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Job es el nombre del protagonista del libro bíblico

homónimo, colocado por la tradición judía y cristiana


entre los textos poéticos y sapienciales.

caracterizan a Job como un hombre íntegro y temeroso


de Dios que dispone de enormes riquezas , van unidos a
un desarrollo inesperado de los acontecimientos.

En efecto, por iniciativa de Satanás y con el


consentimiento de Dios, Job es probado duramente con la
pérdida de sus riquezas, la destrucción de su familia y la
amenaza de su propia vida. Sin embargo, se mantiene
íntegro ante Dios, sin pecar. Por eso mismo, no sólo se le
devolvieron sus bienes, sino que prosperó más todavía.

El prólogo (cc. 1-2) y el epílogo (42, 7- 17), que


contienen los elementos antiguos del relato, describen
con sobriedad los acontecimientos externos de la vida de
Job: las adversidades que caen sobre él y la prosperidad
multiplicada después de la superación de la prueba.

El cuerpo del libro está constituido por tres series de


discursos (3-27) entre Job y sus amigos Elifaz, Bildad y
Sofar. Estos urgen a Job para que reconozca su culpa
delante de Dios, dado que ningún mortal es justo. Sigue
un himno espléndido sobre la sabiduría inaccesible de
Dios (c. 28). Finalmente, después de una acongojada
apelación de Job a Dios (cc. 29-31) y de la larga
intervención de un nuevo personaje, Elihú (cc. 32-37),
tiene lugar la teofanía (38,1-40,2.6-41,26), que
determina un giro decisivo en el relato: Job (42,16)
accede entonces a una nueva dimensión de fe, personal,
abierta, capaz de reconocer a Yahveh y de adherirse a él,
vencido por su presencia.
El Libro de Job consiste en (1) un prólogo
en prosa (i – ii), (2) la parte principal,
poética (iii – xlii, 6), y (3) un epílogo
también en prosa (xlii, 7 – 17). 
(1) El prólogo narra como, con el permiso
de Dios, un santo hombre Job es probado
por Satanás con severas aflicciones, para
probar su virtud.
(2) La división principal del libro, poética,
presenta en una sucesión de discursos el
curso de las tentaciones. Los tres amigos
están absolutamente convencidos que el
problema es siempre el resultado de las
malas acciones. Ellos consideran a Job, por
lo tanto, como un gran pecador y
estigmatizan sus aseveraciones de
inocencia como hipocresía. Job se siente
herido por la sospecha de sus amigos. El
protesta que no es seguidor del diablo, que
Dios no lo castiga por su deserción. En el
curso de su discurso falla en reverenciar a
Dios, Quien para él aparece no como
injusto, sino más bien como un severo,
duro y en cierto modo desconsiderado
gobernante y no como un Padre gentil.
Teniendo en cuenta que el lenguaje es
poético, es cierto que sus expresiones no
pueden llevarse muy lejos, pero la filosa
reprobación de Eliú y de Yahveh no dejan
dudas de su pecado. En respuesta a sus
amigos Job enfatiza que Dios está
acostumbrado a premiar la virtud y
castigar la debilidad (xxvii, 7 – 23; xxxi).
Aún amenaza a sus amigos con el juicio de
Dios a causa de sus poco amistosas
sospechas (vi, 14; xiii, 7-12; xvii, 4; xix,
29). El prueba correctamente, aunque
violentamente, que en este mundo la regla
tiene muchas excepciones. Casi
universalmente, él dice, el malvado triunfa
y el inocente sufre (ix, 22 – 24, xxi, xxiv).
Aún por todo esto Job, como sus amigos,
ven a todos los sufrimientos como castigo
por los pecados personales, aunque él no
los considera, a diferencia de sus amigos,
como castigo de pecados mortales. Job ve
al sufrimiento de los rectos como casi una
injusta severidad de Dios, que Él inflige por
el más leve error, y del cual los hombres
más virtuosos no pueden escapar (vii, 21;
ix 30-21; X, 6, 13-14). Las expresiones de
depresión e irreverencia expresadas por
Job son, además, sólo pecados veniales,
que los seres humanos, nunca pueden
evitar completamente. El mismo Job dice
que sus palabras no deben tomarse
literalmente, ya que son casi la involuntaria
expresión de su dolor (vi, 2 – 10, 26 – 27).
Muchas de sus expresiones tienen el
carácter de tentaciones de pensamiento
que fuerzan en salir casi en contra de su
voluntad, más que voluntarias
irreverencias hacia Dios, aunque el error de
Job sea mayor que el que él quiera
reconocer. Por lo tanto, Job supera todas
las pruebas triunfalmente, aun aquellas
causadas por sus amigos. No importa cuán
terrible la persecución de Dios pueda ser,
Job se sostiene más firmemente de Él (vi,
8 – 10) y se manifiesta más próximo a Él
(xvii, 9). En medio de sus sufrimientos él
clama al poder (xxvi, 5 – 14) y la sabiduría
de Dios (xxviii). Satanás, quien se
vanagloriaba que podía llevar a Job al
pecado contra Dios (I, 11; ii, 5), es
desacreditado. El epílogo testifica
expresamente la fe de Job (xlii, 7 – 9).
Luego de mucho discurrir (iii – xxii) Job
finalmente triunfa en silenciar a sus tres
amigos, aunque él no es capaz de
convencerlos de su inocencia. En una serie
de monólogos (xxiii – xxxi), interrumpido
sólo por un corto discurso de Baldad (xxv)
él renueva sus lamentaciones (xxiii – xxiv),
exalta la grandeza de Dios (xxvi – xxviii), y
cierra con un esforzado llamado al Altísimo
a que, examine su caso y reconozca su
inocencia (xxix – xxxi). En este punto, Eliú,
un joven que formaba parte de los
acompañantes que escuchan, es imbuido
de Dios con el espíritu de profecía (xxxii,
18 – 22; xxxvi, 2 – 4). En un largo
discurso él soluciona el problema del
sufrimiento, que Job y sus amigos han
fallado en explicar. El dice que el
sufrimiento, ya sea leve o severo, no es
siempre resultado del pecado; es un medio
por el cual Dios prueba y promueve la
virtud (xxxvi, 1 – 21), y es por lo tanto una
prueba del amor de Dios hacia sus amigos.
Los sufrimientos de Job son también este
tipo de pruebas (xxxvi, 16 – 21). Al mismo
tiempo Eliú enfatiza el hecho que lo que
Dios dispensa permanece inexplicable y
misterioso (xxxvi, 22; xxxvii, 24). Yahveh
habla el final (xxxviii – xlii, 6). Confirma lo
dicho por Eliú, llevando los pensamientos
últimos de Eliú de la inexplicabilidad de los
Decretos y trabajos Divinos mediante una
referencia a la maravilla de la naturaleza
animada e inanimada. Job es severamente
reprendido por su irreverencia; él confiesa
rápidamente su culpabilidad y promete
enmendarse en el futuro.

(3) En el epílogo Yahveh toma en cuenta


enfáticamente la inocencia de su sirviente,
esto es libera a Job de haber cometido
faltas graves. Los tres amigos son
conminados a obtener la intercesión de
Job, de otro modo ellos serán severamente
castigados por sus críticas no caritativas
contra el pío sufriente. Yahveh perdona a
los tres ante los ruegos de Yahveh, a quien
le restituye el doble de sus anteriores
propiedades. En sus conferencias sobre
“Babel und Bibel” Delitzsch dice que el
Libro de Job expresa dudas, en un lenguaje
cercano a la blasfemia, incluso de la
existencia de una justicia de Dios. Estos
ataques provienen de una visión extrema
de expresiones de desaliento. Más aún, la
aseveración frecuentemente oída al final,
que el libro contiene muchas ideas
mitológicas prueba ser mera imaginación.
La intención del libro de Job es enseñar.
Remarca especialmente que la sabiduría de
Dios y su Providencia guían todos los
eventos del mundo. El tema principal de
investigación es el problema del diablo y su
relación con Providencia de Dios; se
considera especialmente el sufrimiento de
los justos referido a alcanzar los fines en el
gobierno del mundo. El libro de Job está
más bien escrito para edificarnos, pues Job
es para nosotros, un ejemplo de paciencia.
Es, finalmente, un libro de consuelo para
aquellos que sufren. Aprenden de él que el
sufrimiento no es unos signos de
aborrecimiento, sino frecuentemente una
prueba del amor Divino.

Análisis del Libro de Job


Tema Principal: El problema de la aflicción de Job. El libro es poético y
pictórico en sus descripciones.

El libro

El libro de Job (=Job) es el primero de los cinco llamados con absoluta


propiedad poéticos y sapienciales. La narrativa ocupa en él un espacio
muy reducido; tan solo se encuentra en el prólogo (cap. 1–2), en el
epílogo (42.7–17), en un breve pasaje de transición (32.1–6) y en
algunos versículos introductorios del diálogo. El resto, prácticamente la
totalidad del cuerpo del escrito, es poesía.

El prólogo

El prólogo consiste en la presentación de las circunstancias en que se


desarrolla el drama y de los personajes que en él intervienen. El
protagonista, Job, es un rico hacendado (1.3) que vive con su familia en
Uz, población situada, según se cree, en la región aramea que se
extendía hacia el sudeste de Palestina. Hombre de fe, descrito como
«perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (1.1), Job es
víctima de una cadena de desdichas que lo dejan bruscamente sin hijos y
sin hacienda, enfermo y reducido a una condición miserable (7.4–5). A
pesar de todas las desgracias, él confía en Dios y lo bendice (1.21), no
deja que sus labios pequen contra el Señor, y aun sale al paso de las
quejas de la esposa preguntándole: «¿Recibiremos de Dios el bien, y el
mal no lo recibiremos?» (2.10).

En aquella situación, tres amigos del protagonista acuden «a condolerse


con él y a consolarlo»: «Elifaz, el temanita, Bildad, el suhita y Zofar, el
naamatita» (2.11). Contestando a los lamentos de Job, sus visitantes
hablan por turno, y él responde a cada intervención. De esta manera se
disponen tres series de discursos (3.1–31.40), a cuyo término aparece
otro personaje, el joven «Eliú hijo de Baraquel, el buzita» (32.2, cf. v.6),
que toma la palabra para reprender con ironía a Job y a sus amigos.
Ninguno de ellos replica al largo y afectado discurso de Eliú (32.6–37.24),
después del cual es Jehová mismo quien interviene y pone fin a todo el
diálogo (38–41), al que solo seguirán unas palabras de arrepentimiento
pronunciadas por Job (42.1–6) inmediatamente antes del epílogo en
prosa.

El mensaje

El cap. 3 da entrada al primero de los poemas. Job se lamenta de su


desgracia en términos que revelan una amargura profunda, muy distante
de aquel ánimo sereno con que en el prólogo hacía frente a la
adversidad. Ahora predominan en Job las quejas y los acentos
apasionados, y sin cesar se pregunta por qué Dios envía sufrimientos a
alguien que, como él, siempre lo ha servido con fidelidad y nada malo ha
hecho.

La respuesta de sus tres amigos se repite una y otra vez: la desgracia es


el castigo del pecado, de modo que un grave pecado ha de haber
cometido Job, cuando Dios lo castiga con tantos males; únicamente si se
arrepiente volverá a gozar de las bendiciones del Señor. Pero esta
argumentación no satisface a Job; él sabe que no es culpable, y confía
en que Dios mismo sea testigo de su inocencia y lo justifique y le revele
al fin el porqué de tanto sufrimiento (31.35–37; cf. 19.25–27).

Concluida esta serie de discursos, interviene Eliú en el coloquio para


reprochar la osadía de Job y lo inadecuado de las respuestas de sus tres
visitantes. El estilo de esta sección es reiterativo y enfático. Eliú reclama
la atención de los presentes, ante quienes se anuncia como un maestro
imparcial que, aun siendo joven, está bien capacitado para dar lecciones
y emitir sabios juicios (32.11–22) y acusaciones (34.7–9, 34–37).

No obstante el tono altanero de este personaje, sus palabras invitan a la


reflexión. Porque él exalta la justicia y la sabiduría, la santidad y la
grandeza de Dios, y pone un énfasis particular en el valor pedagógico del
dolor humano. Dios, por medio del sufrimiento, puede llevar al pecador a
la conversión y a la salvación (cf. 36.5–16).

El último discurso pertenece a Jehová, que habla «a Job desde un


torbellino» (38.1; 40.6). Dios se le manifiesta así, rompiendo el silencio
que hasta entonces había guardado y del que Job se había quejado a
menudo. Pero, sorprendentemente, las palabras del Señor no hacen
referencia a los padecimientos de Job, sino que son una afirmación de la
grandeza de Dios, de su poder y de la sabiduría inescrutable de su
gobierno universal. Job, tocado en su conciencia, confiesa ser un
ignorante y atrevido que «hablaba, y nada entendía» (42.3).
Aborreciéndose a sí mismo y arrepentido «en polvo y ceniza» (42.6),
mantiene su confianza en Dios, aun cuando no haya logrado descifrar el
misterio de los sufrimientos y la infelicidad del inocente (38.1–42.6).

En la conclusión en prosa del libro, Jehová reprende a los visitantes,


alaba la fidelidad de Job y le devuelve con creces lo que había perdido
de hacienda, familia y amistades (42.10–15).

Es evidente que este libro no pretende establecer una teoría general


acerca del sufrimiento humano, ni tampoco una particular en torno a la
infelicidad de que también son objeto quienes aman al Señor y actúan
con rectitud. Lo que el libro ofrece es el planteamiento dialogado de dos
puntos de vista sobre la causa de la desgracia: el tradicional, sostenido
por Elifaz, Bildad y Zofar, según el cual Dios premia en este mundo al
bueno y castiga al malo; y el que Job representa negándose a admitir
que su infortunio personal se deba a un castigo divino. En esta doble y
contradictoria perspectiva, la voz de Dios se deja oir finalmente para
llevar a los dialogantes al reconocimiento de la incapacidad humana de
comprender lo misterioso de los designios divinos.

El libro

En cuanto a Job, como fenómeno literario, debe decirse en primer lugar


que su autor fue un poeta excepcional, tanto en lo concerniente al
contenido de la obra como al dominio del idioma. Un poeta que, además,
poseía gran experiencia de la vida y una mente crítica y audaz que lo
impulsaba a discutir posiciones doctrinales tenidas en aquel entonces por
irrefutables.

Lo que no se conoce es la identidad del poeta ni la época en que vivió;


respecto de estos u otros datos personales, nada dice el texto. Sin
embargo, partiendo de ciertos indicios, puede reconocerse que la obra
atravesó diversas etapas antes de alcanzar su forma definitiva,
posiblemente alrededor del s. V a.C.

Job proclama las condiciones fundamentales del pacto, un llamado a la 


consagración total para con el jefe de nuestro pacto: el Señor. Por medio de 
probar, bajo fuertes tentaciones, lo genuino de su devoción a Dios, Job vindica 
la veracidad de las promesas de Dios y comprueba la soberanía del Señor 
quien decide poner enemistad entre su gente y Satanás. Aun postrado por un 
dolor intenso, Job únicamente clama a Dios, a nadie más. Siendo obediente a 
las estipulaciones del pacto, Job se muestra listo para que la gracia de Dios se 
manifieste en él y, contrariamente a las insinuaciones de Satanás, para servir a 
su Señor por nada. 
Aunque no se ofrece ninguna respuesta definitiva al problema del sufrimiento, sí 
se arroja considerable luz al respecto. Elihú traza este misterio al principio de la 
gracia divina: los sufrimientos son un don soberano, un llamado al 
arrepentimiento y a la vida. Además, se ofrece la impresionante seguridad de 
que Dios, como el justo y omnipontente Señor del pacto, finalmente otorgará a 
sus súbditos ya sean las maldiciones o las bendiciones del pacto; todo de 
acuerdo con su justicia. De especial significado es el discernimiento que Job 
alcanza en cuanto al papel que Dios desempeñará como su vindicador celestial, 
reivindicándolo de toda calumnia y redimiendo su vida de toda clase de 
temores. Job proclama con una fe incipiente lo que más tarde sería revelado en 
las doctrinas escatológicas y teofanías: la resurrección de los muertos en el 
juicio final. Esta visión no revela el porqué de los sufrimientos particulares de 
Job, ni los de cualquier otro creyente, pero sí presenta un marco de esperanza 
para los siervos de Dios. 

"El libro de Job trata de la siguiente cuestión: )Pueden venirles desgracias también a los
justos de parte de Dios? En esto Job está convencido y defiende que Dios puede hacer
sufrir a los justos sin causa, sólo para su gloria, tal y como testifica Cristo en Jn 9:3 del
ciego de nacimiento. Sus amigos, por el contrario, no están de acuerdo, haciendo
interminables discursos para justificar a Dios, sosteniendo que Dios no castiga a ningún
justo; y si castiga, es que el justo ha tenido que haber pecado. Así tienen pensamientos
mundanos y humanos sobre Dios y su justicia, como si Él fuese igual que los hombres, y
como si su derecho fuese igual que el derecho del mundo. A pesar de que Job, al verse
tan cercano a la muerte y por debilidad humana habla mucho contra Dios y peca en su
sufrimiento, no obstante, sigue convencido de que él no ha tenido la culpa de estos
sufrimientos, lo cual es verdad... De modo que este libro nos lleva a la afirmación que
sólo Dios es justo.... Ha sido escrito para nuestro consuelo, para que sepamos que Dios
permite que sus santos caigan y sucumban a la tentación. Antes de que Job tuviera que
temer por su vida, alaba a Dios ante el robo de sus posesiones y la muerte de sus hijos.
Pero al tener la muerte delante y sentir que Dios se aparta, sus palabras muestran los
pensamientos que el hombre abriga contra Dios (por muy santo que sea); Job tiene la
impresión de que Dios no es Dios, sino un juez altivo y un tirano enfurecido que actúa
con violencia sin considerar la vida ejemplar de nadie. Este es el tema principal. Y esto lo
comprenderán sólo aquellos que hayan sentido lo que es sufrir la ira y el juicio de Dios,
estando oculta su gracia."

el campo de los estudios bíblicos, existen cinco libros que normalmente son incluidos bajo el
título de “literatura de sabiduría” o “los libros poéticos del Antiguo Testamento”. Estos son los
libros de Proverbios, Salmos, Eclesiastés, Cantares de Salomón, y Job. De estos cinco libros,
hay uno que sobresale, manifestando diferencias significativas respecto a los otros cuatro.
Ése es el libro de Job. La sabiduría que se encuentra en el libro de Job no es comunicada en
forma de proverbio. Más bien, el libro de Job trata las cuestiones de la sabiduría en el
contexto de una narrativa que trata la profunda angustia y el dolor insoportable de Job. El
escenario de esta narrativa es el tiempo de los patriarcas. Se han levantado preguntas acerca
de la intención autorial de este libro, en cuanto a si estaba destinado a ser una narración
histórica de un individuo real o si su estructura básica es aquella de un drama con un prólogo,
incluyendo una escena de apertura en el cielo, conteniendo un discurso entre Dios y Satanás,
y moviéndose de una forma gradual al epílogo, en el que son repuestas las profundas
pérdidas sufridas por Job durante sus pruebas.
En cualquier caso, en el corazón del mensaje del libro de Job está la sabiduría respecto a la
respuesta a la pregunta de cómo Dios está involucrado en el problema del sufrimiento
humano. En cada generación protestas son levantadas diciendo que si Dios es bueno,
entonces no debería haber dolor, ni sufrimiento o muerte en este mundo. Junto con estas
protestas contra cosas malas que le suceden a gente buena, también han habido intentos de
crear un cálculo de dolor, por el cual se asume que el umbral de sufrimiento en un individuo
es directamente proporcional al grado de su culpa o del pecado que ha cometido. 
Una respuesta rápida a esto es hallada en el capitulo noveno de Juan, donde Jesús responde
a la pregunta de los discípulos acerca del origen del sufrimiento del hombre ciego de
nacimiento.
En el libro de Job, el personaje es descrito como un hombre justo, de hecho el hombre más
justo que se puede encontrar en la tierra, pero a quien Satanás afirma que él es justo
únicamente para recibir bendiciones de la mano de Dios. Dios ha puesto un cerco alrededor
de él y lo ha bendecido más que al resto de los mortales, y como resultado el Diablo acusa a
Job de servir a Dios solo por la generosa retribución que recibe de su Hacedor. El reto viene
del malvado, a que Dios quite el cerco de protección y compruebe si Job empezará entonces
a maldecir a Dios. A medida que la historia se desarrolla, el sufrimiento de Job va en una
rápida progresión de mal a peor. Su sufrimiento es tan intenso que él se encuentra a si mismo
sentado en un montón de estiércol, maldiciendo el día que nació, y gritando a los cuatro
vientos su dolor incesante. Su sufrimiento es tan grande que incluso su esposa le aconseja
que maldiga a Dios, para que se pueda morir y ser aliviado de su agonía. Lo que se
desarrolla mas adelante en la historia es el consejo dado a Job por los amigos de Job, Elifaz,
Bildad y Zofar. Su testimonio muestra cuán hueca y superficial es su lealtad por Job, y lo
presuntuosos que son al asumir que la innombrable miseria de Job se debe a una
degeneración radical en carácter de Job. El consejo a Job alcanza un nivel más alto con
algunas consideraciones profundas de Eliú. Eliú da varios discursos que tienen muchos
elementos de sabiduría bíblica. Pero la sabiduría final que se encuentra en este gran libro no
viene de los amigos de Job ni de Eliú, sino de Dios mismo. Cuando Job demanda una
respuesta de Dios, Dios le responde con esta reprensión, “¿Quién es este que oscurece los
consejos con palabras sin conocimiento? Vístete para la acción como un hombre; Yo te
preguntaré, y tú me harás saber” (Job 38:1–3). Lo que sigue a esta reprensión es la
interrogación más intensa al que un hombre ha sido llevado por el Creador. A primera vista
casi parece que Dios está provocando a Job, tanto que Él dice, “¿Dónde estabas tú cuando
yo echaba los cimientos de la tierra? (v. 4). Dios levanta pregunta tras pegunta de esta
manera. ¿Puedes atar las cadenas de las Pléyades? ¿O aflojar el cinturón de Orión?
¿Puedes conducir a los Mazzaroth en su temporada, o puedes guiar la Osa con sus hijos?”
(v. 31–32). Obviamente, la respuesta a estas preguntas retóricas que vienen con la rapidez
de una ametralladora es siempre, “No, no, no.” Dios machaca en la inferioridad y
subordinación de Job con Su interrogatorio. Dios continua con pregunta tras pregunta acerca
de la habilidad de hacer cosas que Job no puede hacer pero que Dios claramente puede
hacerlas.
En el capítulo 40, Dios finalmente le dice a Job, “¿Debería un criticón luchar contra el
Todopoderoso? Él que reprende a Dios, responda a esto” (v. 2). Ahora, la respuesta de Job
no es de demanda desafiante de respuestas a su miseria. Más bien dice, “He aquí, yo soy
insignificante; ¿qué puedo yo responderte? Mi mano pongo sobre la boca. Una vez he
hablado, y no responderé; aun dos veces, y no añadiré más.” (v. 4–5). Y una vez más Dios
prosigue la interrogación y va aún más profundo en el fuego rápido de la interrogación que
muestra el contraste abrumador entre el poder de Dios, quien es conocido en Job como El
Shaddai, y contrastante la impotencia de Job. Finalmente, Job confiesa que esas cosas eran
demasiado maravillosas. Él dice, “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven.
Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza.” (42:5–6).
Lo que se debe notar en este drama, es que Dios nunca responde directamente a las
preguntas de Job. No dice, “Job, la razón por la que has sufrido es esta o aquella”. Más bien,
los que Dios hace en el misterio de la iniquidad de un sufrimiento tan profundo, es que Él
responde a Job con Sí mismo. Esta es la sabiduría que responde a la pregunta del
sufrimiento — no la respuesta de porqué tengo que sufrir de un modo particular, en un
momento particular, y en una circunstancia particular, sino dónde descansa mi esperanza en
medio del sufrimiento.
La respuesta a esto proviene claramente de la sabiduría del libro de Job, que concuerda con
las demás premisas de la literatura de sabiduría: el temor del Señor, la asombro y la
reverencia ante Dios, es el principio de la sabiduría. Y cuando estamos perplejos y
confundidos por cosas de este mundo que no podemos entender, no buscamos respuestas
específicas a preguntas específicas, sino que buscamos conocer a Dios en Su santidad, en
Su rectitud, en Su justicia, y en Su misericordia. He aquí la sabiduría que se encuentra en el
libro de Job.

En Job vemos reflejado el problema del sufrimiento en el hombre y con ello en el mundo que
nos rodea.

El motivo del sufrimiento por que si Dios no es un Dios vengativo, ni nos hace pagar nuestros
pecados a través del dolor, tenemos que sufrir.

Por lo tanto cual en sí el motivo de tal sufrimiento en la humanidad. ¿Qué valor tiene?

Aquí tenemos a Job sufriente y sufrido, íntegro en someterse a Dios. Por encima de esa figura
humana suena la voz de Dios en su consejo: "¿Has reparado en mi siervo Job, que no hay
como él en la tierra; hombre íntegro y recto, temeroso de Dios, alejado del mal?".

La solución opuesta, del impío, es también simple: el hombre sufre sin ser culpable, luego
Dios no es justo, luego Dios no existe. Es decir, para justificar al hombre, condenar a Dios,
como entendemos según la mujer de Job.

 Pero Job no acepta ninguno de los dos extremos. De manera confusa entrevé una tercera vía
que conduce a la solución, y no sabe cómo caminarla. Por eso afirma una y otra vez las dos
justicias: la de Dios y la suya propia. No basta decir que todos los hombres son pecadores,
pues Job considera su dolor.

El problema consiste en conciliar la justicia divina con el dolor del hombre. Elifaz, Bildad y
Sofar tienen una solución bien simple, resumible en dos silogismos: Dios es justo; si Dios
castiga es que el hombre ha pecado. Es decir, los tres amigos entienden el dolor como
castigo; la consecuencia irremediable es que Job ha pecado. Para defender a Dios condenan
al siervo de Dios. Y hasta pretenden convertirle y hacerle reconocer sus pecados personales.
Por lo tanto la existencia de la idea del Demonio, la idea del mal frete a la idea de Dios, el
bien.

Es el hombre quien elige dentro de su moral entre la idea del bien y del mal.

Y por lo tanto el que genera el sufrimiento en el hombre o le libera.

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