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Defina la dimensión jurídica de la noción de persona según Hervada

Para la ciencia jurídica dicho concepto fue alternativamente caracterizado como “el
sujeto capaz de derechos y obligaciones” (en donde la nota de “capacidad” tiene una
inequívoca resonancia romana según se había anticipado); como el “sujeto titular de
derechos y deberes” (en el que la voz “sujeto” remite a la también romana expresión sui
iuris, aunque ya completamente remozada) o, en fin, como la muy sugestiva idea de “ser
ante el derecho”.
Dicha noción jurídica de persona no puede ser diversa de la filosófica. Por el contrario,
aquélla se halla comprendida por ésta, por lo que “persona en sentido jurídico es un
concepto que está contenido radicalmente en el de persona en sentido ontológico”. Se
está ante un ser capaz de contraer derechos y obligaciones, esto es, de ejercer por sí (o
por sus representantes) su libertad y de asumir las consecuencias de ello; o, más fuerte
aún, de que se trata de un sui iuris, es decir, de un sujeto portador de una substancia
racional que lo torna autónomo e incomunicable respecto de los demás seres; o, todavía
más pertinentemente, que es un ser ante el derecho, lo cual revela que ya es, y que tal
posesión de su ser y de las operaciones que le son anejas es recogido por el
ordenamiento jurídico en el haz de disposiciones que permiten su mejor desarrollo en la
vida social.
¿Cómo define Immanuel Kant al concepto de persona? ¿A qué se refiere al hablar de
“voluntad universalmente legisladora”?
Kant distingue con nitidez entre “los seres cuya existencia no descansa en nuestra
voluntad, sino en la naturaleza”, los cuales, “si son seres irracionales” tienen un “valor
relativo, como medio y por ello se llaman cosas”, de “los seres racionales”, a los que se
llama “personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es,
como algo que no puede ser usado meramente como medio (y es un objeto de respeto)”.
El hombre, en efecto, añade, “no es una cosa; no es, pues, algo que pueda usarse como
simple medio”, sino que “debe ser considerado en todas las acciones como fin en sí”.
Ahora bien: para Kant, los fines de que se trata no son “meros fines subjetivos, cuya
existencia, como efecto de nuestra acción, tiene un valor para nosotros, sino que son
fines objetivos, esto es, cosas cuya existencia es en sí misma un fin, y un fin tal, que en
su lugar no puede ponerse ningún otro fin para el cual debieran ellas servir de medios,
porque sin esto no hubiera posibilidad de hallar en parte alguna nada con valor
absoluto”, ya que “si todo valor fuere condicionado no podría encontrarse para la razón
ningún principio práctico supremo”. Como es obvio, esto último resulta incompatible
con un planteamiento fundado en el reino de la moralidad y, por tanto, en el de la
racionalidad, ya que justamente el fundamento de ese “principio práctico supremo” es
“la naturaleza racional”, la cual “existe como fin en sí misma”, emanando de tal
naturaleza “la idea de la voluntad de todo ser racional como una voluntad
universalmente legisladora”.
Dentro de las pautas de interpretación de la razón práctica, analice la directriz de la
aequitas judeo cristiana.
Con el advenimiento en Roma de la tradición judeo-cristiana se asiste a una exaltación
de la humanitas, de la pietas o de la benignitas, virtudes éstas que no tardarán en
interferir en la depurada conceptualización del derecho elaborado por la
jurisprudencia romana.
En este contexto, la equidad muta de contenido, pues emerge como la corrección, ya
no de la ley sino del ius. Ahora bien: dicha corrección se realiza en función de ciertas
reglas provenientes de la moral judeo-cristiana, las que no sólo justifican el abandono
de las formalidades propias del ius clásico, sino que, con el paso del tiempo, concluyen
por impregnar la concepción del ius o aequitas de la época.
La equidad radica en “una relación de justicia cuyo deber atempera y cuyo derecho
acomoda, en consideración a lo postulado por las circunstancias del caso, a causa del
bien común o de las leyes generales que regulan las relaciones humanas”. En esta
perspectiva, expresa que “la atemperación de lo debido puede tener diversas causas.
Unas veces procede de la benignidad o de la misericordia, como ocurre cuando las
penas que en justicia son debidas se alivian o se perdonan; otras veces su causa es la
solidaridad humana; otras procede de la moderación necesaria para que el rigor de la
justicia no dañe otros valores no menos importantes”.
Explique los factores “Cantidad” y “cualidad” cuando se alude a la medida natural
Para Hervada, “cantidad y cualidad son criterios de ajustamiento de las cosas”. Así, la
primera “ajusta cosas por igualdad numérica”, en tanto que la segunda “iguala las
cosas”. Lo ilustraremos con un caso en el que se debatió el ajuste de las cuotas
alimentarias debidas entre cónyuges divorciados.
Así, en cuanto concierne al primer elemento –cantidad-, el Tribunal expuso lo siguiente:
“probado el deterioro de la moneda, no queda otra alternativa que la adecuación de la
cuota”, toda vez que “dicho reajuste no implica un crecimiento real de la pensión sino el
mantenimiento del contenido intrínseco de la obligación, reajustando sólo su expresión
nominal”. Como parece obvio, la “medida” de la cuota y, por tanto, el “ajustamiento” al
que se arriba, no es consecuencia de una “convención” de derecho positivo ni, tampoco,
de un análisis abstracto de la naturaleza humana, sino, primariamente, de un conjunto de
factores o elementos que proceden de la “naturaleza de las cosas”. Dicho de otro modo:
la alteración no debe ser arbitraria sino, para seguir la conocida terminología
constitucional, “equitativa” o “proporcional”.
La consideración con la concluí el párrafo anterior sirve para introducir el segundo
elemento –cualidad-. En relación con este factor, “a efectos de estimar las necesidades
de los menores, debe tenerse en cuenta el nivel socio-económico y cultural del que éstos
gozaban hasta el momento en que se desencadenó el conflicto paterno. Para ello, para la
fijación del ‘quantum’ se tendrá en cuenta la condición económica y social de las partes,
a través de sus actividades y sistemas de vida”. Se trata, pues, de “igualar las cosas”, en
el caso, la prestación alimentaria en función de la cualidad de vida de que gozaban los
menores antes de la separación conyugal. Una vez más: no existe un baremo
convencional sino que tal baremo surge, primariamente, de un dato objetivo de la
realidad que condiciona o predetermina el acuerdo al que lleguen los padres o, en su
defecto, el juez: el modo o “cualidad” cómo los menores vivían cuando los padres no
estaban separados. Es este dato, pues, el que debe detectarse o ponderarse (“ajustarse” o
“igualarse”) a fin de preservar el status quo de que gozaban los menores con entera
prescindencia de las de las contingencias conyugales de sus padres.

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