La estructura de las relaciones familiares no es solamente de tipo
biológico, sino que se constituyen por una compleja red social y afectiva importante. Actualmente se puede evidenciar que la familia convencional ha experimentado un importante número de modificaciones y de cambios con nuevas formas de parentalidad. El aspecto más importante de esto es que la familia condiciona cómo somos en muchos aspectos. La familia nos enseña y trasmiten valores, costumbres, nuestra lengua materna y forma de relacionarnos con los demás, aspectos que conforman nuestra identidad y personalidad. Sin embargo, para bien o para mal la familia también condiciona nuestra estabilidad emocional, ofreciéndonos un entorno estable y saludable en el que nos podemos desarrollar de forma adecuada o, por el contrario, un entorno marcado por la inseguridad e incerteza, que nos desestabiliza y que puede convertirse en un factor de riesgo para la salud mental y eventualmente gatillar una psicopatología. En todas las familias se dan eventos que ponen a prueba nuestra salud mental y la condicionan. Los hay más leves, como puede ser una discusión momentánea entre nuestros padres, o algo más serio, como puede ser un divorcio, la pérdida de un padre a temprana edad o evidenciar y vivir algún abuso. Vivir estas situaciones cuando se es pequeño influye en nuestra estabilidad emocional, pudiéndose vivir de forma especialmente intensa y, en caso de no acabar bien, desembocar en problemas psicológicos. El medio ideal para que una persona crezca siempre es una familia sana y funcional, al margen de cuál sea su estructura y si hay lazos de sangre o no entre sus miembros, esto no condiciona la salud del individuo, sino el estilo parental que ejerzan los padres o cuidadores para con sus hijos. Las infancias disfuncionales ejercen como un importante origen en los trastornos mentales, y las adulteces disfuncionales contribuyen a mantener la psicopatología. Si de pequeños nos dieron protección, cuidado y afecto de forma adecuada, también aprendimos que son aquello que le debemos brindar a nuestros hijos, en cambio, si estas necesidades no nos fueron satisfechas, es más difícil que se las ofrezcamos a nuestros hijos. La clave está en saber dar amor a la vez que se es responsable en el cuidado de los niños, aplicando un sistema democrático de crianza, y cumpliendo las tres principales funciones: protección, cuidado y afecto. Es una tarea complicada, que requiere de una profunda reflexión, paciencia y autoconocimiento.
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