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El apoyo psicológico al paciente con cáncer

20 ejemplos de apoyo psicológico al paciente con cáncer:

1. Gestión de los tiempos de espera entre pruebas.

2. Aceptación y manejo del diagnóstico.

3. Pronósticos desalentadores.

4. Imprevistos médicos: infecciones, cirugías, bajada de defensas.

5. Efectos secundarios de los tratamientos: náuseas, vómitos, dolores musculares, etc.

6. Gestión del dolor.

7. Cómo transmitir malas noticias.

8. Cambios en la imagen.

9. Rupturas de pareja.

10. Pérdidas de empleo.

11. Testamento vital: documento de voluntades anticipadas.

12. Manejo de la incertidumbre.

13. Sintomatología depresiva.

14. Sintomatología de ansiedad.

15. Problemas relacionados con la sexualidad.

16. Recaídas.

17. Sobrecarga del paciente o del cuidador.

18. Tomas de decisiones personales o médicas.

19. Defensa de los derechos con familiares o con el personal sanitario.

20. Entrenamiento en habilidades de comunicación a familiares.

Se trabaja desde la aceptación y búsqueda de alternativas. Centrándonos en el apoyo


emocional, manejo y disminución de emociones como la tristeza, el miedo, la incertidumbre, la
rabia…. Enseñamos habilidades de comunicación y técnicas específicas para regular la ansiedad y
sus diferentes expresiones: pánico, angustia, etc.
Las emociones que experimentan los pacientes oncológicos dependen no solo del diagnóstico,
sino también de los tratamientos; sus efectos secundarios repercuten en la calidad de vida del
paciente y en la de su familia. Por ello es fundamental fomentar un estilo de afrontamiento
basado en el autocuidado.
Las psicooncólogas y psicooncólogos tenemos un papel muy importante como apoyo al paciente,
facilitando información, acompañando, asesorando, escuchando y sugiriendo, en definitiva,
cuidando a la persona para fomentar en ella su autocuidado.

A lo largo de un proceso oncológico el paciente se enfrenta a diferentes situaciones estresantes y a


emociones desagradables.

Uno de los primeros conceptos que explico a mis pacientes, y que no deja de sorprenderles, es que
estas emociones, a pesar del elevado malestar que producen, tienen su duración, son necesarias y
cumplen una función.
Una de las funciones más importantes de la emoción es preparar al organismo para ejecutar
eficazmente una determinada conducta; por eso las emociones se definen como adaptativas, uno
de sus objetivos primarios es contribuir a la supervivencia del individuo, facilitando la conducta
apropiada ante determinadas situaciones.

Cuando recibimos la noticia de un diagnóstico de cáncer, es natural –dada la magnitud del evento
y que estamos “diseñados” para ello–, que se generen intensas emociones, junto a pensamientos
que interactúan con esas emociones. Estas son algunas de las emociones más
significativas que experimentan los pacientes y pensamientos asociados a ellas:

 Miedo: ¿Y si me muero?.

 Angustia: No voy a poder.

 Preocupación: ¿Cómo me afectarán los tratamientos?.

 Enfado: No me ha servido de nada cuidarme todo este tiempo.

 Tristeza: Mi vida nunca será la misma.

 Culpa: Me tenía que haber dado cuenta antes.

 Vergüenza: No quiero que me vean así, con este deterioro.

 Injusticia: Soy una buena persona, no me lo merezco.

 Impotencia: No puedo hacer nada ante esta situación, no hay nada que dependa de mí.

 Incertidumbre: ¿Y si vuelve el cáncer? ¿Y si no me curo?.

 Desesperanza: ¿Para qué luchar si no hay solución?.

Todas estas emociones, aunque desagradables, son naturales, necesarias y útiles para nuestra
supervivencia.

Igual que el miedo nos ayuda a parar antes de cruzar una calle y así protegernos de un posible
atropello; en un proceso oncológico las emociones negativas ayudan al paciente a movilizarse,
modificando su afrontamiento ante la adversidad.

La preocupación contribuye a que el paciente acuda al médico, el miedo hace que deje de fumar,
el enfado le ayuda a defender sus derechos como paciente… Y hay muchos otros ejemplos en los
que la emoción ayuda de un modo positivo.
En el cáncer, las emociones, aunque desagradables son adaptativas, la clave es identificarlas,
conocerlas y regularlas para que actúen a nuestro favor.

A lo largo de la enfermedad el paciente puede pasar por varias fases, experimentando en cada una
de ellas diferentes emociones. Todas estas fases requieren un tiempo y un proceso, distinto para
cada paciente; no todos experimentan todas las fases, ni tampoco con la misma intensidad.

4 Fases en el proceso emocional del paciente oncológico

Intervenir en perfecta sintonía con cada una de las fases es básico para que sea eficaz el apoyo
psicológico al paciente con cáncer.

1. El shock protege al individuo en una fase inicial de diagnóstico pues funciona como un
mecanismo de defensa ante la amenaza de un dolor psíquico sobre una pérdida –la pérdida de la
salud–.

2. También algunos pacientes pasan por un periodo de incredulidad ante su cáncer, no aceptando su
condición e incluso negando lo que les está pasando, esta es la fase de negación.

3. El enfado constituye otra fase donde el paciente empieza aceptando su diagnóstico, aunque
todavía está experimentando una especie de revolución interna donde predominan sentimientos
de injusticia y de duelo sobre pérdidas o posibles futuras pérdidas en su vida (por ejemplo:
pérdida de movilidad, pérdida del trabajo, y sobre todo pérdida de la normalidad cotidiana).
Cuando el paciente empieza a interiorizar lo que está pasando, y dependiendo de varios factores
de riesgo y de protección, puede experimentar un estado emocional marcado por una tristeza muy
acentuada, que si se mantiene en el tiempo puede derivar en depresión.

4. La última fase es la fase de aceptación de la enfermedad y de la búsqueda de soluciones ante la


situación. En ella el paciente empieza a experimentar alivio y aumenta la percepción de control.
Pero también nos podemos encontrar con la resignación, un afrontamiento opuesto a la
aceptación y búsqueda de soluciones, en la cual el paciente se resigna, tira la toalla y considera
que no hay nada que dependa de él o de ella para encontrarse mejor.

Estas mismas fases las pueden experimentar los familiares y el entorno más cercano del
paciente.
Las reacciones familiares más habituales son de protección hacia el enfermo, de rabia e
impotencia ante su enfermedad, experimentando muchas veces culpa, miedo y también un duelo
anticipado.

Estas emociones suceden porque “el cambio de salud de un miembro de la familia” es un evento
vital estresante, representado en la “Escala de Acontecimientos Vitales Estresantes de Holmes y
Rahe” (1976), en el 12º lugar, entre los 43 puestos.
En esta misma escala, la “enfermedad personal” ocupa el 6º puesto, lo que significa que el
diagnóstico de enfermedad, aun siendo un evento estrenaste para los familiares, es generalmente
más traumático para el propio paciente, como era de esperar.
Además, hay unas posibles consecuencias directas del diagnóstico y del tratamiento que se
contemplan también en la tabla de la que hablo, y son acontecimientos vitales estresantes como:
despido o cambio de responsabilidad en el trabajo, jubilación, dificultades o problemas sexuales,
cambio de la situación económica, cambio de las condiciones de vida. Todas estas consecuencias,
derivadas de la enfermedad oncológica, son los motivos que hacen más necesario el apoyo
psicológico al paciente con cáncer.
Si las emociones son necesarias… ¿Para que necesito apoyo psicológico?

El concepto esencial para responder a esta pregunta es: adaptación. Cuando las emociones son
adaptativas, es decir contribuyen al proceso de superación de la situación, estamos hablando de
un afrontamiento adecuado. Pero no siempre disponemos de las habilidades, la información o
estamos en el momento más idóneo.
El afrontamiento está muy ligado a nuestra forma de enfrentarnos a la adversidad, es la cualidad
que denominamos resiliencia. La resiliencia es algo intrínseco de cada ser humano y es la
capacidad para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. Así, una
persona resiliente es capaz de superar y aprender de las adversidades.
No obstante, la resiliencia es algo que no está presente del mismo modo en todas las personas. Es
una cualidad que va a determinar el modo en el que se adapten a la enfermedad.
A. Los pacientes resilientes van a conseguir optimizar sus recursos para mantener su salud: una
rápida respuesta ante el riesgo, búsqueda de información, relaciones interpersonales positivas,
optimismo y asunción de responsabilidades, etc.
B. Los pacientes menos resilientes van a necesitar más apoyo, lo que les permitirá aprender medios
de afrontamiento ante la enfermedad y sus efectos secundarios.
Mi labor de psicooncóloga es la ofrecer apoyo psicológico a los pacientes con cáncer que son
menos resilientes. Una tarea que se suma al imprescindible apoyo de la familia, amigos y el
entorno más próximo.
Todo este apoyo psicológico al paciente con cáncer constituye los factores de
protección, imprescindibles en la reducción o atenuación de conductas inadecuadas y en la
promoción de la calidad de vida del paciente.
¿Cómo identificar el momento en el que se aconseja la intervención de la Psicooncología?

Hasta el momento hemos profundizado sobre las emociones que experimentan los pacientes y su
entorno a lo largo del proceso oncológico. La mayoría de estas emociones son adaptativas, es
decir, son normales y habituales; ante una situación similar, todos sentiríamos emociones
parecidas.
Pero es necesario diferenciar cuando las emociones se convierten en un problema, cuando se
transforman en desadaptativas, limitando a la persona e impidiendo que lleve una
vida normal.
Cuando la experiencia emocional del paciente sea intensa, perdure en
el tiempo, condicione significativamente su día a día, y se verbalice ausencia de percepción
de control ante ellas, nos encontramos con una situación que aconseja la intervención de un
profesional de la Psicología, con el objetivo de proporcionar a la persona estrategias de gestión
emocional.
Esta afectación significativa en el día a día del paciente, es un comportamiento visible que se
manifiesta en las conductas y reacciones. Ellas nos pueden dar pistas para diferenciar si el
paciente está experimentando unas emociones normales o si por el contrario es el momento de
buscar apoyo psicológico.
Tabla comparativa de emociones adaptativas y desadaptativas
En la tabla siguiente hemos recogido algunas de las reacciones más habituales en los pacientes
con cáncer. Por un lado las adaptativas que podríamos considerar normales y en el opuesto,
las reacciones desadaptativas, que representan una forma inadecuada de gestión emocional.
Pensamientos y tristeza. Cuando el protagonista no es el
acontecimiento sino la propia emoción

“Pensar sobre el propio pensamiento”. Esta frase representa el concepto que en Psicología
llamamos metacognición. Y es un proceso cognitivo que sucede con frecuencia en relación a la
tristeza, más allá de sentirla, pensamos sobre la propia aflicción.

La tristeza es una emoción compleja y adaptativa, ante la vivencia de un acontecimiento que


supone una pérdida de algo importante o una adversidad que nos daña gravemente: la pérdida de
un ser querido, una ruptura de pareja, la frustración de un objetivo largamente esperado, una
enfermedad…

La tristeza favorece cambios fisiológicos, psicológicos y conductas que tienen la misión de


ayudarnos a asimilar lo ocurrido y facilitar la recuperación para dar continuidad a nuestras vidas.

Una de las respuestas frecuentes en estos períodos de aflicción, es la necesidad de disminuir la


actividad y las demandas externas, para poder reflexionar, buscar un significado a lo sucedido,
encontrar soluciones o formas de hacer frente a las consecuencias de la tragedia.

Sin embargo, en ocasiones, nuestras creencias sobre cómo hemos de gestionar la tristeza nos
llevan a utilizar estrategias que no van a ayudarnos. En ellas se pone de manifiesto esta
inadecuada relación entre pensamientos y tristeza:

 Centrarnos en exceso en las propias emociones.

 Cuestionar nuestras capacidades para hacer frente a la situación.

 Juzgar negativamente nuestros estados emocionales, etiquetándolos (por ejemplo, de “debilidad”,


“falta de entereza”, etc.)

Estas estrategias en el fondo representan un intento de controlar las emociones y las especiales
circunstancias que estamos viviendo. Pero sólo conseguimos que aumenten la confusión y la falta
de claridad sobre la propia vivencia emocional; dificultando la puesta en marcha de soluciones
efectivas, incluidas la aceptación y la recuperación emocional.

Este mecanismo de “darle vueltas” a la propia amargura, de mantener unidos pensamientos y


tristeza demasiado tiempo; no sólo sucede ante adversidades y acontecimientos concretos, en
ocasiones vivimos períodos de estado emocional bajo, sin que haya un motivo aparente, o esté
relacionado con algo en concreto, y el propio estado de ánimo, se convierte en el centro de
nuestras reflexiones y preocupaciones:

¿Por qué no me siento bien con nada? ¿Por qué me siento sin energías? ¿Por qué no consigo
concentrarme? ¿Por qué no disfruto tanto como antes?…

Sin duda, reflexionar sobre si hay algún motivo que justifique nuestro estado de ánimo, con el
objetivo de identificarlo y darle solución, es natural y puede ser beneficioso. Pero si se convierte
en una cadena de pensamientos pasivos (sin intención de buscar soluciones), recurrentes, cíclicos
y centrados exclusivamente sobre nuestro malestar, constituyen un proceso que se empeña en
hacer coincidir pensamientos y tristeza, y donde cavilar sobre la emoción, es más importante que
el objetivo de comprenderla y solucionar sus causas.

Este estilo de pensamiento es lo que denominamos rumiación. La rumiación es uno de los


procesos cognitivos que mayor interés teórico y empírico ha recibido en las últimas tres
décadas por su implicación en el desarrollo, mantenimiento y recurrencia en la depresión.

La rumiación constituye uno de los principales factores de vulnerabilidad cognitiva para el


desarrollo de trastornos depresivos (McLaughlin & Nolen-Hoeksema, 2011; Papageorgiou &
Wells, 2004; Seasone & Seasone, 2012; Watkins, 2009) y otros desórdenes emocionales
relacionados con trastornos de ansiedad, de la conducta alimentaria, abuso de sustancias (Aldao,
Nolen-Hoeksema & Schweizer, 2010; Johnson, Rhee, et al., 2016) y control de la ira y agresividad
(Denson, 2013; Sotelo & Babcok, 2013; Vázquez et al., 2013); lo que la coloca entre los
principales factores transdiagnósticos en psicopatología (Nolen-Hoeksema & Watkins, 2011).

3 pistas para saber cuándo el tándem pensamientos y tristeza es perjudicial

Te propongo algunas pistas que pueden permitirte identificar este estilo de pensamientos
repetitivos, cíclicos y centrados sobre la propia tristeza y la forma en la que la sentimos:

1. Las preguntas que nos hacemos se centran y analizan el modo en el que sentimos la tristeza. Si
miramos con atención, podemos ver en ellas “auto reproche” y una mirada hacia un pasado con el
que pretendemos explicar por qué nos sucede esto.

o ¿Por qué reacciono así? ¿Por qué no soy capaz de reponerme? ¿Por qué no me siento bien con
nada? ¿Por qué no puedo concentrarme? ¿Por qué ya no disfruto tanto como antes? ¿Por qué
tengo más problemas que los demás? ¿Por qué no puedo controlar mejor las cosas?
2. Los pensamientos de tristeza, incluyen afirmaciones en forma de pensamientos negativos sobre
las consecuencias de los síntomas actuales. Estos pensamientos alimentan las emociones
presentes, constituyendo un bucle cíclico y repetitivo que agrava el estado de ánimo. Una de las
consecuencias de este pensamiento es la sensación de falta de control sobre los acontecimientos,
lo que incrementa el malestar y la tristeza (Wells & Matthews, 1994).

o Si no consigo dejar de sentirme así… dejará de confiar en mí, me despedirán del trabajo, caeré en
una depresión… Pero… ¿por qué no consigo dejar de darle vueltas? ¿Por qué no puedo parar de
pensar? Si continúo así…

3. Nuestros pensamientos cuestionan nuestra propia valía, buscan significados profundos que se
centran en el fracaso o en no haber estado a la altura de las expectativas. Esto actúa sobre nuestra
autoestima y nos hace más vulnerables al dolor, dejándonos con menos recursos para afrontar la
situación.

o Soy débil, no soy capaz de superar los problemas como el resto de la gente. ¿Qué pensarán de mi,
todo el día llorando?. No me extraña que me pasen estas cosas.

Pensamientos y tristeza. Efectos negativos de un estilo ineficaz de


afrontamiento

Este estilo de pensamiento ante la tristeza, facilita la creación de círculos viciosos que
incrementan el estado de ánimo depresivo y dificultan un adecuado manejo emocional y un
afrontamiento efectivo (Lyubomirsky & Nolen-Hoeksema, 1995; Lyubornisky & Trach, 2004;
Lyubomirsky, Caldwell & Nolen-Hoeksema, 1998; Nolen-Hoeksema, 1987; 1991).

1. Los pensamientos rumiativos interfieren con la puesta en marcha de conductas orientadas a la


solución efectiva de problemas.

2. Incrementan los recuerdos negativos congruentes con el estado de ánimo deprimido.

3. Favorecen explicaciones pesimistas y fatalistas sobre el estado de ánimo y las causas y


consecuencias del mismo.

4. Produce un deterioro y desgaste del apoyo social, de una parte, porque los demás ven una
aparente pasividad para poner en marcha soluciones para superar la situación, y de otra, por la
recurrencia de las quejas.

5. Incrementa la fragilidad ante eventos estresantes y generadores de malestar.


La relación entre pensamientos y tristeza tiene efectos negativos cuando atendemos en exceso a
los síntomas, causas y consecuencias del estado emocional.

No estar concentrados en la acción, dificulta e interfiere la puesta en marcha de soluciones ante la


tristeza, aumentando las posibilidades de cometer errores y fallos, lo que conduce a una menor
percepción de control y auto eficacia. El resultado es una disminución de la autoestima y un
aumento de la desesperanza (Abramson et al., 1978).

Por otro lado, mantener en el tiempo la unión de pensamientos y tristeza, favorece sesgos en los
recuerdos, que hace que tendamos a rememorar eventos asociados con el estado de ánimo
deprimido (Bower, 1981) lo que potencia la aparición de pensamientos automáticos con
contenidos negativos (Beck et al., 1979, Nolen-Hoeksema et al., 2008 ). Nuevamente un bucle que
mantiene y agrava el estado de ánimo triste.

¿Por qué tenemos este estilo de pensamientos frente a la tristeza y a los bajos
estados de ánimo?

En general, las personas que responden con este esquema de pensamientos y tristeza, tienden a
prestar más atención a la información negativa. Este exceso de análisis de los sentimientos de
malestar tiene efectos perjudiciales para la adaptación, el ajuste psicológico y la recuperación del
equilibrio emocional. Entonces… ¿Por qué lo hacemos?

La pregunta clave es por qué algunas personas continúan dándole vueltas a su tristeza y a su
estado de ánimo, a pesar del incremento del malestar que ello supone.

La respuesta está en las creencias que se tienen sobre los beneficios de esta forma de pensamiento
ante la tristeza: creer que la rumiación ayuda a resolver problemas o a dar sentido a eventos
pasados (Watkins & Baracaia 2001).

El perfeccionismo y la necesidad de controlar los pensamientos pueden incrementar la rumiación;


en este sentido se relaciona con la ansiedad. Un ejemplo de este proceso es la preocupación
excesiva por la salud, que puede convertirse en ansiedad por la salud.

El estilo rumiativo, en la relación entre pensamientos y tristeza, sería un intento de entender y


recuperar el control, lo que provocaría un aumento de la preocupación sobre los resultados y
dificultaría la selección de respuestas. De esta manera, el pensamiento centrado en la tristeza
favorece el cuestionamiento sobre las causas y las consecuencias del malestar; aumenta la
hipervigilancia sobre el entorno y el estado de ánimo negativo, que al mantenerse en el tiempo
aumenta la desesperanza hacia el futuro y las propias posibilidades personales de control,
generando sesgos atencionales, focalización en las propias sensaciones, pensamientos y
sentimientos (Nolen-Hoeksema, 2000; McLaughlin et al., 2011).

¿Qué puedo hacer frente a estos pensamientos reiterativos sobre mi tristeza? Las
5 técnicas esenciales

1. Identifica tus creencias negativas sobre la tristeza y el temor a las experiencias emocionales
displacenteras. Si bien emociones como la tristeza o la ansiedad no son agradables y están
vinculadas con eventos no deseados, son parte del proceso adaptativo que nos permiten dar
respuesta a esas demandas actuales, facilitando reorganizarnos y afrontar de manera beneficiosa
la situación.

2. Piensa de manera realista. Identificar las causas del malestar nos permite valorar qué es lo
que podemos hacer y nos orienta sobre cuál es la estrategia más eficaz.

o Aquí tienes un tutorial práctico para aprender a mejorar la relación entre pensamientos y tristeza.
3. Identifica los mecanismos e interacciones que favorecen el incremento del malestar
y tristeza. Reconoce que probablemente tu estado de ánimo está siendo influido por
pensamientos negativos automáticos e interpretaciones pesimistas y que sólo recuerdas
situaciones donde te has sentido igual. Puedes cuestionar la veracidad de esos pensamientos. Por
ejemplo: Sé que ahora me siento mal, ya que se han activado mis pensamientos negativos y
recuerdo solo lo que ha ido mal, sin embargo, soy consciente que hay muchas cosas positivas y
aspectos que han ido muy bien, solo que ahora están menos accesibles. Y a continuación, enfócate
en estimular pensamientos más realistas, recuerdos agradables, situaciones en las que has
superado las dificultades, etc.

4. Identifica y cuestiona las creencias sobre los beneficios de “darle vueltas” a tu


tristeza: ¿Para qué creo que es beneficioso pensar tanto sobre mi estado de ánimo? ¿Si no le
diera tantas vueltas a las cosas que temo que ocurriría?

5. El entrenamiento en atención plena o mindfulness con la supervisión de profesionales


cualificados. El entrenamiento atencional es una herramienta muy efectiva para hacer un
paréntesis en los procesos rumiativos. Favorece un cambio de perspectiva en la valoración de la
experiencia emocional y te permite mayor flexibilidad a la hora de gestionar tus emociones ante
los desafíos y situaciones adversas, ampliando tus recursos y habilidades emocionales.

Empezábamos este artículo con una idea que desearía que permaneciera en ti y te invitara a
reflexionar:
La forma en la que usamos el pensamiento ante emociones como la tristeza, determina cómo será
esa experiencia emocional, y lo más importante cómo serán las experiencias futuras.
Lo fundamental es saber que, a pesar de nuestras tendencias o sesgos, si seguimos aprendiendo,
adquiriendo conocimiento sobre cómo funciona nuestra mente, determinaremos en gran
medida nuestras vivencias emocionales y sobre todo, mejoramos nuestra capacidad para afrontar
la adversidad.

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