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[Historia] Historia de la Venezuela colonial (XVI-XVIII) Tabla de contenido

Siglo XVI Venezuela: Historia, Época


colonial (Siglos XVI-XVIII).
El proceso de implantación europea que sucedió al descubrimiento el 2 agosto de 1498 de
lo que conformó posteriormente el territorio venezolano tuvo diversas etapas. Primero [Historia] Historia de la
Venezuela colonial (XVI-
tuvo lugar un breve ciclo de viajes de descubrimiento y reconocimiento del litoral de este
XVIII)
a oeste; luego se consolidó una implantación insular con intentos en la costa de tierra
Siglo XVI
firme; y finalmente aconteció la conquista y colonización del territorio continental, que
Viajes de descubrimiento y
estuvo fuertemente condicionada por el patrón de poblamiento prehispánico.
rescate
Éste mostraba una presencia de población aborigen en el arco costero montañoso que Conquista y poblamiento
bordea la cuenca orinoquense de noreste a noroeste, en la región de los llanos y en las Economía
riberas de los principales ríos de la Guayana. Allí coexistieron diversas formas de Iglesia
poblamiento de los aborígenes que reflejaban los diferentes modos de vida y de nivel de Bibliografía
evolución técnico-económica de las comunidades, así como la diversidad del medio Siglo XVII
ambiente donde se desarrollaban. Al trazado prehispánico, la presencia española, desde
Geografía y Poblamiento
los inicios, introdujo nuevas características que se irían arraigando y expandiendo a lo
Religión y creencias
largo de los tres próximos siglos: las unidades de poblamiento que se constituyeron en
centros de la vida social y la red de poblaciones que se fue conformando como medio de Medio Ambiente y Economía

coadyuvar al funcionamiento y desarrollo de esas poblaciones que sólo podían lograrlo a Control del suelo y propiedad
de la tierra
través de una continua y estrecha conexión. Durante las cuatro primeras décadas del
siglo XVI, los asentamientos fueron concebidos, en función del carácter comercial y Demografía y composición
étnica de la población en el
expoliador de las empresas de conquista, como base de incursiones territorio adentro, de
siglo XVII
allí el carácter periférico. La conquista del territorio venezolano les costó a los españoles
Temas relacionados
más de un siglo de luchas, hecho que influyó grandemente en la evolución económica
Bibliografía del siglo XVII
venezolana; así, mientras los virreinatos de Nueva España y el Perú eran ya dominios
florecientes, los colonizadores en territorio venezolano no habían aún podido sobrepasar Siglo XVIII

la zona costera. De tal manera que durante el siglo XVI la economía tuvo un desarrollo Bibliografía del siglo XVIII
extremadamente lento, pasando de un ciclo de explotación intensiva de los ostrales y de
búsqueda de metales preciosos a un accidentado desarrollo de una agricultura de cultivos
autóctonos (maíz, tabaco, cacao, algodón) y foráneos (trigo) y la introducción de la
ganadería. A pesar de que el proceso de conquista y colonización tuvo la especificidad en Temas relacionados
este territorio de encontrar una muy fuerte resistencia indígena -de futuras
consecuencias para el desarrollo de la agricultura, el comercio, la cría y la industria-, América colonial Venezuela
siguió el mismo proceso que el resto de los territorios americanos: introducción de Venezuela: Arte
nuevas formas de organización económica, social, espacial y jurídica; de creencias Venezuela: Geografía
religiosas e iniciación del mestizaje cultural y racial.
Venezuela: Literatura
Viajes de descubrimiento y rescate Venezuela: Historia, Época
prehispánica
Entre 1498 y 1499, la costa de la actual Venezuela quedó descubierta. Cristóbal Colón en Venezuela: Historia, Época
la relación de su tercer viaje, le dio el nombre de Tierra de Gracia a la parte más oriental contemporánea
de Venezuela (península de Paria) cuando la avistó (2 agosto) desde de la parte
meridional de la recién descubierta isla de Trinidad (31 julio 1498); y cuando sus
hombres desembarcaron en esta península (probablemente en Puerto Macuro, 5 agosto),
pisaron por primera vez tierra continental. Durante diez días recorrieron sus costas hasta
la parte septentrional y avistaron las islas de Margarita, Coche y Cubagua. De ese
recorrido, partió con la certeza de estar frente a Tierra Firme debido a que pudo percibir
el volumen de la corriente del Orinoco, a pesar de la distancia que lo separaba del delta,
pero aún pensaba que se trataba de Asia; y enterado, a través de los indígenas, de la
existencia de riquezas en oro y perlas.

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Con la expedición del navegante Alonso de Ojeda, en compañía de Américo Vespucci y el
Management en
cosmógrafo Juan de la Cosa, se amplió el descubrimiento de la costa continental y se Economía y Finanzas
realizó el primer recorrido completo de la costa venezolana (junio-agosto 1499). Al seguir Puedes cursar a
la ruta de Colón más al sur, Vespucci, según su relato, penetró en un caudaloso río que distancia o presencial.
sería el Amazonas y, ya reunido con Ojeda, vieron la desembocadura del río Esequibo y la Inscríbete
del Orinoco, pasaron por Trinidad, recorrieron la costa sur de la península de Paria,
exploraron la isla de Margarita, reconocieron los islotes de Los Frailes, pasaron a cabo
Codera llegando hasta las costas de Chichiriviche, pasaron a la isla de Curazao y de allí al
cabo de San Román, entraron al actual golfo de Venezuela que llamaron Coquivacoa,
descubrieron el lago de Maracaibo (24 agosto) y de retorno por la costa occidental
llegaron hasta el cabo de La de la Vela en la península de la Guajira, desde donde se
dirigieron a La Española. Aunque los resultados económicos de la expedición fueron
escasos, según el historiador Eduardo Arcila Farías, la misma llegó a España (marzo
1500) con una "apreciable cantidad de perlas, granos de oro y piedras preciosas" e inició
las primeras operaciones de comercio, aunque primarias pues se trataba de trueque, Puntuación
entre Venezuela y España. Pero la importancia de esa expedición fue de otro orden:
geográfica, pues confirmó que Colón había descubierto un continente; y cartográfica,
pues a su regreso a España, Juan de la Cosa elaboró (1500) un mapamundi en el cual Puntuación

representó, por primera vez, el continente americano que incorporaba los


2 votaciones
descubrimientos de Colón, Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Pedro Alonso Niño y Juan
Caboto.

Para Venezuela en particular tuvo una significación especial, puesto que aparece
registrado por primera vez su nombre (Venezuela) en el mapamundi de la Cosa sobre la
zona del golfo situado entre las penínsulas de Paraguaná y de la Guajira. En el mismo año
de 1499, se realizaron tres expediciones que, siendo de carácter comercial, contribuyeron Envíe una sugerencia
al conocimiento geográfico y a fijar rutas para las futuras entradas. Poco después de
Ojeda partió la expedición de Pedro Alonso Niño -compañero de Colón en su tercer viaje-, Su comentario
capitaneada por Cristóbal Guerra y que recorrió la costa oriental y parte de la costa
central (de Ocumare a Puerto Cabello) en busca de perlas. Esa expedición fue la más
lucrativa realizada por aquel tiempo e incorporó un nuevo descubrimiento a la cartografía
de la península de Paria, las salinas de Araya.

Las expediciones de Vicente Yáñez Pinzón (diciembre 1499), compañero de Colón en su


primer viaje, y la Diego de Lepe (diciembre 1499) clarificaron la situación geográfica del
sur de la península de Paria. Pinzón descubrió el Amazonas y luego siguió el recorrido de
Colón y Ojeda por la costa oriental; y la de Lepe siguió la misma ruta que Pinzón. El ciclo
de exploraciones de la costa venezolana lo cerró la expedición organizada por Rodrigo de
Bastidas, acompañado de Juan de la Cosa y Vasco Núñez de Balboa (octubre 1501). La
expedición recorrió la costa de este a oeste y, siguiendo hacia el oeste, descubrió las
costas de la actual Colombia y el actual Panamá (hasta el Darién). Fue Bastidas el
primero en llamar Tierra Firme a la costa que va desde Paria hasta el Darién. A estas
expediciones posteriores a la de Colón, el historiador Demetrio Ramos las denominó
"viajes de descubrimiento y rescate", ya que si bien eran fundamentalmente viajes de
reconocimiento en busca de oro y de perlas, continuaban la búsqueda de un paso a
Cipango (Japón) y Catay (China).

Conquista y poblamiento
Desde el punto de vista jurídico, las expediciones de conquista, exploración y
poblamiento, que obedecieron a iniciativas particulares, fueron realizadas, en su mayoría,
con el aval de una capitulación ya fuese firmada con el rey o con las Audiencias de Santo
Domingo (creada en 1511) y Santafé de Bogotá (creada en 1549), cuando éstas fueron
autorizadas por la Corona para tales fines. Desde el punto de vista de su composición,
durante las primeras décadas el origen de los conquistadores, comerciantes y pobladores
fue fundamentalmente español, italiano y alemán; hacia mediados de siglo se
incorporaron mestizos nacidos en el Nuevo Mundo; y a partir de 1580, portugueses.
Compuestas en su mayoría por hombres, los hubo de diversos oficios, además de las
armas, entre otros canteros, herreros, toneleros, cordeleros, sastres, cuchilleros,
carpinteros, zapateros, albañiles y plateros. Desde el punto de vista de la conquista y
poblamiento del territorio, se siguió, puede decirse, varias etapas en diversos ejes de
penetración.

Con la primera concesión en territorio venezolano -otorgada por real cédula del 10 de
junio de 1501, a Alonso de Ojeda con el título de "Gobernador de la isla de Coquibacoa"
se estableció en la península de la Guajira el primer asentamiento "legal", el puerto de
Santa Cruz, en la región occidental de Tierra Firme. Sin embargo, su vida fue efímera y
no sobrevivió seis meses a la hostilidad indígena. Mientras, en la isla de Cubagua se
fueron formando, hacia 1514, las primeras rancherías sin autorización en el territorio
como consecuencia de la intensiva explotación de los ostrales iniciada desde 1499. Era
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una tierra árida deshabitada para el momento de su descubrimiento -pero donde hubo un
primer asentamiento prehispánico, como lo demuestran los restos arqueológicos
encontrados-, que debía ser abastecida en agua y provisiones desde Cumaná y la isla de
Margarita; de mano de obra esclava e indígena desde el continente y las islas Lucayas. En
1528, el asentamiento recibió por real cédula el título de ciudad con el nombre de Nueva
Cádiz, pero ya hacia 1534 sus pobladores comenzaron a buscar nuevos ostrales y en
1540 a establecerse en Cabo de La Vela. El ciclo de vida de Nueva Cádiz no sobrepasó el
agotamiento de la riqueza perlera, pues en 1545 sólo quedaban las ruinas. Pero ese
asentamiento sirvió para impulsar el proceso poblador de la isla de Margarita ligado al
abastecimiento de provisiones agrícolas europeas y autóctonas; y ganadera, apareciendo,
de esta forma, los primeros asentamientos hispanos permanentes más antiguos del país
que luego sirvieron de base exploratoria de otras zonas, sobre todo de la costa oriental.
El primero entre ellos, fue el Pueblo de La Mar (Porlamar) bautizado en 1535 con el
nombre de villa del Espíritu Santo.

En la costa oriental de Tierra Firme -habitada por aborígenes que practicaban la caza,
pesca y una agricultura errante, con asentamientos inestables-, los primeros intentos de
asentamiento, en Cumaná, nacieron como base de aprovisionamiento de Cubagua en
agua, madera, víveres y mano de obra. Durante los primeros quince años hubo una
intensa captura de indígenas a todo largo de la costa de Cumaná para el
aprovisionamiento de mano de obra, lo cual generó la hostilidad y la rebelión de éstos.
Además, como lo señala Arcila Farías, una fue la actitud de los indígenas cuando se
trataba de una relación de "trueque" con los nuevos llegados, y otra fue cuando éstos
intentaron asentarse en sus territorios. Los intentos de colonización pacífica emprendidos
por los misioneros franciscanos (1515-1521) a orillas del río Manzanares y de los
dominicos (1514-1520) en el golfete de Santafé, se vieron truncados por la rebelión de
cumanagotos y guaqueríes originada por el ataque de los traficantes de esclavos a los
asentamientos misionales (1520).

A los intentos de evangelización estuvo asociado el nombre de Bartolomé de Las Casas,


quien llegó en 1521 a las costas de Cumaná para evangelizar y ensayar una colonización
pacífica con labradores que enseñarían a los indígenas estas labores, en un territorio que
abarcaba desde Maracapana hasta Santa Marta (hoy Colombia), tal como lo estipulaba la
capitulación firmada el año anterior. En esa capitulación, además, quedó establecida la
libertad personal del indígena y la creación del Consejo de Indias. Al fracaso de Las Casas
contribuyó el que llegase acompañado de Gonzalo de Ocampo, comisionado por la
Audiencia de Santo Domingo para someter y pacificar los indígenas rebeldes. Sin
embargo, de la comisión de Ocampo quedó lo que se considera la primera fundación de
Cumaná, una ranchería a orillas del río Manzanares a la que Ocampo nombró Nueva
Toledo, de efímera existencia. En 1523, Jácome de Castellón, armador de expediciones de
rescate y con actuación en Cubagua desde 1512, inició la construcción de una torre-
fortaleza de Santa Cruz de la Vista a orillas del río en defensa de los ataques de
filibusteros franceses y holandeses. La penetración "tierra adentro" en esta zona del
territorio la realizó Diego de Ordaz en 1531 en las tierras de Guayana. Ordaz entró en el
Orinoco llegando hasta sus raudales; en 1530, había obtenido por capitulación la
gobernación de Marañón que comprendía el territorio situado entre la desembocadura del
Amazonas (Marañón) hasta Maracapana (en actual estado Sucre). Con esta accidentada y
difícil expedición se recogieron las primeras referencias del río Orinoco y la región de
Guayana quedó incorporada al territorio hispano, al tiempo que contribuyó a forjar el
mito de El Dorado puesto que los expedicionarios escucharon de los indígenas de la
existencia de una tierra, la del Meta, muy rica y poblada.

La segunda etapa se llevó a cabo en la faja costero-montañosa al occidente del país,


donde se encontraban las franjas de poblamiento aborigen más intensas, con un tipo de
hábitat más complejo y de mayor estabilidad. En los Andes se encontraba el poblamiento
más denso antes de la llegada de los españoles, con asentamientos pequeños
semipermanentes de un desarrollo agrícola de cierta eficiencia, con silos subterráneos
para el almacenaje de alimentos y diques y estanques para el almacenamiento del agua,
con lo cual muchos de los poblados hispanos se fundaron sobre caseríos precolombinos.
En el sistema coriano y espacios vecinos -en el territorio que actualmente forman los
estados Falcón, Lara y parte de Yaracuy-, se encontraba el segundo más importante
número de comunidades indígenas asentadas en diversas aldeas de cierta estabilidad
fruto de prácticas agrícolas basadas en la utilización de represas y embalses. En la zona
centro-costera y la cuenca del lago de Maracaibo, por su parte, los asentamientos no eran
de carácter estable ya que sus habitantes obtenían sus subsistencias de la de la caza y
pesca y de agricultura errante.

Sólo fue 20 años después del fracaso de Ojeda (1502) cuando se logró levantar pueblos
estables y fue con la fundación de Coro en 1527 por Juan de Ampiés hijo, por orden de su

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padre del mismo nombre. A pesar de que Ampiés padre, funcionario en La Española,
estuvo asociado a las "armadas de rescate", a la vez desarrolló desde sus cargos una
política "de protección" a los caquetíos capturados en las costas de Coro y en la isla de
Curazao mantenidos en La Española; además, mantuvo continuos contactos con los
caquetíos de Coro. Todo esto permitió que la fundación fuese el fruto de una política de
concertación con los caquetíos, en especial con el cacique Manaure. Aunque la fundación
de Ampiés no tuvo carácter oficial ya que carecía de mandato, marcó un viraje en el
proceso de penetración y conquista, pues se convirtió en la base de la conquista "tierra
adentro". Coro fue "refundada oficialmente" por Ambrosio Alfínger, primer gobernador y
capitán general de la recién creada provincia de Venezuela (27 marzo 1528). Con la
capitulación firmada en esa fecha entre los Welser, banqueros alemanes, y la Corona se
les concedió un territorio comprendido entre Cabo de La Vela y Maracapaná para su
explotación, poblamiento y gobierno. Aunque la llegada del primer gobernador alemán
marcó la instalación de las instituciones -cabildo, hacienda y administración pública-, la
actuación de los sucesivos gobernadores alemanes estuvo fundamentalmente asociada a
las expediciones en búsqueda de metales preciosos y a un de gobierno "de encargados".
Alfínger (1529-1531) en su primera expedición, llegó hasta la costa occidental del lago de
Maracaibo -tierra de etnias descendientes de arawacos y caribes- e hizo lo que se
considera la primera fundación de la ciudad de Maracaibo (septiembre 1529); y en la
segunda expedición (1531), siempre en la búsqueda de un paso hacia el Pacifico, llegó
hasta Valledupar (Colombia).

Nicolás de Federman, por su parte, en la primera expedición exploró el territorio


comprendido entre los actuales estados de Falcón, Lara y parte de Yaracuy (entre
septiembre de 1530 y marzo de 1531), comprobando la presencia del gran número de
habitantes y diversos asentamientos de cierta estabilidad; en la segunda, el Cabo de La
Vela y río de Hacha (entre octubre de 1535 y finales de 1536) y la tercera, su gran
expedición (1537-1540), lo llevó desde Coro hasta Santafé de Bogotá, y fue uno de sus
fundadores (1539). Federman dejó un relato de su primera expedición en su Historia
Indiana.
Jorge de Spira (1535-1538), en busca de El Dorado, exploró la zona de los llanos y el
piedemonte andino. Si con la actuación de los gobernadores de los Welser (1529-1545)
se extendió el territorio, no realizaron ninguna fundación perdurable; y Coro, por su
parte, no logró convertirse en un centro poblado de gran actividad.

Tierra adentro, El Tocuyo fue fundada por Juan de Carvajal (1545) en un valle que,
irrigado por el río Turbio y ruta de paso a diversas regiones, sería la primera ciudad
perdurable ayudada por su geografía y por el establecimiento del régimen de
encomiendas que acompañó su nacimiento. Esta "ciudad" fue el nuevo centro de
expediciones que concluyeron en la fundación de nuevas "ciudades" que -a pesar de las
vicisitudes por las que atravesaron algunas de ellas-, llegaron a ser permanentes en su
gran mayoría. A pesar de que durante todo el siglo la ilusión de hacer fortuna rápida
siguió siendo motor de avance y de conquista del territorio -como lo fue el caso del
descubrimiento de minas de oro en Buría (1551) y posteriormente en el valle de
Caracas-, ya a mediados de siglo empezaba a aparecer una actividad económica ligada al
trabajo de la tierra. Por ello se ha afirmado que con El Tocuyo se inauguró una fase de
estructuración definitiva de la red de poblados estables con la que se inició la verdadera
colonización. De allí partieron las expediciones fundadoras de Borburata, fundada por
Juan de Villegas (1547), que se convirtió durante unos años en el puerto más importante
de la provincia, sede de la Real Hacienda y objeto de numerosos ataques de corsarios que
terminaron por despoblarla en 1567.

Nueva Segovia de Barquisimeto, fundada por Juan de Villegas (1552), de origen minero -
las minas de oro de Buría-, cambió varias veces de emplazamiento; el último fue en 1563
y se convirtió a su vez, a partir de segunda mitad de siglo, en punto de partida de
expediciones. En Barquisimeto concluyó el terror levantado por la expedición de Lope de
Aguirre y sus "marañones" -desembarcados en Margarita en julio de 1561 y en Borburata
en setiembre- con la muerte de Aguirre en el ataque a la ciudad. De Valencia (Arias de
Villasinda, 1553) partía la ruta hacia los valles centrales. La ciudad de Trujillo, fundada
por Diego García Paredes (1558), en el piedemonte andino, fue trasladada varias veces,
lo mismo que Carora, fundada en 1569 por Juan del Tejo. Guanare, por su parte, fue
fundada por Juan Fernández de León (1591) en los llanos.

En la región de los Andes convergieron expediciones provenientes de Nueva Granada -


Bogotá, Tunja y Pamplona- y las enviadas desde El Tocuyo. Desde Nueva Granada, con
autorización del cabildo de Pamplona, exploraron la región de los actuales estados Táchira
y Mérida los alcaldes Juan de Maldonado (1555), Juan Andrés Varela (1557) y Juan
Rodríguez Suárez (1558). Este último hizo la primera fundación de la ciudad de Mérida -
en la laguna de Urao 1558-, la cual fue trasladada por Juan de Maldonado a su actual

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emplazamiento (1559). El encuentro entre la expedición de Maldonado en ruta al este en
la cordillera y la de los fundadores de Trujillo, dio pie a la delimitación de territorios entre
la jurisdicción de Real Audiencia de Santafé y la provincia de Venezuela.

Con la fundación de San Cristóbal por Maldonado (marzo 1561) se cerró ese primer ciclo
fundacional de las excursiones neogranadinas. Francisco de Cáceres -antiguo miembro de
la desafortunada expedición de Diego Fernández de Serpa en Cumaná (1570)-, fue
nombrado por la Audiencia de Santafé, gobernador y capitán general de la provincia de
Espíritu Santo (1575) con autorización para la conquista y poblamiento. En 1576, Cáceres
fundó oficialmente la "ciudad" de Espíritu Santo de La Grita en la región de los Andes
orientales, ya explorada por él en 1572 a partir de El Tocuyo. Por orden de Cáceres, Juan
Andrés Varela fundó Altamira de Cáceres (1577), tenida por origen de la ciudad de
Barinas, en la confluencia de vías que conducen a Mérida, Trujillo y los llanos.

En la región occidental, Alonso Pacheco, partiendo de Trujillo, fundó Ciudad Rodrigo


(1569) a orillas del lago de Maracaibo por orden del gobernador de la provincia de
Venezuela, Pedro Ponce de León. La posibilidad de establecer comunicación a Pamplona y
Tunja a través del río Zulia impuso la conveniencia de esa fundación que, después de un
efímero despoblamiento por la hostilidad indígena, fue refundada por Pedro Maldonado,
por orden del gobernador Diego de Mazariegos, con el nombre de Nueva Zamora de
Maracaibo (1574). La ciudad logró desarrollarse gracias a su condición de puerto lacustre
y marítimo, asegurando el tráfico entre Caribe y el occidente de la provincia y de Nueva
Granada.

En la región centro-septentrional, los valles de Aragua y Caracas, la población aborigen


se agrupaba en aldeas muy pequeñas y poco estables. Al mediar el siglo ese territorio era
aún fundamentalmente aborigen y su conquista hubo de enfrentar una tenaz resistencia.
El mestizo Francisco Fajardo, expedicionario venido de Margarita, realizó los primeros
intentos de establecerse en el litoral central (1555-1559) y en el valle de Caracas. Aquí
hizo un asentamiento a orillas de río Guaire (1560), considerado origen de la ciudad de
Caracas, y en el litoral, finalmente, fundó la villa de El Collado. En 1567 salió desde El
Tocuyo la hueste de Diego de Losada a la conquista del valle de los caracas, y fundó la
ciudad de Santiago de León de Caracas y de Nuestra Señora de Caraballeda en el litoral.
A partir de 1576, con la instalación del gobernador de la provincia, Juan de Pimentel, en
Caracas y la de los oficiales de la Real Hacienda, los "poderes" se asentaban en la ciudad,
pues hasta ese momento eran más bien "móviles", de acuerdo a circunstancias y albedrío
del gobernador entre Coro, El Tocuyo y fundamentalmente Barquisimeto a partir de 1567.
A partir de Pimentel, Caracas, en razón de la situación geográfica y climático-sanitarias,
se fue convirtiendo de facto en la capital de la provincia. Caracas, a su vez, se convirtió
en base de expansión hacia valles aledaños, el oriente, llanos centrales (San Sebastián de
los Reyes, 1585) y llanos occidentales (Guanare, 1591). Con esas fundaciones, y Altamira
de Cáceres, se abría la entrada a los llanos.

Por su parte, en la región oriental, la fundación de Nueva Córdoba (Cumaná) por fray
dominico Francisco de Montesinos en 1562 y el nombramiento de alcaldes, regidores y
alguaciles, se dio una forma de gobierno oficial adscrito a la Audiencia de Santo Domingo.
Con la llegada, en 1569, de Diego Fernández de Serpa -nombrado por capitulación
gobernador de la provincia de Nueva Andalucía que abarcaba la región cumanesa, el
interior hacia Guayana y la costa del Orinoco al Amazonas-, con su hueste de pobladores,
el villorrio de origen franciscano fue reconstruido, pasó a llamarse definitivamente
Cumaná y entró en un proceso de lento y continuo desarrollo. Se habían repartido
encomiendas y ganado y se comenzó la explotación de las salinas de Araya. La
exploración de la región Orinoco-Guayana, objetivo exploratorio frustrado de Fernández
de Serpa, asociada desde su origen al mito de El Dorado, se llevó pasando por el Meta y
los llanos, desde Santafé de Bogotá, hasta el Orinoco. En 1591, Antonio de Berrío,
después de varios intentos desde 1584, fundó un fortín en la desembocadura del Caroní y
en 1592 su teniente, Domingo de Vera e Ibargoyen, fundó en la isla de Trinidad, San José
de Oruña. Después de recobrar la libertad tras la toma de posesión de Trinidad por el
inglés Walter Raleigh (1595), Berrío penetra por el Orinoco y fundó en 1595 Santo Tomé
de Guayana en la boca del río Caroní.

Al finalizar el siglo, existía ya una diversidad de tipos de asientos de población que


respondían a diferentes orígenes, definiciones, de requisitos de orden jurídico-
administrativo y urbanístico -caso de las ciudades-, y de objetivos. A través de la
documentación se han clasificado esos asientos de población en: pueblos de indios
originados bien en aldeas indígenas encontradas por los españoles, en encomiendas o
misiones; poblaciones de españoles repartidas en rancherías, palenques (pueblos
fortaleza), sitios, puertos, asientos, villas y ciudades; y de origen espontáneo,
representadas en pueblos mixtos, pueblos de españoles, capellanías y cumbes. Las
"ciudades" a fin de siglo contaban con un escaso número de pobladores españoles y
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ninguna llegó a sobrepasar los dos mil habitantes, incluyendo los indios encomendados
ubicados en las afueras de los caseríos. Sin embargo, se constituyeron en el núcleo de la
vida social, cultural, legal y económica para los pobladores dentro y fuera de la "ciudad".
Bastante lejos de ésta, pero en conexión, se ubicaban las encomiendas de indios y en los
bosques y pendientes de montañas empezaron a aparecer caseríos clandestinos de indios
y negros que huían del dominio de los blancos. La resistencia indígena al conquistador se
mantuvo durante todo el siglo, siendo la resistencia de los caciques del litoral central, del
valle de Caracas y de Los Teques -Guaimacuare, Guacaipuro y Guaicamacuto-, durante la
década de 1560 una de las más representativas de la aguerrida oposición a la ocupación
de sus territorios. Y en las minas de Buría se produjo la primera rebelión de la población
negra esclava, la encabezada por el Negro Miguel (1553). Desde el punto de vista de la
formación de grupos sociales dominantes, éstos los fueron conformando, en especial en
Caracas, los propietarios de tierra y encomenderos quienes, a su vez, ocuparon el espacio
político a través de los cabildos. El poder que adquirieron estos grupos originó
enfrentamientos entre las autoridades reales -gobernadores- y eclesiásticas, por hacerles
cumplir las disposiciones sobre el trato al indígena.

La implantación del idioma castellano avanzó de forma vacilante. La Corona desarrolló


una política de concesiones, a veces contradictorias, que oscilaba entre la necesidad de
implantar el idioma y la necesidad de comunicarse con los indígenas en sus propias
lenguas, persiguiendo el fin espiritual de la conquista, la cristianización.

El territorio, por su parte, se fue conformando a través de la creación de gobernaciones o


provincias que, en muchos casos, sufrieron modificaciones territoriales o de
denominación, o desaparecieron. Además, la imprecisión de límites territoriales de la
jurisdicción generó múltiples pleitos entre los titulares. Esas entidades fueron
dependientes en lo político-jurídico de la Audiencia de Santo Domingo o de la de Santafé:
la gobernación de Coquivacoa (1501, sin efecto), la provincia de Margarita (1525-1821),
gobernación y capitanía general de Venezuela (1528-1739), gobernación de Paria (1530-
1541), gobernación de Marañón (1530-1536), gobernación y capitanía general de
Trinidad (1530-1588), gobernación del Meta (1533-1540), gobernación de Nueva
Extremadura (1568-1576), provincia de Nueva Andalucía (1568-1586), provincia de
Cumaná (1568-1810) provincia del Dorado y los Llanos (1568-1585), la gobernación de
La Grita y Cáceres (1572-1607), provincia de Mérida (1573-1810), provincia de Guayana
(1585-1771), provincia de Trinidad y Guayana (1596-1731)

Economía
La actividad económica que se desarrolló durante este siglo, desde la extractiva -perlas y
minería- hasta la lenta implantación del trabajo de la tierra y de la ganadería, tuvo como
elemento clave para su desarrollo la mano de obra esclava. El indígena fue objeto de
captura y venta bajo pretexto de "rebeldía", con lo cual se convirtió en una preciada
mercancía de un comercio lucrativo. La mano de obra indígena, ya bajo la forma de
trabajo forzado (esclavo) -como fue el caso de la explotación de perlas en Cubagua o en
Coro cuando los Welser-, ya través del régimen de encomiendas, constituyó un pilar de la
actividad económica. Si bien la mano de obra esclava africana se introdujo desde los
primeros establecimientos españoles, adquirió mayor importancia a partir de mediados de
siglo cuando, además de las "arribadas forzosas", los grandes propietarios, por mandato
de los cabildos de la provincia de Venezuela, obtuvieron licencia para la importación de
esclavos. Por su parte, el sistema de encomiendas, se convirtió en un factor de primer
orden del desarrollo económico puesto que la mano de obra requerida podía
proporcionarla la población indígena. El régimen de encomiendas se estableció en
Venezuela cuando ya estaba en desuso en los grandes virreinatos. Hasta el momento de
su establecimiento con la fundación de El Tocuyo (1545) y a pesar de las disposiciones
reales, los indios habían sido objeto de maltratos y de depredaciones por parte de
tratantes de esclavos y piratas. Las primeras ordenanzas en Venezuela, hechas por Juan
de Carvajal en 1552, trataron de adaptar la institución de la encomienda a las
particularidades de la provincia. En la encomienda venezolana, Villegas prohibió el trabajo
indígena en la minería -ordenanza contestada por los encomenderos-, y estableció el
servicio personal como tributo salvo a los "indios salineros" que se les impuso el pago en
especies. Ese tipo de encomiendas, la de los servicios personales en pago de tributo, fue
la que prevaleció en Venezuela hasta su abolición.

Las perlas fue el primer producto objeto de explotación y comercialización. Su explotación


en Cubagua se inició desde 1499 y el ciclo fue breve e intenso entre 1512-1532. Entre
1521 y 1541 se extrajeron unos tres mil kilogramos que fueron enviados directa o
indirectamente a Sevilla. Ya a partir de 1538 se inició el éxodo hacia otros nuevos
ostrales, Río de Hacha y, en 1545, la Nueva Cádiz había desaparecido. La intensa
explotación de la mano de obra indígena influyó sobre ciertos aspectos de la legislación y
ordenamiento general del trato del indígena. La explotación de las minas de oro tuvo en
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general resultados poco halagadores, la provincia nunca llegó a ser una importante
productora-exportadora -a pesar de las minas de oro en Buría y en el valle de Caracas- y
sólo se produjo un ligero crecimiento de oro aluvional, con un tope hacia 1582.

La fiebre del oro, sin embargo, contribuyó, en su onda expansiva, al asentamiento


poblacional y a la aparición de la agricultura y la ganadería. Estas fueron apareciendo,
ayudadas por la fertilidad del suelo, por la necesidad de asegurar el abastecimiento de las
huestes y las poblaciones que se iban asentando; con lo cual la agricultura y la ganadería
pasaron a ser impulsoras de riquezas. Entre los productos autóctonos, el conquistador
encontró el algodón esparcido silvestremente en todas las provincias. Sin embargo,
durante este siglo no llegó a representar una actividad económica significativa alcanzando
sólo a satisfacer la demanda interna de tejidos bastos que se producían en El Tocuyo. El
cacao -fruto del cual encontraron los conquistadores abundantes arboledas en Mérida- se
fue extendiendo desde finales del siglo XVI, a través de plantaciones a lo largo de la costa
centro-septentrional, mas el cultivo de ese producto, que se convirtió en el principal fruto
de exportación de la economía colonial, se desarrolló sólo a partir de 1621. El tabaco, por
su parte, sí logró colocarse entre los principales productos de exportación hacia la última
década del siglo, saliendo por el puerto de Maracaibo más de mil arrobas de tabaco de
Guanare. El destino de este producto era principalmente España.

Entre los primeros productos agrícolas introducidos por los conquistadores estuvo el trigo,
tanto por razones de dieta alimenticia como por razones de carácter religioso. Se
introdujo probablemente por la zona occidental -El Tocuyo-Barquisimeto, Trujillo-Mérida-
y de allí pasó a la zona central. La fabricación de la harina implicó una "implantación
tecnológica importante", la introducción de molinos hidráulicos. Se construyeron varios de
éstos a fines de siglo en diversas localidades en la cordillera de la costa y los Andes. La
producción de harina cubría fundamentalmente la demanda de cada zona y el sobrante
era exportado a las islas del Caribe y Cartagena de Indias, como era el caso de la
producción de Mérida que salía hacia esas destinaciones por el puerto de Maracaibo.
Hacia 1580 las cosechas de trigo habían comenzado a ser abundantes, además de
Mérida, en los valles del Tuy y Caracas y el producto procesado en harina llegó a
constituir un importante producto de exportación por un breve período, al tiempo que la
harina o el trigo se usaban como medio de pago. Por su parte, la caña de azúcar, aunque
introducida en el transcurso del siglo y con una rápida expansión de su cultivo en
distintas regiones, sólo aparece como producto de exportación a partir del siglo XVII.

Desde La Española -centro pecuario de las colonias hispanoamericanas- llegaron al


Tocuyo las primeras parejas de ganado vacuno, y de caballos y mulas, que luego se
dispersaron al resto del país. De las primeras introducciones destinadas al consumo se
pasó a la fase de reproducción, concentrada en asientos pecuarios y, desde el primer
momento, la actividad pecuaria se orientó hacia la cría de ganado vacuno y caballar. Para
finales de siglo ya existían hatos de cría de ganado en El Tocuyo, Barquisimeto,
Maracaibo, Valencia, San Sebastián de los Reyes y los valles de Caracas. En 1594, el
cuero comenzó a figurar en la balanza comercial de la provincia de Venezuela como uno
de los productos más importantes de exportación fundamentalmente a España.

Iglesia
Desde las Bulas Alejandrinas (1493) el derecho a la conquista de la Corona española de
los nuevos territorios descubiertos y por descubrir, nació ligado a un deber que se reveló
opuesto a los intereses de la empresa misma de la conquista: la evangelización. Ésta
nace en contradicción entre los intereses de la Iglesia y los intereses económicos
implícitos en una empresa financiada por particulares. La Corona tendría frente al
indígena una política que refleja ese carácter contradictorio. En 1495 se planteó la licitud
de la esclavitud de los indios y los reyes ordenaron suspender la venta de indios enviados
como esclavos por Colón; y en 1500 y 1501 se dictaron medidas proteccionistas que
fueron interpretadas como la simple prohibición del traslado de esclavos indígenas a
España. Sin embargo, en 1511 el rey adoptó una serie de medidas atentatorias contra los
indígenas: autorizó la extensión de tierras en la que podía apresarse a los caribes y
autorizó a que los indios capturados fuesen marcados como esclavos temporales y no
como esclavos plenos. En síntesis, la realidad económica y los intereses creados en los
nuevos territorios hacía que para el europeo "el indígena fuera la unidad fundamental de
producción y su servicio el precio que debía pagar la Corona para lograr la viabilidad de la
empresa hispana en América".

En Venezuela esa contradicción fundamental entre intereses económicos y evangelización


se hizo más que evidente puesto que aquella se inició en el oriente en 1514 precisamente
en la región donde la población indígena había sido objeto de captura y esclavitud por
parte de las "armadas de rescate". El descubrimiento y explotación de los ostrales de
Cubagua contribuyó a la expoliación llevada a cabo por esas armadas, las cuales, con

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carácter legal o ilegal, combinaban la cacería de caribes con rescate de perlas y partían
desde Santo Domingo en dirección de las costas de Venezuela y de las islas de Curazao,
Bonaire y Aruba. En 1511 el dominico Antonio Montesinos denunció en La Española la
explotación de los indígenas llevada a cabo por los encomenderos; los dominicos habían
llegado a la isla en un momento en el cual se puso en evidencia no sólo el abuso sino el
fracaso de una evangelización de los indígenas con el mero contacto con los españoles.
La primera evangelización en las costas venezolanas fue consecuencia directa de esa
toma de posición por parte de los dominicos. Los dominicos Pedro de Córdoba y Antonio
Montesinos hicieron una propuesta al rey en España: la puesta en obra de un sistema
misional que excluyese la presencia de españoles no religiosos y situara geográficamente
esa propuesta en "Tierra Firme, la de Paria y por allí abajo donde los españoles no
tractaban ni habian". Sin bien la Corona brindó los recursos económicos para la misión
apostólica, la intromisión esclavista de las armadas de La Española produjo el fracaso
estrepitoso de esa primera misión (marzo 1514-enero1515) llevada a cabo en las costas
de Cumaná. La segunda misión evangelizadora la llevaron a cabo conjuntamente
dominicos y franciscanos en octubre de 1515, a los cuales se unieron otros misioneros en
1516; los primeros se establecieron en el golfo de Santafé y los franciscanos en Cumaná.
Esa segunda misión acabó también en fracaso, como consecuencia de una incursión
armada contra los caribes autorizada en Santo Domingo (1520). Bartolomé de las Casas
no corrió distinta suerte en su experiencia de poblamiento mixto y pacificador en las
costas de Cumaná en 1521. Los dominicos, tras estos fracasos, no regresarían como
orden hasta 1528, como estipulaba la capitulación entre los Welser y Carlos V. Por su
parte, los franciscanos tomaron parte a partir de 1526 en la colonización del oriente; en
1587, formaron parte de la segunda expedición de Antonio de Berrío a Guayana y
fundaron el convento de San Antonio de Trinidad (1592) y San Bernardino de Guayana
(1595). Sin embargo, la evangelización sistemática e intensa en el oriente sólo se
realizará a mediados del siglo XVII, y sólo a partir de esa fecha se puede hablar de las
misiones como una realidad institucional en el territorio venezolano.

El sistema de doctrinas, estrechamente asociado al de encomiendas, se estableció


tardíamente debido a la dispersión de población indígena, al insuficiente número de
poblaciones de españoles con indios encomendados en su área y a la escasez de clero.
Fue durante el mandato del gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela,
Diego de Mazariegos (1570-1576), y del obispado de Pedro de Agreda (1561-1579)
cuando se estableció el sistema de doctrinas. Mazariegos ejecutó la real cédula de 1574
en la cual se le ordenaba congregar en pueblos los indios dispersos en montes y selvas, y
reunir los indios encomendados para ser instruidos en la doctrina cristiana; su labor dio
fruto puesto que en 1582 había doctrinas en Coro, El Tocuyo, Valencia, Caracas, Carora,
Nirgua y al final del siglo, con el obispo Domingo de Salinas (1598-1600), el número de
indios sometidos al régimen de doctrinas en la provincia de Venezuela ascendía a doce
mil. Entre encomenderos y curas doctrineros se produjeron enfrentamientos por mutuas
imputaciones de abuso de trato para con los indígenas.

La evangelización se concibió como un proceso que se iniciaba con la reducción, se


continuaba con la educación e incorporación a la vida civil -concentración en poblados a
fin de habituarlos a vivir en comunidad al estilo español- y concluía con la conversión.
Fue un proceso de aculturación en el cual la iglesia y la educación fueron dos factores
claves.

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Astrid Avendaño

Siglo XVII
Geografía y Poblamiento
A principios de siglo, la mayoría de los asentamientos fundados por los españoles y sus
descendientes americanos estaban ubicados en una amplia faja territorial al norte del
paralelo 8º, sobre todo en los tres estados de la región andina, el sureste del lago de
Maracaibo, el Distrito Federal, los estados Vargas y Nueva Esparta, y las tierras bajas del
norte de los estados de Falcón, Lara, Yaracuy, Carabobo, Aragua, Anzoátegui y Sucre.
Eran escasas las fundaciones en la región de los Llanos, cuyo conocimiento geográfico
seguía siendo incipiente. Vista en su conjunto, la distribución de las poblaciones coincidía
con las tierras de mayor potencial económico, condiciones de salubridad o facilidades
para el comercio marítimo o terrestre. Hacia 1650 los poblados principales eran las
ciudades de Santiago de León de Caracas, Nueva Valencia del Rey, El Portillo de Carora,
El Tocuyo, Barquisimeto, Coro, San Sebastián de los Reyes, Nirgua y Guanaguanare y
Maracaibo. En términos económicos también destacaban La Guaira, Puerto Cabello y
Gibraltar. El actual territorio venezolano estaba distribuido en seis provincias: Venezuela o
Caracas, Margarita, Nueva Andalucía o Cumaná, Guayana, Trinidad, y La Grita, Mérida y
Maracaibo.

Junto a la documentación escrita, la existencia de los asentamientos coloniales del siglo


XVII puede ser detectada a partir de ciertos restos cerámicos que dejaron sus habitantes
en las inmediaciones. Los sitios habitados durante esa centuria suelen presentar
fragmentos de vasijas importadas desde España y México, obtenidas mediante
intercambio comercial, y características de ese período, pertenecientes a unos estilos
alfareros que los arqueólogos actuales denominan Yayal Azul sobre Blanco, Caparra Azul,
Ichtucknee Azul sobre Azul, Tallahassee Azul sobre Blanco, Puebla Policromo y Puebla
Azul sobre Blanco, Olive Jar Medio, Columbia Plain, Figs Springs e Isabela Policromo.
(Véase América prehispánica)

Estos materiales están presentes en el Camino Real entre las ciudades de Caracas y La
Guaira, en el Distrito Federal y estado de Vargas, en las playas de Obispos y Punta
Mosquito, estado de Nueva Esparta, en el Castillo de Araya y en la localidad de Tras de La
Vela, en el estado de Sucre, en Maurica, estado de Anzoátegui, en Santa María de
Arenales, estado de Lara, en Boconó, estado de Trujillo, y en Hato Nuevo, estado de
Zulia.

Las tendencias en cuanto al poblamiento se explican por un nexo entre el crecimiento de


esos centros poblados y su articulación en los asentamientos indígenas más cercanos. De
las primeras ciudades y pueblos se irradiaron localidades periféricas o secundarias
relacionadas con las actividades económicas desarrolladas por la población aborigen
encomendada, o con los hatos y haciendas.
(Véase Encomienda)

Otro factor que contribuyó a la gradual expansión tierra adentro fueron las campañas de
exploración hechas por iniciativa de algunos civiles, militares o religiosos, desde el norte
y el oriente del país o partiendo desde Nueva Granada, recorriendo parte de los Llanos
occidentales y la cuenca media del río Orinoco. Fruto de estas exploraciones fueron
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algunas relaciones geográficas y materiales cartográficos, entre los cuales destacan las
Jornadas Náuticas, de fray Jacinto de Carvajal, de 1648, una relación de los grupos
indígenas, poblados, ríos y recursos ambientales observados durante un viaje de
exploración en las cuencas de los ríos Apure y Orinoco.
(Véase América Colonial)

Religión y creencias
La Iglesia durante el siglo XVII
La iglesia jugó un papel destacado tanto en la exploración y colonización de los nuevos
territorios como en la asistencia espiritual a los pobladores. El clero operaba en las
parroquias correspondientes a centros urbanos, en los pueblos de doctrina, y en las
misiones.

Los mayores esfuerzos fueron orientados a la conversión cristiana de las comunidades


indígenas encomendadas o reducidas a las misiones. En la Venezuela del siglo XVII la
acción misionera fue llevada a cabo por agustinos, capuchinos, franciscanos y jesuitas.

La esfera de influencia de los agustinos abarcaba la región de los Andes venezolanos, su


piedemonte barinés, y la cuenca del lago de Maracaibo, es decir, el cuadrante nororiental
de la Venezuela actual. Entre otros, se ocuparon de los indígenas aborotáes, barbillas,
táchiras, chacantáes, chiguaráes, chiruríes, jirajaras, torondoyes, liribucas, táribas,
tucapes, mucuchíes, guásimos, bailadores, peribecas, mucuchachíes, lobateras, bobures,
chinatos, tamucos, cocurtos, cocuymas, tononóes, totes y capachos. Además, se
ocupaban de la doctrina ordinaria de los españoles asentados en los alrededores. En el
estado de Táchira, fundaron Aborotá o Borotá (ca. 1602), Barbillas (ca. 1602), Cania (ca.
1602), Casabata (ca. 1602), Curiaca (ca. 1602), Guásimos (1627), Lobatera (1627),
Peribeca (1626), Quebeo (ca. 1602), Río Abaxo (1606), Sirgara (ca. 1602), Tana (ca.
1602), Tononó (ca. 1602), Tote (ca. 1602), Tucapé (ca. 1602) y Valle de Capacho (1601).
En el estado de Mérida, Canaguá (ca. 1650), Chacantá (ca. 1650), Chiguará (ca. 1600),
El Cocoyal (ca. 1602), Jirajaro (1642), La Cuesta (1602), La Mesa (ca. 1600), Mucuchíes
(1600), Nuestra Señora de la Candelaria de Bailadores (1600), Nuestra Señora de la
Candelaria de las Piedras (1600), Nuestra Señora de la Regla de Bailadores (ca. 1600) y
el Pueblo de la Sal (ca. 1602). En el estado de Zulia, Chirurí (ca. 1600), Lagunillas
(1629), Moparo (1629), Nuestra Señora de la Chiquinquirá (ca. 1602), Puertos de
Nuestra Señora de Altagracia (1629), San Ambrosio (1629) y Tomocoro (1629). En el
estado de Barinas, Curbatí (ca. 1648) y San Miguel de Espinosa y Nueva Calatayud
(1651). Y en el estado de Trujillo, Torondoy (ca. 1602).

Los jesuitas se establecieron principalmente en la sección media del río Orinoco, en el


extremo occidental del estado de Bolívar, norte del estado de Amazonas, y este del
estado Apure, aunque también llegaron a establecer poblados en otros puntos de la
región de los llanos suroccidentales y orientales, y en el norte del estado de Bolívar. En la
primera etapa de su acción misionera trabajaron principalmente con los sálivas y sus
parientes atures o "adoles". En la región de los Llanos, con los guahibos (hiwis),
guamonteyes, guaneros y caribes, y al norte del estado de Bolívar, con los pariagotos. En
el estado de Bolívar fundaron Carichana (1683), Belén de Guayana (1654), San Cristóbal
de Peruba (1681), San Francisco Javier de Carichana (1684), San Juan o San Pedro
(1654), Mariguaca (ca. 1681), y San Lorenzo de Tabaje (1678), este último, muy cerca
de los límites con el estado de Amazonas. En el estado de Amazonas, Adoles o Atures
(ca. 1670) e Isla de Adoles (ca. 1680). En los estados de Apure y Barinas, San Francisco
Javier de Guahíbos (ca. 1696), Nuestra Señora de los Sálivas (1667), algunos pueblos de
guamonteyes y de guaneros (ca. 1696), y San Lorenzo de Orinoco (ca. 1670).

Los capuchinos catalanes tuvieron como área de acción la cuenca del río Caroní, en el
sureño estado de Bolívar. Con una composición étnica en la cual predominaban los
pariagotos, fundaron los pueblos de Montecalvario (ca. 1687), Nuestra Señora de Belén
de las Totumas (ca. 1687), Parapara (ca. 1687) y Platanal (1692).
(Véase Misiones en América en la voz Misión)

Los Llanos centrales y centro-occidentales fueron el territorio otorgado a los capuchinos


andaluces para su empresa misionera. La mayoría de las comunidades aborígenes
adoctrinadas por esta orden religiosa correspondían a grupos gayones, guamos o
guamonteyes, y otros estrechamente relacionados con ellos, como los cospes,
cherrechenes, dázaros y güires. Además, se ocuparon de algunos pueblos achaguas,
mapubares, cumanagotos, chaimas, palenques y tomusas, muy diferenciados de aquéllos
en cuanto a lenguas y costumbres. Tampoco faltaron las doctrinas ordinarias de
españoles y mestizos, asentados en las periferias de las comunidades indígenas. En el
estado de Guárico, los capuchinos andaluces fundaron o se ocuparon espiritualmente del
pueblo de los Cerritos del Pao (1690), Jesús Nazareno de Calabozo (1694), Nuestra
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Señora de Altagracia de Orituco (ca. 1624), San Buenaventura de Camaguán (1690) y
San Pablo del Guárico (ca. 1694). En el estado de Portuguesa, de Cocuisas del Pao
(1670), Nuestra Señora de la Concepción de Araure (1659), Nuestra Señora del Pilar de
Zaragoza de Araure (1696), San Antonio de Padua de Araure (1681), San Antonio de
Padua de Choro (1658), San Antonio de Padua de la Sabana de Auro (1660), San José de
los Cospes o de Guanare (ca. 1677) y San Miguel Arcángel de Acarigua (1688). En el
estado de Cojedes, Mistara Cautúa (1667), Parayma (1665 y 1699), San Antonio de
Padua de Tucuragua (1661), San Carlos de Austria (1678), San Diego de los Aceites (ca.
1697), San Diego o San Francisco de Cojede (1699), San Francisco de Asís de Tirgua
(1672), San Francisco de Asís del Pao (1661), San José de Mapuey o de los Llanos (ca.
1679) y San Pablo del Tinaco (1679). En el estado de Lara, San Juan Bautista de Duaca
(1671) y Santa Rosa de Lima del Cerrito (1671). En la frontera oriental entre esta última
entidad y el estado de Falcón, Río Tucuyo o Pueblo de Indios Mapubares (1693). En los
llanos del sur del estado de Aragua, Purísima Concepción de Camatagua (1696) y San
Francisco de Guanayén (1696). En el estado de Miranda, Nuestra Señora de la Iniesta de
Araguata (1688), y en el estado de Yaracuy, el Sitio de Yaritagua (ca. 1670).

A los capuchinos valencianos se les encomendó la supervisión espiritual de Nuestra


Señora de los Remedios (1699), un poblado del estado de Zulia habitado
predominantemente por españoles. El adoctrinamiento religioso de los capuchinos
aragoneses afectó a indígenas coacas, chaimas, parias, caribes (kariñas), cumanagotos,
píritus y chacopatas, radicados fundamentalmente en el estado de Sucre, aunque
también en los estados de Monagas y Anzoátegui. En el estado de Sucre, estos
misioneros fundaron los asentamientos de Ángel de Carbanta o Manianta (ca. 1691), El
Salvador de Cumanacoa (1681), Jesús del Monte de Catuaro (1689), La Visitación de
Santa Isabel (1688), Nuestra Señora de Belén de Mapuey (1674), Nuestra Señora de la
Altura de Payacuar o Santa Cruz (1681), Nuestra Señora del Pilar del Valle de Chicuantar
(1693), Nuestra Señora del Pilar del Valle de Chuparipar (1675), Nuestra Señora del Pilar
o Valle de Macuares (1662), San Antonio de Padua de Guaipanacuar (1691), San
Fernando Rey de Cuturuntar (1689), San Fernando Rey del Río San Juan (1698), San
José de Chaimequecuar o de Areocuar (1677), San Juan Bautista de Areo (1666), San
Juan Bautista de Carinicuao o de Cotúa (1680), San Juan Bautista de Ocapra (1662), San
Juan Evangelista de Botuco (1697), San Lorenzo Mártir de Caranapuey (1696), San
Miguel Arcángel de Areicuar (1681), San Pedro y San Pablo del Rincón o de Anacocuar
(1691), San Salvador de Aricagua (1663), Santa Cruz de Amanita (1689), Santa Cruz de
Casanay (1694), Santa María de los Ángeles del Guácharo (1659). En el estado de
Monagas, San Francisco de Chacaraguar (1691), San Francisco de Guatatar del Río
Guarapiche (1664) y Santa María de Belén de Mapuey (1674). En el estado de
Anzoátegui, Concepción de Píritu o Píritu Viejo (ca. 1650) y San Salvador de Chacopatas
o Cocheima (ca. 1651).

A la gestión fundadora de los franciscanos observantes corresponden numerosos pueblos


del estado de Anzoátegui, habitados por indígenas caracares, palenques, cumanagotos,
tagares, píritus, chacopatas, cores, guaribes, coacas, tomusas, tapocuares, characuares y
otros: Apóstol San Pablo de Azaca (1678), Apóstol San Pablo de Güere (1680), Apóstol
San Pablo de Mataruco (1679), Jesús, José y María de Caigua-Patar (1667), Nuestra
Señora del Amparo de los Pozuelos (1683), Nuestra Señora del Pilar de Guaimacuar
(1674), Purísima Concepción de Píritu (1656), San Antonio de Clarines o Paricatar (ca.
1673), San Antonio de Manareima (1661), San Bernardino de Guertecuar (1675), San
Buenaventura (1675), San Buenaventura de Bordones o Roldanillo (1687), San
Buenaventura de Chacopatas (1675), San Diego de Chacopatas (1675), San Diego de
Cuacuar (1688), San Diego de Putucuar (1691), San Francisco de Guarimnocuar o de
Güere (1675), San José de Chiguatacuar (1661), San José de Curataquiche (1679), San
Juan Capistrano de Puruey (1695), San Juan Evangelista o de Dios del Guaribe (1678),
San Juan Evangelista de Tucupío (1675), San Juan Evangelista de Tucuyo (1681), San
Lorenzo de Güere o de Aguaritacuar (1675), San Miguel de Araveneicuar (1661), San
Pablo (ca. 1662), San Pablo de Machías (1674), San Pedro Alcántara de Chupaquire
(1699), Santa Clara de Zapata o Maycana (1661), Santa María Magdalena (1662), y
Santo Domingo de Guzmán de Aragüita (1690).

Los franciscanos de Caracas se ocuparon de indígenas encomendados en Choroní o Costa


de la Mar Abaxo (ca. 1616), Cuyagua (ca. 1638), Nuestra Señora del Rosario del Valle de
Cagua (1622), y en otros puntos de los Valles de Aragua (ca. 1620), en el estado de
Aragua, en Cocorote o La Mina (1638 y ca. 1640), estado de Yaracuy, en Macuaes (ca.
1622), estado de Falcón, en Quíbor (ca. 1620) y Santa Rosa del Tequere (ca. 1690),
estado Lara, en el Valle de Juan de Guevara o Petare (ca. 1620), estado de Miranda, en
Maiquetía (ca. 1614), estado de Vargas, y en Valle de La Pascua y Caracas (ca. 1620), en
el Distrito Federal. La mayoría de estos indígenas eran quiriquires o caracas o parientes
muy cercanos de esta agrupación, aunque también habían caquetíos, cuibas, gayones y

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representantes de otras etnias del Occidente del país. Los capuchinos navarros fundaron
los poblados de Cocheima (1650) y Pueblo Viejo de Píritu (1651), en el estado de
Anzoátegui, con indígenas píritus y chacopatas.

A los dominicos correspondieron los pueblos de Chama (1634), en el estado de Zulia, de


indígenas motilones, Nuestra Señora de la Anunciación de Orocusna (ca. 1695) y Santo
Domingo de Araguata (1688), en el estado de Miranda, con tomusas, Santo Domingo (ca.
1600), en el estado de Barinas, y Timotes o Mucujurín (1619), y Torondoy (ca. 1650), en
el estado de Mérida, con giros, timotes y torondoyes. Entre las poblaciones indígenas
administradas por religiosos seculares y seglares estaban el Castro de la Concepción
(1658), en el estado de Zulia, con aborígenes cocinas (wayuu kusina), y San Miguel
Arcángel de Acarigua (ca. 1641), en el estado de Portuguesa, con gayones.

Catolicismo popular y práctica religiosa


Evidentemente, los indígenas no eran los únicos en recibir asistencia religiosa. La
población de origen europeo, sus esclavos negros y los descendientes mestizos también
participaban activamente en las actividades de la iglesia.

Las manifestaciones del catolicismo en las comunidades de origen español del siglo XVII
se asemejaban a las que se observaban en España en ese tiempo. La devoción a la iglesia
se exteriorizaba participando en las misas y procesiones ordinarias, o en eventos sacros
convocados por las autoridades civiles y religiosas.

Entre las manifestaciones extraordinarias que podían transformarse en celebraciones


periódicas ordinarias estaba la ofrenda de votos a vírgenes y santos con el fin de lograr el
control de epidemias, ciertos fenómenos de la naturaleza, e inclusive, el ataque de
grupos indígenas rebeldes. Merecen destacarse, por ejemplo, los votos ofrecidos en
Caracas, en 1608 a San Pablo Ermitaño, solicitándole sofocar las viruelas, los votos a San
Sebastián, convertidos en tradición desde 1580, para librarlos de ataques por flechas, a
Nuestra Señora de las Mercedes, en 1639, contra la alhorra o plaga del cacao, o bien, los
formulados en el año 1616 a San Mauricio y a San Jorge, para alejar la langosta y los
gusanos, respectivamente. Las misas y procesiones podían estar acompañadas de actos
festivos de cierto tinte pagano, como eran las corridas de toros o el juego de cañas. En
ocasiones, el clima festivo y la concentración de fieles podía derivar en actos
considerados escandalosos, tales como las conversaciones ruidosas, la convivencia
estrecha entre fieles de ambos sexos e inclusive el consumo de bebidas alcohólicas o
fermentadas. Los vecinos debían contribuir con la edificación de los templos, capillas y
ermitas, voluntariamente, como acto piadoso, o por orden de las autoridades. En
ocasiones, la ejecución de la obra estaba estipulada dentro de las cláusulas de los
testamentos de personas de mayor poder económico. Los testamentos también solían
reservar un fondo para la realización de misas a la memoria de los difuntos.

La organización de las celebraciones religiosas era llevada a cabo por los religiosos o por
grupos de vecinos asociados bajo la forma de cofradías. Éstas solían estar divididas por
grupos étnicos específicos: blancos, blancos de orilla (es decir pobres, dedicados a oficios
que no eran considerados nobles, o de ascendencia étnica no castellana), negros,
indígenas y mestizos. A las devociones católicas incorporadas por los españoles desde el
otro lado del Atlántico se sumó una de carácter autóctono y particularmente significativa
dentro del catolicismo venezolano: Nuestra Señora de la Coromota, advocación de la
virgen María que -según la tradición- se le había aparecido a indígenas cospes del estado
de Portuguesa, en el año 1652.

Represión religiosa y vida cotidiana


Las desviaciones de conducta en cuanto a la moral o a las prácticas religiosas estaban
controladas en gran medida por sanción social y por la vigilancia de los religiosos.
Algunas acusaciones en contra de vecinos transgresores fueron ventiladas durante las
visitas pastorales de los Obispos. Gracias a los autos formulados durante visitas
pastorales se conoce la realización de prácticas mágicas entre cristianos viejos, tales
como la quiromancia o lectura de las "rayas de las manos", la astrología, la adivinación
mediante la "suerte de las habas", o el "santiguado contra los ojos", protección que
otorgaban algunos españoles piadosos a los recién nacidos, antes del bautizo, con el fin
de librarlos de la influencia nefasta que podían ejercer ciertas personas mediante la
mirada. Otra forma de control era la ejercida por los funcionarios del Santo Oficio de la
Inquisición. Si bien en un principio Venezuela era supervisada por inquisidores radicados
en las Antillas, a partir del año 1610 comenzó a depender de autoridades adscritas al
Tribunal de Cartagena de Indias, fundado en ese mismo año. Como en el resto de
América, las autoridades de la Inquisición tenían como objetivo la defensa de la fe frente
a la realización de prácticas contrarias a los dogmas de la Iglesia católica.
Aparentemente, las autoridades de la Inquisición fueron menos tolerantes evaluando la
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actuación de españoles o criollos que la de afroamericanos, reconociendo la reciente
introducción de estos últimos al cristianismo, y por ende, su tendencia a no interpretar
bien u olvidar lo aprendido de los misioneros y curas doctrineros. Aun así, tampoco
faltaron las causas judiciales iniciadas contra otros segmentos de la población, con la
excepción de los indígenas, contra los cuales carecía de jurisdicción.

Durante el siglo XVII continuó siendo considerado particularmente peligroso el contacto


entre las poblaciones de las costas con los contrabandistas y corsarios procedentes de
países protestantes o tolerantes al protestantismo, tales como Inglaterra u Holanda, o la
introducción de publicaciones procedentes de esos países. Además, se organizaron
procesos judiciales en contra de criptojudíos, judaizantes, idólatras, hechiceros y
supuestos blasfemos en contra de la Iglesia. Se podrían citar varios ejemplos. Entre los
años 1624 y 1626, en Cartagena se llevó a cabo el enjuiciamiento de los portugueses y
cristianos nuevos Luis Franco Rodríguez, Pedro López y Luis Gómez Barreto, por la
realización de prácticas judaicas que incluían la observación del sábado y de la Ley de
Moisés. Entre 1642 y 1649, se formularon denuncias en contra de Pedro de Campos,
Gaspar Rodríguez, Enrique de León, Fernández Amézquita y Luis Fernández Ángel, en
Caracas, y Gaspar Andrés, Francisco de la Cerda, Benito Henríquez y Manuel de Zerda, en
Maracaibo, identificándolos como "marranos", judíos encubiertos. Algunos de los apellidos
citados, efectivamente, coincidían con el de algunas familias sefarditas de la cercana isla
holandesa de Curaçao. Hacia la segunda mitad del siglo se mencionan varias denuncias
en contra de franceses de quienes se sospechaba alguna simpatía luterana o cierta
renuencia del catolicismo. En 1663, en el Comisariato de El Tocuyo se consignaron
algunas acusaciones en contra del francés Juan de Arrieta, a quien se le observó cierta
conducta sarcástica con relación a las prácticas ordinarias del tiempo de cuaresma. Otras
irreverencias ante la Semana Santa fueron observadas en 1672, en el cirujano francés
Luis de Castro. Durante ese mismo año se notificó que Francisco de Babachera, natural
de aquel país, resultó ser el poseedor de un libro prohibido, aunque esto sólo se supo
después de su muerte, al momento de hacerse el inventario de sus bienes.

A lo largo de 1672 y 1673 se recibieron algunas quejas sobre conducta herética o mala
interpretación de la doctrina de la Iglesia entre varios blancos residentes en la ciudad de
El Tocuyo y en el Valle de Quíbor, en el estado de Lara, y en el Valle de Yaracuy, en el
estado de Yaracuy. Entre otros temas, se señalan numerosas dudas acerca del carácter
pecaminoso de los intercambios sexuales entre personas solteras, o entre aquellas unidas
por el vínculo espiritual del compadrazgo. En Cumaná, hacia 1638, se inició un proceso
contra una mujer acusada de llevar a cabo prácticas adivinatorias y rendirle culto al
ánima sola. Los procesos conocidos relacionados con idolatría tienen que ver con la
realización de ceremonias indígenas en comunidades de los estados de Mérida y Aragua,
en donde el adoctrinamiento cristiano no había logrado sustituir por completo al
chamanismo.

La Educación. El castellano y las lenguas indígenas


La mayor parte de la población era analfabeta. La educación era un privilegio de la
minoría blanca de mayor ascendencia social. Aun así, en algunas misiones y pueblos de
doctrina se hicieron algunos esfuerzos por instruir a los indígenas por lo menos en la
lectura y en la escritura. En el oriente del país, en los Andes y tal vez en el Distrito
Federal y en el estado de Lara, los religiosos utilizaron tablillas y cartillas con la
transcripción de traducciones de oraciones en lengua indígena. Estos recursos didácticos
estaban orientados únicamente a los párvulos, ya que se consideraba que los adultos no
tendrían facilidades para el aprendizaje, dado el tiempo de dedicación que le daban a la
realización de sus actividades cotidianas de subsistencia.

El castellano hablado en la Venezuela del siglo XVII todavía estaba en proceso de


formación. Se sospecha que ya en esa época tenía una fuerte influencia andaluza, ya que
esa era la procedencia de un número significativo de los pobladores inmigrados desde
finales del siglo XVI. Además no eran raros los arabismos en la documentación escrita o
la influencia mudéjar en la arquitectura. La escritura de la época estaba en tránsito entre
la escritura procesal o cursiva y muy encadenada, y la escritura itálica o bastardilla, más
legible. Aunque no se había introducido la imprenta, de este siglo datan los primeros
libros impresos sobre lenguas indígenas venezolanas: el Arte y vocabulario de la lengua
de los indios chaymas, cores y parias y otros diversos de la provincia de Cumaná o Nueva
Andalucía, de Francisco de Tauste (Madrid, 1680), y los Principios y reglas de la lengua
cumanagota general en varias naciones, que habitan en la provincia de Cumaná en las
Indias Occidentales, de Manuel de Yangües (Burgos, 1683). Su publicación tuvo que ver
más con la necesidad de proporcionar materiales didácticos destinados a futuros
misioneros, que con un interés auténtico por preservar los idiomas autóctonos: se
procuraba que los indígenas y la población negra esclava bozal (es decir, que hablaba sólo
idiomas africanos) adquiriera el castellano, aunque el aislamiento de los asentamientos
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periféricos en donde habitaban hacía poco efectivo el proceso de instrucción impartido
por los encomenderos o los curas doctrineros. Probablemente, al principio el aprendizaje
fue muy incipiente, y los indígenas o africanos se contentaban con aprender las nociones
fundamentales del idioma y un vocabulario mínimo que facilitara las comunicaciones. Se
tienen noticia de varios casos de bilingüismo y tal vez de trilingüismo, derivados de la
coexistencia estrecha entre indígenas, esclavos y colonos de ascendencia española. Estas
personas solían participar como traductores en ciertas querellas judiciales o durante las
visitas de supervisión realizadas por las autoridades seglares o religiosas en las
encomiendas.

La minoría letrada y con posibilidades económicas de adquirir libros tendía a leer textos
de religión y moral cristiana, y en menor grado, autores greco-latinos (Virgilio, Cicerón,
Platón, Euclides, Plinio, Plutarco), comedias y autos sacramentales, gramáticas, manuales
de correspondencia y vocabularios (por ejemplo, los de Antonio de Nebrija), o tratados
científicos (de medicina, botánica, arquitectura o aritmética). Algunos personajes de la
época llegaron a tener una cultura bibliográfica notable. Un ejemplo de ello fue fray
Antonio González y Acuña, fallecido en 1682, cuya biblioteca poseía textos de todos los
géneros citados, incluyendo numerosos libros de carácter sospechoso para la Inquisición
(sobre alquimia, magia y astrología), y manuales u obras en idiomas tan disímiles como
el castellano, latín, italiano, griego, francés, portugués o guaraní.

Arte y arquitectura
La mayor parte de los artefactos manufacturados procedían de Europa y México y tenían
usos utilitarios cotidianos o religiosos. Entre los objetos que se podrían considerar
manifestaciones artísticas estaban los cuadros e imágenes religiosas, las cuales en
ocasiones fueron sustituidas por obras producidas en el país.

La arquitectura civil y religiosa mostraba influencias románicas y de la Baja España, con


ciertos rasgos de origen mudéjar. Las instalaciones militares, en cambio, acusaban una
influencia medieval tardía y renacentista italiana. Las características de las viviendas
variaban según la ascendencia étnica y posición social de los habitantes. Frecuentemente,
las viviendas de los indígenas, esclavos negros, mestizos o blancos pobres tenían paredes
de barro, horcones de madera y techo de palma. Entre los blancos de mayor ascendencia
social, las viviendas podían ser residencias grandes, a veces del tamaño de un cuarto de
cuadra, de una sola planta, fabricadas con paredes de tapia y teja, entrada en el centro
de la fachada, dotadas de un zaguán o pasillo cubierto de entrada, y con habitaciones y
corredores alrededor de un patio central. Su aspecto era más bien sencillo, con poca
ornamentación.

Los templos edificados durante esa centuria fueron construidos siguiendo un esquema
basilical, es decir, asemejando pequeñas basílicas con planta rectangular y tres naves que
se separaban por series de arcos de medio punto dispuestos sobre columnas. Cuando
poseían torre de campanario, solían estar divididas en tres cuerpos separados por una
cornisa sencilla, y terminar en un pináculo piramidal. La mayoría de las fortificaciones
proyectadas o ejecutadas durante el siglo XVII eran construcciones basadas en esquemas
de planta estelar o "estrellada". Destacan los fortines de Araya (1637), Santa María de la
Cabeza (construida entre 1669-1673), San Antonio de la Eminencia (1684-1684), San
Carlos Borromeo (1664-1684), Santa Rosa (1681), en el oriente del país, el castillo de
San Carlos (1682), en el lago de Maracaibo, o el de San Francisco de Guayana (1678-
1681), en el estado de Bolívar.

Medio Ambiente y Economía


Ecología y economía de las poblaciones del siglo XVII
La consolidación y el crecimiento de los primeros núcleos urbanos y de los asentamientos
agropecuarios periféricos generó nuevas transformaciones en los paisajes venezolanos.
La documentación de la época comienza a señalar la necesidad de reservar terrenos
ejidales y preservar pastos que aseguren la continuidad de la empresa pobladora y el
mantenimiento de las bestias. La convivencia entre indígenas y encomenderos les facilitó
a estos últimos el reconocimiento de los terrenos potencialmente más productivos para el
desarrollo de cultivos y ganadería. Especies exóticas tales como el trigo o la caña de
azúcar se hicieron cada vez más comunes en una extensa franja en el norte de
Venezuela.

En centros urbanos tales como la ciudad de Caracas, la necesidad de conservar las


fuentes de agua potable obligó a las autoridades locales a tomar medidas orientadas a la
preservación de su caudal y pureza. Se comenzaron a dictar normas para el control de
actividades de mayor impacto ambiental en las cuencas. Entre otras, se cita el

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aprovechamiento de la zarzaparrilla en las nacientes de algunos ríos, el corte de leña, o el
vertido de impurezas generadas por las talabarterías.

En otro sentido, se efectuaron intervenciones forestales justificadas por la necesidad de


sanear el ambiente de especies consideradas "dañosas". Una de estas fue el cují, una
acacia americana característica de las tierras calientes, cuyo fuerte olor y hábitat natural
contribuyeron a que se le asociara con la génesis de algunas enfermedades. En
numerosas ocasiones, durante la primera mitad del siglo, las autoridades ordenaron el
desmonte de esta planta. En 1653, a la lista de especies "dañosas" se incluyeron arboles
leñosos tales como la ceiba o el ponzoñoso manzanillo silvestre, y arbustos como el
ñongué, una variedad americana del estramonio. Al impacto ocasionado por la expansión
de las actividades agropecuarias habría que añadir transformaciones ambientales
naturales globales relacionadas con la llamada "Pequeña Edad de Hielo", extendida entre
los siglos XV y XIX, con un pico en el siglo XVII, alrededor del año 1610. Se trata de un
fenómeno atmosférico originado por factores desconocidos, tal vez vinculado con
variaciones en la energía solar incidente en la tierra o por concentraciones atmosféricas
de polvo volcánico. Los datos correspondientes a Venezuela señalan un pronunciado
enfriamiento en la región de los Andes, sobre todo en el estado de Mérida, asociado a un
descenso de los glaciares y de la vegetación paramera, y disminuciones en la pluviosidad
y avance de los morichales en la región de Guayana, especialmente evidente en el estado
de Bolívar. Si bien las repercusiones de este fenómeno en las tierras bajas al norte del
Orinoco han sido poco estudiadas, quizás expliquen las continuas quejas que se
generaron a lo largo de la primera mitad del siglo XVII en cuanto a la baja productividad
de los cultivos de trigo o maíz, o a la vulnerabilidad del cacao ante ciertas plagas. Esto se
habría sumado al grave problema que representaba el progresivo abandono de los
campos de cereales por parte de los labriegos, atraídos por cultivos de mayor rentabilidad
económica tales como la caña de azúcar o el cacao.

Control del suelo y propiedad de la tierra


A lo largo del siglo XVII se hicieron comunes situaciones de conflicto entre la población
blanca y los indígenas, así como la recurrencia a figuras jurídicas tales como la solicitud
de mercedes de tierra (donaciones de las autoridades a individuos por méritos
acumulados en la empresa colonizadora o en razón de su situación personal de pobreza),
y composiciones (es decir, la legitimación de la ocupación de tierras invadidas sin
poseerse documentos de propiedad). Las ocupaciones ilícitas afectaron a tierras
municipales, ejidos, pastizales, terrenos baldíos o propiedades comunales indígenas. Se
trataba de un fenómeno común, derivado del crecimiento natural de la población, la
llegada de nuevos contingentes de colonos blancos, el conocimiento de las
potencialidades de los suelos y de los diferentes ambientes, y los requerimientos de
espacio generados por grandes unidades de producción tales como los hatos y las
haciendas. Los litigios entre pobladores blancos tenían que ver con la ambición de
apoderarse de los terrenos más aptos para la actividad económica. También competían
con las poblaciones autóctonas, aunque la protección que otorgaba la corona a los
naturales frecuentemente inducía a los colonizadores a valerse de tácticas menos
evidentes que la ocupación violenta del espacio destinado a esas comunidades. Así, solían
ubicar sus haciendas y hatos ganaderos en terrenos inmediatos a los de los indígenas. La
imprecisión de los puntos de referencia utilizados en documentos de propiedad favorecía
que los límites se desdibujaran, y que las propiedades de los blancos se adentraran
dentro de los terrenos indígenas. Hacia 1623 esta situación llegó a constituir un auténtico
problema en la ciudad de Caracas; el Cabildo se vio obligado a establecer medidas que
garantizaran las propiedades municipales que aún se mantenían, y obligaran a los
ocupantes ilícitos a restituir aquellas ocupadas de forma ilegal.
(Véase Colonización)

Actividades económicas principales


Las principales unidades de producción del momento eran las haciendas y los hatos, que
generaban la mayor parte de los insumos destinados al comercio externo e
interprovincial.

En la segunda mitad del siglo XVII el principal producto fue el cacao. Sus principales
destinos fueron México, con alrededor de 357.766 fanegas, y España, con 71.595. Los
principales centros de producción se situaban en las zonas bajas de la cordillera de la
Costa, en la cuenca del lago de Maracaibo, sobre todo en las húmedas costas del sur o
del oeste y en el valle del río Chama. Le seguían en importancia el tabaco y los cueros, y
la harina, el azúcar, zarzaparrilla, algodón (en lienzos), bizcochos y queso. El tabaco era
cultivado principalmente en los llanos occidentales, en territorio correspondiente a los
actuales estados de Barinas y Portuguesa.

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Durante la primera década de la centuria existían importantes centros de ganadería en la
jurisdicción de las ciudades de Caracas, San Sebastián, Valencia, Coro, Barquisimeto, El
Tocuyo, Carora, Guanare, San Carlos, Trujillo, Maracaibo, Mérida, La Grita, San Cristóbal,
Salazar, Pedraza y Barinas. Principalmente se trataba de ganado vacuno y caballar,
aunque también se producía ganado menor, caprino u ovino, para la elaboración de
artículos de lana y leche y queso. Ya a mediados del siglo la ganadería constituía la
principal actividad económica de la región de los Llanos, sobre todo en el norte del estado
de Cojedes, donde generaba un importante flujo comercial con las zonas costeras y los
valles de la región norcentral. Los productos más comunes eran las bestias vivas, el cuero
y el sebo. La importancia económica de esta región aumentó más avanzado el siglo,
estimulada por la progresiva sustitución de la ganadería por las actividades agrícolas en
la región norcentral. Tal como sucedió con la producción de cereales, ciudades como
Caracas y Valencia experimentaron periódicos momentos de escasez y carestía de la
carne vacuna, situación que impulsó a las autoridades a tomar medidas orientadas al
control de la cadena de comercialización y a la protección de los consumidores. Entre
otras decisiones, destacaron la normalización de las rutas de conducción del ganado para
evitar robos o evasión del control fiscal de la mercancía, la supervisión en los precios de
venta al público, el levantamiento de corrales y carnicerías (o el mejoramiento de las ya
existentes), y la adecuación en las normas de higiene y registro de los puntos de
expendio.

Al menos una parte de las actividades económicas era realizada por la comunidades
indígenas sujetas por el régimen de encomienda, frecuentemente violando legislación que
prohibía el servicio personal, en especial, aquellas que requerían trabajos excesivos y
peligrosos, como el procesamiento de caña en los trapiches. La eliminación del trabajo
personal al encomendero y su plena sustitución por el pago de tributos en moneda o
mercancías fue reprobada por los encomenderos (sobre todo hacia 1687), con el apoyo
de algunas autoridades locales, como es el caso del gobernador Sancho de Alquiza y el
obispo fray Antonio de Alcega. Más bien se procuró mejorar las condiciones bajo las
cuales operaba esta servidumbre, regulando el tipo de trabajo en el cual debían
participar, el tiempo que le debían dedicar a la actividad, la distribución de las tareas
según el sexo o la edad del encomendado, o la retribución por parte del encomendero de
excedencias en el tiempo dedicado al servicio, bajo la forma de tiempo libre adicional, el
pago en bienes tales como maíz, la sal o determinados productos manufacturados
(lienzos, vestidos, sombreros, cuchillos), o más raramente, en moneda. Los tributos en
especie que los indígenas debían dar al encomendero constituían una obligación para
todos los varones con edades comprendidas entre los doce y los setenta años, o para las
mujeres entre los diez y los sesenta. Hacia 1691, se hicieron algunas modificaciones
reduciendo los rangos de edad productiva para el encomendero, hecho que afectó
únicamente a los varones entre los dieciocho y sesenta, o las mujeres entre dieciocho y
cincuenta años. Teniendo en cuenta los altos índices de mortalidad de la época, el pago
de tributos les afectaba durante toda su vida productiva.

La alimentación diaria de los núcleos familiares era posible gracias al desarrollo de los
pequeños cultivos o conucos, o bien adquiriendo los productos por intercambio o en
centros de comercialización ubicados en los núcleos poblados, conocidos bajo los
nombres de alhóndigas, pulperías y mercados. A lo largo de la centuria, se
experimentaron varios períodos de escasez que debieron ser enfrentados mediante
medidas proteccionistas, vigilancia en los centros de producción de los alimentos, o
construyendo pósitos y almacenes públicos. Aunque el rey otorgó algunos privilegios
orientados a favorecer la explotación del oro -como por ejemplo, la reducción del quinto
real- a principios del siglo XVII, la producción aurífera fue muy escasa. En la zona norte y
noroccidental del país, en el año 1600, sólo se fundió la cantidad de 814 pesos,
notoriamente baja si se considera que hacia 1564 había sido de 42.605. De mayor
importancia fueron las minas de cobre, sobre todo las ubicadas en los alrededores de
Cocorote, estado de Yaracuy, y La Grita, estado de Táchira. En conjunto, ambos
yacimientos generaron alrededor de 800 quintales en 1649. En esa época circularon
informes referidos a la existencia de plata muy cerca de los filones cupríferos, y se
consideró la posibilidad de aprovechar también ese otro metal.

Trata esclavista y fuerza de trabajo


La consolidación de los hatos y las haciendas acentuó los requerimientos de mano de
obra. Ante las limitaciones impuestas por la corona en cuanto a los servicios personales
de los indígenas, los encomenderos y hacendados optaron por introducir nuevos
contingentes de esclavos negros al país. Se establecieron licencias y contratos para la
importación en todas las provincias, sobre todo en la región norcentral y noroccidental del
país: en 1601, 1613, 1674, 1682, 1692, etc. Paralelamente entraron al país los llamados
"negros de mala entrada", obtenidos ilícitamente de naves contrabandistas o corsarias.

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Se estima que, a lo largo del siglo, alrededor de 10.147 negros esclavos fueron
introducidos legalmente, renovando la población de la centuria anterior, calculada en unos
6.595. La participación africana en las labores económicas progresivamente sustituyó al
servicio personal indígena, aunque con cierta frecuencia llegaron a coexistir ambas
comunidades.
(Véase Esclavitud negra en América en la voz Esclavitud)

Si bien la esclavitud indígena era prohibida por las leyes de la época, los aborígenes
rebeldes apresados durante las incursiones militares estaban obligados a trabajar para
sus captores o para otras personas recompensadas por participar en la sofocación de los
levantamientos. En 1692 esta potestad se extendió a los misioneros, quienes estaban
autorizados a organizar entradas de reducción forzosa en comunidades indígenas alzadas
o renuentes al control colonial, con apoyo armado. Al igual que en el sistema de
encomiendas, el servicio personal realizado por estos indígenas estaba sujeto a ciertas
regulaciones que establecían el tiempo de trabajo que debían realizar, ya que se
establecieron diferencias en cuanto a la situación de los indígenas cristianos fugitivos y
aquellos que nunca habían sido sometidos previamente a la sujeción española. La
rebeldía aborigen no fue el único problema militar que debieron enfrentar los colonos. A
lo largo del siglo se produjeron numerosas fugas y levantamientos armados
protagonizados por negros esclavos. Además fue preciso responder al acoso de las
naciones europeas que rivalizaban con España en el aprovechamiento de los recursos
americanos valiéndose de la piratería y el comercio ilícito.

Contrabando y piratería
La piratería y el comercio ilícito llevado a cabo por navegantes holandeses, franceses e
ingleses constituyó un problema en las poblaciones costeras, particularmente en la
cuenca del lago de Maracaibo, importante punto de concentración y flujo de mercaderías,
y en el nororiente de Venezuela, en las salinas de Araya. Sus actividades hicieron
necesario el desarrollo de sistemas de fortificaciones, alarmas y puestos de vigías. Fueron
especialmente notorias las incursiones de los ingleses Walter Raleigh (1616) y Henry
Morgan (1668), y de los franceses Juan David Nau, más conocido como El Olonés (1666)
y François de Grammont (1677-1679). En cuanto al contrabando, generó algunas
situaciones paradójicas. Aunque fue perjudicial para las finanzas globales de la colonia,
llegó a tener una influencia positiva en las comunidades locales, ya que garantizaba un
mercado alternativo para los productos agropecuarios, y una fuente alternativa y más
accesible de mercancías y productos manufacturados y esclavos. A cambio de estos
artículos, los contrabandistas holandeses recibían sal de las provincias orientales, y
cacao, ganado, cuero y tabaco de las centrales y occidentales. Para enfrentar ambos
problemas, las autoridades aplicaron varias estrategias. Por una parte, perfeccionaron el
sistema defensivo costero: ejecutaron varios proyectos de ingeniería militar en los
principales puertos y puntos de importancia económica a orillas del mar, y organizaron a
la población en planes de vigilancia y protección. Además, tomaron ciertas medidas de
carácter económico, como la prohibición del cultivo del tabaco en la franja norte,
restringiendo los beneficios a piratas y contrabandistas, especialmente a los navegantes
holandeses.

Una de las dificultades que se debía afrontar era la proliferación de bahías y pequeñas
ensenadas distribuidas a lo largo de la zona litoral e inmediatas a las zonas de mayor
producción agrícola. Con la complicidad o no de los propietarios -en la mayoría de los
casos, residentes lejos de sus propiedades- constituían un punto de embarque y
desembarque de mercancías ilícitas que competía con los principales puertos del país: La
Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. Tierra adentro, el comercio a través de las vías de
comunicación de la región noroccidental también experimentó algunos problemas, a raíz
del levantamiento de los indígenas Gayón y Camago del estado de Lara, y de los Jirajara,
en la Sierra de Nirgua, estado de Yaracuy.

Demografía y composición étnica de la población en el siglo XVII


Durante el siglo XVII, la población venezolana aumentó por crecimiento natural y la
entrada de nuevos contingentes pobladores españoles y africanos. Hacia 1607, tan solo al
oeste del río Unare, las comunidades situadas en los principales centros urbanos y
asentamientos periféricos constituían un total superior a 74.340 personas, incluidos los
blancos y los indígenas reducidos (a encomiendas o misiones). A este total habría que
agregar la numerosa y creciente población negra esclava y los mestizos. En la segunda
mitad del siglo, los totales estimados eran alrededor de 280.000 indígenas, 30.000
blancos, 30.000 negros, 20.000 mestizos y 10.000 mulatos, para un total de 370.000
habitantes. La población indígena estaba alrededor de 150.000 reducidos y 130.000
aislados. En la isla Margarita, hacia 1661, la población blanca constituía alrededor de la

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mitad de la población, 49,8 %, los negros y mestizos mulatos, libres o esclavos, 36,9 %,
y los indígenas alrededor de 13, 3 %.

A lo largo del siglo, en algunas regiones se experimentaron algunos repuntes en la


mortalidad derivados de la pobreza de las poblaciones, catástrofes naturales como el
terremoto de 1641, epidemia de peste en 1658, viruelas, sarampión y vómito negro en
1667 y 1687, y épocas de escasez de alimentos (sobre todo carne, maíz y yuca)
provocadas por la lejanía de los centros productores pecuarios y el abandono del cultivo
de cereales a lo largo de todo el siglo, así como la multiplicación de los ratones y las
langostas con la plaga de 1662. Probablemente el factor más importante fueron las
enfermedades. A lo largo del siglo XVII se introdujeron enfermedades desde África,
transmitidas por esclavos negros, y desde Santo Domingo y España. Cada vez que se
originaba un foco epidémico se establecía una activa comunicación entre las autoridades
de las diferentes provincias y entre éstas y España. En Venezuela se tomaron medidas
tales como la cuarentena, el aislamiento en hospitales, la vigilancia armada en los
caminos y la destrucción de elementos que -según concepciones de la época- agravaban
las dolencias: ciertos árboles y arbustos, o cargamentos de harina contaminada. Como se
sabe, la medicina y la enfermería eran ejercidas por médicos, cirujanos, barberos,
comadronas, e inclusive "hechiceros" (o curiosos, que podían ser de ascendencia
española, indígena o africana).

A pesar de la mortandad ocasionada por las enfermedades, la curva demográfica fue


ascendente gracias a la incorporación de nuevos habitantes desde el otro lado del
Atlántico y el crecimiento vegetativo. Asimismo, de África procedía un importante
contingente de esclavos negros sursaharianos y numerosos inmigrantes canarios, algunos
de ellos de evidente ascendencia aborigen. Entre los españoles peninsulares figuraba
gente de ascendencia andaluza y vasca o "vizcaína".

La población africana que entró durante el siglo XVII puede ser diferenciada según las
clasificaciones propuestas por los lingüistas actuales: la mayor parte de ellos hablaban
idiomas bantú (por ejemplo, los angolas y luangos), seguidos por los hablantes de
idiomas mandé (los mandingas y cacheas), y en menor grado, idiomas kwa (los
carabalíes) o senegalo-guineanos (los bañones). También se introdujeron algunos
esclavos blancos norafricanos berberiscos, de ascendencia líbico-beréber, aunque su
número era insignificante.

Existían ciertas tendencias demográficas en los oficios. Con frecuencia, los blancos de
mayor ascendencia social (de origen español, descendientes de conquistadores y
fundadores) eran los propietarios de las haciendas, hatos y pesquerías. Blancos pobres de
origen peninsular solían desempeñarse como labriegos y en oficios artesanales
mayormente relacionados con los urbanos (zapateros, panaderos, talabarteros, sastres),
aunque la creciente población mestiza también estaba iniciándose en este tipo de
ocupaciones. Los blancos de origen canario comúnmente se desempeñaban como
labriegos, encargados de haciendas -especialmente de caña de azúcar-, o como pequeños
comerciantes. Indígenas y negros esclavos se ocupaban de labores como el servicio
doméstico, la producción agrícola y pecuaria, la pesquería y la minería. Se reservaban a
los africanos los trabajos más peligrosos o que requerían mayor esfuerzo físico, como la
explotación de las minas y el trabajo en la molienda de caña. En cada uno de esos grupos
sociales existía una clara diferenciación sexual. En el caso de las mujeres la cantidad y
variedad de los trabajos era mayor mientras más baja era su situación en la escala de
jerarquía social. A pesar de la aparente rigidez del papel de la mujer, se conocen varios
casos de mujeres que a la muerte de sus influyentes maridos ocuparon puestos de
liderazgo y poder social comparable al de los hombres como hacendadas y
encomenderas, o como "cacicas" de comunidades indígenas. La articulación de cada uno
de estos sectores en las actividades económicas cotidianas fue transformando
gradualmente a Venezuela en el importante centro de producción agropecuario descrito
en la documentación del siglo XVIII.

Temas relacionados
América colonial.

Venezuela.

Venezuela: Arte.

Venezuela: Geografía.

Venezuela: Literatura.

Venezuela: Historia, Época prehispánica.

Venezuela: Historia, Época contemporánea.

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Bibliografía del siglo XVII


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BRITO FIGUEROA, Federico. Historia económica y social de Venezuela (una estructura para su
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TROCONIS DE VERACOECHEA, Ermila. Historia de El Tocuyo Colonial (período histórico: 1545-


1810), Caracas, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, Colección Historia
XVI,1984.

Pedro Rivas

Siglo XVIII
Desde la llegada de los españoles al Nuevo Mundo las provincias venezolanas
constituyeron un confuso y marginal entramado territorial, un conjunto de territorios
difíciles de administrar, ocupar e integrar a la estructura imperial española. Como
consecuencia de ello, Venezuela se relacionó con otras áreas mediante un sistema de
subsidios de regiones más ricas, el llamado situado. Asimismo, la corona española les
concedió diferentes incentivos económicos, como la reserva para su producción cacaotera
del importante mercado novohispano, además de diversas ventajas comerciales y
fiscales.

Esta situación se transformó de manera extraordinaria durante el siglo XVIII como


resultado de un interesante y exitoso proceso de experimentación política que sintonizó
de manera notable con la propia mecánica interna, política y económica, de las diferentes
provincias venezolanas. En él tuvo un destacado papel la Real Compañía Guipuzcoana.
Aunque su papel en el desarrollo histórico de la Venezuela dieciochesca es objeto de una
continua controversia, es indiscutible que 1728, el año en que la Corona española y la
mencionada Compañía comercial sellaron una alianza político-institucional que la
gobernaría durante las décadas siguientes, constituyó el punto de partida de un proceso
de masiva internacionalización y modernización de la economía venezolana, en el cual el
contrabando también tuvo un destacado papel dinamizador.

En la segunda mitad del siglo las circunstancias cambiaron radicalmente. Frente a la vieja
tradición del poder delegado y la negociación como base del gobierno, magistralmente
expresadas con la famosa frase "se acata, pero no se cumple", las reformas borbónicas
llevaron a la América española la idea de la centralización del poder por parte del Estado,
y por tanto, impusieron la desaparición de socios no deseados, como oligarquías
regionales, compañías comerciales o misioneros demasiado independientes, en la
administración política del Imperio. La antaño poderosa Compañía Guipuzcoana fue
alejada de los centros del poder regional, en los que a mediados de siglo parecía estar
tan formidablemente instalada. Pero ésta sólo fue una de las extraordinarias innovaciones
que las mencionadas reformas borbónicas, implantadas progresivamente desde 1754,
impondrían en las cada vez menos marginales provincias venezolanas. En 1777,
coronando una lenta pero continua acumulación de recursos y poder burocrático, tuvo
lugar la unificación de las viejas seis provincias, Maracaibo, Cumaná, Caracas, Margarita,
Guayana y Trinidad, en la Capitanía General de Venezuela, con Caracas como capital. El
año anterior se había establecido la intendencia, elemento básico de integración y
reforma fiscal y militar. En 1786 se fundó la audiencia, que garantizaba la autonomía
judicial venezolana, en 1793 el Consulado de Caracas como órgano de control y fomento
del comercio y en 1803 el arzobispado (véase Audiencia de Caracas). De modo
simultáneo, se otorgó nuevo impulso a la vida económica con la concesión del régimen de
comercio libre y protegido (1765 en el Caribe, 1778 en general, 1789, por último, en los
ricos territorios de Nueva España y Venezuela) y a partir de 1797, con el decreto que
permitía el intercambio con naciones "amigas y neutrales" se reconoció, de hecho, la
libertad comercial. Finalmente, la intendencia promovió una ambiciosa política de
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especialización productiva con la introducción de nuevos cultivos y técnicas de
explotación agrícola, la promoción de exploraciones en busca de nuevos recursos
naturales, etc.

Es llamativo que la unificación de Venezuela haya sido interpretada casi siempre en


términos políticos, militares o económicos, lo que ha implicado desconocer que tuvo su
expresión fundamental en un proceso de homogeneización territorial y control espacial,
en una nueva organización del territorio a partir de la expansión y consolidación de la red
de ciudades y la integración de las diferentes áreas marginales. Secularmente, las
distintas provincias venezolanas se habían orientado en tres direcciones: el Caribe, la
Nueva Granada y el Atlántico (las islas de Barlovento y Sotavento, así como la propia
España). En la segunda mitad del siglo XVIII aparece una nueva dirección, el sur y el
interior del continente, la Venezuela profunda, que acabará de conformar la regionalidad
del país y se incorporará en la Capitanía como una pieza fundamental al acumular una
inmensa cantidad de recursos, haciendo posible la idea de conquista del interior a través
de los grandes ejes fluviales, lo que implicaba superar definitivamente la vieja insularidad
de las distintas provincias, y propiciando la posibilidad de un desarrollo plenamente
autónomo.

La red urbana de Venezuela, que actuaba como sostén básico del sistema de control del
espacio, se caracterizaba a fines del período colonial por combinar estas diferentes
orientaciones mediante un sistema de transportes terrestres, marítimos y fluviales
desgraciadamente poco conocido. Su evolución y madurez a fines de la centuria ilustrada
no deja lugar a dudas. Por un lado, las ciudades y pueblos fundados en los siglos
anteriores contaban con una riqueza material y cultural alabada por viajeros,
expedicionarios y comerciantes. Por otro, tuvo lugar una verdadera explosión fundacional,
comparable a la del siglo XVI por su concentración en el tiempo y en el espacio y por su
efectividad como mecanismo de concentración de población y recursos. Junto al
tradicional poblamiento periférico y en tierras altas de clima agradable, se produjo una
expansión urbana en el piedemonte andino, los Llanos y el Orinoco, de acuerdo con los
nuevos estímulos económicos y las orientaciones territoriales ya mencionadas. Maracaibo,
gracias a la comercialización del cacao, vio crecer la importancia de su puerto, al tiempo
que la navegación por los ríos Catatumbo y Escalante hacía surgir de las riberas diversos
centros poblados como San Carlos, Santa Bárbara y Santa Cruz. Sinamaica, Cojoro y
Castites se ocuparon de asegurar los intereses administrativos y la influencia de
Maracaibo en dirección a la península de la Guajira. Hacia el oriente, una vez superada la
franja árida que rodea el Lago, surgieron localidades como Santa Clara, relacionada con
las rutas del contrabando, y las que hacían de fin y comienzo de etapa en el camino de
Coro a Altagracia, como Casigua y Capatárida. En la fachada coriana de Barlovento se
fundaron la Vela de Coro, Puerto Cumarebo y Tocópero. Al sur, en las sabanas de Carora,
aparecieron en las rutas comerciales Siquisique, Baragua y Agua Grandes, al tiempo que
en el valle de El Tocuyo se fundaron distintos núcleos urbanos, que extendían su
influencia hacia el sur. En Caracas y en sus alrededores se consolidaron los
establecimientos del litoral, como Chichirivichi y Caruao, mientras en los valles cacaoteros
de Aragua surgían lugares de posada y descanso y en la ruta de Valencia a Puerto Cabello
aparecían Las Trincheras y El Cambur. El extraordinario desarrollo de la economía
cacaotera también impulsó en los valles de Barlovento la formación de pueblos como
Guatire o Caucagua. Hacia el oriente del país, en la depresión del Unare, Aragua se
convirtió en el centro de una comarca ganadera y el poblamiento avanzó hacia la línea
divisoria de aguas de los ríos Unare y Orinoco con la fundación de Santa Clara y San
Mateo. El Pao y Pariaguán se convirtieron en puestos avanzados en el camino al Orinoco.
En la Nueva Andalucía se registró un avance de los núcleos urbanos en el valle de
Cumanacoa y en las proximidades de la propia capital, Cumaná, mientras en las fachadas
de la península de Paria el crecimiento económico regional apoyó la consolidación de
Carúpano y otros pueblos. A fines de siglo, el poblamiento se vería favorecido en esta
zona con la llegada de emigrantes procedentes de la isla de Trinidad, capturada por los
ingleses en 1797.

En los Andes se consolidaron los centros urbanos ya existentes. En la ruta hacia


Maracaibo se fundaron localidades como El Alto o Betijoque; en el piedemonte andino se
integró un grupo de localidades antes aisladas, como Santa Bárbara, el Corozo o
Barrancas, al que se sumaron nuevas ciudades, como Torumo, puerto de Barinas en el río
Santo Domingo, o El Real. Simultáneamente, en el camino de Barinas a la cordillera
surgieron localidades como Quebrada Seca o Barinitas. En el alto Llano se fundó
Calabozo, situado entre la zona bañada por el río Apure, donde se desarrollaban los hatos
ganaderos como nuevos centros poblados, y el mercado pecuario del norte. En los
márgenes del mencionado río aparecieron distintos pueblos que servían de escala en la
navegación hacia el Orinoco y la Guayana. Desde la fundación de San Jaime en "la otra
banda" del Apure en 1753 tuvo lugar una verdadera colonización de esta zona de los

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Llanos por medio de "sitios de hato". En el bajo Llano debe mencionarse la fundación de
San Fernando de Apure, plaza comercial fundamental del eje Caracas-Barinas-Angostura,
así como la de Camaguán, La Unión y Guayabal. Finalmente, hay que hacer referencia a
la Guayana, en la que se fundó en 1764 una nueva capital, Angostura, y se consolidó una
sólida red de núcleos urbanos en la ruta fluvial del Orinoco, el Casiquiare y el Amazonas,
formada entre otros por Ciudad Real, Real Corona, San Fernando de Atabapo, La
Esmeralda y San Carlos de Rionegro, ya en la frontera con el Brasil portugués. Al mismo
tiempo, la gran expansión de las misiones dio lugar a la consolidación de diferentes
establecimientos, entre los cuales destacaron los fundados por los capuchinos catalanes
en Guayana, San Félix, Altagracia, Santa María, Copapuy, Carapo o, ya a final del siglo,
Tumeremo, los capuchinos aragoneses en la provincia de Caracas, Maracaibo y Cumaná
(extremo occidental de la costa de la península de Paria), los franciscanos en Píritu o los
jesuitas en el Orinoco, como Atures y Cabruta.

La acumulación de ciudades en las costas y las áreas montañosas puede producir una
impresión de desequilibrio de la red urbana venezolana. Sin embargo, el sistema
funcionaba de modo muy racional. A diferencia de lo ocurrido en los siglos XVI y XVII, la
tendencia a la autarquía local y, sobre todo, la irregular distribución de los núcleos
poblados, no implicó una fragmentación en espacios regionales demasiado heterogéneos
y aislados. Ciudades menores, villas, pueblos, caseríos, haciendas, plantaciones y hatos
sufrían la atracción de las urbes más grandes, como Caracas, Maracaibo, Mérida, Barinas,
Cumaná o Angostura, pero no llegaban a perder por completo el control estratégico de
sus recursos, actuando como escalones sucesivos y descendentes de la red urbana que
integraba a Venezuela. A este respecto, es importante hacer notar que las ciudades
funcionaban como plataformas de control y organización del espacio circundante, por lo
que su número de habitantes, con ser una gran magnitud, no guardaba una relación
proporcional con su capacidad de dominio del territorio que las rodeaba. Esta
circunstancia era especialmente notable en áreas fronterizas o misionales.

Que la Venezuela del siglo XVIII acumuló en sus urbes cada vez más riqueza y poder es
algo indiscutible. De acuerdo con esta apreciación, la capital de la Capitanía General de
Venezuela establecida en 1777 no podía estar en otro lugar que en Caracas. Su riqueza
material, la variedad de las instituciones que acogía, la habilidad de su burocracia, su
sistema de enseñanza, su comunidad mercantil, su impecable estructura urbana y su
crecimiento demográfico hacían que cualquier discusión al respecto careciera de sentido.
El primer factor que influye a favor de la elección de Caracas como capital y de su
provincia como la matriz de la Capitanía General es precisamente el de la población. En
1767 las provincias venezolanas debían contar con algo más de 200.000 habitantes. Tres
años antes Caracas se presenta en las Relaciones Geográficas como una ciudad, incluidos
los alrededores, de unos 26.000 habitantes, un clima "algo melancólico" que le da
abundancia de aguas, calles simétricas y una amplia plaza mayor con dos pórticos con
fuentes a sus lados. La Guaira, el puerto caraqueño por antonomasia, tiene poco más de
1.000 habitantes; San Sebastián de los Reyes cuenta con algo más de 200 vecinos que
"viven en doce o catorce casas medianas de teja y los demás en bohíos o casas de paja"
y mantienen un hospital; Valencia, con unos 7.000 habitantes, se caracteriza por su
"bello terreno" y su acequia; El Pao y su jurisdicción tienen unos 5.000 habitantes; Nirgua
posee "111 casas cubiertas de cogollo fabricadas de bahareque, con ruda y tosca traza";
San Carlos de Austria es, en cambio, ciudad de hermosa planta y edificios regulares; San
Jaime, ya "a los fines de la provincia de Venezuela" se compone de 59 manzanas, con
unos 400 habitantes; El Tocuyo, con unos 10.000 moradores, sobresale por su sano
temperamento, "de forma que hay muchos nonagenarios y octagenarios", mientras
Carora está rodeada de pueblos de indios a su alrededor y la vieja ciudad de Coro
mantiene "con decencia" un hospital, sus templos y sus ermitas. Comparativamente, la
capital de la Nueva Andalucía, Cumaná, apenas cuenta en 1761 con 4.372 habitantes,
mientras que Barcelona tiene 3.351, Maracaibo no llega a 9.000 y la capital de Guayana
apenas sobrepasaba los 500 moradores. La visita del obispo Mariano Martí a la provincia
caraqueña, que tuvo lugar en 1772, proporciona los siguientes datos:

Caracas: 18.669 habitantes


San Felipe: 3.067 habitantes
Barquisimeto: 2.561 habitantes
El Tocuyo: 3.241 habitantes
Araure: 4.030 habitantes
San Sebastián: 3.940 habitantes
Carora: 3.972 habitantes
Coro: 3.022 habitantes
Ospino: 684 habitantes
Nirgua: 534 habitantes

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En las décadas siguientes se consolidó esta situación de predominio de población
caraqueña. En 1790, Maracaibo, con todo su partido, llegó a los 30.000 habitantes,
Mérida a los 12.000, Barinas a los 15.000 y Trujillo a los 9.000, pero al comenzar el siglo
XIX tan sólo la ciudad de Caracas, sin contar el poblado extrarradio, tenía ya 31.000
habitantes. En 1801, por fin, el viajero francés Francisco Depons anota que la Capitanía
cuenta con 728.000 habitantes, de los que medio millón vive en la provincia caraqueña y
Barinas, 100.000 en Maracaibo, 80.000 en Cumaná, 34.000 en Guayana y 14.000 en la
isla Margarita.

Aunque es difícil conocer con exactitud la estructura étnica de la Venezuela del siglo
XVIII, su rasgo distintivo entre los territorios españoles era su población mayoritaria de
gentes de "color quebrado", procedente de la mezcla entre la población. A mediados de
siglo se informa que la provincia caraqueña estaba poblada por un 64% de mestizos y
mulatos, un 34% de criollos (parte de los cuales seguramente también eran mestizos,
además de blancos pobres o "de orilla" e isleños de origen canario) y un 2% de españoles
peninsulares. En la provincia de Caracas, hacia 1785, la población total ascendía a algo
más de 333.000 personas, de las cuales un 44% eran pardos y mulatos, un 24% blancos,
un 16% esclavos y una cantidad casi igual indígenas. Este rompecabezas étnico debía de
tener más movilidad de la que se suele aceptar habitualmente y no coincidía,
necesariamente, con categorías sociales estrictas. Frente a la todopoderosa aristocracia
blanca caraqueña, el llamado mantuanaje, se alzaba un cada vez más importante grupo
de mestizos y pardos que pugnaba por un rápido ascenso social apoyado en nuevas
instituciones (como las milicias) e incluso recibía apoyo de la Corona, que llegó a expedir
en su favor el equivalente a certificados de blancura legal, las llamadas cédulas de
"gracias al sacar". En las áreas fronterizas, la situación era todavía más compleja; los
habitantes de "pueblos de españoles" eran considerados como tales aunque
frecuentemente eran pardos y mulatos; los blancos eran muy escasos y lo determinante
era la posición ante el mundo indígena circundante y el uso de la lengua española,
además de la conversión religiosa. Los indígenas, contra lo que se suele mantener, junto
a una estrategia de rechazo violento desarrollaron formas de adaptación al nuevo sistema
con creciente éxito. Fuera de las misiones, en las que la administración secular española
jamás logró introducirse, los indígenas también escaparon, con más frecuencia de lo que
se cree, a su situación de inferioridad social y étnica.

A finales del siglo XVII era evidente que Venezuela se había convertido en una importante
región exportadora de productos no mineros, especialmente cacao. Era una situación
novedosa, poco acorde con el orden económico tradicional del Imperio español,
acostumbrado al intercambio de mercaderías europeas por los metales preciosos
americanos. Durante las tres primeras décadas del siglo XVIII esta tendencia continuó sin
cambios, favoreciendo extraordinariamente el contrabando, que llegó a convertirse en la
vía fundamental del comercio. La actividad de Puerto Cabello, dirigida de manera
preferente a la vecina isla de Curaçao, verdadera factoría del contrabando holandés
destinado a Venezuela, llegó a superar la del puerto principal del tráfico legal, La Guaira.
En el caso del comercio ilegal, el cacao, el tabaco y las mulas venezolanas, muy
apreciadas en los trapiches de las Antillas, se intercambiaban por mercaderías europeas y
esclavos. En cuanto al tráfico legal, mucho mejor conocido, seguían las tendencias del
siglo anterior. A cambio de cacao y pequeñas cantidades de tabaco, azúcar, cueros,
cordobanes, sebo y ocasionalmente harina y palo de Brasil, Venezuela recibía de España
harina, aguardiente, vino tinto y blanco, aceite de oliva, aceitunas, almendras, papel, etc.
El más apreciado de los retornos, la plata acuñada, procedía de la Nueva España,
mercado reservado del cacao venezolano. Las cifras son elocuentes, ya que llegaron a un
promedio anual de 64.191 pesos entre 1701 y 1730, 238.968 de 1731 a 1748 y 281.273
de 1750 a 1763. También llegaban del Virreinato novohispano apreciada loza de Puebla y
Jalapa, jabón, sombreros y efectos de paja, dulces e instrumentos de labranza, artículos
de cuero y textiles.

Obviamente, la situación del comercio de Venezuela, que se beneficiaba al mismo tiempo


de diversas ventajas y subsidios por su carácter periférico en el comercio legal y de un
papel protagonista en el contrabando, no podía pasar inadvertida en España, en la que,
por otra parte, el cacao caraqueño iba adquiriendo una creciente aceptación. La
consecuencia de esta situación fue la ya mencionada fundación de la Real Compañía
Guipuzcoana, que a cambio del monopolio de la compra del cacao venezolano y su
comercialización se comprometió a garantizar la introducción de mercaderías europeas,
vigilar las costas desde la península de Araya al golfo de Venezuela, combatir el
contrabando e introducir esclavos para desarrollar la economía regional.

Desde su fundación hasta la década de los cuarenta, la Compañía cumplió relativamente


bien con su función, beneficiando a Venezuela con un mercado regular e introduciendo las
mercancías europeas que demandaba. La producción de cacao crecía de manera

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sostenida. Las regiones productoras, especialmente la costa oriental, los valles del Tuy,
Barlovento, Aragua y las cercanías del Lago de Maracaibo, cosecharon 67.123 fanegas en
1720, unas 86.000 antes de 1730 y más de 80.000 en 1749, aunque otras fuentes llegan
a hablar de 130.000. Sin embargo, las tensiones institucionales que generaba su
presencia en Venezuela eran evidentes. En 1731, ante la preocupación de los cosecheros
locales, la Compañía, que buscaba asegurar su posición de monopolio, logró del
gobernador la constitución de una junta de comercio que estableció las cantidades
exportables para los venezolanos y para la Guipuzcoana (de 15.000 a 16.000 fanegas a
Nueva España; de 19.000 a 20.000 a España; de 5.000 a 6.000 a Caracas; 3.000 para
los navíos ingleses a cambio de negros y 1.000 para las islas de Barlovento). Como
consecuencia de su actividad, en estos años las exportaciones a España ascendieron
hasta superar a las novohispanas, apuntando una tendencia que se haría definitiva en la
segunda mitad del siglo (507.064 fanegas exportadas de 1731 a 1740, de las cuales
fueron a Nueva España 188.954 y a la península 225.795). Entre 1741 y 1750,
especialmente a causa de la situación bélica, las exportaciones de la Compañía a España
bajaron, y ascendieron, en cambio, los envíos a Nueva España y las colonias extranjeras.
Acosada por los gastos defensivos y el colapso del comercio, la Guipuzcoana tuvo que
transferir el costo de sus funciones institucionales a los productores venezolanos. Entre
1739 y 1749 se exportaron solamente 417.667 fanegas de cacao (a México, 137.862; a
España, 158.558; a Canarias, 41.602; a las islas de Barlovento, 16.159, y a las colonias
extranjeras, 28.224). Los precios en origen resultaban ruinosos. En 1732, se pagaban
160 reales por la fanega de cacao; en 1747 solamente 64.

La pugna entre la Compañía y los productores venezolanos no era sólo una disputa entre
una gran empresa mercantil y un grupo de ricos plantadores, ya que del cacao vivían
también indios, pardos, isleños y mestizos, pequeños cosecheros que ejercían el
contrabando a modesta escala y el cultivo de subsistencia en pequeños conucos. Uno de
los momentos álgidos de las protestas se vivió en 1749, con la revuelta encabezada por
Juan Francisco de León. Aunque empezó siendo poco más que un motín local contra la
imposición de un subordinado de la Guipuzcoana en la localidad de Panaquire, pronto
mostró el grado de hostilidad que aquélla producía. León reunió un considerable grupo de
simpatizantes y marchó a Caracas a presentar su queja contra los abusos de los que eran
objeto, pidiendo la eliminación de los privilegios de la Compañía y la abolición de sus
funciones gubernativas. A pesar de que la rebelión fue derrotada militarmente, el apoyo
generalizado del que había gozado no pasó inadvertido en España. La Corona confirmó
sus privilegios de monopolio a la Guipuzcoana, pero jamás le otorgó el control del
fructífero mercado novohispano, permitió que los venezolanos fueran admitidos como
accionistas, concedió a los locales una sexta parte de los buques para el traslado a
España de cacao de su propiedad e instituyó una junta de productores, agentes de la
Compañía y el gobernador para regular los precios del cacao. La prosperidad económica
de Venezuela en las décadas siguientes, significativamente, no fue compartida por la
Guipuzcoana, que en medio de crecientes dificultades financieras cedió su monopolio en
1789. Los intentos de su sucesora, la Real Compañía de Filipinas, por mantener las
antiguas prerrogativas fracasaron por completo.

En realidad, más allá de las quejas elevadas por los plantadores y cosecheros, algunos de
los objetivos políticos perseguidos por la Corona con la creación de la Guipuzcoana como
socio temporal en el gobierno de Venezuela habían sido plenamente conseguidos. La
integración del territorio a la estructura imperial era una realidad y la actividad
económica (al menos en lo que se puede inferir de la recaudación fiscal) creció desde el
momento en que apareció la Guipuzcoana, de modo que ya no fueron necesarios los
situados remitidos desde México para pagar la administración colonial. Durante las
décadas siguientes, mientras la Compañía iba siendo relegada y se extendía el libre
comercio, el cacao venezolano se comercializaba en cada vez mayor proporción en el
mercado peninsular. En este sentido, como en otros, el legado del siglo XVIII no estaba
exento de ironía: Venezuela se había integrado exitosamente al Imperio español,
convirtiéndose en uno de sus dominios más preciados... a costa de hacerse
verdaderamente dependiente de la metrópoli.

Además del cacao, hubo toda una serie de productos cuyo comercio, legal e ilegal,
alcanzó considerables dimensiones. El tabaco era la segunda de las exportaciones
venezolanas. La variedad cura seca se destinaba al consumo interno y la "cura negra" se
exportaba. La principal zona de cultivo fue Barinas, aunque también se encontraba en
Caracas, La Guaira, Maracaibo, Valencia, Coro, Barquisimeto, Puerto Cabello, Guayana,
Carora y San Felipe. La producción de la provincia de Caracas hacia 1720 fue de 23.000
arrobas, de las que se consumieron 3.700 y el resto se exportó. En 1751, la producción
fue de 8.000 a 9.000 quintales y en 1757 de 6.000 a 7.000. En 1779 el tabaco fue
estancado por la corona, que obtuvo así una sustanciosa fuente de ingresos fiscales, ya
que sus recaudaciones pasaron de 200.000 pesos anuales hacia 1780 a 500.000 en 1795.

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El café, que ya se plantaba en el Orinoco en 1741, comenzó a extenderse por Venezuela
a finales del siglo XVIII. De unos pocos quintales al año exportados en 1780 se pasó a
60.000 en 1809. El cultivo del café pudo utilizar la infraestructura existente, tanto en la
organización local de la producción como en el sistema de comunicaciones. Si en un
principio era clara la vinculación de la producción cafetera con las haciendas cacaoteras
de la región central, posteriormente el cultivo se trasladaría a la zona andina. El café, sin
embargo, no fue un sustitutivo del cacao, ya que ambos requerían altitudes, tipos de
suelos y ciclos de comercialización diferentes.

Otro producto tropical relativamente abundante fue la caña de azúcar, que se encontraba
en El Tocuyo, Trujillo, la Nueva Andalucía y Guayana. Su cultivo fue en aumento a lo largo
del siglo; de 348 plantaciones azucareras que había en la provincia de Caracas en 1770
se pasó a 436 en 1787. En cuanto al añil, se convirtió en el segundo producto de
exportación de Caracas, tras el cacao, en los últimos años del siglo. Su producción estaba
concentrada especialmente en los valles de la Victoria y Aragua, empleaba
mayoritariamente mano de obra libre y se beneficiaba en tierras arrendadas. En 1787 se
produjo una crisis de superproducción que dejó a más de 20.000 operarios sin trabajo, lo
que es buena prueba de la importancia que había adquirido el sector.

El desarrollo ganadero venezolano durante el siglo XVIII fue extraordinario. Tras un ciclo
que podría llamar depredador, el del control y la caza del ganado cimarrón llanero,
aparecieron, ya desde el siglo XVI, estancias dedicadas a la cría de ganado vacuno, los
hatos. Una de las motivaciones más importantes para su crecimiento fue el
abastecimiento de carne a los centros urbanos y a las haciendas de la costa, además de
la demanda antillana de carne y ganado en pie para las plantaciones esclavistas. El
consumo de carne, especialmente en la provincia de Caracas, era muy elevado (unos 136
kilos al año de promedio). La exportación de algunos productos derivados, como los
cueros y la carne seca o "tasajo", constituyó una importante fuente adicional de ingresos.
Las regiones productoras fueron fundamentalmente los Llanos y la Guayana, donde los
misioneros capuchinos disponían de inmensos hatos. A principios del siglo XIX la cabaña
ganadera venezolana contaba con 1.200.000 cabezas de ganado bovino, 180.000 equinos
y 90.000 mulas, destinadas fundamentalmente al transporte de mercancías.

Que la fortuna de la Venezuela del siglo XVIII fuera fundamentalmente agropecuaria no


debe hacernos olvidar que la mitología fundamental de la conquista venezolana, la de El
Dorado (Véase Dorado, Leyenda de El), invitaba a buscar riquezas de origen minero. Las
minas de oro venezolanas tenían tan poco provecho que no se justificaba laborarlas; las
de Baruta eran explotadas en 1764 solamente por "indios y gente pobre". Las minas de
cobre de Aroa aportaron sustanciales cantidades del metal (319 libras anuales entre 1786
y 1790, 24.778 libras entre 1791 y 1795, 79.484 en 1809). Las exploraciones en busca
de plata y otros minerales que adelantaron expertos novohispanos a partir de 1787
fracasaron casi por completo, para alivio del fisiócrata intendente Francisco de Saavedra,
que escribió en esa ocasión: "Rogué [...] a Dios que esta locura [la búsqueda de
minerales] se disipase cuanto antes, porque los ánimos no se distrajesen del cultivo de
los frutos, que son el verdadero mineral de esta provincia".

Finalmente, hay que hacer mención a las actividades de tipo industrial. A principios de
siglo los obrajes continuaban en funcionamiento en áreas andinas, Caracas, Guanare,
Trujillo, el Tocuyo, Barquisimeto y Acarigua, donde con mano de obra indígena se
producían lienzos ordinarios y alfombras. En Caracas la industria del azúcar tenía una
importancia considerable; para la elaboración de harina se utilizaban molinos en Mérida,
Trujillo y Barquisimeto. En El Tocuyo se fabricaban petacas de caña, que servían para
empaquetar el tabaco de las jurisdicciones vecinas y en Aragua se producían tintes y
colorantes a partir del añil y el palo de Brasil. El movimiento mercantil favoreció el
desarrollo de una cierta industria naval, especialmente en La Guaira y Puerto Cabello.

A medida que se acercaba el final del siglo XVIII se hacía evidente que el proyecto
reformista, que tan sustanciales efectos había producido en Venezuela, estaba en el límite
de sus posibilidades. En una Capitanía como la caraqueña, volcada al "Mediterráneo de
muchas bocas" que era el Mar de las Antillas, acontecimientos como la revolución
angloamericana, los sucesos de Haití o la cesión a los franceses de la parte española de
Santo Domingo en 1795 causaron gran conmoción. Caracas, descrita como una ciudad
"grande, limpia, elegante y bien construida", habitada por hombres graves y taciturnos y
mujeres de notable belleza, rico atavío, talento para la danza y la música y "la vivacidad
de una coquetería que sabía unir muy bien la alegría a la decencia", podía haberse
transformado extraordinariamente durante el siglo XVIII, pero sus habitantes
conservaban intacta la inquietud por el manejo de sus propios asuntos que les había
llevado en el pasado a nombrar y deponer gobernadores, repartir tierras y fundos y
aprovechar cualquier oportunidad para manejar su propio destino. Es la misma genuina

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21/2/2020 Venezuela: Historia, Época colonial (Siglos XVI-XVIII). » Enciclonet.com
preocupación por la política que hará a sus hombres, pocos años después, llevar adelante
una revolución de independencia no anunciada, pero sí prevista.

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M. Lucena Giraldo

Astrid Avendaño / Pedro Rivas / Manuel Lucena Giraldo

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