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Casa Rosado en Barranquilla. Foto Marta Ayerbe.

febrero de 2018

LA CASA REPUBLICANA EN EL CARIBE


COLOMBIANO
Por :
Rodrigo Arteaga Ruiz,arquitecto, magíster en Desarrollo y Cultura, candidato a doctor en Educación y
Cultura, profesor asociado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano Seccional Caribe

En las últimas décadas del siglo XIX la naciente república de Colombia inició una lenta recuperación
tras un periodo de profunda crisis política y económica debida a las luchas de independencia y a los
constantes choques entre los grupos políticos liberal y conservador. La reactivación económica fue
apoyada por la comercialización de productos agrícolas y una primera industrialización. Este periodo
fue un momento crucial para la construcción del Estado Nación y para el desarrollo económico y
urbano.
Estos cambios y mejoras en el país estuvieron acompañados por importantes procesos sociales y
migratorios. En el Caribe colombiano las familias tradicionales de la independencia entroncaron sus
raíces con exitosos comerciantes provenientes del resto del Caribe y de diversos países europeos.
También fue fundamental la llegada de una vasta comunidad sirio-libanesa que se estableció a lo largo
de toda la región. Estos promovieron en las ciudades los ideales neoclásicos europeos de progreso,
industria y capitalismo que se reflejaron en sus viviendas y edificios comerciales.
En la historia de la arquitectura en Colombia el estilo neoclásico se ha denominado como arquitectura
republicana y corresponde al tiempo comprendido entre 1850 y 1930 aproximadamente. Se caracterizó
principalmente por utilizar elementos formales de otros estilos del pasado clásico, gótico o influencias
orientales. También fue importante en este periodo la utilización de nuevos materiales como el acero,
el vidrio en grandes proporciones y el hormigón.
El crecimiento urbano necesitaba de un nuevo lenguaje que expresara la ruptura con el legado
colonial, que pudiera manifestar un sentimiento moderno de libertad y prosperidad; esto se logró,
primero, con las obras de arquitectos importados como Lelarge, Malabet, Cantini, Martens, Carrerá,
entre otros, y luego por las de los maestros locales que imitaron la tendencia.on la reactivación
económica, las ciudades se transformaron a partir de los conceptos del urbanismo moderno, se
construyeron parques, bulevares y avenidas; se demolieron antiguas murallas y barrios “incómodos”;
y se levantaron nuevas edificaciones institucionales y comerciales.
También, como resultado de los viajes al exterior de las familias de empresarios, se comenzaron a
replicar las formas y los elementos ornamentales neoclásicos en las edificaciones. Estas tenían los
recursos para importar tanto materiales de construcción como muebles y enseres para la decoración de
la casa.
Sala casa Mogollón. Cortesía familia Mogollón.

 
En el Caribe colombiano el gusto republicano en la vivienda se manifestó de tres maneras: en primer
lugar, las antiguas casonas coloniales fueron remodeladas; se modificaron las fachadas con columnas
y frisos clásicos; se cambiaron balaustradas por celosías de madera o cemento; se instalaron
cielorrasos ornamentales de yeso o latón, entre otros cambios decorativos; asimismo, estas casas se
adaptaron a necesidades funcionales, como la luz eléctrica, para estar a tono con la nueva época. En
segundo lugar, se construyeron casas tipo quintas en nuevos barrios que reflejaron este lenguaje; estos
palacetes se rodearon de jardines y mostraron formalmente todo el repertorio de la arquitectura
neoclásica con frisos, calados, columnas, frontones, ánforas y molduras. En tercer lugar, esta
arquitectura fue imitada por poblaciones de menores recursos que construyeron viviendas en madera y
en las cuales se utilizaron tanto elementos de gusto clásico como de origen antillano, de modo que
estas casas comúnmente son denominadas como viviendas de arquitectura republicana popular.
Izquierda: Casa en el barrio el Prado, Barranquilla. Foto: Marta Ayerbe. Derecha: Detalle casa Henríquez en Ciénega, Magdalena. Foto:
Rodrigo Arteaga.

 
En cuanto a la casa nueva republicana, el modelo más utilizado fue el de la villa aislada, diseñada
según los modelos europeos y norteamericanos. Estas villas se diseñaron en lotes de mayor tamaño
con respecto a las coloniales, en concordancia con vías más amplias dentro de los nuevos barrios. Esta
casa aislada, que podía de ser de uno o dos pisos, se ubicó generalmente al centro del lote, lo
importante era contar con grandes espacios de aislamiento de los vecinos para generar microclimas y
airearlas en las épocas de mayor calor.
Las casas tuvieron terrazas exteriores y generalmente estaban bordeadas de columnatas y pasillos, el
acceso fue predominantemente central. La vivienda se hallaba usualmente en torno a un patio que a
manera de claustro repartía a las demás dependencias. Las casas de un solo nivel en su mayoría
presentaron un hall, vestíbulo o saleta que precedía a una sala principal. En las crujías laterales se
desarrollan las recámaras y en la del fondo se ubicaron regularmente el comedor y la cocina; en
algunos casos las habitaciones al lado del vestíbulo de acceso fueron utilizadas como salas o
bibliotecas. Es interesante encontrar que, a pesar del tamaño y el refinamiento de estas viviendas,
inicialmente solo se contaba con un baño para toda la familia, lo cual fue una gran innovación para la
época.
Izquierda: Patio interior casa Román en Cartagena. Foto: Rodrigo Arteaga. Derecha: Casa en el Prado, Barranquilla. Foto: Marta Ayerbe.

 
Las casas de la denominada arquitectura republicana popular respondieron funcionalmente a esquemas
similares de las viviendas del periodo, un eje central donde se desarrollaron los espacios sociales
como sala y comedor, y recámaras en las alas laterales. Una de las grandes diferencias con respecto a
la vivienda colonial fue la aparición del alero que era soportado por columnas clásicas o piederechos
de madera que cubrían el corredor o la terraza de acceso. Los elementos más significativos de esta
arquitectura estuvieron dados por el trabajo de madera calada, por las columnas de soporte del alero y
por la altura de la cubierta en tejas de gancho que permitió una excelente ventilación de las casas.

Casa familia Emiliani en Barranquilla.Foto: Rodrigo Arteaga. 


Casa familia Bosa en Arjona, Bolívar. Foto: Rodrigo Arteaga.

 
Los casos más significativos de la arquitectura en madera son tal vez los de San Andrés Islas y Colosó
en Sucre, donde se dio un alto desarrollo de estas técnicas. Es todavía común encontrar este tipo de
viviendas en poblaciones como Tolú, Arjona, Turbaco o Malambo.
Durante este periodo, además del desarrollo de los calados, columnas y molduras en cemento, se
extendió el uso de tapetes de baldosas de cemento hidráulico, la herrería ornamental y en las viviendas
de familias de mayores recursos, los vitrales tipo Tiffany.
Debido a la bonanza económica de finales del siglo XIX, Barranquilla prosperó rápidamente apoyada
en el puerto de Puerto Colombia de la mano de importantes banqueros y navieros. Las singularidades
en su proceso fundacional, la ruptura con la tradición hispánica, la llegada de inmigrantes de la región
y de Europa, entre los que se destacó el papel de la comunidad alemana, y una visión progresista
convirtieron a la ciudad en un enclave económico de la región y en la entrada del llamado desarrollo a
nuestro país.
Los barrios antiguos como San Nicolás y San Roque adoptaron el nuevo lenguaje republicano.
También se fundaron barrios importantes como El Prado, diseñado por el empresario norteamericano
Karl C. Parrish y los hermanos De la Rosa. Ejemplo de estas casas fueron las construidas por Paul
Groesser o las familias Emiliani, Muvdi, Fonseca Quintero o Blanco, estas últimas de influencia
mozárabe. Por la importancia de la ciudad, la población se multiplicó y en 1905 eran más de 40.000
habitantes frente a las disminuidas poblaciones de Cartagena y Santa Marta, las cuales no llegaban a
10.000 en cada una.
En el caso de Cartagena, la ciudad, como el resto del país, prosperó gracias a la reactivación comercial
y a obras de infraestructura como la reapertura del Canal del Dique y la construcción del ferrocarril
Cartagena-Calamar, obras impulsadas por el presidente cartagenero Rafael Núñez. En la ciudad se
fundaron fábricas de jabones, tejidos y productos farmacéuticos, además del surgimiento de grandes
casas comerciales y agencias navieras de la mano de familias como la Román, De la Espriella,
Lemaitre, Del Castillo, entre otras.
En Cartagena el gusto republicano primero se empleó en la renovación de las antiguas casas
coloniales, sin embargo, la limitación en el espacio disponible y el cansancio por el “corralito de
piedra” llevaron a la fundación de nuevos barrios como Manga, El Cabrero o Pie de la Popa con la
construcción de quintas entre las que sobreviven las casas Román, Lemaitre, Covo, Pombo o Núñez.

Casa familia Covo en Cartagena. Foto: Rodrigo Arteaga.

 
Al igual que Cartagena, Santa Marta se vio rezagada ante el desarrollo y prosperidad de Barranquilla.
Esta sufrió un estancamiento en la población por desastres naturales, la epidemia de cólera y la alta
inestabilidad política en la región. A pesar de esto, en las faldas de la Sierra Nevada prosperaron
diversas haciendas cafeteras y los vapores del ferrocarril impulsaron las comunicaciones, pero fue el
banano el que transformó la economía de Santa Marta, Ciénega y Aracataca. Esto impulsó una ola
migratoria hacia la región desde el resto del país, razón por la cual Ciénega incrementó su población.
Familias como los Campo Serrano, Diazgranados, Dávila, Goenaga, Riascos o Noguera construyeron
grandes quintas a lo largo de las avenidas del Libertador y Santa Rita.

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