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Siendo aún más radical, no acceder a la justicia es como si las víctimas murieran
una vez más, en un nuevo acto de violencia simbólica. De este modo, éstas sufren una
primera muerte –simbólica– por marginación económica y exclusión social, que tuvo
como una de sus principales consecuencias la invisibilización durante años de su
condición de víctimas o de su desaparición; una segunda muerte –real– por la violencia
concreta ejercida por los grupos armados sobre los sujetos y sobre las colectividades
sociales subalternas; y una tercera muerte –simbólica– por una nueva exclusión, esta
vez de la justicia transicional. Este hecho parece sugerir, ahondando aún más la
hipérbole de Mirko Lauer, la categoría de los triplemente muertos o desaparecidos”
(De Vivanco 2018:130)
Personas cuya memoria no ha recibido la reparación por parte del mundo de los vivos
y sus aparatos. En el más acá, sus seres queridos son cuerpos que no han descansado de ser
violentados en su emocionar, proceso que va haciendo progresar un daño irreversible que, no
obstante, muchas y muchos se adiestran en gestionar. La producción literaria, así como de
cualquier otro arte, es una de esas vías de hacer frente a la onda expansiva de la violencia. Es
un ejercicio de la memoria en un nivel particular de elaboración pues es un modo de gestionar
los vestigios en conjunto con las ausencias para dar lugar a un producto distinto, a una especie
de ‘mapa’ o ‘informe’ de un momento específico de un proceso de memoria. Especifica y
ordena aquello que antes de ser palabras era punzadas indeterminadas y nocivas, entregando
una multiplicidad de ángulos posibles para observar el siempre crudo estado de los asuntos.
Dada la heterogeneidad de perpretradores, los vectores de violencia se confunden a
nuestra vista, dado que la que Žižek (2009) llama violencia objetiva, aquella que yace
naturalizada en nuestro sentido común y nuestros hábitos tácitos, proviene en el Perú
fundamentalmente de la acción de la alianza entre los grupos económicos y la administración
del Estado tal como el capitalismo opera en la generalidad de la región latinoamericana y
que, en cambio, la violencia subjetiva, aquella que afecta explícitamente en el ataque al
cuerpo o a la integridad humana tal como ocurre en el asesinato o la mutilación, tiene los
múltiples orígenes antes mencionados y sus características de crudeza terminaron por
desplazar la violencia estructural del foco principal de las referencias al asunto. El ‘río de
sangre’ fue considerado necesario por Abimael Guzmán para que el Partido cumpliera su
misión histórica y el horror pasó a ser condición tolerable para el senderista. Esta
jerarquización que beneficia la consideración de la disciplina político-militar por sobre la
conservación del respeto a los Derechos Humanos ve probablemente un efecto rebote en los
énfasis que la literatura ocurrida como respuesta histórica deliberada o circunstancial que en
su consideración del asunto no deja de deslizar, explícita o implícitamente, la pregunta
sentida al PCP-SL acerca del por qué de la abundante brutalidad proferida cuando en general
se contó antes, en Latinoamérica, con ejemplos de guerrillas de izquierda de alta integridad
ética incluso en lo militar; lo del PCP-SL es una irrupción perturbadora en la historia reciente
de la región, acostumbrada a que el verdugo sea el Estado y el capital internacional. Es
esperable que tal pregunta histórica -a modo de doloroso reclamo, por qué no decirlo- asedie
a quien en Latinoamérica escribe crítica al enfrentarse con el importante campo de
producción literaria que se ha formado en torno a este conflicto. Es la inquietud que surge al
constatar la cantidad de dolor y de densidad traumática presente en este extendido corpus,
duda que es posible de obviar dependiendo de las intenciones de cada estudio pero que en
este caso es ineludible dado que lo que nos convoca es el asunto de la memoria. Es lo presente
en lo planteado por el autor, ya ni siquiera como pregunta sino que como un quiebre resignado
respecto al legado del PCP-SL. Agüero se aproxima a la historia y compromiso de su madre
y de su padre con altura de mira política pero con un irreparable y necesario resentimiento
encarnado frente a una institución cuya doctrina y actuar colectivo llevó el curso de los
sucesos hacia la pérdida de los seres amados y que, además, hizo uso de ello con el fin de
nutrir la memoria heroica de la épica partidista, operación que el autor considera una
operación ilegítima de usufructo del vestigio de lo irreparable, actitud ante la que se
experimenta repulsión::
“Mis padres son menos que polvo, nada, muertos. Su memoria no me pertenece.
No le pertenece a los que eran sus enemigos, los que lo mataron, que sólo los invocan
como parte de una idea general, monstruosa, de un infierno terrorista.
Pero tampoco, tampoco, le pertenece a esta historia oficial comunista.
Quisiera decirles: quiten sus manos cínicas de esos cuerpos que son polvo torturado.
Me dan ganas de pedir en alguna parte: por favor, amigos, compañeros,
camaradas, pido respetuosamente, dejen de usar estas memorias para grandes o
pequeños fines.
Pero soy cobarde y me callo”
(Agüero 2017:124)
“Mi madre, ¿qué huellas ha dejado? ¿Hay que reconstruirla por sus pasos, sus
rutinas, sus hitos, sus amores, sus hijos, sus fotos, sus amigos, sus canciones, su tiempo,
su época, su militancia, su idea de sí, la idea que tenía de su vida, de su cuerpo, de sus
motivos, de sus deseos, de sus sueños? […] por sus muertos? ¿Por sus ancestros, por
sus padres, sus hermanos, sus deudas, sus tristezas, sus vergüenzas, su pobreza, sus
planes, sus barrios, su casa¨[…] por las personas que ayudó, por su solidaridad, por su
trabajo social y político? […] ¿Hay que encontrarla en las personas que le sobreviven?
[…] sus compañeros, sus camaradas, izquierdistas, progresistas, sindicalistas,
senderistas, emerretistas […] en los inocentes, los subversivos, los terroristas […] en
los presos, las presas, las torturadas, las violadas, las desaparecidas, los muertos y los
liberados? […] ¿O hay que encontrarla, sobre todo, en las personas que dañó, en ese
rastro de personas vivas y muertas que dejó su paso de mujer revolucionaria por el
mundo?
(Agüero 2017:28)
“El pozolero mexicano decía que sólo trabajaba. Su esposa lo justifica, dura es
la vida en el norte, no hay mucho qué hacer para ganarse el sustento. Eichmann latino,
chabacano, sin los planes épicos del Reich, sujeto a las lógicas de dominio y comercio
de los carteles.
Dan ganas de decir cosas así. Pero no hay banalidad del mal. Es simple retórica.
Eichmann era antisemita, nazi, sabía lo que hacía y lo hizo a conciencia […] Sabían.
Intuían. Intuir es tanto, es casi todo, es a veces más que saber […] no se puede hablar
sino con la voz eurocéntrica y, por lo tanto, cada vez que un subalterno dice algo,
incluso al quejarse, no lo hace sino con la voz prestada […] incluso al rebelarse,
obedece. Estos administrativos, estos pozoleros, eichmanns, al ejecutar, al disponer
cuerpos sólo trabajan, atravesados por las lógicas de la producción. No son sujetos
activos. Más aún, no son sujetos. No hay conciencia moral en ellos. Hablan la voz de
otros. Son las manos de otro”
(Agüero 2017:73)
Burucúa, José Emilio y Nicolás Kwiatkowski. Cómo sucedieron estas cosas. Representar
masacres y genocidios. Buenos Aires: Katz, 2014.
Vich, Victor y Alexandra Hibbett. “La risa irónica de un cuerpo roto”. Juan Carlos Ubilluz,
Alexandra Hibbett y Víctor Vich. Contra el sueño de los justos: la literatura
peruana ante la violencia política. Lima: IEP, 2009.175-189.
Žižek, Slavoj. Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires: Paidos, 2009.