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5/11/2020 El caso Rodolfo Walsh: un clandestino.Capítulo II.

Capítulo II.
EL CASO RODOLFO WALSH: UN CLANDESTINO

Periodismo de investigación
La chispa del fusilado viviente y la trilogía que desenmascaró un Estado criminal.

La segunda etapa de Walsh es la referida al periodismo de investigación, un área poco


frecuentada en los medios de la época. Tal vez el aporte más importante del escritor es la
fusión de la crónica con la literatura, donde la realidad abarca su obra, y no se dedica a armar
juegos mentales para descubrir el nombre del ‘asesino’, sino que los mismos acontecimientos
le aportan la trama, donde él pasa a ser el protagonista y el mismo descifrador de asesinatos,
con el riesgo que ello implica. Esta etapa a su vez la dividiremos en dos niveles, el primero
tiene que ver con el periodismo de investigación político, la segunda con la indagación social.

La obra fundamental

Un clásico es tal porque, pasado un tiempo, que puede medirse en lustros, décadas o
centurias, sigue manteniendo vigencia en su forma y en su contenido. Por otra parte, un clásico
sintetiza una época, dibujando en una historia el perfil de un tiempo. Y además un clásico es tal
porque resulta modelo, ejemplo y referencia. En el triple sentido decimos que el libro
‘Operación Masacre’ es un clásico.

Rodolfo Walsh tenía treinta años cuando publicó este libro, el más importante de su vida, que
se convertiría en un hito fundamental en la historia del periodismo y la literatura argentina. El
contacto con esta historia y la pesquisa que le siguió, cambió rotundamente la vida del escritor,
y él lo señala así en el Epílogo a la segunda edición:

“Hacía diez años que estaba en el periodismo. De golpe me pareció comprender que todo lo
que había hecho antes no tenía nada que ver con una cierta idea del periodismo que me había
ido forjando en todo ese tiempo, y que esto sí - esa búsqueda a todo riesgo, ese testimonio de
lo más escondido y doloroso -, tenía que ver, encajaba en esa idea”.

El texto marca una época, pues inicia el periodismo de investigación en nuestro país, con un
método, una hipótesis y sus conclusiones. Su estructura señala un modelo que será imitado, y
que cobrará vigencia tres décadas más tarde, no siendo superado. A pesar de haberse
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publicado numerosos volúmenes de investigación periodística, pasados cuarenta años de su


primera edición, ninguno ha opacado a ‘Operación Masacre’. El texto superó el tiempo y las
fronteras, siendo leído y reconocido por periodistas-escritores de la talla de Gabriel García
Márquez, Tomás Eloy Martínez o Arturo Pérez Reverte.

Walsh relata los hechos que se inician durante la noche del 9 junio del ‘56, son 24 horas que
sintetizan y definen la centuria. En su texto desnuda el fusilamiento clandestino en un basural,
pero no el de los militares y militantes que encabezaron la revolución peronista para derrocar a
Aramburu y a Rojas, sino el fusilamiento de los inocentes, de los que tenían nada o poco que
ver con el alzamiento. La influencia de éste acontecimiento en los años posteriores fue crucial,
y aquí hay que buscar la chispa que desató el incendio de la década del ‘70.

La violación a los derechos humanos por parte de hombres que integraron entes armados
estatales, fue una constante a lo largo del siglo XX, desde la semana trágica del ‘19, pasando
por los fusilamientos en la Patagonia en el ‘20, junto con los atropellos de la década infame, sin
dejar de mencionar los 60 años de golpes de estado y la noche trágica iniciada en el ‘76. La
etapa democrática, iniciada en el ‘83, también está signada con el estigma de la violencia
institucional, con crímenes como el del soldado Carrasco, los atentados a la embajada de Israel
y la AMIA, el asesinato de José Luis Cabezas y la masacre de Ramallo; hechos donde
estuvieron involucrados miembros de algunas fuerzas armada o de seguridad.

El tema que elabora Walsh sintetiza un siglo de política autoritaria en Argentina, y delinea el
perfil del quehacer de las Fuerzas Armadas. Se hace evidente que con la impunidad con que
actuaron los encargados de brindar protección y seguridad aquella noche, actuaron muchos
policías y militares a lo largo del siglo, y lo seguirán haciendo después del 2.000, la estructura
educativa aún no fue modificada. El teniente coronel Varela, el capitán Astiz, el Coronel Camps
o el comisario Ribelli en poco se diferencian con el jefe de la policía Bonaerense, teniente
coronel Desiderio Fernández Suárez, protagonista del texto walshiano.

La investigación fue el paso fundacional de una novedosa forma de acción política, abarcando
la denuncia, el testimonio, el análisis político, la historia y el relato literario. Por eso quizás se
encuentre a Walsh en su plenitud en ésta crónica, que puede señalarse como su obra cumbre.
La verdadera novela que deseaba escribir fue este trabajo, aún sin haberse dado cuenta, con
un estilo, con un esquema, con un compromiso totalmente renovado para todo lo que se
conocía en la época. Se adelantó casi diez años a la novela periodística norteamericana,
incluso a Truman Capote y a Norman Mailer. El libro puede considerarse como único en su
tiempo y en su género, anteriormente no existieron trabajos similares y, tal vez, su primera
aproximación sean las novelas policiales generadas en hechos verídicos, pero sin tener el
compromiso ni la carga explosiva de este texto.

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Disparos en la madrugada

Los hechos que dieron vida a la investigación se iniciaron durante la noche del 9 de junio del
‘56, continuaron en la madrugada del 10 de junio, y tuvieron repercusión más allá de las
jornadas siguientes. Perón había sido derrocado en septiembre del ‘55, el general Pedro
Eugenio Aramburu gobernaba el país. A mediados del ‘56 el general peronista Juan José Valle
encabezó una revolución a fin de provocar la caída de Aramburu, para que Perón volviera al
poder. La revuelta fracasó y el huracán represivo fue atroz. Se decretó la ley marcial. A Valle y
a los que detuvieron conspirando los fusilaron; el general Tanco, uno de los jefes de la
conspiración, se salvó milagrosamente, pero fue perseguido por todo el país, junto con otros.

Paralelamente el jefe de la policía Bonaerense, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez,


encabezó diversos allanamientos. Uno de ellos fue en Hipólito Yrigoyen 4519, de la localidad
de Florida, fue antes del inicio del levantamiento, y antes de que rigiera la ley marcial. Llevaron
a los detenidos a la Brigada de Investigaciones de San Martín y, durante la madrugada, desde
La Plata, ordenó su fusilamiento.

No había pruebas fehacientes de la vinculación del grupo detenido con el levantamiento, pero
la orden se ejecutó igual, en un basural de José León Suárez. No todos murieron, algunos
lograron escapar de la oscuridad de la muerte, y sus revelaciones desde el exilio, la
clandestinidad o los juzgados fueron recogidas y formaron parte de la historia del periodista.

Personalmente Walsh tuvo contacto con ese intento de alzamiento fallido, no como
protagonista sino como vecino de una unidad militar y de la sede policial de La Plata. La
revolución entró en su casa cuando, en la madrugada del 10 de junio, volvía a su hogar y,
cincuenta metros antes de llegar, se produjo el tiroteo más intenso de aquellas jornadas, en la
esquina de 54 y 4. El sargento rebelde Ferrari le permitió pasar, para que se reencontrara con
su familia, sin saber que horas más tarde la casa de ese civil se transformaría en guarida de
cuarenta soldados leales que tiraban contra él.

Los hombres del segundo batallón de comunicaciones de City Bell salvaron sus vidas gracias a
las paredes, ventanas y puertas que les dieron cobertura y que pertenecían a Walsh. El
escritor, que había apoyado el movimiento del ‘55, aprendió a odiar todas las rebeliones
militares anteriores; allí empezó a comprender que las primeras víctimas de las revoluciones
son personas inocentes, que no mueren gritando ¡Viva La Patria! sino vomitando de miedo.

Pesquisa y ocultamiento

El 18 de diciembre, seis meses después de la rebelión, mientras estaba en un bar de La Plata


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jugando al ajedrez, alguien lo sorprendió con una frase misteriosa que cambiaría su vida para
siempre: “Hay un fusilado que vive”. Al día siguiente conoció al abogado Jorge Doglia, quien
llevaba adelante la denuncia judicial de un fusilado sobreviviente de aquella madrugada: Juan
Carlos Livraga. El 20 recibió la copia de la demanda y, al otro día, conoció y entrevistó al
hombre que escapó de la muerte.

El periódico ‘Propósitos’, dirigido por Leónidas Barletta, dio a conocer a la opinión pública la
denuncia del caso Livraga, que destaparía el escándalo de los fusilamientos. Aunque al día
siguiente de Navidad ya estaba listo, el reportaje a Livraga nadie lo quiso publicar, hasta que el
15 de enero del ‘57 apareció en el periódico nacionalista ‘Revolución Nacional’, de Luis Benito
Cerrutti Costa, ex ministro de Lonardi. El título de la nota era ‘Yo también fui fusilado’, y sería el
primer artículo de una larga serie que se irían publicando en otros medios. A partir de allí se
inicia una novedad en el periodismo local, las notas seriadas. La investigación ya estaba en
marcha, enfrentando contradicciones, aclarando hechos, entrevistando testigos, buscando
fuentes, dilucidando mensajes velados, leyendo entrelíneas y abriendo la senda de la verdad
más allá de un primer testimonio.

No hay una verdad definitiva y, si podemos decir que existen verdades reales, históricas,
testimoniales o analíticas, no podemos dejar de subrayar que todas se complementan y dan
forma al rompecabezas. No estuvo solo en la empresa, a lo largo de esos meses de labor lo
acompañó Enriqueta Muñiz. Reportajes, visitas a detenidos, lectura de expedientes, envío de
cartas, entrevistas con familiares de fusilados y sobrevivientes, fotografías de los lugares
claves, formaron parte de la tarea de aquellos días del verano del ‘57.

El minucioso trabajo de búsqueda y pesquisa trajo consecuencias no esperadas para la


tranquila vida del escritor de cuentos policiales y de periodismo cultural. A los pocos días de
iniciada la investigación, Walsh dejó su trabajo, abandonó su casa de La Plata y debió pasar a
la clandestinidad. Dejó de ser Rodolfo Walsh para ser Francisco Freyre. Llevaba encima una
pistola de manera permanente, vivió oculto en casas de Tigre o ranchos de Merlo, pueblos del
conglomerado urbano que entonces se estaba formando y que hoy llamamos Gran Buenos
Aires. Los allanamientos a su hogar se transformaron en una constante, sin lograr detenerlo.
Casi cuarenta años después su hija Patricia recordará en una entrevista efectuada por La
Maga: “A mi casa de La Plata la policía lo fue a buscar tantas veces que perdimos la cuenta.
Cómo no ir a buscarlo allí si él nunca dio cambio de domicilio”.

Lo esencial de la investigación concluyó el 21 de febrero, y una serie de nueve artículos


apareció desde mayo en el diario ‘Mayoría’, de los hermanos Jacovella. La escritura bajo
presión, la vida en clandestinidad, la certeza que estaba enfrentado a todo un sistema, la
esperanza de poder movilizar los resortes de la justicia y la pasión por develar la verdad le
dieron un brillo excepcional a su prosa. El 20 de marzo terminó la primera versión del libro que,

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igual que su primer reportaje de la serie, al principio no encontró editor.

Finalmente la primer edición del libro, a fines de ese mismo año, tuvo como título ‘Operación
Masacre, un proceso que no ha sido clausurado’, siendo el artífice de la publicación el
nacionalista Marcelo Sánchez Sorondo. No le interesó la ideología de su mecenas, en el
prólogo de la primera edición sostendrá: “Escribí este libro para que fuese publicado, para que
actuara, no para que se incorporase al vasto número de las ensoñaciones de ideólogos..., en
éste momento no reconozco ni acepto jerarquía más alta que la del coraje civil. ¿O pretenderán
que silencie estas cosas por ridículos prejuicios partidistas? Mientras los ideólogos sueñan,
gente más práctica tortura y mata”.

La investigación, a pesar de la edición del libro, no paró. Reescribió la obra y agregó nuevos
datos en la segunda edición, publicada en el año ‘64, cuando había vuelto de Cuba y vivía
recluido en una casa del Delta, en Tigre.

El arte de molestar

Podemos definir a ‘Operación Masacre’ como un libro que molesta, que en definitiva es como
entendía Walsh el periodismo; dando nacimiento a un género distinto, un híbrido fundacional
entre lo policial y lo literario. El texto se estructura en tres partes: las personas, los hechos y las
evidencias. La obra avanza como si se intentara demostrar un siniestro teorema, o se estuviera
en un invisible tribunal que, con el material aportado, pudiera dictar un veredicto.

El autor fue armando la lista real de los que enfrentaron el pelotón de fusilamiento en el basural
de José León Suárez; pero no se conformó con el simple hecho de nombrarlos, sino que trazó
el rasgo sicológico de cada uno de ellos, ya sea a través de entrevistas personales en el caso
de los que estaban vivos, o con descripción por parte de familiares, amigos o testigos, en el
caso de los muertos. De cada uno de ellos conoció a los seres queridos, su barrio, sus
aspiraciones, sus progresos, sus alegrías y tristezas, el modo en que se ganaban la vida, las
posibles motivaciones que los llevaron a ese departamento suburbano de Florida, el antes y
después de la noche fatídica. Fue al inmenso baldío y sacó fotos del lugar, señaló
responsables con nombres y apellidos, rescató de su exilio a prófugos inocentes.

Sintetizaremos el relato. Un número no determinado de personas se reunieron para oír la pelea


que relataba Fioravanti, desde el Luna Park, donde se disputaba el título sudamericano. Se
enfrentaban Lausse, recién venido de Estados Unidos, y el joven chileno Loaysa. Los
asistentes a la reunión fueron el obrero ferroviario Nicolás Carranza, quien era perseguido por
peronista; Francisco Garibotti, quien fue sacado de su hogar por el prófugo; Horacio Di Chiano,
dueño de la casa donde se produce el ‘allanamiento’; Miguel Ángel Giunta, invitado por el
dueño de casa a escuchar la radio; el suboficial de la marina Rogelio Díaz; Carlos Lizaso, que
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sabía de la revolución y pudo haberse salvado si aceptaba irse junto con el enigmático
terrorista ‘Marcelo’, que entró y salió del departamento en numerosas ocasiones; el gendarme
Norberto Gavino, quien estaba prófugo por opositor y sabía del movimiento revolucionario en
ciernes; Juan Carlos Torres, inquilino del departamento y habitual anfitrión de reuniones
barriales, donde por el solo hecho de ser amigo de un amigo ya se podía acercar a compartir
un rato; Mario Brion un vecino que fue invitado, no se sabe por quien, a participar de la velada;
el joven colectivero Juan Carlos Livraga, quien se sumó a la reunión invitado por el bolseador
del puerto Vicente Rodríguez, quien a su vez se desvió de su camino al trabajo al encontrarse
con uno de los fusilados que sobrevivirá. Esa noche entran y salen más personas, entre ellas
dos miembros de fuerzas de seguridad no identificados que, solapadamente, pesquisan el
lugar en busca de armas, se confunden entre los presentes y recorren los grupos.

De todos los nombrados sobrevivieron siete, aunque la lista se empezó a armar con el dato de
la existencia de “un fusilado que vive”: Juan Carlos Livraga. El autor lentamente arma la lista de
sobrevivientes, ya sea por datos concretos, por hipótesis o por intuición.
Luego de presentar a las personas, que bien podrían denominarse las víctimas, realiza la
reconstrucción minuciosa de lo que ocurrió durante la noche que va del 9 al 10 de junio; desde
el procedimiento en la casa, pasando por el arresto, para concluir el itinerario en la Unidad
Regional de San Martín. Nadie que del levantamiento que se estaba produciendo esa noche, ni
tampoco conocían la ley marcial que se aplicó al conocerse la intentona.

En la segunda parte del libro relata la noche del fusilamiento, que se inicia con el procedimiento
en la casa de Florida. Desde allí llevan a todos hasta la Unidad Regional, sumándose en el
camino tres personas más, que más tarde serían liberadas. Se sumarán a las víctimas del
pelotón dos personas que llegaron al departamento allanado minutos después, ellos fueron
Julio Troxler, un ex-policía que conoce los ‘métodos’ que usan los que fueron sus compañeros,
y el almacenero Reinaldo Benavídez. El allanamiento ilegal se realiza a las 23:30, por parte del
jefe de la policía Bonaerense, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, aunque los
fusilamientos los encabeza el comisario Rodolfo Rodríguez Moreno, jefe de la Unidad Regional,
obedeciendo órdenes del primero. La operación había sido realizada antes de que rigiera la ley
marcial, pero la decisión de matarlos a todos ya estaba tomada cuando llegan a la casa de
Florida, según lo expresa Fernández Suárez al descubrir a Gavino.

En realidad la presencia de Fernández Suárez se diluye aquella noche, se llega a sospechar


que ‘usa’ el fusilamiento de los detenidos como para ‘blanquear’ su situación, que habría sido
ambigua durante los primeros intentos revolucionarios. Próximo a Campo de Mayo, habría
decidido arrestar a unos civiles y ‘guardarlos’ hasta ver lo que ocurría con el movimiento
rebelde. En un artículo escrito por Walsh, donde ironiza sobre su ascenso a Coronel, pregunta:
“¿Cuál fue la hora más misteriosa de su vida?... ¿Será la) madrugada del 10 de junio de 1956,
que pasó usted refugiado en el garaje de Ambrosis, en la calle 1, entre 44 y 46, mientras a

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pocas cuadras sus hombres ya casi desesperaban de seguir resistiendo?”.

Los ejes centrales del relato, para demostrar la ilegalidad de los fusilamientos, son dos, el
primero se refiere a la vinculación de los catorce con la revolución encabezada por el general
Valle, de la cual solo dos o tres tenían alguna remota noticia, y por lo tanto eran inocentes en
su totalidad; el segundo eje se centra en la ley marcial, ya que todos fueron detenidos antes de
dictarse y darse a conocer públicamente la misma a las 0:32, siendo a todas vistas ilegal el
proceder al aplicarles dicha ley.

El capítulo más político de la obra es el 15 de la edición definitiva, allí Walsh explica el


levantamiento que tiene tres centros geográficos: Campo de Mayo, Lanús y La Plata, donde se
combate hasta la madrugada. El autor opina, critica y evalúa los avatares de la situación del
país y la oportunidad del levantamiento.

Pelotón

El fusilamiento se realizó en total desorden, en un descampado que servía de basural, en José


León Suárez. Los detenidos fueron bajados de los camiones, no se los hizo formar ni se formó
el pelotón como corresponde. El desbarajuste permitió que, aunque algunos murieran, como
Lizaso, Carranza, Garibotti, Rodríguez y Brión, otros pudieran escapar y, en algunos casos, sin
recibir ni un impacto de bala, ni siquiera el famosos tiro de gracia. Los que escaparon fueron
los testigos de la saña y el sadismo de las autoridades que debían encargarse de la seguridad
de la población de la provincia.

El primer sobreviviente fue Juan Carlos Torres, quien saltó la tapia en el momento en que los
policías llegaron para realizar el allanamiento, exiliándose, un año más tarde, en Bolivia. Ya en
el basural sobrevivieron Gavino, quien corrió y corrió hasta trasponer las puertas de la
embajada boliviana, donde se asiló para luego abandonar el país; Troxler quien, luego de
buscar sin suerte a Benavídez en el basural, emprendió el camino del exilio; Di Chiano, quien
se hizo el muerto hasta la salida del sol, y luego huyó hasta el barrio porteño de Liniers en
colectivo, para finalmente refugiarse en su casa de Florida; Díaz, quien se refugió en su casa
pero fue detenido meses después y confinado en Olmos, sin que Walsh nunca pudiera
entrevistarlo; Giunta, quien huyó, tomó el tren, se arrojó del mismo hasta llegar a casa de sus
padres, para luego, inexplicablemente, ‘entregarse’ a explicar la confusión, quedando detenido
y a punto de perder la razón ante la tortura sicológica a que lo sometió la policía, siendo
liberado por los oficios del abogado Máximo Von Kotsch. Un caso especial es el de Livraga,
quien recibió el tiro de gracia que le destrozó la cara pero no lo mató, horas más tarde fue
ayudado por un policía (sic), quien lo acompañó al policlínico de San Martín, donde lo
encontraron sus familiares y las autoridades policiales, quienes lo llevaron a la comisaría de
Moreno, arrojándolo desnudo y sin atención médica, y luego lo trasladaron a Olmos. Gracias a
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la rápida acción de su padre, quien intima al mismísimo presidente Aramburu, logró sobrevivir,
hasta que el abogado Von Kotsch consigue su libertad, junto con la de Giunta, el 16 de agosto.

Revelación

En la tercera parte de la obra definitiva se explican los pasos sucesivos para desenmascarar la
‘operación’. Todo empezó a ser develado por el abogado, jefe de la División Judicial de la
policía, Jorge Doglia, quien luego será destituido; la investigación la seguirá la Junta Consultiva
del ministerio de Gobierno de la Provincia, principalmente Eduardo Schaposnik, uno de sus
miembros; y finalmente por Juan Carlos Livraga, el ‘fusilado que vive’, quien inició una causa
penal contra quien ‘resultare responsable’ de lo que él vivió desde la noche del 9 de junio.

El texto fundamental de esta parte del libro desarrolla el ‘expediente Livraga’, donde se destaca
el rol del juez Belisario Hueyo, quien investigó, logró la declaración y confesión de los
funcionarios policiales y militares que participaron en el operativo y fueron ejecutores
materiales de la masacre, confirmando que lo que decía Livraga, y lo que venía publicando
Walsh en los medios que se animaban, no era falso sino que era absoluta verdad. Desarmó la
coartada de Fernández Suárez y su cómplice, el ministro de Ejército Ossorio Arana. Aunque no
lo hace explícito, en el ’58 conocerá a otro personajes, el general Cuaranta, quien habría dado
la orden de los fusilamientos al jefe de la policía Bonaerense.

El expediente Livraga no contradice la investigación periodística de la ‘Operación Masacre’,


sino que lo complementa, lo enriquece, además de confirmar con mayor o menor precisión los
datos que se publicaron hasta ese momento. Es decir que a las 23:00 del 9 de junio se detuvo,
sin oponer resistencia, a 14 personas en un departamento de Florida; que al día siguiente, las
0:30 del 10 de junio, se dictó y difundió el estado de Ley Marcial; y que a las 5 de la mañana se
fusiló a los detenidos en un descampado de José León Suárez, sin hecho delictual ni causa
procesal en marcha.

Pero como ocurre en todo gobierno militar, y también en gobiernos civiles, la división de
poderes no existe y, con diversos artilugios legales, se logró que la causa pasara al fuero
militar. Es así como el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez pasó a ser juzgado por un
juez militar, teniente coronel Abraham González, cumpliéndose el viejo adagio que dice que
‘entre bueyes no hay cornadas’.

En ningún momento Walsh mezcló el alzamiento militar de Valle con el crimen de José León
Suárez, recién en el penúltimo capítulo hace referencia a los fusilamiento de los militares que
protagonizaron la revolución. En el ‘72 dirá: “Valle es un traidor a su clase, que toma partido por
los oprimidos. Nunca el Ejército fusiló a un militar, pero a quienes traicionan su clase sí. Por
eso Perón es traidor a la Patria. La oligarquía, cuando dice ‘Patria’, quiere decir ‘clase’. Por otro
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lado, hay que analizar la forma y los métodos propuestos por la gente de junio para retomar el
poder. El golpe militar no es una forma de lucha de clase obrera. Y ésa era la limitación objetiva
del movimiento”.

Más allá de los vaivenes políticos que vivió ideológicamente, Walsh siempre mantuvo lo que
dijo en la Introducción: “Esta obra persigue un objetivo social: el aniquilamiento a corto o largo
plazo de los asesinos impunes, de los torturadores, de los ‘técnicos’ de la picana que
permanecen a pesar de los cambios de gobierno, del hampa armada y uniformada”.

Anexos

Los sucesos de la noche sin estrellas del ‘56 no aparecen en los diarios de la época. El mismo
Walsh, cuando empezó la investigación, creyó que los grandes medios le arrebatarían la
historia de las manos, teniendo 20 días en su bolsillo el primer reportaje de la serie. Pero los
grandes medios le dieron espacio a Fernández Suárez para que realizara sus descargo ante
las acusaciones por los fusilamientos, pero en ningún momento los medios gráficos de peso en
aquella época se encargaron de consultar la investigación de Walsh, aunque él se encargó de
responder cada mentira que publicaron sobre el tema, siguiendo los dictados del jefe policial,
en su ‘Obligado Apéndice’ del ‘57. En ese mismo texto explica los pasos de su investigación,
cosa que se deduce leyendo los resultados, pero que brinda detalles sustanciales para quien
aspire ser periodista.

En su corrección permanente agrega en los ‘70 un nuevo texto a la obra, donde se explaya
sobre el ajusticiamiento de Aramburu en manos del incipiente grupo Montoneros, explicando en
gran parte el rebrote violento de los ‘70. No deja de mencionar la canonización de Aramburu
por parte de los sectores beneficiarios de su política, comparando el hecho con Lavalle y el
fusilamiento de Dorrego, expresando que “es posible que Aramburu, además del monumento
gorila, llegue a merecer la cantata expiatoria de un Sábato futuro”.

La edición definitiva de ‘Operación Masacre’ agrega el texto de parte del guión del film sobre
los fusilamientos de José León Suárez. La película fue realizada clandestinamente por Jorge
Cedrón, durante la dictadura de Lanusse, entre los años ‘71 y ‘72, con guión del mismo Rodolfo
Walsh, música de Juan Cedrón y la actuación de Carlos Carella, Víctor Laplace, Leonor Manso,
Walter Vidarte, Ana María Picchio y el mismo Julio Troxler representándose a sí mismo. Walsh
discutió detalladamente el texto con Troxler, concediendo que la película no se limitara a la
mera narración de los hechos, “una militancia de casi 20 años autorizaba a Troxler a resumir la
experiencia colectiva del peronismo en los años duros de la resistencia, la proscripción y la
lucha armada”, dirá el escritor.

El texto apunta a una visión ideológica que Walsh no tenía cuando empezó la investigación de
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los fusilamientos, pero que la fue formando, delineando y al final adscribiendo en las diversas
ediciones del texto. Ese caminar por un nuevo sendero combativo concluirá con el guión para
película, donde cierra el ciclo, o por lo menos su itinerario, con una frase explícita: “la larga
guerra del pueblo, el largo camino, la larga marcha hacia la Patria Socialista”.

Género bastardo

‘Operación Masacre’ se encuentra dentro de la mejor tradición literaria argentina, donde sus
obras suelen ser inasibles, degeneradas y hasta híbridas. Aún hoy está planteada la pregunta
sobre el género al que pertenece ‘Facundo’, de Domingo Faustino Sarmiento; no habrá una
sola respuesta pues no podemos categorizarlo como novela, ni como ensayo, ni como
biografía, ni como crónica, aunque contiene, entremezclados, cada uno de esos elementos
literarios. Lo mismo ocurre con ‘Martín Fierro’, de José Hernández, obra sobre la cual se
discute si es solo poesía gauchesca, o si es una novela en poemas, o un ensayo de denuncia
social sobre la condición del gaucho a fines del siglo pasado.

No es desatinado decir que ‘Operación Masacre’ es el ‘Facundo’ del siglo XX, por la
descripción exacta que hace de la centuria, por la denuncia que ello significa, por el
enfrentamiento a todo un sistema y porque además no se acota a un género literario para
expresarse. Es una obra que, al igual que tantas de nuestra literatura, no puede encasillarse;
no es una crónica policial, no es una novela negra, no es un panfleto ideológico, no es el guión
de una película. En cuanto a sus protagonistas no es claro; ¿quién es el personaje central?,
¿Livraga, el fusilado que denuncia?, ¿todos los fusilados?, ¿el teniente coronel Fernández
Suárez?, ¿ el investigador que estaba en un café, se entera de la existencia de ‘un fusilado que
vive’ e inicia la pesquisa?, ¿todos a la vez?, ¿el sistema social que permite la complicidad, el
ocultamiento y la impunidad?

En rigor de verdad podemos afirmar que es una crónica, aunque veremos que su aporte a la
literatura y al periodismo es fundamental, pues rompe límites de géneros, gestando y dando a
luz algo nuevo. En lo periodístico inaugura el tiempo de la investigación a través del
seguimiento meticuloso de un tema hasta las últimas consecuencias, que en este caso será
enfrentarse al omnímodo poder de la policía Bonaerense y a las castrenses autoridades
nacionales que obligaron al autor a pasar a la clandestinidad, sin que por eso él dejara de
investigar y publicar.

No es tarea fácil la que emprendió Walsh, un trabajo solitario y oculto; sin contar con el apoyo
de grandes recursos económicos, ni de los grandes medios de comunicación. Su trabajo fue
una afrenta a lo que entonces se consideraba ‘prensa seria’, llevando la libertad de prensa
hasta límites donde su vida y la de los suyos corrían peligro. Se adelantó en más de una
década a lo que se llamó ‘nuevo periodismo’, y en Argentina se verá una rigurosidad y
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constancia en un tema recién cuarenta años después, a través de publicaciones como diarios o
revistas. En la década del ‘90 los libros periodísticos de investigación se pusieron de moda, con
mayor o menor rigurosidad, pero en muchos casos respondiendo a estudios de mercado y a
través de un trabajo de marketing y difusión. Walsh, sin ningún tipo de encuesta, se lanzó a
abrir un lugar a un nuevo género cuarenta años antes, pero con la diferencia que lo suyo fue
también un aporte al terreno literario, pues jamás perdió su condición de escritor, realzando su
trabajo periodístico a través de la riqueza del lenguaje. Pero no nos engañemos, ‘Operación
Masacre’ no es solo periodismo bien escrito, es algo nuevo, es la fusión de lo periodístico con
lo literario que abre un campo nuevo tanto a la novela, como a la crónica periodística misma.

Lo real inverosímil

En el campo literario genera un producto híbrido, un paso más allá de la novela, abriendo un
nuevo campo, con la posibilidad de introducir la realidad al mundo de la literatura, sin por ello
caer en un texto realista, ni en historias con textos verosímiles. ‘Operación Masacre’ relata lo
inverosímil de la realidad, es totalmente inverosímil, raya en lo fantasioso, no es lógico que lo
que relata pueda ocurrir, sólo es dable en el terreno de la imaginación. Cuando entra en
contacto con la denuncia judicial de Livraga manifiesta: “era demasiada cinematográfica.
Parecía arrancada directamente de una película”, y en la Introducción a la primera edición
sostiene: “La historia me pareció cinematográfica”; a la vez que recuerda que un oficial de las
Fuerzas Armadas “los calificó con toda buena fe de ‘novela por entregas’”.

Los norteamericanos ‘descubrirán’ y ‘patentarán’ este estilo diez años después, a través de
Truman Capote y su obra ‘A sangre fría’, y lo denominarán ‘no fiction’. Norman Mailer, Core
Vidal y otros transitarán con éxito por la nueva senda. En el contexto latinoamericano, Gabriel
García Márquez dio algunos pasos por el mismo camino, aunque asentándose firmemente en
la ruta literaria a través del ‘Relato de un náufrago’ y, últimamente, en ‘Noticia de un secuestro’.
Tal vez el producto más acabado de este intento, luego de la obra de Walsh, sea ‘Recuerdos de
la muerte’, de Miguel Bonasso, que como obra fue usada en los juicios a la junta de
comandantes de la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional, e incluso al proceso
judicial contra esos mismos comandantes que se lleva adelante en España. Es decir que una
obra que corre por los andariveles señalados por Walsh puede ir más allá del terreno de la
ficción hasta llegar a subir, como testimonio, a los estrados judiciales.

En el nuevo género hay una ruptura de la frontera entre la literatura y géneros menores, como
la novela negra o policial, el comic e incluso el periodismo, con fusión de elementos y mezcla
de códigos que no descarta los textos judiciales, como ocurrió con el expediente Livraga, que
en ‘Operación Masacre’ abarca un capítulo completo.

La irrupción de los medios de comunicación a lo largo del siglo penetró en la literatura, y el


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autor fue consciente de esto. La ruptura de esta frontera da como resultado un género distinto,
el mismo Walsh teorizaba sobre esto en 1970, en un reportaje que le realizó Ricardo Piglia,
sosteniendo: “Es probable que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción
exijan un nuevo tipo de arte, más documental, la denuncia traducida al arte de la novela se
vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se sacraliza como arte. En un futuro es
posible que lo que realmente se aprecie en cuanto a arte sea la elaboración del testimonio o el
documento, evidentemente en el montaje, la compaginación, la selección, en el trabajo de
investigación se abren inmensas posibilidades artísticas”.

En cuanto al objetivo de ‘molestar’ a través de su trabajo, buscó que el material no fuera un


producto para una biblioteca, sino que sirviera para sacudir conciencias y, de ser posible,
romper estructuras. En su obra dialoga con la historia, con el futuro, con las generaciones que
vienen detrás de él; sabe que en su tiempo está combatiendo una estructura solidificada y
monolítica, como es la policía Bonaerense y los intereses que se mueven alrededor.

Señala a uno por uno a los protagonistas, describe sus vidas, su pasado, su presente y sus
esperanzas. Cada unos de los fusilados aparece con un perfil delineado en el texto, lo mismo
que los principales responsable de los fusilamientos. Pero además él mismo es protagonista,
como periodista e investigador, es el hilo conductor de la historia, no solo con su pluma, sino
con su presencia en la obra. Como algunos pintores que se autorretratan dentro de una obra
mayor, Walsh aparece aquí en distintos momentos de su crónica, y habla en primera persona.

Habla como protagonista en la Introducción de la primera edición diciendo: “He hablado con
testigos presenciales de cada una de las etapas del procedimiento que culminó en la masacre.
Algunas pruebas materiales se encuentran en mis manos, antes de llegar a su destinatario
natural. He obtenido la versión taquigráfica de las sesiones secretas de la Consultiva Provincial
donde se debatió el asunto. He hablado con familiares de las víctimas, he trabado relación
directa o indirecta con conspiradores, asilados y prófugos, delatores presuntos y héroes
anónimos. Y estoy seguro de haber tomado siempre las máximas precauciones para proteger a
mis informantes, dentro de lo compatible con la obligación periodística...No hay un solo dato
importante en el texto de ‘Operación Masacre’ que no esté fundado en el testimonio coincidente
y superpuesto de tres o cuatro personas, y a veces más. En los hechos básicos he descartado
implacablemente toda la información unilateral”.

Pero además este párrafo nos gráfica su método investigativo, o por lo menos algunos de los
pasos que siguió, y que marcan la base para hacer buen periodismo.

Obra abierta

La obra no tuvo un cierre definitivo, aunque lo esencial de la investigación cerró en febrero del
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‘57, y terminó de escribir el libro el 20 de marzo del mismo año. Hubo diversas ediciones,
agregados, nuevos prólogos, renovados epílogos y relecturas de los sucesos desde la
perspectiva que da el tiempo. En el ‘64 reescribió el relato y concluyó con un amargo Epílogo,
por la falta de respuesta a lo denunciados, sosteniendo: “este caso está muerto”. Pero al final
agrega un deseo que va más allá del clamor de justicia, sino que transita los andariveles
estéticos: “Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan,
pienso con fastidio que ahora la escribiría mejor. ¿La escribiría?”.

Nunca pudo retocar el texto de manera íntegra, pero a medida que pasaba el tiempo agregaba
nuevos datos, sumaba prólogos, anulaba capítulos, y leía aquel hecho que él descubrió con la
perspectiva que daba el paso del tiempo, incluyendo, por ejemplo, alguna reflexión sobre el
asesinato de Aramburu, en el ‘70. Esta reescritura constante permite seguir además el itinerario
ideológico del autor, que en un primer momento, a través de sus contactos, logra publicar en
periódicos nacionalistas, aunque lentamente va girando a posiciones más radicales, que
designaremos como de ‘izquierda’, hasta su incorporación a la lucha armada en las filas de
‘Montoneros’.

Solo la muerte le dio una edición definitiva a la obra, de seguir vivo Walsh hubiera seguido
repasando, suprimiendo y agregando elementos a su trabajo fundacional. En el citado reportaje
de Fossati, cuando ya tiene una intensa militancia, en junio de 1972, revelará el intento de una
nueva reescritura de algunas partes de la investigación: “El capítulo que trata la rebelión de
Valle está tratado en forma incompleta, superficial. Está hecho desde afuera del movimiento
peronista. Para hacer algo más serio, más profundo, tendríamos que analizarlo desde dos
ángulos: por un lado, Valle y los militares de junio juegan su destino junto a la clase trabajadora
traicionada, y por eso los fusilan”.

Aunque siempre llegaría a la misma y amarga conclusión final: “los muertos bien muertos, y los
asesinos probados, pero sueltos”.

En el ensayo ‘La propuesta de una escritura’ su autora, Ana María Amar Sánchez, dice: “Se
hace necesario, entonces, replantear el lugar, en el contexto de la literatura argentina, que
corresponde a la producción de Rodolfo Walsh, en la medida en que textos como éstos
asumen un compromiso de reflexión en torno a lo real tanto como sobre la práctica significante
llamada literatura, cuyos límites no tienen por qué ser precisos o fijados de antemano. Plantean
nuevos espacios para el ejercicio de esa práctica, nuevos interrogantes, polemizan y abren una
implícita propuesta, cuya acción se ejerce, como se ha visto, en diferentes niveles: en primer
término, aportan nuevas vías a la narrativa (iniciando una forma que reemplace al relato de
ficción tradicional y establezca otro tipo de relación entre el arte y la política). Este proyecto, en
segundo lugar, rechaza la condición inofensiva de la literatura y revierte en un intento de
cambio de los modos de recepción, para evitar que el lector resulte un pasivo consumidor de

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‘denuncias sociales’; por último, impulsa la reflexión en torno a problemas teóricos, obligando a
revisar categorías que se complejizan, no solo por su presencia en los textos de no ficción, sino
por la continuidad que se establece entre ellos y el resto de su producción”.

Muerte en el estudio

Con anteojos de marcos negros, pelo rebelde y aire serio, Daniel Hernández ganó el dinero
que le ayudó a sobrevivir a Walsh. Con ese seudónimo escribía artículos para las revistas
‘Leoplán’ y ‘Vea y Lea’, pero no los artículos seriados donde daba a conocer nuevos casos,
sino la reseña de algún libro sobre el F.B.I., o las desventuras de un velero atrapado por vientos
huracanados de alta mar, o los secretos de algún nuevo lenguaje cifrado. En el ‘57 publicó una
antología que venía preparando desde al año anterior, pero que la investigación de los
fusilamientos postergó, se llamó ‘Antología del cuento extraño’.

En el aspecto político pasó del desencanto de la Revolución Libertadora, al desengaño con el


gobierno de Frondizi. Con el radical desarrollista Walsh escribió una nota extraña, ‘Veinte
preguntas al presidente electo’, donde exhibía un lenguaje complaciente. Es posible suponer
que, desde la dirección de la revista, le hayan ‘bajado línea’, pidiéndole que tratara con
‘respeto’ al nuevo primer mandatario. Lo cierto es que en su redacción busca justificar cada
pregunta, explicando e introduciendo a un mundo rosa, sin el compromiso ni el rigor que
demostró meses antes en ‘Operación Masacre’. Frases como “La respuesta es concisa”, “La
fatiga de la campaña electoral es apenas una sombra en su voz pausada y serena”, “Ahora no
hay vacilación en el presidente electo de los argentinos”, “El doctor Frondizi sigue resistiendo
impávido el ametrallamiento de preguntas”, entre otras, no responden al Walsh que en el
verano del ‘57 no dudó en pasar a la clandestinidad y enfrentarse con la sombra de la muerte
para investigar los fusilamientos del basural.

El nuevo presidente recibió de sus manos un ejemplar dedicado de ‘Operación Masacre’, pero
no hizo ningún intento para que se hiciera justicia con los familiares, esposas e hijos de los
fusilados, hecho que se reparará cuarenta años mas tarde, durante la presidencia de Carlos
Menem. Por el contrario, el desarrollista señaló al teniente coronel Fernández Suárez como
‘ejemplar’, permitiendo que ascendiera a Coronel. La desilusión de Walsh se ahondó con la
investigación de la muerte del abogado Marcos Satanowsky, un crimen en el que estaba
vinculado el flamante Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE). Es entonces cuando adquiere
la certeza de que abogados, militares, legisladores y cuantos se acercan al poder se
corrompen, en un sistema que hace agua y al cual cuestiona.

Desde junio del ‘58 escribió para ‘Mayoría’ una serie de treinta dos artículos, donde investigó la
muerte del abogado y la posible participación de organismos estatales en el hecho. Marcos
Satanowsky tramitaba la causa para que el diario ‘La Razón’ volviera a manos de su antiguo
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dueño, Ricardo Peralta Ramos. La investigación que hizo Walsh, basada en testimonios
propios y en la actuación de la justicia y el Congreso, lentamente lo condujeron a un posible
móvil, a un probable instigador y a supuestos autores materiales. El relato plantea el poder de
los medios, el sometimiento al que el gobierno radical de Frondizi se vio sometido por las
Fuerzas Armadas, el rol de uno de los generales de la Nación, la complacencia de jueces y las
evasivas de los legisladores. La compilación de esas notas, en el ‘73, darán forma al libro
‘Caso Satanowsky’, completando, con ‘Operación Masacre’ y el caso del sindicalista Rosendo
García, su trilogía de investigación.

La Razón perdida

La historia que tiene al doctor Marcos Satanowski como infortunado protagonista, y que suma
todos los elementos de una novela policial, se inició luego de asumir el poder la Revolución
Libertadora. Los diarios, en los dos primeros gobiernos peronistas, habían sido parte de la
estructura informativa del Estado, muchos cambiaron su línea editorial, otros hicieron ‘arreglos’
con el gobierno, armando entre todos la organización empresaria ALEA S.A.. Cuando cayó
Perón, los verdaderos dueños quisieron recuperar sus propiedades, uno de ellos fue Ricardo
Peralta Ramos, antiguo propietario de ‘La Razón’. Pero a su vez su esposa y su cuñada
exigían el mismo derecho pues eran herederas del fundador del periódico.

El juicio para recuperar el diario para Peralta Ramos lo tramitó Satanowsky, quien era un
destacado abogado, con un importante prestigio dentro de la comunidad judeo argentina,
siendo uno de los nuevos ganaderos del país. Los militares de la Revolución Libertadora
recientemente habían creado la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE), y su primer
titular fue el general Juan Constantino Cuaranta, quien se empecinó en expropiar el diario en
cuestión. Cuando el abogado estaba a punto de ganar el juicio, tres personas entraron a su
estudio, aparentemente para exigirle algo y, ante su resistencia, fue muerto de dos balazos.
Fue el 13 de junio del ‘57, en San Martín 536. En una carta dirigida a los familiares de la
víctima, Walsh decía: “Este es uno de los crímenes más ‘literarios’ que se han cometido nunca:
un crimen de literatura policial”.

La investigación la llevó adelante el juez Bernabé Ferrer Pirán Basualdo, quien descubrió que
querían hacer pasar el crimen como un atentado antisemita, los medios fueron manipulados
por el mismo gobierno para que distrajeran la atención hacia tal o cual lado. Las primeras
investigaciones llevaron a la detención de un sospechoso que coincidía con uno de los
identikits confeccionados con los testigos del crimen. Se trataba de Marcelino Castor Lorenzo,
que se hacía pasar por Pérez Díaz, extorsionaba a los Satanowsky para no matarlos y, en la
jerga de los maleantes que trabajaban en el SIDE, era conocido como El Huaso.

Con la supuesta resolución del caso, el juez trató de que bajaran los decibeles de información
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en los medios, hasta que alguien insinuó que el móvil del crimen habían sido las acciones del
diario ‘La Razón’. La familia Satanowsky pidió al magistrado la realización de varios trámites
para verificar o descartar la conexión del crimen con el diario, pero Pirán Basualdo no dio a
lugar a la petición. Mientras, El Huaso había obtenido su libertad. Walsh publicó una serie de
notas sobre el asunto, pero se detuvo al no contar con elementos para seguir avanzando,
denunció la inconducta y los obstáculos del juez con la investigación pero no obtuvo más datos.
El móvil había quedado sin ser descifrado, y el escritor decidió provocar a los protagonistas
desde sus artículos hasta que alguien reaccionara.

Una novela policial

Mataron a un abogado, y el juez a cargo de la causa mató el caso. Las notas de Walsh para la
revista Mayoría, de los hermanos Bruno y Tulio Jacovella, fueron siempre contundentes y
buscaron, un año después del asesinato, descifrar el supuesto enigma. Los militares se fueron
y asumió la presidencia Arturo Frondizi. Las sospechas de la familia del muerto apuntaban a
miembros de la Marina, y se basaban en declaraciones que les había formulado el general
Cuaranta, quien dijo haber investigado el caso. Pero todo había quedado suspendido, hasta
que apareció La Gallega.

La mujer se presentó en los estudios de Satanowsky y allí sostuvo que ella había convivido con
José Américo Pérez Griz, que éste hombre pertenecía al SIDE y que había matado al abogado.
Ella había tenido el arma homicida en sus manos, sin saberlo, y lo entregó a una persona a
cambio de una deuda que tenía. Pérez Griz, cuando se enteró de la entrega, la molió a golpes.
Pero la testigo no declaró ampliamente ante la justicia. Walsh, al verse en un callejón sin salida,
decidió cerrar la serie de artículos. Es entonces cuando Elsa del Pin Estévez, La Gallega,
decidió contar su versión de los hechos y firmar lo declarado. En su testimonio sostiene que
Américo Pérez Griz (guardaespaldas del general Cuaranta) y Ladislao Palacios habrían
participado en el crimen, y que El Huaso la estaba buscando para matarla, por haber realizado
las primeras declaraciones.

La investigación judicial volvió a avanzar, y la Cámara de Diputados de la Nación formó una


Comisión Investigadora, pidiéndose la captura de Pérez Griz y del Huaso. Rodolfo Walsh y otro
periodista, Rogelio García Lupo, habían instado a la formación de la mencionada Comisión
para esclarecer el crimen, o por lo menos ver la responsabilidad que tuvieron algunos
organismos del Estado en la muerte. Por primera vez en su vida, Walsh integra un ente estatal
para dilucidar un caso, lo que marca que, a pesar de lo dicho en ‘Operación Masacre’, aún le
resta un poco de fe en la justicia. Participó de la comisión parlamentaria, declaró ante ella en
numerosas oportunidades, aportó datos, acercó documentación, intervino en diligencias, hasta
que la abandonó, al sumarse policías un objetivo diverso al de buscar la verdad.

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Lo descripto parece formar parte de un culebrón policíaco, pero lo que subyace en los datos
obtenidos es que un hombre, pagado y apañado por el Estado, estuvo involucrado
directamente con el asesinato, y que su mentor ideológico era uno de los jefes de un ente
estatal. La pista de la Marina se diluye para confirmarse la pista del SIDE, comprometiendo a
su jefe, el general Cuaranta. En el primer artículo de la serie, el escritor había establecido su
objetivo manifestando que: “En una oportunidad anterior, ante circunstancias que tienen cierto
parecido con éstas, quise advertir de antemano que la finalidad que me proponía no era el
escándalo, y que determinada campaña periodística cesaría en el momento preciso en que se
dijese la verdad y se hiciera justicia. Por desgracia no se me prestó atención, y hubo entonces
cierta dosis de escándalo que recayó no solo sobre funcionarios, militares, policías y jueces -
seres humanos al fin-, sino también sobre instituciones necesarias que deben ser prestigiadas.
Pero la función del periodismo no es prestigiarlas cuando eluden sus deberes, sino cuando los
cumplen”.

La serie de artículos se reinició, esta vez para desenmascarar las relaciones del SIDE con
ladrones, asesinos y traficantes; además de la muerte del abogado. Las notas transitan
diversos géneros, como el ensayo, el testimonio, las historias de vida y muchos se emparentan
con el relato policial. La investigación tomó un nuevo giro, el hombre que había recibido el arma
homicida de manos de La Gallega, Marcos Ozanick, se presentó en los estudios de
Satanowsky para entregarla. La pericia balística confirmó que respondía a las características
del arma que disparó la bala asesina. Walsh publicó el carnet de Pérez Griz que lo acreditaba
como agente del SIDE, acompañando un epígrafe que decía: “Buscado por el asesinato del
doctor Satanowsky”. Al otro día alguien le confió el posible paradero de Pérez Griz: Paraguay.
Hacia allá fue Walsh.

Mientras el presidente Frondizi preparaba un viaje protocolar a tierras guaraníes, Pérez Griz
había sido detenido en Asunción junto a un grupo comando que pensaba invadir el país y,
posiblemente, atentar contra la vida del presidente argentino. En dos oportunidades el escritor
entrevistó al buscado. El detenido admitió haber participado del grupo que estuvo en la calle
San Martín, pero que él ni subió a la oficina, ni mucho menos mató al abogado. En ambas
oportunidades firmó declaraciones contradictorias, la segunda rectifica la primera, pero ambas
permiten aclarar puntos oscuros en la causa, la cual tenía nuevo juez: Tiburcio Alvarez Prado.

Mientras tanto la familia de Satanowsky hizo pública la información que recibieron de la


supuesta investigación del general Cuaranta, que sostenía que miembros de la Marina eran
responsables del crimen; pero el militar no había labrado ninguna documentación escrita. La
fuerza del mar reaccionó de inmediato, lo mismo que el capitán de navío Manrique,
mencionado entre los responsables, y la interna militar salió a relucir con toda su fiereza. La
Comisión Investigadora entrevistó a Cuaranta, quien reconoció haber mandado a Pérez Griz a
investigar la muerte de Satanowsky, y mencionó al pasar a Carlos Delgado. Luego Walsh

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descubrirá que esa persona era venezolana, que había ingresado a la Argentina con el nombre
de Joaquín de la Torre, con recomendación del embajador argentino en ese país, general
Toranzo Montero, encargado de los atentados contra Perón en Caracas. El venezolano entró
en el SIDE, tuvo numerosas identidades y pudo haber sido el autor material del asesinato del
abogado de ‘La Razón’.

Así como el caso Satanowsky le sirvió a Frondizi para tapar, en parte, los escándalos
producidos por los contratos petroleros; luego el estado de sitio decretado por el radical sirvió
para enterrar el caso Satanowsky. De todas maneras el diputado Tello Rosas admitió que los
ejecutores del crimen eran personas vinculadas al SIDE. A su vez el diputado Rodríguez Araya
daba a conocer el dictamen donde nombraba a los culpables, daba pruebas, pero esquivaba el
móvil.

Los diversos indicios le hicieron sospechar a Walsh que el instigador del crimen fue el general
Cuaranta, basado en su investigación, pero también en el dictamen del Parlamento que
sostenía: “La comisión de este delito por estos sujetos, algunos de los cuales mantenidos en
función en el Servicio de Informaciones del Estado a pesar de sus antecedentes, lo cual les ha
permitido creer que contaban con la protección y respaldo del referido organismo, importa una
grave responsabilidad para su ex jefe, el general Juan Constantino Cuaranta”.

Dice Roberto Ferro, al analizar el final de la investigación, que “mientras en los relatos
policiales el cierre implica la dilucidación del enigma y, consiguientemente, el retorno a la
normalidad perturbada tras el desorden provocado por el delito, en Caso Satanowsky las
conclusiones son alarmantes. Se revela una verdad inquietante: el Estado ampara y oculta a
los culpables. El criminal es el Estado”.

La respuesta del ‘sistema’ fue de indignación general, todos aclararon su posición, todos se
sintieron ofendidos, nadie dispuso que se realizara ningún juicio contra nadie. Al final Cuaranta
fue premiado con la embajada de Bélgica. “Todo el procerato chorreaba dignidad ofendida,
mientras los consejos de guerra juzgaban a los primeros huelguistas ferroviarios”, dijo Walsh.
Fue otro escalón que aportó a su descreimiento en un sistema que protege a los poderosos,
oprime a los más débiles y desprecia la verdad. Por supuesto que, como ocurrió en ‘Operación
Masacre’, no se haría justicia, aunque los hechos quedaron demostrados y aclarados. No se
procesó a un general de la Nación, violando la norma que dice que todos son iguales ante la
ley.

El aporte periodístico de Walsh a través de la investigación de los fusilamientos y del crimen del
abogado fue el de las notas seriadas, un sello que se repetirá en otros trabajos. Sus notas se
van a caracterizar por no pretender agotar la riqueza del tema en una sola escritura, sino que
va puliéndola y agregando cada vez más datos, de manera de tener la información más

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completa e integral. El hilo unificador será un concepto, una geografía, un tema, una biografía.
En el periodismo argentino no era habitual que se utilizaran esos métodos, pero el escritor
aplicaba el rigor informativo, basado en su honestidad intelectual y su compromiso con la
verdad. En sus dos investigaciones más amplias, que no fueron seguidas por los grandes
medios de la época, desarticuló un enramado de complicidades que manifestaban
alarmantemente el estado de deterioro de las instituciones en la Argentina. En ambos casos se
enfrentó con fuerzas poderosas, en ambos casos desnudó a un Estado delincuencial y
mafioso, que se iba consolidando día a día, a través de todos los gobiernos. Su pesquisa lo
llevará, finalmente, a enfrentarse cara a cara con los manipuladores más prepotentes que tuvo
el Estado, en el segundo lustro de los ‘70, pagando su osadía con su propia vida.

Entre el Viejo y el Lobo

Del ‘58 saltamos una década, para descifrar la continuidad de su trabajo como periodista de
investigación, cada vez más comprometido con lo político y estrechado con los gremios
combativos. El dirigente gremial Raimundo Ongaro, del sindicato gráfico, había roto lanzas con
la CGT que dirigía Augusto Timoteo Vandor, El Lobo, quien propiciaba un peronismo sin Perón
y, con sus arreglos, había beneficiado a las grandes empresas multinacionales perjudicando a
los trabajadores. El surgimiento de la combativa CGT de los Argentinos fue una bocanada de
aire fresco para el movimiento obrero.

En 1968 Walsh había concluido un nuevo viaje a Cuba y, como muchos en aquella época, hizo
una obligada escala en Madrid para entrevistarse con Juan Domingo Perón, entonces en el
exilio. El Viejo le presentó a Ongaro, líder de la nueva central obrera, y les sugiere que trabajen
juntos. Ya en Buenos Aires, Ongaro convoca al periodista para crear un medio de
comunicación e información para los trabajadores. Es así como nace el semanario ‘CGT’, lo
que implica el ingreso de Walsh a las filas del peronismo más combativo, el que rescata el
espíritu de la Resistencia. “El contacto con la clase trabajadora es una vivencia que a uno lo
transfigura... En 1965 fui a hacer un reportaje al frigorífico Lisandro de la Torre. Tenía una
semana de tiempo y me quedé tres meses, aprendiendo de los trabajadores” recuerda.

“En la casa de Pirí Lugones se empezó a discutir el proyecto del periódico de la CGT de los
Argentinos, que iba a dirigir Rodolfo...” recordó Ricardo Piglia. El semanario salió a la luz el 1º
de mayo de 1968 y llegan a publicarse 49 números de manera regular; a partir del 25 de julio
del ‘69 hasta febrero del ‘70 se editó y distribuyó de manera clandestina y con una salida más
espaciada en el tiempo. Participaron los periodistas Horacio Verbitsky, Rogelio García Lupo,
Carlos Alberto Burgos, Vicky Walsh, Miguel Briante.

Fiel a su costumbre de entregar una serie de artículos sobre el mismo tema, Walsh se abocó a
la investigación de la violencia policial y el gangsterismo sindical. Dando a conocer su
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investigación sobre la muerte del dirigente sindical Rosendo García, ocurrida en mayo del ‘66.
El gremialista era la mano derecha de Vandor y, a la vez, quien le estaba haciendo sombra y lo
podría desplazar de la conducción de la CGT oficial. La síntesis de la investigación se dio a
conocer a través de un libro, donde además se desnuda la complicidad de la policía, con los
jueces, el sindicato manejado por Vandor, los grandes medios y el régimen que entonces
imperaba.

Los del gatillo alegre

Otra serie de artículos de peso fueron los que tuvieron como protagonistas a efectivos de la
policía de la provincia de Buenos Aires, a la que denomina ‘la secta del gatillo alegre’. La
campaña contra la ilegalidad del accionar de las fuerzas públicas de seguridad, las torturas, los
fusilamientos encubiertos, los falsos enfrentamientos, los allanamientos ilegales son
denunciados sistemáticamente con la descripción de procedimientos, con lugares y nombres
incluidos.

Walsh designa a la policía como el equipo ‘Diez a Uno’ pues llegan a tener, durante el primer
trimestre del ‘68, una estadística donde matan diez ladrones contra una sola baja propia. Esto
ubicaría a la policía Bonaerense entre las más efectivas del mundo, el método infalible lo revela
el periodista: “a) el uso de la metralleta en todos los procedimientos; b) la orden de fuego
contra cualquier desconocido o sospechoso que huye; c) la simple ejecución de pistoleros
capturados”. Pero no solo la señala como la más ‘eficaz’, sino como la más ‘rápida’,
sosteniendo que “la secta del gatillo alegre y la picana es también la logia de los dedos en la
lata”.

Lo que en ‘Operación Masacre’ se vio como un exceso, en los ‘60 y ‘70 se comprueba que es
parte de la metodología del accionar policial, compartida con otras fuerzas, como el Ejército y la
Armada, que pone a sus hombres a comandar la seguridad y la represión.

Es así como, antes de la década del ‘70, denunció desde el periódico centros clandestinos de
detención como ‘El Destino’, en Monte Grande, una casilla donde la picana y el sadismo eran
los factores comunes. Pero no solo eso sino también el enfrentamiento de la Federal con la
Bonaerense, con detenciones y torturas cruzadas entre sus miembros; los incendios
intencionales en las villas de emergencia; el robo de las pertenencias a los detenidos; y el
traslado de ese concepto de la seguridad a otras policías provinciales como Tucumán, Salta,
Misiones, Córdoba y Mendoza. A pesar de la necesidad de una reforma sustancial de la
estructura policial, el General Imaz, máxima autoridad provincial, dijo: “No habrá
reestructuración, porque no hay motivo para ello.

Sólo unos pequeños retoques en la organización”. Los mecanismos estaban aceitados y se


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ajustaban cada vez más para la masacre iniciada en el ‘76.

La mafia sindical

En un debate sobre literatura argentina, coordinado por Mario Benedetti, donde participaban
Juan Carlos Portantiero, Francisco ‘Paco’ Urondo y Rodolfo Walsh, el último afirmó que
Roberto Arlt “es el escritor de la crisis en ese momento (fines del ‘20), y de la que nadie tiene
conocimiento salvo él”. La sentencia es aplicable al mismo Walsh que, en su obra, describió,
analizó y denunció la crisis que se vivía en ese momento y de la cual la siguiente generación
sufriría las consecuencias. El escritor no se dejó vencer ante los oídos sordos y, sin
conformarse con su testimonio escrito, se decidió a actuar en una militancia política intensa,
que pasó por el trabajo en las villas, el compromiso político, las investigaciones y las
denuncias.

Dentro de este marco surgió otro hito en su bibliografía, la crónica que se inscribe dentro de la
misma línea de ‘Operación Masacre’ y es la investigación titulada ‘¿Quién mató a Rosendo?’.
El texto describe la noche trágica de Avellaneda, a mediados de los ‘60, cuando se desnudó la
corrupción que vivía el gremialismo y la connivencia que existía con el régimen militar de aquel
entonces. El eje fue el enfrentamiento verbal y físico de dos grupos antagónicos del movimiento
obrero, que concluyó con los disparos de uno de los bandos, provocando la muerte de dos
militantes obreros y de Rosendo García, importante referente gremial de la CGT. Las muertes
ocurrieron en la pizzería ‘La Real’ de Avellaneda, en mayo de 1966.

Walsh, a través de su pesquisa, demostró que Rosendo fue muerto por su ‘propia tropa’, sin
descartar que la bala asesina fuera disparada por el mismo Secretario General de la CGT,
Augusto Timoteo Vandor, el Lobo. La primera publicación fue a través de una serie de treinta
artículos periodísticos, a los que luego dio formato de libro. Se ha llegado a cuestionar que de
éste hecho Walsh no produjera una novela de tipo policial, ya que los elementos eran más que
interesante para armar una trama de ése tipo, a lo que él respondió: “una novela sería algo así
como la representación de los hechos, y yo prefiero su simple presentación... A mi me parece
que los fusilamientos y la muerte de García tienen más valor literario cuando son presentados
periodísticamente que cuando se los traduce a esa segunda instancia que es el sistema de la
novela”.

Aquí hay todo un planteo teórico sobre el nuevo estilo que él venía desarrollando, es decir que
consideraba que novelar era una manera ‘light’ de presentar la denuncia, de frivolizarla.
Considera que la investigación gana en seriedad cuanto más se aleja de la ficción, éste libro
“es una impugnación absoluta del sistema”, ya que desnudaba el juego de mafia, entregas y
traiciones de la burocracia sindical, cosa que no se lograría ‘ficcionalizando’. Entrevistas,
historias, ensayo, pesquisa y análisis son algunos de los elementos que se entremezclan en el
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texto y que sigue la concepción del los fusilamientos de José León Suárez, dando lugar a algo
nuevo dentro de la literatura, un género distinto. La rigurosidad en la investigación es la misma
que en ‘Operación Masacre’, tal vez con una mayor riqueza en cuanto al manejo de géneros
como el reportaje, la historia de vida y la descripción sociológica. Sobre el trabajo en la
denuncia sostiene: “No hay línea en esta investigación que no esté fundada en testimonios
directos o en constancias del expediente judicial”.

Estructura

La obra está dividida en tres momentos: las personas y los hechos, las evidencias y, al final, un
estudio sobre el vandorismo. La primera parte contiene once capítulos, describiendo a cada
uno de los personajes centrales del incidente. El recurso de la historia de vida es manejado con
maestría, y brinda al lector un perfil amplio de cada protagonista. Por otra parte dibuja, con
minuciosidad, el cotidiano trajinar de los trabajadores de la zona sur del conurbano,
principalmente Avellaneda, con desarrollos que tocan, en algunos momentos, lo sociológico.
Del texto se deducen dos grupos antagónicos. Por un lado el bando de los ‘militantes’, con los
hermanos Raimundo y Rolando Villaflor, Francisco Granato, Francisco Alonso, el ‘Griego’
Domingo Blajaquis y el boxeador, eternamente desocupado, Juan Zalazar, quienes se reunían
para apoyar la lucha de los cañeros tucumanos. Por otro lado realiza una semblanza de los
miembros directivos de la CGT, además de bosquejar la actitud que venía asumiendo la central
obrera en esas horas del país. Aparecen el líder de la CGT y Rosendo García, quienes asisten
a ‘La Real’ junto a Armando Cabo, Raúl Valdés, Juan Taborda, Emilio Barreiro, José Petraca,
Norberto Imbelloni, Nicolás Gerardi, a fin de discutir el problema central del peronismo
enfrentado a Perón. Aquí escribe los detalles del enfrentamiento, quiénes están armados y los
que reciben las balas.

En la segunda parte, titulada ‘La evidencia’, se dan los detalles de la vergonzosa actuación de
la policía en la pesquisa, borrando huellas, encubriendo a dirigentes, persiguiendo a
trabajadores; del rol que juegan los jueces de la causa, sin comprometerse con la verdad, sino
con la conveniencia; y cómo el régimen maneja la información según sus deseos, sin que los
grandes medios se atrevieran a penetrar con profundidad en el caso. Walsh logró hacer, con su
trabajo periodístico, lo que la policía no logra en dos años: armó la lista de los que intervinieron
en cada bando, confirmó la identidad de los que estaban armados, y consiguió que uno de los
protagonistas dibuje un croquis, con la posición de las mesas, de los que estaban en ‘La Real’
aquella noche y de dónde salieron los disparos. La conclusión final del escritor es taxativa:
Vandor tenía sobrados motivos para matar a García, y aprovechó la oportunidad; la culpa la
cargaron a los militantes.

Hay una tercera parte titulada ‘El Vandorismo’, donde hizo un esquema del surgimiento del
Lobo y los manejos turbios en que se vio envuelto para negociar a los trabajadores con el
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gobierno y las empresas. El objetivo de éste estudio era para que lo descripto anteriormente no
pareciera un hecho ‘inflado’, sino una situación lógica dentro del contexto de gangsterismo
instalado en el movimiento de trabajadores. En textos de la época se decía: “Vandor más
vandorismo es igual a vandolerismo”. Aunque forma parte de un mismo método con ‘Operación
Masacre’, Walsh mismo sostiene que escribió su primer obra “como si existiera la justicia, el
castigo, la inviolabilidad de la persona humana”, en cambio el caso Rosendo “es un
impugnación absoluta del sistema, y corresponde a otra etapa de mi formación política”.

¿Quién mató a Vandor?

En agosto del ‘68 Walsh se sentía agobiado, fue el tiempo de su mayor crisis, la segunda
después del ‘57 con ‘Operación Masacre’. Renegó de su obra anterior, de sus proyectos
literarios y opinaba que el semanario CGT la originaba un enorme desgaste.

“Cuatro meses, quiero decir, cuatro meses entirely devoted, totalmente dedicado a la clase
obrera, que lo aprecia a razón de veinte mil ejemplares por mes, que no son nada, para lo bien
que está hecho ese periódico”, decía.

Fue un tiempo difícil, donde la violencia aparecía por cualquier parte, no solo estaban
combatiendo al gobierno de entonces sino también a la otra CGT. Decía Walsh: “¿Qué mas
hubo? Noches de salir con un revólver en el bolsillo, por las dudas, pero no creyendo nunca en
serio que fuera a pasarme nada, que alguien se animara conmigo, así como tal vez yo no me
animaría con nadie: sagrado e intocable entre los malos”.

En ‘Operación Masacre’ sostenía que “el exceso de verdad puede enloquecer y aniquilar la
conciencia moral de un pueblo”, pero en el caso Rosendo esa conciencia moral, a la que
apelaba, se vio sacudida, a la vez que el poder de Vandor manifestó su debilidad. La vida de
Walsh corrió peligro y debió ocultarse durante algún tiempo, cambiando permanentemente de
refugio, moviéndose con cuidado ante la amenaza de los matones.

El objetivo se cumplió, no lo leyeron todos los trabajadores, pero el mismo Walsh sostuvo:
“basta con que llegue a las cabezas del movimiento obrero, a los dirigentes, a los que tienen
responsabilidad de conducción, a los militantes más esclarecidos. Ellos son los vehículos de
las ideas contenidas en el libro”.

El 30 de junio del ‘69, un comando de cinco personas asesinó al ‘Lobo’ Vandor en su oficina de
la UOM, de La Rioja 1945, en el barrio Parque Patricios. Todas las miradas se dirigieron a
Walsh, quien debió ocultarse nuevamente durante algún tiempo ante las sospechas que caían
sobre él.

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En un texto personal describe cómo se enteró del asesinato, a las 20.30 del mismo día en que
se produjo el hecho.“- Siéntese- me dijo. Parecía agitado, pero como a menudo lo veo así, no
le hice caso.

- Tengo una noticia que se va a caer de culo- dijo .- Siéntese.

Le seguí la corriente. Me senté. Pero en seguida volví a pararme. Porque lo que él acababa de
decir era esto:

- Mataron a Vandor.

Parecía un chiste.

- Está en la radio- dijo-. Llamé a Clarín, a Télam, a Crónica. Está en todas partes.
Me alegré. Dije que me alegraba. Todavía me alegra. Pero entonces supe que tendría que irme
hasta que las cosas se asentaran un poco”.

Su vida clandestina en esos días mostraba la imposibilidad de escribir, las medidas de


seguridad que debió tomar, empezó a usar nombres en clave para designar a otros, cambiaba
constantemente de domicilio, refugiándose en casas de amigos: “Sé que estuvimos en lo de H;
en lo de J; volvimos a lo de H, a casa de Tim; del holandés; a casa del navegante; a lo de H;
estuvimos con B; nuevamente con H; y ahora aquí. Once mudanzas”. Finalmente llegó la
clausura del periódico por parte del gobierno de Onganía quien, el 4 de julio del ‘69, firmaba el
decreto por el cual se cerraba el semanario por ‘la prédica desarrollada’. De todas maneras,
antes de recibir sanción judicial o sufrir un decretazo, habían sido boicoteados y saboteados en
el circuito de la distribución.

Se refugió temporaria y clandestinamente en el Tigre. “Tapé las ventanas con lonas para que
no se filtrara la luz. Al día siguiente no recuerdo lo que hice, pero a la noche vino A.

Bajó en el otro muelle y vino con el Oso. Vi acercarse el farol desde mi escondite, y aparecí de
espaldas a ellos. Estaba armado y no me vieron hasta que los llamé. Eran días preocupados,
quizá inútilmente, pero uno nunca sabe. La muerte del hombre me había alegrado, cuando
supe la noticia, pero después vi todo lo que podía significar, y los demás también. Mis amigos
estaban preocupados”, escribió el lunes 25 de agosto, un mes después del asesinato de
Vandor. El miércoles se reuniría con un fotógrafo y un navegante para recorrer el Delta y
escribir una nota periodística, se llamó ‘Claroscuro del Delta’, y fue publicada al mes siguiente
en Georema.

El trabajo para que la lucha del movimiento siguiera en marcha lo agotaba y a fines del ‘69

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escribió: “Durante cinco meses he vivido para mantener lo que se podía mantener de la CGT;
no he escrito casi una línea para mí; no he ganado un peso para mí; he ambulado de un lado a
otro; no he cuidado mi salud; no me he tomado un fin de semana. Es decir, empecé a vivir de
algún modo como un animal, alienado en esa lucha. Aguanté. Ahora tengo que aflojar el ritmo.
Hay algo de inhumano, que viene dado por ese todo-o-nada”. Pero Walsh, en ese momento, ya
estaba lanzado a una actividad política intensa, donde su compromiso con los movimientos
revolucionarios de liberación se transformó en algo más que en palabras. Se integró a
movimientos como el Peronismo de Base y las Fuerzas Armadas Peronistas. Cambia su vida,
hasta finalmente desembocar en Montoneros. Al quedar trunco el proyecto CGT e incorporarse
a una militancia plena sostuvo: “Antes, en el ‘56, viví desde afuera la encarnizada persecución
al peronismo. Ahora la vivía desde adentro, compartiendo las luchas y las persecuciones, las
torturas de cientos de compañeros, la clausura del periódico. A mí me convencieron los
hechos.”

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