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públicas”
Autor: Dr. Federico Ramón Rayez
Universidad Nacional de Quilmes (Departamento de Ciencias Sociales)
Universidad Nacional Arturo Jauretche (Instituto de Salud)
Becario Doctoral CONICET
Dirección particular: Pergamino 228 PB A, CABA - federicorayez@gmail.com
Dirección institucional: Roque Sáenz Peña 352, Bernal, Provincia de Buenos Aires
Título de la ponencia: “El rol de los médicos de salud pública en las reformas
sanitarias. (Argentina, 1960-1976)”
Introducción
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simplemente interlocutores de sucesivos gobiernos, ha sido puesta de relieve por varios
trabajos que analizaron el rol y las propuestas de los elencos de médicos-funcionarios,
subrayando la actuación estatal y social de estos profesionales. (Zimmermann,
1995:101-125; Murillo, 2000; Ramacciotti, 2009; Álvarez y Carbonetti, 2008).
Entre 1946-1955, la política sanitaria del peronismo fue diseñada y ejecutada por
médicos, en un ámbito institucional casi exclusivamente conformado por estos
profesionales, lo que, más allá de los conflictos que esto originó en un campo
mayoritariamente antiperonista, vino a fortalecer el rol de los galenos como asesores del
Estado. De los 49 cargos directivos creados por el ministro Ramón Carrillo, 46 fueron
ocupados por médicos. Para fortalecer al cuerpo administrativo sanitario se crearon
nuevos puestos (de 1946 a 1947 se pasó de 8500 cargos a 22400 y un año después a
28000 puestos) y se duplicó el salario mínimo y hasta llegó a planificarse la
construcción de un barrio modelo para los empleados de la Secretaría/Ministerio de
Salud. (Ramacciotti, 2009).
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centenar de profesores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Buenos
Aires y de diferentes fuentes primarias y secundarias que nos permitirán estudiar su rol
e intervención en políticas de reforma sanitaria encaradas por diferentes gobiernos en el
período señalado.
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Este lema se desprendió repetidamente de varios documentos programáticos, como el Acta de Bogotá,
de 1960 y la Carta de Punta del Esta, de 1961, promovidos por organismos como la Organización de
Estados Americanos y Naciones Unidas, así como por las políticas exteriores norteamericanas.
(Ramacciotti, 2014; Rayez, 2021-a:13-21). Estos programas, sintetizados desde 1962 en la Alianza para el
Progreso, sugerían la mejora de las políticas sanitarias, sociales, educativas; propusieron aumentar la
presencia de servicios estatales en zonas rurales, mejorar la educación universitaria y la formación de los
médicos, promover la participación comunitaria en el despliegue de políticas sociales, etc. La idea era que
América Latina debía cambiar su fisionomía social y económica para el año 1970, alcanzando un más alto
nivel de desarrollo.
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cancelaron los planes de construcción de hospitales de la gestión peronista; citando
recomendaciones internacionales, propusieron la “descentralización hospitalaria”
(decreto Nº 1375/1957) por medio de la cual los hospitales nacionales serían
traspasados a las jurisdicciones provinciales. (Belmartino, 2005:131; Ramacciotti,
2014). Como afirmó Belmartino, esta propuesta sentó las bases de una tendencia que se
volvería estable en años posteriores: la postulación del déficit fiscal como criterio para
la toma de decisiones en materia de salud pública. Asimismo, el proyecto no llegó a
concretarse (el decreto de Aramburu fue anulado por Arturo Frondizi un año más tarde,
en 1958), pero sirvió para mostrar la relevancia de las recomendaciones internacionales,
en especial las elaboradas por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), cuyos
consultores fueron citados como fuentes de autoridad y legitimidad técnica para
fundamentar esta política.2
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Entre 1956-1957 la OPS envió a la Argentina, en convenio con el gobierno argentino, una comisión de
expertos consultores para evaluar el sistema sanitario local con especial énfasis en la red de hospitales
nacionales de la Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y otras provincias. Las
recomendaciones de estos especialistas, en su mayoría latinoamericanos, quedaron formalizadas en dos
informes, firmados por Odair Pacheco Pedroso y por Hugo E. Frödden El espíritu general de sus
diagnósticos fue recomendar la racionalización del sistema, el traspaso de hospitales a las provincias y a
las “comunidades”, modernizar la formación técnica de los administradores de hospitales y
planificadores. (Rayez, 2020).
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“piloto”, en Gonnet y en Mar del Plata. (Belmartino, 2005:133-134). Estos nuevos
hospitales buscaban concretar el modelo de un hospital “moderno”: regidos por el
sistema de “hospital abierto”, semi arancelado, en el que los profesionales percibía sus
pagos “por acto médico”, con dedicación full-time. (Dal Bo, 2008). Este tipo de hospital
presuponía un modelo público pero con un sistema de retribuciones similar al de los
sanatorios privados, demandaba una administración eficiente y experta, lo que reforzaba
la necesidad de formar más y mejores cuadros especialistas.
El gobierno de Arturo Illia (1963-1966), fue otro momento sanitario importante, pero
siguió las mismas líneas maestras tendidas desde 1955. La meta principal de Arturo
Oñativia, ministro de asistencia social y salud pública del gobierno radical, fue la
inspección y auditoría de la estructura ministerial, la creación de nuevas direcciones, el
lanzamiento de un “Catastro Nacional de Recursos y Servicios de Salud” y el intento de
mejorar el registro de las estadísticas vitales 3. (Veronelli, Veronelli Correch, 2004:607-
610). Todos estos fines tuvieron distintos grados de realización y la medida más
importante tomada por el gobierno radical fue el proyecto de controlar los precios de los
medicamentos, como medio para mejorar el acceso a la salud por parte de la población.
(Tcach y Rodríguez, 2006; Ramacciotti y Romero, 2017). Según César Tcach,
Si bien esta política desencadenó la caída del Illia, produjo el rechazo de laboratorios y
fue cancelada por el gobierno de Juan Carlos Onganía (1966-1970), las metas
racionalizadoras y la búsqueda de ampliar la base de recursos humanos técnicamente
capacitados continuaron durante el período 1966-1973. El Ministerio de Asistencia
Social y Salud Pública se reconfiguró en el Ministerio de Bienestar Social, una apuesta
política del gobierno de Onganía que buscaba ampliar el radio de intervención de la
política social del Estado (Osuna, 2017). Este super ministerio absorbió a la Secretaría
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La construcción de estadísticas confiables, completas y modernas sobre las variables sanitarias básicas
(nacimientos, defunciones, morbilidad, etc.) retomaba ensayos anteriores (Daniel, 2012), intentaba
mejorar lo hecho hasta ese momento y obedecía también, como la política de hospitales, a
recomendaciones de la OPS.
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de Salud Pública y la de Asistencia Social, la Secretaría de Vivienda (que fue
trasplantada desde Obras Públicas), y Seguridad Social (traída desde el Ministerio de
Trabajo).
Hacia marzo de 1973, el peronismo fue habilitado para presentarse a elecciones libres,
después de 17 años de proscripción sobre el partido. El período 1973-1976 ha sido
caracterizado como el de un “populismo imposible” (Svampa, 2007), en la medida que
los gobiernos peronistas no lograron unificar una agenda de gobierno coherente ni
mantener las alianzas electorales que aseguraron el retorno justicialista, consumiendo la
gobernabilidad y la autoridad política a través luchas intestinas.
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La elaboración de las leyes laborales y de seguridad social se realizaron en interlocución
con los sindicatos, mientras que las políticas sanitarias permanecieron bajo la órbita del
Ministerio de Bienestar Social de la Nación, la estructura heredada de la “Revolución
Argentina” (Osuna, 2017). En la cima del Ministerio fue designado José López Rega,
oscuro asesor de Isabel Perón, sin formación política o académica en la temática y éste
nombró como Secretario de Estado de Salud Pública al médico cardiólogo Domingo
Liotta. (Veronelli, Veronelli Correch, 2004: 243).
La experiencia peronista desarrollada entre 1973-1976 partió desde una lectura muy
negativa de la política sanitaria y social desplegada entre 1955-1973. Para los equipos
de expertos que asesoraban al Partido Justicialista, desde la “Revolución Libertadora” la
salud de los argentinos había entrado en un ciclo de deterioro gradual de las variables
esenciales: la tasa de mortalidad había detenido su descenso histórico hacia 1960,
enfermedades endémicas que el gobierno de Perón había combatido en el NOA habían
sido desatendidas, el sistema público de salud había entrado en decadencia por falta de
inversiones, etc. (Rayez, 2021-a:214-223). Este diagnóstico sentaba las bases de una
propuesta de Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS), que se convirtió en Ley en
1974. La norma establecía la posibilidad (no la obligación) de unificación de todos los
servicios de salud, los públicos, privados, sindicales, etc. bajo una misma
administración. Varias cláusulas, negociadas con los sindicatos obreros, los gremios
médicos y los representantes del sector privado, garantizaban que la integración de
instituciones y de recursos humanos al SNIS sería facultativa. El resultado previsible de
esto fue que entre 1975-1976 muy pocas provincias y servicios aceptaron integrar sus
recursos al Sistema, simplemente amparándose en el texto de la ley. La debilidad de
SNIS facilitó la derogación de la ley en el marco de la última dictadura.
La oferta académica también fue un aspecto novedoso. Dictó, por ejemplo, el curso
Diplomado en Salud Pública, destinado a médicos, odontólogos e incluso veterinarios.
Era un curso planeado para desarrollarse en el término de un año lectivo (diez meses), lo
que equivalía a 1.400 horas anuales, y una cursada de 6 días a la semana, 7 horas
diarias. Sus materias fueron: Teoría y Práctica de la Salud Pública, Epidemiología,
Bioestadística, Administración Sanitaria, Salud Materno Infantil, Nutrición,
Organización y Administración hospitalaria, Higiene y saneamiento ambiental,
Organización de la comunidad y educación sanitaria, Odontología sanitaria,
Planificación Sanitaria, Educación sanitaria, Ciencias del comportamiento, Salud mental
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Por razones de espacio sólo hemos consignado algunos aspectos de la política sanitaria del período
1955-1976, pero se trata de un retrato necesariamente incompleto. Por ejemplo, en la década de 1960 se
asistió a una mayor institucionalización de las investigaciones sobre la enfermedad de Chagas-Mazza
(Zabala, 2007) y a la aparición de emergencias sanitarias como la provocada por la Fiebre Hemorrágica
Argentina (Agnese, 2011). Por otro lado, el gremialismo médico se involucró en diferentes debates sobre
la organización de la atención médica, con diversidad de opiniones y posturas (Belmartino y Bloch,
1994). Quedan por ser analizados varios aspectos más, de los cuales apenas encontramos indicios en las
fuentes: los inicios de la proletarización de los médicos, el ascenso de la protesta y los movimientos
sindicales de base, la lenta mercantilización de la salud, los medicamentos, las internaciones, las terapias
intensivas, todo lo cual reconoce en los años sesenta-setenta un momento de inicio.
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y Salud ocupacional. Otros cursos que se dictaron fueron “Técnicos en Estadísticas de
Salud Pública”, “Administración hospitalaria para directores de Hospital” y
“Administración pública y sanitaria para funcionarios administrativos en servicios de
salud”. Entre 1960-1985, la ESPUBA tuvo más de 800 egresados. (Rayez, 2021-a:110-
118).
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egresados recibían títulos de “Asistentes Técnicos” en Hemoterapia, en Radiología, en
Laboratorio y en Clínica.
La ENSP, de todos modos, fue una experiencia breve que desde 1962 comenzó a
desarticularse hasta fusionarse con la ESPUBA. (Argentina, 1966: 296-197). Durante
1961-1962 siguió dictando los cursos de “Cardiología para Posgraduados”, “Médicos
Residentes”, “Enfermería” (en Santiago del Estero), “Inspectores Sanitarios”,
“Trabajadores Sociales”, “Enfermería básica” (en la Escuela Piloto de Ramos Mejía,
Buenos Aires), “Supervisión, Administración y Enseñanza de Enfermería” y
“Auxiliares de Enfermería”. (Argentina, 1966: 296). Pero, poco a poco, la iniciativa fue
agotándose.
Los principales ejes que convocaron la actuación de estos expertos fueron las reformas
“descentralizadoras” de los servicios hospitalarios y asistenciales, y hacia los años
setenta, el proyecto de unificación del sistema sanitario. Según ciertas interpretaciones,
los sanitaristas de la ESPUBA se integraron más claramente al ámbito de las políticas
sanitarias públicas desde el Golpe de Estado de 1966. La instalación de un “Estado
Burocrático Autoritario” supuso una tendencia a completar las grillas de gobierno con
agentes “técnicos” y “apolíticos” (O’Donnell, 1982:87). Como afirmó Liliana de Riz,
Este punto de vista resulta ampliamente crítico del sanitarismo de los sesenta y hace
extensiva una caracterización de ciertos altos funcionarios estatales al resto de los
sanitaristas implicados en la administración sanitaria. Algo más acertado resultan las
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observaciones de Belmartino y Bloch, para quienes “es necesario reconocer la presencia
de la perspectiva técnica encarnada en el sanitarismo” y aunque no se haya tratado de un
actor unificado “puede recuperarse su influencia en algunas de las perspectivas en
disputa y en las bases que [sustentaron] los intentos de reorganización del área [de la
salud], puestos en marcha desde la administración nacional y algunos gobiernos
provinciales”. (1994:16). Esta opinión, más positiva, subraya tangencialmente el rol de
los sanitaristas en los debates de las décadas de 1960 y 1970 y su capacidad para
contribuir a una “formalización doctrinaria del movimiento planificador” (Belmartino,
Bloch, 1994: 31-58). En este sentido, resulta factible pensar que por medio de un
lenguaje técnico, que fue su principal capital simbólico, los sanitaristas de la ESPUBA
fueron incorporándose en los diferentes lugares del sistema sanitario, ocupando roles
que les permitían aplicar sus saberes pero también multiplicarlos y profundizarlos en
niveles administrativos/de conducción como en espacios asistenciales.
Otra de las novedades que incorporaba este hospital era el Departamento de Docencia e
Investigación del cual dependía el programa de residencia médica. Como señalaron Dal
Bo (2008) y Romero (2010), el sistema de enseñanza práctica propuesto por las
residencias médicas y la creación de Unidades Docentes Hospitalarias (UDH) se
empezaron a generalizar en esta década. Anteriormente, la permanencia de uno o dos
años como residente hospitalario no era una obligación para graduarse en medicina y la
calidad del entrenamiento recibido era muy variable, dependiendo del hospital, de la
paciencia de los médicos que debían enseñar y de la buena predisposición de las
autoridades hospitalares. El hospital de Mar del Plata incorporó las residencias, y el
encargado de supervisarlas fue el médico Enrique Malamud, luego profesor de la
ESPUBA en el Departamento de Administración y Atención a la salud y egresado de la
Mailman School of Public Health de la Universidad de Columbia, New York, EE.UU.
(Rayez, 2021-a).
El funcionamiento del Hospital Regional de Mar del Plata fue novedoso y encarnó
principios organizativos característicos del modelo modernizador imperante a principios
de los sesenta. Fue un establecimiento modelo en cuanto a organización racional
(departamentalización, planificación central de las actividades asistenciales y docentes,
sistema de registros de informes y órdenes realizados por escrito, horarios de trabajo
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extendidos, agilidad de las comunicaciones, centralización de servicios intermedios y
apoyos técnicos “laboratorio, alimentación, archivo único de historias clínicas,
estadísticas hospitalarias”, enfermeras capacitadas dirigidas por profesionales
universitarias), innovación pedagógica (vinculación de la docencia, el entrenamiento
permanente y la investigación, realización de ateneos anatomoclínicos), atención
centrada en el paciente y apertura hacia la comunidad. Según Alberto Dal Bó, médico
que participó en esta experiencia y luego sería alumno de la ESPUBA: “El hospital salía
de sus límites geográficos y cumplía acciones de prevención y protección de la salud,
trabajando con la comunidad” (2008:47).
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con que el tema era tratado en las revistas especializadas, tanto desde un punto de vista
general del sistema hospitalario como en aspectos puntuales de organización interna del
hospital . Muchos profesores y egresados encontraron en torno a este tema un espacio
de desempeño profesional. Rodolfo Sobel, por ejemplo, fue profesor entre 1965-1973
del Departamento de Administración Hospitalaria de la ESPUBA. En 1966 fue becario
de la fundación Kellogg y se especializó en administración de hospitales en la Mailman
School of Public Health de la Universidad de Columbia. Además logró desarrollar una
larga carrera como asesor estatal en la División de Servicios Sanitarios-Sociales de la
Dirección de Maternidad e Infancia, como Director Regional de Maternidad e Infancia,
Catamarca, MASySP, Administrador Sanitario del Hospital Centro de Salud Tucumán,
también en la Administración de Hospitales de la Delegación Sanitaria Federal en
Tucumán, MASySP; y luego como director del Policlínico Ciudadela, de la SSP y del
Hospital Fiorito de Avellaneda.
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proveer de información agregada a la dirección provincial de la cual dependía. Esto
aseguraba la centralización administrativa y estadística necesaria para encarar cualquier
plan de salud de manera integral. Adicionalmente cada Centro de Salud coordinaba su
actividad con el Hospital provincial más cercano, a los cuales les aliviaba la carga de
pacientes y derivaba los casos complejos.
Tanto los proyectos de reforma hospitalaria como la construcción de una red de centros
de salud fueron espacios ideales para poner práctica las ideas y los métodos de
conocimiento y planificación de la salud que los sanitaristas pregonaban a través de
libros y publicaciones periódicas. Como ámbitos de gran alcance territorial y contacto
con poblaciones populares, estas instituciones permitieron a los médicos de salud
pública disponer de “áreas de demostración” para sus proyectos. Por otro lado, a nivel
personal, el trabajar en diversos puntos de la estructura sanitaria permitía adquirir
nuevos conocimientos, de “primera mano”, y realizar contribuciones originales al saber
disciplinar y sobre bases empíricas.
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Movimiento Nacional Justicialista y redactaron hacia 1972-1973 una propuesta
rupturista del status quo del sistema de salud argentino. La propuesta, plasmada en el
folleto “Bases para un programa de gobierno peronista – Salud”, planteaba la creación
de un Sistema Único Nacional de Salud, por el que se centralizaría la administración de
los recursos humanos, materiales y financieros del sector. Esto implicaría establecer la
gratuidad de los servicios, sostenidos por las rentas generales del estado, prohibir “la
libre empresa con relación a las acciones de salud”, incorporar todo el sistema nacional,
provincial y municipal, así como obras sociales y medicina privada bajo la autoridad del
Sistema, “responsable de la conducción, planificación y administración de las acciones
de salud”. (CTMNJ, 1973:15). La cuestión de la financiación pasaba a manos del
Estado, mediante fondos públicos. Esta propuesta fue recibida por Domingo Liotta,
quien fue designado en 1973 como Secretario de Salud de la Nación y lanzó
oficialmente el proyecto a debate. La idea no tardó en pasar a manos de otros expertos
sanitaristas, también inscriptos en la ESPUBA, como Carlos Hernán Canitrot, Aldo Neri
(director de la Escuela hasta 1977) y María Teresa Beas. Una versión final fue revisada
y reelaborada por el sanitarista Juan Carlos Veronelli, graduado de la ESPUBA,
profesor del departamento de Administración sanitaria en dicha institución y en ese
momento asesor del líder radical Ricardo Balbin. Este proyecto se convirtió en la Ley
20.748 en octubre de 1974. Aunque fue promulgada y reglamentada, su alcance fue muy
limitado.
Conclusiones
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En este marco de iniciativas gubernamentales estuvieron presentes de diferentes
maneras los expertos en salud pública y aquellos a quienes hemos indagado con mayor
atención, es decir, los miembros del staff de la ESPUBA. La participación de expertos
en la gestión estatal de la salud en el período estudiado complementa lo que sabemos
sobre estos agentes para otros períodos históricos, sobre su participación en el
asesoramiento de las élites estatales y sobre su performance local e internacional como
especialistas “legítimos” sobre la salud de la población. Los itinerarios y trayectorias
académico-profesionales de estos agentes constituyen indicios importantes para
comprender la profesionalización y autonomización de la salud pública en tanto
especialidad médica, pero también nos permiten una aproximación a las personas y
grupos sociales “detrás” del despliegue de ciertas políticas. Las iniciativas de los
sucesivos gobiernos entre mediados de los cincuenta y mediados de los setenta fueron
llevadas adelante por diferentes elencos y en esta ponencia hemos intentado echar luz
sobre ese aspecto.
Referencias
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