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Es por eso que los padres en general, pero sobre todo los padres de
adolescentes en particular deben estar muy conscientes del papel tan importante
que tienen en la vida de sus hijos, ya que las consecuencias son determinantes;
su carácter dependerá del tipo de ambiente que existe en la familia en que se
desenvuelven.
Todo esto nos lleva de nuevo al núcleo familiar: ¿qué es lo que está
pasando en el medio en el que se desenvuelven?, ¿qué es lo que los hace actuar
de tal forma? Si la actitud del psicólogo o de los padres es criticar o juzgar su
comportamiento, no se va a lograr nada. El sentirse juzgados desata actitudes de
rebeldía y agresión en cualquier persona, y quizá mucho más entre los jóvenes.
En muchos casos, las familias no solo impiden que los miembros cumplan
con sus deberes de protección y ejerzan un control formativo y una sólida
construcción del carácter para que puedan afrontar con éxito los desafíos de la
vida, crean una situación se producen malformaciones conductuales.
Se debe terminar con el círculo vicioso en el que los padres que fueron
maltratados, maltratan a sus hijos; se tiene que evitar que los padres que vivieron
experiencias desagradables, de hostilidad, rechazo, falta de comunicación,
inestabilidad, etc., repitan patrones de conducta con sus hijos. Es importante
revalorizar el papel de la familia, sus funciones, sus características y, sobre todo,
la influencia tan determinante que ella tiene para que los jóvenes presenten
problemas de conducta y, más específicamente, conducta antisocial.
Es vital que se cree conciencia del daño que llegan a presentar los niños,
los adolescentes e incluso los adultos que crecieron en ambientes familiares
negativos, llenos de hostilidad, agresión, maltrato, pues todo ello aumenta las
posibilidades de que las personas realicen actos delictivos.