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Tema 1. La España de fines del siglo XVIII

Antecedentes
1. Rasgos fundamentales del Antiguo Régimen
Los años finales del siglo XVIII y los inicios del XIX son el marco en el que se asiste a la crisis del Antiguo
Régimen, al ocaso de algunos de sus elementos fundamentales, el surgimiento de otros nuevos que ocupan su
lugar y a la supervivencia de estructuras y formas de vida. 1808 es la fecha comúnmente aceptada en la historia
peninsular para marcar el inicio de una nueva etapa, la denominada Edad Contemporánea. Con el inicio de la
Guerra de la Independencia, las Cortes de Cádiz y el largo y variado reinado de Fernando VII, se pusieron de
manifiesta en la Península los mismos conflictos que se estaban expresando en otras zonas de Europa, aunque
los resultados no fueron siempre idénticos. Los límites del reformismo ilustrado, la amenaza napoleónica y
las tensiones que resultan del enfrentamiento entre los defensores de los postulados liberales y quienes se
resistían al cambio tornaron convulsas estas décadas.
1.1. Una demografía de “tipo antiguo”. Una sociedad estamental. Una monarquía absoluta de derecho
divino. Una economía fundamentalmente agrícola
Los rasgos fundamentales del Antiguo Régimen eran: una demografía de “tipo antiguo” con una natalidad
y mortalidad elevadas, un crecimiento vegetativo pequeño y muy vulnerable a las crisis externas (malas
cosechas, guerras, epidemias…); una sociedad estamental, cuyas raíces se hundían en la Edad Media. La
nobleza y el clero eran los estamentos privilegiados, lo que dejaba a todos los que no pudiesen por nacimiento
o función integrarse en ellos dentro del amplísimo tercer estado o estado llano, que incluía desde ricos
comerciantes o agricultores a mendigos y vagabundos. Ya fuese la monarquía absoluta basada en el derecho
divino o la “moderada” británica, la monarquía era para el Antiguo Régimen el sistema político indiscutible,
el más apropiado para el buen funcionamiento de la sociedad y de las relaciones entre los pueblos. La
economía del Antiguo Régimen se basaba fundamentalmente en la agricultura, con unos sistemas de
explotación, propiedad de la tierra y derechos adquiridos, que imponían graves frenos a su desarrollo y la
abocaban a crisis de subsistencias de terribles consecuencias. La industria era limitada y el comercio se veía
lastrado por la escasa integración de los mercados nacionales y los problemas de todo tipo que acompañaron
al desarrollo de los mercados coloniales.
2. España a fines del siglo XVIII
2.1. Población. Economía. Sociedad. El movimiento ilustrado
La población aumentó a lo largo del XVIII, debido sobre todo al descenso de la mortalidad, al incremento
de la nupcialidad y en consecuencia al de la natalidad. El porcentaje de población urbana también creció. La
agricultura tuvo que intentar responder a esta alza de la población, poniendo de manifiesto sus limitaciones
sin una reforma adecuada, lo mismo que la industria y el comercio. El cambio más importante se produjo en
el ámbito de las ideas, los análisis y las críticas. A la hora de las realizaciones pocos problemas alcanzaron
solución. Las tan traídas y llevadas reformas fueron en la mayoría de los casos atenuaciones o retoques que
no llegaron a modificar sustancialmente la realidad vigente.
3. Los límites del reformismo ilustrado borbónico
Sin olvidar la importancia que tuvo en la Península el siglo XVIII y los cambios que supuso en los órdenes
más diversos con respecto al largo periodo de los Austrias, tampoco hay que olvidar las limitaciones y
contradicciones del reformismo ilustrado. Si exceptuamos a algunos pocos precursores, los ilustrados
españoles del XVIII creían en el Antiguo Régimen. Eran conscientes de que la maquinaria requería una puesta
a punto que podía llevar a ciertas reformas, pero siempre en el entendimiento de que esto era para asegurar su
mejor funcionamiento. Sin embargo, con sus análisis, sus críticas al sistema y sus tenues reformas, pusieron
los cimientos para luchar por derribar el viejo edificio.
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Las repercusiones en España de la revolución francesa


1. La coronación de Carlos IV y las primeras reacciones a los acontecimientos franceses
2.1.1. Floridablanca y la involución
La Revolución francesa fue el aldabonazo entre las filas de los ilustrados y reformistas españoles. Los
fastos por la coronación de Carlos IV, en septiembre de 1789, tuvieron lugar pocas semanas después de la
toma de la Bastilla. Las noticias de la revolución francesa de 1789 aunque fueron escasa se fueron filtrando
en las páginas de las prensa oficial española. Floridablanca, preocupado por la posible repercusión de estos
acontecimientos en el reino, se ocupó de establecer una férrea censura para lo cual no dudó en solicitar la
ayuda de la Inquisición, resaltando así una vez más el carácter político que este tribunal religioso tenía cuando
se estimaba necesario. Fueron tiempos difíciles en los que Floridablanca tuvo que hacer frente a la complicada
situación internacional desde una nada cómoda posición interior. Los arandistas seguían su labor de zapa
contra el que fue brazo derecho de Carlos III, confiando en que su posición en el gobierno fuese ahora más
débil. Se produjeron algunos motines entre campesinos abrumados por los impuestos, y se movilizaron tropas
hasta la frontera para organizar un cordón de seguridad, mientras la Inquisición y el Gobierno trabajaban a
destajo intentado frenar la entrada de propaganda revolucionaria.
El cambio de ambiente interior provocado por la situación en el exterior no podía menos que afectar a los
ilustrados españoles. Hombres que habían trabajado con Floridablanca en los años de Carlos III, como
Jovellanos, Cabarrús o Campomanes, pronto notaron cómo se los alejaba de los puestos de responsabilidad.
Incluso los que se habían limitado al análisis y a la crítica a través de las páginas de la prensa ilustrada vieron
cómo se les privaba de su limitada libertad de expresión al suspenderse en 1791 las publicaciones periódicas
no oficiales. La revolución y sus consecuencias estaban enfriando los tibios atisbos reformistas que habían
hecho gala la Corte y el gobierno. Era el principio del fin de la política ilustrada. La monarquía se enfrentaría
a graves problemas a los que no sabría hacer frente. La reaparición en escena de Aranda fue un paréntesis que
todavía vincula estos años con las décadas anteriores. El irresistible ascenso de Godoy fue el inicio de un
periodo de profunda crisis del sistema que le llevaría al colapso. Muchos reformistas ilustrados, frustrados sus
afanes renovadores, dieron un paso al frente hacia posturas más radicales, mientras que los sectores más
reacios a los cambios sólo vieron en la Revolución francesa una confirmación de la necesidad de endurecer
sus posturas.
2.1.2. Aranda y la nueva política oficial
En febrero de 1792 Floridablanca era apartado de su puesto siendo sustituido por el conde de Aranda,
quien se encargó de suavizar la política oficial hacia la revolución francesa. Pero 1792 no fue un buen año
para relajar la actitud ante la Revolución y pronto hubo que rectificar. En agosto se proclamó la República y
la propaganda contra los Borbones españoles empezó a filtrarse en folletos que conseguían entrar en la
Península. Toda su política parecía quedar entredicho dificultando lo que era la principal obsesión del monarca
español, salvar la vida a su primo francés.
2.1.3. El ascenso de Godoy: ¿Una “tercera vía”?
Carlos IV decidió introducir en la difícil escena política a un nuevo personaje. En noviembre de 1792,
Godoy sustituía a Aranda como secretario de Estado. Pese a sus diferencias Floridablanca y Aranda
compartían un prestigio ganado durante el reinado anterior, pero Godoy era un joven inexperto, cuyo mérito
más conocido era ser el “cortejo” de la reina, institución aceptada por la sociedad de la época pero que nunca
había llevado aparejada un ascenso social y político de tal calibre. Si bien es cierto que su nombramiento podía
comportar ciertas ventajas para la Corona (no pertenecía a ninguno de los dos sectores encabezados por
Floridablanca y Aranda), esta posible “tercera vía” no fue comprendida, ni aceptada y no pudo borrar la
imagen de un joven advenedizo ascendiendo al poder por medios pocos lícitos. La estrecha relación que unía
a la Corona con el favorito le permitió mantenerse en el puesto y vinculó su destino con el de los reyes,
erosionando poco a poco la credibilidad de la monarquía ilustrada.
2. La tensa situación internacional
La intercesión de Carlos IV, a comienzos de 1793, para salvar la vida de su primo francés, condenado a
muerte por la Convención, sólo empeoró las relaciones entre los vecinos, llevando a la declaración de guerra
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por parte de Francia en marzo del mismo año. Un conflicto bélico y las subsiguientes dificultades económicas
y financieras era lo que faltaba en este complicado escenario. La evolución de la contienda, con importantes
reveses para las tropas españolas tras unos comienzos prometedores, unida a la difícil relación con Gran
Bretaña, aliada antifrancesa en el continente pero rival en América, llevó a la firma de la paz con Francia en
1795. La evidencia de la dependencia de España con respecto a sus colonias se hacía sentir. Las rivalidades
comerciales y coloniales volvían a primer plano. La vuelta al espíritu de los viejos pactos de familia y la guerra
entre Inglaterra y España parecían inevitables.
3. El descontento en el interior
En el interior, aunque al comienzo de la guerra con Francia moderó las manifestaciones de descontento,
en algunos casos de signo claramente revolucionario, que habían acompañado a Godoy desde su
nombramiento, los reveses de 1794 dieron nuevas alas a los enemigos del para entonces ya duque de Alcudia.
Su ascenso poco después al rango de Príncipe de la Paz exacerbó aún más los ánimos. Todas estas
manifestaciones de descontento fueron reprimidas con dureza, lo que no impidió que continuara aumentando
el número de los descontentos. Godoy y la Corona, por su estrecha relación, catalizaban todas las tensiones y
el malestar que producía la difícil situación internacional tanto en Europa como en las colonias, así como el
choque entre los defensores de las nuevas y las viejas ideas, en un marco de profunda crisis económica y
dificultades sociales.
La guerra contra Inglaterra estalló en 1796 y tuvo consecuencias aún más desastrosas que la que acababa
de librarse contra Francia. La difícil situación financiera no pudo menos que agravarse sin que los varios
ministros de Hacienda que se sucedieron en breve plazo encontraran la manera de hacerle frente.
La búsqueda de ingresos en la Península, al reducirse cada vez los americanos, unida a la resistencia a
aumentar los impuestos o la creación de nuevos, que solían traer aparejados el estallido de motines, llevó a
Carlos IV a autorizar diversas medidas que podrían considerarse un precedente de la legislación liberal
posterior, entre ellas y quizás siguiendo el modelo francés de confiscación de tierras de la iglesia, en
septiembre de 1798 se ordenó una desamortización de propiedades eclesiásticas de poca importancia. Era un
paso adelante en la política de convertir tierras de labor vinculadas en propiedad privada libre. En cualquier
caso, no fue una solución definitiva y las disposiciones de todo tipo se sucedieron afectando a casi todos los
sectores de la sociedad.
Las nuevas medidas fueron acompañadas por el retorno de algunos rostros conocidos al gobierno o a otros
puestos de responsabilidad. Destacados representantes del sector ilustrado como Jovellanos, Saavedra o
Mariano Luis de Urquijo, se incorporaron a la política activa. Primero acompañando a Godoy y, cuando éste
cayó parcialmente en desgracia, como consecuencia de la mala situación de sus relaciones con Francia,
Saavedra y sobre todo Urquijo estuvieron brevemente al frente del gobierno. Una vez más como ya había
ocurrido anteriormente desde el estallido de la Revolución francesa, una crisis política interna venía dictada
principalmente por la situación internacional, por la evolución de las relaciones entre Francia y España.
El reinado de Carlos IV (El Escorial, Aranjuez, Bayona)
1. El auge de Napoleón y la nueva postura internacional de España
Durante los aproximadamente dos años que duró el “dorado exilio interior” de Godoy se produjeron, bajos
los auspicios de los reformistas ilustrados, nuevas muestras de enfrentamientos entre los partidarios de
cambios y los que se aferraban al pasado. Especialmente llamativas fueron las manifestaciones del choque
entre jansenistas y ultramontanos que costaron su puesto a Jovellanos y Meléndez Valdés entre otros. Aunque
Urquijo consiguió algunas victorias en este campo, los cambios en el escenario internacional (las presiones de
las potencias antirrepublicanas, la elección de un nuevo papa y, sobre todo, el ascenso de Napoleón al puesto
de primer cónsul) volvieron a ser decisivos, dejando en segundo plano los conflictos internos.
1.1. Godoy y el Emperador
A finales de 1800, criticado por Bonaparte, sin haber sido capaz de solucionar la grave situación financiera
y económica, y duramente atacado por los ultramontanos, Urquijo fue destituido, y aunque no fue remplazado
directamente por Godoy, sino por un primo suyo, Pedro Cevallos, el Príncipe de la Paz se convirtió de nuevo
en el hombre fuerte del momento. Godoy, que se había sentido abandonado por los ilustrados a los que él
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había aupado de nuevo al poder, y dispuesto a congraciarse con los principales enemigos de este grupo ahora
en desgracia, se alejó de los reformistas cuyos objetivos pareció compartir en sus primeros años en el poder.
Frente a los Jovellanos, Saavedra o Urquijo, el ahora designado Generalísimo de las tropas españolas se apoyó
en Ceballos, Álvarez y el nuevo ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, y no hizo nada para
frenar su ofensiva antiilustrada.
Si en el interior Godoy no dudó en cambiar su orientación, aún tuvo menos problemas en reconsiderar su
postura internacional. La pérdida del apoyo y confianza de Francia le habían alejado del poder; ahora volvía
de la mano de Bonaparte dispuesto a secundar los planes franceses. La victoria contra el aliado británico,
Portugal, en la breve Guerra de las Naranjas y la firma de la Paz de Amiens en 1802 proporcionaron una corta
tregua en la que se intentó sin demasiada fortuna la recuperación de la economía española. Mientras, en este
escenario determinado siempre por la situación internacional, Godoy se debatía entre las agresiones británicas
al mermado poder colonial español, las presiones de Napoleón deseoso de poder utilizar la flota española
contra la Armada británica, y la conveniencia de organizar un bloque neutral que le permitiese sustraerse a la
lucha que por la hegemonía mundial mantenían Francia e Inglaterra.
1.2. Las repercusiones de la derrota de Trafalgar
El imparable ascenso de Napoleón, su habilidad a la hora de despertar las ambiciones personales de Godoy
y la innegable amenaza británica en las Indias determinaron la nueva colaboración franco-española. La guerra
no fue muy distinta de las anteriores en lo referente a sus consecuencias con España. Sin embargo, la derrota
de la flota franco-española frente al cabo de Trafalgar (1805) exacerbó al máximo el descontento contra Godoy
y sus valedores, aglutinando un importante bloque opositor en torno al Príncipe de Asturias, quien, a partir de
1802, no había dejado de expresar por todos los medios a su alcance su aversión por el favorito. La situación
interior se deterioraba cada vez más y Napoleón no podía menos que reelaborar sus planes respecto a España
a medida que iba encontrando oportunidades cada vez más evidentes para hacerse con el control total del hasta
entonces débil y voluble aliado.
2. El Príncipe de Asturias
2.1. El “partido fernandino”
Bajo la influencia de Escoiquiz (canónigo designado por Godoy como preceptor del Príncipe de Asturias),
el joven príncipe Fernando apareció como el mejor banderín de enganche para todos aquellos que deseaban la
caída de Godoy y un cambio de rumbo. Sin participación en las tareas de gobierno, aun cuando había solicitado
de su padre permiso para asistir a su Consejo, el príncipe se convirtió en la cabeza del “partido fernandino”.
Del entorno del príncipe partió una constante y destructiva crítica que alcanzaba no sólo a Godoy, sino que
repercutía en las personas de los reyes y a la larga afectaría a la propia institución monárquica tal y como se
concebía en el Antiguo Régimen, dando alas a otros sectores de la oposición cuyos fines no coincidían con
los de los “fernandinos”.
2.2. Los fernandinos y Napoleón
La crisis originada por la derrota de Trafalgar, la muerte de la primera mujer de Fernando y el viraje de
Godoy, quien flaqueaba en su fidelidad al emperador y al amparo de la cuarta coalición promulgó en octubre
de 1806 una proclama invitando a los españoles a batirse, propiciarían el acercamiento del príncipe y su
entorno a Napoleón, utilizando el argumento de una alianza matrimonial.
La victoria imperial en la batalla de Jena, poco días después del inoportuno llamamiento de los españoles
a las armas, a la que seguirían las de Eylau y Friedland ya en 1807, dejaron bien sentada la superioridad de
los ejércitos franceses en el continente. Napoleón consiguió reducir una vez más a Godoy a la plena obediencia
mientras continuaba sus coqueteos con Fernando.
3. Las primeras conspiraciones y el Proceso de El Escorial. Repercusiones para la Corona
Ya fuese por informaciones procedentes del gobierno francés, interesado en fomentar los enfrentamientos
en la Corte española, o como consecuencia de investigaciones promovidas por el mismo Godoy, el 29 de
octubre se secuestran los papeles del Príncipe de Asturias. A partir de ellos se inició en El Escorial, donde se
encontraba la Corte, un proceso en el que se formularon acusaciones de conspiración difíciles de probar y que
terminó con el perdón del rey para su hijo. Fue un duro golpe para el prestigio de la corona, un fortalecimiento
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de la figura pública de Fernando, al extenderse la hipótesis de un complot de Godoy contra el heredero, y


quizás lo más importante a largo plazo, fue una prueba más para Napoleón de la situación de profunda crisis
en que se encontraba la monarquía. No hay que olvidar, que mientras alentaba las divisiones entre padre e hijo
y daba esperanzas a las propuestas de alianza de Fernando, el emperador había firmado con Godoy el Tratado
de Fontainebleau (27 de octubre de 1807) que abría las puertas a la penetración francesa en España.
4. El motín de Aranjuez
4.1. El Tratado de Fontainebleau y sus consecuencias
La ocupación francesa de Portugal prevista en Fontainebleau para privar a Gran Bretaña de uno de sus
aliados tradicionales no iba a revestir ningún problema. Preocupado por el rápido desarrollo de los
acontecimientos, el embajador británico en Portugal aconsejó la salida de la familia real portuguesa a Brasil.
Cuando aún no se habían cumplido dos meses de la firma del tratado, las tropas francesas ocupaban Lisboa.
Sin embargo, más soldados continuaron cruzando los Pirineos y tomando posiciones en territorio español con
el pretexto de prevenir una posible reacción británica y aprovechando una cierta confusión entre los españoles
sobre la actitud que debían tomar hacia ellas. No hay que olvidar que para muchos el emperador era el
representante de las nuevas ideas que muchos españoles defendían. El odio a Godoy y la obsesión por los
problemas inmediatos que tenían lugar en el interior del país enturbiaron la visión de los españoles, quienes
pasaron por alto la actitud de Napoleón ante las monarquías de otros países europeos.
Godoy, quizás más preocupado por su rivalidad con Fernando que por la suerte de la monarquía, planteó
la retirada de los reyes a Andalucía para, siguiendo el ejemplo de los vecinos portugueses, embarcar rumbo a
América. Pero, a pesar de la llegada a la Corte a principios de marzo de la reina de Etruria, la infanta María
Luisa, que había sido destronada por Napoleón, la propuesta fue recibida con muchas reticencias por todas las
partes.
4.2. El motín popular. La caída de Godoy.
Un motín popular, orquestado por importantes personajes enemigos de Godoy, estalló la noche del 17 de
marzo y, aunque la chispa que había prendido el motín había sido el anuncio de la partida de la familia real,
una vez convencidos los amotinados de que ésta seguía en Palacio, pronto se puso de manifiesto que el objetivo
primordial era el odiado valido. El 18 de marzo, no pudiendo permanecer ajeno a la evolución de los
acontecimientos, Carlos IV firmaba un real decreto con el cese de Godoy, concediéndole el retiro donde él
escogiese.
La caída de Godoy fue acogida con gran júbilo y vivas al rey, la reina y el Príncipe de Asturias. El
descubrimiento del valido, oculto hasta la mañana del 19, volvió a encrespar los ánimos populares y un
aterrorizado Carlos IV desorientado y sin olvidar la suerte que había corrido su primo francés, abdicó antes
de acabar el día en su hijo el Príncipe de Asturias. Godoy fue enviado preso al castillo de Villaviciosa y los
antiguos reyes quedaron recluidos en palacio. Se iniciaba el primer y breve reinado de Fernando VII.
5. Las abdicaciones de Bayona
5.1. Las tropas extranjeras en suelo peninsular. Los enfrentamientos entre Carlos IV y Fernando VII
El motín de Aranjuez y las primeras medidas adoptadas por el nuevo rey no pueden hacernos olvidar la
presencia en la Península de tropas extranjeras. La supuesta voluntad popular triunfante tras el motín, o la
febril actividad inicial del nuevo monarca y su entorno, premiando, castigando y en general buscando
congraciarse con el mayor número posible de personas, se ejercía en realidad bajo un régimen de libertad
vigilada. Esta ocupación del territorio, que no había suscitado reacciones, permitía a Napoleón seguir siendo
el árbitro, a pesar de los aparentes cambios.
El ambicioso general Murat, duque de Berg, era el jefe militar que estaba al frente de las tropas francesas
en la Península. Murat albergaba esperanzas de hacerse con la Corona, pero era un peón más que añadir a los
ya presentes en el tablero: Carlos, María Luisa, Godoy y Fernando. Napoleón supo moverlos con gran
habilidad, replanteándose su estrategia hacia España en función de los acontecimientos. Con la llegada de
Murat a Madrid el 23 de marzo, un día antes que el propio Fernando, los principales protagonistas de las
lamentables intrigas que llevarían a las abdicaciones de Bayona tomaban posiciones.
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Los miedos de los antiguos reyes por su seguridad y la de su valido, expresadas a Murat a través de una
carta de la antigua reina de Etruria, proporcionaron a éste una espléndida oportunidad para iniciar sus
maniobras diplomáticas en pro de sus interese personales. Para ello consiguió de Carlos IV un documento en
que éste declaraba nulo su decreto del 19 de marzo abdicando en favor de su hijo. Con ello ambos monarcas,
padre e hijo, veían igualmente debilitada su situación, abriendo de nuevo la discusión sobre la legitimidad.
Sin embargo, el emperador no dejó en manos de su cuñado la solución de este pleito que abría una nueva
expectativa: obtener de forma pacífica y diplomática lo que en última instancia también podía reclamar con la
fuerza de su ejército.
El 7 de abril llegó a Madrid el general Savary con la misión de convencer a Fernando de la necesidad de
una reunión entre ambos soberanos para asegurar el apoyo francés a la causa fernandina. El joven rey no tenía
mucha elección, por lo que tres días después iniciaba un viaje hacia el norte que terminaría en Bayona.
5.2. El arbitraje napoleónico y las abdicaciones. Un vacío de poder que alguien debe llenar
Una Junta Suprema de Gobierno, presidida por el infante don Antonio, y compuesta por algunos de los
antiguos ministros de Fernando, quedaba en Madrid, en un vano intento de cubrir el vació de poder. Su
situación era muy difícil. Carecía de instrucciones precisas, si exceptuamos la recomendación de intentar
mantener con las tropas ocupantes unas buenas relaciones, cada vez más en peligro por los excesos de los
soldados y el descontento que se extendía entre el pueblo ante el viaje de Fernando, la entrega de Godoy a los
franceses y los rumores del retorno de Carlos al trono.
A finales de abril Napoleón tenía en su poder a casi todos los miembros de la familia real, así como a los
dos hombres que más influencia habían demostrado tener sobre ellos, Godoy y Escoiquiz. Inmediatamente
comenzó su presión sobre todos y cada uno de ellos ahondando las diferencias que los separaban. En pocos
días Carlos IV se reafirmó en la nulidad de su abdicación, cediendo a continuación sus derechos al emperador
a cambio de asilo en Francia y unas rentas, con el argumento de que era el único capaz de restablecer el orden
en España. Un día después, el 6 de mayo, Fernando, desconociendo aún esta última actuación de su padre,
terminó sometiéndose a su vez a la voluntad imperial. Con ambos documentos en sus manos Napoleón
quedaba oficialmente convertido en el dueño y señor de España. Pero, en la Península, las tropas francesas de
ocupación habían empezado a tener las primeras pruebas de que el vació de poder que no había sido capaz de
llenar la Junta Suprema de Gobierno podía ser colmado por una nueva legitimidad, la popular.

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