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El lugar de las mujeres dentro de las FARC: más allá de las categorías

de “víctima” y “victimaria”
Women's place within the FARC: beyond the categories of "victim" and
"victimizer"

Más allá del duelo, está la política.


El discurso...es una avalancha.
El cuerpo...muchos ríos.
La verdad...una lluvia que esclarece.
Y las mujeres, cuando se permiten
a sí mismo desbordarse, son como el agua,
y las aguas que cuando se juntan crecen.

Resumen
El texto analiza el impacto de los marcos epistémicos de Butler en la percepción de las
mujeres que participaron en las FARC, destacando la limitación de términos como "víctima"
y "victimaria". Se critica la tendencia a centrarse en las experiencias de violencia sexual en
lugar de reconocer la agencia de las mujeres en la guerra, comparando la situación
colombiana con la de Sierra Leona, resaltando los desafíos de reintegración que enfrentaron
las mujeres debido al desconocimiento de su labor como soldadas. Adicionalmente, el texto
aborda la vulnerabilidad de las mujeres de la mano de Catriona Mackenzie, poniendo en duda
las respuestas estatales que las categorizan principalmente como víctimas, limitando su
autonomía. Finalmente, destaca la importancia de reconocer la diversidad de experiencias y
roles de las mujeres en el conflicto, más allá de la narrativa centrada en la violencia sexual.
Mencionando iniciativas actuales lideradas por mujeres excombatientes para reactivar el
turismo y proyectos productivos como parte de su proceso de reintegración. El artículo aboga
por superar los marcos que limitan a las mujeres a roles de víctimas y busca una comprensión
más completa de sus experiencias en la guerra y el posconflicto.
Abstract
The text analyzes the impact of Butler's epistemic frameworks on the perception of women
who participated in the FARC, highlighting the limitation of terms such as "victim" and
"victimizer". It criticizes the tendency to focus on experiences of sexual violence instead of
recognizing women's agency in war, comparing the Colombian situation with that of Sierra
Leone, focusing on the reintegration challenges women faced due to the lack of knowledge of
their work as soldiers. Additionally, the text addresses the vulnerability of women through
Catriona Mackenzie's work, questioning the state responses that categorize them mainly as
victims, limiting their autonomy. Finally, it calls attention to the importance of recognizing
the diversity of women's experiences and roles in the conflict, beyond the narrative focused
on sexual violence. Mentioning current initiatives led by female ex-combatants to reactivate
tourism and productive projects as part of their reintegration process. The article advocates
overcoming the frameworks that limit women to a victim role, and seeks a more complete
understanding of their war and post-conflict experiences
Palabras claves
Autonomía, esfera pública, FARC, Mujeres, marcos de guerra.
Keywords
Autonomy, public sphere, women, FARC, frames of war.
Introducción
De acuerdo con Butler, existen marcos epistémicos que configuran la forma cómo se
aprehenden las personas que hacen parte de una guerra. De esa forma, la guerra emplea un
fuerte simbolismo de género, donde el poder, la victoria y el honor se asocian a la
masculinidad, y la debilidad, el enemigo y la derrota, a lo femenino. Eso quiere decir que
estos marcos están asociados con prejuicios, en este caso de género, que asignan un lugar
dentro de la guerra a sus participantes incluso antes de que la guerra misma exista.
Particularmente, en el contexto del conflicto armado colombiano, las mujeres han sido
descritas como víctimas, y los hombres como victimarios.
El problema de esta visión es que invisibiliza el lugar que tuvieron las combatientes en la
formación, organización, y lucha de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), y, en ese sentido, despolitiza su lugar en el conflicto, para luego desconocer sus
necesidades dentro del posconflicto. La lucha de las mujeres farianas por ser reconocidas
como combatientes, más allá de mujeres que fueron víctimas de violencia sexual o que
pudieron estar inmersas en condiciones de vulnerabilidad, es una lucha por aparecer en la
esfera pública, y de esa forma, es una lucha por un verdadero proceso de reincersión en una
comunidad que no limite sus posibilidades.
Sin embargo, la respuesta estatal que se manifiesta por ejemplo en los procesos de memoria,
se ha visto permeada por los marcos epistémicos, y ha reducido con frecuencia el lugar de la
mujer al de la violencia sexual o el ingreso forzado. Esta respuesta, de acuerdo con Catrina
Makcenzie, no es más que una respuesta patogénica, que termina condenando a las mujeres a
condiciones de vida vulnerables de forma prolongada.
En contraste, el presente escrito muestra que dentro de la guerrilla las mujeres no sólo
tuvieron agencia en medio de la guerra, si no que además ejercieron labores de cuidado que
les permiten enmarcar, actualmente, una reinserción enmarcada en una ética del cuidado. Y
en ese sentido, propone la necesidad de brindar a las mujeres una gama de opciones que
abran su camino al florecimiento.

Los marcos epistémicos como un problema político


“Casi todos llegaban a entrevistar a los hombres (…) después llegaron a entrevistar a las
guerrilleras, pero eran preguntas tontas (…) ¿usted tuvo hijos?, ¿usted abortó? (…) pero
nunca preguntaban, ¿usted qué aportes está haciendo en la mesa?, o ¿cómo ve la política en
Colombia? Las preguntas que les hacían a los jefes nunca nos las hacían a nosotras.”
(Rincón, 2020, p.32)

Las palabras con las que se habla de la guerra están acomodadas, articuladas y condicionadas
por fuerzas de poder. Los medios de comunicación, la creación de políticas e incluso los
procesos de reinserción, se rigen por categorías que, incluso antes de que exista la guerra
misma, ya han asignado el lugar que tiene cada individuo dentro del conflicto.
Particularmente, las palabras “víctima” y “victimaria” ubican a las participantes de la guerra
en dos polos que son antitéticos, y que, aparentemente, no pueden interpelarse. Las fotos, las
noticias, los relatos de memoria, el voz a voz de una comunidad, son todos modos culturales
de regular las disposiciones afectivas y éticas que se tienen ante una disputa bélica.

Este encuadre de la violencia a través de categorías, que además está permeado por prejuicios
previos al conflicto, implica que los marcos epistémicos mediante los cuales aprehendemos o
no la vida de las demás están políticamente saturados. Es decir, existen sobre ellos
operaciones de poder. (Butler, 2010, pg. 14). En la introducción de Marcos de guerra, Judith
Butler propone que los «marcos» que operan para diferenciar las vidas que podemos
aprehender de las que no, organizan no sólo una experiencia visual, sino que, también,
generan ontologías específicas del sujeto. (Butler, 2010, pg. 17). En ese sentido, la percepción
y la política no son más que dos modalidades del mismo proceso por el cual el estatus
ontológico de una determinada población se ve comprometido y suspendido.

Las mujeres en las FARC


De igual forma, los procesos de memoria histórica que se llevan a cabo en los procesos de
post- conflicto en lugares afectados por la guerra, son también modos culturales que buscan
regular las disposiciones de la ciudadanía misma ante el conflicto ocurrido. Normalmente,
estos espacios son liderados por instituciones estatales que tienen la responsabilidad de
generar, a la vez, un proceso de reintegración y protección de las personas que se vieron
afectadas, de alguna forma, por el conflicto. Y, en ese sentido, suelen estar orientadas hacia
un horizonte de restauración, reparación y verdad. No obstante, incluso en estos escenarios
que pueden tener objetivos no revictimizantes, hacen presencia estos marcos de guerra que
reducen a las personas en categorías.
Particularmente, en el caso de Colombia, el papel político de las mujeres que hicieron parte
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha sido invisibilizado por los
casos de violencia sexual que vivieron las mismas mientras hicieron parte de esta guerrilla.
Los procesos de memoria, que tienen rostro en ejercicios como la Comisión para el
esclarecimiento de la verdad, la convivencia, y la no repetición, se han preocupado por
visibilizar la historia de los cuerpos femeninos dentro de la guerra, por lo que, han sido
acogidas las vivencias de violencia sexual de las mujeres farianas dentro de su experiencia
como guerrilleras.
Este enfoque es indispensable, pues el cuerpo constituye un espacio político para comprender
la complejidad de la violencia cometida en contra y por las mujeres, y ha sido una
intersección de fuerzas de sistemas de poder, como productos de una misma narrativa de
violencia. Sin embargo, para un proceso realmente enfocado en la restauración, la reparación
y la verdad, es igual de indispensable reconocer la agencia de las mujeres dentro de los
escenarios de guerra. Los ejercicios de memoria en Colombia no se han preocupado por
reconstruir el lugar de las mujeres dentro de la creación, articulación y existencia de las
guerrillas dentro del conflicto armado. En el tomo Mi cuerpo es la verdad del informe final
de la comisión para la paz, la sección Las mujeres en la guerra muestra historias como la de
Irene:
“Al exponer las razones por las que decidió vincularse a las FARC-EP, Irene relató las
precarias condiciones en que vivía con sus nueve hermanos. Este argumento suele repetirse
en varios testimonios, en diferentes épocas: «[...] a la edad de 18 años entré a las FARC por
la falta de recursos para seguir estudiando y ayudándole a mi madre, porque sufría al ver
que éramos muchos [...] entonces la decisión que llegué a tomar fue irme para las FARC, era
como la mejor opción de supervivencia que uno encontraba. Cuando ya entré fue cuando
realmente conocí de qué se trataba y a qué me estaba enfrentando»” (2022, p. 160)

Pero en el marco feminista que pretende tener el tomo que visibiliza las experiencias de
mujeres en la guerra, es importante visibilizar significativamente diferentes enfoques de la
vida de las mujeres dentro del conflicto. Poco se habla de Judith Grisales, Miriam Narváez y
Georgina Ortiz, las primeras farianas que se unieron a las FARC en Marquetalia. O de la
participación de las mujeres en la organización armada al integrar el Comité de Mujeres en la
hacienda El Davis, en el municipio de Rioblanco donde nacieron las FARC. (Alape, 2004) en
Acosta, 2022, pg 280) Las mujeres firmaron el programa Agrario en la Primera Conferencia
Guerrillera de 1960. Y aunque hasta la Cuarta Conferencia en 1970, la organización les
reconoció por primera vez los mismos derechos y deberes que a los hombres, las mujeres ya
militaban en las células del partido.

En el Secretariado General de las FARC, por ejemplo, no había mujeres, pero luego se
nombró a Erika Montero. Quien durante su carrera militar llegó a ser Comandante del bloque
Iván Ríos, y segunda al mando del Frente 49 de Nariño, hasta que ingresó al 5º Frente en
1978 en las montañas del Urabá antioqueño. Posteriormente, en la década de los 80, más
mujeres empezaron a ingresar a la guerrilla. Durante el proceso de diálogos en La Uribe,
Meta, y después de la firma de los acuerdos y tregua con el gobierno de Belisario Betancur en
1984, mujeres académicas y de formación política del Partido Comunista, de la Juventud
Comunista y otros partidos de izquierda comenzaron a hacer parte de las FARC. (Acosta,
2022, pg 280) Finalmente, para las décadas de los 90 y 2000, muchas consolidan su
formación política, profesional y académica antes de su ingreso, sin contar la amplia
participación que tuvieron las mujeres dentro de la firma del acuerdo de La Habana,
proponiéndo además en él un enfoque feminista.

Las mujeres han realizado una participación constante y fundamental desde el comienzo de
las FARC, y no obstante, la forma de recordar y contar su participación se ha orientado a
destacar los escenarios en los que fueron víctimas. El Centro Nacional de Memoria Histórica
señala que “la guerra ha formado una llave con el sistema sexo/género tradicional de la
sociedad, contribuyendo a la formación de subjetividades masculinas guerreras, y
subjetividades femeninas cosificadas, consideradas frágiles, disponibles y complacientes”
(Martínez, 2017, pg. 233)
Superar este esquema tradicional militar binario permitirá comprender una “nueva identidad
guerrillera” que incorpore atributos tradicionalmente femeninos. Una identidad guerrillera
que conserve los aspectos de la feminidad como el amor, el optimismo, la ternura, el rol de
madre y cuidadora, pero que incorpore además la motivación política y disciplina, al igual
que otras cualidades que generalmente se les asignan a los combatientes masculinos como la
resistencia, la ferocidad, el valor y el sacrificio.

En el mismo sentido, la narrativa internacional convirtió la violencia sexual en la imagen del


sufrimiento de las mujeres colombianas en el conflicto armado, reforzando la idea de que es
ese el daño más grave que una mujer puede sufrir en medio del conflicto armado, a veces
incluso más que la muerte; posición que implica, nuevamente, una limitación de las
comprensiones posibles de lo femenino dentro de un conflicto. En las negociaciones de paz,
las farianas se encontraron con esa narrativa internacional en los medios de comunicación y
llamaron a ese encuentro “el choque con el cerco mediático” (Rincón, 2020, pg. 64).

Para las farianas dicho cerco es un discurso construido por el “Estado”, los críticos de las
insurgencias y los opositores del proceso de paz, que invisibiliza que la feminidad insurgente
se vinculó a las filas por fuertes convicciones y duras situaciones dramáticas de las periferias
colombianas, que las llevaron a familiarizarse y, posteriormente, a identificarse con la
radicalidad de la lucha armada. La realidad de las mujeres está lejos de ser una en la que su
posición en la guerrilla se reduce a la reclusión forzada y la agresión sin mesura. Y, aunque la
violencia sexual es un factor que indiscutiblemente repercutió en la existencia de las mujeres
dentro del conflicto armado, es importante reconocer la idea del cuerpo como lugar de
producción de memoria en la intersección de la violencia y la agencia.

El cerco mediático que describen las farianas es otro marco en el sentido Butleriano, y es
indispensable removerlos y sacudirlos para el correcto desarrollo de un ejercicio de memoria
histórica. En palabras de Juliana Rincón, “reconocer la complejidad de sus experiencias y
roles, sin dejar de lado las responsabilidades que les corresponden, contribuye a la
comprensión del conflicto y a la desnaturalización del rol de género de las mujeres
tradicionalmente aceptado en la sociedad” (2022, p. 163)

Las soldadas en Sierra Leona


Pero los titubeos para identificar a las mujeres que participaron en la guerra como
combatientes no es un problema particular de Colombia, sino una dinámica generalizada en
los procesos de resolución de conflictos armados alrededor del mundo. En el artículo Female
Soldiers in Sierra Leone: Sex, Security, and Post-Conflict Development, Megan Mackenzie
explora las dinámicas del programa de desarme, desmovilización y reintegración (DDR) del
postconflicto de la guerra civil más reciente de Sierra Leona, un país en África Occidental
que se mantuvo alrededor de 11 años en conflicto interno. El DDR en Sierra Leona fue uno
de los muchos programas y políticas que se desarrollan con base en el concepto de las
mujeres como naturalmente pacíficas y los hombres como naturalmente violentos, y por ende,
legítimamente soldados.

En el texto, la autora sostiene la que la valorización de las “grandes cuestiones políticas”


(hombres y estados con armas) se basa en la devualuación de las “cuestiones políticas
pequeñas” (sexo, trabajo doméstico, el parto y la familia). De acuerdo con esto, el programa
de DDR fue inadecuado principalmente porque estaba basado en suposiciones de género, que
incluían la noción de que las mujeres combatientes no eran un asunto de seguridad o un
problema político en la misma medida en que los hombres combatientes lo eran.

El DDR estaba sostenido en la idea de que los hombres sólo viven el conflicto como
soldados, mientras que las mujeres lo viven sólo como víctimas o no combatientes. De hecho,
El DDR contó con muy baja participación de mujeres, a pesar de la amplia participación de
estas como combatientes durante la guerra civil. Precisamente, una de las explicaciones más
comunes que dio la organización a la baja presencia femenina, fue que las mujeres y las niñas
no eran soldadas reales, pues eran principalmente secuestradas, trabajadoras domésticas, o
esclavas sexuales.

La respuesta humanitaria al conflicto de Sierra Leona ha tendido a concentrarse en las


víctimas femeninas. De acuerdo con Mackenzie, hay numerosos ejemplos de programas
apoyados internacionalmente cuyo enfoque son las mujeres víctimas del conflicto, mientras
que no hay casi ningún programa que tenga como enfoque directo a las mujeres
excombatientes, ignorando cualquier rol activo que pudieron haber ejercido las mujeres
dentro del conflicto. Existe una narrativa de que las mujeres y niñas fueron sólo víctimas
capturadas en una lucha de hombres, y que están inmersas en los programas de reintegración
solo en la medida en que deben recibir “beneficios” tal como los están recibiendo los
hombres soldados.

Todo esto responde al prejuicio de género que asume que los hombres hacen la guerra,
mientras las mujeres hacen la paz. La guerra ha sido descrita como una iniciativa de los
hombres en la que las mujeres han de servir como víctimas, espectadoras, o trofeos. No
obstante, especialmente en África, hay evidencia de que “las mujeres han tenido una larga
historia de participación en las luchas de liberación de su continente” (Mackenzie, 2009, pg.
248) incluyendo movimientos de resistencia organizados, protestas, y transporte de armas.

A pesar de que es indiscutible de que las mujeres y las niñas, así como los hombres y los
niños, experimentaron traumas, abusos, miedo, desnutrición y abandono, la manera en cómo
las mujeres son retratadas constantemente como víctimas - frecuentemente como víctimas sin
ayuda - debe ser críticamente examinada. De acuerdo con esto, Mackenzie presenta una serie
de entrevistas con un grupo de excombatientes de Sierra Leona, con veras a dilucidar los
múltiples roles y actividades de estas mujeres durante los 11 años de conflicto del país. Todas
las mujeres respondieron de forma positiva a la pregunta: ¿Te definirías a ti misma como una
soldada? Además, alrededor del setenta y cinco por ciento de las entrevistadas declaró que
habían estado involucradas en deberes de combate.

De estas entrevistas se hace evidente que las mujeres y las niñas participaron en todas las
facetas del conflicto, incluyendo combate activo, dirección, y entrenamiento militar. Y, en ese
sentido, es aún más importante preguntarse por la baja participación de las mujeres en los
procesos del DDR. Al respecto, una entrevistada comentó que sintió que las mujeres
excombatientes fueron engañadas, y no recibieron suficiente información sobre el programa.
Otra mujer mencionó que su prioridad era escapar del grupo armado al que pertenecía para
buscar a sus padres, por lo que no estaba dentro de sus intereses asistir a la DDR. E incluso,
una mujer expresó frustración por cómo las mujeres fueron tratadas en el marco del post
conflicto en Sierra Leona: “Todas nosotras fuimos combatientes, pero estamos siendo tratadas
como amas de casa y esclavas sexuales” (Mackenzie, 2009, pg. 253)

De acuerdo con esto, Mackenzie evidencia que los programas para mujeres víctimas de
reclusión forzada han sido desarrollados en la ausencia de la opinión de las mujeres acerca de
qué rol tomaron dentro de la guerra. La lógica detrás de esos programas es evidentemente
falaz, primero en la medida en que asume de entrada que las mujeres y las niñas no fueron
combatientes, pero especialmente porque también asume que las labores de cuidado que
sostuvieron durante la guerra les impide llevar el nombre de soldadas. Lo que se basa
además en la división del trabajo según la cual el trabajo de supervivencia y cuidado de las
mujeres se considera simplemente una extensión natural de sus obligaciones domésticas, por
lo tanto, no es digno de remuneración ni lo suficientemente significativo para que las mujeres
califiquen para programas de capacitación y medios de vida si fueron soldadas y no víctimas
de reclusión forzada.

De acuerdo con Mackenzie, esta división que categoriza a los hombres como soldados y a las
mujeres como víctimas, tiene serios impactos en la materialidad de las mujeres en su proceso
de reinserción dentro de la sociedad. En primer lugar, sus roles dentro del conflicto han sido
despolitizados, lo que implica que han tenido menos beneficios económicos por el desarme
debido a que no han sido tomadas como entes cuya desmovilización fuese importante. Y en
ese mismo sentido, el proceso de reintegración de las mujeres ha sido visto como un proceso
social en el que las mujeres están volviendo a la normalidad de estar en sus hogares que
eventualmente sucedería. Eliminar a las mujeres de la categoría de soldadas es también
removerlas de los discursos políticos significativos.

A las mujeres de Sierra Leona se les han brindado pocas elecciones en su proceso de
reintegración: el silencio o el estigma, el aislamiento o el matrimonio, la maternidad, y volver
a sus familias. Cada una de estas oportunidades ha sido vista como una oportunidad de
esconder sus identidades, para que se integren,”naturalmente” a sus comunidades y unidades
familiares. Al animar a las mujeres y niñas soldadas a retornar a su roles “habituales” en la
comunidad, les es negado cualquier rol de autoridad que hubiesen podido adquirir dentro de
la guerra, por lo que es eliminada también toda oportunidad de repensar y reconstruir los
estereotipos de género inmersos dentro del país.

Las decisiones políticas y sociales de las mujeres soldadas han sido disueltas u obstruidas por
nociones como la lealtad, el deber y la identidad en el periodo de post conflicto, así como lo
fueron durante el conflicto mismo. Para Mackenzie, el mensaje que resulta pues de sus
entrevistadas es que no existe un postconflicto para la mayoría de mujeres.

Los asuntos relacionados con las mujeres, incluyendo la violencia sexual, o el ser
combatientes, continúan siendo categorizados como cuestiones domésticas, sociales o
privadas; la mujer y los asuntos de género siguen siendo relegadas a la esfera doméstica, en
vez de a la política, la esfera internacional, o incluso la esfera de la seguridad. “Lo que
escuchamos y no escuchamos del mundo que ocupamos no es un accidente. Darle forma al
pensamiento, o que no haya pensamiento alguno, constituye un elemento básico de poder”
(Mackenzie, 2009, pg. 260) Los silencios son innegablemente políticos cuando se trata de la
esfera pública, y es de ahí de donde están siendo excluidas las mujeres cuando no son
reconocidas como soldadas.

La lectura de Mackenzie permite reconocer que los marcos no solo delimitan quiénes
aparecen y cómo lo hacen dentro de un conflicto tal como lo afirma Butler, sino que además
determinan quiénes acceden o no a la esfera pública en general. Y en ese sentido, quienes
hacen parte de los discursos políticos importantes, quienes pueden acceder a los beneficios
estatales, y sobre todo, quienes son tenidas en cuenta dentro de la creación de políticas
públicas. La disputa de las mujeres por ser reconocidas como soldadas no es más que una
disputa por ser reconocidas en la esfera pública.

Vulnerabilidad y Autonomía
De acuerdo con Butler, ser un cuerpo es estar expuesto a un modelado y a una forma de
carácter social (Butler, 2010, pg. 15) Y es por eso que hacer una lectura del conflicto desde
el cuerpo de las mujeres permite reconocer cómo han confluido en sus vivencias una serie de
ejercicios de poder sobre los que han sido vulnerables pero también agentes. Como define
Catriona Mackenzie en su artículo The Importance of Relational Autonomy and Capabilities
for an Ethics of Vulnerability, la vulnerabilidad debe ser entendida como una condición
ontológica de nuestra humanidad encarnada (Mackenzie, 2014, Pg.33)

Según Catriona, la vulnerabilidad, entendida como el tener más posibilidades de sufrir riesgo
y menor capacidad de defender los propios intereses, ha parecido, históricamente, como
contraria a la autonomía, que se entiende como independencia y autodeterminación. Y, de
acuerdo con eso, existe pues un constructo del sujeto liberal que se centra en una concepción
engañosa de los ciudadanos como autónomos, autosuficientes e independientes, que es difícil
de conciliar con la dependencia y la vulnerabilidad como hechos humanos (Mackenzie, 2014,
pg 36) No obstante, este constructo podría adjudicarse a una serie de sujetos particulares,
pues por ejemplo, como se ha visto a lo largo del texto, la visión patriarcal de las mujeres
dentro de la guerra ha limitado las posibilidades de percibirlas como sujetos autónomos
dentro del conflicto.

Para profundizar en el concepto de vulnerabilidad, Mackenzie caracteriza tres posibles


formas de esta: la inherente, la situacional, y la patogénica. La vulnerabilidad patógena, que
se vincula con este artículo, es un subconjunto de la vulnerabilidad situacional, es decir que
parte de una circunstancia específica, y sirve para la autora como una forma de identificar a
lo que se refiere Goodin (1985) como “todas aquellas vulnerabilidades y dependencias
moralmente inaceptables que deberíamos, pero no hemos pero logrado eliminar”. Estas
incluyen vulnerabilidades que surgen de abuso en las relaciones interpersonales y de
dominación social, opresión o violencia política. (Mackenzie, 2014, pg. 39)

Por otro lado, la autora establece que la capacidad de ejercer cierto grado de
autodeterminación es crucial para llevar una vida floreciente (Mackenzie, 2014, pg. 41). Pero
el desarrollo y el ejercicio sostenido de la capacidad autónoma requiere un andamiaje
interpersonal, social e institucional amplio y contínuo y este parece verse frustrado por la
dominación social , la opresión y las desventajas sociales (Mackenzie, 2014, pg. 43) Lo que
importa pues para la autonomía es la gama de opciones significativas de que dispone una
persona o grupo social. Y, en ese sentido, el problema de que la respuesta a un problema sea
una respuesta patógena, es decir, que no busque promover la gama de acciones si no que la
limite, es que en lugar de permitir la autonomía de una persona , agravan la situación de
impotencia y pérdida de agencia y la hacen susceptible a sufrir daños nuevos o diferentes
(Mackenzie, 2014, pg. 46)
Reconocer la vulnerabilidad de las mujeres, no en cuanto mujeres sino en cuanto seres
humanos, no implica desconocer su agencia dentro de las situaciones que viven. El problema
de las respuestas estatales dentro del postconflicto es que han condicionado a las mujeres a
una vulnerabilidad patogénica que limita sus posibilidades de desarrollar una vida autónoma
dentro de la sociedad a la que reingresan.

Nuevos horizontes para las mujeres farianas


En el artículo Memorias no contadas: mujeres excombatientes de las FARC en el Caribe
colombiano, estudiantes de la Universidad del Rosario realizaron una reconstrucción de la
experiencia de las mujeres farianas a través de talleres de feminismo comunitario. Estos
ejercicios dan cuenta de las prácticas de cuidado que ejercían las mujeres dentro de la
guerrilla, que visibilizan su agencia como combatientes, pero que además permiten trazar
nuevos horizontes para su vida, en el marco de una ética del cuidado que les sea útil para
reconocer la gama de posibilidades que les permita desarrollar una vida autónoma en el
camino del florecimiento de la reinserción.
“Durante su vida en las montañas, cocinaban juntos, hacían largas marchas durante todo el
día, reconociendo y controlando el territorio, y cuidándose unos a otros para sobrevivir.” (,
Acosta, 2022, pg. 282) Hoy en día, las mujeres desean utilizar ese conocimiento del territorio
y sus saberes para la supervivencia en condiciones extremas, para el cuidado ambiental y la
reconciliación local con las comunidades indígenas y campesinas. Ese es el ideal detrás de la
Asociación Guardianas de Paz y Ambiente, conformada por 5 farianas y 4 víctimas del
conflicto armado, en San José de Oriente, que busca trabajar conjuntamente para la
reactivación del turismo prácticamente inexistente en la región por el fuerte impacto de la
violencia política durante décadas.
Por otro lado, las mujeres en la guerrilla aprendieron múltiples formas de agencia productiva
y proyectos de autoabastecimiento alimentario y de vestimenta. Incluso a pesar de provenir
de un contexto urbano, muchas de ellas desarrollaron capacidades agrícolas y productivas
durante la guerra, por ejemplo, fabricando panela o plantando caña. Actualmente en la finca
Nueva Colombia (Pondóres), funciona un cultivo de tomates orgánicos como proyecto
productivo para la reincorporación. Incluso, vale la pena hablar del proyecto Confecciones
Fariana:“nos vestíamos diferente. Hacíamos nuestras propias hamacas, camas, uniformes,
dotación, ropa interior, medias, botas. También un suéter verde que siempre cargábamos”.

Conclusión

Estas memorias que hoy repercuten en la reinserción de las mujeres, ponen al cuerpo como
sitio de producción de memoria, y permiten incluso trascender sus “agencias violentas” y
explorar sus capacidades para la resiliencia y el cuidado de los demás dentro de la guerrilla.
El contraste entre el reafirmarse como soldada, y cuidar de los demás, es importante para
reconocer el lugar de las mujeres dentro de la guerra, y particularmente dentro de las FARC.
No existe pues una definición que encierre el concepto de víctima, ni una que abarque el
concepto de victimaria. Permitir que las mujeres entren en el marco como combatientes es
permitir que ingresen a la esfera pública como las sujetas políticas relevantes que son, pero
reconocer también las labores de cuidado que ejercieron dentro de la guerrilla y que
reproducen en la reinserción, es importante para reconocer que el Estado debe dejar de lado
las respuestas patógenas, para dar pie a una gama de políticas y oportunidades, que hagan
posible el florecimiento a través de una vida autónoma de las mujeres.

Bibliografía

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Mackenzie, C. (2014) The Importance of Relational Autonomy and Capabilities for an Ethics
of Vulnerability. En Dodds, S., Mackenzie, C. y Rogers, W. (Eds.) Vulnerability: New
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Mackenzie, M. (2009) Securitization and Desecuritization: Female Soldiers and the


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Martínez, R. (Coord. Ed.) (2017) La guerra inscrita en el cuerpo: Informe nacional de
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