más contundente todavía, si la salvación es proyectarse en el Dios-Amor, es una exigencia física el
que la persona vibre en la longitud de honda del amor; si no es así, Dios no puede hacer nada, la libertad humana
mal usada lo ha reducido a la impotencia.

3. LA EXIGENCIA MORAL Y METAFÍSICA DE SER HOMBRE.

El hombre es hombre en la medida en que ama (tema II).


Dios tiene preparado el cielo para los hombres que son aquellos que han amado. El que no ama no es hombre,
y por tanto, no es el cielo para él. Es iluminante a este respecto el texto del juicio final que nos ofrece el Evangelio
en Mt 25,31-46.
Dirá el Juez a los de su derecha: "Venid, benditos de mi padre, a poseer el Reino que os tengo preparado
desde la constitución del mundo..." "Benditos" expresa todo el infinitamente gozoso sentido de la bienaventuranza
definitiva y total; pero además podemos desdoblar la palabra en su sentido semántica: "Bene-dicti" en latín, "eu-
legomenoi" en griego, en ambos tiene, ahondando en su raíz, el contenido de "bien-dichos"; bien-dichos porque
sois llamados "hom-bres" con todo derecho, porque habéis amado, que es lo que os constituye como plenamente
hombres; por eso entrad en el lugar preparado para los hombres "desde la constitución del mundo".
En cambio dirá el Juez a los de su izquierda: "Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el de-
monio y sus ángeles..." "Maledicti" manifiesta el rechazo inapelable y fulminante de Dios por el que el condenado
queda todo él constituido en maldito en su misma radicalidad existencial. Es terrible. Pero además siguiendo el
mis-mo proceso semántica de antes, "male-dicti" y "kata-eramenoi", en griego, puede entenderse como "mal-
dichos", por-que no les corresponde el título de hombres, ya que no sois hombres porque no habéis amado.
Los hombres, los que han amado, van a la posesión del cielo, destinado para los hombres "desde la
constitución del mundo". Los no-hombres son enviados al destierro del demonio que no estaba preparado para
ellos, sino "para el diablo y sus ángeles", es decir, para los no-hombres.
Así entendido, es razonable deducir las siguientes consecuencias:
a) La condenación es simplemente la resultante del rechazo libre y consciente del amor con que Dios obstinadamente
le ha perseguido de modo acuciante durante toda su vida. No es tanto rechazo por parte de Dios, cuanto rechazo a
Dios.
b) La esencia del juicio será hacer ver con toda claridad al condenado cómo está desprovisto del amor sin el cual es
esencialmente imposible (y no por mero precepto de Dios) proyectarse en el amor, constitutivo de la gloria eterna.
c) El juicio condenatorio se asemeja más a un diagnóstico que a un veredicto. En efecto, el veredicto lo formula el
juez a la vista de las pruebas aducidas en el proceso que evidencian la culpabilidad del acusado, y en virtud de esa
culpabilidad, el juez "le impone" la pena correspondiente, prevista por el derecho. En cambio el diagnóstico lo da
el médico que se limita a constatar según los datos clínicos que el paciente padece una determinada enfermedad. El
mé-dico ni castiga ni condena, simplemente declara la realidad de la presencia de un mal en el enfermo.
Más aún, será tan evidente y quedará tan de manifiesto en el juicio la presencia del mal supremo, la carencia
de amor, que la misma persona será quien se dé el diagnóstico y las consecuencias que de él se siguen aparecerán
con toda evidencia.

4. LA ESENCIA DE LA CONDENACIÓN

En un instante aparecerá con absoluta nitidez ante la mente del condenado el hecho de que toda su existencia
era en el amor y para el amor y que su fin transcendental era proyectarse para siempre en el Amor infinito y
acogedor de Dios, razón última de su plenitud y de su felicidad. Pero ese destino, que hubiera constituido su
triunfo y su acierto fundamental, ya no es para él, lo ha perdido definitivamente.
Entonces comprenderá la radicalidad de su fracaso moral, humano, existencial. Es el fracaso definitivo que
expresa la Biblia: «Luego nos hemos equivocado» (Sab 5,6). Es el error único e irreparable sin posibilidad alguna
de arreglo ni componenda, que sumirá en la absoluta desesperación. No podemos imaginar lo que será una vida
que es una muerte sin esperanza.

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Pesará sobre el condenado la frase de Dios: "Te elegiste a ti en la cerrazón al amor, ahora te quedas a solas
contigo en la desesperación de tu fracaso absoluto y en la fosilización del no-amor".
No es expresable con palabras ni de otra manera humana la desgracia y el fracaso de la criatura hecha para el
amor que ya nunca podrá amar ni ser amado; no puede amar a la fuente del Amor y la Bondad y la Belleza que es
Dios por quien experimentará un rechazo y un odio total; rechazo y odio a las demás criaturas que son reflejo de
Dios y partícipes de su Amor; rechazo y odio a sí mismo por el mal absoluto que él mismo se ha fraguado. Deseo
inútil de autodestrucción.
Comparadas con este sufrimiento que frustra al hombre en su misma razón de ser, palidecen todas las demás
pe-nas del infierno que la imaginación pudiera producir. Decía S. Agustín que era necesario "descosmologizar" las
reali-dades ultraterrenas. En un afán catequético, para hacerlas asequibles a mentes sencillas, se han materializado
exce-sivamente las verdades escatológicas. El diablo con cuernos y rabo, arrojando con su tridente a los
condenados en las calderas de pez hirviendo, o la gloria circundada de nubes y celajes, pobladas de cabezas aladas
con arpas y cítaras... Advirtamos que muchas veces cuando se rechazan las realidades escatológicas, lo que en el
fondo se rechaza son es-tas plasmaciones pobremente sensorializadas que tanto se prestan a la caricatura y al
ridículo.
Según el pensamiento de S. Agustín habría que hablar del infierno más que como un lugar, como un estado,
como una manera de ser condenado en toda la realidad existencial, que no es más que la resultante de lo que ha
sido toda la vida. El infierno es el mismo condenado en su historia y su tremenda realidad incapacitada para el
amor.
Desde esta perspectiva se puede afirmar que Dios no crea el infierno, el infierno lo constituye el mismo con-
denado, es su misma realidad.

5. MISTERIO DE AMOR

Decíamos que el infierno es misterio, pero misterio de amor. Por eso cuanto la persona más ama, más se
acerca a la verdad del infierno. De aquí que los que más se han aproximado al infierno hayan sido los Santos.
Cuanto más se ama, más se acerca el hombre a la plenitud de un Dios que Es Amor que rechaza con todo su Ser
ontológicamente el antiamor del pecado, más se profundiza en la malicia del pecado como mal supremo que, por
tanto, merece el daño supremo de la condenación.
Si queremos una diagnosis segura sobre una posible enfermedad grave, no acudimos a un aficionado, sino va-
mos a un especialista, ya un especialista que nos ofrezca garantías. Si queremos un juicio exacto sobre el problema
de la condenación eterna, debemos apelar a los especialistas del amor, a las verdaderas eminencias en la materia
más importante de nuestra existencia, a los Santos. S. Pablo, S. Jerónimo, S. Bernardo, S. Francisco de Asís, S.
Ignacio de Loyola, S. Francisco Javier, Sta. Teresa de Jesús (...) y todos los amigos de Dios, los cuales jamás han
puesto ob-jeciones a la doctrina del infierno, sino que han hecho tremendas penitencias y oraciones para impetrar
su propia sal-vación, y nos han dejado su vida como testimonio, y sus escritos y enseñanzas, sus consejos y
exhortaciones para evitar la condenación de los demás. Serían muchos los volúmenes que se podrían escribir con
los documentos de los Santos y escritores ascéticos sobre esta materia, ampliamente desarrollada a lo largo de toda
la historia de la Iglesia.
Subrayemos la fuerza de este argumento de autoridad desplegado por los especialistas del amor a lo largo de
los siglos y corroborado por el Magisterio. ¿Es razonable que frente a este cúmulo de testigos de toda garantía, se
pre-fiera la opinión de un autor de última hora que se opone a la doctrina secular de la Iglesia?
Las corrientes van y vienen de un extremo a otro. No olvidemos que en el siglo XVII la Iglesia se apresuró a
condenar el Jansenismo que, haciéndose eco de las posturas de moda entonces, afirmaba en su rigor absurdo que
prácticamente se condenaban todos los hombres (masa damnatorum = "masa de condenados"). Ahora nos en-
contramos en el extremo opuesto, el laxismo actual afirma, sin ninguna apoyatura bíblica ni de tradición, que no se
condena nadie. ¿Es razonable seguir una opinión porque está de moda, sabiendo que la moda de la próxima tempo-
rada puede dispararse en el extremo opuesto?

6. LA ETERNIDAD DE LA PENA

La eternidad es dogma de fe, y Jesucristo lo deja claro en el Evangelio.


Es un reto difícil para nuestro entendimiento tratar de encontrar argumentos razonables por la luz natural. Va-
mos, con todo, a hacer un esfuerzo de aproximación, aun conscientes de que no para todos resultará asequible ni
qui-zás del todo convincente.
El infierno se proyecta en la eternidad. Eternidad es carencia absoluta de tiempo. Al no haber tiempo no existe
posibilidad alguna de cambio ni, por tanto, de conversión que supone un tránsito del pecado al amor.
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El tiempo por su misma esencia entraña cambio. Pasamos del estado de sueño al de vigilia porque hay un mo-
mento en que estamos dormidos y un instante posterior en que estamos despiertos. De igual modo pasamos de una
si-tuación de pecado a una situación de amor porque ha mediado un tracto de tiempo que nos brinda la ocasión
para la conversión.
Cuando se nos arrebata el tiempo y quedamos fijos en la eternidad, desaparece toda posibilidad de cambio de
pecado al amor, es decir, de conversión. La situación del hombre queda fija definitivamente sin posibilidad de
retor-no. Esa es la eternidad del condenado.
Sólo apuntaremos la idea de algunos escritores, idea más sutil y discutible, de que además Dios no perdona al
condenado porque éste no quiere de manera alguna ser perdonado: su voluntad queda fijada en el rechazo de Dios,
fosilizada en una opción fundamental en negación del amor, de la que no sólo no puede, sino que tampoco quiere
de-sistir; queda cristalizado definitivamente en la cerrazón al amor y en la detestación del Bien.
La convicción evidente de que la perdición es el siempre de la eternidad es la que sepultará al condenado en la
desesperación total.

7. EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Como corolario a lo expuesto seria oportuno leer lo que sobre el infierno nos dice el Catecismo (nn. 1033 -
1037 y 1861).
Entresacamos algún párrafo:
"Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si
pecamos gravemente..."
"Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer
separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de
la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
"La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en
estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las
penas del infierno, el fuego eterno". (Son palabras de la definición de Benedicto XII, antes citadas).
"La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el
hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira."
"Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a
la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno."

COLOQUIO.

Nota importante: Se ruega encarecidamente que se evite en este coloquio abordar el amplio y difícil "problema
del mal"; nos desviaría de la temática hoy presentada, y además se le dedicará un estudio entero más adelante que
nos posibilitará (dentro de su enorme dificultad) el comentario con más datos y mejor conocimiento.

A.¿Qué comentario te sugiere el planteamiento de la temática que nos ocupa? (O)


B. ¿Cómo explicas la detestación de Dios al pecado y la razón fundamental que aquí se da de este rechazo? (1)
C. Expón en qué consiste la libertad y por qué ésta es esencial al hombre. (2)
D. ¿De qué manera entiendes que en la libertad se base la raíz de la condenación? (2)
E. ¿Cuál es el factor determinante de la salvación o condenación. y qué consecuencias que de ello se derivan
consideras que es más importante subrayar? (3)
F. ¿Te convence el argumento que aquí se ofrece sobre el sufrimiento esencial del condenado? ¿Por qué? (4)
G. ¿Cómo entiendes que el infierno sea un misterio de amor, y qué fuerza te hace el argumento de autoridad que se
indica? (5)
H. ¿Encuentras razonable la explicación sobre la eternidad de las penas? (6)
I. ¿Algún comentario a la doctrina acerca de esta materia del "Catecismo de la Iglesia Católica? (7)
J. Aplicaciones a nuestra vida.
El hecho del destino último del hombre es una realidad que debe impregnar e iluminar toda nuestra vida en
sus diversos aspectos. La importancia de proceder siempre a impulsos del amor como la manera de realizar nuestra
con-dición de hombres, y consiguientemente alcanzar nuestra plenitud definitiva en el amor.
Librar de la condenación a los demás ha sido para los hombres de Dios un motivo acuciante de apostolado.

22
ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
VI. ATRIBUTOS DE DIOS. RESPUESTA DEL HOMBRE

0. INTRODUCCIÓN

La materia considerada en el tema anterior abre un amplio campo de reflexión, alguna de las cuales preten-
demos analizar en el presente estudio.
La primera pregunta que nos sale al paso es ¿cómo Dios que es Misericordia infinita puede ser a la vez
Justicia hasta el extremo de condenar eternamente a sus propios hijos? Esquematizando ahora, respondíamos que
propiamen-te Dios no condena, es el hombre el que se autocondena, que el infierno no lo crea Dios, sino el hombre
con su ce-rrazón al amor. Es lo que el Catecismo de la Iglesia Católica expresa con la palabra "autoexclusión". (n.
1033).
Pero intentamos abordar el problema desde otro ángulo, tomando el agua en sus orígenes.

1. EL SER DE DIOS Y SU CONOCIMIENTO

Dios es, tiene que ser, la suma Simplicidad, porque toda composición implica imperfección que en la
divinidad no puede darse.
Toda la identidad de Dios se resume en la expresión "El que Es". Esta es la gran revelación que hace a Moisés
cuando éste le pregunta por su nombre. (Ex 3,13-14).
Digamos de pasada que sólo este dato es una prueba apologética de primera magnitud para demostrar la auten-
ticidad de la Revelación. No tiene explicación que un pueblo muy inferior a los demás de entonces en historia, cul-
tura, arte, tradición, poderío militar, político y económico, llegara a una altura teológica como ninguna nación
alcan-zó en la antigüedad, conociendo no sólo el monoteísmo, sino su expresión en la plenitud de un Dios como el
Ser ab-soluto. Aquél cuyo Nombre (el nombre en el A.T. designa el ser de lo nombrado) es "El que Es", con todo
lo que de esta afirmación se deriva.
Pero al intentar penetrar un poco más en el conocimiento del Ser de Dios no nos queda más remedio que apo-
yarnos en las criaturas, porque le es indispensable al hombre para llegar a lo que no conoce partir de los datos
expe-rimentados que conoce.
Así obtenemos algún conocimiento de Dios por diversos caminos:
a) Por vía de afirmación: Afirmamos de Dios todo lo que vemos que es excelente en la criatura y que no implique
imperfección alguna. Esto es lo que se llama "perfecciones simples" para distinguir las de otras perfecciones que
im-plican imperfección, como por ejemplo, la vista o el oído que entrañan la imperfección del ser material.
"Perfecciones simples" son, entre otras, la inteligencia, la sabiduría, la bondad, la belleza, etc. todas las cuales
tienen que darse en Dios.
b) Por vía de negación: Negamos en Dios lo que pueda conllevar imperfección: limitación en el tiempo o en el
espa-cio, ignorancia, restricción en el poder, en la libertad, en la bondad, etc. Esto nos induce a predicar de Dios
las cuali-dades en abstracto para manifestar su ilimitación; por eso frecuentemente usamos el substantivo en lugar
del adje-tivo, y así decimos de El que Es la Sabiduría misma, la Bondad, el Poder, la Belleza...
c) Por vía de eminencia: Diciendo que en Dios se dan todas las cualidades "simples" de la criatura pero en un
grado infinito y de modo incomprensiblemente superior.
d) Por vía de analogía: Es la consecuencia lógica de todo lo dicho. "Analogía" significa que una misma cualidad
puede ser predicada con toda verdad de Dios y de la criatura, pero de un modo substancial y cualitativamente
distin-to. Por ejemplo, si digo que Dios y el hombre son seres inteligentes, digo una verdad; pero al mismo tiempo
estoy afirmando que la cualidad "inteligente" dicha de Dios y de la criatura es esencialmente distinta. Lo mismo
hay que aplicar a la bondad, sabiduría, libertad... y especialmente del término "ser".
El hombre es, es "ente", entendiendo que "ente" es todo lo que existe (o puede existir) y Dios Es, y es también
"Ente", pero Dios es el Ser absoluto que existe por sí mismo, que no puede no existir. Por eso en Dios la Esencia y
la Existencia se identifican de modo real y conceptual; mientras que el hombre es ser "contingente" que necesita
depen-der del Ser Absoluto para ser, y que puede lo mismo existir o no existir. Por eso en la criatura la esencia y la
exis-tencia se diversifican, al menos conceptualmente, puesto que puedo concebirla como no existente, por
contraposición a Dios a quien no puedo concebir no existente.

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Advertencia: Con esto no se pretende afirmar que la mente humana no pueda negar la existencia de Dios, sino que
una vez admitida la realidad del Ser absoluto, se desprende necesariamente la imposibilidad de su no existencia.
Con estas reflexiones, si se admiten, quedaría rechazada la postura agnóstica de que del ser de Dios, "el totalmente
Otro", como a algunos les gusta denominarlo (aunque indudablemente tiene su fundamento esta expresión) no
podemos sa-ber nada ni afirmar ni negar nada.
Aun sin la Revelación el hombre puede llegar por la luz natural a tener una idea, siempre pobre, imperfecta y
precaria, pero cierta de Dios en muchos aspectos. Claro que si a esto se añade la Revelación, y sobre todo, la
Revela-ción en Jesucristo, "visualización" del Padre, el conocimiento se hace mucho más penetrante y firme.

2. LOS ATRIBUTOS DE DIOS EN LA SIMPLICIDAD DE SU SER

Si Dios es la "suma simplicidad" se sigue que todos sus atributos o cualidades constituyen una unidad plena,
in-separable e indistinguible en sí misma. Somos los hombres los que en nuestra torpeza y para podernos expresar
dis-tinguimos como distintas esas cualidades que "atribuimos" a la Divinidad; de ahí el nombre de "atributos".
Al ver perfecciones esparcidas en las cosas creadas y constatar que son "perfecciones simples" (que no
entrañan imperfección) deducimos que tienen que darse en Dios, puesto que El es perfección absoluta. Hacemos de
todas esas cualidades un ramillete y se lo ofrecemos a la Divinidad. Pero esto no es más que una consecuencia de
la limitación de nuestro entendimiento. Sabemos al mismo tiempo que en el Ser simple por excelencia no puede
haber distinción de cualidades. Quizás valdría el ejemplo de cómo la luz del sol la podemos descomponer mediante
un prisma en los di-versos colores del espectro.
De aquí se desprende que el Amor, la Misericordia, la Justicia divinas y los demás atributos no son más que
una idéntica realidad.
Tratemos de profundizar un poco en el binomio Misericordia-Justicia por ser uno de los puntos más
conflictivos al intentar acercarnos al misterio de Dios.

3. LA MISERICORDIA DIVINA

Dios Es Amor y "no puede" dejar de serlo. En esta Verdad primigenia se basa el concepto de Fidelidad de
Dios que impregna cada página de la Biblia.
Dios "tiene" que ser consecuente con lo que Es. Por eso en sus "obras ad extra" Dios es siempre amoroso con
sus criaturas. Es iluminante a este respecto Sab 11, 21-12, 2.
La Sagrada Escritura es la constatación y la historia de ese Amor obstinado de Dios con el hombre. Esta es la
raíz más profunda de la fidelidad de Dios a la Alianza, aunque el pueblo la quebrante una y otra vez.
Los Profetas sensorializan con expresiones e imágenes emocionantes esa "contumacia" del Señor en su
voluntad de amar. Así, por ejemplo, el marido traicionado que persiste en el afán de volver a seducir a su esposa
infiel (Ezeq 16; Os 1-2), o el padre herido por la ingratitud de su hijo que continúa "impenitente" –el padre–
siempre prodigando su perdón (Os 11; Jer 31,20). Hasta culminar en el Evangelio con la parábola del hijo pródigo.
(Lc 15,11-32).
"Misericordia" viene del latín misereor corde = "me compadezco en el corazón", y designa "amor al miserable".
Claro está que no hay miseria más absoluta que la del pecado; por eso "misericordia" pasa a designar el amor de Dios
al pecador.
La palabra hebrea es aún más rica en contenido: Hesed. Significa identificación afectiva y existencial con el
que sufre, de manera que su aflicción se trasvasa al corazón del misericordioso hasta experimentar lo como propio
en lo más hondo de su corazón y sus entrañas. No es, por tanto mera lást1ma, es con-sufrir.
Esta apropiación del sufrimiento se realiza por un vínculo de sangre o en virtud de alianza que, como
sabemos, era algo sagrado, incondicional e inquebrantable. Así es como se proyecta la Misericordia de Dios
"hesed" a lo largo de toda la Biblia, y ésta es la base y la razón de la fidelidad de Dios a la Alianza.
Hay otra faceta del término "hesed": El amor aflictivo al miserable supera la justicia, de manera que aunque
aparezca evidentemente que el que sufre padece justamente porque él se lo merece y se lo ha buscado por su
maldad, todavía puede más el amor que por él siente el misericordioso, y no atiende a la justicia y merecimiento de
la pena, para abrazarse solamente con su aflicción y procurar remediarla.
Detengámonos un momento para experimentar el sobrecogimiento de los extremos insospechados a los que ha
querido llegar Dios con su Amor a nosotros, hecho Misericordia. Adelantando materia, que ahora no pretendemos
considerar, a esta luz habrá que asomarse al misterio insondable de la Encarnación y Redención.
La razón de este Amor fiel de Dios lo explica otro término hebreo: Rahamin, que designa la fidelidad de Dios
consigo mismo por la que no puede dejar de ser Amor, y por el la vuelca su Amor misericordioso sobre sus
criaturas. Se diría que de una manera pobremente analógica a como el sol tiene que ser fiel a sí mismo y no puede
24
dejar de en-viar su luz y su calor, Dios tampoco puede dejar de derramar sobre nosotros el calor y la luz de su
Misericordia.
S.Pablo nos ofrece un texto iluminante a este respecto en 2 Tim 2,12: "Si le negamos, El nos negará"; "si
somos infieles...", parece que por el paralelismo de la frase iría a añadir "El también será infiel"; pero no, el
Apóstol le hace dar un giro a la frase para afirmar: "El permanece fiel", y da la razón íntima y profunda: "Porque
no puede negarse a sí mismo". Este "no poder negarse a sí mismo" es la manifestación más nítida del término
"rahamin", fidelidad y con-secuencia de Dios con su propio Ser-Amor, que es la garantía suprema e indefectible de
nuestra confianza en el Dios y en su Misericordia que nunca podrá decepcionarnos.
Además, la raíz del término "rahamin" connota entrañas maternas. Dios, en su afán por hacer nos intuir la
gran-deza de su Amor a nosotros, se sirve de un término de comparación que los hombres entendemos y
experimentamos: el amor que brota de las entrañas de la madre –lo más íntimo y más seguro que conocemos– es
un reflejo del Amor y la Ternura de Dios por nosotros.
La culminación de esta fidelidad se verificará en la Encarnación del Verbo, que es el Sí supremo con el que el
Padre rubrica toda su historia de Amor a los hombres. 2 Cor 1,19-20.

4. LA JUSTICIA DIVINA

Consecuencia de lo expuesto es la afirmación, desconcertante a primera vista, de que Misericordia y Justicia


en Dios se identifican. Dios es justo porque es misericordioso.
Porque Dios Es Amor rechaza con toda la Plenitud de su Ser metafísicamente –y no sólo por un motivo
moral, porque le parece mal el pecado– todo lo que sea antiamor, como la luz rechaza la obscuridad (tema V).
Los escolásticos mantenían el aforismo de que "lo que se recibe se recibe según el modo de ser del
recipiente". Por poner un ejemplo, quizás un poco elemental, el agua adquiere la forma del recipiente que la recibe,
o el reflejo del sol adquiere diversas tonalidades según el objeto que la refleja. El Amor de Dios es único, pero es
recibido de di-versas formas según la índole de la persona a la que llega. Así este Amor invadiendo al santo
adquiere la forma de amor "de complacencia"; Dios se complace en la santidad de la persona. Cuando este Amor
alcanza al pecador, ad-quiere la forma de Amor de Misericordia. Si ese Amor cae sobre quien se cierra
herméticamente a él, sobre quien no se deja amar por Dios, ese Amor rechazado se hace Justicia. Es el pecador
impenitente el que tiene el terrible poder de "transformar" la Misericordia de Dios en Justicia, de modo semejante a
como decíamos en el tema anterior que es propiamente el pecador obstinado el que "crea" el infierno.
Dios en su Misericordia perdona siempre, está en actitud constante e indefectible de perdonar invadiendo al
pe-cador con su Amor misericordioso; pero si éste se cierra para no dejarlo entrar, la Misericordia de Dios queda
frus-trada por la tremenda libertad del hombre. Ese rechazo es la Justicia. Dios no rechaza, El es el rechazado.
El padre del hijo pródigo no dejó un solo instante de estar abierto al perdón del hijo: Si un mes o un año antes
hubiera regresado a la casa paterna, un mes o un año antes habría sido acogido por los brazos y el corazón per-
donador de su padre; y si hubiera acudido un mes o un año después, el mismo abrazo perdonador le habría salido
al encuentro un mes o un año después. Pero si el hijo no vuelve, ¿cómo va a recibir el perdón del padre? La
voluntad perdonadora del padre fracasarían ante la pertinacia del hijo, obstinado en su rechazo.

5. LA INTERPELACIÓN DE DIOS

Damos un paso que se desprende de lo anterior.


Empezamos por señalar una característica esencial del Cristianismo a este respecto que lo diferencia de las de-
más religiones.
Hay un aforismo admitido por los filósofos y teólogos cristianos: "El bien es difusivo de sí mismo". Si el
amor es el sumo bien, será también la suma difusión. Se podría comparar a las moléculas del gas encerrado en un
recipien-te, golpeando las paredes en busca de expansión; si se abre un orificio todo el gas se dispara hacia fuera.
Algo seme-jante podríamos considerar en las obras de Dios "ad extra" como una infinita explosión de su Amor. En
virtud de esa explosión Dios crea, se revela, se encarna, redime, instituye la Eucaristía...
Las demás religiones son "de ascensión": El fiel se va encaramando por oraciones, penitencias, vida ascética,
ritos... hasta acercarse lo más posible a la divinidad. El Cristianismo es una religión "de descenso", no es el
hombre el que sube, sino Dios el que desciende a él para invadirlo con su Amor.
En otras religiones el hombre se pregunta por Dios, y llega a conclusiones más o menos acertadas. En la
religión judeocristiana es Dios el que toma la iniciativa de "revelarse" = quitar el velo, e interpelar al hombre. Dios
toma la iniciativa de crear con el "hágase" eficiente. Así comienza la Revelación (Gen 1,1-3). Es Dios quien se
des-vela al hombre. El decide formarse un pueblo, depositario de las promesas, a partir de Abraham. (Gen 12,1-4).
Es Dios quien toma la iniciativa de establecer la Alianza (Gen 15,7-18; Ex 24,3-8). Dios determina salvar a su
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pueblo del cautiverio de Egipto. (Ex. 3,7-12). Hasta que en la plenitud de los tiempos se verifique la suprema
iniciativa divina de enviar al Hijo eterno que es la interpelación definitiva para los que, lo aceptan como Salvador y
también para los que lo rechazan que son en los que se frustra la voluntad salvífica de Dios.
De múltiples maneras Dios se hace interpelación para el hombre de quien postula y espera una respuesta libre
y consciente en la obediencia de la fe y a la salvación. Sólo si el hombre responde surge el diálogo de la fe; ya que,
de otra manera, se convertiría en mero monólogo de Dios.

6. LA RESPUESTA DEL HOMBRE

De aquí se desprende que la actitud correcta del hombre ha de ser la humildad. Es el vacío de sí mismo, de su
egoísmo, de sus intereses particulares y de sus preconcebidos esquemas mentales para aceptar y asimilar el mensaje de
Dios.
Tengamos en cuenta que el mensaje salvador de Dios es el Bien supremo; de aquí que en una correcta
jerarquía de valores, haya que posponer absolutamente a esa vinculación con Dios en la fe viva y operante.
Al ser el Cristianismo religión "de descenso", el hombre ha de abrirse en una actitud totalmente cóncava para
re-cibir el Amor y el mensaje de Dios. Esta es la actitud de humildad.
Por eso nunca la fe ha sido patrimonio de los listos y de los sabios de este mundo, sino de los humildes.
Cuando el hombre prefiere su pensamiento y sus esquemas mentales a los de Dios, cuando no ejerce el
vaciamiento mental y afectivo, se hace estéril para la respuesta de fe. Los grandes talentos y sabios del
Cristianismo y de la Iglesia de to-dos los tiempos han sido hombres de fe no por su ciencia, sino por su humildad,
aunque después su sabiduría haya sido un instrumento maravilloso para profundizar en esa fe que previamente
habían aceptado en humildad.
Sin humildad, Dios fracasa en el hombre y su mensaje se hace del todo inoperante. Los pasajes de la Sagrada
Escritura a este respecto son abundantes y maravillosos. Limitémonos a 1 Cor 1,18-2,16. En es texto expone S. Pa-
blo de manera contundente y dramática la situación de los judíos que se enquistaron en sus ideas mesiánicas
precon-cebidas, y así la Redención por la cruz se les convirtió en "escándalo". Los griegos, por su parte,
perseguidores de la sabiduría humana, al enfrentarse con la Sabiduría de Dios en la cruz, la declararon "necedad".
Sólo los que se des-pojan de sí mismos para abrazar la dinámica salvadora de Dios que se desarrolla por caminos
diferentes a los huma-nos, que supone otra "lógica" y otra "geometría", infinitamente superior a la humana, son
capaces de descubrir y aceptar la "impotencia" Y la "necedad" de la cruz, que es Poder de Dios y Sabiduría de Dios
para los que se salvan.
Importa poner de relieve la conexión de la humildad con la pobreza. El cristianismo comienza por la pobreza.
Es significativo que al iniciar Jesucristo su sermón programático en el monte de las Bienaventuranzas, la primera
fra-se que dice es «Bienaventurados los que tienen alma de pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt
5,3). Adviértase que las recompensas que Cristo ofrece en otras bienaventuranzas van en futuro; ésta va en
presente: "De ellos es el Reino de los cielos", para indicar que el que se vacía de sí mismo por la pobreza para
acoger la Palabra de Dios ya pertenece al Reino.
La Virgen María corrobora esta afirmación en el Magnificat: afirma que el Señor ha hecho en Ella maravillas,
y cuando nos ofrece la razón de los prodigios de Dios operados en su alma, nos aclara que fue «Porque miró el
vacío de su esclava» (Lc 1,48). La palabra griega es "tapeinosin", y las traducciones no se ponen de acuerdo en la
palabra exacta, así la expresan por "humildad", "humillación", "pequeñez", "pobreza", etc. La palabra griega
expresa la idea de "vacío" y de "concavidad". María es toda Ella pura concavidad que Dios abarrota e inunda hasta
hacerla «la llena de gracia» (Lc 1,28). Por eso es "la pobre" por excelencia que, al no poner obstáculos a la acción
de Dios, "permite" que el Poderoso haga en Ella las maravillas más grandes que Dios ha operado en criatura
alguna.
Continuando con la imagen de la fuente siempre manante, el Amor de Dios llena cuanto encuentra en la medida
en que el recipiente se deja invadir. Pero si el objeto es convexo o si está invertido, el agua es rechazada, el Amor es
repelido.
No estará de más aclarar que la pobreza, comienzo del Cristianismo, a la que nos estamos refiriendo, no es
sim-plemente carencia de bienes materiales; es una pobreza transcendental como consecuencia de una entrega total
y tota-lizante a Dios de modo incondicional a la que se someten y subordinan todas los valores de cualquier orden
que sean; que, por supuesto, incluye una pobreza "actual" cuando Dios así lo demanda del hombre, y si no consta
que Dios lo demande, al menos, una pobreza "afectiva" de desprendimiento de todo para someterlo al Señor. Es
desasimiento de la propia estima, de la fama, del éxito, del triunfo personal, de todo lo que no sea Dios mismo.
Junto con esto va íntimamente vinculada la esperanza, la confianza absoluta en Dios de quien aguarda la Sal-
vación, no de sus propios medios y recursos, sino del Amor misericordioso del Señor que no puede fallar, "porque
no puede negarse a sí mismo".
26
7. HUMILDAD Y AMOR

Lo dicho pone de relieve cómo amor y humildad se identifican como dos aspectos de una misma realidad,
como cara y cruz de una misma moneda. Por el amor nos entregamos, nos salimos de nosotros mismos para darnos
al otro; y el vacío que se produce en nosotros por la acción de dar es la humildad.
Pensemos en un vaso de agua repleto hasta los bordes; en la medida en que vaya vertiendo el agua se irá pro-
duciendo un vacío en el vaso, y en la medida en que se produzca ese vacío irá penetrando el aire ambiental.
Derramar el agua es darse en amor, el vacío provocado es la humildad, la penetración del aire es la invasión de
Dios.
Luego no puede amar el que no sea humilde ni puede ser humilde el que no ama, ni puede entrar el Amor de
Dios en el que no ama y es humilde.
Esto explica la necesidad de perdonar para ser perdonados por Dios. No es simplemente que Dios haya
querido establecer, porque así lo consideró conveniente, que perdona en la medida que nosotros perdonamos; es
una razón más profunda: Es que si no nos vaciamos de nosotros mismos por el amor misericordioso hecho perdón,
no dejamos resquicio para que el perdón de Dios entre en nosotros. A esta luz quedan de manifiesto las palabras de
Cristo en el Evangelio, tantas veces repetidas por el Señor, y que dejó clavadas en la entraña del Padre nuestro:
"Perdona nues-tras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

RESUMEN FINAL.

Es importante, para ser fieles a nuestro propósito de buscar "elementos racionales de la fe" constatar cómo
casi todo lo expuesto en este tema transciende a la "mera decisión de Dios", y que las cosas "son así" por razones
que van más allá de las normas "libres" de Dios; es decir que esto es así no porque Dios lo determina, sino que
Dios lo deter-mina y lo enseña porque realmente es así.

COLOQUIO.

A. ¿Te convencen las cuatro vías por las que el hombre por la luz natural puede llegar a conocer "algo" de Dios?
No hablamos aquí de su existencia, sino, admitida ésta, ¿nos es dado afirmar y negar de Dios algunas realidades?
¿Podemos darnos respuesta ante la opinión de que de Dios no sabemos nada? (1)
B. ¿Puedes explicar lo que entendemos por los "atributos" de Dios? (2)
C. En el capitulo inagotable de la Misericordia divina señala algunos aspectos que más te hayan iluminado. (3)
D. ¿Cómo desarrollas la idea de la identificación de la Misericordia y la Justicia en Dios, y el que la Justicia sea la
consecuencia de la Misericordia? (4)
E. ¿Qué aspectos consideras importante subrayar sobre la religión cristiana como iniciativa e interpelación de Dios
al hombre? (5)
F. ¿Cuál debe ser la actitud adecuada del hombre en su respuesta a Dios y en qué razones se funda la necesidad de
esta actitud? ¿Por qué el Cristianismo comienza inevitablemente por la pobreza? (6)
G. ¿Quieres hacer alguna reflexión sobre el motivo fundamental de la grandeza y santidad de María? (6)
H. Señala las razones de la correlación amor-humildad-gracia y por qué se exige el perdón del hombre para poder
ser perdonado. (7)
l. ¿Cuáles de los puntos tratados ves más claramente que son así necesariamente por exigencia íntima de las cosas
y no por mera decisión de Dios?
J. Aplicaciones prácticas a nuestra vida.
Este tema es fecundo en aplicaciones.
No se trata solamente de aclarar ideas, sino de realizar en nuestra existencia la actitud adecuada que exige la
respuesta de la fe. Las aplicaciones concretas y prácticas son abundantes.

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ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
VII. LA REDENCIÓN

l. DESTRUCCIÓN DEL PLAN PRIMIGENIO DE DIOS

Ya hemos considerado que si Dios decide crear (podría libremente no haber creado) tiene que hacer lo a im-
pulsos del Amor, porque Dios no puede tener otra causa final. Por consiguiente la creación ha de tener como fin y
destino el amor. Al ser el hombre el único ser inteligente de la creación material, y por tanto, el único capaz de
cono-cer el fin de las cosas creadas, Dios le encarga la tarea de "completar" la creación haciendo que todo se
ordene y evo-lucione hacia su destino de amor con el recto uso de las cosas para el bien y servicio del hombre y
gloria del Creador.
De la libertad con que Dios ha enriquecido al hombre se sigue inevitablemente la posibilidad de que éste se
so-meta al plan de Dios siguiendo el camino del amor hecho servicio, o que se desvíe por la dirección del egoísmo
anti-amor desbaratando el proyecto divino. Hasta ese extremo "se arriesga" Dios al darle al hombre la libertad.
Dios es consecuente, si le otorga al hombre la capacidad de opción, acepta el peligro de que el hombre lo use para
el mal con todas sus consecuencias.
De hecho el hombre eligió el camino de la desobediencia y del pecado. Las consecuencias para la humanidad
y para toda la creación fueron funestas, y el programa divino quedó desbaratado.
Esta realidad desoladora lo expresa de manera gráfica y pedagógica la Revelación de Dios nada más abrir el
libro del Génesis: Antes del pecado todo era orden y armonía, después del pecado todo se perturba y desordena: El
hombre experimenta la agonía en sí mismo con la insubordinación de las pasiones, siente su antagonismo con Dios
de quien se oculta, temeroso y avergonzado, se rompe la relación de cordialidad con su mujer a la que culpa y
acusa, su-fre la rebeldía de la tierra y de las cosas a las que tendrá que dominar penosamente, todo lo cual
culminará en la des-trucción de sí mismo por la muerte, vértice supremo de todos los males y como la síntesis de
la destrucción del ser que entraña el pecado (Gen 2,18 -3,19).
Por ser el hombre el rector de la creación y dirigirla por el camino del pecado y egoísmo, toda la creación
queda perturbada y torturada en situación agónica.
S. Pablo nos muestra gráficamente este cataclismo provocado por el hombre: Rom 8,19-22. La creación fue
so-metida por el hombre a la servidumbre del pecado en contra de su voluntad (S. Pablo antropomorfiza a la
creación para dar más vigor a la expresión) y está torturada (violentada por el egoísmo humano) y sufriendo
dolores de parto hasta ser regenerada por el amor.

2. POSIBILIDADES DE DIOS ANTE LA SITUACIÓN PROVOCADA POR EL HOMBRE

La razón natural nos descubre sin dificultad que ante el destrozo que el mal uso de la libertad humana ha pro-
ducido, Dios tenía dos opciones: 1. Dejar que el hombre y la creación continuaran su camino de perdición. 2.
Buscar una manera de perdonar al hombre y remediar el mal causado.
También es claro para la razón que, siendo Dios absolutamente libre, podía decidirse por cualquiera de las dos
determinaciones. Sin embargo parece evidente que, dada la infinita Misericordia divina, estaba más en consonancia
con su Bondad arbitrar un medio de salvar al hombre y devolver a la creación su destino primigenio en el amor.
Por tratarse de una decisión libre de Dios, la mente humana no pude saber cuál de los dos caminos elegirá
Dios si El no nos lo revela; por eso en este punto nos es indispensable acudir a la enseñanza dogmática.
Lo que sí puede afirmar nuestra razón es que el modo cómo Dios lleva a cabo la salvación tiene que ser
verdad, porque desborda de tal manera toda la capacidad de imaginación humana que el hombre nunca jamás
podría haber lo inventado ni siquiera sospechado; nos introduce en los abismos insondables del Amor, la
Misericordia, el Poder, la Sabiduría, y si cabe hablar así, el Ingenio de Dios. Se diría que entran en acción todos
los atributos divinos en la obra de la Redención.

3. DIOS DECIDE LA REDENCIÓN

Supuesto que Dios determina remediar el mal causado por el hombre, a lo más que llega la mente humana es a
pensar que Dios decretará el perdón con o sin una reparación ofrecida por el hombre. Pero lo que no hubiéramos
po-dido nunca sospechar es que Dios iba a efectuar la salvación mediante una reparación "de condigno" que el
hombre iba a tener la posibilidad de ofrecerle, y no meramente por una satisfacción "de congruo".

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Aclaremos estos términos:
Reparación "de congruo" significa que la satisfacción que se ofrece está "en congruencia" con la limitación y
pe-queñez del hombre. El hombre ofrece de lo que tiene o puede: de sus mieses, de sus cultivos, de sus ganados o
sus in-significantes penitencias. Así eran los sacrificios del A.T.: Dios ve la buena voluntad del hombre y se
mueve al per-dón. Pero ya se advierte que no se da proporción alguna, ni lejana siquiera, entre la dignidad de Dios
y la gravedad de la ofensa a El inferida de un lado, y de otro la mezquina ofrenda que el hombre le tributa.
"De condigno" significa que se da una satisfacción plena y perfecta del pecado, pese a su malicia infinita por
ra-zón de la dignidad infinita del ofendido, de manera que lo que se ofrece es una reparación digna del mismo Dios
y ap-to para reparar la ofensa no sólo adecuadamente, sino de modo superabundante, hasta el punto que la
satisfacción desborda en grado absoluto la ofensa inferida.
La dificultad de ofrecer una satisfacción "de condigno" parece insalvable a la razón humana: En efecto, digno
de Dios no es más que el mismo Dios; pero si Dios se ofrece a sí mismo, ya no es el hombre el que lo ofrece.
Sólo quedaba una posibilidad: Que el Hijo eterno del Padre se hiciera hombre y se ofreciera como sacrificio al
Padre. Porque es Dios ofrece una satisfacción plena, perfectamente digna de Dios; porque es Hombre, y no sólo
Hombre, sino Cabeza, principio, origen y razón de ser de la humanidad, es verdaderamente el hombre quien brinda
a Dios el perfecto Sacrificio satisfactorio.
Este es el camino que Dios arbitrará en su Sabiduría y Misericordia infinitas.
Lo que sí admite nuestra razón es que en la hipótesis de una reparación "de condigno" ofrecida a Dios por los
hombres, era absolutamente necesario que Dios se hiciera Hombre. Pero que Dios iba a arbitrar esta solución jamás
se nos hubiera ocurrido, y menos lo hubieran podido pensar los judíos, dada la idea que tenían de Dios. Añadamos
que esta solución exige necesariamente la revelación del misterio trinitario, inimaginable para el hombre, y menos
en el contexto del A.T., con la unidad y diversidad de las tres divinas Personas.
La mente debe asombrarse y estremecerse ante los designios de Dios: Rom 11,33-35: "¡Oh abismos de la ri-
queza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!
En efecto, ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? (...) Porque de El, por El y para El son todas las cosas. ¡A Él
la gloria por los siglos! Amén".
Para que el Verbo eterno fuera real y verdaderamente Hombre, se tuvo que dar la Encarnación. La
Encarnación supone que la Persona del Verbo, sin dejar su naturaleza divina (cosa por otra parte absolutamente
imposible) asume plenamente la Naturaleza humana, de modo que puede decirse de El que es totalmente Hombre,
con cuerpo humano y alma racional como nosotros, sin dejar de ser Dios.
Se ha insistido mucho en que la Redención "de condigno" es la manera como Dios satisface a su Justicia,
lesio-nada por el pecado de la humanidad; pero es necesario subrayar otro aspecto, tal vez más importante: La
infinita Mi-sericordia de Dios que "pone a contribución" su Sabiduría y su "ingenio" para ofrecerle al hombre,
incapaz; indi-gente, impotente, la maravillosa y desconcertante posibilidad de ofrecer a la Divinidad ofendida una
satisfacción ple-na y perfecta, digna del mismo Dios.

4. LA REDENCIÓN AFLICTIVA

Si el pecado es el antiamor y eso era lo que había situado a la humanidad y a la creación en el estado de
rechazo de Dios y de destrozo, es claro que la Redención tendría que realizarse en la dinámica del amor.
La mente capta sin dificultad que si Jesucristo es verdadero Dios, todas sus acciones tienen ante el Padre un
va-lor infinito. La teología lo expresa diciendo que las acciones de Cristo eran "teándricas" (de Theos = Dios y
aner, an-dros = hombre) es decir acciones de Dios-Hombre.
Esto supuesto, Jesucristo podía haber efectuado plenamente y con valor infinito la Redención "de condigno"
con una oración, una lágrima, una palabra o una sonrisa.
Pero Dios elige el camino de la cruz. Aquí la mente humana se pierde. La cruz era la tortura más espantosa en
una lenta agonía entre tormentos que sólo hoy la ciencia médica puede descubrir y difícilmente expresar. Pero ade-
más era el suplicio más denigrante e infamante, propio únicamente de esclavos y de los peores criminales, hasta el
punto que el nombre del crucificado quedaba para siempre maldito por la ignominia y no se volvía a pronunciar. El
nombre sólo de la cruz causaba terror, era inadmisible decir esa palabra, y por eso la substituían con eufemismos
co-mo leño, madero, árbol, etc.
Ver a Jesucristo retorciéndose en la cruz, ahogado por la asfixia, entre calambres tetánicos y gritando: "Dios
mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46) "rugiendo" dice el Sal 21,2, esto excede toda imagen de
horror que hubiéramos podido concebir. El Padre eterno, de cuyo Amor a su Hijo no podemos dudar, permite para
El este tormento y "aniquilación" ("kénosis") (Fil 2,7). Porque a los tormentos físicos de la Pasión hay que añadir
los morales que fueron incomparablemente superiores en dolor, angustia e intensidad. Las frases más hirientes a

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este res-pecto: 2 Cor 5,21: «Dios a quien no conoció pecado lo hizo pecado por nosotros». Ga1 3,13: «Cristo se
hizo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: 'Maldito todo el que está colgado del madero'». En Isaías en el
cuarto Canto del Siervo de Yahveh ya aparece profetizado setecientos años antes (Is 53). También en el Salmo 21,
profético de la Pasión.
Nuestra razón constata la adecuación sobrecogedora entre las Profecías y la realidad.

5. INTENTO DE PENETRACIÓN

Una vez realizada la Redención por este camino que sobrecoge y nos desborda, ¿qué puede hacer la mente hu-
mana para descubrir en él un rayo de luz? En medio del misterio una cosa queda clara: si Dios quiere enseñarnos
de una vez por todas cuál es la gravedad del pecado y cuál la inmensidad de su Amor misericordioso, hay que
reconocer que el procedimiento que utilizó fue definitivo. Efectivamente, el Hijo eterno del Padre, aniquilado y
deshecho, retor-ciéndose en la agonía de la cruz es la expresión absoluta de la malicia del pecado. Se dice que una
imagen vale más que mil palabras; la imagen de la Palabra eterna crucificada nos hace intuir lo más gráficamente
posible todo lo que se puede decir sobre la malicia del pecado como ofensa de Dios.
Por otra parte no podía Dios manifestarnos hasta qué extremo nos ama que entregándonos a su Hijo eterno
para que muera en la cruz, brazos abiertos, corazón abierto, en abrazo de perdón y misericordia. Lo dijo el poeta:
"Brazos rígidos y yertos
que aquí estáis por mis pecados
para recibirme, abiertos;
para esperarme, clavados".
Jn 3,16: "Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en El no
perezca, sino que tenga vida eterna". Rom 8,32: "El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará con El graciosamente todas las cosas?".
Tampoco Jesucristo podía manifestar más evidentemente la plenitud absoluta de su Amor obediencial al Padre
y de su Amor misericordioso a los hombres (a mí) que llegando hasta el extremo último de la cruz.
Amor hecho obediencia (ya lo dijimos en el tema I) es la manera como el Hijo se interdona con el Padre en el
se-no trinitario. Ahora, hecho Hombre, continúa en la misma actitud del Amor obediencial y nos lo evidencia en la
aflic-ción suprema de su muerte-sacrificio. Hebr 10,1-10: Actitud obediencial aflictiva con que El Verbo hecho
Hombre penetra en este mundo.
Jn 18,11: «El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo voy a beber?». Jn 10,17-18: «El Padre me ama porque doy
mi vida para recobrar la de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para daría y poder
para recobrarla de nuevo; ésa es la orden que he recibido de mi Padre».
Esta obediencia sacrificial de Cristo se manifiesta maravillosamente en el texto litúrgico de los primeros
cristianos que S. Pablo incluye en la carta a los filipenses (Fil 2,6-11): «... se humilló a si mismo obedeciendo
hasta la muerte y muerte de cruz».
Así nos ofrece Jesucristo un ejemplo definitivo de cómo debemos realizar en toda nuestra vida y por encima
de todo la Voluntad de Dios sobre nosotros.
Jesús nos dice con su vida y muerte el extremo hasta el cual llega su Amor por los hombres: "Hasta el fin". Jn
13,1: Pórtico magistral que pone S. Juan al sermón de la Cena: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que
había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el fin».
El Dios de la Omnipotencia que con un simple acto de su Voluntad pone en movimiento el cosmos, puesto a
amar ¿qué será capaz de hacer? Su Hijo eterno en cruz.
Advirtamos que Jesucristo no nos hubiera amado menos si nos hubiera redimido simplemente con una
sonrisa; pero no es menos verdad que nosotros no hubiéramos tenido una visión intuitiva tan clara de hasta qué
extremo me ama ni de la gravedad infinita del pecado.
Puede existir otro motivo para que Jesucristo nos redima por la cruz: Dios nos hace ver de esta manera cómo
el hombre no se salva por si mismo, cómo todo es gracia y Misericordia de su Amor. No es en la exaltación del
hombre como éste puede llegar a Dios; es en la aniquilación y trituración, es en la deshonra y el vaciamiento total
de la Pa-sión, cuando se palpa la impotencia del hombre, donde Dios opera gratuitamente la acción salvadora.
Nota: Sería erróneo y hasta herético (pelagianismo) considerar la Pasión de Cristo meramente como un ejemplo y una peda-
gogía de Dios. Es menester penetrar en la fuerza que tiene como transformación intrínseca del hombre mediante la infusión
de la Gracia divina que Cristo inserta en los salvados; pero, al no ser posible nuestro acceso a este misterio más que a través
del dogma, y no por la razón, metodológicamente ahora no lo consideramos.
6. LA RESURRECCIÓN

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Una vez conocido por la fe el misterio de la Resurrección, la mente descubre lo perfectamente razonable de
este final glorioso.
Es la manera cómo el Padre recompensa al Hijo por su entrega absoluta en el Amor obediencial (Fil 2,6-11). Es el
modo de expresar el verdadero triunfo de la Redención y de que el Cristianismo es el mensaje exultante de la victoria
de-finitiva sobre el pecado y su consecuencia inmediata que es la muerte. Por eso "Evangelio" (euanguelíon) significa
"la bue-na noticia", la gran novedad de que estamos salvados en Cristo y por Cristo mediante su misterio pascual.
También se muestra que en Jesucristo resucitado y victorioso del pecado y de la muerte, toda la humanidad
sal-vada por Aquél que es su origen, su fin, su razón de ser y su Cabeza, regenera a la creación, destrozada por el
peca-do; porque el pecado-egoísmo es principio de dispersión y disgregación, mientras que el amor es causa de
unión y co-hesión. El pecado rompe, el amor fusiona. Jn 12,32: «Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré
hacia mi todas las cosas». Jesucristo con su acto absoluto de Amor obediencial ofrecido en lo alto de la cruz, atrae
a si todas las co-sas, la creación entera recupera su auténtico destino de amor trinocéntrico que el hombre le había
arrebatado al ha-cerla servir al pecado. Se puede decir que en un cierto sentido la creación también ha sido
redimida, fusionada y co-hesionada de nuevo por el Amor de Cristo.
Dios nos muestra además en la Resurrección el destino definitivo de aquellos que identificados con Cristo por
su misterio pascual y haciendo de su vida una entrega en el amor, seguirán la trayectoria de Cristo-Cabeza para
llegar a la gloria de la "con-resurrección" en Cristo.

7. LA MUJER PRECISA

Es claro que si el Verbo había de encarnarse para llevar a cabo la obra de la Redención, era necesaria la Mujer
que lo acogiera en sus entrañas. En cuanto a la manera de colaboración de la mujer, surge una diferencia
fundamen-tal entre católicos y protestantes.
Advirtamos que el Protestantismo va siempre por el camino de la simplificación. Ante la dificultad de
armonizar dos extremos teológicamente "incómodos", responde eliminando uno de los dos elementos en vez de
encontrar el mo-do de compaginarlos. Un principio fundamental en que se basan es "Sólo Dios, sólo la gracia, sólo
la Biblia". No analizamos ahora las consecuencias que de aquí se derivan; nos fijamos en la que nos interesa para
nuestra expo-sición. Fieles a este principio de "sólo Dios" mantienen que en la Encarnación Dios lo hizo todo y
María fue mero instrumento que el Espíritu Santo "utilizó" como el pintor se sirve del pincel o el escritor de la
pluma.
La razón nos dice que la postura católica es más coherente con el procedimiento habitual en Dios que usa de
las criaturas según su índole y naturaleza. María es racional y libre y el Señor le pide su colaboración libre,
consciente y racional. Dios le pide a la Virgen su consentimiento, y Ella con su "hágase" (Lc 1,38), colabora real y
verdadera-mente, activamente, positivamente en la Encarnación, ofreciendo al Espíritu Santo la apertura total e
incondicional de su Corazón y sus entrañas de Madre.
Surge una pregunta ulterior: ¿La colaboradora en la Encarnación lo fue también en la Redención? ¿podemos
decir de María que fue Corredentora? Ya se advierte que, al menos de una manera indirecta, colaboró, puesto que
la Encarnación fue requisito previo indispensable para la Redención. Pero ¿se puede afirmar su participación
directa, aunque desde luego subordinada, en la obra redentora? La Iglesia no se ha determinado en esta materia.
Sin embargo la mente podría encontrar alguna razón "suasiva" en favor de la afirmación, aunque no pretendamos
decir que el ar-gumento sea definitivo. Por lo pronto parece conveniente que si el pecado y la muerte vienen por un
hombre y una mujer, la salvación y la vida vengan también por un Hombre y una Mujer.
Además Dios en la Redención utiliza todo lo que hay de positivo y bueno en el hombre. Siendo varón y mujer
dos maneras de ser hombre, dos polaridades de la naturaleza humana, parece más adecuado que Dios quiera incor-
porar a la obra redentora no sólo el mundo de lo masculino, sino también el mundo de lo femenino representado
por María, la Mujer perfecta, imagen maravillosa de la feminidad.
Una última razón: si la fecundidad es siempre fruto de dos elementos que se interdonan (lo consideramos en el
tema I), parece necesario un término con el cual interdonándose, el Hijo del Hombre, se produzca el fruto de la Re-
dención. En este caso "la Mujer", compañera del Hijo del Hombre, seria factor necesario para que se produjera el
bien de la Salvación.
Jesús se dirige a su Madre con el término "Mujer" en dos momentos claves de la Redención: Jn 2,4: en Caná
de Galilea cuando Jesús va a dar comienzo a sus signos proféticos que lo acreditan como Mesías, y lo realizará a
ins-tancias de María precisamente. Jn 19,26: en la cruz, cuando va a consumar la Redención.
Se puede interpretar que Jesús está indicando en esos momentos cumbres que María se transciende a si
misma; no es ya meramente María de Nazaret, la mujer de José y madre de Jesús, sino la Mujer del Génesis (3,15)
la Mujer por excelencia que, interdonándose con el Hijo del Hombre, colabora directamente, aunque desde luego
de forma su-bordinada, en la Redención.
31
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Tienen relación con nuestro estudio los números:


399 y 400: Consecuencias del pecado original.
410 y 411: Proyecto de Dios de Redención. María es la Mujer elegida por Dios.
599 a 617: Redención aflictiva según el designio de Dios. Sacrificio satisfactorio por nuestros pecados que es en
Jesucristo realización de su Amor obediencial al Padre y su entrega a los hombres.
651 a 655: La Resurrección de Cristo y sus consecuencias.

COLOQUIO.

A. ¿Qué comentarios te sugiere constatar el daño que el pecado causa como destructor del proyecto de Dios sobre
la creación? ¿Te parecen iluminantes los textos del Génesis y de Rom 8? (1)
B. Explica cómo entiendes la satisfacción "de congruo" y "de condigno".
¿Captas la grandeza de la Omnipotencia y Sabiduría divinas al arbitrar el modo como de hecho se verificó la
Redención, y su Misericordia al brindarnos la posibilidad de que le ofrezcamos los hombres un sacrificio perfecto?
¿Te parece correcta la afirmación de que los planes divinos desbordan toda nuestra capacidad de imaginación? (3)
C. ¿Qué ideas y sentimientos surgen ante la decisión de Dios de la Redención aflictiva? (4)
D. Se dan varias razones del porqué de la Redención aflictiva, ¿en cuál de ellas consideras más importante insistir? (5)
E. ¿Qué aspectos de la Resurrección prefieres subrayar? (6)
F. ¿Te hace fuerza algunos de los argumentos suasivos para afirmar que María es Corredentora? ¿Qué parte te
parece que tuvo la Virgen en la obra de la Redención? (7)
G. Aplicaciones prácticas a nuestra vida.
Ya sería un fruto importante el que aprendiéramos a asombrarnos y a admirar los caminos desconcertantes de
Dios que excenden nuestra imaginación. Asimilar estas verdades, si profundizáramos en las cuales por la oración,
nos llevarían a la santidad.
Afán apostólico para que el esfuerzo salvador de Dios no quede estéril en los hombres, para que todos se
bene-ficien de tanto Amor y tanta Misericordia.
Reparar a Dios por la ingratitud y falta de estima ante tanto amor como nos ha mostrado.
Valoración de la gravedad del pecado que Dios nos ha mostrado de la manera más clara e intuitiva. Comuni-
carlo a los hombres.
Amar a mis hermanos como Jesucristo me ha amado a mí. Hacer de mi vida una entrega y un sacrificio por to-
dos. Habría que descender a puntos concretos.

32
ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
VIII. LA IGLESIA

0. INTRODUCCIÓN.

Abordamos un tema de especial importancia, dado el rechazo que muchos hoy experimentan hacia la Iglesia.
Se oye repetir la frase "Cristo si, Iglesia no". Ya lo manifestó Rostand con su teoría de "el tercer hombre": Frente a
los católicos (primer hombre) ya los ateos y agnósticos (segundo hombre), surge en nuestros días el tercer hombre
que acepta a Jesucristo, pero no admite la Iglesia.
No entramos en las causas que producen este fenómeno y que hunden sus raíces en las características socio-
históricas del mundo en que vivimos que son el origen de diversas mentalidades y actitudes opuestas frontalmente
al sentido y dinámica de la Iglesia. Nos limitamos a constatar la realidad.
¿Puede encontrar razones la mente humana en apoyo de la Iglesia y de algunas de sus cualidades?
Por supuesto que nos movemos en el ámbito de la Revelación y que es Dios el que nos descubre este misterio.
Pero una vez que Jesucristo nos ha manifestado su voluntad de instituir esa comunidad de salvados, proclamada
co-mo Reino de Dios, vivificada, fusionada, iluminada y guiada por el Espíritu Santo que es la verdadera Alma de
la Iglesia, nuestra mente puede encontrar razones poderosas, al menos suasivas, para admitir y profundizar en
algunas de las realidades eclesiales.

1. LA SOCIABILIDAD DEL HOMBRE. EL NUEVO PARENTESCO

Dios salva al hombre histórico, al hombre tomado en su integridad y en todas sus dimensiones. Es esencial al
hombre el ser sociable, la interrelacionabilidad con otros, hasta el punto de que quien careciera de estas relaciones
humanas, no llegaría a ser propiamente hombre. Esto es evidente de siempre, y la psicología actual puede aducir
da-tos definitivos que lo confirman.
Al impregnar Dios de salvación todo lo humano, es necesario que esta sociabilidad quede también santificada
en la constitución de una Familia, la Iglesia, que fusiona, vincula y une a los fieles con una conexión más fuerte y
más real que la de la sangre, en una Comunidad y comunión de origen, destino, camino y de medios de
santificación en virtud del Amor de Dios derramado por el Espíritu Santo en nuestros corazones. Rom 5,5: «El
Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado».
Jn 17,21-23: «Que todos sean uno. Como Tú, Padre, en mi y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros
para que el mundo crea que Tú me has enviado... Que sean uno en nosotros como nosotros somos uno. Yo en ellos
y Tú en mi para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que Tú me has enviado, y que yo los he amado a
ellos como Tú me has amado a mí». Esta súplica de Cristo al Padre en el momento patético de la Oración
Sacerdotal, entre la Eucaristía y el comienzo de la Pasión, demuestra que es esencial a la salvación de los fieles y
al testimonio profético de la Iglesia ante el mundo el argumento definitivo de la unión eclesial visible (si no, no
seria profética, al no ser asequible para los hombres) en una sociedad-familia, imagen (así lo pide Cristo) del Amor
y la unidad exis-tente entre las divinas Personas.
Que esta unión se realiza con vínculos superiores a los de la sangre lo deja Jesucristo de manifiesto en varios
momentos del Evangelio: Lc 11,27-28: Una mujer ensalza a la Madre de Jesús; el Señor responde: «Dichosos más
bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan». Mt 12,46-50: Ante el anuncio de que su Madre y sus parientes
quieren verlo, Jesús responde: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? (...) Todo el que cumpla la
volun-tad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Por supuesto que seria absurdo deducir de estos textos que Jesucristo reniega del parentesco íntimo que como
hijo lo vincula con María; lo que quiere enseñarnos es que, una vez que Él ha inserto en nosotros el Amor
trinitario, ha surgido una nueva realidad y fuerza de parentesco, mucho más profunda y real que los meros lazos de
la familia humana. La razón de la grandeza y excelsitud de María no proviene tanto del hecho de su maternidad
cuanto de ha-ber sido la Mujer que escuchó, asimiló y cumplió la Palabra de Dios.
Esta idea de la unidad en un Cuerpo de todos los fieles es tan constante en S. Pablo que los textos serían
inacabables. Citemos sólo uno: Efes 4,3-6: «... Poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el
vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos que está sobre todos, por todos y en
todos».
Por la Iglesia se realiza, se expresa y se manifiesta la Paternidad de Dios y la nueva fraternidad de los redimidos.

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Dios se manifiesta como Padre porque es el término de referencia más inteligible para nosotros, pero su Pater-
nidad es de un orden infinitamente superior al humano; el amor de todos los padres y madres de la tierra no es más
que un pálido destello del Amor incomensurable de Dios.
Ese Amor divino nos fusiona en una vinculación cualitativamente superior a todos los lazos humanos. Efes
3,14-15: «Doblo mi rodilla ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra...».
Por eso los primeros cristianos evitaron el usar el término "eros" que designa el amor natural humano, e
inven-taron el término "ágape" (del verbo agapao) para expresar el amor cristiano sobrenatural, que es el mismo
Amor tri-nitaria inserto en nosotros por Jesucristo en el Espíritu Santo.
Esta nueva vinculación se verifica en la Iglesia, y es misión suya darla a conocer al mundo.

2. LA PRIMOGENITURA DE JESUCRISTO

La Iglesia es necesaria, supuesto que el Padre quiere manifestar a los hombres la Primogenitura de Cristo.
Rom 8,29: «A los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir ...la imagen de su Hijo, para que
fuera Él el Primogénito entre muchos hermanos». Esos hermanos de los que Jesucristo es el Primogénito son los
que consti-tuyen la Iglesia. Col 1,18-19: «Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia; Él es el Principio, el
Primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la
Plenitud».
Si Jesucristo ha de ser el Primogénito entre muchos hermanos, si ha de ser la Cabeza, es menester que exista
esa comunidad de hermanos y ese Cuerpo inserto en la Plenitud de Cristo. Esa es la Iglesia. En Efes 1,22-23 se
repite la idea: Dios «bajo sus pies sometió todas las cosas y lo constituyó Cabeza suprema de la Iglesia que es su
Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo».

3. LA PERMANENCIA DE JESUCRISTO

El Cristianismo es la religión de una Persona y un Hecho. Persona: Cristo Jesús; Hecho: Misterio pascual de
cruz, muerte y resurrección.
Era el designio del Padre que esa Persona y ese Hecho perduraran y se coextendieran con la historia de la
huma-nidad, se proyectaran de modo operante y eficaz a través del tiempo y el espacio hasta el final de los
tiempos.
Para ello era necesario la existencia de una Comunidad en la que Jesucristo persistiera presente y actuando de
modo real y "físico", aunque místicamente, es decir, no materialmente. Esa Comunidad donde Cristo se presencia
y desde la que actúa es la Iglesia, y así permanece fiel a su promesa: Mt 28,20: «y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo». Los fieles de la Iglesia, redimidos por Cristo en la cruz, donde el Señor
con-quista y obtiene para los suyos todas las gracias, han de participar en esa misma dinámica pascual de
asimilación de la muerte y resurrección de Jesús: Col 1,24: «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto
por vosotros, y completo en mi carne lo que le falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la
Iglesia».

4. LA REALIDAD Y MANIFESTACIÓN DEL AMOR TRINITARIO PRESENTE EN LOS HOMBRES

El mensaje fundamental de la salvación cristiana es la presencia y acción del Amor de Dios que se manifiesta
y concreta en Jesucristo y que Él inserta en nosotros. El amor es principio de cohesión (como el egoísmo lo es de
dis-persión) cuya consecuencia inmediata es la unidad y fusión que se verifica entre aquellos que se interdonan.
Si Jesucristo nos invade con el Amor trinitario, era necesaria la plasmación de ese Amor y unidad en una
familia que lo viviera y lo manifestara. Jn 17,21-23, fragmento de la Oración Sacerdotal, citado en el nº 1.
Jamás los hombres hubiéramos podido sospechar siquiera esta realidad de nuestra inserción en el Amor trinitario
si Dios no nos lo revela, ni que ese mismo acto de Amor con que se interdonan el Padre y el Hijo sea el mismo acto
con que me aman y se me dan a mi: Jn 17,26: «... Para que el Amor con que Tú me has amado esté en ellos y yo en
ellos».
Misión esencial de la Iglesia y su misma raíz constitutiva es ese Amor trinitario que la construye, la fusiona
con Dios y con los hermanos y la hace existir como realidad viva.
Pero además la Iglesia tiene que irradiar y manifestar ese Amor trinitario unificante. Es necesario una Comu-
nidad que sea signo profético ante el mundo, transparencia y manifestación del Amor de Dios, el que se da entre
las divinas Personas y de los fieles entre sí (Jn 17,21 y 23: «... Para que el mundo crea que Tú me has enviado» «...
y el mundo conozca que Tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como Tú me has amado a mi»).
De aquí se deriva la necesidad de una Iglesia que como sociedad visible fuera manifestación perceptible para los
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hom-bres de estas realidades que indicamos y perdurara como sacramentalización del Amor en la unidad. El que luego
los cris-tianos por nuestro egoísmo empañemos la transparencia del signo, no resta grandeza al plan de Dios, sino sólo
pone de ma-nifiesto la limitación y debilidad del hombre, con la que, por otra parte y desde luego, ya Dios contaba.
5. LOS MEDIOS DE SANTIFICACIÓN. LOS SACRAMENTOS

Dios entrega a los hombres unos medios maravillosos de santificación, de los que para simplificar, sólo nos
fija-remos en los Sacramentos.
Se imponía el constituir una sociedad sólida y firmemente instituida, depositaria de esos medios de
santificación con poder de conservar los intactos, impartirlos, transmitir a algunos hombres el poder de conferirlos,
regular los , establecer una disciplina adecuada para su recta administración, incluso modificarlos, nunca en su
esencia, pero sí en sus ritos complementarios según la índole y mentalidad de las diversas épocas y exigencias
pastorales.
¿Cómo se hubiera transmitido el poder de administrar los Sacramentos sin una Sociedad jerárquicamente esta-
blecida con poder para constituir ministros idóneos? Además fácil es comprender el caos que se hubiera producido
y las alteraciones esenciales que se habrían dado si todo hubiera quedado a la iniciativa privada.
La dignidad y grandeza de los Sacramentos están postulando por su misma índole el que se verifiquen en el
seno de una Iglesia firme y plenamente consciente del depósito que Jesucristo le ha hecho.

6. LA DEPOSITARIA DE LA REVELACIÓN

Lo dicho últimamente tiene plena aplicación a la conservación, exposición, interpretación y declaración del
men-saje salvador y de la Verdad revelada.
Dios se nos presenta en la Revelación como Ser absoluto, y por consiguiente, Verdad absoluta e inmutable.
La Revelación culmina en Jesucristo, Palabra definitiva del Padre (Hebr 1,1-3). No es que Jesucristo posea la
Verdad, es que Él ES la Verdad (Jn 14,6). Así es hasta el punto que no tienen excusa los que se cierran a esa
Verdad, y merecen la condenación, suprema y absoluta conminación de Dios. Algunos ejemplos: Jn 3,18-21; 3,36;
12,48; 15,22.
Por lo tanto desde la visión de Dios no es admisible el relativismo ni la alteración de su mensaje a los
hombres.
Le importa a Dios mucho que su Verdad salvadora se conserve intacta para el bien supremo de los hombres.
De este deseo de Dios fue plenamente consciente la primitiva Iglesia y lo plasmó en frases que quedaron
estereotipadas: "Conservar el depósito" y Nihil innovetur nisi quod traditum est ("Nada se altere, sólo
mantengamos lo que se nos ha transmitido").
Es evidente que sin una sociedad jerárquica, fiel depositaria y custodia del don inmenso de la Revelación,
dejada la Palabra de Dios a la libre interpretación de los individuos, se mutilarla, se alteraría y se desviaría; se
rompería la unidad de la fe al aparecer diversas explicaciones e intelecciones del mensaje revelado hasta llegar a
entenderse de modos distintos e incluso opuestos.
Esta afirmación que fácilmente se entiende a priori, queda plenamente confirmada a posteriori por la dolorosa
enseñanza de la historia: En cuanto el subjetivismo de los individuos penetra libremente por el campo de la
Revela-ción, se hace jirones y se destroza la unidad de la Verdad de Dios.
Por limitarnos a un ejemplo concreto: El Protestantismo con su tesis del "libre examen" se divide y subdivide
en más de doscientas sectas (considerando sólo las más importantes) que ni siquiera coinciden en los Sacramentos
que aceptan ni en puntos fundamentales del dogma. Este mismo fenómeno se produjo ya en los albores del
Cristianismo con la multiplicación de las sectas gnósticas, y se ha ido repitiendo a lo largo de la historia de la
Iglesia con las diversas herejías.
La Palabra de Dios no sólo es iluminante, sino además transformante y operante: Hebr 4,12: «La Palabra de
Dios es viva y eficaz, y más cortante que espada de doble filo. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el
espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón».
Esta Palabra merece, por tanto, todo respeto, tiene que significar, expresar y realizar la unidad de las creencias
y la identificación en el amor. Efes 4,14-16: «No seáis ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier
viento de doctrina a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien,
siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquél que es la Cabeza, Cristo, de Quien todo el Cuerpo
recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de
cada una de las partes, realizando así el crecimiento del Cuerpo para su edificación en el amor». Este solo texto de
S. Pablo basta de por sí a demostrar, aun racionalmente, la necesidad de la Iglesia, depositaria, intérprete fiel y
autorizada de la Palabra revelada y transmisora a los hombres del mensaje salvador en su integridad.
Notemos que un "magisterio auténtico" no es lo mismo que infalible. Magisterio auténtico significa que debe
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ser aceptado en virtud de la autoridad del que lo enseña, y no meramente en virtud de la fuerza de los argumentos
(como, por ejemplo, el magisterio científico). Claro que si debía constarnos la plena seguridad de que se
conservaba intacta la Revelación, parece muy importante que este magisterio que Jesucristo confiere a su Iglesia
además de "auténtico" fuera "infalible".
7. LA SALVACIÓN COMO DON GRATUITO E INICIATIVA DE DIOS

La Iglesia tiene también una razón de ser altamente pedagógica: Hacer ver y entender a los hombres de
manera expresiva y gráfica que la salvación es un don totalmente gratuito de Dios que el hombre en modo alguno
puede me-recer, ya que es totalmente cero en orden a la Salvación.
Si cada uno pudiera fuera de la Iglesia, por su cuenta y riesgo entendérselas a solas con Dios, acabaría por caer
en la tentación de creer que él puede valérselas por sí mismo, que se salva porque quiere él, que puede seleccionar
a su gusto el camino y los medios que prefiera, perdiendo así la actitud fundamental de aceptación en humildad,
sumi-sión, amor y obediencia los designios y los medios que Dios en su Misericordia y en su iniciativa ha tenido a
bien se-ñalarnos y otorgarnos.
Al aceptar la integración en la Iglesia, el hombre se somete al procedimiento salvífico que Dios ha establecido
y reconoce su indigencia, incapacidad y que todo es acción divina e iniciativa del Señor de la Misericordia.
Esta afirmación tiene una aplicación muy concreta y muy directa en el Sacramento de la Penitencia. Se oye
con frecuencia: "Yo arreglo personalmente mis cuentas con Dios". No puedes arreglar "personalmente" tus cuentas
con Dios. Porque el perdón es iniciativa del Señor, no tuya, porque es Dios por medio de la Iglesia el que te
convoca a la conversión y al perdón, porque tienes que acudir a reconciliarte con el Señor al lugar de cita que Él te
señala, porque ha hecho a la Iglesia depositaria de su Perdón, porque ha querido otorgar lo de manera sacramental,
audible y per-ceptible por los sentidos, quiere que oigas y percibas sensorialmente que Él opera en ti el perdón,
que no es obra tu-ya, sino de El; por eso, una vez confesados los pecados, no se perdonan por eso, tiene que
verificarse la acción abso-lutoria sacramental, percibida independientemente, como acto distinto del hecho de tu
acusación. Con lo dicho no se agota la materia, sólo insistimos por vía de ejemplo, en la necesidad de aceptar y
someterse a los designios salva-dores de Dios tal y como Él los ha establecido.
Pongamos una comparación con la esperanza de aclarar un poco esta idea: si una persona quiere ir de España a
América no se sube solitariamente a un bote y se pone a remar, y menos se tira al agua para cruzar a nado el Talan-
tico, sino que sube a un barco o a un avión que va a América. De igual manera Dios nos lleva al destino salvador
en esa nave que es la Iglesia que avanza por este mundo al destino de la tierra de salvación. No nos salvamos indi-
vidualmente, sino sólo y exclusivamente por nuestra inserción vital en Cristo que es el único que salva, esa Comu-
nidad de salvados es la Iglesia.

8. FERMENTO Y LEVADURA EN EL MUNDO

Desde los comienzos de la Historia de la Salvación Dios se forma y constituye un pueblo, Israel, depositario
de la Revelación, los medios de santificación, las promesas y las esperanzas. Se ve, por tanto desde el principio
este em-peño y esta pedagogía de Dios de ofrecer la salvación colectivamente. Israel en toda su historia es sombra,
pera-nuncio y como balbuceo de lo que será la plenitud de la Iglesia. Desde Israel Dios irradiará su mensaje Y su
Amor a todos los pueblos, de modo que lo usa como semilla y fermento.
Jesucristo en su predicación proclama la presencia del Reino de Dios o Reino de los cielos como la
culminación de Israel; expondrá sus cualidades y características maravillosamente de modo especial en las
"Parábolas del Reino".
Esta Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, inserta en el mundo, trenzada con la historia de la humanidad, tendrá
como misión ser presencia santificadora, irradiar el Evangelio comunicando la buena nueva a todos los hombres,
iluminar los designios providenciales de Dios, compañero desde la Iglesia del itinerario de los hombres.
Para que este proyecto de Dios se pueda realizar es necesaria la presencia y acción de una sociedad visible,
profética, potenciad ora del bien, denunciador a del mal, indicadora de los caminos que Dios quiere que los hombres
recorran.

9. LA IGLESIA JERÁRQUICA

Hemos afirmado que los designios de Dios es que Jesucristo continúe no sólo presente, sino también operante
en el mundo hasta el fin de los tiempos.
Supuesto que esta presencia-acción se ha de realizar de manera no visible en lo que a Él se refiere, era necesaria
una sociedad visible y audible dotada de la misma triple potestad de Jesucristo de enseñar auténticamente, santificar y
regir.
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Recordemos esquemáticamente y sin detenernos en exégesis que alargarían nuestro estudio, algunos textos
evangélicos. En Mt 16,13-23, después de la solemne confesión de Pedro en Cesarea de Filipos, Jesús revela a los
Apóstoles su voluntad de constituir su Iglesia. Esta se levantará sobre la roca de Pedro a quien confiere, valiéndose
de expresiones bíblicas, perfectamente inteligibles para los discípulos, la plenitud de su propia potestad: «A ti te
daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». A continuación
les descubre cómo la fundación de esa Iglesia se realizará mediante su misterio pascual de muerte y resurrección:
Jn 21, 15-17 (confirmación del Primado de Pedro después de la Resurrección, con la frase «Apacienta mis
corderos, apacienta mis ovejas»; Mt 18,l8: otra vez la expresión de "atar y desatar" afirmada de manera solemne:
«Yo os aseguro»). Y en Mt 28,l8-20, en el momento excepcional de la Ascensión, el Poder que Cristo ha recibido
del Padre es el que transmite a los Apóstoles: deben ir por el mundo entero haciendo discípulos, es decir,
enseñando auténtica-mente, como Jesucristo. Les promete su presencia y su asistencia: «Sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo». También en Jn 20,19-23 Jesús transmite a los Apóstoles su propio
Poder de santificar, espe-cialmente perdonando los pecados, potestad exclusiva, evidentemente, de solo Dios. Y en
Jn 17,18: «Como Tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo».
Toda esta triple potestad de la Iglesia se realizara por la presencia-acción del Espíritu Santo: Jn 20,22
(«Recibid el Espíritu Santo...» y por su fuerza perdonarán los pecados); Jn 14,26 (El Espíritu Santo les enseñará y
les recor-dará lo que deben creer y enseñar); Jn 16,13 (El Espíritu Santo de la Verdad les iluminará la Verdad
completa). El Espíritu Santo será continuador en la Iglesia de la obra de Jesucristo (Jn 14,26; 16,7.14). Será
memoria y recor-datorio de todo lo que Jesús les enseñó para que puedan transmitirlo fielmente.
Todo esto, unido a lo anterior, carece de sentido si no es porque Jesucristo funda una sociedad continuadora a
través de los siglos de su obra y su misión.
Los Hechos de los Apóstoles son una garantía y confirmación de lo que nos dice el Evangelio, porque los
Apóstoles recibieron la doctrina de Cristo y la practicaron, plenamente conscientes de que así realizaban la
voluntad de su Fundador. Su conducta responde a la convicción de que han recibido de su Señor la triple potestad.
Si la Iglesia se ha de conservar una pese a su extensión universal (católica) en el tiempo y en el espacio, se
requiere una Jerarquía que realice su triple misión de enseñar, santificar y regir en la unidad, única manera de
evitar la disgregación y mantener la cohesión plena, imagen de la unidad trinitaria (Jn 17,21-23) en la fe, esperanza
y cari-dad, y que cuando el Señor vuelva reconozca a su Esposa por la que Él se sacrificó (Efes 5,23-32).

10. LOS DEFECTOS DE LA IGLESIA

No propondremos tema tan complejo. Sólo indicaremos:


a) La Iglesia está fundada sobre el hombre histórico, y ese hombre es pecador. Jesucristo contaba con los defectos,
fallos y pecados en la Iglesia, porque conocía perfectamente los que hay en el hombre (Jn 2,25). Funda su Iglesia
sobre los Apóstoles, pecadores, torpes, que no entendieron su mensaje hasta Pentecostés, que le abandonaron en su
Pasión, uno lo traicionó y vendió, y su Vicario lo negó tres veces.
Instituye el Sacramento de la Penitencia consciente de que tendríamos que acudir, como pecadores, a la
reconciliación.
b) Iglesia somos todos los bautizados. Mirémonos hacia dentro: si yo que soy Iglesia, soy pobre pecador, ¿cómo me
extraño de que en la Iglesia haya defectos? A la Iglesia aportamos lo que somos, aporto mi pecado. Así hacen los
demás.
c) Muchos defectos de los que se acusa a la Iglesia no son tales, son deformaciones históricas, son visiones subjetivas,
son interpretaciones hechas desde supuestos falsos, son afán de que la Iglesia sea y enseñe lo que a mí me parece.
d) Los defectos de la Iglesia son una prueba contundente de la acción del Espíritu que, pese a los defectos de los
hombres, la ha mantenido a través de los tiempos y las vicisitudes de la historia, fiel a las enseñanzas de Cristo.
Hubo Papas indignos que sin embargo, y a veces actuando contra sí mismos, mantuvieron la Verdad y las
exigencias de la moral cristiana. Como es sabido esta idea llevó a Pastor, el historiador alemán a convertirse al
Catolicismo.
e) Lo asombroso no es que en la Iglesia haya pecados, sino que siendo constituida por hombres tan imperfectos,
haya dado tantos y tan maravillosos frutos de santidad, de abnegación y servicio hasta la muerte en todos los
tiempos en un sin fin de personas y de grupos.

11. EL CUERPO MÍSTICO

Estamos de lleno dentro del dogma; esta realidad no es "razonable" porque se sitúa por completo en el ámbito

37
del misterio.
Lo que sí puede descubrir la mente humana es que tiene que ser verdad revelada por Dios porque el hombre
no puede inventarla. Aclaremos: El hombre sólo puede elaborar sus conocimientos intelectuales a partir de los
datos sensoriales de la experiencia.
Nuestra experiencia nos enseña ya desde la primera infancia el conocimiento de nuestro cuerpo como una uni-
dad de vida vegetativa, sensitiva e intelectual, y así llegamos también al conocimiento del cuerpo de los demás por
semejanza con el propio. Poco a poco elaboramos el concepto de "cuerpo moral" entendido como "corporación":
uni-dad de múltiples miembros vinculados por un fin común, un cometido, unos medios e incluso una relación
afectiva. Así ulteriormente llegamos al sentido de familia, colegio, clase, equipo deportivo, asociación apostólica,
profesional, etc. Pero el concepto de Cuerpo místico supera toda nuestra experiencia; nos faltan datos primarios y
sensoriales pa-ra poder elaborarlo, sólo podremos expresarlo si Dios nos lo revela: es la fusión de los fieles entre sí
con Cristo-Ca-beza en una unidad más que biológica, más real y física que la unidad del cuerpo humano.
Así como nuestro cuerpo constituye un todo intertrabado vitalmente, y no una mera yuxtaposición o conglo-
merado de miembros y células en virtud de un principio vital que los fusiona e interrelaciona en un todo orgánico,
así, sólo que en un grado y de una manera cualitativamente superior, el Espíritu Santo, verdadera y auténtica Alma
de la Iglesia, implica entre sí a todos los fieles en una realidad orgánica y vital, más fuerte y operante que la bio-
lógica, por medio de la gracia santificante, que es la misma Vida trinitaria, presente y actuante en la plenitud de su
dinamismo en cada uno de nosotros, Vida de Dios que circula, a modo de torrente sanguíneo, por una misteriosa
red, no perceptible, de venas y arterias que realiza la "Comunión de los santos".
Decimos que es una realidad más que biológica, con propia entidad física, con lo cual expresamos que no es
simplemente una metáfora, una manera de hablar adecuadamente plasmada por nuestra inteligencia sin correspon-
dencia con la realidad, sino una entidad con existencia propia independientemente de mi conocimiento, de que el
hom-bre lo conozca o lo ignore.
Sólo que esta realidad es mística, es decir, física, pero no material ni detectable por los sentidos. De aquí la di-
ficultad para asimilarla.
Este misterio lo expuso Jesucristo de un modo profundamente pedagógico, sencillo e increíblemente transpa-
rente, sin esfuerzo, como agua que fluye espontáneamente. Sólo este ejemplo bastaría para reconocer a Cristo
como el genio más grande de la didáctica de todos los tiempos. Es la alegoría de "la vid y los sarmientos" (Jn 15,1-
17).
El Cuerpo místico constituye la columna vertebral de la teología paulina: el Cristo histórico, Jesús de Nazaret,
su Persona y su Obra (misterio pascual) se prolonga y continúa en el Cristo místico sobre el tiempo y el espacio, y
permanece presente e impetuosamente operante con todo su dinamismo, muriendo y resucitando, evangelizando,
ofreciendo su Sacrificio al Padre por la salvación de los hombres. Así la Persona que vivió, murió y resucitó en un
marco histórico concreto de tiempo y espacio, se extiende por todos los tiempos y todos los espacios místicamente
intertrabado con la historia de la Iglesia y la historia humana por medio del Cuerpo místico.
Las consecuencias dogmáticas que de aquí se derivan y las implicaciones y aplicaciones para la vida moral y
ascética del cristiano afectan al ámbito de toda la Teología. Desarrollarlas equivaldría a exponer toda la doctrina
teo-lógica que se incluye en síntesis en la realidad del Cuerpo místico.
Los textos paulinos a este respecto serían una larga serie, empezando por las tres narraciones de su conversión
camino de Damasco (Hechos 9,3-9; 22,6-11; 26, 12-18). En el instante de su conversión Saulo descubre que Jesús
de Nazaret, a quien él creía muerto, vive, y que perseguir a los cristianos es perseguirle a El, porque Jesús continúa
constituyendo "una sola cosa", un todo místico con sus fieles. De las cartas de S. Pablo sólo citaremos Efes 4,1-16
y 1 Cor 12,4-30.

COLOQUIO.

A. Un procedimiento adecuado seria seguir una por una las razones que se ofrecen sobre la necesidad de la
existencia de la Iglesia, e indicar en cada una en qué grado nos parecen suasivas y por qué, con otros aspectos que
considere-mos oportuno resaltar. (Del 1 al 9)
B.¿Encuentras razonables las escuetas reflexiones que se apuntan sobre los defectos de la Iglesia? ¿En cuál quieres
insistir? (10)
C. ¿Qué características del Cuerpo místico convendría resaltar? ¿Es convincente la afirmación de que la mente hu-
mana no podría haber inventado la doctrina del Cuerpo místico? (11)
D. Aplicaciones prácticas a nuestra vida.
La realidad de la Iglesia debe impregnar la espiritualidad, la ascética, el compromiso y la actuación del
cristiano, y es más necesario vivirlo y proclamarlo en el momento actual. Desde este supuesto las aplicaciones
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prácti-cas deben ser abundantes y fecundas.

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ELEMENTOS RACIONALES DE LA FE
IX. EL PROBLEMA DEL MAL

1. LA GRAN DIFICULTAD

Seguramente la objeción más fuerte y más extendida no sólo contra el Cristianismo, sino contra todas las reli-
giones monoteístas, es el hecho de la presencia del mal en la vida de los hombres. ¿Cómo y por qué Dios permite
que haya mal en el mundo? Por eso es frecuente el sucumbir, ante este interrogante, a las tendencias dualistas: la
explica-ción sería la existencia de un dios bueno, principio de todo bien, y de un dios malo, origen de todo mal.
También esta tentación se ha manifestado y ha ido brotando a lo largo de la historia de la Iglesia en herejías,
prontamente rechazadas y condenadas.
La afirmación inequívoca y contundente de la Revelación a lo largo de toda la Biblia es inapelable: No existe
más que un solo único Dios, autor y ordenador, de todo lo creado; a cambio de mantener este principio radical de
la unidad y unicidad de Dios, la Sagrada Escritura aborda con valentía y decisión el acuciante problema del mal.
Todo el libro de Job es un intento de respuesta a la pregunta acuciante y desgarradoramente vivencial del porqué
del sufri-miento. El salmo 72 plantea la misma pregunta.
Las respuestas que ahí se dan difícilmente satisfacen al hombre actual. La aporía insalvable queda clavada: si
Dios es el Autor de todo ¿lo es también del mal y del dolor?
Esta dificultad se hace más incisiva y angustiosa desde el momento en que su origen no arranca
principalmente de la razón especulativa, sino de la terrible experiencia vivencial que le muerde y desgarra al
hombre en su misma entraña al sentir cómo le atraviesa la carne, el corazón y el alma el sufrimiento que padece en
sí y en su entorno. El corazón, y consecuentemente la razón, se rebelan ante un Dios al que debe llamar Padre, del
que tiene que afirmar que le ama con Amor eterno, y que sin embargo le deja sumergido en la aflicción.
Se podría hacer una antología de frases desgarradoras de los pensadores que en todos los tiempos se han dado
de bruces con este problema al que la razón humana no le puede encontrar salida.

2. PRESUPUESTO FUNDAMENTAL

El problema del mal es un reto tremendo a nuestra fe, del que tenemos que salir triunfantes, y esto es ya un
valor tremendamente positivo. Ahora bien, sería desalentadoramente ingenuo pretender aclarar de manera simple y
eviden-te, como dos y dos son cuatro, un problema insondable. Seamos conscientes de que nos abrimos paso a
duras penas en el ámbito del misterio, el cual, como todos los misterios de la fe, exige de entrada aceptación en
humildad y amor. Dios no nos pide nunca que penetremos en sus designios ni que lo comprendamos (cosa por otra
parte imposible), sino que lo adoremos y lo amemos. Dice Lewis: «Dios mío, no te entiendo, pero si te entendiera
ya no me servirías».
Admitamos con sobrecogimiento amoroso la grandeza de un Dios que desborda todos nuestros esquemas y
presupuse-tos, que no puede ser efecto del entendimiento humano, y que nos pide que nos fiemos de Él y de su
Providencia amorosa.
Pero el misterio no es absurdo. El absurdo es un imposible en sí mismo, una contradicción metafísica; el
miste-rio es escuchar la voz de Dios que nos dice: no puedes entenderlo porque excede tu capacidad de intelección,
sólo cree y espera, fíate de mí que soy tu Padre que te ama con toda la plenitud de su Ser, y aguarda a que se haga
la luz.
Más aún, debemos afirmar que el hombre con Dios es misterio, pero sin Dios es absurdo. Prueba contundente
de esta afirmación es el Existencialismo: cuando logra arrancar a Dios de la existencia humana, tiene que reconocer
que "el hombre es un absurdo", "un sinsentido", "una pasión inútil".
Tampoco el niño pequeño que sabe que su padre lo quiere, entiende por qué le hace sufrir pinchándole con una
inyección. "Cuando seas mayor lo entenderás". Cuando seamos plenamente hombres, como dice S. Ignacio de
Antioquía, es decir, en la luz de la gloria, veremos en la totalidad de su transparencia cosas que ahora nos resultan
incomprensibles.
Hecha esta aclaración fundamental, podemos alentar a la razón humana que, aunque sea a tientas, intente
descu-brir siquiera un rayo de luz que le haga menos opaco e impenetrable el misterio del mal en el mundo.

3. PRIMER INTENTO DE PENETRACION

40
Vamos a plantear la dificultad de manera esquemática y a la vez descarnada e hiriente:
O Dios quiere evitar el mal y no puede, en cuyo caso no es Poderoso;
o Dios puede evitar el mal y no quiere, en cuyo caso no es Bueno.
El primer intento de solución elige la primera hipótesis: Dios quiere evitar el mal y no puede; y sin embargo
es Omnipotente. Es decir, "podría" en absoluto, pero no puede de hecho una vez que le ha dado al hombre la
libertad. Dios puede crear o no crear al hombre-libre; pero una vez que lo crea, tiene que "atenerse" a lo que es su
obra y "ser consecuente" con lo que ha hecho.
La libertad humana entraña el riesgo de ser utilizada para el mal, y Dios corre gustoso ese riesgo a cambio de
que el hombre sea tan perfecto que pueda autodeterminarse (eso es la libertad), y de esa manera pueda amar; ya
que, como hemos visto repetidas veces, amar es autodeterminarse en la dirección de la persona amada para su bien.
Dios se toma totalmente en serio la libertad humana y le deja al hombre esa tremenda responsabilidad de
elegir el bien o el mal. De la dirección del hombre hacia el mal-pecado se derivan todos los males que Dios no
quiere, pero "no puede" impedir.
La Revelación divina ya en sus comienzos nos lo hace ver de una manera gráfica y pedagógica: Gen 3,6-19: el
hombre es el rector de la creación, al rebelarse contra Dios, todo queda inficionado por el mal; deja de tener
someti-das sus pasiones, surge la discordia entre el varón y la mujer, se ocultan de Dios al que ven como
adversario, la crea-ción se insubordina, el culmen será la destrucción por la muerte. En Sab 1,13 se nos dice que
«no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes»; «Dios creó al hombre
incorruptible, lo hizo a imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo»
(Sab 2,23-24).
Dios crea al hombre en el bien, lo imposta en el amor, lo hace «a su imagen y semejanza» (Gen 1,26), le
alienta al bien, le predice los males que se derivan del pecado... Si, a pesar de todo, el hombre peca, se
autodestruye en su condición de hombre que es el amor, y como consecuencia desbarata la creación ¿se puede
culpar a Dios o exigirle responsabilidades? Si el hombre utiliza la creación para el mal, si quebranta la teleología y
razón de ser de las cria-turas –cuya misión era servirle para el amor y la mutua ayuda– ¿se puede culpar a Dios?
Los árboles en el plan de Dios están para ayudar al hombre con su sombra, con sus frutos, con su madera para la
construcción o para el fue-go... Cuando un hombre desgajó la rama de un árbol para golpear con ella a otro
hombre, destrozando la razón final de la rama, ¿fue Dios culpable? Cuando el hombre utiliza la dinamita o la
energía nuclear para matar, destruir y arrasar ¿se puede culpar a Dios? El hombre, digámoslo así, abre el grifo del
mal por el pecado; el mal como un to-rrente se derrama por el mundo; ante las consecuencias que de ahí se
derivan, ¿se puede culpar a Dios?
Pongamos un ejemplo precario e insuficiente con la esperanza de que algo ilumine. Un padre le da las llaves
del coche a su hijo, le hace reflexiones sobre la prudencia en la conducción, el cumplimiento de las normas de
tráfico y de seguridad, etc. Si luego el hijo conduce irresponsablemente o en estado alcohólico o por dirección
opuesta, ¿se puede culpar al padre?.

4. SEGUNDO INTENTO DE PENETRACIÓN

A quien le satisfaga la respuesta que se acaba de dar ya tiene el problema bastante centrado y puede encontrar
un principio de luz.
Pero hay a quienes esta explicación no les satisface del todo, porque se hacen una pregunta ulterior: ¿y Dios
en su Omnipotencia y Omnisciencia no podía haber encontrado un medio para que, sin alterar en nada la libertad
del hombre, éste de hecho no hubiera elegido el mal? ¿No podría haber otros proyectos y otras circunstancias en
las cuales Dios viera que el hombre no pecaría?
Los que así piensan se ven obligados a elegir el segundo término de las dos hipótesis propuestas: Dios puede
evitar el mal y no quiere, y sin embargo tenemos que afirmar la Bondad de Dios.
Es menester dejar claramente establecido un principio básico, que, sin embargo, al corazón, más que a la
mente humana, no le es fácil admitir: Dios puede, sin perder un ápice de su Bondad, establecer un proyecto bueno
en sí en que otros hagan el mal que Él no quiere, y del cual obtendrá bienes infinitos.
Dios vio por su Omnisciencia "desde" la eternidad cuatro posibilidades que son las cuatro hipótesis que sin
dificultad descubre nuestra mente:
1ª Un mundo con pecado (y por tanto con mal) y sin Jesucristo ni Redención.
2ª Un mundo con pecado y con mal, pero con Jesucristo y Redención.
3ª Un mundo sin pecado y sin mal, pero sin Jesucristo y sin necesidad de Redención.
4ª Un mundo sin pecado y sin mal y con Jesucristo, aunque sin Redención, porque no es necesaria. 1
1
Hay escuelas teológicas que niegan la posibilidad de la hipótesis 4ª, porque vinculan de tal manera la Encarnación del Ver-
41
Es claro que de hecho la hipótesis que se ha verificado es la 2ª. También es claro que la peor y más espantosa
de todas las hipótesis es a todas luces la 1ª, que, gracias a Dios, no ha sido. La descartamos como una horrible
pesa-dilla. A primera vista, la mejor –en el caso que se pudiera dar– es la 4ª: no hay pecado ni mal alguno y sí la
infinita ventaja de Jesucristo, Dios con nosotros, Dios partícipe de nuestra naturaleza humana.
La duda puede surgir ante todo entre la 2ª y la 3ª. Muchos hombres (tal vez la mayoría) preferirían la 3ª, un
mundo sin males ni sufrimientos, aunque nos quedáramos privados de la realidad de Jesucristo. Para quienes Jesu-
cristo constituye su propia vida y la razón de su existencia, y la manera de dar al Padre la gloria suma y absoluta,
no estarían dispuestos a elegir un mundo desprovisto de Jesús, y soportarían todos los sufrimientos y se abrirían a
todos los dolores de una humanidad que gime, con tal de no renunciar a la presencia del Verbo encarnado.

El mundo que tenemos.


Ahora vamos a intentar dar un salto difícil y arriesgado: vamos a afirmar que la hipótesis 2ª, la que de hecho
te-nemos, es la mejor de las cuatro, incluso que la 4ª, sin mal y con Cristo.
Es ante todo indispensable insistir en lo siguiente: no hablamos en ningún momento de lo que los hombres, en
nuestra miopía y con nuestro horror innato al sufrimiento, habríamos preferido, sino de lo que Dios en su infinita
Sa-biduría y Bondad ve y sabe que es mejor, aunque nosotros de momento no lo entendamos.
Tenemos que partir de dos afirmaciones que son presupuestos inevitables para nuestra argumentación:
a) El amor es el bien supremo, grado sumo de toda jerarquía de valores, y por lo tanto, insubordinable a
ningún otro bien, que debe ser elegido y preferido, aunque para ello haya que sufrir todos los males.
b) El amor es tan importante que no sólo el que se dé de hecho, sino el que se manifieste es un bien inmenso.
Si admitimos estas dos afirmaciones, descubriremos las ventajas colosales de la hipótesis 2ª (la que se ha
verifi-cado), no sólo sobre la 3ª, sino también sobre la 4ª.
En efecto, a trueque de permitir Dios –no querer– el pecado y el mal que los hombres (no Dios de ninguna
ma-nera) han realizado, ha hecho Él triunfar y manifestarse el amor de manera sobrecogedora, sublime y definitiva,
y ha obtenido bienes de valor infinito.
El pecado, el sufrimiento y el mal han abierto el camino a la Redención. El valor que tiene la manifestación
sen-sible y constatable del Amor obediencial de Cristo en su Pasión, aniquilación, su cruz y Resurrección es de tal
mag-nitud que todos los males del mundo y de millones de mundos sufrientes, no sería nada en su comparación.
La mani-festación del Amor que el Padre nos ha hecho entregándonos a su Hijo que se entrega en la cruz por
nosotros, y la transformación divinizante de Jesucristo en la Resurrección es algo tan grandioso que supera en
grado infinito todos los males del dolor.
Pero no sólo Dios nos ha manifestado de modo definitivo su Amor a nosotros, sino que nos ha brindado la
posi-bilidad de que nosotros le manifestemos nuestro amor a Él y a los hombres, ya que sufrir, incluso hasta dar la
vida, por el amado es la prueba suprema del amor.
Así ha sido posible el valor no expresable del sufrimiento de María, com-padeciendo con su Hijo en entrega a
Él, al Padre y a los hombres.
Gracias al mal han expresado su amor los mártires, esa riada de testigos del amor, el servicio y la entrega que,
como un torrente, ha fecundado a lo largo de los siglos a la Iglesia y al mundo, porque «nadie tiene mayor amor
que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Así ha sido posible el sufrimiento testimonial padecido y
ofrecido por tantos hombres abnegadamente en unión con el de Cristo, la dedicación intrépida a los enfermos, los
desvalidos, los marginados, los mordidos por cualquier género de angustia o dolor. Las consideraciones que a este
respecto podrían hacerse serían interminables.
En resumen, el valor testimonial, intuitivo del sufrimiento, padecido por amor a Cristo y a los hombres, no se
habría dado sin la admisión del mal en el mundo. Ese amor es el que llevó a tantos santos a ansiar el sufrimiento
para hacerse o partícipes del dolor de Cristo, lo que S. Ignacio concretó en su famosa "tercera manera de
bo a la Redención, que si ésta no se ha de dar, la Encarnación no tiene sentido. Otras escuelas teológicas mantienen que el
Padre ordena la creación entera a la qlorificación del Verbo encarnado, y que, por lo tanto, aunque la Redención no hubiera
sido necesaria, porque el hombre no pecara, de todos modos se habría dado la Encarnación del Verbo. Estos se basan princi-
palmente en el concepto de "Recapitulación" de todo el cosmos en Cristo, que es una base muy importante de la teología
pau-lina. Citemos, como ejemplo: Col 1,15-20; Efes 1,3-14; Rom 8,29. Efectivamente, la inmensa gloria que recibe el Padre
por la glorificación de Jesucristo, así como el proyecto eterno de "cristificación" de toda la creación no parece que puedan
subor-dinarse al pecado ni que puedan estar en función y dependencia de que el hombre eligiera hacer el mal.
La razón de por qué esos mismos textos paulinos dicen relación a la Redención es porque "de hecho" ha sido así, pero no
excluyen el que la Encarnación se hubiera efectuado aun en el caso de no haber pecado en el mundo. Dios no nos soluciona la
dis-cusión teológica, porque la Revelación no nos aclara nunca "lo que habría podido pasar", sino lo que "de hecho" ha sido.
No entraremos en esta disputa; nos limitamos a afirmar metodológicamente la "posibilidad" en absoluto no contraria a
la libertad de Dios ni a la razón humana de que esta 4ª hipótesis se hubiera podido dar.
42
humildad".
Si esto se admite, el misterio del mal persiste, pero su densa neblina aparece atravesada por un rayo de luz.
5. ACLARACIONES IMPORTANTES

a) No afirmamos en ningún momento que Dios esté "obligado" a elegir "lo mejor"; NO ES ADMISIBLE el
"optimis-mo" leibniziano, según el cual Dios elige siempre lo mejor. La Bondad de Dios hace que siempre elija "lo
bueno", pe-ro no necesariamente "lo óptimo", que se opondría a su omnímoda libertad.
Pero sí afirmamos que en el caso de "las cuatro hipótesis" Dios ha elegido la mejor de las posibles de hecho; y
es ésta una respuesta que, de admitirse, supondría una atenuación confortante al problema que tanto nos abruma.
b) Tenemos que dejar fuera de toda duda que en ninguna de las hipótesis propuestas Dios hace ni quiere el mal.
Dios se limita a darle al hombre la libertad, lo cual es muy bueno, porque nos hace aptos para amar (imposible sin
liber-tad); el mal lo hace el hombre en contra del precepto divino, sus consejos, enseñanzas e incluso
conminaciones y amenazas si no hace el bien.
c) Nadie puede demostrar que Dios esté obligado a evitar todo mal que decidan hacer otros. "Permitir" el mal, que
Él no quiere y detesta, no va para nada en contra de la Santidad de Dios.
d) Dios de ese mal que hace el hombre en contra de la Voluntad divina obtiene bienes inmensos en los cuales
muestra su Sabiduría, su Bondad y su Poder.
Dios no quería de ninguna manera ese cúmulo de maldad e iniquidad que llevó a Jesucristo a la cruz en
personas como Anás, Caifás, Judas, Pilato, Herodes... y de todos esos males que positivamente Dios no quería y
detestaba, y en los que los hombres se obstinan, obtiene el bien infinito de la Redención.
Así lo refleja el Pregón pascual que canta la Iglesia en la Vigilia del día de Resurrección: "O feliz culpa, o
cier-tamente necesario pecado de Adán que nos mereció tal y tan grande Redentor".
Alguien a mala intención hace un roto en una prenda de valor incalculable; el dueño para ocultar el roto
manda hacer un bordado tan maravilloso que se centuplica el valor de la prenda. Así, sólo que en grado infinito
actúa Dios con los males de los hombres.
e) De ninguna manera caigamos en la tentación de pensar que el sufrimiento tiene valor por sí mismo. En el Cris-
tianismo la fuente del mérito es sólo el amor. Pero, lo que sí debe afirmarse es que el sufrimiento tiene el
maravilloso privilegio de poder manifestar y testimoniar el amor que se da en quien sufre por otro.
Jesucristo no hubiera amado menos al Padre y a los hombres si no hubiera padecido la cruz; pero lo que sí es
cierto es que con su cruz y muerte nos ha dado pruebas contundentes y sensoriales de su Amor que no hubieran
que-dado tan de manifiesto sin su Pasión, ni el Padre nos hubiera hecho ver hasta qué punto nos amaba como
entregan-donos a su Hijo en el Calvario: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único» (Jn 3,16).
f) Para adentrarnos un poco en el problema del mal con cierta probabilidad de no quedar aplastados, se requiere un
cierto género de transmentalización fundamental o conversión desde nuestros esquemas, demasiado humanos, a los
designios de Dios, sin lo cual nunca enfocaremos adecuadamente este misterio: «No son mis pensamientos
vuestros pensamientos, ni mis caminos vuestros caminos; porque cuanto dista el cielo de la tierra así distan mis
pensamientos de los vuestros y mis caminos de los vuestros» (Is 55,8-9).
Nosotros, partiendo de nuestra pobre visión del mal, desearíamos un Dios solícito por apartar todo sufrimiento
y toda molestia de sus hijos, una especie de gran director de tráfico, evitador de colisiones y conflictos. No
captamos la soberana grandeza de un Dios que no tiene miedo al mal, que conoce el riesgo del pecado y del dolor,
un Dios con proyectos cósmicos que ordena toda la creación a un bien transcendente, y que se enfrenta con el mal
y lo vence.
Jesucristo de pie sobre el sepulcro y la muerte, resucitado, conquistando nuestra resurrección, es la imagen
per-fecta de este triunfo definitivo de Dios sobre el mal, el dolor, el pecado y la muerte.

6. EL VARÓN DE DOLORES

En cualquier caso lo que ciertamente no tenemos derecho a recriminar a Dios es que nos ha dejado
sumergidos en el sufrimiento y Ello ha contemplado indiferente desde su cielo sin que el dolor llegara a salpicarle.
Lo verdaderamente sorprendente y sobrecogedor es que a Dios le afecta de lleno nuestro mal. Dios en el A.T.
se mueve y actúa con entrañas de Misericordia sobre el mundo en pecado y promete un "Varón de dolores" que
cargue sobre sus espaldas y sobre su corazón todo el sufrimiento de la humanidad. Sirva de ejemplo Is 53.
Lo que nunca hubiera podido imaginar la mente humana, y menos un israelita, dado el concepto que tenían de
Dios, es que ese Varón de dolores iba a ser el Hijo eterno del Padre. Cristo en Getsemaní asume y experimenta en

43
su agonía hasta la muerte todo el dolor y el pecado de esa humanidad atormentada.
Esta fusión de Dios con nuestra aflicción es el argumento que podía darnos, ante el cual no es posible dudar.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA.

Se relacionan con nuestro estudio los números 309 a 314.

COLOQUIO.

A. ¿Qué te parece oportuno comentar sobre la angustia del problema del mal, la violencia con que se presenta al
corazón primero y a la razón después, el reto que supone para la fe, la diferencia entre absurdo y misterio, y la ac-
titud adecuada para abordarlo? (1 y 2)
B. ¿Consideras adecuado el planteamiento del problema? ¿En qué grado satisface el primer intento de penetración? (3)
C. ¿Cómo explicas las cuatro hipótesis establecidas? ¿Puede la mente encontrar alguna más? (4)
D. ¿Admites los dos presupuestos en que nos fundamos para establecer la argumentación posterior? ¿Te convence
el que la 2ª hipótesis –la que de hecho se ha dado– sea la óptima? ¿Intuyes los bienes infinitos que Dios ha
obtenido precisamente a través del dolor que queda dignificado y elevado a categoría sobrenatural? (4)
E. ¿En cuál de las aclaraciones te parece más conveniente insistir y por qué? ¿Cuál de ellas es más importante en
or-den a aproximarnos adecuadamente al misterio? (5)
F. ¿Qué comentarios te sugiere el que Dios no sea indiferente al sufrimiento humano y el que su identificación con
el hombre lo haya plasmado en el "Varón de dolores"? (6)
G. Aplicaciones prácticas a nuestra vida.

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