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Retomando los aportes de Jackson (1991) que hemos seleccionado como categorías
que nos permiten analizar y trazar un paralelismo entre lo sostenido por el autor y
los contextos de violencia escolar a los que se hace referencia en el presente
trabajo, el autor sostendrá que es precisamente en la escuela donde los alumnos,
para poder "sobrevivir", deberán aprender, aparte de aquello que se expresa
formalmente en la institución, "otra cosa" distinta, diferente a lo verbalizado y a lo
formalmente visible. Se refiere a un conjunto de acciones, situaciones, movimientos
y percepciones que despliegan efectos de poder y configuran, a través de su real
modo de objetivación, el espacio simbólico del sujeto en contexto de aprendizaje.
Precisamente por lo anterior es que necesitará entonces ser aprehendido. Nos
estamos refiriendo a las categorías por él trabajadas como "masa", "elogio" y
"poder". Haremos una breve referencia a cada una de ellas para después
analizarlas a la luz del caso que nos ocupa.
...aprender a vivir en un aula supone, entre otras cosas, aprender a vivir en el seno
de una masa. Lo importante no es sólo lo que hacemos, sino lo que otros piensan
que realizamos. La adaptación a la vida escolar requiere del estudiante que se
acostumbre a vivir bajo la condición constante de que sus palabras y acciones sean
evaluadas por otros (1991: 47).
De este modo, afirma que la escuela "es también un lugar en donde la división
entre el débil y el poderoso está claramente trazada" (Jackson, 1991: 47). Pero si
bien para Jackson esa línea está claramente trazada en lo concerniente a la
distancia existente entre las formas de distribución del poder entre docentes y
alumnos, en ciertas formas de violencia escolar, la misma cobra relevancia en la
propia división entre "débiles" y "poderosos" dada entre los mismos compañeros.
Quizás esa misma división haya llevado a que, como sabemos por los medios de
comunicación, Junior se sentía mal porque continuamente lo "cargaban por raro" y
por el "grano que tenía en la nariz".5 Frente a esta situación, Junior simulará con
sus dedos índice y pulgar una ejecución fría y muda de sus compañeros. Toda una
retórica de una representación corporal que recreaba, en el plano de la fantasía,
una y otra vez, aquello que se avecinaba. Todos van a morir, había escrito en el
pizarrón días antes.
Breve tiempo atrás, un informe especial sobre casos de masacre escolar en los
Estados Unidos había servido para calificar a Junior satisfactoriamente e inscribirlo,
paradójicamente, en la lógica académica de reconocimiento y de recompensas,
pero este cambio no fue suficiente como para recrear un clima audible que llevara a
la escuela a percibir (institucionalmente) los signos que estaba manifestando;
aquellos signos que, recurrentemente, incluían directa o indirectamente a la
violencia como único contenido de la comunicación.
Pero tras el paso del tiempo, en la pequeña comunidad de Mariano Moreno muchos
sienten que lo ocurrido con Juan ya ha sido olvidado por la mayoría de las
comunidades educativas de nuestro país; quizás por eso es que evidenciaron una
excelente predisposición al enterarse de nuestra intención de llevar a cabo el
presente trabajo. Pero antes, fuimos "advertidos" por el director de la escuela en el
sentido de que "sentía la tremenda necesidad de hablar previamente con el padre
de J.B. para estar tranquilo y poder trabajar mejor en el tema". De esta manera, el
padre de Juan, V.B., al tomar conocimiento de nuestro interés le dijo al director de
la escuela: "que puede ser útil a otros chicos", y que: ".. .si eso sirve para que los
adolescentes comprendan ciertas cuestiones, que tal vez escapan a nuestras
capacidades de entender, le parece bárbaro".9
Masa: “Aprender a vivir en un aula supone, entre otras cosas, aprender a vivir en el seno de
una masa…la mayor parte de las actividades realizadas en la escuela se hacen con otros, o al
menos, en presencia de otros y esto tiene profundas consecuencias para la determinación de
la calidad de vida de un alumno”. En ese contexto, el profesor se transforma en el “limitador”
de los acontecimientos e interacciones, en aquel que marca los horarios comunes y pone coto
a los impulsos individuales. Este carácter de masa frente a las expectativas institucionales
provoca situaciones complejas como el hecho de que se le exige al alumno(a) que ignore a los
que tiene alrededor:
“Los alumnos deben comportarse como si estuviesen solos cuando la realidad es bien distinta.
Han de fijar sus ojos en el papel cuando otros les hacen muecas…no es raro encontrar alumnos
sentados frente a frente en torno a una mesa mientras, al mismo tiempo, se les exige que no
se comuniquen entre si…tendrán que aprender a estar solos en el seno de una masa si
pretenden triunfar en sus estudios”.
Por otra parte, esta situación de masa o “hacinamiento” como la llama también Jackson,
significa que no todos los alumnos(as) pueden ser atendidos al mismo tiempo o siquiera
alcanzan a ser considerados en su totalidad por el profesor(a). Aquí es donde aparece el
currículum oculto que transforma en virtud esencial a la paciencia. Paciencia que no es
privativa de la escuela, sino también juega un rol esencial en la fábrica, oficina, hospital o
prisión: “en todos esos ambientes, los participantes deben “aprender a trabajar y esperar”. En
un cierto sentido tienen también que aprender a sufrir en silencio.
Someterse: después de todo “la mayoría de los alumnos aprenden pronto que los premios se
otorgan a los que son buenos. Y en las escuelas ser bueno consiste principalmente en hacer lo
que manda el profesor”. Aunque nos preciemos (y realmente lo seamos) como profesores de
ser flexibles, abiertos y acogedores con nuestros alumnos, ello no oculta, quizá sólo atenúa, el
hecho de que el poder calificador de la institución y del sistema está en nuestras manos. A
nosotros se nos puede (o quisiéramos) olvidar aquello en ocasiones, pero a nuestros
alumnos(as) rara vez se les olvidará. El peso del currículum oculto se hace invisiblemente
evidente.
Poder, o más bien, la desigualdad de poder: Obviamente esta no es una característica sólo del
mundo de la escuela, desde que nacen los niños y niñas se enfrentan a la realidad de la
autoridad de un adulto, especialmente sus padres. Pero el profesor es un adulto con el cual no
hay en principio ninguna cercanía ni intimidad, por lo que para el niño(a) eso significa
“aprender a recibir órdenes de unos adultos que no los conocen muy bien y a quienes ellos
mismos tampoco conocen íntimamente”. Esto no niega que en ocasiones se establezcan
relaciones de gran proximidad y afecto entre profesores(as) y alumnos(as), pero generalmente
eso se da por factores personales de ambas partes y no por las características institucionales
de un espacio que no está estructurado para que aquello suceda.