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SER MAESTRO ES SER YO MISMO.

“...el hombre que es constantemente consciente,


el hombre que está totalmente presente en cada
momento, ese es el maestro...”. A. de Mello.

Con el paso del tiempo, las modificaciones que se han venido sucediendo en el ámbito de
la educación también han tenido una repercusión importante en lo que se refiere tanto al
papel del maestro-educador como del alumno-educando. Las diversas propuestas
educativas responden al momento histórico en las que éstas se desarrollan, por lo que la
docencia, la praxis educativa, la didáctica y los programas van requiriendo de nuevas
actitudes, conocimientos, acciones y valores por parte de los maestros, alumnos e
instituciones. No es posible negar que todo ser humano constantemente opta –consciente
o inconscientemente- por continuar sometido a fuerzas externas que son las que han
llevado al hombre a la despersonalización o, a aceptar que el cambio necesariamente
implica la disposición a la apertura y la congruencia, así como la determinación por
alcanzar la autorrealización y la trascendencia. Desde esta óptica, el proceso evolutivo de
la conciencia constituye el núcleo de toda transformación por ser ésta el lugar de
residencia de las potencialidades, los dinamismos humanos fundamentales, la voluntad
de sentido y la intencionalidad. Erich Fromm sostiene que “solo podrá crearse una nueva
sociedad si ocurre un cambio profundo en el corazón del hombre”. De aquí se desprende
que la crisis que en todos los ámbitos del ser y del quehacer humano enfrenta el ser
humano en la actualidad radica en la falta de desarrollo de las conciencias individuales y,
por ende, de la conciencia social. Hay que recordar que desde la óptica holística, los
niveles evolutivos de la conciencia en sus fases menos evolucionadas se caracterizan por
su egocentrismo, su necesidad de poder, de posesión, de dominio, de control, de
reconocimiento y de autosatisfacción, así como por sus relaciones de carácter objetal. E.
Morín sostiene que el egocentrismo es el responsable del autoengaño, la auto
justificación, la auto glorificación y la tendencia a proyectar hacia otros la causa de todos
los males. Si nos detenemos un momento a analizar la crisis en sus diversas
manifestaciones: política, económica, social, familiar, educativa, ecológica, valoral y
personal, entre otras, podremos observar que todas parten del egocentrismo. El ego es el
responsable de los apegos, las dependencias, los imperialismos, los fanatismos, el
dogmatismo, el consumismo y el narcisismo, así como la gran barrera para la apertura, la
flexibilidad, la integración, las capacidades de cooperación, de síntesis, de discernimiento
y de convergencia. Limita el autodescubrimiento, el sentimiento de unidad, el juicio crítico,
la generosidad y la compasión y constituye un obstáculo para el desarrollo de una
conciencia de unidad. Otra manifestación egocéntrica que hay que tomar en cuenta es el
etnocentrismo y el socio centrismo que constituyen el alimento de la xenofobia, el racismo
y el fanatismo a través de los cuales se llega al extremo de retirarle la calidad de humano
a todo aquel “extranjero” por ser o pensar diferente.
Desde la perspectiva holística, el maestro-educador ocupa un puesto activo centrado en
una relación interpersonal creadora de vínculos sociales. La interacción maestro-alumno
se ve influenciado no sólo por el entorno social e institucional sino también por las
actitudes, intereses, necesidades, características y complejidades personales de quienes
establecen esta relación.

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