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Cultura San Agustín

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Estatuas en un monumento culto indígena de San Agustín en Colombia.


Con el nombre de San Agustín se conoce en Colombia una importante región
arqueológica, en la que se han hallado varios centenares de esculturas monolíticas,
que indican que allí floreció desde remotos tiempos una cultura, que hoy es objeto
de estudio por parte de misiones científicas para establecer los orígenes y los
rasgos peculiares de este pueblo. Esta cultura se inició a partir del siglo XXXIII
a. C., en el siglo VII a. C. ya es una cultura que presenta un considerable
desarrollo, según las fechas de carbono 14 de muestras orgánicas obtenidas
recientemente asociadas a la agricultura, la cerámica, la orfebrería y el arte
escultórico.

Las diferencias marcadas entre objetos, indumentaria, vestuario y trabajo,


observadas en las esculturas, hace suponer que la necrópolis de San Agustín fue una
región donde varias etnias sudamericanas, desde lugares distantes, traían sus
muertos principales a sepultar; de la que forman parte el Parque Arqueológico
Nacional de Tierradentro y el Parque Arqueológico de San Agustín.

Índice
1 Emplazamiento
2 Vestigios arqueológicos
3 Descubrimiento del sitio y trabajos posteriores
4 Pueblo escultor
5 Cultura (organización social)
6 Escultura
7 Vestidos y adornos personales
8 Cerámica
9 Véase también
10 Bibliografía
Emplazamiento
San Agustín es un topónimo que data del siglo XVII y con el cual se designa una
región montañosa del sur de Colombia, donde floreció una milenaria cultura. La zona
está en la cordillera andina, recostada en una de las bases del Macizo Colombiano.
No lejos de allí, en el Páramo de las Papas, nacen algunos de los principales ríos
del país, los cuales cruzan el territorio colombiano en distintas direcciones y en
largos recorridos alcanzan caudales navegables. El río Magdalena, es una de las más
importantes vías de navegación y entrada hacia el interior, transitada desde
tiempos pleistocénicos y por donde arribaron los colonos europeos que descubrieron
y conquistaron las tierras de los muiscas. El Cauca, su más grande tributario, que
irriga fértiles valles interandinos, ricos en filones y aluviones auríferos, tierra
donde buscaron asiento los quimbayas y otros consumados orfebres precolombinos. El
Caquetá, que sale al Amazonas, después de irrigar el pie de monte andino y en cuyo
curso medio y bajo moran todavía grupos indígenas selváticos, algunos
descendientes, quizás, de los antiguos escultores de San Agustín.

El Páramo de las Papas en el macizo Colombiano.


El paisaje geográfico es de colinas onduladas y planos inclinados que descienden
hasta estrechos y profundos cañones de origen aluvial. Al fondo pueden divisarse
los imponentes picos del Macizo, como se denomina el nudo montañoso andino del sur
de Colombia.

En el área de San Agustín, el accidentado relieve determina una rápida sucesión de


climas, desde el frío del Páramo de las Papas, y llegando a templado en las
vertientes y cañones de la cordillera, estos enmarcan el ámbito en que se inició, a
partir del siglo XXXIII a. C., una cultura que presenta ya un considerable
desarrollo en el siglo VII a. C., según las fechas de carbono 14 obtenidas
recientemente asociadas a la agricultura, la cerámica, la orfebrería y el arte
escultórico.

Vestigios arqueológicos

Tumba policromada
La zona donde se encuentran las reliquias prehispánicas se ubica en una región que
corresponde a los actuales municipios de San Agustín, Isnos y Saladoblanco.
Vestigios similares se han identificado también hacia la vertiente que cae sobre la
Amazonía, especialmente en la localidad de Santa Rosa del Caquetá. Se debe tener en
cuenta que una vasta extensión de esta zona está aún sin explorar, particularmente
las zonas que ascienden hacia el Valle de las Papas, cubiertas por una densa
vegetación selvática que sólo hasta años recientes empezó a ser desmontada a
trechos por las avanzadas colonizadoras. En esta área aparecen, aislados unos de
otros, núcleos de estatuas y de tumbas, a manera de centros ceremoniales. La
tradición histórica ha señalado estos lugares con nombres especiales, que en su
mayor parte se conservan hasta hoy, como Mesitas, Lavapatas, Ullumbe, Alto de los
Ídolos, Alto de las Piedras, Quinchana, El Tablón, La Chaquira, La Parada,
Quebradillas, Lavaderos y otros.

En tales lugares se han encontrado concentraciones de tumbas, algunas revestidas


con grandes lajas y con sarcófagos monolíticos en su interior, cubiertas con
montículos artificiales que alcanzan hasta 30 m de diámetro y 5 m de altura;
estatuas de más de 4 m de altura y de varias toneladas de peso. El trabajo lítico
más destacado es la llamada "Fuente de Lavapatas", un lecho rocoso de la quebrada
del mismo nombre, en donde los nativos labraron una fantástica fuente ceremonial,
con tres piletas y numerosas figuras serpentiformes y batracomorfas en bajo
relieve, circundadas por diminutos canales por los que corre el agua de manera
armoniosa. El sitio estaba consagrado al culto de las deidades acuáticas y a la
práctica de ceremonias de curación.

Descubrimiento del sitio y trabajos posteriores


Desde mediados del siglo XVI (1536-1539) la región del sur de los Andes de Colombia
fue cruzada por expedicionarios españoles, quienes fundaron allí poblaciones que en
poco tiempo tendrían gran significación en el proceso colonizador, como Pasto,
Popayán, Almaguer, Timaná y otras. Sebastián de Belalcázar y García de Toledo
avanzaron por las tierras del Macizo hasta llegar al Alto Magdalena, precisamente
donde se ubica San Agustín, antes de que el primero de ellos siguiera hacia el
norte para encontrarse con las huestes de Gonzalo Jiménez de Quesada en las tierras
de los muiscas, donde acababa de fundarse Bogotá. A estas expediciones siguieron
otras, que entraron en contacto con grupos indígenas que allí moraban y a las
cuales se refieren varios documentos que reposan en los archivos de Colombia y
España. Sin embargo, en ninguna de estas fuentes aparece noticia alguna relacionada
con los monumentos arqueológicos de San Agustín, ni los indígenas de la zona
revelaron su existencia a los recién llegados. A partir del siglo XVIII, cuando se
inició la acción destructora de los buscadores de tesoros se empezaron a conocer
los trabajos escultóricos que residían en la zona.

Tumbas de la cultura San Agustín.


La primera información acerca de las ruinas arqueológicas de San Agustín aparece en
la obra Maravillas de la Naturaleza, escrita por el misionero mallorquín Fray Juan
de Santa Gertrudis, de la Orden Observante, quien visitó varias veces el lugar, la
primera en el año de 1756. Su crónica de viaje, iniciada en Cartagena de Indias y
terminada en Lima, permaneció inédita en Palma de Mallorca por cerca de dos siglos,
hasta cuando en 1956 fue enviada a Colombia una copia del manuscrito y publicada en
el mismo año en la serie Biblioteca de la Presidencia
Es una descripción muy superficial de algunos de los monumentos, Santa Gertrudis
cuenta cómo, ya desde esa época, buscadores de tesoros se empeñaban en remover las
estructuras funerarias. Siguieron después la visita del naturalista Francisco José
de Caldas (1797), del geógrafo y cartógrafo italiano Agustín Codazzi (1857) y
Carlos Cuervo Márquez (1892), entre los principales del siglo XIX. En 1914 es
cuando realmente se inicia el estudio científico de tales vestigios, con la visita
a la región del investigador alemán Konrad Theodor Preuss y posteriormente con las
exploraciones del arqueólogo español José Pérez de Barradas y del colombiano
Gregorio Hernández de Alba (1937), Luis Duque Gómez, Eduardo Unda y Tiberio López
(1943-1960), Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1966), Luis Duque Gómez y Julio
César Cubillos, misión esta última que adelantó la más intensa exploración de los
yacimientos, en temporadas de trabajo que se extendieron desde 1970 hasta 1977,
bajo el patrocinio de la Corporación Nacional de Turismo de Colombia y de la
Fundación de Investigaciones Arqueológicas del Banco de la República de Colombia.

Pueblo escultor
La investigación arqueológica ha facilitado la reconstrucción de buena parte de las
pautas culturales de este pueblo que habitara el alto Magdalena. Se sabe hoy que la
base principal de su sustentación económica fue la agricultura del maíz, del maní,
del chontaduro (Guilielma gasipaes) y de la yuca, sumada a actividades
complementarias de pesca y caza. Evidencias de tales labores han sido comprobadas
en estratos que datan del siglo VII a. C. y que explican los rasgos fundamentales
de su arte escultórico, íntimamente relacionado con las concepciones cosmogónicas y
religiosas. Esto contrasta notablemente con la estructura simple de sus viviendas,
que eran de planta circular y de cubierta pajiza, hecho que explica plenamente
Cieza de León (1518-1560), un cronista de la Conquista.

Las casas estaban construidas con materiales perecederos, por lo cual no han
quedado de ellas más señales que los orificios donde se hincaron los maderos
redondos que formaban sus muros y que sostenían los techos, formando recintos de
tres, cinco y hasta nueve metros de diámetro, estos últimos destinados al parecer,
a la morada de los jefes de la tribu o de los mohánes o chamanes. Una vivienda la
formaban generalmente varios bohíos, situados a gran proximidad unos de otros. Allí
tenían sus dormitorios, sus fogones, que eran tres o cuatro piedras semi-
redondeadas, sobre las que colocaban las vasijas destinadas a la cocción de
alimentos, cuando no empleaban las ollas trípodes, de soportes altos y macizos.
También aparecen dentro del perímetro de las casas, o muy próximas a ellas, huellas
de sus pequeños talleres y los lugares señalados para arrojar los desperdicios.

La orografía de la región, caracterizada por suaves ondulaciones de origen


volcánico, delimitadas por el curso de numerosos arroyos y quebradas, determinó una
pauta de poblamiento disperso en el área de San Agustín, similar a la que se
observaba en las demás regiones de lo que es hoy Colombia y que aún persiste en el
ámbito rural.

Los núcleos de población coinciden generalmente con el emplazamiento de grupos de


estatuas y estas últimas con los sitios donde se ubican los cementerios. El crecido
número de sepulcros indica, o bien una alta densidad de población en aquellos
tiempos, o bien la existencia aquí de un centro ceremonial, consagrado al culto de
los muertos. La presencia de estatuas y de cementerios en casi todas las lomas de
la región, es un claro testimonio de la dilatada extensión territorial que habría
tenido este supuesto centro, a través de los actuales municipios de San Agustín,
San José de Isnos y Salado blanco, en donde se congregarían periódicamente las
tribus que poblaban las áreas vecinas y las que tenían sus propias estancias en
aquellos lugares, especialmente los escultores y los jefes religiosos, para la
práctica de las ceremonias propias del culto funerario.

Cultura (organización social)


Los rasgos peculiares que caracterizan el florecimiento de la cultura de San
Agustín, entre el 300 d. C. al 800 d. C., tales como el gran desarrollo de la
estatuaria lítica, que presenta una etapa ya muy avanzada desde el siglo VII a. C.,
la construcción de grandes terraplenes o aterrazamientos para la localización de
las necrópolis, la edificación de muros de contención, las tumbas revestidas con
grandes lajas de piedra, algunas, las principales, cubiertas con montículos
artificiales coronados con templetes funerarios, las fuentes ceremoniales labradas
en la roca viva, reflejan una adelantada organización del trabajo y una
estratificación social y política. La escultura, en particular, indica claramente
una verdadera especialización del trabajo, ya que esta actividad, dado el grado de
complejidad y de adelanto que alcanzaron sus artífices, supone una gran habilidad
profesional, un notable talento artístico y en especial un profundo conocimiento de
las creencias religiosas de la tribu, a través de una larga tradición de tales
manifestaciones religiosas. Además, diferencias que se aprecian en la estructura de
los sepulcros de un mismo yacimiento, sin indicaciones claras de una secuencia
cultural, hablan más de una estratificación social, puesto que la cerámica y otros
elementos del ajuar funerario atestiguan la contemporaneidad de unos y otros. Tal
estratificación estaría basada sobre la diferencia entre los grupos ocupacionales y
en la jerarquía política y religiosa, consolidada en la formación de pequeños
señoríos, una organización típica de la mayor parte de los grupos indígenas
encontrados por los españoles en el siglo XVI en la región andina de Colombia.

Es posible pensar también que la gran dispersión que tiene la estatuaria lítica en
San Agustín se explica por haber existido entre estos nativos una organización
estructurada sobre la base de pequeños grupos familiares, unidos entre sí por
vínculos religiosos. Este mismo hecho podría aclarar la razón de la gran variedad
de motivos y estilos representados en las estatuas dentro de una aparente
homogeneidad morfológica, diversidad que habría obedecido a la necesidad de
individualizar en cada lugar la representación de las deidades protectoras del
grupo familiar, dentro de los cánones religiosos tradicionales. El chamanismo o
mohánismo jugaría también un papel significativo a este respecto. En torno a estos
personajes se debieron agrupar los pequeños núcleos familiares y aquellos habrían
formado así una especie de casta sacerdotal, con marcada influencia en la
organización social y política de una población que tenía una fuerte mentalidad
religiosa, expresada en la rica temática que se manifiesta en el arte escultórico.
Todo induce a pensar que en este período floreciente de la cultura agustiniana, la
organización social estaba fuertemente influida por los grupos guerreros y las
formas religiosas por las deidades solares y de la guerra. Las estatuas de las
Mesitas A y B del Parque Arqueológico parecen ser la representación más auténtica
de este momento cultural. Aparecen guardando la entrada de tumbas revestidas de
grandes lajas, con sarcófagos monolíticos en su interior, consagrados, seguramente,
a guardar los despojos mortales de héroes de la tribu o de sus jefes político-
militares.

Escultura
La manifestación peculiar de la cultura de los antiguos pueblos de San Agustín fue
la escultura lítica monumental. Más de 300 estatuas han sido halladas, la mayoría
en un área que aparece plenamente delimitada por las cuencas de los ríos Magdalena,
Bordones, Mazamorras y Sombrerillos y los picos del Macizo Colombiano.
Indudablemente los nativos quisieron hacer de esta región un verdadero centro
ceremonial para las prácticas funerarias, presididas por los grandes monolitos, en
los que ellos expresaron su estilo simbólico, sin que este propósito les hubiera
impedido tallar formas de gran naturalismo.

Los bloques en que fueron talladas son tobas volcánicas y andesitas lávicas,
algunas de grandes dimensiones, hasta de más de cuatro metros de altura y de varias
toneladas de peso. Con excepción de la vecina región de Tierradentro (Cauca) en
ninguna otra zona de Colombia se presentan estos rasgos monumentales de la
escultura y puede afirmarse, por consiguiente, que ellos están confinados al Alto
Magdalena.

«La diosa de la Chaquira» en el cañón del río Magdalena.


La estructura general del complejo arqueológico de San Agustín ofrece algunos
rasgos muy característicos, como la homogeneidad de ciertos elementos y su
continuidad a través de los distintos períodos evolutivos, lo que habla en favor de
un parentesco cultural de los diferentes grupos que allí concurrían y de una larga
tradición de los mismos, expresada en elementos indicativos como la cerámica y la
industria lítica, como también en ciertos motivos representados en las esculturas,
cuyas formas ancestrales se inician por lo menos en el siglo VII a. C. y persisten,
al lado de otras posteriores, hasta el siglo XVI de nuestra era.

El dualismo es un rasgo sobresaliente en la cultura de San Agustín. En la


estatuaria se ven, al lado de las representaciones femeninas, otras de sexo
masculino. Constituye esta característica una de las peculiaridades que se han
señalado como propias del periodo formativo en América precolombina. En San
Agustín, como en Mesoamérica, la cosmogonía de los nativos dio origen a un
complicado culto ceremonial, en el cual jugó un papel significativo el ritual de
las danzas de enmascarados. Aun persiste esta práctica entre varias de las tribus
que habitan en la Amazonia, las cuales usan disfraces fabricados de tela de corteza
de árbol, pintados de varios colores. Es indudable que la mayoría de los monolitos
del Alto Magdalena llevan estas representaciones. En las colecciones del Museo del
Oro del Banco de la República se ven figuras enmascaradas, algunas de una
sorprendente similitud con las de San Agustín, como puede observarse en las
figurillas de remate de los alfileres calimas, en las que el disfraz que cubre la
cabeza y la cara de los personajes está sostenido con las manos, al igual de las
que seguramente quisieron representar los artífices agustinianos en varias
esculturas de los yacimientos arqueológicos de Quebradillas y de Ullumbe.

Como ocurrió en el período formativo de las demás culturas de la zona andina y de


Mesoamérica, los cultos religiosos estuvieron en íntima relación con su principal
base de sustentación económica, la agricultura, como también con la caza y la
pesca. La fauna está muy asociada a su cosmogonía; de ahí que en las esculturas
aparezcan representados varios animales ligados a un fenómeno natural o productivo.
El sol, la luna, el rayo, la lluvia y otros fenómenos naturales, se personifican y
expresan en sus símbolos. Las deidades aparecen antropo-zoomorfizadas y
estrechamente asociadas a los ritos mortuorios. El sol y la luna presiden su
panteón religioso.

Estatua en el yacimiento de Mesitas.


La frecuencia de la representación de la boca felina en la mayor parte de las
esculturas, es indicativa del culto al jaguar, que parece ser uno de los más
antiguos y generalizados entre los pueblos que vivían en la zona andina y que aún
persiste en las poblaciones aborígenes que moran en la selva amazónica. En otras
culturas arqueológicas andinas este elemento caracteriza también muchas de las
representaciones escultóricas.

También la serpiente ocupa un papel preponderante en las representaciones


escultóricas de San Agustín y en la fuente ceremonial de Lavapatas. Una estatua que
se encuentra hoy en el parque arqueológico, en el llamado "Bosque de las Estatuas",
presenta las manos dobladas sobre el pecho y éstas sostienen, de la cola y de la
cabeza, una serpiente enrollada. Los elementos que caracterizan esta escultura
permiten interpretarla como una Divinidad de las lluvias o como la representación
de un sacerdote en el momento de invocar el espíritu de la deidad para que se
pronuncie en favor del campo o de las cosechas.

La figura de un águila que sostiene una serpiente con el pico y con las garras,
escultura que otros investigadores interpretan como la representación de un búho,
debió tener en el mundo de las creencias de los antiguos agustinianos una
significación especial. Posiblemente fue el símbolo de la creación, relacionado con
el origen de la luz y del fuego y de la jerarquía política, es decir, el símbolo
por excelencia del poder. Motivos de aves rapaces en piezas de orfebrería han sido
hallados aquí como adornos personales, colocados como ofrendas en tumbas que
debieron corresponder a personajes de la tribu. Entre los indígenas taironas, que
moraban en el norte, en la Sierra Nevada de Santa Marta y en sus proximidades, el
águila aparece también frecuentemente en los objetos de oro, lo mismo que entre los
muiscas y quimbayas.

Las esculturas que se denominan cariátides, porque estaban destinadas a soportar


los techos de los grandes sepulcros en las Mesitas A y B del parque arqueológico
son, seguramente, representaciones de guerreros. Tal es el caso de los monolitos
que se encuentran en el montículo noroeste de la Mesita B y en los montículos
oriental y occidental de la Mesita A. En estas estatuas aparece figurada, en forma
naturalista, la imagen de guerreros, adornados con diademas especiales y portando
las armas que ellos usaban (piedras redondeadas, que lanzaban con la mano, escudos
o rodelas, que sostenían con la mano izquierda). En otras estatuas la rodela está
sustituida por una maza corta, la "macana" de que hablan las crónicas del siglo
XVI, usadas por los panches, muzos, calimas y otros grupos, y que aún emplean los
chimilas, un pueblo indígena que vive en las proximidades de la Sierra Nevada de
Santa Marta.

Fuente de Lavapatas.
Las serpientes crestadas, que aparecen como apéndice de las figuras felinas que se
ven encima de las cabezas de los supuestos guerreros del montículo oriental de la
Mesita A, permiten relacionar estas esculturas con otras de Mesoamérica, en donde
dichos elementos representan a Quetzalcóatl, un dios bueno que creó al hombre con
su propia sangre, le dio el maíz, le enseñó la industria lítica, los tejidos, la
astronomía, el calendario, ciertos rituales y el culto. Otros elementos de la fauna
representados en la estatuaria de San Agustín son el mono y la ardilla, en estrecha
relación con los ritos de fertilidad; la rana y el lagarto, con las lluvias y con
la muerte; el pez, con el cultivo del maíz; el murciélago, como deidad de la
agricultura. En San Agustín, la llamada "rana de Codazzi", descrita por este
geógrafo en el año de 1857 y que duró perdida durante cerca de 200 años, oculta
bajo la espesura, está labrada en un bloque in situ, el cual se ubica en las faldas
que caen sobre la hondonada donde se encuentra la fuente de Lavapatas, a una
distancia más o menos de 50 m de este importante monumento. Una rana monolítica, de
tamaño monumental, con colmillos y garras, como las del Alto de los Ídolos y Alto
de Lavapatas, en San Agustín, presidía una necrópolis en la hacienda denominada "El
Marne", cercana a la población de Inzá. En la orfebrería calima, quimbaya y
tairona, la rana es motivo frecuente.

El caracol, de varios géneros, se ve figurado en muchas de las esculturas


agustinianas, sostenido con la mano izquierda, en las representaciones antropo-
zoomorfas. En el área muisca y en la calima se han encontrado hechos en arcilla,
cobre y oro. Además de su empleo como trompetas, al cual hacen frecuentes alusiones
los cronistas del siglo XVI, el caracol tuvo especial significación como implemento
para el uso de la masticación de la coca. En ellos se guardaba la sustancia
alcalina que servía para provocar la reacción química que libera el alcaloide. En
este recipiente introducían el palillo humedecido, que llevaban luego a la boca
para mezclarla con las hojas de la planta y que sostenían entrelazado con los dedos
de la mano derecha.

Una de las esculturas más interesantes de la zona, y que hoy se encuentra en la


Plaza de Bolívar de la población de San Agustín, es una figura antropomorfa con
sombrero y boca felina y que sostiene con las manos un pez, la cual es interpretada
como una deidad de las lluvias. En varias culturas arqueológicas americanas este
motivo se vincula también al cultivo del maíz y su acción fertilizante.

Vestidos y adornos personales


Muchas de las figuras antropomorfas que representan las estatuas, aparecen
completamente desnudas o sólo con ligeros cobertores y con algunos ornamentos, como
collares, pulseras, narigueras y orejeras. Este hecho es curioso, puesto que el
área de San Agustín es una región en la que predomina un clima medianamente
templado y éste se enfría considerablemente a medida que se asciende al Valle de
las Papas. Quizás ello permita afirmar que se trata de un pueblo que tuvo una
prolongada estancia en tierras bajas antes de alcanzar los lugares donde labraron
sus estatuas.

No obstante, varias esculturas presentan faldellines y sombreros, los primeros


confeccionados con tela, hechas de corteza de árbol, como lo acostumbran muchas
tribus de la Amazonía. Los implementos para el hilado, como volantes de husos, son
particularmente escasos en el registro de los elementos hallados en las
excavaciones arqueológicas realizadas. Los ornatos fueron variados, como collares
de cuentas de piedra caliza y de piedra dura, estas últimas de color verde azulado,
tubulares, con orificio longitudinal; cuentas de concha, de semillas, de hueso y de
oro; narigueras de orfebrería, circulares, laminadas o a manera de alambres
retorcidos, con engarces de cuentas de cuerno o de piedra; pendientes de oro
macizo, figurando en algunos águilas diminutas; diademas de oro, orejeras y otros
adornos que han sido encontrados en las excavaciones y que coinciden en su forma
con los que se observan en las estatuas.

Cerámica
Es fundamentalmente monocromática, hecha en atmósfera oxidante, por el sistema de
enrollado y con engobes de distintos tonos ocres. Predominan las formas de cuencos
pequeños, platos, ollas trípodes, copas de soporte alto. También se encuentran
grandes vasijas, destinadas al almacenamiento de líquidos y a servir de urnas
funerarias. La decoración es casi siempre incisa, aunque se registra también la
pintura negativa, negro sobre rojo, desde las fases iniciales del florecimiento de
la cultura, en el período que se denomina Formativo Superior. En el período final,
o Reciente, aparece la pintura positiva bicolor, como también una decoración
granulada.

Véase también
Quimbayas
Cultura calima
Cultura Nariño
Cultura Tumaco-La Tolita
Bibliografía
Duque Gómez, Luis. San Agustín. Delroisse, 1982.
Fajardo, Julio José. San Agustín: una cultura alucinada. Barcelona, España, Plaza &
Janés, 1977.
Ramírez Sendoya, Pedro José. Jijon La cultura megalítica de San Agustín. 1958
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