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DENISE LEVERTOV

LA TERCERA DIMENSIÓN

Quién me creería si
dijera: “Me agarraron y

me partieron desde
el cuero cabelludo a la entrepierna, y

todavía estoy viva, y


me paseo contenta con

el sol y todas
las bendiciones del mundo”. La honestidad

no es tan simple:
la simple honestidad no es

sino una mentira.


¿No esconden los árboles

el viento entre
sus hojas y

hablan en susurros?
La tercera dimensión

se esconde.
Si los que hacen las rutas

parten piedras, las


piedras son piedras:

pero el amor
me partió en dos

y estoy
viva para

contar el cuento; pero no


honestamente:

las palabras
cambian las cosas. Deja que sea

–aquí, bajo el dulce sol–


una ficción, mientras yo

respiro y
cambio el paso.
MOVIMIENTO

Hacia no ser el centro


de gravedad
de nadie.

Un deseo de amar:
no de inclinarse
hacia otro, y caer,
sino sentir dentro de uno
una barra de acero
flexible, vertical,
que corra paralela a la columna
pero más larga,
que permita estirarse;
un trampolín solemne, vertical
que le deje al espíritu
lanzarse hacia el espacio.

POEMA DE AMOR (DENISE LEVERTOV)

Quizá soy “parte enferma de


algo enfermo”
quizá
algo me dio alcance
sin duda hay una niebla
entre los dos
Apenas puedo
verte
pero tus manos
son dos animales que
abren la niebla y me tocan.

SALMO SOBRE EL CASTILLO

Que yo esté en el lugar del castillo.


Que el castillo esté dentro de mí.
Que se levante sólido del anillo del foso.
Que las aguas del foso reflejen el plumaje verde de los patos, que los caparazones de las
tortugas rasguen la superficie del agua o se vean a través de las ondas de las profundidades.
Que haya unos jinetes en la orilla, y un perro,
siempre alerta al borde del sueño.
Que debajo del primer piso haya un espacio a oscuras, que el agua lama los postes de piedra, y
que un fango bien verde relumbre sobre ellos; que ahí guarden un barco.
Que las cariátides del segundo piso sean osos sostenidos por vigas que sean dragones.
Que en el parapeto de la habitación central haya cuatro
arqueros escrutando los cuatro horizontes. Que adentro
haya un príncipe en su casa, que esté sentado en paz, sumido en sus pensamientos, las
ventanas abiertas de par en par a las galerías.
Que la joven reina esté sentada arriba, al fresco, bebé en brazos; que mire con deleite ese gran
círculo, las sombras peregrinas, la obra del sol y el juego del viento. Que vaya de aquí para allá.
Que las columnas sostengan el techo, que los pisos sostengan las columnas, que haya un
espacio a oscuras bajo el piso inferior, que el castillo se levante sólido del foso, que el foso sea
un anillo y el agua sea profunda, que los guardias lo protejan, que lo rodeen tierras a lo largo y
a lo ancho, que el país donde se encuentra esté dentro de mí, que yo esté donde está.

PACTO ROTO
 
Un rostro se hace viejo mucho antes que una mente.
 
Y muslos, brazos, pechos
adoptan una pose como de indiferencia.
Hartos del corazón que anheló tanto, prefieren olvidarse
de todas sus promesas anteriores.
 
Mas mente y corazón prosiguen
su plática animada,
discuten, se intercambian epifanías diversas,
a veces se les va toda la noche
en lamentos y antífonas.
 
Rostro y cuerpo les han tomado el pelo,
 
comparten soledad
sin saber bien qué hacer.
ENTREVISTAS 

Periodista: ¿Podría darme una declaración de principios sobre lo que es para usted ser poeta?
¿Su estética?
Levertov: Antes que nada, creo que el don de escribir poesía debe siempre ser considerado
justamente eso: un don, un regalo. Y es una responsabilidad, sea que uno considere ese don
algo dado por Dios o por la Naturaleza, y el poeta debe tomarla muy seriamente, porque se
trata de una responsabilidad no para consigo mismo, ni para con su carrera, sino para con la
poesía misma. Por eso creo en la dedicación y la artesanía. Y, como artesana, creo que cada
detalle, cada coma, cada punto y coma, es algo importante y debe ser cuidadosamente
sopesado. La puntuación es una herramienta, todos los elementos del sistema de puntuación y
de la gramática son herramientas, y deben ser utilizados con eficiencia.

P: ¿O sea que no cree en dejar intacto el primer borrador, escrito de un tirón, incluso con
errores ortográficos?
Levertov: No. Ciertamente que no. Sí estoy convencida de que es indispensable para el poeta
recibir un impulso inicial, que siempre es algo dado, y sobre el cual él no puede ejercer ningún
control. O se recibe ese impulso o no se lo recibe. Y creo que cada poema debe surgir desde un
nivel muy profundo del poeta, porque si no el poema no estará vivo, no podrá vivir. No será
viable. Por eso, creo además que parte importante del talento de un poeta es el instinto de
saber cuándo empezar a escribir el poema. Un poema que se ha empezado a escribir, a
cristalizar en el papel, demasiado pronto, antes de tiempo, será un poema que necesitará, si el
poeta es responsable, muchísimas revisiones. Y esto puede evitarse si uno espera el momento
justo para empezar a escribir. Una vez que se ha cristalizado el poema llega la hora de la
responsabilidad de la inteligencia y del juicio crítico del poeta. Algún accidente (pero no un
error ortográfico, claro, eso está fuera de toda duda), por ejemplo alguna irregularidad
sintáctica, podría ser funcional al poema y quedar integrado como una parte funcional del
mismo.
            El poeta debe analizar la primera versión escrita del poema y considerar con su
experiencia y juicio crítico y conocimientos qué es lo que el poema necesita. Puede que el
poema funcione y esté completo así como está. El poeta debe desarrollar antenas que le
indiquen qué pasa con ese poema. Debe poder sentir qué es lo que tiene entre manos.

P: ¿Y cómo se sabe, habiendo escrito el primer borrador, que el poema está bien y que va a
funcionar?
Levertov: Es común que cuando el poeta ha terminado el primer borrador se sienta eufórico, y
esté erróneamente convencido de que el poema ya está bien así como está. Lo que hay que
hacer es esperar y leerlo al día siguiente, o a la semana siguiente, mejor. Algunos poetas
trabajan lentamente y otros más deprisa. Yo trabajo más bien rápidamente. Después, creo que
cada uno debe confiar en su experiencia. Una se pasa toda la vida escribiendo poesía (yo
empecé a escribir poesía cuando era una niña, y son muchos los poetas que empiezan de niños
o siendo muy jóvenes), y cuenta con todos esos años pensando en la poesía, leyendo y
escribiendo poesía, para ayudarse. No es que se está en medio de la nada. Es cuestión de saber
juzgar. ¿Cómo sabe un pintor que el cuadro está terminado? Es una síntesis de intuición e
inteligencia. No se puede dejar nunca la inteligencia afuera, pero no se puede empezar por la
inteligencia; si se empieza por la inteligencia no se llega a nada: se obtiene un bebé que nació
muerto.

P: ¿O sea que cuando empieza a ocurrírsele un poema, usted no lo empieza a escribir


inmediatamente?
Levertov: Depende de qué sea eso que empieza a ocurrírseme. Si sólo tengo una vaga
sensación de que de algún modo estoy cerca de un poema, entonces no, no me siento todavía
a escribir, sino que espero. Si todo un verso o una frase se me vienen a la cabeza, entonces sí
los anoto, pero no me obligo a escribir nada más, salvo que el verso o la frase me sugieran
inmediatamente otro verso u otra frase. Si lo que tengo es una idea, no hago nada hasta que
esa idea empiece a cristalizarse en frases, en palabras y ritmos, porque si me apuro o trato de
producir voluntariamente el poema antes de que la intuición esté preparada para jugar el rol
que debe jugar, eso será un muy mal comienzo, y tal vez termine arruinando completamente
el proyecto de poema. O sea que tengo una idea sobre cuándo debo comenzar a escribir un
poema, pero es difícil de describir, y además varía de poema a poema. Lo que sí siento siempre
es una especie de sensación preliminar, un aura que no sé bien qué es -¿tal vez sea una
advertencia?- y que me indica que existe la posibilidad de que termine escribiendo un poema.
Se puede oler el poema antes de verlo, como si el poema fuera un animal.

P: ¿Cuánto le lleva escribir un poema?


Levertov: Eso varía mucho de poema a poema. Los poemas que surgen claros desde el primer
verso suelen ser poemas breves, y a veces algunos de esos poemas quedan listos en la primera
sentada. Creo que cuando un poema surge casi completo es porque ha habido ya mucho
trabajo preliminar a nivel pre-consciente. De todos modos, a veces los poemas breves también
llevan mucho tiempo. También se puede estar especialmente compenetrado en la escritura y
escribir un poema largo en el tiempo que lleva escribir un poema breve, pero creo que no hay
reglas demasiado claras en esto. Y creo que también varía mucho de un escritor a otro.
Algunos poetas son más prolíficos, escriben mucho, y descartan mucho también. Otros son
compulsivos perfeccionistas que trabajan años y años en un solo poema: suelen quedar
poemas muy finamente trabajados.

P: ¿Sobre qué escribe usted?


Levertov: Creo en escribir sobre lo que se encuentra bajo la palma de la mano, en cierto
sentido. Creo que no se deben buscar los temas en poesía. No creo en lo artificial, y no me
gusta la poesía que suena artificial. Dijo Keats: “la poesía debería brotar naturalmente, como
las hojas del árbol, o no brotar en absoluto”, y no creo que se refiriera a que la poesía sea una
cuestión de “cantar las notas naturales libremente” como en el verso de Milton sobre
Shakespeare. Creo que se refiere más bien a que la poesía debe brotar de una necesidad, debe
brotar del tener verdaderamente algo que decir sobre algo que se ha sentido o
experimentado. No necesariamente en el mundo visible, el mundo externo, porque bien
puede tratarse de una experiencia interna, peo debe ser algo real, algo verdadero.

P: ¿Escribir poesía le resulta una tarea dolorosa?


Levertov: Lidiar con el dolor no es una de las actividades principales en la escritura de poesía,
para mí. Más bien, diría que escribir me resulta muy placentero. Creo que todo el mito sobre el
sufrimiento del poeta es vanidad –vanidad en un sentido bíblico. Los sufrimientos de los
poetas no son más grandes que los de cualquier otra persona. Quizá sea cierto que algunos
poetas tengan una sensibilidad y una atención más desarrolladas que el común de las
personas, y ello pueda llevarlos a experimentar un sufrimiento superior al de la media. Pero
seguramente hay mucha otra gente que es igual de sensible, pero que no tienen nada creativo
que hacer con su sensibilidad. En cierto sentido, dado que no han encontrado una forma de
transformar esa sensibilidad en acción artística, probablemente sufran más que alguien que
encuentra en su sensibilidad una oportunidad para crear.

P: Su nombre suele asociarse a poetas como William Carlos Williams, Ezra Pound, Hilda
Doolitle… ¿qué poetas fueron especialmente significativos para usted e influyeron más en su
manera de escribir?
Levertov: Empecé a leer poesía siendo todavía una niña: leía a Keats, a Tennyson, a
Wordsworth. También leía muchísima poesía isabelina. Y también leía a poetas más jóvenes,
los que representaban una suerte de vanguardia en la Inglaterra de mi niñez: Auden y Spender
y Eliot. Durante mi adolescencia y mis primeros años de juventud, nadie en Inglaterra estaba
demasiado enterado de lo que hacían los poetas norteamericanos. Yo no conocía a muchos
escritores, y los que conocía no leían a Pound. Yo misma no lo leí hasta el año anterior de irme
a vivir a los Estados Unidos. Tampoco conocía a Williams en ese entonces. De Hilda Doolitle
conocía algunas cosas que había hecho con los imagistas, pero no sus últimos trabajos de ese
entonces. A Stevens empecé a leerlo en París el año antes de irme a vivir a los Estados Unidos.
Leía también a los poetas ingleses un poco mayores que yo y que estaban en ese entonces
publicando en Inglaterra. Y también leía algo de poesía francesa, especialmente Baudelaire y
Rimbaud
            Williams significó mucho para mí, de él aprendí cómo se podía usar el inglés
norteamericano, y sobre todo me demostró, ejemplo tras ejemplo, cómo la experiencia más
trivial podía ser mostrada en el poema como lo que verdaderamente es, revestida de
maravilla. De Stevens, cuyos largo poemas filosóficos no me atraen tanto como sus poemas
breves, creo que he tomado, una vez y otra vez, un cierto sentido de la magia, esa magia
surrealista que aparece también en García Lorca- un recordatorio de cómo a cierto nivel de
conciencia del lenguaje se pueden hacer piruetas maravillosas. Stevens distorsiona mis
sentidos, como Rimbaud. Muchas veces he pensado que el poeta ideal sería una mezcla de
William Carlos Williams y Wallace Stevens.

P: ¿Cree usted que el poeta cumple algún tipo de función social?


Levertov: Bueno, no sé si yo lo diría de ese modo, pero creo que el poeta puede cumplir algún
tipo de función en la sociedad, porque creo que la buena poesía tiene la… ¿cuál sería la
palabra? Algo como lo que señala Wallace Stevens en Adagia sobre que la poesía debería
incrementar nuestra conciencia de estar vivos, algo así. Y creo que la buena poesía hace eso.
Un buen poema aumenta y afina nuestra experiencia, sea cual sea el tema del que trate.
Aumenta la sensibilidad del lector: no se es el mismo tras el encuentro con una obra de arte.
Es como un cambio químico, es una experiencia por la que uno ha atravesado, incluso si
después la olvida. Así que finalmente la poesía cumple una función social a ese nivel, y eso más
allá de que sea poesía que tome o no determinadas posturas políticas o históricas, o lo que
fuera… Influirá en las personas, en las actitudes de los lectores, si se trata de buena poesía.

Denise Levertov nació en 1923 en Ilford, Essex, Inglaterra. Fue una poeta precoz: a los cinco años,
declaró que sería escritora; su hermana mayor, Olga, copiaba sus poemas al papel cuando ella todavía
no sabía escribir y sólo podía dictárselos. A los doce le envió sus poemas a T. S. Eliot, quien le escribió en
respuesta una carta de aliento; a los diecisiete publicó su primer poema en una revista. Durante la
Segunda Guerra Mundial, trabajó como enfermera en Londres. En 1946 publicó su primer libro. En 1947
se casó con el escritor estadounidense Mitchell Goodman. Al año siguiente, Goodman y Levertov se
mudaron a Nueva York, donde tuvieron un hijo, Nikolai; el matrimonio duraría hasta 1974. A su llegada a
los Estados Unidos, Levertov se vinculó con los poetas Robert Creeley y Kenneth Rexroth, y publicó
poemas en la Black Mountain Review. En 1955 obtuvo la nacionalidad estadounidense. Vivió toda su
vida en los Estados Unidos, donde trabajó como docente en diversas universidades y desempeñó tareas
editoriales. A lo largo de su larga y prolífica carrera literaria, publicó más de veinte libros, principalmente
de poesía, aunque también ensayos. Recibió numerosos premios y distinciones, tanto por su obra
literaria como por su compromiso social y político. Murió en 1997.

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