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Senet, Rodolfo (1909), La educación primaria: nociones de psicología y metodología general,

Buenos Aires, Cabaut. (Selección).

El maestro. Cualidades del educador


El ejercicio del magisterio requiere una suma de cualidades sumamente difícil de reunir. No basta
el hecho de poseer conocimientos para ser maestro; se requieren como indispensables ciertas
dotes naturales, como el mayor ó menor poder de sugerir, que depende de un conjunto de
cualidades difíciles de precisar.
Ante todo, el sujeto que á él se dedique debe consultar previamente su vocación. Si ella no
existe, más aún, si no tiene una marcada inclinación por la carrera, si ella le hastía, le fastidia ó
cansa, puede asegurarse de antemano que marchará directamente al fracaso.
Los mejores métodos, los procedimientos más adecuados, las formas de enseñanza más
racionales, nada valen ante una mala voluntad, ante el cansancio del maestro ó su desgano por dar
clases. En cambio los resultados son siempre mejores, aunque no le asista una sólida preparación
pedagógica en aquel maestro que ama su carrera y que tiene entusiasmo por trasmitir
conocimientos á sus alumnos.
Pero la vocación por sí sola no basta, ella constituye la base fundamental, debiendo tratar
de agregar á sus cualidades natas, diré así, las adquiridas mediante el esfuerzo propio, las que no
sólo no son pocas, sino que ha llegado á exigirse tantas, que es muy difícil, en la mayor parte de
los casos, encontrarlas reunidas en una misma persona. En consecuencia un maestro podrá
adolecer de algunos defectos siempre que éstos sean compatibles con el ejercicio de la profesión.
En no pocos tratados de Pedagogía se llega á exageraciones verdaderamente absurdas
respecto á las cualidades del educador, especialmente en lo que se refiere á las cualidades físicas,
como por ejemplo, el hecho de que no pueda ser maestro un tuerto ó un sujeto con estrabismo, un
manco ó un cojo; sin embargo, maestros tuertos, bizcos, mancos y cojos hay, tan buenos como el
que más.
En realidad, si estrictamente se fueran á exigir todas las cualidades que teóricamente se
exigen para ser maestro, no se encontraría una sola persona que las reuniera y nadie podría
ejercer ese cargo.
Á éstas se las ha dividido, según su carácter, en cuatro categorías, á saber:
a) — Cualidades físicas.
b) — Cualidades morales.
c) —Cualidades intelectuales.
d) — Cualidades profesionales.

a) Cualidades físicas
Á los efectos de la disciplina, base fundamental de la educación escolar, el maestro no debe
poseer defectos físicos que promuevan risa ó lástima en los alumnos, como ser las deformidades:
ser jorobado, enclenque, etc. Es obvio que no puede ser maestro un sujeto ciego ó sordo, ó mudo,
ó epiléptico; el sujeto con impulsiones patológicas ú obsesiones que llegan á la idea fija, el abúlico,
etc.
Al maestro se le exige buena salud, particularmente no padecer enfermedades contagiosas,
ni nerviosas, que traen á menudo aparejados los caracteres cambiantes, incompatibles con la
justicia y equidad que debe reinar en una escuela. La neurastenia en la forma cerebral, la
psicastenia, especialmente el histerismo, son grandes enemigos de la disciplina, porque alteran las

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funciones del sentimiento y aún del entendimiento: interpretaciones falsas, obsesiones, fobias, etc.
El maestro, pues, debe velar por su salud, teniendo presente que el estado irascible, la
displicencia, el mal humor, etc., dependen de alteraciones de ella. Debe cuidar que sus funciones
sean normales, y á este respecto procurará ser metódico, observando los preceptos higiénicos que
sería demasiado largo enumerar, como son los que se refieren á la alimentación, al ejercicio y al
descanso, a las bebidas, vestidos, etc., etc.
Debe trabajar intelectualmente, pero no llegar jamás al exceso que engendra el cansancio,
y con él el desgano, que le inhabilitará para enseñar y podrá ocasionarle un estado neurasténico
más ó menos durable, cuya gestación es larga, lo que redundará siempre en perjuicio de sus
educandos.
Alternará, sin llegar jamás á la fatiga, el ejercicio mental con el físico, no descuidando las
funciones vías vida vegetativa, con especialidad las de las vías digestivas, á cuyas afecciones tan
predispuestos están los maestros á causa de la vida sedentaria que llevan. A este efecto, procurará
combatir el sedentarismo que poco á poco concluye por perturbar la economía general. Las
afecciones de las vías digestivas deprimen ó exaltan el sistema nervioso, trayendo como conse-
cuencia cambios en el carácter del maestro, que tienen marcada influencia en el buen desempeño
de su misión.
Debe dar al sueño las horas necesarias para reparar el desgaste de energías ocasionado
por su género de trabajo, y procurar, en general, el equilibrio de sus funciones.
Teniendo en cuenta que de su salud depende gran parte del éxito en la educación ó
instrucción de los alumnos, es fácil concebir la importancia que aquélla tiene para el educador.

b) Cualidades morales
El maestro debe ser normal en lo que á fenómenos del sentimiento concierne. Su emotividad y su
afectividad no deben estar ni exageradas ni debilitadas.
No puede ser maestro un hiperestésico psíquico, un loco moral, un epiléptico psíquico, un
degenerado mental, un impulsivo; kleptómano, dipsómano; morfinómano, dromómano, pirómano,
etc., etc.
La conducta del maestro debe ser ejemplar para que tenga siempre ascendiente sobre los
alumnos. Sus consejos no serán jamás oídos, ni podrá sugestionar á nadie, si trata de predicar con
el precepto y no con el ejemplo. Mal puede condenar al juego un maestro jugador, aficionado á los
gallos, á las carreras, al mus, á la ruleta, al bacarat, etc., etc.; ni tampoco podrá pintar con colores
sombríos á la embriaguez, aquél que se exhibe beodo en plena calle; ni predicar en favor de las
buenas costumbres y la cultura, quien origina desórdenes y escándalos y es grosero ó soez.
Existe un minimum de altruismo y un maximum de egoísmo, pasando los cuales el sujeto ha
atravesado las fronteras de lo normal para pisar en el terreno de la inmoralidad constitucional; el
sujeto excesivamente egoísta ó aquél que no sienta ninguna impulsión altruista, no puede ser
maestro, aunque no se trate de un inmoral constitucional definido (que es obvio no podrá ser
maestro), sino simplemente de un fronterizo.
Los hábitos de honradez, orden, trabajo, puntualidad, perseverancia, tolerancia, caridad,
etc., etc., debe tenerlos él, para poder inculcarlos á los alumnos.
En este orden de condiciones es donde se es más exigente y donde el maestro debe velar
más, estudiándose á si mismo, tratando de buscar sus defectos y los medios necesarios para
corregirlos.
Tanto más delicado es este asunto, cuanto que los alumnos son los mejores fiscales del
maestro y espían sus menores actos; si éstos son inadecuados, incorrectos, etc., el alumno se
escudará inmediatamente en ellos para excusar su conducta irregular. Tratará de imitar al maestro,
no por ejecutar sus mismos actos, sino porque es más cómodo el mal que el bien, por la sencilla

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razón de que el bien supone la renuncia para siempre del mal. Ser malo, es ser más libre que ser
bueno, porque el mal es compatible con el bien y el bien no lo es con el mal. Para llegar á una
conducta regular, se requiere previamente haber renunciado á mil actos que agradan al niño, que
tienen su seducción y su vértigo, y haber transigido con otras tantas convenciones, cuyo origen y
utilidad no alcanza el niño.
Dadas todas esas exigencias, desde ese punto de vista, no sólo no es fácil, sino que
alcanza á la categoría de muy difícil el ser buen maestro.
Su conducta privada y pública debe servir de modelo á sus alumnos. Será justo y equitativo
en la escuela, libre de prejuicios y arrebatos, debe huir de apasionamientos y colocarse siempre en
un justo medio, sabiendo dominarse en sus impulsiones.
Tan largo sería anotar los defectos incompatibles con su cargo, como las buenas cualidades
que debe reunir, por cuyo motivo nos ahorraremos esa enumeración.

c) Cualidades intelectuales
Muchas de éstas se confunden con las cualidades físicas, en lo que se refiere á la salud mental.
Así no podrá ser maestro un imbeciloide, un imbécil ó un idiota en cualquier grado; tampoco un
pobre de espíritu, un tonto ó cándido, etc., etc. Los alienados en cualquier grado. Es obvio que un
loco ó un idiota no pueden ser maestros y está demás el decirlo, pero pasan inadvertidos,
ordinariamente, los ligeramente megalómanos, los perseguidos en igual grado, los denominados
excéntricos, chiflados, ridículos, lunáticos, exagerados, etc., que son muchas veces manifes-
taciones de afecciones que se inician, muchas de las cuales tardan largo tiempo en manifestarse
claramente. El sujeto, en ese caso, no es como la generalidad, se nota que no es normal y, sin
embargo, no se le puede calificar aún de anormal.
Bastaría ese hecho para que el sujeto en esas condiciones, no pudiera ser maestro, porque
está imposibilitado para llenar sus funciones como tal y perjudica á los niños, orientando su
carácter en la dirección patológica que ha tomado el suyo. El niño, como sugestionable que es,
fácilmente apreciará como normal al maestro, y lanzado á la vida, tendrá los conceptos más
erróneos, teniendo que retrogradar, desaprender lo aprendido para orientarse nuevamente; lo que
es más costoso que no conocer nada y adquirir conocimientos; es mucho más difícil desaprender lo
aprendido para orientarse nuevamente, que no saber nada y aprender por primera vez.
Desde el punto de vista de lo normal, sin necesidad de que se requiera talento (que es
anormal), el maestro debe poseer aptitudes intelectuales, que sobrepasen lo mediocre, por lo
menos.
Su memoria debe ser feliz; si es amnésico, no sirve. Su juicio recto. En una palabra, sus
aptitudes deben ser normales.
Muchos profesores de constitución paranoica sugestionan á sus alumnos, haciendo de ellos
sus fieles imitadores en sus interpretaciones falsas, en el falso concepto de su persona; inculcan en
ellos una exaltación anormal; así se nota el énfasis, los ademanes, las exageraciones en general,
el estilo altisonante y pomposo, etc., etc.
De todas las materias que están á su cargo, debe poseer conocimiento siempre en grado
superior á sus educandos.
Proveerá á las necesidades de orden intelectual, y en este concepto, estará al corriente de
los últimos adelantos realizados en las ciencias que enseña, para cuyo fin deberá tener su
biblioteca y estar suscrito á publicaciones de esa índole.
Su preparación debe ser general de la materia ó materias que enseña, conociendo, en
consecuencia, no sólo la ciencia que está á su cargo, sino también las afines, es decir, estar
penetrado de las relaciones con las otras ramas del saber humano; pero como esto solo no basta,
es menester que diariamente se prepare en él ó los tópicos que deba tratar en la lección, no
confiando el éxito de las clases á sus mayores ó menores aptitudes naturales.

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La falla de preparación científica del maestro es suficiente para que pierda todo ascendiente
sobre sus alumnos, quienes no le tendrán más fe, no creerán en su palabra, y aunque enseñe la
verdad, los alumnos dudarán siempre.
Por otra parte, la falta de preparación engendra la duda y la vacilación en el profesor, y
quien vacila no enseña; quien no posee á fondo un tópico, no lo puede enseñar, porque él mismo
se encuentra desorientado, le falta el calor y el entusiasmo necesarios para sugerir. En cambio, el
bien preparado trasmite su entusiasmo, su fe, y puede llevar el convencimiento á la mente de sus
educandos, quienes creerán lo que enseña.
Es tan delicado este punto, que basta la simple duda, por parte de los alumnos, de la
preparación del profesor, para que éste pierda poco á poco su ascendiente y los discípulos
concluyan por perderle todo respeto.
Es general que el maestro preparado sea respetado, mientras que el no preparado, ó tiene
que transigir con muchas faltas, ó hacerse violento, para que los alumnos no se burlen de él.
Los educandos aprecian muy bien y por intuición se dan cuenta del grado de conocimientos
que posee su profesor. El engaño es un mal procedimiento; tarde ó temprano los alumnos
descubren su insuficiencia y, desde ese momento, no le respetarán más.
Ordinariamente el desorden y el renombrado bochinche á los profesores, tiene su causa en
la falta de capacidad del profesor. La incompetencia en este sentido es un factor de indisciplina
constante en la escuela.
El maestro haragán, ignorante ó rutinario, no se hará jamás respetar de sus alumnos, y si
éstos no llegan á hacerle titeo, será por temor á los castigos, pero nunca por respeto, jamás porque
consideren que no es acreedor al bochinche, y esperarán la menor ocasión propicia para llevarlo á
cabo.
Para el preparado, en cambio, conseguir orden es tarea muy secundaria; su actividad no se
gasta en eso, sino en la enseñanza.
El profesor no debe confiar á su memoria y á la suma mayor ó menor de conocimientos que
posea el éxito de sus clases: debe prepararse previamente, toda vez que tenga que dar una
lección. De esa manera tendrá la seguridad que se requiere para dar lo que se reputa una buena
clase.
Al prepararse para dictar sus clases, tendrá siempre cuidado de hacerlo en textos
superiores á los que llevan los alumnos para el aprendizaje de la materia de que se trate.
No debe tampoco conformarse con un solo texto, particularmente en las ramas donde cabe
disparidad de opiniones entre los distintos autores; en consecuencia, tomará el mayor número de
ellos, para poder elegir los que crea mejores y para no ignorar que existen diversas maneras de
opinar sobre el tópico en cuestión.
Se relacionará con los hombres intelectuales de la localidad en que viva, á fin de cambiar
ideas, es decir, vivir en un ambiente intelectual.
Debe también procurar ser metódico en el estudio y darse suficiente descanso, teniendo
presente que éste existe en la variedad del trabajo mental. De manera que, si tiene que cultivar, por
ejemplo, cinco materias, no estudiará una hasta la saciedad, sino las alternará, de manera que
ejercite distintas aptitudes con cada una de ellas.
Por otra parte no descuidará su educación estética, procurando cultivarla siempre, por
cuanto deberá proveer á la de los alumnos también. De su buena preparación dependerá la buena
preparación de los niños y se establecerá entre ellos el estímulo necesario para progresar. Si el
maestro no sabe, los alumnos pueden fácilmente recurrir al engaño, al fraude y á la mentira. Todo
estímulo decae y por último los resultados son negativos.

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d) Cualidades profesionales
No basta poseer una asignatura cualquiera para poder ser profesor de esa asignatura.
Se requiere como condición indispensable, saberla, enseñar y, en general, saber transmitir
conocimientos. Poseer, por tanto, una preparación profesional.
Se sabe que muchos sabios son malos profesores, y que muchos que no alcanzan
semejante categoría, lo son muy buenos.
Esto depende, primeramente, de condiciones naturales del sujeto.
Se requiere, ante todo, gusto, entusiasmo por dar clase, hacerlas amenas y presentar el
punto de tal manera que despierte el interés en los alumnos, para lo cual no hay reglas especiales
y depende del individuo.
Sin esta condición, no hay enseñanza buena, por más preparación profesional que se
tenga. Los métodos, como teoría, procedimientos, etc., como lo he manifestado antes, por
excelentes que sean, así como todas las reglas pedagógicas y preceptos y principios, fracasan
ante una mala voluntad, ante una falta de entusiasmo, ante une falta de gusto, ante una clase dada
á la fuerza, por llenar una obligación, ó por mantener un puesto.
De aquí se desprende que no es, hoy por hoy, mejor maestro el que sabe más Pedagogía,
que ella, por sí sola, es insuficiente para formar un buen maestro, lo cual consagra á diario la
práctica; así hay sujetos maestros que ignoran los preceptos pedagógicos y no obtienen por ello
malos resultados, y en cambio, otros, llenos de reglas y preceptos, obtienen uno pésimo.
Es que se debe ser franco una vez por todas y confesar palmariamente que la Pedagogía
aun no ha alcanzado los umbrales de la ciencia, que es sólo un auxiliar necesario y útil en
muchísimos casos, pero que está muy lejos de resolverlo todo, no impidiendo que el maestro
marche, la mayor parte del tiempo, á tientas, con paso vacilante é inseguro.
A diario vemos que el maestro con decidida vocación por el magisterio, si siente gusto en
dar clases obtiene buenos resultados; claro es que serán mejores si á ello se une una buena
preparación pedagógica; pero que, aunque ella no le asista, no por eso serán malos. Serán
mediocres los primeros años, luego buenos, cuando conociendo las modalidades de los niños,
adapte á ellos la enseñanza.
El secreto del éxito depende de la amenidad é interés que despierte el asunto, y para ello,
no se pueden dictar reglas, es muy personal, depende de las condiciones del individuo. En la
instrucción, pues, cada individuo escoge sus procedimientos, y, en el maestro A, pueden dar
resultado, mientras en B fracasan; en cambio los de B pueden fracasar en A y en todos los demás
que los apliquen.
No es necesario hacer un misterio de este hecho, y no debemos engañarnos á nosotros
mismos, respecto del alcance de la pedagogía, que para progresar necesita ser colocada en primer
término, en el lugar que le corresponde entre las adquisiciones humanas, y luego tratar de
adelantarla, que buena falta le hace. Pero si comenzamos por reconocerle más poder que el que
realmente tiene, la estacionamos; no así reconociendo lo mucho, lo muchísimo que queda por
hacerse en ese ramo.
Dejando de lado estas cuestiones y admitiendo que el maestro reúna esas condiciones
individuales, abreviarán y facilitarán su tarea los conocimientos pedagógicos que posea.
Debe conocer, por tanto, metodología general y particular de cada una do las materias, que
ha de enseñar; al mismo tiempo conocer también los sistemas diversos de enseñanza; los
procedimientos resultantes de la experimentación de los más notables pedagogos, y las formas
usadas. Sus aplicaciones; casos de aplicación en que convienen ó no convienen tales ó cuales
procedimientos, tal ó cual forma de enseñanza, así como los preceptos y reglas deducidas de la
práctica y consagradas hasta hoy por ella misma. Los resultados obtenidos por tal ó cual
procedimiento. Experimentar el mismo, observando siempre. Tratar de no hacerse rutinario y
cambiar inmediatamente ante un mal resultado, ó un resultado dudoso.

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Profundizar las ciencias biológicas, especialmente las que conducen al conocimiento del
niño en todas sus modalidades, que ellas le proveerán de un material precioso y de aplicaciones
inmediatas, de donde surgirá la luz en la materia.
Conocer la aplicación de todo el material de enseñanza, museos, gabinetes, colecciones,
mapas, cuadros, etc., etc. Mobiliario: bancos, pizarrones y útiles diversos.
Conocer los medios preventivos y disciplinarios, así como las reglas para mantener la buena
disciplina, el orden, el aseo, etc.
Estar familiarizado con la estadística que debe llevarse en un grado ó en una escuela.
Poseer conocimientos de higiene escolar.
Y así como debe prepararse diariamente en las materias que ha de dictar, debe prepararse
también pedagógicamente.
Confeccionar su plan de clase, trazando en él el camino que se propone seguir, para no
marchar al azar; los fines que desea alcanzar, tanto mediatos como inmediatos; el método que se
propone aplicar; los procedimientos que usará en la clase, así como la forma de la enseñanza: los
medios materiales de que se valdrá para obtener el resultado que espera; la extensión que tendrá
el tema objeto de la lección: la presentación de las dificultades mediante la subdivisión ordenada
del tópico. En una palabra, la aplicación de sus conocimientos pedagógicos, para la enseñanza del
tema en cuestión.

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