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Juan Manzanera
La vida es el resultado de la atención. En concreto de cómo y dónde ponemos la atención. Pero
en la actualidad, vivimos una situación particularmente difícil, nunca antes en la historia el ser
humano ha estado inmerso en tanta estimulación sensorial. Recibimos constantemente
múltiples estímulos, cada situación que vivimos está repleta de reclamos, signos y pautas que
reclaman persistentemente nuestro interés. Ante esto, nuestra capacidad adaptativa hace que
ante tal caudal seleccionemos una limitada porción manejable y práctica. Es decir, no podemos
operar con tanta información de modo que optamos por una parte del todo que nos rodea.
Ahora la cuestión crucial es que dicha selección se realiza en función de experiencias previas,
necesidades, intereses, deseos, expectativas, creencias, estados emocionales, etc., y
sobretodo de la imagen de nosotros mismos. Así tenemos que una misma situación, algunos la
perciben como asfixiante, otros como enriquecedora, otros como imperfecta, otros como
amenazante, otros como protectora, etc.
Otro ejemplo es el de las personas que ante la misma situación sólo se fijan en el grado de
perfección y corrección; así sólo perciben si las cosas están bien hechas, si las personas se
comportan correctamente, si las situaciones son apropiadas, etc. De este modo, puesto que
nada es completamente perfecto, siempre encuentran errores y fallos con lo cual experimentan
continuos estados de irritación y enfado, y su vida es una constante frustración. A la larga, esta
actitud se vuelve contra sí mismos, lo cual les lleva a percibirse como personas llenas de
defectos y que todo el mundo va a criticar. Un último ejemplo es el de quienes tienen la
tendencia a fijarse en la amenaza y el peligro. Aunque las situaciones sean razonablemente
normales y sin riesgo, son tan suspicaces y están tan pendientes de los peligros que acaban
percibiendo algún tipo de riesgo y posible desgracia, de manera que acaban sintiendo
inseguridad, ansiedad y desasosiego. Como consecuencia de esto la imagen de sí mismos
acaba configurándose como la de ser personas muy débiles y vulnerables que no pueden
hacer nada en un mundo tan amenazante, esto les lleva a vivir con muchas limitaciones y
dependencias que les impiden vivir plenamente. Como estos, hay muchos otros ejemplos y
formas de cómo las personas sesgamos y desvirtuamos las situaciones que vivimos, todos
ellos tienen que ver con poner la atención en un sólo aspecto de la realidad que nos rodea e
ignorar el resto.
La meditación
Por último, lo tercero que desarrollamos con la meditación es la capacidad de focalizar con
firmeza. Al meditar no sólo liberamos y movemos la mente sino que además desarrollamos la
capacidad de mantenerla quieta y estable donde deseamos. Esto es importante en cuanto que
la focalización es lo que nos permite tener la experiencia de las cosas. Pueden pasar muchas
cosas a nuestro alrededor pero si estamos distraídos no las percibimos, de modo que sin
focalizarnos no hay experiencia y no hay forma de cambiar nuestra realidad. Por ejemplo,
cuando necesitamos una experiencia positiva, tenemos que pasar una prueba, una entrevista
de trabajo o empezar una nueva relación, es muy útil enfocarse en las propias cualidades y
verlas con claridad de modo que tengamos la experiencia de que son reales, esto servirá para
que emerja automáticamente esa parte de nosotros y podamos actuar con el máximo
rendimiento. Si la tendencia de una persona es a ver los riesgos, un ejercicio muy sanador es
enfocarse con firmeza en los aspectos seguros y positivos de la situación y mantener la
atención en ello de un modo continuo.
En resumen, la meditación nos ayuda a canalizar la atención en la vida. Muchas veces nos
preguntamos cómo integrar la práctica espiritual y la vida cotidiana. Este es el primer paso para
hacerlo. La atención que desarrollamos en la meditación la aplicamos a la vida. Cuando
meditamos estamos ejercitando tres cosas: sacar la atención de lo habitual, desplazarla hacia
otro lado y, por último enfocarla en algo diferente. Esto es lo que tenemos que aplicar en la
vida. Necesitamos saber dónde ponemos atención habitualmente y cómo eso nos hace daño a
nosotros y a quienes nos rodean, y luego, aplicar el adiestramiento para quitar la atención de
ahí, desplazarla y enfocarnos en percibir lo que más nos potencia y enriquece, lo que nos hace
más positivos y más favorece a quienes nos rodean.