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sociales, espirituales y naturales que organizaban los mundos de las familias y los grupos sociales.
, incluye a diez personas víctimas que murieron por pena moral debido a la desaparición, tortura y
asesinato de sus
seres queridos.
Sus acciones sobre cuerpos y escenarios sociales provocaron dolores y tristezas difíciles de
superar, porque asesinaron a personas vecinas y las dejaron en lugares de alta circulación, valor
simbólico e interacción cotidiana. Así lo continúa relatando una testigo de la masacre de El Tigre:
El río, eje de vida y sustento para la población, se transforma en “hogar” de muertos anónimos y
paisaje de tristeza
Al recordar estos lugares se reclama que tales espacios tenían un valor y un significado antes de
los eventos violentos que los marcaron.
El pasado se trae al presente mediante una memoria discursiva que le pone un fin temporal a los
ritmos de la vida cotidiana y a la relación humana y productiva que mujeres y hombres mantenían
con el medio ambiente.
Estos dos relatos muestran formas contrastantes de las lógicas y emociones en que transitan los
agentes armados: mientras unos paran porque los números son altos, en el otro caso nos
encontramos con el reconocimiento de la tragedia causada.
Esto permite entender cómo su ejercicio memorativo no transforma a quienes participan en los
actos de violencia en seres anónimos o estereotipados, sino que califica sus diferencias y los
modos en que estos hombres fueron vistos en momentos críticos.
el ejercicio de sentido en estos relatos no es el de deshumanizar a los actores armados, sino por el
contrario, el de observar su naturaleza humana para dar cuenta del ejercicio de la maldad, es
decir, para ejercer un juicio moral sobre su comportamiento.
Estas son memorias que sitúan los orígenes de la violencia vivida y de los repertorios de terror
sufridos en: a) las colaboraciones y alianzas de una amplia red de personas, políticos, funcionarios
y miembros de la fuerza pública, que favorecieron o ejecutaron la victimización sufrida, y b) el
estigma de la pertenencia a la guerrilla o las filiaciones a milicias imputadas a comunidades y
víctimas.
Esta memoria es emblemática porque ofrece un eje interpretativo que captura lo que para un
grupo de personas constituye “una verdad esencial acerca de la [su] experiencia”30.
Mapa El Salado,
la “viveza” del armado (al involucrar a personas centrales en la vida social) se conecta con su
capacidad de ejercer la violencia y además de poner en escena sus deseos y caprichos.
Estigmatización Las marcas físicas en el cuerpo se integran con una serie de elementos del
ambiente cotidiano, local y diario, que pasa por elementos tan inadvertidos a simple vista como el
tipo de atuendo o su color, pero que en escenarios como retenes son leídos por los paramilitares
como delatores de guerrilleros:
Las memorias del estigma registran las maneras en que cuerpos y personas fueron humilladas y
sus vidas diarias sujetas a constante escrutinio.
Los testimonios que se incluyen en este aparte describen cómo sobrevivieron y qué hicieron las
víctimas frente a las violencias que sufrieron o de las que fueron testigos. En ellos, cuentan cómo
actuaron para intentar protegerse, modificar, negociar o alterar las situaciones de violencia que
vivieron y los designios de los actores armados
Los relatos rescatan a las víctimas y testigos como seres humanos que, por encima del desbalance
de poder frente a los actores armados, responden a situaciones adversas y buscan alterar sus
resultados.
En esta parte se describen las memorias sobre acciones en las cuales las habilidades y recursividad
de algunos individuos, o la bondad, solidaridad y sagacidad de otros, permiten a las víctimas y
testigos protegerse y sobrevivir