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“Dibujar el ‘bicho de Kafka’”, este era la absurda tarea que imponía una profesora de literatura en
el primer curso de universidad. Los estudiantes se desesperaban buscando en el texto de Kafka los
detalles necesarios que les permitieran hacer el más fiel de los retratos. “Es un escarabajo”, decían
todos los alumnos, mostrando sus dibujos, pero ¿quién dice que es un escarabajo? Kafka no lo
dice, el texto no lo dice, ¿por qué decimos qué es un escarabajo? Alguien, con vergüenza,
confesaba que cuando leyó La Transformación no había visibilizado un escarabajo, pero “todos
dicen que lo es”. Nadie lo dice o, mejor dicho, nadie debería decirlo: Gregor Samsa se transforma y
su aspecto, nunca definido en una categoría animal, es el reflejo de la crisis interior del personaje
y, a la vez, reflejo de un mundo que se abyectiza en un peligroso sinsentido. ¿Vemos un escarabajo
o nos dicen que tenemos que ver un escarabajo? La clase sobre Doctor Jekyll y Mister Hyde de
Jordi Llovet, siempre empezaba con la misma pregunta retórica: ¿os habéis fijado que en ningún
momento Stevenson nos dice el aspecto de Mister Hyde? Stevenson, como Mary Shelly, omiten la
descripción física de sus personajes y, sin embargo, nadie parece dudar que el ser creado por el
doctor Frankestein es un monstruo de espantosa imagen. ¿Lo es? ¿Es el cine el que nos ha
impuesto esta imagen o es el lector que ha rellenado las omisiones descriptivas de Shelley?
El autor de Qué vemos cuando leemos se adentra en estas cuestiones: Ojos, visión ocular y medios
audiovisuales, Memoria y fantasía, Sinestesia y Creencia son los capítulos en los que Mendelsund
trata de responder a estas cuestiones a la vez que se postulan como las páginas más brillante y
más interesantes de este ensayo: Mendelsund propone una fenomenología pragmática en tanto
que, a partir de la herencia husserliana, toma en consideración el acto subjetivo de enunciación y
creación lectora mostrándolo, sin embargo, no en su autonomía y aislamiento, sino influenciado y
contaminado por el contexto, por las imágenes ya vistas, por el proceso sinestésico que reúne en
una misma imagen varias imágenes dispares y disonantes y por la memoria, es decir, por el
recuerdo, personal y colectivo, de lo leído. En su fenomenología de la lectura, Mendelsund no
busca respuestas, y esta es seguramente el mayor mérito de libro: Qué vemos cuando leemos
escapa del dogmatismo en el que, fácilmente, habría podido caer y obliga al lector a adentrarse en
el proceso lector, un proceso que se define por su carácter imprevisible, por la ausencia de
determinismos y concreciones, por ser un proceso marcado por la contante interrogación del
lector al texto. “Imaginar una historia es hacer una reducción de la realidad”, señala Mendelsund
en las últimas páginas de su ensayo; los autores, al escribir, reducen la realidad, afirma el
ensayista, oponiéndose así a toda teoría, hoy en día ya imposible de suscribir, acerca del
mimetismo narrativo. El autor reduce la realidad, pero es precisamente mediante la reducción a
través del cual se genera sentido: reducida la realidad a nivel de redacción, es complimentada y
enriquecida a través de la lectura. La lectura es dilucidación, iluminación de lo oscuro y creación de
la ausente. “Estaba borroso”, concluye Mendelsund, “estaba borroso”, pero la lectura lo ha
redefinido, pues el lector es aquel que dibuja sobre aquel lienzo en blanco sobre el cual Lily
Briscoe pinta aquello que nosotros, lectores, queremos que pinte.