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El territorio como el lugar de la

arquitectura
Hablar de arquitectura colombiana quiere decir “arquitectura construida en el
territorio colombiano”. ¿Desde cuándo? Desde tiempos no muy lejanos. Los
asentamientos más antiguos reconocidos por la arqueología datan de algo más de
once mil años y se encuentran en los abrigos rocosos del borde occidental de la
Sabana de Bogotá. Ahí no hubo arquitectura propiamente dicha, el espacio habitable
lo ofreció la topografía misma. Siglos más adelante ya se encuentran vestigios de
asentamientos en la misma Sabana y en la costa Caribe, en los que se advierten las
huellas de edificaciones primarias. Tardarían siglos en aparecer núcleos poblados con
una arquitectura más consolidada.

Hablar hoy de arquitectura colombiana significa hablar de los hechos construidos


dentro de los límites actuales del territorio nacional cuya delimitación es
relativamente reciente. Las fronteras actuales de Colombia definen los límites de un
territorio en el que se han sucedido los acontecimientos que forman la historia del
país. Una simple revisión de los mapas a partir del siglo xvi permite entender que el
territorio actual de Colombia, en el siglo xviii hizo parte del Virreinato de la Nueva
Granada que incorporaba los actuales territorios de Venezuela, Ecuador y Panamá, y
que el primer modelo republicano acogió esos territorios antes de su separación, los
dos primeros hacia 1830 y Panamá en 1904, y que a través de sucesivos tratados se
han sustraído enormes porciones limítrofes hasta llegar a la actual configuración,
bastante extraña por cierto.

Una descripción simple del espacio geográfico colombiano permite apreciar una clara
división en dos grandes segmentos por una curva imaginaria que sigue el borde
oriental de la Cordillera Oriental, desde los límites con Venezuela, al norte, hasta
inmediaciones de la frontera con Ecuador, al sur. El segmento noroccidental,
comprendido entre esa línea y las costas de los dos océanos, contiene los tres brazos
en que se ramifica la Cordillera de los Andes. En los intersticios entre las tres
cordilleras se forman los valles y estrechamientos de los ríos Cauca y Magdalena, los
que se disuelven al llegar a las llanuras del Caribe. De ellos el más largo, el valle del río
Magdalena, produce la incisión más profunda constituyéndose en un eje vertical de
continuidad sur-norte casi ininterrumpida. Estas grandes divisiones naturales
abarcan a su vez un vasto conjunto de subregiones que, según Ernesto Guhl,
“presentan marcados contrastes entre sí, conformando un vasto mosaico
bioclimático”1 . El segmento suroccidental del territorio es, por el contario, una
inmensa planicie, apenas alterada por formaciones montañosas aisladas que se
extiende mucho más allá de los límites políticos en las llanuras del río Orinoco y en la
inmensidad verde de la selva amazónica. Otras formaciones montañosas aisladas son
la serranía de Baudó en el borde norte de la costa del Pacífico y la Sierra Nevada de
Santa Marta, en la costa del Caribe (ver mapa general de Colombia).
Una de las características propias de la fisonomía geográfica de la porción andina del
territorio es la compleja trama de alteraciones montañosas que forman infinidad de
cauces fluviales que tributan a los grandes ríos. Esta condición de la geografía andina
se manifiesta en su complejidad microgeográfica, que favorece la formación de un
sinnúmero de enclaves ambientalmente diversificados cuya comunicación, a lo largo
de siglos, ha sido difícil. Los caminos de herradura trazados, algunos de ellos desde la
época prehispánica, siguieron los bordes cordilleranos de los cauces fluviales y
superaron las dificultades de atravesar las tres cordilleras en sentido oriente
occidente. Así se comunicaron las tierras de Antioquia y Caldas, del Valle del Cauca y
de la Sabana de Bogotá con los ríos Cauca y Magdalena. Solo en el siglo xx se logró
mejorar esa comunicación, aunque todavía no se ha alcanzado del todo.

Poblamiento, periodización y arquitectura


La construcción histórica de la arquitectura colombiana se ha dividido
convencionalmente en cuatro grandes períodos, separados entre sí por hechos de
especial significación. Se denomina “prehispánico” al período anterior al inicio del
siglo xvi, cuyo fin hipotético se marca por el arribo de los conquistadores europeos y
por su posterior ocupación del territorio. El período denominado “colonial”
comprende los tres siglos de dominación española y finaliza en 1819 con el triunfo
patriota y la constitución de la República de Colombia. En ese año se inicia el período
conocido en arquitectura con el nombre de “republicano”, el cual concluye, también
hipotéticamente, alrededor de 1930 cuando se inicia un último período, el “moderno”,
que se prolonga hasta el presente. Estas delimitaciones son más de orden operativo
que exacto. Lo que viene de un período se funde en el siguiente en unos umbrales de
transición y muchas veces no desaparece pues pervive en las tradiciones de las
culturas populares.

La denominación asignada a cada período se relaciona, a grandes rasgos, con los


procesos de poblamiento y ocupación del territorio sucedidos a lo largo del tiempo. El
poblamiento indígena, previo a la conquista española, ocupa buena parte de la región
andina y de las llanuras del Caribe, y de él quedan vestigios arquitectónicos
significativos como los de Tumaco, San Agustín, Tierradentro, Pueblito y Ciudad
Perdida. La llegada de los españoles dio inicio a un segundo proceso de poblamiento
en que se ocupan nuevos espacios y se deshabitan otros. En ese período llegaron
nuevas maneras de hacer arquitectura que corresponden a los nuevos modos de
habitar implantados en el territorio. Después de tres siglos y de las luchas por la
independencia se inició otro proceso de ocupación territorial que se superpuso a los
anteriores, caracterizado por el poblamiento de las vertientes cordilleranas que se
encontraban despobladas o poco pobladas. La llamada “colonización antioqueña” fue
la más representativa de este proceso. En ese período se inicia el desprendimiento de
la tradición colonial y se establecen nuevos modos de hacer arquitectura.

La modernización, el siguiente gran cambio cultural ocurrido en Colombia, se


acompañó de otros procesos de ocupación territorial caracterizados por el
incremento de nuevos núcleos urbanos en los llamados “territorios nacionales” y por
nuevos frentes de colonización de llanuras y áreas selváticas. Fue también el período
de la “urbanización” del territorio, entendida como el incremento de la población que
habita en los centros urbanos y que actualmente alcanza un porcentaje cercano al
80% del total de la población del país. Todo este proceso trajo consigo una ruptura
entre el pasado tradicional y un nuevo presente influido ya por las condiciones de la
vida moderna. Desde un comienzo se implantaron y desarrollaron modelos urbanos y
tipos de edificación distintos de todo aquello que se había formado a lo largo de los
siglos precedentes. Esta nueva conquista del territorio por la modernización convirtió
en pasado todo lo anterior e inició ese otro presente, en el que todavía se está y que
lleva apenas algo más de sesenta años de existencia.

La arquitectura en el período prehispánico


La duración de este período es incierta. Las huellas más antiguas de poblamiento del
territorio colombiano se encuentran en la región del Tequendama, cerca de Bogotá, y
datan del siglo xi a.C. El final del período es nominalmente el momento de la
ocupación española del territorio, a comienzos del siglo XVI.

Según indican diversos estudios históricos, los grupos indígenas que poblaron el
territorio colombiano antes de la llegada de los españoles se localizaron
principalmente en las zonas montañosas de la región andina central y en la costa del
Caribe. A finales del siglo xv, antes de la llegada de los conquistadores españoles, la
mayor densidad de población indígena se localizaba en la vertiente del río Cauca. Las
tierras bajas del Pacífico, los Llanos Orientales y la Amazonía, contaban con una
población escasa y dispersa.

La territorialidad en la era prehispánica estaba ligada directamente a la estructura


política, religiosa y económica de las organizaciones indígenas. Las más complejas de
ellas, denominadas “confederaciones de aldeas” por Gerardo Reichel Dolmatoff 2 ,
fueron propias de los grupos Muiscas y Tairona y ocuparon porciones extensas de la
Cordillera Oriental y de la Sierra Nevada de Santa Marta. Los “cacicazgos”, de menor
envergadura, se distribuyeron por el territorio montañoso que recorre el país de sur a
norte donde, desde tiempos pretéritos, se ha asentado la mayor cantidad de población.
Otros grupos se dispersaron por el resto de lo que hoy constituye el territorio
colombiano y ocuparon las selvas y las llanuras que flanquean las grandes cordilleras.

De la arquitectura construida por los grupos indígenas existentes en el momento de la


llegada de los españoles han quedado pocos vestigios materiales rescatados, entre
ellos los ya mencionados de San Agustín, Tierradentro, Pueblito y Ciudad Perdida. En
la cerámica de la Cultura Tumaco se encuentran figuras de edificaciones semejantes a
casas y templos. Las descripciones de los poblados muiscas en la Sabana de Bogotá
dan cuenta de una lógica particular de asentamiento territorial y de construcción de
viviendas. Hay, además, otros vestigios de asentamientos y viviendas que apenas se
rescatan mediante la exploración arqueológica y dan cuenta parcial de las
características de las viviendas que los ocuparon. En general se conoce que las
construcciones para habitar fueron hechas en guadua o madera rolliza, algunas veces
recubiertas con barro y techadas en paja o palma. La arquitectura en piedra, a la
manera de los incas, mayas y aztecas, no se desarrolló en el territorio colombiano.

La arquitectura en el período colonial


Se conoce como “colonial” el período histórico comprendido entre el comienzo de la
ocupación española del territorio colombiano hasta 1819, en el que se proclamó la
Independencia de la Corona española y se constituyó la República. Lo que hoy es
Colombia se inició como parte del inmenso territorio de Castilla del Oro y
posteriormente pasó a hacer parte del Virreinato del Nuevo Reino de Granada.
Durante los tres siglos de permanencia de la Corona española, los límites del territorio
virreinal permanecieron más o menos constantes.

La ocupación del territorio americano por los conquistadores europeos se inició


prácticamente con el arribo de Cristóbal Colón al Caribe en 1492. La ocupación del
territorio colombiano se hizo efectiva a comienzos del siglo xvi, cuando se organizaron
las primeras expediciones exploratorias de la costa del Caribe, se establecieron bases
provisionales y se realizaron incursiones repetidas con el fin de obtener oro y esclavos
para trasladar a Santo Domingo o al continente europeo. Solo en 1510, con la
fundación de San Sebastián de Urabá en el golfo que lleva ese nombre, se puede
considerar iniciado el poblamiento español de este territorio. La duración de casi tres
siglos de esa presencia definió la mayor parte de los rasgos urbanos y arquitectónicos
propios del territorio y de sus pobladores y definió también las condiciones del
mestizaje y de la diversidad cultural manifiesta en las formas urbanas y
arquitectónicas y en las técnicas constructivas.

El poblamiento del territorio durante el período colonial se superpuso sobre las


pautas dadas por la población indígena existente en el siglo xv: una mayor
concentración de población en la región andina central y en la costa del Caribe, una
menor densidad de ocupación territorial en las regiones restantes. A finales del siglo
xviii se identificaban en el mapa del actual territorio tres extensas manchas pobladas:
la de Antioquia en el centro-occidente, la de Cundinamarca, Boyacá y Santanderes en
el centro-oriente y la franja de la costa Atlántica comprendida entre Santa Marta y el
Sinú. Otras manchas más pequeñas se formaron en el Valle del Cauca, en el nudo
montañoso de Nariño y en la región del Huila.

Las concepciones urbana y arquitectónica implantadas por los españoles


correspondieron con una manera de entender la vida pública, la religión y la vida
privada y de organizar sus relaciones en el espacio de la ciudad. Los nuevos modos de
habitar basados en las tradiciones hispánicas dieron origen a diferentes tipos de
arquitectura que perduraron durante siglos y cuyas transformaciones dieron origen a
nuevos tipos aparecidos posteriormente. En lo urbano se empleó, como pauta general,
el trazado en cuadrícula de manzanas y calles con un centro espacial y simbólico en la
“plaza mayor”. A este urbanismo se asociaron las obras de arquitectura religiosa, civil,
militar y de vivienda usualmente conocidos como “coloniales”. En ellos se distingue el
patio, central o lateral, como el elemento articulador de las viviendas, conventos y
edificaciones civiles. Nuevas técnicas constructivas se sumaron a las ya existentes:
mampostería en adobe, ladrillo y piedra, estructuras en madera para las cubiertas en
teja de barro. De la fusión de lo nuevo con las tradiciones de origen indígena surgieron
los tipos de vivienda que alojaron a la población mestiza, los que no han encontrado
en la historia una denominación adecuada. El aporte de los esclavos africanos, por su
parte, se fusionó con el ancestro nativo en otra vertiente de diversificación cultural y
se manifestó especialmente en los “palenques” o asentamientos de esclavos
cimarrones. El cuadro arquitectónico del período colonial, considerado
convencionalmente como un universo homogéneo, se configuró realmente con una
mezcla variada de diferentes aportes.

La arquitectura en el período republicano


Se denomina convencionalmente como “republicano” al período de la arquitectura
colombiana comprendido entre 1819, año de la constitución de la República, y el año
de 1930, propuesto como indicativo del comienzo de la era moderna.

Con la Independencia y la constitución de la nueva República, el territorio colombiano


cambió sus límites; posteriormente, con la desintegración de la Gran Colombia y tras
sucesivos litigios fronterizos en algo más de un siglo se definió el contorno actual de lo
que hoy se llama Colombia. Los cambios culturales operados por la Independencia se
proyectaron de diversa manera en las formas de arquitectura existentes a comienzos
del siglo xix. Fenómenos propios de ese siglo, tales como la colonización de las
vertientes cordilleranas, dieron lugar a numerosas fundaciones de pueblos y a la
ocupación de terrenos antes no explotados. Esas corrientes colonizadoras
prolongaron en más de un siglo el período formativo de la ocupación territorial en
Colombia. Todavía a comienzos del siglo xx se fundaban pueblos y se establecían
pobladores en los territorios centrales de la geografía del país. En esas fundaciones se
conservó la traza colonial heredada y se desarrollaron otras formas de vivienda
correspondientes con las actividades económicas y con los nuevos estratos sociales y
culturales. Los procesos de colonización y de expansión de las fronteras agrícolas
desarrollados a lo largo del siglo xix consolidaron las pautas de ocupación territorial
iniciadas siglos atrás: grandes concentraciones de población en la región andina
central, en la cuenca del río Cauca, en la Cordillera Oriental y en el borde de la costa
del Caribe, una concentración menor en Nariño y una franja poblada a lo largo del
valle del río Magdalena desde el sur hasta la altura de Honda y La Dorada. Esta forma
de ocupación territorial ha sido desde entonces primordial en la definición de las
áreas económicas y culturales del país.

Una de las mayores transformaciones del país en lo social y en lo cultural después de


la Independencia fue la llamada “colonización antioqueña”. Este proceso de
poblamiento y economía se inició en Antioquia en las postrimerías del siglo xviii, con
la concesión de tierras para agricultura propiciada por la Corona española. A partir de
la fundación de Sonsón en Antioquia, en 1788, se inició un flujo migratorio hacia el
sur, a lo largo de la cuenca del río Cauca. Ese flujo dejó a su paso un buen número de
fundaciones urbanas y extensas áreas cultivadas. Según diversas fuentes, entre 1780 y
1900 aparecieron en la región más de 80 cabeceras urbanas, la mitad de ellas
fundadas en la segunda mitad del siglo xix. En ese período se implantó y se expandió
el cultivo del café, que habría de ser el principal pilar de la economía nacional durante
más de un siglo. El importante proceso de poblamiento y economía de la colonización
antioqueña dejó como resultado una expresión urbanística y arquitectónica propia
que hoy hace parte importante del patrimonio cultural colombiano.

La vida republicana trajo consigo cambios importantes en los modos de habitar y de


construir, especialmente después de 1850. En las antiguas plazas coloniales surgieron
los parques urbanos del período republicano, en los que la recreación y el ocio
tuvieron espacio en las ciudades. En las viviendas se conservaron transitoriamente los
tipos y técnicas provenientes del período colonial y se sumaron gradualmente
mejorías en las condiciones habitacionales que condujeron, finalmente, al surgimiento
de nuevos tipos de viviendas propios ya del final del siglo xix. Paralelamente se
requirieron edificaciones para el gobierno y sus dependencias. El Capitolio Nacional es
el ejemplo más representativo de esta nueva serie de edificios públicos que incluyó
posteriormente los destinados a la educación y a la cultura.

Si bien se considera como “republicano” el siglo comprendido entre 1819 y 1919, el


auge de una nueva arquitectura se dio después de 1900 y especialmente después del
fin de la Guerra de los Mil Días, cuando la paz alcanzada estimuló la inversión pública
y privada en el embellecimiento urbano y en nuevos edificios y viviendas.

El período moderno
El período moderno de la arquitectura colombiana se inicia hacia 1930, año en el que
ya existían algunos ejemplos tempranos de las nuevas ideas de arquitectura. Este
período no termina todavía. Se puede hablar de diferentes fases o etapas de la
modernización: una temprana o “primera modernidad”, comprendida entre 1930 y
1950; una segunda etapa de “consolidación”, entre 1950 y 1970; y una tercera etapa
de “diversificación” a partir de 1970 hasta el momento.

Hacia 1930 el panorama de la ocupación territorial en Colombia había cambiado


notoriamente. La población del país había aumentado considerablemente. La
colonización de las vertientes había poblado nuevas áreas, especialmente en los
territorios de Antioquia, Caldas y el norte del Valle del Cauca. Las tres grandes
regiones económicas del país: Centro, Occidente y Costa, habían definido su perfil. Las
regiones que habían permanecido relativamente aisladas por falta de buenos medios
de transporte, habían definido su carácter cultural a lo largo del siglo xix y
consolidado rasgos culturales muy fuertes y diferenciados. Algunas ciudades
crecieron y prosperaron gracias a la industria y el comercio: Cartagena, Barranquilla y
Santa Marta en la costa del Caribe; Medellín y Manizales en el centro; Cúcuta y
Bucaramanga en el oriente; Bogotá, la capital, y Cali en el suroccidente. Riohacha,
Ibagué y Neiva esperaban su turno para expandirse. Otras permanecían inmersas en
sus tradiciones: Tunja, Pasto y Popayán. La aviación, introducida en la segunda década
del siglo xx, junto con los ferrocarriles y las nuevas carreteras, habían iniciado la
integración de regiones y ciudades; se respiraban los primeros aires modernizadores.

La modernidad transformó por completo los modos de habitar y de hacer ciudad y


arquitectura en Colombia. Ya hacia 1930 se percibía el interés del Estado y de grupos
profesionales en sintonizar sus ideas con los sucesos mundiales. La fundación de la
Sociedad Colombiana de Arquitectos y de la Facultad de Arquitectura de la
Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, en 1934 y 1936 respectivamente,
marcaron el inicio de un movimiento modernizador que hacia 1950 ya se encontraba
en una primera fase de consolidación. A partir de esa década la arquitectura moderna
colombiana se expandió y diversificó y de ello quedaron ejemplos notables en
prácticamente todos los campos de actividad en Colombia: vivienda, educación, salud,
recreación, educación y cultura, comercio e industria.

Es a partir de 1950 cuando la modernización se adoptó en Colombia como señal de


progreso y bienestar. Para entonces, ya se contaba con grandes firmas de arquitectos
e ingenieros y un buen número de profesionales independientes que asumieron las
demandas del Estado, del sector privado y de la población misma, a las que
respondieron con edificios y viviendas en las que se emplearon las nuevas técnicas
constructivas del concreto, el acero y el vidrio, combinadas con espacios y formas
ordenados funcionalmente y concebidos estéticamente. Es una época de grandes
estructuras de aeropuertos y estadios, edificios de oficinas y conjuntos habitacionales.

Las ciudades fueron los principales escenarios de las transformaciones en las formas
de arquitectura en Colombia en el siglo xx. Muchas de las pequeñas formaciones
urbanas que existían en 1930 se convirtieron en grandes ciudades y áreas
metropolitanas. Otras permanecieron en su estado tradicional y hacen parte del
patrimonio histórico y cultural heredado. Las áreas rurales hoy son habitadas por algo
más de un 20% de la población total del país. En ellas la vida campesina se conserva
precariamente, asaltada por la inseguridad, por el abandono y por el avance de unas
pocas industrias agrícolas. La vivienda popular ocupa cerca del 50% de la
construcción total de la ciudad colombiana; las diversas formas de su desarrollo se
han dado en distintos tipos de asentamientos: barrios “piratas”, urbanizaciones
comerciales, invasiones de predios e incluso en urbanizaciones de desarrollo
progresivo construidas por el Estado. En cada ciudad, los barrios populares
configuran los escenarios donde habita la mayoría de sus habitantes, en condiciones
diversas de calidad de vida.

En medio de cambios históricos, de transformaciones demográficas y cambios


culturales existen en Colombia múltiples manifestaciones culturales indígenas y
tradicionales que se suman a este vasto mosaico de arquitecturas que conviven en el
territorio colombiano.

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