Está en la página 1de 7

Traiciones, La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión

Ana Longoni

Persistencia de la sospecha generalizada sobre los sobrevivientes como traidores, lugares


comunes que se repiten en torno a los desaparecidos que reaparecen.
Su libro intenta pensar “las razones y los efectos del parteaguas por el cual, mientras los
desaparecidos son considerados mártires y héroes, los sobrevivientes son estigmatizados
como traidores” (14).
Junto con esto, al caso de las mujeres sobrevivientes, se suele adosar un componente sexual
que las estigmatiza como putas.

Mi proyecto intentará pensar en aquellos textos que, ponen en cuestión esta binariedad.

No se trata de encontrar el pasado oculto de los desaparecidos, si efectivamente delataron


bajo condiciones de presidio y la tortura antes de haber sido asesinados. Esta investigación
propone pensar en textos en que la representación de la traición permita poner en duda los
discursos que dibujan una línea divisoria definitiva entre un héroe que muere y resiste la
tortura, esté o no desparecido, y el traidor/delator que vive porque no es capaz de resistirla.
En este sentido, se busca más bien reabrir la pregunta sobre el traidor que delta o abandona
sus antiguos camaradas para sobrevivir en el contexto de la represión estatal, y que en el
caso de un cuerpo desparecido, no anula sino que recuerda la urgencia de su aparición.

Longoni estudia en particular un tipo de literatura que mezcla lo literario-ficcional y lo


testimonial y que contribuye a perpetuar la condena a los sobrevivientes como traidores.
Estas son “voces autorales que actúan como mediadoras voces de sobrevivientes” (14).
Longoni explica que una de las posible respuestas a esta tendencia es que “en esa zona de
la literatura se ponen en texto las dificultades colectivas para procesar la derrota que
infringió el terrorismo de Estado a las organizaciones armadas que alcanzaron un desarrollo
inédito en la cresta de la movilización popular de la década de los años 60/70” (14). Logoni
contrasta estas narrativas con voces de los propios sobrevivientes, que fueron
fundamentales en los juicios posteriores.

Ana Longoni se pregunta por lo que pasa cuando un desaparecido regresa, cuando vuelve
de ese lugar del horror, cuando habla o decide no hacerlo. El sobreviviente, dice la autora,
es un reaparecido, “un cuerpo lastimado que retorne , y porta las marcas de lo ocurrido en
el campo clandestino de detención” (21).
Forster en “Las almas de los muertos” dice “por eso la memoria (…) siempre tiene algo de
impostura y de imposibilidad, como si esa experiencia hubiera quedado clausurada en el
silencio de los que no regresaron”.

Es sólo a través de la experiencia del sobreviviente que podemos asomarnos a la experiencia


límite del campo de concentración, o de los centros clandestinos de detención, es, como
dice Longoni el “portavoz de esa pesadilla” (22).
Su testimonio, además, es la única evidencia en contra del aparato represor, “es el único
que puede testificar ante la Justicia y ante la historia” (22).

En el caso de Marcia Merino, su voz está cruzada por múltiples vectores, como son el haber
sido militante y también dirigente del movimiento revolucionario de los años 60-70, víctima
y testigo del horror provocado por el aparato estatal y luego parte de este mismo aparto
de represión.

Esta intersección provoca la dificultad de su lectura, casi una absoluta ausencia.

Longoni reconoce una baja o la ausencia de lectura de los sobrevivientes de Argentina, cuya
circulación se ve reducido únicamente a instancias judiciales. “Fuera de esos ámbitos
estrictos, su aislamiento es enorme. Su (sobre)vida los condena” (24). Como hipótesis
acerca de la “inaudibilidad de los sobrevivientes” es que enuncian una realidad tremenda y
dolorosa que es que esos desaparecidos fueron asesinados –en contradicción a la consigna
de las Madres de la Plaza de Mayo “aparición con vida”-. Los testimonios de los
sobrevivientes hablan de muertos, no de desaparecidos.
Por otra parte, está el discurso hegemónico de la “teoría de los dos demonios” en que
“ubica a militares y guerrilleros en un plano de simétrica exterioridad” (25).

¿Qué pasa en Chile con las familias de los miristas asesinados? ¿Se reconoce su participación
en la violencia política de los años previos? Según Longoni, el desparecido en el contexto
argentino, se reivindica como una “víctima inocente y absoluta, a costa de anular el
reconocimiento (y el balance) de su condición política, su historia militante” (25).
¿Qué pasa en Chile? La figura del desparecido parece condensar toda su vida en esa
condición. El discurso de la memoria reduce la memoria de un sujeto a la memoria de un
desaparecido.
En el caso de Marcia Merino, ¿qué decide contar, y que decide no contar? ¿Qué pasa con
su historia anterior, como militante?¿Enmarca su discurso en esta teoría de los dos
demonios?¿Hasta que punto absorbe el discurso hegemónico y en qué punto puede
distanciarse de él?

La teoría de los dos demonios provoca sin duda una despolitización general en en el modo
de pensar la violencia política, pero en particular en el testimonio de los propios
sobrevivientes, que deben callar su condición de ex militantes.

Usencia o crítica débil de la experiencia armada de los 70’s. Mitificación de figuras y


acontecimientos, como es el caso chileno de Miguel Enríquez, dificulta un análisis y una
crítica. “Justamente porque operan como mito no pueden descomponerse, ni analizarse,
sino que reclaman para sí una adhesión sin fisuras” (27). En este marco es que Ana Longoni
ve que gana espacio la figura del desparecido “reivindicado como héroe de manera acrítica
y mitificada” (27).
Hay excepciones a esto, por supuesto. Longoni destaca Poder y desaparición de Pilar
Calveiro.
Tanto la victimización como la heroicidad, para Longoni, contribuyen a despolitizar lo
ocurrido, ya se aporque se omite o esconde la militancia o condición política de la víctima,
como porque la construcción heroica borra cualquier fisura que permita un crítica. “Los
relatos de los sobrevivientes estorban –en ciertos ámbitos militantes- la construcción del
mito incólume del desaparecido como mártir y héroe” (28). El que sobrevive entonces, se
vuelve la contraparte del héroe, el “héroe caído” o traidor que reafirma la visión binaria que
borra su posición de víctima.
Es posible pensar el caso de Marcia Merino bajo estos términos pues, su testimonio, pone
en cuestión la práctica de los militantes, el sacrificio de los ausentes. Sin embargo, al asumir
abiertamente, discursivamente su condición de traidora, ¿confirma la imagen del héroe
desaparecido o ejecutado?

Mi objetivo será pensar en qué medida los testimonios de los sobrevivientes en Chile
reproducen una determinada épica, y ver en qué medida, el caso particular del testimonio
de marca Merino permite pensar y desarticular las cristalizaciones narrativas que se
identifican con una visión binaria de amigo/enemigo, héroe/traidor,

Esta crítica no intentará jamás la evasión o puesta en cuestión de las responsabilidades


criminales de los ejecutores de las atrocidades cometidas en nuestros países. Los criminales
deben someterse a la justicia, no todos los responsables fueron víctimas y la memoria de
los desparecidos debe mantenerse viva. Sin embargo, debemos preguntarnos cuáles son
los términos en que esa memoria está siendo negociada, cuáles son las estrategias que
discursivas que esa memoria emplea, etc. con el fin de comprender la experiencia de las
víctimas en toda su complejidad, en su rareza, en su incomodidad.
Sobrevivientes como “elegidos de sus victimarios para sobrevivir. Longoni destaca que en
los relatos de los sobrevivientes parece un rasgo común que, aquello que los salva no es “la
capacidad del prisionero para ser o parecer útil, sino su alatorea condición de “elegido” por
los represores para sobrevivir” (31).

Juzgados desde “escalafones morales y grados de valentía” (31).

Su comprensión de la política está lejos de participar en el discurso hegemónico de la


posdictadura.

La dimensión política del discurso de MM.


Por una parte: Listas, enumeraciones, idea de verdad.
Por otra: presentación de un yo que incomoda, su inaubilidad, su inubicuidad, su
inascibilidad.

“Política como confrontación violenta y conflicto, no como pacto y negociación” (32).


Relación de esta idea de política con las palabras transición y reconciliación.
El testimonio de MM incomoda no sólo el discurso hegemónico de la concertación, sino que
también las narrativas de la izquierda que perpetúan la visión binaria del héroe/víctima y el
traidor.
Se establece un relación causal entre la militancia política de los años 70 y la posterior
experiencia en los campos de detención y exterminio. Esta relación de causalidad interfiere
en la posibilidad de pensar y narrar la experiencia política de la militancia durante los años
anteriores a la dictadura. Verónica Gago en “Sobrevivientes” (citada por Longoni, revista La
escena contemporánea”) dice que esta relación de continuidad causal coloca a la militancia
como el preludio del campo de concentración y entiende a la militancia política como el
momento en que se debió prever lo que vendría después. “Si hay un fracaso político de la
postdictadura es la imposibilidad de (re)construir, a través del testimonio de los
sobrevivientes, los saberes políticos de la época que permitieran ‘seguir la lucha’” (65).
En esta lógica, toda lucha, toda resistencia entonces quedaría para siempre vinculado al
terror. ¿Cómo, en este contexto, dar sentido al pasado proyecto revolucionario? Y
entonces, ¿Cómo articular nuevamente la posibilidad de resistencia? La efectividad del
terrorismo de Estado ha perpetuado esta imposibilidad, ya no sólo por la generación de
sobrevivientes, sino también de sus hijos; unos por la incapacidad que produce la
experiencia del campo de concentración y los otros por no haber sido testigos o
protagonistas directos de esa historia. Un modo de romper con esta lógica será escuchando
el testimonio de los sobrevivientes, en particular el balance político que realizan respecto a
su pasado como militantes, del mismo modo que los silencios, ir ahí donde está la censura,
las marcas de una narración que no se puede o no se quiere hacer.
¿Cómo confrontar esta racionalización de la derrota? Narrativas de la derrota.

“Si el vacío que significa la figura del desaparecido condensa toda la explicación del pasado,
la historia corre el riesgo de disolverse en una trama trágica de crimen y castigo” (39). ¿Son
así las narrativas de la derrota?

“Reconocer esa derrota no supone dejar caer los brazos sino generar las condiciones de un
balance y los argumentos necesarios para relanzar un discurso emancipatorio que sea capaz
de aprender de la experiencias de signo revolucionario del pasado y de reinstalarse en el
presente con autoridad moral e intelectual –retomando las palabras de Antonio Gramsci-
para postular la construcción de un futuro distinto” (40)

¿Cómo se pueden ver las conexiones o desconexiones entre el pasado revolucionario y la


experiencia del horror en MM?

Responsabilidad que le cabe a la lógica militarista: errores del MIR, malas evaluación del
presente, condena al exilio y a la delación, etc. Necesidad de repensar la compresión
mesiánica de la causa revolucionaria, necesidad de una retórica menos religiosa y épica, el
distanciamiento de las bases, la ausencia casi absoluta de autocrítica, etc (ver Olga Ruiz).

¿Cuándo llega el sentimiento de derrota? ¿Antes o después de la detención?


¿Cómo se articula hoy esa derrota desde el MIR?¿Cuál es el rol que juega el traidor en las
narrativas de la derrota?¿Es el traidor el responsable de esa derrota?
Héctor Schmucler, “Los relatos de la traición”. La voz del interior. “La impiadosa historia del
siglo [XX] ha repetido hasta el hartazgo la imagen del traidor como causa d elos fracasos
colectivos y de las decepciones individuales” (43 en Longoni). ¿Allende no hace lo mismo?

“Nadie puede apiadarse de la conciencia del traidor: sólo la tragedia. El traidor no tiene
reparación posible porque el mundo descansa al encontrar un culpable, al descubrir una
circunstancial y tranquilizante explicación al espanto del mal encarnado”.

“la calificación de traidor exige de quien la pronuncia la práctica de una amoralidad


extrema: pensar a los seres humanos como meros instrumentos de una razón
incuestionable”

Cuestiones de responsabilidad y libertad: “Si la responsabilidad y la libertad son condiciones


de cualquier andamiaje moral -sustento, a su vez, de la existencia misma de los seres
humanos-, el concepto de traición pone en juego una compleja trama que condiciona las
conductas humanas, incluida la decisiva presencia de una indefinida realidad que se expresa
en la idea de mal”.

No pertenencia – intrumento técnico del poder: “Al borrar la ¡dea de falta, la traición -
que es un acto perteneciente al espacio de la moral- desdibuja cualquier identidad. Hans
Joñas reconoce en el gnosticismo de los primeros siglos de la era cristiana, una vocación
sostenida por el nihilismo. "El yo descubre que no se pertenece, sino que es el ejecutor
involuntario de los designios cósmicos". Una nueva y reforzada vigencia del nihilismo es
la que estamos viviendo en los dos últimos siglos; hace casi dos mil años y ahora se
subvierte la idea de ley en el sentido de una ética que hace hombre al hombre. La
traición, en el marco del nihilismo gnóstio (donde "la trascendencia se encuentra
despegada de cualquier normativa con el mundo"), no tiene lugar. En el nihilismo
moderno ("infinitamente más radical y más desesperado que el nihilismo gnóstico")
también se desvanece la raigambre ética de la traición, para transformarse en un
instrumento técnico de la construcción del poder”.

La sobrevivencia del traidor confirma la derrota; su muerte, la justicia de los vencedores.


Tanto su muerte como su sobrevida confirman una ética. ¿Está el mismo traidor
traspasado por esa ética?

“El traidor, en consecuencia, requiere ser pensado como un otro absoluto: la traición
posee una esencialidad que la separa drásticamente de nuestra propia experiencia. Sólo
así logramos que la culpa no nos toque y exorcizamos el mal que de otra manera también
podría instalarse en nosotros; afirmamos nuestra inocencia. La traición señalada en el
otro nos protege: quedamos resguardados en un bando unificado por el miedo y la
vergüenza.”
Dice: Ideología de la traición en que todo se disuelve en al dicotomía amigo enemigo.

La figura del traidor evita reconocer las responsabilidades en la derrota.

“En síntesis, oriente mi lectura la sospecha de que existen fuertes vínculos entre el
stigma de traición que existe sobre los sobrevivientes, las dificultades (de las
organizaciones políticas, de la izquierda, del movimiento de derechos humanos, de
sectores de la sociedad) para admitir y explicar a fondo la derrota del Proyecto
revolucionario y la imposibilidad de ejercer un balance (auto)crítico acerca de las formas
y el rumbo que asumió la militancia armada en los años 70” (44).

El horror de la dictadura opacó, o cerró la discusión anterior sobre la viabilidad de la


lucha armada, la violencia política como modo de lucha, etc.

¿Cuál es el pacto de lectura que tiene el testimonio de MM? ¿Cuáles son los signos que
establecen el contrato de la literatura no-ficcional? Aquí es donde se pueden pensar en
los pactos de lectura que hay detrás de la idea de confesión en el testimonio (revelación
de una verdad hasta ese punto no revelada o distorcionada).
Búsqueda de las condiciones de posibilidad del testimonio. Por una parte dice que dice
la verdad. ¿Si? Es enfática en esto? O dice que busca la verdad?
A pesar de que el testimonio de MM establece claramente como objetivo la búsqueda de
la verdad, expresa una desconfianza ante el lenguaje, en tanto portador de una memoria
que se afirma y de la que se duda, y también con respecto a su “transparencia”.
La escritura de MM expresa lo que Longoni llama “la condición ideológica de su propia
materialidad”, la oscuridad que determina las operaciones de su construcción, las
complicadas intersecciones entre la culpa y la autoafirmación.
¿Es el traidor un mentiroso?¿se debiera dudar de su palabra?¿de la correspondencia
entre lo dicho y la realidad?¿Cómo enfrenta la idea de “verdad” Merino?¿asume una
complejidad o su transparencia?
Identidad diluida, difusa, líquida del traidor. Marcas textuales.
Modos de narrar lo inenarrable.

La crítica escucha la posición de víctima del traidor?

La eficiencia/eficacia de la tortura
Culto a la resistencia a la tortura. Primera derrota de Merino parece fijar el límite
de esa resitencia.
Códigos de la militancia. Exilio como deserción y traición. ¿Existen estos códigos
aún como pautas morales para pensar en el exilio y la experiencia del campo de
concentración?¿Ayuda la literatura a perpetuar estos códigos de lectura? militarización
de lo político.
Detención ilegal. Cuestión del tiempo (se eterniza, no tiene límite, no tiene fin).
Cuestión del nombre.
Economía de la información. Transacción de la información por la vida, la vida no
se quita hasta que siga aportando información útil. El prisionero no es dueño de sí.
Mercancía.

Nelly Richard, refiriéndose al libro del Guatón Romo “Confesiones de un torturador” dice
“falta de vigilancia crítica” … Buscar.

Traidora puta
“Por cierto la figura de la “puta” en la tópica del imaginario social argentino es la que
más fuertemente asocia a la mujer con la traición” (150). En los hombres, en cambio, la
traición es una conversión ideológica o moral, no de una economía sexual. Las putas son
siempre mujeres, no hombres.

Eternauta 2
Sobre el registro durante los años 70 de gente que aceptó integrarse a los distintos
modos la lucha armada. “Allí aparece aquella estructura del culto al heroísmo, al
heroísmo y a la abnegación que puede leerse como el revés del discurso público
triunfalista”. En el caso del Eternauta es una antesala, es un discurso pronunciado aún
en el espacio público.
Disociación entre el discurso triunfalista, la formulaica construcción de la victoria siempre
e inevitable, el pueblo unido jamás será vencido, y un sentimiento de derrota que
aparece con anticipación, la autoconciencia de la derrota, la posibilidad o inevitabilidad
de la muerte. ¿A qué mito responde El Eternauta 2?

Pensar en la intersección entre ideología y utopía.

Ni el narrador ni el receptor debieran devenir tribunal para colocar al sobreviviente en el


banquillo de los acusados. Danuel Mundo, citado por Longoni: “ ¿estamos capacitados,
aquellos que no hemos vivido la experiencia de un campo, el lugar de reclusión donde
la vida pisa el terreno firme de la muerte, cuya sentencia final podía llegar en cualquier
momento, podemos nosotros extraer la colección definitiva en este juicio? (…) O si
entra, lo hace en todo caso bajo la misma luz que ilumina el conflicto. El narrador tendría
que comprender, pero comprender las personas ni acusar”. Daniel Mundo, “Tensiones
Narrativas. La necesidad de recordar”. En Longoni 203.

También podría gustarte